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CX'CMINOLOG Í A

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SISTEMAS PENITENCIARIOS
[POR EL DR.

P.D ~ ~ ~ C E V E D~ASTELLO-FRANCO
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Ex-Ministro de Negocios Eclesi~sticosy de Justicia de Portugal, ._-- -. '".


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ex-Director de establecimientos penales #"'

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Dr. Ramiro Rugda ..


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PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL

CONUNPRdLOGODEL

DR.F ~ ~ f i n f i bCnoneso
o
Inspector General de Prisiones

MADRID
REVISTA DE LEGISLACION UNIVERSAL
S a n Belrnardo, 58.
Requerimientos anlistosos á que no he po-
dido sustraerme, motivan este prólogo á la
interesante obra del ilustre publicista portu-
gués, Castello-Branco.
Aqui, donde tan pocos libros de Aiitropo-
logia criminal se producen, donde la legis-
lación punitiva se encuentra tan atrasada y
la penitenciaria es tan abigarrada y confti-
sa; donde los medios preventivos de la cie-
lincuencia y los sistemas para ejecutar las
penas son tan aicáicos como ineficaces, re-
snlttt plausible la idea del malogrado sefior
Rueda, de verter al castellano el libro que
se prologa, en estas concisas líneas, y de in-
dudable 6 importante utilidad su estudio.
El autor, que 'ha dedicado su fecunda in-
teligencia y perseverante actividad á 10s
- VI -
problemas penales penitenciarios; que, como
escritor, ha prodilcido varias obras origina-
les en su patria y en su idioma, y traducido
otras del francés y del italiano; y que, como
funcionario público, ha logrado encarnar en
la realidad y en el grado que las circunstan-
cias permitían, su labor especulativa, ya en
la Peni teiociaría central de Lisboa , como
subdirector, ya en el Gobierno, como Minis-
tro de Jiisticia, ya, en fin, en el Parlamen-
to, como Diputado, ha tenido el acierto de
maridar en la presente la teoría con la prác-
tica, quitando 6 la abstracción todo lo atópi-
co, que suele fascinar B los iliisos, defendien-
do, no obstaiite, el ideal, para dar vida y
organización á los hechos, sistematizando
éstos eir vista de las leccioiles y eriseiianzas
facilitadas por la experiencia y recogidas
por la propja observaci.óti, ora en el ejerci-
cio de altos cargos, ora en visitas de estudio
á paises extranjeros.
Ea los quince capítulos de que consta,
trata cle las cuestiones peiiitenciarias y de
antropologfa criminal más vitales; y si bien
en la parte descriptiva iio desciende á los de-
talles, y en la teórica no se da gran exten-
sión á las materias, acaso por la variedad y
lo complejo de éstas y el carácter conciso del
libro, una y otra se presentan en atinadas
sfntesis y con claridad suficiente para dar á
conocer al lector, con facilidad y economfa
de tiempo y de trabajo, las Prisiones que
describe, los sistemas que expone y las es-
cuelas y doctrinas que analiza.
Dos naciones, Bélgica y Holanda, peque-
ñas en territorio, nutridas en población, bri-
llantes por su cultura, han progresado por
extraordinario modo, sobre todo la primera,
en arquitectura y régimen penitenciarios, y
el Sr, Castello-Branco pone de manifiesto es-
tos progresos, examina las causas á que han
obedecido los factores y las fuerzas que los
han impulsado y los sostienen. De su estu-
dio toma la parte esencial para aplicarla en
su pais, y logra que arraiguen y florezcan
nuevas instituciones, como la Penitenciaria
Central de Lisboa, que queda mencionada,
laa colonias para jóvenes delincuentes, y
otras cuya implantación y desa'rrollo procu-
ra, con ostensible y laudable interés, el ve-
cino reino lusitano.
A nuestra Prisión Celular de Madrid dedi-
ca el tercer capitulo para dar idea de su ern-
plazamiento, de su estructura, de su régi-
men interno y apreciar los inconvenienttes
que surgen al aplicar la variedad d e trata-
It
- VI11 -
mientos requeridos por la distinta condición
legal en que se hallan los reclusos, segiln que
son procesados 6 penados, jóvenes 6 adultos,
politicos 6 delincuentes comunes, de estan-
cia fija 6 transeuntes, sujetos unos al siste-
ma celular y sometidos otros al aglomerado,
iilconvenientes que ficilmente se compren-
den y que malogran lo capital del pensa-
miento que inspiró la construcción del es-
pléndido edificio, 6 al menos dificultan gran-
demente la realización del fin penitencia-
rio que debiera realizar el establecimiento
levantado para servir de modelo en su
clase.
Objeto del capitulo cuarto, es el sistema
penal progresivo; y para darle á conocer
estudia la génesis y evolución de sistemas
anteriores de los cuales se deriva 6 por los
cuales se provoca, dando noticia del regi-
men de comunidad, de la servidumbre pe-
nal inglesa, de la deportación á Maryland y
á Virginia, en la América del Norte primero,
y á Botany-Bay , Port-Jakson, Sydney y Nor-
folk en la Australia y van-Diemen después;
de las causas 6 que fué debida la supresión
de las colonias penales que la gran Bretafia
llev6 á sus lejanas posesiones de Ultramar,
de la oposición y modificaciones del sistema
- IX -
y de su perfeccionamiento logrado por Crof-
ton en Irlanda y generalizado después en
Inglaterra y en las naciones más cultas de
Europa y América.
Partidario el autor del sistema celular, as-
pira á que se extienda en su pais, y á tal
e£ecto, defiende con calor y gran acopio de
citas de crinrminalistas y frenólogos, de argu-
mentos propios y de hechos positivos, el pro-
yecto presentado al Parlamento en 1888
para la construcción de nuevas penitencia-
rfas, cuya materia desarrolla en el capitulo
quinto. Empero, al defender el régimen ce-
lular, quiere que actúen en él como partes
integrantes todos los elementos que le cons-
tituyen, el trabajo, la 'enseiianza moral, li-
teraria, religiosa é industrial; las visitas de
personas inteligentes, de sentimientos filan-
trópicoa y de compasión hacia el cafdo,
para que el aislamiento de la celda no de-
genere en solitario y desesperante encierro,
muy apropósito para llevar al recluso á la
desesperación 6 á la demencia, como suele
suceder en no pocas Prisiones de esta indole.
En tales casos resulta insostenible por cos-
toso y contraproducente por sus resultados.
No trata s61o en su discurso de1 sístema celu-
lar; se ocupa también de la colonización pe-
- Y -
nieenciaria, tanto interna como externa; del
personal de funcionarios, de las distintas
clases de reclusos, de los menores delin-
cuentes y del tratamiento educador que de-
be dárseles; de la eficacia del trabajo, de las
sociedades de patronato, llamadas á hacer
sentir su importante acción social en los es-
tablecimientos y á tender su mano protec-
tora á los penados cuando salen de ellos, ya
extinguida su condena, para librarles de las
reincidencias en que inevitable y forzosa-
mente caen si les faltan la gufa y el apo-
yo necesarios al dar los primeros pasos en
la vida libre; de la libertad condicional, y
de otros interesantes puntos, que en con-
junto constituyen un útil 6 interesante com-
pendio de sana doctrina y de atinada orien-
tación penitenciarias.
De las escuelas penales y de la crimina-
logia, tratan los capftulos restantes, hasta el
a6cimoquint0, dedicado A la libertad con-
dicional de los sentenciados.
Nueva la sistematización de los conoci-
mientos criminológicos, el estudio que Cas-
rello-Branco hace en esta parte de su obra,
es evidentemente provechoso , porque en
abreviadas sintesia da á conocer los criterios
de 10s cl~sicosy de los positívistas de más
- xc -
conocido nombre y de mayor fama en la cien-
cia; las teorfas sustentadas respecto á los
criminales de profesión, á la antropometria ,
al trabajo, á la herencia morbosa, á la epi-
lepsia y su acción en la delincuencia, á la
antropología criminal y al tatuaje.
En las páginas dedicadas á las escuelas
clásica y positivista, se establece un parale-
lo y se hace una clara exposición de los
principios en que se fundan y criterios que
sostienen una y otra en punto á delincuen-
cia y á penalidad, y de los procedimientos
más adecuados para disminuir la primera y
lograr con la segunda eficacia mayor. El
autor se inclina á las nuevas ideas, pero no
admite todos los principios de la escuela.
Partiendo del libro del marqués de Beccaria,
sobre el Delito y la Pena, sigue el desarrollo
de las doctrinas filos6ficas que fundan el de-
recho de castigar en la libertad de determi-
nación para obrar, que en el delincuente re-
conocen, en la imputabilidad de los actos a l
que los realiza y en la consiguiente respon-
sabilidad en que incurre, como ser inteli-
gente y dotado de libre arbitrio, y en la ne-
cesidad de corregirle, educando y cstmbian-
do su voluntad contraria al derecho. Frente
á estas teorias, coloca las de los positivistas,
- XII -
que negando la libertad en el culpable para
determinarse, estiman los actos dafiosos que
realiza como consecuencia fatal é ineludi-
ble de su constitución orgánica, tanto física
como psíquica, y del medio material y so-
cial en que vive, haciendo descansar e1 de-
recho punitivo en la defensa social y justi-
ficando sus sanciones con el instinto y la ne-
cesidad de propia conservación en la espe-
cie, que reacciona contra el individuo que
la ataca y se convierte en obstáculo y peli-
gro para su normal y progresiva evolución.
El estudio de Los criminales habituales,
constituye un instructivo 6 interesante capi-
tulo de sociología penal. Con mano maestra
se describe á estos enemigos declarados de
la sociedad, que constituyen la levadura de
la criminalidad sangrienta y viven en cons-
tante y abierta hostilidad á las leyes y á to-
dos los principios de moralidad y de orden,
y con argumentos y hechos tomados de la
vida real, se demuestran las causas que oii-
ginan y mantienen plaga tan nefasta como
extendida y constante.
-De ordinario-dice con razón y pleno
conocimiento el autor-inician su carrera
por la vagancia, pasando por el hurto insig-
nificante, la embriaguez, el uso de armas
- XIII -
prohibidas, la resistencia á los agentes de l a
autoridad, hasta las audacias del robo y del
asesinato. Capturados y juzgados correc-
cionalmente en el principio de su aprendi-
zaje, van á cumplir la sentencia en cárceles
en donde una alegre y cínica promiscriidad
se convierte en escuela de mútua corrup-
ción, cuando no es escuela práctica de pic7c-
pochets, como el célebre patio de los micos
de la derribada Prisión del Saladero en Ma-
drid, 6 de esgrima de navaja, como el Li-
moeiro de Lisboa, en donde fadistas eximios,
hace poco tiempo aún, adiestraban á los no-
vicios en el juego de aquella arma, de uso
tan vulgar y causa de tantos asesinatos y
conflictos sangrientos. Las leyes, por su
parte, reduciendo el tiempo de las conde-
nas, 6, Ia vea que el Jurado con su mal en-
tendida benevolencia unas veces, con su
exagerada y en tal concepto dafiosn íilantro-
pía otras, cuando no por móviles de origen
más turbio, según se dice en el libro, con-
tribuyen también á que la ola de la delin-
cuencia habitual aumente y llegue á consi-
derarse el delito, por gentes de tal ralea,
como la profesión más lucrativa y menos
peligrosa,
Defiende el Sr. Castello-Branco la identi-
- XIY -
ficación de los delincuentes por medio de la
antropometria, sin conceder á este procedi-
miento la exagerada importancia que al-
gunos le suelen dar. La antropometria no
es, en realidad, otra cosa que la antigua
filiación que se tomaba 6 los reclusos, y que
aGn en muchas partes se toma, perfecciona-
da con datos y mediciones de mayor preci-
sión y fijeza, fáciles de apreciar en los indi-
viduos y de recoger y cansignar en las hojas
6 fichas preparadas al efecto.
Dar otra extensión y otras proporciones
á procedimiento tan sencillo, tan práctico y
de tan corto aprendizaje, es sacar este ser-
vicio de sus naturales y modestos limites 6
invertir en él tiempo y recursos muy supe-
riores á los que por su indole racionalmente
requiere, distray6ndolos de otros problemas
y atenciones que con apremio los deman-
dan.
Relacionado con la antropometria se halla
el tatuaje, que el autor estudia en el capi-
tulo catorce. Es ciertamente tino de los ca-
racteres somáticos externos que pueden ser-
vir y sirven para dar á conocer á los delin-
cuentes tatuados, como lo son las cicatrices,
deformidades, mutilaciones y otras señales
que individualizan y concretamente deter-
- XV -
minan, á la persona en que se hallan. Pero
considerar tal carácter como signo distiiti-
7-0 de tendencias y predisposición crimina-
les y atribuirle á una manifestación atávica,
recordatoria y demostrativa del estado 6 ins-
tintos de razas salvajes, cosa es que se halla
poco conforme con lo que la realidad enr;e-
ña, y áun que ha sido expuesto el hecho con
gran detalle y numerosos ejemplos, y soste-
nido el criterio con firme convicción por el
doctor Lombroso y sus partidarios de la es-
cuela positivista en Italia, otros ilustres es-
critores lo rebaten, presentando sólidos ar-
gumentos y comparaciones acertadas, que,
á mi entender, dan al traste con la teoría
lombrosiana en eyte punto.
Atribuye el escritor italiano la costumbre .
- de tatuarse á la insensibilidad fisica domi-
nante en los pueblos primitivos; y al obser-
var su práctica entre determinados crimi-
nales, la estima como un salto atrás y una
regresión á aquel estado. M. Tarde, que es-,
tudia este carácter en su ~ h i l o s o ~ h Péna-
ie
ie, demuestra haberle encontrado en milita- .
res,, en marinos y en gentes supersticiosas, '
de vida honrada y de correcto proceder, y ,
concluye diciendo:
.Si se admite que la asimilación del
e ,. . cri-
- XVI -
mina1 al salvaje ha podido tener algfin fun-
damento, esto se va visiblemente perdiendo,
á medida que el crimen se manifiesta menos
en las poblaciones atrasadas de los campos,
y más y más en el medio corrompido y refi-
nado de las grandes y populosas ciudades. »
M. Proa1 aboga por las mismas ideas que su
compatriota, y en su libro El Delito y la Pena,
escribe: «Porque el tatuaje se usa entre loa
soldados, los marinos y los obreros, como
entre los criminales, ¿debe hacerse de ello
indicio de criminalidad? Toda vez que está
inspirado por la afición 6 el bien parecer,
que es comdn á todos los hombres, ¿por qué
deducir que constituye un signo caracterfs-
tic0 de la criminalidad?, El mismo criterio
sustenta el catedrático Aramburo en su Nue-
ua ciencia Penal, contribuyendo á sostener
l a referida costumbre la ociosidad en que se
hallan los recluaos y la aglomerada confu-
sión de la vida carcelaria. La misma opinión
exponen otros publicistas que no se citan
aquí, por no permitirlo ni el espacio ni el ob-
jeto de este prólogo, A estas opiniones uni-
mos la nuestra, por creerlas más conformes
con la realidad que las sostenidas por el
profesor de Tusin.
En la ordenada exposición de materias
- XYII -
que va haciendo el autor, trata del trabajo
de los penados en el articulo noveno. Sólo
se ocupa del que pueden y deben ejecu-
tar en obras pfiblicas 6 explotaciones agrf-
colas.
Si entrafia indiscutible importancia el pro-
blema del trabajo en el interior de los recin-
tos penitenciarios, no es menor la que tiene
el que puede ejercitarse extramuros de las
Prisiones por los grandes contingentes de re-
cluso~que las llenan. El establecimiento que
dedica su población penal al. trabajo fitil y
reproductivo, pone en juego el más podero-
so resorte para mantener el orden, para re-
formar a l culpable y para resarcir a l Esta-
do, en el grado exigible, de los dispendios
que le ocasiona la persecución del delito y
la imposición y ejecución de la pena. Las
colonias penitenciarias de jóvenes deben es-
tablecerse en todo pais culto que carezca de
ellas y propagarse en los que ya las tienen,
porque es el medio más eficaz para vigorizar
el cuerpo y sanear el alma de los precoces
delincuentes, con lo cual ae les libra del
consumidor y nocivo encierro carcelario y
se logra que fecunden la tierra con su es-
fuerzo y levanten su espiritu por obra y vir -
tud de una labor provechosa. Los adultos,
- XYlII -
segdn sus condiciones y aptitudes, deben
igualmente dedicarse á trabajos de este gé-
nero, á construcción de edificios para aten-
ciones oficiales, vías de comunicación, cana-
les de riego, puertos, etc., según lo practi-
can, con resultados fructiferos, las naciones
que mejor entienden sus intereses, como hace
ver el Sr. Castello-Branco en su libro. Mas,
estos trabajos, sobre todo los de carácter
agricola ejecutados por adultos, han de en-
cerrarse dentro de los limites que la pruden-
cia y la discreción aconsejan, asi en lo que
concierne 4 las comarcas de instalación,
como en lo que respecta á la indole de los
establecimientos y á la clase de penados que
á los mismos se destinen, para no caer en
las quimeras y utopias que al presente aca-
rician los idealistas exagerados, con lo que
han dado en llamar «trabajo a l aire libre B.
Nutrido de citas de ilustres pensadores se
halla el capitulo décimo, dedicado á tratar
de la Herencia morbosa, y con tal motivo
inserta los juicios en que se afirma y sostiene
la trasmisión de disposiciones físicas y éti-
cas, fisiológicas y mentales de los progeni-
tores á los generados.
Los autores que de tan complejos y tras-
cendentales problemas se ocupan, distan
- XIX -
mucho del acuerdo. La experiencia por si
no parece inclinar la balanza en favor de
inflexibles trasmisiones, enseliiándonos que
de padres dotados de mentalidad superior
descienden hijos idiotas y criminales, dege-
nerados moral y Tisicamente, y no son pocos
los casos de marcada y ostensible reciproci-
dad que ofrecen. A nuestro parecer, m&s
que la herencia fisiológica, influyen en la
formación, desarrollo y proceder de los hom-
bres, la fuerza de la tradición de la espe-
cie, el medio ambiente y el hábito. Puntos
son estos que no es dable desarrollar en las
concisas y ligeras consideraciones que aquí
hacemos, sin otro objeto que el de llamar la
atención de los lectores del libro sobre tan
importante y debatida materia.
De los criminales epilépticos, de la influen-
cia que su estado psicopático tenga en la
producción de sus determinaciones y en la
responsabilidad que pueda alcanzar á los au-
tores de hechos antisociales que caen bajo l a
sanción de las leyea punitivas, trata el capi-
tulo once. Problemas son eetos que t o w re-
solver & la Medicina legal, y que el au.t;or se
limita á indicarlos y á citar las opiniones de
los más autorizados escritores, que sostie-
nen, como conclusibnn de sus respechivos cri-
- XX -
-t;erios,la necesidad en que la sociedad se en-
cuentra de defenderse, ante todo, de 10s indi-
viduos atacados por tales neurosis, como se
defiende de aquello que pone en peligro su
existencia Ó su sosiego.
Octípase el capítulo trece de la antropolo-
gía criminal, indicando el grado de adelanto
en que se encuentra, las conclusiones que
hasta &ora se han obtenido, los diferentes
criterios que se mantienen respecto á los
mismos, la necesidad de profundizar en este
estudio, y concluye la obra con la libertad
condicioizal de los penados.
Esta institución, establecida hace tiempo y
aplicada con buen éxito en la mayor parte
de las naciones más importantes de Europa
y América, constituye un vivo 6 intenso es-
tímulo para transformar en sentido de la en-
mienda la conducta del culpable, porque se
le ofrece un medio para abreviar el tiempo
de reclusión consignado en la sentencia. Por
igual sntisface i las teorías correccionalistss
y 6, los que mantienen la defensa social, como
el En más importante y trascendental de la
pena; pues si el penado se halla corregido,
seg6n las primeras, no existe razón que sa-
tisfactol-iamaute explique la continuación del
tratamiento penal; y si el que es segregado
- XXI -
de la sociedad por peligroso, se convierte en
un ser inofensivo, es lógico se abrevie su
cautiverio. S610 á los que se encuentren en
semejantes favorables circunstancias, deben
limitarse las concesiones de este género.
Para ello, como el mismo autor consigna,
preciso es que en las Prisiones exista perso-
nal idóneo, que al emitir los delicados infor-
mes que la práctica de esta institución exi-
ge, 10 haga con plena y recta conciencia y
en vista de observaciones bastantes, para
no convertir la instituci6n referida en medio
de que queden impunes los delitos y la so-
ciedad inddensa y justamente alarmada.
Mas, preciso es tsmbien que en nuestra
patria se consagren & tan importantes pro-
blemas, como son los tratados por el señor
Castello-Branco en su libro, el estudio, el
interés y el esfuerzo, la perseverancia y el
empeiio que por su trascendencia moral y
social reclaman, si se quiere que España
salga del lamentable atraso en que se en-
cuentra, así en el orden punitivo como en
el penitenciario.
FERNANDO
CADALSO.
M a d ~ i d ,Octubre de 1905.
DOS PALABRAS PRELIMINARES.

La criminalidad y los sistemas penales sor1


asuntos que actualmente están siesido estudiados
y discutidos con ardor por filósofos, sociólogos,
médicos, jurisconsultos y penalistas.
La atención convergen te de tantos escritores
egregios, y de tan diferentes e~pecialistas,revela
la importancia y complexidad de aquel estudio.
Esta próximo 6 sumirse en el abisino del tiem-
po el siglo XIX, y el problema cle la criminalidad
todavía no alcanzó una solución definitiva. A
pesar de los notables estudios y trabajos de tan-
tos hombres dedicados al bien público, 5i despecho
de los enormes sacrificios pecuiliarios que los
Estados hall empleado en la lucha coi1 el delito,
las estadisticas con fría é implacable severidad,
clemueetran que ES tos esfuerzos han sido frustra-
dos, que el crimen prevalwecoiitrn la penalidad
y que, saliendo triuilfante de la lucha, sigue s u
camino iilsidioso y mailchado de sangre, acom-
pariando el movimiento ascensional de la civili-
zac,iÓn. Hanse sucedido rtipidamente y acumulado
las leyes penales; sin embar.go, la enmienda i1.ioral
de los condenados es un ideal, que escapa por
ahora á los propósitos de los legisiadorcs. La
verdad es que la cifra de los crímenes lia au-
mentado en casi todos los pueblos cultos, y que
las reincidencias han crecido en una progresión
aterradora.
«La ineficacia de la pena --decía en 1885 el
Guarda sellos al presidente de la república fran-
cesa- desde el triple punto de vista de la co-
rrección, de la intimidación y de la enmieiida,
resalta cada vez mtis de las indicaciones de la
estadística: la ola de la reincidencia auinenta
continuamente.» Tal era la impresión que le ha-
bía producido la memoria de la administracióii
de justicia eil aquel año.
El mismo hecho reconoce11 eminentes crimi-
nalista~europeos, y la necesidad apremiante de
un nuevo estudio del delito y de los sistemas
penales inás eficaces para la represión es pro-
clamada por una brillante pléyade de varios
extranjeros.
Sería lamentable vanidad que yo supusiese,
afirmase, que venía & arrancar el problema
de la criminalidad de las brumas que lo oscu-
recen. Publicando estos inodestos estudios, sólo
tengo la pretensión de sugerir A personas de
3
mayor competencia y superiores dotes intelectua-
les la resolución de prestar su concurso valioso
á una obra en que, en otros países, tan iii-
cansableinente trabajar1 criminalistas y filósofos
insignes.
La naturaleza de las funciones que ejerzo ac-
tualmente me impone, casi como deber del cargo,
el estudio de los varios sistemas penitenciarios; y
el contacto cuotidiano con tantos infelices mar-
cados con el estigma del crimen me fué in-
culcando el deseo de analizar este feilómeno
social, utilizando también para este efecto los ele-
mentos experimentales puestos d mi dieposición.
Este volumen contsiene el resultado de mis
prim9ros estudios, A que sucederá11 otros, si
circunstancias imprevistas no vienen á impedir
s u coatinuación.
Yisita 6 los establecimientos penitenciarios belgas
de L o ~ a i n ay de Gante.

Habiendo sido nombrado subdirector del esta-


blecimiento penitenciario de Lisboa, por decreto de
26 de Junio de 1884, se me encomendó por dis-
posicitn de 27 del mismo mes y año que vi~itase
la penitenciaria de Lovaina, fin de estudiar
el modo práctico cómo esttbail organizados los
servicios en tal establecimiento.
Cumplí la orden que nie había sido trasmitida,
y el resultado de mi estudio y observaciones
acerca del régimen de aquella penitenciaria y de
la de Gaiite, constan eri la memoria que repro-
duzco, en parte, acompañada de riotas sugeridas
por estudios posteriores.
La penitenciaría celular de Lovaina fué inau-
gurada en 1860.
Eil el conflicto de opiniones y de reííidas con-
troversias acerca del sistema penitenciario, se
adoptó allí el régimen de separación celular coii-
tínua entre los condenados, según se habiti adop-
tado en Filadelfia; pero modificado por prescrip-
ciones racioniiles, eri armonía con la naturaleza
humana y con la buena higiene física y moral
de los reclusos.
Con anterioridad d la iil~uguracióiide la pe-
nitenciaria de Lovaina, ya existían en Bblgica
otras prisiones, que por su construccióil y rkgi-
men llamaban la atención, y entre éstas figuraba
en primer lugar la de Gante, cuya administración
hoy día es muy notable.
El régimen de la penitenciaria de Lovairia se
inició de un modo diverso de otros ~stableci-
mimtos similares, á despecho de los temores y
funestas predicciones de filósofos, criminalistas
y filántSropos,que anunciaban como coi~secueilcias
del aislamiento de los presos, no su moralización,
sino la desesperaciói1, el suicidio y la enajenación
mental.
7
Data del año 1835 el primer ensayo del ré-
gimen celular en Bélgica. En la peniteilciaría de
Gante, que existe ya desde 1772, se hicieron en
aquel aíío 32 celdas, en donde fueron recogidos
algunos presos, y la experiencia fué tan satisfac-
toria, que desde luego la Administración pública
procuró hacer ensayos idénticos en otras prisiones,
hasta que por ti11 fué construída la penitenciaria
de Lovaina, que es geiieralinente citada, desde el
punto de vista de su rkgiiileil, coi110 ejemplo digno
de seguirse y modelo que debe adoptarse.
E ~ IBélgica el régimcn interior de las prisiories
se deterinina por medio de reglamentos genera-
les, y reglnmeiltos especiales, que son el des-
envolvimieilto pr6ctico de aquellos. Hasta l8GO
el régimen iilteriio de las diversas prisioiles celu-
lares de aquel país era 1)oco uniforme; pero desde
entonces, y principalmente desde el año de 1870,
el sistema se unificó, y verd~derainentedesde esta
época es desde cuando las prisiones celulares bel-
gas entraron eii un periodo digno del estudio
de cuailtos tengan que ocuparse en asunto tan
importante, como es el de la aplicacióil de las
leyes penales y de la reforriia cle los delincuentes.
La unidad de los reglamentos produjo la uni-
formidad ea las reglas disciplinarias, en la buena
distrihucióil de las ocupaciones cuotidiailas de los
presos, en su higiene, en su en~eííanzaescolar
y moral, e11 la gestión económica de las p~isio-
nes y en los demas servicios c~~respoildieates. La
8
separación individual de los presos, base funda-
mental del sistema penitenciario, se observa hoy
con rigor en las prisiones czlularas caiitrales; y
por eso vi en la prisión d v Glinte adoptadas las
mismas prticticas cjue eri Lovaii1;i se seguiaii
respecto & los criminales que estaban cumplien-
do la pena de priei6n celular, pues que había
en aquella prisióii otra clase de detenidos, los
cuales vivían en aislamiento celular tan sólo du-
rante la noche.
Esta clase de presos coinprende los condena-
dos tí trabajos forzados perpétuos, que, eri virtud
de la Ley de 4 de Marzo de 1870, únicameiite
son compelidos al régimen de separación celu-
lar durante los diez primeros alios de s u cuuti-
verio; los sentenciados i'~ la pena de muerte,
que en Bélgica todavía estu en rigor, aun cuando
hace aííos no se ejecuta; los condenados militares
y los menores de veintiun anos, que por decisión
de los Tribusiales se ordena su admisión en Iiis
casas especiales de reforma, en donde reciben la
educación moral, la escolar y la profesional.
La vasta penitenciaria de Gante esta dividi-
da en cuarteles destinados 6 estas categorías de
presos, no habiendo entre una y otra clase comu-
nicación alguna, aun cuando los presos, que no
se liallail cumpliendo pena celular, durante el
día trabajen, coman y paseen eii comlin.
En Lovaina el régimen peiliteiiciario recorre
los trhmites siguientes:
9
Admitido un sentenciado, se inscribe su nom -
bre en un registro, con las demás indicaciones á
él referentes, prescriptas en el reglamento de la
casa; y preguntado acerca de la religión que pro-
fesa, se hace ineilci3n de su respuesta en el rnis-
ino registro. Cualrjuier cantidad de dinero, ropas
í i otros objetos que lleve consigo, son inventaria-
dos y debidamente guardados, y se le cambia
s u traje por el que tiene adoptado el estableci-
miento. En seguida es sometido á un examen se-
vero por el director, por el capellán, cuaildo el
preso profesa la religión cat,Ólica romana, por
el médico y por el maestro de escuela, con el
fin de averiguar cuáles son sus disposiciones
morales, SU estado de salud, su peso, su grado
de ii-istruccióil, la aptitud profesional y s u desen-
volvimiento intelectual. Después es presentado al
director, que le explica el régimen del estableci-
miento, exhortándole 6 que se resigne y á que
se haga, por su conducta, merecedor de estima
y consideración. Conducido en seguida el preso
h la celda, se le da conooimiento del uso y ma-
nejo de los objetos allí existentes y, si el preso
no supiese leer, se le leen las disposiciones re-
glamentarias concernientes B la disciplina y de-
beres que le incumbe observar y cumplir sin
murmuración ni repugnancia.
El moviliario de las celdas consiste en una
cama de hierro, una mesa, un banco, un peque-
ño colgador, una escoba, una pala para limpie-
10
za, un cepillo de ropa, uno para el pelo, u n
peine, una toalla, una taza, vaso y cuchara de
estaño, y además de esto hay un pequefío cru-
cifijo, un rosario, un libro de devociones, una
chapa de metal con el numero de la celda, un
cuadro con el extracto del reglamento y otro que
contiene máximas morales. Este cuadro de máxi-
mas fue introducido en Lovaina en 1867, y está
adoptado en las demas prisiones celulares des-
de 1870. Cada ejemplar contiene 30 nltiximas ó
sentencias morales, correspondiente una á cada
día. En la penitenciaria de aquella ciudad hay 960
cuadros, de manera que solamente de dos en dos
años es cuando el preso repite la lectura.
Eri los primeros días de la admisión del preso,
éste queda aislado y entregado á sus reflexioiies,
hasta que pide trabajo 6 libros, y en este periodo
los empleados tienen por obligación principal vi-
gilarlo con frecuencia, á fin de estudiar sus dic-
posiciones morales, y hacerse cargo de su índole
y de la influencia que en 61 opera la soledad.
La designación de la celda para el preso, sc
hace eii arrnonia con su aptitud profesiorial,
hallándose agrupados y próximos, en cuanto es
posible, aquellos que ejercen industrias idénticas
6 ai~&logas,para facilitar su ensellailza y direc-
ción, que esta confiada á vigilantes especiales.
El uniforme de los presos, durante el iii-
viam3, consiste en una chaqueta de paño de mez-
cla, pantalones del mismo paño, camiseta de lana,
camisa de algodón, corbata, calzoncillos, medias
de lana, babuchas de orillos y zuecos, que usan
en el paseo de los patios. En la celda pueden
tener en la cabeza una gorra de paño ó tela,
y un delantal cuando trabajan; pero cuando sa-
len se cubren con un capuchón que no pueden
levantar nunca en presencia de otro preso, ni
delante de personas extrañas, excepto en virtud
de orden de los guardias que los vigilan.
Los vestidos en verano son de lienzo.
Traen pendiente de la solapa de la chaqueta
una chapa en que estd marcado el niímero de
la celda respectiva.
Las obligaciones impuestas $I los presos son
las siguieiites: la obediencia rigurosa á las ór-
denes de los empleados; la asistencia coii aten-
ción y recogimieiito á los ejercicios del culto y
6 las lecciones escolares, el desempeño del tra-
bajo que les está ordenado, la abstención de toda
tentativa de reconocimierito y de corresponden-
cia con los otros presos, silencio, orden y com-
postura en todas sus acciones, tanto en la celda
como exteriormente, el empleo de las horas dis-
ponibles en los días festivos para su instrucción
moral y religiosa, y el uso del capuchón fuera
de la celda.
Cuando tienen que ir para la capilla, 6 para
los patios de paseo, deben caminar unos en pos
de otros, A distancia de cinco 6 seis pasos, el1
marcha rápida.
~0 s e permite A los presos alimentarse por su
cuenta: ni de modo diverso que el adoptado en
la prisión, y únicamente pueden adquirir algu-
nos alimentos suplementarios, en la cantina, a
costa de la parte disponible de su gratificacibn
de traba-jo, una ó dos v2ces por semana, con-
forme á la graduación de la pena que los pc-
ni tenciados están sufriendo, ó t i las reconipen -
sas que ha y an merecido.
La cantina es una pequeiia tienda en que se
venden algunas sustancias alimenticias y otros
géneros de reconocida utilidad, cuya tarifa de
precios estii escrita en una t~blillacolocada en
cada una de las celdas.
Dos veces al mes pueden los sentenciados ti
prisión menos rigurosa racibir visitas, una sola
los condenados 6 recliisión, y una cada seis se-
manas los condenados 4 trabajos forzados, y
pueden igualmente escribir cartas en épocas de-
terminadas, idénticas 9. las de las visitas, siendo
la correspondencia, así la expedida como la re-
cibida, sometida la inspección del Director.
Con el fin de evitar los efectos perniciosos
de la ociosidad, están reguladas las cosas de
manera que los presos tengan ocupado todo el
dia. Desde 1: de Abril hasta 30 de Septiembre se
levantan d las ciiico, se desayuna11 g las cinco
y media, y comienzan á trabajar desde las seis
hasta el mediodía, teniendo desde las ocho una
hora de paseo en 10s patios celulares, por sec-
13
ciones. A mediodía se les da la comida, vol-
viendo al trabajo desde la una hasta las cinco y
media. Estas horas de trabajo se interrumpen
por la eilceñanza moral y escolar, que se da en
los anfiteatros de la capilla. A las cinco y me-
dia i2e toma iluevo alimento y se continúa el
trabajo, desde las seis hasta las ocho y tres cuar-
tos, dándose la señal para que los presos se
acuesten á las nueve.
En la penitenciaria de Gante los presos traba-
jan, por término medio, eii cada día nueve horas y
ocho minutos; en Lovaina diez horas y veintisiete
minutos. Desde el 1.0 de Enero á 15 de Febrero
nueve horas y quince minutos, y lo mismo des-
de 1.0 de Noviembre 6 31 de Diciembre; desde 16
de Febrero á 30 de Marzo diez horas y quince
minutos, y desde 1.0 de Abril A 30 de Septiembre
once horas y quince minutos.
El producto del trabajo de los presos se di-
vide entre ellos y el Estado. La mitacl de la
parte que les pertenece constituye un peculio,
que s e les entrega en el momento de recuperar la
libertad; de 1ci. otra mitad pueden d i ~ p o i ~ ecomo
r
les plazca dentro de los limites reglameiltarios.
El peciilio de los presos Fe coloca á gaiiar
intereses, y forma parte de él cualquier cantidad
que depositen á su entrada e11 la peiliteilciaria,
y de la cual 130 les es permitido dicpoiler antes
de adquirir la libertad.
El trabajo es ejecutado dentro de la cdda, y
14
sólo como excepción se admite el ejercicio de
alguna arte ú oficio que exija la cooperaci611 de
mas presos; pero eil este caso especial el trabajo
es desempeiíado bajo la inspección de un vigilail-
te, observando los operarios absoluto silencio,
coii el fin de que no se relacionen ni reconozcan.
Para aniortiguar la monotonía del aislarnien-
to, satisfacer, en cuanto es posible, los senti-
mientos de sociabilidad que distingue á la na-
turaleza humana, y para morigeracióil de los
presos, el reglamento prescribe que, durante las
horas de trabajo, sean frecuentemente visitados
por los vigilantes y demás emplea.dos de la pri-
sión. Al Director y Directores adjuntos incumbe
la visita cuotidiana de veinticinco cada uno: los
tres capellanes deben pasar en las celdas, cada uno,
cinco horas por día; los médicos, independiente-
mente del servicio clínico, deben visitar doce, y cada
uno de los vigilantes veinticinco. Una tablilla fija
el número de estas visitas y el modo cómo deben
hacerse, 6 fin de que todos los presos sean vi-
sitados con igualdad.
Como estas visitas sirven, 130 sólo para ali-
vio de los reclusos, sino también para irles, poco
6 poco, insinuando buenos sentimientos cori el
trato frecuente de personas de buen proceder, é
instruidas, es indispensable que los vigilantes
estén dotados de tales cualidades, que permitan
considerarles como agentes de moralizacióil y
Útiles auxiliares de los capellanes g profesores,
funcionarios á quienes principalmente incumbe
la árdua tarea de la instrucción escolar, moral
y religiosa de los criminales.
La alimentación de los presos en Lovaina es
de buena calidad. Los alimentos contienen las
sustancias indispensables para la forn~aciónde
la sangre y las que reclama la respiración: so11
variados y altei-nados, y comprenden una pro-
porción convenicnte de sustancias animales y
vegetales.
Eri Bélgica la alimeiltación de los presos ha
merecido especial atención, y s e ha mejorado
considerablemente, porque la experiencia demos-
tró que la antigua tarifa, de 4 de Julio de 1846,
no correspondía á las necesidades del organismo,
y por1 esta causa la prisión celular ejercía sobre
algunos presos una deplorable in.fluencia.
El actual Director de la penitenciaría de Gante,
el insigne funcionario é ilustre publicista Mr. J. Ste-
vens, fué el que, como inspector de los estable-
cimientos penitenciarios, luchó denodadamente 6
favor de la mejora de la alimer~tacióri de los
presos, y h él se debe la adopción de la tarifa
alimenticia de la penitenciaria de Lovaina, la que,
si no satisface en absoluto las exigencias de la
ciencia, proveyendo copiosarnerite al organismo
en cantidad rigurosa de los elementos de que de-
pende s u equilibrio perfecto, es todavía, como
dice su autor, una obra de transición entre la
teoría y la practica regulada por la turifa de
1846, notoriamente considerada como iilsuficiente
para proveer al mínimum de las necesidades de
hombres sujetos al empobrecimiento de fuerzas,
que el encierro celular tiende á producir.
La estadística se encarga de probar que la
alimentación de los presos en la penitenciaria de
Lovaina es suficiente; puesto que desde 1860 A
1873, de 4.015 individuos que habían habitado
aquel establecimiento, y que habían constituido
uria población media anual de 500 ]-resos, no
ocurrieron más clue 87 defunciones, y en las
enfermerías raras veces tiene habido un número
de presos superior al 1 por 100, con relación á
la cifra total de los existentes. Adembs de esto,
las enfermedades 110 difieren de aquellas que
ordiiiariamente aparecen en Ias prisiones de rB-
gimen común; siendo todavía menos numerosas
que en éstas. Consta lo que queda dicho de las
respuestas dadas por Mr. Stevens en la infor-
mación parlamentaria, relativa a los estableci -
mientos penitenciario^, U que se procedió en Fran-
cia, en virtud de una proposición de ley, preseii-
tada ii la Asaniblca Kcicional en 11 de Diciembre
de 1871 por el Vizconde d' Haussoilville, la que
se convirtió en la ley de 25 de Marzo de 1872.
De la memoria acerca de la estadística de
las prisiones belgas y de las casas eepeciales de
reforma, referente á los 8110s cle 1878, 1879 y
1880, escrita por Mr. A. Gautier, director de pyi-
siones y de seguridad pública, que me fué re-
galada por su autor, consta que en las prisiones
de Gante y de Lovaina los enfermos que esta-
ban en tratamiento en 31 de Diciembre de 1877
eran 35, siendo el número total de presos existen-
tes en los dos establecimient~s848. Desde 1.0 de
Enero de 1878 hasta 31 de Diciembre de 1880
habían entrado 561 y salido 676, de suerte que
el efectivo en las dos casas en 31 de Diciembre
de 1880 era de 733. E11 el periodo de esos tres años
habían ingresado en las enfern~erias484 y salido
curados 379, uno fué enviado para una cssa de
salud, y fallecieron 78. En 31 de Diciembre de
1880, en Gante existian en las enfermerias 15
presos, y en Lovaina 11.
El1 el mismo periodo la cifra de las defun-
ciones, según la citada memoria, filé de 3,42
por 100 81 350, y ai~terio~mente, eil igual núme-
ro de afios, se había dado idéiltica proporciÓi1(1).
Estos números son elocuentes,

(1) Hay muchos que están persuadidos que el régimen


de prisión celillar ejerce una influencia fatal sobre la salud
de los presos.
En el Dictionnaire encyclopedipzce des Sciences médicales
aparece publicado un articulo del Dr. Mery Delabost sobre
e l sistema penitenciario, en 01 cual, con grando imparcialidad,
se examina este asunto.
El autor del articulo cita una memoria del médico de
l a prisión de Mazas, el Dr. Beaiivais, el que, apoyándose
en una práctica de 14 aííos, afirma que, en los individiios
de buena salud, la ~eclusióncelular no ejerce sensible in-
fluencia, que las molestias espontáneas son poco frecuentes,
9
rr>
El sistema celular adoptado en Lovaina mira
principalmente la educación y moralización de
los presos. No se prescinde de la idea del cas-
tigo, porque los penados están bajo el peso de

y que la mortalidad es menor que en las prisiones de r6-


gimen colectivo.
El aislamiento protege 4 los presos contra las epidemias
externas: viruela, fiebre tifoidea, escarlatina, snrampiún y
difteria. La últiiua epidemia. de cúlcra no penetró en &Iazas.
Idéi~ticohecho aconteci6 en Lovnina en 1866, cuai~do,du-
rante cinco meses, los hospitales de la ciudad habían tenido
e n tratamiento 200 coI6ricos, de los que murieron la mitad.
Mr. Stevens refiere esto en su libro Zcs prisons ccllz~lairescn
Bklgipue, añadiendo que la fiebre tifoidea, que, despii6s de In
tisis, es la enferm edad en el cuadro nosolbgico más frecuente
en BBlgics, tampoco había invadido aquella penitenciaría.
Mr. Stevens atribuye estos resultados 4 la limpieza cons-
tante, pureza de aire y rigurosa observancia de los preceptos
de la higiene.
El Dr. Delabost dice además: ))Las molestias observadas
más geiieralmente son las mismas que se observan en las
prisiones en común y la anemia no es más predominante. El
rbgimen celular no provoca ni agrava las enfermedades en
general. Sin embai.go, los individuos sanguíneos, pletóricos,
de constitución apoplética sufren dificilmente la estancia pro-
longada en una celda; no es raro que ocurra11 congestiones
cerebrales, hemorragias nasales 6 pulmonares.))
El médico de Mazas, Dr. Beauvais, afirma que el r6gimen
19
una austera disciplina; pero sobre todo se atiende
á su educación moral, escolar y profesional, y,
para conseguir este resultado, se empleaii con
solicitud perseverante los mliis diligentes cuidados.
La ensefianza escolar comprende: lectura, es-
critura, aritmética, nociones elemeiitales de gra-
mática, historia y geografía de Bélgica. Lo. asis-

celular es funesto para los individuos escrofulosos, cuya


molestia se agrava con una rapidez estrema y notable inten-
sidad; y el Dr. Delabost aauce que el mismo régimen no provo-
ca la tuberculosis espontánea, por mhs que la falta de buen
arreglo en las celdas y la privación de los paseas al aire libre
pueden favorecer las explosiones J e la diatesis adquirida 6
trasmitida hereditariamente.
Por otr a parte, efectos saliidables han sido observados por
los Doctores Bibast y Boucber en individuos einpobrecidoa por
l a embriaguez, por el libertinage y por la miseria.
Hay, pues, algunas compensaciones.
Desde 1866 4 1870, los fallecimientos ocurridos en las
prisiones departamentales de Francia habian sido 3.556, lo que
corresponde 4 . u término rriedio de 4,3 por 100, y en las peniten-
ciarias centrales habian sido 2.866, qiie dan el térmiiio niedio
c?e 3,8 por 100. En estas cárceles d régimen es colectivo. E n las
prisiones celulares del departamento del Sena, las muertes por
enfermedad habían sido las siguierites: en blax:is, desde 1860 á
1873, 314, con una media de 1,2 por 100; en la Boquette, 125 con
una media de 2 por 100, en el periodo de 21 afios; y en la Santé
53, media 2,2 por 100, en un periodo de 7 aiios.
Como se ve por el confronte de estos nbmeros, sacados
de los mapas comprendidos en el libro Les recidivistes, de
Mr. Reinach, la proporci6n de la mortalidad proveniente de
enfermedades ha sido superior en las c4rceles de régi-
men coiuiin.
En una memoria de Mr. Rerden, administrador de seguridad
piíblica y de las prisiones belgas, eii 1869, se ve que el térmi-
20
tencia 6 la escuela es obligatoria para todos los
que no saben leer, y para los que no leen ni
escriben correctamente, Cada preso que entra en
la prisión es sometido á un examen, á fin de
averiguar cuál es s u grado de instrucción, y lo
mismo las nociones morales que posee.
Como la separación individual de los presos,

no medio de las defuncioues en las prisiones de Gante, Ville-


Vorde y Saint-Bernard, de régimen colectivo, fué de 2,95 por
100 en el transcurso de los años da 1831 á 1860 y de 1,31 por
100 en la cárcel celular de Lovaina en los años de 1868
á 1868.
E n el periodo de 1860 4 1873 en la misma penitenciaria,
fueron 103 las defunciones, lo que corresponde á una media
de 1,4 por 100.
E n las c4rceles celulares de Nolnnda, desde 1861 4 1872,
s mortalidad fué de 0,7 por 100 en una población media de
2.881 presos, y en las cárceles de régimen en comiln la pro-
porci6n de la mortalidad fué de 2,4 por 100 en una poblaci6n
media de 26.492.
E n la penitenciaria central de Lisboa murieron de enfer-
medad 7 presos en 1886, y diez en 1887.
Tomando por base la media de los penados, en el primer
año la mortalidad proporcional fuB 4,1 por 100, en el segun-
do fué de 3. Calculándose la media por el nilmero de presos
existentes en fin del año de 1886, la media seria de 2,82, y en
1887 sería de 2 y medio por 100; pero el primer cálculo de la
media es nlás racional y m4s conforme á la realidad de los
hechos.
La tuberculosis fué la enfermedad que caus6 mayor nú-
mero de víctimas; e n 1886 mat6 4, y 9 en 1887.
Por el registro de entrada d e presos, en que se consignan
las observaciones de los médicos acerca de los sentenciados 4
SU llegada, se demcestra que los individuos muertos de tu-
berculosis no habían adquirido aquí la enfermedad: unos ya
21
y s u incomunicaciói~, constituye la esencia del
régimen penitenciario, las lecciones escolares y
morales se les dan en los anfiteatros de la ca-
pilla por los profesores y capellailes, en las horas
designadas en el reglamento interior.
El profesor no hace preguntas ti los alum-
nvs, y ninguno de ellos puede levantar la voz

venian con la salud quebrantada: otros estaban predestina-


dos 4 sucumbir de aquella terrible indisposición, cuyos gér-
menes aliinentaban, habidndolos adquirido en una vida de
miseria y de vicios, cuando no eran ya fruto de una fatal
trasmisión hereditaria.
JSs sensible la diferencia entre las muertes ocurridas en la
penitenciaría de Lisboa y las que mencioné anteriormente.
Pero conviene tener en cuenta, que si la estadística abiazase
un número mayor de años la media podría variar considera-
blemente, siendo tal vez excepciones, en cuanto 4 las muertes,
los dos 4 que se refiere. Adern4s de esto, en la penitenciaría
de Lovaina no se reciben presos mayores de 50 años, y que no
disfruten buena salud ni plena integridad de facultades men-
tales. En los demás estableciinientos celulares hay precaucio-
nes idénticas, las que no existen en el reglamento de la peni-
tenciaria de Lisboa, habiéndose dado por esto, más de untr vez,
el caso de entrar directamente para la enfermería presos re.
cien venidos, y hasta fué enviado uno del Limoeiro con cami-
sa de fuerza, pues presentaba manifestaciones de locura furiosa.
Por falta de elementos no pude comparar la mortalidad
de las cárceles civiles de Porto y de Lisboa, de régimen común,
con la de la penitenciaria central. Por los ndmeros referidos
se ve que el régimen ceiulnr, si no es mds favorable 4 la salud
de los sentenciados, tampoco es causa de mortalidad excesiva.
Muchos delinciientes son individuos que desde su naci-
miento traen el estigma de una degeneración orgánica.
>Grave es -dice Morselli- la proporción de los afectados
de enfermedadeci nerviosas (cerca de 10 por 100), alucinacio-
22
durante la lecciói1, significaildo únicamente al
profesor que tiene alguna duda sobre la que
desea aclaraciones, enseñ8ildole el respectivo i ~ u -
mero, yendo el profesor í i la celda á darles las
explicaciones deseadas, y s u m i ~ ~ i s t r ~ r la
l c s en-
señanza cuya trasmisióil no es posible hacer fueran
de la celda.

nes, hipocondría, epilepsia, sífilis, tuberciilosis, lo que con-


cuerda con la opinióu valientemente susteutada por Despine
en Piaiicia, Thoinson, Nicholsoii y Maudsley en T n g I ~ . t e ~ r ~ ,
Loinbroso y Virgilio eil Italia., de qiic la dcgerieroción criiiii-
nal hiere al orgnuis~noen todas siis fuiicioues, desde las cere-
brales á las morfoló,'"lCaS.»
Si muchos criminales entran en la categoría del delincz~entc
nato de Loinbroso, como represeiit.antes dc las razas iuferiorcs,
el regimen de la prisi6n celular constituye para ellos una niu-
danza completa en los hábitos de su existencia.
No debe sorprender el argumeiito de la mortalidad en las
prisiones de aquel régimen, y de admirar es que acontezca lo
coiitrario, esto es, que la mortalidad sea superior en las chr-
celes do regimen en común.
«La sducl de las razas hiimanas más salvajes -dice Dar-
win ( L a Descendance de 1' honznze, trad. par Ediuond Barbier)-
se altera profundamente cuaiido se trata de someterlas Q nue-
vas condicioiies de existencia 6 nuevos hábitos, sin que para
esto sea necesaria la mudanza de clima. Simples alteraciones
de costumbres, por muy insigilificantes que sean, surten el
mismo efecto que el que ordinariamente se causa eil los niños
de tierna edad.
»Se ha afirmado muchas veces, como lo hace notar Mac-
naniara, que el hombre puede sufrir impuiiemente las mayo-
res diferencias de clima y resistir considerables mudanzas en
las condiciones de existencia; pero esta observaci6n a610 es
verdadera cuando se aplica 9, razas civilizadas. El hombre en
estado salvaje perece en este caso, casi tan sensible como sus
23
Siendo los momentos de ociosidad, no sola-
mente los mas funestos, sino también los más
dolorosos para los presos que vive11 en el ais-
lamiento celular, se deriva de ahí la ilecesidad
que tiene el profesor de habilitar eil el menor
tiempo posible d los alumnos, para que puedan
entregarse 5. la lectura de los libros de la biblio-
teca, tanto para su ii~struccibn, como por pasa-

próximos vecinos los monos antropoicles, que no sobreviven


largo tiempo al verse desterrados de su p:~isnata1.n
La degeneración hereditaria es, sin embargo, no s610 un
factor importante del crimen, sino también uua causa predomi-
nante de mortalidad por la trasmision de las diatesis.
El profesor Virgilio, director del asilo de locos delincuentes
de Aversa, en Italia, estudiando el carhcter de las enfermeda-
des de los delincuentes en las dos casas penales de aquella
ciudad, observi, que las molestias que con gran frecuencia
atacan 4 los criniinales son las del sistema nervioso, así como
las tisiogénicss, pulmonares, 6 de las glhndnlas lii~fhticas.
E l Dr. Penta, médico del establecimiento penal de Santo
Stéfano, en la misma nación, del estudio patol6gico de los de-
lincuentes dedujo que, por lo menos clínicamente, represen-
tan en la escala humana una rnza degenerada, con un orga-
nismo imperfecto y débil, resultrtnte de los abusos de todo
género, y algunas veces consecuencia hereditaria; siendo por
eso incapaces para resistir los impirlsos del delito y de triun-
far de numerosas y graves enfermedades. La tisis es muy
frecuente, así como otras enfermedades de carhcter dege-
nerativo. (Rivistu di discipli?ze carceruric, anno XVLII).
Estas iudicacjones cieiitíficas me parece que, no solsmei~te
son confirmadas por la mortalidad de la peuiteilciaria de
Lisboa, sino qne también la explican, disipando las presun-
ciones 6 temores de los que juzgan las celdas penitenciarias
como un vestíbulo de las regiones misteriosas y horrendas
en donde la muerte cierne sus negras das.
24
tiempo, en los domiilgos principalmente, que son
feriados para el trabajo profesional.
La enselíanza n~oraly religiosa compete U los
capellanes y por ellos se da ri los presos, ya e11 las
celdas, ya en la capilla, en coi-iferencias, escogien-
do para éstas asuntos propios para incpirar los
sentimientos de lo justo, el amor de la familia, el
de la patria y cl l-iorror al vicio y al crirneii.
Los temas de las conferencias so11 designa-
dos por los fiincionarios principales del estable-
cimiento que, para escogerlos, se reunen una Tez
por semana.
Los profesores están obligados tí un servicio
de seis horas por día, y frecuentemente se les
exige un número mayor, de suerte que no pue-
de menos sino considerarse como muy Arduo y
laborioso el encargo que se les confía; sin em-
bargo, si lo desempeñan con inteligencia y celo,
pueden ser estos funcionarios, en armonía c.on
los capellaries, los más eficaces colaboradores eri
la obra de la redención moral de los crimiilales.
Como el trabajo es uno de los accesorios de
la pena, A la administración de las prisiones
celulares incumbe la obligación de proveer de
trabajo A los presos, y por tanto la de ordenar
la enseñanza de aquellos que no tienen oficio,
6 si el que tienen es incompatible con el régimen
de la prisión, dado caso que sepan alguno.
Nadie se atreve á dudar que el trabajo, no
s~lamentees necesario, sino ventajoso para los
25
penados. Concurre 6 su moralización y les provee
de medios para su subsistencia, cuando vuelven á.
la libertad, y ademks de esto es provechoso pera
el Estado.
En la penitenciaria de Lovaina los presos
hacen el calzado y el uniforme del ejército bel-
ga; pero no solamente hay zapateros y sastres;
hay también carpinteros, torneros, fabricantes de
babuchas de orillo, tejedores, herreros, encuader-
nadores, colchoneros, cerrajeros, copistas, etc. En-
trando en la celda de algunos penitenciados tuve
ocasión de ver uno que, á pluma, estaba dise-
fíando pequeiíos mapas geogrkficos para las es-
cuelas de instrucción primaria, trabajo ejecutado
con gran limpieza y habilidad.
El abastecimiento de trabajo para los presos
es una cuestión importante, y que tiene encon-
trado en BBlgica graves dificultades. La admi-
nistración superior de los presidios, preocupada
con este asunto, permitió que los directores de
las prisiones celulares secundarias percibiesen
un tanto por ciento del producto del trabajo de
los presos, y hasta les autorizó 6 emprender por
su cuenta algunas industrias.
Son palmarios los inconvenientes de tal sis-
tema. Los directores de prisiones no pueden, sin
perder su prestigio y autoridad, ser empresarios
industriales ó comerciantes. Los presos verían
en ellos unos explotadores de sus fuerzas y fa-
tigas, y esta idea frustraría todas las tentativas
que aquellos funcionarios empleasen para mejorar
su índole y coctuinbres.
Vano empeiio ta~nbibiiseria, probableme~ite, el
de aquellos que se pilopusiesen convencer al publi-
co de que tales funcionarios no anteponían los iii-
tereses egoistas al desempeiío de sus funciones
desde el punto de vista moral y disciplinario de
los presos: por esto en las regiones oficiales ha
adquirido partidarios la idea de alterar en este
punto el reglamento general de las prisimes bel-
gas de 16 de Marzo de 1869 (1).
En el servicio económico de la pciiiteiiciaria
de Lovaiiia se en~plean algunos presos; pei.0
siempre bajo el inquebrantable régimen de sepa-
ración 8 incomuilicabilidad entre ellos. Trabajan
en el lavadero, eil la panadería, en la cocina,
y ejercen otros oficios, pero con el capuchún cu-
bierto, siempre que en esas ocupaciones se cni-
plee mCls de un preso, y bajo la ~rigilanciade
los guardas que tienen esos servicios & su cai.go.
Por regla general nirigún preso es admitido cn
el se~vicioeconómico sin que haya cuinplido cii
la celda la tercera parte del tienipo de la pena.
ó un año por lo nleilos, si ésta fuere de larga
duración.
Cuando Mr. Stevens dirigió la penitenciaria de
Lovaina, para probar que el régiineil de sepa-

(1) Ya ft16 revocado en este punto por el decreto de 6 de


Abril de 1887,
ración era compatible con el ejercicio de varias
artes industriales, introdujo allí algunas máqui-
nas, con las que tres ó cuatro presos podían
coopurar al mismo trabajo, sin iiifracción del
régimen penal y disciplinario de la incomuni-
cabilidad.
En la enssñanza de las profesiones se atiende
especialmente á que reunan los requisitos si-
guientes:

Qiic puedan ser ejecutadas por un hombre


solo sin C O I ~ C U ~ S Ofrecuc~~te
de otra persona;
Que sean (le u11 aprendizaje relativamente fácil
y de corta duración;
Que estén exeiitas de insalubridad;
Que pongan en juego tanto las fuerzas nzus-
culares como la inteligencia;
Que puedan suministrar á los presos, cuando
alcancen la libertad, medios de subsistencia para
sí y para s u familia;
Que sean, siendo posible, lucrativas para el
Estado.

