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ASTRONÁUTICA: EL CAMINO A
LAS ESTRELLAS
7ª edición actualizada (2022)
◊
Astronáutica: el camino a las estrellas
7ª edición actualizada
©Hilario Gómez Saafigueroa, 2012-2022
Madrid, España
PRÓLOGO A LA SÉPTIMA EDICIÓN
El contenido de este libro está elaborado a partir de textos
elaborados para intervenciones del autor en foros de astronomía y
astronáutica, notas para artículos, contenidos de webs públicas
tanto de medios como de instituciones, libros y documentación
particular.
El libro está formateado para dispositivos de tinta electrónica
(lectores de ebook) pero muchas de sus ilustraciones son en color,
así que se disfrutarán más en tablets y en pantallas de ordenador.
Esta nueva edición se justifica no sólo por por la necesidad de
revisar y poner al día varios de los capítulos, sobre todo los relativos
a los calendarios y planes de las distintas agencias y empresas
aeroespaciales, sino porque acontencimientos como la pandemia,
los fondos de recuperación europeos o la guerra en Ucrania lo han
cambiado todo. Los capítulos relativos a la historia de la
astronáutica y a los conceptos esenciales físicos han cambiado
poco. Las mayores actualizaciones son las relativas a las agencias y
sus novedades. También hay una completa reorganización de
contenidos para hablar del "New Space" en EEUU, China y Europa
y se ha actualizado todo lo relativo a potencias espaciales menores.
En lo que respecta a España, todo todo el capítulo es nuevo, con
especial atención a nuestras compañías más destacadas del "New
Space" patrio.
La siguiente revisión será quizás en 2024. Permanezcan atentos.
¿QUÉ ES LA ASTRONÁUTICA?
Podemos definir la astronáutica como “la teoría y práctica de la
navegación fuera de la atmósfera de la Tierra por parte de objetos
artificiales, tripulados o no.”
Tras esta aséptica definición se oculta una amplia, compleja y
fascinante rama de la ciencia y la tecnología que abarca desde el
diseño y construcción de los vehículos espaciales al desarrollo de
los sistemas de comunicación, propulsión y –en su caso– aterrizaje
o recuperación, pasando por el cálculo de las trayectorias orbitales e
interplanetarias, las técnicas de navegación y seguimiento, la
definición y fabricación de instrumentos remotos de exploración, el
desarrollo de sistemas de soporte vital para misiones tripuladas, etc.
Es por ello que en la astronáutica se implican muy diversas
especialidades científicas (aeronáutica, balística, astronomía, física
y astrofísica, matemática, cohetería, robótica, electrónica,
informática, bioingeniería, medicina, ciencia de materiales, química,
geología, biología...). A su sombra han nacido o se han desarrollado
otras como la astrodinámica, la astrofotografía, la telemetría
espacial, la astrogeofísica, la astroquímica, la astrometeorología,
etc. Y de sus necesidades prácticas se han derivado productos hoy
habituales como los microporcesadores, los ordenadores portátiles,
las sartenes de teflón, los hornos de microondas, los productos
alimenticios liofilizados, el GPS, la tomografía axial computerizada,
las baterías recargables, el velcro, los sensores infrarrojos, las
lentes de contacto, materiales sintéticos como el mylar y el kevlar,
nuevas sustancias como el policarbonato (fundamental para la
elaboración de CDs y DVDs), los sistemas de inyección electrónica
de combustible, los colchones de espuma con memoria, las ruedas
lenticulares de las bicicletas profesionales, las mantas térmicas, los
paneles de energía solar, las bombas de insulina, el joystick, las
pinturas anticorrosivas o los cristales irrompibles.
Dado su carácter multidisciplinar y el elevado coste que implican sus
actividades, así como su íntima relación con campos como la
seguridad y la defensa nacional, la astronáutica ha estado hasta
hace relativamente poco tiempo confiada a agencias
gubernamentales que se encargaban de la planificación, propuesta
y ejecución de los programas espaciales nacionales. Tras el fin de la
Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, se
han ido dando pasos en pos de una mayor cooperación
internacional en este campo, siendo la Estación Espacial
Internacional (ISS) el mayor logro de esta nueva política, aunque en
los últimos años esa cooperación ya no genere el mismo
entusiasmo. También podríamos destacar, como ejemplo del
esfuerzo internacional en materia espacial, la creación en los años
70 del siglo XX de la exitosa Agencia Espacial Europea (ESA), y la
irrupción de nuevos actores privados no directamente vinculados a
las agencias nacionales capaces de ofrecer servicios de
lanzamiento de cargas a la órbita terrestre e incluso de “turismo
espacial”.
En este libro vamos a hablar de todo eso y de mucho más. Así que
abróchense los cinturones, bajen la visera del casco y prepárense
para iniciar un viaje a las estrellas.
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno...
EL COHETE
No descubrimos ningún secreto al decir que la astronáutica no
existiría sin los cohetes.
¿Qué es un cohete?
El motor cohete
Pero para poder usar el cohete como arma de guerra o como
vehículo para lanzarse a la conquista de espacio, es evidente que
se necesita un fluido más poderoso que el aire o el agua a presión.
Se precisa de un motor cohete.
El motor cohete produce el empuje gracias a la expulsión a alta
velocidad, a través de una tobera diseñada para ello, de un gas a
alta temperatura generado por una reacción energética (casi
siempre de naturaleza química) dentro de una cámara de
combustión a alta presión.
La fuente energética que inicia el proceso es independiente del
medio que la rodea (es decir, puede darse tanto dentro de la
atmósfera como fuera de ella). Las sustancias que dan origen a la
reacción se denominan propergoles (en inglés, propellants) y son
muy diversas, pudiendo estar en estado sólido, líquido o mixto.
Tipos de propergoles
Los propergoles pueden constar de dos componentes denominados
combustible o carburante (cualquier material capaz de liberar
energía cuando se oxida de forma violenta con desprendimiento de
calor) y oxidante o comburente (cualquier sustancia que, en
condiciones determinadas de presión y temperatura, puede
combinarse con un combustible para provocar la combustión).
Estos propergoles bipropelentes pueden ser líquidos o sólidos. Entre
los primeros, podemos citar combustibles como el queroseno, la
hidracina, el hidrógeno líquido o el metano, y oxidantes como el
tetróxido de nitrógeno o el oxígeno líquido.
Entre los propelentes bipropelentes sólidos también hay gran
variedad de combustibles, como el polvo de magnesio, de aluminio
o de zirconio; los oxidantes pueden ser el nitrato de amonio, el
perclorato de sodio o sustancias similares.
Pero los propergoles también pueden estar compuestos por un
único componente (monopropelentes), no siendo necesario
suministrar el oxidante. Como ejemplo, podemos citar el
nitrometano.
Otro tipo de propergoles son los hipergólicos, cuyos componentes
se inflaman al entrar en contacto sin necesidad de un sistema de
encendido. Un ejemplo de propergol hipergólico es la combinación
de dimetilhidracina asimétrica y tetróxido de nitrógeno, utilizado por
el cohete ruso Proton.
Si bien la reacción energética que alimenta a la gran mayoría de los
motores cohete es de origen químico, nada impide que proceda de
otras fuentes. Por ejemplo, desde hace unos años se están
enviando al espacio sondas y satélites propulsados por motores
iónicos, en los que un campo eléctrico acelera una corriente de
iones (moléculas o átomos con carga eléctrica) para crear un
empuje muy pequeño pero de muy larga duración en el tiempo,
consiguiéndose así altas velocidades finales. También se ha
investigado mucho en los motores nucleares térmicos, en los que el
oxidante es sustituido por un reactor nuclear de fisión que calienta el
combustible (o masa de reacción, también llamado fluido de trabajo)
a temperaturas mucho mayores que las que son capaces de
alcanzar los motores cohete químicos, lo que se traduce en una
mayor velocidad de los gases expulsados. Otras ideas que manejan
los ingenieros son los motores nucleares pulsantes, los motores de
plasma, los eléctrico-nucleares, etc.
Más adelante volveremos sobre todos estos y otros conceptos e
ideas y profundizaremos en ellos. Ahora vamos a hacer un poco de
historia.
