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Fhiodor
Karma
Fhiodor
Oscar Deigonet López
863.5 López Posas, Oscar Deigonet
L95 Karma Fhiodor / Oscar Deigonet López Posas.--1a ed
C. H. [Tegucigalpa]: Goblin Editores / [Impresos Comerciales
Hernández], [2015]
106 p.
ISBN: 978-99926-51-62-9
1.- CUENTOS.
goblineditores@gmail.com
.
Presentación
Elvin Munguía
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MALAPA
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GUALCINSE,
O EL CAMINO HACIA EL VUELO
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EL CUERVO
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IMAGINACIÓN
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KARMA DE FHIODOR
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vida a la carrera, jale con tal fuerza, que enganche uno. Mis
hermanos se reían. Me gritaban: —así no se pesca vos, tiene
que picar y él te va a jalar el anzuelo.—
Con aquel recuerdo difuso me quedé dormido hasta
encontrar el canto de los gallos a las cinco de la mañana
cuando aquel pueblo anda en completa actividad agrícola.
El ladrar de un perro me hizo ponerme en pié. Concepción,
o Chon como le decíamos, esposa de mi primo, ya había
hecho el café de palo. Yo fui cuando me llamó, para mi
primera tasa. Antes del desayuno Fhiodor y yo nos fuimos
al río. Era tan inteligente que sabía cuándo uno iba para el
río, así que en cuanto me vio con el machete en la mano
comenzó a mover su cola alegremente. No más abrí el
portón salió corriendo rumbo al río. Hacía ya, algún tiempo
que no lo visitaba y que ya lo empezaba a extrañar. A
medida me acercaba al San Gaspar, una extraña sensación
me perturbaba. En los últimos treinta años había bajado su
caudal y en esta época del año se convertía ya en un
pequeño riachuelo de aguas cristalinas y realmente se
siente, no más se ve, que poco a poco se va perdiendo. Aun
así, amo este río porque aquí crecí. Caminaba por entre su
caudal y me sobrecogí ver el terrible descuido en que
estaba. En un instante me llené de ira y quería desquitarme
con alguien. Una sensación de impotencia me invadió rápi-
damente y comencé a pensar qué debía hacer para evitar
semejante grosería. Me sentía culpable por aquella catás-
trofe. Enojado, me senté en una piedra que había al medio
del cause. Al cabo de un rato mientras pensaba en qué hacer,
vi un hombre semidesnudo con un hacha en la mano,
cortando un árbol que la corriente había derribado y en
seguida decidí ir a hablar con él. Lo saludé cordialmente
para no perturbar sus quehaceres. Primero le pregunté por
el árbol que estaba cortando. Su repuesta fue simple, estos
árboles que bota el río los podemos aprovechar y no hay
problema. Parecía estar a la defensiva. Me explicó que la
cuenca del río estaba protegida por la municipalidad y que
nadie cortaba árboles excepto en aquellos casos en que en
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JINETES
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EL ALTO
S ubite pendejo.
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CARICIAS DE MONTE
Dicen que el hombre no es hombre
mientras que no oye su nombre
de labios de una mujer.
Puede ser.
Antonio Machado
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DON JULIO
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LA PROCURADORA
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8:30 am
La procuradora no me ha visto. Tengo ya varios
años de no verla. La conozco desde hace ya mucho tiempo.
Se ha cruzado en mi vida un sinfín de veces y siempre ha
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8:40 am
Veo venir hacia mí un sujeto de los que ya conozco.
Se me acerca lo más que puede hasta colocar sus labios en
mis orejas, y me susurra algo: —¡Compita! ¿Cómo le
va?—.
Pensé que este también me seguiría ignorando. Me
digo hacia adentro, lo trago con fuerza como si fuera una
cucaracha.
—¿Todavía trabaja allá en Robert Canion inc.? —
Me dice.
—No, ya no le digo con voz suave a falta de algo
qué decir.
—¿Y usted qué hace amigo?
—Yo estoy desde hace algún tiempo en otra em-
presa— cuenta muy muy emotivo. Bajo la mirada hacia un
masetero con flores secas que está a mi alcance, para disi-
mular un poco mi desaliento. Vaya, sí que es una molestia
esto de hablar de trabajo, como si no hubiera otra cosa que
hacer y justo cuando uno da muestras de desesperación por
querer resolver los problemas más íntimos. Ahora mismo,
es de lo que menos quiero hablar, peor de recordar ese pasa-
do de desgaste y derroche.
Según me dijeron se divorció de su esposo por que
éste la encontró gozando de placeres extremos con su direc-
tor. Ahora que la veo me pregunto como llegó al puesto en
que está, y aunque no deba importarme, me late que fue él
quien la colocó aquí con sus influencias. Mi amiga metió
preso al marido porque la golpeo dejándola casi muerta. La
sentencia, tres años en prisión por violencia doméstica.