Para la elección y división de las ocupaciones


se consulta, no tan sólo los antecedeiztes de 10s
presos, sino también sus fuerzas y aptitudes, y,
tanto cuaizto es posible, su preferencia por una
Ú otra arte ú oficio.
En las penitenciarias de Gante y de Lovaina
no vi celdas destinadas para sentenciados que en
la vida libre se distiiiguiesen del común de los
presos por su instrucción, ó por preeminencia
de posición social, de suerte que en los dos
establecimientos domina una perfecta igualdad
entre los sentenciados, respectivamente al cum-
plimiento de las penas impuestas.
La Ley prescribe á todos la obligación del
trabajo; sin embargo, es obvia la difivultad que
la práctica estricta y rigurosa de la Ley tiene
que encontrar, pues que el ejercicio de muchas
profesiones ó artes liberales no se armoniza con
el rhgimen celular; y por cierto no se conforma
con el buen sentido que iildividuos que, ante-
riormente á la prisión, lzayaii vivido con el des-
empeilo de aquellas artes 6 profesiones, sean
compeliclos al aprendizaje de un oficio mecánico,
ií ocupados en los servicios económicos de la
prisión.
En este punto la rigidez de la Ley y el ri-
gor reglamentario de sus disposiciones, tieileil
que quedar necesariamente sujetos & las modifi-
caciones aconsejadas por la prudencia y el discer-
nimiento de quien dirige e1 establecimiento penal.
En las prisiones celulares de Bélgica se penan
los actos de desobediencia, de indisciplini\ y las
infracciones del reglamento con los castigos si-
guien tes:

Pri17aciÓn del trabajo, de la lectura, de las


gratificaciones del trabajo destinadas 6 compras
de objetos en la cantina, de las visitas y de la
correspondenci:i;
Régimen 6 pan y agua;
La reclusión en una celda especial, ó cri una
celda oscura, con régimen 6 pan y agua, ó sin él.

Las celdas de castigo tienen cama de madera


y no como la ordinaria de las otras celdas. El
régimen de pan y agua 110 se impone por mhs
tiempo que por tres dias coilsecutivos; pero, si
la reclusión dura mhs tiempo, este régimen se
intercala con el de la alimentación ordinaria.
En la aplicación de estas penas disciplinarias
se tiene en cuenta, no sólo la infracción que se
castiga, sino también el temperamento del delin-
cuente, no aplicandose ninguna sin que sea pre-
cedida de una amonestación hecha al preso, 9 fin
de que la impresión moral grave en su e~pirit~u
e1 temor del castigo, y contribuya h la enmienda.
Todos estos castigos se anotan en un registro
con la declaración de los motivos que los ori-
30
ginan, y todos los meses se da conocimiento de
ellos, como ejemplo saludable, B todos los preFos
reunidos en los anfiteatros de la capilla, indicán-
dose nada más que el número del preso cas-
tigado, la irifracción cometida y la pena que ce
le aplicó.
Todos los dias á las diez de la maiiana, e s
cepto los domingos y días santos, el Director de
la prisión, B presencia de otros empleados, re-
cibe las denuncias de las infracciones perpetradas
por los presos, que son acto continuo conduci-
dos A su presencia, separadamente, á fin de ser
oídos; dada esta audiencia, sin que haya dis-
cusión contradictoria, el Director determina iii-
mediatamente el castigo, 6 no ser que necesitc
más amplia información sobre el hecho. Al de-
lincuente se le indica tan sólo la pena y nunca
el tiempo de su duración.
La disciplina interior de las prisiones celula-
res belgas es severa, pero no puede considerar-
se excesivamente rigurosa. Los directores de las
penitenciarías prefieren, y juzgan 11-16sadecuado
recurrir á medios persuasi~.osque A la rudeza
de los casligos; porque éstos, cuando son muy
repetidos, no producen los resultados i~?oi.tilcs
que se desea.
La reclusión en celdas oscuras sólo se aclop-
ta en casos excepcioilales, porque la expcrien-
cia tiene demostrado que altera profundamente
la salud de los presos, desmoraliza algunos y
31
da ocasión á que se practiquen frecuentes actos
indecorosos .
Una de las infracciones que siempre se cas-
tiga coi1 cierta severidad, es toda tentativa que
haga el preso para quebrantar el régimen del
aislamiento y la separación individual. La gra-
vedad de esta falta se le notifica cuando entra en
la penitenciaria, á fin de que se abstenga de cual-
quier acto encaminado á ponerle en relacióil con
los demBs presos, y para que no sea sorpren-
dido con el castigo de un acto que tal vez con-
sidere como inocente.
Así como no es grande el número de las
penas disciplinarias, del mismo modo son limi-
tadas las recompensas por el buen comporta-
miento, por la aplicación, por el celo y progreso
en el trabajo y en la inskucción.
Las recompensas consisten en la admisión al
servicio clom6stic0, en la extensión de la gracia
de las visitas y de la correspondencia, en la
autorización para hacer uso del tabaco, limitado
Únicamente 6. las horas de paseo, y en la pro-
puesta para el perdón ó reducción de pena.
Excepto estas últin~as recompensas, la que
los presos belgas solicitan m8s vivamente es la
del permiso del uso del tabaco, y por esto mis-
mo ilii1gÚ11 preso la puede obtener sino después
de haber sufrido tres meses de prisióil, sin haber
i ncurrido en algt~ilcastigo disciplinario, y, re-
tirado una vez este periniso, solameilte se le
concede después de muchos meses de conducta
ejemplar.
En Bélgica el número de presos descendió
de 7.000 á 4.000, y se atribuye esta diferencia
á los efectcs del sistema celular, que, morali-
zando los penados, hace menos frecuentes las
reincidencias, y también porque habiendo con
aquel sistema disminuido la duración de la pena,
disminuyó igualmente el numero de presos.
Cuando se inauguró la penitenciaria de Lo-
vaina, el 72 por 100 de los presos admitidos eran
individuos q u e ya habían sufrido otro castigo
anteriormente, y el 28 por 100 eran condeiiados
por primera vez. De aquellos, 26 por 100 rein-
cidieron después de haber cumplido la pena; de
estos solamente el 4 y medio por 100. Estos nú-
meros son por cierto un testimonio poderoso res-
pecto ti la bondad del régimen celular.

IV.

En general las personas que no l-ian hecho


particular estudio del sistema penitenciario celular,
se preocupan demasiado coi1 el teinor de que el
aislamiento de la celdti produzca perturbación e11
las facultades intelectuales de los preeoe, y que
la tristeza de la soledad los arrastre á la des-
esperación y al suicidio (1).
En la sesión de 17 de Diciembre de 1872, en
a que se trataba de la información pai-lamen-
taria A que se procedió en Francia, y á la que
ya aludí, Mr. Sterens, refiriéndose á la enajena-
ción mental de los presos, dice:

(1) E l Doctor Mery Delabost, e n un artículo 4 que me


referí en la nota anterior, tratando de los resultados de la
prisi6n celular prolongada, dice:
«Con referencia 4 los casos de enajenación mental y sili-
cidios, no parecen justificados los recelos que puedan abri-
garse de la larga duración de la clausura celiilzr. Mr. BBrden
establece un paralelo entre dos casas de r6gimeil distinto y
cuya población presento aproximadamente los mismos ~ 8 -
racter S, tanto con respecto 4 la duración de las penas,
omo A la moralidad. La comparsción está hecha sobre un

-
período de diez afios (1860 4 1869):

----
Media de los presos....................... 600 600
Enagenación mental.. .................... 20 14
Suicidios................................. 13 14
...................
Tcntativas de suicidio.. 4 2

La memoria de Mr. Stevens, relativa al periodo trienal


de 1863 4 1865, da cuenta de seis suicidios, ocurridos después
de cuatro, seis, siete, nueve, once y doce meses de celda; pero
resulta de observaciones minuciosas y severas motivadas
por estos acontecimientos, que ninguno puede ser atribuido á
3
ccLos casos de enajenación mental son rarí-
»sirnos, sobre todo entre los penados.
»Ha ocurrido mayor número en las prisiones
»celulares secundarias que en la casa penitencia-
»ria de Lovaina, porque en aquellas es en don-
»de se encierran los individuos pendientes de
»causa, que esperan todavía su juicio, y tienen,

la acción especifica del régimen celular, y que es menester


indagar la causa en circunstancias extrañas al sistema.
E n este periodo (1863 h 1866, en Lovaina), fueron siete
los casos de enajenacióu; pero ninguna de estas enfermedadeti
mentales tuvo su origen en la desesperación de la clausura.
Una larga prhctica de la prisión individual nos permite afir-
mar que es preciso, para enloquecer, tener ya el germen de
esta triste enfermedad.))
El Sr. Beltrani Scalia, en su libro L a rifo~nnza Pcnite,zcia?ia
in-rt-ltalia, en las páginas 174 y siguientes, critica con mucho
lucimiento el paralelo hecho entre la penitenciaría de Lovaina,
la de Gante y otras de régimen colectivo, y sometiendo á
uu examen riguroso los elementos estadísticos concernientes
á suicidios y á casos de enajenación mental, deduce que
el cellularismo favorece m4s el suicidio y la enajenación.
Sin embargo, en Lovaina, cuyo régimen es severo, aun
cuando diverso del que había sido adoptado primitivamente
en Pensylvania, desde 1861 4 1876 h u b ~ solamente diecisiete
casos de enajenación mental, y desde 1862 4 1869 ocurrieron
quince suicidios. En algunos años de los comprendidos en
los dos períodos no hubo casos de locura ni siiicidios.
E n el parlamento fxancés, en el año coirieiite, aún se
discutió el sistema de prisión celular, qiie fué tachado por
Mr. Marcou de ser una invención de tiranos com el pvopósito
de p crseguir la humnnidad, etc.
También se trató de los efectos de la celda sobre el
estado mental de los presos, y aludiendo á esta discusión,
Mr. A. Rivieri, en una serie de artículos publicados en el
35
»en muchas ocasiones, el espíritu perturbado con
»la incertidumbre de SU destino. Seria una in-
»justicia atribuir su locura 6 la influencia del ré-
»gimen celular. Para apreciar la influencia de la
»celda sobre el preso, desde el punto de vista de
))la enajenación mental, es menester volver la
»atención hacia los condenados, esto es, hacia in-

diaiio Le Monde, cita las siguientes palabras de una memoria


del m6dico Mr. Beaiivais: tsigiiiendo el ejemplo de mi pre-
decesor, el Dr. Jacquenin, cuya e.xperiencia en las prisiones
fué de 50 años, afirmo que la locura causada exclusivamen-
te por el régimen celular, es una excepción rara. Puede sin
duda provocar accesos en los individuos predispuestos here-
ditariamente, 6 que ya con anterioridad hubiesen siifrido
enajenación; pero, en tesis general, solameote determina ac-
cidentes pasajeros.» Estas mismas conclusiones so11 confii-
mndas, dice Mr. Rivieri, por el Dr. Nottet, eminente especia-
lista de enfermedades mentales, médico de la Roquette y
por el Dr. I,agnan, en memoria presentada por la Acade-
mia de Medicina cxi 12 de Abril de este afio.
E n la prisibn celular de Tours fueron acometidos de
enajenación mental seis reclusoa, y todos ellos, en liber-
tad, eran dados d las bebidas alcohólicas, coa msnifestacio-
nes de debilidad mental. Idéntica observación se hizo con res-
pecto 4 los presos de Angers.
En las ciiatro prisiones de Seine-et-Oise, el interrogatorio
oficial demostró que ciertas perturbaciones del sistema nervio-
so se calmaban con el régimen y tranquilidad de la celda.
E l autor de la memoria presentada al Senado francés
acerca del proyecto de ley sobre los enajenados, Mr. Theo-
phile Rou~sel,en la página 212, alude 6 que, defipiiés de l a
ley de 1838, que aquel proyecto ~ i n oá modificar, las es-
tadísticas demostraron que había entre los penados una
proporción considerable de alienadcs,
En nota, afirma que se h a exagerado la influencia del
36
»dividuos ya suficientemente estudiados y de cuya
»inteligencia haya perfecto conocimiento. En la
»prisión de Lovaina, en el espacio de 4 años,
»de 1867 á 1870, se dió solamente un caso de
»enajenacióri mental, á pesar de que entre los
»condenados había muchos qu?, eii el nioniento
»de su entrada en la prisión, sin que fuesen ver-

régimen de las prisiones y de los diferentes sistemas en la


produccidn de la locura. La exageración ha sido mayor res-
pecto al régimen celular, que todavía considera inicuo, aun
cuando mitigado en su aplicación.
Parece innegable que hay grande afinidad entre la lociirrr
y el crimen.
El Dr. Bruce Thomson, m6dico de la prisión de Perth,
en Escocia, public6, despuBs de doce años de observacio-
nes, los resultados de sus estudios psicológicos scbre 10s
criminales, deduciendo:
Que los delincuentes presentan, como clase, un tipo físico
y una naturaleza fisica inferiores.
Que los rasgos cari~cteristicos de los criminales indican
claramente uiia degeneracidn hereditaria.
Que las facultades intelectuales 6 morales, en los gran-
des malvados y en los reincidentes, E I O ~de tal modo debiles
que su propensidn para el crimen es irresistible.
Que el estado de inferioridad originaria de su nati-irn-
leza física, intelectual y moral, es probablemente el origen
de las afecciones orghnicas del cerebro y de la demencia.
E n 6.000 presos el mismo observador anot6 en sus re-
gistros el 12 por 100 flacos de espíritu, imbéciles, suicidas
6 epilépticos, dejando de incluir aquellos que, fuera de astas
categorías, habían enloquecido.
»El rasgo más característico de los criminales, dice to-
davía el Dr. Thomson, es su propeilsi6n pasa las afeccio-
nes cerebrales y para la cnajenacidn confirmada. En 1869,
entre 2.690 delincuentes, en Escocia, se contaron 67 alienados,
37
»daderamente locos, podían ser clasificados como
»individuos de inteligencia débil. Actualmente es
»menor la población del establecimiento de Gan-
»te; sin embargo, los médicos afirman que entre
»los individuos allí reclusos hay 53 que, según
»su parecer, sufren un mayor ó menor grado
»de enajenación. Estos 53 presos no viven se-

y como en aquel niímero había muchos reincidentes, en reali-


dad la proporción de locos es mucho mayor, el duplo tal vez.
Aceptándose la de 57 resulta 1 entre 47 delincuentes, en tanto
que en la población general el Dr. Loclrhart Roberston contó
solamente 1 entre 432 habitantes en Inglaterra y en el
país de Gales.
((Las estadísticas judiciales de e ~ t o siíltimos países acu-
saban también la propensióil extrema de los delincuentes
para la locura. De 1860 á 1868 aparecían en el censo
1.244 alienados criminales, y de este niíinero, 199, 6 64 por
100, habían eiiloquecido después de la sentencia. Entre 664
individuos acusados de homicidio, de 1857 4 1867,108 ha-
bían sido reconocidos como locos por los Tribunales,»
E1 Dr. Marro, insigne autor del precioso libro 1 Caratteri
de; dcli?zpzcefiti, encontró entre 600 presos en las cárceles
de Turfn, 31,95 afectados de enajenación mental 6 con pro-
fundas alteraciones psfqnicas.
En la c&rcel celular de Fribiirgo, desde 1878 4 1880,
entre 400 presos se encontraron 46 alienados, de los cuales
solamente 6 habían enloquecido por efecto del aislamiento,
siendo la enajeración de 40 proviniente de otras causas; 9
eran ya locos, antes de la sentencia; 23 habían tenido delirio
agudo con evolución benigna y rápida (Archivio di psichiatria
sciefize pefiali ed antropologia criminnle, vol. ix, fasc. 11).
Observaciones idéntica8 han hecho varios hombres de
ciencia, de las que resiilta qne 108 crimiimles, en general,
están más próximos 4 lo demencia que los individuos no1'-
males. Gran niímero son víctima de una herencia funes-
»parados de los otros, no han sido comprzndi-
»dos en el i~úmerode los atacados de enajena-
»ción mental; y á pesar de eso el nurnero de los
~alienadosde la casa de Gante ha sido superior
»al de la cárcel de Lovaina.»
Respecto Ci suicidios dice el mismo funcio-
nario:

ta. En unos la degeneración moral proviene de epilepsia,


del alcoholismo Ú otras alteraciones mentales de sus progenito-
res; en otros, la propensión para el delito y para la locura
provienen de lesiones graves eil la cabeza, de ataques
apopléticas, meningitis, abuso del alcohol, epilepsin, molestias
del sistema nervioso y de ciertas deformidttdes del cráneo.
Es claro, por consiguiente, que el desenvolvimiento de
la lociira en las prisiones no debe producir extrafieza, ni
servir de argumento contra un determinado sistema de re-
clusión, atribuyéndole el origen de una molestia, que, en el
mayor núniero de casos, existe latente.
El profesor Morselli, estudiando el siiicidio entre los
delincuentes, observó que es más frecuente entre aquellos
que en la población libre, y más frecuente entre los que
están pendientes de causa que entre los sentenciados.
Mr. Legoit, en su libro Le suicide nncien e t moderne,
afirma también que los suicidios son más frecuentes en Ins
prisiones que en la población libre, predominando en Di-
namarca y eii la Saxe los casos de muerte voluntaria,
tanto en las prisiones como fuera. El mismo escritor dice:
que parece ser m4s frecuente el suicidio eii las cárceles de
aiuiple detención que en las casas penales, y explica el hecho
por las circcinstancias de ser los presos súbitamente arranca-
dos del seno de sus familias, que muchas veces quedan sin
recursos, que ellos no les pueden suministrar con el ejer-
cicio de l a profesión, fuerite que alimentaba mujer 6 hijos,
y por el recelo que les inspira el desenlace del proceso.
E n la revista critica de los Archives de Antl~ro~ologie
crinai-
39
<En la prisión de Lovaina, abierta en 1860, no
»hubo un sólo caso de suicidio durante los dieciocho
»priineros meses; transcurrido este tiempo hubo
»uno, que fué luego seguido de dos más. Siendo
»la prisión celular, esta desgracia no podía ser
»efecto del ejemplo. Después volvió á reinar la
»tranquilidad, y solamente en 2870 es cuando

nelle et des sciences pénales, &m. 11,se alude á una memo-


ria presentada á la Academie de Medicitae, en sesión de 1 2
de Abril de 1887, en que se acusa a l régimen celular de
producir aumento e n el suicidio y en los casos de enaje-
nación. «La cuestibn está casi siempre mal presentada -dice
el critico.- Filósofos, médicos, estadistas, se equivocan a l
reunir en una sola categoria todos los suicidas, agrup8n-
dolos con la misma etiqueta, y asimilando todos los indi-
viduos que se dan voluntariamente la muerte. Esta generali-
zación es errónea. E l suicidio es el desenlace de un drama,
cuyas causas son tan diferentes, tan variadas, que es u n
error semejante al del patologista que estudiase el sintoma
Jiebre sin atender 4 las causas que la habían producido.»
E n la penitenciaría de Lisboa, en 1886, un preso pone
término al drama de su existencia suicid4ndose. Un cri-
men de incendio, determinado por motivos frivolos, lo lle-
v6 á los t.ribunales, en donde, h los 60 afíos de edad, fue
condenado á prision celular por ocho años, seguida de de-
gredo por doce. La causa que hnbia dado origen al crimen
fu6 la misma que la que lo empujó al otro abismo. La catástrofe
del último acto es la consecuencia lógica del principio del
drama. La celda no fué mBs que el escenario.
E n 1887 otro preso intentó suicidarse. Era un asesino,
cuya ferocidad a610 tenia fácil explicacióu eu la epilepsia, de
l a que sufria ataques frecueiltes. La tentativa fu6 posterior
á un ataque violento, y tal vez una consecuencia de él. No
hay razones ni indicios que permitan atribuirle causa diversa.
E l suicidio es un efecto de la lucha por la existencia
»ocurrió u11 i~uevosuicidio. La víctima era un
»soldado que estaba próximo á terminar la pena.
>>Esteejemplo, y inuchos otros, pruebaii que 110
»se deben atribuir al aislamiento de la celda los
»impulsos desesperados que coi~ducen al suici-
»dio. Nosotros no conocenzos respecto al preso
))sinolo que sus precedentes nos eilseííail, como

y de la seiecci6n humana, concluye Morselli, despiiés de uu


l~irgoy miniicioso estudio de las leyes que rige11 aquel hecho
social. Uon el sabio autor del libro Il st~icidio concuercln
el pio£esoi Sergi diciendo: <El suicida, eil general, carece de
aquella fuerza de resistencia por el combate de la vida, en
el sentido más airiplio, por virtud de la cual se soportan
derrotas 6 se alcanzan victorias. Hay el suicida loco, NO-
nomaniaco, el suicida por amor, por miseria, el incapaz de
sufrir privaciones 6 el trabajo, el suicida deliiicuente, el que
despues de haber robado y disipado el dinero ltjeno se sus-
trae & la persecucibn y h la cárcel, matándose, 6 por scn-
tirniento de honra, y hay hasta cl suicido por causa de una
diversión 6 juego prohibido. Al contrario de estos suicidas,
hay individuos que escogen otra mujer, cuando la qiie ama-
ban fué desleal, 6 les desprecia; que saben sufrir laa pri-
vaciones y asiduamente trabajan para sf y para los demás,
venciendo las dificiiltades de la vida; que resisten la tenta-
ci6n dcl hurto, 6 que gunrdan religiosamente el depbsito
de dinero ajeno; que desdeñan 6 no se cuidan de los placeres
que no se consiguen sin grandes sacrificios 6 deshonestamente.»
Rivista di discipline carcerarie, anuo XVII, fasc. 9 e. 10).
Estos son los valerosos combatientes en la bntnlla de
la existencia, los que alzan el pend6n de la victoria; los
otros sou loa dkbiles, los cobardes, los degeaeradoa que, por in-
feriorisad ingenita 6 adquirida, son impotentes para lu lucha
y huyen d d campo de batalla, recurrieiido al siiicidio.
El sentimentalismo vibra ante el especthculo trágico de
una muerte voluntaria; pero la humanidad no alcanzaría el
41
»también su condena y su proceder en la c6rcel;
»pero no leemos en el fondo de su conciencia,
»y por esto no conocemos ni sus sentimientos,
»ni, sobre todo, su remordimiento. »
De la memoria de MF. Gautier, administra-
dor de las prisiones y de seguridad pública, re-
lativa á los años de 1878 6 1880, consta que,

grado de civilización actual si no hubiese habido una constante


eliminación de los individuos más débiles física y mental-
mente, qtie ha dejado ancho campo á la actividad de los m4s
vigorosos é inteligentes.
El progreso y el perfeccionaniiento de la humanidad ha
dimanado de la sobrevivencia de las naturalezas superiores.
«En cuanto 4 las cualidacies morales -dice Darwin- con-
viene notar que hasta en las unciones más civilizadas se pre-
senta una cierta eliminación de los individuos inferiormente
dotados. Se ejecutan los malhechores 6 se encarcelan durante
largos períodos, impidiendo la trasmisión de sus vicios. Los
hipocondsiacos y los alienados se eilcierrnn 6 se suicidan.
»Los hombres pendencieros y coléricos sucumben fiqecuen-
temente de muerte violenta; los que son incapaces de una
ocilpacióii constante (y este resto de barbarie es iin grande
obstáculo 4 la civilización) emigran para paises virgenes, en
donde se transforman en dtiles exploradores.»
El suicidio, por tauto, es también un cooperador de la civili-
zación, porque expurga la humanidad de individuos orghnica-
mente inferiores, cuya propagacidn 110 seria provechosa para la
especie. De la misma opinión es EIaeckel, que considera el sui-
cidio como una v&lvula de seguridad para las generaciones
futuras, porque las libra de una herencia triste y fatal de
neurosis, esto es, de dolores; y segdn Bagehot es también la
muerte voluntaria uno de los factores del perfeccionamiento
de la especie por medio de la selección.
Este es el consuelo que da la ciencia 4 los que compasiva-
mente fijan los ojos en una de las grandes miserias humanas.
42
en este período trienal, hubo únicamente dos
suicidios en las prisiones centrales de Lovaina y
de Giinte. El primero fué el de u11 individuo mayor
de cincuenta años, condenado á trabajos forzados
perpétuos por asesinato. Era hombre de mal ca-
rácter y arrebatado. Recogido en 15 de Agosto
de 1873 en la penitenciaria de Lovairla, su pena
habia sido, transcurrido un mes, conmutada en
veinte años de trabajos forzados. Se condujo bien
durante todo el tiempo de su prisión (cinco años,
diez meses, diecinueve dias). Atacado de una mo-
lestia dolorosa, caracterizada por flojedad en los
miembros infa-iores, estaba, hacia un mes, en
la enfermería, taciturno, de inteligencia apocada,
algún lanto rnonomaniaco, rezaba mucho y pa-
recía resignado; se ahorcó: sin embargo, en cl
colgador de la celda, quedando desconocidas las
causas de este trAgico suceso.
El segundo suicidio fué el de un preso con.
denado á cinco años y un día de cArcel, que,
contando apenas veintidos años de edad, ya había
sido mfis veces condenado por el c r i n ~ e de
~ i robo,
abuso dc confianza y vagítncia. Este preso pre-
senttiba iildicios de enajenación muntal. y por
esto habia sido puesto eri obcervación en uila
celda de la enfermería de la prisión de tiante.
En el niismo periodo trieilal hubo en las
dos ;3risiories cenirales cuatro c a o s de enajena-
ción mental.
El primero fu6 el de un preso condenado á
43
trabajos perpétuos, como asesino y ladrón, que
ya estaba hacía once años y medio en la peni-
tenciaria de Gailte, y era tenido como inmoral,
indisplinado y vengativo; había sido atacado de
molestias en la espina dorsal y se daba al ona-
nismo. Un hermano y una hermana eran idiotas.
El segundo fué u11 preso condenado á siete años
cinco meses y medio de prisión. Encerrado en
el cuartel celular (le Gante, fue, al cabo de tres
años y dos meses, puesto en observación, por
manifestar síntomas de manía religiosa con ten-
dencia & la destrucción. Accesos reiterados de
excitaciones nerviosas y de prácticas religiosas
exageradas habían contribuído á su enajenacióil
mental.
El tercero fué el de un condenado á treinta
y cinco meses de prisión, el que, después de
curado del primer ataque ocurrido en 1877, re-
cayó en el mismo estado frenopático, y por 61-
timo ingresó en el asilo de alienados de Froid-
mond.
El cuarto fué el de un condenado B diez
años de reclusión. Recibido en la cárcel de
Lovaina se hizo notal-,le desde luego por su ma-
nera de mirar y por el tono insólito de sus
respuestas. Habiendo transcurrido un año se
mostraba cada vez m8s iiidisciplinado, rehusaba
el trabajo, rompía los vidrios de la ventana y
el moviliario de la celda, pareciendo denotar que
no tenía conciencia de estos actos, y que le era
44
imposible dominar sus instintos. Estos accesos
eran periódicos, hasta que más graves síntomas
de locura aconsejaron su remoción para el hos-
picio de Froidmond.
Las circunstancias que rodean estos casos dc
enajenación, parece que no autorizan á explicar
su etiología por la influei~ciadel encierro celular.
A pesar de las diligencias que empleé, no me
fue posible obtener una colección completa de
las memorias oficiales relativas á la adminis-
tración y movimiento en la prisión de Lovaina,
con las que estaría eil dispusición de conocer,
con rigurosa exactitud, el número cle enajenacio-
nes y de suicidios ocurridos desde que fué inau-
gurada; sin embargo, los documentos á que me
he referido y los iriformes que, tanto en Lovai-
na como en Gante, me fueron suministrados,
están acordes en afirmar la poca frecuencia de
aquellas casos, y la poca 6 ninguna influencia
que eii ellos ha tenido el régimen penitenciario.
La Bélgica, no obstante la impugnación y los
ataques dirigidos contra el sistema de prisiones
celulares, va en breve inaugurar la pei~iten-
ciaria cle Saint-Gilles (1) en Bruselas, la cual es
considerada como la expresión de los últimos
progresos realizados en cuanto 6 la división de
los compartimentos y á la distribución de los
servicios; y rio se han escaseado los gastos en
el establecimiento de otras prisiones celulares
y mejoramiento de las existentes, habiendo eil
aquel país dos prisioi~es centrales penitencia-
rias para hombres, una en Gaiite, otra en Lo-
vaina, cuatro casas especiales para reforma de
menores, puestos por en tencia & disposición
del Gobierno, y además veintiuna prisiones ce-
lulares, existiendo únicamente tres pri~ionesde
régimen en común.
Demuestra este hecho que eii Bélgica el sis.
tema penal, que admite la prisión celular, no
ha dado, con s u ya larga experiencia, la razón
los que lo combaten, más coi1 argumentos

(1) Ya fu6 inaugurado, siendo Director &Ir.Ste~eiis.


46
especulativos que con datos suministrados por
las estadisticas.
No debe, sin embargo, olvidarse que de la
práctica inteligznte y bien dirigida del sistema,
todo depende principalmente.
Lovaina es, pues, un modelo superior.
Allí todo está previsto y determinado en los
reglamentos especiales, que establecen reglas y
preceptos para todas las funciones, desde las
más elevadas á las inferiores. Cada empleado
tiene determinado su circulo de acción, y la
disciplina concurre admirablemente para que los
trabajos de la Dirección sean coronados con el
mejor éxito.
El personal de las prisiones belgas se escoge
con extremo cuidado, pudiei~doascenderse desde
la mds humilde categoría hasta la de Director,
y en esto reside la fuerza principal de la ad-
ministración penitenciaria de aquel país. Los ri-
gilantes se reclutan en el ejército, y en el ejer-
cicio de sus funciones se mantiene enteramente
el régimen militar. A simple vistii se conoce que
el orden predomina en los establecimientos de
Gante y de Lovaina, y que todos estbn pene-
trados de sus deberes, desempeñ6ildolos con
gran tranquilidad y con la conciencia de la ele-
vada misión que les fué confiada. El silencio
apenas es interrumpido por los sonidos produ-
cidos por el trabajo, lo que contribuye en gran
manera para desvanecer la prevencióil de aque-
110s que, entrando en estas cárceles, creen peiie-
trar en los lúgubres círculos infernales del poeta
floren tino.

VI.

En el trienio de 1878 á 1880 el gasto que


el gobierno belga hizo en las clos penitenciarías
centrales de Gante y de Lovaina fué de francos
1.005.870'80, lo que da una media anual de
365.293.30 y el coste diario de cada praso 1'26.
El valor del producto del trabajo efectuado en
las dos penitenciarias fué de francos 1.068.642'93,
resultando en beneficio de la admiriistración un
producto liquido de 93.48OC90francos, figurando
en este total la de Lovaina coii la crecida suma
de 90.281'88 y la de Gaiite solaniente con la
de 3.199'02.
La razón de la diferencia proviene de que
en aquella se trabajó exclusivamente para el
ejercito y para los particulares que hicieran en-
cargos, suministrando las materias primas para
los diversos artefactos; al paso que e11 ésta los
presos se ocuparon principalmente en hacer las
ropas y mds utensilios de las otras prisioiles
del Estado, productos que son cedidos al coste
de produccidn.
La fabricación principal fué la de tejidos de
lino y algodón, de calzado, vestuario, objetos
de cerrajería, esteras de paja, muebles, calzado
de madera, conteras para vainas de espadas, etc.
Ademhs de esto varios presos en Lovaina se ha-
bían ocupado en copiar manuscritos, encuader-
naciones de libros y en los diversos servicios
domésticos.
En esta prisión hay 22 celdas grandes para
el ejercicio de las profesiones que no pueden ser
desempeñadas en la estrechez de las celdas or-
dinarias, que son 592, habiendo además de éstas,
11 en las enfermerías y 7 para castigo.
En el trienio de 1878 á 1880 el término medio
de los presos que trabajaban en las oficinas de
Lovaina fué de 666, 11 únicamente 64 fueron
castigados por rehusar el trabajo, 6 por ser ne-
gligentes.
De los datos estadísticos que quedan citados se
infiere, que ademhs de las ventajas morales ii
que da origen el trabajo de los presos, y á las
que es forzoso atender principalmente, todavía
produce la de aliviar bastante las cargas del
Estado (1).

(1) En el Congreso penitenciario de Roma, en 1886, se


present6 una memoria de Mr. Stevens sobre el r6gimen penal
belga, en la que se lee lo siguiente: «Desde 1844, gracias
Régimen y establecimientos penales d e Holanda.

Durante la dominación francesa, por los años


de 1810 á 1813, fue introducido y adoptado en Ho-
landa el Código penal de Francia, y, á despecho
de las tentativas y esfuerzos reiterados para la
promulgación de un C4digo de origeii nacional,

a1 concurso de las cámaras legislativas, la Administración


hizo erigir 25 prisiones ceiulares, comprendiendo 4175 celdas,
cuya construcción ocasionó el gasto de 21.000.000 de francos.,
Después afiade: ((¿Elnilevo sistema ha correspondido por
completo ti las esperauzas de sus promovedores? Apoyado
en la autoridad de 10s hechos, respondo afirmativamente. La
situación moral de iluestros establecimientos penitenciarios
es, con efecto, satisfactoria, Las reincidencias han disminuido,
4
estuvo aquel en vigor hasta fines del año de 1866,
habiendo sufrido posteriormente modificaciones
importantes. La pena perpetua de trabajos forzados
había sido abolida, y sustituída por la de reclusión
de cinco á veinte años, y la pena temporal de la
misma naturaleza había sido igualmente sustitui-
da por la pena de reclusión de cinco á quince.
Esta pena se cumplía en establecimientos en don-
de los condenados ejercían trabajo obligatorio,
viviendo sin embargo en común.
La pena inmediatamente inferior á la de re-
clusión temporal, era la de prisión, que de seis
días se podía elevar al mhximo de cinco años,
cumpli6ndose con trabajo obligatorio también, de-
jandose á la elección del condenado el ejercicio
de la industria ó profesión que prefiriese, estan-
do aquella elección limitada por el número de
artes Ó industrias establecidas en las cárceles
correccionales.

y el niimero de presos es menor del que era anteriormente.


Los fallecimientos, los suicidios, los casos de enajenaci6n
mental, no han alcanzado proporciones anormales en ningiln
establecimiento.»
E l eminente penalista termina su memoria declarando, que
hace votos por ln adopción de la libertad coridicional, por
la creacion de penitenciarias agrícolas, por las sociedades de
patronato, por los institutos destinados 4 preparar el personal
penitenciario, por la reorganización de la policía, cuya orga-
nización considera anticuada y peligrosa, acus4ndola de haber
producido iinicamente malos resultados. (Acte du congrd~pé-
nitentiaire de Rome-tome second.)
51
La Ley concedía al juez el arbitrio de deter-
minar en la sentencia que esta pena se cum-
pliese en el régimen de comunidad carcelaria,
ó en el de separación celular; pero en este caso
dicha pena debía ser reducida B. la mitad, y el
aislamiento nunca podía exceder de dos años.
El regimen penitenciario celular fué introdu-
cido en Holanda en 1851, y en 1870 fué abolida
la pena de muerte, siendo sustituida en la escala
penal por la de reclusióil perpetua ó temporal,
conforme A las circunstancias del crimen A que
anteriormente era aplicado el último suplicio (11,

(1) La pena de prisi6n fu6 adoptada en Holanda desde


fines del siglo XVi, y ya en principios del siglo siguiente
había cárceles e n todas las ciudades. No estaban estos es.
taSlecimientos destinados para los presos políticos 6 al en-
cierro de personas sospechosas; pero si para los condenados
por crímenes comunes. El régimen y el fin moral de la pena
de prisibn fu6 desde el principio distintamente definido y
proclamado. La disciplina, el trabajo y la instrucción fueron
10s tres agentes de la educación moral que constituia el r6-
gimen del cumplimiento de la pena.
0011 este sisteina evitó la E0lnnd¿3 as galeras y la de-
portación, sustituyendo el trabajo forzado y esclavizador Por
el trabajo industrial del hombre libre, pero haci6ndolo obli-
gatorio.
La pena de prisión no era perpetua; pero ~udiendodurar
niuchos años, restringió la aplicación de la pena de muerte,
sin que de este hecho resultase aumento en lo criminalidad.
La dieminuci6n de las ejecuciones fu6 progresiva desde el
siglo XViI hasta la abolición en 1870.
En AmsterdBn, por ejemplo, desde 1696 1730,hubo 262
ejecuciones; de 1730 á 1800 hubo 101,y sin embargo, aquella
La pena de deportación, consignada en el
art. 17 del Código civil francés, no había sido ex-
cluída de la legislación penal de Holanda, sino
por el Código actualmente en vigor, pero no
había sido nunca aplicada aquella pena, porque
no se había llegado á determinar la región en
que debía ser cumplida.

ciudad era, por sil inmenso comercio y riquezas, una de las


mhs populosas de Europa.
El regimen celular fué adoptado por la Ley de 28 de
Junio de 1861, como ensayo, limitado el período máximo de
seis meses, que equivalían & un año en priai6n común, quedan-
do al arbitrio del juez aplicar en la sentencia una il otra pena.
Se adopt6 un régimen severo de separaci6n; pero no el ais-
lamiento. La Ley prescribió seis visitas diarias á cada preso,
hechas por los capellanes, personal encargado de la enseñan-
za y del trabajo, miembros de la administración de loa presi-
dios y empleados.
Habiendo sido satisfactoria la experiencia, en 1864 se elevó
el mhximum de la pena de prisi6n celular 4 un año, equivalente
4 dos en régimen colectivo.
Al mismo tiempo que el sistema iba ganando partidarios en
la magistratura y en el público, progresaba también la cous-
trucción de presidios y la modificación de loa existentes, au-
ment4ndoae las celdas. El n6mero de éstas era de 596 en 1871,
y en 1880 era de 1255.
La introducci6n gradual, prudente y circunspectn del siste-
ma penitenciario, evitó que en Eolanda se levantase contra 61
la reacción violenta ocurrida en otros pafses.
Hoy el m4ximum de pena celular es de 6 años, pero Pols,
en la memoria dirigida al congreso penitenciario de Roma, dice:
((La introducción del nuevo C6digo no será probablemente
aino un momento de descanso en el movimiento de la reforma
penitenciaria, descanso necesario para estudiar y desenvolver el
sistema y su~lresultado s.^
Varias tentativas se habían hecho para ese
efecto, habiendo mediado comunicaciones entre el
Ministro de Justicia y el de las Colonias; pero la
disposición de la Ley quedó siempre letra muer-
ta, sin vigor, porque los Gobiernos en general
eran adversarios de la deportación, y no muda-
ron de idea y propósito, 6 pesar de que juriscon-
sultos insignes proclamasen aquella pena como
eficacísimo remedio contra la criminalidad.
En los seis proyectos de Código penal que
precedieron 6 la promulgación del vigente, no
figuraba la pena de deportación, lo que es ex-
traño, por poseer Holanda vastísimas colonias, en
las que hacía falta población europea para apro-
vechar y desenvolver largamente las riquezas
naturales de aquellas regiones, en donde un es-
caso número de europeos gobiernan millones de
indígenas.
Había muchos que defendían la deportación
como elemento colonizador; pero la historia de
las diversas tentativas de colonización, hechas
en los últimos tres siglos por los holandeses,
demostraba que, fuera de las zonas templadas,
la colonización era efímera, hecho que no acon-
tecía, siempre que los colonos se establecían en
regiones de clima propicio 6 las condiciones de
existencia de la raza blanca.
A este respecto decía Pols, en 1874, en carta
dirigida al eminente criminalista italiano Beltrani
Scalia: <(La colonización, y m5is todavía la de-
portación de un europeo á los paises tropicales
es la pena de muerte agravada, es quemarse á
fuego lento. Es verdad que los partidarios de
l a colonización y de la deportación alegan que
siempre se ha procedido mal, y no s e han to-
mado las precauciones posibles; pero no veo que
frecuentemente se procediese con deplorable ne-
gligencia y falta de criterio. Es un hecho que
en ningúii país tropical se ha conseguido est.a-
blecer una colonia agrícola 6 industrial, de raza
blanca. Es lo que ha acontecido á los ingleses,
y nadie les niega el genio colonizador. Bajo los
trópicos aún no han podido establer una colonia
de raza inglesa. Los blancos son propietarios,
comerciantes, empleados, soldados; pero el tra-
bajo agrícola es ejercido por los indigenas, negros
6 criollos» (1).
A estas consideraciones añade todavía Pols:
«Ahora bien, si todas las tentativas de coloniza-
cibn europea bajo los trópicos l-ian sido inútiles,
si los colonos libres, escogidos entre los elementos
más sanos, más vigorosos, más activos, habi-
tuados á una vida dura, laboriosa, sobria, au-
xiliados con la presencia y asistencia de sus mu-
jeres B hijos, estimulados por el deseo y por la
esperanza de adquirir medios de vida honrada
y cómoda, no han eiicontrado allí sino la muerte
55
prematura, la ruina y la desesperación, &qué
resultado puede esperarse de la deportación de
criminales, cuya mayor parte han gastado las
fuerzas fisicas y morales con excesos y vicios,
y en los cuales sería ilusorio querer hallar
aquella energía, aquella fuerza moral y aquella
noble ambición que sólo puede hacer triunfar de
todos los peligros y dificultades 6 un colono libre?*
El asunto de la colonización fué estudiado por
una comisión de muy distinguidas notabilidades
de Holanda, y en la memoría presentada y pu-
blicada en 1858 se concluye con una reprobación
absoluta de nuevas experiencias de colonización
ó deportación para regiones tropicales. Es por
esto por lo que en el Código adoptado por la
Ley de 3 de Marzo de 1881, vigente desde 1.0 de
Septiembre de 1886, no se encuentra la pena de
deportación, que, 6 despecho del ejemplo de
Francia, y de la opinión de muchos criminalistas,
no prevaleció contra el buen sentido de los Go-
biernos, y contra los estudios que de esta cuesti6n
se habían hecho en Holanda.
El reciente Código divide las penas en dos
clases: principales y accesorias. Aquellas com-
prenden: 1.o 1ü reclusión, 2.0 la detención, 3.0 la
multa; éstas compreilden: 1.0 la privación de
determinados derechos, 2.0 la colocación en un
establecimiento de trabajo del Estado, 3.0 la con-
fiscacióll de ciertos objetos, 4.0 la publicación
de la sentencia,
56
La pena de reclusión es perpétua ó temporal.
Ésta puede elevarse de 1 hasta 15 años conse-
cutivos, y llegar hasta 20 años, cuando la pena
tenga que ser agravada por la acumulacióil de
crímenes, ó por la reincidencia, 6 en el caso en
que el delincuente sea funcionario público, y
haya en la perpetración del delito violado un
deber especial de s u cargo, 6 aprovechado sus
funciones para la práctica del crimen.
La pena de reclusión se cumple en clausura
celular hasta 5 años, y, cuando sea de mayor
duración, el aislamiento se aplica solamente en
los primeros 5 años, estando permitido al con-
denado cumplir el resto de la pena, en todo ó
en parte, en el regimen del aislamiento. La clau-
sura celular no se aplica: 1 . 0 á aquellos que,
al tiempo de la sentencia condenatoria, no hayan
llegado todavía 6 la edad de 14 años, 2.0 á los
que pasan de 60, excepto si lo pidieren, 3.0 á
aquellos que, según resulte de examen médico,
no estuvieren en condiciones de sufrir esta pena.
Los delincuentes que son condenados á la
pena de reclusión, quedan sujetos á trabajo obli-
gatorio, y pueden ser puestos condicionalmente
en libertad una vez cumplidas las tres cuartas
partes de la pena, y, por lo menos, tres años.
La concesión de libertad cesa si observan mala
conducta, ó se conducen de diverso modo del
prescrito en la concesión.
El tiempo pasado en libertad, cuando ésta
57
termina, no se cuenta para la expiación de la
pena, y el individuo á quien se haya anulado la
concesión está incapacitado para obtener nue-
vamente el mismo beneficio legal; se cuenta, sin
embargo, para el cumplimiento total de la pena,
el tiempo de libertad condicional, cuando Asta
no fuero interrumpida por alguno de los moti-
vos expresados en la ley.
La pena de detención, análoga á la pena de
prisión correccional en nuestro Código, dura des-
de un día, por lo menos, hasta un año como
máximum. También se aplica por un año y cua-
tro meses, cuando haya necesidad de agravarla
en las mismas circunstancias que indicadas que-
dan respecto á la pena de reclusión.
Los reos condellados á detención no quedan
sujetos al régimen celular, se les compele á tra-
bajo obligatorio de s u elección, pueden disponer
libremente del producto de su trabajo, y cum-
plen la pena en establecimientos distintos de
aquellos á que se remiten los condenados á pena
de reclusión; tienen, sin embargo, la facultad de
solicitar el cumplimiento de la pena en una pri-
sión celular, quedando sometidos a1 régimen de
separacibn.
El Código holandés admite la libertad condi-
cional, que e3tB hoy introducida en varios códigos
de las naciones más cultas.
Aquella institución, que cuenta eminentes de-
fensores, se apoya en que el fin de la pena es
la enmienda del culpable, la transformación del
criminal en hombre honrado, de quien nada ten-
ga que recelar la sociedad.
En 1847, publicando Bonneville s u Traité des
institutions complementaires du régime penitentiai-
re, propone el sistema de la concesibn de liber-
tad condicional ó preparatoria, como el insigne
criminalista le llama, considertindola como un
elemento favorable 9. la represión del crimen, al
establecimiento de la reforma penitenciaria y B
la disminución de las reincidencias.
El principio fundamental del sistema se en-
cierra en los períodos que vamos 6 transcribir.
Dice Bonneville:
<Cuando, desde el punto de vista de la en-
mienda, el juez determina la medida de la pena,
procede así necesariamente por un cálculo apro-
ximado, cuya exactitud solamente puede compro-
59
barse por la experiencia expiatoria. No hay duda
de que si el juez anticipadamente conociese los
resultados de la expiación respecto 6 cada con-
denado, fijaría la cuantía de la pena rigurosa-
mente necesaria para operar la reforma completa
del culpable.
»Desgraciadamente, debiendo hacerse 6 priori
esta fijación, se comprende que muchas veces
suceda que se haya operado la enmienda mu-
cho antes que la pena termine. Por esto, del
mismo modo que el mkdico hiibil interrumpe
el plan curativo, 6 le continúa, conforme al es-
tado en que vea al enfermo, an6logamente debía
cesar el cumplimieiito de la pena, reconocida la
enmienda completa del condenado; porque eri
sste caso, siendo inútil la detencibil ulterior, tór-
nase inhumana para el individuo regenerado y
onerosa para el Estado.»
Basta esta cita para apreciar el fundamento
del sistema, que cuenta numerosísimos partida
rios, y que se halla consagrado por su adopción
en muchos Códigos.
La corregibilidtid del criminal es dudosa para
insignes escritores y negada por otros, si no en
absoluto, por lo menos como regla general, con
la limitadisima excepción de los hechos culpa-
bles meramente fortuitos, ó que constituyen un
accidente desgraciado en la vida de los sujetos
que los habían practicado bajo el dominio de cir-
cunstai~ciasimprevistas ó de una pasibn violenta,
Las estadisticas, mostrando claramente el pro-
gresivo aumento de la criminalidad y de las
reincidencias, apoyan valerosainente la opinión
de los que ven en el régimen penitenciario una
panacea ilusoria, y en la creencia en la corregi-
bilidsd de los delincuentes el predominio de las
ideas espiritaalistas.
Es cierto que algunos modernos apóstoles de
Derecho criminal positivo sacan de sus princi-
pios conclusiones exageradas. Así Garofalo, vien-
do el crecimianto de las reincidencias en Bélgica,
en Inglaterra y en Irlanda, deduce que ni el sis-
tema de separación celular continua, ni el de An.
burn (trabajo en común de día y separación noc-
turna), dan resultados provechosos, siendo, en su
entender, la pena de prisión tanto niás favorable
á la incorregibilidad, cuanto mayor sea su du-
ración.
No estamos de acuerdo con el aserto del
ilustre crimiiialista. La pena de prisión con la
segregación celular no puede ser causa produc-
tora de la incorregibilidad del culpable. Los ma-
los instintos de los delincuentes, sus habitos vi-
ciosos, únicarnente se extreman y convierten en
un gran peligro social, en el caso en que aque-
llos viva11 viciosamente en una desarreglada pro-
miscuidad eii las cArceles, en donde el ambiente
es deletéreo, 10 mismo física que moralmente.
Acaso será la separación celular ineficaz para
la enmienda de 10s reos encallecidos en la prhc-
61
tica del crimen, é inútil para los delincuentes do-
tados de una perversidad congénita y privados de
sentido moral, los cuales ejecutan las acciones
más odiosas con indiferencia y sin remordimien-
to; pero para aquellos que tuvieron el infortu-
nio de cometer un crimen puramente ocasional,
ó que cedieron en un momento de exaltación al
impulso de un sentimiento inmoderado, el ais-
lamiento celular ha de ser siempre propicio al
desenvolvimiento de la energía moral, cuya de-
ficiencia es frecuentemente la causa principal de
los crímenes.
A estos delincuentes es 6 quienes so debe
aplicar el tratamiento moral paliatiuo y curativo
indicado por el insigne psicólogo Despine, que
consiste en impedir la comunicació~icon seres
moralmente imperfectos, y mantener A los delin-
cuentes en contacto con personas moralizadas é
idóneas para estudiarlos, inspirarles buenos sen-
timientos y prepararlos para una conducta pru-
dente y modelada en los preceptos del deber y
de la rectitud de conciencia.
La terapéutica de Despine es inaplicable
todos los criminales, pues que hay individuos
que nacen con propensión á la práctica del crimen,
como otros nacen con una potentisima fuerza
cerebral para las abstracciones de la metafísica
ó para las concepciones del genio de la poesia,
de la mGsica ó de la pintura; es, sin embargo,
6 nuestro modo de ver, provechosa, cuando el
delincuente no es un ser con predisposición or-
gCinica y fatal para el crimen, uii ente física y
moralmente anómalo por vicio hereditario, ó in-
ferioridad proveniente de atavismo.
Relativamente Ci los delincuentes de ocasión
es de parecer Ferri, uno de los portaestandartes
de la moderna sociología criminal, que el sis-
tema penal de Crofton, vigente en Irlanda, es el
más adecuado para preparar al criminal para
entrar en el círculo normal de la vida, una vez que
una intelijente dirección de prisiones sepa apli-
car al tratamiento de los reclusos las induccio-
nes de la psicología.
Sabido es que en la cúspide del sistema de
Crofton está la libertad condicional, punto lumi-
noso al que el delincuente vuelve. la vista, ani-
mado con la esperanza de redimirse del cauti-
verio de la pena por su buen comportamieilto
y por s u regeneración, elevándose hasta donde
puede recibir por completo los resplandores de
la libertad.
Este principio fue adoptado en el C6digo 110-
landha, y no tiene á SU favor únicamente los
precedentes de Inglaterra y de Irlanda y el con-
sentimiento de otros pueblos, cuya legislación
estableció la libertad condicioilal, tiene también
de su parte la opinión autorizadísima de emi-
nentes criminalistas.
Hace poco todavía, Sichart, director de la pe-
nitenciaría de Ludwigsburg, invitado por la co-
misión permanente de la Sociedad Jurídica ale-
mana á tratar de la libertad condicional, después
de hacer la historia de tal reforma legislativa y
la estadística de los resultados obtenidos, deduce,
eritre otras, las siguientes conclusiones:
La libertad condicional, desde su introducción
en Alemania, se presentó como una institución
muy útil para la ejecución de las penas, y merece,
no solamente ser mantenida, sino ser desenvuelta
y perfeccionada.
Para que pueda extenderse la concesión hasta
los delincuentes habituales y criminales de pro-
fesión, será útil que, antes de ser puestos en li-
bertad, se sometan & un estudio de prueba, mo-
delado por los institutos intermedios del sistema
irlandés.
Estas son las conclusiones principales de Si-
chart; las otras se refieren al mejoramiento de
las disposiciones legales, y no las mencionamos
por no ser asunto principal de nuestro estudio.
En fin del año de 1886 había en Holanda
once prisiones celulares, siendo siete de cons-
trucción más vasta y cuatro mfis pequeñas. La
más notable es la que está situada cerca de
la estación del camino de hierro de Arnhem,
y que adquirió la denominación popular de Pa-
norama. Es de forma circular, espaciosa y está
magníficamente situada. Su arquitectura repre-
senta una novedad, ciertamente muy costosa.
Otra de las principales prisiones es la de Gro-
ningen, en forma de cruz, y cuyas celdas son
m9s amplias de lo que ordinariamente suelen
serlo en idénticos establecimientos.
Los criminales condenados al cumplimient~o
de la pena que corresponde á la de muerte,
abolida en 1870, son recogidos en las prisiones
de Leewarden y de Hertogenboach, en aquella
los hombres, en ésta las mujeres.
Los presos sometidos al rkgimen de ~eparacibil
entre sí, cuando salen de las celdas, llevan el rostro
velado, exactamente como ee practica en Bélgica,
en Portugal y en otros países.
En los presidios de Groningen y de Utrecht
los presos asisten los actos del culto religioso en
compartimientos celulares de construcción semejan-
te á los de la penitenciaria de Lovaina y de Lisboa.
Los presos que están cumpliendo prisión ce-
lular son visitados por miembros de comisiones
locales, que humanitariamente se encargan de
su instrucción y moralización. Con las visitas se
interrumpe la monotonía de su vida, funesta á
veces para la regeneración moral de los penados,
á quienes una larga separación del trato con los
demás hombres, vuelve incapaces para obtener
provecho de la enseñanzn severa de la privación
de libertad.
Estas mismas comisiones, cuando los reclusos
obtienen su libertad, les protegen, para que, por
falta de trabajo, de recursos, ó de amparo, no
resbalen por la pendiente escurridiza y fatal de
la reincidencia.
La ingerencia de estas comisiones en el ser-
vicio de las cárceles está subordinada á regla-
mentos rigurosos, cuya ejecución es vigilada por
las autoridades directoras de los establecimientos
penales, para que no haya abusos, ni una in-
oonvenieilte invasión el1 las facultades del per-
sonal directivo.
Las infracciones de disciplina se castigan con
la privación de tabaco, dismiilución de aliinen-
tos, reclusión más rigurosa; pudiendo también, en
ciertos caeos, aplicarse castigos corporales estable-
cidos por una ley recientemente promulgada.
5
66
Tallack, secretario de la sociedad Howard de
Londres, que, en fin del año de 1886, visitó los
establecimientos penales holandeses, refiere que
en ellos habia observado un sistema general de
trabajo iiidustrial, estimulado con recompensas
para los mils diligentes, contrastando esto con
la desgraciada existencia de muchos reclusos de
la mayor parte de las prisiones inglesas y de
muchas de Europa y de América, eil donde el
ocio prolongado fomeilta la desmoralización y
el desenvolvimiento de enfermedades fatales.
Muchas industrias útiles son activamente eje-
cutadas por los presos, y el mismo escritor,
para demostrar la influencia que el trabajo ejerce
sobre el orden y disciplina de las cArceles, cuenta
que había visto una vasta oficina de carpinteros,
aplicados atentamente á s u trabajo sin la pre-
sencia de empleado alguno.
El guarda que acostumbraba il vigilarlos es-
taba enfermo, y por esto ellos misrrios se vigila-
ban. En otro compartimiento vió & veinte hombres,
casi todos homicidas, condenados il largas penas,
que trabajaban con milquinas, presentando un
excelente aspecto. Uno de ellos llevaba 30 años
de clausura y no demostraba falta de salud, ni
física ni moral.
En Holanda se considera el trabajo remu-
nerado de los presos como un poderoso ele-
mento de su rehabilitación moral, y esta opi-
nión es hoy principio axiomático para cuantos
han hecho algún estudio de las cuestiones pe-
nitenciarias.
El régimen de prisión celular no fué introdu-
cido con precipitación, ó demasiada confianza en
sus resultados, como lo ha sido entre nosotros
por la Ley de 1.0 de Julio de 1867.
Procedió la Holanda con prudei~cinsuma en
su adopción, y solamente al término de una ex-
periencia pausada fué cuando se aventuró & pro-
longar el periodo de la duración del encerramiento
solitario. Este hecho comprueba que los resulta-
dos no habían sido contrarios B lo que se es-
peraba. Es preciso, sin embargo, notar que la
aplicación de la pena estj rodeada de cautelas
y auxiliada por in9tituciones que tienden B evitar
que el régimen del aislamiento se transforme eil
suplicio, ó en un instrumento de tortura, del que
resulte un perjuicio físico 6 el enflaquecimiento
de las facultades morales del culpable.

