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Hilario Gómez Saafigueroa

 
ASTRONÁUTICA: EL CAMINO A
LAS ESTRELLAS
 
 
 
 
 
 
7ª edición actualizada (2022)
 
 


 
Astronáutica: el camino a las estrellas
7ª edición actualizada
©Hilario Gómez Saafigueroa, 2012-2022
Madrid, España
 
PRÓLOGO A LA SÉPTIMA EDICIÓN
 
El contenido de este libro está elaborado a partir de textos
elaborados para intervenciones del autor en foros de astronomía y
astronáutica, notas para artículos, contenidos de webs públicas
tanto de medios como de instituciones, libros y documentación
particular.
El libro está formateado para dispositivos de tinta electrónica
(lectores de ebook) pero muchas de sus ilustraciones son en color,
así que se disfrutarán más en tablets y en pantallas de ordenador.
Esta nueva edición se justifica no sólo por por la necesidad de
revisar y poner al día varios de los capítulos, sobre todo los relativos
a los calendarios y planes de las distintas agencias y empresas
aeroespaciales, sino porque acontencimientos como la pandemia,
los fondos de recuperación europeos o la guerra en Ucrania lo han
cambiado todo. Los capítulos relativos a la historia de la
astronáutica y a los conceptos esenciales físicos han cambiado
poco. Las mayores actualizaciones son las relativas a las agencias y
sus novedades. También hay una completa reorganización de
contenidos para hablar del "New Space" en EEUU, China y Europa
y se ha actualizado todo lo relativo a potencias espaciales menores.
En lo que respecta a España, todo todo el capítulo es nuevo, con
especial atención a nuestras compañías más destacadas del "New
Space" patrio.
La siguiente revisión será quizás en 2024. Permanezcan atentos.
¿QUÉ ES LA ASTRONÁUTICA?
Podemos definir la astronáutica como “la teoría y práctica de la
navegación fuera de la atmósfera de la Tierra por parte de objetos
artificiales, tripulados o no.”
Tras esta aséptica definición se oculta una amplia, compleja y
fascinante rama de la ciencia y la tecnología que abarca desde el
diseño y construcción de los vehículos espaciales al desarrollo de
los sistemas de comunicación, propulsión y –en su caso– aterrizaje
o recuperación, pasando por el cálculo de las trayectorias orbitales e
interplanetarias, las técnicas de navegación y seguimiento, la
definición y fabricación de instrumentos remotos de exploración, el
desarrollo de sistemas de soporte vital para misiones tripuladas, etc.
Es por ello que en la astronáutica se implican muy diversas
especialidades científicas (aeronáutica, balística, astronomía, física
y astrofísica, matemática, cohetería, robótica, electrónica,
informática, bioingeniería, medicina, ciencia de materiales, química,
geología, biología...). A su sombra han nacido o se han desarrollado
otras como la astrodinámica, la astrofotografía, la telemetría
espacial, la astrogeofísica, la astroquímica, la astrometeorología,
etc. Y de sus necesidades prácticas se han derivado productos hoy
habituales como los microporcesadores, los ordenadores portátiles,
las sartenes de teflón, los hornos de microondas, los productos
alimenticios liofilizados, el GPS, la tomografía axial computerizada,
las baterías recargables, el velcro, los sensores infrarrojos, las
lentes de contacto, materiales sintéticos como el mylar y el kevlar,
nuevas sustancias como el policarbonato (fundamental para la
elaboración de CDs y DVDs), los sistemas de inyección electrónica
de combustible, los colchones de espuma con memoria, las ruedas
lenticulares de las bicicletas profesionales, las mantas térmicas, los
paneles de energía solar, las bombas de insulina, el joystick, las
pinturas anticorrosivas o los cristales irrompibles.
Dado su carácter multidisciplinar y el elevado coste que implican sus
actividades, así como su íntima relación con campos como la
seguridad y la defensa nacional, la astronáutica ha estado hasta
hace relativamente poco tiempo confiada a agencias
gubernamentales que se encargaban de la planificación, propuesta
y ejecución de los programas espaciales nacionales. Tras el fin de la
Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, se
han ido dando pasos en pos de una mayor cooperación
internacional en este campo, siendo la Estación Espacial
Internacional (ISS) el mayor logro de esta nueva política, aunque en
los últimos años esa cooperación ya no genere el mismo
entusiasmo. También podríamos destacar, como ejemplo del
esfuerzo internacional en materia espacial, la creación en los años
70 del siglo XX de la exitosa Agencia Espacial Europea (ESA), y la
irrupción de nuevos actores privados no directamente vinculados a
las agencias nacionales capaces de ofrecer servicios de
lanzamiento de cargas a la órbita terrestre e incluso de “turismo
espacial”.
En este libro vamos a hablar de todo eso y de mucho más. Así que
abróchense los cinturones, bajen la visera del casco y prepárense
para iniciar un viaje a las estrellas.
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno...
EL COHETE
 
No descubrimos ningún secreto al decir que la astronáutica no
existiría sin los cohetes.
 

¿Qué es un cohete?

Según los diccionarios, llamamos cohete a un dispositivo autónomo


que produce un empuje en un cuerpo y cuyo movimiento se basa en
el principio de acción y reacción o Tercera Ley de Newton:
“Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: o
sea, las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y
dirigidas en sentido opuesto”.
Cuando un niño infla un globo y luego lo suelta permitiendo que el
aire se escape y el globo salga disparado está aplicando sin saberlo
la Tercera Ley de Newton: el aire que sale por la boquilla a gran
velocidad empuja al globo en sentido contrario.

Así pues, en un cohete la fuerza propulsora se consigue por la


expulsión a alta velocidad de un fluido (“masa de reacción”) a través
de un orificio (tobera) situado en la parte opuesta al sentido del
avance.
Como bien saben los aficionados a la cohetería y el modelismo,
para construir un cohete simple pero eficiente no es necesario
jugarse la integridad física manejando pólvora u otro tipo de
peligrosos combustibles químicos. Basta con tener a mano una
botella de plástico, algo de agua, un bombín de bicicleta y ser
medianamente mañoso. En el popular cohete de agua, este líquido
se convierte en la masa de reacción que es lanzada al exterior a alta
velocidad a través de una tobera gracias a la acción de un gas a
presión, casi siempre aire comprimido.

Algunos aficionados han alcanzado alturas sorprendentes con este


tipo de cohetes (el record actual está en 623 metros de altura con un
modelo de varias etapas). Esta actividad es una forma excelente de
iniciarse en los fundamentos básicos, físicos y matemáticos, de la
cohetería.
 

El motor cohete
Pero para poder usar el cohete como arma de guerra o como
vehículo para lanzarse a la conquista de espacio, es evidente que
se necesita un fluido más poderoso que el aire o el agua a presión.
Se precisa de un motor cohete.
El motor cohete produce el empuje gracias a la expulsión a alta
velocidad, a través de una tobera diseñada para ello, de un gas a
alta temperatura generado por una reacción energética (casi
siempre de naturaleza química) dentro de una cámara de
combustión a alta presión.
La fuente energética que inicia el proceso es independiente del
medio que la rodea (es decir, puede darse tanto dentro de la
atmósfera como fuera de ella). Las sustancias que dan origen a la
reacción se denominan propergoles (en inglés, propellants) y son
muy diversas, pudiendo estar en estado sólido, líquido o mixto.

Tipos de propergoles
Los propergoles pueden constar de dos componentes denominados
combustible o carburante (cualquier material capaz de liberar
energía cuando se oxida de forma violenta con desprendimiento de
calor) y oxidante o comburente (cualquier sustancia que, en
condiciones determinadas de presión y temperatura, puede
combinarse con un combustible para provocar la combustión).
Estos propergoles bipropelentes pueden ser líquidos o sólidos. Entre
los primeros, podemos citar combustibles como el queroseno, la
hidracina, el hidrógeno líquido o el metano, y oxidantes como el
tetróxido de nitrógeno o el oxígeno líquido.
Entre los propelentes bipropelentes sólidos también hay gran
variedad de combustibles, como el polvo de magnesio, de aluminio
o de zirconio; los oxidantes pueden ser el nitrato de amonio, el
perclorato de sodio o sustancias similares.
Pero los propergoles también pueden estar compuestos por un
único componente (monopropelentes), no siendo necesario
suministrar el oxidante. Como ejemplo, podemos citar el
nitrometano.
Otro tipo de propergoles son los hipergólicos, cuyos componentes
se inflaman al entrar en contacto sin necesidad de un sistema de
encendido. Un ejemplo de propergol hipergólico es la combinación
de dimetilhidracina asimétrica y tetróxido de nitrógeno, utilizado por
el cohete ruso Proton.
Si bien la reacción energética que alimenta a la gran mayoría de los
motores cohete es de origen químico, nada impide que proceda de
otras fuentes. Por ejemplo, desde hace unos años se están
enviando al espacio sondas y satélites propulsados por motores
iónicos, en los que un campo eléctrico acelera una corriente de
iones (moléculas o átomos con carga eléctrica) para crear un
empuje muy pequeño pero de muy larga duración en el tiempo,
consiguiéndose así altas velocidades finales. También se ha
investigado mucho en los motores nucleares térmicos, en los que el
oxidante es sustituido por un reactor nuclear de fisión que calienta el
combustible (o masa de reacción, también llamado fluido de trabajo)
a temperaturas mucho mayores que las que son capaces de
alcanzar los motores cohete químicos, lo que se traduce en una
mayor velocidad de los gases expulsados. Otras ideas que manejan
los ingenieros son los motores nucleares pulsantes, los motores de
plasma, los eléctrico-nucleares, etc.
Más adelante volveremos sobre todos estos y otros conceptos e
ideas y profundizaremos en ellos. Ahora vamos a hacer un poco de
historia.
BREVE HISTORIA DE LA COHETERÍA Y LA
ASTRONÁUTICA
 
Como en tantas otras ramas de la ciencia, fue en la antigua Grecia
donde se dieron los primeros pasos en la aplicación práctica del
principio de la acción-reacción. Ya en el año 400 a.C., el pitagórico
Arquitas logró impulsar un pájaro de madera a lo largo de una
cuerda usando para ello la fuerza del vapor de agua.
Más tarde, en el siglo I a.C., Herón de Alejandría inventó la eolípila,
una máquina formada por una cámara de aire esférica o cilíndrica
dotada de unos tubos curvos opuestos a través de los que se
expulsa vapor. La fuerza resultante de esa expulsión hace que el
mecanismo comience a girar.

Pólvora y cohetes

Pero el siguiente avance llegó del lejano oriente. Fueron alquimistas


chinos del siglo IX d.C. los que descubrieron accidentalmente la
pólvora (según parece, mientras buscaban el elixir de la eterna
juventud) y con ello cambiaron el mundo para siempre. No tardaron
demasiado en aparecer los primeros cohetes o flechas de fuego,
pues la existencia de estos artilugios está atestiguada desde el siglo
X, y el uso militar más antiguo registrado de proyectiles-cohete
ocurrió en 1232 en Kaifeng, provincia de Henan, cuando los
defensores de la ciudad los emplearon para hacer frente a los
mongoles.{3}
Fueron precisamente los mongoles los que dieron a conocer la
pólvora en Europa usándola contra los húngaros en 1241. Poco
después, en 1248, Roger Bacon hace una referencia a esta
sustancia en uno de sus trabajos (Epistola de secretis operibus Artis
et Naturae, et de nullitate Magiae). A comienzos del siglo XIV, el
monje alemán Berthold Schwarz fue el primer europeo en emplear
pólvora para impulsar un proyectil, aunque por esa misma época los
árabes ya la habían usado con ese mismo fin en la península
ibérica, según se desprende de la crónica del rey Alfonso XI de
Castilla (1221-1284) sobre el sitio de Algeciras (1343):
“(…) tiraban [los árabes] muchas pellas [bolas] de hierro que las
lanzaban con truenos, de los que los cristianos sentían un gran
espanto, ya que cualquier miembro del hombre que fuese
alcanzado, era cercenado como si lo cortasen con un cuchillo (…)”
En 1334 se fabricaba pólvora en Inglaterra y en 1340 también se
producía en Alemania. En cuanto a los cohetes, parece ser que fue
en el sitio de Chioggia (Italia) en 1379, donde se usaron unas
primitivas flechas propulsadas llamadas rochetta (de donde deriva el
alemán Rakete y el inglés rocket, término que aparece en esa
lengua por primera vez en 1611).
Hubo que esperar al siglo XVI para ver avances significativos,
salidos de la fructífera mente del ingeniero militar austriaco Conrad
Haas (1509-1576), que entre 1529 y 1556 escribió un libro titulado
Kunstbuch (“Libro del Arte”, descubierto en Rumanía en 1961). El
Kunstbuch es un tratado sobre artillería y balística que se contiene
brillantes y modernas ideas sobre cohetería. En el libro, Haas
incluyó detallados diseños de cohetes de dos y tres etapas, disertó
sobre las distintas mezclas de sustancias propulsoras, habló del uso
de combustibles líquidos y de aletas estabilizadoras, etc. (ver
ilustración bajo estas líneas).

Los cohetes de Haas

Por desgracia el trabajo de Haas cayó en el olvido y habría que


esperar hasta 1650, año en el que el fabricante de fuegos artificiales
alemán Johann Schmidlap construyó el primer cohete de varias
etapas con el que se podían alcanzar notables altitudes. Poco
después, en 1668, el coronel prusiano Christoph von Geissler
realizó experimentos con cohetes militares cerca de Berlín, llegando
a desarrollar un cohete de 70 kilos capaz de transportar una carga
de 8 kilogramos de pólvora.
Todos estos pequeños pasos carecían de una base científica
rigurosa que explicase el comportamiento del cohete. No sería hasta
1686 cuando, de la mano de los trabajos de Isaac Newton, aquél
quedase explicado a través de su Tercer Ley del Movimiento: el
principio de acción y reacción.
Pero fuera de esporádicos y muy puntuales usos militares (en
especial en la India, donde el príncipe indú de Mysore, Haidar Ali,
llegaría a usar miles de cohetes contra la caballería inglesa en
1780), la ciencia de la cohetería no experimentó nuevos avances
hasta el año 1804, cuando el coronel británico William Congreve
(1772-1828), a partir de la experiencia de las guerras contra el reino
indú, desarrolló los cohetes que llevan su nombre y cuyo diseño
general podemos ver en la siguiente ilustración:

Fabricados en hierro, estos cohetes podían transportar cargas


explosivas o incendiarias de peso variable (desde 450 gramos a 11
kilos) con un alcance de hasta 3 kilómetros. Los británicos los
usaron contra Napoleón en 1806 (bombardeo de Boulogne-Sur-Mer)
y de forma masiva en 1807 en Copenhague, ciudad contra la que se
lanzaron más de 300 cohetes desde los navíos británicos,
ocasionando unas 5.000 víctimas. Más tarde, las tropas británicas
los emplearon también contra los estadounidenses (1814), otra vez
contra los franceses en Waterloo (1815) y contra los maoríes de
Nueva Zelanda.
El siguiente paso evolutivo de la cohetería vino de la mano de otro
británico, William Hale (1797-1870). En 1844 rediseñó el cohete
Congreve dotándolo de rotación (mediante unos orificios de escape
diseñados al efecto) para mantener la estabilidad del vuelo y
eliminando por tanto la necesidad de la larga caña o mástil de
guiado que se empleaba hasta entonces. Estos nuevos cohetes
podían alcanzar un peso de hasta 30 kilogramos y tuvieron su
bautismo de fuego en la Guerra Mexicana de 1846-48, en la que
Estados Unidos arrebató al antiguo virreinato español el 55% de su
territorio. Más tarde, los cohetes Hale fueron de nuevo utilizados en
la Guerra de Crimea (1853-1856), en la campaña española contra
Marruecos (1859-1860) y en la Guerra de Secesión norteamericana
(1861-1865). Finalmente, en 1870, los diseños de Hale fueron
oficialmente adoptados por la Navy británica.
 

Los padres de la astronáutica

Pero la consideración de los cohetes como el medio más idóneo


para lanzarse a la conquista del espacio se debe al físico,
matemático y profesor de escuela ruso Konstantin Eduardovitch
Tsiolkovsky (1857-1935). La pasión de Tsiolkovski por el vuelo
espacial parece que se debió a su fascinación por las obras de Julio
Verne. Desde 1883 estuvo investigando sobre la aplicación de los
cohetes a los vuelos interplanetarios, trabajos que volcó en sus
visionarios libros Consideraciones sobre la tierra y el espacio (1895),
Exploración del espacio cósmico por medio de aparatos a reacción
(1896), La exploración del espacio cósmico por medio de los
motores de reacción (1903) o El avión cohete (1930).

Tsiolkovski sentó las bases de la moderna astronáutica. En su libro


de 1895 escribió:
“El hipotético satélite de la Tierra sería como una luna, pero
dispuesto a voluntad mucho más cerca de nuestro planeta; bastaría
que estuviera fuera de la atmósfera, a una distancia de 300 vertsas
[320 kilómetros] por lo menos.”
Consideraba que los propergoles líquidos eran los más adecuados
para los cohetes espaciales y, en concreto, proponía la combinación
de hidrógeno y oxígeno líquidos. Estableció entre otras muchas
cosas la relación de masas en los cohetes (la relación entre carga
útil y combustible) y, derivada de esta, la fórmula fundamental de la
astronáutica, la conocida como ecuación del cohete:

Esta ecuación nos da la velocidad final de un cohete (DeltaV) como


resultado de multiplicar el logaritmo natural o neperiano de la razón
de masas por la velocidad de los gases expulsados. Que nadie se
asuste porque volveremos más adelante sobre esta y otras
ecuaciones.
En 1920 consideró que los cohetes de varias fases eran los más
adecuados para la conquista del espacio. También diseñó bocetos
de estaciones orbitales dotadas de gravedad artificial por rotación,
con sistemas de regeneración de aire biológicos.
Tsiolkovski murió en 1935 pero antes, en agosto de 1933 pudo ver
como parte de sus sueños se convertían en realidad cuando el
pequeño cohete ruso GIRD 09, propulsado por oxígeno líquido y
gasolina gelatinizada, alcanzó los 1.500 metros de altura. El GIRD
09 fue diseñado por M. K. Tijonravov (1900-1974), que intervendría
en los programas Sputnik y Vostok. Aquí podemos verlo en una foto
de la época:
Mientras tanto, en el resto del mundo también se estaban
produciendo avances. En los Estados Unidos, el profesor Robert
Hutchings Goddard (1882-1945) inició en 1909 una amplia
investigación teórica sobre dinámica de cohetes. Sus trabajos
demostraron definitivamente que un cohete podía funcionar sin
problemas en el vacío del espacio y que, de hecho, el medio
atmosférico reducía el rendimiento de los motores cohete debido a
la humedad. Pese a todas las incomprensiones y problemas, el 16
de marzo de 1926 Goddard consiguió lanzar desde Auburn
(Massachusetss) el primer combustible líquido del mundo. Fue, sin
embargo, un logro discreto, pues la altitud máxima alcanzada por el
ingenio (ver imagen siguiente) fue de 56 metros de altura, con una
duración del vuelo de 2,5 segundos a una velocidad media de 103
km/h.
En la siguiente ilustración podemos ver con más detalle la peculiar
forma de este cohete, con la tobera en la parte superior. En realidad,
se trata de un diseño bastante eficiente en el que el motor cohete no
“empuja” el vehículo, sino que “tira” de él, como haría una
locomotora.
Goddard siguió con su trabajo en los siguientes años y en marzo de
1935 logró lanzar un cohete de 4,5 metros de longitud que alcanzó
una altitud de 1.463 metros a una velocidad media de 885 km/h,
recorriendo una distancia de casi 4.000 metros. En 1942, Goddard
fue nombrado director de investigación de la Oficina de Aeronáutica
de la Armada de los EEUU y poco antes de morir, en 1945, director
de la American Rocket Society.
Pero los trabajos de Goddard en Estados unidos, o los de Serguéi P.
Korolev y V. P. Glushko en la URSS, palidecían ante los tremendos
avances que en materia de cohetería se dieron en la Alemania de
entreguerras. Allí destaca la figura de Hermann Julius Oberth (1894-
1989), que es considerado, junto a Tsiolkovsky y Goddard, como
uno de los tres padres de la astronáutica.

Fascinado como otros por la obra de Julio Verne (se dice que llegó a
aprenderse de memoria De la Tierra a la Luna), con apenas catorce
años construyó su primer cohete en miniatura, desarrollando
también la idea del cohete de varias etapas.
Con los años, su pasión por los cohetes fue a más, lo que le llevó a
abandonar la carrera de medicina y a estudiar física en las
universidades de Munich (1919), Göttingen y Heidelberg donde, en
1922, presentó una tesis titulada Die Rakete zu den
Planetenräumen (“Los cohetes hacia el espacio interplanetario”).
Este trabajo fue rechazado por las autoridades académicas al
considerarlo “utópico”, lo que decidió a Oberth a abandonar la
universidad y a publicar su tesis por su cuenta en 1923. Sus ideas
tuvieron mejor acogida en la universidad de Cluj (Rumanía) donde
obtuvo su doctorado ese mismo año.
El libro de Oberth sirvió de inspiración a un grupo de entusiastas
que, en junio de 1927, fundaron la Verein für Raumschiffahrt
(“Sociedad del vuelo espacial”) Entre los socios, además de Oberth,
estaban pioneros del motor cohete como Willy Ley, Johannes
Winkler, Eugen Sänger, Klaus Riedel y Maximilian Valier. En 1930
ingresó en la Verein un joven y brillante alumno de Oberth en la
Universidad Técnica de Berlín llamado Wernher von Braun (1912-
1977), también cautivado por los relatos de Julio Verne y H. G.
Wells.
En 1928, antes de que la Verein für Raumschiffahrt hubiese lanzado
un solo cohete, Oberth aceptó el papel de asesor técnico para una
película de Fritz Lang titulada Frau im Mond (“La mujer en la Luna”).
Lang pretendía que Oberth construyese un cohete de combustible
líquido que sería lanzado como parte de la campaña publicitaria de
la película, pero el proyecto resultó ser demasiado ambicioso y no
llegó a concluirse, aunque sirvió a la Verein para tratar de resolver
determinados aspectos técnicos de aquella nueva y prometedora
tecnología.
Entre 1929 y 1932 Oberth y sus colaboradores experimentaron con
cohetes en un abandonado campo de tiro del Ejército en las
cercanías de Berlín y que fue pomposamente bautizado como
Raketenflugplatz o “campo de vuelo de cohetes”. Allí se ensayaron
los pequeños cohetes Mirak (derivado de Minimum Rakete) y los
Repulsor, salidos del genio de Klaus Riedel (1907-1944). En mayo
de 1931, uno de estos últimos alcanzó una altura de 1.600 metros.
La crisis económica que sacudió a Alemania tras el crack de 1929
dejó a la Verein sin recursos, a lo que se sumaron los problemas
legales para sus ensayos de vuelo. Pero entonces entró en escena
el ejército alemán. En 1932 se realizó una demostración ante varios
oficiales en el campo de pruebas de Kummersdorf. El resultado fue
discreto, pero suficiente para los militares, que se ofrecieron a
financiar los trabajos de la Verein. La mayoría de los socios
rechazaron el apoyo castrense, pero von Braun sí lo aceptó y como
consecuencia comenzó a trabajar por su cuenta con apoyo militar,
que fue creciendo con el tiempo. Finalmente, en abril de 1937, ya
con los nazis en el poder, von Braun y los suyos se instalaron en
unos laboratorios secretos en Peenemünde, en la isla de Usedom
(en la costa báltica).
Oberth también colaboraría con von Braun en Peenemünde en el
proyecto V-2, pero pronto dejó el complejo para trasladarse a otro en
el que trabajó en el campo de los misiles antiaéreos de combustible
sólido. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945),
Oberth residió en Suiza y en Italia. En 1953 publicó el libro
Menschen im Weltraum (“Hombres en el espacio”), en el que
describía ideas como los telescopios espaciales, las estaciones
orbitales, las naves de propulsión eléctrica y otros temas. Más tarde,
en esa misma década, presentaría propuestas para catapultas
lunares y aeronaves de nuevo diseño mientras trabajaba con von
Braun en Estados Unidos, país en el que residió hasta 1962, siendo
consultor técnico de la compañía aeroespacial Convair en el
proyecto del cohete Atlas. Tras su retiro se estableció
definitivamente en Alemania, donde fallecería en 1989, a los 95
años de edad, y tras ver cumplidos muchos de sus sueños
espaciales.
Pero si hay una figura mediática y polémica en el desarrollo de la
astronáutica del siglo XX, esa no es otra que la de Wernher von
Braun. Ya nos hemos referido antes a sus primeros pasos en la la
Verein für Raumschiffahrt, su posterior fichaje por el ejército alemán
y su traslado a Peenemünde para seguir con el desarrollo de sus
cohetes.

Miembro de las SS desde 1940, von Braun y su equipo lanzaron en


octubre de 1939, el A-5, el primer cohete moderno dotado de un
mecanismo de guía giroscópica. El cohete, una versión a pequeña
escala del futuro misil V-2, pesaba 900 kilogramos, medía 5,82
metros de alto y estaba propulsado por oxígeno líquido y un 75% de
alcohol. El ensayo fue todo un éxito, pues el cohete alcanzó una
altitud de 8,8 kilómetros. Tras ello, la Oficina de Armamento del
Ejército encargó al equipo de von Braun el desarrollo de un cohete
de 275 kilómetros de alcance con una cabeza de combate de una
tonelada: el A-4. Los primeros dos vuelos en 1942 terminaron en
fracaso, pero el tercer vuelo, el 3 de octubre de ese mismo año, fue
perfecto y el A-4 alcanzó una altitud de 85 kilómetros, cayendo a
190 kilómetros de la plataforma de lanzamiento. Von Braun,
entusiasmado, consideró ese día como el del nacimiento del primer
cohete espacial.
El A-4 era un gran cohete de 14 metros de altura, un diámetro de
1,65 metros, una envergadura de 3,56 metros y 12,5 toneladas de
peso. Tenía un alcance efectivo de 320 kilómetros y una carga útil
de 980 kilogramos de alto explosivo. Podía alcanzar los 88
kilómetros de altitud en una trayectoria de largo alcance y 206
kilómetros de altitud en lanzamiento vertical, a una velocidad
máxima de 5.760 km/h. Estaba propulsado por 3.810 kilogramos de
una mezcla al 75% de etanol y 25% de agua, y por 4.910 kilogramos
de oxígeno líquido.

Pese al ataque de la RAF británica sobre Peenemünde en agosto de


1943, von Braun y su equipo prosiguieron sus trabajos en las
instalaciones subterráneas de Mittelwerke, muy cerca de la ciudad
de Nordhausen (Turingia, Alemania). Allí mejoraron el misil,
diseñaron las plataformas móviles de lanzamiento del A-4 y
organizaron la producción en masa del cohete, rebautizado como
Vergeltungswaffe 2 (“arma de represalia número 2”) –más conocido
como V-2–, tarea para la que se emplearon a más de 50.000
trabajadores forzosos y prisioneros de guerra.
El 8 septiembre de 1944 cayó sobre Londres el primero de los 1.400
misiles V-2 que, hasta marzo del año siguiente, se lanzaron sobre el
Reino Unido, de los que impactaron sobre su objetivo 1.054. La
producción total de V-2 superó las 10.000 unidades antes del final
de la guerra.
El equipo de von Braun diseñó también el A-4b, dotado con alas en
flecha y timones aerodinámicos más largos, con un alcance de 750
kilómetros, y el A-9/A-10, un misil de dos fases cuyo tamaño era el
doble del A-4 y que, con su alcance de 4.800 kilómetros, habría sido
el primer misil balístico intercontinental.

En los últimos días de la guerra, y ante el peligro de caer en manos


soviéticas, von Braun decidió que su futuro pasaba por entregarse a
los norteamericanos, cosa que hizo junto a 500 científicos de su
equipo, así como con abundante documentación y material.
Ya en Estados Unidos, y tras diversas reticencias, von Braun
empezó a trabajar con las fuerzas armadas norteamericanas en el
desarrollo de misiles y su pasado nazi fue dejado en cuarentena. En
1950, su equipo y él fueron trasladados desde White Sands (Nuevo
México) al arsenal de Redstone, cerca de Huntsville (Alabama),
donde construyeron para el ejército los cohetes Redstone usados
después por la NASA para los primeros lanzamientos del programa
tripulado Mercury. En 1955 von Braun obtuvo la nacionalidad
estadounidense. Poco después se convertiría en el director de la
División de Operaciones de Desarrollo de la Agencia del Ejército de
Misiles Balísticos (ABMA), desarrollando el misil Júpiter-C a partir
del Redstone.
Sus propuestas para utilizar sus diseños con el objetivo de lograr
que los EE.UU. fuesen el primer país en situar un satélite artificial en
el espacio fueron desoídos hasta que el exitoso lanzamiento del
Sputnik por la URSS en octubre de 1957 y el fracaso del programa
Vanguard de la Marina norteamericana en diciembre hicieron
cambiar la situación. El 31 de enero de 1958, un cohete Júpiter-C,
lanzado desde Cabo Cañaveral, ponía en el espacio el primer
satélite artificial estadounidense, el Explorer 1.
En 1960, la ABMA fue transferida a la NASA y allí von Braun se hizo
cargo, como director del Centro de Vuelo Espacial Marshall, del
diseño y construcción de los cohetes Saturno del programa lunar
Apolo, que culminaría con el histórico alunizaje del Apolo 11 en el
Mar de la Tranquilidad el 19 de julio de 1969.
El primer modelo de la familia, el Saturno I, era un diseño de la
ABMA inicialmente conocido como Juno V, un cohete –el primero
norteamericano de motores múltiples– de dos fases de casi 46
metros de altura capaz de poner 10 toneladas en LEO{4}.
Aunque poderoso, el Saturno I empequeñecía frente a su hermano
mayor, el Saturno V, un monstruo de tres fases de 110 metros de
alto y 2.800 toneladas de masa capaz de poner en órbita baja hasta
120 toneladas de carga, propulsado por queroseno y oxígeno líquido
en sus dos primeras etapas y por hidrógeno y oxígeno líquidos en la
tercera. El Saturno V ha sido el cohete más poderoso construido
hasta el día de hoy.

Tras el fin del programa Apolo en 1972, von Braun dejó la NASA y
trabajó para Fairchild Industries pero, afectado por un cáncer de
colon, se vio obligado a retirarse en diciembre de 1976, muriendo
seis meses después.
El gran antagonista de von Braun durante la llamada “carrera
espacial” de los años 60 del siglo XX fue Serguéi Pávlovich Koroliov
(1907-1966). Durante años su identidad fue un secreto de estado en
la Unión Soviética, donde era conocido simplemente como el
“Diseñador Jefe”. En esta fotografía aparece junto a un uniformado
Yuri Gagarin (1934-1968, de uniforme), el primer hombre que orbitó
la Tierra el 12 de abril de 1961.

Koroliov se formó como diseñador aeronáutico, pero destacó sobre


todo en la organización, integración del diseño y planificación
estratégica. En 1931 fue miembro fundador del Grupo de
Investigación de Propulsión a Reacción (GIRD), uno de los centros
financiados por el estado para el desarrollo de cohetes, y en 1934
publicó Vuelo en cohete a la estratosfera. Pero en 1938 Koriolov fue
víctima de las purgas de Stalin (como consecuencia de una
denuncia de Valentín Glushkó) y pasó seis largos años en un gulag
siberiano. Sin embargo, las necesidades de la URSS durante la
guerra contra Alemania obligaron a reabrir su caso y a rehabilitarlo
de modo parcial, de modo que se reincorporó a tareas de diseño en
la industria militar aeronáutica. En 1945, ya definitivamente
indultado, fue enviado a Alemania para recopilar toda la información
posible sobre el V-2.
Con la información y material recogido, así como con la forzada
ayuda de 5.000 técnicos y trabajadores alemanes enviados a la
URSS, Koroliov y su equipo pudieron construir el R-1, una réplica
del misil alemán que fue lanzado por primera vez en 1947. Se
lanzaron 11 de estos cohetes, pero sólo 5 tuvieron éxito.
En 1947 el grupo de Koroliov (denominado NII-88) empezó a
trabajar en diseños más avanzados. Así, el R-2 tenía el doble de
alcance que el V-2, y fue el primer misil en utilizar una cabeza de
combate separable. A éste le siguió el R-3, que tenía un alcance de
3.000 kilómetros, pero los problemas de Glushkó para desarrollar
motores con suficiente empuje llevaron a la cancelación del proyecto
en 1952. Buscando disponer de misiles con capacidad para lanzar
las pesadas bombas atómicas soviéticas sobre las potencias
enemigas, los técnicos desarrollaron el R-5 (conocido por la OTAN
como SS-3 Shyster), un misil de alcance medio (1.200 kilómetros)
que fue probado en 1953.
Finalmente, el primer ICBM (misil intercontinental) de la historia
sería el R-7 (SS-6 Sapwood para la OTAN), un cohete de dos fases
de 34 metros de altura y 280 toneladas de peso capaz de enviar una
carga útil de 5.400 kilogramos a una distancia de 7.000 kilómetros.
Tras varios fallos, el primer lanzamiento exitoso se realizó en agosto
de 1957.
El R-7 era tan poderoso que era obvio que podía ser empleado para
misiones espaciales. Así, el 4 de octubre de 1957 fue el encargado
de poner en órbita el primer satélite artificial de la Humanidad, el
Sputnik I. Tres años y medio después, en abril de 1961, otra variante
de este cohete enviaría al espacio la cápsula Vostok con Yuri
Gagarin, el primer hombre en orbitar la Tierra, en su interior. Y de
este lanzador derivaría toda una familia de cohetes, que sigue en
activo con el modelo Soyuz.
Koroliov también dirigió los esfuerzos del programa lunar soviético,
para el que fue preciso desarrollar las exitosas cápsulas Soyuz y el
menos afortunado supercohete N-1, de 105 metros de alto y 2.700
toneladas de peso, capaz de lanzar 90 toneladas a una órbita
terrestre baja, siendo solo un poco mas bajo que el Saturno V.
Saturno V y N1

Pero el programa lunar nunca tuvo el apoyo político necesario para


llevarlo a buen puerto. Koroliov murió repentinamente en 1966 a la
edad de 59 años –debido a problemas de salud causados por su
dura estancia en el gulag– sin haber logrado encauzar el proyecto,
que en los años siguientes tuvo que enfrentarse a múltiples
problemas tecnológicos y financieros que retrasaron el desarrollo del
N-1. Las pruebas fallidas con el cohete se sucedieron y finalmente,
tras la victoria estadounidense en la carrera lunar en 1969, la URSS
terminó por aparcar el proyecto.
 

Y después de la Luna…

Con la llegada del hombre a la Luna, la astronáutica salió de las


primeras páginas de los medios, pero no por ello se detuvo. En
Estados Unidos se iniciaron los programas Skylab (la primera
estación orbital norteamericana, 1973-1979) y STS (Space
Transportation System), que tuvo como fruto el desarrollo las
primeras naves espaciales parcialmente reutilizables, los
transbordadores (shuttle) Columbia, Challenger, Discovery, Atlantis y
Endeavour, que protagonizarían un total de 135 misiones entre 1981
y 2011. Dos de estos aparatos, el Challenger (1983) y el Columbia
(2003) sufrieron accidentes que costaron la vida a la totalidad de sus
tripulaciones, elevando a un total de 15 el número de astronautas
norteamericanos fallecidos desde 1967, año en que los tres
primeros tripulantes del Apolo 1 murieron en un incendio en la
cápsula durante un entrenamiento.
Los soviéticos también sufrieron pérdidas humanas en el transcurso
de la carrera espacial. Además de las víctimas ocasionadas entre el
personal técnico por fallos y explosiones de cohetes durante las
maniobras de despegue, cuatro astronautas de la URSS fallecieron
por problemas durante el retorno a Tierra en las misiones Soyuz 1
(1961) y Soyuz 11 (1967).
La NASA también se embarcó desde los años 70 en un intensísimo
programa de exploración planetaria que la ha llevado a enviar
misiones robóticas a todos los planetas del Sistema Solar, en
especial a Marte, Júpiter y Saturno. Actualmente está redefiniendo
su programa tripulado de la mano del vehículo Orión (en
colaboración con la ESA) y de un lanzador pesado dentro del
proyecto SLS. En EE.UU. también destaca la actividad de empresas
privadas que están construyendo sus propios lanzadores (como
SpaceX o Blue Origin) y los proyectos de lanzamientos turísticos
suborbitales.
La ESA europea, que inició sus actividades a finales de los años 70,
igualmente tiene un interesante y completo programa científico, que
incluye sondas en Marte, la Luna, Venus, Mercurio y Júpiter. En
menor medida, otras agencias, como la JAXA japonesa o la ISRO
de la India, disponen de sus propios programas de investigación y
de sus propios lanzadores.
La URSS, tras la llegada de los norteamericanos a la Luna, centró
sus esfuerzos en las misiones a Venus y en la construcción de
laboratorios orbitales de uso principalmente militar, esfuerzo que
culminó con la puesta en órbita de la estación modular Mir, que con
sus 130 toneladas y siete módulos fue, entre 1986 y 2001, el mayor
vehículo espacial salido de manos humanas.
Tras el fin de la Guerra Fría y el colapso de la URSS, la Mir sirvió de
“campo de pruebas” para la colaboración espacial entre Rusia y
Estados Unidos de cara a la construcción de la Estación Espacial
Internacional (ISS), laboriosamente montada entre 2000 y 2011 por
Rusia, Estados Unidos, los países europeos de la ESA, Canadá y
Japón. La ISS es, de momento, con 450 toneladas, 837 metros
cúbicos habitables y seis tripulantes, el mayor logro de la ingeniería
espacial desde el programa Apolo.

Como hemos visto en las líneas precedentes, la relación entre el


mundo militar y el astronáutico ha sido desde sus orígenes muy
estrecha, y lo sigue siendo. Los primeros lanzadores espaciales de
EE.UU. y de la URSS no eran sino versiones modificadas de sus
más poderosos misiles de alcance medio (IRBM) e
intercontinentales (ICBM). Los más modernos satélites de
observación de la Tierra y los telescopios espaciales son herederos
directos de los satélites espía, y la tecnología rusa de las estaciones
orbitales Salyut y Mir de los años 80 y 90 del pasado siglo no era
más que una adaptación de programas previos como el de las
estaciones espía tripuladas Almaz, a su vez inspirado en el
programa MOL estadounidense de los años 60. Programas como el
del supercohete ruso Energía de finales de los años 80, el del
transbordador espacial norteamericano (en parte derivado del
programa Dyna Soar de la USAF) y su versión soviética, el Burán,
estaban directamente vinculados a programas militares.
Y no hablemos ya de programas que finalmente no se llevaron a
cabo como la Iniciativa de Defensa Estratégica del presidente
Reagan o las estaciones orbitales de combate soviéticas Skif. El
actual programa espacial tripulado de China no es sino una parte de
su programa militar, como ocurre a mucha menor escala en Corea
del Norte, en Irán o en Israel. Sólo en los casos de la ESA y de la
JAXA puede hablarse de programas espaciales principalmente
civiles.
Sobre estas agencias, misiones y programas volveremos más
adelante con más detalle.
LA RAZÓN DE MASAS, EL IMPULSO
ESPECÍFICO Y OTROS CONCEPTOS
 
En general, el público profano en temas astronáuticos suele
asombrarse de lo mucho que tardan las naves interplanetarias en
llegar a su destino. Acostumbrado a la rapidez y casi instantaneidad
de las comunicaciones terrestres, e influidos por las películas y
series televisivas de ciencia-ficción –en las que los más lejanos
viajes, no ya interplanetarios sino interestelares, consumen apenas
unas pocas horas en las aventuras de los protagonistas–, el
ciudadano medio queda desconcertado cuando se entera de que la
última sonda lanzada a Júpiter tardará siete años en alcanzar el
planeta gigante, o más de una década en llegar a las cercanías de
un cometa de nombre impronunciable. Tampoco acaba de entender
muy bien la necesidad de que una nave que se dirija al Sol tenga
que pasarse antes por Júpiter, o que una sonda con destino a
Saturno tenga que visitar Venus para “coger velocidad”. Ante esto,
ese ciudadano aplica el sentido común y se pregunta «Oigan, ¿por
qué no mandan la nave directamente al planeta en cuestión? ¿Y por
qué tarda tanto? ¿No pueden hacer que vaya más deprisa?»
Pues no. Las cosas no son tan sencillas en ingeniería espacial. Lo
primero, el común de la gente no es consciente de la inmensidad de
las distancias que deben cubrir las naves espaciales. Cuando en un
medio de comunicación se dice: «La nave X ha recorrido 1.500
millones de kilómetros en los siete años que ha tardado en llegar a
su destino» sin añadir nada más, casi nadie repara en que esa
millonaria distancia equivale a 3.900 veces la que separa la Tierra
de la Luna, o a 1.428.570 veces la distancia que separa Madrid de
París. Vamos, que para cubrir esa distancia en un lujoso BMW a 200
km/h serían precisas 7.500.000 horas, que es lo mismo que decir
312.500 días u 856 años... Si, en lugar de un BMW, viajáramos en
un cazabombardero a 2.000 km/h, “sólo” tardaríamos una vida
humana (85 años).
Así pues, está claro que las naves espaciales necesitan viajar
deprisa. Para cubrir esos 1.500 millones de kilómetros en línea recta
en 7 años es preciso viajar a 24.400 km/h. Pero si se quiere mandar
astronautas a esa distancia en un tiempo psicológicamente
razonable (digamos 8 meses), tendríamos que ser capaces de
acelerar la nave a una velocidad media de 260.400 km/h (es decir,
1.300 veces más rápido que el BMW del párrafo anterior), algo de lo
que todavía no somos capaces. Y eso sin contar el viaje de vuelta.
Otra cosa que también confunde al ciudadano habitualmente ajeno
a los intríngulis de la astronáutica es la creencia (derivada de lo
experimentado con vehículos terrestres y aviones, y de los siempre
espectaculares lanzamientos de cohetes), de que los motores
cohete convencionales permiten acelerar de forma casi ilimitada un
vehículo espacial a través del simple expediente de añadir más
combustible.
Por supuesto, ello no es así. No puede incrementarse sin solución
de continuidad la relación carga útil/combustible, que es lo que se
conoce como razón de masas.
La razón de masas determina la carga útil y está directamente
relacionada con el tipo de propulsión que se emplee. Para aumentar
la velocidad de un vehículo espacial hay dos alternativas: o bien
reducimos la carga útil para cargar más combustible o bien se
emplea un sistema de propulsión que genere más impulso con la
misma cantidad de combustible.
Lógicamente, la segunda alternativa es la mejor: cuanto mayor sea
la velocidad de la masa de reacción expulsada por la tobera (es
decir, cuanta más energía acumule), más baja será la razón de
masas y mejor rendimiento tendrá el sistema. Dicho de otra forma,
necesitamos un sistema de propulsión más eficiente. Y para
describir la eficiencia de un motor cohete o de un reactor se emplea
el concepto de impulso específico (Isp), esto es, la cantidad de
empuje producida por unidad de masa de propelente que se escapa.
El impulso específico se expresa en segundos ya que muestra la
cantidad de tiempo durante el cual el propelente puede entregar un
empuje igual a su masa inicial. Su formulación más sencilla es:
Isp = V*9,8
Donde V es la velocidad de los gases de la tobera y la constante 9,8
es la gravedad.
Vamos a aclararlo con unos ejemplos.
Actualmente, la combinación de sustancias propulsoras más potente
que se emplea en los cohetes químicos avanzados –como el Ariane
5 o el ya jubilado transbordador espacial– es la formada por oxígeno
e hidrógeno líquidos, cuya velocidad de salida del chorro es de 4,5
km/s (4.500 metros por segundo). Esto supone que el impulso
específico proporcionado por esos motores de 459 segundos
(4.500/9,8 = 459,18). Existe una reacción química todavía más
energética, la del hidrógeno líquido y el flúor líquido (un máximo
teórico de 7 km/s, lo que da un impulso específico de 714
segundos), pero no se emplea porque da como resultado el
altamente peligroso ácido fluorídrico.
En teoría, con sistemas nucleares térmicos basados en la fisión y
empleando hidrógeno líquido como masa de reacción podrían
conseguirse velocidades de chorro del orden de los 9-10 km/s, lo
que supondría impulsos específicos del orden de los 1.000
segundos. De momento, esta tecnología –muy estudiada– todavía
no se ha aplicado en naves espaciales, aunque sin duda deberá ser
empleada en futuras misiones tripuladas a Marte.
Empujes específicos más altos podrían conseguirse con otros tipos
de motores nucleares, como los de americio o los de núcleo líquido,
pero todavía queda mucho por investigar. También altos son los
empujes específicos de los sistemas de propulsión iónica, ya
probados en varias sondas, pero su bajo empuje “bruto” hace que la
aceleración sea muy lenta. El sistema de propulsión ideal debe
combinar alto empuje con alto impulso específico.
Vamos a ver un caso práctico. Supongamos, siguiendo el ejemplo
que ponen Joel Davies y Robert L. Forward en su libro Explorando
el mundo de la antimateria (1990), que deseamos mandar una
sonda automática con 100 kilogramos de carga útil (instrumental
científico, sistemas de posicionamiento, telecomunicaciones y
suministro eléctrico) a los anillos de Saturno para que investigue su
composición, dinámica y características durante varios años.
Usaremos un combustible manejable y seguro, apto para misiones
de larga duración: hidracina y oxígeno líquido, que tiene una
velocidad de chorro de 3 km/s.
¿Qué cantidad de combustible debería llevar?
Lo primero que debemos averiguar es lo que se denomina
velocidad de misión o velocidad característica de misión es
decir, la suma total de los cambios de velocidad previstos durante la
duración de la misión. Este es un dato absolutamente fundamental
porque nos permitirá calcular la razón de masa (relación carga
útil/combustible) y determinar si es posible realizar la misión con la
tecnología disponible o no. En el caso de la misión que nos ocupa,
las maniobras y cambios de velocidad previstos serían estos:
1) salida de la órbita terrestre e inyección en trayectoria
interplanetaria;
2) cambio de velocidad para pasar del plano orbital de la Tierra al de
Saturno;
3) ajuste con la órbita de Saturno;
4) cambio de velocidad para ajustar la trayectoria al plano orbital de
los anillos de Saturno;
5) entrada en órbita del planeta;
6) maniobras de frenado para igualar la velocidad de la sonda a la
de los anillos.
7) otras maniobras operativas.
Una misión de este tipo tendría una velocidad de misión de 48 km/s.
Y, atención al dato, en esta cifra no se incluyen aceleraciones
adicionales para imprimir más velocidad a la nave y acortar el
trayecto. Se dará a la sonda el empuje preciso para salir de la órbita
terrestre e inyectarla en una órbita heliocéntrica que intercepte la de
Saturno. Es lo que se llama una órbita de transferencia
interplanetaria de baja energía u órbita de transferencia de
Hohmann{5}.
¿Qué combustible deberá llevar la nave para hacer frente a todos
estos requerimientos? En términos técnicos ¿qué razón de masa
será necesaria? Cojamos la calculadora y apliquemos esta fórmula:

e = 2,718
Ve = velocidad característica de misión
V = velocidad de los gases de la tobera
R = razón de masas
Así pues, dividimos la velocidad de misión entre la velocidad del
chorro de gases:
(Ve) => 48/3= 16
A continuación, cogemos la base de los logaritmos naturales o
neperianos (número “e”= 2,718) y la elevamos al número que hemos
obtenido antes:
(2,718)16= 8.871.381,14
Es decir, que la razón de masas de la misión, empleando la
combinación hidracina+oxígeno líquido, es de 8.871.381, o dicho de
otra forma, por cada kilo de carga (partíamos de una sonda de 100
kilogramos de carga útil) son necesarias... ¡8.871 toneladas de
combustible!
Evidentemente esto es un disparate. Veamos qué ofrecen con otros
combustibles. Ya puestos, apostemos por el hidrógeno y el oxígeno
líquidos:
Ve= 48/4,5= 10,6
luego
R= (2,718)10,6= 40.091
¿Cuarenta toneladas de combustible por cada kilo de carga?
Imposible. Probemos otra cosa. Empleemos hidrógeno líquido y el
flúor líquido y supongamos que desarrollamos motores que
alcancen velocidades de chorro de 6,5 km/s:
Ve= 48 / 6,5= 7,38
luego
R= (2,718)7,38= 1.602
1,6 toneladas por kilo. Eso da una masa total de 160 toneladas. Es
decir, la capacidad de carga de dos cohetes Saturno V o de 10
Ariane V ECA. Demasiado.
¿Y qué tal si usamos un motor nuclear térmico que nos proporcione
una velocidad de chorro de gases de 9,5 km/s?
Ve = 48/9,5= 5,05
luego
R= (2,718)5,05= 156
Bueno, 156 kilos de combustible por cada kilo de carga útil ya
parece más razonable, pero nuestro presupuesto es limitado y no
podemos comprar motores nucleares ni nada más eficiente que la
hidracina y el oxígeno líquido. Además, ya nos han dicho que el
único cohete lanzador que se nos va a facilitar es uno de tipo medio.
El peso total de la sonda no puede ser de más de 5.000 kilos ¿Qué
hacemos?
Si no queremos reducir la instrumentación científica, sólo queda una
solución: reducir la velocidad de misión. Si pudiéramos dejarla en
11,5 km/s, tendríamos:
Ve= 11,5/3= 3,83
luego
R= (2,718)3,83= 46
Es decir, 46 kilos de combustible por cada kilo de carga, o lo que es
lo mismo, una masa total de 4.600 kilos (46*100). Esto sí entra en el
presupuesto. Pero ¿cómo lo hacemos? Pues usando la técnica
conocida como asistencia gravitatoria.
La asistencia gravitatoria planetaria parte del principio de que en
torno a un planeta o satélite existe lo que se denomina esfera de
influencia, esto es, la zona cercana al planeta en la que su atracción
gravitatoria es más fuerte que la atracción de los otros cuerpos
(como el Sol). Todo objeto que, orbitando en torno al Sol, entre en la
“esfera de influencia” de otro cuerpo celeste, verá su órbita
drásticamente cambiada por la atracción gravitatoria del cuerpo
mayor. Este es el mecanismo que hace que cometas y asteroides
vean alteradas sus órbitas cuando se cruzan con las esferas de
influencia de los planetas.