Vaya chiste.
¿Qué te parece? ¿Qué tal si hubiera sido yo, el
responsable de semejante desastre?
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8:45 am.
La señora que entró con sus nietas, fue subdirectora
del colegio de señoritas. Ella tampoco me recuerda y tam-
poco me ve. Ya se le olvidó que fui yo el promotor del pro-
yecto para construir el edificio de dicho colegio y donde al
final, pudo obtener una muy buena jubilación. ¡Qué iróni-
co! ¡No me conoce! Y por esas cosas de la vida su nieta fue
mi alumna en el Carmen María. No lo sé. ¿Será que estoy
muerto? ¿Cómo es posible esto? ¡Nadie me ve! Me pregu-
nto, si al cruzar la calle hace un rato frente al Banco Mer-
cantil, no me atropelló un carro. No. No puede ser, la mu-
chacha que entró hace un rato, preguntando por la oficina
de inscripciones me vio. El sujeto ese, que casi me muerde
la oreja derecha, también me habló. ¿Qué está pasando?
No, realmente no estoy muerto. Además, según dicen los
que han vuelto de la muerte, que allá no hay dolor ni
angustia ni preocupaciones. Yo sigo preocupado y el dolor
en la nuca no desaparece. Esta realidad es tan fresca como
las solicitudes que hice al Divino en solo mañana al
levantarme.
8:55 am
Salgo del espacio donde estoy y me decido a llamar-
la por el teléfono móvil. Suena el timbre de un móvil al otro
lado y siento cosquillas en la barriga.
—Hola procuradora, soy Daniel
—Hola Daniel, ¿Cómo está?
Su voz chillona y plata se me parece a la de mi sobri-
na. Quiero explotar de la angustia cuando agrega lo que
quiero oír
—Cuando guste pase por aquí y yo con gusto lo re-
cibo y traiga su hoja de vida.
—Sí, bien, estoy aquí mismo. No la quise interrum-
pir. La veo muy ocupada.
—Pase entonces, Daniel, con confianza.
—¡Bien! voy para allá.
Al asomar por la puerta de la oficina de inscripcio-
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PAOLO
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21 de octubre de 1938
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como si a estas horas mirara con los ojos del ayer. Imperté-
rrita y de vez en cuando, una ráfaga de viento, de la fría ma-
drugada, revolvía sus recuerdos más lejanos, como que-
riendo encontrar algún punto en su pequeña alma para
echar marcha atrás y volar en aquel mundo insaciable de
poesía con amos nocturno, de juergas y peña. Ya no extra-
ñaba los niños. Aquellos que cuando se alejó para hacer su
vida más diáfana, formaban parte de parte de ella, pero
ahora no, ahora no los extrañaba. —¡Ah mi querido Alejan-
dro, tiempo, tiempo tendré de aquí en adelante para mí.
Caminó por el Boulevard Mitry. Llegó hasta la Pla-
ya de La Perla y como atada por embrujo, subió hasta El
Espigón y sin pensarlo dos veces, se lanzó al mar.
Alfonsina, esa mujer a quien más tarde, se le tildará
de cobarde, mostraba en estos momentos, un valor supre-
mo. Se libraba de su mortal cuerpo para pasar a la dimen-
sión de lo etéreo, de lo descarnado, de lo insuperable. Se
abría a una nueva vida, las puertas de su alma, dejándolas de
par en par y entregaba entre sonrisas y agradecimientos al
mundo terrenal, un cuerpo quebrantado, inerte, envejecido
y enjuto. A su llegada, justo como auguraba, cinco sirenitas
y caballos marinos, cabalgaban, a su lado, ya libre de sus
pesares.
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PORTELA
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—Zarquita
—Um, ¡Cómo me gusta que me diga zarquita!
—Y tu papá ¿Dónde está?
—Ya está dormido mi Portelita
—Mirá, voy a quitar esas cajas que están de este
lado de tu casa.
—¡Hay sí! Así me gusta que se ponga las pilas.
—Poné en vibrador el cel y yo te timbro.
—Sí mi cosota bella—
Piensa Portela: —Esta sí que sabe como saltarse las
trancas. De dicha no queda enganchada en esos alambres. A
saber cómo hace para salir sin que la vea ese señor y es que
sí es un bombón de padre. Con esa locura que anda y la luz
de la luna, brillan sus piernas. La verdad es que estás
cipotas de hoy les vale chancleta faltar a la razón. Solo
espero no me traiga problemas este desmane.
—Mira guirra, no quiero problemas con tu viejo.
—No va a tener problemas con mi viejito, Portelita.
Él no se da cuenta. quedó bien dormidito.
—Vení aquí mamacita—
Se abrazaron acaloradamente. Al cabo de unas ho-
ras salió la Zarca hacia su casa a escasos metros de su cubil.