BREVE HISTORIA DE LA COHETERÍA Y LA
ASTRONÁUTICA
Como en tantas otras ramas de la ciencia, fue en la antigua Grecia
donde se dieron los primeros pasos en la aplicación práctica del
principio de la acción-reacción. Ya en el año 400 a.C., el pitagórico
Arquitas logró impulsar un pájaro de madera a lo largo de una
cuerda usando para ello la fuerza del vapor de agua.
Más tarde, en el siglo I a.C., Herón de Alejandría inventó la eolípila,
una máquina formada por una cámara de aire esférica o cilíndrica
dotada de unos tubos curvos opuestos a través de los que se
expulsa vapor. La fuerza resultante de esa expulsión hace que el
mecanismo comience a girar.
Pólvora y cohetes
Fascinado como otros por la obra de Julio Verne (se dice que llegó a
aprenderse de memoria De la Tierra a la Luna), con apenas catorce
años construyó su primer cohete en miniatura, desarrollando
también la idea del cohete de varias etapas.
Con los años, su pasión por los cohetes fue a más, lo que le llevó a
abandonar la carrera de medicina y a estudiar física en las
universidades de Munich (1919), Göttingen y Heidelberg donde, en
1922, presentó una tesis titulada Die Rakete zu den
Planetenräumen (“Los cohetes hacia el espacio interplanetario”).
Este trabajo fue rechazado por las autoridades académicas al
considerarlo “utópico”, lo que decidió a Oberth a abandonar la
universidad y a publicar su tesis por su cuenta en 1923. Sus ideas
tuvieron mejor acogida en la universidad de Cluj (Rumanía) donde
obtuvo su doctorado ese mismo año.
El libro de Oberth sirvió de inspiración a un grupo de entusiastas
que, en junio de 1927, fundaron la Verein für Raumschiffahrt
(“Sociedad del vuelo espacial”) Entre los socios, además de Oberth,
estaban pioneros del motor cohete como Willy Ley, Johannes
Winkler, Eugen Sänger, Klaus Riedel y Maximilian Valier. En 1930
ingresó en la Verein un joven y brillante alumno de Oberth en la
Universidad Técnica de Berlín llamado Wernher von Braun (1912-
1977), también cautivado por los relatos de Julio Verne y H. G.
Wells.
En 1928, antes de que la Verein für Raumschiffahrt hubiese lanzado
un solo cohete, Oberth aceptó el papel de asesor técnico para una
película de Fritz Lang titulada Frau im Mond (“La mujer en la Luna”).
Lang pretendía que Oberth construyese un cohete de combustible
líquido que sería lanzado como parte de la campaña publicitaria de
la película, pero el proyecto resultó ser demasiado ambicioso y no
llegó a concluirse, aunque sirvió a la Verein para tratar de resolver
determinados aspectos técnicos de aquella nueva y prometedora
tecnología.
Entre 1929 y 1932 Oberth y sus colaboradores experimentaron con
cohetes en un abandonado campo de tiro del Ejército en las
cercanías de Berlín y que fue pomposamente bautizado como
Raketenflugplatz o “campo de vuelo de cohetes”. Allí se ensayaron
los pequeños cohetes Mirak (derivado de Minimum Rakete) y los
Repulsor, salidos del genio de Klaus Riedel (1907-1944). En mayo
de 1931, uno de estos últimos alcanzó una altura de 1.600 metros.
La crisis económica que sacudió a Alemania tras el crack de 1929
dejó a la Verein sin recursos, a lo que se sumaron los problemas
legales para sus ensayos de vuelo. Pero entonces entró en escena
el ejército alemán. En 1932 se realizó una demostración ante varios
oficiales en el campo de pruebas de Kummersdorf. El resultado fue
discreto, pero suficiente para los militares, que se ofrecieron a
financiar los trabajos de la Verein. La mayoría de los socios
rechazaron el apoyo castrense, pero von Braun sí lo aceptó y como
consecuencia comenzó a trabajar por su cuenta con apoyo militar,
que fue creciendo con el tiempo. Finalmente, en abril de 1937, ya
con los nazis en el poder, von Braun y los suyos se instalaron en
unos laboratorios secretos en Peenemünde, en la isla de Usedom
(en la costa báltica).
Oberth también colaboraría con von Braun en Peenemünde en el
proyecto V-2, pero pronto dejó el complejo para trasladarse a otro en
el que trabajó en el campo de los misiles antiaéreos de combustible
sólido. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945),
Oberth residió en Suiza y en Italia. En 1953 publicó el libro
Menschen im Weltraum (“Hombres en el espacio”), en el que
describía ideas como los telescopios espaciales, las estaciones
orbitales, las naves de propulsión eléctrica y otros temas. Más tarde,
en esa misma década, presentaría propuestas para catapultas
lunares y aeronaves de nuevo diseño mientras trabajaba con von
Braun en Estados Unidos, país en el que residió hasta 1962, siendo
consultor técnico de la compañía aeroespacial Convair en el
proyecto del cohete Atlas. Tras su retiro se estableció
definitivamente en Alemania, donde fallecería en 1989, a los 95
años de edad, y tras ver cumplidos muchos de sus sueños
espaciales.
Pero si hay una figura mediática y polémica en el desarrollo de la
astronáutica del siglo XX, esa no es otra que la de Wernher von
Braun. Ya nos hemos referido antes a sus primeros pasos en la la
Verein für Raumschiffahrt, su posterior fichaje por el ejército alemán
y su traslado a Peenemünde para seguir con el desarrollo de sus
cohetes.
Tras el fin del programa Apolo en 1972, von Braun dejó la NASA y
trabajó para Fairchild Industries pero, afectado por un cáncer de
colon, se vio obligado a retirarse en diciembre de 1976, muriendo
seis meses después.
El gran antagonista de von Braun durante la llamada “carrera
espacial” de los años 60 del siglo XX fue Serguéi Pávlovich Koroliov
(1907-1966). Durante años su identidad fue un secreto de estado en
la Unión Soviética, donde era conocido simplemente como el
“Diseñador Jefe”. En esta fotografía aparece junto a un uniformado
Yuri Gagarin (1934-1968, de uniforme), el primer hombre que orbitó
la Tierra el 12 de abril de 1961.
Y después de la Luna…
e = 2,718
Ve = velocidad característica de misión
V = velocidad de los gases de la tobera
R = razón de masas
Así pues, dividimos la velocidad de misión entre la velocidad del
chorro de gases:
(Ve) => 48/3= 16
A continuación, cogemos la base de los logaritmos naturales o
neperianos (número “e”= 2,718) y la elevamos al número que hemos
obtenido antes:
(2,718)16= 8.871.381,14
Es decir, que la razón de masas de la misión, empleando la
combinación hidracina+oxígeno líquido, es de 8.871.381, o dicho de
otra forma, por cada kilo de carga (partíamos de una sonda de 100
kilogramos de carga útil) son necesarias... ¡8.871 toneladas de
combustible!
Evidentemente esto es un disparate. Veamos qué ofrecen con otros
combustibles. Ya puestos, apostemos por el hidrógeno y el oxígeno
líquidos:
Ve= 48/4,5= 10,6
luego
R= (2,718)10,6= 40.091
¿Cuarenta toneladas de combustible por cada kilo de carga?
Imposible. Probemos otra cosa. Empleemos hidrógeno líquido y el
flúor líquido y supongamos que desarrollamos motores que
alcancen velocidades de chorro de 6,5 km/s:
Ve= 48 / 6,5= 7,38
luego
R= (2,718)7,38= 1.602
1,6 toneladas por kilo. Eso da una masa total de 160 toneladas. Es
decir, la capacidad de carga de dos cohetes Saturno V o de 10
Ariane V ECA. Demasiado.
¿Y qué tal si usamos un motor nuclear térmico que nos proporcione
una velocidad de chorro de gases de 9,5 km/s?
Ve = 48/9,5= 5,05
luego
R= (2,718)5,05= 156
Bueno, 156 kilos de combustible por cada kilo de carga útil ya
parece más razonable, pero nuestro presupuesto es limitado y no
podemos comprar motores nucleares ni nada más eficiente que la
hidracina y el oxígeno líquido. Además, ya nos han dicho que el
único cohete lanzador que se nos va a facilitar es uno de tipo medio.
El peso total de la sonda no puede ser de más de 5.000 kilos ¿Qué
hacemos?