La nueva órbita del objeto menor dependerá no sólo del tamaño de


la esfera de influencia (mayor cuanto más grande sea el planeta) del
cuerpo al que se aproxime, sino de elementos como su velocidad, la
inclinación de su órbita, de su mayor o menor proximidad al planeta,
etc. En resumen, unas pequeñas variaciones en las condiciones
iniciales del acercamiento del cuerpo de menor tamaño al de mayor
pueden variar de forma drástica el resultado final de la trayectoria.
Así pues, empleando este mecanismo gravitacional es posible
desviar la trayectoria de una astronave y/o acelerarla. Es el “truco”
empleado por todas las sondas que se han lanzado más allá de la
órbita de Marte en los últimos 40 años. Por supuesto, requiere de
una precisión extrema pues cualquier pequeño error puede terminar
mandando la nave a cualquier otro lugar. Por ejemplo, usando esta
“carambola” u “honda cósmica” una nave que se acerque a Júpiter a
una velocidad (relativa al Sol) de 9,36 km/s, puede ser acelerada
hasta los 16,17 km/s.
Gracias a la asistencia gravitatoria de uno o varios planetas
podríamos acelerar y dirigir nuestra sonda a los anillos de Saturno
empleando una relación de masas relativamente baja. Sólo
precisaríamos el combustible necesario para inyectar la nave en
órbita heliocéntrica y para las maniobras de aproximación. Pero para
todo lo demás (aumento/reducción de velocidad, cambio de plano
orbital, entrada en el “pozo gravitatorio” del objetivo...) usaríamos
asistencias gravitatorias. Incluso para el frenado podríamos usar la
siempre arriesgada maniobra del aerofrenado (usando las capas
exteriores de la atmósfera del planeta), cosa que ya se ha hecho en
Marte.
Cuestión adicional es que este tipo de maniobras también nos obliga
a emplear determinadas ventanas de lanzamiento, es decir,
debemos calcular las fechas en las que los planetas ocupan las
posiciones relativas adecuadas para la “carambola”.
En el futuro, cuando dispongamos de sistemas de propulsión más
energéticos (propulsión térmica nuclear, antipartículas, etc.), con
impulsos específicos de varios miles de segundos, podrán realizarse
viajes interplanetarios más cortos y directos pero, de momento, no
queda otra que jugar al billar cósmico para ir a dónde queremos ir.
VELOCIDADES CÓSMICAS, DELTA V Y
OTRAS COSAS RARUNAS
 
Repasando un poco lo que veíamos en el capítulo anterior,
aprendimos que, a la hora de planificar una misión espacial, un dato
fundamental era lo que llamábamos velocidad característica de
misión, que definíamos como la suma de todos los cambios de
velocidad necesarios para alcanzar el objetivo propuesto (inyección
en órbita, cambios de plano orbital, frenado, etc.).
Una vez conocido este dato, y determinado el tipo de combustible
propulsor que se iba a emplear (velocidad de los gases de la
tobera), podíamos determinar la razón de masas o relación entre
masa inicial (carga útil+estructura+propulsante) y la masa final
(carga útil+estructuras).
También aprendimos a calcular el impulso específico, esto es, el
rendimiento energético que proporciona el sistema de propulsión
seleccionado y que se mide en segundos. Cuanto más alto sea el
impulso, más rendimiento obtendremos del combustible.
En el caso práctico propuesto, suponíamos el envío de una sonda
de 100 kilos de carga útil a los anillos de Saturno. De los datos
obtenidos de los cálculos encontrábamos que, empleando
exclusivamente combustibles químicos en la misión, ésta se volvía
imposible, porque las razones de masa eran inmensas. La única
manera de que se pudiera realizar la misión era empleando el
mecanismo conocido como asistencia gravitatoria, en el que se usa
la gravedad de los planetas para acelerar, decelerar y/o cambiar la
trayectoria de una nave.
Si al final conseguíamos reducir la masa total de la nave a 4.600
kilogramos (razón de masas de 46) nos encontraríamos con un
artefacto en el que casi el 98% del total sería combustible, según la
fórmula:
Pf= 1-(1/R)
Donde R es la razón de masa y Pf es la fracción que supone el
propulsor.
Bien, vamos a ver ahora una ecuación muy famosa y que permite
responder a la siguiente pregunta:
«Supongamos que disparamos un cohete en el espacio hasta que
su combustible se agote totalmente. ¿Qué velocidad alcanzará?»
Pues basta con aplicar la llamada ecuación del cohete o DeltaV, que
ya citamos en otro capítulo:

donde,
n= número de etapas del cohete
V= velocidad de los gases de la tobera
Ln= logaritmo natural
R= razón de masas
Veámoslo con otro caso práctico: Disparamos un cohete de una sola
etapa, propulsado por hidrógeno y oxígeno líquidos, con una razón
de masas de 10. Cuando todo su combustible se haya quemado
tendremos que su DeltaV es de:
DeltaV= 1*[4500*Ln(10)]= 1*[4500*2,30]= 1*10361,63= 10.361,63
metros/segundo.
Es decir, nuestro cohete alcanzará una velocidad máxima de 10,37
km/s. Más que suficiente para alcanzar una órbita terrestre baja (400
kilómetros; DeltaV de 9,7 km/s).
Supongamos ahora que disponemos de un cohete con 2 etapas
desechables, idénticas en rendimiento y razón de masas. El
resultado sería:
DeltaV= 2*[4500*Ln(10)]= 2*[4500*2,30]= 2*10361,63= 20.723,27
metros/segundo.
O lo que es lo mismo: nuestro cohete alcanzará una velocidad
máxima de 20,72 km/s. A más etapas, más velocidad, pero
incrementando la razón de masa, según la fórmula inversa:

Donde,
e= 2,718
V= velocidad de los gases de la tobera
R= razón de masas
Sustituyendo, tenemos que R= 99,95 (en el caso del cohete de una
sóla etapa, R= 10).
En este caso, el combustible supondría el 99% de la masa total del
cohete. Como vemos, al incrementar el valor de DeltaV sin
incrementar el impulso específico del combustible la razón de masas
crece exponencialmente.
La utilidad del valor DeltaV es evidente y va más allá de saber a qué
velocidad se moverá el vehículo si quema todo el combustible, pues
nos permite conocer si la velocidad total que pueda desarrollar
nuestra nave es suficiente para hacer frente a la velocidad
característica de misión. Es por ello que se dice que para una misión
dada es necesario un DeltaV determinado.
En el caso del viaje a los anillos de Saturno, la suma de los cambios
de velocidad o velocidad de misión era de 48 km/s. Supongamos
que abordamos esta misión en el año 2025 y que para ella
disponemos de un motor nuclear electro-térmico de fisión basado en
el concepto MITEE (que describiremos más adelante), empleando
hidrógeno como masa de reacción (velocidad de chorro de gases de
17,66 km/s). Con la fórmula ya conocida:
Tenemos que R= 15,15 (es decir, el combustible supondrá un 93%
de la masa total)
Obteniendo el valor de DeltaV, tenemos que:

DeltaV= 48 km/s
Es decir, que con ese avanzado motor nuclear y una razón de
masas de 15,15 podríamos llevar a cabo dicha misión sin necesidad
de asistencias gravitacionales. Pero dado que la razón de masas
sigue siendo muy alta, también convendría en ese caso emplear la
técnica de la asistencia gravitatoria para que la nave fuese más
ligera.
Supongamos que, usando el mismo motor, maniobramos en las
esferas de influencia de Marte y de Júpiter para ganar más
velocidad y así reducimos la velocidad de misión a 20 km/s.
Tendríamos entonces que:
R= 3,10 (esto es, el combustible supondría el 68% del total del
vehículo)
DeltaV= 20 km/s
Pero si la razón de masas fuera de 4 en lugar de 3,10 tendríamos
que:
DeltaV= 24,48 km/s
Traducido, que con una razón de masas de 4 (lo que equivale a que
75% del total de la masa de la nave sería combustible) tendríamos
4,48 km/s adicionales que podríamos emplear en acortar la duración
del viaje.
Pero probemos con un sistema de propulsión con un impulso
específico más alto, en concreto con un motor iónico. El cálculo del
impulso específico para los sistemas de propulsión iónica se realiza
con esta fórmula:

Donde,
g= aceleración debida a la gravedad
q= carga eléctrica de un ión individual
m= masa del ión individual
Va= voltaje con el que se aceleran los iones
Supongamos que disponemos de una supernave espacial dotada de
un gran, avanzado y potente sistema iónico que nos proporcionara
una velocidad de chorro de 157 km/s con un empuje de 10.000
newtons{6} (requiriendo para ello una potencia eléctrica de ¡800
megavatios!). La razón de masas sería de:
R= 1,36
Es decir, el combustible supondría sólo el 26% de la masa total.
En este caso podríamos emplear una razón de masas mayor para
acortar el viaje en lo posible. Pongamos que elevamos la razón de
masa a 2 (la proporción del combustible sería del 50%), lo que nos
daría un DeltaV de:
DeltaV= 108,82 km/s
Pero claro, el empuje sería muy bajo (1.020 kilogramos fuerza o
10.000 newtons). Y dado que la nave sería muy grande (sólo el
sistema de propulsión tendría una masa de 400 toneladas), quizás
no nos saliera muy rentable la misión.
¿Qué? ¿Cómo va el capítulo? Fácil, ¿no?
Pues vamos a ver algunas variaciones de los conceptos vistos hasta
ahora que complicarán un poquito más las cosas.
Empecemos por el cálculo del DeltaV necesario para situarse en
órbita circular mínima desde cualquier cuerpo celeste:

Donde,
G= constante gravitatoria (0.00000000006673 ó 6,673e–11)
M= masa del planeta (en kilogramos)
Pr= radio del planeta (metros)
Ejemplo: calcular el DeltaV mínimo necesario para que un proyectil
de vueltas a la Tierra a “altitud cero”:
Masa de la Tierra= 5,9742e+24
Radio de la Tierra= 6,378.14e+6
Luego,

es decir, 7.906 m/s (7,9 km/s). Esta velocidad es conocida como


primera velocidad cósmica.
También puede calcularse, de modo más sencillo, así:

Esto es, 7,9 km/s.


Preguntémonos ahora: A esa velocidad, ¿cuánto tardará el proyectil
en dar una vuelta a la Tierra y golpearnos la nuca?
Pues según la fórmula:
T= 2pi*r/v
Siendo pi= 3,1416
Tenemos que T= (6,38*106)/7904= 5.072 segundos (84,5 minutos).
Una vez que se conoce el valor de la primera velocidad cósmica
(que es una constante), se puede calcular la velocidad de un cuerpo
en órbita a una altura dada (h) sobre la superficie terrestre. Por
ejemplo, ¿A qué velocidad se moverá un satélite en una órbita de
622 kilómetros de altura?

Recordamos que Pr es el radio de la Tierra, con lo que nos queda


que el radio de la órbita es de 622+6.378= 7.000 kilómetros. Luego:
V= raíz cuadrada de 9,81*(63780002)/7000000)=7.550,4
Es decir, que a 622 kilómetros de altura, el satélite se moverá en
una órbita circular a 7,55 km/s. Y según la fórmula anteriormente
vista (T= 2pi*r/v), su período de revolución será de 97,14 minutos.
Resumiendo un poco, si la velocidad final del satélite (V) es la
prevista, esto es, si es igual a la velocidad circular que corresponde
a la altura dada (h), el satélite entrará en una órbita circular. Pero
¿qué ocurre cuando algo va mal en el lanzamiento y el satélite no
alcanza la velocidad mínima necesaria (V) para entrar en órbita a la
altura prevista o esta no se alcanza?
En este caso, puede ocurrir lo siguiente:
Si V es superior a la velocidad circular, la órbita será una elipse
donde, además, el perigeo (distancia mínima a la Tierra) se
encontrará en el punto de entrada en la órbita.
Si V es un poco inferior a la velocidad circular, la órbita será una
elipse pero en esta ocasión el punto de entrada en la órbita sería
el apogeo (punto orbital más alejado al planeta). Este satélite
terminaría cayendo a la Tierra.
Si V es inferior a la circular, el satélite no completará ninguna
vuelta y caerá a Tierra.
En estos casos habría que efectuar unos cuantos cálculos
complejos para saber exactamente cómo sería la trayectoria exacta
del satélite (en caso de no caer a Tierra), lo que implicaría conocer
el semieje de su órbita (que se calcula mediante la aplicación de la
Tercera Ley de Kepler) y calcular también su excentricidad orbital (la
excentricidad es el parámetro que determina el grado de desviación
de una sección cónica con respecto a una circunferencia). Pero no
vamos a complicar más las cosas.
Para terminar, vamos a ver algo más sencillo: ¿Cómo se calcula la
velocidad de escape de un planeta?
Para ello, basta aplicar la fórmula siguiente:

Dejo al lector el cálculo, pero ya adelanto que el resultado en el caso


de la Tierra es de 11.180,80 metros por segundo (11,18 km/s). Es lo
que se conoce como segunda velocidad cósmica.
Bien, es de suponer que a estas alturas algún lector estará
revolviendo en el botiquín a la caza y captura de una aspirina, pero
en realidad dejamos muchos otros muchos cálculos en el tintero. Ahí
están, por ejemplo, las ecuaciones que permiten prever el
comportamiento de un cohete de varias etapas durante la fase de
ascenso: la velocidad en cada etapa, el efecto de la gravedad y de
la resistencia del aire, la fuerza desarrollada, la vibración, el ángulo
de inclinación, etc. El cálculo de todas las variables durante el
lanzamiento de un cohete de dos o más etapas es especialmente
laborioso y los interesados podrán encontrar en internet bastante
información al respecto.
En el próximo capítulo, dejaremos las complejidades matemáticas a
un lado y abordaremos las tecnologías de propulsión espacial.
MISIÓN A MARTE: MOTORES QUÍMICOS Y
NUCLEARES
 
Estamos en el año 2025, planificando la primera expedición
tripulada euro/ruso/chino/norteamericana a Marte, que tendrá lugar
en 2035, aprovechando la gran aproximación de Marte a la Tierra
(vale, yo tampoco me creo estas fechas, pero bueno, esto es un
ejemplo).
Nuestro objetivo es enviar media docena de hombres y mujeres al
Planeta Rojo. Queremos situar una cantidad respetable de material
en la superficie (un mínimo de 50 toneladas), tanto científico como
logístico, de forma que la expedición pueda permanecer en Marte de
forma segura durante un par de meses y que ese material pueda
servir para futuras misiones.
También deseamos que los viajes de ida y vuelta duren lo menos
posible para que nuestros héroes no estén expuestos demasiado
tiempo a las siempre poco recomendables radiaciones del espacio
interplanetario, para reducir la logística de la misión, los problemas
físicos derivados de la ingravidez prolongada (la nave no irá dotada
de ningún sistema de gravedad artificial) y los psicológicos,
resultado de meter a un pequeño grupo humano en un espacio muy
limitado en un viaje de larga duración.
Para poner en órbita los elementos de la nave o naves de la primera
expedición marciana, en 2035 disponemos (se supone) del lanzador
pesado norteamericano SLS (Space Launch System). Este cohete
presenta tres configuraciones básicas: el Block 1, capaz de enviar a
una órbita terrestre baja (LEO) una carga de 70 toneladas y
concebida para situar en órbita las naves tripuladas Orión; el Block
1A, cuya carga útil a LEO es de 105 toneladas; y el Block 1B, hasta
130 toneladas. Se supone que `para 2030 estará disponible el más
potente, con lo que llegaría a tiempo para nuestra misión marciana.
En caso contrario, siempre quedaría la esperanza de que el
StarShip de Elon Musk por fin haya despegado sin reventar o que
los chinos, que están diseñando el lanzador pesado CZ-9 para
enviar 150 toneladas a LEO, nos lo prestaran para la misión en un
improbable acto de generosidad.

¿Qué sistema de propulsión será el más adecuado, dentro de las


posibilidades tecnológicas de la segunda y tercera décadas del siglo
XXI para desarrollar esta misión?
Lógicamente, deberemos elegir una tecnología de propulsión que
permita disponer de un impulso específico adecuado y de una
capacidad de empuje considerable, de forma que la razón de masas
se mantenga dentro de límites razonables. Veamos qué podríamos
usar.
 
Propulsión química con combustibles líquidos

En los últimos veinte años del siglo XX, la NASA y otros organismos
y centros de investigación analizaron diferentes escenarios para una
misión tripulada a Marte.
Algunos de esos estudios están basados en el empleo de sistemas
de propulsión química que emplearían versiones mejoradas de los
motores principales del transbordador espacial, que quemaban
oxígeno e hidrógeno líquidos y cuyo impulso específico era de 459
segundos. Dado que ese impulso específico es bajo, los ingenieros
se han devanado los sesos buscando las fechas y estrategias más
idóneas para poder enviar una misión tripulada en el menor tiempo
posible usando propulsión química sin que la razón de masas se
vuelva disparatada.
El DeltaV típico de una misión marciana tripulada bien optimizada es
de 7,7 km/s, lo que se traduce en que la fracción de carga útil de la
nave sería de un 17%. Es decir, una razón de masa de 5.
Suponiendo un total inicial de 600 toneladas en LEO, la masa del
propulsor ascendería a unas 475 toneladas, otras 25 toneladas
corresponderían a la masa estructural y el resto carga útil.
En general, las misiones marcianas más rápidas basadas en la
propulsión química dependen de oposiciones Tierra-Marte
favorables que reduzcan al mínimo la duración de los viajes de ida y
vuelta empleando órbitas de transferencia de baja energía
(recordemos que ambos planetas se aproximan cada dos años,
aunque las distancias mínimas se dan cada 15-17 años; en 2003 se
produjo la oposición más favorable de los últimos milenios; la
siguiente fue en julio de 2018 y habrá que esperar a 2035 para tener
al Planeta Rojo a solo 56,91 millones de kilómetros de distancia) .
Este tipo de misiones suele contemplar el envío, por un lado, de la
carga útil (módulos de descenso y retorno, combustible, etc.) por un
lado, y por otro la nave tripulada. Empleando diversas técnicas para
reducir el DeltaV, y con ello la razón de masas (aerocaptura en la
atmósfera marciana, espera en la superficie marciana de la apertura
de la ventana de lanzamiento para el retorno más favorable,
fabricación “in situ” del combustible para el módulo de ascenso,
asistencia gravitatoria en Venus, etc.), se han logrado definir
misiones tripuladas a Marte viables cuyos detalles podemos
encontrar en internet.
Por ejemplo, una de ellas contemplaba un hipotético lanzamiento de
una misión tripulada en febrero de 2014 que llegaría a Marte en julio
de ese año (150 días de viaje) y que –tras una espera de nada
menos que 619 días en suelo marciano– iniciaría el retorno a la
Tierra en marzo de 2016, llegando a nuestro planeta en junio, tras
un viaje de 110 días. En total, 879 días, dos años y medio. Otras
misiones contaban con tiempos de estancia en Marte mucho más
cortos (un mes), tanto que cabría preguntarse qué interés podría
tener la misión. Pero es más frecuente encontrar misiones cuyo
tiempo de vuelo Tierra-Marte/Marte-Tierra es de unos 180 días en
cada fase (seis meses), con períodos de estancia en la superficie de
unos 500 días.
Otras definiciones de misión emplean también órbitas de baja
energía, pero usando las ventanas de lanzamiento de las
conjunciones Tierra-Marte, de lo que resultan tiempos de vuelo
mucho mayores (hasta 11 meses y medio en el trayecto Tierra-
Marte) y estancias en el planeta breves (unas pocas semanas). La
única ventaja de este tipo de misiones es su bajo requerimiento
energético y su menor dependencia de oposiciones favorables, pero
sus tiempos de vuelo son enormes.
¿Podrían resistir los astronautas semejantes condiciones? Porque
no es lo mismo permanecer en órbita terrestre durante un año o más
sabiendo que de ser necesario basta con meterse en la cápsula de
retorno a la Tierra, que enfrentarse a vuelos de año y medio de
duración en el espacio interplanetario en una pequeña astronave,
donde cualquier problema médico, eléctrico o mecánico podría
convertirse en una catástrofe.
En resumen, las misiones tripuladas a Marte basadas en propulsión
química requieren de tiempos de vuelo extremadamente largos o de
estancias en la superficie de Marte igualmente largas, sujetos a los
condicionantes derivados de la mecánica orbital y a trayectorias
interplanetarias de baja energía con cargas y tripulaciones no
demasiado grandes. No parece un escenario muy atractivo para la
exploración y posible colonización del segundo planeta rocoso más
importante del Sistema Solar, y desde luego nada parecido a lo que
nos ha prometido la ciencia-ficción.
¿Qué alternativas tenemos? Bueno, una posibilidad es la de apurar
al extremo la tecnología de la propulsión química diseñando en
laboratorio nuevas sustancias propulsoras con mayor densidad
energética. En este sentido, ahí tenemos, por ejemplo, el anuncio en
julio de 2022 de un grupo de de investigadores del Instituto Conjunto
de BioEnergía de la Energía (JBEI) del Laboratorio Nacional
Lawrence Berkeley de EEUU sobre un biocombustible desarrollado
a partir de moléculas POP-FAME (ésteres metílicos de ácidos
grasos policiclopropanados) generadas por la bacteria Streptomyces
Albireticuli que sería seguro y estable a temperatura ambiente y
tendría una densidad de energía de más de 50 megajulios por litro
(la gasolina tiene un valor de 32 megajulios por litro y el RP-1, un
popular combustible para cohetes a base de queroseno, tienen
alrededor de 35).
Pero, dejando a un lado estas investigaciones de vanguardia, D
desde los primeros días de la ciencia astronáutica, sus pioneros
tuvieron claro que la expansión de la Humanidad por el Sistema
Solar dependería de la explotación de la fuerza del átomo. Como
cualquiera que sepa algo de energía nuclear conoce, la
desintegración de 28,5 gramos de uranio (una onza) produce tanta
energía como 90 toneladas de carbón o 7.500 litros de petróleo.
Así pues, no debe extrañar que los proyectos para emplear
reactores nucleares en el espacio sean casi contemporáneos a los
primeros balbuceos de la era espacial. Incluso, como veremos más
adelante, se llegó a proponer el uso de bombas nucleares para la
propulsión de naves espaciales (propulsión nuclear pulsante, cuyo
ejemplo clásico es el proyecto Orión).
El uso de la energía nuclear en el espacio presenta dos variantes:
1) Emplear un reactor nuclear como fuente de energía para el
calentamiento de una masa de reacción (habitualmente, hidrógeno),
que es expulsada a alta velocidad por la tobera. Esta última variante
es conocida en inglés como Nuclear Thermal Rocket (NTR, cohete
nuclear térmico) o NTP (Nuclear Thermal Propulsion).
2) Producir electricidad de origen nuclear, ya sea para alimentar los
sistemas eléctricos de la nave –como se hace actualmente con los
generadores de radioisótopos o RTG–, ya sea para generar y
acelerar partículas o plasma –sistemas iónicos o
magnetoplasmadinámicos–. Esta última opción es conocida como
NEP o Nuclear Electric Propulsion.
Vamos a ver con más detalle estas dos variantes.
 

Propulsión térmica nuclear de fisión

Como veremos en otro capítulo, existen diversos tipos de NTR, pero


el más estudiado y experimentado hasta hoy es el reactor nuclear
de núcleo sólido.
A grandes rasgos, consiste en un reactor de uranio 235 o plutonio
239 en cuyo interior existen unos conductos por los que circula un
propulsor a alta presión que, tras calentarse a una temperatura muy
alta (en torno a los 2.550 K ó 2.277º){7}, es expulsado a gran
velocidad por la tobera (8.280 metros por segundo, que se traduce
en un Isp de 845 segundos). La fuerza de empuje es menor que la
de los cohetes químicos, pero puede mantenerse el impulso más
tiempo. Para una misión tripulada a Marte, en los estudios de los
años 60 se consideró adecuado un empuje de 90.700 kilogramos.
En la siguiente ilustración podemos ver un esquema de un motor
NTR.
A mediados de los años 50 se inició en EEUU el proyecto Rover,
cuyo objetivo era construir un NTR viable. En 1961 el presidente
Kennedy recomendó el desarrollo de esta tecnología para su uso en
el programa espacial y, como resultado, desde 1963 se inició el
programa de investigación NERVA (Nuclear Engine for Rocket
Vehicle Application), desarrollado para la NASA, la Comisión de
Energía Atómica y por diversas empresas e instituciones. Se
diseñaron y construyeron varios prototipos estáticos que fueron
probados en 23 ocasiones en un centro de pruebas de Nevada. El
programa fue finalmente suspendido en 1973, cuando se estaba
desarrollando un prototipo para las pruebas de vuelo.
El éxito del programa lunar Apolo, el alto coste del proyecto (ya se
habían gastado 1.500 millones de dólares) en un contexto de
dificultades presupuestarias derivadas de la guerra de Vietnam, las
crecientes presiones de las organizaciones ecologistas, la apuesta
por la tecnología química criogénica (hidrógeno y oxígeno líquidos)
para el proyecto del transbordador espacial y la decisión de
suspender el fantasioso programa tripulado marciano (que preveía
el aterrizaje de astronautas en Marte a principios de los 80) en favor
de las misiones robóticas, pusieron punto y a parte al más serio y
ambicioso programa de propulsión nuclear norteamericano. Si los
rusos hubieran ganado la carrera lunar, quizás las cosas hubieran
sido diferentes.
Pero, por supuesto, la investigación en propulsión nuclear no se
abandonó del todo y, en los años 80, de la mano de los proyectos
militares espaciales norteamericanos, se renovó el interés por esta
opción para la propulsión de grandes cargas espaciales. A lo largo
de los 90 las noticias sobre cohetes nucleares aparecieron con
creciente frecuencia en los medios de comunicación y actualmente
parece que las agencias espaciales mundiales tienen muy claro que
si el hombre se expande por el Sistema Solar lo hará a lomos de la
energía nuclear. Hay por ello en marcha programas y diseños
realmente muy interesantes, como ahora mismo veremos.
Los diseños de NTR de los años 60 enfrentaban diversos problemas
y no era el menor de ellos el de las altas temperaturas que
alcanzaba el reactor y que ponía un límite a la velocidad del chorro
de gases; por otro lado, los elementos del reactor estaban
expuestos a los efectos corrosivos de los propulsantes a altas
temperaturas; además, era preciso desperdiciar propelente para
enfriar el reactor tras su uso y la máquina sufría un tremendo
desgaste en los ciclos de funcionamiento (encendido,
funcionamiento, apagado...). Por fortuna, se ha avanzado mucho en
tecnología de materiales y los nuevos diseños son más fiables.
Por ejemplo, el problema de los ciclos de encendido/apagado se ha
solventado con la aparición de los NTR bimodales (ver ilustración
inferior). En este tipo de cohete nuclear, el reactor es encendido una
única vez y, tras dar empuje y velocidad a la nave, se utiliza un
intercambiador de calor dotado de un gran radiador para bajar la
temperatura del reactor justo al nivel de un sistema nuclear de
producción eléctrica (con capacidad para generar unos 50 KW). De
este modo no es necesario disponer paneles solares o pesadas
células de combustible y la misión disfruta de los beneficios de un
gran suministro eléctrico (mejores comunicaciones, más dotación
científica, gravedad artificial por rotación, etc.), no se desperdicia
propelente y, cuando sea necesario volver a disponer de empuje,
bastará con aumentar la temperatura del reactor y dejar fluir el
hidrógeno. Como el reactor no arranca de frío el desgaste es mucho
menor.
Otra propuesta muy interesante dentro de la propulsión térmica
nuclear es la del concepto MITEE (MIniature ReacTor EnginE), una
familia de pequeños NTR bimodales avanzados que, en su versión
básica, tiene una velocidad del chorro de gases de 9.810 metros por
segundo –lo que se traduce en un Isp de 1.000 segundos– y un
empuje de 14.000 newtons (1.428 kilogramos). La masa de estos
motores (unos 350 kilos) y su escaso tamaño (55 cm de diámetro
exterior) permite su instalación en sondas robotizadas lanzadas
mediante cohetes como el Ariane 5 ó el Delta IV, lo que convierte a
este tipo de dispositivo en una opción muy interesante para futuras
naves enviadas al sistema solar exterior o para misiones marcianas
de recogida de muestras.
El funcionamiento del MITEE difiere del de un NTR clásico en que,
mientras que en este último los elementos del combustible nuclear
están todos agrupados en una única cámara con sus respectivas
barras moderadoras, en el MITEE hay una especie de panal que
contiene un número variable de tubos de presión (37 ó 61) en cuyo
interior un “caparazón” de berilio (elemento moderador) rodea un
cilindro central de tugseno que contiene en su matriz el combustible
nuclear (dióxido de uranio) dispersado en partículas. El hidrógeno
líquido circula alrededor de las cilindros de tugseno través de una
serie de perforaciones, saliendo por un canal central hacia la tobera
a 2.750 K. Una vez cumplida su misión de propulsión, el MITEE
funcionaría a baja potencia suministrando a la nave 1-2 KW de
electricidad.
Una versión avanzada del MITEE, conocida como motor híbrido
eléctrico termal, permite el empleo a baja presión de varios de los
tubos para mover una turbina con la que generar electricidad
suficiente para disociar el hidrógeno. El hidrógeno monoatómico
resultante circularía a alta presión por el resto de los tubos, saliendo
por la tobera a muy alta velocidad (17.600 metros/s, esto es, un Isp
de 1.800 segundos).
Pero en lo que a propulsión térmica nuclear para misiones tripuladas
se refiere hay otra idea bastante interesante: el concepto LANTR
(Lox Aumented Nuclear Thermal Rocket), del que podríamos decir
que es la versión nuclear de la conocida postcombustión que
emplean los cazabombarderos (técnica consistente en inyectar
combustible en el chorro de gases del reactor para conseguir más
potencia). En el LANTR se inyecta oxígeno líquido en la tobera para
que se mezcle con el hidrógeno expulsado a alta temperatura,
provocando así un incremento del empuje de hasta un 200%, si bien
a cambio de reducir el Isp a 643 segundos.

A partir de esta idea, la empresa Pratt&Whitney, en colaboración con


la NASA, la Universidad de Florida y otras empresas, diseñó hace
unos años el motor trimodal TRITON (Trimodal capable Thrust
Optimized Nuclear propulsion). Como su propio nombre indica, este
NTR funciona en tres modos: (1) como NTR estándar, con un
empuje de 56.750 kilogramos y un Isp de 900 segundos; (2) como
generador eléctrico nuclear, produciendo entre 25 y 100 KW de
potencia; (3) en “postcombustión”, con un alto empuje. Aquí
tenemos el esquema de funcionamiento:
Este sistema trimodal de funcionamiento es idóneo para misiones
marcianas por su flexibilidad. El modo 1 (empuje moderado, alto Isp)
sería adecuado para acelerar naves tripuladas, mientras que el
modo 3 (alto empuje) se emplearía para el envío de grandes cargas
no tripuladas en viajes algo más lentos o para la salida rápida de
órbita de aparcamiento de naves tripuladas. Todo estaría en función
de la razón de masas a emplear.
En un vuelo de carga con un DeltaV de 7,7 km/s la fracción de carga
útil podría ser del 40% de la masa total del vehículo, mientras que
en una nave cuyo único fin fuese el traslado de los expedicionarios
hasta la órbita marciana, la fracción de carga útil podría ser del 17%.
Si se empleasen técnicas de aerocaptura y aerofrenado, la nave
tripulada podría quemar más propelente para que la duración del
viaje se acortase en lo posible.
Russell Joyner, uno de los responsables del proyecto, propuso en su
día que el modo 2 (generación eléctrica) fuese aprovechado para
obtener más velocidad en la fase de crucero empleando la energía
para alimentar un sistema de propulsión eléctrica iónica o de
magnetoplasma. Ello permitiría reducir la duración del viaje a 80 ó
90 días. De llevarse a cabo la propuesta de P&W, el presupuesto del
programa sería de unos 800 millones de dólares.
Como vemos, propuestas interesantes para hacer uso de la
propulsión térmica de fisión hay muchas, pero desde la cancelación
del proyecto NERVA, ninguna de ellas, ni en EEUU ni en Rusia, ha
visto la luz. Los costes, la mala prensa asociada a la energía nuclear
de fisión y los problemas derivados de la radiación y de la
eliminación del calor sobrante (que obligaría al uso en las naves
espaciales de grandes radiadores) han hecho que esta prometedora
tecnología haya sido una y otra vez descartada.
Sin embargo, parece que ahora el interés vuelve a renacer, pues los
avances tecnológicos están permitiendo el diseño de sistemas
NTR/NTP más baratos y eficientes que el viejo esquema del
NERVA. La NASA y distintas empresas especializadas están
trabajando activamente en esta línea de propulsores, con los que se
podría reducir a la mitad la duración de una misión a Marte. De
hecho, el presupuesto de la NASA para 2019 contemplaba una
partida de 100 millones de dólares para estudios NTR/NTP con la
vista puesta en pruebas de prototipos en 2024.
Propuesta de un vehículo interplanetario tripulado propulsado por NTP

Por su parte, la agencia de proyectos avanzados DARPA (Defense


Advanced Research Projects Agency) ha solicitado fondos por un
valor de 10 millones de dólares a incluir en el presupuesto
estadounidense de 2020 para iniciar el programa ROAR (Reactor
On A Rocket), para desarrollar un sistema de propulsión basado en
un reactor de uranio 235 enriquecido al 5-20% (denominado
HALEU). Parece que la senda empieza a estar más despejada.
 

Propulsión electronuclear

Durante los últimos cuarenta años, la generación de energía


eléctrica a partir de fuentes nucleares ha ido ganando importancia,
en especial de la mano de los generadores termoeléctricos de
radioisótopos o RTG (Radioisotope Thermoelectric Generator). Un
RTG es un generador eléctrico simple que obtiene su energía de la
liberada por la desintegración de determinados elementos
radiactivos, habitualmente plutonio 238, aunque pueden usarse
otros como el curio 244 o el estroncio 90. Este tipo de dispositivos
han equipado a muchas sondas dirigidas al espacio profundo y a
rovers marcianos durante los últimos cuarenta años. Su principal
inconveniente es que los RTG usan termopares para convertir el
calor liberado por el material radiactivo en electricidad y estos, si
bien son fiables y duraderos, son poco eficientes, ya que su
rendimiento medio está entre el 3 y el 7%, siendo el máximo
alcanzado del 10%. Lógicamente, se están estudiando alternativas
para generar energía eléctrica con mayor aprovechamiento, ya que
ello permitiría tener que usar menor cantidad de combustible nuclear
y consiguientemente podría reducirse el tamaño de estos
dispositivos para abaratar las misiones espaciales.

La sonda New Horizons con el RTG a la derecha

Pero la idea que los ingenieros siempre han tenido en la cabeza es


la de enviar al espacio reactores de fisión propiamente dichos para
generar enormes cantidades de electricidad para alimentar sistemas
de propulsión eléctrica y/o generar energía abundante para satélites,
sondas y bases tripuladas. Y en este terreno, a diferencia de lo
ocurrido con la propulsión NTR, los técnicos pronto se pusieron
manos a la obra tanto en EE.UU. como en la URSS, que fue la
primera en dar el paso, pues llegó a poner en órbita una treintena de
reactores Buk y Topaz para sus satélites US-A y US-AM de
reconocimiento por radar en los años 70 y 80 del pasado siglo,
frente a un único reactor espacial estadounidense, el SNAP-10A,
lanzado en 1965 a bordo del satélite experimental Snaphot. Este
reactor producía 39 kilovatios térmicos y 500 vatios eléctricos con
los que alimentaba un motor iónico de 9,8 newtons de empuje, pero
el satélite dejó de funcionar a los 43 días de su lanzamiento, el
reactor se apagó y actualmente sus restos siguen orbitando la Tierra
a 1.300 km de altura.

Reactor nuclear espacial SNAP-10A

A principios de este siglo, la NASA puso sobre la mesa el Proyecto


Prometeo, cuyo objetivo era poner en servicio una flota de sondas
espaciales de propulsión eléctrica alimentadas por reactores
nucleares de fisión. Dentro de esta propuesta, destacaban misiones
como la sonda joviana JIMO (Jupiter Icy Moons Orbiter), la sonda
Prometeo-S (para el estudio de Saturno y sus lunas) o sus gemelas
Prometeo–N (exploración de Neptuno), Prometeo-K (para orbitar
Plutón y Caronte, además de explorar el cinturón de Kuiper) y la
muy ambiciosa Prometeo-I, una misión precursora interestelar que
estudiaría la heliopausa a 200 UA de distancia (unos 30.000
millones de kilómetros del Sol).
De todas ellas, la más elaborada fue la de la sonda JIMO, que en su
diseño definitivo de 2004 contemplaba el lanzamiento en el año
2015 de una sonda de 35 toneladas a bordo de un cohete pesado
Ares (el antecesor del SLS en el descartado proyecto Constellation).
El reactor nuclear, de 6 toneladas, alimentaría los sistemas térmicos
y electrónicos de la nave así como un sistema de propulsores
iónicos que llevarían a la JIMO hasta la órbita de Júpiter en un lento
vuelo de seis años para iniciar entonces un estudio sistemático de
cuatro años de duración del planeta y de sus principales lunas.

Sonda JIMO de propulsión eléctrico-nuclear

Lamentablemente, la sonda JIMO fue cancelada por la NASA en


2005 tras haber gastado unos 450 millones de dólares en el
proyecto.
Pero, inasequible al desaliento, la NASA ha continuado con su
empeño en proponer el uso de energía nuclear en el espacio para
alimentar de energía eléctrica a sus futuras naves espaciales y
bases lunares y marcianas y así poder tener una alternativa a los
generadores RTG, dependientes del escaso plutonio 238 disponible.
El último y de momento más prometedor programa es el Kilopower,
iniciado en 2015 en colaboración con el laboratorio de Los Álamos y
tiene por objetivo construir reactores espaciales de fisión capaces
de producir entre uno y diez kilovatios (KW) de potencia eléctrica
durante 12-15 años.
Frente a propuestas anteriores, Kilopower ha ido más allá del papel
y ya se dispone de un reactor experimental llamado KRUSTY
(Kilopower Reactor Using Stirling Technology), un dispositivo de 2
metros de altura y 134 kilos de peso alimentado por 28 kilos de
uranio 235 capaz de generar 1 KW de energía. Las pruebas
comenzaron en noviembre de 2017 y han continuado hasta marzo
de 2018 en las instalaciones del Nevada National Security Site.

Reactor Kilopower

Los resultados finales de las pruebas en marzo de 2018 han puesto


de manifiesto la bondad y seguridad del diseño, pues el reactor se
ha mantenido funcionando 28 horas seguidas alcanzando
temperaturas de 850º C y generando 5,5 KW de potencia eléctrica.
Se espera poder pasar a la fase de demostrador tecnológico en
2020.
Un reactor compacto de este tipo sería ideal para misiones robóticas
al espacio profundo y ya hay propuestas en tal sentido como la
misión TSSM (Titan Saturn System Mission), que se propulsaría con
un sistema eléctrico alimentado por una planta Kilopower de 1 KW
de potencia eléctrica, o la más ambiciosa misión Orbitador Quirón,
una sonda de 4 toneladas (con 80 kilos de carga científica)
impulsada por tres propulsores de iones de 7.000 W y 1.600 kilos de
xenón, alimentados por un reactor de 8 KW generados por 75 kilos
de uranio. La duración de la misión sería de 13 años.

Orbitador de Quirón, lanzado por un Atlas V

Lógicamente, el uso de este tipo de reactores para generar energía


eléctrica que alimentase propulsores de iones o plasma en misiones
interplanetarias tripuladas rápidas (ver siguiente capítulo) requeriría
de unidades más potentes y de propulsores más maduros que los
actualmente disponibles, pero se trata de la alternativa más viable
ahora mismo frente a la propulsión química.
Siguiendo los pasos y la experiencia de la antigua URSS, la
Federación Rusa también ha presentado en los últimos años sus
ideas en este terreno. En 2010 las autoridades rusas anunciaron al
mundo el desarrollo de un remolcador espacial de 7 toneladas
bautizado como TEM (Transportno-Energeticheski Modul o “Módulo
de Energía y Transporte”), para mover cargas entre distintas órbitas,
e incluso llevarlas a la Luna. Para las misiones orbitales esta nave
estaría alimentada por un reactor nuclear de un megavatio de
potencia eléctrica y para las lunares el reactor debería producir 6
megavatios. Variantes de estos mismos reactores combinados con
motores iónicos de alto rendimiento (con impulsos específicos de
10.000 segundos) permitirían realizar el trayecto Tierra-Marte entre
dos y cuatro meses.

TEM, el remolcador espacial nuclear ruso

Lamentablemente, y como suele ser habitual en el caso de Rusia y


Roscosmos, todos estos planes se ven lastrados por los
sempiternos problemas presupuestarios a los que se enfrenta la
política espacial rusa, cuyas aspiraciones siempre quedan muy por
detrás de las posibilidades reales de la Federación. Los trabajos del
TEM avanzan con gran lentitud y a fecha de hoy no se sabe cuándo
estará disponible el prototipo operativo, si es que alguna vez llega a
construirse. Es por ello que RKK Energia, una de las empresas
implicadas en el proyecto, ha propuesto como alternativa un
remolcador que usase propulsión solar eléctrica en lugar de nuclear
dotado de paneles que generasen unos 400 KW de potencia
eléctrica.
A la espera de saber si esta propuesta rusa llega a buen puerto, otra
agencia espacial, en este caso la ESA, también está estudiando el
uso de reactores nucleares en el espacio. Continuando con trabajos
previos, entre 2015 y 2017 realizó diversos trabajos en colaboración
con el instituto ruso Keldysh y la European Science Foundation
sobre la viabilidad de construir su propio “remolcador” espacial de
propulsión eléctrico-nuclear, el proyecto DEMOCRITOS
(DEMOnstrators for Core, Conversion, Radiator, and Innovative
Thrusters for Orbiter deflection and Space exploration).
Siguiendo la estela del proyecto Kilopower estadounidense o del
TEM ruso, DEMOCRITOS contemplaba la puesta en servicio en
torno al año 2040 de un vehículo espacial dotado de un reactor
capaz de funcionar durante cinco años proporcionando un
megavatio de potencia eléctrica. La propuesta de la ESA era usar
este vehículo no solo para llevar cargas de un lugar a otro sino
también emplearlo como “tractor gravitatorio” para desviar
asteroides peligrosos.

Vehículo espacial DEMOCRITOS

Es muy difícil que DEMOCRITOS llegue a ver la luz, pues además


de su alto coste de desarrollo está el problema de que por culpa del
actual contexto geopolítico los proyectos de colaboración con Rusia
no están demasiado bien vistos. Pero as distintas agencias
espaciales parecen tener claro que el uso de reactores nucleares en
el espacio como fuente de energía eléctrica tanto para la propulsión
como para el resto de los sistemas de las naves espaciales es
inevitable a medio y largo plazo. Es por ello que podemos estar
seguros de que estos reactores serán puestos en servicio antes o
después ya que son ideales para el envío de cargas pesadas a la
Luna o a otros planetas, para acortar la duración de los futuros
vuelos tripulados a Marte y más allá y para nuevas y ambiciosas
misiones científicas robóticas en el espacio profundo.
Así pues, y retomando nuestra hipotética primera misión tripulada a
Marte en los años 30 del siglo XXI, podemos concluir que un
sistema de propulsión eléctrico alimentado por energía nuclear sería
una opción a considerar con atención, aunque combinarlo con un
sistema NEP sería la opción ideal.
En el siguiente capítulo examinaremos dos de las propuestas más
avanzadas en sistemas de propulsión electronuclear que no solo
nos podrían llevar a Marte en un tiempo de vuelo razonable sino que
nos abrirían las puertas de la expansión por el Sistema Solar. Una
de ellas, que ya hemos citado de pasada, es una propuesta que
generó ríos de tinta hace unos años aunque ahora el entusiasmo
parece haberse mitigado bastante ante la falta de avances reales: el
cohete de magnetoplasma de impulso específico variable o
VASIMR. La otra es una propuesta digamos "clásica" el motor iónico
de efecto Hall X3. Después echaremos una rápida ojeada a otras
propuestas de sistemas de propulsión más exóticos y avanzados.
MISIÓN A MARTE: EL MOTOR DE PLASMA
“VASIMR” VS. EL MOTOR IÓNICO X3
 
De cara a la primera misión tripulada marciana de 2035, los
planificadores de 2025 han analizado las posibilidades de dos
sistemas de propulsión: el químico-criogénico (hidrógeno y oxígeno
líquidos) y el térmico-nuclear (reactor de fisión de núcleo sólido con
hidrógeno como masa de reacción). Los rendimientos del primer
sistema eran altos en empuje, pero pobres en impulso específico,
mientras que en el segundo (en el que los motores son bastante
pesados) tenemos un empuje más discreto, pero de mayor duración
(entre media y una hora), con un impulso específico que en términos
generales (excepto para la tecnología MITEE) es de casi el doble
que la propulsión química avanzada. Pero ¿es esto suficiente?
Hagamos unos números con un experimento sencillo y bastante
simplificado.
Supongamos que tenemos en el espacio dos cohetes de una sola
etapa, con una razón de masas de 8, uno dotado de un motor
criogénico (velocidad de chorro de gases de 4.500 m/s) y otro
equipado con un motor nuclear de núcleo sólido convencional
(velocidad de chorro de gases de 8.000 m/s). Ambas naves
encienden sus respectivos motores y los mantienen encendidos
hasta que agotan la totalidad del combustible. ¿Cuál será su
velocidad final? Aplicando una fórmula ya vista:

Tenemos que el cohete químico alcanzará los 9,36 km/s y el nuclear


los 16,63 km/s. A esa velocidad, la nave movida por hidrógeno y
oxígeno líquidos tardará 2.968 horas en recorrer 100 millones de
kilómetros (esto es, 124 días), mientras que la atómica tardará 1.670
horas (70 días). Pero claro, esto sería en un vacío perfecto, sin
perturbaciones gravitatorias y en línea recta. En el mundo real, las
astronaves no queman todo su combustible, no eligen su razón de
masas al azar y sus trayectorias no son rectilíneas. Sin embargo, el
ejemplo nos sirve para hacernos una idea de que ni siquiera los
motores térmicos nucleares nos permitirán movernos muy deprisa.
Sólo nos proporcionarán una pequeña mejora.
¿Hay alguna otra opción que pudiera estar disponible para esa
misión? Por fortuna, sí. Un par al menos.

VASIMR (Variable Specific Magnetoplasma Rocket)

El motor VASIMR fue ideado por el físico y ex-astronauta de la


NASA de origen costarricense Franklin Chang-Díaz a finales de los
años 70 del pasado siglo. En un estudio publicado por la NASA de
marzo de 1995 y firmado por Chang-Díaz, Michael Hsu y Tien Fang
Yang, titulado Rapid Mars transits with exhaust-modulated plasma
propulsion, los autores plantearon diversos escenarios de trayectos
entre la Tierra y Marte con la tecnología VASIMR, estableciendo que
tránsitos de 90 días con una carga útil del 18% podrían ser
habituales. Por supuesto, cabría el envío de misiones más lentas en
trayectorias de 180 días, con cargas de pago de hasta un 67% del
total del vehículo (módulos de aterrizaje, combustible, rovers,
sondas, etc).
Algún tiempo más tarde, Franklin Chang-Díaz abandonó la NASA y
creó la empresa Ad Astra Rocket Company para seguir
desarrollando esta idea. En 2005 se probó un prototipo (VX) en el
Laboratorio de Propulsión Espacial Avanzada (Advanced Space
Propulsion Laboratory o ASPL) del Centro Espacial Johnson de la
NASA. En junio de ese año la NASA y Ad Astra Rocket firmaron un
acuerdo por el que esta empresa se encargaría del desarrollo de
dicha tecnología en colaboración con la agencia espacial, la
universidad de Houston y varias entidades privadas y públicas
nacionales y extranjeras.
El VASIMR se engloba en la gran familia de los sistemas de
propulsión eléctrica (sistemas iónicos, de arco eléctrico, plasma,
etc.), pero con supuestos mayores rendimientos. Se trata de una
puesta al día de un concepto ya definido teóricamente en los años
50, que evolucionó a través de diversos planteamientos y que debe
mucho a los actuales avances en tecnología de fusión nuclear.
El VASIMR se basa en el empleo de potentes campos de
radiofrecuencia para ionizar el propelente (usualmente, hidrógeno),
generando un plasma que es posteriormente acelerado a través de
campos magnéticos (la contención magnética es imprescindible
dado que las temperaturas del plasma son superiores a los 10.000
K). Los campos de radiofrecuencia serían generados por un sistema
nuclear del orden de los 100.000 kilovatios (o 100 MW) para
misiones interplanetarias tripuladas, pero a pequeña escala (p.ej.,
sistemas de control de altitud de estaciones espaciales o satélites),
podría emplearse energía solar (10 KW).

Este motor es capaz de fluctuar su velocidad, de modo que, a


diferencia de otros motores, es capaz de modificar su potencia. Así,
aumentando la energía su impulso específico también se
incrementa, reduciendo con ello el empuje; si la energía es menor, el
impulso específico desciende, pero aumenta el empuje.
Dado que una de las características de esta tecnología es (como en
el caso de la iónica) la del impulso constante, una nave dotada de
un sistema VASIMR no precisaría de complejas asistencias
gravitatorias para incrementar su velocidad y su empuje sería
suficiente como para abortar una misión en caso de problemas
graves y retornar a la Tierra.
El rango de velocidades de escape del chorro que es capaz de
generar el sistema VASIMR con un nivel de energía de 10 MW va
desde los 29.000 a los 300.000 metros/segundo (Isp de 2.959 a
30.612 segundos) y el empuje puede variar entre un mínimo de 40
newtons (a máximo empuje específico) y un máximo de 400 (al
mínimo Isp).
Las fases de alto empuje y bajo Isp se darían al principio (cuando
fuera preciso emplear toda la mayor fuerza para salir de la órbita de
la Tierra, por ejemplo) y al final de la misión (al “frenar” para entrar
en órbita del planeta de destino, sin descartar el uso de maniobras
de aerocaptura).
Si esta tecnología se mostrase realmente viable y segura sería una
gran opción para reducir la duración de los viajes y proyectar la
presencia humana más allá del sistema Tierra-Luna y de la órbita de
Marte, aunque presenta algunos inconvenientes menores, por
ejemplo, el tiempo necesario para abandonar la órbita de un planeta.
Como se indica en el documento VASIMR Plasma Rocket Tecnology
(disponible en internet), una nave interplanetaria de 600 toneladas
dotada de un motor de este tipo, con un Isp de 30.000 segundos,
una potencia eléctrica de 200 MW (potencia similar a la generada
por el reactor de un gran submarino nuclear; una central nuclear
típica genera 1.000 MW) y 22 toneladas de carga útil, tendría que
describir una trayectoria en espiral alrededor de la Tierra durante 8
días (durante los que consumiría 152 toneladas de combustible)
para conseguir la aceleración necesaria para inyectarse en una
órbita de transferencia a Marte de ¡un mes! En total, el viaje al
Planeta Rojo duraría 45 días.
Sin llevar las cosas a ese extremo (la razón de masas inicial sería
de 27), una astronave tripulada de 188 toneladas que trasladase
una carga útil de 61 toneladas –dotada de una unidad nuclear de 12
MW–, debería trazar una órbita espiral de 30 días en torno a la
Tierra para acelerar. Si activase sus motores el 6 de mayo de 2035
(por poner una fecha hipotética), entraría en órbita de transferencia
el 5 de junio y seguiría acelerando, pero ahora variando su potencia
para conseguir un mayor impulso específico. Al cabo de 85 días (29
de agosto de 2035) habría alcanzado la órbita de Marte.
Poder viajar a Marte en 80 días en naves reutilizables abriría las
puertas no ya de la exploración del Planeta Rojo, sino de su
colonización. Los riesgos derivados de la exposición a la radiación
cósmica y solar se reducirían de forma drástica, así como los
riesgos médicos convencionales y las necesidades logísticas. Los
mismos depósitos de hidrógeno podrían servir como escudos frente
a la radiación espacial.
Ad Astra Rocket Company tiene una empresa filial en Costa Rica,
Ad Astra Rocket Company Costa Rica (AARC CA), cuyo centro de
investigación está situado en la ciudad de Liberia, capital de la
provincia de Guanacaste. Ad Astra tiene intención de probar en el
espacio el prototipo VF-200 (de 200 KW) en colaboración con la
NASA, pero la agencia descartó ya en 2015 la posibilidad de hacerlo
en la ISS y ahora mismo no hay fecha para tal test, así que de
momento la compañía está embarcada en una larga serie de
pruebas en tierra con sus prototipos y en conseguir financiación
adicional. En este sentido, en 2018 la empresa consiguió firmar un
acuerdo con la agencia espacial canadiense (CSA) por valor de un
millón de euros para seguir desarrollando el proyecto.
No todos los expertos ven con buenos ojos la propuesta de Ad
Astra. Por ejemplo, el conocido “gurú” del viaje tripulado a Marte
Robert Zubrin ha calificado a VASIMR como poco menos que un
“fake” tecnológico, afirmando que es menos eficiente que otros
propulsores eléctricos que ahora están en funcionamiento (sólo ha
alcanzado un rendimiento del 50% en unos pocos segundos de
ensayos mientras que otros motores iónicos han funcionado durante
miles de horas al 70%) y que no dispone de una fuente de energía
adecuada y compacta.
Ciertamente, para poder realizar un viaje a Marte en 39 días como el
que propone Ad Astra, sería preciso, como ya hemos comentado,
enviar al espacio un enorme reactor nuclear capaz de generar una
potencia eléctrica útil de 200 MW. Pero el problema es que, dado
que la eficiencia de los actuales reactores es de un 33%
aproximadamente, para generar esos 200 MW de potencia útil se
precisaría que el reactor fuese capaz en realidad de generar 600
MW de potencia bruta, lo que obligaría a dotar a la astronave de
unos enormes radiadores de 100x100 metros para disipar en el
vacío los 400 MW sobrantes, lo que haría aumentar mucho la masa
del vehículo. Es de esperar que en el futuro nuevos avances
tecnológicos hagan posible construir generadores mejor optimizados
y compactos que permitan hacer viable la construcción de este tipo
de motores, pero por ahora el VASIMR está limitado a pruebas de
desarrollo en laboratorio. En julio de 2021, la empresa anunció
anunció la finalización de una prueba en la que hizo funcionar el
motor durante 28 horas a un nivel de potencia de 82,5 kW, y en una
segunda prueba a mediados de ese mismo mes se alcanzaron las
88 horas a un nivel de potencia de 80 kW, así que todavía les queda
mucho camino por delante.
A la vista de estas dificultades, ¿tenemos alguna alternativa para
viajar a Marte en un tiempo razonable usando algún tipo de
propulsión eléctrica? Pues sí, la hay.

