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Ama

Ama vivió en la calle. Un echado de su casa, ambiente violento del que mejor escapar. Tal
vez también perdió a su último amigo.
Un bolso es todo lo que tiene entonces. De noche, se acomoda en la plaza. Frío. Encuentra
un banco libre, se tapa con diarios. Vuelan cuando lo abordan cuatro figuras.
—Qué hacés— le dicen.
—Duermo— responde, sin abandonar su posición fetal.
—Esta es nuestra plaza, rajá putito — dice el que parece ser el líder, y patea el banco.
—Déjenme en paz— se tapa con la capucha de la campera.
—Si te tengo que pinchar, te pincho vieja— le acerca el cuchillo al ojo.
Ama apenas se mueve, pero saca la mano despacio del bolsillo del jean, con algo entre los
dedos.
— Tengo una bolsita de merca… ¿querés? — ofrece. Ve que la tribu cede, la droga los
puede.
—Ah, buena onda. ¡Peiname una, papi!
— Peinala vos — dice Ama, y le da la espalda.
Contento, lider callejero se aleja. Llega a decir “seguí torrando, fiera”.
Ama no puede dormir.
Pero sueña, o recuerda.

¿Sucedió? ¿Cuándo? No sabe. Hay rebanadas de conciencia. Sopor. Ahora, frente a la luz de
un farol que no se apaga, parece verdad. Ambos estában drogados. Ella también. La música
estaba fuerte en el boliche, pegaba arriba y abajo. Nadie bailaba, solo clavaban las miradas.
La champaña, el vodka tornasolado y un par de cosas más limpiaron la tabla de la
conciencia. Pero en eso estaba acompañado, sin culpa aún. El barman tenía lentes y era
alto. Sacudía con sus brazos largos y preparaba un trago que no se quedaba atrás.
—Un poco triste la propina— se queja, después de revisar el billete enroscado.
—No tengo más— dice temblando Ama.
Y es verdad. Justo en el momento en que necesita más plata o más droga.

Ada bailaba desenfrenada. Más que nada con Marcos, pero también con él. Ama se le
acercaba de atrás, como una bestia predadora, que no siente apretar los dientes o brotar la
saliva. Ella, pálida y con una boca enorme le sonrió, giró la cabeza de izquierda a derecha,
una negación que no llegó a volver, se frenó en seco y dijo: "OObbvvioo, (y no recuerda si
siguió "me"ó "te" “le”) “gusta ser el centro de atención"
—¿Qué pasa? ¿Te dejás acariciar por cualquiera? ¿No?— le grita Marcos y la sacude del
brazo. Ella mira sorprendida y se corre del medio de los amigos enfrentados.
— ¡No soy “cualquiera”! — empuja Ama y le rompe a Marcos una botella en la frente.
Música de fondo, como un rumor alto que obliga a levantar la voz y gesticular, la droga
obliga a lo mismo. Corre la sangre. La cara se ensancha bajo la luz termodorada y la piel
responde a eso. Ada grita, y se arrodilla sobre el caído. Ya no hay sonido. Los patovicas
aparecen corriendo el círculo de testigos. Se llevan a Ama para la puerta. Cuando se
distraen, sale corriendo y se pierde en la noche.

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