Si no queremos reducir la instrumentación científica, sólo queda una
solución: reducir la velocidad de misión. Si pudiéramos dejarla en
11,5 km/s, tendríamos:
Ve= 11,5/3= 3,83
luego
R= (2,718)3,83= 46
Es decir, 46 kilos de combustible por cada kilo de carga, o lo que es
lo mismo, una masa total de 4.600 kilos (46*100). Esto sí entra en el
presupuesto. Pero ¿cómo lo hacemos? Pues usando la técnica
conocida como asistencia gravitatoria.
La asistencia gravitatoria planetaria parte del principio de que en
torno a un planeta o satélite existe lo que se denomina esfera de
influencia, esto es, la zona cercana al planeta en la que su atracción
gravitatoria es más fuerte que la atracción de los otros cuerpos
(como el Sol). Todo objeto que, orbitando en torno al Sol, entre en la
“esfera de influencia” de otro cuerpo celeste, verá su órbita
drásticamente cambiada por la atracción gravitatoria del cuerpo
mayor. Este es el mecanismo que hace que cometas y asteroides
vean alteradas sus órbitas cuando se cruzan con las esferas de
influencia de los planetas.
donde,
n= número de etapas del cohete
V= velocidad de los gases de la tobera
Ln= logaritmo natural
R= razón de masas
Veámoslo con otro caso práctico: Disparamos un cohete de una sola
etapa, propulsado por hidrógeno y oxígeno líquidos, con una razón
de masas de 10. Cuando todo su combustible se haya quemado
tendremos que su DeltaV es de:
DeltaV= 1*[4500*Ln(10)]= 1*[4500*2,30]= 1*10361,63= 10.361,63
metros/segundo.
Es decir, nuestro cohete alcanzará una velocidad máxima de 10,37
km/s. Más que suficiente para alcanzar una órbita terrestre baja (400
kilómetros; DeltaV de 9,7 km/s).
Supongamos ahora que disponemos de un cohete con 2 etapas
desechables, idénticas en rendimiento y razón de masas. El
resultado sería:
DeltaV= 2*[4500*Ln(10)]= 2*[4500*2,30]= 2*10361,63= 20.723,27
metros/segundo.
O lo que es lo mismo: nuestro cohete alcanzará una velocidad
máxima de 20,72 km/s. A más etapas, más velocidad, pero
incrementando la razón de masa, según la fórmula inversa:
Donde,
e= 2,718
V= velocidad de los gases de la tobera
R= razón de masas
Sustituyendo, tenemos que R= 99,95 (en el caso del cohete de una
sóla etapa, R= 10).
En este caso, el combustible supondría el 99% de la masa total del
cohete. Como vemos, al incrementar el valor de DeltaV sin
incrementar el impulso específico del combustible la razón de masas
crece exponencialmente.
La utilidad del valor DeltaV es evidente y va más allá de saber a qué
velocidad se moverá el vehículo si quema todo el combustible, pues
nos permite conocer si la velocidad total que pueda desarrollar
nuestra nave es suficiente para hacer frente a la velocidad
característica de misión. Es por ello que se dice que para una misión
dada es necesario un DeltaV determinado.
En el caso del viaje a los anillos de Saturno, la suma de los cambios
de velocidad o velocidad de misión era de 48 km/s. Supongamos
que abordamos esta misión en el año 2025 y que para ella
disponemos de un motor nuclear electro-térmico de fisión basado en
el concepto MITEE (que describiremos más adelante), empleando
hidrógeno como masa de reacción (velocidad de chorro de gases de
17,66 km/s). Con la fórmula ya conocida:
Tenemos que R= 15,15 (es decir, el combustible supondrá un 93%
de la masa total)
Obteniendo el valor de DeltaV, tenemos que:
DeltaV= 48 km/s
Es decir, que con ese avanzado motor nuclear y una razón de
masas de 15,15 podríamos llevar a cabo dicha misión sin necesidad
de asistencias gravitacionales. Pero dado que la razón de masas
sigue siendo muy alta, también convendría en ese caso emplear la
técnica de la asistencia gravitatoria para que la nave fuese más
ligera.
Supongamos que, usando el mismo motor, maniobramos en las
esferas de influencia de Marte y de Júpiter para ganar más
velocidad y así reducimos la velocidad de misión a 20 km/s.
Tendríamos entonces que:
R= 3,10 (esto es, el combustible supondría el 68% del total del
vehículo)
DeltaV= 20 km/s
Pero si la razón de masas fuera de 4 en lugar de 3,10 tendríamos
que:
DeltaV= 24,48 km/s
Traducido, que con una razón de masas de 4 (lo que equivale a que
75% del total de la masa de la nave sería combustible) tendríamos
4,48 km/s adicionales que podríamos emplear en acortar la duración
del viaje.
Pero probemos con un sistema de propulsión con un impulso
específico más alto, en concreto con un motor iónico. El cálculo del
impulso específico para los sistemas de propulsión iónica se realiza
con esta fórmula:
Donde,
g= aceleración debida a la gravedad
q= carga eléctrica de un ión individual
m= masa del ión individual
Va= voltaje con el que se aceleran los iones
Supongamos que disponemos de una supernave espacial dotada de
un gran, avanzado y potente sistema iónico que nos proporcionara
una velocidad de chorro de 157 km/s con un empuje de 10.000
newtons{6} (requiriendo para ello una potencia eléctrica de ¡800
megavatios!). La razón de masas sería de:
R= 1,36
Es decir, el combustible supondría sólo el 26% de la masa total.
En este caso podríamos emplear una razón de masas mayor para
acortar el viaje en lo posible. Pongamos que elevamos la razón de
masa a 2 (la proporción del combustible sería del 50%), lo que nos
daría un DeltaV de:
DeltaV= 108,82 km/s
Pero claro, el empuje sería muy bajo (1.020 kilogramos fuerza o
10.000 newtons). Y dado que la nave sería muy grande (sólo el
sistema de propulsión tendría una masa de 400 toneladas), quizás
no nos saliera muy rentable la misión.
¿Qué? ¿Cómo va el capítulo? Fácil, ¿no?
Pues vamos a ver algunas variaciones de los conceptos vistos hasta
ahora que complicarán un poquito más las cosas.
Empecemos por el cálculo del DeltaV necesario para situarse en
órbita circular mínima desde cualquier cuerpo celeste:
Donde,
G= constante gravitatoria (0.00000000006673 ó 6,673e–11)
M= masa del planeta (en kilogramos)
Pr= radio del planeta (metros)
Ejemplo: calcular el DeltaV mínimo necesario para que un proyectil
de vueltas a la Tierra a “altitud cero”:
Masa de la Tierra= 5,9742e+24
Radio de la Tierra= 6,378.14e+6
Luego,
En los últimos veinte años del siglo XX, la NASA y otros organismos
y centros de investigación analizaron diferentes escenarios para una
misión tripulada a Marte.
Algunos de esos estudios están basados en el empleo de sistemas
de propulsión química que emplearían versiones mejoradas de los
motores principales del transbordador espacial, que quemaban
oxígeno e hidrógeno líquidos y cuyo impulso específico era de 459
segundos. Dado que ese impulso específico es bajo, los ingenieros
se han devanado los sesos buscando las fechas y estrategias más
idóneas para poder enviar una misión tripulada en el menor tiempo
posible usando propulsión química sin que la razón de masas se
vuelva disparatada.
El DeltaV típico de una misión marciana tripulada bien optimizada es
de 7,7 km/s, lo que se traduce en que la fracción de carga útil de la
nave sería de un 17%. Es decir, una razón de masa de 5.
Suponiendo un total inicial de 600 toneladas en LEO, la masa del
propulsor ascendería a unas 475 toneladas, otras 25 toneladas
corresponderían a la masa estructural y el resto carga útil.
En general, las misiones marcianas más rápidas basadas en la
propulsión química dependen de oposiciones Tierra-Marte
favorables que reduzcan al mínimo la duración de los viajes de ida y
vuelta empleando órbitas de transferencia de baja energía
(recordemos que ambos planetas se aproximan cada dos años,
aunque las distancias mínimas se dan cada 15-17 años; en 2003 se
produjo la oposición más favorable de los últimos milenios; la
siguiente fue en julio de 2018 y habrá que esperar a 2035 para tener
al Planeta Rojo a solo 56,91 millones de kilómetros de distancia) .