IV.

Después de la caída del primer imperio izapo-


leónico, varias causas habían producido una gran
miseria en Europa.
Lo estadística afirma que en 1816 había algu-
nos miles de habitantes desprovistos de medios
para atender & las necesidades de s u existencia.
Una memoria oficial, que data de Diciembre de
aquel año, evaluaba el número de indigentes en
las provincias septentrionales de Holanda en una
cifra superior á 190.000.
En algunas ciudades un tercio de la pobla-
ción recibía socorros.
En este período tan critico y angustioso, fue
cuando el General Van-den Bosch fundó en 1818
la sociedad neerlandesa de beneficencia, siendo
en esto auxiliado por el concurso de muclias
personas notables.
En el primer año el número de asociados ascen-
dió á 20.000, que contribuían con una pequeña
cuota. El fin & que aspiraba el enérgico y habilisi-
mo General era el de proporcionar trabajo á los
500.000 pobres que lo reclamaban. La industria fa-
bril luchaba entonces con dificultades supremas, y
la opinión pública se declaraba favorable al esta-
blecimiento de colonias agrícolas, que roturasen
los vastos terrenos incultos de Holanda, convirtién-
dolos de páramos estériles en mansiones fecundas.
En 1817 la comisión proveedora de la sociedad
de beneficencia compró 600 hectareas de terreno in-
culto y arenoso en la provincia de Drenthe, y prin-
cipiaron los trabajos de roturación. En 1820 el nh-
mero de asociados había subido 6. 23.000, y las cuo-
tas alcanzaban el valor de 93.511 florines, que co-
rresponden 6.35.000.000 de reis aproximadamente.
La memoria de la comisión en esta época,
decía que los balances de la soceidad eran ex-
celentes, que la administración era econ6mica, y
que la sociedad gozaba de la confianza absoluta
del Gobierno de la nación.
En pocos aííos se formaron tres grupos de co
lonias agrícolas, debidas únicamente, en su crea-
ción y desenvol vimiento, á la iniciativa particular.
El Gobierno holandés decidió subvencionar la
sociedad, con la condición de que recibiese en
las cnIonias los vagos y mendigos, que eran la
escoria de las ciudades.
Después de muchos años de maravillosa per-
severancia, durante los cuales vastísimas comar
cas s e transformaron en granjas y jardines con
centenares de pequeñas viviendas, sobrevino la
crisis económica de las colonias agrícolas, en
el año de 1859. El Gobierno acudió B la crisis
de la sociedad con su auxilio pecuniario, y se
hizo cargo de las colonias de Veenhuizen y de
Ommerschams, que hoy constituyen penitencia-
rías agricolas, adonde se envían los mendigos
y los ebrios incorregibles, á fin de cumplir allí
pena durante un año, ó durante dos, cuando son
reincidentes. En las mismas colonias son reco-
gidos también algunos pobres, no para cumplir
sentencia, sino como iildigentes de cuya sustenta-
ción el Estado se encarga temporalmente, ando
para esto existen circunstancias especiales.
La colonia penitenciaria de Ommerschams
esta destinada solamente para hombres, y de or-
dinario contiene 900. La de Veenhuizen recoge,
por término medio, 1500 personas, siendo una
cuarta parte del sexo femenino. La alimentación
es buena, y el trabajo al aire libre, Ó eii es-
paciosiis y alegres oficinas, contribuye B que el
estado sanitario sea excelente.
El principal medio de discipliiia que puede
usar el Director de las colonias, consiste en eii-
cerrar en celdas oscuras á los colonos recalci-
trantes, pudiendo el castigo ser agravado con la
reducción en el alimento.
Pero á despecho de esta forma de disciplina,
dice Tallack, la conducta de los colonos mendi-
gos es tal que, según las estadísticas oficiales
enviadas á 18 Asociación Howard por el Millis-
tro de Justicia de Holanda, cuya fecha es de 26
de Julio de 1886, de 2.749 individuos recien-
temente admitidos en las colonias penales, sola-
mente 540 habían sido castigados por la prirriera
vez. Los otros eran reincidentes contumaces.
El defecto de la institución proviene, en parte,
de la ley, porque limita 6 dos años el período
de permanencia en las colonias para 10s reinci-
dentes, y en parte deriva también de no haber
Una sistemática separación individual, para que
sea menos peligroso el contagio de la lepra de
la corrupción.
La experiencia ha demostrado que 10s mal-
h e ~ h ~ r ehabituales
s y los mendigos contumaces,
incorregibles, solamente recelan la prisión celular;
por esto, hace poco tiempo todavía, en la colonia
penitenciaria de Ommerschams se adoptó el me-
dio de encerrar en celdas cierta clase de colonos
más obstinados en el vicio de la embriaguez ó
en la vagancia mendicante.
No obstante estos resultados incompletos, dice
todavía Tallack, no se puede afirmar que las
colonias penales no atiendan en parte 6 su fin.
Si no se ha conseguido intimidar y moralizar
6 todos los individuos admitidos en ellas, es sin
embargo cierto que contribuyen por gran ma-
nera 6 que las ciudades se vean libres de la
presencia peligrosa de los vagabundos. Los via-
jeros atestiguan que en Holanda se encuentran
mendigos en menor número y menos importunos
que en otros países, en donde esta plaga social
se manifiesta principalmente en los lugares más
frecuentados.
En Ommerschams los penados trabajan en
grandes salas bajo la vigilancia de guardas; pero
una parte de ellos se ocupa en la agricultura.
Son aquellos que, de buen grado, aceptan el
trabajo, 6 aquellos que, en virtud del privilegio
que la ley holandesa confiere 6 los sospechosos
por vagancia y mendicidad que procuran espon-
tdileamente trabajo en la colonia, antes de ser juz-
gados, y c ~ i t a nasí la pena conmiriada por la ley.
Veenhuizen es sobre todo un establecimiento
agrícola.
72
La sociedad de beneficencia ileerlandesa aún
conserva hoy las tres colonias libres de Fre-
deriltsoord, TYillemsoord y Wilhelmii~asoorL1,que
comprenden una extensión de 2010 Iiectáre~s y
1800 habitantes.
Están atravesadas por largas vias entra hileras
de árboles, y las casitas de los colonos estan
situadas la orilla de esos camiilos, lisbiendo
sido construidas bajo un tipo uniforme, teniendo
cada una, como pertenencia, una pequeíía huerta
y jardín.
En estas colonias la agricultura es el fin priii-
cipal de la institución; el trabajo industrial es
securidario, pues que solamente se ocupan en él
los individuos menos aptos para las fatigas agri-
colas, ó los colonos que en los dias de invierno
no pueden trabajar en las tierras.
Los hijos de los colonos frecuentan las es
cuelas públicas de instrucción primari;l, y la so-
ciedad todavía gasta anualmente una suma im.
portante en la enseñanza del dibujo y otros ramos
que completan la educación de los niños y nillas,
con el fin de habilitarlos para que puedan tener
colocación fuera de la colonia, de donde han
salido muchos para maestros de instrucción pri-
maria, para telégrafos y para empleos e11 los
caminos de hierro.
Estos establecimientos arrancan muchas fami-
lias 6 los peligros de la miseria y á las tentaciones
sat6nicas del vicio y del crimen.
73
La Holanda con estas instituciones ofrece un
ejemplo vivo y palpitante de lo que vale la be-
neficencia pública como medida preventiva, ate-
iluando las causas de la vagancia y de la men-
dicidad, origen de muchos crímenes. El valor
del sistema preventivo, en la curación de esta
enfermedad social, nadie se atreve á ponerlo en
duda ni B despreciarlo.
Terminaré citando A este propósito algunas
palabras de Mr. Robin:
«En todos los países en donde la reforma
penitenciaria está completa, se ha prestado grande
atención á las medidas preventivas. Es la hi-
giene que precede al tratamiento de los enfermos,
y que muchas veces es el medio eficaz de prevenir
la enfermedad. Este principio es la gran preocu-
pación de la medicina actual. Se trata también
para nosotros de una verdadera higiene moral y
deberíamos iiplaudir 6 la ciencia penitenciaria
moderna, si obtuviese con su aplicación enbrgica
y perseverante la prevención del crimen, al mismo
tiempo que investiga cuAles sean los medios mAs
eficaces para corregir y alcanzar la enmienda de
los culpables» (1).
La ckrcel celular de Madrid.

El edificio presenta grandioso aspecto, esta


situado en local 6. propósito, tiene excelentes casas
para morada de los funcionarios que tienen obli-
gación de vivir en el establecimiento, y vastas
dependencias para secretaria y administración
económica.
La prisibn está dividida en cinco galerías, que
contienen 966 celdas.
No esta destinada 6 recibir exclusivamente los
sentenciados á prisión celular; sino que en ella
so11 recogidos también los que tienen causa pen-
diente, los transgresores de los reglamentos de
policía, los presos y sentenciados de tránsito, los
extranjeros que estuvieron S. disposicibn de las
autoridades en virtud de extradición solicitada por
76
los Gobiernos de las respectivas nacioiles, y fi-
nalmente los presos militares.
Para los criminales que están cumpliendo la
pena de prisión celular existen 408 celdas. En
ellas cuinpleil la sentencia los que hayan siclo
condellados 6 prisión de dos á seis años. Las
restantes celdas estan destinadas para los presos
de otras clases, existiendo además 23 celdas do-
bles para detenidos que paguen 3 pesetas dia-
rias, 10 para presos políticos y 35 para menores
de 15 años. En la parte de edificio destinada para
los servicios administrativos hay 10 celdas, en
donde se colocan provisionalmente los individuos
que ingresan hasta que les destinan á la que de-
ben ocupar; y además de esto hay departamentos
no celulares, en donde son encerrados los de-
tenidos que están á disposición de la autoridad
civil ó militar, y que todavía no cumplen pena,
y de igual suerte los presos sentenciados que van
de tránsito de cárcel en cárcel.
El moviliario de las celdas se compone de
cama de hierro fija en la pared, que se levanta
de día, jergón, funda, almohada y mantas, una
mesa fija, un banco preso en la pared por una
cadena, grifo para el agua, campanilla eléctrica,
mechero de gas, plato, cubierto, escoba y un vaso
inodoro portátil.
Los presos están sujetos 6 régimen diferente,
según la clase 6 que pertenecen: para los que
cumple11 la pena de prisión celular, en virtud
77
de sentencia coildenatoria, el trabajo es obliga-
torio, excepto en los caeos de enfermedad que
impide cualquier esfuerzo peiioso, debilidad de
organismo que produzca el mismo resultado, ó
vejez; para los demás el trabajo es voluritario,
y pueden ejercer dentro de las celdas respectivas
las artes ó profesiones que sean compatibles
con la seguridad y orden de la prisión. Estos
tienen derecho al producto integro de su trabajo,
si otra cosa en contrario no se hubiere dispuesto
en virtud de decisión de los Tribunales. A los que
no están sujetos al régimen celular se les su-
ministra trabajo en departamentos, en donde
esta clase de presos se reunen en común, de-
biendo ejecutarlo con riguroso silencio, estándoles
prohibido dirigirse la palabra ó hacerse señas:
el producto de la venta de los objetos manufac-
turados se divide en tres partes, en la siguiente
forma: 33 por 100 pertenece al Estado, igual
parte se destina 6. peculio del preso y el 34 por
100 para la indemnización de la parte ofendida,
cuando á ello haya lugar. Si, en virtud de la
sentencia, no hubiere motivo para la indemniza-
ción, el producto se divide en dos partes iguales,
una para el preso y otra para el Estado, y la
correspondiente al preso todavía se subdivide
de este modo: dos terceras partes se guardan
en la caja del establecimiento para entregarlas al
preso al obterier la libertad, y la tercera parte
restante se pone 6. su disposicióiz, ya para com-
prar objetos de que carezca, ya para suministrar
auxilios A su familia.
De los sentenciados para quienes el trabajo
es obligatorio, aquellos que antes de entrar en
la prisión no ejercían arte ni oficio, 6 tenían al-
guno que en el establecimiento no pueda ser
ejercido, están obligados A someterse al apren-
dizaje de cualquiera de las profesiones admitidas
en el establecimiento.
En virtud de las disposicioiies del reglamerito,
los presos tíenen que trabajar cn los meses de
Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto y Septien~bre,
desde las siete de la mañana hasta el mediodía
y desde las tres de la tarde hasta media hora
antes de ponerse el sol. Los instrumentos pre-
cisos para el trabajo los suministra la adminis-
tración, y las materias primeras pueden serlo ya
por la Administración, ya por contrato hecho con
personas extrañas que deseen aprovechar e1 tra-
bajo del establecimiento.
La prisión celular de Madrid funciona desde
9 de Mayo de 1884.
Cuando la visitb, todavía las oficinas de artes
y oficios no funcionaban regularmente, estando
los presos ocupados en varios servicios del esta-
blecimiento, algunos de los cuales se ejecutaban
en el exterior.
El reglamento dispone que los presos que
deben cumplir rentencia, permanezcan aislados
en las celdas durante algún tiempo, antes de
79
trabajar en los talleres. Están sujetos á un sis-
tema progresivo de reclusión, que se divide en
tres periodos. En el primero, que se llama de
preparación, los presos se conservan aislados,
pudiendo estar privados de trabajo, lectura y
comunicación con el exterior; en el segundo fre-
cuentan la escuela y los talleres, y ejecutan los
servicios mecknicos de la prisión, permitiéndose-
les pasear en los patios; y en el tercero se les
dispensa de los servicios interiores del estable-
cimiento, y si algunos los prestaren voluntaria-
mente, les serAn retribuidos. En el primer pe-
ríodo esta facultado el preso para comunicarse
con s u familia y otras personas una vez al mes,
y dos veces en el tercero. Aquellos que, por su
irregular conducta, incurrieron en alguna pena
disciplinaria, podrá hacérseles retroceder en el
orden de los períodos.
La limpieza de las celdas es obligación común
á todos los presos; pero solamente á los sen-
tenciados se les obliga á hacer la limpieza ge-
neral del establecimiento y de las oficinas, ex-
cepto en el periodo en que deben permanecer
en el aislamiento, convirtiéndose de esta manera
algunos presos en servidores de oti30s,lo que me
parece poco conforme con la igualdad que convie-
ne observar en el cumplimiento de las penas.
Tiene la ,prisión de Madrid escuela en que se
enseña la instrucción primaria y nociones de
moral. El método de enseñanza es el mutuo,
para lo cual semanalmente se nombra de entre
los alumnos uno que se haya distinguido por
su conducta y por sus adelantos, siendo esta
distinción un titulo que le da derecho á los pre-
mios que se confieren en la penitenciaria. La ins-
trucción religiosa está encomendada al capellán.
El reglamento impone al director, al profesor de
instrucción primaria y al capellán el deber espe-
cial de inculcar en el bnimo de los presos la
afición á la lectura de los libros útiles y pia-
dosos que deben existir en la biblioteca.
Todos los domingos y dias festivos tienen los
presos obligación de asistir á misa, colocándose
cerca de la puerta de la celda, que está entreabierta,
pues que la construcción de las alas de la pe-
nitenciaría permite que desde allí todos los presos
puedan ver al sacerdote, sin que por esto co-
muniquen entre sí, no habiendo anfiteatros en la
capilla, como hay en la penitenciaria de Lisboa
y en otras prisiones celulares.
El reglamento permite que los presos que no
sean católicos dejen de asistir á las ceremonias
religiosas, y les concede la facultad de conferen-
ciar con los ministros de SU religión en locuto-
rios especiales, con autorización del Director.
La penitenciaría de Madrid suministra alimeii-
10s 10s presos pobres, pudiendo aquellos que
tengan medios mandar venir de fu$ra de la pri-
sión las comidac, por intermedio de persona de
su familia 6 de servidores del establecimiento.
Las noticias expuestas con respecto á la peni-
tenciaría de Madrid fueron escritas en 1884, año
en que la visité, dos meses después de su inau-
guración.
En un discurso que el Sr. Lastres pronunció
en el Ateneo de Madrid eri 5 de Julio de aquel
año, y que corre impreso con el titulo de La
cárcel vieja y la ccircel nueoa, se ve por qué trB-
mites y qué obstáculos hubo que pasar y su-
perar para que llegase á levantarse el magnífico
edificio, que vino á sustituir 6 la prisión del Sa-
ladello, padrón de ignominia de la plaza de Santa
Bárbara, como le llama el distinguido orador.
La prensa madrileña, impresionada con el re-
celo de ver sometidos los periodistas delincuen-
tes al régimeil celular, salió al campo camba-
tiendo la institución, y explotó el sentimentalismo
público con la pintura de cuadros dolorosos y
de peligros inherentes al sistema penite~iciario.
Durante muchos afios se habían hecho varias
tentativas para derribar el Saladero, hasta que
en 1876 se promulgó la ley que autoriza en
6
82
Madrid la construcción de una cárcel de sistema
celular.
La misma ley determina que la penitencia-
ria sirva para prisión preventiva y para cum-
plimiento de pena correccional, destinándose tres
galerías para aquel efecto y dos para éste. SO-
bre este punto, dice el Sr. Lastres:
«Nadie desconoce que esta mezcla de sistema
preventivo y correccional es realmente censura-
ble y casi imposible en la práctica. Uno de 10s
periódicos aludidos en el principio de mi dis-
curso, dice que el Dr. Wines, en una asamblea
célebre, tratando de la cárcel de Madrid, mani-
festó que tenía defectos; pero no hace esta de-
claración refiriéndose al sistema celular adoptado.
Lo que censuraba el célebre escritor, lo que tiene
censurado D.a Concepción Arenal, Armengol, y
también el que en este momento tiene la honra de
hablaros, es esa mezcla de prisión preventiva y co-
rreccional, pero no que dicha prisión sea celular.))
Después el Sr. Lastres explica que, por cm-
sas financieras, fué preciso sacrificar un poco el
rigorismo científico, atendiéndose á los resulta-
dos prkcticos y & la necesidad de no esperar
más años la sustitución de la inmunda ciírcel
del Saladero.
El orador, aludiendo al cumplimiento de las
penas, ee lamenta de que no se pueda aplicar
en toda su pureza el régimen irlandbs, porque
el Código no permitía la introducción de la pri-
83
sión intermedia en el reglamento de la nueva
cArcel, y menos todavía la libertad condicional,
de que es partidario el Sr. Lastres.
No obstante, dentro de los limites de la ley,
algo correspondiente al sistema progresivo se
introdujo en el reglamento coi1 respecto & las
penas correccionales, disponiendo que se solicite
el indulto de los que hayan cumplido, con buen
comportamiento, la tercera parte de la pena en
el régimen celular.
Respecto á las criticas vulgares hechas al
sistema, dice el Sr. Last~~es:
«Pero en qué consiste el sistema celular? Los
que m8s lo atacan son los que menos lo cono-
cen, é ignoran que el aislamiento celular es la
separación absoluta de todo elemeiito pernicioso
que pueda corromper al procesado, y el contac-
to y comunicación continua con todo elemento
sano que pueda enaltecerle. Esa es la verd.11dera
definición del régimen que proclamo, y ~5 ella
obedecen todas las leyes y reglamentos de las
prisiones de este sistema, dentro del cual, como
dice un escritor insigne, la celda está siempre
abierta para el bien y la virtud y cerrada i2ni-
cainente para el vicio y la corrupcibn.))
El Sr. Lastres defiende calurosameilte el régi-
men celular con argumentos sobradameilte co-
ilocidos, á los que, sin embargo, su elocuencia
da notable relieve y vigor.
El sistema penal progresivo

Por sus diferencias fundamentales se reducen


A tres los sistemas penitenciarios: 2 .o e1 régimen
de prisión celular continua, esto es, la separa-
ción permanente entre los presos en cuanto dure
la pena; 2.0 el sistema llamado de Auburn, que
consiste en la separación celular durante la noche
y en el trabajo en común durante el día, con
silencio obligatorio; 3.0 el sistema progresivo, 6
gradual, conocido también por el nombre de
sistema irlandés, que se caracteriza por el trhn-
sito del preso por diversos grados 6 partir del
mhs riguroso, que es la clausura celular, hasta
que, despues de haber atravesado la fase del
trabajo colectivo, llegue al de la libertad condi-
86
cional, ó preparatoria, como la denominan algu-
nos criminal istas.
El 1.0 y el 3.0 son los sistemas que m6s se
diferencian, y sobre cuya primacía ni& se tiene
discutido y disputado en los congresos y en la
prensa, no pudiendo afirmarse que pertenezca
definitivamente la victoria á los partidarios del
régimen del celzclarkmo continuo ó h los del
régimen gradual.
La Bélgica, habiendo adoptado primitivamente
el sistema de Auburn, prefirió después el ré-
gimen celular de Filadelfia, en cuya aplicacióil
y mejoramiento prosigue, desde hace tiempo,
con una admirable perseverancia, teniendo casi
completa s u reforma de prisiones.
Quien haya de estudiar su modo de ser, la
fisonomiii característica del sistema filadélfico,
racionalmente modificado, y valuar sus efectos
desde el punto de vista de la influencia que ejerza
en la moralizacion social y la acción que tenga
sobre los condenados, necesita familiarizarse con
las estadisticas criminales de Bélgica, y mirar
con atención las memorias de los directores de
los establecimientos penales de aquel país; pues
que en parte alguna se le deparan elementos más
abundantes, ni de igual valor, para hacer u11
juicio critico seguro del sistema peniteilciario de
sqXm3ciÓn permanente entre los penados.
De igual manera se debe recurrir 6 Inglaterra,
y A Irlanda principalmente, cuando se quiera es-
87
tudiar la índole y ventajas del sistema progresivo
ó gradual, que Crofton, el gran reformador de
las prisiones irlandesas, modificó y perfeccionó
con un criterio elevado y con incomparable cons-
ta~icia.
El sistema irlandés es el producto de larga
y pausada evolución porque pasó la legislación
criminal en la gran Bretaña, y Crofton, con sin-
gular talento y constancia, desenvolvió las ideas
de Jebb, que había dirigido y realizado en In-
glaterra el tránsito extremadamente difícil del
régimen de la deportacióii de los condenados al
de la seraidumbre penal (penal seroitucie).
No intentamos un estudio comparativo entre
las excelencias de los dos sistemas; pero sí
-íinicamente dar una noticia acerca del origen y
desenvolvimiento histórico del sistema irlandés,
cuyo valor tanto enaltecen eminentes publicistas,
y que algunas naciones de las más cultas han
imitado en sus reformas de legislación penal.
El sistema penitenciario fué inaugurado re -
cientemente entre nosotros, y nuestrii legislación
criminal dió preferencia al sistema filadblfico,
templado con las modificaciones que en Bélgica
le tornaban viable.
Desde que en congresos recientes, como en
el de Stokolmo, en 1878, y en publicaciones im-
portantes se discute todavía cuA1 sea socialmente
el régimen penal m8s ventajoso, no podemos
supoiier que el adoptado por nosotros esté en el
88
cenit de las instituciones perfectas, y por eso
no es inoportuno referirnos al sistema progresivo
que, teórica y prácticamente, va disputando el
terreno al régimen celular continuo, pareciendo
que, en un periodo no muy lejano, ser& aquel
el definitivamente introducido en la generalidad
de las legislaciones criminales, principalmente en
la aplicación y cumplimiento de las penas de
largo plazo.

Era de una simplicidad extrema el antiguo ré-


gimen penal de Inglaterra, y las modificaciones
que en él se introdujeron fueron lentas y gra-
duales, siguiéndose un proceso evolutivo, que
fué conquistando siempre sucesivos perfeccioiia-
mientos.
La pena culminante en la antigua legislación
criminal era la de muerte, la deportación la in-
mediata, y debajo de ésta la de prisión hasta
tres años.
La pena capital era aplicada con pródigo rigor,
principalmente en los crimenes contra la pro-
piedad.
Excediendo un hurto del valor de un schilling
89
el que lo perpetrase expiaba su culpa con el
~ l t i m osuplicio. Todavía en el reinado de Jorge 111
no se pasaba una semana sin que ocurriese e n
Tyburn una ejecucióil capital; la crueldad, sin em-
bargo, de la legislación fué disminuyendo con
la suavidad progresiva de las costumbres y con
la influencia de las ideas filosóficas, de tal suerte
que, en 1818, habiéndose pronunciado 1254 sen-
tencias de muerte, únicamente fueron 97 las eje-
cuciones.
El clero, por privilegio especial, se sustraía
al suplicio de la horca, y después el mismo be-
neficio se dispensó 8 los reos que supiesen leer.
De esta suerte creció tanto el número de privi-
legiados, que la excepción se convirtió en regla
general.
Con la disminución del número de ejecucio-
nes capitales, la pena de muerte fu6 perdiendo
insensiblemeilte su prestigio aterrador, de suerte
que, como dice Michaux (Etucle sur la question
des peines), los criminales impenitentes ya la
miraban con desdén como si fuera una majes-
tad destronada. Cuando el presidente del Tribu-
nal, cubriendo la frente con el velo negro, leía
las sentencias, los miserables contra quienes ful-
minaba la ley la pena capital respondían con b ~ r -
las 5 la lectura, considerando la sentencia como
irrisoria, porque la conceptuaban inaplicable.
Las costumbres prevalecieron contra la dureza
de la ley, y la pena de deportación, temporal ó
perpetua vino, en muchos casos, ii sustituir A
la pena de muerte, con que la reforma de la le-
gislación ya conminaba iinicamente los crímenes
de traición, asesinato, sodomía, robo nocturno
con escalamiento y violencia, y el de incendio.
E1 Parlamento inglés, en 1718, decretó la pella
de deportación para los individuos condenados 6
tres años de prisión por lo menos.
Como la legislación criminal era severísima,
provenía de ahí que, por la expulsión, proce-
dimiento expedito y fAcil, el país se deshacía de
los delincuentes. Fué la provincia de Maryland,
e11 la América septentrioiial, la tierra escogida
pi\ra el destierro forzado de los condenados in-
gleses.
No había pensado el Parlamento, ni el Go-
bierno, en regular la aplicación de esta pena.
Los desterrados eran entregados, como reba-
ños, 6 los armadores, especie de negreros, que
se encargaban de su trasporte, como mercade-
ría & propósito para vender 6 arrendar.
Al arribar 6 Maryland, á Jamaica, 6 á Bar-
bada, los armadores se deshacían de la carga,
contratando con los colonos agrícolas la cesión
del trabajo de estos desgraciados.
En los primeros tiempos de este bArbaro ré-
gimeil, como los armadores no obedecían i'i re-
glamento alguno, ni ii ley que les marcase los de-
beres que tenían que cumplir para que la pena de
deportación fuese igual para todos, acontecía que
los condenados ricos pagaban los gastos de viaje,
y, una vez en América, vivían libremente, bur-
lándose de la Ley, de la sentencia y de los jueces.
Habiendo crecido en población y prosperidad
la colonia de Maryland, llegó á recibir con re-
pugnancia los centenares de deportados que la
metrópoli le enviaba anualmente, hasta que la
insurrección de la gran colonia Norte-Americana
obligó al Gobierno inglés d suspender la remesa
de los condenados.
Cerrada la América d la corriente de la de-
portación, el Gobierno designó la costa oriental
de Australia para el establecimiento de una co-
lonia penal. En Enero de 1788, fondei, en Bota-
ny-Bay la primera expedición de deportados, 757
hombres y 192 mujeres, bajo la custodia de 160
soldados de marina.
El comodoro Phillip, comaiidailte de la flota,
explorando el sitio más B propósito para el des-
embarque, se dirigió en una chalupa un poco
hacia el Norte y penetró en una canal que Cock
había llamado Port-Jalcson, descubriendo una
bahía profunda y vastisima, cuya orilla estaba
revestida de opulenta y espléndida vegetación. Fué
este lugar el preferido, y en 26 de Enero de 1788,
los condenados ingleses abrieron los cimientos
y colocaron las primeras piedras de la población
que había de llegar 6 ser la poderosa y muy
floreciente ciudad de Sydriey.
En el trascurso de los años, con la influen-
cia de emigrantes libres, la colonia prosperó
rApidameilte, y Sidney adquirió la categoría de
metrópoli respecto á otros núcleos de población
que se le agruparon al rededor.
No obstante la frecuencia de desórdenes, de
revueltas, de actos de indisciplina y de la or-
ganización de bandas de salteadores, en 1820, se
calculaba el capital comercial de los deportados
en 150.000 libras, y el valor de la producción
anual de los mismos por todos conceptos el1
1.123.000; en tanto que el capital comercial de
los colonos libres se valuaba en 100.000 y su
producción anual en 526.136.
La corriente de la deportación no había sido
dirigida para una región exclusiva de la Aus-
tralia. En 1804 se fundó unti. sucursal en Vaii
Diemen y otra en Norfolk.
La emigración de la Gran Bretaña, después
de las grandes guerras napoleónicas, se hizo con-
siderable, siendo muy favorecida por el Gobierno.
A los emigrantes se les distribuían tierras, y
se ponía Ci su disposición deportados para que
93
les auxiliasen con su trabajo, teniendo aquellos
la exclusiva obligación de suministrar i éstos
vestidos y alimentos. La única garantía que se
daba á estos esclavos era la de no poder ser cas-
tigados por sus señores, que, por su parte,
con una simple queja & la autoridad, y única-
mente con su testimonio, conseguían que dichos
esclavos fuesen duramente penados.
A este régimen se le daba el nombre de
assignatidn.
Los colonos libres no eran, por regla gene-
ral, muy caritativos para los condenados, y de
ahí provenían las fugas, las rebeldías, las ven-
ganzas y la organización de bandas que infes-
taban la colonia.
A medida que la población libre aumentaba
y con ella la prosperidad, la deportación, esti-
mada y deseada al principio, era repelida como
infamante, pestilencia1 y peligrosa. Era un hecho
que la criminalidad recrudecia gravisimamente.
En tanto que, en 1829, la proporción era en In-
glaterra de un delincuente por 850 habitantes, en
Australia era de 1 por 157 y había subido á 1
por 104 en 1836.
W hateley, Arzobispo de Dublín, criticó seve-
ramente en el Parlamento, desde el punto de
vista moral y económico, este régimen, acusUn-
dolo de agravar la criminalidad en vez de pre-
venirla.
Agitose la opinión pública con las quejas y
reclamaciones de los colonos, y habiéndose pro-
cedido en 1837 á una información, en que to-
maron parte notabilidades de la talla de Robert
Peel y J. Russell, se obtuvieron conclusiones A
favor de la abolición de la pena de deportación.
En el año siguiente se abolió el régimen de
assignatidn y el Parlamento decretó como sistema
legal de prisión, tanto para los pendientes de cau-
sa, como para los condenados definitivamente, la
clausura celular.
En la época á que nos referimos, la invención
americana de la prisión celiilar tenía en Europa
ardientes 6 insignes propagandistas y partidarios
entusiastas; sin embargo, como en Inglaterra no
se pasa precipitadamente de la teoría á la práctica,
ni se improvisan reformas, el Gobierno británico
se limitó 6 suspender la deportación para la
Nueva Gales, conservándola provisionalmente pa-
ra Van Diemen y Norfolk.
La colonia de Van Diemen, habiendo sido en
su origen compuesta solamente de deportados,
ya en 1833 contaba con una población de 33.000
almas, en cuyo número había muchos emigrantes
voluntarios, y con el progresivo aumento de
población surgieron tambien clamores idénticos
contra la invasión de los deportados, B quienes
se sometía allí, sin embargo, á un régimen mA".
riguroso y racional. Consistía éste en la sepa-
ración de los condenados en dos grupos distin-
tos, conforme al grado de perversidad relativa,
que se graduaba por la naturaleza de los cri-
menes.
Los rebeldes y turbulentos eran expulsados
para la isla de Norfolk, en donde los desórdenes
eran tan frecuentes y acumulados que, en el a50
de 1846, el Gobierno britáiiico expidió or-
den para la disoluciór~de la colonia, orden que
no fué ejecutada. No se juzgue, sin embargo,
que habían quedado solamente los pacíficos en
Van Diemen, y que la colonia prosperaba en la
tranquilidad de un bucolismo virgiliano. No.
Los disturbios no eran tan reiterados ni alcan-
zaban tanta gravedad como en Norfolk; pero aún
así el estado de la colonia era tal, que lord
Grey decía en el Parlamento que era una ver-
güenza para el nombre inglés que la bandera de
la Gran Bretaña protegiese aquel sistema.
Coristruida la prisión celular de Pentonville,
fueron encerrados en ella varios criminales que
debían, pasado algún tiempo, salir para al des-
tierro colonial.
Fué éste el principio denominado de prueba
@robation).
Hombres distinguidos, como el duque de Rich-
mond y lord Rus~ell, recibieron el encargo de
estudiar los resultados de la innovación.
En 1847, cinco años después de inaugurada
la prisión de Peiltoilville, la comisión encarga-
da de estudiar y formar el juicio critico de esta
experiencia, alabó eu sn memoria la discipli-
96
na de la cárcel, y calificó la clausura celular
de moralizadora y altamente preventiva de la
criminalidad, por la intimidación que producia.
De esta suerte comenzó el nuevo régimen penal
denominado de probatidn, origen del sistema
progresivo.
Los sentenciados á deportación, al principio
del cumplimiento de la pena, eran encarcelados
en Pentonville, en donde recibian la instrucción
moral y profesional, siendo enviados después
para el destierro, en donde se les confería un
salvoconducto de libertad (tiecket of leaue), si,
durante el encarcelamiento en la metrópoli, se
hubiesen hecho merecedores de esta concesión,
por s u buen comportamiento.
Este sistema se aplicaba únicamente B los
criminales B quienes se hubiese impuesto la pena
de deportación hasta siete años. Si la pena era
perpetua, Ó traspasaba aquel límite, la pr-obatidn
no se realizaba en Inglaterra, pero si en la isla
de Norfollí, en donde se so~netia6 los deste-
rrados B dura prueba, hasta que. estuviesen en
condiciones de poder ser trasladados para la
colonia de Van Diemen, en cuyo punto, con el
certificado de probatidn, eran admitidos al eer-
vicio de los particulares, y obtenían por fin la
libertad condicional, ó la definitiva, si la culpa
se reputaba euficieiltemeilte expiada, y los de-
portados diesen pruebas de corrección y de en-
mienda sincera.
97
Este era el punto culminante del sistema, la
suprema aspiración del condenado, cuya reali-
dad dependía de su conducta ejemplar, de la
resistencia puesta á las seducciones del mal y
á los impulsos de s u índole rebelde al bien.
Era preciso que el criminal pasase por una serie
sucesiva de pruebas que le templaban el ánimo,
para no ceder al impulso de las pasiones ruines
y rebatir enérgicamente la propensión para el
mal.
No obstante el prestigio de la idea americana
de la prisión celular, la Inglaterra no se dejó
fascinar por la innovación; adoptó prudentemente
la clausura aislada (solitury conJinement) para
perfeccionar el subsistente régimen de deporta-
cidn, enviando para las colonias hombres en cuya
conciencia, despertada por los impulsos del re-
mordimiento, alboreasen los resplandores de la
moralidad.

IV.

En 1847, un nuevo bill determinó clue 10s


reos, después de la prueba de clausura celular,
pasasen por la prueba de trabajos forzados en
Port41and, b en otro cualquiera establecimiento
7
98
adecuado B este fin. El período de los trabajos
era mayor Ó menor, según el comportamiento
de los condenados. Seguía después la deporta-
ción con la perspectiva sonriente de la libertad
condicional ó definitiva.
La disposición de la ley era aplicable á las
mujcres criminales, para las que en la cárcel de
Milbanck había un cuartel especial.
Al mismo tiempo se fundó en la isla de Wight
una colonia penitenciaria agrícola para los me-
nores que, por su precocidad en el crimen, ya
habían sido condenados á deportación.
No se presuma que serían eri corto número
los criminales destinados B la colonia agrícola.
En 1850, 5000 jóvenes menores de 16 años
habían sido condenados á deportación, como
autores de delitos graves. Son prodigiosos los
progresos que en Inglaterra hacen en la escuela
de la perversidad delincuentes casi infantes.
En 1848, habia en Van Diemen 24.000 depor-
tados, y más de 7000 vivían á expensas del Es-
tado, por falta de trabajo. La isla de Norfolk,
A pesar de ser de una extensión muy pequeña, era
el escenario en donde se representaban las mhs
sangrientas tragedias del crimen. Acontecía que
al paso que se estrechaba la zona de terreno
australiano destinada á los deportados, la cri-
miilalidad recrudecía en la metrópoli.
Las reclamaciones contra la deportación no
cesaban tampoco, y de esta difícil situaciói~surgió
99
el bill de 1853, que estableció la ser~idumbre
penal.
La deportación fue sustituida, por regla gene-
ral, por el encarcelamiento en el Reino Unido,
en Gibraltar ó en las Bermudas, en donde exis-
tían trabajos por cuenta del Estado, y al mis-
mo tiempo se concedió á la Reina la facultad
ilimitada de conceder 6 los criminales que habiaii
pasado por la primera prueba el ticket of leaoe,
que hasta entonces difícilmente se confería $I los
deportados en las colonias.
En su esencia el bill de 1858 difiere apenas
del anterior en permitir 6 los condenados la li-
bertad provisional en la misma Inglaterra.
El sistema penal había mudado de nombre;
sin embargo, era intrínsecamente el mismo.
La pena de deportación, para la Australia
principalmente, había sido desterrada de los Tri-
bunales, como pena aplicable; pero permaneció
el principio, que el Gobierno podía poner en
práctica como medida preventiva y como medio
de facilitar el trabajo $I los criminales que, ex-
piada la culpa, no le encontraban en la me-
trópoli.
En Inglaterra, la opinión recibió con sobresalto
y desagrado la reforma que autorizaba la con-
cesión del ticket of leaoe h individuos que que-
dabaii en el suelo patrio, en condiciones h pro-
pósito para abusar del favor de la ley, volviendo
6 la vida del crimen.
Este poderoso factor de la corrección de los
criminales fué reputado como u11 elemento de
disoluciói~social, que ponía en grave riesgo el
orden público y la seguridad particular. Para
tranquilizar los Animos tímidos, se resolvió, que
los individuos que obtuvieeen la libertad condi-
cioiial, quedasen bajo la vigilancia especial de la
policía.
La deportación únicamente acabó de hecho en
1868, después cle las reclamaciones enérgicas y
muy altivas de la Australia del Sur.

La servidumbre penal (penal seruitude) se


organizó en Inglaterrti con tres períodos distintos:
el primero es el de aislamieiito celular (solitary
conznement); el segundo es el del trabajo colec-
tivo, con la conminación de la vuelta al aisla-
miento celular como medida represiva, para los
que en este periodo obeerveii mala conducta; Y
el tercero es el de la concesión de la libertad con-
dicional, con perdida del ticket of ieaue, en el
caso de abuso b de irregular coi~ducta.
En Irlanda se intercaló, entre el trabajo en
común y el tercer grado del sistema inglés, el
101
pase ti c&rceles, B que se di6 el calificativo de
intermedias.
Por medio de distintivos visibles se señala 21
progreso moral de los culpables, su buen com-
portamiento, la asiduidad al trabajo y el apro-
vechamiento en la enseñanza, y se castiga el
mal proceder con el retroceso á clase ó condi-
ción anterior.
A cada tránsito de clase en la escala ascen-
dente del mejoramiento moral del condenado co-
rre~ponden concesiones y beneficios, que son
premio y estímulo para proseguir en el camino
de su rehabiiitaci6ii.
En la base del sistema esta el aislamiento
celular. A este propósito dice el publicista ho-
landés, Van der Brugghen: «En el primer período
de cumplimiento de la pena (probationary stage)
domina la idea de que la transición del estado
de libertad al de su pérdida debe hacerse sentir
de un modo extremadamente doloroso, y con-
trastar con la transición de la pena para la libertad,
transici ón que, en cuanto sea posible, conviene
que sea gradual. Aquella impresión profunda
tiene como fin principal presentar la conciencia
el crimen cometido, obligando h su autor á fijar
la mirada en las consecuencias inevitables del
mal. La aplicación de la pena de aislamieiito,
por la primera vez, tiene la ent taja de causar
una reacción en las facultades morales 6 inte-
lectuales, de derpertar súbitameiltc el sentido
102
moral adormecido, hiriendo al mismo tiempo el
sentimiento de la honra, en donde no esté com-
pletamente apagado, y en todos casos dispone
el alma, que entra consigo á cuentas en el si-
lencio de la celda, á apreciar las relaciones na-
turales que deben existir entre el individuo y la
sociedad á que pertenece.»
El transito por los periodos subsiguientes,
que son una preparación para el disfrute de la
libertad, someten al deliiicuente á una gimnasia
moral, adiestrándolo para la lucha contra las
pasiones y malos impulsos instiiltivos.
Así como el penado en la separación continua
de la celda se convierte en un autómata, movido
apenas por los hilos de la apretada reglamentación
del régimen de la cArce1, el preso, en el sistema
progresivo, por un esfuerzo propio, por la edu-
cación que le robustece la voluntad, por la con-
cesión gradual de la libertad, penetra en la senda
de la virtud, y se pone en condiciones de ma-
nifestar el desenvolvimiento de su rehabilitación
moral.
La reforma del hombre interno no se procura
solamente por medio de una ciega obediencia
disciplinaria; sino que debe ampliársele la facul-
tad de la acción libre, responsable, que en vez
de atrofiarle las facultades mentales, las vigoriza
y extiende.
En la escuela de las privaciones aprende el
culpable á dar valor á la responsabilidad de
sus actos y á dominar los impulsos irreflexivos
de su índole, para subordinar su conducta á
los preceptos de la moral y de lo justo.
Este es el fundamento filosófico del sistema
irlandés. No cabe en la brevedad de estas sen-
cillas noticias la exposición de s u mecanismo,
ni tampoco marcar sus ventajas prácticas. En
Austria, en Hungría, en Alemania, en Dinamarca
y en Suiza el sistema penal progresivo está en
vigor, con pequeñas variantes del régimen, y este
hecho es suficiente para encarecer su merito
práctico.
En el excelente libro La riforma penitenxiaria
in Italia, Beltrani Scalia, comparándolo con el
sistema celular belga, se pronuncia h favor del
sistema progresivo, en virtud de muchas cansi-
deraciones, que sumariamente se reducen á lo
siguiente:
1.0 Si la pena debe herir y curar al mismo
tiempo, el sistema gradual es preferible, porque,
siendo más conforme con la naturaleza humana,
es más idóneo para suscitar en el ánimo del
culpable la fuerza de resistencia t l las tentaciones
que le habían arrastrado hacia el delito;
2.0 Siendo la naturaleza humana esencial-
mente sociable, nadie se pueds amoldar á un
largo aislamiento, sin gran violencia para su
propia naturaleza;
3.0 Ningún sistema supera en 10s efectos
morales al progresivo, porque en éste el criminal,
104
de la esperanza de abreviar la pena coi1 el tra-
bajo y la buena conducta, saca la fuerza necesaria
para su m& rápida y eficaz reforma;
4.0 Si es indispensable conocer el caracter de
un penado, no sólo por lo que se refiere 6 la
disciplina de la prisión, sino también para apre-
ciarlo en el momento en que alcanza la libertad,
ningún sistema más adecuado para esto que el
progresivo, porque al penado se le pone en
contacto con elementos diversos, y por esto esta
más expuesto al peligro de recaer, revelando SUS
intentos y propósitos;
5.0 Siendo otro elemento de la reforma moral
de los delincuentes el trabajo útil y provechoso
para ellos y para los demás, ningún sistema
proporciona medio más conveniente para el tra-
bajo de los penados que el progresivo, porque
es compatible con el mayor número de artes y
oficios, hace menos dispendioso y pesado el
aprendizaje, fdvorece m8s la vigilancia del tra-
bajo, y Eiace posible la acción productiva de los
penados pertenecientes á la clase agrícola, be-
neficio inmenso para los que tengan que volver
ti sus ocupaciones anteriores, después de haber
cumplido la pena;
6.0 Si el sistema celular permite una reduc-
ción en la pena, Ó que se imponga al delincuente
una de menor duración, porque el aislamiento
inspira confianza por su dureza represiva, idén-
tica ventaja se obtiene con el sistema progresivo,
105
y con garantía más segura de poner en libertad,
no un excelente preso, pero si un buen ciudadano.
Tales son los principales fundamentos de la
preferencia que el ilustre publicista italiano da
al sistema progresivo sobre el de aislamiento
continuo, aun cuando esté hoy exento del extre-
mado rigor con que había sido primitivamento
inaugurado en America, y que tanto contribuyó
para poner en duda su eficacia moralizadora y
la posibilidad de su aplicación en el cumplimien-
to de las penas de larga duración.
La experiencia del sistema penitenciario es-
tablecido entre nosotros, no nos suministra toda-
vía elementos bastantes para que podamos eva-
luar, con presencia de los hechos, la justicia
de las conclusiones de Beltrani Scalia; pero si
algún día ha de introducirse en la legislación
patria la concesión de la libertad condicional,
que en tantos códigos ya figura, hacemos votos
porque los legisladores reflexionen sobre la con-
veniencia de adoptar el sistema progresivo, por-
que es el más á propósito para estudiar el efecto
de la pena sobre la índole del culpable.
Discurso parlamentario pronunciado en 13 de
Marzo de 1888 acerca del proyecto de creación
de nuevas penitenciarias.

Es tan ajeno á la política de partido éste dis-


curso, que la prensa periódica le calificó de una
conferencia.
La intima relación que le une con los estu-
dios comprendidos en este libro, me decidió A
reproducirlo.
Algunos de sus períodos merecieron aplausos
de la Cámara, porque contienen ideas útiles, y
no porque la frase fuese deslumbradora.
El proyecto fué combatido, principalmente por
el lado económico, por los oradores más brillan-
tes de la oposición. Un sólo orador, jurisconsul-
to egregio, lo censuró por intempestivo, preten-
diendo que fuese acompañado de los resultados
del sistema penitenciario, que está en vigor en-
tre nosotros desde Septiembre de 1885. Es una
exigencia infundada, porque la experiencia es
todavía corta. El orador se declaró tenaz e im-
penitente adversario del régimen celular y lo com-
batió, buscando en la panoplia de los antiguos
argumentos el arma que esgr~imió. El autor de
la proposicióil, el seííor Ministro de Justicia, con-
sejero Beirao, acudió eil defensa del sistema
penitenciario, y sin esfuerzo repelió victoriosamen-
te el ataque.

Sr. Presidente: he dejado de venir á la Cá-


mara el sábado por hallarme enfermo, y me ha
sorprendido la noticia de que íbamos 6 discutir
el proyecto número 12, que casualmente había
llevado para casa; no tuve, por consiguiente,
tiempo para hacer un estudio minucioso, prin-
cipalmente desde el punto de vista estadístico,
con el fin de convencerme si debía aprobar el
proyecto, ó para determinarme 5i atacarlo, y de-
mostrar, en cuanto mis fuerzas lo permitiesen,
que no debía ser aprobado por el Parlamento.
Sin embargo, con el auxilio de los elemen-
tos que tengo 5i mano, existentes unos en los
documentos oficiales del establecimiento, de cuya
administración formo parte, y otros que coris-
tan tambihn en documentos oficiales, como es el
109
Anuarzo estaciistico, de ellos me serviré en orden
B las consideraciones que voy ti hacer sin miras
políticas y sí puramente doctrinales. (Aprobacidn).
Tengo la honra de formar parte de la admi-
nistración del primer establecimiento penitencia-
rio del país, y habiéndome dedicado al estudio
de los sistemas penales y de la criminalidad, en
cuanto mis facultades me lo han permitido, no
puedo menos sino estar conforme con la nece-
sidad del establecimiento de nuevas penitencia-
rias, porque, hasta hoy, todavía no se encontró
procedimiento mhs adecuado para oponerse al
progresivo aumento de la criminalidad, ni más
idóneo también para conseguir la morigeración
de los delincuentes, hasta donde es posible al-
canzar este desideraturn, que considero, hasta
cierto punto, un ideal, que pocas veces se logra;
pero que no puede considerarse como absoluta-
mente irrealizable. (Aprobación).
El Sr. Ministro de Justicia había manifestado
en s u propuesta la idea de crear mayor número
de penitenciarías, que aquellas que la ley de
1.0 de Julio de 1867 había entendido que eran

suficientes, ó que estaban en una justa propoi..