El día siguiente es sábado. Portela degusta con sus
amigos una tanda de cerveza y poco después hace lo que
todos ya conocen: gritar a todo pulmón lo que más le gusta:
—¡Soy Damián Portela y qué! Aquí en este pueblo, todos
son pendejos. Se los he dicho en la cara y se lo seguiré
diciendo, y no les tengo miedo, las mejores güirritas me he
volado. ¡Y no les tengo miedo!
A pocos metros de la cantina está don Chungo, pa-
dre de la Zarca, quien lo escucha con innegable suspicacia.
Medita sobre su propia hija, si no será blanco de aquel ener-
gúmeno embrutecido por el guaro. Por la esquina contigua
a la cantina, está Mauro, quien al igual que don Chungo,
oye las brutadas de aquel y se le acerca.
— ¡Compa Chungo! Ya se dio cuenta de las cuentas
de su hija con ese tonto de…
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MIRANDA
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baila con los arbustos, a veces coquetea con las hojas secas
de los jardines de la ciudad que a estas horas continua su-
mergida en la juega y el casino. El aire continúa elevándose
por las casas y edificios públicos. La noche se presume res-
ponsable de todas sus imaginaciones.
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QUERIDA AMAYA
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SOMBRERO DE JUNCO
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toso ante los ojos del pueblo. A sus treinta, soltaba un hedor
poco común pues casi no se bañaba. Se la veía el día entero
entre la casa y la cocina que eran estancias distintas separa-
das por una media cuenca donde corría el agua en los tem-
porales de septiembre. Lavaba, planchaba y echaba grandes
cerros de tortillas para los clientes que frecuentaban la hu-
milde casa de Serva. Algunas veces se la veía con un rejo de
ternero, un costal de nilón y un machete. En estos tiernos
momentos de trabajo, se dirigía a los cerros aledaños al pue-
blo, en buscar chiriviscos secos para el fuego. Nadie supo-
nía a qué, o a dónde, realmente se dirigía aquella decrépita
sabandija. Hacía ya un sinfín de años que tenía amoríos con
Chepín Higuera, un vago del pueblo, que circundaba por las
orillas de Coayaquín de San Francesco. Llegaba hasta un
nidito donde en aquellos ratos de zozobra emocional, su-
cumbían sin tapujos a los desmanes del amor. La Chela era
de todo, pero no pendeja y no digamos el Chepín. No más se
veían en su nidito y soltaban las amarras. La Chela, se le
quedaba viendo con aquella cara de sonsa al verlo como en
un abrir y cerrar de ojos le despojaba de los trapitos. Sin
ningún resentimiento, ella le decía dos elucubraciones
amorosas: —Ay usté que rapidito me lo quitó—, —deje de
hablar— le respondía Chepín mientras ella se colgaba de
dos ramas que perfectas encajaban a la altura requerida para
una tarde de amor a secas. Luego, ella encontraba el punto,
donde clavar su amor incondicional. Aquella polla si salía
follona calenturienta y desquebrajada. Amalgamaba bien el
tasajo del Chepín, haciéndolo suyo hasta el más allá. Al
cabo de un rato moviendo el árbol de donde cogían con
tanto pudor aquellos dos gañanes desbocados, salían en
desbandada corriendo hacia una quebrada aledaña al nido y
se zambullían en las cristalinas aguas. Luego se sentaba la
tierna follona en la piedra del lavadero del pueblo y ahí
sucumbían una vez más hasta quedar satisfechos de gustos.
Así era aquel pueblo tan extraño como los perso-
najes atirantados a su suerte, viviendo del café, el maíz, el
frijol y la folladera.
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TRIGAL
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Segundo Libro
Ausencias
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MARTIRIOS
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ROSTRO LÍQUIDO
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OLVIDO
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ESTERTORES
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LA ESPERA
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ESTIMA
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TACITURNA
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LLANTO
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HAY DÍAS
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QUINIENTOS AÑOS
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INDICE
Malapa ...................................................................9
Gualcinse o el Camino hacia el Vuelo.................................20
El Cuervo...............................................................21
El Estatuto Del Ángel............................................................23
Imaginación...............................................................25
El extraño Caso de Aldo........................................................31
El Karma Fhiodor..................................................................33
Las Cosas Ya No Son Como Antes.......................................38
Jinetes....................................................................................43
El Alto...........................................................................47
Caricias de Monte.........................................................51
Don Julio...............................................................................53
La Procuradora......................................................................59
Paolo......................................................................................65
Portela..........................................................................71
Miranda........................................................................74
Querida Amaya............................................................77
Sombrero de Junco.......................................................82
Trigal............................................................85
Segundo Libro
Ausencias
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Una Carta Insospechada...................................................96
La Espera...............................................................................97
Estima .................................................................98
Taciturna ..............................................................99
Llanto ............................................................100
Hay Días....................................................................101
Quinientos Años.........................................................102
Este Cielo Blanco........................................................103
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