Este tipo de misiones suele contemplar el envío, por un lado, de la
carga útil (módulos de descenso y retorno, combustible, etc.) por un
lado, y por otro la nave tripulada. Empleando diversas técnicas para
reducir el DeltaV, y con ello la razón de masas (aerocaptura en la
atmósfera marciana, espera en la superficie marciana de la apertura
de la ventana de lanzamiento para el retorno más favorable,
fabricación “in situ” del combustible para el módulo de ascenso,
asistencia gravitatoria en Venus, etc.), se han logrado definir
misiones tripuladas a Marte viables cuyos detalles podemos
encontrar en internet.
Por ejemplo, una de ellas contemplaba un hipotético lanzamiento de
una misión tripulada en febrero de 2014 que llegaría a Marte en julio
de ese año (150 días de viaje) y que –tras una espera de nada
menos que 619 días en suelo marciano– iniciaría el retorno a la
Tierra en marzo de 2016, llegando a nuestro planeta en junio, tras
un viaje de 110 días. En total, 879 días, dos años y medio. Otras
misiones contaban con tiempos de estancia en Marte mucho más
cortos (un mes), tanto que cabría preguntarse qué interés podría
tener la misión. Pero es más frecuente encontrar misiones cuyo
tiempo de vuelo Tierra-Marte/Marte-Tierra es de unos 180 días en
cada fase (seis meses), con períodos de estancia en la superficie de
unos 500 días.
Otras definiciones de misión emplean también órbitas de baja
energía, pero usando las ventanas de lanzamiento de las
conjunciones Tierra-Marte, de lo que resultan tiempos de vuelo
mucho mayores (hasta 11 meses y medio en el trayecto Tierra-
Marte) y estancias en el planeta breves (unas pocas semanas). La
única ventaja de este tipo de misiones es su bajo requerimiento
energético y su menor dependencia de oposiciones favorables, pero
sus tiempos de vuelo son enormes.
¿Podrían resistir los astronautas semejantes condiciones? Porque
no es lo mismo permanecer en órbita terrestre durante un año o más
sabiendo que de ser necesario basta con meterse en la cápsula de
retorno a la Tierra, que enfrentarse a vuelos de año y medio de
duración en el espacio interplanetario en una pequeña astronave,
donde cualquier problema médico, eléctrico o mecánico podría
convertirse en una catástrofe.
En resumen, las misiones tripuladas a Marte basadas en propulsión
química requieren de tiempos de vuelo extremadamente largos o de
estancias en la superficie de Marte igualmente largas, sujetos a los
condicionantes derivados de la mecánica orbital y a trayectorias
interplanetarias de baja energía con cargas y tripulaciones no
demasiado grandes. No parece un escenario muy atractivo para la
exploración y posible colonización del segundo planeta rocoso más
importante del Sistema Solar, y desde luego nada parecido a lo que
nos ha prometido la ciencia-ficción.
¿Qué alternativas tenemos? Bueno, una posibilidad es la de apurar
al extremo la tecnología de la propulsión química diseñando en
laboratorio nuevas sustancias propulsoras con mayor densidad
energética. En este sentido, ahí tenemos, por ejemplo, el anuncio en
julio de 2022 de un grupo de de investigadores del Instituto Conjunto
de BioEnergía de la Energía (JBEI) del Laboratorio Nacional
Lawrence Berkeley de EEUU sobre un biocombustible desarrollado
a partir de moléculas POP-FAME (ésteres metílicos de ácidos
grasos policiclopropanados) generadas por la bacteria Streptomyces
Albireticuli que sería seguro y estable a temperatura ambiente y
tendría una densidad de energía de más de 50 megajulios por litro
(la gasolina tiene un valor de 32 megajulios por litro y el RP-1, un
popular combustible para cohetes a base de queroseno, tienen
alrededor de 35).
Pero, dejando a un lado estas investigaciones de vanguardia, D
desde los primeros días de la ciencia astronáutica, sus pioneros
tuvieron claro que la expansión de la Humanidad por el Sistema
Solar dependería de la explotación de la fuerza del átomo. Como
cualquiera que sepa algo de energía nuclear conoce, la
desintegración de 28,5 gramos de uranio (una onza) produce tanta
energía como 90 toneladas de carbón o 7.500 litros de petróleo.
Así pues, no debe extrañar que los proyectos para emplear
reactores nucleares en el espacio sean casi contemporáneos a los
primeros balbuceos de la era espacial. Incluso, como veremos más
adelante, se llegó a proponer el uso de bombas nucleares para la
propulsión de naves espaciales (propulsión nuclear pulsante, cuyo
ejemplo clásico es el proyecto Orión).
El uso de la energía nuclear en el espacio presenta dos variantes:
1) Emplear un reactor nuclear como fuente de energía para el
calentamiento de una masa de reacción (habitualmente, hidrógeno),
que es expulsada a alta velocidad por la tobera. Esta última variante
es conocida en inglés como Nuclear Thermal Rocket (NTR, cohete
nuclear térmico) o NTP (Nuclear Thermal Propulsion).
2) Producir electricidad de origen nuclear, ya sea para alimentar los
sistemas eléctricos de la nave –como se hace actualmente con los
generadores de radioisótopos o RTG–, ya sea para generar y
acelerar partículas o plasma –sistemas iónicos o
magnetoplasmadinámicos–. Esta última opción es conocida como
NEP o Nuclear Electric Propulsion.
Vamos a ver con más detalle estas dos variantes.
Propulsión electronuclear
Reactor Kilopower
El motor iónico X3
Motor iónico X3
Fusión nuclear
Al menos hasta mediados del siglo XXI no dispondremos de
reactores nucleares de fusión viables, pero pasarán aún más años
hasta que se puedan construir unidades lo suficientemente
compactas y seguras para embarcarlas en una nave espacial. Al
igual que en el caso de la energía de fisión, en el futuro la fusión
nuclear podrá ser empleada para producir electricidad y usarla para
generar grandes cantidades de plasma. Una nave propulsada por
fusión nuclear de helio y deuterio podría alcanzar un Isp de ¡800.000
segundos! (es decir, que para una razón de masas de 5, la nave
podría alcanzar una velocidad máxima de 12.600 km/s) y un empuje
de 49.000 newtons.
Vela solar
Vela láser
Motores de antimateria
Algo de historia
Pete Conrad, comandante del Apolo 12, comprobando el estado del Surveyor 3, que había
aterrizado en la Luna tres años antes (fotografía tomada por Alan Bean, piloto del módulo
lunar)
Entre los mayores éxitos del JPL están las misiones a Marte (pese a
algunos fracasos un tanto bochornosos): los vehículos Viking, el
robot Sojourner de la misión Pathfinder, la misión Mars Exploration
Rovers –con los famosos robots Spirit y Opportunity–, la misión Mars
Science Laboratory (robot Curiosity), el orbitador Mars
Reconnaissance Orbiter, el aterrizador Phoenix o el rover
Perseverance. En la siguiente imagen podemos ver réplicas de los
rovers marcianos citados:
Los telescopios espaciales JWST y Hubble. Debajo, la primera imagen en falso color del
JWST del cúmulo galáctico SMACS 0723 (julio 2022)
Algo de historia
El origen del programa espacial chino se remonta a mediados de los
años 50 del pasado siglo, cuando Mao Tse-Tung, máximo dirigente
del partido comunista y fundador de la República Popular China
(1949), consideró imprescindible dotar a su país con armamento
nuclear y misiles para hacer frente a los Estados Unidos (por
entonces estrechos aliados de los nacionalistas chinos del
Kuomintang refugiados en la isla de Taiwan). El programa de cohetes
fue encomendado en 1956 a la Quinta Academia, adscrita al
Ministerio de Defensa Nacional y dirigida por el profesor Hsue-Shen
Tsien, que fuera en los años 40 uno de los fundadores del famoso Jet
Propulsion Laboratory, más tarde integrado en la NASA. Víctima del
furor anticomunista de la época, Tsien estuvo 5 años en arresto
domiciliario hasta ser canjeado en 1955 por unos pilotos
norteamericanos hechos prisioneros durante la Guerra de Corea
(1950-1953). Tras su repatriación, las autoridades chinas no dudaron
en ponerlo al frente de su programa de misiles, por lo que sería
considerado el “rey de la cohetería china”.
Tras el exitoso lanzamiento del Sputnik soviético en octubre de 1957,
las autoridades chinas decidieron emprender el Proyecto 581, cuyo
objetivo era situar un satélite en órbita en 1959, coincidiendo con el
décimo aniversario de la fundación de la República Popular.