ción con el número probable de los delitos que
era necesario castigar. Para su cBlculo se sirvió
s u excelencia de datos estadísticos, que figuran
eii la memoria que precedía ti la proposición de
Ley del Sr. Consejero Lopo Vaz, convertida en
la Ley de 14 de Junio de 1884. Sin embargo,
esta base estadística no es segura para fundar
en ella el cBlculo del número de penitenciarias,
sin recelo de desproporción entre la criminalidad
y la creación de tales establecimientos. (Apro-
bacidn).
Posteriormente B aquella época no tenemos
en realidad elementos suficientemente seguros
para determinar, en el estado actual, cuál deba
ser el número necesario de penitenciarías centra-
les y en exacta proporción, en cuanto sea po-
sible, con la criminalidad del país. (Aprobacidn).
Si por ventura hubiésemos de tener en cuenta
los datos estadísticos suministrados por el número
de presos que han ingresado en la periitenciaria
de Lisboa, no era necesario un número tan gran-
de como el Gobierno pedía en la propuesta, pues
supongo que serían suficientes las que se designan
en la Ley de 1 . 0 de Julio de 1867; porque ha-
biendo ingresado en la penitenciaria, desde su
instalación, 455 presos, y durando las penas,
por tbrmino medio, cinco aííos, seis meses y
cinco días, aprovechando 550 celdas de la peni-
tenciaría actual, no se necesitaría crear m8s que
otra con 456 celdas, 6 sean 1006 en total, para
10s presos existentes.
Sin embargo, jrepresentaráil estos datos es-
tadísticos la verdad? Debo presumir que en 1 s
cBrceles de las comarcas no esthn estacioilados
reos que ya deberían hallarse cumpliendo la pena
en la penitenciaria central de Lisboa, y aun cuando
no tengamos estadísticas criminales de época re-
cien te, para analizar en vista de ellas qué mo-
dificacidn operó la reforma penal de 1884 en la
condena de los reos 5i penas mayores, presumo
que la aplicación de éstas debe haber disminuido,
pues que muchos delitos pasarían para la alzada
correccional, y es de creer que la sensible dife-
rencia que se observa entre el número de con-
denados á penas mayores recibidas en la peniten-
ciaría, y los que habían tenido idéntica condena
de 1878 á 1880, según consta en las estadísticas
criminales, provenga de la alteración que intro-
dujo en nuestro régimen penal la reforma de 1884.
Examinemos, no obstante, otros elerrientos es-
tadisticos.
En el último volumen del Anuario, en la p6-
gina 79, se ve que, desde 1878 á 1880, esto es,
en el periodo de tres años, fueron condenados
en penas mayores 1199 individuos del sexo
masculino y 100 del femenino, cuyas sent3;iicias
debían cumplirse en las cdrceles centrales. El
término medio es de 324 por año, en números
redondos. Supoiiieiido que el término medio de
las condenas fuese por cuatro años, serían ne-
cesarias 1296 celdas, número superior al que
ikutoriza la Ley de 1.0 de Julio de 1867; pero si
el término medio de las condenas fuese de cinco
años y seis meses, como es el de las condenas
de los reos que ingresaron en la penintenciaría
de Lisboa, las celdas necesarias serían 1786,
112
número muy superior al fijado en la referida Ley.
En este caso el proyecto, autorizando le cons.
trucción de 1700 celdas únicamente, no corres-
ponde 6 las necesidades del régimen peniten-
ciario.
No puedo formar el mismo juicio respecto &
la propuesta del señor Ministro de Justicia, por-
que, fijando en cinco el número de penitenciarías
centrales, no designa el número de celdas. Ad-
mitiendo, sin embargo, que fuesen cuatro c&r-
celes para el sexo masculino y una para el fe-
menino, aquellas con 500 celdas y ésta con 200,
sumarían 2200, número que excede al que pa-
rece ser preciso, según los datos estadísticos del
Anuario.
Lo que infiero de esto es que, tanto la pro-
puesta conio el proyecto no descansan en bases
seguras para la determinación del número de
penitenciarias y de celdas, en armonía con nues-
tro regimen penal.
Los c6lculos son un poco arbitrarios, (apro-
bacidn) y lo que veo es que el señor Ministro
de Justicia muestra un laudable empeño en que-
rer dar al sistema penitenciario todo el desen-
volvimiento posible, y no seré yo quien le regatee
pl6cemes por s u propósito. (Aprobacidn).
Los elementos estadísticos faltan, pues sola-
mente los tenemos hasta 1880, y para que este
proyecto se asent~seen terreno menos movedizo,
convendría averiguar si la criminalidad en 10s
113
Últimos siete años había decrecido, ó si había
aumentado, como es probable, y al propio tiem-
po la influencia que hubiese tenido en las penas
mayores y en las correccionales la Ley de 1884.
La falta de estos datos origina dudas respec-
to al proyecto, dudas que la comisión mal po-
drá disipar del ánimo de los que lo examíneii
cuidadosamente. (Aprobacidn).
Soy partidario del aumento de penitenciarias,
ó de establecimientos penales, en armonía con Itis
exigencias de la represión del crimen; pero, como
luego indicaré, deseo que tales establecimientos
no sean construidos por un modelo uniforme,
sino que se adapten B la varia índole del régimen
penal á que los delincuentes hayan de ser some-
tidos, en conformidad con la gknesis del delito
y con su naturaleza especial.
Entre otros puntos del proyecto con que no
estoy conforme, hay uno con el cual estoy abso-
lutamente en discordancia; es con la disposición
que, dando por extinguidas las cárceles de dis-
trito, prescribe que las penas correccio~~ales se
cumplan en las cárceles de comarca, cualquieni
que sea el tiempo de duración de esas penas.
Es una modificación de la Ley de 1 . 0 de Julio
do 1867, que reputo inconveniente para 10s in-
tereses sociales. (Aprobacidn).
La pena de prisión correccional sólo puede
tener los efectos que el adjetivo correccional in-
dica, cuando sea cumplida con la severidad dis-
8
ciplinaria de un austero regimen penitenciario.
(Aprobacidn).
En esto están conformes todos los crimina
listas. Matar en principio el germen del crimen,
preparar por medio de una viva represión el áni-
mo de los delincuentes novicios para hacer de
ellos hombres buenos y encan~inarlos por 1ik
senda de la virtud y de la probidad social, es
resultado que no se puede conseguir sino apli-
cando un sistema que, siendo represivo, sea si-
multáneamente educativo.
El sistema penitenciario es el más idóneo,
para este efecto, porque á la represión une la
enseñanza religiosa y moral, y la benéfica influen-
cia del trato con personas que se dedican á la
altísima misión de levantar del fango del crimen
ti aquellos que, por falta de amparo y buenos
consejos, pueden hundirse y perderse para siem-
pre en el polvo mefítico de la corrupción y del
vicio. (Repetidas muestras de aprobacidn).
Cuando aludo ti la severidad ó austeridad en
el cumplimiento de las penas correccionales, no
pretendo que se aplique el excesivo rigor con
que nació el sistema de Filadelfia, sino un ré-
gimen suavizado como el que se practica en
Bélgica, en donde los presos no están en un
aislamiento absoluto, sepultados en vida, como
los emparedados de la edad media; pero sí se-
parados unos de otros, para evitar la mútua
corrección, vigilados y asistidos por el persoilal
115
de las c8rceles y sometidos á una disciplina que
infiltre en s u espíritu elementos de moralización,
y al mismo tiempo les inculque el temor de nuevo
castigo, m8s severo todavía, dado caso que lle-
guen á reincidir. (Aprobaci6n).
jMas cómo quiere la Cámara que la pena co-
rreccional realice este altisirno ideal, 6 se dirija
á. esta suprema aspiración, estrella polar que
orienta todos los modernos criminalistas?
Debiendo cumplirse las penas corr.eccionales
en las cárceles de comarca, &como imagina la
CQmara que se encuentren 164 funcionarios, que
no podrán recibir un elevado estipendio, con la
ilustración, el celo, la paciencia y el elevado cri-
terio que ee haceii indi~pen~ables en quienes
hayan de dirigir el servicio de las cárceles, coilvir-
tiéridolas en escuelas de moralidad. (Aprobacidn).
iHan de ser los antiguos carceleros los que,
por la mudanza de se han de meta.
morfosear en perfectos obreros de la regenera-
ción moral de los delincuentes?
No basta crear buenas chrceles celulares. Si
el personal carece de las cualidades indispensa-
bles para s u dirección, la celda se convertirá en
un lugar doloroso para quien la habite, 6 tal
vez en un antro en que se desen~uelvan los
malos instintos del deliricuente; pero no sera
jamhs una escuela de moralidad. (Aprobación).
Con un personal que no provenga de una se-
lección perfecta, &quésuceder&?
Lo que aconteció en la cárcel de la comarca
de Aldeia Gallega, en donde un gran criminal,
que estaba en prisión preventiva, salió de su
celda para maltratar una j ó ~ e n , que ya había
sido víctima de s u s maldades, y á quien intentó
asesinar, acuchillándola, arrojándose despues
desde una ventana de la cárcel á la calle con
intento de huir 6 de suicidarse.
Pero no se carece únicamente de buenos di-
rectores para las cárceles correccionales; es me-
nester que haya personal que cumpla el artículo
25 de la ley de 1.0 de Julio de 1867, que eduque
A instruya á los presos, enseñhndoles sus deberes
morales y religio~os. Y podrá realizarse esta
grande obra civilizadora, esperando que apavez-
can misioneros del bien, desinteresados, que se
con sagren d esta dificil tarea solamente por ca-
ridad ó filantropía. (Aprobacidn).
Sin negar por completo los sentimientos al-
truista~ de nuestra especie, me parece que será
una ilusión afirmar que, sin estipendio, aparezcan
hombres competentes que se encarguen de la edu-
cación moral de los delincuentes. (Aprobabidn).
Y siendo esto verdad, jcalcula la Chmara cuanto
podrá costar todo el personal de las cárceles de
comarca?
&No preferirá la nación pagar el tributo de
guerra que diariamente le impone el crimen?
Antes de proseguir en este orden de consi-
deraciones que el proyecto me sugiere, permi-
tame la Cámara que me ocupe de un punto de
nuestra legislación criminal, que me ofrece algu-
nos reparos.
El Código penal, en el art. 64, p. único, dice:
que la pena correccional no obliga al trabajo,
y la ley de 1.0 de Julio de 1867 otorgaba al
preso la facultad de trabajar ó no, siempre que
tuviese medios para atender á su subsistencia,
y pudiese pagar un tanto por la celda que ha-
bitase.
Digo, de paso, que esta disposición de la ley
de 1.6 de Julio de 1867, B mi entender, contra-
decía el pensamiento general de la misma ley,
que impone el trabajo como fórmula del cum-
plimiento de la pena, y no como agravación de
ella, según disponía el Código de 1852, en el
que existía la pena de prisión simple y prisión
con trabajo, deportación simple y deportación
agravada con trabajo.
Por la legislación anterior el trabajo era una
agravación de la pena; por la Ley de 1.0 de Julio
de 1867 es, en lo concerniente á las penas ma-
yores, no sólo la manera de cumplirse la sen-
tencia, sino, ademas de eso, un elemento de co-
rrección .
Nuestro Código penal, no estableciendo como
obligatorio el trabajo para los delincuentes sen-
tenciados penas cor reccionales, de~precióun
elemento que generalmente se considera como
indispensable para la moralización de los coii-
118
denados, y para la conservación de su salud
mental y física en el régimen celular. (Apro-
bacidn).
Bien sé que se me podr6 objetar que, siendo,
por regla general, de muy corta duración las
penas correccionales, no habría posibilidad de en-
señar en poco tiempo á los presos sin oficio
alguna profesión manual, cuando fuera necesaria
esta enseñanza, ni habria facilidad de mantener
talleres en constante trabajo, en donde ejercitasen
su actividad aquellos que ya tuviesen alguna
profesión industrial. Que estas observaciones son
poderosas, lo comprendo, hasta por experiencia
adquirida con motivo del cargo que ejerzo.
Pero si el argumento es procede~iteen cuanto
se refiere 6 las penas de corta duración, ya no
se da el niismo caso cuando dichas penas duran
por largo tiempo. Es por esto por lo que el ar-
ticulo 38 do la ley org6nica de nuestro régimen
penitenciario disponia, que 6 los presos conde-
nados á m6s de un año de prisión correccional,
si i gnorasen algún arte ú oficio, se les ensefia-
se uno en armonía con s u posición social ante-
rior, para habilitarlos 6 vivir honradamente de
su trabajo.
En varios Códigos pellales extranjeros se es-
tablece la obligacióil del trabiijo para las penas
de corta duración.
En Inglaterra la pena de un dia 6 dos años,
y en Irlanda la de ocho días á tres años, se cum-
plen en cárceles de sistema celular, excepto res-
pecto al paseo, la escuela y la capilla, con tra-
bajo obligatorio industrial ó penal.
En Francia la pena de seis días á cinco años
se cumple con trabajo obligatorio; pero dejándolo
á la elección del sentenciado.
En el imperio germdnico la pena de un día
á cinco años de prisión obliga también al tra-
bajo. Disposición idéntica contiene el Código de
Bélgica respecto á las penas de prisión de ocho
días d cinco años.
En el Código de Holanda la pena de deten-
ción de un día á un año se cumple con tra-
bajo de la elección del preso; pero el trabajo es
obligario.
Disposiciones semejantes se encuentran en los
proyectos de Códigos de Austria, de Hungría y
en el nuevo Código italiano, relativamente á la
pena de prisión de un día d dos años, que se
cumplen en casas de trabajo b en obras públicas,
y finalmente en los Códigos de varios cantones
de Suiza y de varios estados de la América del
Norte.
La ociosidad es lo que no está preconizado
como medio de morigeración de los delincuentes,
y sería utópico juzgar que la reclusión celular,
sin el ejercicio físico del trabajo, obliga~eá 10s
condenados 8. filosofar acerca de la pesa, y 10s
elevase el pensamiento á las altas regiones de
la moral, en donde la conciencia, colocada eii-
120
frente del delito, llamase al delincuente al cum -
plimiento de sus deberes.
La celda no tierie la condición maravillosa de
transformar al delincuente en un asceta, y por
tanto es preciso unir á la represibn el proceso
educativo, para obtener alguna ventaja, siquiera
sea pequella, en la disminución de las reinci-
dencias. (Aprobacidrz) .
Los individuos en quienes con más frecuencia
recaen las penas correccionales son ordinaria-
mente los ociosos, los vagabundos, los pequefios
ladrones, individuos que, por ftlta de educación,
por las circunstancias del medio en que viven,
por el habito del vicio y por su propia idio-
sincrasia, tienen una completa animadversión al
trabajo, y por eso es indispe~isableque, cuando
fueren condenados al cumplimiento de una pena
correccional, se les eduque en hábitos de tra-
bajo, y se les prepare para que vuelvan al me-
dio social ya suficientemente armados para vivir
de una manera honrada trabajando, y para con-
traer nuevos hábitos que les aparten por com-
pleto de la vida anterior. (Aprobacidn).
La regeneración de los criminales es una ex-
cepción, y no constituye, por desgracia, la regla
general.
En esto están conformes muchos escritores que,
absteniéndose de concepciones metafísicas sobre
el delito, estudian este fenómeno social en las
estadísticas y en el organismo de los criminales.
Pero hasta aquellos que menos ilusiones ali-
mentan acerca de la corregibilidad de los delin-
cuentes, dan, á pesar de eso, un alto valor 6 la
educación penal en los primeros años, á esta
especie de gimnasia del trabajo y de la disciplina,
Ci los actos de obediencia y de orden, juzgiin-
dolos 6 propósito par a modificar las malas tenden-
cias, principalmente en los delincuentes jóvenes.
Mandslei dice que el verdadero ladrón na-
ce lo mismo que el verdadero poeta, y Lom-
broso, de acuerdo con el sabio alienista inglés,
juzga inútil cualquier sistema penitenciario para
el efecto de intimidar 6 morigerar B los crimi-
nales. Admite, sin embargo, con referencia A los
menores, los medios educativos para oponerse al
desenvolvimiento de los gérmenes del crimen.
Idéntica opinión sigue el sabio autor del li-
bro I caratteri ciei delinqueati, el Dr. Marro, que,
consideran do la reincidencia como la regla gene-
ral y la enmienda como la excepción, entiende
que en el trabajo esta la única posibilidad de
rehabilitación de los delincuentes.
Debo declarar que no estoy convencido de
que todos los individuos que nacen con instinto
para el robo cedan siempre á los malos impulsos
de su naturaleza; pero 110 dejo de reconocer que
las est adistic as de la reincidencia son poco tran-
quilizadoras, y cubren con una nube negra la lu-
minosa perspectiva de los que confiail demasiado
en los efectos de las penas.
Atacar la pequeña delincuencia, reprimirla con
justa severídad y adoptar los medios preventivos
para oponerse á su deseiivolvimiento, es cortar
por la raíz la fuente de la grande criminalidad.
(Aprobacidn).
Los delitos graves, dice el insigne criminalista
Garófalo, son, por regla general, con relación b
un mismo individuo, precedidos por los peque-
ños. So11 estos una especie de ensayo, y si el
castigo no acude á tiempo y no es racionalmente
proporcionado tí las condiciones del delincuente,
más tarde sera inoportuno é inútil. (Aprobación).
De 1878 á 1880 fueron condenados á penas
correccionales 30.621 delincuentes, lo que corres.
ponde 6 un termino medio anual de 7655.
Se formaron en el mismo periodo 27.246 pro -
cesos correccionales, lo que da una media de 6811,
mientras que los procesos ordinarios fueron en
número de 4674, con una media de 1168. Es
evidente, por tanto, que la pequeña criminalidad
ha sido la predominante, dándose el hecho ob-
servado por el gran criminalista Holzendorf, que
dice que, así como en el mundo de los anima-
les son m8s fecundos los casi invisibles 6 iilcom-
pletos y se desenvuelven más rbpidamente que
los de especie superior, del mismo modo sucede
en la escala ascendente del crimen, en donde 10s
rateros, los ociosos y vagabundos son los
numerosos, y los que con más facilidad reinciden
6 reproducen sus atentados, con tal constancia
y tenacidad, que contra ella nada pueden las
frecuentes aplicaciones de la pena de prisión.
Ahora bien, si el azote mayor de la sociedad
es el delito al que se aplica la pena correccional,
si el pequeño delito es un ejercicio que adiestra
para el crimen grave, es evidente que la sociedad
debe poner sumo cuidado en que aquella pena
produzca todos los resultados que hay derecho
6 esperar de ella, y que 6 los poderes públicos
incumbe el deber de regularizar y aplicar la ley
de la manera más adecuada para alcanzar el fin
6 que se aspira. (Aprobacidn).
Otra consideración me sugieren estos números.
De los individuos menores de veinte ailos, juz-
gados en proceso ordinario, 455 habian sido
condenados en penas correccioriules y 3618 en
proceso correccional, en junto 4073, lo que co-
rresponde B un término medio anual de 1018.
La acción represiva y educadora es sobre
estos sobre quienes debía principalmente ejerci-
tarse con más solicitud y perseverancia, y si-
guiendo la lógica de mis consideraciones ante-
riores, 6 la reforma de la legislación en la parte
que se refiere al modo de cumplirse la pena
corbreccional,para que no sea ilusoria su aplica-
ción, debería preceder la propuesta de creación
de penitenciarias, ó la designación de aquellos
establecimientos en donde las sentencias tienen
que cumplirse. (Aprobacidrz.).
Parece un grave error no centralizar en es-
124
tablecimientos adecuados el cumplimiento de las
penas correccionales. En vez de ser ejecutadas
en las cfirceles de comarca, desearía que se cum-
pliesen, cualquiera que fuere su duración, en
cárceles en donde hubiese un buen personal en-
cargado de la direccióil y un buen régimen edu-
cativo y profesional. A los reos de penas de
corta duración, no les faltaría con tanta frecuen-
cia trabajo, ni tampoco medios para perfeccionar-
se con facilidad en el oficio que ya tuviesen,
siempre que este oficio fuese de aquellos que en
la prisión se ejecutasen.
&Esperapor ventura la Cámara que parii las
chrceles de comarca se encuentren individuos
que compreildan s u misión moral, hombres que
sean por lo menos la sombra de un Crofton,
de un Stevens, de un Wines, de un Lyiids Y
de tantos hombres beneméritos é ilustres?
Seria realmente lanzarnos en un mar de puras
ilusiones el admitir semejante hipótesis.
Atacar en la adolescencia los gérmenes de
la criminalidad es preferible r\ tener en lo fu-
turo que emplear uiia represión, que: de ordi-
nario, se traduce en una carga para el Estado,
de la que sólo se obtiene la ventaja de impedir
por algún tiempo que los malhechores continúen
la prfictica de sus fechorías.
En muchos delitos que se castigan correccio-
nalmente, y fi los que se aplican la pena de pri-
sión, podria, con mayor ventaja social, aplicarse
la pena de multa, como indemnización del daño
causado 6 la sociedad con la infracción de la ley.
Hay quien combate el sistema de multas acu-
sándolo de ser desigual; pero la desigualdad
desaparecería, si la multa se impusiese en pro-
porción con los haberes de cada condenado.
Si éste fuese insolvente, debería ser compelido
á trabajar en un establecimiento penal, durante
el tiempo q u e fuese preciso para obtener medios
coi1 que pagar la multa.
El delincuente quedaba con medios de ade-
lantar el cumplimiento de la pena, desenvolviendo
su actividad, y ciertamente me parecen más li-
sonjeros los resultados de esta coacción intima
é individual del reo, que los de la coacciós social,
coloc~ndoloen prisión por un tiempo determina-
do, sin el estímulo de poder libertarse por es-
fuerzo propio. (Aprobacidn).
Si no recuerdo mal, es Michaux quien dice
que, siempre que los delitos no manchan la honra
de los autores, 6 cuando estos no se presentan
como peligrosos, no es necesario privarles de
la libertad por medio de la cárcel. La prisión
por corto tiempo no modifica la moral del cul-
pado, y no ofrece B la sociedad garantías contra
las maldades de los individuos de malos ins-
tintos. (Aprobacidn).
La indemnización del daño causado á la par-
te ofendida, debería también formar parte inte-
grante de la pena.
126
El falsificador, el ladrón, que tuviese que
restituir, ó trabajar para ese efecto, tendría ma-
yor freno en la ley contra el delito que el que
se deriva de la amenaza de algún tiempo de
prisión, pasado el cual puede disponer libremente
del producto de los hurtos, 6 usufructuar los
rendimientos obtenidos por s u industria antiso-
cial. En el principio de la reparación del daño
es en lo que funda Spencer su teoría penal, á
la que no hago mas que aludir de pasada, por-
que tendria que ser extenso en demasía si pre-
tendiese dar una idea completa de dicha teoria,
en la que hay mucho que aprovecl-iar. Además
de eso, conozco que la legislación de un país no
puede ser modificada de una sola vez, de impro-
viso, sino que hay que seguir lentamente el mo-
vimiento evolutivo, que es también la ley 6 que
obedecen las sociedades.
Las conquistas de la idea son f6ciles de com-
prender; pero la realización 6 la transformación
de la idea en institución practica es dificil.
(Aprobacidn).
U11 sistema penitenciario no se completa eo-
lamente con la creación de cArceles celulares, y
el problema de la criminalidad no se resuelve
sólo con la existencia de algunas cárceles bien
organizadas, en el sentido de iina severa repre-
sión. (Aprobacidn).
Un insigne criminalista italiano, Beltrani Sta-
Iia, es de opinión que uno de los m6s impar-
127
tarites factores que pueden contribuir para la
disminución de los crímenes, consiste en las pro-
videncias que se adoptan respecto á los meno-
res abandonados, B los vagabundos, á los ocio-
sos y mendigos, á los que re sublevan contra
la autoridad paterna y á los que tienen padres
viciosos, incapaces de ejercer el poder paternal,
del que deben ser privados, por consiguiente, pa-
sando 6 la tutela social.
De e ~ t a sinstituciones nos da elocuente ejem-
plo Inglaterra con las ragged schools y las ho-
me fur little boys, con las sscuelas industriales
y de reforma, la Francia con sus colonias agri-
colas y la América con sus establecimientos se-
mejantes, entre los que descuella el de Elmira, en
donde impera el régimen de la indeterminate pri-
son, que va siendo imitado por los otros Estados.
Estas instituciones tienen un carActer más
bien preventivo que represivo, y, si deben exis-
tir en la b a ~ ede u11 sistema penitenciario conz-
pleto, demandan también que en el vértice de
ese sistema se coloquen las sociedades de pa-
tronato, para dar amparo y dirección á. los de-
lincuentes que vuelven A la sociedad, después
de haber cumplido la pena. (Aprobacidn).
Salió hace dias de la penitenciaría de Lisboa un
individuo que tenía péximos antecedeiltes, que ha-
bía practicado una verdadera serie de delitos de
hurto. Esteindividuo ya habia estado muchas veces
en el Limoeiro, y hasta habia frecuentado una escue-
la de pick-pockets,, en donde se aprendía á sustraer
sutilmente un objeto cualquiera sin la menor osci-
lación de un maniquí, en el que se hacia la expe-
riencia de la prestidigitación del hurto. (Risas).
Habiéndole preguntado qué es lo que intentaba
hacer, dijo: -«Vuelvo á la libertad con buenos
propósitos, mas si por ventura mañana no puedo
trabajar, que haré vara vivir! No tengo valor para
suicidarme. &Quehe de hacer?»- Este sujeto fue
recomendado al Presidente de la Cámara munici-
pal de esta ciudad, á fin de que le diese ocupación,
y esta hoy trabajando con mucho celo y asiduidad,
como ya habia trabajado dentro de la prisión, en
que estuvo más de dos años, salvo error.
Como este hacho ocurren muchisimos otros,
principalmente con relación á los individuos que
salen de la penitenciaria para los grandes centros
urbanos, porque los que van para las aldeas, Ó
tienen allk su manera de vivir anterior, 6 algunos
bienes, y, en todo caso, de parte de sus vecinos no
hay tanta repugnancia en admitirlos como jornale-
ros. Un individuo puede haber estado dos 6 tres
años en la ctircel por ladrón, salir y volver para su
tierra; el labrador que necesita que le vaya á cavar
una viña no tiene la menor repugnancia en adini-
tirle en los trabajos rurales. No sucede lo mismo en
10s trabajos de la ciudad, que son desempeííados
dentro de casa ó en los talleres.
Por tanto, refiriéndoaos 6 los centros urbanos,
existe la necesidad de quien humanitariamente se
encargue de procurar colocación á los individuos
que salen de las prisiones, para que el hambre no
les arrastre al crimen, ó para que las malas com-
pañías de antiguos camaradas no les aparten del
camino del deber. (Aprobación).
Por fortuna hay muchas personas inclinadas á
promover el bien, y basta mirar para los estable-
cimientos de beneficencia dispersos en esta ciudad.
La creación de sociedades protectoras de delin-
cuentes no seria difícil. Bien sé que la caridad no
puede decretarse. La idea es nueva entre nosotros,
y por esto es necesario llamar hacia ella repetidas
veces la atención pública. Es posible que de este
modo se consiga la creación de instituciones tan
benéficas como ésta. La propaganda del bien no
siempre es infructifera, y el egoismo no impera en
el mundo con dominio absoluto. (Aprobacidn).
Entraré ahora en otro orden de consideraciones,
y pido á la Cdmara que me perdone estas digre-
siones.
Uno de los principios fundamentales del siste-
ma penitenciario es la morigeración de los reos.
No se inventaron cArceles celulares Únicamente
para oprimir, vejar, lastimar, torturar, para re-
ducir, en fin, al individuo físicamente á un ané-
mico y moralmeiite á un loco. (Aprobacidn).
En este caeo, lo m4s ~eilcillo,lo mas suave y
menos dispendioso sería la horca. El sistema pe-
nitenciario se creó para la morigeracióii de los de-
lincuentes. (Aprobacidn).
9
Esto me coilduce, por consiguiente, al deseo de
que entre nosotros se introduzca el principio con-
sagrado por la prtictica de varias naciones cultas,
el establecimiento de la libertad condicional.
La libertad condicional tiene muchos partida-
rios en Francia, desde hace muchos años. En In-
glaterra, en Irlanda, en Austria, en Hungría, en
Holanda, en Filadelfia, en Rusia y en todos los Es-
tados americanos domina este principio saludable.
Ha sido aceptado por muchos pueblos, después
de haber sido experimentado por largo tiempo en
Inglaterra y en Irlanda.
Las estadísticas han demostrado que en el Rei-
no Unido con este sistema ha disminuído, no sólo
el número de los individuos encarcelados, sino
tambikn el número de las reincidencias.
Algunos criminalistas, menos creyentes en la
posibilidad de la regeneración de los condenados,
dicen que, si por ventura en Irlanda han dismi-
nuido las reincidencias y la criminalidad, en este
hecho ha tenido una influencia muy grande la
emigración para América.
Bien se me alcanza que la emigración influye
poderosamen te en todos los pueblos en la disminu-
ción de la criminalidad.
Quien emigra es porque no se encuentra bien
en el medio social que deja, y porque en la lucha
por la vida no tiene probabilidades de victoria.
De los que se hallan en aquel caso, unos
reaccionan por el crimen, otros buscan en la emi-
131
gracibn el escapar á un medio hostil y otros adop-
tan el expediente trbgico del suicidio.
Por consecuencia, la emigración influye pode-
rosamente, lo mismo en Irlanda, que en Italia,
que en cualquiera otra parte, en la disminución
de la criminalidad, y por esto no sirve para quitar
valor al sistema penal progresivo, cuando se com-
pare con otro.
Pero es un hecho que las estadísticas, que no
cito para no fatigar la atención de la Cámara, com-
prueban las excelencias del sistema penal pro-
gresivo, del que la libertad condicional de los
condeiiados es parte int.egrante y esencial.
Elocuentemeiite lo demuestra Be1trani Scalia
en s u excelente libro La rforma penitenxiaria in
Italia, comparando el sistema Irlandds con el
Belga, con altísimo criterio y autoridad de insig-
ne maestro.
Debo, sin embargo, yecordar A la CQmara,
que la libertad condicional no es principio que
se pueda introducir irreflexivamente en la le-
gislación como una novedad de buenos auspi-
cios, y como consecuencia del principio de la
mitigación de la penalidad, hijo de las ideas
filosóficas del siglo XIII, y que domina, no sólo
Ci los legisladores, sino tarnbihn b la magistratura.
Hay muchos hombres de ciencia que, fun-
dandose en el estudio antropológico de 10s cri-
minales, en el examen de las estaclisticas y en
la sociologia, proclaman que hay delincuentes
132
para quienes son inútiles los cuidados educativos
de las penitenciarias, porque son criminales en
virtud de anomalías fisio-psicol Ógicas.
El congreso antropológico crimintil de 1885,
en Roma, reunió gran número de sabios de toda
Europa, y allí se discutió si habría individuos,
que, por su constitución psicológica, estaban fa-
talmente predestinados para el crimen, y cuales
eran sus caracteres distintivos física y moral-
mente.
Muy eminentes sabios estan conformes en que
hay realmente individuos para quienes toda pe-
nalidad es inútil en el sentido de su regenera-
ción; porque los actos criminales que practican
no dimanan de s u libre voluntad, sino de una
predisposición fatal de su organismo. Esos de-
lincuentes son los que constituyen un verdadero
peligro social.
iC6mo debe proceder la sociedad con tales
iridividuos? tcastigarlos, meterlos en penitencia-
rías, confiar B sacerdotes la enseñanza de 10s
preceptos morales, y esperar de esta enseñiinza
y de la obediencia á los reglamentos de la cárcel
s u regeneración moral? &Con eso ha de conse-
guirse educar por completo esos individuos, A
fin de que resistan completamente sus tendencias
iiig6nitas para el crimen? (Interrupcidiz que no
se oyd).
Oigo aquí decir B un ilustre miembro de esta
Cámara, que para estos individuos, refractarios
á todos los procedimientos de reforma moral, el
remedio debía ser la muerte. Hay en verdad par-
tidarios muy ilustres de la pena de muerte, como
proceso eliminativo de los delincuentes que son
un peligro permanente para la sociedad, como
los perros hidrófogos. Hay partidarios de esta
selección artificial que se legitima ante la nece-
sidad de mantener incólume la sociedad, des-
truyendo cuanto constituya un peligro para ella.
Si por acaso la ciencia demuestra que hay
individuos con la idiosincrasia del delito, y si
no se puede confiar absolutamente en que, des-
pués de algunos años de prisión celular, con
todos los cuidados higiénicos, fisicos y morales,
se convierten en buenos ciudadanos, tqué debe
hacer la sociedad para su defensa? Colocarlos en
condiciones en que no puedan repetir sus mal-
dades (1). (AprobacidnJ.

(1) Estas ideas adquieren de día en dia mayor nilmero de


partidarios entre los modernos criminalistas. Ailn, al revisar
las pruebas de esta hoja, vino 4 mis manos iin libro de reciente
publicaci6n, y abriéndolo al acaso, he visto los periodos si-
guientes:
«El delincuente ofrece un peligro muy serio para la socie-
dad. No puede, pues, dudarse que Bsta tenga el derecho de
defenderse coiitra 61. ¿Pero contra quien debe ejercer este de-
recho? @entra personas que est4n afectadab de idioti'a moral,
esto es, contra personas cuya conciencia est4 destitiiida, más
6 menos completamente, de sentimientos ético-jurfdicos, 6 que
poseyéudolos, estit de hecho ~aralizada,eil iin cierto momento,
Pnr Una fuerza psico-fisiolbgicairresistible? Estas personas Son
Todas las teorías penales tienen un fin común,
que consiste en defender la sociedad de los ata-
ques de los criminales; es por tanto lógico que la
defensa corresponda al ataque.
Si los estudios de antropología criminal evíden-
cian la existencia del holno criminulis como un in-
dividuo degenerado ó retardado en el camino de la
civilizacihn, ó como una representación atávica de
los salvajes destituídos de los más elemeiitales sen-
timientos de sociabilidad, la ley no debe castigar-
lo por sus actos criminales, pero si imposibilitar10
de repetir dichos actos.
Del mismo modo se deberá proceder cuaildo por
la reincidencia s e reconozca que un delincuente
ofrece resistencia invencible á las tentativas em-
pleadas para corregirle.
NO tenemos todos conocimiento de la existen-

en verdad peligrosas; pero al mismo tiempo están movabzente


enfermas, y por eso son dignas de la piedad social.
>Para evitar el peligro que representan, el Estado tiene de-
recho 4 separarlas de la sociedad: sobre esto, repito, no puede
haber duda. Esta separación, acompafiada d e condiciones or-
dinarianlente duras, constituye por si s ~ l auna pena. Pero si
el Estado adopta a610 el castigo puro y simple del criminal,
no dudamos en declarar que procede irracional y peligrosa-
mente. La psicologfa criminal exige de una manera imperiosa
que el Eetado adopte con respecto 4 cada culpable, el procedi-
miento que más convenga 4 su carácter psicológico. Sil interés
consiste en el mejoramiento moral de loa condenados, y en 10s
medios m48 eficaces para hacerlo sólido y duradero., (Rizzone
?Rtvarra. -Diritto e filos0fZa sQenti$ca.- ~ & g108).
.
cia de muchos crimii~alescondenados diversas ve-
ces por el mismo crimen, Ó por otros, y para cuya
enmienda han sido inútiles las penas antes y des-
pués de haberse cumplido?
Es esto un hecho vulgarísimo.
Para los primeros la segregación perpetua, ó de
duración indeterminada, me parece la medida pe-
nal más adecuada. Para los segundos, el envio á
colonias penitenciarias en Ultramar, con la libertad
condicional, después que hubiesen dado pruebas
de que la mudanza de medio operó en ellos una
saludable modificación.
Ya sé que la pena de deportación tiene adver-
sarios muy ilustres, y no ignoro las razones en que
se fundan para combatirla; pero solamente la ad-
mito en casos especiales. Es cuando se vea que un
reo reincidente, por los hiibitos de su vida ante-
rior, por las condiciones de existencia que lo trans-
formaron en delincuente de profesión, puede to-
davía rehabilitarse por el trabajo y por la ausencia
del medio que ejercía sobre él una influencia rio-
civa. (Aprobacidn..
Los deportados son un elemento de perturba-
ción para las colonias, cuando no están someti-
dos 6 u11 buen régimen; pero, por el contrario,
las mismas colonias pueden obtener gran ventaja
como resultado de s u laboriosa actividad, y, para
ejemplo, citar6 el hospital de Loanda, excelente
edificio, que fué todo construído por deportados
bajo una inteligente dirección.
La colonia penal de Caconda es otro ejemplo.
Lo que seria de desear es que los casos excep-
cionales se convirtiesen en regla general. (Apro-
bacidn) .
Volviendo A ocuparme de la libertad condicio-
nal, debo decir á la Chmara que la aplicación de
oste principio exige la construcción de estableci-
mientos especiales, B semejanza de los de Smith-
field y de Luslr, en Irlarida, en donde los delin-
cuentes que habían adquirido por su buen compor-
tamiento, celo en el trabajo y en la escuela, derecho
A una cierta libertad, son puestos en condiciones
de poder dar mAs pruebas de s u enmienda, 6 de
que todavía no estan aptos para alcanzar mayor
gracia, y que por esto deben retroceder al estado
anterior, en donde el curriplimiento de la pena es
mas severo.
El régimen de Crofton, tal como se practica en
Irlanda, principia por la clausura celular por nue-
ve meses, y pasa por series sucesivas en que
el preso va mejorando de condiciones hasta
obtener el ticket of leaoe, un pasaporte para la
vida libre, cuyos efectos cesa11 cuando el indi-
viduo procede irregularmente, ó se aparta de las
condiciones conforme á las cuales se le coricedió
la libertad.
El preso tiene en s u mano la llave de la
chrcol. De su propio esfuerzo depende anticipar
la vuelta al medio social.
Mucho rii6s podria aducir para deinostrar las
ventajas de este sistema; sin embargo, en este
momento sería inoportuno. No dejaré todavía de
indicar que, con la adopción de la libertad con-
dicional, el número de celdas de las penitencia-
rias podría ser menor del que exige el sistema
de segregación continua.
También los asilos para delincuentes locos
son instituciones complementarias de un buen
sistema penal. (Aprobacidn).
Estos establecimientos existen hace mucho
tiempo en Inglaterra; en Francia hay uno anexo
8 la penitenciaría de Gaillón, también los hay
en Alemania y en Italia, y la Francia, hace pocc
todavía, reformó su legislación sobre alienados,
prescribiendo la creación de asilos para locos
y epilépticos delincuentes.
Locura, epilepsia y crimen parece que son,
en muchos casos, los renuevos nacidos de una
misma planta.
Entre los criminales hay algunos que, bien
examinados, revelan que son individuos que
ocupan aquella zona intermedia de que habla
Naudsley, individuos que no estBn dotados de
sana mente, ni tampoco son completos alienü
dos. Tienen temperamento alocado.
El Doctor Thomson, médico de la ckrcel de
Perth, en Escocia, como resultado de sus ob.
servaciones dedujo: que los criminales son física
Y psíquicamente inferiores, que sus rasgos ca-
racteristicos indic:an una degeneración hereditaria,
y que en esto está la causa de las afecciones
orgcinicas del ceyebro y de la locura.
Aún hay quien acuse á las penitenciarías de
engendrar locos. Mi experiencia de cerca de tres
aííos me ha coi-ivencjdo de que la locura no
nace espontaneamente en las estufas de las celdas.
De la penitenciaría de Lisboa solamente fueron
removidos para Rilhafolles dos presos por causa
de enajenación mental.
Tenían condiciones hereditarias y h8bitoc muy
favorables para el desenvolvimiento de la locura,
que entiendo no fué producto de la reclusiói-i ce-
lular, corno podría demostrar, si con esto no tu-
viese que exteiiderine en consideraciones muy
ajenas al asunto que se discute.
En la misma penitenciaria hay una proporción
de 3 por 100 de epilepticos y 6 por 100 de in-
dividuos que no tienen un completo equilibrio
mental. Son una especie de candidatos á la lo-
cura; pero que no pueden llamarse enajenados.
Por estas sumarias y breves iiidicacioiies, ya
puede comprender la Cámara que la creación de
asilos para locos delincuentes es una institucióii
ilecesaria y complemeiltaria del sistema peniten-
ciario. (Ap~obacidn).
Nuestra legislación penal en este punto es
deficiente, porque tan sólo establece que se en-
vien Ci los hospitales los locos juzgados irres-
ponsables, ó que se entreguen Ci sus familias
para que se encarguen de SU guarda, siendo
139
peligrosos. Esta dísposición no asegura la socie-
dad, ni proteje eficazmente á los infelices alie-
n a d o ~ .(Aprobacidn).
Se necesita una ley especial, como la que
Francia adoptó recientemente, 6 modelada en el
proyecto italiano del difunto estadista Depretis.
Enviar los alienados para los hospitales co-
munes es una disposición que sólo puede ad-
mitirse por falta de otros establecimientos, cuya
creación se impone como una necesidad urgente
6 indiscutible. (Aprobacidn).
Recorriendo rápidamente la escala de medidas
indispensables para completar iluestro sistema
penitenciario, termino haciendo votos para que
se adopten las deliberaciones que voy á indicar:
Que la pena correccional, 6 la manera de
cumplir esa pena, se modifique de manera que
el trabajo sea uno de los elementos de corrección;
Que se establezca en nuestra legislación el
principio de la libertad condicional, aplicada en
condiciones muy excepcionales, con exclusión de
los reincidentes y de los individuos considera-
dos psicológicamei~te criiriinales natos;
Que se creen los establecimientos propios para
las penas correccioilales y para la implantación
del sistema penal progresivo;
Que se creen también los establecimientos para
locos y epilépticos delincuei~tes; y por i2ltimo que
se promueva la organización de sociedades pro-
tectoras de los individuos puestos en libertad,
Reputo esenciales é indispensables estas aso-
ciaciones para evitar la reincidencia, que no sea
originaria de una o~ganizacibnanormal del de-
lincuente, ó de sus habitos criminales, sino pro-
ducto de la miseria.
Con respecto á las reincidencias que consti-
tuyen un habito ó modo de vivir de otros cri-
minales, que estan en lucha constante con l a
sociedad, es necesario una ley de resistencia,
como la ley francesa de 1885.
Mi aspiracibn, por tanto, es que se introduz-
caii en nuestra legislación penal modificaciones
encaminadas A apartar los peligros que para la
sociedad se originan del delito.
He dicho.
Voces:-Mzcy bien, muy bien.
La escuela penal positiva.
-

La aplicacibn del metodo experimental al estu-


dio de las ciencias morales y sociales, y la aplica-
ción de los resultados de la antropología y de la
sociología al Derecho penal han origiilado una viva
corriente de ideas, que han de vigorizar forzosa-
mente aquella rama de la ciencia jurídica.
En el actual momento histórico esta calurosa-
mente empeñada la lucha entre los partidarios del
antiguo Derecho penal, basado en concepciones
metafísicas, y entre los valientes mantenedores del
positivismo aplicado al estudio de la criminalidad
y á los medios de reprimirla y vencerla.
Es en Italia, tierra clásica del Derecho, en don-
de los contendientes pelean al rededor de sus res-
pectivas banderas.
Los unos sostienen las tradiciones de Becca-
ria, 6 cuyas ideas dieron el desenvolvimiento 16-
gico, que constituye la gloria de la escuela clási-
ca; los otros s e inspiran en las vigorosas fuentes
del naturalismo, y combaten en pro de una reno-
vación de las leyes penales, basada en el e~tudio
del delincuente, hecho B la luz de la ciencia antro-
pológica y de la sociología.
Cada época tiene s u misión científica, resul-
tado del movimiento evolutivo de las ideas en su
manifestación histórica, dice Mr. Tarde, refirién-
dose al imprevisto rejuvenecer del Derecho penal,
que explica por la aparición de dos fuentes de he-
chos: la antropología y la estadística, por el uti-
litarismo y el transformismo, que modernamente
adquirieron en la filosofía carta de naturaleza.
La publicación del libro de Beccaria, Dei delli-
tti e delle pene, en fines del pasado siglo, habia des-
cubierto un vastísirno y luminoso liorizonte para el
Derecho penal. Lo emancipó de la influencia ile-
f asta del misticismo y de la razón de Estado, li-
bertando 6 la humanidad de las penas crueles y
bárbaras de la Edad media, de la tortura y el tor-
mento, de la desigualdad en las penas y del atroz
arbitrio de un poder ilimitado, que era un execra-
ble privilegio de las clases superiores.
La obra de Beccaria, según opinión de Faus-
143
tin Helie, su ilustre comentador, fué un poderoso
instrumento de destrucción de las viejas legislacio-
nes, el punto de partida de las reformas y la pri-
mera piedra del edificio de la legislación nueva.
A aquel benemérito escritor sucedió una pléyade
de filósofos, que, penetrados de los mismos sen-
timientos y btiutizados en la misma corriente de
ideas humanitarias, dieron al derecho de castigar
un cuerpo orgánico de doctrinas fecundas, del que
nació la legislación penal, que esti5 vigente hoy
día en la mayor parte de los pueblos cultos.
Antes de Beccaria, el delincuente, aun cuando
fuese loco, era castigado con atroz severidad, como
enemigo de la religión y de la sociedad. La tortu-
ra para arrancar la confesión de los crímenes era
una fórmula de iilstrucción de los procesos, y las
penas 110 correspondían á la naturaleza del delito
ni á la índole moral de su autor, sirio que por
el contrario, eran inciertas, arbitrarias é inicuas.
Después de Beccaria y de los escritos filosóficos
que habían encendido la Revolución francesa, la
soberanía del individuo dejó de ser absorbida por
el poder absoluto del Estado, la instrucción delos
procesos se modeló en formas fijas, se mitigó el
rigor de la penalidad, y los tormentos fueron des-
terrados de la legislación.
En el siglo actual, las teorías sobre el derecho
de castigar se han sucedido unas A otras con du-
ración más ó menos corta; pero hay una tenden-
cia general para modificar las leyes penales e11
el sentido de las doctrinas de Beccaria y de un
sentimiento humanitario, aboliendo el último su.
plicio y las penas perpetuas. Otra tendencia tam-
bién ha dominado: la de dar á la penalidad una
fisonomía moralmente reformadora de los culpa-
bles, hecho que la generalización del sistema pe-
nitenciario en América y en Europa comprueba
en alto grado.
«Nirigún rigor -dice Mr. Ad. Francl- de-
berá considerarse eterno, inmutable. Hemos visto
desaparecer la exposición, la marca y la muerte
civil, Vemos hoy la degradación y el suplicio brutal
de las galeras sustituídos en parte por colonias
penitenciarias. En breve tal vez veremos abolida
la pena de muerte y acaso la pena de prisión,
si la instrucción se difunde, si las costumbres
se mejorasen y los sentimientos de honra se hi-
ciesen vulgares. Esta pena entonces podría ser
sustituida por el sufrimiento moral, ó por la pér-
dida de una parte de los derechos politicos.))
Esta risueña y refulgeiite perspectiva, dibujada
por el insigne filósofo, no se armoniza con los
modernos estudios estadísticos de la criminalidad;
pero es el sueño, la aspiración ideal de la mayor
parte de los eepiritualistas de la ciencia penal,
que creen casi dogmáticamente en la corregibilidad
de los criminales, y en el prodigioso poder de la
instrucción y de la educaciói~para el perfeccio-
namiento moral cle la especie humana.
La modificación de la indole de los delincuen-
tes por uii procedimiento educativo es el funda-
mento de la escuela penal correccionalista, de la
que ha sido corifeo el filosófo germhnico Ruuder.
El fin de la pena es, según opinión de este
criminalista, la educación de la voluntad del de-
lincuente, «pues que en el interior del hombre,
el1 s u voluntad, reside exclusivamente lo mismo
el fundamento de la pena que el de la recom-
pensa, y por tanto son contrarios á aquel fin
todos los medios penales que no correspondan
en calidad y cantidad á la voluntad injusta, ni
conduzcan 6 SU reforma, v. gr., todos los tormen-
tos, afrentas, ejecuciones públicas, las penas cor-
porales, la pena capital y la prisión perpetua.»
La pena no debe, según esta sscuela, apli-
carse con inflexible invariabilidad, sino que
deberá ser aumentada ó disminuida conforme á
los efectos que produzca en el 6nimo del de-
lincuente, el que, durante el cumplimiento de la
sentencia, debe estar sometido á la observaci6n
constante de personas experimentadas é idóneas,
de cuyo parecer dependa el termino ó prolon-
gación de la terapbutica aplicada á la voluntad
enferma del criminal.
La escuela correccionalista parte de la con-
vicción de que no es licito despreciar en absoluto
la eiimieiida moral de cualquier hombre, y que
es por tanto injusto é impío tratar al mayor
malvado como si ya no fuese un hombre y si un
animal salvaje, un moi~struoincorregible.
10
Si atendemos 6 la evolución del Derecho pe-
nal entre nosotros hace 21 siíos, notaremos que
en la legislación criminal han ejercido, en gran
parte, influencia l o s principios de la e~cuelaco-
rreccionalist~t.
La ley de 1: de Julio de 1867 aboliendo la
pena de muerte, la de trabajos públicos y la
pena de prisión mayor perpetua, iiitrodujo entre
nosotros el sistema penitenciario, y, eii &te, la
educación moral del delincuente forma parte del
r6gimen de la clausura celular.
Resalta aquI la influencia de la esc,uela correc-
cionalista, que aun cuando no predomine, infiltra
sin embargo en las otras escuelas el principio
de q u ~la pena debe ser principalmente mora-
lizadora.
La reforma penal de 1884, aboliendo las pe-
nas perpetuas, representa la evolución de las
ideas que había determinado la reforma anterior.
En la memoria nutrida y brillante que acom-
pañó la presentación al Parlamento de la pro-
puesta que s e transformó en la ley de 14 de
Julio de aquel año, el ilustre estadista Sr. Lopo
Vaz declara, que no pertenece al número de aque-
llos que, exagerando los beneficios y los prin-
cipios fundamentales del sistema
y confundiendo las instituciories respectivas coi1
colegios de educación y ensefianza, pretende11
que termine la pena cuando estri completa la
presunta morigeración del condenado; sin embar-
147
go, da la preferencia al sistema penitenciario,
porque ninguno como él satisface los tres fines
que deben considerarse en la perla: el castigo,
la intimidación y la enmienda.
Rechazando la teoría correccionalista, con-
cuerda, no obstante, con ella, en la parte que se
refiere á la regeneración del delincuente, y por
esa causa propone también el ilustre estadista
la extinción de las penas perpetuas, como con-
trarias ti las leyes de la natura1ei.a moral del
hombre, según las que, aun los m6s perversos,
pueden rescatarse de sus malas tendencias y
purificarse con las limpias aguas de un sincero
arrepentimiento.
Según el insigne autor de la reforma penal
de 1884, la sociedad castiga en nombre del Dere-
cho, para hacer efectiva la reparación del daño
ideal causado por el crimen 6 su orden moral; el
castigo es una indemnizacióil, y la necesidad de
regenerar al culpabIe se impone como medio
conveniente para restablecer la tranquilidad pú-
blica perturbada por el crimen.
El principio de la corregibilidad prevalece hoy
en casi todos los Códigos, y como prueba, basta
mirar 6 la generalización del sistema penitencia-
rio y 6 la adopción del sistema penal pro-
gresivo, cuya base es la regeneración del crimi.
nal. Entretanto, los recientes trabajos de la
estadística criminal y las observaciones fisico-psi-
cológicas de los delincuentes, indican que el
más perfecto régimen penitenciario es ineficaz
para obtener la regeneración de ciertos culpables,
cuyo delito proviene de una organización ordi-
nariamente anormal, ó pervertida profundameilte
por hábitos viciosos, por la práctica repetida del
crimen y por la influencia de u n ambiente SO-
cial, impregnado de miasmas nocivos á la vitalidad
moral de los que vegetan en ese medio iilsa.
lubre (1).
La regeneración de criminales de esta especie
ha de ser siempre muy problem8tica7 si no im-
posible.
Hasta hace poco tiempo, la ciencia del De-
recho penal se ha esteriliziido en la 17ana dis-
cusión de teorías, y por eso esta rama de la
Jurisprudencia, & pesar do tantos escritos que
acerca de ella versan, no consiguió todavía la
solidez de principios que ya alcanzaron otras
ramas de la misma ciencia.
Este mismo hecho lo denuncia también la
renovación de los Códigos penales, 6 que las
naciones más civilizadas han procedido sin largos
intervalos de tiempo, sin que profundas modi-
ficaciones sociales hayan vuelto ii~util la legis-
lación, ó sin que ésta se haya puesto en con-
tradición flagrante con las costumbres y con la
opinión pública.

(1) Z'even-i.-Innovi o,.izzonti del cliritto é della proced?6~n


penale.
Sin embargo, tanto en los estudios purameilte
teóricos, como en los Códigos, han dominado
las doctrinas metafísicas, y el libre arbitrio, esa
fuerza misteriosa en virtud de la cual el hom-
bre determina por impulso propio y consciente
sus acciones, se ha considerado el fundamento
de la responsabilidad moral.
Solamente pueden ser criminales los indivi-
duos que tienen la necesaria inteligencia y li-
bertad, dispone el art. 26 del Código penal por-
tugués, y precepto idéntico se consigna, con
estas 6 con diferentes palabras, en los diversos
Códigos penales.
El delito consiste en la violación del Derecho,
y como esta violación no puede existir sin un
acto externo que proceda de una voluntad libre
é inteligente, es claro que la base del derecho
de castigar está en el libre arbitrio. Es éste uno
de los axiomas de los criminalistas metafísicos.
Para la aplicación de la pena conminada en la
ley, es coiidición indispensable la responsabilidad
moral del delincuente. Este sistema, sin embargo,
admite grados de responsabilidad, pues que ro-
conoce la existencia de causas internas que ori-
ginan la practica de actos criminales, en que la
inteligencia no intervino, 6 en qua la voluntad
no tuvo la fuerza de resistencia necesaria para
evitar la infracción de la ley.
Los modernos estudios psicológicos demues-
tran quo todas las acciones hun~silasson deter-
minadas por causas de que aquellas son un
efecto necesario.
Los progresos de la psychiatría revelan que
las funciones del cerebro están sujetos tí inulti-
ples lesiones que hacen iiicompatible las funciones
de aquel con el libre arbitrio de los espiritua-
listas. De aquí se deduce, pues, que el principio
fundamental del derecho de castigar es una con-
cepción metafisica, que no corresponde 6 un
hecho averiguado y reconocido por la ciencia,
y que por tanto son erróneas las consecuericias
deducidas del mismo principio.
«Si un hombre inteligente, pero profano A
los estudios jurídicos -dice Garófalo (1)- abriese
al acaso por la primera vez un Código peaal,
y leyese aquella serie de crímenes con su res-
pectivo castigo, perfectamente determinado, dis-
tinguido, graduado por aíios, por meses, algunas
veces por días, probablemente suspendería la lec-
tura y se preguntaría 6 si mismo: iC6m0 pro-
cedió el legislador para saber que el hurto, por
ejemplo, cometido de éste 6 de aquel modo, se
debe castigar con un año de prisión e11 vez de
dos? iCÓmo ha podido dar valor I!Í ésta 6 6 aquella
circunstancia para aumeiltar así con exactitud seis
meses, un año, cinco, diez años la pena primi-
tiva? i A dónde fud á buscar la medida? iQué es

(1) Di zcn criterio positivo della penalitá.


lo que le deterniinb d escoger para ésta 6 aquella
especie de delito una u otra especie de pena2
tQué norma tuvo delante de los ojos, qué hilo
le guió en este laberiiito?
»Respondamos a1 profano -continúa diciendo
el erninenle criminalista- que está conlpletarnen-
te engaiíado si cree que un criterio único, cons-
tante, ó por lo menos dominante casi siempre,
ha presidido la elección, la distribución, la me-
dida de las penas. Se engaña si poseído de res-
peto hacia una obra tan grave como es un
Código -obra que no se comprende sino como
el resultado de un a ciencia acumulada durante
siglos- cree que el legislador haya tenido una nor-
mii segura y evidente, en la cual esté marcada con
exactitud matemática aquella distribución y pro-
porción de penas, Quedará grandemente sorpreii-
dido al saber que aquel Código, que le causó
tanta admiración, considerándole producto de una
ciencia sublime y misteriosa, es solamente el re-
sultado de criterios, con frecuencia, heterogéneos,
que pugnan entre si, y que no estan fundados en
una base experimental comúil, sino sobre deduccio-
nes de principios suministrados por teorías abs-
tractas, frecuentenzente contradictorias 6 inciertas.»
En efecto, el andlisis de las disposicioiles ge-
nerales de los Códigos manifiesta que hay en tos
dos un eclepticismo de doctrinas, que dificilmente
Se armonizan.
La proporcionalidad abstracta entre 10s actos
152
criminales y las penas, la simplificación y miti-
gación de éstas, han sido las mayores conquistas
de los legisladores modernos; pero las estadisticas
criminales prueban que los Códigos mejor elabo-
rados han sido ineficaces para poner un dique al
torrente.
De aquí surgió una nueva orientación en los
estudios sobre la penalidad y el nacimiento de la
escuela positiva, que asienta el derecho de castigar
en bases diferentes, recogiéndolas en el estudio
del delito, como fenómeno social, regido por leyes
idénticas 5i las que gobiernan el mundo físico.