El motor iónico X3

Ya hemos comentado anteriormente que un motor iónico es un tipo


de propulsión espacial que utiliza un haz de iones (moléculas o
átomos con carga eléctrica) para la propulsión. Las partículas así
aceleradas alcanzan grandes velocidades (alto empuje específico) si
bien como el empuje es muy pequeño los vehículos espaciales
empujados por este tipo de propulsores pueden alcanzar altas
velocidades solo al cabo de largos períodos de aceleración. Existen
distintas variantes de motores iónicos con diferentes métodos para
acelerar los iones y/o distintas sustancias para el “combustible”
(xenón, kripton, etc), pero todos parten de los mismos principios
básicos desarrollados por Hermann Oberth en los años veinte del
siglo pasado.
Hasta tiempos recientes las fuentes de energía disponibles en
sondas y satélites podían proporcionar solo algunas decenas de
kilovatios, dando un impulso específico del orden de 3.000
segundos (30 kN*s/kg), consiguiendo una fuerza muy modesta, del
orden de décimas o centésimas de un newton (recordemos que un
newton es igual a 0.101972 Kg-fuerza). Un propulsor iónico tipo
suele acelerar una nave espacial entre 0,000098 m/s² a 0,0098 m/s²
(entre una milésima y una cienmilésima parte de la aceleración de la
gravedad), lo que equivale a la fuerza que ejerce una hoja de papel
sobre la palma de una mano. Lo escaso de su empuje ha hecho de
que hasta ahora su uso estuviera limitado a satélites y sondas
espaciales en misiones de exploración a cometas, asteroides y otros
cuerpos del Sistema Solar.
Sin embargo, dadas las altas prestaciones que en términos de
velocidad final puede ofrecer este tipo de propulsión, se están
desarrollando prometedoras investigaciones con el objetivo de
construir motores iónicos con más empuje que puedan ser usados
en viajes espaciales tripulados, siempre teniendo en cuenta que
este tipo de propulsión no sirve para despegar o aterrizar en
cuerpos planetarios, sino que solo es útil en la fase de
salida/entrada de órbita y de crucero con el fin de alcanzar altas
velocidades y acortar así la duración de los viajes.
En este sentido, el proyecto más prometedor en el que ahora mismo
se está trabajando es el del motor iónico X3, desarrollado por el
Glenn Research Center de la NASA en colaboración con el
Plasmadynamics and Electric Propulsion Laboratory (PEPL) de la
Universidad de Michigan, Aerojet Rocketdyne y la Fuerza Aérea de
los EEUU, dentro del programa NexSTEP (NASA's Next Space
Technologies for Exploration Partnership) de la agencia.

Motor iónico X3

Con apenas 80 centímetros de diámetro y con un peso de 230 kilos,


el motor iónico de efecto Hall X3 utiliza campos eléctricos y
magnéticos para ionizar y acelerar gas xenón y funciona con niveles
energéticos superiores a los 100 kilovatios (KW) y en pruebas
realizadas en 2017 ha alcanzado empujes de 5,4 newtons (esto es,
0,5 kilogramos-fuerza) con 102 KW de potencia eléctrica. En 2018
las pruebas se han centrado en conseguir mantener al motor
funcionando durante 100 horas a plena potencia.
El profesor Alec Gallimore, director del equipo de desarrollo del X3,
afirmó en una entrevista en 2017{8} que para poder usar esta
tecnología en misiones tripuladas será preciso alcanzar niveles de
potencia de los 500 KW o incluso de 1.000 KW. Es decir, un sistema
de propulsión que podría ser hasta 40 veces más potente que los
motores iónicos actualmente en servicio, capaz de generar empujes
de varios kilogramos-fuerza. Y todo ello alimentado por paneles
solares, si bien la eficiencia de éstos deberá aumentar en el futuro,
pues actualmente los 2.500 m2 de paneles de la ISS solo producen
entre 84 y 120 KW de potencia eléctrica.

Motor iónico X3 en funcionamiento

Según estudios de Aerojet Rocketdyne, hasta un 75% de la masa


total requerida para misiones humanas a Marte puede ser
transportada usando propulsión eléctrica reduciendo la cantidad de
propelente necesario por un factor de 10. Y todo ello sin tener que ir
más allá de las posibilidades tecnológicas actuales.
Hay muchas esperanzas depositadas en esta tecnología, y si bien -
como en el caso del VASIRM- queda mucho trabajo por delante, las
investigaciones están siendo prometedoras. Como ha manifestado
el Dr. Scott J. Hall, si un sistema de propulsión de iones pudiera
producir más de 300 kW de potencia, permitiría posibles misiones
espaciales a asteroides cercanos a la Tierra, así como a Marte. El
X3 ha ido mucho más allá de lo previsto, pero todavía no se
encuentra en esos niveles de rendimiento, aunque es cuestión de
tiempo.

A fin de tener algo más claras las posibilidades de estos


propulsores, veamos un ejemplo: supongamos que queremos enviar
al espacio profundo una gran sonda no tripulada de 12 toneladas al
cinturón de asteroides propulsada por un conjunto de motores
(cluster) iónicos directamente derivados del X3 alimentados por un
conjunto de paneles solares que proporcionasen una potencia de
500 KW, lo que daría un empuje de 27 newtons. Si se mantiene el
empuje durante seis meses (180 días), unos sencillos cálculos (si
bien simplificando mucho la realidad) nos darán la velocidad final de
la sonda:

27/12.000 = 0,00225 m/s2


Dado que en un día hay 86.400 segundos, tenemos que:
180 x 86.400 = 15.552.000 x 0,00225 = 34.992 m/s
Es decir, 35 km/s, o si se prefiere, 125.971 km/h

Si en ese momento la sonda girase para iniciar una maniobra de


desaceleración durante otros seis meses, la nave habría recorrido
un total de 544 millones de kilómetros, es decir, habría alcanzado la
zona más alejada del cinturón principal de asteroides entre Marte y
Júpiter.
Así pues, vistas las posibilidades de este sistema de propulsión,
cabría plantearse a medio plazo una misión tripulada desde la órbita
baja terrestre a la marciana en una nave espacial del tamaño del
transbordador espacial (en torno a las 100 toneladas) que usase
propulsores iónicos avanzados con un impulso específico de 8.000
segundos. Con un DeltaV de 44 km/s, el tiempo de vuelo a Marte
sería de 115 días. Disponiendo de más energía y propelente, podría
considerarse un DeltaV de 150 km/s, con lo que el viaje se reduciría
hasta los 93 días.
De la Tierra a Marte en tres meses, a lo sumo en cuatro meses. Ya
hemos visto que Roscosmos incluso apuesta por vuelos de solo dos
meses. No está mal, sobre todo teniendo en cuenta que usando
sistemas de propulsión química o incluso térmico-nuclear, los
tiempos de vuelo estarían entre los cuatro y los ocho meses.
¿Ya hemos decidido que tecnología será la que lleve a nuestros
valerosos astronautas a Marte en 2035? Pues entonces solo queda
activar los motores y desearles un feliz viaje.
¡MÁS POTENCIA, SCOTTY!
 
Vamos a dar ahora rápido vistazo a algunos sistemas de propulsión
que, ya sea por su coste, por su carácter especulativo, por los
desafíos tecnológicos que plantean, por problemas de seguridad o
por su inmadurez no han pasado de momento del tablero de dibujo
o de fases de pruebas preliminares, aunque sí pueden ser
propuestas interesantes para el futuro o para escribir una buena
novela de ciencia-ficción “hard”.
 

Propulsión nuclear pulsante

Fue en los años 50 cuando en los EE.UU. surgió la idea de emplear


bombas atómicas para propulsar enormes naves espaciales a
velocidades inauditas. El proyecto Orión fue el fruto de esa
propuesta, en la que pequeños dispositivos nucleares de distinta
potencia detonarían a una distancia dada de una nave dotada de un
potente escudo que amortiguaría los efectos de la explosión y
recibiría el impulso. Por descabellada que parezca la idea, se
propuso seriamente como forma de poner en órbita cientos de
toneladas de carga útil, se realizaron estudios de viabilidad y se
realizaron pruebas a pequeña escala con explosivos
convencionales.
Es fácil suponer que poca gente estaría dispuesta a asistir en vivo y
en directo al lanzamiento y menos aún a embarcarse dentro de una
nave que despegaría de la Tierra en medio de una tormenta de
explosiones nucleares: serían precisas 800 detonaciones, con un
total de 3 megatones de fuerza nuclear, para situar a una nave de
4.000 toneladas a 480 kilómetros de altitud; hasta los 38 kilómetros
de altura sería preciso detonar 200 cargas de 0,15 kilotones y en el
espacio se emplearían cargas de 5 kilotones. También es fácil
imaginarse las consecuencias de un accidente en pleno despegue.
Una nave Orión “despegando” mediante una explosión nuclear

En 1965 se propuso una versión menos “agresiva” (que podemos


ver en la imagen siguiente) que usaría un par de cohetes Saturno V
para poner en órbita una nave interplanetaria de 190 toneladas,
tripulada por ocho astronautas y dotada de ese tipo de propulsión.
Su Isp estaría entre 1.800 y 2.500 segundos y permitiría realizar
misiones a Marte de 125 días de duración. Finalmente, el proyecto
fue abandonado con la excusa de la firma del tratado de prohibición
del uso de armas atómicas en el espacio (1963).
La revisión del proyecto Orión de 1965

Pero el avance tecnológico producido en los últimos 40 años en


todos los campos ha permitido retomar el concepto de propulsión
pulsante tan rudamente presentado en el primitivo proyecto Orión.
La propuesta MMO o Mini-Mag Orion (Miniature Magnetic Orion) de
Andrews Space en el año 2000 consistía en comprimir unas
cápsulas que contienen pequeñas cantidades de material fisible
hasta alcanzar su umbral crítico a través de un campo magnético.
La detonación tendría una potencia de 5 toneladas de TNT y
generaría una gran cantidad de plasma que sería dirigido a una
tobera magnética para generar el empuje.
Unidad de propulsión Mini-Mag Orion

En 2003 se realizaron algunos experimentos de la propuesta MMO


en los Laboratorios Nacionales Sandia de EE.UU., concluyendo que
este sistema podría obtener un empuje superior al de los motores
principales del transbordador espacial, pues alcanzaría un Isp de
21.400 segundos y un empuje de 625.000 N. Ello permitiría enviar a
Marte una nave de 100 toneladas en tres meses o a Júpiter en un
año.
A mayor escala, el proyecto Orion inspiró en los años 70 la
propuesta Dedalus de la British Interplanetary Society. La idea era
usar propulsión nuclear pulsante de fusión (deuterio y helio) para
enviar una nave automática de 500 toneladas a la estrella de
Barnard (5,9 años-luz; en los años 70 se pensaba que esa estrella
tenía al menos un planeta, pero hoy esa posibilidad está
descartada) en un viaje de 50 años. Los motores (en dos etapas)
funcionarían durante 4 años para acelerar hasta el 12% de la
velocidad de la luz (36.000 km/s), consumiendo 50.000 toneladas de
combustible. La imagen que sigue muestra el aspecto de la
Dedalus, un vehículo gigantesco de 190 metros de longitud,
comparado con un Saturno V.
La astronave Dedalus comparada con un Saturno V

Motor térmico nuclear de núcleo gaseoso (NTGC)

Esta prometedora técnica de propulsión térmica de fisión, que


presenta un Isp de hasta 10.000 segundos y empujes de hasta
5.000.000 N, tropieza con graves problemas de control de la
reacción y de la expulsión por la tobera de gran cantidad de
elementos radiactivos. Necesita, como el motor térmico nuclear de
núcleo líquido, de mucha investigación y avances tecnológicos para
poder llegar a ser una alternativa viable.
 

Fusión nuclear
Al menos hasta mediados del siglo XXI no dispondremos de
reactores nucleares de fusión viables, pero pasarán aún más años
hasta que se puedan construir unidades lo suficientemente
compactas y seguras para embarcarlas en una nave espacial. Al
igual que en el caso de la energía de fisión, en el futuro la fusión
nuclear podrá ser empleada para producir electricidad y usarla para
generar grandes cantidades de plasma. Una nave propulsada por
fusión nuclear de helio y deuterio podría alcanzar un Isp de ¡800.000
segundos! (es decir, que para una razón de masas de 5, la nave
podría alcanzar una velocidad máxima de 12.600 km/s) y un empuje
de 49.000 newtons.

Vela solar

Si bien este sistema de propulsión sin combustible, basado en la


presión ejercida por los fotones solares sobre una “vela” o “espejo”
de gran superficie construida con un material ultraligero ha sido
objeto de múltiples estudios teóricos y experimentos (programa
Cosmos 1 de la Planetary Society), el gran tamaño de las velas, la
estabilidad de la estructura, los impactos de los micrometeoritos, la
larga duración de los viajes (se tardarían 500 días en enviar a Marte
una carga de 5.000 kilogramos), los problemas asociados a su
compleja maniobrabilidad y su bajo empuje (un proyecto de sonda
espacial para la exploración del cometa Halley, jamás llevado a
cabo, preveía la construcción de una amplia vela de 640.000 metros
cuadrados para obtener de los fotones solares un empuje de apenas
600 gramos) limita su empleo para el envío de sondas robot y otras
pequeñas cargas.

En mayo de 2010, la agencia espacial japonesa JAXA envió al


espacio la pequeña sonda interplanetaria IKAROS (Interplanetary
Kite-craft Accelerated by Radiation Of the Sun), propulsada por un
motor iónico y por una vela solar de 20 metros cuyo grosor era de
32,5 micras y que también funcionaba como panel solar para
producir electricidad. La sonda (de 315 kg de peso) pasó a 80.000
kilómeros de Venus en diciembre de 2010 y en 2015 la sonda entró
en estado de hibernación.
 

Vela láser

Versión de “alta potencia” del concepto anterior que precisaría de la


instalación en órbita terrestre (o de otros planetas) de generadores
de luz láser alimentados por energía solar que dispararían su rayo
contra la “vela” o “espejo” de la nave, propulsándola hacia su
destino a gran velocidad. Muchísimo más eficiente que el concepto
“vela solar”, cabría imaginar la construcción en el futuro de una red
de generadores láser orbitando los principales planetas del Sistema
Solar para impulsar y frenar vehículos espaciales tripulados y
automáticos en vuelos interplanetarios, aunque requeriría de
unidades láser de muy alta potencia que habría que mandar de
alguna manera a sus posiciones de trabajo. De momento, es una
idea demasiado cara que precisa de unos cuantos avances
tecnológicos.
En una obra escrita en 1984, Robert Forward especuló con el envío
con esta tecnología de una sonda de una tonelada a Próxima
Centauro (a 4 años-luz), en un viaje de 40 años de duración. La
superficie reflectante tendría 3,6 kilómetros de diámetro y estaría
construida en aluminio de 16 nanómetros de grosor. Para impulsar
esta pequeña nave sería preciso un sistema láser de 10 GW. Pero si
se desease que la nave pudiese desacelerar y retornar a nuestro
Sistema Solar, la potencia del láser debería ser de 7,2 trillones de
Watios (funcionando a plena potencia durante décadas) y la vela
estaría compuesta por varios anillos separables, siendo el exterior
de 100 kilómetros de diámetro.
A continuación, podemos ver un esquema de una misión similar
dirigida a Epsilon Eridani (a 10,7 años-luz) en un viaje de 20 años a
la mitad de la velocidad de la luz. La potencia eléctrica del láser
sería de 43 teravatios (43 veces la de la Tierra):
Como vemos, las cantidades de energía asociadas a esta idea
están todavía fuera de nuestras posibilidades. Sin embargo, parece
más realista el concepto de vela de microondas, en la que el
empuje se obtiene de haces de microondas, que presentan varias
ventajas respecto de los haces láser. Aunque es una propuesta muy
novedosa, hay estudios que afirman que, en combinación con
determinados tipos de recubrimientos evaporables, una vela de este
tipo podría acelerar hasta los 60 km/s en una hora, de forma que
podría alcanzar Marte en un mes. También se ha propuesto su uso
para sondas interestelares, pues según algunos estudios una vela
empujada por microondas podría llegar a alcanzar los 10.000 km/s.
 

Motores de antimateria

La antimateria está compuesta de antipartículas, mientras que la


materia “común” está compuesta de partículas. Por ejemplo, un
antielectrón (un electrón con carga positiva, también llamado
positrón) y un antiprotón (un protón con carga negativa) pueden
formar un átomo de antihidrógeno, de la misma manera que un
electrón y un protón forman un átomo de hidrógeno. El contacto
entre materia y antimateria ocasiona su aniquilación mutua, y por
eso es la forma de energía más poderosa del universo. Esto no
significa su destrucción, sino una transformación que da lugar a
fotones de alta energía (rayos gamma) y otros pares partícula-
antipartícula.
El desarrollo de la propulsión por antipartículas tropieza con graves
dificultades derivadas del enorme coste que tiene la producción de
cantidades significativas de antimateria (unos 60.000 millones de
dólares el miligramo), y de la dificultad y peligrosidad de su manejo,
pues incluso unos pocos microgramos podrían ocasionar un
auténtico desastre en caso de que fallaran los sistemas de
contención magnética en una nave espacial. Además, todas las
reacciones materia-antimateria generan radiación gamma, lo que
obligaría al uso de escudos (al igual que en los NTR) y a emplear en
las toberas materiales de isótopos de baja masa para evitar
reacciones incontroladas.
La antimateria se genera actualmente en centros de investigación
avanzada de física que disponen de grandes aceleradores de
partículas, como es el caso del CERN europeo o el Femilab de
EE.UU., y para su almacenamiento se usan “trampas magnéticas” o
“trampas de Penning”. Como curiosidad, la NASA ha sugerido la
posibilidad de “recolectar” mediante campos magnéticos la
antimateria que se genera de forma natural en los Cinturones de
Van Allen de la Tierra.
Pero la investigación básica prosigue y poco a poco se van
consiguiendo avances. En 1995, el CERN anunció la creación de
nueve átomos de antihidrógeno. Poco después, el Fermilab también
confirmó la creación a de 100 átomos de antihidrógeno. En
noviembre 2010, los científicos del CERN lograron crear 38 átomos
de antihidrógeno, pudiendo preservarlos aproximadamente en un
sexto de segundo (172 milisegundos). Un gran avance se logró a
comienzos de 2011, cuando el proyecto ALPHA del CERN logró
crear más de 300 átomos de antihidrógeno y almacenarlos durante
1.000 segundos (16 minutos y 40 segundos), superando en 4
órdenes de magnitud el límite previo.
Aunque existen diversos conceptos de uso de antipartículas para la
propulsión espacial, el más habitual consiste en usarla para calentar
una masa de reacción (hidrógeno, metano, etc.) hasta convertirla en
plasma y expulsarla por una tobera magnética. En un sistema bien
diseñado las velocidades del chorro de gases podrían ser de hasta
7.800 km/s y el empuje de 49.000 newtons. Otra ventaja es la de
que la razón de masas nunca sería superior a 4,9 y podría llegar a
ser tan bajo como 2 (para lograr más velocidad no se quemaría más
combustible, sino que se añadiría algo más de antimateria, que se
mide en microgramos o a lo sumo unos pocos gramos). Una nave
dotada de un motor que convirtiese en plasma 1,4 kilogramos de
metano cada segundo usando 3 miligramos de antimateria,
desarrollaría un nivel energético de 500 GW y, con un empuje en 1/6
de gravedad, alcanzaría Marte en... ¡7 días!
Lamentablemente, desarrollar esta tecnología de propulsión
requerirá muchos años y mucho dinero. Será preciso construir
aceleradores de partículas diseñados ex-profeso para generar
antimateria de forma que el coste pueda reducirse de forma
significativa, además de avanzar mucho más en su manejo y
control. Por otro lado, está el problema de la radiación gamma
generada en el proceso de aniquilación materia-antimateria,
cuestión vital para cuya solución se ha propuesto el uso de
positrones, que al aniquilarse producen rayos gamma con
aproximadamente 400 veces menos energía que en el caso de la
reacción de antiprotones.
Bien, ya hemos viajado al futuro para echar una ojeada a sistemas
de propulsión espacial que quizás algún día lleguen a usarse,
aunque hemos dejado en el tintero otras propuestas en el tintero,
como el estatorreactor interestelar –que se propulsaría mediante la
fusión del hidrógeno presente en el espacio– por ser demasiado
especulativas. Volvamos ahora al presente para ver qué andan
haciendo las principales agencias espaciales.
NASA
 

Fundada en julio de 1958, la NASA o National Aeronautics and


Space Administration (“Administración Nacional de Aeronáutica y del
Espacio”) es la agencia gubernamental responsable de los
programas de investigación aeronáutica y espacial de los Estados
Unidos de América. Su sede está en Washington D.C., la capital
federal, y desde mayo de 2021 su administrador es Bill Nelson, que
dirige a unos 17.300 empleados y que en 2022 tiene asignado un
presupuesto de 24.000 millones de dólares (es decir, 3,7 veces
superior al de la Agencia Europea del Espacio –ESA– para el mismo
año). La NASA sigue siendo la más poderosa y conocida agencia
espacial del mundo y ha protagonizado muchos de los hitos de la
conquista del espacio.
 

Algo de historia

Creada por el presidente Dwight David Eisenhower (1953-1961)


sobre la base de la antigua NACA (National Advisory Committee for
Aeronautics) en un momento en que los Estados Unidos estaban
claramente por detrás de la Unión Soviética en la carrera espacial, su
objetivo era el de centrarse en las actividades espaciales no
militares. Si bien la NASA siempre ha mantenido “relaciones fluidas”
con las fuerzas armadas norteamericanas, el desarrollo de la
tecnología espacial para aplicaciones militares corre a cargo de otra
agencia, también fundada en 1958, la ARPA (Advanced Research
Projects Agency), que en 1972 fue rebautizada como DARPA
(Defense Advanced Research Projects Agency).
La NASA heredó de la NACA la totalidad de su personal e
instalaciones de investigación (entre los que destacaban el Langley
Aeronautical Laboratory, el Ames Aeronautical Laboratory y el Lewis
Flight Propulsion Laboratory), y absorbió también elementos del
Laboratorio de Investigación de la Marina (United States Naval
Research Laboratory) y de la Agencia de Misiles Balísticos del
Ejército (Army Ballistic Missile Agency), en la que trabajaba el equipo
de Werner von Braun. Con todo este bagaje científico y tecnológico,
y generosamente financiada por las administraciones de Kennedy y
de Johnson, la NASA se embarcó durante los años 60 en una
frenética competición con la URSS para alzarse con la hegemonía
espacial con el objetivo puesto en la Luna. A través de las misiones
Mercury, Gemini, Ranger, Surveyor y Apolo, lanzados desde las
instalaciones de Cabo Cañaveral (rebautizadas como Cabo Kennedy
entre 1964 y 1974), la NASA apuró etapas a una velocidad inaudita y
el 19 de julio de 1969 la histórica misión Apolo XI ponía a Neil
Armstrong y Buzz Aldrin en la superficie de nuestro satélite.
A la izquierda, el cohete Saturno V comparado con los cohetes Titán (proyecto Gemini) y
Atlas (proyecto Mercury). En el centro y a la derecha, el módulo de mando y el módulo lunar
del programa Apolo comparado con las cápsulas Gemini y Mercury

El programa Apolo finalizó en diciembre de 1972, con el Apolo 17. El


coste del programa desde 1961 había ascendido (según se informó
al Congreso de Estados Unidos en 1973) a 25.400 millones de
dólares (que, según una estimación de la NASA en 2009,
equivaldrían a 170.000 millones de dólares de 2005, el 7,083% del
presupuesto federal de ese año). En el momento álgido del programa
Apolo, a finales de los años 60, trabajaban para el proyecto unas
36.000 personas de forma directa y cerca de 350.000 en la industria
auxiliar.
Edwin 'Buzz' Aldrin desciende del módulo lunar “Eagle” en julio de1969.
Fotografía tomada por Neil Armstrong, comandante del Apolo XI, primera misión tripulada a
la Luna

El final del programa Apolo supuso también el de la época “gloriosa”


de la NASA. Necesitada de nuevos programas que justificasen no ya
su elevado presupuesto sino incluso su propia existencia, la NASA
presentó al presidente Nixon (1969-1974) un proyecto para enviar
una misión tripulada al planeta Marte en 1980 que contemplaba el
uso de dos naves propulsadas por motores térmicos nucleares. El
plan fue descartado por su elevadísimo coste, debiendo la agencia
conformarse con las misiones robóticas a los planetas, el proyecto de
estación orbital Skylab (que reciclaba elementos del programa Apolo
y que duró de 1973 a 1979), con la misión orbital conjunta ruso-
americana Apolo-Soyuz (1975) y con la continuidad del programa
STS (Space Transport System), que daría como resultado al
famosísimo “transbordador espacial” o “shuttle”, la primera nave
espacial reutilizable con la que se suponía que los costos de acceso
al espacio serían tan bajos que ir a la órbita baja terrestre se
convertiría en una actividad casi rutinaria, con un alto número de
vuelos mensuales. El transbordador era parte de una infraestructura
espacial que contemplaba una gran estación orbital que daría
servicio a una base lunar.
Sin embargo, estas expectativas no tardaron en revelarse como
demasiado optimistas. Como ya hemos comentado en el capítulo
dedicado a la historia de la astronáutica, los cinco vehículos del
programa STS (Columbia, Challenger, Discovery, Atlantis y
Endeavour) sólo protagonizarían 135 misiones entre 1981 y 2011. Y
si bien pusieron en órbita multitud de satélites y sondas planetarias,
además de servir como laboratorio orbital en colaboración con la
ESA (programa Spacelab), el Pentágono, que se suponía sería uno
de sus principales usuarios, lo encontró demasiado complejo y caro
para la puesta en órbita de sus satélites de reconocimiento, por lo
que optó por volver a usar cohetes desechables. La construcción de
la ISS (International Space Station o “Estación Espacial
Internacional”) entre el año 2000 y el 2011 permitió justificar el
mantenimiento de una flota de aparatos que no tardaron en
mostrarse demasiado inseguros (dos de ellos, el Challenger en 1983
y el Columbia en 2003 sufrieron accidentes que costaron la vida a la
totalidad de sus tripulaciones) y para nadie era un secreto que la
estación podría haberse construido en menos tiempo y con menos
dinero de haberse empleado para ello cohetes desechables de gran
capacidad de carga similares al Saturno V.
 

El retorno a la Luna: programas Constellation, SLS y Artemisa

Cuando la jubilación de los transbordadores se veía ya como


cercana, la NASA presentó a la administración del presidente Bush
(2001-2009) la Vision for Space Exploration, con la que la agencia
prometía asegurar el acceso al espacio y la hegemonía tecnológica
de los Estados Unidos más allá de 2020. Pieza clave de esta
estrategia era el programa Constellation, que comprendía el
desarrollo de una nueva nave espacial tripulada (la cápsula Orión, de
20 toneladas, capaz de mantener en el espacio a una tripulación de
entre dos y seis astronautas hasta un máximo de 21 días), de su
lanzador (el cohete desechable de combustible sólido Ares I,
derivado de los aceleradores del transbordador espacial) y de un
supercohete capaz de poner en el espacio cargas de hasta 188
toneladas (el cohetes Ares IV y V, derivado de la fase principal del
transbordador). El objetivo final era volver a enviar misiones
tripuladas a la Luna de media y larga duración en torno al año 2020.
Sin embargo, el programa fue objeto de fuertes críticas por su coste y
por su concepción, pues muchos lo veían como una simple repetición
del programa Apolo. Además, durante su desarrollo surgieron
muchos problemas con el cohete Ares I, que hacían temer por la
seguridad de los tripulantes.
 
Comparación del Saturno V, del transbordador espacial Ares I, del Ares V, del Ares IV, del
SLS Block 1 y del SLS Block 2

Con la nueva administración del presidente Barack Obama (2009-


2016), el programa fue revisado y por último cancelado en su
concepción original. En 2010, y por presiones del Congreso, se
presentó el nuevo programa SLS (Space Launch System o “Sistema
de Lanzamiento Espacial”) que, según los diseños presentados por la
NASA en septiembre de 2011, estaría formado por dos familias de
cohetes derivados también de la etapa principal del transbordador: el
SLS Block I, capaz de poner en órbita cargas de entre 70 y 105
toneladas y cuyo modelo básico lanzaría al espacio la cápsula Orión
MPCV (Multi-Purpose Crew Vehicle) heredada del Constellation y
que se construiría conjuntamente con la ESA, con capacidad de
hasta 6 astronautas. El primer lanzamiento no tripulado de prueba de
la Orión tuvo lugar a principios de diciembre de 2014 con un cohete
Delta IV.
En cuanto al segundo cohete, el SLS Block II, sería -si llega a
construirse- un auténtico super-lanzador pesado para en misiones
tripuladas o de carga que podrá enviar al espacio hasta 130
toneladas.
Una de las principales críticas al proyecto SLS es la de que esos
enormes lanzadores carecen de misiones definidas dentro de un
programa coherente de exploración del espacio, lo que se traduce en
lanzamientos esporádicos a un coste altísimo, pues solo el desarrollo
del Block I y de la nave Orión han consumido ya más de 14.000
millones de dólares y se estima que hasta 2025 se habrán gastado
en torno a 35.000 millones de dólares.
Ciertamente, durante la última década ha habido un auténtico baile
de propuestas de misiones con las que darle contenido al programa.
Hace unos años se justificó con la idea de disponer de la capacidad
necesaria para realizar misiones tripuladas a NEOs (asteroides
cercanos a la Tierra) en torno a 2026 y más tarde abordar misiones a
las lunas de Marte, Fobos y Deimos y, por supuesto, misiones
tripuladas al Planeta Rojo empleando para ello naves de propulsión
nuclear. También se han propuesto misiones automáticas de
recogida y retorno de muestras a las lunas de Júpiter (Europa y
Encélado).
Sería bajo la presidencia del republicano Donald Trump (2017-2021),
cuando se estableciese por fin un programa definido que se centraba
en el retorno a la Luna (programa Artemisa), y que ha sido mantenido
por la nueva administración demócrata de Joe Biden (desde enero de
2021), como respuesta al claro desafío que el pujante programa
espacial chino plantea a los EEUU. Tras muchos retrasos y
desorbitados costes, parece que el proyecto Artemisa está
encaminado hacia su meta, al menos en sus primeras fases. Si todo
marcha como está planeado, el primer SLS Block 1 despegará en el
último tercio de 2022 con la misión no tripulada Artemisa 1, que
enviará a la nave Orión a una trayectoria de sobrevuelo lunar. La
primera misión tripulada del nuevo calendario (otro sobrevuelo lunar)
se espera para mediados de 2024 y, por fin, el primer alunizaje
tripulado de la NASA desde diciembre de 1972 tendría lugar no antes
de 2025 con la misión Artemisa 3.
El SLS Block 1 de la misión Artemisa 1 en sus pruebas finales de abril-junio de 2022

Más allá de estas primeras misiones, la NASA y los EEUU deberán


enfrentar una decisión definitiva sobre el asunto más importante del
nuevo programa lunar: su financiación. Y es que el coste de esta
nueva aventura lunar (centrada en el Polo Sur de nuestro satélite,
donde se tiene constancia de reservas de hielo), asciende a unos
93.000 millones de dólares, con lo que cada misión tripulada
Artemisa tendría un coste de más de 4.000 millones de dólares, en
un contexto económico de inflación y recesión derivada de los
problemas que está ocasionando la invasión rusa de Ucrania. Es por
eso que la NASA ha dado el visto bueno a la colaboración de
empresas privadas en el programa Artemisa. Ejemplo de ello es el
concurso para el diseño y desarrollo del módulo lunar, en el que de
momento la ganadora es la propuesta LunarShip de SpaceX.
Dentro de este enfoque "cislunar", se mantiene el programa para la
construcción en órbita lunar de una pequeña estación espacial de 40
toneladas bautizada Deep Space Gateway (“Pasarela al espacio
profundo”) tripulada por cuatro astronautas y situada en una órbita
altamente elíptica alrededor de la Luna (1.500 x 70.000 kilómetros,
conocida como “órbita de halo”, con un período orbital de 7 días).
Programa Artemisa: una Gateway reducida con la Orión y una nave lunar acopladas
(propuesta de Lockheed Martin para la NASA en 2019)

La Gateway tendría como socios principales a las mismas agencias


occidentales que participan en la ISS (NASA, ESA, JAXA y la CSA
canadiense), estación espacial que seguirá en servicio hasta 2031.
Rusia se retiró del proyecto hace unos años debido a las malas
relaciones con Occidente y, en especial, a los severos problemas
financieros de Roscosmos. Desde la Gateway se podrían realizar
breves excursiones tripuladas a la superficie lunar y se desarrollarían
tecnologías y experiencias de cara a futuras misiones tripuladas a
Marte. El primer módulo sería lanzado en noviembre de 2024
mediante un Falcon Heavy de SpaceX o bien mediante otro SLS
Block 1.
 

Las grandes misiones robóticas

Por fortuna, no sólo de misiones tripuladas vive la NASA. De la mano


del JPL (Jet Propulsión Laboratory) de Pasadera (California), la
NASA ha logrado algunos de los mayores triunfos del ser humano en
la exploración del Sistema Solar. El JPL, cuyos orígenes se remontan
a 1936, es el encargado del diseño, integación y operación de la
mayoría de las misiones interplanetarias no tripuladas de la NASA,
así como de las misiones científicas y astronómicas en órbita
terrestre. El JPL es un organismo “autónomo” dentro de la estructura
de la NASA, un centro de investigación y desarrollo financiado
federalmente, administrado y operado por el Instituto para la
Tecnología de California (Caltech) bajo contrato con la NASA.
Desde sus éxitos iniciales con las misiones Ranger y Surveyor a la
Luna, que prepararon el camino al programa Apolo, el JPL ha
enviado misiones a todos y cada uno de los planetas del Sistema
Solar y a varios cometas y asteroides.

Pete Conrad, comandante del Apolo 12, comprobando el estado del Surveyor 3, que había
aterrizado en la Luna tres años antes (fotografía tomada por Alan Bean, piloto del módulo
lunar)

Entre los mayores éxitos del JPL están las misiones a Marte (pese a
algunos fracasos un tanto bochornosos): los vehículos Viking, el
robot Sojourner de la misión Pathfinder, la misión Mars Exploration
Rovers –con los famosos robots Spirit y Opportunity–, la misión Mars
Science Laboratory (robot Curiosity), el orbitador Mars
Reconnaissance Orbiter, el aterrizador Phoenix o el rover
Perseverance. En la siguiente imagen podemos ver réplicas de los
rovers marcianos citados:

Son varias las misiones de la NASA activas en Marte, como el


orbitador MAVEN (Mars Atmosphere and Volatile EvolutioN), que fue
lanzado por un Atlas V en noviembre de 2013 y llegó a Marte en
septiembre de 2014, o el aterrizador InSight (Interior Exploration
using Seismic Investigations, Geodesy and Heat Transport), un
completo laboratorio geofísico fruto de la cooperación del JPL, el
CNES francés y el DLR alemán, que fue lanzado en mayo de 2018 y
aterrizó en Elysium Planitia en noviembre de ese mismo año.
En febrero de 2021 tuvo lugar el espectacular aterrizaje en el cráter
Jezero de la misión Mars 2020, que transportaba al nuevo rover
Perseverance de 1.025 kilos de peso y al dron experimental Ingenuity
(Mars Helicopter Scout o MHS), un pequeño helicóptero de 1,8 kg.

El rover Perseverance y el Ingenuity

Aunque no se esperaba mucho del Ingenuity, este dron ha


funcionado más allá de cualquier expectativa. Su primer vuelo en
Marte tuvo lugar el19 de abril de 2021 y en el momento de escribir
estas líneas (mayo de 2022) ha completado ya 25 vuelos recorriendo
hasta 700 metros.
El Ingenuity posado en Marte

Pero el rover Perseverance es parte de una ambiciosa misión


conjunta de la NASA y la ESA que tiene por objetivo traer a la Tierra
muestras de Marte en el año 2031. Para ello, el rover dispone de 42
tubos con capacidad para 15 gramos de muestras cada uno. De
ellos, 30 serán depositados por el rover en la superficie marciana, a
la espera de que sean recogidos por la Misión de Retorno de
Muestras o MSR (Mars Sample Return) a partir de 2028.
En principio, la misión MSR contemplaba el uso de dos naves y un
rover: el SRL (Sample Retrieval Lander), el orbitador europeo ERO
(European Return Orbiter) y el rover, tambien europeo, SFR (Sample
Fetch Rover). Según el plan inicial, una vez que aterrizase el SRL en
Jezero en 2028, el rover europeo se dedicaría a recuperar los tubos
con las muestras dejados por el Perseverance para después
introducirlos en un contenedor alojado en un pequeño cohete
incorporado al SRL, que despegaría posteriormente de Marte para
acoplarse al orbitador ERO, que será el encargado de hacer llegar
las muestras a la Tierra en 2031. Pero en una reciente revisión de la
misión a mediados de 2022 la NASA ha prescincido del rover
europeo por problemas de masa (cosa que no ha hecho ninguna
gracia a este lado del Atlántico), encomendando la recogida de las
muestras al propio Perseverance. En caso de que este no pudiese
acometer la tarea con éxito, se contempla el uso de dos pequeños
drones similares a Ingenuity para localizar y recuperar los tubos,
situando el retorno a Tierra de las muestras en 2033.El coste de toda
esta aventura se sitúa de momento en los 7.000 millones de dólares.

Los distintos componentes de la misión MSR

También impresionantes y magníficos ejemplos del trabajo bien


hecho del JPL son las misiones Magallanes a Venus, las enviadas a
los planetas exteriores Pioneer 10 y Pioneer 11, Voyager 1 y Voyager
2 (años 70 y 80), Galileo (Júpiter), Cassini-Huygens (Saturno), New
Horizons (Plutón) o Juno (Júpiter).
Recreación de la sonda Galileo sobre Júpiter (1989-2003)

Sonda New Horizons

En la siguiente imagen, podemos ver el disco de Plutón fotografiado


por la sonda New Horizons en julio de julio de 2015:
Aquí tenemos en detalle una región de 350 km de Plutón en la que
se aprecian dunas y cráteres:
En esta otra imagen podemos ver a Plutón y a su satélite Caronte:

Y en esta otra, una imagen en detalle de Caronte:


En enero de 2019, New Horizons sobrevoló a 3.500 kilómetros de
distancia un objeto del cinturón de Kuiper situado a 6.500 millones de
kilómetros de la Tierra: el cuerpo binario (486958) 2014 MU69,
bautizado como Ultima Thule por la NASA y que está formado por
dos planetesimales de 22 y 14 kilómetros de diámetro:
Ultima Thule

New Horizons estará operativa hasta 2030, así que no se descarta la


posibilidad de un tercer sobrevuelo de algún nuevo objeto trans-
neptuniano.
En cuanto a la sonda Juno (que entró en órbita de Júpiter en julio de
2016 tras un viaje de 5 años), es la primera nave alimentada por
paneles solares que alcanza un punto tan lejano del Sistema Solar
como es Júpiter, planeta que orbitará hasta el año 2018,
acercándose hasta los 5.000 kilómetros de sus nubes.
La nave continúa enviando datos e imágenes, si bien debido a un
problema en el sistema propulsor no pudo situarse en la órbita de
trabajo inicialmente fijada.
Imagen superior: recreación de la sonda Juno cerca de Júpiter. Abajo: imagen tomada por la
Juno de los ciclones de Júpiter

Por poner más ejemplos de la inmensa cantidad de información


científica enviada por las sondas de la NASA, podemos destacar la
siguiente, que muestra la superficie de la luna Encélado de Saturno y
sus geisers, fotografiados en 2009 por la sonda Cassini (lanzada en
1997 y que permaneció activa hasta 2017):
En septiembre de 2015, se confirmó a partir de las imágenes de esta
sonda, que Encélado tiene un océano global subterráneo en contacto
con la superficie.
 La misma sonda ha desvelado mediante sus sensores los secretos
que se esconden bajo la espesa atmósfera de Titán (donde aterrizó
el pequeño módulo Huygens, de la ESA), satélite en el que se ha
comprobado la existencia de lagos de hidrocarburos:

Más cerca de la Tierra, aquí tenemos varias imágenes de la


fracturada superficie de la luna Europa de Júpiter, fotografiada por la
sonda Galileo (lanzada en 1989 y que investigó el sistema joviano
hasta 2003):
Muy interesante también ha resultado la misión DAWN a los
asteroides Vesta y Ceres, que fue lanzada en 2007 y que va
propulsada por un motor iónico. Las imágenes que siguen muestran
a la Dawn sobrevolando Vesta (un montaje a partir de las imágenes
retransmitidas en 2011) y la superficie de Ceres (febrero de 2015).
También podemos citar la misión OSIRIS-REx, lanzada en
septiembre de 2016 con el objetivo de recoger muestras del pequeño
asteroide Bennu para traerlas de regreso a la Tierra en 2023.
Otro sonoro y reciente éxito de la agencia estadounidense ha sido la
misión DART (Double Asteroid Redirection Test), un ensayo de
"defensa planetaria" para probar la viabilidad de desviar la órbita de
un asteróide potencialmente peligroso para la Tierra. El 26 de
septiembre de 2022, la sonda DART, de 550 kg de masa, impactó a
22.000 km/h contra el pequeño asteroide Dimorfo, de unos 163
metros de diámetro (que a su vez, orbita el asteroide Didimo, de 780
metros de diámetro) a 11 millones de km de la Tierra. La energía del
impacto fue equivalente a la detonación de 3 toneladas de TNT y
actualmente se está midiendo la desviación causada.

Arriba, a la izquierda, los asteroides Didimo y Dimorfo fotografiados por la DART. A la


derecha, primer plano de Dimorfo instantes antes del impacto

En el campo de la astronomía espacial, no podemos dejar de


mencionar las fantásticas aportaciones al conocimiento del universo
realizadas por el telescopio espacial Hubble, construido en
colaboración con la ESA, puesto en órbita en 1990 y todavía en
servicio.
El nuevo caballo de batalla de la astronomía espacial es el también
conjunto y carísimo JWST (James Webb Space Telescope), puesto
en órbita en diciembre de 2021 por un Ariane 5 y que ya está
enviando sensacionales imágenes.

Los telescopios espaciales JWST y Hubble. Debajo, la primera imagen en falso color del
JWST del cúmulo galáctico SMACS 0723 (julio 2022)

Muy destacable es también el telescopio espacial Kepler, lanzado en


marzo de 2009, que ha descubierto miles de cuerpos candidatos a
ser planetas extrasolares hasta el final de su vida operativa en
noviembre de 2018.
Una de las misiones más espectaculares de la NASA, aprobada en
2019 dentro del programa New Frontiers de misiones de costo medio
es la Dragonfly, propuesta por el John Hopkins Applied Physics
Laboratory. Básicamente consiste de enviar a Titán, la luna de
Saturno, un dron autónomo que durante dos años recorrerá las
regiones ecuatoriales de ese fascinante satélite.

Dragonfly, la nueva misión New Frontiers de la NASA.


En la parte trasera asoma el RTG y encima de la parte delantera, la antena de alta ganancia

Dragonfly irá equipado con varias cámaras, un espectrómetro de


rayos gamma y neutrones, una estación meteorológica, un taladro,
un sismómetro y un espectrómetro de masas. Su masa será de 450
kilos y volará gracias a ocho rotores alimentados por un generador
termoeléctrico de radioisótopos de 70W. El dron podrá alcanzar
altitudes de hasta 4 kilómetros y alcanzar una velocidad máxima de
36 kilómetros hora. Se trata de una misión muy arriesgada pero
fascinante que partirá de la Tierra en 2026 y llegará a Titán en 3034,
satélite donde permanecerá al menos dos años explorando los
desiertos de dunas de sus regiones ecuatoriales.
La otra misión finalista, CAESAR (Comet Astrobiology Exploration
Sample Return), era mucho más conservadora, pues consistía en
una misión de recogida de muestras en el cometa 67P/Churyumov-
Gerasimenko (que fue visitado por la zona europea Rosetta en 2014.
Habría partido en 2024, llegado al cometa en 2028 y retornado a la
Tierra en 2038. Quizás en el futuro se retome esta misión u otra
similar.
 

La NASA y la iniciativa privada

Si bien durante toda su historia la NASA ha colaborado


estrechamente con la industria aeroespacial, desde hace unos años
la agencia se ha abierto también a la colaboración activa con
empresas privadas en materia de acceso al espacio. Muchos de los
lanzamientos de la NASA, así como del departamento de Defensa y
de otras agencias, son gestionados por la ULA (United Launch
Alliance), una “joint venture” de las empresas Lockheed Martin Space
Systems y Boeing Defense, Space & Security formada en diciembre
de 2006. Estas empresas aportan lanzadores como el Delta II, IV y IV
Heavy o el Atlas V400 y V500. En 2014 la ULA anunció una
reestructuración de la compañía y el desarrollo de un nuevo cohete
modular, el Vulcan, que sustituirá a partir de 2023 a los empleados
hasta ahora con el fin de reducir los costes de lanzamiento (entre 82
y 200 millones de dólares por lanzamiento).
El Vulcan es un cohete de dos etapas de 58 metros de largo, 5.4
metros de diámetro y 547 toneladas de peso capaz de situar hasta
27,2 toneladas de carga en LEO y 14,4 toneladas en GTO.
En el marco de los progamas COTS (Commercial Orbital
Transportation Services) y CCDev (Commercial Crew Development),
la NASA ha firmado acuerdos con Boeing, SpaceX, Orbital Sciences
Corporation y Sierra Nevada Corp., por un valor de varios miles de
millones de dólares para el desarrollo de vehículos espaciales de
carga y tripulados con los que atender sus compromisos con la ISS y
así cerrar la brecha en la que, en materia de vuelos tripulados, se
encuentra Estados Unidos tras la retirada de los transbordadores
hasta la entrada en servicio de la nave Orión.
Así, la empresa Sierra Nevada Corp. está trabajando en el proyecto
Dream Chaser, un avión espacial tripulado reutilizable del tipo cuerpo
sustentador (se espera que su primer vuelo orbital tenga lugar a
principios de 2023), mientras que Boeing continúa tratando de
mejorar las prestaciones de la cápsula CST-100 Starliner, capaz de
transportar a siete personas, similar al proyecto Dragón de SpaceX,
que en octubre de 2012 fue el primer vehículo privado que se acopló
con éxito a la ISS (ver imagen siguiente). La Starliner se estrenó en
un vuelo no tripulado a la ISS en noviembre de 2021, pero el
acoplamiento no pudo realizarse por un fallo técnico, objetivo que sí
cumplió en su segunda misión de prueba en mayo de 2022. Más
fortuna ha tenido la versión tripulada de la Dragón (Dragon 2) que,
desde su primer vuelo automático de prueba a la ISS en marzo de
2019, ha ido sumando éxitos en el transporte de astronautas a la ISS
y tiene planes incluso para misiones de turismo espacial.
Los vehículos CST-100, Dream Chaser y Dragón

Por su parte, la compañía Orbital Sciences Corporation –que en su


día diseñase y fabricase el cohete aerotransportado Pegasus– lanzó
hacia la ISS en septiembre de 2013 desde la isla Wallops (Virgina) la
nave automática de carga Cygnus dentro de un contrato con la NASA
por valor de 1.900 millones de dólares. El Cygnus es un vehículo
desechable presurizado, fabricado en Italia por Thales Alenia Space,
capaz de transportar entre 2.000 y 2.700 kg de carga y diseñado a
partir del módulo MPLM (Multi-Purpose Logistics Module) usado en
las misiones del transbordador espacial a la ISS. El cohete
encargado de poner en el espacio al Cygnus fue el Antares, también
de la compañía Orbital, propulsado por motores rusos. Con una
longitud de 40 metros y una masa de 275 toneladas, es capaz de
poner en órbita baja hasta 5,2 toneladas de carga. El carguero
Gygnus ha realizado hasta julio de 2022 17 misiones, 16 de ellas con
éxito.
En resumen, como hemos visto hasta aquí, alrededor de la poderosa
NASA y sus estímulos está creciendo todo un nuevo ecosistema de
compañías aeroespaciales que está contribuyendo a situar al sector
aeroespacial estadounidense en una posición de ventaja respecto de
otros países, y que sólo está teniendo un desarrollo parecido en
China y más modestamente en Europa. Más adelante dedicaremos
más tiempo a empresas que, como SpaceX o Blue Origin, pero
vamos a ir finalizando este capítulo haciendo el chiste fácil de que si
la NASA no existiera habría que inventarla pues, por ahora, la
agencia norteamericana sigue siendo, con diferencia, la más
importante y exitosa del mundo. Ha contribuido como pocas
instituciones al avance de la astronáutica, de la astronomía y de las
ciencias espaciales en general y es el espejo en la que todas las
demás se miran.
En su contra, cabría decir que, tal y como puso de manifiesto un
informe del Consejo Nacional de Investigación (NRC) de EE.UU. de
diciembre de 2012, la NASA sigue careciendo hoy por hoy de un plan
coherente, con objetivos claros y debidamente financiados, de
exploración humana del espacio. El mismo informe señalaba también
que su programa de exploración robótica, si bien admirable, también
precisaría de una mejor dotación presupuestaria. A este respecto,
debemos señalar que el presupuesto de la NASA de 24.000 millones
de dólares palidece comparado con el presupuesto de Defensa de
los Estados Unidos en 2022: 778.000 millones de dólares. Y ello nos
lleva a preguntarnos, ¿qué podría hacer la NASA con solo el 10% del
presupuesto militar estadounidense?
LAS AGENCIAS ESPACIALES CHINAS

Con casi de 1.400 millones de habitantes repartidos por 9,6 millones


de kilómetros cuadrados, la pujante República Popular China,
segunda potencia económica y militar del planeta, aspira también a
liderar las actividades espaciales de la mano de toda una
constelación de organismos como la CASC (China Aerospace
Science and Technology Corporation), la CNSA (China National
Space Administration), la CASIC (China Aerospace Science and
Industry Corporation) o la CMS (China Manned Space), contando
además en esta compleja ecuación con la presencia determinante
del PCCH (Partido Comunista Chino), de las fuerzas armadas
(Ejército Popular de Liberación o EPL), de distintos organismos
gubernamentales e instituciones científicas, entre los que destaca la
CAS (Chinese Academy of Sciences).
Todo este laberinto organizativo no es demasiado conocido en
Occidente, pues sólo la CNSA y, en mucha menor medida, la CASC,
"suenan" fuera de China. La CNSA, fundada en 1993 dentro de la
COSTIND (Comisión de Ciencia, Tecnología e Industria para la
Defensa Nacional), es la responsable de la coordinación de las
actividades científicas del programa espacial chino, en especial
respecto de los programas planetario y lunar, además de ser el
organismo encargado de la colaboración internacional. Pero la
organización central del progama espacial chino es la CASC,
establecida en 1998 a partir de la antigua China Aerospace
Corporation. La CASC está formada por un conglomerado de
empresas estatales responsables de la ejecución de los proyectos
espaciales y construye casi todos los cohetes lanzadores medios y
pesados chinos, es la encargada del segmento de tierra y construye
satélites, módulos para estaciones orbitales y otros vehículos
aeroespaciales. En cuanto a CMS, es la agencia competente del
programa tripulado, controlado por los militares. Por su parte, CASIC
es la encargada de la construcción de misiles militares y también
tiene un segmento espacial cada vez más importante.
En fin, para no perdernos en esta sopa de letras, vamos a hablar,
simplemente, del programa espacial chino. Dada la naturaleza opaca
del régimen político y la multiplicidad de agencias, es realmente difícil
saber a cuánto asciende realmente el presupuesto anual dedicado a
actividades espaciales. Recientemente, el medio estatal chino Xinhua
afirmó que al menos 300.000 personas trabajan en proyectos
espaciales en el país (de los que unas 175.000 dependerían de la
CASC) y hay estimaciones que apuntan a una inversión anual de
unos 9.000 millones de dólares, a los que habría que sumar otros
1.500 millones procedentes de las empresas privadas. En torno a un
33% del presupuesto espacial estaría dedicado a las misiones
tripuladas, frente al 27% de EEUU.
En resumen, la República Popular China está embarcada desde
hace décadas en un ambiciodo programa espacial en el que ha ido
quemando etapas a gran velocidad. En octubre del año 2003 se
convirtió en el tercer país, tras EEUU y Rusia, con capacidad para
lanzar vuelos tripulados a la órbita terrestre, ha puesto en órbita baja
dos pequeños laboratorios tripulados, está ultimando el montaje en
órbita de una gran estación espacial modular y ha desplegado varias
sondas y rovers en la superficie lunar y en Marte, además de
misiones de recogida de muestras y tener ambiciosos planes para
investigar otros cuerpos del Sistema Solar.
 