Evidentemente se trataba de un plan en exceso ambicioso, pues en
1958 la experiencia china en fabricación de cohetes se limitaba a una
copia local del misil de corto alcance ruso R-2, una versión mejorada
del V-2 alemán. No sería hasta febrero de 1960 que China lanzase
su primer cohete-sonda, el T-7, un modesto proyectil que sólo podía
situar una carga de 25 kilogramos a 58 kilómetros de altura. Ese
mismo año se inició el programa chino de misiles de alcance medio
(MRBM), pero las actividades aeroespaciales se vieron gravemente
comprometidas en 1961 como consecuencia de la ruptura de
relaciones entre la URSS y China a causa de desacuerdos
ideológicos.
A pesar de ello, China continuó trabajando en su programa de misiles
a partir de lo que había quedado del material proporcionado por la
URSS, y en 1964 lanzó con éxito el MRBM DF-2A, cohete similar al
ruso R-5 (SS-3 en nomenclatura de la OTAN), capaz de situar una
cabeza de combate de 1.000 kilogramos a 1.200 kilómetros de
distancia. Este cohete sería el encargado de realizar el primer
ensayo nuclear chino en octubre de 1966, en el que se hizo detonar
una carga de 20 kilotones en el desierto de Lop Nor, cerca de
Mongolia. En junio de 1967, China hizo explosionar su primera
bomba termonuclear, al tiempo que desarrollaba y probaba los
misiles de alcance intermedio DF-3 (1966) y DF-4 (1967).
El creciente desarrollo de la cohetería militar china animó a Mao a
ser más ambicioso y a recuperar sus planes espaciales de la mano
de la carrera lunar entre EEUU y la URSS. En julio de 1967 se inició
oficialmente el programa espacial tripulado chino. Al año siguiente la
Comisión Central Militar ordenó que comenzase la selección de
candidatos a cosmonautas y se fundó el Instituto Chino de Medicina
Espacial, construyéndose al tiempo un nuevo centro espacial en
Sichuan (centro de China) conocido como “Base 21”, que sería
inaugurado en diciembre de 1968 con el lanzamiento de un misil DF-
3. Incluso se diseñó una cápsula biplaza orbital, la Shuguang-1,
similar a la Gemini americana, y que debería ser lanzada por un
cohete CZ-2 en 1973.
Pero estos planes quedaron en el limbo dado que China no estaba
pasando por su mejor momento. La radicalización de la “Revolución
Cultural” con la que Mao había tratado de poner orden ideológico en
el régimen en la segunda mitad de los años 60, había conducido al
país al caos. A finales de la década comenzó a restablecerse el
orden, pero la inestabilidad política continuó hasta la muerte de Mao
en 1976. El ascenso al poder de Deng Xiaoping en 1978 marcaría el
inicio de una nueva y fulgurante etapa de la historia del Imperio del
Centro, sentando las bases de la China actual.
Sin embargo, los vaivenes políticos no impidieron que la astronáutica
china siguiese progresando. En abril de 1970 la República Popular
entró en el selecto grupo de las potencias espaciales al lanzar el
satélite Dong Fang Hong I, de 173 kilogramos, mediante un cohete
CZ-1 (Cháng Zhêng o “Larga Marcha”), derivado del misil IRMB DF-
4. A este primer éxito le siguió, en marzo de 1971, el satélite
científico de 220 kilogramos ShiJian-1. Ese mismo año se iniciaban
los primeros tests de vuelo del misil intercontinental (ICBM) de tres
etapas DF-5, de 10.000 kilómetros de alcance (que entraría en
servicio en los años 80), y en noviembre de 1975 China lanzaba su
primer satélite recuperable de reconocimiento mediante un cohete
CZ-2C.
El programa tripulado
Con una masa total de 3.800 kilogramos, que incluían los 140 kilos
del rover Yutu, el módulo de aterrizaje estaba equipado con una
unidad de calefacción por radioisótopos (RHU) para mantener los
subsistemas electrónicos a la temperatura adecuada, si bien la
alimentación eléctrica está a cargo de paneles solares.
La carga científica consistía en siete instrumentos y cámaras,
pudiendo destacarse el Telescopio Lunar Ultravioleta (LUT), un
instrumento de 150 mm de tipo Ritchey-Chrétien para realizar
observaciones en la banda del ultravioleta cercano (245-340 nm) de
núcleos activos de galaxias, estrellas variables, binarias, novas,
cuásares, etc. También destacaba la Cámara de Ultravioleta Extremo
(EUV) para observar la plasmaesfera terrestre y su interacción con la
actividad solar.
Está claro que China ha llegado al espacio para quedarse y para
disputar a EEUU su papel de primera potencia espacial. Sus planes
son muy ambiciosos, tienen recursos, una visión a largo plazo,
determinación, capacidad tecnológica y una sociedad motivada. Sin
duda, China va a darnos grandes sorpresas en materia de
exploración espacial en el futuro. En 2049 se cumplirá el centenario
de la República Popular China. ¿Con qué hazaña espacial se
celebrará?
ESA
Le toca ahora el turno a "nuestra" agencia espacial: la ESA
(European Space Agency), menos conocida por sus siglas en
francés: ASE (Agence Spatiale Européenne).
Algo de historia
Misiones científicas
Nuevas misiones
Telescopio PLATO
Telescopio ARIEL
El Ariane 6
Si bien hoy por hoy la ESA y Arianespace tienen cubiertas todas sus
necesidades con sus cohetes Vega. Soyuz y Ariane 5, a corto plazo
Europa deberá disponer de un nuevo lanzador que sustituya al
Soyuz ST, que se haga cargo a partir de 2023 de las misiones
encomendadas al Ariane 5 y que, sobre todo, tenga unos costes de
lanzamiento inferiores a los de su predecesor, pues la irrupción en el
mercado de SpaceX y su cohete Falcon 9 ha supuesto una
revolución en el sector de los lanzamientos comerciales. Es por ello
que años atrás se comenzó a trabajar en proyecto NGL (Next
Generation Launcher o “Lanzador de Nueva Generación”).
En un primer momento, el CNES propuso el diseño PPH, un lanzador
de combustible sólido en sus dos primeras etapas más pequeño y
barato que el Ariane 5 (para cuyos lanzamientos comerciales no
siempre es fácil encontrar dos cargas que se ajusten a sus
capacidades) con una capacidad de carga a GTO de 6,5 toneladas:
Una vez que el Themis y el Callisto sean probados con éxito habrá
que plantearse el siguiente paso en el horizonte del año 2030: o bien
apostar por un Ariane 6 mejorado (Ariane Evolution), según la antes
citada propuesta Adeline, o bien decidirse por un nuevo Ariane
reutilizable (Ariane Next). Una posible versión de este nuevo
lanzador incluiría siete motores Prometheus en la primera etapa, uno
en la segunda y tres en cada uno de los dos aceleradores laterales.
También existe la intención de aplicar estos desarrollos tecnológicos
a una nueva familia de lanzadores (que incluiría uno superpesado)
de la compañía Maia, una filial de ArianeGroup de la que hablaremos
en otro capítulo.
Se espera que la combinación de la reutilización con los nuevos
motores de metano y oxígeno líquido permita reducir a la mitad los
costes de lanzamiento del Ariane Next respecto del Ariane 6.
Algo de historia
Pero los vientos que soplan desde SpaceX también han llegado a
Japón y la JAXA también está considerando el desarrollo de la
tecnología de lanzadores con una primera etapa recuperable. Así, la
agencia nipona espera disponer, hacia 2030, de una familia de
lanzadores reutilizables de dos etapas derivados del H3 y muy
posiblemente propulsados por metano y oxígeno líquido con
capacidad para llevar a LEO entre 15 y 20 toneladas de carga
(versiones reutilizable y deshechable), e incluso estudia un lanzador
pesado similar al Falcon Heavy que con una capacidad de carga útil
a LEO de entre 26 toneladas (versión reutilizable) y 54 toneladas
(versión deshechable).
Los planificadores de la JAXA esperan poder contar, en el horizonte
de 2040, con un sistema de lanzadores de dos etapas totalmente
recuperables, concepto que refleja la profunda influencia de los
desarrollos de SpaceX en torno a la Starship, pues la JAXA aspira a
que esos nuevos vehículos tengan versiones tripuladas y no
tripuladas. Tampoco descartan vehículos TSTO (Two Stage to Orbit)
basados en el concepto de avión espacial lanzador Saenger.