La escuela positiva, considerando como dere-


cho indubitable ó inalienable de la sociedad el de
defender y asegurar su conservación, ya reprirnien-
do, ya previniendo los actos perturbadores del or-
den general del Estado, 6 de los derechos particu-
lares de los ciudadanos, indaga el origen del delito
y examina la organización física y psíquica del
delincuente, para deducir, como resultado de estas
averiguaciones, cuhles sean los medios más ade.
cuados para la represión de los hechos puiiibles
ó para prevenirlos.
El hombre, ante las ciencias naturales, no ocupa
153
eii el universo la posición excepcional y privile-
giada que le atribuye la tradición bíblica, otor-
gando á su especie una superioridad hegemónica
sobre las demás especies con que se Iiabia poblado
el EdBn. Del mismo modo no es, ante la antropo-
logía, el resultado de dos factores de naturaleza
opuesta, física la una y espiritual la otra, unidos
por vínculos misteriosos y sin relacibn alguna con
las otras fuerzas de la naturaleza.
La especie humana ocupa en la escala zool6-
gica una posición culminante, porque su orga-
nismo es mhs perfecto y sus funciones psicológicas
son superiores; pero no tiene un origen distinto
y privilegiado, porque los fenómenos psíquicos
que en el hombre se manifiestan con brillante des-
envolvimiento, se dan en grados diversos en las
otras especies animales, y sus embrionarias mani-
festaciones son idénticas tí las que se observan en
seres inferiores. El hombre, pues, está subordina-
dinado á la acción de las causas naturales que,
directa ó indirectamente, modifican su carácter
morfológico y fisiológico.
Destacase de los otros animales por el mayor
desenvolvirniento de la inteligencia y por su ap-
titud para amoldarse tí la variedad de las circuns-
tancias.
Al desarrollo de las fuerzas intelectuales co-
rresponde la pérdida cle la energía en los instintos
que constituyen los caracteres distintivos de espe-
cies inferiores en la serie zoológica. Las pasiones
violentas y groseras que s e observan más frecuen-
temente en hombres de inteligencia deprimida Ó
incultos, son, inuchas veces, apenas trancforma-
ciones de instintos propios de aquellos animales.
El fil6sofo metafísico se encuentra con dificul-
tades -dice Puglia- para explicar cómo ciertos
hombres exceden en crueldad á las fieras, y sola-
mente atribuye el hecho á corrupcióil moral y á
carencia de principios religiosos; pero no percibe
que en aquellos actos de ferocidad se revela un
retroceso atávico á los instintos animales de los
progeni toros (1).
Siendo la personalidad humana el resultado
de la constitucióil orgailica y de la influencia ex-
terna, física y social, las acciones por las cuales
se manifiesta su vitalidad no pueden dejar de ser
complexas y varias, conforme el predominio Ó in-
fluencia que cada uno de aquellos elementos ejerza
sobre la personalidad.
La escuela penal positiva, aceptando estos prin-
cipios como consecuencias de la biología, de la

--

(1) Ciertos caracteres perjudiciales tieiideii Q reaparecela,


periódicamente, tales aonlo el color negro eil el carnero; en
la humanidad, bien puede ser que las malas dispoflicicnes
que, accidentalniente y sin causa apreciable, reaparecen en las
familias, sean talvez casos de retroceso hacia el estado sal-
vaje, del que no estamos separados por un gran niimero de
generaciones. La expresión popular que llama 4 estos indivi-
duos maléficos los carneros negros de la familia, parece ba-
aada en esta hip6tesis.-Dnnvin, La descelzdeace de Z' lhol)tme*
psicología y de la aiitropologia, y auxilitindose con
estudios prehistóricos, etilográficos y estadisticos,
deduce que el crimen no es uii acto dimanado de
libre albedrío, sino u11 efecto de causas múltiples.
En la dinámica de la criminalidad ejercen in-
flujo causas inherentes al organismo del delin-
cuente y causas externas, siendo unas determi-
nantes, otras apenas predisponentes. Las externas
comprendeil el clima, la influencia meteorológica,
el régimen iilimenticio, la organización política y
económica, la institución de la familia, las creen-
cias religiosas, la opinión pública, la educacióri
moral, los defectos de la legislación, la falta de
policía, en fin, todo cuanto forma el ambiente
físico y social. Las causas internas son ingénitas
ó adquiridas y dependen del sexo, de la edad,
del temperamento, de las molestias que afectan
el eje cerebro-espinal, de la enfermedad hereda-
da que resulta de la enajenación mental, de la
epilepsia, del estado neuropático general, del al-
coholismo crónico, de la precocidad 6 de la edad
provecta de los padres al tiempo de la procrea-
ción, de las lesiones traumhticas, y finalmente de
los vicios contraídos ó ingénitos que se reírelan
por caracteres atávicos b degenerativos (1).
De la influencia que en los actos punibles ejer-
ce cada u110 de los mencionados factores dimana la
156
clasificación de los delincuentes en grupos distín-
tos, según s u mayor 6 menor capacidad de re-
sistencia contra la atracción del crimen.
Sobre la iiecesidad científica de la división de
los criminales en clases y la coi~veilieilciade esa
división para los efectos penales, est6n conforn~cs
todos los criminalistas de la escuela positiva (1).
La clasificación abraza los delincuentes ins-

(2) Una de las tesis propuestas al primer Congreso de antro-


pología criminal, f i ~ éla sigiiiente:
(<¿Enqué categorías se deben dividir los delincuentes y c d -
les son los caracteres esenciales, osgáriicos y psíquicos que
los distinguen?
Los egregios autropologistas Lombroso, Marro y Ferri pre-
sentaron RUS memorias, que, en la esencia, están conformes
en el reconocimiento de ciertas variedades de criminales.
La clasificacibn de Ferri, que es la que contiene mayor des-
envolvimiento, comprende:
l." El delincuente nato 6 instintivo, que se distingue por la
falta congénita de sentido moral, y por la impreviSiÓa de las
consecuencias de sus acciones.
LOS asesinos y ladrones son los tipos más comunes de est,n
clsse. La falta de sentido moral se denuncia por la insensi-
bilidad manifestada ante los sufrimientos y daños causados 4
las vfctimas y ante los propios sufrimientos y de sus ~0mpli-
ces, y se denuncia también por el cinismo 6 apatia del crimi-
nal en el trasciisso de la causa y en las penitenciarías, heclio
que determina otros muchos síntomas psicolbgicos secundarios,
Como la ninguna repugnancia hacia la idea del delito g la falta
de remordimiento después de perpetrado.
De l a imprevisidn resultan las manifestaciones imprudentes
anteriores y posteriores al crimen, y la indiferencia por las
penas señaladas en la ley.
2.O El delincuente, por impetu de una pasibn social, coino
tiiitivos, en cuya clase entra l a variedad de los
alienados, los delincuentes por ímpetu de pasión,
los de ocasión, ó por accidente, y los habituales.
En la cleiiomiriación de las categorías no existe
todav ia ui~iformidad;pero hay completo acuerdo
en cuaiito 6 la existencia real de variedades en
el tipo criminal, siendo la más caracteristica la
del delincuente nato ó iilstiiltivo .

el amor, la honra, etc. Éste, relativamente al sentido moral,


ofrece un cuadro psicológicamente opuesto al del criminal
instintivo. Revela imprevisi6n también, ksta sin embargo, 110
nace de una falta hereditaria de sentido moral, sino de la anes-
tesia momeiltánea de este sentimiento.
3.0 El criminal de ocasión, que está caracterizado por la
debilidad del sentido ttzoral; pero éste puede convertirse en cri-
minal habitual, esto es, en un individuo que hace del delito
su industria, como consecuencia de la destrucción progresiva
del sentido moral y de las circunstancias menos favorables
SU existencia.
4.' E l criminal alienado. Antropológicarnente es idéntico
al delincuente nato en ciertos casos como en los de locura 6
imbecilidad moral, y difiere en otros, no s610 por el desorden
intelectual, sino por mucl~ossintomas psicol6gicos.
La precocidad y la reincidencia sirven para distinguir las
tres primeras variedades. El criminal instintivo siempre es
Precoz, y puede, 6 no reincidir, en consonancia con la duracibll
de la pena que se le aplique.
El criminal por hábito es frecuentemente precoz y reinci-
dentemente crónico.
Todos los delincuentes, cualesquiera que sea su tipo an-
trnpológico, presentan este carácter psicológico comiln: una
fuerza anormal impulsiva para los actús criminales, que pro-
viene de una degeneración hereditaria, 6 de una condición psico-
Los estudios de antropología criminal consi-
deran á algunos delincuentes como tipos anor-
males de la especie humana, viendo en ellos
cierta afinidad con los salvajes primitivos, tanto
por los caracteres fisicos como por los mentales.
En la criminalidad de éstos, en la de los
locos y los que ceden á los ímpetus de la pasión,
predominan las causas internas ó antropológicas,
y en los otros delincuentes, los factores princi-
pales del delito son las externas, y sobre todo
las que constituyen el ambiente social.
Los principios expuestos y las coiiclusiones
que de ellos se deducen, no esthn conformes
con la ortodoxia del Derecho penal reinante, y las
consecuencias prácticas que de tales principios
se podrían quitar en armonía con los Códigos
vigentes serían fatales para la sociedad, consi-
derándose irresponsables los criminales, puesto
que, al delinquir, habían procedido bajo la in-
fluencia fatal de su organismo, 6 bajo e1 imperio
de circunstancias ineludibles.

patológica sucesiva, 6 de una perturbación psíquica transito-


ria, m48 6 menos violenta.
Eiitre estos varios tipos no hay iina separación absoluta,
y por consiguiente existen tipos intermedios.
E l Congreso aceptó la memoria de Ferri en sus partes esen-
ciales, segiin declar6 Benedikt, que había preseiitado la da-
sificacidn siguiente: 1.0 El clclincuente accidental; 2.0 el pro-
fesional; 3." el delincuente por enf ermedad,por intoxicación tem-
poral o' perntanente; 4.0 los delincuentes degenerados.
Esta clasificaci6n es sustancialmente identica á la de Perri.
Pero la escuela positiva no castiga el crimen
para que el delincuente expíe su culpa, ó dé &
la sociedad la reparación moral del daño que
le causó, iii admite como fundamento de la
pena la respoiisabilidad moral del autor del hecho
punible.
Tiene otro criterio punitivo. La razón única y
positiva del derecho de castigar reside en la
necesidad superior de la conservación, á que
la sociedad tiene que obedecer, como cualquier
organismo. Considera, pues, la nueva escuela
como base del derecho de castigar, ó represivo, la
defensa social ó del orden juridico, frases diver-
sas que en su esencia significan la misma idea.
La escuela positiva no se satisface con que
el agente del delito sufra un castigo proporcio-
nado aritméticaiiiente su gravedad; atiende por
manera principal & que no se constituya en un
peligro por la posibilidad eventual de la repe-
tición del mismo hecho, 6 de otros igualmente
nocivos,
Por esto estudia el crimen en su i~aturaleza,
en sus causas y efectos, y al agente en s u
organización física y moral, para deducir de este
examen en qué categoría debe ser incluído, cuá-
les son las probabilidades de reincidencia y cuales
los medios represi~7osmhs á propósito para evitar
las nuevas acciones criminales.
El autor de un crinien frustrado ó consumado,
6 de una tentativa, ofendió la sociedad, Asta
reacciona contra él para mantener su integridad,
y la reacción deber& ser tanto más enérgica,
cuanto mayor sea el poder maléfico del ofensor.
Trátase de un loco delincuente, ó de u11 cri-
minal instiiitivo, sobre quienes la penalidad 110
puede tener efectos moralizadores, pues se le
segrega del medio social perpetuamente, ó por
el tiempo necesario para asegurar la tranquilidad
individual y la pública.
Según los positivistas, el criterio de la pena-
lidad se basa en el peligro social que el delito
revela, y la pena debe ser regulada por la gra-
vedad objetiva del crimeil, 6 derecho lesionado, y
principalmente por la gravedad subjetiva del po-
der ofeiisivo del delincuente, la cual se evaluara
por la intensidad, persistencia ó reproduccióil
probable de los motivos que habían causado el
hecho punible.
Un ii~dividuo de coils~itución anormal, un
loco, un degenerado, víctima de una herencia
psicológica enferma, cede A iinpulsos fuilestos 6
iriaesistibles, practica u11 crimen; según cl ~erecho
penal vigente es irrecponsable, y debe ser ab-
suelto, Ó condenado con grandes circunstancias
atenuantes. La escuela positiva opina de distiiltd
manera: exige que el agente del hecho puilible
sea colocado en circunstancias tales que 110 pueda
repetirlo, puesto que delinquierido, bajo la tiranía
de s u organismo, es mds peligroso que si pro-
cediera con libertad.
La pena en este caso no es un castigo, sino
un medio de prevención.
La aplicacióil del proceso educativo del ré-
gimen penitenciario en esta hipótesis seria en-
teramente nula, porque, si el agente del crimen
operó bajo el despotismo de s u defectuosa orga-
nización física ó mental, seria una ilusión, ó una
puerilidad, esperar que aquol regimen produjese
una metamorfosis en el orgailismo del criminal.
La escuela penal metafisica admite la varia-
bilidad de las penas y su graduación conforme
h la naturaleza del delito y h la responsnbilidad
moral del agente.
Tarnbien la escuela positiva acepta la varia-
bilidad de las penas, 6 medios represivos con-
ducentes á la defensa de la sociedad, pero como
resultado del estudio de los factores que han in-
tervenido en la perpetración del delito, guihndose
para la aplicación de la pena por el grado de
temor que el criminal inspire por su perversidad,
por su organizacióri propensa á cometer delitos,
Ó por el hábito inveterado de delinquir.
Pero aquella variabilidad no es admitida Úni-
camente en cuanto á la duración de la pena, se
admite también en cuanto h la diversidad de
los procedimientos represivos. Ya Benthan, con-
siderando los delitos como enfermedades del
cuerpo social, era de opinión que las penas deben
ser multiformes, y decía:
«Et quoniam variant morbi, variabimus artes.»
11
No todos los criminales son tipos de orga-
nismo anormal, predestinados al delito, incapaces
de remordimiento, de arrepentimiento, de intimi-
dación y de enmienda. Si fuera así, la legisla-
ción penal debería ser únicamente preventiva y
defensiva. Aquella clase de delincuentes constituge
la minoría; son mhs numerosas las otras clases.
El hombre normal resiste al crimen por la
reacción de sus sentimientos morales, 6 , por lo
menos, por la previsión de las consecuencias del
hecho; el criminal instintivo, por el contrario,
obedece desde luego y sin resistencia al impulso
criminal, por pequeño que sea, puesto que no
siente en s u conciencia los embates del rernor-
dimiento ni de la reprobación del acto. El crimi-
nal por accidente, no estando dotado de uri sen-
tido moral enérgico, delinque también por im-
previsión; el criminal por pasión es compelido
al crimen solamente por un impulso extraordi-
nario, es víctima de una violencia tumultuosa,
de una especie de tempestad psicológica (1).
El delincuente loco se equipara al instintivo por
su tendencia orgánica para el crimen, y el habitual
se aproxima B Bste por la degeneración del sentido
moral, hereditariamente débil, ó gastado por el
vicio inveterado B influencias sociales corruptoras.
Se impone como una necesidad la individualiza-
ción de la pena. El sistema penal tiene que ser or-
ganizado de manera que haya medios de curacidn,
de dvensa y de correccid~z, ó represiuos, elimi-
natioos y penitenciarios, según dice Garraud (1).
En la institución de las circunstancias ute-
iluantes y agravantes está en germen esta reforma.
El estudio psicológico del delincuente será el
indicador de la clase on que deba ser agrupado,
y de este estudio nacerti para el juez el criterio
fundamental necesario para escoger, según la na-
turaleza del delincuente y del delito, los medios
más adecuados para la conservación del orden ju-
ridico. La pena no se graduará por la responsa-
bilidad moral del agente, sino por el grado de te-
mor que inspire 6 la sociedad con la probable rein-
cidencia, ó con la seguridad de que es imposible
modificar su índole org6nicamente malhfica, ó per-
vertida por el habito del crimen.
Los partidarios de la escuela positiva no confían
exclusivamente en la eficacia de la penalidad para
combatir el delito, y por esto, uno de los más bri-
llantes escritores de aquella escuela, el profesor
Ferri, aconseja, como profilaxis social, algunas
medidas preventivas á que da el nombre de sus-
titutiui penali.
«El hombre es siempre igual á si mismo -dice
aquel escritor,- y no será un Código penal, mfis

( 1 ) Rapports du droitpénal et de la so~iot~gie crinti?lelle.


(Archives de E' anthropologie crintinelle, tomo 1.0)
ó menos severo, lo que pueda cambiar en él las
tendencias naturales é invencibles, como son los
atractivos del placer y la esperanza continua de
impunidad.
»La represión no alcanzara completamente el
fin que la sociedad desea; pues que 13 experien-
cia del pasado demuestra que el crimen triunfó
siempre de la sangrienta dureza de las penas y
tormentos que los reos eran sometidos.
»Como el estudio científico del delito demuestra
que uno de sus factores poderosos proviene del
ambiente social, la sociología tiene que auxiliar
con sus recursos la acción exterminadora del de-
lito, sustituyendo en parte las penas con provi-
dencias que guien indirectamente la actividad hu-
mana por caminos que no sean criminales.
»La experiencia de la vida cuotidiana en la
familia, en la escuela, en las asociaciones, y la
historia de las vicisitudes de los pueblos enseñan
que para hacer menos perniciosa la explosión de
las pasiones, es preferible al ataque de frente el
de flanco (1).»
Las providencias encaminadas á concurrir con
la ciencia penal al restablecimiento del orden en
la sociedad y en la familia, y á neutralizar los
factores sociales del crimen, constituirán en lo fu-
turo la ciencia del Derecho de prevención.

(1) Ferri.-I qtuovi orizzonti del diritto e della procedura


penale.
Los criminales de profesidn.
-

Hay en todos los pueblos civilizados bandas


ilumerosas de individuos en hostilidad permanente
con la ley, unos perversos por su propia natura-
leza orgkilica, otros por habito contraído en el me.
dio social, los que, no obstante verse obligados B
afrontar lances peligrosos y rudas aventuras, pre-
fieren seguir el camino escabroso é incierto del cri-
men, 6 vivir honestamente entregados al trabajo,
que les permita asegurar una tranquila existencia.
Es por desgracia grande el número de los
que, rompiendo con toda disciplina moral, des-
conociendo 6 postergando el deber, viven en
lucha con la sociedad, atacandola apenas se ponen
en contacto con ella. A despecho de la vigilancia
166
incesante de la policia, 6 pesar de las leyes que
los persiguen, asedian y castigan, las hordas de
malhechores no llegan 6 ser destruidas com-
pletamen te.
Si hay períodos en que la guerra contra el
orden social es menos encarnizada, sucédense
periodos de recrudescencia que denuncian que
la conspiración es continua.
La existencia de los bohemios del crimen es
casi siempre miserable; pero el odio instintivo
contra una situación regular y normal, la falta
de educación, los hábitos viciosos y otros ele-
mentos auxiliares de sus malas tendencias, les
dan aliento para resistir las adversidades de
una vida llena de peligros, y energía para la
ejecución de sus proyectos siniestros.
Los grandes centros de población urbana son
los campos más á propósito para levantar sus
tiendas de campaña. Alli se les deparan las
condiciones mesológicas más propicias para el
deseilvolvimiento de esta triste variedad de la
especie humana. Alli se reclutan adeptos entre
la ralea que habita en los tugurios de las ciu-
dades, en donde no penetran los rayos solares
de la civilización. La confraternidad se establece
rápidamente por la identidad de gustos, pasiones,
habitos y lenguaje, y la corriente continua y cada
vez más fuerte de la emigración rural para los
centros industriales facilita el aumento de estas
verdaderas tribus de salvajes.
167
Un gran contingente lo suministran los me-
nores abandonados, sin familia, 6 que se criaron
en compañia de padres depravados 6 crapulosos,
que les dieron, desde sus más tiernos años, con-
tagiosos ejemplos, 6 que les convirtieron en au-
xiliares de sus ernpresas criminales.
De ordinario inician su carrera por la vagancia,
pasando por el hurto insignificante, la embria-
guez, el uso tle armas prohibidas, la resistencia
á los agentes de la autoridad, hasta las anducias
del robo y del asesinato.
Capturados y juzgados correccioilalmente en el
principio de su aprendizaje, van 6 cumplir la sen-
tencia en cárceles en donde una alegre y cínica
promiscuidad se convierte en escuela de mutua co-
rrupción, cuando no es escuela práctica de pick-•
poclzets, como el célebre patio de los micos de la
derribada prisión del Saladero en Madrid, Ó de
esgrima de navaja, como el Limonero (Limoeiro),
en dondefadistas eximios, hace poco tiempo aún,
adiestraban 6 los novicios en el juego de aquella
arma de uso tan vulgar, y causa de tantos ase-
sinatos y conflictos sangrientos.
El cumplimiento de la pena de prisión, llama-
da correccional por ironía, se transforma, por re-
gla general, en una verdadera iniciación. Los
que no salen de la cArcel ya con los emblemas del
tatuaje grabados en el cuerpo, vuelven al seno de
la sociedad con el estigma moral, y Con el espíritu
impresionado favorablemente por la vida de la
prisión, desvanecido el recelo que ai-iteriormeilte
les inspiraba y mejor dispuestos, por consiguiente,
para nuevas aventuras.
La entrada en las cárceles y el compareci-
miento frecuente ante los tribunales, que son para
cierta clase popular espectáculos públicos gratui-
tos, dan ocasión 21 que los novicios se haga11
conocidos, proporcion&ndolesmás franco acceso
A la confederación de los mall-iechores.
Si la miseria suministra un cierto contingente
de criminales, la embriaguez, el juego y el liber-
tinaje son los más poderosos estímulos que con-
ducen 21 muchos infelices A alistarse en las filas (1).

(1) Un autnrizadisimo escritor y funcionario inglés, Du


Gane, tratando de los delitos y delincuentes en Inglaterra,
desde 1837 4 1887, y sobre la influencia de la miseria en la
criminalidad, se expresa en la siguiente forma:
«Hubo un tiempo en que se suponia que la pobreza era cau-
sa del crimen. Es iniítil decir cuán infundada es tal suposi-
ción, esto es, que una persona colocada en situación angus-
tiosa procure mejorarla ilicitamente á cuenta de 10s bienes de
sus convecinos.
»En mi opinión el delito debe principalmente atribuirse, no 4
pobreza, pues que hay muchas poblaciones pobres que suminis-
tran pocos delincuentes, pero si al ocio y 81 deseo de adquirir
las comodidades de la vida y el lujo más rápidamente de lo que
se obtienen por medio de un trabajo honrado.» (VBase Mu-
rray<sMagazine.-Vol. 2.O, n.O 9).
Esta opinión es más valiosa todavia por referirse 4 la cri-
minalidad de un país en que el pauperismo constituye el fon-
do negro del cuadro, y en donde la plutocracia pasea orgullo-
aamente su opulencia extraordinaria.
Los que habían comenzado por el hurto, ce-
diendo un día á los impulsos á que, tal vez por
flaqueza moral, no habían podido resistir, ha-
bieildosaltado por encima del rubicón inmundo del
primer crimen, se hallan en breve dispuestos para
nuevos ataques B la propiedad. La rapiña se con-
vierte en una profesión, que tiene sus inconvenien-
tes, pero que no demanda, para vivir, el esfuerzo
cuotidiano, la asiduidad, el orden, la disciplina
del trabajador honrado, á quien los deberes de
padre y de esposo exigen sacrificios constantes 6
imporien la privación de goces, que el hurto y el
robo tantas veces proporcionan B los que cultivan
el arte y se adiestran progresivamente en la com-
pañía de los más experimentados y peritos.
Si son peligrosos por los crímenes que per-
pretan, no los son menos por la corrupción que
difunden en torno de sí con el ejemplo, por los
consejos y narraciones que hacen en los lupa-
nares, en las prisiones, en las tabernas, y por
el estímulo que prestan A la prostitución, B cuyo
desenvolvimiento concurren con sus disipaciones
y larguezas en los días prósperos, haciéndola
tambi6n su aliada y s u amparo en los días crí-
ticos y difíciles.
No conozco estadística alguna que contenga
el censo de los criminales habituales ó de profesión
que haya en Portugal; pero la lectura de la prensa
diaria no deja duda de que hay, principalmente en
Porto y en Lisboa, gran número do individuos
que viven del latrocinio, que lo practican habi-
tuaImente, y cuyo ejercicio sólo interrumpen du-
rante el cumplimierito de alguna pena correc-
cional, volviendo, así que la han cumplido, con
mayor vigor y con más pericia 5. continuar sus
fechorias, con menor riesgo y mayor probabilidad
de éxito.
Los periódicos denuncian constailtemente en su
sección de noticias la captura de rateros insig-
nes por sus reincidencias, y sucede con frecuen-
cia que la policía, eii días solemnes, aparta de
las multitudes, preventivamente, iildividuo~
quienes en aquel momerito 110 se atribuye delito
alguno; pero que, por haber ya cumplido varias
sentencias, en vez de inspirar confianza en su
enmienda moral, infunden, por el contrario, SE-
pechas y son tenidos como peligrosos.
ANO es un síntoma éste de que nuestra legis-
lación penal no corresponde pr8cticameiite si las
aspiraciones del legislador?
La existencia de crimiilales habituales es por
desgracia un hecho. Si las estadísticas son de-
ficientes, la imprenta todos los días lo consigila,
y coi1 frecuencia se llama la atención acerca de
la existencia de individuos que llevan parte de
su vida en la peregrinacibn de la crjrcel para el
Tribunal y vicel~ersa,demostrando con toda evi-
dencia que la pena correccional no corrige,
Y que la reclusión temporal en una cárcel no
es castigo de tamaña severidad, que obste la
reincidencia por el temor de un nuevo sufri-
miento.
En la mayor parte de los casos la pena apli-
cable á los delitos de los rateros es de corta
duración; y á pesar de eso la casi general bene-
volencia de los Tribunales todavía la reduce, de
suerte que es brevísimo el trAnsito por la cárcel,
en donde los criminales van á descansar algunos
días en el gremio de antiguos amigos, entregan -
dose al desenfado de conversaciones pornográ-
ficas, á la narración de sus aventuras y á co-
municaciones respecto 61 sus proyectos.
Los delincuentes de profesión figuran en gran
número en todas las estadísticas de las ilacioi~es
cultas, constituyendo la clase principal.
«Los delincuentes de ocasión forman la mi-
noria; su vida es regular, sus instintos son rectos;
una pasión repentina, un impetu irreflexivo, una
flaqueza transitoria de la voluntad los impele
al crimen; una especie de fiebre les domina, y,
pasado el acceso, la vida normal continúa su
curso.
»Por el coiltrario, los delincuentes de profesión
constituyen la gran mayoría de la población de
las prisiones, son verdaderamente la clase cr4i-
mirial.
»Son los endurecidos, los incorregibles, 10s
reincidentes. Es al lado de la sociedad regular,
la «gran tribu rebelde», en donde se ven confun-
didas la miseria, la ignorancia, el alcoholismo,
172
el vicio, la pereza y la prostitución. Los soldados
de este ejército no obadecen á un deseo mo-
menttíneo, sino 6 una tendencia permanente» (1).
Contra las clepredaciones de esta «tribu re-
belde» iqué se ha hecho hasta hoy? Apenas si
se ha pronunciado un considerable número de
senteilcias de prisión por días ó meses, y cum-
plida la sentencia, vuelven 6 la circulación los
delincuentes, peores todavia, m6s corrompidos
y rriás audaces.

iQué medios legislativos se han puesto en ac-


ción para defender eficazmente la sociedad? La
disminución de la penalidad acortando el período
de tiempo de las penas, de suerte que los in-
convenientes de la profesión han disminuido, Y
por eso no tan sólo pueden disponer de más
años para su ejercicio aquellos que la adoptaron,
sino que también es mas seductora para aquellos
que todavía vacilan en seguirla, recelosos del
mal éxito de la tentativa.
Pasaron para conocimiento de ~ribunalco-
rreccional muchos delitos que el antiguo Código

(1) Adolphe Prins,-Ct.iminaIit6 et represión.


173
castigaba con penas mayores, como, por ejemplo,
los crímenes de hurto, cuando el valor de las
cosas hurtadas no exceda de 100.000 reis, sien-
do un hecho que los hurtos de cantidad superior
á ésta son menos frecuentes y constituyen casi
una excepción. Lo mismo se legisló respecto á
los crímenes de hurto doméstico, á que sola-
mente corresponde pena mayor, cuando el valor
pase de 40.000 reis, y respecto también á los
abusos de confianza, los que se castigan con
pena correccional cuando el perjuicio del lesio-
nado no traspase la cuantía de 100.000 reis.
En los crímenes vulgarísimos de las lesiones
corporales tambibn nuestra legislación penal su-
frió profunda alteración, disminuyendo el rigor
de la penalidad, obedeciendo únicamente á la
mala tendencia de suavizar la sanción de la ley
criminal, sin atender á los gravísimos daííos
que para la sociedad sobrevienen de un senti-
mentalismo tan nocivo.
E1 ilustre autor de la propuesta de la reforma
penal de 1884, reconociendo que el juicio en
proceso correccional era menos favorable á la
impunidad de los delitos, entendió que era más
propicio para regular la administración de justicia
((limitar la competencia del jurado B los crímenes
& que corresponden penas mayores, excepto en
los casos justificados por circunstancias
cialos, y revisar las principales disposiciones del
Código penal de manera oportuna para propor-
174
cionar el castigo al crimen y para prescribir ó
reducir las penas cuya severidad se reputa ex-
cesiva é inicua por la conciencia pública.»
Las estadísticas oficiales demuestran con ruda
franqueza que la institución del jurado en riues-
tro país no ha correspondido á la confianza que
había inspirado, cuando se admitió como una
preciosa consecuencia de las reformas liberales.
En 1878, fueron juzgados con intervención del
jurado 3625 reos, de estos fueron absueltos el
67'20 por 100 y condenados el 32'80; en 1879
fueron juzgados en proceso ordinario 3059, ab-
sueltos 60'57 por 100 y condenados 39'41; en 1880
fueron juzgados en proceso ordinario 3294, sien-
do absueltos 63'20 por 100 y condenados 36'70.
Citando los juicios de 1878 y 1879, decía 61
Sr. Lopo Vaz en la memoria de su propuesta:
«Estos números son elocuentísimos, dicen más
que cuanto podré exponeros. La proporciÓii de
20 á 30 por 100 entre los reos absueltos y 10s
juzgados, podría explicarse por falta ó incerti-
dumbre de pruebas, por mal entendido celo de
los agentes de la autoridad, y por los senti-
mieatos perversos que conducen á muchos
formular denuncias ó quejas falsas ó injustas.
Pero las asustadoras proporcioiles de 60 A 67
por 100 no pueden razonablemente ser tan ~610
el resultado de aquellos factores.)
Por dos modos concurre el jurado al des-
prestigio de la legislación penal y al fomento de
175
la criminalidad: por las absoluciones injustas y
por la fijación caprichosa y arbitraria de las cir-
cunstancias atenuantes, de donde se deriva la
aplicación de penas correccionales á delincuentes
que debían ser castigados con penas más graves,
quedando ilusoria la graduación y la proporcio-
nalidad de las penas prescriptas en el Código,
y su conminación un medio ineficaz de oponerse
al delito por la coacción moral que produce el
recelo de un severo castigo.
El autor de la reforma penal de 1884 reconoce
la necesidad de reformar y perfeccionar la ins-
titución del jurado; pero conocedor del vicio ori-
ginario de la institución, á que un notable cri-
minalista moderno llama prudoniana, confiaba
m8s en las ventajas derivadas de las providencias
indirectas, que en la modificación de las condi-
ciones de la coilstitución del jurado.
El conjunto de sus propuestas no se convirtliÓ
en ley, y de ahí provino que habiendose miti-
gado la l~enalidad por haber pasado muchos
crímenes para la alzada ~o~reccioiial, continuaron
no obstante juzgái~dose con la iilterveacibn del
jurado, el cual, con sus pretensioiles de injusti-
ficada bei~evolencia,y sus tendencias á favorecer
la impunidad, ejerce aún hoy una influencia más
deplorable en la administración de justicia.
El ilustre organizador de la estadística crimi-
nal, el consejero Silveira da Motta, en el volumen
l'elativo al año 1878, expone: que el número
exorbitante de reos absueltos eil proceso ordina-
rio, apoya la presunción de que el excesivo rigor
con que se castigan algunos crímenes, contribuye
A la impunidad, y de que, no pocas veces, los
jurados, cuando la pena es demasiado severa,
condenan & la ley absolviendo á los delincuentes.
Si fuera esta la causa principal de la indul-
gencia del jurado, no sería dificil resolver, en
parte, el problema de la criminalidad, con el
intento de que no hubiese delito que se escapase
al castigo; pero por desgracia las causas son
complejas y algunas no favorecen á los que tan
abusivamente han ejercido funciories que deberían
ser acatadas y cumplidas con escrupulosidad re-
ligiosa y con un civismo digno de la nobleza
de la institución.
En la pendiente porque camina la legislación
penal y las costumbres portuguesas, 110 deberá
causar sorpresa que los delincuentes habituales,
que son por regla general los que por las va-
riadas formas del latrocinio obtienen los recursos
para vivir en los escondrijos de las ciudades
populosas, aumenten en proporción devastadora,
como la de ciertos animalillos destructores de la
flor más verde y m9s lozana. Mr. Tarde en 1883,
en la r h u e plzilosophique, decía que la crimi-
nalidad se iba convirtiendo en carrera; que el
oficio de malhechor daba rendimiento y pros.
peraba, y que la industria de ladrón, de vaga-
bundo, de falsario, de quebrado fraudulento es-
taba siendo una de las más lucrativas y menos
peligrosas para cualquier malandrín.
Igualmente entre nosotros va siendo ya prós-
pera la misma industria, y los legisladores, por un
optimismo exagerado, en vez de combatir los pe-
ligrosos parasitos que infestan la sociedad, han
proporcionado medios para que crezcan, se mul-
tipliquen y desarrollen, borrando de la legislación
penal cuanto podía concurrir para su eliminación,
ó para dificultar el ejercicio de la referida in-
dustria.
No poseemos estadisticas completas que pon-
gan al descubierto el hecho social de la crimi-
nalidad en sus variados aspectos.
En la estadistica de 1878 se calcula en 0'28
por 100 de habitantes la proporción entre el nú-
mero de reos juzgados y la población del reino
é islas adyacentes, y taI vez nos lisonjea la
circunstancia de que la proporción media en
Espafia sea de 0'32 por 100 de habitantes; pero
lo que la estadistica no declara es el número
de crimenes que se habían realizado en aquel
afio, acerca de los cuales no se habían instruido
procedimientos por falta de indicios, 6 cuyos
pracedimieiltos quedaron sin efecto por falta de
pruebas.
De 1878 8. 1880 fueron juzgados 4859 crimenes
de robo y hurto. &Sepodr6. afirmar que el nÚ-
mero de juicios correspoilde al de los delitos
perpetrados?
12
178
Seria una aserción temeraria y fantástica.
En Italia se calcula en 55 por 100 el número
de reos que escapan á la justicia, computándose
en aquel número los desconocidos, aquellos con-
tra los que no hubo indicios suficientes, y final-
mente los absueltos.
Un escritor ruso, Minzloff, calcula en 82 por
100 el número de delincuentes que quedan sin
castigo.
Quien no ignore la organización de la policía
en el país, haga el cálculo de los hurtos, ro-
bos, asesinatos y heridas que quedan impunes
por causas idénticas, añádale los que la emigra-
ción clandestina torna también impunes y los
de los delincuentes que se refugian en los asilos
inaccesibles, privilegiados, de los electores po-
derosos, y quedará admirado del total.
Las consecuencias que naturalmente se des.
prenden de estos hechos son, la floja, ineficaz y
desigual administración de justicia con grave
detrimento de los intereses sociales, pérdida del
prestigio de la ley y sensible descenso en el nivel
de la moralidad pública.
Entretanto la nación gasta aproxidamente
200 millones de reis en la alimentación de los
presos y con la policía de las c&rceles, gasta
cantidades enormes con los deportados, y ade-
m6s de eso deposita anualmente un considerable
tributo en el tesoro del latrocimo.
La precocidad es una de las notas caracte-
risticas de los delincuentes de profesión, dice el
notabilísimo criminalista Ferri, añadiendo que se
forman especialistas en los atentados contra la
propiedad; no tanto por tendencia congénita, como
por flaqueza moral, cooperando las circunstan-
cias y lo mefítico del ambiente en que viven tí
su persistencia crónica en la práctica del delito.
La miseria, el ocio, el alcohol y el tránsito por
las cárceles, son los factores principales que cori-
curren para la existencia de los delincuentes habi-
tuales, cuya enmienda es rarísima, y que por
eso forman hordas de delincuentes incorregibles,
contra los que nuestra sociedad, hoy por hoy,
no está armada con la debida seguridad, y sólo
tiene un benéfico preservativo en la ley de se-
lección natural, que hace perecer á los que se
revilelcan en el lodazal de los vicios.
En la penitenciaría de Lisboa hay alguno de
esos criminales típicos, aunque pocos, porque en
virtud del sistema de nuestra legislación, Y Por
illdulgencia del jurado, sólo en c a<OS~ raros son
coildenados á penas mayores.
180
Es muy instructivo un ligero bosquejo bio-
gráfico de algunos delincuentes de esta clase.
Número.. ..., cuando tenia cinco años de edad,
fué á hacer una visita con la familia y hurtó al-
gunos objetos de oro que pertenecían 9 una criada;
estuvo en la cárcel de corrección de las Mónicas
m9s de un año, pero, habiendo salido, volvió 6
la vida de arabboy, como llaman los ingleses ii
los muchachos vagabundos de Londres.
Seis veces había sido condenado en pena de
priaióil correccional por crimen de hurto, y varias
veces también la policía lo detuvo por vago. Com-
pletando s u educación de picket-pocket, se me-
tió eil empresa mayor, y fué, eil fin, condena-
do en primera instancia á tres años de prisión
celular, que el Tribunal de segunda instancia
elevó á. ocho.
Número.. ..., tiene 34 años; fué condenado por
hurto á. la pena de prisión correccional por cuatro
meses; A diez días, por llevar y usar armas pro-
hibidas; á seis meses por hurto, en el seguildo
distrito criminal de Lisboa, y posteriormente, en
el mismo distrito, fué condenado por crimen
idéntico, una vez en la pena de seis meses, otra
en la de tres y otra en la de dos con seis de
confinamiento para el pueblo de su naturaleza.
En Porto había sido condenado una vez Q dos
años de prisión correccional por hurto, y absuelto
en otra ocasión. Habiéndose perfeccionado en la
industria, cometió el delito de sustraccióil frau-
dulenta, y finalmente fué condenado CI ocho años
de prisión celular.
Número.. .., tiene 26 años; en 1877 habia sido
condenado á dos años de prisión correccional
por hurtos; en 1879 á un año de prisióil por he-
ridas; eri 1883 fué capturado como autor de hur-
to, y por el mismo motivo fué después seilten-
ciado, siendo condenado eil la pena de prisión
correccional por dos arios, hasta que, habiendo
perpetrado un robo importante, se le sentenció á
ocho aÍíos de prisión celular.
A estos tres delincuentes típicos ni siquiera
les falta el tatuaje, emblema heráldico de esta
caballería aridaritc de la rapiña, del ocio y de la
crápula.
Podría proseguir y formar un grupo intere-
sante; pero basta trazar estos rkpidos perfiles
para poner en evidencia el tipo del criminal de
profesióil, 6 habitual, y para mostrar la iileficacia
de las coi~denasá penas correccionales, cumpli-
das en las antiguas cárceles del régimen colectivo.
El primero recobra la libertad á los 36 años,
el segundo á los 42, y el tercero á los 34. Supo.
niendo que la clausura celular no los regenere,
estan todavía en edad vigorosa para coiltiiluar en
el ejercicio de la profesión, que apenas fué inte-
rrumpida. En el caso de segunda reincideilcia, si
el hurto no excediere de 10.000 reis, serán con-
denados 6 pena correccional (art. 421, párrafo 2.0
del Código penal), cuando los precedentes de-
muestran que la ley tiene delante de si un iildi-
viduo desprovisto de condiciones para adaptarse á
la vida social.
No se persuadan los fervorosos creyentes en
el regimen penitenciario que es temeraria la su-
posicióii de la reincidencia, ni atribuyan á la
clausura celular la vixatud terapéutica que los
charlattnes enftíticamente encarecen exhibiendo
sus elixires infalibles.
En el total de 561 reos entrados en las prisio-
nes centrales belgas en el periodo trienal de 1878
A 1880, 297 6 el 52'94 por 100 eran reincidentes.
En el registro criminal figuraban con 1094
condenas aquellos 297 reincidentes, habiendo cum-
plido 723 en el régimen celular y 371 en el régi.
men comiín (1).
En el libro de Olivecroila, sobre las causas de
la reincidencia y sobre los medios de combatirla,
se encuentran los informes siguientes: En 1863,
en Suecia, había entre los condenados 14 por 100
que, por el crimen de hurto, habían ya sufrido
pena de prisión celular. La proporcibn de los
individuos condenados como reincidentes en hur-
to, puestos en libertad en el mismo año, ó en el
antecedente, y que por aquel crimen habían cum-
plido ya pena celular, era en 1864 de 52 por 100,
en 1870 de 42 por 100.

(1) Estatietiqzce des prisons et des maisons spéciales de rd-


forme pour les a%nkes 1878, 18'19 ei! 1880.
183
En 1870, de los individuos puestos en liber-
tad, después de haber sufrido la primera pena
por hurto, 23 habían reincidido en el mismo año
y habían sido coildenados por delito idéiitico.
La proporción era de 43 por 100 respecto ii
los puestos en libertad despues de la primera
reincidencia, y de 69 por 100 con relación á los
de la segunda.
La proporción entre el número de reinciden-
tes y el de los individuos condenados por la pri-
mera infracción era de 42 por 100 en los hombres
y de 23 por 100 en las mujeres (1).
En Inglaterra, en 1850, una comisión especial
de la Cámara de los Comunes había procedido
un detenido examen acerca de los efectos de la
represión penal, y, fundada en gran copia de
números y hechos, dedujo que se obtenía la mo-
rigeración del mayor nuniero de los criminales.
Contra esta afirmación optimista prevalece la
constancia de las reincidencias.
Los crímenes que tienden ii la expoliación de
los demas por. medio de los variados ardides que
la fantasía sugiere y la experiencia corrige, son
los que se convierten, en virtud de una prácti-
ca repetida, en una verdadera profesión. Las
reincidencias se inscriben con una repetición ma-

(1) Ivern6s.-De la recidhe et clt~régime pdnitetttinirc en


E~vope.
yor en los registros criminales, y los registros
de la policía son documentos preciosos para la
biografía de ciertos delincuentes.
De 614 reos, mencionados en la estadística
criminal de 1880, que anteriormente habian sufrido
condenas, 118 habían sido castigados por hurto.
En fin de Abril de 1888 habian entrado en la
penitenciaría de Lisboa 511 condenados, y de estos
185 ya habian sido procesados y sentenciados
por varios crímenes, siendo el total de condenas
conocidas 308, excepto algunos pronunciamientos
en procesos en que había recaído absolución,
y excepto también otros en que no hubo condena
aislada, por haberse agregado sus procesos al
principal, convirtiéndose los crímenes en circuns-
tancias agravantes de aquel 6 que correspondía
la pena más elevada.
De aquellos 185 condenados, 100 habían prac-
ticado crímenes contra la propiedad, siendo 159
las condenas anteriores de que hay noticia.
Estos elementos estadísticos son un indicio de
que hay, en efecto, una legión infesta de mal-
hechores que la penalidad no ha combatido en&-
gicamente.
IV.

Es ya principio axiomtitico que miis vale pre-


venir los delitos que castigarlos.
La prevención, sin embargo, no se debe cir-
cunscribir al empleo empírico de ciertos medios
impeditivos de la libertad individual.
Su fin debe ser m8s elevado, m6s noble y
más complexo en sus consecuencias.
Entre las causas de la criminalidad sobresalen
las que los sectarios de la antropología criminal
llaman factores sociales del delito. El estudio de
esos factores y la disminución de s u perjudicial
influencia, ó la extinción de su fuerza malbfica,
Constituyen un ramo de la sociología, ó formaran
una nueva ciencia, como pretende el criminalista
Puglia.
«En lo futuro otra ciencia ha de adquirir gran
importancia y concurrirá, de acuerdo con la cien-
cia criminal, para promover el bienestar de la
sociedad: es la ciencia del derecho depreoencidn.
Así como la estadística y la sociología han pues-
to en evidencia el hecho, ya previsto por pensaa
dores ilustres, de que varios factores colaboran
en la producción de los fenómenos criminales,
predominando entre ellos los que se denominan
sociales, htíse procurado también establecer algu-
nos principios y leyes generales, que deben guiar
la autoridad social en el ejercicio de una función
importantísima, coino es la de prevenir, en los li-
mites de lo posible, la cr.iminalidad. Y esta cien-
cia, que, á mi entender, es una ciencia jurídica,
porque debe ser desenvuelta según los principios
rigurosos del derecho, porque de otra suerte se
la confundiría con la prevención de policia, tie-
ne necesidad, tal vez mayor que la que tiene el
derecho de represión, de los resultados de la an-
tropología y de la sociología, y de ésta con pre-
ferencia á aquella, pues que se trata de investi-
gar atentamente los orígenes de los delitos, y
de descubrir los medios más útiles para extinguir-
los 6 neutralizarlos» (1).
Aunque la pobreza no sea uno de los factores
predominantes an la producción de la crimina-
lidad, es no obstante cierto que, si las condicio-
nes sociales mejorlasen, de suerte que el pro-
letariado decreciese, la cifra de los individuos mhs
propensos 6 más expuestos á delinquir tendería
9 descender, porque de la difusión de la riqueza
ha de provenir necesariamente más perfecta y si>-
lida organización de la familia, y una progenie
187
m6s apta físicamente para las luchas de la exis-
tencia, y que poclrili recibir una educación moral
é intelectual más perfecta.
Si hoy dia ya no hay muchos que realcen el
mérito de la instruccióii como panacea contra el
crimen, sin embargo, la educación, iniciada en
la infancia y dirigida con una constancia tal que
convierta en habito la prktica de las acciones ho-
nestas, se reputa aún como una fuerza podero-
samente represiva de los malos instintos.
«Uno de los primeros incentivos para el crimen
deriva de los instintos naturales de conservación
y de reproducción; hacia ellos impelen las tenden-
cias morbosas, ya hereditarias, ya adquiridas, con
fuerza variable, según s u intensidad y sus diver-
sas combinaciones. Los instintos no se destruyen,
son, sin embargo, susceptibles de represión, y este
resultado se obtiene en las generaciones que se
desarrollan favoreciendo el desenvolvimiento de
las facultades mentales superiores, y colocando
los individuos en condiciones naturales más pro,
picias para el ejercicio de estas últimas facul-
tades. A emtrambos fines se dirige la buena
educación. Es por eso de una importancia pri-
maria que la sociedad procure por medio de 6us
leyes que se generalice, en cuanto posible sea,
aquel beneficio» (1).

(1) Marro.-Obra citade.


Entre las naciones rii6s cultas de Europa y de
América, desde hace muchos años, se han dic-
tado leyes para la corrección de los menores que
delinquen, y para impedir que los desvalidos, y
los que careceii de la protección paterna, resba-
len por el declive escurridizo de la criminalidad.
Son digiias de imitarse leyes como la de 10
de Junio de 1884 promulgada en Quevec, en el
Canadá, que dispone ingresen en las escuelas
industriales los menores de doce afios, huérfdnos,
ó cuyos padres estén cumpliendo condena en al-
guna penitenciaria; aquellos que sus padres ó
tutores presenten como corrompidos por hábitos
viciosos ó perversos, y aquellos que, por efecto
de enfermedad continua ó extrema pobreza de
sus padres, por embriaguez habitual ó costum-
bres irregulares, necesitan ser protegidos, edu-
cados y puestos bajo el amparo social.
La educación forzada de los menores, moral-
mente abandonados, se reguló en el gran du-
cado de Badén por decreto de 27 de Noviembre
de 1886, siendo colocados en establecimieilto~
públicos, ó en casas de familias de buenas cos-
tumbres, que se encargan, mediante determinado
estipendio, de la educación de los pupilos del
Estado. Además de la instruccióii, se obliga
los menores á que adquieran una profesión, pre-
firiendo la agrícola, al aprendizaje de uria arte
mechnica, y de los servicios dom6sticos.
Idénticas instituciones podía citar todavía, todas
189
ellas con tendencias á precaver á los menores
contra la acción enemiga de la inexperiencia y
contra las seducciones del vicio.
Son de todos sobradamente conocidas las co-
lonias agricolas de Francia, las escuelas indus-
triales inglesas, y otros institutos de corrección
y educación de los Estados Unidos de la América
del Norte.
En tacto que las manifestaciones criminales
no son intensas, como de ordinario acontece en
la infancia y en la pubertad, se debe reprimir
de pronto esas primeras manifestaciones, y pre-
venir las mhs graves, que la impunidad puede
engendrar para lo futuro.
Las impresiones de la infancia son las más
perdurables, y las que dan al carácter su pri-
mera fisonomía.
La sociedad obtiene más ventaja en gastar
con largueza en la protección tutelar de los me-
nores, que en la represión de los adultos, por
cuanto estos, cuando llegar1 A ser criminales con-
sumados, ofrecen menos probabilidades de con-
versión, y de aquellos es licito esperar todavía
la formación de un ser útil, siempre que, desde
sus tiernos años, se haya adoptado una ortopedia
racionalmente correctiva de las deformidades mo-
rales cong0nitas, 6 cuando, acudiendo á los in-
digente~, se evite el que se atasquen en la PO-
dredumbre 19tal de la miseria y de 10s vicios
que la acompañan.
190
Si la sociedad tuviese el derecho y la posi-
bilidad de cohibir eficazmente la reproducción de
padres degenerados, viciosos, perversos y corrom-
pidos, el nivel m oral de las generaciones futuras
se elevaría grandemente, y no á menor altura,
el perfeccionamiento de la especie; pero como
no le está permitida esta selección, s u deber es,
en el uso legítimo del derecho de defensa y
conservación, precaverse contra los daños pro-
bables de una descendencia de origen vicioso y
degenerada.
El proyecto de ley presentado al Parlamento en
el corriente año para la corrección de menores
deliiicuentes, vino á acudir A una necesidad pu-
blica, pudiendo llamarse la piedra fundamental
de nuestro régimen pioventivo y represivo.
La urgencia de su coriversión en ley y de la
organización de los establecimiei~tosrespectivos
es evidente; pero viene de molde la cita de al-
gunos periodos de la memoria sobre la casa de
corrección de las Mónicas, relativa á los años
de 1886 ti 1887.
El Procurador regio, el Consejero Faria
Azevedo, aludiendo á los vagos, dice: «Un gran
numero no tienen padre ni madre, otros nun-
ca los conocieron, y muchos de los que tie-
nen familia, que con ella viven, rncis les va-
liera no tenerla, porque es esta la que, en
vez de apartar los incautos del vicio á que
esta habituada, á dicho vicio les conduce.
»Es bien notorio que hay madres que muchas
noches mandan para la calle criaturas de uno
y otro sexo, encareciéndoles que no vuelvan 6
casa sin traer determinada cantidad, so pena de
severos castigos.
»-4 muchas de estas criaturas las prende
la policía y van para la casa de corrección,
pero se las pone en libertad al cabo de ocho
dias; estos casos se repiten con mucha frecuen-
cia, de suerte que el resultado que se obtiene
de tales reclusiones es habituarlas 6 entrar
en la casa de corrección y en el Tribunal de
justicia. )>
Estos períodos no necesitan comentarios.
Los delincuentes de menor edad, verdadero
manantial de futuros reincidentes, más ó menos
malvados, dan entre nosotros también un cre-
cido contii~gente.
Habiendo sido 49.721 los reos juzgados desde
1878 á 1881, 916 eran menores de catorce años
y 5496 mayores de catorce y menores de veinte.
Es claro, por tanto, que los delincuentes precoces
son numerosos, y si por medio de una pena
eficaz no se morigerasen y adquiriesen el hhbito
del trabajo y un vivir honesto, formarán ui.1 en-
jambre de insectos destructores.
La represión, adoptada hasta ahora, ha sido
iniitil en sus efectos. La pena de cárcel, siendo
de corta duración, aun cuando sea celular, no
asegura infaliblemente la morigeración de ciertos
criminales, ni es una pena tan aflictiva como
generalmente s e supone (1).
La indulgencia para la primera falta es un
principio racional; pero es un grave yerro cuando
la repetición incesante de los crímenes revela en
s u autor una índole incorregible.
«Un individuo que no se quiere reconciliar,
no debe ser perdonado; cuando se coja júzgue-
sele de una sola vez. Es pueril, cuando se trata
de un reincidente, hacer, por un proceso de cla-
sificaciones sutiles, la minuciosa medida de las
cantidades de castigo que se le deten aplicar» (2).
Un sabio profesor b ~ l g acriticando
, la legisla-
ción penal de s u país en la parte relativa al
castigo de las reincidencias, dice lo siguiente:
«La sociedad debe combatir la criminalidad
y disminuir la reincidencia por medio de iiisti-
tuciones sociales y medidas preventivas. Orga-
nizada la legión de los reincidentes, la pena tiene
poco efecto sobre ellos, y la de corta duracibn

(1) Tres condenados que habian salido de la ~eniteuciaria,


pasados algunos meses de cumplimiento de pena, fueron cap-
turados poco despues por haber practicado nuevos criiuenes,
Uno de ellos est4 en la cárcel de la Audie~ciade Porto.
y elogia á sus compafieros las comodidades con que vivi6
la penitenciaria.
Otro, que yct en Africa había ciimplido la pena de de-
portación por crimen de robo, & poco de su salida realiz6 un
ingenioso hurto.
(2) i?licAazcx.- Questián des peines,-pág. 77.
menos todavía. La ciencia antropológica y m6dica
investiga si hay entre los delincuentes tipos anor-
males, cuyo lugar sean mas bien los asilos que
las prisiones; es Ia misión del médico. En cuanto
al legislador, sólo debe tener a la vista un re-
sultado: colocar 6. los incorregibles en la impo-
sibilidad de hacer mal.
»Se discutir& sobre cual sea el género de la
pena; se examinara si es mejor la deportación
6 la cárcel, y en caso que se escoja ésta, se
preguntará si debe prevalecer el régimen celular,
el de Crofton 6 el común. Todavía no se dice
la última palabra sobre estas graves cuestiones;
más adelante las discuto. Pero todos estarán
de acuerdo sobre un punto: la necesidad de
una larga privación de la libertad, lo absurdo
de las penas de corta duración, y el error de
aquellos que esperan moralizar tales culpables
con sblo haber habitado pasajeramente en una
celda» (1).
Estas reflexiones se adaptan perfectamente B
nuestro régimen penal, en el que 6 la practica
repetida de pequeños crímenes se opone Única-
mente la aplicación reiterada de penas de corto
pluzo, cuando el único sistema lógico y eficaz
sería la agravación progresiva de la penalidad,
de suerte que el castigo fuese tanto mhs severo

(1) A. Prins.-Obra citada.


13
cuanto mayor fuere el número de los delitos
perpetrados. Sólo así los criminales de profesión
serían combatidos ven tajo~amente.
Contra ellos es contra quienes promulgb Fran-
cia la ley de 27 de Mayo de 1885, adoptando
la deportación perpetua para los reincidentes,
cuya repetición especificada de ciertos crímenes
arguye una índole incapaz de enmienda y de
adaptación á las normas regulares de la vida
social (1).
El ejemplo está dado; ojalá se siga.

(1) La ley dispone lo siguiente:


a Art. 1." La relegación consistirá en internar perpetuamente
en el territorio de las colonias 6 posesiones francesas á 10s
condenados 4 quienes la presente ley tiene por fin desterrar
de Francia.
e . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . S

Art. 4." Serán relegados los reincidentes que, en cualquier


orden que siea y en un intervalo de diez afios, no comprendien-
do la duraci6n de la pena sufrid a, hubiesen incurrido en las
condenas enumeradas en alguno de los phrrafos siguientes:
1." Dos condenas 4 trabajos forzados 6 reclusi6n;
2.O Una de las condenas mencionadas en el p4rrafo anterior
6 dos condenas, ya 4 prisi6n por hechos clasificados como crí-
menes, ya á más de tres meses de prisibn por hurto, robo, sbu-
SO de confianza, ultraje pfiblico al pudor, excitacidn habitual
de los menores al libertinaje, 4 la vagancia 6 á la mendicidad;
3.' Cuatro condenas, ya 4 prisi6n por hechos calificados de
crfmenes, yn 4 m4s de tres meses de prisi6n por los delitos es-
pecificados en el párrafo anterior;
4.' Siete condenas, dos por lo menos previstas en 10s pn-
rrafos anteriores, y otras dos, ya por vagancia, ya por liaber
infringido la interdicción de residencia en cualqiiier punto in-
La identificacidn de los criminales por media
de la antropometria.

Es notoriamente simple, empírico y falaz, el


método adoptado en el reconocimiento de la
identidad de la persona de los delincuentes ó de
los individuos capturados como presuntos auto-
res de algún delito.
La comprobación de la identidad es siempre

dicado en la condena, con la condición, sin embargo, de que


doe de estas condenas hayan sido superiores á tres meses de
prisi6n. Son considerados como sospechosos y castigados con la
pena ~efialada4 la vagancia todos los iudividuos que, aun
cuniirlo tengan domicilio cierto, obtengan habitualmente 10s
medios de subsistencia del hecho de practicar 6 facilitar el
ejercicio de juegos ilícitos 6 la prostitución de otro.%
. . . . . . . . . . .........,..
La legislación antigua de nuestro país defendía la seguridad
pilblica y las haciendas de los ciudadanos con mayor eficaoia
que lo hace la moderna.
En uno de los articulas de las Cortes de 1331, dice Ale-
necesaria para evaluar los precedentes de los
criminales y para medir con mayor exactitud su
responsabilidad criminal, y es además de eso
un medio idóneo para proyectar luz en la ins-
trucción de los procesos.
El método seguido entre nosotros no ofrece

jandro Herculano, se afirma que, desde tiempos antiguos, es-


taba generalisada en el reino la costumbre de que pagasen
los ladrones el doble del robo al robado y siete tantos al fisco;
pero que esa pena se aplicaba solalnente la primera vez que
se perpetraba el delito, y que en el caso de reincidencia el la-
drón era ahorcado.
A la misma costumbre alude la Ordeuauza Alfonsina, li-
bro V, tit. 66, que manda pagar nueve veces lo hurtado al au-
tor del primer hurto, pago que se debía realizar al pi6 de la
horca, y prescribe que se ahorque a l ladrón extraño 4 la villa
6 lugar en que delinqui6, siendo el hurto superior á veinte
libras.
Se infiere de la Ordenanza Filipina, libro V, tít. 132, que
los vagos de Lisboa que hurtaban bolsas, si reincidían, des-
pu6s de sueltos la primera vez, eran deportados bajo prisi6n
para el Brasil.
Estas referencias históricas no se hacen con el intento de
exhumar la feroz legislacibn antigua y con ella alzar la horca;
pero si para llamar la atenci6n hacia dos principios que no se
pueden calificar de incompatibles con las costun~bresactua.
les. Consiste uno en quitar al hurto y al robo la tentadora
ventaja que el delincuente lo encuentra, quedando éste obli-
gado á la restitnción agravada, y otro cousiste en el proceso
elirninativo de los individuos antisociales.
Estos principios, modificados en armonía con el estado de
la civiliznción, producirían mejores resultados respecto 4 la
dismiiiución de los delitos que las penas que dejan 4 los de-
lincuentes en libertad de gozar el fruto de su rapiña, y que
sólo temporalmente les impiden el ejercicio de su industria.
garantías de certidumbre en el reconocimiento
de los individuos, tan pronto como se disfrazan
adoptando pseudónimos oscuros y con indica-
ciones falsas respecto 6 su naturaleza, estado y
profesión.
Nadie ignora que los delincuentes habituales,
los reincidentes incorregibles, habitan con prefe-
rencia en los laberintos de las ciudades, que
son más favorables al ejercicio del hurto, del
robo y de las demhs formas de adquirir medios
con los que llevan una existencia que oscila en-
tre la miseria y la inmunda orgía. Esta varie-
dad de delincuentes, para burlar la vigilancia y
la persecución, emplea h6biles metamorfosis y
consigue con frecuericia lanzar con ellas polvo
6 los ojos del Argos de la policia.
De igual manera proceden los prófugos de
las c6rceles, distingui6ildose en el disimulo aque-
llos 6 quienes la naturaleza dotó de mayor as-
tucia, ó aquellos 6 quienes la práctica y la ex-
periencia han hecho m8s cautos, m6s previso-
res y diligentes.
Seria trivial encarecer la conveniencia de adop-
tar un procedimiento que inutilizase las artima-
íías de los criminales.
La ventaja es evidente, no tan sólo para la
instrucción de ciertos procesos, sino tambibi~
para la más justa aplicación de la ley penal.
E1 método de Mr. Bertillón, fundándose el1 la
combinación de la fotografía y de la antropo-
metria, corresponde satisfactoriamente b aquel
intento; pues que, consistiendo en la nota de
señales invariables, mAs resistentes á la accihn
de la edad y con caracteres precisos, dificulta
los disfraces de los malhechores y hace inútil
toda simulación en virtud de la cual pretendan
pasar por hombres honrados.
En la conferencia de 22 de Noviembre de 1885,
en el congreso penitenciario de Roma, Mr. Ber-
tillon, exponiendo su método, dice terminante-
mente: que tan sólo en los romances podía ad-
mitirse el reconocimiento de los individuos por
indicaciones tales como: rostro oval, ojos cas-
taños, nariz regular, etc.
Por medio de la antropometría se fija la per-
sonalidad humana, tomándose notas y medidas
exactas del cuerpo, y por su conjunto, con el
auxilio de la fotografia, se llega rhpidamente al
reconocimiento de los individuos que hayan sido
ya sometidos al mismo procedimiento de me-
dición.
Hace poco mbs Ó menos 15 años que la policía
de París había adoptado la fotografía para iden-
tificar los reincidentes; pero la acumulación de
las colecciones de retratos probó que era casi im-
posible, ó muy difícil, buscar y encontrar un de-
terminado retrato en medio de millares de foto-
grafías.
No fue tan útil como se presumía este medio
de reconocimiento; porque los reincidentes más
arteros continuaroii burlkndose de la policía y
gozando de un favor relativo de los Tribunales,
eil donde eran juzgados sin el extigma de la rein-
cidencia.
Hechas las medidas se forman grupos distintos
de fotogra fías: uno de los individuos de estatura
alta (superior á 1'68 metros); otro de los de esta-
tura media (1'62 á 1'67 metros); y otro de los ba-
jos (de 1'61 á 1 metro).
Cada grupo es, según el mismo principio, sub-
divido en otros, tomándose ya únicamente por
base la longitud de la cabeza; estos nuevos gru-
pos todavía se subdividen en vista de la longitud
del pié, form&ildosecolecciones especiales, según
que los piés sean grandes, medianos, 6 pequeños.
Del mismo modo se proceder& con referencia
la longitud de los brazos puestos eri cruz, ha-
cié n dose subdivisiones sucesivas, tomando por ba-
se la edad aproximada de los individuos, el color
de los ojos, etc.
Según la exposición que hizo Mr. Bertillon en
el Congre so de Antropología criminal, una colec-
ción de 75.000 fotografías puede reducirse A series
de 50, haciéndose facilísimo averiguar si un indi-
viduo figura en alguna de esas series, se le talla
la estatura y con esta indicación se va al grupo
correspondiente; se procede & otras medidas, y
por indicaciones sucesivas, se llega tí averiguar
si el individuo ya fue retratado.
Es rarísimo -dice Mr. Bertellon- encontrar,
aunque sea entre millares de fotografias, dos per-
sonas que tengan aproximadamente los mismos
diameiros de cabeza, el mismo dedo medio, el mis-
mo pie, la misma longitud de los brazos abiertos
y el mismo color de ojos.
A pesar de ser manifiestas las ventajas de este
procedimiento deidentificación, todavía hay quien
contra él ha hecho algunas objeciones.
Mr. Macé, antiguo empleado superior de la po-
licía francesa, denomina la antropometria un
mot ci grancl effet, en su libro Le seroice de la sdretd.
Este escritor manifestó en carta á Mr. Ber-
tillon sus dudas acerca del método, calificándolo
de impracticable, porque las medidas exigen un
personal concienzudo y muy inteligente, Ademhs
de eso, con escrupulosa pulcritud, considera di-
cho método inaplicable al sexo femenino.
Contando que Mr. Bertillon había sido auto-
rizado para hacer experiencias en el depdsito,
añade:
«El sistema esth ahora juzgado y no dudo en
afirmar que está lejos de la infalibilidad que su
autor le atribuye.
»Son numerosos sus inconvenientes.
»Deja mucho que desear en cuanto al aseo
y 6 la higiene, porque los mismos instrumentos
pasan de una cabeza á otra sin haberse limpiado
suficientemente.
»La operación recuerda la toilette A que el
verdugo obliga B los condenados antes de la eje-
201
cución. Los presos que han de ser medidos, se
llevan á la presencia de Mr. Bertillon, descalzos,
en mangas de camisa, desabrochado el cuello, y
con las mangas remangadas; despubs se les arri-
ma en hilera á la pared con los brazos en cruz,
lo más extendidos que sea posible. Se les miden
los piés, las manos, la cabeza en todas direc-
ciones, se le abren los párpados, se discute el
color del iris y no siempre se llega á un acuerdo.
»En fin, durante un cuarto de hora, si 120 pa-
decen una verdadera tortura, sufren, por lo menos,
repetidos contactos vejatorios.))
~ES~O argumentos
S son realmente patéticos!
iNada hay que recuerde con más verdad el
horror á las torturas de la Edad media que esos
contactos de la antropometría, y causa lastima el1
verdad el sufrimiento de los melindrosos asesinos
y ladrones 6. quienes Mr. Bertillon aplica el su-
plicio de ponerse en mangas - de camisa y colo-
car los brazos en cruz!
sólo corazones de granito podrán resistir la
emocibn que deber6 causar una fila de rateros
sin botas y con las mangas de la camisa re-
mangadas!
Ahora bien: de las condolidas y altruistas
observaciones de Mr. Macé, sólo se deduce que
los empleados de la policía francesa son sucios,
pues que hacen uso de instrumentos que no
están limpios.
Depende por tanto de bien poco d que pueda
202
adoptarse y considerarse como asequible el mé-
todo antropométrico.
La rutina despert6 ya de s u sueño tranquilo,
profundo é hinchado; ojalá que no despierte
de todo y que no inutilice una invonción que
tiende al perfeccionamiento de la represión penal.
C A P ~ U L Oix.