Algo de historia
El origen del programa espacial chino se remonta a mediados de los
años 50 del pasado siglo, cuando Mao Tse-Tung, máximo dirigente
del partido comunista y fundador de la República Popular China
(1949), consideró imprescindible dotar a su país con armamento
nuclear y misiles para hacer frente a los Estados Unidos (por
entonces estrechos aliados de los nacionalistas chinos del
Kuomintang refugiados en la isla de Taiwan). El programa de cohetes
fue encomendado en 1956 a la Quinta Academia, adscrita al
Ministerio de Defensa Nacional y dirigida por el profesor Hsue-Shen
Tsien, que fuera en los años 40 uno de los fundadores del famoso Jet
Propulsion Laboratory, más tarde integrado en la NASA. Víctima del
furor anticomunista de la época, Tsien estuvo 5 años en arresto
domiciliario hasta ser canjeado en 1955 por unos pilotos
norteamericanos hechos prisioneros durante la Guerra de Corea
(1950-1953). Tras su repatriación, las autoridades chinas no dudaron
en ponerlo al frente de su programa de misiles, por lo que sería
considerado el “rey de la cohetería china”.
Tras el exitoso lanzamiento del Sputnik soviético en octubre de 1957,
las autoridades chinas decidieron emprender el Proyecto 581, cuyo
objetivo era situar un satélite en órbita en 1959, coincidiendo con el
décimo aniversario de la fundación de la República Popular.
Evidentemente se trataba de un plan en exceso ambicioso, pues en
1958 la experiencia china en fabricación de cohetes se limitaba a una
copia local del misil de corto alcance ruso R-2, una versión mejorada
del V-2 alemán. No sería hasta febrero de 1960 que China lanzase
su primer cohete-sonda, el T-7, un modesto proyectil que sólo podía
situar una carga de 25 kilogramos a 58 kilómetros de altura. Ese
mismo año se inició el programa chino de misiles de alcance medio
(MRBM), pero las actividades aeroespaciales se vieron gravemente
comprometidas en 1961 como consecuencia de la ruptura de
relaciones entre la URSS y China a causa de desacuerdos
ideológicos.
A pesar de ello, China continuó trabajando en su programa de misiles
a partir de lo que había quedado del material proporcionado por la
URSS, y en 1964 lanzó con éxito el MRBM DF-2A, cohete similar al
ruso R-5 (SS-3 en nomenclatura de la OTAN), capaz de situar una
cabeza de combate de 1.000 kilogramos a 1.200 kilómetros de
distancia. Este cohete sería el encargado de realizar el primer
ensayo nuclear chino en octubre de 1966, en el que se hizo detonar
una carga de 20 kilotones en el desierto de Lop Nor, cerca de
Mongolia. En junio de 1967, China hizo explosionar su primera
bomba termonuclear, al tiempo que desarrollaba y probaba los
misiles de alcance intermedio DF-3 (1966) y DF-4 (1967).
El creciente desarrollo de la cohetería militar china animó a Mao a
ser más ambicioso y a recuperar sus planes espaciales de la mano
de la carrera lunar entre EEUU y la URSS. En julio de 1967 se inició
oficialmente el programa espacial tripulado chino. Al año siguiente la
Comisión Central Militar ordenó que comenzase la selección de
candidatos a cosmonautas y se fundó el Instituto Chino de Medicina
Espacial, construyéndose al tiempo un nuevo centro espacial en
Sichuan (centro de China) conocido como “Base 21”, que sería
inaugurado en diciembre de 1968 con el lanzamiento de un misil DF-
3. Incluso se diseñó una cápsula biplaza orbital, la Shuguang-1,
similar a la Gemini americana, y que debería ser lanzada por un
cohete CZ-2 en 1973.
Pero estos planes quedaron en el limbo dado que China no estaba
pasando por su mejor momento. La radicalización de la “Revolución
Cultural” con la que Mao había tratado de poner orden ideológico en
el régimen en la segunda mitad de los años 60, había conducido al
país al caos. A finales de la década comenzó a restablecerse el
orden, pero la inestabilidad política continuó hasta la muerte de Mao
en 1976. El ascenso al poder de Deng Xiaoping en 1978 marcaría el
inicio de una nueva y fulgurante etapa de la historia del Imperio del
Centro, sentando las bases de la China actual.
Sin embargo, los vaivenes políticos no impidieron que la astronáutica
china siguiese progresando. En abril de 1970 la República Popular
entró en el selecto grupo de las potencias espaciales al lanzar el
satélite Dong Fang Hong I, de 173 kilogramos, mediante un cohete
CZ-1 (Cháng Zhêng o “Larga Marcha”), derivado del misil IRMB DF-
4. A este primer éxito le siguió, en marzo de 1971, el satélite
científico de 220 kilogramos ShiJian-1. Ese mismo año se iniciaban
los primeros tests de vuelo del misil intercontinental (ICBM) de tres
etapas DF-5, de 10.000 kilómetros de alcance (que entraría en
servicio en los años 80), y en noviembre de 1975 China lanzaba su
primer satélite recuperable de reconocimiento mediante un cohete
CZ-2C.

Cohetes Larga Marcha, desde el CZ-1 al CZ-2F

Poco a poco China fue construyendo y reforzando su infraestructura


espacial. Bajo la dirección del Ministerio de la Industria Aeroespacial
(el organismo antecesor de la CNSA y de la CASC), se construyeron
nuevas bases de lanzamiento y prosiguieron los trabajos en la familia
de lanzadores Larga Marcha, que en 1985 iniciarían un programa de
lanzamientos comerciales abierto a clientes de todo el mundo. En
1986 se autorizó el Programa 836-2, cuyo objetivo era dotar a China
de capacidad para realizar vuelos espaciales tripulados.
 

El programa tripulado

Tras distintas propuestas, en 1992 se aprobó el desarrollo de un


vehículo tripulado que diese servicio a una pequeña estación
espacial. Al principio se consideró como lo más adecuado el
desarrollo de un mini-transbordador espacial reutilizable, pero el nivel
de la tecnología china no lo permitía, por lo que finalmente se optó
por una más convencional cápsula desechable (Proyecto 921).
A fin de reducir el tiempo y los costes de desarrollo, China buscó la
ayuda rusa y en marzo de 1995 se firmó un acuerdo de cooperación
en cuestiones aeroespaciales por el que China tuvo acceso a
procedimientos para el entrenamiento de cosmonautas, adquirió
motores criogénicos avanzados, sistemas de soporte vital (incluidos
trajes espaciales), tecnología de acoplamiento automático e incluso
una vieja nave Soyuz 7K-OK (si bien desprovista de los elementos
tecnológicos más “sensibles”). Sobre esta base tecnológica adquirida
a golpe de talonario, los técnicos chinos se pusieron a trabajar para
desarrollar la nave Shenzhou (“Vehículo Divino”), cuyas 7,8
toneladas de peso y 9,25 metros de longitud serían lanzadas al
espacio por un poderoso cohete Larga Marcha 2F (CZ-2F).
La Shenzhou es una nave más grande y sofisticada que la Soyuz
(puede transportar a cuatro astronautas, frente a los tres de la nave
rusa), y si bien el módulo de descenso es prácticamente idéntico al
de la Soyuz aunque de mayores dimensiones, el módulo orbital y el
de propulsión son significativamente distintos. La electrónica de la
nave es también mucho más sofisticada.
Los primeros lanzamientos no tripulados se produjeron en 1999,
2001 y 2002 con total éxito. Finalmente, el 15 de octubre del año
2003, la Shenzhou 5 partió hacia el espacio desde el Centro de
Lanzamientos de Jiuquan (JSLC, en el desierto de Gobi), tripulada
por el teniente coronel (hoy general) de la Fuerza Aérea china Yang
Liwei, que se convirtió en el primer taikonauta (cosmonauta) de su
país. Su vuelo tuvo una duración de 21 horas y 23 minutos en las
que realizó 14 órbitas a 340 kilómetros de altura. En octubre de 2005
era lanzada la Shenzhou 6 con los cosmonautas Fei Junlong y Nie
Haisheng, en una misión de cinco días. La Shenzhou 7 (25 de
septiembre de 2008) se distinguió por ser la primera misión con tres
tripulantes (Zhai Zhigang, Liu Boming y Jing Haipeng) y la primera en
la que los chinos experimentaron con actividades extravehiculares
(EVA).
A finales de septiembre de 2011 fue puesto en órbita el laboratorio
orbital Tiangong 1 (“Palacio de los Cielos”), un módulo espacial de
8,5 toneladas de peso y 9 metros de longitud, con el que China
empezó adquirir experiencia en órbita de cara a la puesta en órbita
en 2020-22 de una estación multimodular de 66 toneladas.
En noviembre de 2011 se lanzó la Shenzhou 8, nave no tripulada que
se acopló a la Tiangong 1. Y en junio de año 2012 la misión tripulada
Shenzhou 9 (que incluía a Liu Yang, la primera mujer cosmonauta
china) llegó al laboratorio orbital para una misión de trece días. En
junio de 2013, la nave Shenzhou 10 se acopló al Tiangong para una
estancia de quince días, siendo la última misión a Tiangong 1.

En septiembre de 2016 fue lanzado el Tiangong 2, acoplándose a él


la nave tripulada Shenzhou 11 en octubre para una estancia de un
mes, misión que se cumplió sin contratiempos en 17 de noviembre
de 2016. Esta fue la única misión tripulada que visitó el laboratorio,
que en adelante y hasta 2018 fue operado de forma remota.
Estaba previsto el lanzamiento de un tercer Tiangong, pero China
decidió adelantar sus planes para construir la propia estación
espacial modular de 100 toneladas, que también se llama Tiangong
(Tiangong Space Station), pero más conocida como CSS (China
Space Station). El lanzamiento del módulo central (Tianhe, de 22
toneladas) tuvo lugar en abril de 2021 mediante un cohete CZ-5B y
un segundo módulo (Wentian, 23 toneladas) fue acoplado en julio de
2022. En octubre de 2022 y diciembre de 2023 está previsto el
lanzamiento de los módulos Mengthian y Xuntian, usando también
cohetes CZ-5B. A fin de completar el montaje de la estación, se
están enviando misiones tripuladas como las Shenzhou 13 y 14.
El módulo central Tianhe en construcción (TV china)

La estación estará dotada de esclusas, puertos de atraque para


naves tripuladas y cargueros, plataformas experimentales en el vacío
y brazos robóticos, e incluso dará servicio a un telescopio espacial, el
Xuntian, dotado de un espejo primario de dos metros que se acoplará
regularmente con la estación para su mantenimiento. Ya se están
seleccionando los primeros experimentos internacionales que se
desarrollarán en la estación, incluido uno hispano-peruano sobre el
crecimiento de agentes patógenos en vehículos espaciales.
Actualmente, China está ultimando una nave tripulada de nueva
generación para cuatro astronautas que sustituirá a las Shenzhou y
que tendrá dos versiones: la orbital para atender a la estación
espacial (14 toneldas) y la destinada a misiones más allá de LEO y
lunares (20 toneladas). Esta nave será lanzada por un CZ-5G.
Lanzador CZ-5G y la nueva nave espacial china

Los cohetes lanzadores chinos

En cuanto a los vehículos lanzadores, China tiene en servicio


distintos modelos de los cohetes Larga Marcha, familia que siguen
desarrollando para cubrir las distintas necesidades de su programa
espacial. Actualmente están en servicio, entre otros: el CZ-2D (hasta
3.100 kilogramos en LEO), el CZ-2F (8.400 kilos en LEO y 3.300
kilogramos en GTO), el CZ-3B (13 toneladas en LEO y 6.000 en
GTO), el CZ-4 (4.200 kilogramos en LEO), el CZ-5B (el más
poderoso hasta el momento, capaz de situar hasta 25 toneladas de
carga útil en LEO, 14 toneladas en GTO y hasta 8,2 toneladas en TLI
o Trans Lunar Injection) o el CZ-7 (13 toneladas en LEO).
Variantes del cohetre Larga Marcha 5 (CZ-5)

De cara al futuro, la CNSA y la CASC están desarrollando el Larga


Marcha 9, un supercohete capaz de enviar 140 toneladas a LEO, 66
toneladas a GTO, 50 toneladas a TLI o 37 toneladas a Marte. Se
espera que este cohete esté disponible hacia 2030 y será el vector
de lanzamiento de las misiones tripuladas chinas a la Luna y más
allá. Sin embargo, China no quiere poner todos los huevos en la
misma cesta y, ante la complejidad del desarrollo del CZ-9, en
noviembre de 2018 anunció su intención de desarrollar también un
nuevo lanzador pesado más sencillo, derivado del CZ-5, capaz de
situar 70 toneladas en LEO y una nave de hasta 25 toneladas en TLI.
Este nuevo lanzador estaría disponible a lo largo de la década actual.
Cohetes Larga Marcha, desde el CZ-6 al CZ-9

Los lanzadores chinos operan desde cuatro bases de lanzamiento


situadas en las provincias de Sichuan (Xichang Satellite Launch
Center, para lanzamientos a órbita geoestacionaria), Hainan
(Wenchang Satellite Launch Center), Gansu (Jiuquan Satellite
Launch Center, base desde la que son lanzadas las cápsulas
Shenzou y vehículos militares) y Shanxi (Taiyuan Satellite Launch
Center, desde la que se lanzan satélites a órbitas polares).

El programa lunar chino

La primera parada de la República Popular China más allá de la


órbita terrestre ha sido, como no podría ser de otra manera, la Luna.
Los planes chinos están perfectamente definidos desde el año 2004
y se desarrollan en tres fases: misiones automáticas orbitales,
misiones automáticas de alunizaje y misiones automáticas de retorno
de muestras, con el objetivo final de enviar una misión tripulada a
nuestro satélite en la década de 2030, lo que se hará con los cohetes
lanzadores pesados CZ-5DY y CZ-9 actualmente en desarrollo.
Dentro de esta estrategia, China lanzó su primera sonda orbital lunar
(Chang’e) en octubre de 2007, a la que siguió la Chang’e 2 en
octubre de 2010. En diciembre de 2013 China logró un gran éxito al
hacer alunizar la Chang’e 3, que depositó sobre nuestro satélite el
Yutu, el primer rover chino, con el fin de explorar la región de Sinus
Iridum. El aterrizaje tuvo lugar en Mare Imbrium (“Mar de la Lluvia”)
en concreto a 44.12°Norte y 19.51°Oeste, al Este de Sinus Iridum
(“Bahía del Arco Iris”) y al sur del cráter Laplace F.
Tras el alunizaje se inició una misión de un año de duración y en la
que la parte más mediática fue la entrada en acción del pequeño
rover Yutu (“Conejo de Jade”), que debía recorrer el terreno cercano
al aterrizador durante tres meses. Sin embargo, una avería en los
sistemas de protección térmica del vehículo hizo que su aventura
rodante terminase antes de lo previsto, aunque el vehículo de
aterrizaje, la nave Chang’e 3 propiamente dicha, continuó trabajando.

Con una masa total de 3.800 kilogramos, que incluían los 140 kilos
del rover Yutu, el módulo de aterrizaje estaba equipado con una
unidad de calefacción por radioisótopos (RHU) para mantener los
subsistemas electrónicos a la temperatura adecuada, si bien la
alimentación eléctrica está a cargo de paneles solares.
La carga científica consistía en siete instrumentos y cámaras,
pudiendo destacarse el Telescopio Lunar Ultravioleta (LUT), un
instrumento de 150 mm de tipo Ritchey-Chrétien para realizar
observaciones en la banda del ultravioleta cercano (245-340 nm) de
núcleos activos de galaxias, estrellas variables, binarias, novas,
cuásares, etc. También destacaba la Cámara de Ultravioleta Extremo
(EUV) para observar la plasmaesfera terrestre y su interacción con la
actividad solar.

El módulo Chang’e 3 en la Luna fotografiado por la cámara del Yutu

Pero, como decíamos, fue el pequeño rover Yutu el que más


expectación suscitó. Desarrollado entre 2002 y 2010 por los institutos
de ingeniería de sistemas aeroespaciales de Shanghai y de Pekín
(Shangai Aerospace System Engineering Institute, SASEI y Beijing
Institute of Spacecraft System Engineering, BISSE), fue diseñado con
la idea de que pudiese operar sin depender del vehículo de alunizaje.
El rover Yutu fotografiado por la cámara del Chang’e 3

Con seis ruedas, apenas 140 kilogramos de peso y metro y medio de


alto, el Yutu fue dotado de un radar de penetración de superficie
(GPR), con el que se esperaba realizar las primeras medidas directas
de la estructura y profundidad del suelo lunar hasta una profundidad
de 30 metros. También se le equipó con un espectrómetro de rayos X
y un espectrómetro infrarrojo para poder analizar la composición
química de muestras lunares. Finalmente, se le dotó también de dos
cámaras panorámicas y dos cámaras de navegación estereoscópicas
situadas en el mástil del rover. Con todo este equipo, debía explorar
un área de 3 kilómetros cuadrados durante un período de tres
meses, con una distancia máxima de desplazamiento de 10 km.
El Yutu descendió desde su plataforma en la Chang’e 3 el mismo día
del alunizaje, el 14 de diciembre de 2013. Sin embargo, el rover no
se movió hasta el día 20 de diciembre, pues sólo había sido activado
de forma parcial y se enfrentaba a algunos problemas derivados de
las rigurosas condiciones lunares pues mientras que las zonas
expuestas al sol del Yutu alcanzaban temperaturas de unos 100º, las
que permanecían a la sombra se mantenían por debajo de 0º.
El día 22 de diciembre, el Yutu realizó sus primeras tareas, que
consistieron en fotografiar el aterrizador desde diversos ángulos,
mientras describía una pequeña ruta semicircular a su alrededor. Una
vez terminadas estas tareas básicas, el rover se movió hasta una
distancia de unos 40 metros al sur de la Chang’e 3 y ambos aparatos
se prepararon, el 25 de diciembre, para hacer frente a la larga y fría
noche selenita (La Luna tarda 27,32 días en dar una vuelta sobre sí
misma y durante la noche la temperatura desciende hasta los -180º).
Dos semanas más tarde, el 11 de enero, tanto la Chang’e 3 como el
Yutu empezaron a ser reactivados. Pero mientras el aterrizador había
superado la noche lunar sin mayores novedades, la CNSA informó el
25 de enero que el pequeño rover había sufrido una “anormalidad del
control mecánico” debido al “complicado ambiente de la superficie
lunar”.
Según parece, el problema tuvo que ver con la imposibilidad de
cerrar el panel solar principal sobre el cuerpo del rover. Este panel
protegía los sistemas de Yutu y, especialmente, el mástil con las
cámaras a color. Al no poder bajarlo, los instrumentos sufrieron
daños irrecuperables por las bajas temperaturas.
Pese al fallo del rover, los responsables del programa espacial chino
han proseguido con determinación su programa lunar y en mayo de
2018 un cohete CZ-4B envió a una órbita de halo alrededor del punto
L2 del sistema Tierra-Luna, a 455.000 kilómetros de la Tierra y a
entre 65.000 y 80.000 kilómetros sobre la cara oculta de la Luna, al
pequeño satélite repetidor Quèqiáo (425 kg) para asegurar las
comunicaciones con la nave Cháng’é 4, gemela de la Cháng’é 3 y
también dotada de un rover. Esta nave fue lanzada el 7 de diciembre
de 2018 desde el centro espacial de Xichang con un lanzador CZ-3B,
alunizando el 3 de enero de 2019 en la cara oculta de la Luna, en el
cráter von Kármán (177,6º este, 45,5º sur), en la gigantesca cuenca
de impacto Aitken. China conseguía así convertirse en la primera
potencia espacial en hacer aterrizar una nave espacial en la cara
oculta de nuestro satélite.
El rover Yutu 2 descendió sin novedad a la superficie selenita y
empezó a recorrer los alrededores de la zona de aterrizaje. Esta vez,
tanto el módulo de aterrizaje como el rover superaron con éxito las
noches lunares de 14 días y una vez reactivados, han continuaron
con sus programas científicos, enviando imágenes y datos de todo
tipo.
La Cháng’é 4 fotografiada por el Yutu 2 en la cara oculta de la Luna

Además de los instrumentos y experimentos chinos (que incluían


algunos de tipo biológico con semillas de diversas plantas, gusanos
de seda y moscas de la fruta), la nave Chang'e 4 también
transportaba material científico procedente de Suecia, Alemania, los
Países Bajos y Arabia Saudita.

El rover Yutu, fotografiado desde la Cháng’é 4


A mediados de 2022 la misión de la Cháng’é 4 continúa
desarrollándose sin problemas. De momento, el rover ha recorrido
más de 1 km en la superficie lunar repopilando información. los
instrumentos del rover han confirmado la presencia de los minerales
olivino y piroxeno, reforzando así la teoría de la formación lunar que
apuesta porque su superficie estuvo totalmente fundida en sus
primeras fases.
Otro gran éxito del programa lunar chino ha sido el de la misión
Chang’e 5, la primera de recogida de muestras lunares desde 1972
(Apolo 17). Lanzada a finales de noviembre de 2020 con un cohete
Larga Marcha 5, la nave (con una masa total de 8,200 kg) alunizó el
1 de diciembre (en Mons Rümker, una región del Oceanus
Procellarum, en la cara visible) tomó 1,7 kilos de muestras lunares,
que lanzó a la órbita lunar el día 3 y el vehículo de retorno aterrizó en
territorio chino (Mongolia Interior) el 16 de diciembre.

Esquema de la misión de recogida de muestras Chang’e 5


Recreación de la toma de muestras lunares de la nave Chang’e 5. En la parte superior
puede verse el módulo de ascenso del contenedor.

Una vez finalizada su misión primaria de llevar a la Tierra la cápsula


de descenso con el contenedor de muestras, el orbitador de la misión
Chang'e 5, una vez se verificó su estado, fue inyectado en una nueva
órbita que lo desplazó al punto Lagrange 1 del sistema Sol-Tierra
(a1,5 millones de km de la Tierra), para realizar distintas
observaciones científicas en tanto en cuanto lo permitan sus reservas
de combustible.

Para 2024 está prevista una nueva misión de recogida de muestras


con la Chang’e 7, nave idéntica a la Chang’e 5, que aterrizará en el
Polo Sur lunar o cerca de él. Esa zona también será visitada por la
Chang’e 6 por las mismas fechas (se espera que disponga de un
pequeño "robot saltador" para sus investigaciones), y por la Chang’e
8 en torno a 2027.
El siguiente paso sería la planificación de una misión tripulada en la
década de los años 30. Para este objetivo, China está desarrollando
el lanzador pesado CZ-5G (antes conocido como CZ-5DY), un
cohete similar al Falcon Heavy de casi 2.200 toneladas, 90 metros de
altura y tres etapas: la primera estará formada por un bloque central
y dos aceleradores, con un total de 21 motores de keroxeno y
oxígeno líquidos YF-100K; la segunda con 2 motores YF-100M; y la
tercera con 2 motores YF-75E de hidrógeno y oxígeno líquidos. Su
capacidad de carga en LEO será de 70 toneladas de carga útil y
hasta 27 toneladas de carga hacia la Luna. Este cohete permitirá
realizar misiones tripuladas orbitales lunares y alunizajes en un
módulo para dos personas.
Pero el que sin duda será el protagonista de la futura expansión
china en el Sistema Solar será el lanzador superpesado CZ-9, un
mostruo de 111 metros de altura, 10,6 metros de diámetro y un peso
de 4.120 toneladas que será capaz de enviar a LEO cargas de hasta
150 toneladas y hasta 50 toneladas en LTI. De acuerdo con el más
reciente diseño de abril de 2022 o versión 22 del cohete), el Larga
Marcha CZ-9 estará propulsado en su primera etapa por 24 motores
de "kerolox" YF-35 que generarán un empuje de 5.760 toneladas,
mientras que la segunda etapa irá equipada con 4 motores
criogénicos "hidrolox" YF-79, mientras que la tercera etapa llevará un
motor del mismo tipo. De todos modos, el diseño de este gigante
sigue evolucionando y caben más cambios en el futuro, como la
sustitución de los motores de queroxeno y oxígeno líquido por otros
de metano, elevando la capacidad de carga a LEO a 160 toneladas.
Se espera que el primer vuelo del CZ-9 tenga lugar en torno a 2030.
Comparación de los más potentes lanzadores chinos con el CZ-9

Además de misiones tripuladas, entre 2030 y 2035 China tiene la


intención de instalar en la Luna, a ser posible con participación
internacional (en principio, con colaboración rusa), una pequeña
"base lunar" automática conocida como ILRS, y también ha
considerado poner en órbita lunar una pequeña estación similar a la
propuesta Gateway de EE.UU. desde la que realizar excursiones a la
superficie de nuestro satélite, así que no le va a faltar trabajo a los
nuevos lanzadores chinos.
 

Las misiones a Marte

Marte también ha sido objeto de la atención del programa espacial


chino y con gran éxito. Su primer intento de acercamiento se produjo
a finales de 2011, con el lanzamiento de la misión rusa Fobos-Grunt.
La nave transportaba hacia el Planeta Rojo la pequeña sonda
científica china Yinghuo-1, pero el fallo de la misión hizo que los
planificadores chinos apostaran por hacer las cosas por sus propios
medios, y en julio de 2020 despegó desde el centro de lanzamiento
de Wenchang un cohete Larga Marcha 5 portando la ambiciosa
misión Tianwen-1, una nave de 5.000 kg formada por un orbitador y
un pequeño rover de 240 kg, el Zhurong.

Orbitador y cápsula de descenso del Zhurong

La misión entró en órbita de Marte en febrero de 2021 y la plataforma


de aterrizaje con el rover descendió sin novedades en mayo de 2021
en el sur de Utopia Planitia, convirtiendo a China en el tercer país,
tras EEUU y la antigua URSS, en lograr hacer aterrizar una nave en
Marte.
Fotografías de junio de 2021 del aterrizador tomada por el Zhurong (arriba) y de ambos
vehículos tomada por una cámara remota (abajo)

Hasta mediados de 2022 el Zhurong ha recorrido unos dos


kilómetros en la superficie marciana, realizando investigaciones
sobre geología y topografía, así como análisis atmosféricos. En esta
misión la nave Mars Express de la ESA ha colaborado sirviendo
como enlace repetidor para la misión china.
Esta misión es vital para que los responsables espaciales chinos
puedan pensar en acometer la siguiente fase de su plan marciano:
una misión de recogida de muestras para la década de 2030. La
misión estará compuesta por dos naves: una que despegará en 2028
portando un aterrizador con un pequeño rover y un MAV (vehículo de
ascenso) en que se depositará el contenedor de muestras y que
despegará en 2030 hacia la órbita de Marte, donde lo estará
esperando desde meses antes una sonda que recuperará el
contenedor e iniciará el viaje a la Tierra, esperándose que a finales
de 2031 los científicos chinos tengan en sus manos dichas muestras.
De cumplirse el calendario y tener éxito la misión, China se
adelantaría a la misión euroamericana de recogida de muestras
marcianas.

Esquema de la misión china de recogida y retorno de muestras de Marte

Otras misiones y proyectos

Las ambiciones chinas no se detienen ni en la Luna ni en Marte.


Entre sus planes cercanos está la misión Tianwen 2, programada
para 2025, que pretende obtener muestras del asteroide
Kamoʻoalewa (2016HO3) y estudiar el cometa-asteroide Elst-Pizarro.
Una misión similar ha sido propuesta para traer muestras del
asteroide 1989 ML, cosa que tendría lugar en algún momento entre
2025 y 2030. Por supuesto, China también tiene sus propios planes
de "defensa planetaria" frente a asteroides y cometas potencialmente
peligrosos para la Tierra (misión AKI, en 2026). Incluso se ha
especulado con una misión de decogida de muestas chinoeuropea a
Ceres (2037-2043). China también piensa en una misión a Venus en
torno a 2027 y en 2022 ha anunciado que en 2030 partirá la misión
Tianwen 4, cuyo objetivo será situar un orbitador sobre Calisto, el
satélite de Júpiter, y liberará una subsonda de sobrevuelo que
seguirá viaje hasta Urano. Para el futuro, China tiene la intención de
enviar a Neptuno una sonda propulsada por un sistea eléctrico-
nuclear.

Esquema de la misión china de 2030 a Júpiter y a Urano

 
Está claro que China ha llegado al espacio para quedarse y para
disputar a EEUU su papel de primera potencia espacial. Sus planes
son muy ambiciosos, tienen recursos, una visión a largo plazo,
determinación, capacidad tecnológica y una sociedad motivada. Sin
duda, China va a darnos grandes sorpresas en materia de
exploración espacial en el futuro. En 2049 se cumplirá el centenario
de la República Popular China. ¿Con qué hazaña espacial se
celebrará?
ESA

 
Le toca ahora el turno a "nuestra" agencia espacial: la ESA
(European Space Agency), menos conocida por sus siglas en
francés: ASE (Agence Spatiale Européenne).
 

Algo de historia

Tras el final de la II Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Unión


Soviética se pusieron a la cabeza del desarrollo de la tecnología de
los misiles balísticos y de su aplicación a las actividades espaciales.
Pronto quedó en evidencia que los países europeos no estaban en
posición de competir en igualdad de condiciones en esa carrera de
forma individual, pese a los esfuerzos en tal sentido del Reino Unido
y, en especial, de Francia.
En 1961, bajo la presidencia de Charles de Gaulle, se creó en
Francia el CNES (Centre National d’ Etudes Spatiales), con el
objetivo de coordinar las actividades espaciales francesas. Un año
más tarde se iniciaba el desarrollo del primer lanzador espacial
francés, el Diamant, un pequeño vehículo de tres etapas de entre 19
y 21 metros de alto capaz de satelizar cargas de 150-200 kilogramos
en órbita terrestre baja, cohete que en 1965 pondría en el espacio el
primer satélite francés, el Asterix. Este lanzamiento y los tres
siguientes se realizaron desde la base de Hammaguir (Argelia), pero
a partir de 1967 se realizaron desde el Centre Spatial Guyanais o
“Centro Espacial de la Guayana francesa” (Guayana es un
departamento francés de ultramar, al norte de Brasil). El Diamant se
mantuvo en servicio hasta 1973, contabilizando un total de 42
lanzamientos, 10 de ellos terminados en fracaso.

Diamant B despegando desde Kourou, 1970

Por su parte, los británicos habían desarrollado en la segunda mitad


de los años 50 el misil de alcance medio (MRBM) Blue Streak:
El Blue Streak era un cohete de una sola etapa bastante avanzado
para su época. Diseñado por Havilland Aircraft Company y
propulsado por motores Rolls Royce, pesaba 90 toneladas, medía 19
metros de alto y podía lanzar una cabeza de combate termonuclear
de 1.360 kilogramos a 4.000 kilómetros de distancia, alcanzando una
altitud máxima de 250 kilómetros. Lamentablemente, y como ocurrió
con otros muchos brillantes proyectos aeroespaciales británicos de
aquellos años, el programa fue cancelado en 1960 por cuestiones de
costes, privando al Reino Unido del desarrollo de la que podría haber
sido una familia de potentes vectores de lanzamiento. De hecho,
para tratar de paliar los efectos negativos de la cancelación, el
gobierno británico propuso emplear el misil como primera etapa de
un lanzador de satélites, idea que más tarde se plasmaría, como ya
veremos, en los cohetes Europa de la ELDO.
Conscientes de estas limitaciones, los distintos países europeos
terminaron por aceptar la realidad de que sólo uniendo esfuerzos
podrían alcanzar cierto grado de independencia en materia espacial.
Por ello en marzo de 1962 nacía la ELDO (European Launcher
Development Organisation u “Organización Europea para el
Desarrollo de Lanzaderas”) y en junio se creaba la ESRO (European
Space Research Organisation u “Organización Europea para la
Investigación Espacial”), organismo orientado al desarrollo de
satélites. La ELDO estaba integrada por Alemania, Australia, Bélgica,
Francia, Italia, Holanda y Reino Unido y la ESRO, que vería la luz en
1964, la formaban los mismos países más Dinamarca, España,
Suecia y Suiza.
Como parte de la infraestructura de la ESRO surgieron el ESTEC
(European Space Research and Technology Centre o “Centro
Europeo de Investigación y Tecnología Espacial”) en Noordwijk
(Países Bajos), que se encargaría del desarrollo de satélites y
vehículos espaciales, y la ESOC (European Space Operations
Centre o “Centro Europeo de Operaciones Espaciales”) en Darmstadt
(Alemania), responsable del control de las misiones espaciales.
Sin demasiados problemas, la ESRO desarrolló en la segunda mitad
de la década de los sesenta sus primeros satélites científicos: el
ESRO I (para realizar estudios de la ionosfera y auroras polares), el
ESRO II (rayos cósmicos y rayos X solares) y el HEOS A1 (viento
solar y espacio interplanetario), que serían lanzados por los cohetes
estadounidenses Scout y Thor-Delta, de tal modo que en 1970 la
ESRO tenía 3 satélites en órbita y 22 experimentos en curso.
En 1973, con el acuerdo de todos los países miembros, se aprobaron
algunos proyectos fundamentales para el futuro de la Europa
espacial: el Spacelab, el programa Ariane y el Marots. Pero la
decisión más importante y trascendente fue la de la creación de la
ESA.
Más problemática, y a la postre fracasada, fue la existencia de la
ELDO. Su proyecto estrella fue el lanzador Europa. Cada etapa fue
desarrollada por un país diferente: la primera etapa no era sino el
cuerpo del misil británico Blue Streak; la segunda etapa era francesa
y la tercera, alemana. La cofia fue desarrollada por Italia, mientras
que Bélgica y Holanda se encargaron de los sistemas de
seguimiento. El resultado fue un cohete de 33 metros de altura y 105
toneladas diseñado para poner en órbita geoestacionaria cargas de
entre 200 y 360 kilogramos.
Entre 1964 y 1971 se sucedieron once lanzamientos de prueba de
las distintas etapas y del cohete completo, fallando siete de ellos. Los
problemas surgidos en la segunda y tercera etapas dieron al traste
con los tres intentos de lanzamiento de satélites que se produjeron
entre 1968 y 1970 desde la base de lanzamiento de Woomera
(Australia). En noviembre de 1971 se lanzó el Europa II desde
Kourou, pero también fracasó.

Despegue del Europa II en 1971

Tras ello se canceló el programa y Francia tomó las riendas del


esfuerzo espacial europeo a través de la ESA y del nuevo lanzador
Ariane.
Fruto de la decisión de la ESRO de 1973 y del fracaso de la ELDO,
en 1975 ambas organizaciones se fundieron en la ESA (European
Space Agency o “Agencia Espacial Europea”). Sus miembros
fundadores fueron Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania
Occidental, Italia, Holanda, España, Suecia, Suiza, Irlanda y el Reino
Unido. Más tarde se sumaron Noruega, Austria, Finlandia, Portugal,
Grecia, Luxemburgo, la República Checa, Polonia, Hungría y
Rumanía, teniendo como miembro asociado a Canadá. En total, la
ESA agrupa a 22 naciones y mantiene acuerdos de colaboración con
otras naciones como Turquía y Ucrania.
Actualmente, el cuartel general de la ESA está en París, desde
donde es dirigida por el austriaco Josef Aschbacher desde marzo de
2021. Da empleo a unas 2.200 personas y en 2022 su presupuesto
ascendió a unos 7.200 millones de euros. Su base de lanzamiento
está en las instalaciones del CNES en Kourou.
La ESA se configuró desde sus inicios como una organización
intergubernamental en la que los estados miembros participan en
distintos grados en programas espaciales obligatorios y opcionales.
Francia y Alemania son los principales contribuyentes (28% y 22,8%
respectivamente), seguidas por Italia (10%), Reino Unido (8,5%),
España (6%, con un aumento al 7% anunciado en 2019) y Bélgica
(4,6%). Cada tres años se celebra un Consejo Ministerial en el que
los estados miembros aprueban un presupuesto y un programa de
acción para los años siguientes. Las últimas reuniones de este
Consejo tuvieron lugar en Sevilla (España) en nviembre de 2019 y en
los París (Francia), en noviembre de 2022. En la Cumbre de Sevilla
aprobó una inversión de unos 10.300 millones de euros en
actividades espaciales para el período 2017-21.
Una de las debilidades de la actual configuración de la ESA es que la
pertenencia esta organización no impide la existencia de programas
espaciales nacionales independientes o de programas conjuntos con
la ESA (además del CNES francés cuyo presupuesto anual asciende
al doble de su contribución anual a la ESA, destacan agencias como
la DLR alemana, la ASI italiana, la CSA-ASC canadiense o la
recientemente creada UKSA británica). Tampoco ayuda demasiado a
la consecución de una política espacial más ambiciosa el hecho de
que haya programas en los que los estados miembros pueden o no
participar. Es de suponer que, conforme vaya avanzando el proceso
de integración política europea, se vayan unificando todos los
programas y recursos en el seno de la ESA, o al menos eso sería lo
deseable.
Además de su cuartel general parisino y de la base de lanzamiento
de la Guayana francesa, la ESA tiene distintos centros repartidos por
varios países europeos, algunos heredados de la ESRO y otros de
nueva creación. Estos centros son:
EAC: Centro Europeo de Astronautas, en Colonia (Alemania).
ESAC: Centro Europeo de Astronomía Espacial, localizado en
Villanueva de la Cañada, Madrid.
ESOC: Centro Europeo de Operaciones Espaciales, en Darmstadt
(Alemania)
ESRIN: Centro de la ESA para la Observación de la Tierra, en
Frascati (Italia).
ESTEC: Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial,
en Noordwijk (Holanda).
EHC: Centro Harwell de la ESA, en Oxfordshire (Reino Unido).
Además, la ESA dispone de oficinas de coordinación en Estados
Unidos, Rusia y Bélgica y estaciones de seguimiento en diversas
partes del mundo.
 

Misiones científicas

Desde sus inicios, la ESA ha mantenido un amplio e intenso


programa científico, siendo algunas de sus misiones bastante
desconocidas por el gran público.
Entre algunos de sus mayores éxitos podemos señalar el satélite
astrométrico Hipparcos (1989-1993), gracias a cuyos datos pudo
confeccionarse el catálogo estelar Tycho, o el Envisat (2002-2012), el
mayor satélite de observación medioambiental de la Tierra puesto en
órbita hasta la fecha, cuyas múltiples aplicaciones abarcan la
superficie de la Tierra, los océanos, las capas de hielo y la atmósfera.
El estudio de las capas de hielo terrestre es también objeto de las
observaciones del Cryosat 2, lanzado en abril de 2010 y todavía en
activo, como ocurre con el satélite SMOS (Soil Moisture and Ocean
Salinity satellite o “Satélite de Humedad Terrestre y Salinidad en los
Océanos”), lanzado en noviembre de 2009 por un SS-19 Rokot
desde el cosmódromo de Plesetsk (Rusia) y cuyo instrumento
principal, el radiómetro Miras, fue desarrollado y fabricado en España
por la antigua EADS/CASA (hoy Airbus Defense and Space).

La ESA también ha construido y lanzado los famosos satélites


meteorológicos geoestacionarios Meteosat, desarrollados y operados
por EUMETSAT (“Organización Europea para la Explotación de
Satélites Meteorológicos”). Asimismo, continua el despliegue del
sistema Galileo, el “GPS europeo", formado por 30 satélites de los
que 24 están operativos.
También podemos citar el satélite de órbita baja GOCE (Gravity field
and steady-state Ocean Circulation Explorer o “Explorador de la
Circulación Oceánica y de Gravedad”), dedicado a la medida del
campo gravitatorio terrestre, que fue lanzado en marzo de 2009
desde Plesetsk. GOCE llamaba la atención por su forma vagamente
aerodinámica y por ir dotado de un motor iónico de xenón cuya
función era compensar las pérdidas de impulso causadas por la baja
órbita. La misión terminó en octubre de 2013.
LA ESA también ha tenido o tiene en marcha misiones destacables
en el campo de la astronomía espacial. Por ejemplo, el observatorio
Planck Surveyor, lanzado dese Kourou con un Ariane 5 en mayo de
2009 hacia una órbita heliocéntrica, en el segundo de los puntos de
Lagrange (L2), situado a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra.
Su objetivo era detectar las anisotropías en el fondo cósmico de
microondas en todo el cielo, con una resolución y sensibilidad sin
precedentes. Hasta la finalización de su misión (2013), Planck fue
una fuente valiosísima de datos con los que comprobar las teorías
actuales sobre el universo primitivo y los orígenes de las estructuras
cósmicas.
En el mismo lanzamiento del Planck fue puesto en el espacio el
Herschel/FIRST, otro observatorio espacial también destinado al
punto L2 cuyo objetivo era el estudio y observación, en el rango del
infrarrojo cercano y las longitudes de onda submilimétricas, de la
formación de galaxias en el universo primitivo y su evolución, de la
creación de estrellas y su interacción con el medio interestelar, de la
composición química de la atmósfera y la superficie de cometas,
planetas y satélites y de la química molecular del universo. Para
acometer su misión, Herschel iba dotado del mayor espejo
desplegado hasta hoy en el espacio, de 3,5 metros de diámetro. La
misión del Herschel/FIRST también finalizó en 2013.
Tampoco podemos dejar de mencionar el telescopio espacial XMM
Newton, el mayor satélite científico construido en Europa hasta el
momento (3.800 kilogramos de peso, 10 m de largo y unos 16 de
ancho con los paneles solares desplegados) con capacidad para
observar los objetos en luz ultravioleta y visible. En noviembre de
1999 un Ariane 5 lo puso en una órbita muy excéntrica de 114.000 x
7.000 kilómetros de la Tierra y todavía sigue funcionando.

Telescopio XMM Newton

Otro instrumento astronómico destacable fue el CoRoT (Convection,


Rotation and planetary Transits), dedicado a la búsqueda de planetas
extrasolares, especialmente de aquellos de un tamaño similar al
terrestre y que funcionó desde 2006 hasta quedar fuera de servicio
en 2013 por un problema técnico. También podemos destacar el
observatorio astrométrico Gaia, sucesor de la misión
Hipparcos(1989-1993) con el fin de confeccionar un catálogo de
aproximadamente mil millones de estrellas hasta magnitud 20. Gaia
fue lanzado desde Kourou a finales de 2013 mediante un Soyuz ST-
B hacia el punto L2 y sigue operativo.
Observatorio espacial Gaia

En este campo, también odemos citar la misión CHEOPS


(CHaracterising ExOPlanets Satellite), centrada en el análisis de
tránsitos exoplanetarios mediante fotometría de muy alta precisión.
Este pequeño satélite de 273 kg de masa y 58 kg de carga útil, fue
lanzado en diciembre de 2019 desde Kourou mediante un cohete
Soyuz. Esta misión está dirigida por España y el telescopio ha sido
construido también en nuestro país por Airbus Defence & Space a
excepción de la óptica, procedente de Suiza.
Telescopio espacial CHEOPS

En materia de observatorios espaciales, la ESA ha colaborado con la


NASA en la gestión del telescopio espacial Hubble y en el de su
sucesor, el carísimo (10 mil millones de dólares) y complejo
telescopio infrarrojo JWST (James Webb Space Tescope, que fue
lanzado en diciembre de 2021 mediante un Ariane 5. A mediados de
2022 el telescopio, de 6.200 kilos de masa y situado en el punto L2 a
1,5 millones de kilómetros de la Tierra, está empezando a trabajar
con su espejo segmentado de 6,5 metros y enviando las primeras
imágenes. Se espera que este nuevo telescopio espacial sea tan
revolucionario para la astronomía como lo fue en su momento el
Hubble o la nueva generación de telescopios gigantes terrestres ya
operativos o en fase de construcción.
Lanzamiento, despliegue y primeras imágenes del JWST

La ESA también ha colaborado con la NASA en la observación solar


con la misión Solar Orbiter (SolO), cuyo objetivo es realizar
mediciones detalladas del campo magnético sobre la superficie solar,
de los niveles de radiación en la heliosfera interna y del viento solar,
así como realizar observaciones de las regiones polares del Sol
desde órbitas de latitudes altas. La sonda fue lanzada en febrero de
2020 desde Florida a bordo de un cohete Atlas V de la NASA.
 

Misiones en el Sistema Solar

Pero la ESA no ha descuidado tampoco las misiones de exploración.


Su primera misión en este terreno fue la exitosa sonda Giotto,
lanzada en julio de 1985 por un cohete Ariane 1 con destino al
cometa Halley. El 13 de marzo de 1986 Giotto se aproximó a 596
kilómetros de su núcleo, del que obtuvo abundante información.

Posteriormente (1990), la sonda fue redirigida al cometa Grigg-


Skjellerup al que llegó a aproximarse a sólo 200 kilómetros en julio
de 1992 pero, aunque recopiló gran cantidad de datos, no pudo
tomar imágenes del núcleo ya que la cámara había resultado dañada
en el anterior encuentro con el Halley.
Otra misión planetaria de gran éxito y repercusión pública ha sido la
de la sonda orbital Mars Express, lanzada en junio de 2003 desde el
cosmódromo de Baikonur (Kazajistán) por un cohete Soyuz-Fregat.
La nave llegó a Marte el 25 de diciembre de ese mismo año, pero
antes de su inserción orbital lanzó hacia la superficie del Planeta
Rojo el pequeño aterrizador británico Beagle 2, del que no se
tuvieron más noticias. Durante años se creyó que el módulo se había
estrellado, pero gracias a imágenes tomadas en 2015 por la sonda
estadounidense MRO, sabemos que el módulo consiguió aterrizar,
pero que por alguna razón falló el despliegue de dos de sus cuatro
paneles solares, impidiendo el correcto funcionamiento de la antena
de comunicaciones.
El orbitador Mars Express continúa trabajando sin problemas en
2019 y aportando una ingente cantidad de datos científicos e
imágenes que han contribuido a ampliar nuestros conocimientos
sobre el pasado y el presente de Marte.
Dadas las limitaciones presupuestarias, el futuro de la exploración
marciana por parte de la ESA depende de la colaboración con otras
agenciase espaciales y ello conlleva riesgos, como ha podido
comprobar en sus carnes el programa ExoMars (Exobiology on Mars
o “Exobiología en Marte”). Lo que empezó siendo un proxecto
exclusivo de la ESA para enviar al Planeta Rojo un aterrizador y un
rover, no tardó en convertirse (2009) en una misión conjunta con la
NASA, pero esta se retiró del proyecto en 2012, lo que obligó a
buscar otro socio si se quería seguir adelante con la misión, y ese
socio no fue otro que la agencia rusa Roscosmos. El acuerdo,
firmado en 2013, contemplaba la realizacion de dos misiones
conjuntas ExoMars: una, el orbitador Trace Gas Orbiter (TGO,
lanzado en marzo de 2016, acompañado del pequeño módulo EMD
Schiaparelli), y otra en 2020 (rover ExoMars). La parte rusa aportaba
a la misión de 2020 el lanzador Protón-M, la etapa de crucero y la de
descenso. Por su parte, la ESA contruía el rover Rosalind Franklin,
de 310 kg de peso (más bastante más pequeño que el Curiosity
americano, pero con el doble de masa que el Spirit y el Opportunity).
La misión se vio retrasada por cuestiones técnicas y por la pandemia
del COVID hasta 2022, pero cuando se estaban acometiendo las
últimas pruebas de los elementos que componían la misión, la
invasión rusa de Ucrania (febrero de 2022) y las subsiguientes
sanciones occidentales llevaron a la ESA a cancelar la misión.

Elementos de la misión Exomars 2020: etapa de crucero, módulo de descenso y rover

Actualmente, la ESA está colaborando con la NASA en el diseño y


construcción de la misión MSR (Recogida de Muestras de Marte),
que tendrá lugar a finales de esta década y de la que ya hemos
hablado en el capítulo dedicado a la NASA.
Venus también ha sido objeto de la atención de la ESA con la misión
Venus Express, lanzada también desde Baikonur en noviembre de
2005, tras apenas cuatro años de desarrollo. En abril de 2006 entró
en órbita de Venus, donde permaneció estudiando las interacciones
entre la superficie y la atmósfera del planeta hasta 2014. La nave se
desintegró en la atmósfera de Venus en enero del año siguiente.
El planeta más cercano al Sol, Mercurio, ha sido asimismo objetivo
de la ESA con la misión BepiColombo, conjunta con la agencia
haponesa JAXA. La nave fue lanzada por un Ariane 5 en octubre de
2018. BepiColombo está compuesta por dos naves orbitadoras, una
europea y otra japonesa: el MPO (Mercury Planetary Orbiter) y el
MMO (Mercury Magnetospheric Orbiter). Las naves alcanzarán
Mercurio en 2025 tras hacer varias asistencias gravitatorias con la
Tierra y Venus y permanecerán en órbita al menos un año.
Misión ESA/JAXA Bepi Colombo

Pero quizás la misión espacial de la ESA más mediática de los


últimos años haya sido la de la sonda Rosetta, lanzada en marzo de
2004 por un cohete Ariane 5 hacia el cometa 67P/Churyumov-
Gerasimenko al que llegó en agosto del año 2014. Debajo de estas
líneas tenemos el esquema de esta interesante misión.
A continuación podemos ver algunas de las imágenes del cometa,
tomadas desde unos 100 kilómetros de distancia en agosto de 2014
y detalles de su superficie:
Gracias a la información transmitida por la Rosetta, los técnicos de la
ESA pudieron elegir cinco posibles lugares de aterrizaje para el
aterrizador Philae, de apenas 100 kilogramos de peso. El aterrizaje
se produjo a las 16:03 UTC del 12 de diciembre de 2014 en en punto
J, en la región bautizada como Agilkia (imagen del centro bajo estas
líneas):

El histórico aterrizaje del Philae (al que podemos ver instantes


después de su separación de la Rosetta en la fotografía siguiente) no
fue todo lo bien que se esperaba, pues los arpones con los que se
esperaba “sujetar” al módulo sobre la superficie del cometa (en la
que debido, a la baja gravedad, apenas pesaba 1 gramo) fallaron,
como también lo hizo un sistema de “frenado” de gas del que iba
dotado.

Como resultado, el Philae rebotó sobre la superficie tras el primer


contacto y se elevó hasta un kilómetro de altura antes de volver a
caer, rebotar de nuevo y posarse definitivamente a las 17:32 UTC de
forma precaria en una zona bastante escarpada en la que el
pequeño módulo apenas recibía la luz del sol que habrían necesitado
sus paneles para recargar las baterías:
Debido a ello, la duración de la misión del Philae, que estaba previsto
que durase semanas, se redujo a las 57 horas de autonomía de su
batería de emergencia. En esa circunstancia, los técnicos de la ESA
decidieron realizar toda la investigación científica que fuese posible
antes de que el módulo se quedase sin energía y entrase en modo
hibernación. Así que activaron todos los instrumentos científicos,
incluído el taladro SD2 y el instrumento MUPUS (Multi-Purpose
Sensors for Surface and Subsurface Science), que incluía un
penetrómetro que parece que no pudo introducirse bajo la superficie
debido a la presencia de una capa de hielo.
Pese a los intentos, no fue posible volver a contactar con Philae. Sin
embargo, la ESA estimó que el módulo Philae pudo realizar el 90%
de su misión. Entre sus logros, el pequeño módulo pudo constatar la
presencia de hielo de agua puro en bajo la capa de polvo superficial
así como de distintas sustancias orgánicas. A principios de 2015 se
dieron a conocer las primeras imágenes de la cámara OSIRIS de la
sonda, mostrando más en detalle diversas áreas.
Acantilados de la región de Hapi, en el “cuello” del cometa 67P

En septiembre de 2016, a pocos días del fin de la misión Rosetta, la


ESA anunció que las cámaras de la nave, gracias a su mayor
aproximación al cometa sobre el que trataría de aterrizar, había
podido localizar y fotografiar al módulo Philae en la región de Agilkia,
como podemos ver en la imagen siguiente, tomada el 2 de
septiembre desde 2,7 kilómetros de altura por la cámara OSIRIS.
Aunque con menos entusiasmo que otras agencias, la Luna también
ha sido objetivo de la ESA. En septiembre de 2003 un Ariane 5 puso
en el espacio el pequeño vehículo tecnológico de propulsión iónica
SMART-1 (Small Missions for Advanced Research in Technology),
que tardó trece meses en alcanzar su objetivo. Tras comprobar la
fiabilidad del motor iónico, la nave fue estrellada contra la Luna en
septiembre de 2006.
Pero no sólo los mundos del Sistema Solar interior han sido visitados
por los vehículos de la ESA. El 25 de diciembre de 2004 el pequeño
módulo Huygens se separó de la sonda norteamericana Cassini, en
órbita de Saturno tras un viaje de siete años, para dirigirse a la luna
Titán, donde aterrizó el 14 de enero de 2005.
El Huygens se convirtió así no sólo en la primera sonda que
aterrizaba en un satélite que no fuese la Luna terrestre, sino también
en la primera en hacerlo en un mundo del Sistema Solar exterior.
Pese a algunos problemas técnicos con el sistema de
comunicaciones, la misión del módulo fue todo un éxito y transmitió
las primeras imágenes y datos de Titán.
Histórica fotografía de la superficie de Titán
(enero de 2005)

Nuevas misiones

La agencia europea tiene programadas o en estudio nuevas misiones


de cara a la próxima década. Sin ánimo de ser exhaustivos, tenemos,
por ejemplo, las siguientes:
JUICE: (Jupiter Ice Moons Explorer), antes conocida como
JGO/Laplace, que debería haber sido una misión conjunta con la
NASA, que debería haber aportado la sonda JEO (Jupiter Europa
Explorer). Pero como en el caso de ExoMars, los recortes
presupuestarios y las necesidades extras de financiación del
telescopio espacial James Webb obligaron a la NASA a cancelar la
JEO. Por fortuna, la ESA decidió seguir adelante con la colaboración
de Rusia y la sonda JUICE fue seleccionada en mayo de 2012 como
la futura gran misión espacial europea, siendo confirmada por la
agencia en noviembre de 2014. La JUICE será lanzada en abril de
2023 mediante un Ariane 5 o un Ariane 6 y, tras una serie de
asistencias gravitatorias sobre la Tierra y Venus, alcanzará el sistema
joviano en 2031. Una vez allí se situará en órbita sobre Calisto,
sobrevolará Europa a 400-500 kilómetros de altura y orbitará
Ganímedes durante nueve meses trazando mapas de alta resolución.
La masa de la sonda JUICE será de 4.800 kilogramos y estará
alimentada por paneles solares.

PLATO: Siguiendo con los exoplanetas, en 2026 la ESA pondrá en el


espacio el telescopio PLATO (PLAnetary Transits and Oscillations of
stars) se dedicará a escudriñar el espacio para observar los tránsitos
planetarios de aproximadamente un millón de estrellas, descubrirlas
y caracterizar planetas extrasolares rocosos alrededor de estrellas
enanas amarillas, como el Sol en el sistema solar, estrellas
subgigantes y estrellas enanas rojas. El principal interés consiste en
encontrar planetas similares a la Tierra en la zona habitable
alrededor de sus estrellas también similares al Sol y donde el agua
exista en estado líquido. Estará formado por 34 pequeños
telescopios y se espera que funcione durante seis años como mínimo
desde el punto de Lagrange L2 del sistema Tierra-Sol, a millón y
medio de kilómetros de la Tierra.