Conceptos preliminares de futuros lanzadores japoneses
Hayabusa 1
BepiColombo
SLIM
El vehículo SLIM o Smart Lander for Investigating Moon, que será
lanzado hacia nuestro satélite en 2023 por un cohete HIIA.
Continuación del exitoso orbitador Kaguya (SELENE) de 2007, SLIM
es una pequeña sonda de 440-460 kg al lanzamiento y una masa en
seco de solo 130 kg, cuyo objetivo principal es demostrar que se
puede llevar a cabo un aterrizaje de alta precisión con un vehículo de
pequeño tamaño. La misión también se propone estudiar alguna de
las misteriosas cuevas lunares, como la descubierta por la sonda
Kaguya en las colinas Marius (14,2º norte y 303,3º este). Se está
desarrollando un micro-rover para la misión, que también portará una
subsonda.
Sonda Mangalyaan
Algo de historia
La estación espacial ROSS
La capsula Oryol
Israel
Las actividades espaciales del Estado de Israel están estrechamente
vinculadas con sus actividades militares. La ISA (Israel Space
Agency o “Agencia Espacial de Israel”) fue fundada en 1983 y tiene
la capacidad de construir satélites, lanzarlos y controlarlos con
estaciones propias de seguimiento. El presupuesto anual de la ISA
en 2019 fue de solo 14,5 millones de dólares. Su base de
lanzamiento se encuentra en la base aérea de Palmachim desde
donde lanza los cohetes Shavit.
Irán
Cohete Safir
La ISA también ha ensayado los lanzadores Simorgh y Zuljanah. El
Simorgh es un Safir-2 mejorado que puede enviar a LEO cargas de
entre 60 y 350 kilogramos. Su peso es de 77 toneladas y su altura de
27 metros. Su primer lanzamiento suborbital tuvo lugar en abril de
2016. En 2017 un lanzamiento de prueba de un Simorgh se saldó
con un fracaso al fallar la segunda etapa, y en enero de 2019 otro
lanzamiento corrió igual suerte, perdiéndose en el intento un
pequeño satélite construido por estudiantes de la universidad de
Amirkabir. Los Simorgh son lanzados desde el Imam Khomeini
Spaceport, en el norte del país, si bien Irán dispone de otros centros
de lanzamiento. Según declaraciones oficiales, del Simorgh se ha
derivado un lanzador más potente, el Qoqnoos (también conocido
como Simorgh+).
Cohete Unah-3
Además de los KSLV II, III y IV, Corea del Sur también está
desarrollando un lanzador ligero de 21 metros de longitud para enviar
cargas a LEO de hasta 500 kg.
Brasil
El lanzador VLS
Argentina
Las actividades espaciales en Argentina están dirigidas por la
CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales),
organización creada en 1991 como sustituta de la Comisión Nacional
de Investigaciones Espaciales, organismo creado en los 60 en el
seno de la Fuerza Aérea Argentina.
Durante años la CONAE languideció hasta que la administración
Kirchner la resucitó en 2007 y le dio una asignación presupuestaria
muy modesta, pues cuando en ese año se autorizó el programa del
lanzador de microsatélites Tronador, se le otorgó un presupuesto
adicional de 26 millones de pesos argentinos, esto es, poco más de 5
millones de euros. En los años siguientes el presupuesto creció con
rapidez, de modo que en 2016 fue de unos 180 millones de dólares.
Las actividades de la CONAE se engloban en el Plan Espacial
Nacional, que en el período 2004-2015 presupuestó inversiones en
ciencia y tecnología por valor de 700 millones de pesos (unos 140
millones de euros). El programa buscaba implementar un plan de
infraestructuras terrestres y otro de sistemas de satélite para diseñar,
construir y operar vehículos espaciales e implementar todas las
actividades relacionadas con la colocación en órbita de los satélites.
El 4 de noviembre de 2015 el Congreso Nacional sancionó la Ley
27.208 de Desarrollo de la Industria Satelital y, junto con ella, aprobó
el Plan Satelital Geoestacionario Argentino 2015-2035 que preveía,
entre otras cosas, el desarrollo nativo de ocho satélites en los
próximos 20 años, incluyendo los reemplazos de los ya existentes
ARSAT-1 y ARSAT-2, así como la exportación de plataformas
satelitales a otros países. Estaba previsto que un tercer satélite de la
serie, el ARSAT-3, fuese lanzado al espacio en 2019, pero en 2016
su construcción fue cancelada ante el escaso retorno comercial de su
predecesor.
Pieza maestra del plan espacial argentino era el proyecto del
lanzador Tronador II, un cohete de dos etapas de 27 metros de altura
y 60 toneladas de peso (la primera fase será propulsada por
queroseno y oxígeno líquido), que debería ser capaz de lanzar
cargas de 250 kilogramos a una órbita polar de 600 km. Los
lanzamientos se efectuarían desde la provincia de Buenos Aires.
El Tronador II
VEX-1B
Falcon Heavy
El primer lanzamiento del Falcon Heavy tuvo lugar en febrero de
2018 desde la histórica plataforma LC-39A de Cabo Kennedy en un
vuelo de prueba en el que se inyectó en órbita interplanetaria la
carga más sorprendente (o disparatada) de la historia de la
astronáutica: un coche Tesla Roadster “pilotado” por Starman, un
maniquí ataviado con un traje espacial.
Imagen real de Starman a los mandos del Tesla Roadster camino de la órbita de Marte
Moonship
Rocket Lab
Rocket Lab fue fundada en 2006 por el neozelandés Peter Beck. En
sus inicios, la empresa contó con apoyo financiero de distintas
fuentes, entre las que se encontraba el gobierno de Nueva Zelanda.
El resultado fue el lanzamiento en 2009 del cohete Atea-1,
convirtiéndose en la primera compañía privada del hemisferio sur en
alcanzar el espacio. En 2013, la compañía cambió su sede a
California, EE.UU.
El objetivo de esta compañía es desarrollar servicios de lanzamiento
orbitales comerciales centrados, de momento, en el terreno de los
nano y minisatélites.Para ello, Rocket Lab ha desarrollado el
lanzador Electrón (imagen inferior), un cohete de dos etapas que
utiliza el motor de combustible líquido Rutherford (fabricado con
técnicas de impresión 3D) y que es capaz de satelizar 150 kg en
órbita LEO de 500 km a un coste de sólo 5,7 millones por
lanzamiento. Su primer lanzamiento comercial tuvo lugar en
noviembre de 2018 desde Nueva Zelanda.
Rocket Lab ha desarrollado una etapa superior para el Electrón,
denominada Fotón (Photon), con el objetivo de enviar minisondas en
misiones lunares e interplanetarias. En junio de 2022 esta etapa tuvo
bautismo enviando a la órbita lunar el satélite CAPSTONE de la
NASA. Se trata de un un orbitador de 25 kg cuyo fin es probar y
verificar la estabilidad de la órbita planificada para la estación
Gateway. Más allá de la Luna, Rocket Lab tiene previsto enviar en
2023 una pequeña sonda de unos 35 kg (con una carga científica de
3 kilogramos) a Venus. Por el momento, es la única de estas nuevas
empresas que tiene un mínimo programa de exploración espacial.
Lanzador Neutrón
La gran competidora de iSpace en el mercado chino es Galactic
Energy, fundada en 2018, y que fue la segunda empresa privada del
gigante asiático en situar en noviembre de 2020 un satélite de 50 kg
en SSO usando para ello su cohete Ceres 1, un lanzador de cuatro
etapas (tres sólidas y una líquida), con un altura de 19 metros y un
peso de 30 toneladas derivado del misil chino DF-21. Los planes de
futuro de esta empresa pasan por el cohete medio Pallas 1, un
lanzador propulsado por mmotores de combustible líquido
(queroseno y oxígeno líquido) capaz de enviar 4 toneladas a LEO y 2
toneladas a SSO, cuya tecnología está vinculada a la de los cohetes
Larga Marcha. Se espera su primer lanzamiento para 2023, pero la
empresa ya está pensando en una versión más potente para el
horizonte de 2025, el Pallas 1A, con una capacidad de carga útil de
hasta 14 toneladas a LEO.