Trabajo de los condenados.

En el congreso penitenciario de Roma se acor-


dó que, en ciertos paises y en determinadas cir-
cunstancias, puede ser conveniente el estableci-
miento de trabajos públicos fuera de las chrceles
para los condenados á penas temporales, y que
estos trabajos no deben ser considerados incom-
patibles con los sistemas penitenciarios actual-
mente en vigor en diferentes paises.
Esta conclusión del congreso podrá haber
causado extrañeza ti los intransigentes partidarios
de la pena de prisión celular con aislamiento,
y principalmente ti aquellos que funden el de-
recho de castigar en el principio de la expiación;
pero no dejará de ser acogida con asentimiento
y aplauso por aquellos que sustituyen el derecho
místico de castigar por el derecho científico de
la defensa social.
La idea de aprovechar el trabajo de los con-
denados en explotaciones agrícolas, roturacibn
de terrenos incultos, canalización de aguas y otras
obras, tiene á su favor, no sólo la experiencia,
sino también la opiiiión de competentes crimi-
nalista~.
En Austria, el Gobierno, para evitar los per-
juicios que pudieren causarse á la industria
libre, determinó que en las carceles se elaborasen
solamente los artículos necesarios para la ad-
ministración del Estado; pero para evitar que,
escaseando este género de trabajo, quedasen es-
tériles tantas fuerzas productivas, resolvió que
los condenados se empleasen en mejorar terrenos
propios para la agricultura.
En el valle de Gail se estableció una colo-
nia penal, muy distante de la penitenciaria de
que es una ramificacióil, y para allí fueron re-
movidos 65 coiidenados, á fin de que ejecutasen
los trabajos necesarios para regular la madre
de un torrente, que recorre aquel valle, y que,
todos los años, en la estación lluviosa, se des-
bordaba por escarpados declives, asolando los
terrenos adyacentes.
En esta obra fueron admitidos también ope-
rarios libres; pero el trabajo de los condenados
era más productivo, porque s e desempeñaba
bajo el régimen de la disciplina militar.
La colonia penal fiJó su residencia en la
aldea de Hatschach bajo la vigilancia de ocho
guardias y un jefe.
Al principio los condenados se quejaron de
flojedad; pero al poco tiempo recobraron fuerzas,
como resultado de las excelentes condiciones
higiénicas en que estaban y de la alimentación
sustanciosa que se les suministraba.
E11 14 de Agosto de 1886, sucedió un caso que
prueba la firmeza de la disciplina de los colonos.
Estalló un incendio en la estación postal, B
pequeña distancia del lugar de los trabajos. Los
condenados pidieron permiso para acudir B la
extinción del fuego. Fueron atendidos; marcha-
ron para al16 al mando de dos guardias y tra-
bajaron con un celo infatigable, evitando que el
fuego se comuiiicase ti la iglesia y otros edifi-
cios próximos.
;A pesar de ser facilísima la fuga en medio
de la confusión general producida por el iucen-
dio, que devoró ti gran parte de la aldea, nin-
guno de los condenados se evadió ni infringió
la disciplina!
La importancia que tiene un discreto 8pliOT7(?-
chamiento de la fuerza productiva de los conde-
nados se comprueba también con uii ejemplo
entre nosotros.
En la memoria del consejero procurador re-
gio de la Audiencia de Lisboa, Excmo. Sr. Don
Manuel Pedro de Faria Azevedo, acerca de la
casa de detención y corrección, impresa en 1877,
se lee lo siguiente:
«Luego que por la ley de 15 de Junio de
1871 fué aquel edificio (el convento de las MÓ-
nicas) destinado para casa de detención y co-
rrección, y conforme B la autorización conce-
dida en oficio de 24 de Marzo, escogí de entre
los presos del Limoeiro un cantero, un carpin-
tero y seis trabajadores, que acompaííados por
seis soldados de la guardia municipal y por
un guardia de la cárcel, iban allí, todos los
dias que no eran de fiesta, B trabajar en los
arreglos interiores del edificio, mediante un pe-
queño salario pagado por la consignación, que
la ley destinaba para la casa de corrección.
Este número de operarios fué aumentando du-
rante el curso de las obras, B proporción que
entraban en la cárcel presos que, teniendo en
cuenta sus profesiones y la pena impuesta, podían
emplearse allí.
»El día 3 de Julio comenzó esta gente sus
trabajos.
»La diferencia de salarios y la disciplina de
los trabajadores me indujeron B utilizar este
medio para que la obra saliese más barata.))
La dirección de los trabajos fué confiada B.
un carpintero, que era también condenado, Y
todo siguió un curso satisfactorio, no habiendo
ocurrido tentativa de fuga ni otro accidente con-
trario á la disciplina.
Esta experiencia es un indicio de lo mucho
que puede esperarse del trabajo de los con-
denados, siempre que se haga una prudente
selección de aquellos que, sin peligro para la
sociedad, puedan ser empleados en trabajos fuera
de las cárceles con gran ventaja pública.
Hay todavía mAs ejemplos extranjeros que
también es conveniente recordar.
El establecimiento penal de Woking y una
parte del de Pentonville fueron construidos por
condenados, y de igual suerte las chrceles de
Rendoburg en Prusia, la de Norimberga en Ba-
viera, y la de Lanhgolm en Suiza.
En Inglaterra fueron también construidos por
presos fortalezas y puertos con grande economia
para el Estado.
En Italia, hace pocos años, los reos que esta-
ban cumpliendo sentencia se ocuparon en trabajos
al aire libre, en Pianosa, Gorgona, Castiadas é
Isili.
Según las instrucciones de la administración
de las chrceles italianas, fueron destinados á es-
tas verdaderas colonias penales aquellos conde-
nados que hubiesen ya cumplido la mitad de la
pena, y dado pruebas indubitables de arrepenti-
miento, que en los Gltimos seis meses no hubiesen
incurrido en castigo disciplinar, que fuesen de
robusta constitucibn y á propósito para 10s tra-
bajos rurales.
En Italia tiene eminentes partidarios la idea
de utilizar la actividad de los criminales en las
explotaciones agrícolas.
En Mayo de 1878 el Senado aprobó un pro-
yecto para el mejoramiento del agro romano, y
habiendo pasado 5. la Cámara de los Diputados, un
miembro de esta Cámara propuso que parte de los
trabajos fuese ejecutada por una colonia de presos.
El Código penal del imperio germánico admite
trabajos fuera de las cárceles, y en Prusia esthil
todavía en vigor los reglamentos de 21 de Abril
de 1855 y de 4 de Agosto de 1858 en que se pre-
ceptúan las reglas que deben observarse en la
construcción de carreteras, de diques, inejora-
miento de terrenos, etc.
En la memoria enviada por la adn~inistración
de las prisioi~esprusianas al congreso peiiitencia-
rio de Londres se emitió el siguiente parecer:
«Queremos, como regia general, la aplicación del
regimen celular para la detención preventiva y
para las penas de corta duración; la conceptua-
mos indispensable también en el primer periodo
de las otras penas; pero al mismo tiempo será
preciso encontrar rriedio de hacer trabajar al aire
libre 6 los condenados más do lo que permiten
los actuales reglamentos, organizando estos tra-
bajos de manera que en este estado se preparen
para volver ii la comunidad civil.»
El vizconde de Haussonville, en su memoria
sobre la iiiforriiación abierta en Francia acerca
del sistema penitenciario, dice lo siguiente:
«Es de lamentar que no se hayan empleado
más perseverantes esfuerzos para variar la natu-
raleza de las ocupaciones en que se emplean los
reclusos de las prisiones centr~iles.Como ya he-
mos dicho, la población rural, operarios agrícolas
y otros, constituye aproximadamente la mitad de
los presos. 1De que sirve afanarse en familiarizar
estos hombres con ejercicios industriales, que á
veces repugnan á su índole y hábitos y que no les
reportarán en lo futuro utilidad alguna? Hay una
pérdida considerable de tiempo y de aptitudes que
es muy sensible para los intereses económicos.
En el día en que sea necesario construir una nue-
va casa central, manifiesto como opinión exclusi-
vamente mía, el voto de que sea una penitenciaría
agrícola, fundada eii alguna de las regiones de
Francia, que por desgracia eslán incultas, aun
cuando esta casa se destine iinicamente á recibir
los presos de origen rural.»
Estas citas se hacen con el fin de demostrar
cuan generalizada estB la idea de aprovechar el
trabajo de los condena dos fuera de las cárceles,
sin que esto se considere con10 incompatible con
el principio de la represión de los delitos.
No deseando acumular gran niimero de ejern-
p l o ~ ,aludir6 todavía á los dos establecimientos
penales de Holanda, de que ya tratO en capitiilo
anterior.
En Ommer~,chailshay una peiliteilciaría agríco-
la B industrial, eii la que unos condenados ejercen
14
las funciones agrícolas y otros las industriales que
más relación tienen con la agricultura. En Veen-
huizen hay otra para donde se trasportan los pre-
sos que en las carceles se hayan distiilguido por
su buen comportamiento y aplicación al trabajo.
La creación de establecimientos idénticos entre
nosotros no puede dejar de ser precedida de una
profunda reforma en la legislación penal; pues que
el sistema vigente no es compatible con la aplica-
ción practica de estas ideas, 6 no eer en las pro-
vincias ultramarinas, para donde se envían 10s
deportados (degredados). Siendo la base de nuestra
penalidad el régimen de separación celular, es cla-
ro que las colonias agrícolas é industriales sola-
mente pueden admitirse introduciendo en la ley
la gradación del sistema progresivo, que existe de
hecho para la mayor parte de los reos que, des-
pués de cumplida la pena penitenciaria, van para
Africa, en donde, teniendo quien los afiance, gozan
de liberbad en condiciones que guarda alguna ana-
logía con la libertad provisional del sistema Ir-
landés.
Los establecimientos penales agrícolas é indus-
triales constituyen un complemento del sistema
peiiitenciario, como los asilos para los locos delin-
cuentes y los establecimientos para los incorre-
gibles.
Si, como es probable, se introduce algún día
eil la legislacióil penal portuguesa el principio de
la libertad condicional, la experiencia ser& teme-
raria, no habiendo establecido previamente colo-
nias penales. La regeneración de los criminales
no puede admitirse por presunción, sino en virtud
de hechos debidamente examinados y comproba-
dos. Pretender que la clausura celular transforma
siempre un criminal en hombre de bien, es nave-
gar sin timón ni brújula en el mar vastisirno de
una teoría sentimental.
Un experimentado director de prisión, Elam
L ynde, decía á Beaumont y Tocqueville:. .... «no
creo en la reforma completa, excepto de los jó-
venes delincuentes. A mi entender nada más raro
que ver á un criminal de edad madura conver-
tirse en religioso y virtuoso.
»No tengo fé en Ia santidad de los que salen
de la cárcel; y no creo que los consejos del
capellAn, ni las meditaciones del recluso lo trails-
fornlen en un buen cristiano. Pero me parece
que un gran número de antiguos condenados
no reincidirían y se convertirían en ciudadanos
útiles, si en la cartel aprendiesen un oficio y
contrajesen el I-itibito del trabajo.
»Esta es la única reforma que tengo espe-
rado siempre y pienso que es la única que la
sccicdad puede exigir.))
En estas pocas palabras se encierra el juicio
critico del sistema perii tenciario hecho por y uien
tenía de éi una alta comprensión nacida de ulla
larga experiencia.
El trabajo es el primer elemento moralizador,
2 12
tal vez el unico, y por eso mismo el problema
que más vivamente se impone á la solución de
los que Fe preocupan con la penologia.
El deliricuente á quien la ley encierra en una
prisión celular y que vive allí á expensas de la
sociedad, que le expulsó de s u seno por un de-
terminado i~úmerode años, no patentiza del modo
más evidente s u rehabilitación y capacidad para
entrar de nuevo en el medio social, sino cuan-
do con s u trabajo y esfuerzo concurre á la eje-
cución de obras de ilotoria utilidad publica.
Con el sacrificio de SU libertad, y con las
pruebas manifiestas de ?u actividad prodiictiva,
coiiseguirá más fácilmente elevarse desde la tor-
peza del crimen A la dignidad de ciudadano.
Es necesario también no atender exclusiva-
mente á la influencia moral del trabajo fuera
de las chrceles: es preciso reparar en que la
clausura celular produce en algunos criminales
una acción debilitante que, muchas veces, los
inhabilita para las fatigas de la vida, y que los
restituye á la sociedad inermes y valetudina-
rios, más aptos entonces para pedir al crimen
y á la caridad los recursos indispensables para
su subsistencia.
H e r e n c i a morboaa.

La legislación de los pueblos cultos única-


mente se ocupa del matrimonio desde el punto
de vista de su regimen civil, determii~ando las
formas de este coiltrato, sus condiciones y efec-
tos, los derechos y deberes de los cónyuges, y
adoptando el principio de que 4 todos es permi-
tido organizar una familia en virtud del mutuo
acuerdc y concurso de dos voluntades, expresa-
mente manifestadas por medio de ciertas fór-
mulas, contiene apenas algunas restricciones ó
impedimentos aconsejados por nio tivos puramente
civiIes 6 de orclen moral.
E1 Código civil portuguks en el artículo 1073
prohibe el matrimonio B los parientes por con-
214
sanguinidad ó afinidad en línea colateral; 6 los
parientes en tercer grado en la misma línea, ex-
cepto si obtuvieron dispensa; á los menores de
catorce años del sexo masculino y de doce del
femenino; y á los ligados por matrimonio no
disuelto.
La restricción impuesta A los matrimonius
entre consanguíneos xio se funda en razones fi-
siológicas, y bien claramente lo prueba en De-
creto de 26 de Diciembre de 1878, que, regu-
lando la forma de la concesión de las dispen-
sas, presenta, como circunstancias atendibles para
obtenerlas, las siguientes: la esperanza de que
el casamiento sea ventajoso para los hijos de
un anterior matrimonio; la ~dyuisicióilde me-
dios para los impetrarites, ó para sus padres ne-
cesitados ó enfermos; la probabilidad de que
terminen pleitos y disensiones de familias; las
razones de moralidad y decoro doméstico; re-
moción de eschndalos, y otras causas cuales-
quiera igualmente plausibles, que puedan con-
siderarse razonablemente de público interés,
del de los que soliciten la dispensa.
En este singularisimo decreto, á lo que menos
se atiende es 8 la felicidad de los contrayentes,
6 sus aspiraciones, y al amor que los atrae;
puesto que se coloca como última razón para
la dispensa el interés de los que la solicitan,
por encima del cual está la esperanza de que
el matrimoiiio sea próspero para los hijos de
215
un vinculo anterior, el termino de discordias do-
mésticas, etc. !
Tampoco nuestra legislación civil considera
como causa de nulidad del matrimonio sino las
infracciones de lo dispuesto e11 el articulo 1073
ya citado.
El sociólogo Letourneau, tratando del matri-
monio, predice que el organismo social se ha
de transformar de modo que el estado sustituirá
6 la familia en el cuidado de la crianza de sus
futuros ciudadanos, llegando á ser para enton-
ces las uniones sexuales consideradas como actos
de la vida privada, en que los interesados ten-
drán la facultad de estipular libremente sus con-
tratos matrimoniales, sin ligaduras reglamenta-
rias, y únicamente subordinados á algunas re-
glas generales consagradas por la experiencia.
No conozco por qué serie de iilduccioiles llegó
Letourneau á tal conclusión, que me parece sin
embargo contraria á la evolución de este hecho
social, que, principiando en las sociedades hu-
manas primitivas por las uniones sexuales de un
naturalismo puramente aniirial, pasó por trans-
formacioiies sucesivas hasta la monogamia, que
es tenida como el tipo conyugal por excelencia,
y que el mismo escritor considera como la Única
base sólida de la constitucióil de la familia, en
cuyo seno exclusivamente podrdn encontrar abri-
go, protacción y educación las nuevas genara-
ciones.
Al contrario del ilustre sociólogo, pienso que
las uniones conyugales no deben quedar entre-
gadas al arbilrio imprudente de los individuos,
y que la higiene social exige que, dentro de
ciertos límites, s e establezcan preceptos regula-
dores de un acto que tiene tamaíía importancia
en la conservación y deseiivolvimiento progresi -
vo de nuestra especie (1).

(1) Recieiiteinente se publicó en Italia un libro con el


titulo siguiente: I matrimoni f r a consanguinei in relazione all'
igiene ed a2 cddice civile.
El sabio Lombroso, dando noticia de dicho libro en el fas-
ciolo 111 del Archivio di psichiat~ia,scienze penale ed ant~opo-
logia criminale, dice lo siguiente:« Ernesto Hseclrel es juutairien-
te citado para demostrar que una doble y mala selección per-
judica á la sociedad; la seleccion n-iilitar, que indirectamente
abrevia la ida de la parte sana de 10s pueblos, y la selección
médica, que no 8610 no c u r , ~los afectados de eiifermedades
graves, sino que permite que concurran ti la procreaci6n de
nuevas estirpes enfermas.
»En efecto, diariamente se va desenvolviendo la creaci6~
de hospicios para recoger y cursr los productos defectuosos
de la raza humana, m$s epidémicamente afectada hoy dfa
de 18 trasrriisión del raquitismo y de la escrófula. Pero el
autor piensa que seria preferible prevenir esta degeneraci6n
que reprimirla, y prevenirla por una ley, que regule la facul-
tad de la procreación. ¿Por que -pregunta- se consiente el
matrimonio á los tísicos, 4 los escrofulosos y 4los locos? ¿Por
qué se trata del perfeccionamiento de las razas inferiores
Y se olvida el de la estirpe humana?
))El autor se ocupa de l a cuestión de la libertad indivi-
dual, con que otros le objetan, probando que sobre la libertad
de cada uno debe preponderar absolutamente la salud de
todos, que es nuestro principio.))
217
«La muerte, dice Savage Lindor, es algo me.
nos grave que el casamiento.
»La muerte es la planta envejecida que arran-
ca el jardinero para dejar lugar á otra.
»Basta que algunas lagrimas rieguen la tierra
recien movida para que nuevas plantas la cubran!
La muerte no es un golpe, ni tampoco una pul,
sación, es una pausa.
»Pero el casamiento desenvuelve la serie im-
ponente de las generaciones sin fin, las cuales
traerán grabadas en la frente estas palabras fatí-
dicas: salud, genio, honra, 6 tal vez: enfermedad,
estupidez, infamia!»
La repiaoducción es una condición sin la cual
una especie no podría conservarse; y su persistencia
y caracteres de superioridad serAn tanto mayores
cuantos m6s perfectos fueren org8nicamente los
individuos que concurran, por medio de las fun-
ciones genksicas, al desenvolvimiento de la especie.
Las leyes biológicas de la herencia psicológica
son sobradamente conocidas, y hasta no escapan
h la observación del vulgo, pues que frecuente-
mente se oye decir:
«Esta criatura es el retrato de su padre, de
su madre ó de su abuelo.))
Y tampoco es extraña al instinto popular la
noci6n de la herencia psicológica, como lo de-
nuncia el adagio: -de tal padre tal hijo- y otras
locuciones que expresan que de buen arbol ge-
nealógico no se debe esperar mal fruto.
La herencia biológica es una ley uiliversal.
Todas las criaturas se asemejan 6 sus pro-
genitores, y en la mayor parte de los casos la se-
mejanza es exactisima; hasta las pa~ticularidacles
individuales, sea cual fuere su naturaleza, son
casi siempre trasmitidas 6 algunos de los des-
cendientes (1).
La estructura externa y la coiiformación inter-
na son también hereditarias.
El color, la forma, el volumen del cuerpo, cl
sistema circulatorio, el digestivo, el muscular, las
dimensiones del cruneo y las circunvoluciones del
cerebro, todos los órganos en fin del cuerpo hu-
mano estha bajo la influencia de la ley de la he-
rencia, que los reproduce con sus cualidades úti-
les, ó con SUS defectos.
La herencia rige lo mismo los caracteres su.
bordinados, que los dominadores.
Así, la fecundidad, la duración de la vida, 10s
modos de ser completamente personales, que 10s
médicos llaman icliosincrasias, se trasmiten por
la vía semiual.
La longevidad depende mucho menos de la raza,

(1) Seg6n una observación de Draper-Makinder (Brit. med.


Journal, 1857), la falta de las primeras y segundas falanges
en muchos dedos ya se tiene trasmitido hereditariamente
durante siete geuerdcioues. Identic8 observación se h n hecho
con respecto al exceso de decios, fenómeno reproducido en Be-
neraciones siicesiras. (Biicliner-Scicncc et ?zatzwe-Desldritagcs
pltysiologipzces).
219
del clima, de los hAbitos, del género de vida y de
la alimentacíón, que de la trasmisión hereditaria.
Estas condiciones influye11 en la vida media;
pero la longevidad individual es un privilegio que
se obtiene por el nacimiento.
En Inglaterra las compañías de seguros sobrela
vida acostumbran á tomar, por medio de sus agen-
tes, informes acerca de la longevidad de los ascen-
dientes de las personas que solicitan el seguro.
En Grecia había familias de atletas, como hay
hoy en Inglaterra familias de jugadores de box
y de remadores, que se distinguen por la supe-
rioridad de su fuerza muscular.
La herencia morbosa, que fué asunto de vi-
vas discusiones entre los médicos, parece estar
ya juzgada, por cuanto, si algunos niegan to-
d a ~ í ala trasmisión de la enfermedad, admiten
sin embargo la predisposición para contraerla (1).
«Los ascendientes, dice Legrand du Saulle,
no trasmiten la enfermedad, pero si la predispo-
sicibn. »
Nadie puede razonablemente refutar que la he-
rencia fisiológica no irifluya en la psicológica.
Los metafísicos tendrán dudas y reparos que opo.
ner; pero la ciencia no dispone de tiempo suficieil.
te para detenerse en la discusión con espiritistas.
El histerismo, el alcoholismo, Itl epilepsia y
220
otras afecciones morbosas ejercen un influjo fatal
sobre las facultades mentales.
<tCualquiera que sea la doctriiia que se quiera
admitir para explicar la herencia de los caracteres
normales 6 morbosos, ya se admita la doctrina de
la pangenesis de Darwin, ó la de la unidad fi-
siológica de Spencer, ó la pez-igeilesis de Hae-
ckel, ó la última del plasma germinativo (Keirn-
plasma de Wisemanil) hay siempre necesidad de
reconocer la trasmisibilidad, por la generación,
de propiedades quimicas ó rnoleculares tales que
imprimen un movimieiito par+ticulnr para la ilu-
trición del orgaiiismo naciente, en que se maili-
fiesta la particularidad fisica y psíquica para que
se había recibido la disposición (Annali di fre-
niatria e szienze af$ni, fasc. 1.0, pig. 85.)
La trasrnisióii hereditaria de defectos fisioló-
gicos da origen á que aparezcan individuos de.
generados, que, no siendo eliminados por sim-
ple selección natural, por falta de las necesarias
condiciones de resistencia, se convierten en una
carga social, y 6 veces en uil verdadero peligro,
cuando el crimen constituye su idiosincrasia.
Además de eso, por medio de la generación con-
tribuyen al enflaquecimiento de la especie.
Todos los animales luchan por su existencia
y la de sus deecendieiites.
Quien vence las dificultades que se oponen
al desenvolvimiento de su organismo, triunfa y
vive; los demas sucumben, perecen en el com-
bate, viotimas de la agresión franca 6 insidiosa
de enemigos visibles ó invisibles; pero no sola-
mente resisten y triunfan los que están dotados
de fuerzas superiores.
«Si fuera así, dice el profesor italiano Sergi,
todos los seres estarian en una condición per-
fecta de vida, y sus desceridientes, heredando
las felices disposiciones de sus progenitores,
serían por SU turno vencedores y perfeccionados
orgáilicamentr.; ó por lo menos pasarían los des-
cendientes por un iluevo tamiz, el cual, poco
6 poco, eliminaría todos los débiles, para dejar
lugar solamente ii los fuertes. Pero no sucede así.
»No todos los débiles niueren, ni todos los
qu3 poseen la resistencia de los fuertes sohrevi-
ven y se reproducen en la descendencia.
))Todavía un gran número de los flacos ob-
tiene la victoria en la lucha, vive y se propaga.
»Aquellos, A despecho del triunfo, trasmiten
6 los descendientes s u inferioridad, y en vez de
auxiliar la evolución y me,joramiento de la es-
pecie, le son nocivos.»
Llámales degenerados el ilustre profesor, Y
en esta clase comprende los locos, los suicidas,
los mendigos (1) y los criminales.

(1) E l profesor Seigi dice de los mendigos lo siguiente:


«El mendigo no es un criminal, pero hay mendigos delin-
cuentes y delincuentes mendigos.
»Mendigo es el individuo que en el medio socid es inca-
iDeberi\ la legislaciói~ de un pueblo ser in-
diferente á la propagacióli de esta clase de in-
dividuos por medio de la institucibn del matri-
monio, dejando de regularlo de manera que no
haya restricciones saludables para la especie y

paz de procurarse &rectamente loa medios de subsistencia, y


pide á los demgs: solamente por eso es un degenerado; por
esta inaptitud manifiesta los caracteres de su inferioridad.
>)Muchasson las causas de la existencia de los mendigos en
la sociedad humana, y muchas son tambibn las causas de su
falta de aptitud por las cuales no pueden obtener los medios
de subsistencia; sin embargo, las sociales y adquiridas preva-
lecen sobre las nativas y biol6,'oicas.))
El ilustre escritor, dividiendo en grupos los mendigos
seg6n el origen de su incapacidad para vivir por su ehfuer-
zo laborioso, y coiisideraiido más numerosa la clase de los que
lo son por inercia habitual, por ocio y vagancia, nfiade:
«!Poda este gente, s i es inhSbil flsicamente para el trabajo,
es indudablemente degenerada; si es incapaz por los hábitos
viciosos, no es menos degenerada que la primera; diferencián-
dose tan sólo en que 6sta tiene causas más eficaces, aqiiella es
una degeneración por vicio 6 degradaci6n del modo de vivir en
sociedad, degeneración que hasta cierto punto se podria evitar.
,Se afíade á. esto la herencia peri~iciosay e1 geiiero de vida
de todos los mendigos, sca 1% que fucre su ci:ise. Iomuudicin,
frecuencia de sociedad malísima y viciada, alcoholisi~o,va-
gancia, relaciones sexuales clandestinas si no iiicestiio~ns,so-
domía, son los aliados natnrales de la mendicidad. De aquí 1%
proximidad con el delit,o y después la alianza con 61; son las
consecueiicias funestas. De donde se origina que hay mendigos
criminales y criminales mendigos. La escoria biol6gica y socinl
esta generalmente compiiesta de delincuentes y mendigos
Y uno8 y otros con~litriyeu principalmente 1% degeneración
humana. ))
para la sociedad? Fér6, medico de Bicetre, res-
donde afirmativamente.
En s u libro Sensatidn et mouoement, dice lo
sigueinte:
«Se asegura que la función de protección es
la esencial de todo gobierno. iSe cree que esta
cumplida cuando se protegió la parte más de-
generada de la población contra la m8s viva y
más fecunda? Se puede discutir la legitimidad
del derecho de castigar; sin embargo el derecho
de ser protegido, cuando se han satisfecho to-
das las obligaciones sociales, es indisc.utible.
»Pero no es solamei~telimitando, en cuanto
sea posible, por la inflexibilidad de la ley, la
acción de los entes nocivos la manera como se
puede retardar el progreso de la degeneración,
es, sobre todo, oponiéndose á que se reproduz-
ca. iCórno se llegara á este resultado? No hay
ley en que se apoye la interdicción del matri-
monio ti los degenerados, y no se puede supo-
ner una ley semejante; porque &quién estaría en
el caso de poder definir el grado de degenera-
ci6n en que se debía parar? El único medio
que puede intentarse es el instruir a1 publico,
hacerle conocer, por todos los medios, como
una urgeilte necesidad, las leyes fatales de la
herencia y de la degeneración, de modo que los
menos previsores se pusiesen á la defensiva. Es
menester disipar el error de que una infusióil
de sangre nueva hace retroceder una familia en
la escala de la degeneración: eil estos cruza-
mientos las razas decaidas no adquieren lo que
pierden las buenas. Es preciso que el flaco su-
cumba, tal es la ley fatal.*
Para conseguir la subordinació~~ del contrato
de matrlimonio d determinadas condiciones de
prosperidad para el desenvolvimiento biológico de
la especie humana, sería menester que la fisio-
logía entrase en el plan de la educ acibn general,
pues que de esta ciencia, como dice Spencer, es
de quien depende una salud vigorosa y la erier-
gia moral que le es inherente, elementos princi-
pales do la felicidad.
Pero la ciencia que robustece y arma al in-
dividuo para ejercitar s u actividad coi1 éxito me-
nos eventual en el conflicto de los iritereses socia-
les, que vigoriza la constitución de la familia,
manteniendo siempre encendido el fuego sagra-
do de la ventura doméstica, que nace de la ale-
gría fecunda de la salud y del funci ollamiento ar-
mónico y productivo de las fuerzas orgánicas; la
ciencia que, adem8s de causar la felicidad ill-
dividu~l,concurre 6 erinoblecer la especie, dan-
do al porveiiir generacioiies m8s enbrgicas Y
m8s atrevidas para el viaje sin fin de la civili-
zación, es preterida por la ensefianza inutil, es-
téril y risible de frivolidades históricas y de los
logogrifos de la metafísica.
«Hombres que se avergoilzaríail si se lec; co-
giese en el descuido de pronunciar la palabra
Efigenia con el acento en la antepenúltima en
vez de acentuar la penúltima, ó que reputarían
como insulto cualquiera acusación de ignorancia
acerca de los trabajos fabulosos de algún semi-
dios de la mitología, confiesari, sin avergonzarse,
que desconocen la situación de los tubos de Eus-
taquio, que ignoran las funciones de la médula
espinal, el número normal de pulsaciones, ó el
modo cómo la aspiración infla los pulmones.
»Al paso que ansían ver A sus hijos versados
en el conocimiento de supersticiones que se re.
montan tí dos mil años, no procuran que aque-
llos adquieran nociones sobre la estructura y
funcioiles de su propio cuerpo; hasta prefieren
que no las adquieran, tan tirtínica es la fuerza
de la rutina, tan terrible en la educación el pre-
dominio de lo agradable sobre lo útil! (1).
»La necesidad de vulgarizar las leyes de la he-
rencia fisiológica se impone con tanto más im-
perio, cuanto que la selección natural ha perdido
su influencia depuradora de la especie en las
naciones civilizadas.
,Entre los ealvajes, los individuos flacos de
cuerpo ó de espíritu son rápidamente eliminados,
Y 1ns sobrevivieiltes se distinguen, cle ordiilario,
Por su vigoroso estado de salud. En cuanto A
nosotros, llombres civilizados, empleamos todo
226
género de esfuerzos para evitar el progreso de la
eliminación; construimos hospitales para los idio-
tas y para los enfermos; promulga os leyes para
proteger los indigentes; los médicos desenvuel-
ven toda s u ciencia para prolongar lo más po-
sible la vida de cada individuo.
,Es racional creer, que la vacuna ha preser-
vado millares de individuos, que, débiles de cons-
titución, habrían sucumbido de otra suerte con
la víruela. Los individuos de las sociedades ci-
vilizadas pueden, pues, reproducirse indefinida-
mente» (1).
La irradiación de los sentimientos altruistas
constituye la manifestación m8s brillante de la
superioridad de nuestra especie, y c i ~ d a etapa
rscorrida en la marcha secular de la civilización
se señala por un desenvolvimiento mayor de los
principios morales, que todavía no dejan de pro-
ducir las consecuencias apuntadas por el gran
naturalista inglés.
La imprevisión en los contratos matrimoniiiles
es causa indudable de perjuicios y daños para la
comunión social; pues que de ellos deriva la pro-
pagación de una especie frecuentemente degene-
rada, que la sociedad tiene que socorrer y cubrir
con la égida de instituciones filantrópicas, ó que
se ve en la necesidad de reprimir 6 imposibilitar,
A fin de que no ponga en acción sus tendencias
hostiles al régimen de la comunidad.
Los estudios de la fisiología y de la antropo*
logia criminal demuestran incontrovertiblemente
la cooperación fatal de la herencia en el crimen.
Los escritores citan familias en que las gene-
raciones de los delincuentes se suceden dinásti-
camente en el trono ensangrentado del asesina.
to, del robo y de la infamia, como, por ejemplo,
la familia de Chretien, de que habla Despine, y
cuya descendencia se señaló funestamente en la
negra crónica de una serie de crímenes horrendos.
Estudiando la etiología del delito, el Dr. Ma-
rro, coloca en primer lugar entre las causas iia-
turales la herencia, y con numerosas observacio
nes demuestra que la procreación en una edad
prematura, como en edad avanzada, influye en
la criminalidad, si bien por modo diferente. «En
10s reos contra la propiedad -dice el insigne mé-
dico,- hallamos que abundaban los hijos de pa-
dres jóvenes, y esto era natural. El primer móvil
del hurto no es el impulso de maldad que impele
6 lesionar A los demás; pero si el apetito de 10s
phceres, el amor 6 la orgía, al ocio, propios de
la edad juvenil, en que las picsiones dominan Y
falta el freno que las reprima y contenga.>
Añade de~pués:«En los delincuentes colltra las
personas, como era de esperar, encoiltramos que
domina el iiúmero de hijos de padres envejeci-
dos. Los asesinos, los homicida$, aquellos que
228
demuestran la ausencia más completa del senti-
mieri to afectivo, y, frecuentemente, un delirio de
persedución mbs 6 menos desenvuelto, ofrece la
enorme proporción de 52'9 por 100 de descen-
cientes de padres envejecidos, proporción muy
superior á la de todas las demás categorías de
delincuentes, y la proporción se conserva alta lo
mismo respecto ti los padres que respecto a las
madres, las que figuran en s.u ascendencia en la
proporción de 38 por 100 contra la de 17 por 100
que presentan los normales.»
La influencia de la embriaguez transitoria, del
alcoholismo, de la epilepsia, de la enajenación y
de otras aiiomalias psíquicas y biológicas de los
padres sobre los delitos de los hijos, es asunto
de un capítulo de la iiotabilísima obra de Marro,
resultando de sus observacioi~es haber encontra-
do la proporción de un 77 por 100 entre los de-
lincuentes víctimas de una herencia morbosa, sien.
do predominante el alcoholismo en la intensidad
y extensión de sus efectos. También noti el mismo
sabio que el alcoholismo, el suicidio, la enajena-
ción mental, las enfermedades cerebrales y la tisis
l~redominanen la muerte de los progenitores de los
criminales con gran superioridad sobre las causas
de la muerte de los padres de los no delincuentes.
La trasmisión hereditaria de las tendencias cri-
mili ales es un hecho idbntico al de la trasmisión
de ciertas aptitudes para la ciencia ó para las ar-
tes, que han distinguido algunas fdmilias célebres.
229
Cuando en 1839 se fundó la colonia agrícola
peni teilciaria de Mettray, 871 jóvenes enlre 4454
eran hijos de condenados.
Decía Quetelet: «las enfermedades morales son
como las físicas: hay algunas contagiosas, otras
epidémicas, otras hereditarias. El vicio se tras-
mite en ciertas familias como la escrófula y la
tisis. La mayor parte de los delitos proviene de
algunas familias que carecen de una vigilancia
particular; un aislamiento semejante al que se
impone á los enfermos sospechosos de tener los
gérmenes de infección. »
La relación de la crimiiialidad con la heren-
cia morbosa, es un hecho que se ha notado en
la penitenciaria de Lisboa, y tan pronto haya
un servicio regular de observaciones antropoló-
gicas y de informaciones y memorias con ca-
ricter oficial, s e hará evidente el valor de la
herencia e11 la manifestación de un fenómeno que,
por regla general, se atribuye á la acción de una
voluntad independiente y autónoma.
En vista de estas r*evelacioiies de la ciencia
;.,tiene la sociedad el derecho de prohibir que con-
traigan matrimonio los alcoholizados, los epilép-
ticos, los tísicos ó los viejos?
Los romanos no permitían que se casasen
los hombres de edad superior á sesenta años.
Licurgo, con el fin de asegurar la procrea-
ción de los individuos más preclaros por sus
virtudes y valor, les confería el privilegio de
propagaree difusamente, 110 poilieildo obstáculos
en la elección de las madres de los futuros héroes
espartanos.
Platón desterraba de s u república los hijos
y nietos de los malhechores.
Estas indicaciones históricas demuestran que
las grarides verdades científicas se presienten,
todavía antes de que se patenticen cori el es-
plendor de una demostración irrefutable.
Sin desconocer la grave dificultad de regular
el matrimonio con el propósito de impedir las
uniones fisiológicamen te iilconvenientes, y reco-
nociendo la imposibilidad de mantener la pro-
creación en los limites de una selección produc.
tora de tipos parecidos como los granaderos de
Federico Guillermo 1, entiendo, sin embargo, que
la sociedad puede y debe adoptar algunas pre-
venciones que tiendan 61 dificultar ciertas uniones
conyugales, y debe m6s bien autorizar la diso-
lución del matrimonio, cuando de él sólo haya
motivo para esperar, además del infortunio do-
méstico, una progenie miserable y degenerada.
En Eíolanda se prohiben los matrimonios entre
personas afectadas de enfermedades incurables,
crónicas y hereditarias, asi como entre nosotros
se prohiben entre consanguineos. NO sería Útil
extender la esfera de los impedimentos de un
modo discreto y sin violacióil grave del derecho
de libertad?
El tiempo dará la respuesta.
XI.

Epilepsia y criminalidad#
P

Se publicó en 1886, en Italia, un libro sobre


la epilepsia, cuyo autor es el Dr. Tonnini, y que
comienza con los siguientes períodos:
«Quien hace pocos años todavía pusiese en
tela de juicio la responsabilidad de los actos de
un epiléptico, no solamente se haria condenar al
ostracismo, sino que no sería comprendido por
los mismos médicos.
»La epilepsia es una cosa -decia sentencio-
samente cierto día un médico que pasa por doc-
to- y la locura es otra: pasado el acceso el en-
fermo vuelve & su estado normal, como, por
ejemplo, después de un acceso de aciatica.
»Y, todavía hoy, fuera del gremio de 10salie-
nistae, existe una oscuridad y un oscurantismo
verdaderamente descoiisolador. »
Hace pocos meses, un proceso célebre, dió
motivo para que la opinihil pública patentizase
el asombro, la singular extrañeza, que le liabia
causado la decisión tomada por un Tribunal, que,
conformándose con lo opinión de alienistas, juz-
gó irresponsable al autor de un liomicidio ho-
rrendo, atribuyendo el trágico acontecimiento, no
á la perversidad consciente y libre del homicida,
sino al automatismo fatal y terrible producido por
accesos epilépticos.
Hace diez años que Legrand du Saulle publicó
s u estudio de Medicina legal sobre los epilbpticos,
y desde entonces la ciencia ha proseguido su mar-
cha de avance, ejerciendo cada vez mayor predomi-
nio en la opinión, hasta el punto de que Francia,
por ley de 11 de Marzo del corrieiite año, equiparó
los epilépticos A los alienados, determinando la re-
clusi6n de todos los individuos que, en el trascurso
del cumplimiento de alguna sentencia penal, ha -
ya11 dado manifestaciones de epilepsia ó de locura.
E1 grado intelectual de los epilépticos varía
desde la imbecibilidad hasta la cúspide refulgente
del genio.
«Si con frecuencia, dice Liman, la epilepsia
perjudica las funciones psíquicas, sin embargo,
en algunos casos raros, se presenta unida A u11
gran ingenio y A una inteligencia superior. La
historia enseña que Julio César, Mahomet, Na-
233
poleóil, Newton, Moliere, Petrarca y Pedro el
Grande eran epilépticos. 9
El profesorLombroso, en el libro Genio y locura,
apunta una notable semejanza entre las coricepcio-
nes del genio y los accesos epilépticos. Citando nu-
merosos hechos pretende probar, que los mAs ele-
vados conceptos de los pensadores se desenvuelven
en virtud de eleboracibn inconsciente del cerebro
y brotan de improviso, como los actos impulsivos
de los locos.
La existencia de epilépticos dotados de emi-
nentes facultades mentales, y la de otros que,
aun cuando sujetos 6 esta iieuropsitia, proceden
en los actos de su vida con la regularidad nor-
mal de los individuos completamente sanos y bien
equilibrados, es tal vez uno de los motivos prin-
cipales para que el público en general acoja ir6-
nicamente, ó rechace con desden, la explicación
de ciertos crimenes por la epilepsia y la irres-
ponsabilidad penal de sus autores.
Hay una triste, pero íntima relación, entre el
crimen y la epilepsia.
El crimen -dice Maudsley- no es en todos los
casos simplemente el hecho de ceder á una in-
clinación viciosa, 6 á una ruin pasión que se po-
dría reprimir; es á veces, muy claramente, el re-
sultado de una verdadera neurosis, que, por su
naturaleza y origen, tiene conexión estrecha con
otras neurosis, eepecialinente con la epilepsia y
coi1 las neurosis delirantes.
234
Las estadísticas de las prisiones co~ltribuye~i
6 probar el mismo hecho. Los estudios de Som-
mer y de Knetch demuestran que la proporción
de epilépticos en las prisioiies es del 5 por 100.
Otros trabajos de estadística conducen A la
conclusióii de que se encuentran diez veces mAs
epilépticos entre los criminales que entre los hom-
bres normales. Este hecho ha sugerido á Lom-
broso la coiivicción de que hay una perfecta
identi dad entre la locura moral y la epilepsia,
tesis de que s e ocupó el eminente sabio e11 el
primer congreso de aiitropología criminal.
La ciencia proclama que las alteraciones de
espíritu de los epilépticos son numerosas y va-
riadas y producen modificaciones en su perso.
nalidad moral y afectiva.
Todos los médicos, que conocen por la prúc-
tica los efectos de esta neuropatia, están conformes
en afirmar que los epilépticos son irascibles, ven-
gativos, desconfiados, y que ceden fbcilmente A
las mbs groseras inclinaciones y tí los mAs bru-
tales impulsos.
Fuera de las crisis convulsivas, dice Legrand
du Saulle, son egoistas, sospechosos, sombríos,
irritables y coléricos, lo que no obsta para que
s u espíritu pase por otras modalidades hasta pre-
sentarse sumisos, cultos, lisonjeros, obsequiosos
y afables. En estos desgraciados todo es contra-
dicción. Es por esto por lo que, desde el punto
de vista de la responsabilidad jurídica, la epilep-
sia ofrece materia abundantísima para el estudio
de la Xedicina legal, y por lo que Krafft- Ebing
aconseja que se examine con cuidado el estado
mental de todos los delincuentes de quienes se
sospecha sean víctimas de esta neurosis, no sólo
por deber de humanidad, sino también por pru-
dencia.
La epilepsia con ataques cocvulsivos, que al.
gunos denominan clksica, es de coi~ocimieilto
vulgar; pero aquella que apenas se denuncia
por accesos incompletos 6 vértigos instuiltáneos
ó por ataques nocturnos de rtpida duración, que
no dejan vestigios apreciables, constituye un pro-
blema de solución difícil para la Medicina legal.
En este caso esta la epilepsia larvada que
algunos escritores denominan mbs acertadamente
epilepsia psíquica.
«Hay pocas afecciones, -dice Jacltsoi1,- de
un interés más práctico que la epilepsia. Según
Reynold, el 7 por 100 de las afecciones nerviosas
perteneceii 6. la epilepsia. A esta razón y k otras
igualmente poderosas se agrega el hecho de que
la epilepsia aparece muchas veces acompañada
de locura. Si hemos de creer k Buknil y á Tulte,
el 6 por 100 de los locos que pueblan nuestros
asilos de alienados deben su locura á la epilep-
sia. Y esto no quiere decir simplemente que el
6 por 100 de los alienados sufran accesos do
epilepsia, sino que esta enfermedad es para dicho
6 por 100 la causa de su demencia,»
La locura epiléptica es ordinariamente ~riolenta
y compele al crimen bajo el influjo de circuns-
tancias puramente fortuitas.
Esta neuropatia recorre una serie de fcnóme-
nos patológicos muy variada. Va desde la cori-
fusión monlenthnea del pensamiento, en que la
conciencia se altera por instantes, hasta el acceso
violento con convulsiones; pero es lo m6s im-
portante que en los casos de epilepsia, en que los
accesos son menos graves, son ml'is funestos para
la inteligencia los efectos.
En la memoria sobre el estado mental de un
sujeto llamado Corneille Buys, belga, acusado
de cinco asesinatos, los peritos, no obstante no
haber reconocido en el delincuente los grandes
ataques característicos de la epilepsia? y si so-
lamente pequeños accesos cori pocas ó ningunas
corivulsiones, atendiendo A que la ciencia de.
muestra que los pequeños ataques son más graves
desde el punto de vista intelectual, y que en breve
produce11 la demencia, dedujsron la irresponsa-
bilidad criminal del homicida. (Archioes de atz-
thropologie criminel1e.-Tomo 11, núm. 9.0
El rnBdico inglés Jackson califica de automa-
tismo mental los actos practicados por los epi-
lbpticos, cuando subsiguen A un acceso, ya sean
inocentes, ya desastrosos.
«Hablé de automatismo mental -escribe el mis-
mo autor- como producto del paroxismo; debo de-
cill,sin embargo, que según el mayor i~úmerode me-
dicos alienistas, esta afeccióii, en el grado en que
toma el nombre de locura epiléptica, puesto que
se presenta ordinariamente después de un acceso,
no siempre acontece así. Sustituye algunas veces
al acceso. Un enfermo que padece ataques epi-
lépticos ordinarios, puede, en esta hipótesis, tener
también un acceso de locura. A esto es 6 lo que
se llama epilepsia larvada, tan bien descrita por
Falret)) (1).
Es un hecho debidamente observado que la
epilepsia en muchos c;isos produce una locura
moinentinea, y que la repetición de los ataques
conduce al idiotismo. Muchos enfermos durante
los accesos tienen visiones pavorosas y alucina-
ciones de oído, y hasta el delirio de las perse-
cuciones, reput&ndose cercados de enemigos, y
esta convicción mórbida da origen á sus des-
confianzas y & agresiones inesperadas y feroces.
Respecto 6 la epilepsia psíquica, Maudsley se
expresa de la siguiente manera:
«Una segunda forma de locura epiléptica va
muchas veces acompaííada de homicidio: -es Ia
epilepsia larvada, en la cual la manía traiisitoria
sustituye 5i las convulsiones habituales. En vez
de afectar los centros motores y de mv~larse
por un ataque convuisivo, la acción morbosa se
ejerce e s los centros psiquicos, y se traduce

(1) L e s trozcbZcs iinteZZectuets rnonzenta~téBgui suivent les accds


&leptipues.-~kue scientiIfique, &m. 34,1876.
238
por una explosión de furor ó de delirio, que es,
por decirlo así, una epilepsia del espíritu. Muchos
casos clasificados de delirio transitorio son real-
mente accesos de epilepsia mental. Las dos formas
pueden presentarse en el mismo enfermo en épocas
diferentes. Los ataques epilépticos son frecueilte-
mente seguidos de delirio, ó son algunas veces
aquellos sustituídos por éste» (1).
Las consecuencias que de aquí se derivan
son: que, dado un crimen, cuya causa ~wiginoria
se sospecha que ha sido la epilepsia, la ausen-
cia del acceso convulsivo y del paroxismo no
debe inducir la negación de la neurosis y de
la locura momenthnea.
Un punto también muy importarite en Medi-
cina legal, y que se debe tener en cuenta, es
que los accesos son reiteradamente precedidos de
una perturbación moral de los enfermos que los
hace excesivamente irritables, desconfiados, im-
pacientes, llegando hasta el furor homicida, y con
frecuencia sigue al ataque un estado que se apro-
xima al sonambulismo, bajo cuyo imperio d i r í a s
que e1 enfermo tiene conciencia de sus actos,
habla con discernimieilto, procede con orden, se
entrega & su ocupación, y todavja no es dueño
de su conciei~cia; y no se acuerda después de
lo que ha hecho. Este estado de obcecación psi-

(1) L e crime et la follie.


quica puede durar mucho tiempo y hasta todo in-
tervalo que medie entre dos accesos (Krafft-Ebing).
Estas modalidades, que ofrece la epilepsia, de-
muestran la dificultad con que tiene que luchar
el médico legista, cuando sea llamado á emitir
su parecer sobre la práctica de actos criminales,
para definir la responsabilidad del agente.
El instructor del proceso tiene delante de su
vista un problema de dificil solución, aun cuando
no sea imposible el reco~locimiento de la manía
epiléptica, que casi siempre se denuncia por lo
instaritáneo de la acción, por las alucinaciones
pavorosas, por la enorme reacción motriz de los
actos delirantes, por el embotamiento de la con-
ciencia en un estado de profundo sueíío, por la
anomalía de los actos practicados, por la irri-
tabilidad, flaqueza intelectual, excitación y depre-
sión periódica.
La criminalidad patol6gica tiene caracteres
distintivos que la individualizan.
La ausencia de motivo, instantaneidad y ener-
gía de la determinación, ferocidad en la ejecu-
ción, violencia insólita y repetición de golpes,
ningiín cuidado por disimular el crimen, iildife-
rencia absoluta, falta de remordimiento, olvido
total 6 reminiscencia confusa y parcial del acto,
tales son los caracteres generales y habituales
de los delitos perpetrados por epilépticos. Son
estos los elementos que hay que tener en cuenta
para valorar la responsabilidad del delincuente.
240
Reconocido como epilépti'co un individuo pre-
sunto autor de un crimen, ideberá +so facto ser
considerado irresponsable?
La respuesta es dificil, porque en muchos ca-
sos no existe un procedimiento experimental para
medir con exactitud hasta qué punto la neurosis
influyó en la perpetración del crimen, convir-
tiendo el agente en un verdadero autómata. Ade-
más de eso, según dice Voisin, los epilépticos,
aparentemente más sanos de espíritu, pueden en
ciertos momentos practicar actos irresistibles,
porque sus vivisimas sensaciones se oponen á
que aprecien en su justo valor ciertos actos ó
ciertas palabras.
Legrand du Saulle, fijando reglas para el exa-
men de los epilépticos, desde el punto de vista
médico legal, hace el siguiente resumen de sus
coilclusiones:
1.0 Los actos practicados por los epilkpticos
son discutibles;
2.0 Cuando un preeililto reo es epiléptico
debe siempre investigarse cutí1 scria su estado
mental en el momento de perpetrar el crimen.
A.-Si el presente reo era sano de espíritu,
es responsable.
B.-Si su entendimiento estaba parcialmeilte
lesionado, debe gozar el favor de una penalidad
atenuada, y proporcional de algún modo al grado
de resisteilcia n~oralque él haya opuesto.
C.-Si es enajenado, es irresponsable.
Excelentes conclusiones son estas; mas &por
qué medio adecuado se aquilatarán sin arbitrii-
riedad, ó ilusión, los efectos psíquicos de la
neurosis epiléptica?
Admite el escritor francés la responsabilidad
parcial; pero viene de molde una cita de Krafft-
Ebing:
«La legislación reconoce, con perfecto derecho,
que no puede existir responsabilidad respecto 6
los individuos verdaderamente alienados. Sin em-
bargo, algunos jurisconsultos se oponen á este
principio, no pudiendo resignarse á ver que to-
dos los alienados escapan á la ley, y se apoyan
en el hecho de que los locos tienen conocimien-
to del derecho y del deber, y que los buenos re-
sultados de la disciplina en los asilos prueban
que algunos enfermos tienen el poder de domi-
narse.
>>E11teoría debemos reconocer que hay alie-
nados capaces hasta cierto punto de decidirse,
Ó no, por la práctica de una acción, y no es
raro que algunos, después de curados, confiesen
haber podido abstenerse de actos practicados en
s u delirio; pero en la prdctica no nos encontra-
mos nunca en el caso de evaluar bien la caii-
tidud de libertad individual que falta á un loco
para t o r n ~ r s eresponsable.))
En nuestro modo de ver, la epilepsia, en el
mayor número de caeos, constituye u11 peligro
social del dominio de la legislacióil preventiva,
16
El secuestro obligatorio de los epilépticos de-
bería ser asunto de una legislación convenien-
temente estudiada, que no sólo asegurase la
tranquilidad social, sino que atendiese también
& la seguridad y curación de los enfermos, si
es posible á la ciencia ir m8s allá de la simple
mitigacióil del sufrimieilto de aquellos infelices (1).

(1) La legislación criminal no satisface todas las justas


exigencias de la sociedad con el establecimiento de cárceles
celulares, aun cuando allí se reuna al más rígido y severo
rbgimeu repreai vo la educación moral y profesional de los con-
denados.
Hay crímenes en que la aplicación de la clausura celular
y los cuidados educativos, son en teramente inhtiles. Tales son
aquellos en que los delitos aparecen como producto fatal de
un organismo tiranizado por una neuropatía.
iCuAntos infelices, aparentemente sanos y robiistos, se con-
vierten de improv iso en protagonistas de trítgadias cruentas,
movidos automáticamente!
«Un crimen cometido sin motivo proporcional, dice Ferri,
es efecto de locura latente: el hombre se decide siempre en
virtud de una causa, y la voluntad está en proporción con
l a suma de motivos; faltando estos, se tropieza con 1111 caso
4 que no son aplicables las reglas ordinarias de la imputabi-
lidad, pues que el verdadero motivo consiste en una afeccibn
fiaica, lociira, epilepsia, que se escapa 4 la observación.))
Para estos delincuentes se carece de especial legislación Y
de especiales institutos, que sirvan de preservativo á la socie-
dad curando esos enfermos, 6 segreg41idolos cuando son in-
curables y peligrosos.
E n 1881 el gobierno francbs nombró una comisión extra-
parlamentaria de 40 miembros, para estudiar l a reforma de
la legislación sobre alienados. Se componia la comisión de
m6dicos alienistas y de jurisconsultos insignes, y del trabs-
Discurso parlamentario sobre el primer juicio del
reo Marinho da Cruz.