Telescopio PLATO

ARIEL: Como no hay dos sin tres, ARIEL (Atmospheric Remote‐


sensing Infrared Exoplanet Large‐survey mission) es otra misión más
de la ESA dedicada al estudio de exoplanetas, en concreto sus
atmósferas. El telescopio ARIEL estudiará unos 1.000 planetas tras
su lanzamiento en 2028.

Telescopio ARIEL

LISA: Esta misión, planificada para 2037, lleva bastante tiempo en


desarrollo y en principio iba a ser una misión conjunta con la NASA,
pero en 2011 esta última se descolgó del proyecto, que fue
acometido en solitario por la agencia europea. LISA (Laser
Interferometer Space Antenna) es un proyecto de observatorio
espacial de ondas gravitatorias, una de las predicciones de la
relatividad general propuesta por Albert Einstein, cuyo estudio
ayudará a contestar preguntas sobre el comienzo del universo, su
hipotético fin o sus límites. LISA constará de tres pequeñas naves
espaciales con forma de disco orbitando a cinco millones de
kilómetros entre sí, formando un triángulo equilátero. Cada nave
espacial transporta instrumentos que le permitirán rastrearse entre sí
y actúan conjuntamente para medir las ondas gravitacionales que
pasan cerca. LISA captará variaciones de longitud de onda de
apenas unas décimas del tamaño de un átomo. Una misión
precursora de este experimento fue lanzada al espacio en 2015 con
el objeto de validar tecnologías.
Hemos visto algunas de las misiones científicas más importantes que
están en curso, que se van a lanzar o que están en fase de
propuesta en el seno de la ESA, pero también están previstas o
propuestas otras en colaboración con distintas agencias como por
ejemplo:
– El módulo de servicio de la nave tripulada Orión de la NASA,
desarrollado a partir de la experiencia del carguero espacial
europeo ATV.
– La propuesta de misión de exploración robótica lunar
HERACLES (Human Enhanced Robotic Architecture
Capability for Lunar Exploration and Science), en colaboración
con la JAXA y que se presenta como precursora de misiones
tripuladas a nuestro satélite.
– La misión conjunta chinoeuropea SMILE (Solar wind
Magnetosphere Ionosphere Link Explorer), un satélite que
será lanzado en 2024 desde Kourou y sobrevolará cada 51
horas el planeta a 121.000 kilómetros y después regresará a
una distancia de 5.000 kilómetros de nuestro planeta para
enviar todos los datos recopilados a una estación terrestre de
la ESA en la Antártida y a la estación terrestre de Sanya
(China).
 

Los cohetes de Europa

Tras el estrepitoso fracaso del programa Europa de la ELDO, en


1973 Francia propuso el desarrollo de una nueva familia de
lanzadores que sería conocida como Ariane. El CNES francés llevó a
cabo la ejecución del proyecto (dos terceras partes del cual eran
financiados por Francia) y desde 1980 la ESA se encargó de su
supervisión. Más de 100 compañías europeas participaron en el
programa en función de la participación financiera de sus países. El
24 de diciembre de 1979 partió de Kourou el primer Ariane 1, un
cohete de tres fases, 207 toneladas de peso, 50 metros de altura y
3,80 metros de diámetro capaz de situar en GTO cargas de 1.850
kilogramos.
Tras un segundo lanzamiento fallido y las correspondientes
revisiones, el nuevo cohete fue declarado operacional a finales de
1981. Hasta febrero de 1986 el Ariane 1 fue protagonista de 11
lanzamientos, incluido el de la sonda Giotto al cometa Halley.
En 1980 se fundó Arianespace, una compañía francesa con sede en
Kourou formada por agencias espaciales y empresas europeas que
se encargaría en lo sucesivo de la producción, operación y
comercialización de los lanzamientos de los cohetes Ariane.
Actualmente, la compañía oferta también los servicios de los Soyuz-2
que despegan de Kourou y del nuevo cohete ligero Vega. Francia y
Alemania se reparten el grueso de su capital (Francia, 60.12% y
Alemania el 18.62%; Italia el 9.36%, España, 2%, etc).
La familia de lanzadores Ariane ha sido todo un éxito que permitió a
Arianespace dominar el mercado de lanzamientos de satélites
comerciales durante años. Estos cohetes han estado evolucionando
a lo largo de los años: las versiones 2 y 3 (1986 y 1984) tenían una
capacidad de carga a GTO de 2.700 kilogramos, pero sería el
poderoso y versátil Ariane 4 el que se convertiría en el caballo de
batalla de la compañía. Entró en servicio en junio de 1988 y se
mantuvo en servicio hasta febrero de 2003, protagonizando nada
menos que 113 lanzamientos exitosos de un total de 116. Con 58
metros de altura y 240 toneladas de peso en su versión básica (la AR
44L pesaba 470 toneladas), sus cinco variantes eran capaces de
poner en LEO entre 5.000 y 7.600 kilogramos de carga y en GTO
entre 2.000 y 4.300 kilogramos (versión AR 44L).

El interés inicial por un programa de vuelos tripulados y la necesidad


de contar un con un cohete todavía más potente para poner en el
espacio satélites cada vez más grandes y pesados llevó al desarrollo
del Ariane 5. Comenzó a diseñarse en 1984 por encargo de la ESA y
el CNES a Astrium (actualmente EADS Astrium) como contratista
primario, liderando un consorcio de subcontratistas, mientras que
Arianespace se encargaba de la gestión de las misiones y la
comercialización, como en los anteriores Ariane. Su desarrollo
completo llevó diez años y 6.000 millones de euros.
Con una altura variable de entre 46 y 52 metros, un diámetro de 5,5
metros y 777 toneladas de peso, el Ariane 5 es un cohete de dos
etapas, la principal criogénica, apoyado por dos aceleradores de
combustible sólido. En sus diferentes versiones (G, G+, GS, V, ECA,
ES y ES-ATV) puede poner en LEO cargas de entre 16 y 21
toneladas (versión ES) y en GTO entre 5.000 y 10.500 kilogramos
(versión ECA). Está capacitado para poner varias cargas en el
espacio en un solo vuelo.
Sus comienzos no fueron fáciles ya que el primer lanzamiento (junio
de 1996) terminó en fracaso por un problema de software y el
segundo (octubre de 1997) fue sólo un éxito parcial por un fallo del
motor principal. Los lanzamientos nº 10 (julio de 2001) y 17
(diciembre de 2002) tampoco fueron como se esperaba pero, tras las
oportunas mejoras y revisiones, en abril de 2003 se inició una nueva
serie de lanzamientos sin que se haya registrado fallo alguno, a
excepción de un fallo parcial en enero de 2018 que hizo que los
satélites que transportaba no quedaran en las órbitas inicialmente
previstas.
En total, hasta mediados de 2022 se han lanzado 113 Ariane 5, entre
ellos el del telescopio espacial James Webb (diciembre de 2021) y la
sonda joviana JUICE (previsto para abril de 2023).
El Ariane 5 se mantendrá activo hasta la entrada en servicio del
Ariane 6 (ver más adelante en este mismo capítulo). En un principio
se consideró necesario complementar este último con una versión
mejorada del Ariane 5 y por ello en 2011 la ESA dio el visto bueno a
EADS Astrium para el proyecto de lanzador Ariane 5ME (A5ME o
Midlife Evolution) que, con 53 metros de alto y 800 toneladas de
peso, sería capaz de colocar en GTO 12 toneladas y hasta 23
toneladas en LEO gracias a una nueva etapa superior equipada con
el motor criogénico Vinci reencendible. El primer lanzamiento estaba
previsto para 2017, pero la decisión de que el futuro Ariane 6
dispusiera de una versión (A64) de prestaciones similares a las del
A5ME llevó a suspender el desarrollo de esta última versión del
Ariane 5 y a dedicar sus recursos al nuevo Ariane 64.
La necesidad de cubrir todos los huecos del mercado de lanzamiento
de satélites y la retirada del servicio del Ariane 4 llevó a Arianespace
a buscar un cohete medio de eficacia probada y lo encontró en el
ruso Soyuz-2 o ST. En 2007 se iniciaron los trabajos para dotar al
complejo de Kourou de una nueva plataforma de lanzamiento para
los Soyuz ST, un cohete de 46 metros de alto y 305 toneladas de
peso que puede lanzar 7.800 kilogramos a LEO o 4.500 kilogramos a
órbita sincrónica solar (SSO).
El primer Soyuz ST despegó con total éxito desde Kourou en octubre
de 2011, portando dos satélites de prueba del proyecto Galileo, el
IOV PFM y el IOV FM2. Hasta mediados de 2022 este cohete ha sido
lanzado en 25 ocasiones desde la Guayana con un solo fallo parcial.
Pero es muy probable que la crisis derivada de la invasión rusa de
Ucrania ponga fin a esta fructífera colaboración.
El último nicho de lanzaderas espaciales que le quedaba a la ESA
por cubrir era el de los cohetes ligeros. Por ello, la ESA y la Agencia
Espacial Italiana han estado trabajando desde 1998 en el cohete
Vega, un vehículo de cuatro fases sólidas, 30 metros de alto y 137
toneladas de masa diseñado para lanzar pequeñas cargas de 300 a
1.430 kilogramos para misiones científicas y de observación de la
Tierra en órbitas bajas y polares de 700 kilómetros, pudiendo llegar a
1.963 kilogramos en lanzamientos a órbitas elípticas de 1.500x200
kilómetros. Italia ha corrido con un 65% de los costes de desarrollo,
seguida por Francia (18%) y por otros países como España, Bélgica
y Holanda. El coste por lanzamiento del Vega es de unos 32 millones
de euros.
Los cohetes Vega, Vega-C, Ariane 5 ECA, Ariane 62 y Ariane 64

El primer vuelo del Vega tuvo lugar en febrero de 2012 y puso en el


espacio nueve pequeños satélites y nanosatélites. Hasta mediados
de 2022 se han lanzado 20 cohetes Vega de los que 18 han sido
exitosos. y están previstas otras 30 cargas hasta 2027.
El Vega continúa su evolución; en julio de 2022 despegó el primer
Vega-C, con una capacidad de carga de hasta 2.200 kilogramos, y en
2026 lo hará el Vega-E, que incorporará una nueva fase de oxígeno
líquido y metano que sustituirá a las tercera y cuarta fase actuales,
eliminando de paso la dependencia de motores ucranianos. El
desarrollo de esta versión costará unos 118 millones de euros.
Lanzamiento del primer Vega-C en julio de 2022

AVIO, al empresa italiana responsable del desarrollo del Vega, está


también desarrollando una versión ligera de este cohete, el Vega C
Light, para pequeñas cargas de hasta 250 kg a LEO.
 

El Ariane 6

Si bien hoy por hoy la ESA y Arianespace tienen cubiertas todas sus
necesidades con sus cohetes Vega. Soyuz y Ariane 5, a corto plazo
Europa deberá disponer de un nuevo lanzador que sustituya al
Soyuz ST, que se haga cargo a partir de 2023 de las misiones
encomendadas al Ariane 5 y que, sobre todo, tenga unos costes de
lanzamiento inferiores a los de su predecesor, pues la irrupción en el
mercado de SpaceX y su cohete Falcon 9 ha supuesto una
revolución en el sector de los lanzamientos comerciales. Es por ello
que años atrás se comenzó a trabajar en proyecto NGL (Next
Generation Launcher o “Lanzador de Nueva Generación”).
En un primer momento, el CNES propuso el diseño PPH, un lanzador
de combustible sólido en sus dos primeras etapas más pequeño y
barato que el Ariane 5 (para cuyos lanzamientos comerciales no
siempre es fácil encontrar dos cargas que se ajusten a sus
capacidades) con una capacidad de carga a GTO de 6,5 toneladas:

El Ariane 5 y el propuesto PPH

Para poder realizar misiones con cargas más pesadas, en 2012 la


ESA optó por desarrollar también el Ariane 5ME, pero dado que la
propuesta del CNES no despertó excesivo entusiasmo entre los
clientes potenciales, las empresas Airbus y Safran presentaron en el
verano de 2014 un diseño alternativo que consistiría en un nuevo
cohete de 63 metros de altura y un diámetro de 4,6 metros que
estaría formado por una etapa principal criogénica con un motor
Vulcain 2+ de 1.350 kN de empuje y dos aceleradores de
combustible sólido P120 (derivados de la primera etapa del Vega) de
3.500 kN a ambos lados. El Ariane 6 dispondría de dos versiones, la
6.1 y la 6.2:
Gracias a una segunda etapa también criogénica (motor Vinci,
también presente en el diseño de CNES), el Ariane 6.1 podría poner
en GTO cargas únicas de hasta 8,5 toneladas o bien cargas dobles
de 4 toneladas cada una. Otra versión, el Ariane 6.2, utilizaría una
etapa superior Aestus para misiones a órbitas heliosíncronas (SSO).
Además de mayor flexibilidad y capacidad de carga, la propuesta de
Airbus/Safran compartiría muchos elementos técnicos con el Ariane 5
ME, lo que simplificaba la logística. En cuanto a los costes de
lanzamiento, se estimaron en 70 millones de euros para la propuesta
PPH frente a los 100 millones del de Airbus/Safran. En cualquier
caso, bastante menos de lo que cuesta un lanzamiento del Ariane 5
(unos 165 millones de euros).
Finalmente, a principios de diciembre de 2014 la ESA anunció que la
propuesta ganadora estaría basada en la propuesta Airbus/Safran.
En abril de 2016 se presentó el diseño del nuevo Ariane 6 (de 63
metros de altura, 5,4 metros de diámetro y dos etapas), que tendrá
dos versiones, la 62 y la 64. El Ariane 62 tendrá una masa de 530
toneladas y podrá situar en LEO cargas de hasta 10.350 kilos, 5.000
kilogramos en GTO y 6.450 kilos en SSO. Según los cálculos, cada
lanzamiento del Ariane 62 costará 75 millones de euros.
Por su parte, el Ariane 64 (que sustituye al nonato Ariane 5ME)
pesará 860 toneladas (el actual Ariane 5 ECA pesa 775 toneladas),
alcanzará también los 63 metros de altura y estará dotado de cuatro
aceleradores sólidos P120, pudiendo lanzar hasta 11,5 toneladas de
carga a GTO en un lanzamiento simple, 10 toneladas en un
lanzamiento doble o lanzar cargas interplanetarias de 5 toneladas,
pudiendo también enviar a LEO hasta 21,6 toneladas y a SSO 14,9
toneladas. El coste de cada lanzamiento del Ariane 64 se elevará
hasta los 115 millones de euros. El Ariane 6 podrá llevar a cabo
hasta doce misiones al año, cinco de las cuales serán misiones
gubernamentales y el resto comerciales.

Según la información disponible a mediados de 2022, las dos


versiones del Ariane 6 tienen comprometidas al menos 26 cargas
útiles hasta 2035.
Dado que se espera que el Ariane 62 haga su primer vuelo en 2023,
el desarrollo del Ariane 5ME fue suspendido y sus fondos derivados
al Ariane 64. España tendrá una participación del 6% (unos 182
millones de euros) en el proyecto, justo el doble que en el caso del
Ariane 5.
Pero Europa ni quiere ni puede detenerse en el desarrollo de nuevos
lanzadores. En junio de 2015, Airbus Defence and Space anunció el
desarrollo de Adeline, una primera etapa parcialmente reutilizable
que espera que esté operativa en 2025-30 y que equiparía a futuras
versiones del Ariane 6. Un año más tarde, anunció también que
estaba trabajando en un motor de nueva generación llamado
Prometheus de unas 100 toneladas de potencia modulables en un
30% que funcionará con metano y oxígeno líquido, lo que abaratará
los costes de lanzamiento y el mantenimiento.
Por su parte, la agencia espacial francesa (CNES) y ArianeGroup
están trabajando en el proyecto THEMIS, cuyo objetivo es diseñar
una primera etapa reutilizable para otro futuro lanzador europeo.
Themis estará basado en el motor Prometheus de oxígeno y metano
líquidos antes citado y se espera que las primeras pruebas tengan
lugar en 2023. Un vehículo suborbital experimental reutilizable, el
CALLISTO (Cooperative Action Leading to Launcher Innovation for
Stage Toss-back Operation), desarrollado en colaboración con
Japón, permitirá ir depurando las técnicas de retorno controlado del
cohete, como en su día hizo SpaceX con el Grasshopper.
Hipotético aspecto del cohete reutilizable Themis

Una vez que el Themis y el Callisto sean probados con éxito habrá
que plantearse el siguiente paso en el horizonte del año 2030: o bien
apostar por un Ariane 6 mejorado (Ariane Evolution), según la antes
citada propuesta Adeline, o bien decidirse por un nuevo Ariane
reutilizable (Ariane Next). Una posible versión de este nuevo
lanzador incluiría siete motores Prometheus en la primera etapa, uno
en la segunda y tres en cada uno de los dos aceleradores laterales.
También existe la intención de aplicar estos desarrollos tecnológicos
a una nueva familia de lanzadores (que incluiría uno superpesado)
de la compañía Maia, una filial de ArianeGroup de la que hablaremos
en otro capítulo.
Se espera que la combinación de la reutilización con los nuevos
motores de metano y oxígeno líquido permita reducir a la mitad los
costes de lanzamiento del Ariane Next respecto del Ariane 6.
 

Los vuelos tripulados

Aunque la ESA no dispone de medios para lanzar misiones


tripuladas al espacio, sí tiene una unidad encargada de la selección y
entrenamiento de astronautas, el European Astronaut Corps
(“Cuerpo Europeo de Astronautas”), que vuelan en misiones de
EEUU y de Rusia. Esta unidad depende del EAC (European
Astronaut Centre o “Centro Europeo de Astronautas”) en Colonia
(Alemania). Una vez asignados a una misión en concreto, pasan al
Johnson Space Center de la NASA o a la “Ciudad de las Estrellas”
rusa para completar su preparación.
Desde sus inicios, la ESA ha estado implicada en el vuelo espacial
tripulado. Ya en 1973, la NASA y la ESRO firmaron un acuerdo para
la fabricación del laboratorio presurizado modular Spacelab que, en
diferentes configuraciones, fue transportado por el transbordador
espacial en 25 ocasiones entre 1983 y 2000.
El laboratorio tenía cuatro componentes principales: un módulo
presurizado, que a su vez contenía un laboratorio; varios palés que
permitían exponer materiales y equipamiento al vacío del espacio; un
túnel de acceso al módulo, y un subsistema de señalización de
instrumentos.

Este proyecto sirvió de experiencia a la ESA para embarcarse en su


proyecto orbital tripulado más ambicioso hasta la fecha: el módulo
Columbus de la Estación Espacial Internacional.
Aprobado en 1985 y objeto de numerosas revisiones, el Columbus
fue ensamblado a la ISS en febrero de 2008 gracias a un vuelo del
transbordador espacial americano. Se trata de un cilindro presurizado
de 6,8 metros de largo, 4,5 metros de diámetro y una masa con
carga útil de 19,3 toneladas.
El Columbus supone, junto con el carguero no tripulado ATV
(Automated Transfer Vehicle o “Vehículo de Transferencia
Automático”), el grueso de la contribución europea al proyecto de la
ISS.
Carguero ATV

En lo que al ATV respecta, este carguero espacial estaba fabricado


por EADS, tenía una longitud de 9,79 metros y un diámetro de 4,48
metros con una masa de 10,4 toneladas, pudiendo llevar cargas de
7,5 toneladas. Su lanzador era un cohete Ariane 5 ES-ATV y podía
permanecer hasta seis meses acoplado a la ISS, a la que servía
también como sistema de control de altitud gracias a sus motores.
Una vez finalizada su misión, el ATV se quemaba en la atmósfera
con su carga de residuos.
El primer ATV (bautizado Julio Verne) fue lanzado en marzo de 2008;
el segundo (Johannes Kepler) despegó en febrero de 2011 y el
tercero (Edoardo Amaldi) lo hizo en marzo de 2012. Un cuarto
carguero (Albert Einstein) fue lanzado en junio de 2013 y el último
(Georges Lemaître) lo hizo a finales de julio de 2014.
El éxito del ATV hizo que en la Cumbre ministerial de la ESA de
noviembre de 2012 aprobase de forma preliminar contribuir al
programa norteamericano de nave tripulada Orión/MPCV con un
módulo de servicio (SM) derivado del ATV.
El ATV también ha sido propuesto como base para un sistema
europeo independiente de acceso tripulado al espacio. En mayo de
2008 EADS Astrium y la Agencia Espacial Alemana (DLR)
anunciaron que estaban trabajando en una versión tripulada del ATV
que podría poner a tres hombres en órbita baja empleando una
versión modificada del Ariane 5.
La primera etapa del proyecto consistiría en el desarrollo de la
cápsula ARV (Advanced Reentry Vehicle o “Vehículo Avanzado de
Reentrada”), capaz de llevar a la Tierra cargas de 1.500 kilogramos,
que debería haber estado listo en 2015. La segunda etapa consistiría
en adaptar esa cápsula para los vuelos tripulados, dotándola de los
sistemas necesarios y vería la luz cuatro o cinco años más tarde. El
coste estimado del proyecto sería de unos 2.000 millones de euros.
En noviembre de 2008 el Consejo de Ministros de la ESA autorizó el
inicio de los trabajos preliminares de viabilidad de la cápsula ARV,
pero el proyecto fue paralizado debido a los recortes
presupuestarios.
No es sin embargo este proyecto el primer intento de la ESA de
disponer de sus propios medios de acceso tripulado al espacio. Ya
en 1975, en plena efervescencia del proyecto del transbordador
espacial, el CNES francés planteó la posibilidad de construir un
pequeño avión espacial reutilizable, similar al proyecto X-20 Dyna-
Soar de la USAF de los años 60. En 1985 el proyecto fue presentado
a la ESA, que lo aprobó en 1987. Comprendía no sólo el avión
espacial Hermes, sino también un laboratorio orbital independiente,
el Columbus MTFF (Man-Tended Free Flyer).
El Hermes debería haber tenido 19 metros de largo, 21 toneladas de
peso y ser capaz de poner en órbita terrestre tres astronautas y 3
toneladas de carga. Para su lanzamiento era preciso disponer de un
nuevo y poderoso cohete, y ese no era otro que el Ariane 5.
Pero el constante incremento de los costes, así como las nuevas
expectativas de cooperación internacional derivadas de la caída de la
Unión Soviética dieron al traste con el proyecto en 1995, tras haber
gastado en él cerca de 3.000 millones de dólares. Por fortuna,
sobrevivieron el cohete Ariane y el módulo Columbus de la ISS.
Años más tarde la ESA fue tentada por Rusia para participar en el
desarrollo del nuevo vehículo tripulado Kliper, una nave reutilizable
que debería sustituir a las Soyuz, pero la iniciativa no prosperó y el
proyecto fue cancelado. Actualmente, además de los estudios
iniciales de la cápsula ARV, la ESA y la agencia espacial alemana
también continúan explorando la idea del avión espacial reutilizable
de la mano del proyecto Hopper, cuyo primer prototipo a escala, el
Phoenix, realizó distintas pruebas en 2004 en el North European
Aerospace Test Range en Kiruna (Suecia). En este orden de cosas,
en la Cumbre ministerial de 2012 se acordó el inicio del programa
italiano PRIDE (Programme for Reusable In-orbit Demonstrator for
Europe), cuyo primer resultado fue el demostrador tecnológico IXV
(Intermediate eXperimental Vehicle), exitosamente lanzado en un
vuelo suborbital en febrero de 2015 por un cohete Vega.
Demostrador IXV reentrando en la atmósfera

Dentro de esta iniciativa, está previsto que en 2023 un cohete Vega-


C ponga en órbita la nave no tripulada Space Rider (Space Reusable
Integrated Demonstrator for Europe Return), un vehículo reutilizable
también derivado de las enseñanzas del IXV. Con una masa
esperada de 3 toneladas en su versión definitiva y 4,5 metros de
largo, el Rider podrá llevar 800 kilogramos de carga y aterrizará en la
base de la ESA en la isla de Santa María, en las Azores (Portugal).

Nave no tripulada reutilizable Space Rider


Similar en concepto y diseño a otros vehículos reutilizables
estadounidenses como el Boeing X-37 (asignado a misiones de la
Fuerza Aérea de los EE.UU.) o al Dream Chaser de la empresa
Sierra Nevada Corporation, el Space Rider debería permitir un
acceso rápido y sencillo al espacio para pequeñas cargas de
instituciones y empresas, así como abrir camino al turismo espacial.
Dicho de otra manera, de tener éxito el proyecto Space Rider, la ESA
no debería tener problema ni excusa alguna para construir un
vehículo tripulado que permitiese a Europa, por fin, ser también
independiente en este ámbito.
De hecho, aunquede momento no hay ningún programa definido, sí
existe una "hoja de ruta" que aspira a que en 2030 haya astonautas
europeos en la Luna y que también los haya en Marte en la década
de 2040, objetivo contenido en un documento denominado Terrae
Novae 2030+, nuevo nombre del programa E3P (European
Exploration Envelope Programme) de 2016.
Dentro de estas iniciativas podemos incluir la novedosa propuesta
SUSIE (Smart Upper Stage for Innovative Exploration), presentada
por Arianespace y Safran en septiembre de 2022, consistente en un
vehículo reutilizable de carga y tripulado que sería lanzado sobre un
Ariane 64 (o de un futuro lanzador "metalox" recuperable) y que
vendría a combinar la vieja idea del minitransbordador Hermes con
los avances derivados del Space Rider y de conceptos sobre
aterrizaje vertical evidentemente inspirados en los logros de SpaceX.
Nave reutilizable SUSIE (septiembre 2022)

Según lo que sabemos hasta ahora, la nave SUSIE sería un vehículo


basado en el concepto de cuerpos sustentador con una longitud
aproximada de 12 metros, un diámetro de 5 metros y un peso de
unas 25 toneladas, capaz de transportar a 5 astronautas y/o cargas
en una bodega de 40 metros cúbicos, pudiendo regresar a la Tierra
con una carga de 7 toneladas.
Según se informó en la presentación de la propuesta, SUSIE no se limitaría a vuelos orbitales sino
que, gracias a un módulo adicional, podría realizar misiones lunares.

SUSIE en órbita y con la bodega de carga abierta


Ni que decir tiene que el que esta propuesta y cualquier otra parecida
relativa a vuelos tripulados (y reutilizables) se transforme en algo
concreto pasa por dos condiciones: decisión política y aumento
presupuestario.
Como hemos visto en las páginas precedentes, la ESA mantiene un
notable programa científico que la sitúa de momento como la
segunda agencia espacial más importante del mundo después de la
NASA en lo que a estas misiones se refiere, pues su programa está
muy por delante del de la casi paralizada agencia rusa Roscosmos o
de la JAXA japonesa. Sin embargo, el programa espacial chino
avanza a gran velocidad, tanto en misiones robóticas planetarias
como tripuladas, por lo que es de esperar que, de no mediar una
improbable reacción europea en ambos terrenos que se traduzca en
mayores recursos económicos y en planes ambiciosos, en breve las
agencias chinas superarán a la ESA todos los ámbitos. No solo eso:
la falta de ambición en lo que a un programa tripulado respecta está
haciendo que la ESA empiece a sentir en la nuca el aliento de otras
agencias consideradas hasta ahora “menores” como la ISRO india.
La ESA también debería aspirar a tener un mayor impacto mediático
(terreno en el que la NASA se mueve como pez en el agua) y
asimismo debería reclamar su definitiva conversión en la Agencia
Espacial de la Unión Europea, dejando a un lado su actual
naturaleza intergubernamental y absorbiendo a unas agencias
espaciales nacionales que de ningún modo pueden tener un papel
relevante en un mundo dominado por las agencias de EEUU y China.
Mejorar su marketing público, aumentar su presupuesto, apostar por
los vuelos tripulados, empezar a pensar en un cohete lanzador
pesado al menos tan potente como el Falcon Heavy capaz de dar la
ESA completa autonomía en la exploración del Sistema Solar y
convertirse en una entidad fundamental de la UE redundaría en un
mayor interés de la ciudadanía europea en sus actividades y en
motivo de orgullo compartido.
JAXA

Desde el año 2003 las actividades astronáuticas japonesas están


controladas por la JAXA (Japan Aerospace Exploration Agency),
agencia que unificó en una sola organización al ISAS (Institute of
Space and Aeronautical Science), a la NASDA (National Space
Development Agency) y al Laboratorio Nacional Aeroespacial de
Japón (NAL, centrado en la investigación aeronáutica). La JAXA está
administrada por el Ministerio de Educación, Cultura, Deporte,
Ciencia y Tecnología, y por el Ministerio de Asuntos Internos y
Comunicaciones, y su presupuesto en 2021 fue de algo más de
1.600 millones de euros.
 

Algo de historia

La historia espacial de Japón se remonta a 1955 cuando, al


levantarse las restricciones impuestas a la fabricación de aviones y
cohetes en el país tras la Segunda Guerra Mundial, científicos del
Instituto de Ciencia Industrial de la Universidad de Tokio
encabezados por el profesor Hideo Itokawa (1912-1999), iniciaron los
ensayos con el Pencil, un diminuto cohete de 23 cm, desde la playa
de Michikawa (prefectura de Akita, junto al mar del Japón).
Itokawa y sus colaboradores no tardaron en desarrollar una serie de
cohetes más potentes, los Baby, de 120 cm de longitud, 10 kilos de
peso y 8 centímetros de diámetro, que serían lanzados entre agosto
y diciembre de 1955. La altura máxima alcanzada por estos
modestos cohetes fue de unos 6 kilómetros.
Itokawa junto a un cohete Baby

El siguiente paso, ya en 1957, sería el desarrollo de la familia de


cohetes sonda Kappa con los que se fueron alcanzando alturas cada
vez mayores. En junio de 1958 despegó el primero de los Kappa 6 de
dos etapas, capaces de llevar en misiones suborbitales una carga de
12 kilogramos a 60 kilómetros de altura, pero pronto serían superado
por los nuevos Kappa 8 (1959), de 11 metros de longitud y 1,5
toneladas de peso, que podían llevar una carga útil de 90 kilogramos
a 200 kilómetros de altura. En abril de 1961, mientras la URSS ponía
a Yuri Gagarin en el espacio, el cohete sonda Kappa 9L, de tres
etapas, alcanzaba los 310 kilómetros de altura y en 1965 un Kappa
10 situaba su carga científica a 700 kilómetros sobre la Tierra. A los
Kappa sucedieron los más potentes Lambda, cuyos lanzamientos de
prueba se iniciaron en 1963
Cohete sonda Kappa 9L

Los cohetes del ISAS

En abril de 1964 se creaba el ISAS en el seno de la Universidad de


Tokio y en julio un Lambda 3, de cuatro etapas sólidas, 19 metros de
longitud, 74 centímetros de diámetro y 7 toneladas de peso, lanzado
desde el polígono de Kagoshima (al sur del Japón), alcanzaba 857
kilómetros de altura. Pero esta marca suborbital sería ampliamente
superada en años posteriores, y en febrero de 1967, un Lambda 3H
llegó a los 2.150 kilómetros de altitud en el marco de una misión de
astronomía de rayos X. Llegados a este punto, y tras múltiples
lanzamientos de estos y otros cohetes sonda, el siguiente paso
lógico era poner un satélite en órbita.
El primer intento (fallido) del ISAS para situar un pequeño satélite en
órbita baja fue protagonizado por un Lambda 4 en septiembre de
1966, fracasando también un segundo intento en el mes de
diciembre, y un tercero en abril de 1967. Tampoco se tuvo éxito en
septiembre de 1969 pero, finalmente, el 11 de febrero de 1970 un
cohete Lambda 4S de cuatro etapas, 17 metros de altura y 9
toneladas de peso, lanzado desde Kagoshima, ponía en una órbita
de 2.440 x 323 kilómetros el satélite Ohsumi 5, un pequeño vehículo
tecnológico de 24 kilogramos.
Para poder realizar misiones más ambiciosas era preciso disponer de
lanzadores más potentes. En febrero de 1971 el ISAS situaba en una
órbita de 989 x 1.109 kilómetros el Tansei 1, primer satélite científico
japonés, cuyos 63 kilogramos fueron enviados al espacio por un
cohete de cuatro etapas Mu-4S1.
La familia de lanzadores Mu (también conocidos simplemente como
“M”) tuvo encomendado el lanzamiento de cargas científicas durante
una generación. En 1985 Japón envió hacia el cometa Halley dos
sondas, la Suisei y la Sakigake, mediante lanzadores Mu-3S y en
1998 un Mu-5 puso en ruta hacia Marte a la sonda de 500 kilogramos
Nozomi, que a la postre fracasaría en su intento de entrar en órbita
marciana.
El Mu-5 (o M-V) era un cohete de cuatro etapas sólidas de 30 metros
de altura capaz de enviar 1.800 kilogramos a una órbita terrestre
baja. Este cohete también fue el responsable del lanzamiento de
otras misiones, como la sonda Hayabusa (la primera en tomar
muestras de un asteroide, el Itokawa) en 2003, el observatorio
infrarrojo Akari o el observatorio solar Hinode, ambos en 2006, año
en el que el Mu-5 fue retirado del servicio. Para sustituirlo se inició el
desarrollo de un nuevo cohete de combustible sólido más económico,
el Epsilon, ya bajo la dirección de la JAXA.
Más barato y ligero que el M-V (24,4 metros de altura frente a 30,7
metros; 91 toneladas de peso frente a 139 toneladas), el Epsilon es
un lanzador de 3-4 etapas que puede poner hasta 1.500 kg en órbita
baja de 250x500 kilómetros y hasta 590 kg en órbita heliosincrónica.
Su primer lanzamiento (septiembre de 2013) puso en órbita el
telescopio espacial ultravioleta SPRINT-A (Spectroscopic Planet
Observatory for Recognition of Interaction of Atmosphere), dedicado
al estudio de las atmósferas y magnetosferas de los planetas del
Sistema Solar. De momento, el Epsilon ha sido lanzado en cinco
ocasiones sin mayores problemas y están planificados otras diez
misiones hasta 2030. Su coste de lanzamiento es de unos 34
millones de dólares.

Cohetes L, M y Epsilon de combustible sólido usados por el ISAS/JAXA

Los lanzadores comerciales de la NASDA

Mientras la ISAS se hacía cargo del programa espacial científico


japonés, en 1969 se fundaba la NASDA, orientada principalmente a
los aspectos comerciales e industriales de la tecnología espacial. LA
NASDA disponía de su propio centro espacial en Tanegashima, en el
sur del archipiélago nipón. Su primer objetivo fue lograr situar
satélites de aplicaciones en órbita geoestacionaria mediante
lanzadores pesados de combustible líquido, para lo que, en un primer
momento, se decidió adquirir en los Estados Unidos a la tecnología y
el equipo necesario.
De este modo, en septiembre de 1975 se puso en servicio el cohete
N-I, un lanzador de 34 metros de alto y 131 toneladas de peso que
constaba de un acelerador norteamericano Thor, de una segunda
etapa japonesa (motor LE-3) y de una tercera etapa sólida (opcional)
norteamericana. El N-I podría situar 1.200 kilos de carga en LEO y
hasta 360 kilos en GTO. Hasta 1982 el N-I protagonizó siete
misiones, seis de ellas exitosas. Pero ya desde 1981 estaba en
servicio su sucesor, el N-II, que no era sino el lanzador
estadounidense Delta fabricado bajo licencia. El N-II tenía unas
dimensiones similares a las de su antecesor, pero podía lanzar
cargas de hasta 2.000 kilogramos a LEO y hasta 730 kilogramos a
GTO. En total se lanzaron ocho N-II hasta 1987, año en el que fueron
retirados para dar paso a un cohete más ambicioso, el H-I.
El H-I era de nuevo una versión local del Delta pero ahora la segunda
etapa (criogénica) y la tercera (sólida) eran de tecnología y
fabricación japonesas. Construido por Mitsubishi, el H-I podía
satelizar en LEO 3.200 kilogramos y 1.100 kilogramos en GEO.

Hasta 1992 fueron lanzados nueve de estos cohetes desde


Tanegashima sin que se registrase fallo alguno.
En 1994 fue lanzado el primer cohete enteramente japonés de
propulsión líquida, el H-II. Con 49 metros de altura, 4 metros de
diámetro y 260 toneladas de masa, el H-II era un lanzador de dos
etapas (la primera criogénica) apoyadas por dos aceleradores de
combustible sólido, que podía poner en LEO una carga útil de 10
toneladas o bien enviar 4 toneladas a GTO. Hasta 1997 el H-II se
lanzó cinco veces, todas con éxito. No obstante, los elevados costes
de lanzamiento (unos 190 millones de dólares por unidad), hicieron
que se iniciara el desarrollo de un nuevo cohete, el H-IIA. En 1998 y
1999 se produjeron dos fallos en lanzamientos del H-II lo que, unido
al problema de los costes, hizo que se cancelara el programa.
 

Los lanzadores de la JAXA

Tras la fusión en 2003 de los programas de la NASDA y el ISAS en la


JAXA, todos los lanzadores y vehículos espaciales pasaron a
depender de la nueva agencia. Así, el H-IIA continúa en servicio en
distintas versiones. Con sus 53 metros de altura, 440 toneladas de
peso, dos etapas criogénicas y dos o cuatro aceleradores sólidos,
puede situar hasta 15 toneladas de carga en LEO y un máximo de 6
toneladas en GTO. Desde 2001 ha despegado en 40 ocasiones
(registrándose un único fracaso en noviembre de 2003) y ha puesto
en servicio satélites de comunicaciones, científicos, militares y
sondas interplanetarias. En 2007 envió a la Luna la nave Selene y en
2010 puso en el espacio la sonda espacial experimental Ikaros
(Interplanetary Kite-craft Accelerated by Radiation Of the Sun),
impulsada parcialmente mediante una vela solar, que en diciembre
de ese año pasó a 80.000 kilómetros de Venus. Su coste por
lanzamiento es de unos 90 millones de dólares.
Una variante más potente, el H-IIB, que puede satelizar hasta 16,5
toneladas a LEO o enviar hasta 8 toneladas a GTO (coste de
lanzamiento, 112 millones de dólares), envió al espacio en
septiembre de 2009 el Kounotori o HTV (H II Transfer Vehicle), un
carguero automático de 6 toneladas cuyo objetivo es abastecer al
módulo Kibō que forma parte de la Estación Espacial Internacional
(ISS).
El HTV-2 fue lanzado en enero de 2011 y el HTV-3 en julio de 2012.
Otro carguero (HTV-4) fue despachado hacia la estación en agosto
de 2013 y en agosto de 2014 llegóá el turno del HVT-5. Otros dos
fueron lanzados en 2016 y 2018. Estos vehículos permanecen
acoplados a la ISS durante una semana y, una vez concluida su
misión, se desintegran en la atmósfera. Hasta la fecha, los H-II han
despegado con éxito en nueeve ocasiones.
El carguero japonés HTV

Sobre la base del HTV se ha propuesto sustituir el módulo


presurizado del HTV por una cápsula de reentrada con capacidad
para retornar desde la ISS cargas de hasta 1,6 toneladas, y también
se ha especulado con la posibilidad de sustituir la cápsula
presurizada por otra tripulada que podría transportar a tres
astronautas y 400 kg de carga. Sin embargo, y como ha ocurrido en
el caso de la ESA, no parece que la JAXA esté muy interesada por
esta opción, aunque puede que se desarrolle una versión avanzada
del HTV si se concreta la participación japonesa en la propuesta
estadounidense Gateway.
Actualmente, la JAXA está desarrollando el cohete H-III o H3, el
futuro lanzador medio japonés de dos etapas que podría situar en
SSO hasta 4.000 kilos y hasta 6.500 kg en GTO en su configuración
básica. La variante H3-24, más potente, podrá enviar más de 6
toneladas a LTI (órbita de transferencia lunar), y hasta 8,8 toneladas
a GTO. La JAXA ha estimado que los costes de lanzamiento de la
versión básica rondarán los 35 millones de euros por vuelo. Se
espera que el H3 entre en servicio en 2022-2023 y están ya previstos
una docena de lanzamientos con distintas cargas.
Las distintas configuraciones del H3

Pero los vientos que soplan desde SpaceX también han llegado a
Japón y la JAXA también está considerando el desarrollo de la
tecnología de lanzadores con una primera etapa recuperable. Así, la
agencia nipona espera disponer, hacia 2030, de una familia de
lanzadores reutilizables de dos etapas derivados del H3 y muy
posiblemente propulsados por metano y oxígeno líquido con
capacidad para llevar a LEO entre 15 y 20 toneladas de carga
(versiones reutilizable y deshechable), e incluso estudia un lanzador
pesado similar al Falcon Heavy que con una capacidad de carga útil
a LEO de entre 26 toneladas (versión reutilizable) y 54 toneladas
(versión deshechable).
Los planificadores de la JAXA esperan poder contar, en el horizonte
de 2040, con un sistema de lanzadores de dos etapas totalmente
recuperables, concepto que refleja la profunda influencia de los
desarrollos de SpaceX en torno a la Starship, pues la JAXA aspira a
que esos nuevos vehículos tengan versiones tripuladas y no
tripuladas. Tampoco descartan vehículos TSTO (Two Stage to Orbit)
basados en el concepto de avión espacial lanzador Saenger.
Conceptos preliminares de futuros lanzadores japoneses

Las misiones espaciales de la JAXA

Además de proseguir con su participación en la estación espacial


internacional y dessarrollar su propio programa de observación de la
Tierra y de astronomía espacial, las más conocidas misiones de la
JAXA son las sondas Hayabusa y los orbitadores enviados a Venus y
Mercurio.
 
HAYABUSA 1 y 2
La JAXA ha obtendo notables éxitos en la recuperación de muestras
de asteroides. En mayo de 2003 un cohete M-5 lanzó la sonda
HAYABUSA (antes MUSES-C), de 380 kg en seco, hacia el pequeño
asteroide Itokawa. Propulsada por un pequeño motor iónico, la sonda
se acercó hasta unos 7 km de Itokawa en septiembre de 2005,
entrando en contacto con el mismo en noviembre para recoger una
pequeña cantidad de muestras. También desplegó un miniaterrizador
(Minerva) de medio kilo de peso que no logró su objetivo. Tras unos
meses junto a Itokawa, la sonda inició el viaje de retorno a a la
Tierra, liberando a unos 350.000 km de distancia la cápsula con las
muestras en junio de 2010. La cápsula aterrizó en Woomera
(Australia). Se recuperaron unos 1.500 granos de partículas rocosas
de composición similar a las rocas terrestres.

Hayabusa 1

En diciembre de 2014 partió de la Tierra la misión HAYABUSA 2 a


bordo de un cohete HIIA en dirección al pequeño asteroide Apolo
(162173) 1999 JU3, bautizado como Ryugu, con el objetivo de
explorarlo y obtener más muestras. La nave, de 490 kg y también
propulsada por un motor iónico, alcanzó su objetivo en junio de 2018,
situándose a una distancia de entre 1 y 5 kilólómetros del asteroide.
Hayabusa 2

Hayabusa 2 portaba cuatro pequeños rovers para explorar la


superficie de Ryugu y proporcionar información para la toma de
muestras. Debido a la escasa gravedad del asteroide, los cuatro
rovers fueron diseñados para moverse dando saltos cortos en
lugar de usar ruedas. Los dos primeros rovers, llamados HIBOU
(anteriormente Rover-1A) y OWL (anteriormente Rover-1B),
aterrizaron en el asteroide Ryugu el 21 de septiembre de 2018.
mientras que el tercero (MASCOT), aterrizó con éxito el 3 de
octubre de 2018. El cuarto rover, conocido como Rover-2 o
MINERVA-II-2, falló antes de ser liberado del orbitador.
Recreación de los “rovers” de Hayabusa 2

El asteroide Ryugu con la indicación de la zona de aterrizaje de los módulos y la sombra de


la nave proyectada sobre la superficie del asteroide

Utilizando un pequeño impactador y aprovechando la bajísima


gravedad de Ryugu, Hayahusa 2 pudo tomar muestras de superficie
y del subsuelo en febrero y abril de 2019 que mostraron que se
trataba de un cuerpo poco cohesionado. La nave recolectó las
muestras en un contenedor de 16 kg de masa y usó sus motores de
iones para cambiar de órbita y regresar a la Tierra. En diciembre de
2020, la nave liberó la cápsula con las muestras en las cercanías de
nuestro planeta, aterrizando también en el Woomera Test Range de
Australia.
Tras la conclusión de la misión primaria, y a la vista del buen estado
de la sonda y de las reservas de propulsante, se decidió extender su
misión a nuevos objetivos, esperándose que sobrevuele el asteroide
(98943) 2001 CC21 en julio de 2026 y que haga lo mismo con el
cuerpo 1998 KY26 en julio de 2031.
 
AKATSUKI y BEPI-COLOMBO
La sonda Akatsuki (también conocida como Planet C y como Venus
Climate Orbiter), de 320 kg, fue lanzada hacia Venus por un HIIA en
mayo de 2010. Tras un fallido intento de situarse en órbita de ese
planeta, la nave logró su objetivo en diciembre de 2015 y, continúa
operativa estudiando la atmósfera del planeta vecino.
BepiColombo es una misión conjunta con la ESA cuyo destino es
Mercurio. Está formada por dos vehículos de propulsión iónica que
fue lanzada en diciembre de 2018 por un cohete Ariane 5 y que
alcanzará Mercurio en diciembre de 2025 y ya nos hemos referido a
ella en el capítulo dedicado a la ESA.

BepiColombo

 
SLIM
El vehículo SLIM o Smart Lander for Investigating Moon, que será
lanzado hacia nuestro satélite en 2023 por un cohete HIIA.
Continuación del exitoso orbitador Kaguya (SELENE) de 2007, SLIM
es una pequeña sonda de 440-460 kg al lanzamiento y una masa en
seco de solo 130 kg, cuyo objetivo principal es demostrar que se
puede llevar a cabo un aterrizaje de alta precisión con un vehículo de
pequeño tamaño. La misión también se propone estudiar alguna de
las misteriosas cuevas lunares, como la descubierta por la sonda
Kaguya en las colinas Marius (14,2º norte y 303,3º este). Se está
desarrollando un micro-rover para la misión, que también portará una
subsonda.

Recreación del vehículo SLIM en la Luna

A más largo plazo,la JAXA está trabajando en nuevas misiones


como:
SPICA (Space Infrared Telescope for Cosmology and
Astrophysics), un telescopio infrarrojo de 3,5 metros, también en
cooperación con los europeos, que será lanzado hacia el punto
Lagrange L2 en 2032 con un cohete H3.
SSPS (Space Solar Power System), una propuesta de estación
orbital de generación de energía fotovoltaica que sería lanzado
puesta en servicio en torno a 2030.
HERACLES (Human Enhanced Robotic Architecture Capability for
Lunar Exploration and Science). Propuesta conjunta con la ESA
para la exploración robótica lunar.
Por lo que respecta a los vuelos tripulados, aunque la JAXA no
dispone de momento de medios propios de acceso tripulado al
espacio, diez astronautas japoneses han participado en misiones a la
estación MIR rusa, en vuelos de los transbordadores
norteamericanos, y en tripulaciones de la estación espacial
internacional. En los años 80 del pasado siglo, los japoneses
iniciaron un programa con el objetivo final de construir un pequeño
avión espacial tripulado recuperable similar al proyecto Hermes
europeo. Este proyecto, bautizado como HOPE-X (H-2 Orbiting Plane
EXperimental), contemplaba un minitransbordador de 22 toneladas,
tripulado por cuatro astronautas y lanzado por un cohete H-II.

Tras la realización de diversas pruebas y ensayos, que incluyeron el


lanzamiento en 1994 de una cápsula experimental, en 1997 se
decidió que el HOPE sería un vehículo no tripulado que daría servicio
de carga y transporte a la ISS y a su módulo japonés. Se trataría de
un vehículo reutilizable de unos 12 metros de longitud y una
envergadura de 9 metros, capaz de transportar una carga de unos
2.500 kilogramos (similar a la de un carguero Progress).
Pero, a finales de los años 90, los problemas que la NASDA estaba
teniendo con el lanzador H-II y las restricciones presupuestarias
obligaron a reexaminar todo el programa. Finalmente, la
reorganización de las actividades espaciales japonesas que siguió a
la creación de la JAXA en 2003 hizo que se replanteasen las
prioridades y el proyecto HOPE fue cancelado, si bien la JAXA sigue
manteniendo una línea de investigación abierta con este tipo de
vehículos, sin descartar disponer en el futuro, como ya hemos visto,
de medios propios de acceso tripulado al espacio.
Como hemos visto en estas páginas, la JAXA es una agencia
espacial muy centrada en las necesidades nacionales del Japón pero
que mantiene un discreto pero efectivo programa de exploración
centrado en cometas, asteroides y, en colaboración con otras
agencias, en algunos cuerpos planetarios del Sistema Solar, a lo que
debe añadirse su participación en la ISS y en la futura Gateway, si
llega a construirse. Como en el caso de la ESA, la JAXA peca de
cierta falta de publicidad más allá de sus fronteras y de una mayor
ambición en lo que a misiones tripuladas se refiere.
ISRO

La ISRO (Indian Space Research Organisation u “Organización India


para la Investigación Espacial”) fue fundada en agosto de 1969 en
sustitución del INCOSPAR (Indian National Comite for Space
Research o “Comité Nacional Indio para la Investigación Espacial”).
Actualmente, su cuartel general está en Bangalore, capital del estado
de Karnataka, al sur de la India, y su principal centro de lanzamientos
es el Satish Dhawan Space Centre, sito en Sriharikota, estado de
Andhra Pradesh, en la costa suroriental. El objetivo de la ISRO es el
de desarrollar tecnologías espaciales y aplicarlas a diversas tareas
de interés para una compleja y pujante nación en desarrollo de más
de 1.380 millones de habitantes.
La ISRO tiene un presupuesto de unos 1.700 millones de euros
(2021), emplea a unas 17.000 personas y está bajo el control
administrativo del Departamento del Espacio del gobierno federal de
la India. Su actual presidente es Sreedhara Panicker Somanath.
Por su volumen, medios y actividades, la ISRO es una de las
principales aegencias espaciales del mundo. Conforme el país se ha
ido desarrollando, las actividades espaciales e la India se han hecho
más visibles y ambiciosas, hasta el punto de que actualmente se
planean y ejecutan misiones robóticas a la Luna y a Marte, además
de estar dándose los primeros pasos para un programa espacial
tripulado.
 
Algo de historia

El interés indio por las actividades espaciales se remonta a la década


de los años 40 del pasado siglo. Tras la independencia de Gran
Bretaña (agosto de 1947), el nuevo gobierno fundó el Departamento
de Energía Atómica (1950), del cual procedieron los primeros fondos
para las inicialmente modestas investigaciones indias en ciencias del
espacio. En 1962 se creó el INCOSPAR bajo la dirección del padre
del programa espacial indio, el doctor Vikram Sarabhai.
El primer satélite indio, el Aryabhata, fue lanzado en abril de 1975 a
una órbita de 619x563 kilómetros por un cohete Cosmos 3M
soviético desde Kasputin Yar (Rusia). Este aparato de 360
kilogramos fue diseñado para realizar experimentos sobre
astronomía de rayos-X, el estudio de las capas altas de la atmósfera
terrestre y sobre física solar, pero una avería en el sistema de
energía hizo que a los cuatro días de estar en el espacio se perdiese
todo contacto.
Más fortuna tendría el segundo satélite indio, el Bhaskara 1, un
aparato de observación de la tierra de 444 kilogramos también
lanzado desde la URSS en junio de 1979. En 1981 fue sustituído por
el Bhaskara 2, igualmente lanzado desde Rusia. Además de cohetes
rusos, el ISRO ha puesto en órbita cargas empleando los servicios
del Ariane europeo y del transbordador espacial norteamericano. El
primer intento, fracasado, de poner en órbita un pequeño satélite con
un lanzador propio, el SLV, se produjo en agosto de 1979. En total,
desde 1975 hasta 2012, la India ha lanzado al espacio 60 satélites
de todo tipo: meteorológicos, de telecomunicaciones, científicos, de
reconocimiento militar, etc.
Como otras agencias, el ISRO comenzó sus investigaciones
espaciales con una flota de cohetes suborbitales de exploración
atmosférica. Los primeros cohetes-sonda indios fueron desarrollados
en los años 60 en colaboración con Francia (serie RH). Diseñados
para alcanzar alturas de entre 80 y 550 kilómetros, podían portar
cargas de entre 10 kilogramos (RH-200) y los 100 kilogramos (RH-
560 mk II).
 