Y como no hay dos sin tres, vamos a citar también a Deep Blue
Aerospace, fundada en 2016 y que está trabajando en el desarrollo
del lanzador reutilizable Nebula-1, propulsado por motores Leiting 20
de kerolox (queroseno y oxígeno líquido) que aspira a enviar a partir
de 2024 cargas útiles de 1 tonelada a SSO de 500 km, estando
prevista una versión más potente, similar al Pallas 1A de Galactic
Energy, que está previsto que pueda enviar a LEO cargas de 20
toneladas en versión no reutilizable o 14 toneladas en reutilizable.
Grupo de motores Leiting 20 de la primera fase del Nebula 1 (centro) y futuro lanzador
medio derivado del anterior
Existen en China otras empresas que están desarrollando prototipos
de lanzadores o desarrollando motores de metalox y querolox con la
vista puesta en las crecientes necesidades gubernamentales y
privadas (sí, China también quiere tener constelaciones de satélites
en LEO) como Space Pioneer, Rocket Pi, etc., pero creemos que con
estos tres ejemplos podemos hacernos una idea de cómo de pujante
y comptetivo es este sector en la cada vez más dinámica China.
Ni que decir tiene que el tiempo dirá cuántas de estas "startups" que
están surgiendo en EEEUU, China y Europa sobrevivirán dentro de
una década. Unas desaparecerán, otras se fusionarán, quizás alguna
sea absorbida por un socio mayor, pero lo que está bastante claro es
que en una futura revisión de este mismo capítulo el listado será
mucho menor.
En el siguiente capítulo vamos a ver la situación del sector
aeroespacial en España, tanto a nivel público e institucional como
privado.
ESPAÑA EN EL ESPACIO: DEL INTA A LA
AGENCIA ESPACIAL ESPAÑOLA Y EL "NEW
SPACE" ESPAÑOL
Uno de los sectores de la economía española más activos en I+D+i,
caracterizado por un eficiente modelo de colaboración
público/privada, es el aeroespacial. Desde hace años, España ocupa
el quinto lugar en el ranking aeroeespacial europeo, a bastante
distancia del sexto, en relación al volumen de ventas y al número de
personas empleadas. Según datos de la Asociación Española de
Empresas Tecnológicas de Defensa, Aeronáutica y Espacio
(TEDAE), las empresas del sector aeroespacial español empleó en
2021 a más de 200.000 personas de manera directa o indirecta y
aportaron a la economía española unos 11.600 millones de euros, lo
que representa más del 9% del PIB industrial de España. El 84% de
la industria aeroespacial se localiza entre el centro del país
(principalmente Madrid, Castilla-La Mancha y Castilla y León),
Andalucía y el País Vasco. En total, España cuenta con con 696
centros productivos de empresas certificadas en tecnología
aeronáutica y aeroespacial, y el sector propiamente espacial emplea
a unas 4.000 personas.
España no solo participa activamente en programas europeos (por
ejemplo, los lanzadores Ariane 5, y 6 y el lanzador VEGA, así como
en distintas misiones, liderando algunas como la misión de la ESA
Proba-3, encabezada por la empresa Sener, o el satélite Cheops,
construido e integrado en España por Airbus), sino que instituciones
científicas como el Centro de Exobiología, dependiente del INTA,
tienen una participación destacada en la aportación de
instrumentación científica a programas de exploración marciana de la
NASA (rovers Curiosity y Mars 2020).
Estamos, pues, ante un sector de importancia fundamental en
nuestra economía y ello ha sido refrendado por la aprobación en
marzo de 2022 por el Gobierno español del Proyecto Estratégico
para la Recuperación y Transformación Económica el Proyecto para
el Sector Aeroespacial, más conocido como "PERTE Aeroespacial",
que pretende movilizar 4.533 millones de euros entre 2021 y 2025,
con una contribución del sector público de alrededor de 2.193
millones de euros y una inversión privada de cerca de 2.340 millones.
Este PERTE, como otros relacionados con la industria de la
automoción electrificada, los microprocesadores y las nuevas
energías, es fruto de la asignación a España de más de 77.000
millones de euros en transferencias a fondo perdido de los Fondos
Next Generation de la Unión Europea para la recuperación y
transformación de la economía de la UE tras la pandemia de la
COVID (el total de esos fondos asciende a unos 750.000 millones de
euros entre transferencias y préstamos, de los que un total de
140.000 millones de euros.
En concreto, en lo que al subsector del espacio se refiere, el texto de
la Memoria de presentación del citado PERTE plantea una inversión
de 1.480 millones de euros a:
Desarrollo de lanzadores de pequeños satélites
Una constelación de 16 satélites de observación de la tierra (en colaboración con Portugal).
Desarrollo de sistemas de satélite para comunicaciones cuánticas
Un sistema español de observación de la tierra para seguridad y defensa
El pago de la cuota española de la Agencia Espacial Europea
La creción de una Agencia Espacial Española
INTA
El satélite INTASAT
El canto del cisne del INTA-300 llegó de la mano de los dos INTA-
300B, que incluían algunas modificaciones respecto de los cohetes
anteriores. Fueron lanzados en octubre de 1993 y en abril de 1994
con instrumentación del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA). Si
bien el desarrollo de estos vuelos sufrió algunas incidencias, se
obtuvieron resultados científicos de gran utilidad.
El último cohete de sondeo desarrollado por el INTA fue el INTA-100
Rocío (junio de 1984-abril de 1992), un cohete de dos etapas para
estudios atmosféricos sencillo y económico que podía llevar elevar
una carga útil de 6 kg hasta 115 km de altura.
El lanzador Capricornio
SATÉLITES AVANZADOS
Deimos 2
NANOSATÉLITES Y CÁMARAS
PLDSPACE
Celestia Areospace
En efecto, Celestia usaría para sus propósitos un caza MiG-29UB
(biplaza de entrenamiento) desmilitarizado, bautizado como Archer,
para poder disparar desde 20 km de altura un misil, también
desmilitarizado, denominado Space Arrow, que podría portar
nanosatélites de hasta 16 kg. El avión llevaría dos de estos misiles,
con lo que en cada misión podría situar hasta 32 kg de carga útil en
LEO de hasta 600 km. Al conjunto Archer+Space Arrow se le conoce
como Sagittarius Airborne Launch System. Recientemente, la
compañía anunció el éxito de una ronda de financiación de 100
millones de euros con inversiores europeos, americanos y de países
árabes. De momento, la empresa tiene apalabrados al menos un
MiG-29UB con una compañía estadounidense, si bien la intención es
adquirir también dos Mig-29A para canibalización de peiezas y un
Aero L-39 Albatros como avión se seguimiento. Celestia también ha
mantenido conversaciones con la AESA (Agencia Española de
Seguridad Aérea) y con el Ejército del Aire, esperando poder
empezar la campaña de vuelos de prueba antes de que termine
2022. La compañía, asimismo, pretende construir sus propios
nanosatélites.
ZERO2INFINITY
Lanzador Bloostar
PANGEA AEROSPACE
Pangea Aerospace es una compañía con sede en Barcelona y
Tolouse (Francia), fundada en 2018 e integrada por profesionales de
10 nacionalidades, que pretende desarrollar un motor aerospike
toroidal funcional que propulsará al minilanzador reutilizable Meso,
capaz de enviar hasta 400 kg a LEO usando para ello el motor
aerospike Arcos.
Como hemos podido comprobar en este capítulo, el sector
aeroespacial español goza de un inusitado dinamismo inimaginable
hace una o dos décadas. No hemos sido exhaustivos, pues hay
muchas más compañías "start-up" que están luchando por hacerse
un hueco en el sector del "New Space" español, como la
castellonense ARKADIA SPACE, fundada en 2021 por ex-
empleados de PLDSpace para desarrollar motores espaciales
"verdes" y que recientemente ha llamado la atención de
ArianeGroup; EARTHPULSE, que propone un modelo de negocio
basado en la explotación de datos satelitales; FOSSA SYSTEMS,
que desarrolla plataformas picosatelitales, cuya masa es inferior a un
1 kg y que siguen el estándar de diseño PocketQube (5x5x5cm) con
los que brindan comunicaciones IoT dedicadas y seguras a
empresas y redes de defensa, con activos en ubicaciones remotas
donde no hay conectividad móvil, algo similar a lo que propone la
compañía HYDRA SPACE, una compañía con sede en Madrid;
KREIOS SPACE, por su parte, apuesta por desarrollar un sistema de
propulsión eléctrica para satélites denominada ABEP (Air-Breathing
Electric Propulsion) que permite a los satélites orbitar más cerca de
la Tierra sin usar combustible. Y, en el ámbito de l propulsión
espacial, no podemos dejar de citar a la empresa madrileña IENAI
SPACE, que está desarrollando motores iónicos para nanosatélites y
cyos dos primeros demostradores tecnológicos fueron lanzados al
espacio en octubre de 2022.