Sr. Presidente: Pedí la palabra para ocupar


algunos iilstailtes la atención de la Cámara sobre
un asunto que tiene agitada vivamente la opinión
pública de la capital.
Me refiero al juicio del alférez Mariilho da Cruz.
Ha sugerido 8. la prensa apreciaciones muy
severas, y al mismo tiempo ha dado motivo para
que la opinión piiblica también se haya mani-

jo clc esta comisión nació la ley de 11 de Marzo de 1887, la


cual, con respecto Q los alienado5 delincuentes, dispone:
1.' Que los individuos de los dos sexos condenados 4 pe-
lla5 infaulantes 6 a penas coil.eccionales por mhs de Un afio
dc prisión, y que fueren reconocidos como epilépticos 6 alie-
nados, en ciittuto sufren >a pena, serán removidos de las pe-
nitenciariss para los establecimientos especiales destinados 6
festado calurosamente opuesta á la decisión del
Tribunal, que, basado en la opinión de distin-
guidos alienistas, juzgó al alférez Marinho da Cruz
irresponsable de asesinato del cabo Pereira, acon-
tecimiento trágico y monstruoso, que tanta sor-
presa y horror causó cuando se perpetró el
crimen. (Aprobacidn/.
No me propongo defender ni atacar la reso-
lución tomada por el Tribunal.
No reputo esto conveniente ni oportuno, cuan-
do el proceso aún no llegó á su término final,
y cuando no tengo un conocimiento perfecto del

los locos, donde deben permanecer hasta el fin de la pena, 6


hasta estar curados; 2 . 9 u e la autoridad administrativa harA
recoger en los mismos establecimientos, en ci~sntola seguri-
dad, la decencia y la tranquilidad pliblica lo exijan, los de-
lincuentes que por su estado mental sean considerados irres-
ponsables y contra los cuales no haya motivos para instruir
proceso, y de igual suerte los que, estando acusados, fueren
absueltos por padecer lociira; que se trasladen para los asi-
los de alienados criminales los locos que en otros asilos prac-
ticaren alglin crimen, los condenados & menor pena que la
de un afio de prisión correccional y que hubieren enloque-
cido durante dicha pena, y que se conserven en aqiiellos
asilos los alienados y epilépticos que hayan cumplido ya la
pena, cuando sea peligroso ponerlos en libertad, 6 trasladar-
los para los asilos de los departamentos.
La ley prescribe formalidades severas para la salida de 108
locos delincuentes, siendo de la competencia de los Tribu-
nales judiciales la decisión de las reclamaciones hechas con
ese fin.
El permiso para la salida puede ser condicional y es re-
245
mismo proceso que me permita hacer una im-
parcial y exacta apreciación del juicio.
No quiero, pues, de ningún modo hacer la
critica del juicio; lo tomo apenas como tema 6
punto de partida para algunas consideraciones
que el hecho naturalmente me sugiere.
A mi ver el juicio del reo Marinho da Cruz,
sigiiifica el mayor triunfo de la medicina legal
entre nosotros, y cuando afirmo esto, entiendo
y estoy persuadido de que la decisión esta ba-
sada en un profundo, reflexivo y concienzudo
estudio del proceso y del organismo fisiológico
y físico del delincuente.
No quiero de modo alguno, como ya dije y repi-

vocable siempre que se infrinjan las cldusulas prescritas,


y cuando haya indicios de repeticióii del acceso de lociira,
la readmisión es inmediata, guarddudose sin embargo cier-
tas fórmulas tutelares de los derechos del individuo.
La instituci6n de los asilos especiales para locos clelincuen-
tea tuvo su origen en Inglaterra y varios Estados la adop-
taron después, hermanando la necesidad de mnntener incó-
luine la seguridad con la beneficencia, pues que se co-
loca 4 aquellos desgraciados en establecimientos en donde
quedan bajo la protección de la ciencia médica y en condi-
ciones de poder volver d adquirir todavía la salud mental.
E n Italia y en Espafia, naciones en donde las reformas
penales han llamado recientemente la especial atención de es-
tadistas eminentes, se presentaron al Parlamento proyectos
de ley que tienden á la creación de asilos de locos delincuen-
tes, demostrt~ndo este hecho la influencia de los estudios de
siquiatría, y cómo las ideas generosas se propagan y misterio-
samente peiietran en la conciencia pdblica.
246
to (deseo que esta declaración quede bien consig-
nada), hacerme eco de la acerba critica hecha en
la prensa respecto á la opinión de los alienistas
que se decidieron por la irresponsabilidad mo-
ral del reo Marinho da Cruz; mi propósito y mi
fin es llamar la atención del Gobierno y del
Parlamento, hacia este hecho, para que de él se
saquen las consecuencias que deben deducirse, á
fin de que se estudie cuidadosamente este asunto
y se propongan las inedidas complementarias
de nuestra legislación penal y de procedimiento,
para que & lo sucesivo no se condene inicuamente
algún reo en idénticas circunstancias de irres-
ponsabilidad, y para que no se absuelva algún
verdadero criminal, abustindose de un precedente
que la ciencia ahora justifica, pero que puede
ser invocado, sin rigurosa paridad, como expe-
diente salvador de una defensa temeraria y sin
escrúpulos. (Aprobacidn).
El Derecho penal viene pasando por una evo-
lución muy notable, que en estos últimos diez
años se ha acentuado cada vez mks, debida al
gran desenvolvimiei~tode la ciencia, y sobre todo
- y sociología cri-
al estudio de la antropología
minal.
La aparición del libro inmortal de Beccaria,
en el siglo pasado, causó tal profunda impresión
en los espíritus, que di6 un iinpulso extraordi-
nario al estudio del delito y de las penas. Ins-
pirado por el sentimiento in8s que por principios
247
científicos, fué una reacción contra las violeilcias
y crueldades de la penalidad de la edad media
y, por esta causa, fue determinante de un pro-
greso, porque, despertando la opinión pública y
estimulando el espíritu de los pensadores, fu6
el origen de una escuela criminal, que todavía
ejerce gran predominio, y cuyos priilcipios fun-
damentales son: teóricamente, el estudio del cri-
men ci priori como entidad jurídica abstracta, y
prticticamente, la abolición de la pena de muer-
te y la disminución en la severidad de los cas-
tigos, en los que, durante varios siglos, había
dominado un empirismo cruel y sangriento.
A la filantrópica reaccióil contra el sistema
de castigar de la edad media, gloriosamente ini-
ciada por Beccaria, sucedió la escuela correccio-
nalista, valientemente sustentada por el insigne
criminalista Roeder.
S egiin esta escuela, el fin de la pena es pu-
ramente educativo; y la enmienda moral y jurídica
del delincuente la aspiración suprema del castigo
impuesto al infractor de la ley y perturbador del
orden jurídico, base fundamental de la sociedad.
Los principios difundidos por aquel crimina-
lista adquirieron sectarios fervorosos en muchos
países, y todavía dominan entre los partidarios
del régimen de prisión celular, ya sea de sepa-
ración continua entre los condenados, ya de se-
paración nocturna y silencio obligatorio entre
los presos; puesto que la pena en el sistema
248
penitenciario, si intimida y aflige, tiene, no obs-
tante, como principal objetivo la moralizacibn
del delincuente, auxiliada por el benéfico influjo
que el aislamiento, la ensefianza religiosa, escolar
y profesional deben ejercer en el ánimo del cul-
pable.
No puede negarse en absoluto el valor de los
principios de la escuela correccionalista, afirmando
su improcedencia en la aplicación practica del
régimen educativo de los delincuentes; sin em-
bargo, es preciso no dejarse ilusionar con la om-
nipoteilcia educativa, pues que la educación, si
tiene una verdadera eficacia en la conservación
de ciertos caracteres originariamente buenos, si
puede concurrir para depurar y robustecer otros,
que se mantienen en una zona media entre el
bien y el mal, no posee todavía el maravilloso
poder de modificar los caracteres hasta el punto
de transformar un ente, psíquicamente degenera-
do, un hombre perverso por instinto 6 por há-
bit0 inveterado, en un ciudadano probo y hon-
rado, en cuya conciencia fulgure el amor hacia
e1 bien, el culto de la justicia y el cirmplimien-
to del deber. (Aprobaeidn).
El principio de que la pella debe enmendar
al delincuente es generalmente acogido y aceptado
en la jurisprudencia criminal, en las escuelas
y en la aplicación de los sistemas penitenciarios;
pero si el valor de la educación penitenciaria es
importante y muy considerable, no es, sin em-
249
bargo, absoluto, por cuanto las estadísticas, las
observaciones antropológicas y psicológicas, prue-
ban que hay numerosos delincuentes cuya cor-
rrección os imposibIe, dificilísima, efímera ó in -
estable, y estos, ya por defecto de su constitu-
ción orghnica, ya por hábito contraído, y, muchas
veces, por el infiujo pernicioso del ambiente social,
son la demostración del poco provecho que se
ha obtenido de la terapéutica moral de la pena.
Hasta hace pocos años la ciencia del Derecho
penal ha oscilado entre la opinión de los que
juzgan que es indispensable una severa represión
del crimen, y la de los que entienden que la
suavidad en la pena y la educación del culpable
son los medios más adecuados para la defensa
y restablecimiento del orden social, cuando se
lesiolla por la práctica del crimen.
Al estudio abstracto y metafísico del delito
en el domiriio de la filosofía espiritualista, al
examen del hecho culpable en su relación con
la libertad moral del agente, sucedieron las ideas
y el método de la filosofía positiva, que estudia
el delincuente y no el delito como entidad abs-
tracta, analiza los elementos antropolbgicos y
sociales del delito, pesa las circunstancias inter-
nas y externas que podrían tener influencia en
la practica del crimen y determina, en fin, la
aplicación de la ley penal, procurando que sea
justa eil cuanto al deliiicuente y Útil en cuanto
á los intereses legítimos de la sociedad.
250
Predominan aún en los Códigos modernos los
principios de la escuela penal, que se puedz
llamar clásica, y las ideas metafísicas, para las
que sólo hay sanción penal legitima, cuando el
crimen es el resultado de una acción inteligente
y libre de quien la practicó. El delito es la vio-
lación del derecho guardado por la ley penal, el
libre arbitrio la base fundamental del derecho
de castigar.
No c ~ b een los límites de un discurso par-
lamentario la serie de consideraciones que ria-
turalmente se podrían derivar de este asunto;
perdóneme sin embargo la Cámara que me haya
extendido más de lo que debería, pues prometo
que no transformaré este recinto en escuela de
Derecho p nal ni eii academia.
Hace pocos afíos, surgió una brillante plé-
yade cle juristas, antropólogos y psicólogos, que,
estudiando el crimen y el delincuente, proclamail
que el crimen, en s u manifestación m6s lata, debe
considerarse, por regla general, como efecto de la
anormalidad individual de su autor, ó como sín-
toma de patología social, y que el fin supremo
de lti pena es la segregación de los elementos no
civos á la sociedad, debiendo conjuntamente pro-
veerse al saneamiento del ambiente social por los
medios preventivos rnhs adecuados y prActicos, ti
fin de que una eficaz profilaxis preserve á los
menos vigorosos y resistentes de la influencia
nociva de un pbxiino régimen moral y económico.
251
La escuela positiva considera á la sociedad
como un verdadero organismo, que solamente
pucde desenvolverse y mantenerse por un proceso
de eliminación de los seres que lo afectan pato-
lógicamente. Esta reacción de la sociedad contra
los delincuentes no llega hasta las consecuencias
extremas de reclamar. el exterminio de todos los
criminales; no glorifica la pena de muerte; no
pretende la aplicación de sevicias y tormentos
crueles é inútiles; sino que proclama úiiicameilte
el que se pongan en practica los rnedios de eli-
minacibn perpetua ó temporal de los individuos
que, entregtjndose al crimen, son elementos pe-
ligrosos ó antisociales.
No se retrocede 6 los rigores excesivos de la
penalidad, pero no se sacrifica en aras del sen-
timentalismo la necesidad imprescindible de ase-
gurar el orden de la sociedad contra los ataques
y perturbaciones consiguientes al crimen.
Si estos principios no estdn absolutamente
formulados en disposiciones de la ley penul, no
se pueden considerar ajenas del todo A la juris-
prudencia de los Códigos, puesto que la pena
de privación de libertad y la de deportación, en
s u s efectos inmediatos, consisten en la elimina-
ción de individuos antisociales.
Estos principios se imponen 9 la coilciencia
de todos, siempre que un gran crimen conmueve
la sociedad.
Es por esto por lo que, en el juicio A que alu-
252
do, el Tribunal dice que era indispensable que el
reo Marinho da Cruz fuese retirado del medio
social, y desde el momento en que hay una sen-
tencia que lo dice, y es esa la opinióil de los
peritos que sirvió de fundamento á la decisióii
del Tribunal, es rnenester que se cumpla. (Aprso-
bacidn).
En estos últimos años el estudio de la an-
tropología criminal ha experimentado un gran
desenvolvimie~~to, y muchos escritores están con-
formes en que no tan sólo es preciso estudiar
el crimen prescindiendo de la Metafísica, sino
que es indispensable, sobre todo, estudiar el cri-
minal, para que s e examinen las razones de-
terminantes de la infracción de la ley. Este
estudio conducir6 lógicamente 6 la clasificación
de los criminales, según su idiosincrasia y h6-
hitos y el grado de temor que inspiren por la pro-
babilidad de la reincidencia, ó por la incorregibi-
lidad, clasificación precisa para apartar conve-
nientemente los peligros que pueden resultar de
su convivencia.
Los criminales no son iguales entre sí, y no
sólo se diferencian por la organización fisiológi-
ca y psíquica, sino también por la mayor 6 me-
nor influencia que ejerce sobre ellos un mal am-
biente social, la falta ó los vicios de la educació~l
ó el temperamento desenvuelto por las condi-
ciones mesológicas.
ePodrCi ponerse en duda la existencia de indi-
viduos que practican crímenes feroces con la m i s
insensible indiferencia, que haya muchos eviden-
den temen te incorregibles, que se muestran insen-
sibles i3 los dolores de la penalidad, y finalmente,
que haya otros que delinquen bajo el dominio
de la enajenación mental? Y 6 la par de estos,
ano hay otros que, por accidente imprevisto, oca-
sional, Ó por ímpetu de una pasión instantinea,
cometen crímenes, sin que sean perversos, co-
rrompidos ó degenerados?
El estudio, pues, del delincuente, y su clasi-
ficación, es fundamental, para que la sociedad se
precava contra la repetición de hechos criminales.
Si el criminal es incorregible, ó un individuo
propenso al delito por herencia, por vicio con-
traido, ó peligroso por su estado patológico, la
pena que se debe aplicar, ó m i s bien la precau-
ción social, esta en la priviición completa de la
libertad del delincuente; pero si éste infringió la
ley en un momento de pasióii, ó en circunstan-
cias anormales y desgraciadas, si no coristitu~e
un peligro constante para Ia sociedad, la pena-
lidad debe138 ser diversa en cuanto á la forma
y en cuanto Ei la duración.
Si persisto en fatigar d la CSimara con estas
reflexiones, 6 las que no doy todavía el desen-
volvimiento deseado, es porque el problema de
la criminalidad se impone hoy á la considera-
cihn de cuantos se dedican á los estudios socio-
lógicos.
254
La ola de la criminalidad va avanzando y
agrandándose amenazadora, impetuosa y terrible.
(Aprobacidn).
En los congresos penitenciarios, eri los libros,
en las revistas y en las estadísticas no se disi-
mula la desagradable impresión que ha causado
este hecho á numerosos pensadores.
Los faros de la ciencia fulguran en las emi-
nencias de la civilización de este siglo potentisi-
mo, laborioso y audaz, y la cultura general le-
vanta del limbo de la ignorancia á las clases
populares; sin embargo, B. tan radiante despertar
de la conciencia humana no corresponde la des-
aparición de la criminalidad, 6 su decrecimiento.
¡Grande ilusión debería sentir el mejor poeta
de la Fraricia cuando pedía la apertura de escue-
las para cerrar las cárceles! .
Escuche la Cámara algunos datos estadísticos.
En Francia, por ejemplo, desde 1826 6 1880
triplicaroil los crímenes, y ese aumento no es pro-
porcional al aumento de población. Desde 1851
á 1880 las reincidencias crecieron progresivanien-
te de 21 á 41 por 100 en los crímenes correccio-
nales, y de 33 á 50 en los crímenes de mayor
gravedad.
En BBlgica, desde 1850 hasta 1875, los proce-
sos de los sentenciados por los Tribunales, ya
los acusados tuviesen que responder por crime-
iies á que correeponde entre iiosotros el procedi-
miento ordinario, ya por crímenes á que corres-
poilde el procedimiento correccioilal, ascendieron
de 20.428 d 25.072.
De 1868 A 1880 las reincidencias llegaron á
un 42 por 100.
El aumento de los crímenes excedió con mu-
cho al crecimiento proporcional de la población.
En Italia este problema social ha preocupado
á todos los criminalistas, porque la criminalidad
ha alcanzado en aquel país un crecimiento ex-
traordinario, que no está en proporción con el
aumento de la criminalidad en otros paises de
Europa.
De 1860 á 1870 hubo un aumento de 22 por 100
en los crímenes á que se aplica la pena capital,
y de 64 por 100 en los otros crímenes; y sobre
todo porque tiene allí, por así decirlo, primacía
la criminalidad, que raya á mayor altura, siendo
asombroso el número de homicidios.
Este hecho social preocupa á los más distin-
guidos criminalistas italianos, y es en este glo-
rioso país, en esta patria del derecho, en donde
el asunto de que me ocupo esta siendo hoy el
tema de profundos y variados estudios.
En España los procesos criminales subieron
de 94.547 á 146.277.
De 1868 á 1874 hubo 159 sentencias de muerte,
y de 1875 á 1881 hubo 213. iE~iel primer pe-
riodo las ejecuciones fueron 50, en el segundo 1251
El cuadro estadístico cle las reincideilcias es
desconsolador en todas partes, influye grandemeil-
256
te para que los sistemas penitenciarios puestos
en práctica no gocen del prestigio que rodeó esta
institucióii, cuando en Europa se la di6 cariñosa
hospitalidad, ante le perspectiva de que al fin
se había descubierto la panacea salvadora contra
la epidemia mortífera del delito.
Siento no poder referirme á las estadísticas
de Portugal. Las que existen se refieren á un
período tan corto que no ofrecen elementos bas-
tantes para que se pueda hacer un estudio com-
parativo con otros países y apreciar, con la posible
exactitud, el estado de la criminalidad portuguesa
comparada con la de otras ilaciones de Europa.
(Aprobacidn) .
Aliora, cuando en Europa ocurre este creci.
miento de criminalidad, y cuando la ciencia está
demostrando que una gran parte de los crímenes
esta completamente ligada á vicios org8nicos, á
verdaderos estados patológicos, el asunto se im-
pone de por si, sin necesidad de encarecimientos
retóricas, 6 la consideracibn ilustrada del Parla-
mento. (Aprobacidrz).
Es menester reformar e1 Código penal y com-
pletar nuestra legislación, de tal suerte, que el
crimen no quede impune, y que los delincuen-
tes que la ley no repute responsables no cons-
tituyen un peligro para la sociedad. (Aprobacidrz).
Nuestra legislación actual no es comp1etamer~-
te nula, cuando ~e trata de locos criminales, pero
es incompleta. Se carece de una legislación de
caracter preventi~oque sirca de égida protectora
de la sociedad contra aquellos que por vicio
mental están más propensos al crimen, transfor-
mhndose de seres inteligentes y libres, en fieras,
en autómatas, á quíenes no sólo es inútil sino
bhrbaro aplicar penas, que ni curan ni mejoran
estos infelices. (Aprobaeidn).
El asunto de la aplicación de la ley penal
esta. ligado con otras disposiciones de nuestras
leyes. La organización de los procedimientos, por
lo que respecta á la parte médica, esta entre
nosotros completamente embrionaria y es preciso
que se regule debidamente: &Hay por ventura
cosa m8s importante que el estudio del indivi-
duo como aiente de un crimen? Y sin embargo,
sabemos que hasta en la organización de los
procesos respecto á los cuerpos del delito, A no
ser en casos excepcionales, se carece de aplica-
bles preceptos de medicina legal.
Ahora declaró el Tribunal irresponsable á un
delincuente por padecer epilepsia larvuda. Ac$-
tese la decisión en homenaje á la ciencia. Nada
tengo que ver, ni la CBmara tampoco, con el
veredicto del Jurado; pero el hecho, por su ex-
tralieza y por la conmoción que produjo en la
opinión pública, trajo la superficie un tema de
estudio importantisimo. (Aprobacidn).
No me asustan las coi~clusionesde la ciencia;
10 que yo temo es la aplicacióil errada Ó filtiu-
dulenta de esos principios, siempre que busquen
17
258
recursos los abogados en los auxilios de esa cien-
cia para otorgar á verdaderos crimii~alesun pa-
trocinio funesto para la sociedad. (AprobacidnJ.
No hay duda que la epilepsia tiene intima
conexión con la locura y con la criminalidad.
Jacltson, médico del hospital de Londres y
del hospítal de epilépticos y parali ticos, escribía
hace años: «La locura epiléptica es de ordinario
violenta, y su violencia puede tomar la forma de
crimen, como consecuencia de circunstancias pu-
ramente fortuitas.\s
Knetch, en 1883, haciendo en Alemania es-
tudios de antropología criminal, entre 1214 cri-
minales, encontrb el 5 por 100 de epilépticos.
Este sabio es de opinión que el móvil del
crimen se debe encontrar m8s bien en las cau-
sas sociales que en la antropologia individual;
pero no duda en declarar que una constitución
neuropática torna al individuo m8s propenso para
infringir las leyes que rigen en la sociadad, exis-
tiendo por esto conexión intima entre el delito
y la neuropatía.
Según Falret, en la epilepsia larvada los paro-
xismos, las convulsiones, se sustituyen frecuente-
mente por un acceso de locura.
La descarga epiléptica se produce en los cen-
tros nerviosos más elevados, en las camaras ce-
rebrales que sirven á las manifestaciones de la
conciencia, apagándola ó perturbándola.
Estoy vagando en campo ajeno; pero ve la
259
(Zunara que voy en compañía de grandes auto-
ridades.
La epilepsia es un padecimiento más vulgar
de lo que tal vez se piensa. En una estadística
reciente he visto que en Francia había 32.200
epilépticos, conocidos como tales, y de estos,
en 1881, solamente 5300 estaban en asilos pri-
vados 6 públicos.
No hay entre nosotros estadística de los epi-
lépticos; pero lo que desgraciadamente hay es un
gran número de alienados vagabuildos, que son se-
res dignos de gran IAstima y protección, y que
al mismo tiempo constituyen un peligro. (Apro-
bacidn).
&Serántodos epilépticos? No lo sé.
&Habrámuchos criminales cuyos delitos tuvie-
ron por origen el automatismo mental producido
por aquella enfermedad? Tampoco lo sé. I,o que
sé es quey en la Penitenciaria, de que soy sub-
director, hay un crecido número de individuos
que tienen ataques de epilepsia bien caracterizada
y definida por los paroxismos, convulsiones y
demás manifestaciones externas. Lo que también
sé es que algunos quedan después de los ata-
ques con alucinaciones de oído y otros desarre-
glos mentales. &Serían los crímenes perpetra-
dos en el período eil que la descarga epiléptica
produce la enajenaciói~, serían los crímenes el
resultado inevitable del acceso? Es lo que 10s
procesos no demuestran con certeza. Están en la
Penitenciaria, no como epilépticos en un asilo,
sino como responsables por crímenes que per-
petraron.
Pero, si los crímenes de estos reclusos fueron
producidos por la neuropatia, y no siendo un
establecimiento penal la casa adecuada para la
curación de estos enfermos, es claro que, cum-
plida la pena, estos epilépticos vuelven á la
sociedad y quedan en situación de reincidir en
cuanto se repita el acceso. Se incoará, pues, u11
nuevo procedimiento, y se atribuirá á perversión
del cri~ninal y & ineficacia del régimen peniten-
ciario la reincidencia, cuando 4sta puede tener
exclusivo origen en la neuropatía del delincuente.
i A qué conclusión conducen estas considera-
ciones?
A la necesidad de formular nuevas reglas para
la formación de los procesos criminales, y de
promulgar la ley que complete la legislación penal,
de suerte que la tranquilidad pública se asegure,
y que el culpable sea tratado como tal, y el en-
fermo conforme & s u enfermedad. (Aprobacidn).
Disculpe la Ctimara lo que me detengo en es-
tas reflexiones; pero la importancia y la com-
plexidad del asunto atenúa la falta que cometo,
abusando de la paciencia de mis colegas.
Entre nosotros la legislación criminal dice que
el individuo, considerado irresponsable como re-
suItado de una sentencia, debe ser recogido en
un asilo b entregado 4 su familia para que lo
guarde; pero no dice si la segregación es perpetua
ó temporal, ni dispone las reglas, el procedimiento
en cuya virtud pueda aquél el día de mañana,
salir del asilo. Y esto es indispensable que se
consigne en la ley. (Aprobacidn).
España en su Código de 1870 dispone que:
Cuando el imbécil ó loco haya ejecutado un hecho
que la ley califica de delito grave, el Tribunal
decrete su reclusión en un hospital destinado á
enfermos de aquella clase, del cual no podrá
salir sin previa autorización del mismo Tribunal.
Si la ley calificó el hecho de delito menos
grave, el imbecil 6 loco delincuente podrh ser
recluido en un hospital, ó entregado á su fami-
lia, si esta diese suficiente fianza de custodia.
Es así como en España se preserva i\ la so-
ciedad de los maleficios de los locos, y lo que
tiene de importante la disposición del Código es-
pañol es el determinar, que el loco irresponsable
no salga de su reclusión, sin que el Tribunal
juzgador lo autorice.
Pero &dequé cautelas está rodeada la dispo-
sición del art. 47 de nuestro Código?
Si el loco fuese peligroso sera recogido en
un hospital en cuanto viva; ó podrh ser puesto
en libertad, cuando se repute disipado el peli-
gro. En el segundo caso, ¿quién juzga la conve-
niencia de la concesión de la libertad? &Quepro.
cedimiento hay para concederla?
Note la Cdmara que podría preguntar cbmo
se conoce que un enfermo de epilepsia larvada
esta curado; pero 1-10 hago tal pregunta, me limito
B. inquirir en dónde están las providencias pse-
ventivas contra los abusos 6 que puede dar origen
la deficiencia de nuestra legislación. (Aprobacidn).
Un epileptico perpetra un crimen horrendo,
la ciencia demuestra, después de un estudio dete-
nido y escrupuloso, que el agente del crimen
obedeció fatalmente 6 una fuerza irresistible, y
que por eso no es justiciable, porque no pro-
cedió con conciencia de que practicaba el mal,
&y un ser infeliz, aunque peligroso, ha de resti-
tuírse al medio social, sin que por un procedi-
miento regular llegue Ci demostrarse que no es
de temer la repetición del crimen?
&Notiene derecho la sociedad para exigir que
se le dé seguridad de cjue no hay peligro alguno
en poner en libertad á un hombre que, en un
momento de enajenación, se convirtió en fiera?
La carencia de reglas de procedimiento ino
sera favorable al favoritismo, ó Ci errores de
apreciación acerca del estado mental del delin-
cuente?
Las respuestas son obvias. (Aprobacidn).
No me inspiran recelo las teorías de la cien-
cia, ni las conquistas que va haciendo de día
en día, ni la invasión de la Fisiologia en los
dominios del Derecho. Me alarmo con las erradas
ilaciones que podrán deducirse de buenos prin-
cipios, y con las exageradas ó funestas conse-
cuencias que de ahí pueden dimanar, porque
estamos en un periodo de sentimentalismo, ó en
un periodo de laxitud, muy propicio para acep-
tar todo cuanto sea favorable 5i la situación de
los reos.
A la benevolencia extrema, á la facilidad abu-
siva del jurado, se une la benevolencia de los
jueces, que, ya por índole piadosa, ya para evitar
la acrimonia de la apreciacibn del público, apli-
can, por regla general, la ley con excesiva blan-
dura. La amplitud de las circunstancias atenuan-
tes presta aricho campo 6 la benevoler~ciade los
Tribunales; pero las consecuencias son fatales
para la sociedad. Ya un escritor extranjero llamó
al Código penal una de las ilusiones de este
siglo, y temo mucho que el dicho se aplique con
triste exactitud 5i nuestro país. (Apr*obacidn).
Urge evitar que el día de mañana no se haga
uso entre nosotros de la epilepsia para la de-
fensa de los reos, como se ha hecho en Italia
de la fuerga irresistible consignada en s u Código,
recurso que han adoptado con gran éxito los
abogados en la defensa de temibles criminales.
El hecho ha dado origen á escritos muy valiosos,
y el abuso hace todavía poco tiempo fué con-
denado en el Parlamento de aquella nación.
Pero si en la defensa de los reos se abusa
de la alegación de la epilepsia, 6 de otros vicios
del orgal?ismo que producen irrespoileabilidad
ante el Código penal, defiéndase también la so-
264
ciedad con la segregación de esos entes peli-
grosos. (Aprobacidn).
Créense establecimientos propios para la re-
clusión de locos delincuentes, puesto que no es
justo, ni seguro, ni conveniente que tales indi-
viduos se encierren en chrceles ó en hospitales
comunes.
Es lo que en Francia y sn Italia se trata de
hacer, habiendo ya en aquel pais algunos esta-
blecimientos anexos 8 las penitencitirías, desti-
nados A la recepción exclusiva de locos crimi-
nales.
Siento que no este presente el Sr. Ministro
de Justicia, pues que deseaba llamar la atención
de su preclaro talento hacia la conveniencia de
crear asilos de locos delincuentes, y una legis.
lación especial como la del Estado de New-York
de 24 de Mayo de 1874, del cantón de Neucha-
tel, de 23 de Mayo de 1879, y del Estado de
Massachussets, de 12 de Mayo de 1881, Ó mo-
delada en la propuesta que el Sr. Depretis pre-
sentó en 1880 al Parlamento de su pais, 6 en
el proyecto que supongo se discute ahora en
Francia.
En Inglaterra, Irlanda, Escocia, en la Pensil-
vania, en Nueva-Yorli, en Alemania y Holanda,
hay establecimientos 8. propósito para la recep-
ción de locos peligrosos, que no se colocan en
los asilos ordinarios.
El proyecto italiano, ti que ya me referí, trata
del modo de recoger en asilos especiales, en
nombre de la seguridad social, los condenados
que enloquecieren durante el cumplimiento de la
pena, los indiciados que enloquecieren también
durante el curso del proceso, los individuos ab-
sueltos por falta de imputabilidad resultante de
enajenación mental y los individuos 1-econocidos
responsables, tan sólo parcialmente, por actos que
tuvieron por causa un vicio parcial de la mente.
En el proyecto francbs se dispone que se en-
cierren en asilos especiales los condenados locos
que sean reconocidos como peligrosos, los in-
diciados que fueren reconocidos como locos en
la instrucción del proceso 6 durante la discusión
de la causa, y los que hayan practicado algún
atentado grave contra las personas durante s u
permanencia en los asilos.
Como ve la Czimara, en ambos proyectos se
adoptan prevenciones contra los daños irrepara-
bles que puedan causar los locos.
La verdadera cuestión, dice el Sr. Fouill&e,
es saber si el determinismo de los actos suprime
el derecho de defensa. Si el cerebro del delin-
cuente es esclavo de pasiones irresistibles, si
el brazo es impelido al crimen en virtud de una
reacción cerebral violenta, razón de más para
que la sociedad se ponga en guardia. Si el de-
lincuente es un esclavo, no hay razón para que
s e le d& la libertad. (Aprobacidn).
La iniciativa del Sr. Ministro de Justicia tiene
un ancho campo que explotar, si quiere glorifi-
car su nombre con el complemento de nuestra
legislación criminal.
Nuestro sistema penitenciario está incomple-
to, y no es el que más se aproxima al icleal
de los sistemas. Hay mucho que estudiar para
que se palpen las ventajas que el sistema promete.
Como demostración de la necesidad de los
asilos para locos delincuentes, basta mirar para
algunos de los epilépticos que existen e11 la Pe-
nitenciaria y 6 los cuales ya hice referencia.
Allí estáii algunos infelices que sufre11 aquel
padecimiento horrible, y de que tal vez nunca se
curen; pero, como son criminales, desde el pun-
to de vista de la conservación del orden público
y de la seguridad de los ciudadanos, la Peni-
tenciaría es para ellos, por de pronto, la única
farmacia, el único hospital para tales enfermos.
He dicho.
La a n t r o p o l o g í a c r i m i n a l .
-

Cuando la sociedad se conrnue~~e con la noticia


inesperada de algún crimen horrendo, es natural
la curiosidad que generalmente se nota de conocer
al delincuente, aunque no sea sino por medio de
algún imperfecto grabado de los periijdicos.
La apreciación de la fisonomia acude á los
labios de todos los que logran examinar el cri-
minal, ya sea en su persona, ya en efigie. Con
este examen lo que se pretende, sin criterio cien-
tífico, sino por nuevo instinto, es hallar en los
caracteres físicos una cierta relaci6n con la mons-
truosidad moral.
Este hecho, que la observación casi cuotidiana
patentiza, es la revelación de que la teoría espi.
ritualista, que hace del cuerpo humano un au-
tómata al que el alma, por medio de hilos in-
visibles y misteriosos, mueve á su antojo, 110
consiguió prevalecer contra el se11timien to ins-
tintivo de la unidad fisico-psicológica de la na-
turaleza humana.
La idea de que el carácter moral se denun-
cia por las cualidades fisicas exteriores es anti-
quisima. I)e las épocas históricas m8s remotas
data la creencia de que á las imperfecciories y
aiiomalias del cuerpo corresponden defectos idéri-
ticos en las facultades mentales, y, habiendo sido
trasmitida Ci las generaciones sucesivas, se in-
filtró en Ia legislación.
Secl legibus etiarn ciuilibus in quis iniquunz sit
censere esse aliquit aut uarium, cautuln est, ut
si duo lzomines inciderent in criminis suspicio-
nenz, is plmirnus torqueatrrr qui sit aspectu defor-
mior, había escrito Vallesius .
El estudio de la Sisonomia para reconocirnien-
to dfl carácter, desde Aristó teles hasta Lavater,
ha encontrado siempre espíritus curiosos, que,
m&s 6 menos empíricamente, le consagraron lar-
gas observaciones, las que no siempre la ciencia
moderna ha mirado con desdén.
La correlacióil entre la perversidad moral y
la deformidad fiaionómica penetró en el dominio
de los principios casi axiomáticos, pasando de
impresibn puramente instintiva á ser un criterio
en la instruccióii de los procesos, como se ve en
el libro de Jules Loiseleur, Les crimes et les pei-
nes, en el que se refiere que los antiguos comen-
taristas de las leyes criminales francesas, Jousse
y Vouglaus, contaban en el número de los mo-
tivos graves de sospecha la mala $sonomía de
los incliciados.
La antropología criminal intenta la explica-
ción de las causas de la desagradable impresión
que produce generalmente la vista do ciertos
delincuentes, poniendo de relieve los caracteres
distintivos de la clase mas inficionada. Indaga
la relación que existe entre esos caracteres ex-
ternos y la parte psíquica de los criminales,
y marca la importailcia que deben merecer des-
de el punto de vista del estudio y represión
del crimen.
Data de 1841 uno de los trabajos que mas íii-
tima afinidad tienen con la moderna antropolo-
gía criminal.
Lsiuvergne, autor de Les forcats coizside~*ds
sous
le rapport phissiologique, nzoral et intelbctuel,
obseroks au bagrze de Toulon, estudiando los de-
lincuentes física y moralmente, vislumbró el mé-
todo que, tan sólo hace pocos años, fue adoptado
con uii elevado criterio por el sabio autor de
L' Uomo delinquente.
Hay muchos que, con s u desdeñoso escepti-
cismo, juzgan la antropología criminal casi como
una antigualla renovada, una exhumacióil de
las teorías de Lavater y de Gall, vaticinandole
por esto una efimera existencia en el campo del
positivismo científico.
Es verdad que Lavater y GaIl intentaron el
procedimiento de reconocer los instintos por me-
dio del examen de ciertos caracteres externos,
pero sus tentativas no alcanzaron resultados ver-
daderamente científicos.
Es al profesor Lombroso d quien pertene-
ce la gloria de haber dado A los estudios de
antropología criminal la verdadera dirección, y
de haber reunido un grari número de hechos y
de observaciones anatómicas y biológicas, enca-
minadas B demostrar la existencia del delin-
cuente nato, individuo que, en s u opinión, tie-
ne afinidad notable con el hombre prehistórico.
Los que no conocen las obras de Lombroso
juzgan erróneamente que su estudio se limita A
la observación de los caracteres somAticos y d la
indicación de la anomalía del facies del delincuen-
te, como síntomas de la anomalía moral.
Partiendo del principio de que la ciencia cri-
minal debe preferir el examen del delincuente 8
la apreciación teórica y abstracta del delito, el
ínclito sabio, en el estudio del reo, no omite ni
olvida indicio por m8s insignificante que parezca,
puesto que nada hay iniítil para el conocimiento
perfecto del organismo físico y psíquico. Examina
en el criminal la forma y la capacidad craneana,
el peso, la estatura, las facciones, el color y la
espesura de los cabellos y de la barba, el color
de la epidermis, la sensibilidad general y dolo-
rifica, el tatuaje, las tendencias manifestadas en
la vida libre, los vicios habituales, las relacio-
nes de familia, la profesión, el amor al trabajo,
la alimentación, y finalmente cualquier circuns-
tancia (por pequeña que sea) que revele el ca-
ricter del delincuente.
Mr. Tarde, uno de los más graves 15 jngenio-
sos críticos de Lombroso, aceptando con gran re-
serva la existencia del delincuente nato, dice lo
siguiente (1):
«Antes de proseguir inquiramos qué servicios
prácticos puede prestar ya I$ la justicia criminal
el conocimiento de los resultados que quedan in-
dicados. Al presentarse un hombre que físicamen-
te patentice el tipo criminal bien caracterizado,
&es esto motivo suficiente para que haya derecho
de imputarle un crimen perpetrado en su vecindad?
Ningún an tropologista serio aventuraria seme-
jante gracejo. Pero, según Garófalo, si estas ano-
malias típicas se observan en un individuo que
delinque por la primera vez, se puede afirmar,
antes de reincidir, que es incorregible y que como
tal debe ser tratado. La conclusión va tal vez
muy lejos. Me parece que entre esta opinióii y
el esccpticisnlo exagerado de Rudínger hay un
término medio, y que las facciones denunciadoras
deberían ser consideradas como indicios graves,
pero, como dice Bonvecchiato, solamente como
indicios» (1).
Esta es la opinión nada sospechosa del suti-
lísimo critico del Uomo delinquente. Tarde añade
todavía: que los alumnos de la Escuela de Dere-
cho, que hubieren de dedicarse á la administra-
ción de la justicia penal, deberian tener la obliga-
ción de frecuentar las cA rceles durante seis meses,
lo que sería equivalente ti diez años de práctica.
Esta idea fué desenvuelta por el mismo es-
critor en una memoria enviada al Congreso de
Roma en 1885.
Si la antropología criminal no autoriza el
empleo de providencias preventivas contra aque-
llos individuos que presentan cierto conjunto de
caracteres típicos del delincuente instintivo, cons-
tituye, sin embargo, una presunción, 6 un indicio,
que no es lícito despreciar, cuando la experiencia
de Lombroso y otros ha probado que es nota-
ble la proporción de los criminales en que se
notan los caracteres distintivos de la especie, y la
gran diferencia de esa misma proporción entre los
delincueiltes y los que no son criminales. Si entre
estos se observan algunos con los mismos carac-

(1) Rudínger, en un trabajo muy concienzudo acerca de 10s


caracteres físicos de los delincuentes, confiesa que la antro-
pología criminal, 4 pesar de numerosos hechos, no autoriza en
este niomento deciucciones aplicables 4 las averiguaciones Pe-
nales. (La nota es del libro de Tarde.)
teres, la proporción es en los delincuentes de 40 á.
50 por 100. El profesor Férri, habiendo examinado
muchos cientos de soldados, solamente en uno
encontró reunidos todos los signos antropológicos
del asesino, y supo después que este individuo
ya había sufrido pena por crimen de homicidio.
Mr. Ch. Féré, en s u reciente libro Dégénéres-
cense et crinzinalité, afirma que el tipo criminal
no est,á suficientemente definido, ni separado de
los tipos normales, y que por muchos caracte-
res esta confundido con el tipo degenerado, y que
por tanto, si el delincuente no puede ser definido
anatómica y fisiológicamente como un tipo hu-
mano especial, no hay fundamento para formar
clases distintas de delincuentes.
Aún añade lo siguiente: < N O es mi Animo
despreciar la obra de Lombroso y de sus émulos:
si sabemos que el carActer principal del delin-
cuente es la fealdad, monstrurn i ~ frolzb,
z mons-
truln iiz dnimo, los antropologistas han hecho la
historia de esta fealdad, y nadie puede prever
el alcance que teridrkn los importantes hechos
puestos p o r ellos en evidencia.))
Mr. Féré esta en desacuerdo con Lombroso
eii cuanto al origen atAvico del crimen, conside-
rándolo con una mera hipótesis, en cuyo favor
subsisten pocos hechos; pero esta crítica perdió
valor, desde que el autor del Uomo delinquente,
por la natural evolución d~ s u pensamiento crea-
dor y fecundo, llegó á admitir la existencia de
1s
criminales cuyo delito no es un fenómeno atávico,
y á reconocer la intima correlación que hay entre
la epilepsia, la influencia patológica y el crimen.
La antropología criminal se señala como rama
distinta en las ciencias positivas cuando estudia
en el delito la influencia de los factores indivi-
duales que lo produjeron, y cuando en la cla-
sificación de los criminales da lugar especial á
aquellos sobre que ejerce imperio funesto una
tendencia maléfica y rebelde á las seducciones
de la sociedad, ó una índole incapaz de adap-
tarse A las condiciones de la convivencia humana.
La existencia de esta clase de criminales parece
que ya no puede ser puesta en duda después de
las investigaciones hechas en Italia, Francia, Ale-
mania, en Suiza y en Bélgica.
Hay criminales que se asemejan al hombre
primitivo y que constituyen la antítesis del hom-
bre civilizado.
Algunos sabios explican este hecho por el ata-
vismo, otros por la patologiu; pero si hay diver-
gencia en la explicación, hay acuerdo respecto
al reconocimiento de estos tipos anormales (1).

(3) En 6 de Octubre de 1886, el Dr. Paillo HBger, presiden-


te de la sociedad de antropologia de Bruselas, di6 lectura 6
una memoria sobre la cuestidii de la criminalidad en e1
Congreso de medicina mental de Anveres.
ES un estudio de pequefins dimensiones, pero de gran valor
científico.
Refiri6ndose 6. las observaciones anat6micas y fisiol6gicasde
275
De ellos se ocupa la antropologia criminal,
señal8ndolos 8 la sociedad como seres contra los
cuales la penalidad es iilúlil como elemento de
moralización y como amenaza de sufrimiento.
Contra ellos, que por fortuna constituyen una ex-
cepción, la ley penal es de un efecto ilusorio,
cuando confía en la corregibilidacl del condenado,

los delincuentes, Mr. HBger declara: que el examen anatómico


demuestra que se encuentran en un gran ndmero de crimiua.
les particularidades de conformación, que son de la naturaleza
de aquellas que comunmente se llaman ((tipos de retroceso.))
~Examinense-dice- paralelamente dos series de hombres
d e la misma raza, por ejemplo, cien reiiicidentes y cien solda-
dos, sin escogerlos entre los que s e hallen en nn cuartel, y s e
observarán en unos y e n otros anomalías idénticas; es probable
(aun cuando no podamos con certeza hacer otra afirmación)
que, fijándose bien en los individuos que deban considerarse
como anorniales por su conformacidu anatómica, y princi-
palmente teniendo en cuenta el total de 16s anomalías compro-
badas, sil niimero será mayor en los criminales.
»Parece, pues, que en ellos las leyes del atavismo pue-
den demostrarse in8s fácilmente que en los demás hombres,
y es por esto por lo que constituyen para, nosotros docu-
mentos aiitropológicos especialmente iiitei-esantes.»
El Dr. Héger no olvida, en los caracteres distintivos de l a
clase de los delincuentes ni su notable iusensibilidad fisica,
iii su patología especial. Con respecto á este punto se ex-
p r c w en esta forma: «Teiiemos escasos deiiieiitos sobre el
asunto; pero los mbdicos cle las cárcelcs ceiitrales podríicn
ciertaineute suministrarlos; la fragilidad de la, vida es extre-
m a e n los enajenados, su Tuerza de resistencia esta reco-
nocida como débil. ¿Se da el mismo caso en los delincuentes
y sobre su estado diaiésico, si existe, qué influencia ejerce el
régimen & que están sometidos? ¿El aislamiento celular con-
y es insensata, cuando admite que uno de estos
entes fenomenales por la deformidad moral pue-
dan, sin peligro, ser restituidos ~4la sociedad, al
cabo de cierto período de años de encarcelamiento.
«En el organismo moral puede -dice Mr. Ri-
bot (1)- haber lagunas semejantes A la privación
de un miembro ó de un órgano; son entes á
quienes la naturaleza 6 las circunstancias han
deshumanizado.»
Estas lagunas no se llenan con las disposi-
ciones de los Códigos penales, y no hay régimen
penitenciario que consiga enmendar los defectos
orgAnicos, cuando constituyen las anomalías de
los grandes criminales, anomalías que son, según
la frase de Mr. Ribot, un lusus naturte.
El derecho de castigar 6 represivo ejercido

tribuy e á las alucinaciones que, seg6n se dice, tienen con fre-


cuencia los condenados á penas de larga duracibn? ¿Cuáles
son las causas de las tuberculosis, que, como es sabido, causa
un gran número de victimas?
El autor del importante opdsculo termina pidiendo el concur-
so de todos los honibres de buena voluntad, de los medicoa de
las prisiones y de los m6dicos legistas, 4 fin de obtener la so-
lucibn del problema.
En la modestia de nuestros estudios y facultades acompa-
fiamos al ilustre sabio en el mismo llamamiento.
El cuadro nosol6gico de la penitenciaria de Lisboa, en
donde la tuberculosis predomina con implacable fiereza, est6
convidando 4 108 clinicos del establecimiento 4 un estudio
del que pueden obtener gran lucro la ciencia y la filantropia.
(1) Psyel¿ologie eqerimentale, en la Revue politique et litte-
raire, nLim. 25.-1886.
277
por la sociedad contra esta clase de delincuentes,
deber4 limitarse 6 la defensa, porque dirigirse
con la aplicación de la pena á otro fin, seria un
error de consecuencias frecuentemente funestas.
Así como en el mundo zoológico las especies
se han formado, robustecido y desenvuelto á tos-
ta del exterminio de los individuos menos idóneos
para resistir las dificultades de la vida, y menos
aptos para reproducirse en una progenie viable
y vigorosa, de igual suerte en la sociedad hu-
mana la civilización se conquistó B costa de la
destrucción de muchas generaciones de individuos
menos aptos para la vida social. La victoria de
los más fuertes, m6s inteligentes y moraliza-
dos, y la eliminación de los inferiores en vigor
mental y fisico, se operó en el decurso de mi-
llares de años, durante los que, en el rbgimen de
las sociedades embrionarias, la ley de la selección
natural ejercía una acción decisiva y dominante,
y de aquel hecho nació el movimiento civilizador.
En las sociedades civilizadas se provee de mu-
chas maneras 4 la eliminación de los individuos
perjudiciales. Con el natural dese~~volvimiento de
los sentimientos altruistas vino la adopción de
providencias en beneficio de aquellos á quienes
la naturaleza dotó de cualidades menos ~ropicias
para triunfar de las adversidades de la existencia,
y se le unib m4s tarde una perjudicial filantro-
pía protectora de la vida de los grandes crimi-
nales, que 110 solamente constituyen un mal Para
278
los contemporAileos, sino también para las gene-
raciones venideras, por la transmisión hereditaria
de su índole perversa.
De este hecho proviene que no tan sólo los
dkbiles, sino ademhs los degenerados y los delin-
cuentes? pueden reproducirse indefinidameilte.
«Quien se haya ocupado de la reprodución de
animales domésticos, sabe, siti la menor duda,
cuán nociva debe ser A la raza humana la perpe-
tuación de seres débiles. Se ve, con gran sorpresa,
la rápida degeneración de una raza doméstica por
falta de cuidados, 6 por s u mala dirección, y en
virtud de esto, excepto con relación al hombre,
nadie es tan ignorante y falto de tino que permi-
ta la reproducción de animales raquiticos)).
Las leyes de la herencia fisiológica no imperan
solamente en la reproduccibn de los flacos 6 dege-
nerados, quedando exceptuados de su influencia
funesta los delincuentes, Por el contrario, uno de
los hechos mejor averiguados por la antropología
criminal es el de la correlación entre la criminali-
dad y la degeneración, los vicios, las neuropatiae,
la edad y otras condicioiies de los progenitores, apa-
rentemente accidentales, pero que, por regla gane-
ral, ejercer, una acción poderosa en la descendencia.
La demostración de estas verdades y la in-
dicación de las consecuencias que de ellas se
deducen para el derecho represivo, pertenecen al
dominio de la siiltropologia criminal y constituyen
la esencia de sus estudios,
279
Equivocados están, pues, aquellos que la con-
sideran casi como una resurrección de las teorías
de varios escritores que s e ocuparon del examen
de la fisonomía, sin poseer el criterio científico
que los modernos antrop ÓIogos poseen.

Cuando se logre alcanzar la síntesis de las


observaciones y doctrinas difundidas en los libros
de Lombroso Marro, Srgi, Lacassagne, Bordier,
Mandsley, Thomson, Ferri, Garofalo, Puglia y
otros, y cuando el Derecho penal se haya em-
bebido en las doctrinas positivas, la antropolo-
gía criminal ejercer& entonces su dominio en la
instrucción de los procesos criminales, y en la
determinación de la forma de represión del delito,
más conforme con los intereses de la sociedad.
Entoilces la pena no ser& aplicada proporcio-
nalmente á Ia gravedad del crimen, sino en ar-
monja con la índole del delincuente, revelada
por el hecho que practicó, por sus habitos de
vida, por sus cualidades hereditarias y por el
conjunto de las circunstai~cias conducentes al
conocimiento completo de las probabilidades de
enmienda, 6 de la presunta ineficacia del castigo.
Las averiguaciones de la policía se auxiliarhn
también de1 criterio antropológico, cuando reite-
radas y numerosas observaciones hayan defini-
do con rigurosa precisión el valor de los carac-
teres somáticos, como indicadores de una índole
propensa al delito.
El funcionario de policía, guiandose por las
observaciones antropolbgicas, podrú adquirir, por
un procedimiento experimental y cienti Eco, aque-
lla pcnetracióii y seguridad de vista que alguilos
han alcanzado empíricamente.
Será además un indicio de gran valor para el
descubrimiento de los criminales. A este propó-
sito dice Alongi: (1).
«Notemos de paso que ya se ha reunido un
precioso material de elementos antropológicos,
aunque sin intento determinadamente científico,
y s610 disciplinar, por funcionarios de la policía
y de las clirceles, como lo prueban las obras de
Vidoq, Fregier, Bolis, Locatelli y las recientes
de MacB, y esta observación rne sugiere la idea
de que la primera aplicación y la primera uti-
lidad practica de la antropología criminal se ha
de demostrar en la policia, como, en parte, su-
cederti en las cárceles.»
Para que se aprecie bien la ventaja de la
antropologia criminal al servicio de la policia,
basta citar, por ejemplo, lo que Lombroso dice
respecto 15 la fisonomía de los homicidas habi-
tuales, 9 quienes se atribuye el mirar vitrio, frio
é inmóvil, algunas veces sanguíneo, maxilas vo-
luminosas, orejas grandes, cabello abundante,
poca barba, labios delgados, etc. (1).
La antropología criminal no autoriza todavía
el que d priori se repute criminal cualquier in-
dividuo que se distinga por las señales anató-
micas; pero cuando la frecuencia de aquellas
señales alcanza en los delincueiites 1i1 proporción
de 46 íi 50 por 100, al paso que entre las per-
sonas no criminales la proporción es insignifi-
cante, no hay razones plausibles para negar cierto
valor íi aquel hecho, que no es ciertamente una
coincidencia fortuíta.
Dice un autorizado criminalista belga, refi-
ribndose 5. los estudios a~~tropológicos: «No tengo
interés en ocuparme en este libro en el examen
de teorías especiales que no son de mi compe-
tencia. Me limito 6 seíialar el gran valor que
tienen para la magistratura judicial. Al juez le
indican que, para administrar justicia, no basta
simplemente proclamar que el hombre es libre;
le invitan íi conocer, no sólo el Código que apli-
ca, sino también la organización del culpable;
no sólo la jurisprudencia del Tribunal, sino los
antecedentes, la familia, la psicología del reo, y
sobre todo ejercen s u influencia en la compren-
sión de las instituciones represivas» (2).

( 1 ) Vease Lc Uomo deliltpuente, p&g.246.


(2) Adolphe Prins. Cri~inalitéct rcprdssion,
282
Otro notable criminalista, que no es sectario
del positivismo, se expresa también de la si-
guiente mariera: <El progreso de las ciencias
naturales ha contribuído poderosamente, y cada
vez contribuirá más, para esclarecer los terribles
problemas de la justicia penal y aquellos que
se ligan á la necesidad legitima de la prevención
del delito. Descendiendo á !os más recónditos
pliegues de la conciencia humana para exami-
nar las causas misteriosas que originan en el
mundo el tétrico drama del crimen, la ciencia
del Derecho penal no puede rechazar ciertos re-
sultados que la experiencia de los ilaturalistas
recoge de dia en dia sobre la herencia del delito
en la familia, sobre la influencia de la organi-
zación física, del clima, de la temperatura, y no
sólo de la influencia de la índole de los delin-
cuentes, de su educación, del régiineii alimenticio
y de los sufrimientos fisicos sobre la determina-
ción de la voluntad, sino tambi6n del ambiente
moral que rodea al hombre» (1).
Estas citas demuestran la influencia que pro-
gresivamente han adquirido los estudios de an-
tropología criminal y la vulgarización de sus
conclusioiles.
En las cárceles y en los hospitales de alie-
nados es en donde aquellos estudios se han
Iiecho, siendo tales establecimientos los lugares 8.
propósito para proceder con utilidad á observa-
ciones más numerosas y de efectos más seguros.
En el Congreso de Roma, Benelli, presentó
una proposición para que en las prisiones se
proceda al examen antropolópico de los pre-
sos, adoptdndose un rnOtodo uniforme en el re-
gistro de las observaciones 4 indagaciones que
se hicieren.
<(El Derecho penal, -expone el congresista,-
como ciencia positiva, se basa en el conocimiento
del criminal. Para conocerle es preciso multiplicar
las observaciones, acumular los hechos, y no es
sino con el auxilio de grandes series de hechos
como se puede vislumbrar la ley que los rige.»
Dice después: «El sistema seguido hasta hoy me
parece defectuoso. Entrase en una penitenciaría,
examinanse apenas los criminales que á primera
vista presentan anomalias más características,
más numerosas ó m8s intensas, ó aquellos que
más llaman la atención del visitante por la natu-
raleza de los crímines, 6 por otras circunstan-
cias, tales como la reincidencia, por ejemplo. Se
observun, se estudian, se miden y se prescinde
284
de los demhs. Es un error. No basta examinar
los individuos que ofrezcan mayor interbs, por-
que así se establecen selecciones artificiales; es
menester estudiarlos todos, siendo posible. El
examen no debe limitarse & mediciones 6 investiga-
ciones somáticas; conviene recurrir 6 un examen
detenido y minucioso, investigar la vida de cada
delincuente, sus antecedentes y los de la familia.
Haciendo este estudio con uniformidad en todas
las cArceles, se llegar& & sumiilistrar á la cien-
cia gran copia de elementos positivos de una im-
portancia considerable.
De acuerdo con estas ideas, el autor de este
articulo, en documentos oficiales ya tiene expues-
ta la conveniencia de que en la Penitenciaria
Central de Lisboa se establezca un gabinete de
antropología criminal, bajo la dirección del per-
sonal m6dico del establecimiento, y en el mismo
sentido habló eil el Parlameiito el ilustre alienis-
ta Dr. Senna, que elocuentemente encareció el
valor de la antropologia criminal para la reso-
lución práctica de las cuestiones penales.
Estos estudios de incontestable utilidad cien-
tífica no son incompatibles con el sistema pe-
nitenciario, y aiites bien son ventajosos para s u
ejecucihn, para que se puedan calcular los efec-
tos del régimen, y para la explicación de ciertos
accideiltes del dominio de la siquiatría, que con
frecuencia se presentan en las prisiones celulares
principalmente.
285
Abrir de par en piir las puertas de las pe-
nitenciarias A quien por curiosidad se quisiere
entregar tliles estudios, no me parece prudente
ni compatible con la índole del sistema peniten-
ciario; puesto que, si tales estudios no se hicie-
ran con una discreta reserva, y sus resultados
no s e iiiscribieren en un registro que debe con-
servarse secreto, podrían convertirse en una agra-
vación de la pena para los condenados, efecto
de la inquisición y examenes d que se les so-
metía obligatoriamente, y las notas acerca de los
antecedentes de las familias se transformarían
el1 un acto repugnante.
Ya no encuentro los mismos inconveilientes
cuando sea el personal médico y directivo de las
cdrceles el que proceda á esos estudios y ob-
servaciones, á que los reclusos se someten na-
turalmente y sin dificultad, como me tiene de-
mostrado la experiencia.
Ademiis de eso estoy coiiveacido de que la di-
rección de las cdrceles no tiene derecho d obligar
al preso ti responder al interrogatorio de perso-
nas extrañas, ni de castigarlo cuando rehuse pres-
tar informes, ó cuando los falsee.
Establecido, sin embargo, en el Reglamento
de la prisión, como complemento del régimen,
el examen antropológico, el aspecto de la cucs-
tión es diverso.
Lo que es preciso evitar es que estos estudios
no envilezcan d los condenados.
286
En la penitenciaria de Lisboa ya s e han hecho
algunas observaciones sobre el tatuaje, sobre
la influencia de 1ii herencia morbosa y, señala-
damente á este punto, ya se obtuvo la conclu-
sión de que entre 529 condenados el 11'34 por 100
eran hijos de padres alcoholizados, epilépticos,
locos delincuentes, de padres viejos y madres
jóvenes, y de padres que habían sido victimas de
la tisis y de otras enfermedades degenerativas.
Aquella proporción será ciertamente más ele-
vada cuando se ponga en práctica un estudio
metódico, conforme á las indicaciones de Benelli.
Las aludidas observaciones parece que auto
rizan las siguientes coilclusiones de Féré:
1. «La criminalidad está muchas veces aso
O

ciada á degeneraciones físicas y psíquicas; 2.0 La


criminalidad y las degeneraciones tienen frecuen-
temente una herencia comun (1).