Los cohetes de la ISRO

A partir de la experiencia con estos vehículos, el ISRO inició el


diseño de un pequeño orbitador de cuatro fases de combustible
sólido, el ya citado SLV (Satellite Launch Vehicle, 1979). Concebido
para enviar cargas de hasta 40 kilogramos a órbitas terrestres bajas,
sólo uno de sus cuatro lanzamientos tuvo éxito. El ISRO tampoco
tuvo demasiada fortuna con el ASLV (Augmented Satellite Launch
Vehicle, 1987), un SLV mejorado con aceleradores laterales capaz de
poner en órbita terrestre baja hasta 150 kilogramos, pues de nuevo
sólo tuvo un lanzamiento exitoso de los cuatro realizados.
La India tuvo que esperar al año 1993 para disponer de un lanzador
realmente eficiente y capaz, el PSLV (Polar Satellite Launch Vehicle),
un cohete de cuatro etapas (dos sólidas y dos líquidas, siendo el
motor de la segunda etapa, el Vikas, una versión fabricada bajo
licencia del motor europeo Viking del Ariane 4), 44 metros de altura,
2.8 de diámetro y 320 toneladas de peso (versión XL), diseñado para
poner en órbita hasta 3.800 kilogramos de carga en LEO y 1.200
kilos en GTO.
Hasta el momento, se han puesto en servicio cinco versiones de este
cohete (más una nueva en desarrollo), siendo la más potente la
PSLV-XL, que en octubre de 2008 envió a la Luna la sonda de 675
kilogramos Chandrayaan-1.
El PSLV es el actual caballo de batalla de la ISRO (ha sido lanzado
en 55 ocasiones, 52 de ellas con éxito) y si por algo destaca es por
sus bajos costes de lanzamiento: entre 16 y 25 millones de dólares.
Los lanzadores de la ISRO

En abril de 2001 fue puesto en servicio el GSLV (Geosynchronous


Satellite Launch Vehicle). Este lanzador, que recuerda en su
configuración al Ariane 5 europeo, es un cohete de tres etapas
sólidas y líquidas, de 49 metros de longitud y una masa al
lanzamiento de 416 toneladas. Una de las grandes innovaciones de
este cohete es la etapa criogénica CUS (Cryogenic Upper Stage),
basada en tecnología rusa.
La versión GSLV Mk II tiene capacidad para situar 2,4 toneladas en
GTO y hasta 5 toneladas en LEO. Sin embargo, tampoco ha
sonreído la suerte a este cohete, pues de sus siete lanzamientos
hasta el momento, sólo dos han resultado 100% exitosos.
Pese a estos contratiempos, la India probó en un vuelo suborbital en
diciembre de 2014 el GSLV Mk III, también llamado LVM3 (Launch
Vehicle Mark 3), un lanzador medio de tres etapas (la primera la
forman dos aceleradores de combustible sólido, la segunda o central
es de propulsión líquida y la tercera criogénica) que puede situar en
LEO cargas de hasta 8 toneladas y de 4 toneladas en GTO. Su
primer vuelo orbital tuvo lugar en junio de 2017 y hasta mediados de
2022 ha protagonizado otros tres lanzamientos exitosos, estando
previstas nuevas misiones, que incluyen la repetición de la fracasada
misión lunar Chandrayaan-2 (programada para 2023) y el orbitador
tripulado Gaganyaan (2024), el orbitador de Venus Shukrayaan-1
(2024) y el nuevo orbitador marciano Mangalyaan 2 (también para
2024). Su coste por lanzamiento está calculado entre 46 y 62
millones de dólares.
Está prevista también una versión más potente de este cohete
(conocida como GSLV Mk IV) dotada de cuatro aceleradores de
combustible sólido en lugar de los dos del Mk III) que permitirá a la
India situar cargas de hasta 6.000 kilos en GTO y 15.000 en LEO.
A más largo plazo, la ISRO tiene en mente lanzadores pesados de
entre 50 y 100 toneladas en LEO, pero sólo verían la luz en caso de
que la India apostase por un ambicioso programa espacial tripulado
con la vista puesta en la Luna y fuese capaz de financiarlo, cosa que
no parece de momento muy probable.
 

Misiones actuales y futuras

Como ya hemos citado, la sonda Chandrayaan 1 fue la primera nave


india enviada a otro cuerpo del Sistema Solar en octubre de 2008,
misión en la que participaron también la NASA, la ESA y la Agencia
Espacial Búlgara y que, tras lanzar un impactador hacia las cercanías
del cráter Shackleton, confirmó la existencia de agua helada en
nuestro satélite.
A mediados de julio de 2019 la ISRO lanzó un GSLV Mk III con la
misión lunar Chandrayaan 2, mucho más ambiciosa que la anterior,
pues estaba compuesta por un orbitador de 2.379 kilos, el aterrizador
Vikram de 1.471 kilos y el pequeño rover Pragyan de 27 kilos que,
entre otras cosas, portaba una cámara para tomar imágenes 3D. El
objetivo principal era hacer aterrizar suavemente un módulo Vikram y
liberar el rover Pragyan en una planicie elevada entre los cráteres
Manzinus C y Simpelius N, a una latitud de aproximadamente 70°
sur, pero el 6 de septiembre de 2019 UTC (7 de septiembre en India),
durante la fase de descenso, se perdió el contacto con el Vikram. En
diciembre la NASA confirmó con fotos de la zona de aterrizaje que el
Vikram se estrelló cerca de la zona de alunizaje prevista. Sin
embargo, el orbitador continúa funcionando y remitiendo datos a la
Tierra, a la espera de la repetición de la misión en 2023.
Pero las ambiciones de la ISRO no se detienen en nuestro satélite y
en noviembre de 2013 fue lanzada hacia Marte por un cohete PSLV-
XL la sonda Mangalyaan (Mars Orbiter Mission). Diseñada en un
tiempo record y con un coste de sólo 82 millones de dólares, entró en
órbita de Marte en septiembre de 2014 y todavía está operativo, pese
a que en principio su misión solo iba a durar seis meses.

Sonda Mangalyaan

Este pequeño orbitador de 500 kilogramos porta una carga científica


de sólo 25 kilogramos entre cámaras y sensores de diverso tipo y
nada más llegar envió a la Tierra una espectacular imagen del
Planeta Rojo:

Como ya hemos comentado, para 2024 está previsto el despegue de


un GSLV Mk III con la Mangalyaan 2 a bordo. En su momento se
especuló con la posibilidad de que la sonda portase un pequeño
vehículo de aterrizaje, pero finalmente se descartó esa opción.
 

Los vuelos tripulados y el programa AVATAR

Como ya hemos citado, para finales de 2024 (si bien podría


retrasarse a 2026) la ISRO tiene programada la misión Shukrayaan-
1, un orbitador de Venus que, con una masa al lanzamiento de 2.500
kilos, portará una carga científica de 100 kilogramos tanto india como
de otros países.
Por lo que respecta a los vuelos tripulados, el primer cosmonauta
indio, Rakesh Sharma, despegó en 1984 a bordo de la Soyuz T-11, y
en 2007 la ISRO lanzó el SRE (Space Capsule Recovery
Experiment), una pequeña cápsula no tripulada diseñada para
experimentar materiales y técnicas para la reentrada atmosférica.
Dispuesto a dotar a su país de medios propios de acceso tripulado al
espacio, la ISRO presentó un presupuesto de 1.860 millones de
euros para un programa espacial tripulado. Se espera que el primer
vuelo espacial tripulado indio tenga lugar a finales de 2024 con el
módulo orbital Gaganyaan, tripulado por tres astronautas. Su masa
será de 7.800 kilos y la misión durará 7 días. Se espera que a finales
de 2022 o en 2023 se realice un ensayo sin tripulación. El objetivo
final es el de poder poner en órbita una pequeña estación espacial
propia en torno a 2030.
Uno de los pasos más importantes en este sentido tuvo lugar durante
el vuelo suborbital del GSLV Mk. III en 2014, cuando se probó la
cápsula experimental CARE, que llevaba a bordo un conjunto de 200
sensores para recoger datos del vuelo y un sistema básico de control
del vuelo. Tanto el escudo térmico como los paracaídas de frenado
han sido desarrollados por la ISRO.
Mientras tanto, la ISRO ha levantado un centro de entrenamiento de
astronautas en Bangalore y construirá una nueva plataforma de
lanzamiento de vuelos tripulados en el centro espacial Satish
Dhawan de Sriharikota.

Módulo orbital Gaganyaan

La tecnología de propulsión más avanzada también está en el punto


de mira de la India. La ISRO, en colaboración con la agencia india
DRDO (Defence Research and Development Organisation u
“Organización para la Investigación y Desarrollo en Defensa”). está
trabajando en el concepto AVATAR (Aerobic Vehicle for
Transatmospheric Hypersonic Aerospace TrAnspoRtation), un
estudio sobre un vehículo orbital de 25 toneladas de una sola etapa
reutilizable capaz de despegar y aterrizar como un avión
convencional. Propulsado por motores que mezclarían las
tecnologías turbo-ramjet, scramjet y criogénica, el 60% de la masa
del vehículo consistiría en hidrógeno líquido, tomando de la
atmósfera el oxígeno que necesitara para alcanzar el espacio y soltar
cargas de hasta 1.000 kilos.
Dentro de esta iniciativa, la ISRO lanzó en un vuelo suborbital en
mayo de 2016 un pequeño vehículo de dos etapas denominado RLV-
TD (Reusable Launch Vehicle Technology Demonstrator), un
precursor tecnológico del AVATAR, y anunció la construcción de una
pista de aterrizaje para estos vehículos en el centro espacial de
Sriharikota. Los ensayos prosiguen y el tiempo dirá si esta iniciativa
fructifica.
RLV-TD

Como hemos visto en las páginas precedentes, la ISRO es una


agencia con ambiciones crecientes, si bien sus programas científicos
son todavía modestos. Si el proyecto orbital tripulado tiene éxito, sin
duda el conjunto de su programa espacial se verá beneficiado y
reforzará el orgullo nacional indio.
ROSCOSMOS

Algo de historia

Tras la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas


Soviéticas (URSS) a principios de la década de los 90 del pasado
siglo, la Federación Rusa se convirtió en la principal heredera del
formidable complejo aeroespacial que la URSS había puesto en pie
tras la Segunda Guerra Mundial. En febrero de 1992, el presidente
Boris Yeltsin decretó la creación de la Agencia Rusa para la Aviación
y el Espacio (RKA, también conocida como Rosaviakosmos) con el
objetivo de organizar y centralizar el control del programa espacial
civil ruso, quedando las actividades militares bajo la dirección de las
Fuerzas Militares Espaciales (VKS). Desde 2004, la RKA pasó a
denominarse Agencia Espacial Federal Rusa (POCKOCMOC o
ROSCOSMOS), con cuartel general en Moscú y centros de
lanzamiento en Baikonur (Kazajistán) y Plesetsk (Rusia).
Con la idea de potenciar el sector aeroespacial ruso (que si bien da
empleo a unas 250.000 personas, tiene una productividad ocho
veces inferior a la del mismo sector en EE.UU., que emplea a unas
70.000), el Gobierno federal consideró necesario acometer una
reorganización en profundidad, lo que se tradujo en la unión en 2014
de todas las compañías aeroespaciales en la ORKK (Corporación
Unificada de Cohetes y el Espacio) y que se completó, a comienzos
de 2015, con la fusión entre la ORKK y la agencia espacial
Roscosmos, dando así lugar a la Corporación Estatal Roscosmos
(Goskorporatsia Roskosmos), cuyo máximo responsable desde 2022
es Yuri Borisov.
Dada la naturaleza de la Corporación, hay que separar por un lado
los gastos e ingresos de las distintas compañías que la componen y
por otro el presupuesto que Roscosmos, como “agencia espacial” de
la Federación Rusa, tiene asignado en los presupuestos del
Gobierno, y que en 2021 fue de 154.000 millones de rublos (unos
1.900 millones de euros).
Es evidente que ese presupuesto es escaso si lo que pretendes es
mantenerte a la vanguardia de la astronáutica y de la exploración del
espacio. Y este es el principal problema de Roscosmos y, por
extensión, de Rusia: su capacidad financiera no está a la altura de
sus ambiciones. Hasta hace pocos años, la caída de los precios del
petróleo y las consecuencias del conflicto en Crimea obligaron a
drásticos recortes en el presupuesto para actividades espaciales y
actualmente, con las sanciones derivadas de la invasión de Ucrania
y la suspensión de la colaboración con las agencias occidentales y la
imposibilidad de acceder a tecnología occidental avanzada, las
repercusiones en un sector sobredimensionado y obsoleto que sigue
viviendo de las glorias del pasado soviético son evidentes. Ello
explica los constantes vaivenes en propuestas de nuevos lanzadores
que nunca despegan, cápsulas que nunca vuelan, misiones
científicas que nunca van a ningún sitio o de revolucionarios
sistemas de propulsión nuclear que solo funcionan en una
presentación de Powerpont.
Teniendo lo anterior en mente, vamos a repasar algunas de las
propuestas más llamativas de Roscosmos de tiempos recientes.
 

Psrticipación en la Estación Espacial Internacional (ISS)

En julio de 2021, tras catorce años de retraso, Roscosmos pudo por


fin poner en órbita y acoplar a la ISS (no sin problemas), el módulo
multipropósito Nauka de 21 toneladas. La falta de fondos y diversos
problemas técnicos han ido retrasando una y otra vez la puesta en
órbita de este y otros módulos, que se suponía que además servirían
como componentes de una estación espacial exclusivamente rusa a
partir de 2024 (proyecto OSPEK), tras el cierre definitivo de la ISS
(se supone que ello ocurriría a partir de 2024, pero se ha ido
retrasando). El nuevo clima de Guerra Fría derivado de la invasión
de Ucrania ha llevado a Rusia a anunciar, una vez más, a dar
impulso a este proyecto, ahora bajo la designación de ROSS, que se
configuraría como una estación espacial modular de unas 122
toneladas que orbitaría desde 2028 a unos 370 km de altura y que
no estaría ocupada de forma permanente. De nuevo, son muchas las
dudas que genera este programa, no sólo por cuestiones
presupuestarias sino también de utilidad real más allá de mantener
activo el programa de vuelos orbitales tripulados ruso.

 
La estación espacial ROSS

Cápsula tripulada PTK-ROS/TTO-ROSS (Oryol)

Durante años, Rusia anunció la llegada inminente de una nueva


nave orbital tripulada y reutilizable para sustituir a las veteranísimas
Soyuz. Se iba a llamar Federatsia y se suponía que era la evolución
final de un programa iniciado en 2006 como sustituta del nonato
programa Kliper en colaboración con la ESA. Tras muchas
modificaciones, cambios de planes y propuestas a veces absurdas
derivadas de los constantes cambios de lanzadores propuestos, al
final parece ser que la sustituta de las Soyuz será la TTO-ROSS
Oryol ("Águila"), una nave readaptada de propuestas anteriores de
20 toneladas con capacidad para 4 cosmonautas y 500 kg de carga,
si bien también habría una versión para carga. Se supone que
entrará en servicio en 2027-28.

La capsula Oryol

Nuevos cohetes lanzadores

Otro ejemplo del quiero y no puedo de Roscosmos y de Rusia son


sus constantes cambios, modificaciones, propuestas y
contrapropuestas en materia de lanzadores orbitales, que en la
mayoría de los casos no responden a exigencias específicas del
programa espacial, sino a la obsesión por mantener activas
determinadas factorías de producción de motores, como la del RD-
180 y no perder esa capacidad tecnológica.
Si bien es del todo normal que Rusia se planteé la sustitución de
venerables lanzadores medios como los Soyuz o los Protón, carece
de toda lógica que se empecine en hacer propuestas de distintas
familias de cohetes de características similares o que cambie
constantemente de denominación a una familia de lanzadores. Al
final, el aficionado a estos temas termina por perderse ante los
nuevos Soyuz, los Angará, los Irtish, etc. y sus correspondientes
variantes. Tampoco tiene mucho sentido que Roscosmos lance
grandilocuentes anuncios de construcción de superlanzadores para
faraónicos y fantasiosos programas lunares para los que no hay
presupuesto. Así ocurrió con un anuncio para construir un lanzador
pesado basado en el Angará 5 (que se supone será el "caballo de
batalla" ruso del futuro) del que nunca más se supo y que fue
sustituido a principios de 2019 por otro majestuoso proyecto fechado
en el horizonte de 2028, el lanzador pesado Yenisey, en teoría capaz
de enviar a LEO cargas de 100 toneladas y cuyo desarrollo estaría
basado en parte en el anunciado lanzador medio Irtish (antes
denominado Soyuz 5, antes Fénix y antes Sunkar), que iría
acompañado de otro cohete medio de nuevo cuño, el Soyuz 7 Volga,
proyectos todos que carecen de lo fundamental: un presupuesto
adecuado y creíble y una estrategia espacial clara.
Familia de lanzadores Angara

En resumen, cualquier cosa que podamos escribir en estas páginas


sobre nuevos lanzadores rusos es posible que carezca de validez a
la vuelta de unos pocos meses. Así que vamos a dejarlo y ver cómo
le va al resto de las nuevas propuestas rusas en materia de
exploración espacial.
 

Misiones robóticas a la Luna y Marte


En noviembre de 2011 fue lanzada hacia Marte la sonda Fobos-
Grunt, la primera misión interplanetaria rusa desde 1996. Concebida
en 1999, pero aplazada por las dificultades económicas que vivió el
país, su objetivo era el estudio de la luna Fobos y la toma de
muestras de su superficie, que serían traídas de regreso a la Tierra.
La misión se realizó en colaboración con Francia y con China, que
aportaba el Yinghuo-1, su primer orbitador marciano.
Lamentablemente, un fallo impidió que la sonda tomara rumbo a
Marte. El aparato quedó en órbita terrestre hasta que en enero de
2012 cayó a Tierra.
Tras este sonoro fracaso, las autoridades espaciales rusas
decidieron replantearse todo su programa planetario. El retorno a
Marte de Rusia pasó por colaborar activamente con la misión
europea ExoMars. Pero como hemos visto en el capítulo relativo a la
ESA, la colaboración de esta agencia con Roscosmos para el
lanzamiento del rover Exomars previsto para 2022 fue finalmente
cancelada debido a la invasión rusa de Ucrania en ese mismo año.
Inasequible al desaliento, Roscosmos dio a conocer en 2014 tres
sondas de para el estudio de la Luna: las Luna 25 (aterrizaje), Luna
26 (orbital) y Luna 27 (aterrizaje). En principio se lanzarían en 2019,
2020 y 2021 con los nombres de Luna-Glob, Luna-Resurs 1 y Luna-
Resurs 2. Más allá de 2024 estaba prevista la Luna 28 (Luna Grunt),
de retorno de muestras. Ni que decir tiene que los problemas
financieros rusos y el enfrentamiento con Occidente a causa de la
invasión de Ucrania han supuesto un mazazo en estos planes, pues
estas misiones se realizarían en colaboración con entidades
occidentales y actualmente sólo está previsto el lanzamiento de la
sonda Luna 25, cosa que no ocurrirá no antes de 2023.
Y poco más podemos añadir. Está claro que, como consecuencia de
la complicada situación geopolítica, la aportación rusa a la ciencia
espacial va a ser más bien escasa. Ni que decir tiene que
fantasiosas propuestas presentadas por Roscosmos de la base lunar
rusa, el remolcador espacial nuclear (que ya vimos en el capítulo
dedicado a los sistemas de propulsión nucleares) o los viajes
tripulados a Marte, van a seguir siendo sueños de Power Point a la
espera de que los tiempos mejoren.
OTRAS POTENCIAS ESPACIALES
 
Actualmente, las agencias espaciales estatales se cuentan por
docenas, aunque son pocas las que logran trascendencia pública. En
este apartado vamos a conocer algunas que cuentan con programas
espaciales, actividades o proyectos de interés. No vamos a tratar, sin
embargo, agencias que estén integradas en organizaciones
internacionales, como pueden ser las agencias europeas o la de
Canadá, integradas o copartícipes de la ESA. Tampoco vamos a
tratar sobre agencias regionales como la Agencia Latinoamericana y
Caribeña del Espacio (ALCE, que desde 2020 integra a agencias y
organismos de 33 países de América del Sur) o la Agencia Espacial
Africana (2021, con sede en El Cairo), pues se trata de iniciativas
muy recientes que todavía tienen que terminar de concretarse. En
futuras ediciones, de consolidarse estas organiaciones, les
dedicaremos el espacio correspondiente. En cuanto a la anunciada
Agencia Espacial Española (cuya creación está prevista para finales
de 2022), será tratada en el próximo capítulo.
 
 
 

Israel
Las actividades espaciales del Estado de Israel están estrechamente
vinculadas con sus actividades militares. La ISA (Israel Space
Agency o “Agencia Espacial de Israel”) fue fundada en 1983 y tiene
la capacidad de construir satélites, lanzarlos y controlarlos con
estaciones propias de seguimiento. El presupuesto anual de la ISA
en 2019 fue de solo 14,5 millones de dólares. Su base de
lanzamiento se encuentra en la base aérea de Palmachim desde
donde lanza los cohetes Shavit.

Los lanzadores Shavit son cohetes de tres/cuatro etapas de


combustible sólido derivados del misil de alcance medio Jericho II. El
Shavit básico puede lanzar cargas de 160 kilogramos a LEO,
mientras que la versión mejorada Shavit-1 puede satelizar hasta 225
kilogramos en LEO. El Shavit-2 sirvió de base para desarrollar
nuevas variantes en colaboración con empresas norteamericanas y
francesas. El más potente de estos modelos es el Shavit LK-2 que
puede lanzar cargas de hasta 800 kilogramos en órbita polar. Los
Shavit, como los Jericho, están fabricados por Israel Aircraft
Industries (IAI) y por Israel Military Industries (IMI).
En 1988 Israel puso en el espacio el satélite de reconocimiento Ofeq,
el primero de una serie de once vehículos (si bien tres de los
lanzamientos fracasaron) mediante cohetes Shavit desde
Palmachim, excepto el Ofeq 8 TecSAR, que fue puesto en el espacio
por un cohete indio PSLV en 2008. El último Ofeq fue lanzado en
2020.
Otros programas israelíes son la familia de satélites de
comunicaciones AMOS, de los que hasta ahora se han lanzado seis
aparatos mediante cohetes europeos y rusos. También cabe citar los
dos satélites comerciales de observación terrestre EROS, que fueron
puestos en órbita desde Rusia en 2000 y 2006, el satélite tecnológico
TechSAT y el de observación TechSAR (dotado de un radar de
apertura sintética), puesto en órbita por un cohete indio PSLV en
2008. El útimo satélite EROS fue lanzado en 2016.
Israel está trabajando actualmente en nuevas familias de satélites,
como los OPSat de reconocimiento militar, los nanosatélites INSAT,
el telescopio espacial TAUVEX y los microsatélites científicos
VENUS.
La ISA también tiene un programa de exploración lunar (Israel
Network for Lunar Science and Exploration o INLSE) en colaboración
con la NASA, y ha patrocinado junto con la IAI el intento de la
organización israelí SpaceIL de ganar el Google Lunar X Price cuyo
objetivo era que una nave de un grupo privado alcanzase la
superficie de la Luna. El intento israelí tuvo lugar el 22 de febrero de
2019, cuando un cohete Falcon 9 de SpaceX puso en trayectoria
lunar el pequeño aterrizador Beresheet, de 585 kilos al lanzamiento.
Lamentablemente, el vehículo se estrelló el 11 de abril en el Mare
Serenitatis a causa de un fallo en el sistema de guiado inercial. La
aventura lunar había costado unos 100 millones de dólares (la
cuantía del premio de Google era solo de un millón).
Lander Beresheet

En abril de 2019 se anunciaron planes para una Beresheet 2, aunque


su objetivo no sería la Luna sino otro cuerpo del Sistema Solar que
no se ha desvelado.
 
 
 

Irán

Curiosamente, la Agencia Espacial Iraní, fundada en 2004, comparte


siglas en inglés con su homóloga israelí (ISA o Iranian Space
Agency). Su presupuesto es modesto para los estándares habituales,
pues en 2017 (último año con datos disponibles) era de solo 4,6
millones de dólares.
El primer satélite de Irán, el Sinah 1, desarrollado con ayuda rusa,
fue puesto en órbita en octubre de 2005 mediante un cohete Kosmos
3. Pero, deseosa de gozar de independencia en este terreno, la
República Islámica ha desarrollado en los últimos años un incipiente
programa espacial –derivado de su experiencia en el desarrollo de
misiles balísticos, cuya tecnología básica procede de China y de
Corea del Norte– que ha estado orientado a la puesta en órbita de
satélites de reducidas dimensiones. Los primeros pasos fueron
dados con los cohetes sonda Shahab (en los que incluso se han
lanzado pequeños animales en vuelos sub-orbitales), que han dado
paso a los lanzadores de satélites Safir y Simorgh, basados en el
misil ruso Scud.
El Safir es un cohete de 22 metros de alto y 26 toneladas que puede
lanzar a LEO una carga de 50 kilogramos. En febrero de 2009 un
Safir 2 puso en órbita el satélite Omid, de 27 kilogramos. En 2011 y
2012 se pusieron en el espacio los satélites Rasad 1 y Navid, este
último de 50 kilogramos. En enero de 2015 un Safir 2 puso en órbita
el pequeño satélite Fajr, también de 50 kg. En febrero de 2019, otro
Safir puso en LEO el satélite de observación Dousti. En abril de 2020
la ISA puso en órbita LEO el satélite militar de observación Noor, que
fue seguido por el Noor-2 en marzo de 2022. Se trata
fundamentalmente de minisatélites.

Cohete Safir
La ISA también ha ensayado los lanzadores Simorgh y Zuljanah. El
Simorgh es un Safir-2 mejorado que puede enviar a LEO cargas de
entre 60 y 350 kilogramos. Su peso es de 77 toneladas y su altura de
27 metros. Su primer lanzamiento suborbital tuvo lugar en abril de
2016. En 2017 un lanzamiento de prueba de un Simorgh se saldó
con un fracaso al fallar la segunda etapa, y en enero de 2019 otro
lanzamiento corrió igual suerte, perdiéndose en el intento un
pequeño satélite construido por estudiantes de la universidad de
Amirkabir. Los Simorgh son lanzados desde el Imam Khomeini
Spaceport, en el norte del país, si bien Irán dispone de otros centros
de lanzamiento. Según declaraciones oficiales, del Simorgh se ha
derivado un lanzador más potente, el Qoqnoos (también conocido
como Simorgh+).

Por su parte, el Zuljanah es un cohete de tres etapas (las dos


primeras de combustible sólido y la tercera líquida) de 25,5 metros de
altura y 52 toneladas de peso que puede elevar a LEO cargas útiles
de hasta 220 kg a LEO de 500 km. Fue probado en febrero de 2021.
Lanzador Zuljanah

Los planes espaciales futuros de la República Islámica pasan por


desarrollar lanzadores más potentes. La ISA está trabajando en un
cohete que permita lanzar cargas de hasta 700 kg en órbitas de
1.000 km de altura, y sus aspiraciones pasan porpoder desarrollar los
cohetes Soroush 1 y 2 con los que poder situar en LEO cargas útiles
de 8 y 15 toneladas, pero todavía le queda bastante camino por
recorrer. Incluso se anunció un programa de vuelos tripulados, pero
en 2017 fue oficialmente aplazado, si bien la ISA aspira a poner a un
iraní en el espacio por sus propios medios en torno a 2026.
 
 
 

Emiratos Árabes Unidos


Fundada en 2014, la UAESA (UAE Space Agency) es la institución
encargada de ejecutar la política espacial de los Emiratos Árabes
Unidos. Su cuartel general está en Abu Dabi. Parte esencial de esta
agencia es el Mohammed bin Rashid Space Centre (MBRSC),
organismo del gobierno de Dubai que ha financiado la adquisición y
lanzamiento de varios satélites de observación de la Tierra de
tecnología surcoreana (DubaiSat 1 y 2, KhalifaSat 1) y algún Cubesat
de fabricación local.
La UAESA cuenta con un generoso presupuesto de unos 5.200
millones de dólares, lo que le ha permitido financiar sondas lunares y
marcianas construidas por instituciones extranjeras que también se
han responsabilizado de las tareas de diseño de la trayectoria,
seguimiento, recepción de datos, etc. Así, la UAESA se dio a conocer
mundialmente en julio de 2020 con el lanzamiento desde Japón con
un cohete HII-A del orbitador marciano Al Amal ("Esperanza"), una
sonda de 550 kg construida por el LASP (Laboratory for Atmospheric
and Space Physics) de la Universidad de Colorado (EEUU) con la
colaboración del la Universidad de Arizona (ASU) y la Universidad de
California (Berkeley). El guiado y navegación de la sonda fue
responsabilidad de la empresa estadounidense KinetX Aerospace,
con sede en Arizona, mientras que la definición de la trayectoria y el
listado de objetivos científicos fue responsabilidad de la empresa
Advanced Space, de Colorado. Así pues, y si bien la sonda contiene
algunos instrumentos diseñados en los EUA, se puede afirmar que el
orbitador Mars Hope es una misión estadounidense financiada por la
UAESA. No puede ser de otra manera, dado que la limitada
capacidad técnica y ientífica de los Emiratos para llevar adelante una
misión de tal calibre por sus propios medios.

La sonda Al Amal y el rover Rashid

Mayor participación emiratí tendrá la misión ELM (Emirates Lunar


Mission), realizada en colaboración con la empresa japonesa Ispace
Inc., responsable de la construcción del aterrizador Hakuto-R y sobre
el que viajará el diminuto rover lunar Rashid, un vehículo robot de 10
kg construido en los EAU y que será lanzado hacia el "Lacus
Somniorum" en noviembre de 2022 desde EE.UU. por un cohete
Falcon 9 de SpaceX. También colaboran en la misión el CNES
francés y la Agencia Espacial de Canadá, que es responsable de
buena parte del software de la misión.
Los EAU tienen planes muy ambiciosos en materia espacial (aspiran
a tener su propio lanzador, e incluso sueñan con ciudades en Marte),
pero de momento tienen una dependencia casi absoluta de sus
socios extranjeros y tratan de ganar prestigio regional a golpe de
talonario.
 
 
 

Corea del Norte


Las dos Coreas están también embarcadas en su propia carrera
espacial. Corea del Norte fundó en 2013 la National Aerospace
Development Administration (NADA) y desarrolla satélites y
lanzadores que son versiones modificadas de sus misiles balísticos,
derivados de modelos chinos y rusos. En concreto, los cohetes
lanzadores de la serie Unah han sido desarrollados a partir de los
misiles de largo alcance Taepodong 2. Miden 32 metros de largo y
pesan 85 toneladas, siendo capaces de poner en LEO cargas útiles
de hasta 100 kilogramos.

Tras un par de intentos fallidos en febrero y abril de 2009 (Unah 1 y


Unah 2), el Unah 3 consiguió hacer entrar en órbita al satélite
Kwangmyongsong-3 en diciembre de 2012 si bien, dada la
naturaleza militar del programa espacial norcoreano y el hermetismo
del régimen comunista que gobierna el país, es difícil saber si se
trató del lanzamiento de un satélite científico o de una prueba
puramente militar. En febrero de 2016 los norcoreanos pusieron en
órbita el Kwangmyongsong-4.

Cohete Unah-3

De momento, el cohete más potente al servicio de las ambiciones


espaciales norcoreanas es el Unah-9, que en teoría capaz de poner
cargas de pago de una tonelada en órbita geosincrónica. Se ha
especulado con un programa orbital tripulado basado en un variante
del Unah-9 similar al Larga Marcha 2F chino, e incluso se ha
especulado con un lanzador medio que podría enviar a LEO hasta 20
toneladas de carga (Unah 20) que permitiría a Corea del Norte
desarrollar misiones más ambiciosas.
Corea del Norte dispone de dos bases de lanzamiento para estos
cohetes en Sohae (en la costa oeste) y en Tonghae (costa este).
 
 
 

Corea del Sur

El programa espacial surcoreano era bastante discreto hasta hace


pocos años, pero su creciente importancia y logros harán que, sin
duda, en próximas ediciones de este libro tenga un capítulo propio.
Corea del Sur fundó en octubre de 1989 el KARI (Korea Aerospace
Research Insitute o “Instituto Coreano de Investigación
Aeroespacial”), dotado de un presupuesto de 553 millones de dólares
en 2021.
Además de diversos programas aeronáuticos, el KARI desarrolló su
propio lanzador orbital, el KSLV I (Korean Space Launch Vehicle o
“Vehículo de Lanzamiento Espacial Coreano”), también llamado
Naro, basado en el lanzador ruso Angará. Este lanzador de satélites
de 30 metros de altura y 140 toneladas estaba concebido para
satelizar hasta 100 kilogramos en LEO.
El primer lanzamiento del Naro (desde el centro espacial Naro, en el
sur del país) en agosto de 2009 fracasó al no lograr liberar el satélite,
que terminó cayendo a la Tierra. También fracasó un segundo
lanzamiento en junio de 2010. Un tercer intento en noviembre de
2012 fue finalmente pospuesto debido a problemas técnicos. Por fin,
el 30 de enero de 2013 un Naro-1 consiguió situar en órbita terrestre
el satélite científico STSAT-2C.
Alcanzado este logro, el KARI se puso a trabajar en el más
ambicioso lanzador KSLV-II (Naro-II), un cohete 47 metros de altura,
200 toneladas de masa y tres etapas propulsado por keroseno y
oxígeno líquido enteramente desarrollado en Corea del Sur, capaz de
enviar cargas de 1.500 kilogramos a órbitas de 600-800 kilómetros o
2.600 kilogramos a órbitas de 300 km. El 21 de octubre de 2021 tuvo
lugar el primer lanzamiento del Naro-II, que sufrió un fallo en la
tercera etapa, lo que impidió que la carga simulada entrara en órbita.
Sin embargo, en junio de 2022, un segundo ensayo, también con
carga simulada y algunos nanosatélites, fue un completo éxito,
convirtiéndose Corea del Sur en el séptimo país del mundo con la
capacidad de poner en órbita un satélite de una tonelada o más.

El cohete KSLV II "Nuri" y sus motores

El coste del proyecto Nuri, incluidas las instalaciones de tierra, ha


sido de unos 1.700 millones de dólares y las autoridades
surcoreanas afirman que el coste de lanzamiento de este cohete es
de unos 30 millones de dólares por vuelo.
Pero las aspiraciones surcoreanas no se limitan al Nuri, sino que el
KARI tiene la intención de desarrollar a partir del KSLV 2 un lanzador
geoestacionario (KSLV 3) de entre 54 y 61 metros de alto que podría
poner en GEO cargas de 3 toneladas y 18 toneladas en LEO a partir
de 2030. Más allá, en torno a 2040, sitúan la entrada en servicio del
KSLV 4, capaz de mandar a GEO hasta 6 toneladas de carga.
Variantes del KSLV y futuras misiones en el Sistema Solar del KARI

PAdemás de lanzadores, el KARI está desarrollando diversos tipos


de satélites (telcomunicaciones, científicos y meteorológicos,
observación de la Tierra) y sondas planetarias, entre las que destaca
el orbitador lunar KPLO (Korea Pathfinder Lunar Orbiter) "Danuri",
una sonda de 678 kg que fue lanzada en agosto de 2022 por un
Falcon 9 para una misión de 30 días. Para 2030, el KARI tiene
planeado enviar a la Luna una misión más ambiciosa que estaría
compuesta por un orbitador, un aterrizador y un rover y que sería
enviada al espacio por un Nuri. Además de misiones lunares, los
responsables del programa espacial surcoreano tienen en mente
enviar orbitadores a Marte y a algunos asteroides.
Sonda lunar Danuri

Además de los KSLV II, III y IV, Corea del Sur también está
desarrollando un lanzador ligero de 21 metros de longitud para enviar
cargas a LEO de hasta 500 kg.
 
 
 

Brasil

En el contexto de la América Latina, Brasil contaba hasta hace poco


con el programa espacial más activo y ambicioso, pero ahora mismo
ha quedado reducido de forma drástica.
Haciendo un poco de historia, en 1961 se creó el Instituto Nacional
de Investigación Espacial del Brasil, y en 1963 vio la luz la Comisión
Nacional de Actividades Espaciales. En 1965 se lanzaba el primer
cohete sonda de fabricación norteamericana desde la base de
Barrera del Infierno (Parnamirim, en el estado de Rio Grande do
Norte) y en 1967 fue disparado el primer cohete sonda de fabricación
brasileña, el Sonda 1, un cohete de dos etapas de combustible sólido
de unos 4 metros de longitud y 59 kilogramos de peso, capaz de
alcanzar los 65 kilómetros de altura con una carga útil de 4
kilogramos. Esta serie de cohetes se fue desarrollando con el tiempo
hasta llegar al Sonda IV (1976), de dos etapas, 11 metros de altura y
7,2 toneladas al despegue y que podía enviar a 730 kilómetros de
altura una carga científica de hasta 500 kilogramos.

Toda la experiencia acumulada permitió a Brasil apostar, en 1979,


por el desarrollo de un lanzador propio de pequeños satélites, el VLS
(Veículo Lançador de Satélites), que partiría al espacio desde el
nuevo centro de lanzamiento de Alcántara, en el estado de
Maranhão, a 2º 17’ al sur sobre el Ecuador.
Pero el desarrollo del nuevo cohete fue dificultoso a causa del
embargo internacional que pesaba sobre el gobierno militar brasileño
(1964-1985) y de los problemas económicos del país, de forma que
el proyecto no arrancó hasta 1984 y no culminó hasta 1997. El VLS-1
era un cohete de casi 19,5 metros de altura y 50 toneladas de peso,
integrado por cuatro etapas de combustible sólido y capaz de situar
en órbita baja (LEO) cargas útiles de hasta 350 kilogramos.
Antes, en 1994, se había constituido la Agencia Espacial Brasileña
(AEB), con lo que el programa espacial brasileño pasaba a estar bajo
exclusivo control civil.
Todo estaba listo en diciembre de 1997 para asistir al lanzamiento del
primer VLS. Pero el vuelo inaugural (VLS-1 V01) terminó en fracaso
al tener que ser destruido en vuelo el cohete con su carga (el satélite
SCD-2A).

El lanzador VLS

Dos años más tarde, en diciembre de 1999, el segundo lanzamiento


(VLS-1 V02) corrió la misma suerte, perdiéndose el satélite científico
SACI 2. El crecientemente cuestionado programa recibió un mazazo
en agosto de 2003, cuando el cohete VLS-1 V03 explotó en la
plataforma de lanzamiento, ocasionando la muerte de 21 técnicos y
destruyendo dos satélites científicos. Como consecuencia, el
programa fue completamente revisado, contando con apoyo de
expertos ucranianos, y se diseñaron nuevos propulsores.
Pese a las insuficientes dotaciones presupuestarias y las dudas
políticas, se esperaba que un nuevo prototipo, el VLS–1 XVT-01,
fuese lanzado en un vuelo suborbital en 2015 y que en 2018 el VLS-
1 XVT-04 pudiera poner en el espacio un satélite de observación
terrestre, pero el enorme coste del proyecto, unido a problemas
políticos y económicos, llevaron a la cancelación del proyecto en
febrero de 2016.
En 2015 fue también cancelado el programa conjunto ucranio-
brasileño Tsiklon 4, un lanzador medio que debería haber sido
disparado desde Alcántara. La delicada situación por la que
atraviesan los dos países, los retrasos y la mala gestión fueron
determinantes en la decisión, pese a los muchos millones ya
gastados en el proyecto. También fue cancelado el proyecto ruso-
brasileño “Cruz del Sur”, que contemplaba el desarrollo de toda una
familia de lanzadores, desde ligeros a medios.
Mientras tanto, la AEB sigue trabajando, en colaboración con la
agencia espacial de Alemania (DLR), en el proyecto VLM o Veiculo
Lançador de Microsatélites, de tres etapas de combustible sólido y 20
metros de alto, concebido para lanzar a LEO cargas de hasta 200
kilogramos a LEO de 300 km y cuyo lanzamiento inaugural está
previsto para 2025.
El lanzador VLM, en diseño de 2021

Por lo que respecta a satélites artificiales, en febrero de 1993 fue


lanzado desde Estados Unidos el primer satélite íntegramente
desarrollado en Brasil, el SCD-1, un aparato dedicado a la
recopilación de datos meteorológicos y ambientales en la región
amazónica. Fue seguido en 1998 por el SCD-2. Brasil también ha
desarrollado varios satélites de observación y comunicaciones con
China y tiene previstos varios vehículos orbitales en colaboración con
EE.UU., China, Japón y Argentina.
 
 
 

Argentina
Las actividades espaciales en Argentina están dirigidas por la
CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales),
organización creada en 1991 como sustituta de la Comisión Nacional
de Investigaciones Espaciales, organismo creado en los 60 en el
seno de la Fuerza Aérea Argentina.
Durante años la CONAE languideció hasta que la administración
Kirchner la resucitó en 2007 y le dio una asignación presupuestaria
muy modesta, pues cuando en ese año se autorizó el programa del
lanzador de microsatélites Tronador, se le otorgó un presupuesto
adicional de 26 millones de pesos argentinos, esto es, poco más de 5
millones de euros. En los años siguientes el presupuesto creció con
rapidez, de modo que en 2016 fue de unos 180 millones de dólares.
Las actividades de la CONAE se engloban en el Plan Espacial
Nacional, que en el período 2004-2015 presupuestó inversiones en
ciencia y tecnología por valor de 700 millones de pesos (unos 140
millones de euros). El programa buscaba implementar un plan de
infraestructuras terrestres y otro de sistemas de satélite para diseñar,
construir y operar vehículos espaciales e implementar todas las
actividades relacionadas con la colocación en órbita de los satélites.
El 4 de noviembre de 2015 el Congreso Nacional sancionó la Ley
27.208 de Desarrollo de la Industria Satelital y, junto con ella, aprobó
el Plan Satelital Geoestacionario Argentino 2015-2035 que preveía,
entre otras cosas, el desarrollo nativo de ocho satélites en los
próximos 20 años, incluyendo los reemplazos de los ya existentes
ARSAT-1 y ARSAT-2, así como la exportación de plataformas
satelitales a otros países. Estaba previsto que un tercer satélite de la
serie, el ARSAT-3, fuese lanzado al espacio en 2019, pero en 2016
su construcción fue cancelada ante el escaso retorno comercial de su
predecesor.
Pieza maestra del plan espacial argentino era el proyecto del
lanzador Tronador II, un cohete de dos etapas de 27 metros de altura
y 60 toneladas de peso (la primera fase será propulsada por
queroseno y oxígeno líquido), que debería ser capaz de lanzar
cargas de 250 kilogramos a una órbita polar de 600 km. Los
lanzamientos se efectuarían desde la provincia de Buenos Aires.

El Tronador II

El Tronador era heredero del programa militar Condor II de los años


90 del pasado siglo, en el que colaboraron Argentina, Egipto e Irak.
Se trataba de un misil de 6 toneladas de peso y 16 metros de altura,
capaz de lanzar una cabeza de guerra de 500 kilogramos a 890
kilómetros de distancia. El programa fue cancelado en 1993 por
cuestiones presupuestarias y, sobre todo, por presiones de EEUU
(era de esperar, dados los poco recomendables socios escogidos por
los argentinos), a donde fueron trasladados casi todos los elementos
de este cohete. Llegó a preverse una variante para lanzamientos de
satélites a órbita baja pero todo ese bagaje tecnológico se perdió.
Pero el programa nunca cumplió los objetivos ni los plazos previstos.
Se suponía que el primer prototipo estaría listo para lanzar una carga
al espacio en 2010 que después se pospuso para 2012 y luego a
2013. A finales de 2012 el calendario oficioso apuntaba a 2015 como
año de la primera prueba del cohete, pero en marzo de 2014 fracasó
el primero de los seis prototipos VEX. En agosto de 2014 se lanzó
con éxito el VEX-1B que alcanzó una modesta altura de 2.200
metros.

VEX-1B

Tras los acostumbrados retrasos, el prototipo VEx-5A (18 metros de


metros de altura y 8,5 toneladas de peso) fue lanzado en abril de
2017, pero solo se elevó unos metros antes de caer y explotar. Como
resultado, los siguientes vuelos de prueba (VEx-5B y VEx-5C, el que
sería el prototipo definitivo) fueron suspendidos ese mismo año.
Durante la administración del Macri (2015-2019) el proyecto Tronador
pareció caer en el olvido, tras unas inversiones en años previos de
unos 600 millones de dólares, y el presupuesto de la CONAE se
redujo de forma drástica. Ahora, con la nueva administración del
presidente Alberto Fernández (desde 2019) vuelve a hablarse del
Tronador, pero a una escala más modesta, pues a mediados de 2020
la CONAE formuló el programa ISCUL (Inyector Satelital de Cargas
Útiles Livianas), centrando sus esfuerzos en el VLE (Vehículo
Lanzador Espacial), una versión mucho más modesta del Tronador
enfocada en el lanzamiento de satélites pequeños, de hasta 150 kg,
en órbitas LEO de 300 km de altitud. Si todo avanza de forma
positiva, podría realizarse un primer lanzamiento de prueba en torno
a 2023, lo que sentaría las bases tecnológicas para, al fin, abordar el
diseño del Tronador III, que sería capaz de situar en LEO de 600 km
de altitud satélites de hasta 750 kg en un perfil se misión de
inyección directa, o 1.000 kg para inyección indirecta, es decir, con
reencendido del motor de la etapa superior.

El Tronador III y el VLE


En cuanto a satélites artificiales argentinos, en 1990 fue lanzado
mediante un Ariane 4 el LUSAT-1, un aparato desarrollado para
proveer de comunicaciones a la comunidad de radioaficionados. En
1998, el transbordador Endeavour puso en el espacio el SAC-A, un
pequeño satélite tecnológico, y en 1996 se intentó poner en órbita
mediante un cohete Pegasus el SAC-B, un satélite astronómico de
191 kilogramos, pero el lanzamiento fracasó. En 2000 se satelizó el
SAC-C, un aparato de observación de la Tierra en colaboración con
EE.UU., Italia, Dinamarca, Francia y Brasil. También hay que
destacar el SAC-D/Aquarius, un satélite científico para estudiar la
salinidad del mar y detectar zonas de riesgo construido en la
Argentina, fue lanzado al espacio en junio de 2011 por un cohete
Delta II norteamericano.
El 16 de octubre de 2014, montado en un cohete Ariane 5, se realizó
con éxito el lanzamiento del ARSAT-1, primer satélite geoestacionario
argentino fabricado íntegramente en el país y segundo satélite de
comunicaciones de Latinoamérica. Un año después, el 30 de
septiembre de 2015, se realizó con éxito el lanzamiento del ARSAT-
2, con el cual Argentina dispone de una completa cobertura satelital
en todo el continente americano. También podemos mencionar el
BugSat 1, un nanosatélite de 22 kg orientado a las transmisiones de
radioaficionados, que fue puesto en el espacio en junio de 2014
desde la base de Yasny (Rusia) mediante un cohete Dnepr (un misil
ICBM R-36MUTTH adaptado) junto con otros 37 satélites.
En octubre de 2018 y agosto de 2020 se enviaron al espacio desde
Cabo Cañaveral, con cohetes Falcon 9 de SpaceX, los satélites
SAOCOM 1A y 1B. Los SAOCOM (Satélite Argentino de Observación
Con Microondas) son satélites de observación de la Tierra basados
en radar de apertura sintética de tres toneladas de masa y 10 metros
de longitud diseñados y construidos en Argentina.
 
LOS ACTORES DEL NEW SPACE
 
 
En este capítulo vamos a tratar sobre el llamado "New Space", el
pujante ecosistema de empresas privadas que, al calor de los
avances tecnológicos, pero también del apoyo político y financiero de
autoridades y agencias espaciales nacionales, están irrumpiendo en
el mercado con la idea de ofrecer un acceso más barato, seguro y
frecuente al espacio (fundamentalmente a la órbita terrestre) que el
que ofrecían hasta ahora las agencias espaciales y sus
colaboradoras, las grandes empresas aeroespaciales tradicionales
(Boeing, Lockheed, Airbus, Arianespace, etc.). Estos nuevos actores
centran su actividad en ofertar sus servicios a operadores privados
de satélites de telecomunicaciones (por ejemplo, Intelsat o Hispasat)
y a organismos públicos (NASA, ESA, Pentágono, etc.), pero también
muchas de ellas basan sus planes de negocio en la implementación
de enormes costelaciones de satélites en órbita baja con el propósito
de ofertar un acceso barato y universal a internet, aunque de
momento la más desarrollada de estas propuestas (Starlink) está
todavía lejos de ofrecer lo que prometía, tanto en precio como en
prestaciones.
El tiempo dirá si estamos ante una de esas burbujas financieras tan
queridas por el capitalismo desbocado (como es muy probable) o
ante algo bien pensado, pero de momento y a medio plazo parece
que tendremos que acostumbrarnos a la presencia en LEO de
decenas de miles de satélites, lo que no solo aumentará el ya de por
sí preocupante problema de la basura espacial, sino que serán (ya lo
están siendo, de hecho) fuente de problemas para la astronomía con
base en tierra. Va siendo hora de que alguien haga algo al respecto.
Es en Estados Unidos donde más ha crecido este nuevo sector
empresarial de la mano de gigantes como SpaceX o Blue Origin,
pero son muchas las empresas de tamaño más modesto que aspiran
a llevarse una parte pequeña del pastel de los contratos espaciales
privados y gubernamentales, así como también aspiran a montar sus
propias constelaciones, ya sea para telecomunicaciones,
observación de la tierra, etc. Pero debe quedar claro que estas
empresas NO son agencias espaciales interesadas en la
investigación científica de la Tierra o del Sistema Solar (con la
notable excepción de Rocket Lab y alguna que otra propuesta
exótica como la sonda marciana de la compañía Impulse Space),
pues a lo que aspiran es a ganar dinero ofreciendo servicios de
lanzamiento y/o de telecomunicaciones. De la ciencia pura que se
ocupen otros.
Fuera de EEUU también está creciendo este nuevo sector
económico, aunque de forma más modesta. En China ya existen
varias empresas privadas (algunas muy relacionadas con sus fuerzas
armadas y agencias espaciales) que ofertan servicios de lanzamiento
para pequeñas cargas útiles (Galactic Energy, i-Space, Spacety, etc),
estando sus proyectos en diversas fases de desarrollo. También en
Europa encontramos este tipo de propuestas (PLD Space, RFA,
HyImpulse, Orbex, Celestia Aerospace, etc). Trataremos de algunas
de ellas en estas páginas y de las españolas hablaremos en el
capítulo dedicado a las actividades espaciales presentes y futuras de
nuestro país.
 

EL NEW SPACE ESTADOUNIDENSE

Vamos a echar una ojeada a las empresas estadounidenses más


conocidas de esta nueva área de negocio.
 
SpaceX

Space Exploration Technologies Corporation, o SpaceX, es una


compañía privada de servicios de transporte espacial fundada en
2002 por Elon Musk, uno de los “padres” de PayPal, de Tesla Motors,
empresa dedicada a la fabricación de vehículos automóviles
eléctricos, y de la red satelital Starlik que pretende asegurar
conectividad a internet de alta velocidad en todo el planeta a través
de una red de miles de satélites.
El propósito de Musk a la hora de fundar SpaceX era el de reducir los
costes del transporte espacial y, según afirma de forma reiterada,
hacer posible la colonización de Marte. Para alcanzar el primero de
los objetivos, SpaceX ha desarrollado los cohetes Falcon, siendo su
caballo de batalla comercial el revolucionario Falcon 9 que se ha
convertido en el más económico de los lanzadores occidentales
medios en servicio, con costes de lanzamiento que se sitúan entre
los 50 y 67 millones de dólares por vuelo. En cuanto al segundo
objetivo, SpaceX está desarrollando la nave Starship y el
superlanzador pesado Super Heavy. También ha desarrollado un
lanzador pesado derivado del Falcon 9, el Falcon Heavy, una nave
carguero para la ISS (la Dragon) y una cápsula tripulada (Crew
Dragon).
SpaceX tiene su sede en Hawthorne (California) y actualmente
trabajan para la empresa unas 5.000 personas. Sus clientes son
tanto del sector privado como del gubernamental. Otras instalaciones
de la empresa son la Starbase en Boca Chica (Texas) donde se está
desarrollando el proyecto Starship, instalaciones de producción y
prueba de en McGregor (Texas), así como el Complejo 40 o SLC-40
de la Estación de la Fuerza Aérea de Cabo Cañaveral (anteriormente
empleado para el lanzamiento de cohetes Titán) y el histórico
Complejo 39A o SLC-39A (desde donde despegaron los Saturno V
del programa Apolo y los transbordadores espaciales) para
lanzamientos a orbitas ecuatoriales. También emplea el Complejo de
Lanzamiento nº 4 de la base de la Fuerza Aérea de Vandenberg
(Santa Bárbara, California) para lanzamientos a órbita polar.
En su corta historia SpaceX ha alcanzado logros notables para una
compañía privada: fue la primera empresa en emplear su propio
cohete de combustible líquido, el Falcon 1, en un lanzamiento orbital
(septiembre de 2008); la primera compañía en fabricar, lanzar, hacer
entrar en órbita y recuperar una nave espacial (la cápsula Dragon,
lanzada mediante un Falcon 9 en diciembre de 2010); la primera en
enviar una nave de carga a la ISS (de nuevo la Dragon, mayo de
2012), la primera compañía privada en lanzar por sus propios medios
un satélite a una órbita geoestacionaria (diciembre de 2013); la
primera en lanzar, recuperar de forma controlada y reutilizar la
primera fase de un lanzador orbital (Falcon 9, diciembre de 2015) y
también la primera compañía privada que ha diseñado y disparado
con éxito un lanzador pesado, el Falcon Heavy, en febrero de 2018.
Pero también hay que decir que ni SpaceX ni otras compañías
privadas que trabajan en este sector habrían alcanzado la
privilegiada posición que ocupan de no mediar el decidido apoyo del
gobierno de Estados Unidos, a través de la NASA y del Pentágono,
interesados en abaratar los costes de acceso al espacio y en tener
alternativas eficientes para los vuelos tripulados y de carga. En el
caso de las empresas de Musk, tanto Tesla como SpaceX han
recibido unos 5.000 millones de dólares las ayudas públicas en
diversas formas (subvenciones, créditos medioambientales,
exenciones fiscales, préstamos con descuento, etc.) a lo largo de los
años. Por su parte, el gran "competidor" de Elon Musk, el dueño de
Amazon, Jeff Bezos,propietario de la empresa Blue Origin que está
desarrollando el lanzador pesado New Glenn y los motores BO que
equipan al cohete Vulcan de la ULA, también ha visto crecer su
tesorería de la mano del contribuyente estadounidense, pues sus
empresas se han beneficiado de subvenciones federales estimadas
en unos 3.700 millones de dólares. Y es que el mantra de la libertad
de mercado y la libre competencia capitalista es eso, un mantra, un
eslogan que suele llevarse bastante mal con la realidad.
 