Como vemos, en nuestro país se plantean ahora propuestas de todo
tipo, sin complejos, desde satélites a sensores, pasando por
lanzadores y motores de última tecnología. Es evidente que no todas
estas iniciativas van a prosperar o a consolidarse, pero lo importante
es que están ahí, y de los errores y fracasos se aprende tanto como
de los aciertos y éxitos. Será interesante ver dentro de un lustro o
una década cómo ha evolucionado este sector. A día de hoy, su
progresión es innegable pues, como se informó en el seminario
«Oportunidades competitivas para el New Space español:
Tecnología,impacto y sociedad», organizado en el verano de 2022
por la compañía Satlantis en colaboración con la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander, este nuevo
sector aeroespacial ha crecido nada menos que un 30% respecto de
años anteriores.
EL CAMINO A LAS ESTRELLAS
Aunque siempre se tuvo la certeza de que así era, hoy sabemos que
nuestro sistema planetario no es el único que existe en la galaxia.
Gracias a las modernas técnicas de detección astronómica, a
mediados de 2022 tenemos constancia de la existencia de más de
5.000 planetas orbitando en torno a otras estrellas. Esa cifra incluye
mundos pequeños y rocosos como la Tierra, gigantes gaseosos
mayores que Júpiter y “planetas Júpiter calientes” en órbitas
abrasadoramente cercanas alrededor de sus soles. También hay
"Super Tierras”, que son mundos rocosos más grandes que el
nuestro, y “Mini Neptunos”, que son versiones más pequeñas del
planeta Neptuno de nuestro sistema. También se encuentran en
esta mezcla planetas que orbitan alrededor de dos estrellas a la vez
y planetas que giran obstinadamente alrededor de los restos
colapsados de estrellas muertas.
El exoplaneta más cercano a nosotros fue descubierto en 2016 por
el Observatorio Europeo Austral orbitando en la zona de
habitabilidad de la enana roja Próxima Centauri, a sólo 4,24 años-
luz de distancia. Algunas estimaciones sitúan la probabilidad de
encontrar un planeta similar a la Tierra alrededor de las compañeras
de Próxima, las estrellas Alfa Centauri A o B, en aproximadamente
el 85%.
Es pues muy probable que en ese sistema estelar triple existan
otros cuerpos planetarios de interés, como ocurre en el sistema
estelar Gliese 667, que está formado por tres enanas rojas a 22
años luz de la Tierra. En torno a Gliese C existen al menos tres
planetas. Uno de ellos, que recibe el poco evocador nombre de
Gliese 667Cc, posee una masa 5,24 veces mayor que la de la Tierra
y su radio equivale a 1,99 radios terrestres, resultando de esto una
gravedad de 1,32g. Su temperatura media se calcula en torno a los
28 grados centígrados, por lo que podría tener agua líquida en su
superficie.
Pero quizás el planeta más parecido a la Tierra y con posibilidades
de albergar vida sea Kepler 69c, descubierto en enero de 2013.
Orbita junto a otros dos planetas una estrella (Kepler 69) de la
constelación de Cygnus similar al Sol situada a 2.700 años luz de
nuestro sistema y tiene un radio 1,7 veces mayor que el terrestre.
Situado en la zona de habitabilidad, se estima que la temperatura de
su superficie puede estar entre los 7º y los 26º, aunque otros
estudios apuntan a unas condiciones más cercanas a las de Venus
que a las de la Tierra, ya que orbita a 112 millones de kilómetros de
su estrella y su año dura 242 días.
Algo más cerca, a 600 años luz de distancia, está el exoplaneta
Kepler 22b, orbitando en la zona habitable que existe alrededor de
Kepler 22, una estrella de tipo G (el Sol es una G2). El planeta es
casi dos veces mayor que la Tierra, pero todavía no sabemos si es
una super-Tierra o un mini-Neptuno. Si fuese un planeta rocoso con
una atmósfera similar a la terrestre, y dadas la distancia a su estrella
central (un 15% menor que la de la Tierra al Sol) y la luminosidad de
esta (un 25% menor), su temperatura estaría entre los 22 y los 27
grados centígrados, siendo su gravedad superficial de 2,4g.
Según un estudio publicado en 2012 por la Universidad de
Copenhague (Dinamarca), a partir de un trabajo de investigación de
seis años de duración (2002-2007) del Instituto Niels Bohr, con
telescopios instalados en Chile y Nueva Zelanda en el que fueron
analizadas 500 estrellas con técnicas de alta resolución, los
sistemas planetarios serían más la regla que la excepción en
nuestra galaxia, estimándose por técnicas estadísticas que, de los
cien mil millones de estrellas de la Vía Láctea, alrededor de diez mil
millones tendrían planetas dentro de la llamada “zona de
habitabilidad”.
Así pues, las probabilidades de que en las próximas décadas y
siglos se detecten exoplanetas similares a la Tierra, o incluso
gemelos, están aumentando a gran velocidad. Los nuevos
telescopios espaciales y los gigantes basados en Tierra van a tener
mucho trabajo en el futuro. Con el paso del tiempo y el avance de la
tecnología, no sólo seremos capaces de descubrirlos, sino incluso
de analizar sus atmósferas y de señalar aquéllos que sean
potencialmente habitables para formas de vida similares a la
nuestra.
Pero llegará un momento en el que la Humanidad sepa todo lo que
sea posible averiguar sobre esos mundos desde la distancia. Y
entonces habrá que plantearse el siguiente paso.
Como puede verse, son muchos los desafíos del vuelo interestelar,
pero nadie dijo que fuese a ser fácil. Se requerirán muchos avances
tecnológicos para poder hacer realidad estas y similares ideas, pero
todo parece indicar que los conceptos de vela fotónica y de
microondas son las más realistas para iniciar nuestro camino a las
estrellas.
Hilario Gómez Saafigueroa
Octubre de 2022
PARA SABER MÁS
Han sido muchas las fuentes consultadas para la elaboración de
este libro. Algunas son parte de mi biblioteca personal (libros,
recortes, documentos impresos, etc.), pero ha sido internet la fuente
principal para muchos de los capítulos.
Por ello, los que deseen profundizar más tienen una cita ineludible
con la red de redes. La información disponible sobre astronáutica,
tanto en inglés como en español, es ingente y abrumadora. No sólo
están las páginas web oficiales de las distintas agencias espaciales,
las revistas on-line, los sitios y blogs especializados, los foros de
aficionados o la Wikipedia, sino también cientos y cientos de libros
en formatos PDF, ePub, mobi…
Pero por empezar por algún sitio, mi primer consejo es consultar la
Wikipedia. Así, basta teclear en su buscador la palabra
“Astronáutica” acceder a un completo artículo en español con
multitud de enlaces, tanto a otros artículos sobre esta materia como
a las páginas de las distintas agencias:
https://es.wikipedia.org/wiki/Astronáutica
En la Wikipedia existe un portal genérico en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Portal:Astronáutica
En cuanto a blogs, mi favorito es el español Eureka, del astrofísico y
divulgador Daniel Marín. Sus artículos son de gran calidad y están
muy documentados. Es un lugar de encuentro y consulta obligado
para todos los aficionados:
http://danielmarin.naukas.com/
Los interesados en el presente y futuro del programa espacial ruso
no pueden dejar de pasarse por:
http://www.russianspaceweb.com/
Esta web está en inglés, como también lo está la impresionante y
abrumadora Encyclopedia Astronautica en:
http://www.astronautix.com/
Tampoco podemos dejar de citar los foros norteamericanos NASA
Spaceflight.com, en la dirección:
http://forum.nasaspaceflight.com/
Pero si el idioma supone un problema, no hay de qué preocuparse:
en Sondas Espaciales encontraremos toda la información necesaria:
http://www.sondasespaciales.com/