No tevminaré este capitulo siii yuc 1,rocilre


disipar el recelo, ocasionado tal vez por su lectura,
de que la ai-itropologia conduce á la impunidad
do los criminales, demostrando su irresponsahili-
dad moral.

(1) Degénéscence et crinzin,alité, pág. 70.


287
No podre conseguir aquel resultado de una
manerd mas concluyente que transcribiendo a1-
gunos periodos del opúsculo del Dr. Héger, ana
teriormente oitado.
«Toco ahora otro punto que más nos interesa,
-dice el sabio:- se nos arguye directamente de
encontrar en las teorias a~ztropoldgicasmodernas
un punto de apoyo para apreciaciones muy in-
dulgen tes respecto á los criminales de profesión.
Si uno de nosotros descubre y señala en su
conformación física una par-ticuliiridad, inmedia-
mente se deduce que se pretende declararle irres-
ponsable; si demostramos que algunos reincidentes
est6n afectados de una innegable perturbación
mental, A pesar de la evidencia, se murmura y
se rehuye e asimilar, en general, los delincuentes
á los alienados.
»DjgAmoslo de de luego: estamos unánimesen
reconocer que, por regla general, los criminales
no son locos, y la mayor parte de los antropo-
logistas han consagrado sus trabajos definir los
caracteres diferenciales que los distinguen. Pero
admitase por un momento la liipótesis de la iden-
tidad de los alienados y delincuentes. Ya que
tanta gente considera esta conclusión eventual
como una amenaza para el orderi de la sociedad,
deseo colocarme en esta nueva condicibn para
apreciar el resultado de la total adopcióii de se-
mejante hipótesis,
»Supongamos, pues, que Maudsley se torne
288
el creador de la nueva jurisprudencia y que Lom-
broso adquiera la autoridad de Justiniano. Los
magistrados, ardientes partidarios de las nuevas
doctrinas, resolverían aplicar A los delincuentes
las mismas disposiciones legales que hoy regu-
lan la suerte de los alienados.
)>iCuAl seria el resultado prtictico de esta iden-
tificación? Cuando hoy tenemos que decidir acer-
ca del destino de un hombre que presenta seríales
de enajenación mental, no nos preocupamos por
saber hasta quí? punto es responsable. iEs 6 no
peligroso? He ahí la cuestión.))
Heger, prosiguiendo en estas consideraciones,
deduce que, equiparlindose ciertos delincuentes
á los enajenados dimanaría de ahi una severi-
dad mayor para los incorregibles, una represión
m6s justa y por consiguiente más eficaz, inha-
bilitándolos para comenzar invariablemente de
nuevo la misma serie de crímenes, después d
haber cumplido s u tiempo.
Esta cita no sólo desvanece las errórieas pre-
~lencionescontra la tendencia de los est~icliosail-
tropológicos, sino que tambibn demuestra cuhii
uniforme es el modo de pensar de eminentes hom.
I~resde ciencia, acerca de la necesidad de la trans.
forrria ción radical del clerecl-io represivo.
El tatuas en lo delincuentes.

En el primer congreso de ailtropologia crimi-


nal, el tatuaje en los delincuentes mereció llamar
la atención de los sabios.
Es al profesor Lombroeo, 6 quien, según dice
del insigne mbdico alienieta el Dr. Antonio Marro,
pertenece el merito de haber sido el primero
que puso en evidencia el valor complexo de
e tos signos en los criminales. Su importancia
no es pequeña, como pudiera creerse, puesto
que, si por una parte suministran indicios pre-
ciosos para identificar los delincuentes, concurren
por otra parte para que ee noten y aprecien
ciertas particularidades biológicas y psíquicas.
19
Quien haya leido la obra de Lombroso, no
ignora que el libro del ilustre sabio, después de
un estudio directo, somático y psíquico de muchos
criminales llegó A deducir como conclusión, que
algunos delincuentes constituyen un tipo cai'ac-
terístico, diverso del tipo normal humano, y que
tiene manifiesta analogia con el hombre primi-
tivo y salvaje.
Por el atavismo es por lo que explica la índole
y la difusión de algunos crímenes, y la repeti-
ción constante y periódica de un determinado
número de delitos, contra los cuales la ley penal
es impotente.
El tatuaje se usa entre los pueblos salvajes,
ya como adorno, ya como distiritivo y hasta como
un preservativo contra enfermedtides .
El salvaje que vive en un estado, que se
puede llamar verdaderamente natural, se presenta
completamente desnudo, sin noción alguna de
pudor inspirado por el sentimiento de su des-
nudez.
En el decurso de las edades, como dice Spencer,
la decoración había precedido al vestido.
Las narraciones de los viajeros prueban este
hecho, que ellos presenciaron en las regiones del
Africa central y austral, en la Australia, en la
Tierra del Fuego, etc.
Pero si B los individuos de estas regiones
p aradisíacas les falta el sentimierito del pudor, no
les escasea el de 10s adornos, sentimiento que se
revela por el tatuaje, por varios procedimientos
de mutilación, por la compo~turafanthstica del
cabello, por el uso de collares de conchas 6
dientes, y por las plumas con que adornan la
cabeza.
El tatuaje varia de procedimiento entre los
pueblos incultos; pero sir existencia es un hecho
reconocido y caracteristico del estado de inferio-
ridad de esos pueblos, y s u universalidad concu-
rre con otros hechos para demostrar que el es-
píritu humano primitivo procede frecuentemeilte
del mismo modo en todos los paises y eil todas
las razas.
Los pueblos prehistóricos, de quienes los sal-
vajes con tempor8neos son representan tes, también
usaban el tatuaje, que se hacía con finísimas
púas de hueso, habiéndose cilcoiltrado algunas
en las grutas de Aurignac y en los sepulcros
del antiguo Egipto, idénticas B los estiletes de
hueso de que se sirven todavía los salvajes
modernos.
Los historiadores de los pueblos de la ailti-
guedad hacen referencia l a practica vulgar
del tatuaje entre muchos de ellos.
Esta operación, siendo dolorosa, y pudiendo
ser causa de padecimientos peligrosos, indujo h
Lombroso á sospechar que los delincuei~testie-
nen una sensibilidad inferior al común de 10s hom-
bres, como se ob~erva en algunos enajenados,
y entre los pueblos salvajes, que soporfan, la
292
iniciación de la pubertad, torturas que no su-
friría jamás un individuo de la raza blanca.
Sirvible, pues, el tatuaje como argumento A
favor de su tesis, que consiste en asimilar el de-
lincuente nato 6 instintivo al salvaje, sin olvidar,
no obstante, su grande valor psicológico, porque
eri muchos casos puede dar origen A acertadas
inducciones acerca del sentido moral del delin-
cuente.
Ferri, uno de los miembros más insignes del
congreso antropológico, en la memoria que pre-
sentó sobre la clasificación de los criminales, según
sus caracteres esenciales, orgAnicos y psiquicos,
tambi6n aludió al tatuaje como prueba de la in-
sensibilidad física, principalmente de los crimina-
les que el sabio profesor clasifica como instintivos
6 deliilcuentes natos.
Dice la memoria: «El criminal instintivo, de
quien el asesino y el ladrón son los represen-
tantes comunes y 1n6.s numerosos, presenta dos
caracteres psiquicos fundamentales: la ausencia he-
reditaria del sentido moral y la impreuisidn de
las consecuencias de sus acciones, Estos caracte.
res determinan dos series de síntomas secunda-
rios, m 8s 6 menos numerosos, en cada criminal
de esta categoría.
«Del primer carhcter fundamental, la ause~zcia
del sentido moral, deriva la insensibilidad fisica
y moral de los criminales para los sufrimientos,
10s males, los daños de las víctimas, de ellos
293
mismos y de los cómplices, insensibilidad que se
manifiesta por los síntomas siguientes:
«La insensibilidad por el sufrimiento de las
víctimas, sobre todo en los crímenes de sangre,
se demuestra por la indiferencia después de
haberlos cometido, por la impasibilidad de los
asesinos en frente de los caddveres de sus vícti-
mas. Esta insensibilidad llega hasta el punto de
permitir al criminal un sueño tranquilo al o lad
de aquellos á quienes mató.
»Esta misma insensibilidad hereditaria se de
nuiicia también en las incomodidades dolorosas
porque pasan los delincuentes, por ejemplo, des-
de el punto de vista fisiológico, cuando los ase-
sinos y salteadores, etc., son trasportados en ca-
rros en una larga distancia, y que, á pesar de
tener. heridas graves, no lanzan un gemido, ni
se quejan aun cuando sean sometidos A opera-
ciones quiriirgicas, que para otros seria11 doloro-
sas (el tatuaje es también un ejemplo); ademiis de
eso hay una prueba evidente que resulta del es.
tudio sismogrAfico de los criminales, de la es-
tenometrja, &c.»
En el mismo congreso el Dr. Frigerio, medi-
co y director del asilo de enajenados de Alexan-
dría, hizo algunas consideraciones respecto d la
significación del tatuaje en los delincuentes, repu-
tándolo como una prueba de degeneración de eslos,
6 de su identidad con las razas inferiores, en don-
de el hecho es frecuente y habitual.
294
El Profesor Lombroso, investigando los cuusris
porque se mantiene en las clases inferiores, y más
todavía entre los criminales, este uso, que no tie-
ne ventaja alguna y puede origiiiar malas conse-
cuencias, le atribuye las siguientes:
1. La religión, que ejerce una profunda im-
presiói~en el Animo de los pueblos, conserrhndo-
les los antiguos habitos y costumbres.
(En efecto, en la ciudad clerical de Lha-Ssa, ln
Roma tibetana, como le llaina Letourneau, (La
Sociologie), los adornos se transformaron en peni
tencia, en agentes de moralizaci6n. En aquella
piadosa ciudad, toda mujer que se estima, antes
de salir, debe embaduriiarse la cara con un bar-
niz negro y viscoso.
La costumbre de pintarrajear el cuerpo es una
variedad del tatuaje.
Los esquimales tambi6ii usan el tatuaje, en
la creencia de que los trazos de esta operación
serkn considerados en el otro mundo como un
distintivo de honra.
Los hebreos y fenicios diseñaban figuras en
el cuerpo, en la frente y en las manos, que de-
nominaban señales de Dios. En la isla de Marsall
6 nadie se le permite el tatuaje sin pedir 6 los
dioses licencia para esto. Lubbock añade que
las mujeres 6 quienes falte e1 tatuaje ortodoxo
no gozaran de la beatitud eterna.
Cerca de algunos santuarios existen artistas
especiales que practica11 el tatuaje devoto; gra-
295
bando símbolos religiosos en el cuerpo de los
romeros).
2.. El ocio.
3.a El espíritu de secta, 6 de clase, como,
por ejemplo, el de los artífices de la edad media,
que adoptaban un tatuaje especial y característico
de sus oficios, el de los marineros, militares, etc.
4.. Las pasiones amorosas, 6 mAs bien eróti-
cas, y hasta ciertos sentimientos más nobles y pu-
ros, como los recuerdos de la infancia, de personas
de familia, ó de amigos ausentes ó muertos.
5.8 El atavismo histórico, producto de la tra-
dición.
Lombroso, citando á Lacassagne, autor de
una excelente monografía sobre el asunto, atri-
buye tambihn el tatuaje ti la necesidad de expresar
las ideas por medio de geroglíficoa, escritura muy
comiín entre los ignorantes y entre los pueblos
primitivos, que se valen de representaciones ob-
jetivas para significar sus i deas.

Tuve ocasibil de examinar 345 criminales, y


se me presentaron 58 coa señales de tatuaje, lo
que corresponde A un 16'08 por 100.
El Dr. Marro, insigne autor del l~reciosolibro
296
I caractteri ciei &linquenti, estudio antropológico-
sociológico, en 1395 deliilcuentes encontró el ta-
tuaje eii 156, lo que da una proporcióii de 11,15
por 100.
Lombroso da cuenta de que en 5348 tenían
trazos de tatuaje 667, siendo el 10,77 por 100 adul-
tos y menores 34,09.
De aquellos 58 criminales con seriales de ta-
tuaje habían practicado crimenes de hurto y robo
33, de homicidio 21, crimenes contra la religión 1,
y atentados contra el pudor 3.
Entre los 21 reos contra la seguridad de las
personas figuran 20 homicidios voluiltarios y so-
lamente una tentativa de homicidio: tres de estos
reos ya habían cometido crimenes de lesiones
anteriormente 13 los homicidios.
De los 33 condenados por crímenes contra
el derecho de propiedad, 17 son reincidentes, y
entre los que habíari atentado contra el pudor,
hay uno que había practicado anteriormente cri-
menes de diversa naturaleza y otro que es rein-
cidente en el crimen de estupro.
La especie de delitos es una prueba m8s 6
favor de la opinión que en el Congreso de Roma
emitió el Dr. Frigerio y que se encierra el1 las
palabras siguientes: «La deducción mAs prdctica
que, A mi modo de ver', se obtiene de las ob
servaciones sobre el tatuaje, es que su frecuencia
esth eri. relación con ciertas clases de crimenes
determinados. Así, entre 60 delincuentes, cuyos
297
tatuajes ya cité, el mayor número (39) fué con-
denado por agresiones, robos, depredaciones,
empleo consciente de titulos falsificados; 15 por
violación é incesto, 6 por homicidios y heridas
de que resultó la muerte, y los otros como in-
cendiarios. >)
La operación se hizo con agujas, y B. pesar
de que 15 mostraban el tatuaje en arnbos bra-
zos, solameilte dos se quejaron de que era do-
lorosa dicha operación, estando conformes los
demás en declarar que apenas les babia causado
una ligera picazón.
Durante la vida militar se habían sujetado al
tatuaje ocho; en las cdrceles civiles 30, siendo
la mayor parte tatuados en el Limoeiro, algunos
en la chrcel de la Audiencia de Porto, otros en
las prisiones militares y en Africa, en donde dos
ya habían cumplido sentencia. 'El ocio y el es-
píritu de imitación fueron las causas confesadas
por la mayor parte para explicar el tatuaje.
De los pocos que en la vida de libertad, an-
terior h la perpetracibn del crimen, se sujetaron
h la operación, uno sólo le explicó por senti-
mientos religiosos, pues que tiene en un brazo
una figura de mujer con pretensiones de ser la
imagen de Santa Lucía, diseííada con motivo de
una enfermedad de ojos que en su aldea reinaba,
adoptando entonces muchas personas aquel ta-
tuaje devoto.
El1 13 observé el tatuaje con crucifijos Y em-
298
blemas religiosos, 6lusivos á la pasión y muerte
de Jesucristo; sin embargo de estos emblemas
solamente 6, en el exarnen á que fueron sometidos
6 SU entrada en el establecirniento penal en que
se encuentran, demostraron co~locimie~ltosufi-
ciente de la doctriila cristiana.
Entre ellos hay 1 que tiene en el brazo iz-
quierdo u11 crucifijo y varios emblemas grabados
en 1874, cuando cumplía sentencia por delito
militar, y, 6 pesar del caracter religioso de aquel
tatuaje, s u último crimen fué un desacato y pro-
fanación de la sagrada forma cle la eucaristía.
En 15 vi diseños, nombres, que denunciaban
sentimientos amo rosos, y eoli tarios recuerdos,
mostraiido solamente 2 pinturas ob,scenas.
Encontrh en 3 Únicamente diseilos, letras y
nombres que revelan el amor ti la familia, según
las declaraciones que hicieron.
Se me deparó en uii delincuente de existencia
desarregladisima, viciosa y turbulenta, el diseño
de un túmulo como recuerdo de su Unico amigo,
al que se refirió con profunda tristeza, sintiendo
no tener medios para erigirle un mausoleo de
mhrmol.
De los que habían servido en el ejército, 1 tan
sólo presenta ernblomas militares: dos piezas de
artillería, designando el regimiento, niimero do
matricula y de la batería, etc.
Por regla general los diseños del tatuaje no
se especializan, de suerte que se encuentran pin-
299
turas ó señales de un sólo carácter, puesto que
algunos tienen, por ejemplo, en un brazo em-
blemas religiosos, y en el otro, ó en e1 mismo,
geroglíficos ó diseños profanos.
Lo que se nota con más frecuencia es la p i n t u r ~
de corazones atravesados por flechas de cupido,
Ó espadas simbólicas de una pasidn tormei~tosa,
nombres, iniciales de nombres, fechas, y unos
cruzados, q ue denomincii~sigrzo fúnebre,
tr~iíls~gulos
al que algunos atribuyen supersticiosaniente la
virtud de evitar el mal de ojo y las acometidas
pbrfidas del diablo.
En las carteles del Liinoeiro y de la Audiencia
de Porto hay de estos groseros Benevenulos Celli-
nis que s e encargan del tatuaje de los compalleros,
y, casi siempre, mediante una gratificación pro-
porcional d la importancia del grabado.
Lombroso enumera entre las causas del tatuaje
el atavismo, dándole la importancia principal.
Los tatuajes que examiné no me autorizan para
concederles igual valor al que el ilustre sabio
les atribuye.
En este punto me inclino m8s á la opinión
de Tarde, expuesta en s u libro L a criminalitd
compar*de, en donde, con gran elevaci6n de in-
genio, se discute la tesis de Lombroso acerca
de la existencia del tipo criminal, como variedad
distinta de iluestra especie.
«Es un hecho curioso, que en cíertas clases
inferiores de las poblaciones civilizadas, entre 10s
marineros y hasta entre los soldados, sobre todo
en la clase de los delincuei~tes,(pero nunca eii tre
los locos, nótese bien), se practica excepcional-
mente la costumbre de hacer incisiones figurati-
vas en la epidermis. ES un vestigio conservado
por atavismo, como pretende Lombroso, (digase
en todo caso por tradición, porque lu herencia
nada tiene que ver con eso), del tatuaje que se
supone haber estado generalizado entre nuestros
groseros antepasados?
*Me parece mucho mAs probable admitir que
es un efecto, no de la tradición de nuestros us-
cendierites, sino de una moda importada por
marineros ó militares, imitación de los actuales
salvajes, con quienes hayan estado en contacto.
Esta moda se propagó m8s rdpidamente entre
10s condenados 6 causa de su insensibilidad cuth-
nea, tan bien demostrada por nuestro sabio autor,
y por consecuei~ci~de los largos tedios de la
prisión.
»Esta moda es m8s general entre los reiii-
cidentes. Nueve veces de diez (en 506 tatuados
489 veces), los diseños, los símbolos, las letras
son trazados en el antebrazo, región ni8s cóno-
da para el operadoi* y el operado; en el rostro
nunca. Precueiltemente es el retrato aproximado
de la mujer amada, 6 son sus iniciales; esto re-
cuerda las cifras entrelazadas que los amantes
graban en los tirboles. A falta de corteza, los
presos se sirven de la piel. Otras veces el tatua-
301
clo muestra la señal de s u profesión, un ancla,
un violín, una bigornia, una divisa con que
pretende eternizar s u odio, á veces, un falo > (1). ...

Las observaciones sobre el tatuaje de los con-


denados en la Penitenciaria de Lisboa prosiguie-
ron 6 medida que los reclusos aumentaban, de
suerte que entre 463, esto es, en 118 presos más,
se me depararon 19 con seííales de tatuaje, for-
mando u11 total de 77.
De estos son reos de hurto y de robo 50,
homicidas 23, autores de atentado al pudor 3,
y de desacato 6 la religión 1.
De 50 condenados por crimenes contra la pro-
piedad, 39 ya lo habían sido por crímenes idéil-
ticos m8s de una vez, siendo el mayor número
de rateros incorregibles y rebeldes al ejercicio
de cualquier profesión honesta.
Entre los homicidas figura uno que, en pocos
meses, perpetrb 11 crímeiles graves: asesinato,
homicidio frustrado, estupro, robos, etc.

(1) Este capítulo había sido publicado hasta aquí en IIU


artículo en la Revista de Edaccaciólz y Ensefianza. El resto fu6
escrito despii6s de estar en In imprenta este libro.
La perversidad de esta bestia fiera parece tener
en parte su origen, 6 su agravacibn, en el hábito
de bebidas alcohólicas. La ausencia de sentido
moral es completa, pues nada en él indica el
menor remordimiento, y se muestra insensible é
indiferente A la clausura celular.
Los signos del tatuaje se diferencian en poco
de los que ya mencioné; distinguiéndose tres con-
denados, uno que habia sido compelido al ser-
vicio militar cuando adolescente, y que, habiendo
pasado por varias prisiones y calabozos, se dejó
grabar en los brazos, en el pecho, en el vientre
y en las piernas, varios emblemas simbólicos,
corazones, nombres de amantes, en la pierna iz-
quierda un hombre desiiudo con un erotismo de
sátiro, una mujer desnuda en la derecha, una
serpiente en uno de los brazos y un lagarto e11
el otro, etc. La biografía militar de este preso
le presenta como un indisciplinado é incorregible.
Su padre había estado loco en Rilhaflores y por
fin se suicidó.
E s también notable el tatuaje de un ratero,
indígena de Lisboa, delincuente desde los cinco
años de edad; en los brazos tiene diversas ini-
ciales de nombres de amigos y coilsocios; en el
lado izquierdo del pecho dos corazones, las ini-
ciales de un íntimo, y del otro lado dos figuras
en una desnudez y actitud que recuerdan un vicio
vulgar en Sodoma.
Son raros los tatuajes hechos fuera de las
cárceles. El predominio del nÚmerto de tatuados,
reos de crímenes contra la propiedad, se explica
por su más repetida frecuencia de las prisiones
y por la ociosidad, que tiene preponderancia etio-
lógica en esta especie de delitos.
Mr. Lacaesagne, notando el gran número de
tatuajes simbólicos, atribuye el hecho tí las ten-
dencias fetiquistas, que reputa inllerentes al or-
ganismo humano, pues que los estudios arqueoló-
gicos prueban que los hombres pintaron las ideas
antes de saber escribir.
El tatuaje tiene una grande importancia, por-
que, como dice Mr. Berchón: ((Es u11 precioso
signo de identidad individual que se puede exa-
minar ya eii vida, ya eii el cadtiver, ya en las ex-
humaciones judiciales. Hasta puede suministrar,
según la naturaleza y el sitio de los diseños que
lo canstituyeil, noticias importantes, y algunas
veces decisivas, sobre la condición social, la edad,
cl sexo, la nacionalidad, los gustos, y sobre todo
la profesión actual 6 anterior de las persoilas
examinadas)) (1).
La comprobación de la identidad de los delin-
cuentes es de grandísimo valor para la adininis-
tración de justicia penal.
El tatuaje presta un apreciable concurso para

(1) Dr. A. Lacassagne.--Les tatouajes.-~tztclc ant1'rol)olo-


gipzce e t nzédico-Ugale.
304
la comprobación de la identidad, porque los que
lo presentan est n como sellados con marcas di-
fíciles de borrar.
Desde el punto de vista de la psicologia es
igualmente muy importante el examen del tatuaje,
porque los tatuados, por regla general, procuran
fijar en la epidermis ciertas imhgenes, fechas, re-
cuerdos y sentimientos que m8s los impresionan,
ó que estan m8s conformes con sus tendencias,
supersticiones y afectos.
La pictografía es vulgar entre los criminales,
que se complacen en trazar en las cartas ara-
bescos y figuras para amplificacidn del texto.
Tampoco es raro que adicionen en las cartas pin-
turas groseras, producto de una fantasía que,
en sus vuelos, entra arrogante por el dominio
de la extravagancia mental.
La libertad condicional de los sentenciados.

Data ya de la antigüedad griega y romana


el principio de que la aplicación de la penalidad
d los reos debe principalmente mirar 6 SU re-
generación.
«A no ser que se castigue brutal é irracional-
mente, nadie pene á los culpables con injusticia
solamente porque no la practicaron. »- Dice PlatÓn
en Protágoras- y añade: «Cuando en la impo-
sición de las penas se procede acertadamente,
el castigo no se aplica por la falta perpetrada,
puesto que es imposible impedir el mal consu-
mado, sino para oponerse á una falta futura, á
fin de que el reo 110 reincida y sirva de ejem-
plo el testimonio de su castigo.))
20
306
El filósofo Séneca y el jurisconsulto Paulo, atri-
buyen á la pena un fin puramente educativo y mo-
ralizador: ut eum quem punit ernendet -decía el
primero- poena constituitur in emendationem Ito-
minum- escribía sentenciosamente el segundo.
Cumple todavía recordar que el profundísimo
Alúsofo griego, repeliendo la idea de dejar im-
pune cualquier crimen, consideraba la penalidad
como una terapéutica de las enfermedades mo-
rales de los delincuentes; pero cuando el medio
curativo fuese incierto, ó aquellos fuesen rebel-
des al tratamiento, aconsejaba la pena de muerte,
aduciendo justificativamente: «Que hay leyes pro-
mulgadas para los buenos, las cuales tienden
solamente A enseñarles el modo de vivir en paz
y armonia con sus conciudadanos, y hay otras
contra los perversos, los refractarios A la educa-
ción, índoles duras que no hay fuerzas suficientes
para mandarlas.» Como se ve, para los incorregi-
bles Platón insinuaba un proceso depurante de
la sociedad, no esperando que esos individuos,
por efecto de un castigo flojo é inútil, alcanzasen
alientos para abandonar su vida de criminales.
Desde que el derecho de castigar dejó de cera
nerse en las regiones místicas de la expiación
y en las regiones metafisicas de la justicia absolu-
ta, esto es, desde que la pena dejó de tener en si
misma su razón de ser, convirtiéndose en un medio
encaminado A un fin, el principio de la regenera-
ción moral de los delincuentes se buscó en la
aplicación de la pena, aumentando asi la eomplexi-
dad de los efectos previstos por los legisladores.
La teoría de la enmienda moral de los cri-
minales es el fundamento del sistema peniten-
ciario, y la vulgarización de este sistema com-
prueba el general asentimiento que aquella teoria
ha logrado alcanzar en el gremio de los cri-
minalistas y filósofos, que, en la generosa y noble
misión de enaltecer la especie humana, han li-
diado heroicamente en la empresa fatigosa, ex-
tenuante y acaso vana de la inodificación de las
leyes imperiosas y ftttales del organismo indivi-
dual y social.
La iiistitución de la libertad provisional de los
condenados ha sido introducida en gran número
de códigos penales, como concecuencia lógica del
principio de la punición educativa y moralizadora
del criminal.

La primora experiencia de anticipación de li-


bertad A los coridenados fue hecha en Francia
hacc mAs de cincuenta afíos, no en virtud de una
dirposición legal, sino como acto purarneri te admi-
nistrativo.
El prefecto de policía de París, Mr. Delessert,
que con cariñosa solicitud se desvelaba por los
reclusos de menor edad, comenzó por someter-
308
los Ci un régimen de aislamiento, y organizó
simult6neamente una sociedad protectora de los
pequeños prisioneros. Esta sociedad se ofreció á
suministrar educación A los menores, con la
cl6usula de hacerlos encerrar cuando no tuvie-
sen buen comportamiento. El prefecto accedió,
advirtiendo A la sociedad que las reincidencias
de los menores puestos en libertad ascendía anual-
mente d la cifra de un 70 por 100. Transcurri-
dos algunos años, el presidente de la sociedad,
con justificada complacencia, anunciaba en una
memoria oficial que las reincidencias no excedían
de un 7 por 100 (1).
La libertad condicional fub introducida en In-
glaterra en virtud de la ley de 20 de Agosto de
1853, habiendo sido implantada esta institucibn
en Irlanda con 6xito satisfactorio por medio del
sistema adoptado por Crofton, conocido vulgar-
mente con el nombre de sistema penal progre-
sivo 6 irlandbs.
En 1862 fué admitida la misma institución,
como ensayo, en Sajonia, y poco despuks en
algunos cantones de Suiza.
La atención que el sistema penal irlandés había
excitado en el congreso penitenciario de Londres,
nfluyó poderosamente para que aumentase el
Úmero de los partidarios de la libertad condi-
cional, y para que se popularizase una idea que
no contrariaba de modo alguno la aspiración de
los criminalistas AlBntropos.
El principio ha conquistado iidhesiones de día
en día, de tal suerte que no hay código penal de
fecha recien te que no haya consignado la liber-
tad condicional, como estimulo para la rehabi-
litación moral de los condenados y recompensa
de los esfuerzos empleados por ellos para levan-
tarse del fango moral en donde les había arro-
jado el crimen.
La libertad condicional no es, dice Mr. Fer-
nand Desportes, «una dismin~ciónpura y simple
del tiempo de prisión. No se trata de entibiar la
represión, tal vez hoy muy débil; por el contra-
rio, se procura fortificarIa, manteniéndola en la
exacta proporción en que pueda ser Útil. La li-
bertad provisional es la recompensa de la buena
conducta del condenado, la consecuencia de su
arrepentimiento, Es la m8s racional aplicación
de este gran principio penitenciario, que distingue
el criminal accidental, digno de toda indulgen-
cia, digno de la compasión de sus semejantes,
puesto que se arrepiente y no esta corrompido,
del criminal habitual, que se revuelve contra Ia
sociedad y convierte el crimen en profesiQn»(1).
En la discusión suscitada con motivo de la

(1) Becllctin de Ea soeietc! desp~isons,ya citado,


310
propuesta de ley francesa, relativa ri los medios
para combatir la reiricidencia, el senador Mr. Bé-
renger, arguyendo á favor de la libertad condi-
cional, alegaba que la ciencia penitenciaria no
había encontrado nunca un medio de encauzar,
de avigorar las buenas resoluciones m6s potente
que la institución de la libertad condicional. «gQué
institución es esta? -preguntaba el ínclito cri-
minalista. Es, conlo exporie la meinoria -aiia-
día- el acto por el cual se da, por anticipado,
la libertad a un individuo condenado 6 prisión,
con la cl~usulade que, si tuviere mal compor-
tamiento durante el tiempo de la pena que aún
tenia que cumplir, podrá ser cuevamente przso
y constreñido al cumplimiento íntegro de la con-
dena. 1De dónde nace la eficacia de esta institu-
ción? Fhcilmente lo reconoceis. No hay en el
hombre encarcelado sentimiento mfis profundo
que el de la libertad. Sus deseos, sus actos con-
vergen hacia este pensamiento único, que lo
absorbe, que lo domina, absoluta, exclusiva-
mente.?)
Quien tenga conocimiento practico de la vida
carcelaria, sabe cufinto preocupa la imaginacibil
de los reclusos el ansia de la libertad. La noticia
de cualquier acontecimiento insignificante les hace
entrever la perspectiva seductoni de un indulto,
de un perdón 6 conmutación de pena.
La idea de justicia, el dolor del remordimien-
to, la conciencia de sufrir una pena merecida,
se disipa, vuela y desaparece, y los condenados,
por muy criminales que sean, se reputan dignos
de la regia clemencia, sea la que fuere la pena
impuesta ó el tiempo que tenga de duración, y
no hay osada tentativa ni solicitud importuila
que no hagan, para conseguir su aspiración an-
helante y febril.
Los que ven frustradas sus pretensiones, se
quejan amargamente de la justicia humana y se
lamentan de no ser clientes felices de personas
de valimiento, atribuyendo las concesiones del
poder moderador á la elevación y peso de los
empeños que preponderan en beneficio de otros,
nacidos bajo el influjo de estrella más propicia.
La institución de la libertad condicional, uti.
lizando las aspiraciones de los condenados, las
dirige hacia un fin más noble, convidándolos á
subir con esfuerzo, resignación y paciencia por
el difícil declive, de cuya cima se avista m8s
pronto el irradiar de la aurora en que les será
permitido salir de la sombría clausura.
La libertad condicional despierta los senti-
mientos de dignidad que todavía posean los con-
denados ó que sea posible reanimar, pues que
les señala aquel beneficio como un acto de justicia,
como una remu neración de su mérito, y no como
una simple gracia diepen~adapor mero favor.
Aquella institucibn es una fecunda enseñanza para
los deIincuentes, pues que les muestra con evi-
dencia la idea de la justicia y les hace sentir
312
que el castigo del crimen es la corisecue~~cin iii-
evitable de s u acto, y no un sufrimiei~toimpuesto
por el capricho humano, hermanado con una mala
suerte.
Como incentivo de la regeneración de los con-
denados, los perdones y conmutaciones de penas
concedidas por el poder moderador no son equi-
valentes á la iilstitución de la libertad condicional,
ni, como ésta, aplicables en tan larga escala. El
indulto ó la disminución de la pena deriva de la
clemencia regia como una gracia; aquella cons-
tituye una especie de derecho adquirido por uria
serie de pruebas sucesivas, que hacen presumir
la regeneración del delincuente.
La concesióii de la libertati condicional, sien-
do revocable, asegura mhs eficazmente la defensa
social, lo que no acontece con el indulto, pues-
to que los cjue le obtuvieren no quedan bajo la
amenaza de volver A la cArcel, cuando se aparten
de una línea de conducta honrada.
Desde el punto de vista de los intereses de
los condenados y de s u rehabilitacióil social, la
concesióri de la libertad provisional prevalece ven-
tajosamente sobre el indulto, pues la sociedad
recibirá siempre con mAs hospitalaria benevolencia
aquellos que, á despecho de haber sido crimina-
les, por s u ejemplar comportamiento, por su obe.
diencia & la ley, por s u actividad industria1, por
la modificación de sus habitos y docilidad se res-
cataron de la cárcel.
El insigne Lombroso, expoiliendo sus dudas
sobre lu libartad condicional, transige con ella
diciendo: «Sin embargo, como es la única ins-
titución que, sin recurrir al sistema absurdo de
las gracias, puede, con apariencia de justicia, y
con grande economía de dinero, desacumular las
cárceles, en donde es impracticable todo sistema
bien dirigido de terapéutica criminal; como es
la única que transforma Ia libertad, este sueño
eterno del reo, en instrumento de disciplina y de
enmienda, y como el trdnsito gradual es vigi-
lado por las gentes honradas, ofrece ocasión
para disipar la desconfianza del público respecto
á los delincuentes liberados y les inspira con-
fianza en sí propios, deseo que se conserve; pero
entiéndase bien, cuando se construjran los esta-
blecimientos intermedi os, cuando los reos pasen
por un severo y largo período de clausura ce-
lular....)) (1).
Tratando del sistema penal progresivo, di
conocimiento los lectores de los establecimientos
6 que el sabio criminalista se refiere, y cuya
existencia es tan necesaria para la institución
de la libertad condicional, que, sin ella, sarebbe
stata una oera scorclatura, al decir de Beltrarii
Scalia.

(1) Szcll ilzcrenaelzto del áelitto Zn ltalz'a,


111.

Los sectarios de la escuela penal positiva ad-


miten con grandes restricciones la libertad co ri -
dicional de los condenados, porque no atribuyen
á la penalidad un fin exclusivamente moralizador,
ni confian en que el castigo del delito tenga la
virtud de extirpar los ruines instintos de cier-
tos criminales, ó de modificar la índole d e aque-
llos que son el producto pernicioso de los fac-
tores sociales de la criminalidad.
Entre los jurisconsultos hay también tenaces
adversarios de la libertad condicional, pues que
ven en ella uri desprecio del caso juzgado, una
ofensa 6 la soberanía de la magistratura, y que
con esto se prescinde de la proporc,ionalidad entre
el crimen y la pena, tan cuidadosamente medida
y marcada en los códigos.
En la discusión parlamentaria acerca de la
reforma penal de 1884, el diputado Sr. Jos6
Luciano de Castro presentó una proposición para
conceder la libertad provisional B los condenados
6 prisióii celular, 6 prisibn mayor, 6 deportación,
que hubiesen cumplido las dos terceras partes
de la pena en determinadas condiciones desig-
nadas por el ilustre juriscoi~sulto, invocando el
e,jemplo de algunas naciones y el prixicipio de que
la regeneración moral de los criminales debe ser
315
uno de los efectos iiecesarios de la pena y conse-
cuencia legítima de aquella el término de bsta ó su
disminución en virtud de la libertad provisional.
El ministro de justicia, Sr. Lopo Vaz, com-
batió la propuesta aludida con las razoiies si-
guien tes:
«Deseo que la pena sea proporcionada al delito,
para que quede en la debida proporción el delito con
Ia indemnización de1 daño causado 6 la sociedad.
»Si la sociedad no puede dejar de promover
la regeneración del criminal, tambicin considero
necesaria la efectividad en el curriplirriiento de la
pena para desagraviar la sociedad. El principio
de la morigeración del criminal, que el legisla-
lador y los poderes públicos deben tener en la
debida consideración, no puede, en caso alguno,
absorber el principio en que, ii mi modo de
ver, se funda el derecho de castigar.
»El criminal debe la pena á Ia sociedad, y
tiene que cumplirla.
»No puedo, por tanto, estar conforme con
ese sistema penal, en la parte en que el ilustre
diputado propone la libertad provisional, no sólo
por la razón que acabo de apuntar, sino tam-
bien porque tal sistema daría lugar A actos m6s
6 menos arbitrarios de la administración ptíblica,
de los cuales dependería el que se cumpliese 6
no la pena señalada.))
La argumentac:ión del ilustre ministro contra
la libertad condicional deriva del principio de ex-
316
piacibn, que, á mi modo de ver, reputa inherente
al derecho de castigar, y dela necesidad de reparar
la violación del orden moral con el sufrimiento de
un castigo, que es la retribución equivalente Ci la
gravedad de la ofensa hecha Ci la so ciedad.
Me parece, no obstante, que la reparación
moral, debida por el criminal 6 sus consocios,
sera m6s valiosa y positiva cuando dicho criminal,
por su enmienda sincera y esponthriea, pueda ser
restituido tí la vida social sir1 inspirar descon.
fianzas ni suscitar recelos.
El criminal no presta m6s levantado homenaje
5 la idea de la moral y la justicia que cuando d6-
cilmente se somete al cumplimiento de la pena, y
trata de redimirse del cautiverio por la corrección
de s u proceder y por actos que evidentemente de-
muestran sus esfuerzos para la rehabilitación.
El vicio, el crimen, se inclina delante de la
virtud y públicamente se penitencia. No sucede
así cuando el criminal cumple su pena en una
pasividad forzada, que apenas encubre la rebel-
día, que se agita y retuerce en el recinto de s u
conciericia, insensible al remordimiento.
El mayor obstáculo para la realización práctica
de la libertad condicional, consiste en la dificultad
de encontrar un personal suficientemente probo y
discreto para informar, con imparcialidad y juicio
seguro, acerca del comportamien to y mbrito de
los coildenados, y distinguir con lucidez la hipo-
cresia del buen propósito de regeneración.
317
Es cierto que la simulacióri de la enmienda,
por efecto de la tibieza de la voluntad congénita
ti los delincuentes, es difícil de mantenerse du-
rante mucho tiempo, y que siempre se denuncia;
pero B pesar de esto la institución reclama u11
personal de cárceles con altas cualidades morale~,
sin el cual seria un error y un peligro la adopcióil
de un principio que tanta simpatía ha merecido á
los modernos crimi nalistas y legisladores.
Admitida la clasificación de los criminales
hecha por los escritores de la escuela penal
positiva, es claro que la institución de la li-
bertad condicional 6 provisoria no es aplicable
i~ todos los delincuentes, ~ i n orestrictivamente á
aquellos en quienes la penalidad pueda ejercer sa-
ludable influjo, siendo excluidos de la concesión
los que, en virtud del examen antropológico y
por el estudio de los pormenores del crimen y cau-
sas determinantes, denuncien una perversidad in-
domable y la existencia de instintos en que tenga
arraigadas y profundas raíces la insociabilidad.
Consignar en la ley la facultad de aplicar la li-
bertad condicional indistintamente d todos los cri-
minales, seria un grave error, acumulado ti aque-
llos que una filosofíti sentimental ha introducido en
los códigos criminales y de procedimiento, eil don-
de ya abundan las disposiciones que, adoptadas
en beneficio injustificado y exclusivo de los reos,
entibian la represión del crimen, desarmando la
sociedad contra las acometidas de los malhechores.
318
La legislación, al paso que prodiga medios de
defensa 8. los reos y establece presunciones de
inocencia, como si cada hombre derivase de una
estirpe angélica, desprecia completamente las víc-
timas del delito, no asegurhndolas ni favoreciendo
la reparación posible del daño sufrido.
La perjudicial tendencia de la legislación
penal ha consistido en que ha multiplicado los
medios para que puedan los criminales evadir-
se del castigo señalado, casi platónicamente, en
los códigos, y si la libertad condicional 110 se
aplicare con criterio científico y prudentes restric-
ciones, s u establecimiento traer6 eii pos de si con-
secuencias lamentables.
Sin ocultar mis simpatias por tal principio, ex
pongo con franqueza que sólo me parece exenta de
peligros su conversión en ley, cuando no se otor-
gue la concesión i los coridenados que revelen iiis-
tintos perversos y 8. los que pertenezcan á la clase
de los delincueii tes habituales ó de profesión.
El código holandés, el germánico y la legis-
lación francesa no excluyen ciertas categorías de
condenados del favor de la libertad provisional;
pero el código de Hungría y el proyecto austriaco
de 1881 hacen excepciones respecto b los autores de
crímenes contra la propiedad. En la Croacia tam-
bién estbn exceptuados los rei ncjden tes.
Sabido es que los ladroiies so11 los reos cuya
corregibilidad es mhs dudosa, y como de ordina-
rio se les aplican penas de corta duración, triun
faria la impunidad si se les otorgase el favor de
la libertad condicional.
La reincidencia legal y la repetición de crí-
menes son casi siempre indicios de una índole
incapaz de regeneración, y por tanto tampoco se
deber6 conceder la. libertad condicional A los rein-
cidentes, especialmente á aquellos que, por la di-
versidad de crímenes reiterados, demuestran una
variada aptitud, que los hace m6s perniciosos para
la seguridad individual y social.
Aquella insti tución demanda una organiza-
ción de la p olicia menos rudimentaria de la
que existe, para que haya una vigilancia seria y
constante sobre los individuos salidos provisio-
nalmente de las cArceles, y exige sobre todo que se
modifique la ley penal respecto 6 la manera de
castigar los reincidentes, dejando la reincidencia
de ser una circunstancia agravante para ser con-
siderada en si misma, conforme se practica en
Inglaterra, en donde se adoptó un sistema pro-
gresivo 6 de penas acumuladas.
Cuando un reo es condenado por la primera
vez por un delito poco grave, y castigado sola-
mente con un mes de prisión celular, si comete
nuevo delito, la pena es de seis meses; si practica
un tercero, la pena asciende hasta siete años de
servidumbre penal, sean cuales fueren las cir-
cunstai-icias del delito y aun cuando sea de mínima
gravedad.
Este sistema fué introducido en Rusia, y los
resultados son tales, que en el congreso de Sto-
ckolmo fue considerado como uno de los medios
mas idóneos para evitar las reincidencias.

Ahí queda expuesto un recurso á la coiisi-


deración de los jurisconsultos y criminalistas del
país, consagrado por la experiencia de dos grandes
naciones y acogido favorabIemente en Francia,
en donde ya se presentó á la primera Ciimara
un proyecto de ley basado en el sistema de pe-
nas acumuladas para los reincidentes.
Divulgando esttis ideas, sólo tengo la mira de
prestar un servicio, que me parece de alguna
utilidad.
Otros vendran con mayor conlpetencia y au-
toridad 6. dar impulso á estudios de esta indole;
mi conciencia quedará satisfecha con el recuerdo
de que precedí 6. algunos en la propaganda de
principios que contri buyeil al perfeccionamiento
de nuestras instituciones penales.
.
PBgs
-
.
PR~LOG por .................
O don Fernando Cadalso V
..........................
Dos palabras prelintl~wres 1
CAP~TULO PRIJIERO.-V~S~~~ 6 los establecimieutos pe-
........
niteiiciarios belgas de Lovaina y de Gaiite 49
.
CAP 11.-Régimen y estableciniieiitos penales de Ho-
landa.......................................... 75
...............
CAP. 1.11.-La d i c e celular cle Ifacirid 49
CAP. 1V.-E ..............
sistewa pe al p og esivo 85
.-
CAP. V D~SCLI so pa ame tario pro unciado en 19
de a zo de 1868 acerca del p oyecto de creación
de nuevas pe ite ciarias....................... 107
CAP. VI.-La escaela pe 1positiva ................. '141
.
CAP VI1.-Los crimin les de profesió ............. 165
.
CAP VI1I.-La ideiitificeció de los criminales por
medio de la a\~tl'op etria....................... 195
CAP. 1X.- Trabajos (le 10s conde ados............... 205
.
CAP X.-Hevecicia morbosa ........................ 213
.
CAP X1.-Epilepsia g criminalidad ................. 231
CAP. XI1.-l)iscui.so parlame tario sobre el primer
................... 243
juicio del reo Mariiiho (1% Criiz
.
CAP XIT1.-La aiitropología crimiiial ............... 267
.
CAP X1V.-E1 tatuaje en los deliiiciientes........... 289
.
CAP XV.-La libertad coiidicionalde los sentenciados . 305
CENTRO DE PUBLICACIONES JURIDICAS
FUNDADO Y DIRIGIDO POR EL
Dr. Alejo Gmiroia moaeao
PROFEBOB DE L A UNIVELIIDAD OENTBAL

SAN REEkWARID(lb, 58.-B1AI)ICID.

B A S E S DE ESTA PUBLICACI~N-: Contiene tres partes,


que pueden considerarse independientes, á la vez que cons-
trtuyen un todo orgánico, á saber:
l.a El número de la <Revista)).aue se ~ u b l i c aauincenal
ó mensualmente (número doble en 'este c&o), y co6tiene las
secciones indisoensables isara dar á conocer: a ) el movimien-
to 'urídico y 16~islativoh e España (trabajo; doctrinales y
~ r d n i c ade le~islaciónnacional): b ) el de los demás Estados
civilizados (~yónicalegislativa y parlamentaria extranjera);
con indicaciones com~arativasv criticas: c) la Revista de
Tribunales; d) crónicas de juriiprudencia éspañola y ex-
tranjera; e) resolución de consultas; f ) variedades y noticias
de carhcter jurídico, bibliografías, anuncios de vacantes,
lnovimiento del personal, etc.
2. Los Anuarios ó Repertorios de Legislación española
y de la doctrina de la Jurisprudencia en todos sus ramos,
publicados por pliegos separados para su encuadernación en
uno, dos 6 más tomos, pues lleva foliación especial cada
tratado. La Revista, con los Anuarios A que se refiere esta
base, constituyen una publicación completa á la que se ad-
miten suscripciones.
3.& El «Anuario 6 Re ertorio de Legislación extranjera,))
r;
que contiene el texto de os Códigos y demás leyes y decre-
tos importantes de las naciones de Europa y América, y-que
se publica asimismo en pliegos por naciones y con pagina-
ción separada los de cada Continente: y forma dos tomos
a da año, los cuales se remitirán encuadernados & los que
no quieran recibirlos ?or pliegos con el número de la Re-
vista.-También ésta, con este <(Anuariode Legislación ex-
tranjera,, se consideraráii como una piiblicación completa,
á !a que se admiten asimismo suscripcioiies por separado.
El que lo desee puede, pues, suscribirse a dos 6 á las tres
secciones, en l a forma que á coiitinuaci6ii se indica.
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y Jurispru(1eiicia espaíiola~l,que se publica desde Enero d e
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vincias y 18 en el exlraiijero.
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800 páginas. Precio 5 y 5,50 pkds.
En publicación y preparación: Manual de Derecho Inter-
nacional privado, ajustado al plan de los Códigos civil, de
comercio, penal, etc.-leyes orgánicas Udiciales, con los
Estatutos de los Colegios de Abogadoi, drdenanzas de Tri-
bunales. etc.-Constituci6n ly l e ~ e spoliticas.-Legislación
contencióso-administrativa- ~ d d i ~ o s ~ e n a lye leyes
s de en-
juiciamiento y organicas del Ejercito y de la Armada, etc.

Coleccibn de l a s instituciones politicas y jurídicas de


los pueblos modernos.-(Coleccidn u n i v e r s a l d e leyes
y códigos.)
Han transcurrido dieciocho años desde que los publicis-
tas señores Romero Giróii y García Moreno proyectaron la
publicación de la monumental obra cuyo título sirve de epí-
gl-afe á estas líneas.
De dos partes constaba su proyecto.-Era la primera,
publicar en castellano y anotada, una especie de Compila-
c/4?z de las leyes y Códigos vigentes eii todos los p i e cul-
tos, dividida, á s u vez, en dos series: uiia consagrada á los
Cuerpos legales de los Estados del Continente antiguo, y otra
á los de las jóvenes RepUblicas americ:tiias.-Era lit segunda,
fundar un Anuario de Leaislacidn Universal, dividido en
dos tomos, dedicados á repFoducir los Códigos .y Leyes que
anualmente fueran ~ r o m u l ~ á n d o en
s e las naciones de Amé-
rica y en los E t dok europ:os, y que sirvieran de Comple-
mento a las respectivas series de la obra.
Está realizado en parte el propósito con la publicación
de 14 voluminosos tomos que constituyen la primera se-
rie (1).
Perfectamente organizada la segunda parte con la -
cación de 14 volúmenes del Anuario riur nte los -
mos años, queda resuelto lo mas d fícil del problema. (Pre-
cio: 16 pesetas tomo en España y 18 en el extranjero, menos
el XIII y el XIV, que son á 10 y á 12 respectivamente).
Falt ba, pues, activar, como ahora vamos á hacerlo, 1

(1) Constituyen la primera serie los siguientes voldmenes:


Tomo 1. Constituci6n, Leyes y C6digos de .J36lgic (segunda edici6n
de 1901), 16 pesetas en Esp ii y 1s en el exti.anjero.-11 Oonstituci6n, Le-
yes y C6digos de Alemania, 15 y 17.-111, idem, id. de Italia (con aperidi-
ce), 20 y 22 pesetas.-IV y V, idem id. de F r nci (los dos tomos) y
-VI, idem íd. de Holanda 15 y 17.-VII. idem íd. de Portugal, i7,50 y 20
pesetas.-VIII, ídem. id. d; Suiza, 15 y 17.-IX, idem id. de Austri y Es-
tados Orientales (tomo 1),15 y 17.-X. ídem id. de idem (tomo JI). 18 y 20
pesetas.-XI, idem y Derecho vigente en Inglaterra, 18 y PO.-XI bis (en
publ1caci6n), ídem idem en Ruaia y demds Estados del Norte de Europa.
-XII y XIII, Cddigo civil español comentado y compar do (los dos to-
mos) y peset s.
publicación de los nueve tomos que han de constituir l a se-
gunda serie de la mencionada obra de Instituciones,y de los
q u e van ya publicados los dos primeros, el de Honduras y
Santo Domingo, y el de Chile, (precio 16 y 18 ptas,), y con-
tinuar sin interrupción los Anuarios, para dar por termina-
d a tan Útil empresa y cumplido el laudable propósito de q u e
se publique en castellano (lengua que hablan más de veinte
pueblos) u n monumento jurídico que ni siquiera han inten-
tado los publicistas de las más y poderosas na-
ciones.

Gbdigos comentados
Cbdigo civil espafiol c o m p a r a d o , con u n resumen crí-
tico de don Manuel Pedregal; dos volúmenes en 4.' mayor,
32 pesetas eri rústica.
Código civil a l e m á n , con la exposición de motivos, etc.,
un volümeii de 536 paginas en 4 . O mayor á dos columnas.
Precio 11 pesetas en Madrid, ríistics.
Código d e comercio alem8n: precio, 3 pesetas en Ma-
drid y 3,50 en provincias.
Código d e procedimiento civil a l e m h n , y ley orgánica
del poder judicial; precio, 3 pesetas.

E1 Consalkor de1 abogado y del Ingenie*


ro de minas.

MANUAL DE LEGISLACION
Y JURISPRUDENCIA 1)E MINAS
POR
D. ALEJO GARCÍA MORENO Y D. GUSTAVO LA IGLESIA
Un tomo de 712 página8 en 4.. mayor y dos Complementos,
con toda l a legislación y j uiisprudenciü, hasta Abril de 1905.
-Precio, 12 pesetas, rústica en Madrid. 12,50 en provincias-
-(En pasta 6 tela, 2 pesetas más.)
OBRAS E C O N ~ M I C A S

M a n u a l d e Derecho politzco y organico español. (Consti-


tución, Leyes de impreiit , ordeii público, elector 1, provin-
cial, municipal, etc.)-Precio: 3 pt S en Espalia (tela).
Ejecucidn d e sentencias extran.jeras, eneio y cun%plirnie?z-
to de exhortos, en todos los Estados. Parte teúrica, por Pas-
quale Flore; parte p r ctica ó compilaciór~(la1 Derecho vigeii-
t e en las leyes de los diversos Estados, por García Moreno;
un tomo 3 pesetas eii España. (Rústica).
Legislacidn y jurisprudencia en ?trateria de Aguas, Ca-
nales, P a ~ l t a n oy. ~Puertos, coii las disposicioiies pn1)licadns
hasta fin de 1002. E s l a obrita lilas completa y económica d e
cuantas Iiasta el día s e h a n publicatio. Precio, 2 y 3,50 pta .
Legislación vigente sobre l a propiedad intelectual ¿ indrts-
t r i a l (Mayo de 1902), aiiotatla y completada coii todos los
tratados vigentes y con cuaritas disposiciones y sentencias
l a interpretan, aclarari 6 explican. Precio, 1,50 y 1,75 ptas.
Legislacibn sobre caza, pesca, uso de arntas y acotarnicn-
tos, con el Reglamen o de la Sociedad general de cazador S
d e España. Precio, u n a y 1,25 ptas.
Legistacidn del .Jurado.-Compren de cuanto puede s e r
n c sario á los interesados en la constituciún y fiinciona-
m i nto del Tribunal y seguido de u n copio o ín-
dice alhbético para facilitar s u consulta. Precio: 0,SO ptas.
Contrabando y defraudaci6n.-Legislación penal y pro-
cesal reformada eii 1904. Precio 0,50 ptas.
Renta del a2cohoZ.-Ley y reglamerito para sil administra-
ción y coltranza, anotados, Precio: una y 1,25 pesetas.
Policia gubernativa.-Reglamento de 4 de Mayo de 1905,
anotado y segiiido de d o c e interesantes Apéndices. Precio:
u n a peseta en rústica y 1,25 encuadernado en tela.
Constitucidn de Za Repziblica cubana, promulgada en 1902;
texto auotado y completado con docilmentos iinportantes.
Precio, u n a peseta en rústica, y 1,25 tela.
Prograwza-guia p a r a los opositores a l Cuerpo de Aspi-
rantes ti Registradores de la propiedad (1902). Precio, 2,50
y 3 pesetas.
La Anarquia; estudio político-social, por Enrico Mala-
testá, versión castellana y prólogo del doctor Glay (1904).
Precio, una y 1,25 pesetas.
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vir&A l o s p r e c i o s de qla.talogo, t o d a c l a s e de o b r a s pu-
blicadas en Espaila. Diríjanse los pedidos, acompiiíiados
d e SU importe, al A d m i n i s t r a d o r de le Revista de Legis-
lación U n i v e r s a l , San Bernardo, 58.-'dBsd~id.

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