Los cohetes de SpaceX
El primer cohete desarrollado por SpaceX fue el Falcon 1 (Halcón 1),
fue disparado en cinco ocasiones entre 2006 y 2009 desde la base
de Omelek, en las islas Marshall, logrando en septiembre de 2008
situar en órbita una carga simulada. Poco después, en mayo de
2009, un Falcon 1 logró poner en órbita la primera carga espacial
comercial de SpaceX, el satélite malayo RazakSAT.
El Falcon 1 era un cohete de 21 metros de altura, 1,7 metros de
diámetro y una masa de 31,5 toneladas compuesto por dos etapas
de oxígeno líquido y RP-1 (un combustible similar al queroseno ya
usado por cohetes anteriores como el Atlas, el Delta II, el Titan 1, el
Saturno IB y el Saturno V). Su capacidad de carga a órbita terrestre
baja era de 670 kilogramos. El motor de la primera etapa era el
Merlin 1C y el de la segunda el Kestrel, ambos desarrollados y
fabricados por SpaceX.
En junio de 2010 se lanzó con éxito desde Cabo Cañaveral el primer
Falcon 9. El Falcon 9 v1.0 era un cohete de 54 metros de alto, un
diámetro de 3,60 metros y una masa de 333,4 toneladas, capaz de
situar en LEO hasta 10,45 toneladas o bien 4,5 toneladas en GEO.
Como en el caso de su predecesor, el Falcon 9 estaba formado por
dos etapas, la primera integrada por nueve motores Merlin 1C y la
segunda por un único motor Merlin 1D Vacuum.
Desde 2010 el Falcon 9 ha estado en permanente evolución y
actualmente la versión en servicio es la Falcon 9 Block 5, que
despegó por primera vez en 2018.
Falcon 9 Block 5

Esta versión, que tiene una altura de 70 metros, 3.66 metros de


diámetro y una masa de 550 toneladas, va dotado de nueve motores
Merlin 1D+ en la primera etapa y de un motor Merlin 1D Vacuum en
la segunda, ambos alimentados por la ya citada mezcla de oxígeno
líquido y RP-1, que le proporcionan una capacidad de satelización en
LEO de 22 toneladas (versión desechable) y de hasta 8,3 toneladas
en GEO (en la versión reutilizable la capacidad de carga en GEO se
reduce a 5,5 toneladas), pudiendo propulsar hasta 4 toneladas en
trayectorias interplanetarias. Su primer lanzamiento, con total éxito,
se produjo en mayo de 2018.
Como ya hemos indicado anteriormente, SpaceX ha sido el primer
operador de cohetes comerciales en conseguir un sistema
parcialmente reutilizable a partir de la experiencia adquirida con los
dos demostradores tecnológicos Grasshopper (“Saltamontes”). Los
Falcon 9 reutilizables van dotados de cuatro patas de aterrizaje
extensibles en la parte inferior de la primera etapa que se despliegan
antes del aterrizaje. Actualmente, la recuperación de esa etapa se ha
convertido casi en algo rutinario, ya sea en una plataforma terrestre o
en una naval (lo que se logró por primera vez en abril de 2016), y
actualmente SpaceX trata de recuperar también las cofias.

Aterrizaje de los aceleradores laterales del Falcon Heavy en febrero de 2018

Un Falcon 9 tras su “amerizaje” en una de las plataformas marinas de SpaceX


Los Falcon 9 han sido lanzados hasta julio de 2022 en 163
ocasiones, registrando un lanzamiento fallido y uno parcial. La
mayoría de esos lanzamientos corresponden a la puesta en órbita de
los satélites LEO de la polémica red de internet satelital Starlink (que
suman de momento unos 2.500 aparatos, la red operativa podría
llegar a ser de más de 12.000 unidades si nadie lo impide), por lo que
la reutilización es absolutamente fundamental para los planes de
Elon Musk.
A partir de la experiencia con el Falcon 9, SpaceX ha desarrollado el
cohete pesado parcialmente reutilizable Falcon Heavy, de 1.420
toneladas al despegue, siendo el cohete más poderoso construido
desde los ya lejanos tiempos del Energía soviético. Su capacidad de
carga teórica en LEO es de 63,8 toneladas, pudiendo enviar, en
versión desechable, hasta 26,7 toneladas a GEO, 17 toneladas a
Marte y 3,5 a objetivos más lejanos del Sistema Solar como Plutón.
El Falcon Heavy está formado por tres primeras fases Falcon 9 como
etapas 0 y 1, por una segunda etapa impulsada por un Merlin
Vacuum 1D.

Falcon Heavy
El primer lanzamiento del Falcon Heavy tuvo lugar en febrero de
2018 desde la histórica plataforma LC-39A de Cabo Kennedy en un
vuelo de prueba en el que se inyectó en órbita interplanetaria la
carga más sorprendente (o disparatada) de la historia de la
astronáutica: un coche Tesla Roadster “pilotado” por Starman, un
maniquí ataviado con un traje espacial.

Imagen real de Starman a los mandos del Tesla Roadster camino de la órbita de Marte

La recuperación de los aceleradores de la fase 0 fue un éxito


(aterrizaje en tierra) aunque la etapa central no logró amerizar como
estaba previsto en una de las plataformas marinas. El segundo
lanzamiento, ya plenamente comercial, tuvo lugar en abril de 2019 y
una tercera (reservada al Pentágono) en junio de ese año,
destacando que los dos aceleradores empleados en la tercera misión
eran los mismos utilizados en la segunda.
Según SpaceX, el coste de lanzamiento de la versión desechable del
Falcon Heavy es de unos 150 millones de dólares, mientras que el
coste de la versión reutilizable es de unos 90 millones. En cualquier
caso, muchísimo más barato que el Delta IV Heavy (350 millones de
dólares), cuya capacidad de lanzamiento es de sólo 22,5 toneladas.
Hasta 2026 hay agendadas una docena de misiones del Falcon
Heavy, tanto comerciales como de la NASA (incluídos el lanzamiento
del telescopio espacial de infrarrojos Nancy Grace Roman WFIRST
en 2026 y de la sonda Psyche en 2029-30), pero es obvio que este
fantástico lanzador está totalmente desaprovechado debido a la
obsesión de Musk con Starlink, red satelital de internet que de
momento suma 400.000 suscriptores (casi todos en los EEUU) y
cuyas prestaciones están por ahora bastante por debajo de lo
esperado, con un coste por suscriptor muy elevado: en EEUU a
mediados de 2022 el coste del kit de autoinstalación de la antena
individual es de 599 dólares (sin incluir gastos de envío e impuestos)
y la cuota mensual de 110 dólares, todo eso a cambio de velocidades
entre 50 y 150 Mbps, con una latencia de entre 20 y 40 milisegundos
con frecuentes desconexiones. Las versiones Premium y Maritime
son muchísimo más caras.
El problema de Musk es que, para que la red de satélites de internet
de alta velocidad con la que sueña requiere no sólo de millones de
suscriptores (cuyas suscripciones se supone que pagarían no sólo el
despliegue y operación de la red sino también los vuelos tripulados a
Marte para colonizarlo) de decenas de miles de satélites de cierto
tamaño interconectados por láser y con una tasa de lanzamientos
altísima para reponer unidades, y para ello no son suficientes ni el
Falcon 9 ni el Falcon Heavy. Musk necesita de un lanzador super-
pesado con costes de operación y lanzamiento ínfimos, y con la
seguridad operacional de un avión de línea o de carga. Es por ello
que Musk concibió el superlanzador Falcon Heavy y la nave Starship.
 
El sistema Starship
Desde hace años, SpaceX trabaja en el proyecto Starship, seguido
con devoción por miles de "fanboys" acríticos en especial en las
redes sociales, proyecto que busca desarrollar un lanzador
superpesado totalmente recuperable formado por dos vehículos: el
lanzador Super Heavy y la nave Starship (en tres configuraciones,
tripulada, carga y vehículo cisterna o "tanker"). En su configuración
actual, el conjunto alcanza los 120 metros de altura, 9 metros de
diámetro y 5.000 toneladas de masa. La primera etapa Super Heavy
mide 70 metros de alto, 9 metros de diámetro, pesa más de 3.400
toneladas e irá propulsada por 33 motores Raptor (de metano y
oxígeno líquidos), mientras que la segunda etapa, la nave Starship,
tiene una longitud de 50 metros y 1.200 toneladas de masa al
despegue e irá propulsado por 3 motores Raptor y otros 3 Raptor
Vacuum. Su capacidad de carga útil sería de 100 toneladas en órbita
LEO de 500 km.

El sistema SuperHeavy + Starship en Boca Chica

Las funciones de este vehículo (cuyo calendario ha sufrido grandes


retrasos como no podía ser de otra manera) serían, en teoría,
variadas: transporte intercontinental, lanzador pesado a LEO,
sistema de transporte Tierra-Luna, sistema de transporte
interplanetario, turismo espacial… Se supone que este vehículo será
reabastecido en órbita para poder llevar las 100 toneladas de carga
útil señaladas a cualquier lugar del Sistema Solar, pero de momento
nada de eso existe todavía, pues el conjunto aun debe demostrar
que es capaz de alcanzar la órbita baja en un vuelo de prueba, cosa
que se espera que ocurra no antes de 2023 en el mejor de los casos,
ya que los desafíos técnicos son muchos. En la opinión de quien esto
escribe, hay muchas posibilidades de que el sistema Starship vea la
luz como lanzador superpesado, pero realmente pocas de que se
convierta en lo que Musk sueña, al menos a medio plazo. Se estima
que el coste de desarrollo de este superlanzador sea de unos 5.000
millones de dólares, aunque no hay cifras oficiales.
 
La cápsula Dragon
En 2005 SpaceX anunció su propósito de alcanzar la capacidad de
realizar vuelos orbitales tripulados en la siguiente década y para ello
diseñó la cápsula Dragon ("Dragón"), un vehículo parcialmente
reutilizable de 6 metros de longitud, casi 4 metros de diámetro y un
peso vacío de 4.200 kilogramos. Lanzada por un Falcon 9, la Dragon
podía llevar a la ISS hasta 6.000 kg de carga en un compartimento
completamente presurizado y retornar a la Tierra con 3.500 kilos.
En 2006 SpaceX firmó un contrato COTS (Commercial Orbital
Transportation Services) con la NASA para diseñar y probar un
sistema de lanzamiento destinado a misiones de suministro a la
Estación Espacial internacional. Como resultado de ese compromiso,
la cápsula Dragon efectuó un vuelo de prueba en 2010 y en mayo de
2012 SpaceX se convirtió en la primera empresa privada en
completar una misión de reabastecimiento a la ISS. En 2020 se
estrenó la Dragon 2, que cuenta con dos variantes: Crew Dragon,
una cápsula espacial capaz de transportar cuatro astronautas, y la
Cargo Dragon, un reemplazo actualizado de la Dragon original. La
nave espacial es lanzada sobre un cohete Falcon 9 Block 5 y regresa
a la Tierra través de un amerizaje oceánico. A diferencia de su
predecesora, puede acoplarse de forma autónoma a la Estación
Espacial Internacional (ISS) en lugar de ser atracada con el brazo
robot de la ISS. Actualmente hay cuatro Crew Dragon y dos Cargo
Dragon operativas, estando prevista la construcción de otras dos de
la versión de carga, y ha sido lanzada en 12 ocasiones (8 de la
versión tripulada).

La Dragon 2 maniobrando junto a la ISS en marzo de 2019

SpaceX propuso en su día utilizar una Dragon modificada para


realizar misiones robóticas en Marte (Red Dragon) usando como
lanzador un Falcon Heavy. Sin embargo, esta interesante propuesta,
que permitiría poner en la superficie del Planeta Rojo cargas útiles de
hasta una tonelada, fue rechazada por la NASA. Mejor suerte tuvo
SpaceX al ser elegida por la NASA como ganadora del contrato HLS
(Human Landing System), valorado en 2.890 millones de dólares,
para constuir el módulo lunar del programa Artemisa. Su propuesta
Moonship, una variante lunar de la SpaceShip, se impuso a los otros
finalistas (Blue Origin y Dynetics) al ser la más económica, pero
sobre toda la propuesta persisten numerosas incógnitas.

Moonship

Vamos ahora con el que se presenta como el gran antagonista


espacial de Elon Musk y SpaceX.
 
 
 
Blue Origin

Blue Origin fue fundada por el dueño de Amazon, Jeff Bezos, en el


año 2000. Su objetivo es desarrollar vehículos reutilizables orbitales y
suborbitales con los que enviar al espacio tanto cargas
gubernamentales como privadas e incluso turistas espaciales a un
costo reducido.
Durante años, los esfuerzos de Blue Origin han estado centrados en
el cohete suborbital reutilizable, el New Shepard, ha realizado
exitosas pruebas de despegue y aterrizaje vertical desde 2015. En
julio de 2021 tuvo lugar su primer ensayo tripulado, en el que cuatro
pasajeros, incluido el propio Bezos, ascendieron desde Texas hasta
los 105 km de altitud, se mantuvieron unos minutos en ingravidez y,
tras la separación y retorno del cohete acelerador, regresaron a
Tierra en la cápsula mediante un paracaídas. En diciembre de ese
año, otro vuelo transportó a 6 personas a una altitud similar y a una
velocidad de unos 3.600 km/h.
Cohete suborbital New Shepard

Este tipo de vuelos también puede portar experimentos científicos en


misiones no tripuladas que aprovechen las condiciones de
microgravedad de un vuelo suborbital. Este fue el caso de la misión
NS-23, lanzada en septiembre de 2022 y que sufrió un problema que
llevó a la destrucción del cohete lanzador, recuperándose la cápsula,
que portaba 34 experimentos de microgravedad, la mitad de ellos de
la NASA.
Partes del cohete New Shepard

Pero donde Blue Origin está centrando todos sus esfuerzos es en el


desarrollo del lanzador pesado parcialmente reutilizable New Glenn,
un cohete de dos etapas y 98 metros de altura propulsado por
metano y oxígeno líquido que será capaz de enviar a órbita baja
hasta 45 toneladas de carga y hasta 13 toneladas a una órbita de
transferencia geoestacionaria con el que espera competir tanto en el
mercado de los lanzamientos gubernamentales como en los
privados. El grueso de estos últimos está relacionado con el
despliegue de constelaciones de satélites de comunicaciones e
internet, teniendo ya programados 15 lanzamientos del New Glenn
(con opción a otros 18 más) de cara al despliegue de la constelación
Kuiper de Amazon.
El cohete New Glenn en varias configuraciones comparado con otros lanzadores

El New Glenn está siendo desarrollado y construido en las


instalaciones de la compañía en Florida (imagen siguiente), cerca de
complejo de lanzamiento LC-36 de Cabo cañaveral, que la empesa
tiene alquilado y que antiguamente sirvió para lanzar los cohetes
Atlas II y Atlas III.
Previsto su primer vuelo para 2020, y como suele ocurrir en este
sector, los calendarios iniciales van con retraso, y ahora se espera
que el New Glenn despegue en 2023.
Como hemos señalado, la primera fase del Neww Glenn irá
propulsada por motores de metano y oxígeno líquido (metalox), en
concreto por siete BE-4, desarrollados por la propia compañía y que
también serán usados por el lanzador Vulcan de ULA, y dos BE-3U
de hidrógeno y oxígeno líquidos en la segunda etapa. Para
determinadas misiones podría usarse una tercera etapa, que usaría
un único motor BE-3. Se espera que los motores BE-4 de la primera
etapa puedan ser reutilizados un mínimo de 25 veces. La empresa
también está trabajando en el desarrollo de una segunda etapa
reutilizable conocida como Jarvis.
El desarrollo del New Glenn le a costado a Jeff Bezos más de 2.500
millones de dólares, a los que hay que sumar una aportación federal
de 500 millones de dólares en el marco del programa United States
Space Force National Security Space Launch (NSSL). Blue Origin
también ha optado al contrato HLS de la NASA para el desarollo y
construcción de un módulo tripulado lunar dentro del programa
Artemisa, pero la propuesta ganadora fue la del vehículo Moonship
de SpaceX, si bien el presupuesto federal de 2022 contempla un
nuevo concurso para un segundo "lander" lunar.
De cara al futuro, y con la vista puesta en la "jubilación" de la ISS y
en el desarrollo del turismo espacial orbital, Blue Origin ha
presentado recientemente, en colaborpor un máximo de diez
personas que ha sido bautizada como Orbital Reef, que estaría
operativa en torno a 2030 y cuyos módulos serían puestos en LEO
por el New Glenn.

Estación Orbital Reef

 
 
 
Rocket Lab
Rocket Lab fue fundada en 2006 por el neozelandés Peter Beck. En
sus inicios, la empresa contó con apoyo financiero de distintas
fuentes, entre las que se encontraba el gobierno de Nueva Zelanda.
El resultado fue el lanzamiento en 2009 del cohete Atea-1,
convirtiéndose en la primera compañía privada del hemisferio sur en
alcanzar el espacio. En 2013, la compañía cambió su sede a
California, EE.UU.
El objetivo de esta compañía es desarrollar servicios de lanzamiento
orbitales comerciales centrados, de momento, en el terreno de los
nano y minisatélites.Para ello, Rocket Lab ha desarrollado el
lanzador Electrón (imagen inferior), un cohete de dos etapas que
utiliza el motor de combustible líquido Rutherford (fabricado con
técnicas de impresión 3D) y que es capaz de satelizar 150 kg en
órbita LEO de 500 km a un coste de sólo 5,7 millones por
lanzamiento. Su primer lanzamiento comercial tuvo lugar en
noviembre de 2018 desde Nueva Zelanda.
Rocket Lab ha desarrollado una etapa superior para el Electrón,
denominada Fotón (Photon), con el objetivo de enviar minisondas en
misiones lunares e interplanetarias. En junio de 2022 esta etapa tuvo
bautismo enviando a la órbita lunar el satélite CAPSTONE de la
NASA. Se trata de un un orbitador de 25 kg cuyo fin es probar y
verificar la estabilidad de la órbita planificada para la estación
Gateway. Más allá de la Luna, Rocket Lab tiene previsto enviar en
2023 una pequeña sonda de unos 35 kg (con una carga científica de
3 kilogramos) a Venus. Por el momento, es la única de estas nuevas
empresas que tiene un mínimo programa de exploración espacial.
Lanzador Neutrón

Rocket Lab también está trabajando en un nuevo complejo de


lanzamiento y producción en Wallops (Virginia), desde donde tiene
planeado lanzar, a partir de 2024, su nuevo cohete reutilizable
Neutrón, un lanzador de tipo medio de dos etapas y 40 metros de
longitud que podrá enviar a LEO entre 8 toneladas (con una primera
etapa reutilizable) y 15 toneladas de carga (en versión
deshechable).Incluso se ha especulado con una versión tripulada.
 
 
 
Relativity
Relativity fue fundada en 2015 por Tim Ellis en Los Ángeles
(California) con la premisa de que las empresas existentes de New
Space no estaban aprovechando lo suficiente el potencial de la
fabricación aditiva o impresión 3D, por lo que Relativity aspira a ser la
primera compañía en poner en órbita con éxito un cohete orbital
totalmente impreso en 3D. Hasta la fecha, esta empresa ha
conseguido reunir mediante rondas de financiación un total de 1.335
millones de dólares, lo que le ha permitido avanzar bastante rápido
en sus propósitos. Actualmente está preparando el primer
lanzamiento orbital del Terran 1 (previsto para finales de 2022), un
cohete desechable de dos etapas propulsado por 9 motores Aeon 1
(motor que, por supuesto, emplea metano y oxígeno líquido) en la
primera fase. Se espera que este lanzador pueda enviar a LEO 1.200
kilos de carga a LEO y 900 kilos a SSO de 500 km. Pero las
ambiciones reales de la empresa se centran en el Terran R, un
lanzador medio reutilizable de 66 metros de altura y hasta 20
toneldas de carga a LEO propulsado por los más potentes motores
Aeon R. Este "mini Starship" no depegaría antes de 2024.
 
Lanzadores Terran 1 y Terran R

Relativity ha firmado ya algunos contratos con Telesat, Lockheed


Martin, Iridium y OneWeb. También ha anunciado u acuerdo con la
compañía Impulse Space para lanzar la que sería la primera sonda
privada de aterrizaje en Marte en algún momento entre 2024 y 2025.
Ahora le queda demostrar que su cohete Terran 1 es fiable y, sobre
todo, que puede abordar el desarrollo y operación del Terran R.
Hemos visto cuatro ejemplos de estas nuevas empresas
estadounidenses, pero en realidad hay muchas más. Ahí tenemos a
Virgin Orbit con su propuesta de usar un Boeing 747 para lanzar su
cohete LauncherOne; Firefly Aerospace, que ya ha colaborado con
Israel Aerospace Industries (IAI) en el desarrollo del lander lunar
Beresheet; Bigelow Aerospace y sus propuestas de módulos
hinchables para estaciones espaciales; Scaled Composites y su
famoso avión suborbital SpaceShipOne; el extravagante lanzador
cinético para microcargas SpinLaunch; también está Vector Launch
y su cohete Vector R para picosatélites; RocketStar y su motor
aerospike, etc. Todas estas empresas emprendedoras prometen más
o menos lo mismo: un acceso barato y rápido al espacio en un futuro
que sus impulsores ven lleno de estaciones orbitales turísticas,
nanosatélites y constelaciones de satélites en LEO. Evidentemente,
muchas de estas compañías se van a quedar por el camino, pero
entusiasmo no les falta.
 

EL NEW SPACE CHINO

Como ya hemos adelantado, también en la República Popular China


estamos asistiendo al surgimiento de muchas de estas iniciativas,
algunas vinculadas de un modo u otro a las agencias espaciales
chinas o a las fuerzas armadas, y otras resultado de iniciativas
privadas apoyadas por administraciones locales o provinciales.
Un momento... ¿Provincias chinas subvencionando proyectos
espaciales? Pues sí: tengamos en cuenta que en China hay
provincias con más superficie y habitantes que muchos países del
mundo, como Guangdong (126 millones de habitantes), Henan (100
millones), Hunan (66 millones) o Anhui (61 millones), así que el "New
Space" chino no va escaso de recursos financieros, técnicos,
académicos ni humanos.
Dentro del variado ecosistema de empresas espaciales del Imperio
del Centro dispuestas a luchar por hacerse un hueco en el mercado,
podemos destacar a iSpace, empresa fundada en 2016 que también
responde a los nombres de Space Honor, Beijing Interstellar Glory
Space, Interstellar Glory y StarCraft Glory, que fue la primera
empresa privada china en alcanzar la órbita terrestre con sus propios
medios en julio de 2019 con el cohete Hyperbola-1 (en chino Shian
Quxian-1 o SQX-1), un lanzador de cuatro etapas de combustible
sólido de 24 metros de altura y 42 toneladas de peso capaz de poner
en órbita SSO hasta 300 kg. Por desgracia para la empresa, tres
nuevos lanzamientos en 2021 y 2022 no tuvieron éxito, pero ello no
ha desanimado a sus responsables, que están desarrollando el
Hyperbola-2, un cohete reutilizable de combustible líquido de, cómo
no, metano y oxígeno líquidos de 28 metros de altura y 3,30 metros
de diámetro con el que esperan poder situar hasta 2 toneladas de
carga útil en LEO, 1 tonelada en SSO sin reutilización u 800 kg con
reutilización a partir de 2023.
El hyperbola-1 en la plataforma de lanzamiento y diseño del lanzador reutilizable Hyperbola-
2, Pallas 1 y Pallas 1A

 
La gran competidora de iSpace en el mercado chino es Galactic
Energy, fundada en 2018, y que fue la segunda empresa privada del
gigante asiático en situar en noviembre de 2020 un satélite de 50 kg
en SSO usando para ello su cohete Ceres 1, un lanzador de cuatro
etapas (tres sólidas y una líquida), con un altura de 19 metros y un
peso de 30 toneladas derivado del misil chino DF-21. Los planes de
futuro de esta empresa pasan por el cohete medio Pallas 1, un
lanzador propulsado por mmotores de combustible líquido
(queroseno y oxígeno líquido) capaz de enviar 4 toneladas a LEO y 2
toneladas a SSO, cuya tecnología está vinculada a la de los cohetes
Larga Marcha. Se espera su primer lanzamiento para 2023, pero la
empresa ya está pensando en una versión más potente para el
horizonte de 2025, el Pallas 1A, con una capacidad de carga útil de
hasta 14 toneladas a LEO.

Lanzadores Ceres 1, Pallas 1 y Pallas 1A

 
Y como no hay dos sin tres, vamos a citar también a Deep Blue
Aerospace, fundada en 2016 y que está trabajando en el desarrollo
del lanzador reutilizable Nebula-1, propulsado por motores Leiting 20
de kerolox (queroseno y oxígeno líquido) que aspira a enviar a partir
de 2024 cargas útiles de 1 tonelada a SSO de 500 km, estando
prevista una versión más potente, similar al Pallas 1A de Galactic
Energy, que está previsto que pueda enviar a LEO cargas de 20
toneladas en versión no reutilizable o 14 toneladas en reutilizable.
Grupo de motores Leiting 20 de la primera fase del Nebula 1 (centro) y futuro lanzador
medio derivado del anterior

 
Existen en China otras empresas que están desarrollando prototipos
de lanzadores o desarrollando motores de metalox y querolox con la
vista puesta en las crecientes necesidades gubernamentales y
privadas (sí, China también quiere tener constelaciones de satélites
en LEO) como Space Pioneer, Rocket Pi, etc., pero creemos que con
estos tres ejemplos podemos hacernos una idea de cómo de pujante
y comptetivo es este sector en la cada vez más dinámica China.
 

EL NEW SPACE EUROPEO

Europa no es ajena a la fiebre de los pequeños lanzadores y se


cuentan iniciativas en Francia, Alemania, Reino Unido, España,
Rumanía... Como en el caso de los EEUU, no todas tienen las
mismas posibilidades ni están en las mismas fases de desarrollo.
Además del apoyo financiero de fondos de inversión y de empresas
aeroespaciales, algunas de estas iniciativas cuentan con apoyo
público nacional y de la ESA y de agencias nacionales como la
alemana DRL. Sin ánimo de ser exhaustivos, vamos a centrarnos en
algunas de ellas y, a efectos de ilustración, podemos ver las distintas
propuestas europeas que se supone volarán a lo largo de esta
década en esta infografía de Andrew Parsorson:

Como ya hemos adelantado, la propuesta española de PLD Space,


el cohete Miura,lo trataremos más detenidamente, junto con otras
iniciativas privadas y públicas, en otro capítulo. Por lo que respecta a
las demás, quizás las más desarrolladas son las de las compañías
alemanas Isar Aerospace (cohete Spectrum), RFA (lanzador RFA
One) e HyImpulse, con su vehículo SL-1. De hecho, las propuestas
de Isar y de RFA fueron las finalistas de la segunda ronda del
concurso de microlanzadores de la agencia espacial alemana DRL,
llevándose finalmente en 2022 el premio de 12 millones de euros la
empresa RFA, cuyo cohete se espera que ponga en órbita polar
hasta 1.350 kg, siendo lanzado desde Suecia. Sprimer lanzamiento
debería tener lugar entre 2022 y 2023.

En el Reino Unido encontramos algunas propuestas interesantes,


como la de la empresa Skyrora, con sede en Edimburgo, Escocia,
propiedad de Volodymyr Levykin, británico de origen ucraniano. Esta
compañía pretende desarrollar, con tecnología de impresión 3D,
lanzadores modulares para nanosatélites. Actualmente está tratando
de sacar adelante el lanzador Skyrora XL, un cohete de tres etapas
basado en motores que queman peróxido de hidrógeno y queroseno,
cuya capacidad de carga sería de unos 315 kilos en una órbita de
500 km. También desde Escocia llega Orbital Express Launch, más
conocida como Orbex, que está trabajando en el lanzador Prime
(150 kg a 500 km de altitud), cuya primera etapa sería recuperable y
estaría basada en propulsión líquida de oxígeno y propano. El primer
vuelo se ha programado para 2023. Por su parte, en Cardiff tiene su
sede SmallSpark Space Sistems, que tiene por meta un lanzador
de propulsión híbrida, el Frost One, para situar en LEO cargas de
100 kilos.
Como pilar fundamental que es de la ESA y de Arianespace, Francia
también tiene cosas que decir en este creciente zoológico de
compañías del New Space. En 2020 se fundó Sirius Space
Services, cuya ambiciosa meta no se limita a desarrollar el ya
proverbial microlanzador reutilizable para pequeñas cargas, sino que
aspira a poner en servicio toda una familia de lanzadores basada en
el cohete Sirius de dos etapas y 20 metros de altura, propulsado,
como manda la moda, por metano y oxígeno líquido, en tres
configuraciones: Sirius 1 (hasta 175 kg en SSO), Sirius 13 (500 kg en
SSO), y Sirius 15 (800 kg en SSO), que entrarían en servicio, en
riguroso orden, en 2025, 2026 y 2027. También francesa es Dark,
que apuesta por el lanzamiento de pequeñas cargas desde un avión
comercial modificado.
Pero seguramente, la compañia que con más posibilidades reales
cuenta es Maia Space, fundada en 2021 en Vernon (Francia) como
una filial de nada menos que de ArianeGroup. De hecho, el lanzador
Maia (previsto para 2026) es un derivado del demostrador Themis de
Ariane Group y que, al igual que él, utilizará propulsores líquidos
metano y oxígeno. Esta empresa aspira a desarrollar toda una familia
de lanzadores orbitales que cubra desde un lanzador ligero capaz de
mandar 500-1.000 kilos a LEO, un lanzador medio que pueda
satelizar cargas útiles de varias toneladas, un lanzador pesado e
incluso un lanzador super-pesado para responder a los requisitos
planteados por el programa New European Space Transportation
Solutions (NESTS) de la ESA.
LA familia de lanzadores Maia: ligero, medio, pesado y super-pesado

Ni que decir tiene que el tiempo dirá cuántas de estas "startups" que
están surgiendo en EEEUU, China y Europa sobrevivirán dentro de
una década. Unas desaparecerán, otras se fusionarán, quizás alguna
sea absorbida por un socio mayor, pero lo que está bastante claro es
que en una futura revisión de este mismo capítulo el listado será
mucho menor.
En el siguiente capítulo vamos a ver la situación del sector
aeroespacial en España, tanto a nivel público e institucional como
privado.
ESPAÑA EN EL ESPACIO: DEL INTA A LA
AGENCIA ESPACIAL ESPAÑOLA Y EL "NEW
SPACE" ESPAÑOL
 
Uno de los sectores de la economía española más activos en I+D+i,
caracterizado por un eficiente modelo de colaboración
público/privada, es el aeroespacial. Desde hace años, España ocupa
el quinto lugar en el ranking aeroeespacial europeo, a bastante
distancia del sexto, en relación al volumen de ventas y al número de
personas empleadas. Según datos de la Asociación Española de
Empresas Tecnológicas de Defensa, Aeronáutica y Espacio
(TEDAE), las empresas del sector aeroespacial español empleó en
2021 a más de 200.000 personas de manera directa o indirecta y
aportaron a la economía española unos 11.600 millones de euros, lo
que representa más del 9% del PIB industrial de España. El 84% de
la industria aeroespacial se localiza entre el centro del país
(principalmente Madrid, Castilla-La Mancha y Castilla y León),
Andalucía y el País Vasco. En total, España cuenta con con 696
centros productivos de empresas certificadas en tecnología
aeronáutica y aeroespacial, y el sector propiamente espacial emplea
a unas 4.000 personas.
España no solo participa activamente en programas europeos (por
ejemplo, los lanzadores Ariane 5, y 6 y el lanzador VEGA, así como
en distintas misiones, liderando algunas como la misión de la ESA
Proba-3, encabezada por la empresa Sener, o el satélite Cheops,
construido e integrado en España por Airbus), sino que instituciones
científicas como el Centro de Exobiología, dependiente del INTA,
tienen una participación destacada en la aportación de
instrumentación científica a programas de exploración marciana de la
NASA (rovers Curiosity y Mars 2020).
Estamos, pues, ante un sector de importancia fundamental en
nuestra economía y ello ha sido refrendado por la aprobación en
marzo de 2022 por el Gobierno español del Proyecto Estratégico
para la Recuperación y Transformación Económica el Proyecto para
el Sector Aeroespacial, más conocido como "PERTE Aeroespacial",
que pretende movilizar 4.533 millones de euros entre 2021 y 2025,
con una contribución del sector público de alrededor de 2.193
millones de euros y una inversión privada de cerca de 2.340 millones.
Este PERTE, como otros relacionados con la industria de la
automoción electrificada, los microprocesadores y las nuevas
energías, es fruto de la asignación a España de más de 77.000
millones de euros en transferencias a fondo perdido de los Fondos
Next Generation de la Unión Europea para la recuperación y
transformación de la economía de la UE tras la pandemia de la
COVID (el total de esos fondos asciende a unos 750.000 millones de
euros entre transferencias y préstamos, de los que un total de
140.000 millones de euros.
En concreto, en lo que al subsector del espacio se refiere, el texto de
la Memoria de presentación del citado PERTE plantea una inversión
de 1.480 millones de euros a:
Desarrollo de lanzadores de pequeños satélites
Una constelación de 16 satélites de observación de la tierra (en colaboración con Portugal).
Desarrollo de sistemas de satélite para comunicaciones cuánticas
Un sistema español de observación de la tierra para seguridad y defensa
El pago de la cuota española de la Agencia Espacial Europea
La creción de una Agencia Espacial Española

Uno de los aspectos más llamativos es el del lanzador de pequeños


satélites, objetivo para el que hay varias opciones en desarrollo,
como ya veremos. Se trata de desarrollar las capacidades y las
tecnologías necesarias para construir los componentes requeridos, la
integración del lanzador y su base de lanzamiento. Su desarrollo
permirá a la industria española entrar en el mercado de pequeños
lanzadores y ofrecer oportunidades de vuelo a satélites nacionales
experimentales (observación, comunicaciones, sistemas de gestión
de tráfico aéreo, científicos, tecnológicos, etc).
Una de las sorpresas del PERTE fue que incluía el objetivo de crear
una Agencia Espacial Española (AEE), organismo inédito en
nuestro país pero habitual en le resto de Europa. Hasta ahora, eran
principalmente dos instituciones las que se encargaban de gestionar
la mayor parte de la actividad relacionada con el espacio: el INTA
(dependiente del Ministerio de Defensa, como veremos) y el CDTI
(Centro para el Desarrollo Tecnológico e Industrial, dependiente del
Ministerio de Ciencia e Innovación) que, entre otras cosas, gestiona
la participación española en la ESA.
Hay cierto debate sobre si, dado que España forma parte de la ESA,
es necesaria una agencia espacial nacional. Sin embargo, una cosa
no va en cotra de la otra ya que, como decíamos antes, casi todos
los países de la ESA tienen su propia agencia espacial, que articula y
coordina la participación del país en la Agencia Espacial Europea,
además de desarrollar sus propios proyectos y servir de interlocutor a
la industria aeroespacial local.
El primer paso para la creación de la AEE o Agencia Espacial
Española, cosa que se espera que tenga lugar a finales de 2022, ha
sido la constitución en julio de ese año del Consejo del Espacio,
órgano en el que hay representantes de Presidencia, 11 ministerios y
del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), que establecerá las
directrices de la AEE. La Agencia Espacial Española hará suyas
muchas de las actuales competencias del CDTI, del INTA y de otras
instituciones públicas relacionadas con la actividad espacial, será la
responsable del desarrollo y ejecución de la política espacial nacional
y se convertirá en la institución representante de España en el seno
de la ESA, e interlocutora de la industria y de otras agencias
espaciales.
Pero el creciente interés por las actividades espaciales por parte de
la administración española es anterior a este PERTE y a la pandemia
del COVID, pues en abril de 2019 el Gobierno español hizo público
su interés por aumentar el peso específico de España en la Agencia
Espacial Europea, concretándose ese interés en la aprobación por el
Consejo de Ministros de un aumento en 700 millones de euros en la
contribución de España a la ESA entre 2020 y 2026, un aumento
histórico del 30% hasta alcanzar los 1.658 millones de euros en el
período indicado, pasando la participación española en la ESA del
5,5% al 7%.
Esta positiva evolución de la actividad del sector espacial en España
es también en parte fruto del Plan Estratégico para el Espacio (2007-
2011) y que, entre otros logros, permitió el desarrollo de los satélites
de observación Paz e Ingenio, de los que hablaremos más adelante.
Hace veinte o treinta años nadie podía siquiera imaginar que en
España pudiera desarrollarse un sector caracterizado por el
dinamismo y la constante innovación tecnológica, a tal punto que ya
existen empresas que están diseñando sus propios medios de
acceso al espacio. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Vamos a
conocer aunque sea de forma resumida la historia de España en el
espacio empezando por el INTA.
 
 
 

INTA

El Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial Esteban Terradas


(más conocido como INTA) es un organismo público de investigación
español, adscrito al Ministerio de Defensa. El INTA está
especializado en la investigación y el desarrollo tecnológico en los
ámbitos de la aeronáutica, espacio, hidrodinámica, seguridad y
defensa, así como tareas de certificación y homologación. Su sede
central se encuentra en Torrejón de Ardoz, Madrid, pero cuenta
además con dos campus tecnológicos (La Marañosa y El Pardo); el
conocido Centro de Experimentación de El Arenosillo, en Huelva; una
docena de centros de ensayo e investigación y media docena de
estaciones de seguimiento en colaboración con la NASA (el
Complejo de Comunicaciones con el Espacio Profundo de Madrid o
MDSCC, situado en Robledo de Chavela) y con la ESA (estación de
Maspalomas, en las islas Canarias), además del Centro Europeo de
Astronomía Espacial (ESAC, en Madrid). Uno de los centros de
investigación más conocidos del INTA es el Centro de Astrobiología
(CAB), que también depende del CSIC (Centro Superior de
Investigaciones Científicas), que se dedica a la investigación de las
condiciones que hacen posible el surgimiento y el mantenimiento de
la vida en el Universo. El CAB es el primer centro del mundo
asociado al Instituto de Astrobiología de la NASA (NAI), con el que
comparte objetivos y proyectos científicos, liderando la participación
española en el proyecto Mars Science Laboratory (MSL) de la NASA,
que actualmente está analizando la superficie y la atmósfera de
Marte, así como en el programa de la NASA Mars 2020, y también
tiene una importante participación en la misión PLATO (Planetary
Transits and Oscillation of Stars) de la ESA.
Actualmente, el INTA cuenta con una plantilla de 1.500 empleados
(de los que 500 están dedicados a proyectos y actividades
espaciales) y su asignación presupuestaria para el año 2022 es de
196 millones de euros, un 26% más que en 2021 del que casi un
60% se destina a equipamiento científico y tecnológico.
Pese a que los medios de comunicación no especializados solían
presentar al INTA como “la NASA española”, en realidad esto no fue
nunca así. En el año 1986 el gobierno español intentó de que INTA
absorbiese las funciones propias de una agencia espacial, pero en
1996 esta intención fue abandonada y en la actualidad el INTA no
cumple ninguna de las características de una agencia espacial, pues
no fija la política espacial española, ni gestiona una parte significativa
del presupuesto de actividades espaciales, ni representa a España
en foros internacionales, ya que en la ESA la institución que
representa a España es el antes citado CDTI.
 
Algo de historia

Fundado en mayo de 1942, su nombre por aquel entonces era


"Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica". En su génesis y primer
desarrollo tuvo un papel fundamental el presidente de su Patronato,
el científico e ingeniero D. Esteban Terradas Illa (1883-1950) cuyos
contactos personales con algunas destacadas personalidades
científicas internacionales de la época permitieron que el INTA
recibiera visitantes de la talla de Umberto Nobile, Edward Lorenz o
Theodore von Kármán. Pero durante sus primeras dos décadas los
objetivos del INTA se vieron frenados por la catastrófica situación de
la España de postguerra y por el contexto de la Segunda Guerra
Mundial, que tuvo como colofón, tras la victoria aliada, el aislamiento
de la España franquista hasta los 50.
Como organismo dependiente del Ministerio de Defensa que es,
buena parte de la actividad del INTA a las necesidades de las
Fuerzas Armadas, aunque muchos de sus proyectos de cohetes y
misiles no llegaron a concretarse por falta de recursos económicos
y/o tecnológicos. En algún caso se aprovechó la experiencia técnica
adquirida en cohetes militares para su uso en cohetes de sondeo,
como ocurrió con el INTA-100, cuya primera fase utilizaba un motor
cohete derivado del S-12 (la “S” fue una familia de proyectiles aire-
tierra para aviación que desarrolló el INTA desde los años cuarenta).
Otro caso es el del proyecto de misil aire-aire de corto alcance y guía
infrarroja INTA-156 Banderilla, con le que se contó con la
colaboración de la empreas francesa Matra y en que se trabajó entre
1967 y 1970. También podemos mencionar el proyecto Tajo MSS 120
(1986-1988), que tenía por objetivo desarrollar un cohete tierra-tierra
táctico de 6 metros de longitud y 430 mm de diámetro con un alcance
de entre 120 y 150 km, una carga de combate de 500 kg y un peso
total menor de 2.000 kg. Lamentablemente, ninguno de estos
proyectos llegó a completarse.
Un dato poco conocido por la mayoría de los españoles es que,
desde mediados de la década de los sesenta hasta la de los noventa
del pasado siglo XX, España mantuvo un modesto programa de
lanzamiento de cohetes-sonda a cargo del INTA. También llegó a
plantearse la fabricación de un lanzador ligero de satélites, el
programa Capricornio, que fue finalmente abandonado, centrando
todos los esfuerzos de la industria aeroespacial en la colaboración
con la ESA y en un programa de pequeños satélites (programa
Minisat). Pero aunque el lanzador ligero Capricornio nunca llegó a
despegar, el afan del INTA por desarrollar un lanzador espacial
operativo nunca ha cesado y hoy ha cobrado un nuevo impulso de la
mano del programa PILUM, que veremos más adelante.
 
Los cohetes del INTA

A finales de los años 50 del pasado siglo, en España las actividades


en temas espaciales apenas eran significativas, como no podía ser
de otra forma dada la desastrosa situación económica del país. Sin
embargo, algunas personas muy motivadas y preparadas del Ejercito
del Aire, el INTA y de la Asociación Española de Astronáutica,
consiguieron promover la integración de España en el organismo
espacial europeo COPERS (1960), que más tarde se transformó en
ESRO (1964) y, finalmente, en la ESA (1975).
En paralelo con la constitución de ESRO, se creó en España la
Comisión Nacional de Investigación del Espacio (CONIE) que, con
dos planes nacionales desde 1964 a 1974 y con el INTA como su
organismo tecnológico, permitió que se slcanzaran los objetivos
propuestos: el establecimiento de una base de lanzamiento de
cohetes-sonda en Huelva, el desarrollo de un programa de cohetes
de sondeo para investigación ionosférica a cargo del INTA, y el
satélite INTASAT, que sería lanzado el 15 de noviembre de 1974
desde EE.UU. en un cohete Delta.

El satélite INTASAT

El primer lanzamiento de un cohete-sonda suborbital en España por


el INTA tuvo lugar el 4 de octubre de 1966 desde el polígono de El
Arenosillo (Huelva). Fue un Nike-Cajun de fabricación
norteamericana (el cohete-sonda más empleado en Occidente entre
1956 y 1976) como el que puede verse en esta imagen:

Se trataba de un cohete de dos etapas de combustible sólido. Con


sus 7,7 metros de altura, 42 centímetros de diámetro y 700
kilogramos de peso al lanzamiento, podía poner una carga científica
de 23 kilogramos a 120 kilómetros de altura máxima.
A este primer lanzamiento siguieron otros muchos, hasta un total de
550 con diversos tipos de cohetes, muchos de ellos en colaboración
con otros países. Entre los vehículos disparados desde El Arenosillo
cabe mencionar los Skua y Skylark británicos o el Nike-Apache
estadounidense. A partir de la experiencia adquirida, y empleando
módulos usados en otros cohetes-sonda en servicio o en proyectos
propios de cohetes militares, el INTA desarrolló desde 1967, en
colaboración con la empresa británica Bristol Aerojet Ltd., los cohetes
suborbitales INTA 255, INTA 300 e INTA 100.
El INTA 255 (340 kilogramos de peso y 6 metros de altura), que fue
lanzado en tres ocasiones en 1969 y 1970, era capaz de lanzar a
150 kilómetros de altura una carga de 15 kilogramos. A partir de este
cohete se desarrolló el más potente el INTA 300 o Flamenco (dos
etapas de propulsante compuesto plástico, 503 kg de masa al
lanzamiento y 7,27 metros de alto), que podía enviar una carga de 50
kg a 300 kilómetros de altura. La primera fase estaba formada por el
motor Aneto, una variante mejorada del motor británico Gosling IV, y
la segunda por el motor Teide, también desarrollado en colaboración
con el Reino Unido.
El INTA 300 no fue un cohete muy afortunado. El primer prototipo se
lanzó en octubre de 1974, no alcanzando la altura prevista de 290 km
(se quedó en 254 km). El segundo prototipo despegó un año más
tarde, y en esta ocasión un fallo en la telemetría no permitió conocer
la altura alcanzada. Tampoco tuvo mucha más suerte el tercer
prototipo (junio de 1978), pues un fallo en el sistema de separación
de las etapas dio al traste con la misión a los 25 km de altura.
Finalmente, el último prototipo, lanzado en febrero de 1981, alcanzó
unos 285 km, aunque un fallo en el transpondedor impidió conocer la
altura exacta. Tras estos ensayos, estaba prevista la fabricación de
una serie de estos cohetes-sonda, pero el desinterés gubernamental
en las actividades espaciales llevó al traste con la iniciativa. En el
Reino Unido se fabricó una versión propia del INTA-300, el Fulmar,
del cual se lanzaron varios ejemplares desde el polígono de Andøya
(Noruega) hasta 1979.
INTA 300 / 300B

El canto del cisne del INTA-300 llegó de la mano de los dos INTA-
300B, que incluían algunas modificaciones respecto de los cohetes
anteriores. Fueron lanzados en octubre de 1993 y en abril de 1994
con instrumentación del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA). Si
bien el desarrollo de estos vuelos sufrió algunas incidencias, se
obtuvieron resultados científicos de gran utilidad.
El último cohete de sondeo desarrollado por el INTA fue el INTA-100
Rocío (junio de 1984-abril de 1992), un cohete de dos etapas para
estudios atmosféricos sencillo y económico que podía llevar elevar
una carga útil de 6 kg hasta 115 km de altura.
 
El lanzador Capricornio

El programa Capricornio (1990-2000) fue el proyecto español más


ambicioso en materia de cohetes de finales del siglo XX, la
culminación de todos los proyectos astronáuticos del INTA, pues se
basaba en tecnologías de propulsión desarrolladas para los cohetes-
sonda anteriores. Se trataba de un minilanzador orbital de tres
etapas de combustible sólido (la primera fase propulsada por el
motor cohete estadounidense Castor IV-B de Thiokol, mientras que la
segunda y tercera fases habrían sido propulsadas por los motores
Deneb-F y Mizar-B, desarrollados por el INTA). Según la
configuración final de 1998, el lanzador habría tenido una masa de
18,5 toneladas, 19,52 metros de altura y 1 metro de diámetro, siendo
capaz de poner entre 50 y 100 kilos de carga en órbita polar de 600
km.

Se estimaba que el coste total del proyecto era de unos 3.000


millones de pesetas (equivalentes a unos 60 millones de euros
actuales, teniendo en cuenta la evolución del IPC). Tras diversos
estudios y trabajos, en 1993 se decidió que previamente se
desarrollase un demostrador tecnológico suborbital bautizado como
Argo, basado en las etapas segunda y tercera del Capricornio, que
podría lanzar en trayectoria suborbital una carga útil de entre 150 kg
(a 490 km de altura) y 300 kg (a 340 km de altitud). En 1994 un
consorcio empresarial formado por Expal, Unión Española de
Explosivos (UEE), Santa Bárbara (ENSB), Ceselsa (actual INDRA),
Compañía Española de Sistemas Aeronáuticos, S.A.(CESA),
Ingeniería de Software Avanzado (INSA, hoy ViewNext) y el INTA se
comprometió a desarrollar los distintos elementos del Argo a lo largo
de los siguientes años. A principios de 1998 la mayoría de los
componentes estaban terminados o en proceso de fabricación, y
parte de ellos ya se había integrado en el vehículo. El primer
lanzamiento se programó para mayo de 1999. Pero esto no ocurrió,
pues en diciembre de 1998 todo el progama Capricornio fue
cancelado.
Mucho se ha especulado y fantaseado con los motivos que llevaron a
esa cancelación, incluidas teorías “conspiranoicas” bastante
absurdas sobre supuestas presiones de EEUU para impedir el
desarrollo de un cohete que podría haber tenido una variante militar
evidente (se especuló con un misil derivado de 1.500 km de alcance
armado con una cabeza de combate BEAC o “aire-combustible” de
500 kg), ideas basadas en lo ocurrido con el misil argentino Condor
II. Pero la realidad es mucho más prosaica y vinculada a una
“tradición” española hasta tiempos recientes: la falta de apoyo
político y económico a proyectos avanzados de I+D, tanto civil como
militar. El Capricornio se consideró demasiado caro, pues desde
1991 a 1998 se habían gastado 5.662 millones de pesetas en el
programa(unos 117 millones de euros actuales, con el IPC
actualizado), estimándose el coste total del primer lanzamiento, que
se pensaba hacer desde la isla de Hierro (islas Canarias) en unos 32
millones de dólares. Pese al interés que Thiokol y alguna otra
empresa estadounidense mostraban tanto en el lanzador orbital
como en el suborbital, la dirección del INTA consideró que el
lanzador no era comercialmente viable y que sus capacidades
estarían mejor aprovechadas con el programa de pequeños satélites
MiniSat, del que finalmente sólo se lanzó uno de los cuatro previstos
(el MiniSat 1 fue lanzado en abril de 1997 desde la base aérea de
Gando, Gran Canaria, con un cohete estadounidense Pegasus XL).

Maqueta del Capricornio en el Museo del Ejército del Aire (Madrid)

No deja de ser reseñable que, en 1998 y en años sucesivos, la


economía española crecía a tasas del 4-5%, así que se puede decir
que si España no dispuso en el albor del nuevo siglo de un lanzador
orbital no fue por motivos económicos sino, simplemente, porque sus
gobernantes no quisieron.
Pero la historia del INTA en relación con vehículos de lanzamiento
orbital no había dicho todavía su última palabra. Porque ahora vamos
a hablar del proyecto PILUM.
 
El lanzador de nanosatélites PILUM

PILUM es el retorcido acrónimo de Proyecto de Investigación de


tecnologías para Lanzador Ubicado en plataforma aérea de Micro y
nano satélites. Se trata de un cohete de combustible sólido de tres
etapas de 5,5 metros de longitud, 0,65 metros de diámetro y 1.500 kg
de peso lanzado desde un cazabombardero F-18 o Eurofigther
Typhoon desde 10.000 metros de altitud a Mach 0,8 con el objetivo
de poner en órbita LEO de 300 km nanosatélites de 10 a 20 kg de
peso que operarían solos o en pequeñas constelaciones y que serían
de utilidad científica o militar (telecomunicaciones, observación de la
tierra, observación astronómica, etc.), si bien PILUM podría portar
cargas mayores, o situarlas a más altitud, usando una configuración
en trimarán con aceleradores adicionales.
Este concepto permite un acceso rápido y barato al espacio, un
acceso “a demanda” de gran interés para centros de investigación y
para las Fuerzas Armadas. Se trata de una propuesta similar, aunque
a menor escala, al cohete aerolanzado estadounidense Pegasus que
enviase al espacio al Minisat 1.
Este proyecto no es una idea reciente, pues en 2002 se presentó en
la Primera Conferencia Aeroespacial Española la comunicación
«Acuario. Un lanzador para nanosatélites», un estudio sobre la
posibilidad de satelizar un nanosatélite de 13 kilos en una órbita polar
de 400 km de altura, donde se mantendría durante un año,
empleando para ello un vehículo alado de combustible sólido de
unos 1.000 kg disparado desde 11.000 metros de altitud sobre las
islas Canarias por un cazabombardero F-18. La propuesta Acuario
también llegó al Congreso Internacional de Astronáutica de 2006 y se
publicó al año siguiente en el Journal of the British Interplanetary, con
la novedad de que la carga útil ascendía hasta los 16,5 kg.
En 2008, partiendo de esta propuesta, el INTA puso en marcha un
estudio de viabilidad sobre un programa de lanzador aeroportado en
colaboración con el Departamento de Tecnologías Especiales
Aplicadas a la Aeronáutica de la Universidad Politécnica de Madrid.
La configuración más adecuada sustituía el F-18 por un caza
Eurofigther Typhoon, lo que permitía elevar la masa total del vehículo
lanzador a 1.500 kg (un peso similar al del misil de crucero Taurus
KEPD 350, en servicio en el Ejército del Aire) y unos motores más
adecuados, con lo que la masa del nanosatélite se elevó a los 22 kg.
También se estudió el lanzamiento desde la bodega de carga de un
Airbus C-295 desde una altura de 9.000 metros, lo que permitía un
vehículo lanzador de 2.300 kg para un satélite de 20 kg.
Diseño preliminar del ACuario/Pilum según un documento de la universidad Politécnica de
Madrid en 2018.

Tras el frenazo que supusieron los recortes prespuestarios en


Defensa e I+D derivados de la crisis financiera de 2008, el proyecto
volvió a despertar interés a partir de 2018. En abril de 2019 la revista
Defensa publicó una entrevista con el teniente general José María
Salom, en ese momento director general del INTA, en la que
manifestaba que el futuro de los satélites se encamina hacia
constelaciones de pequeños ingenios espaciales en LEO que
intercambian información y datos entre sí, resultando más
económicas que los grandes satélites que requieren de lanzadores
mucho más potentes. El responsable del INTA se mostraba
convencido de que las ventajas de las constelaciones o enjambres
satelitales superan a sus inconvenientes, y que su alta tasa de
reposición asegura que podrán incorporarse mejoras tecnológicas de
modo continuo. Salom ponía como ejemplo la constelación de
nanosatélites ANSER diseñada por el INTA. Acto seguido, el teniente
general comentó que el Instituto estaba trabajando, en colaboración
de universidades españolas y de destacadas empresas nacionales,
en:
“(…) un pequeño lanzador disparado desde un avión de combate del
tipo EF-18 o Eurofighter 2000, que debe ser capaz de alojar
nanosatélites de hasta 10 o 20 kg. y colocarlos en órbitas bajas. Lo
hemos denominado Pilum (…) Para nosotros es un proyecto
estratégico de I+D (…) Queremos disponer de capacidad aérea para
colocar un satélite en órbita baja, cuándo y donde se quiera “.
Y así, sin hacer demasiado ruído fuera de los medios especializados,
tenemos al INTA embarcado en la aventura del PILUM, contando con
la financiación del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial
(CDTI) y de la mano de un consorcio industrial formado por
destacadas empresas españolas de ingeniería como Escribano,
Sener y Skylife, mientras se negocia con algunas empresas
europeas para la parte propulsiva, siendo la noruega Nammo AS,
que cuenta con presencia en España, la favorita.
En junio de 2021 el programa PILUM fue presentado oficialmente a
las Ministras de Defensa y de Ciencia y Tecnología, que pudieron
contemplar una maqueta a escala real del lanzador PILUM, y que
también se mostró en la Feria Internacional de Defensa y Seguridad
(FEINDEF) celebrada en Madrid del 3 al 5 de noviembre de 2021.

Maqueta del PILUM en la Feria FEINDEF (2021).


En la página web del INTA se describe el proyecto como:
"(...)un programa dirigido al diseño y desarrollo de un aerolanzador
espacial de micro y nano satélites lanzado desde un avión de caza F-
18. El aerolanzador será liberado de la aeronave a 10.000 metros de
altura, para iniciar las maniobras de ascenso y puesta en una órbita
LEO, de hasta 300 kilómetros de altitud. Pilum se compone de un
aerolanzador alado de cinco metros de longitud y 1.500 kilogramos
de peso al lanzamiento, de combustible sólido o híbrido, capaz de
poner en órbita satélites de 10 a 20 kg, que operarían solos o en
pequeñas constelaciones y serían de utilidad científica y militar."
Así pues, la meta final del programa PILUM trata de cumplir con uno
de los objetivos marcados por el PERTE aeroespacial del que
hablamos anteriormente aunque, como veremos, no es el único
proyecto que busca dotar de capacidad de lanzamiento espacial a
nuestro país. Ni que decir tiene que, como todos los proyectos
aeroespaciales, el programa PILUM afronta los inevitables retrasos,
de forma que si en principio el primer vuelo de prueba estaba
previsto para 2021, ahora lo más probable, si todo marcha como
debe, es que se produzca en algún momento de 2023.
Pero como ya hemos comentado, y veremos a continuación, la
actividad de la industria espacial española va mucho más allá del
INTA.
 
 
 

SATÉLITES AVANZADOS

Desde que el INTASAT fuese puesto en órbita en 1974, mucho han


cambiado las cosas en nuestro país en lo que se refiere a tecnología
satelital. A finales de 2021, según el portal N2YO, que permite
rastrear en tiempo real la posición de cada satélite, España contaba
con 30 satélites en órbita, si bien al menos al menos media docena
ya no están operativos, y esta cifra no va a dejar de crecer en los
próximos años. Entre ellos hay un poco de todo, desde los satélites
geoestacionarios de comunicaciones de la empresa española
HISPASAT (algunos construidos fuera de España y otros con
participación de empresas nacionales) a los gestionados por
HIDESAT (filial de Hispasat con participación de ISDEFE, Airbus
Defence and Space, INDRA y SENER) que se encargan de
telecomunicaciones gubernamentales y militares (satélites XTAR-
EUR y SpainSat, que serán sustituidos por los Spainsat NG I y NG II
no antes de 2023), tareas de observación de la Tierra en el espectro
óptico y rádar 3D (satélites Ingenio -perdido por un fallo en el
lanzador Vega en 2020- y Paz -en órbita desde 2018- y su sucesor el
Paz 2, que será lanzado a finales de esta década). España también
participa en proyectos europeos ccomo los satélites de
reconocimiento HELIOS en colaboracióncon Francia, Italia y Bélgica.

El malogrado INGENIO durante su construcción


El PAZ durante su construcción

Dentro del sector de los satélites de reconocimiento, también


podemos destacar la actividad de la empresa española Deimos
Imaging, fundada en Valladolid en 2007 y que actualmente es una
filial de Elecnor con sedes en el Reino Unido y España y que opera el
Deimos 2, el satélite de observación terrestre multiespectral
comercial más potente de Europa.

Deimos 2

NANOSATÉLITES Y CÁMARAS

Pero donde más empiezan a destacar diversas empresas españolas


es en el terreno de los nano y picosatélites de órbita baja (LEO).
Pero antes de nada, ¿qué es un picosatélite? Bien, aunque la
definición no es del todo fija, un picosatélite (también conocido como
cubesat) es un dispositivo de menos de 1 kg de peso y unas
dimensiones de 10x10x10 cm. Por encima de estas dimensiones y
masas de 1 a 10 kg hablamos de nanosatélites, y cuando el peso se
sitúa entre los 10 y los 100 kg estamos hablando de minisatélites o
microsatélites. Pero lo realmente importante es que el diseño de
estos satélites es modular y flexible, de forma que se pueden juntar
varios módulos de por ejemplo 1 ó 2 kg para formar un aparato de
varios kilos. Por ejemplo, la empresa Alen Space ofrece plataformas
1U, 2U, 3U y 6U (masas de entre 87 gramos y 7,8 kilos) ya
preparadas para integrar la carga útil que seleccione el cliente. Todas
las plataformas incluyen estructura, paneles solares, ordenador de a
bordo, antenas, baterías y sistemas de comunicaciones, energía y
control. Así, el cliente puede configurar el satélite o constelación de
satélites más adecuada a sus necesidades. Esto pequeños satélites
son situados en LEO donde permanecen entre 3 y 5 años.

Nanosatélite de observación "Dove 3" de la empresa estadounidense Planet Labs

No hace tantos años que, en el seno de departamentos de ingenieria


de universidades españolas, alumnos y profesores empezaron a
diseñar y construir pequeños satélites que terminaron lanzando al
espacio aprovechando lanzamientos comerciales y gubernamentales.
Así, tenemos el caso del Xatcobeo un nanosatélite salido de la
Agrupación Estratégica Aeroespacial de la Universidad de Vigo, en
colaboración con el INTA, que fue lanzado por el cohete Vega desde
Kourou en febrero de 2012, actividad que se prolongó en el tiempo
de forma que en 2020 este universidad había enviado al espacio
cinco nanosatélites. De esta experiencia terminaría surgiendo en
2017 una empresa, ALEN SPACE, con sede en Nigrán (Pontevedra)
dedicada al desarrollo en todas las etapas, software y hardware,
diseño y construcción de nanosatélites.
Alen Space y el INTA están trabajando en el proyecto ANSER
(«Advanced Nanosatellites Systems for Earth Observation
Research»), una constelación de tres nanosatélites para vigilar la
calidad de las aguas en los embalses y estudiar el impacto del
cambio climático en la atmósfera, misión para cuyo seguimiento el
INTA también ha escogido en abril de 2022 a la citada compañía
como proveedor de su nueva estación terrestre en el Centro Espacial
de Canarias (CEC) en Maspalomas. Se espera que el lanzamiento
de esta constelación tenga lugar en 2022-23. Pero no va a ser la
única en la que esté implicada la empresa gallega, pues también
están programadas las misiones ANSAT (constelación de
nanosatélites que pretende realizar mediciones de gases
atmosféricos asociados al estudio de calidad del aire, cambio
climático y ozono polar, prevista para 2023) y ANSAR
(implementación de un Sistema de Observación SAR en una
plataforma distribuida).
Uno de los nanosatélites de Alen Space

Otra "start-up" que destaca en el ecosistema del "New Space"


español es la barcelonesa SATELIOT, fundada en 2017, y que
espera contar en un futuro con 100 pequeños satélites para
proporcionar servicio comercial del Internet de las Cosas (IoT) con
cobertura 5G en todo el planeta, siendo su primera unidad puesta en
órbita en marzo de 2021 en un vuelo de un Soyuz 2. Esta empresa
colabora para este proyecto con la ya citada Alen Space y con la
empresa británica OPEN COSMOS, fundada en 2015 por el por el
catalán Rafael Jordá. Tanto Open Cosmos como Alen Space y
Sateliot colaboraron en el desarrollo y construcción del ´nanosatélite
Enxaneta, financiado por la Generalitat de Cataluña y puesto en
órbita en 2021. Al igual que Alen Space, Open Cosmos se dedica a
la fabricación de nanosatélites con capacidad de carga de entre 2 y
12 kilos (plataformas 3U, 6U y 12U) y colabora tanto con la ESA
como con la Agencia Espacial Británica (UKSA). SATELIOT
contempla un plan valorado en 300 millones de euros para desplegar
una constelación de 250 nanosatélites centrados en el "internet de
las cosas" bajo el estándar 5G.
Y como no hay dos sin tres, también podemos citar a la "start-up"
ilicitana EMXYS, surgida en 2007 al calor del Parque Científico de la
Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH) que ya acumula
experiencia en misiones como proveedora de entidades como la
Agencia Espacial Europea (ESA), el Centro Aeroespacial Alemán
(DLR) o la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA).
Esta empresa ha presentado la iniciativa SmallSats para construir en
Helche una fábrica de de minisatélites capaz de ensamblar hasta 100
unidades al año y suministrar a empresas de telecomunicaciones,
operadores aeroespaciales o agencias estatales que quieran situar
uno de estos aparatos en la órbita exterior del planeta Tierra,
proyecto que quiere financiar con los fondos europeos de
reconstrucción Next Generation y que tendría un coste de unos 74
millones de euros.
SATLANTIS es otra compañía del "New Space" español que está
destacando a nivel internacional. Fundada en 2013 en el Innovation
Hub de la Universidad de Florida (EEUU) de la mano de los
españoles Rafael Guzmán, Cristina Garmendia y Juan Tomás
Hernani, al año siguiente establecieron el cuartel general y el centro
técnico en Bilbao, en el Parque Científico de la Universidad del Pais
Vasco. SATLANTIS es una compañía que desarrolla cargas útiles
ópticas de altas prestaciones para misiones de observación de la
Tierra, y que es líder global de cámaras para pequeños satélites. La
compañía cuenta actualmente en su accionariado con Enagás, CDTI,
ORZA, ICO, Sepides, Diputación Foral de Bizkaia, SILO, Gobierno
Vasco y la Universidad de Florida. Mantiene acuerdos de
colaboración con la NASA, la ESA y con instituciones científicas
como el CDTI e importantes empresas españolas.
Cámara multiespectral iSIM-70

En 2020 SATLANTIS envió a la ISS en un vuelo de la JAXA su


cámara iSIM-70, instrumento que tiene una resolución por pixel
inferior a un metro desde 500 km de altura sobre un área de 7,5 km y
una masa de 15 kg, estando diseñada para su uso en minisatélites
de menos de 100 kg. En la siguiente imagen podemos ver una toma
de la iSIM-70 sobre Huelva (España) desde la ISS:
La compañía ha desarrollado nuevos instrumentos, como como la cámara multiespectral iSIM-90,
desarrollada para la NASA y el Departamento de Defensa de EEUU, y se usará también a bordo del
nanosatélite URDANETA, que Satlantis envió a LEO en mayo de 2022 a bordo de un Falcon 9 con el
objetivo de tomar imágenes del territorio español (y en especial del País Vasco) una vez al día. Esta
cámara tiene una resolución por pixel de menos de 2m desde LEO a 500 km sobre un área de 13 km y
uns masa inferior a los 6 kg, lo que la hace idonea para nanosatélites 16U (es decir, formados por 16
unidades cubesat de entre 1 y 1,3 kg, esto es, entre 16 y 20 kilos).
Nanoatélite Urdaneta

Satlantis también aportará la misma cámara a la misión MANTIS


(Mission and Agile Nanosatellite for Terrestrial Imagery Services),
una misión de la ESA y la UKSA, y otra variante de esta cámara
(iSIM-90 VNIR-SWIR) irá a bordo de la misión precursora GEI-SAT, el
primer paso para la constelación de nanosatélites 3/90-ECO,
dedicada a la detección de emisiones de metano y cuantificación de
depósitos de petróleo y gas, por cuenta de ENAGAS.
Como vemos, si algo abunda en la industria aeroespacial española
son propuestas y proyectos relativos a nanosatélites. Ahora bien,
todos estos programas necesitan de un sistema de lanzamiento que
los ponga en el espacio. Cierto es que siempre pueden aprovecharse
lanzamientos comerciales o gubernamentales con agencias como la
ESA o empresas como SpaceX. Pero siempre es recomendable
tener cierta autonomía a la hora de enviar este tipo de cargas al
espacio. Ya hemos visto el programa PILUM del INTA para un
lanzador de nanosatélites aerotransportado. Veamos ahora qué otras
iniciativas hay en España al respecto.
 
 
 

PLDSPACE

PDLSpace es una empresa ilicitana surgida en 2011 Universidad


Miguel Hernández de Elche a partir del trabajo y del empeño de un
grupo de jóvenes ingenieros encabezado por Raúl Torres y Raúl
Verdú. Apoyada en una inteligente campaña en las redes sociales y
gracias a un ingente esfuerzo en la promoción de la compañía y en la
captación de fondos privados y públicos en diversas rondas de
financiación, se ha convertido en la "start-up" aeroespacial más
conocida del país.
¿Su objetivo? Simple: desarrollar, probar y comercializar un cohete
de combustible líquido (bautizado antes como ARION y desde 2018
como MIURA 5) capaz de poner hasta un màximo de 900 kilogramos
de carga útil en LEO ecuatorial y 450 kg en SSO de 500 km.
La primera fase del proyecto pasa por el desarrollo y lanzamiento de
un cohete suborbital reutilizable (antes ARION 1 y ahora MIURA 1)
de 12,7 metros de altura y 2.550 kilos de peso que puede enviar
cargas de 100 kg a 150 km de altura, cuya finalidad principal es
servir de prototipo tecnológico del lanzador orbital. Si todo marcha
conforme a lo previsto, el primer vuelo del MIURA 1 tendrá lugar a
finales de 2022 desde el polígono de pruebas del INTA en El
Arenosillo (Huelva) y el primer lanzamiento del MIURA 5 en 2024
desde Kourou (Guayana francesa). El MIURA 5 será un lanzador de
dos etapas, 27 metros de altura, un diámetro de 1,6 metros y 32
toneladas de peso, propulsado en su primera etapa por 5 motores
TEPREL de propulsión líquida de queroseno y oxígeno líquidos
desarrollados por la propia PLDSpace que le proporcionarán un
empuje de 41.600 kilos. La segunda etapa irá propulsada por un
único motor del mismo tipo.
Especial importancia para el proyecto han tenido los contratos
firmados con el CDTI (Centro para el Desarrollo Tecnológico e
Industrial, dependiente del Gobierno central), la Comisión Europea
(programa SMILE o Small Innovative Launcher for Europe) y la
agencia espacial alemana (DLR). La ESA también seleccionó a esta
innovadora empresa como contratista principal del proyecto LPSR
(Liquid Propulsion Stage Recovery), parte del Programa Preparatorio
de Futuros Lanzadores (FLPP) de la Agencia, cuyo objetivo es
estudiar estrategias de recuperación y reutilización de la primera
etapa de un lanzador.
Una aportación clave para la solvencia tecnológica y financiera de
PLDSpace tuvo lugar en 2017 cuando GMV –empresa española
especializada en aeronáutica, navegación espacial, defensa,
telecomunicaciones y soluciones informáticas para diversos campos–
no solo ha aportado fondos, sino que ha asumido el desarrollo de la
aviónica y telemetría de los MIURA 1 y MIURA 5. PLDSpace también
ha conseguido el apoyo financiero de JME Venture Capital el del
grupo ALZIS y de Aciturri.
En cuanto dispuso del suficiente apoyo financiero, PLDSpace
empezó a construir la infraestructura necesaria para acometer el
proyecto. Si bien su cuartel general está en Elche, las instalaciones
técnicas para desarrollo y pruebas de motores de combustible líquido
están en el complejo aeroportuario de Teruel, donde desarrolla desde
2015 las pruebas de los motores TEPREL (Spanish Reusable
Propulsion Technologies for Launchers).
Instalaciones de PLDSpace en Teruel

Banco de pruebas de PLDSpace para motores líquidos en Teruel

El primer motor cohete de queroseno y oxígeno líquido probado en


2015 fue el TEPREL-DEMO, capaz de producir un empuje de 28 kN
(kilonewtons), es decir, 2.855 kilos. A partir de esta experiencia, en
2017 se probó el TEPREL-A, una versión mejorada del anterior
capaz de producir 3.263 kilos de empuje. El siguiente motor en ser
desarrollado ha sido el TEPREL-B, la primera versión de vuelo que
equipa al MIURA 1.
Comparación de los Miura 1 y Miura 5

Si el primer lanzamiento del MIURA 1 se desarrolla sin problemas,


sus servicios serán ofertados a empresas e instituciones académicas
y científicas que necesiten disponer de unos minutos de ingravidez
para desarrollar sus experimentos. Pero sobre todo abrirá el camino
al MIURA 5, que compartirá un 70% de componentes con el MIURA
1. También está previsto que la primera etapa del MIURA 5 sea
recuperable mediante paracaídas para una posterior reutilización.
Con este objetivo en mente, en abril de 2019 se completó con éxito
en El Arenosillo la primera prueba de caída (“drop test”) con un
demostrador de la primera etapa del cohete orbital Miura 5. Para
realizar esta prueba se contó con la colaboración del Batallón de
Helicópteros de Transporte nº 5 (BHELTRA 5) de las FAMET
(Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra (FAMET). Durante el
ensayo, un helicóptero pesado CH-47D elevó hasta los 5.000 metros
de altitud un modelo de la primera fase del cohete, que luego fue
soltado, desplegándose el paracaídas piloto que, a los 3.000 metros,
permitió la apertura del paracaídas principal, recuperándose después
el demostrador en el mar. El sistema de paracaídas ha sido diseñado
y fabricado por la empresa Airborne Systems North America, una de
las más experimentadas del mundo en este campo y que ha
trabajado para la NASA.
Una de las ideas que acarician los responsables de PLDSpace es
usar el Miura-5 para enviar una minisonda a la órbita lunar a
mediados de la próxima década. Pero mientras tanto aspiran a
hacerse con un pedazo del creciente pastel de minisatélites, un
mercado que se mide en miles o decenas de miles de unidades.

Personal de PLDSpace junto al Miura 1

De momento los planes de PLDSpace marchan según lo previsto y


ya se ha cerrado un contrato con el Centro Alemán de Tecnología
Espacial Aplicada y Microgravedad (ZARM) para una carga científica
en el primer vuelo de prueba del Miura 1. A mediados de 2022,
PLDSpace está realizando ensayos estáticos del primer ejemplar de
vuelo del Miura 1 en su cuartel general de Teruel
 
 
 
CELESTIA AEROSPACE

Fundada en Barcelona en 2014, la propuesta de Celestia


Aerospace es similar a la del INTA y el proyecto PILUM: lanzar
nanosatélites desde una plataforma aérea, en concreto desde un
caza ex-soviético Mig-29.

Celestia Areospace
En efecto, Celestia usaría para sus propósitos un caza MiG-29UB
(biplaza de entrenamiento) desmilitarizado, bautizado como Archer,
para poder disparar desde 20 km de altura un misil, también
desmilitarizado, denominado Space Arrow, que podría portar
nanosatélites de hasta 16 kg. El avión llevaría dos de estos misiles,
con lo que en cada misión podría situar hasta 32 kg de carga útil en
LEO de hasta 600 km. Al conjunto Archer+Space Arrow se le conoce
como Sagittarius Airborne Launch System. Recientemente, la
compañía anunció el éxito de una ronda de financiación de 100
millones de euros con inversiores europeos, americanos y de países
árabes. De momento, la empresa tiene apalabrados al menos un
MiG-29UB con una compañía estadounidense, si bien la intención es
adquirir también dos Mig-29A para canibalización de peiezas y un
Aero L-39 Albatros como avión se seguimiento. Celestia también ha
mantenido conversaciones con la AESA (Agencia Española de
Seguridad Aérea) y con el Ejército del Aire, esperando poder
empezar la campaña de vuelos de prueba antes de que termine
2022. La compañía, asimismo, pretende construir sus propios
nanosatélites.
 
 
 

ZERO2INFINITY

Zero2Infinity, fundada en 2009 por el ingeniero aeronáutico José


Mariano López-Urdiales y cuya sede está en Cerdanyola del Vallès
(Barcelona), tiene por objetivo diseñar y operar globos de helio de
gran altitud para proporcionar acceso al espacio cercano para
actividades turísticas y a la órbita terrestre baja (600 kilómetros) para
pequeños satélites de hasta 75 kilogramos usando un lanzador
toroidal (el Bloostar) acoplado al globo que es disparado desde una
altitud de 30 kilómetros.
Zero2Infinity argumenta que su exótico sistema de lanzamiento tiene
un impacto significativamente menor en el medio ambiente, una
ventaja sobre los sistemas convencionales. En marzo de 2017, Zero
2 Infinity lanzó un prototipo Bloostar desde un globo que, lanzado
desde un barco en el Golfo de Cádiz, alcanzó los 25 km de altura. La
prueba fue un éxito, aunque hasta la fecha no se han hecho públicos
nuevos avances al respecto ni hay fecha alguna prevista para un
primer vuelo a órbita.

Lanzador Bloostar

Los globos de alta altitud de la compañía también pueden ser


utilizados para el turismo, para lo que se ha estado diseñando una
cápsula (bautizada como Bloon) de gran altitud para realizar vuelos
tripulados cerca del espacio (a 36 kilómetros de altura) y un sistema
de paracaídas dirigible para regresar de forma autónoma a la Tierra.
Desde 2009 la compañía ha probado capsulas Bloon no tripuladas
de distintos tamaños, alcanzando altitudes de 33 kilómetros.

Las primeras pruebas del prototipo de la cápsula tripulada a tamaño


real han sido realizadas en enero de 2017. La empresa asegura que
cada vuelo turístico costaría unos 110.000 euros.
 
 
 
 

PANGEA AEROSPACE
Pangea Aerospace es una compañía con sede en Barcelona y
Tolouse (Francia), fundada en 2018 e integrada por profesionales de
10 nacionalidades, que pretende desarrollar un motor aerospike
toroidal funcional que propulsará al minilanzador reutilizable Meso,
capaz de enviar hasta 400 kg a LEO usando para ello el motor
aerospike Arcos.

El prototipo DemoP1 funcionando en octubre de 2021

Los motores aerospike se llevan investigando desde los años 60 y


son una tecnlogía de motor cohete que mantiene su eficiencia
aerodinámica a lo largo de un gran rango de altitudes mediante el
uso de una tobera especialmente diseñada y que permite gastar un
25 a 30% menos combustible a bajas altitudes, donde la mayoría de
las misiones tienen mayor necesidad de empuje. Sin embargo,
aunque problemas derivados de las altas temperuras de
funcionamiento y del peso han frenado este tipo de motores, Pangea
se ha propuesto poner uno en servicio. Para ello ha realizado las
correspondientes rondas de financiación (contando además con el
apoyo del CDTI, de la ESA y del CNES) y en octubre de 2021 probó
el primer prototipo de motor aerospike alimentado por metano y
oxígeno líquido (DemoP1), siendo además el primer motor de este
tipo construido con técnicas de impresón 3D. El prototipo consiguió
un empuje de 2 toneladas (20 Kn).

El prototipo DemoP1 funcionando en octubre de 2021

 
Como hemos podido comprobar en este capítulo, el sector
aeroespacial español goza de un inusitado dinamismo inimaginable
hace una o dos décadas. No hemos sido exhaustivos, pues hay
muchas más compañías "start-up" que están luchando por hacerse
un hueco en el sector del "New Space" español, como la
castellonense ARKADIA SPACE, fundada en 2021 por ex-
empleados de PLDSpace para desarrollar motores espaciales
"verdes" y que recientemente ha llamado la atención de
ArianeGroup; EARTHPULSE, que propone un modelo de negocio
basado en la explotación de datos satelitales; FOSSA SYSTEMS,
que desarrolla plataformas picosatelitales, cuya masa es inferior a un
1 kg y que siguen el estándar de diseño PocketQube (5x5x5cm) con
los que brindan comunicaciones IoT dedicadas y seguras a
empresas y redes de defensa, con activos en ubicaciones remotas
donde no hay conectividad móvil, algo similar a lo que propone la
compañía HYDRA SPACE, una compañía con sede en Madrid;
KREIOS SPACE, por su parte, apuesta por desarrollar un sistema de
propulsión eléctrica para satélites denominada ABEP (Air-Breathing
Electric Propulsion) que permite a los satélites orbitar más cerca de
la Tierra sin usar combustible. Y, en el ámbito de l propulsión
espacial, no podemos dejar de citar a la empresa madrileña IENAI
SPACE, que está desarrollando motores iónicos para nanosatélites y
cyos dos primeros demostradores tecnológicos fueron lanzados al
espacio en octubre de 2022.
Como vemos, en nuestro país se plantean ahora propuestas de todo
tipo, sin complejos, desde satélites a sensores, pasando por
lanzadores y motores de última tecnología. Es evidente que no todas
estas iniciativas van a prosperar o a consolidarse, pero lo importante
es que están ahí, y de los errores y fracasos se aprende tanto como
de los aciertos y éxitos. Será interesante ver dentro de un lustro o
una década cómo ha evolucionado este sector. A día de hoy, su
progresión es innegable pues, como se informó en el seminario
«Oportunidades competitivas para el New Space español:
Tecnología,impacto y sociedad», organizado en el verano de 2022
por la compañía Satlantis en colaboración con la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander, este nuevo
sector aeroespacial ha crecido nada menos que un 30% respecto de
años anteriores.
EL CAMINO A LAS ESTRELLAS
 
Aunque siempre se tuvo la certeza de que así era, hoy sabemos que
nuestro sistema planetario no es el único que existe en la galaxia.
Gracias a las modernas técnicas de detección astronómica, a
mediados de 2022 tenemos constancia de la existencia de más de
5.000 planetas orbitando en torno a otras estrellas. Esa cifra incluye
mundos pequeños y rocosos como la Tierra, gigantes gaseosos
mayores que Júpiter y “planetas Júpiter calientes” en órbitas
abrasadoramente cercanas alrededor de sus soles. También hay
"Super Tierras”, que son mundos rocosos más grandes que el
nuestro, y “Mini Neptunos”, que son versiones más pequeñas del
planeta Neptuno de nuestro sistema. También se encuentran en
esta mezcla planetas que orbitan alrededor de dos estrellas a la vez
y planetas que giran obstinadamente alrededor de los restos
colapsados de estrellas muertas.
El exoplaneta más cercano a nosotros fue descubierto en 2016 por
el Observatorio Europeo Austral orbitando en la zona de
habitabilidad de la enana roja Próxima Centauri, a sólo 4,24 años-
luz de distancia. Algunas estimaciones sitúan la probabilidad de
encontrar un planeta similar a la Tierra alrededor de las compañeras
de Próxima, las estrellas Alfa Centauri A o B, en aproximadamente
el 85%.
Es pues muy probable que en ese sistema estelar triple existan
otros cuerpos planetarios de interés, como ocurre en el sistema
estelar Gliese 667, que está formado por tres enanas rojas a 22
años luz de la Tierra. En torno a Gliese C existen al menos tres
planetas. Uno de ellos, que recibe el poco evocador nombre de
Gliese 667Cc, posee una masa 5,24 veces mayor que la de la Tierra
y su radio equivale a 1,99 radios terrestres, resultando de esto una
gravedad de 1,32g. Su temperatura media se calcula en torno a los
28 grados centígrados, por lo que podría tener agua líquida en su
superficie.
Pero quizás el planeta más parecido a la Tierra y con posibilidades
de albergar vida sea Kepler 69c, descubierto en enero de 2013.
Orbita junto a otros dos planetas una estrella (Kepler 69) de la
constelación de Cygnus similar al Sol situada a 2.700 años luz de
nuestro sistema y tiene un radio 1,7 veces mayor que el terrestre.
Situado en la zona de habitabilidad, se estima que la temperatura de
su superficie puede estar entre los 7º y los 26º, aunque otros
estudios apuntan a unas condiciones más cercanas a las de Venus
que a las de la Tierra, ya que orbita a 112 millones de kilómetros de
su estrella y su año dura 242 días.
Algo más cerca, a 600 años luz de distancia, está el exoplaneta
Kepler 22b, orbitando en la zona habitable que existe alrededor de
Kepler 22, una estrella de tipo G (el Sol es una G2). El planeta es
casi dos veces mayor que la Tierra, pero todavía no sabemos si es
una super-Tierra o un mini-Neptuno. Si fuese un planeta rocoso con
una atmósfera similar a la terrestre, y dadas la distancia a su estrella
central (un 15% menor que la de la Tierra al Sol) y la luminosidad de
esta (un 25% menor), su temperatura estaría entre los 22 y los 27
grados centígrados, siendo su gravedad superficial de 2,4g.
Según un estudio publicado en 2012 por la Universidad de
Copenhague (Dinamarca), a partir de un trabajo de investigación de
seis años de duración (2002-2007) del Instituto Niels Bohr, con
telescopios instalados en Chile y Nueva Zelanda en el que fueron
analizadas 500 estrellas con técnicas de alta resolución, los
sistemas planetarios serían más la regla que la excepción en
nuestra galaxia, estimándose por técnicas estadísticas que, de los
cien mil millones de estrellas de la Vía Láctea, alrededor de diez mil
millones tendrían planetas dentro de la llamada “zona de
habitabilidad”.
Así pues, las probabilidades de que en las próximas décadas y
siglos se detecten exoplanetas similares a la Tierra, o incluso
gemelos, están aumentando a gran velocidad. Los nuevos
telescopios espaciales y los gigantes basados en Tierra van a tener
mucho trabajo en el futuro. Con el paso del tiempo y el avance de la
tecnología, no sólo seremos capaces de descubrirlos, sino incluso
de analizar sus atmósferas y de señalar aquéllos que sean
potencialmente habitables para formas de vida similares a la
nuestra.
Pero llegará un momento en el que la Humanidad sepa todo lo que
sea posible averiguar sobre esos mundos desde la distancia. Y
entonces habrá que plantearse el siguiente paso.
 

¿Podremos visitar alguno de esos sistemas solares?

Quizás sí. Pero no será sencillo ni barato. Y tendremos que


armarnos de paciencia, pues el viaje durará muchos años. Además,
es seguro que los primeros viajeros no serán humanos sino robots.
Lo primero que hay que considerar a la hora de hablar de viajes
interestelares es la magnitud de las distancias implicadas. El
sistema de Alfa Centauri está a sólo 4,37 años-luz, pero ese “sólo”
son casi cuarenta y cuatro billones (es decir, cuarenta y cuatro
millones de millones) de kilómetros. O lo que es lo mismo, la estrella
más cercana está a 263.000 U.A. (Unidades Astronómicas) de
nuestro Sol (293.000 veces la distancia que separa la Tierra del
Sol). Impresionante, ¿verdad?
No hace falta ser un ingeniero de la NASA para darse cuenta de que
estamos hablando de distancias inimaginables, y que para poder
hacer el viaje en un período de tiempo más o menos razonable
debemos ir muy pero que muy deprisa. Esto, para los héroes de las
películas de ciencia-ficción, no suele suponer mayor problema: uno
se mete en la nave espacial, pulsa un par de botones, salta al
hiperespacio a una velocidad varias veces superior a la de la luz (la
máxima velocidad posible, 299.792,458 kilómetros por segundo) y
llegan a su destino justo a tiempo para salvar a la chica de las
zarpas del baboso monstruo extraterrestre de turno.
Pero como de momento no sabemos cómo viajar por el hiperespacio
(suponiendo que exista), ni cómo hacer que una nave pase de cero
a la velocidad de la luz de forma instantánea, debemos
conformarnos con métodos más cercanos a nuestras capacidades
científicas y tecnológicas, si bien llevadas al límite o incluso un poco
más allá. Desde luego es una pena, porque si pudiéramos acelerar
sin problemas un vehículo espacial hasta un 85% o un 90% de la
velocidad de la luz, la tripulación podría beneficiarse de los efectos
de la dilatación del tiempo predicha por la teoría especial de la
relatividad de Einstein (y comprobada experimentalmente en
multitud de ocasiones), de forma tal que –al 90%–, un viaje a otro
sistema solar distante 13 años-luz duraría “sólo” 5 años para los
tripulantes. Claro que, ya puestos, si se acelerase hasta el 99,5% de
la velocidad de la luz, esos 13 años se verían reducidos, dentro de
la nave, a quince meses y medio. Otra cuestión sería cómo defender
al vehículo de los encontronazos con partículas a velocidades
relativistas, aunque siempre nos quedarían alternativas como los
agujeros de gusano o los sistemas de propulsión “warp drive” como
el propuesto por Miguel Alcubierre.
Bueno, dejemos de soñar y vamos a lo concreto.
 

¿Cuál es la nave espacial más rápida construida hasta la fecha?

Aunque más de uno contestaría que serían las sondas Voyager, en


realidad, hasta hoy el record de velocidad absoluto alrededor del Sol
de un vehículo de fabricación humana corresponde a la sonda solar
estadounidense Parker, que en noviembre de 2018 alcanzó los
95,33 km/s, es decir, 343.190 kilómetros/hora. Hasta ese momento,
el record estaba en posesión de las sondas alemanas Helios A y B
en abril de 1976; esta última, en su perihelio (punto más cercano al
Sol en su órbita) alcanzó una velocidad de 70,4 km/s, que es lo
mismo que decir 252.900 km/h. En cuanto al vehículo más veloz en
abandonar la Tierra, el record está en manos de la sonda New
Horizons, que en enero de 2006 emprendió su camino hacia Plutón
a 45 km/s con respecto al Sol y 16 km/s respecto a la Tierra
(162.000 km/h y 57.600 km/h, respectivamente).
Moverse a 95,33 km/s es moverse realmente deprisa. Cuando
dentro de unas pocas décadas seamos capaces de construir naves
interplanetarias (tripuladas o no) que, gracias a nuevos sistemas de
propulsión actualmente en estudio, puedan alcanzar una velocidad
media como esa, la Luna estará a una hora de viaje desde la órbita
de la Tierra, llegar a Marte será cosa de algo menos de un mes y las
naves-robot que irán a buscar muestras de hielo a la luna Europa
cubrirán la distancia Tierra-Júpiter en sólo dos meses y medio.
Pero a la velocidad en el perihelio de las sondas alemanas Helios,
una nave tardaría en llegar al sistema de Alfa Centauri nada menos
que… ¡18.000 años! Sí, han leído bien: dieciocho mil años.
Otro ejemplo nos lo ofrece la sonda Voyager I que, lanzada en 1977,
se encontraba en junio de 2019 a 145 Unidades Astronómicas (UA)
del Sol, es decir, a unos 21.700 millones de kilómetros. Desde que
en agosto de 2012 abandonó oficialmente el Sistema Solar se ha
convertido en el primer vehículo humano que se interna en el
espacio interestelar y en el que más lejos ha llegado. Y para ello ha
necesitado 36 años de viaje.
Así pues, para enfrentarnos con ciertas garantías de éxito a las
inmensas distancias de los abismos interestelares, debemos ir
deprisa, muchísimo más deprisa que la sonda Parker o la New
Horizons.
 

¿Qué velocidad mínima debemos alcanzar para hacer viable


una misión robótica interestelar?

Bienvenidos al año 2113. Tras sobrevivir a una docena de nuevas


crisis económicas y financieras, a varios desastres naturales de
dimensiones continentales, a dos docenas de conflictos bélicos
regionales de media y alta intensidad, y a un siglo y medio de
festivales de Eurovisión, la Humanidad ha encontrado por fin cierto
equilibrio y paz globales. Con el mundo más o menos ordenado y
con el Sistema Solar en vías de colonización y explotación, los
científicos e ingenieros espaciales convencen a los políticos de lo
interesante y políticamente rentable que para ellos sería fijar la vista
en las estrellas.
A lo largo del siglo XXI los astrónomos han descubierto decenas de
miles de exoplanetas. Incluso han podido detectar varios que
podrían ser catalogados como “gemelos” de la Tierra. El más
cercano sigue siendo el descubierto en un ya lejano año de 2016
alrededor de la enana roja Próxima Centauri, a 4,24 años-luz, un
mundo que el Observatorio Exoplanetario Lunar Chino ha
confirmado que es de tipo rocoso, que está dotado de atmósfera y
cubierto por océanos. Además, en el sistema de Alfa Centauri, se
han descubierto otros interesantes cuerpos planetarios, así que los
científicos quieren echar una primera ojeada detallada a esos
mundos prometedores que orbitan en delicado equilibrio gravitatorio
alrededor de nuestras tres estrellas vecinas con una misión de
sobrevuelo (flyby) efectuada una pequeña sonda-robot atestada de
nanosensores y microcámaras. Lo ideal sería poder recibir las
primeras imágenes y datos desde nuestro sistema vecino en un
tiempo razonable, no superior a la esperanza de vida restante de los
planificadores de la misión y de una parte considerable de los
sufridos contribuyentes.
¿Qué tal un cuarto de siglo? Una misión de veinte o veinticinco años
de duración sería asumible, pues si los científicos y técnicos
implicados estuvieran en la treintena en el momento del lanzamiento
podrían recoger los frutos de su trabajo antes de jubilarse. Y los
niños de primaria que contemplasen embelesados la partida de la
nave en sus televisores (o en sus proyectores holográficos, o lo que
sea que se emplee en el 2113 para ver seriales y realitys), podrían
enseñarle un par de décadas más tarde a sus hijos –que por
entonces también estarán en primaria– las imágenes recién
recibidas. Al fin y al cabo, quien esto escribe estaba en 1987 en la
universidad y disfrutaba de películas como Los intocables de Eliot
Ness y Robocop.
De acuerdo, ya sabemos cuánto tiempo estamos dispuestos a
esperar. ¿Cómo se traduce eso en términos de velocidad?
Fácil: para recorrer cuarenta y cuatro billones de kilómetros en, por
ejemplo, veintitrés años tenemos que alcanzar una velocidad de...
218.234.483 km/h. O lo que es lo mismo, 60.600 km/s. Sesenta mil
seiscientos kilómetros por segundo. Redondeando, el 20% de la
velocidad de la luz. Nuestra nave tendría que ir 585 veces más
rápido que la sonda Parker.
¿Y cómo hacemos para acelerar nuestra nave al 20% de la
velocidad de la luz?
Como ya vimos en uno de los primeros capítulos, con los actuales
sistemas de propulsión química, e incluso con los motores nucleares
térmicos de fisión, es imposible plantearse una misión interestelar
de alta velocidad porque la razón de masas se vuelve simplemente
absurda.
¿Qué tal un sistema de propulsión iónico? En pruebas
experimentales se han logrado impulsos específicos de 10.000
segundos, pero ello sólo nos permitiría alcanzar una velocidad del
1% de la velocidad de la luz, lo que es a todas luces insuficiente.
Tampoco nos van a servir los motores de plasma VASIMR en caso
de que alguna vez funcionaran. Una nave propulsada por el mejor
de estos motores tardaría algo más de 2.000 años en llegar a su
destino.
Si queremos enviar una sonda al sistema solar más cercano en el
tiempo propuesto, debemos encontrar un sistema de propulsión que
combine un empuje aceptable con una alta velocidad de escape. Y
no sólo eso: la eficiencia energética óptima en propulsión espacial
se da cuando la velocidad de escape del motor es igual a 0,63
veces la velocidad de misión, lo que sitúa la razón de masas del
vehículo en 4,92 (a efectos de simplificar los cálculos, lo
redondeamos a 5).
Así pues, para una misión de sobrevuelo de los mundos de Alfa
Centauri, con una velocidad de misión del 20% de la velocidad de la
luz (0,2c), la velocidad de escape del propulsor debería ser de un
12,6% de la velocidad de la luz (es decir, 37.773,85 km/s), con un
impulso específico de 3,8 millones de segundos.
 

Fusión nuclear y antimateria

En el capítulo dedicado a los sistemas avanzados de propulsión


hablamos del proyecto Orión, concebido en los 50 y 60 para
propulsar con explosiones nucleares (o motor nuclear pulsante)
grandes naves interplanetarias. Si bien ese concepto sería más
adecuado para la exploración y colonización del Sistema Solar, para
misiones interestelares resulta insuficiente, pues la razón de masas
sería también altísima, ya que la velocidad de escape del plasma
generado por las detonaciones sólo alcanzaría los 20-30 km/s.
En el mismo capítulo vimos que existía una variante más sofisticada,
elegante y eficiente de propulsión pulsante, esta vez basada en la
fusión nuclear, el proyecto Dedalus, en el que se haría reaccionar
deuterio y helio. La idea era la de enviar a un sistema solar cercano
una carga útil de 450 toneladas en una misión de sobrevuelo a una
velocidad máxima del 12% de la de la luz. Pero para ello haría falta
una nave de dos fases de 190 metros de largo que quemaría nada
menos que 50.000 toneladas de combustible nuclear (que habría
que extraer de la atmósfera de Júpiter) durante cuatro años para
llegar al 12% de la velocidad de la luz. Como idea no está mal, pero
queremos más potencia para viajar más rápido y la velocidad de
escape de las toberas del Daedalus (10.600 km/s) no nos lo permite.
¿Y la antimateria?
La reacción materia-antimateria es 1.000 veces más poderosa que
la fisión nuclear y 300 veces más potente que la reacción de fusión.
Un cohete de antimateria bien diseñado y que solventase ciertos
problemillas relativos a la seguridad podría servir para nuestros
propósitos ya que con 72 kilogramos de antimateria y 4.000 kilos de
masa de reacción podríamos acelerar una sonda de una tonelada
hasta un 20% de la velocidad de la luz. ¡Estupendo!
Pero hay un problema, y no tiene nada que ver con la radiación y la
ingeniería, sino con el dinero. Fabricar 72 kilogramos de antimateria,
haciéndolo en los aceleradores disponibles hoy en día, costaría
unos 900 billones (millones de millones) de dólares, es decir, 10,3
veces el total del PIB mundial en 2019 (estimado en 87 billones de
dólares, según datos del FMI). Demasiado caro, ¿no?
Incluso aunque se construyesen generadores de antimateria
optimizados al máximo y el precio por miligramo bajase a 5.000
dólares, el coste sería altísimo: 5.000 millones de dólares por kilo.
Es decir, que los 72 kilogramos saldrían por 360.000 millones de
dólares (más o menos el PIB nominal de Filipinas en 2019, según
datos del FMI). Aunque la riqueza mundial siga aumentando a lo
largo del siglo XXI, el coste sigue pareciendo excesivo.
Y todo esto sin plantearnos siquiera realizar una maniobra de
frenado para poder estudiar con más calma nuestro sistema solar
vecino, pues en ese caso precisaríamos de un vehículo de dos
fases que portaría 350 kilogramos de antimateria lo que, al precio
por kilo visto en el párrafo anterior, nos dejaría la factura en unos
1,75 billones (millones de millones) de dólares, que es más o menos
el PIB nominal de Canadá en 2019.
Definitivamente, estas cifras se nos salen del presupuesto. Ni
siquiera construyendo aceleradores en el espacio alimentados por
energía solar parece que el coste vaya a bajar mucho, pues
construir cosas en órbita terrestre (y no digamos ya en otros puntos
del Sistema Solar) no es precisamente barato.
¿Acaso no hay alguna alternativa más económica? Pues sí, la hay.
Los ingenieros aeroespaciales y los físicos suelen tener respuesta
para todo.
 

Los veleros interestelares

La alternativa más razonable para enviar sondas interestelares en


tiempos medianamente aceptables es la vela interestelar.
Como ya vimos en el capítulo dedicado a la propulsión, las velas
solares podrían permitir el envío de pequeñas o medianas cargas a
todo lo largo del Sistema Solar sin gastar apenas combustible.
Según diversos estudios, la aceleración de una vela solar es del
orden de 1mm/s2, lo que permitiría a un vehículo alcanzar los 30
km/s al cabo de un año. Un reciente estudio de la ESA concluyó que
veleros solares con velas más grandes y ligeras (de 1 a 5 g/m2)
podrían conseguir aceleraciones de entre 1 y 3 mm/s2, alcanzando
velocidades finales de 100 km/s o incluso superiores. Otra estrategia
es la de acercar lo más posible la vela al Sol, y de este modo
obtener velocidades de unos 200 km/s.
Pero para viajar a las estrellas es preciso mucha más velocidad, lo
que significa mucha más energía, y por ello se ha propuesto
emplear gigantescos proyectores-láser espaciales alimentados por
descomunales paneles de energía solar para propulsar velas
fotónicas, aunque ello requeriría de grandes avances en ingeniería y
materiales. Según cálculos presentados por Geoffrey A. Landis, de
la NASA a la Conference on Practical Robotic Interstellar Flight de
1994, para enviar una nave de 1.970 kilogramos (con 270
kilogramos de carga útil) a nuestras estrellas vecinas a una
velocidad del 20% de la de la luz, sería precisa una vela de 1,7
kilómetros de diámetro y una lente focalizadora para el láser de
1.000 kilómetros de diámetro. La potencia del láser debería ser de
65 GW por año, durante un total de tres años. Si se combinase la
propulsión láser con un sistema de propulsión eléctrica, los
requerimientos de potencia del láser bajarían a 46,3 GW durante
tres años. Con algunas mejoras podría ser posible reducir el tamaño
de la lente a 820 kilómetros de diámetro y los requerimientos de
energía del láser a 38 GW.
Como vemos, esta opción se presenta como factible, pero muy
compleja y necesitada de grandes avances en ingeniería espacial.
Pero la de la vela fotónica láser no es la única opción en este
campo. En 1985 el físico Robert L. Forward presentó una
innovadora propuesta (Starwisp) que pasaría por usar una “vela”
formada por una malla de hilos de aluminio (más tarde sustituido por
carbono) de 16 gramos de peso y un centenar de metros de
diámetro con una carga útil de cuatro gramos sobre la que se harían
rebotar las microondas enviadas por láser de 50 gigavatios que
aceleraría la sonda hasta el 20% de la velocidad de la luz (60.000
km/s). El tiempo de vuelo hasta Alfa Centauri sería de una veintena
de años.
Esta propuesta fue revisada en 2000 por el ya citado Geoffrey
Landis quien consideró que la vela podría tener una masa de 1
kilogramo y una carga útil de 80 gramos distribuida por su superficie
y alcanzar el 10% de la velocidad de la luz usando un láser de 56
gigavatios.
Ante la confirmación de que un mundo rocoso orbita alrededor de
Próxima Centauri, el millonario y físico ruso-israelí Yuri Milner
presentó en 2016 una reelaboración de su proyecto Breakthrough
Starshot (apoyado entre otros por Stephen Hawking y Mark
Zuckerberg), que en principio tenía por objetivo la exploración de
Alfa Centauri, para proponer una misión de reconocimiento dirigida a
Proxima Centauri.
Básicamente, Breakthrough Starshot es a su vez una puesta al día
de la iniciativa Starwisp y consistiría en lanzar a nuestro vecino
estelar una flota de velas láser de aproximadamente un gramo de
masa usando nanotecnología de forma que un único chip incluyese
todos los sensores y electrónica necesarios. Cada vela tendría
apenas unas micras de espesor y un tamaño de unos 4 metros de
diámetro. Para acelerarlas, Milner propone usar un conjunto de
láseres con una potencia de cien gigavatios y un tamaño de
kilómetros que podrían estar situados en zonas elevadas de la
Tierra o en el espacio.
Dado que las velas cruzarían el sistema estelar de Próxima a una
velocidad altísima (60.000 km/s), apenas tendrían dos horas para
recopilar información y enviarla a la Tierra. Es por eso que los
investigadores Rene Heller y Michael Hippke han propuesto (2017)
que la velocidad de las velas sea menor (13.800 km/s) para poder
realizar maniobras de frenado fotogravitatorio con Alfa Centauri A y
Alfa Centauri B, de forma que entrase en órbita de Próxima Centauri
a unos 10 km/s e iniciar una tranquila y completa misión de
reconocimiento de esta estrella y sus planetas. El problema es que
al ser la velocidad menor, la duración de la misión se alargaría hasta
los 140 años (95 años desde la Tierra a Alfa Centauri A; 4 días de
Alfa Centauri A a B y 46 años de ésta a Próxima).

Como puede verse, son muchos los desafíos del vuelo interestelar,
pero nadie dijo que fuese a ser fácil. Se requerirán muchos avances
tecnológicos para poder hacer realidad estas y similares ideas, pero
todo parece indicar que los conceptos de vela fotónica y de
microondas son las más realistas para iniciar nuestro camino a las
estrellas.
 
Hilario Gómez Saafigueroa
Octubre de 2022
PARA SABER MÁS
 
Han sido muchas las fuentes consultadas para la elaboración de
este libro. Algunas son parte de mi biblioteca personal (libros,
recortes, documentos impresos, etc.), pero ha sido internet la fuente
principal para muchos de los capítulos.
Por ello, los que deseen profundizar más tienen una cita ineludible
con la red de redes. La información disponible sobre astronáutica,
tanto en inglés como en español, es ingente y abrumadora. No sólo
están las páginas web oficiales de las distintas agencias espaciales,
las revistas on-line, los sitios y blogs especializados, los foros de
aficionados o la Wikipedia, sino también cientos y cientos de libros
en formatos PDF, ePub, mobi…
Pero por empezar por algún sitio, mi primer consejo es consultar la
Wikipedia. Así, basta teclear en su buscador la palabra
“Astronáutica” acceder a un completo artículo en español con
multitud de enlaces, tanto a otros artículos sobre esta materia como
a las páginas de las distintas agencias:
https://es.wikipedia.org/wiki/Astronáutica
En la Wikipedia existe un portal genérico en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Portal:Astronáutica
En cuanto a blogs, mi favorito es el español Eureka, del astrofísico y
divulgador Daniel Marín. Sus artículos son de gran calidad y están
muy documentados. Es un lugar de encuentro y consulta obligado
para todos los aficionados:
http://danielmarin.naukas.com/
Los interesados en el presente y futuro del programa espacial ruso
no pueden dejar de pasarse por:
http://www.russianspaceweb.com/
Esta web está en inglés, como también lo está la impresionante y
abrumadora Encyclopedia Astronautica en:
http://www.astronautix.com/
Tampoco podemos dejar de citar los foros norteamericanos NASA
Spaceflight.com, en la dirección:
http://forum.nasaspaceflight.com/
Pero si el idioma supone un problema, no hay de qué preocuparse:
en Sondas Espaciales encontraremos toda la información necesaria:
http://www.sondasespaciales.com/
 
 

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