Está en la página 1de 11

“En la senda del desarrollo académico para el futuro”

COLEGIO CONTINENTAL CURANILAHUE


ENSEÑANZA MEDIA

Profesor: Nelson Moncada Saavedra


Prueba Género Narrativo
Lenguaje y Comunicación
3° Medio
Nombre:____________________________________________________Fecha: Lunes 19 de Junio
Puntaje total: puntos Puntaje obtenido:

Responda los textos a continuación y responda las preguntas señaladas.

Orgullo y Prejuicio
CAPÍTULO I
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna,
necesita una esposa.
Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales condiciones cuando
entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las
familias que lo rodean, que algunas le consideran de su legítima propiedad y otras de la de sus hijas.
––Mi querido señor Bennet ––le dijo un día su esposa––, ¿sabías que, por fin, se ha alquilado
Netherfield Park?
El señor Bennet respondió que no.
––Pues así es ––insistió ella––; la señora Long ha estado aquí hace un momento y me lo ha contado
todo.
El señor Bennet no hizo ademán de contestar.
––¿No quieres saber quién lo ha alquilado? ––se impacientó su esposa. –– Eres tú la que quieres
contármelo, y yo no tengo inconveniente en oírlo. Esta sugerencia le fue suficiente.
––Pues sabrás, querido, que la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven muy
rico del norte de Inglaterra; que vino el lunes en un landó de cuatro caballos para ver el lugar; y que se
quedó tan encantado con él que inmediatamente llegó a un acuerdo con el señor Morris; que antes
de San Miguel vendrá a ocuparlo; y que algunos de sus criados estarán en la casa a finales de la
semana que viene.
––¿Cómo se llama? ––Bingley.
––¿Está casado o soltero?
––¡Oh!, soltero, querido, por supuesto. Un hombre soltero y de gran fortuna; cuatro o cinco mil libras
al año. ¡Qué buen partido para nuestras hijas!
––¿Y qué? ¿En qué puede afectarles?
––Mi querido señor Bennet ––contestó su esposa––, ¿cómo puedes ser tan ingenuo? Debes saber que
estoy pensando en casarlo con una de ellas.
––¿Es ese el motivo que le ha traído?
––¡Motivo! Tonterías, ¿cómo puedes decir eso? Es muy posible que se enamore de una de ellas, y por
eso debes ir a visitarlo tan pronto como llegue.
––No veo la razón para ello. Puedes ir tú con las muchachas o mandarlas a ellas solas, que tal vez sea
mejor; como tú eres tan guapa como cualquiera de ellas, a lo mejor el señor Bingley te prefiere a ti.
––Querido, me adulas. Es verdad que en un tiempo no estuve nada mal, pero ahora no puedo
pretender ser nada fuera de lo común. Cuando una mujer tiene cinco hijas creciditas, debe dejar de
pensar en su propia belleza.
––En tales casos, a la mayoría de las mujeres no les queda mucha belleza en qué pensar.
––Bueno, querido, de verdad, tienes que ir a visitar al señor Bingley en cuanto se instale en el
vecindario.
––No te lo garantizo.
––Pero piensa en tus hijas. Date cuenta del partido que sería para una de ellas. Sir Willam y lady Lucas
están decididos a ir, y sólo con ese propósito. Ya sabes que normalmente no visitan a los nuevos
vecinos. De veras, debes ir, porque para nosotras será imposible visitarlo si tú no lo haces.
––Eres demasiado comedida. Estoy seguro de que el señor Bingley se alegrará mucho de veros; y tú le
llevarás unas líneas de mi parte para asegurarle que cuenta con mi más sincero consentimiento para
que contraiga matrimonio con una de ellas; aunque pondré alguna palabra en favor de mi pequeña
Lizzy.
––Me niego a que hagas tal cosa. Lizzy no es en nada mejor que las otras, no es ni la mitad de guapa
que Jane, ni la mitad de alegre que Lydia. Pero tú siempre la prefieres a ella.
––Ninguna de las tres es muy recomendable ––le respondió––. Son tan tontas e ignorantes como las
demás muchachas; pero Lizzy tiene algo más de agudeza que sus hermanas.
––¡Señor Bennet! ¿Cómo puedes hablar así de tus hijas? Te encanta disgustarme. No tienes
compasión de mis pobres nervios.
––Te equivocas, querida. Les tengo mucho respeto a tus nervios. Son viejos amigos míos. Hace por lo
menos veinte años que te oigo mencionarlos con mucha consideración.
––¡No sabes cuánto sufro!
––Pero te pondrás bien y vivirás para ver venir a este lugar a muchos jóvenes de esos de cuatro mil
libras al año.
––No serviría de nada si viniesen esos veinte jóvenes y no fueras a visitarlos. ––Si depende de eso,
querida, en cuanto estén aquí los veinte, los visitaré a todos.
El señor Bennet era una mezcla tan rara entre ocurrente, sarcástico, reservado y caprichoso, que la
experiencia de veintitrés años no había sido suficiente para que su esposa entendiese su carácter. Sin
embargo, el de ella era menos difícil, era una mujer de poca inteligencia, más bien inculta y de
temperamento desigual. Su meta en la vida era casar a sus hijas; su consuelo, las visitas y el cotilleo.

El señor Bennet fue uno de los primeros en presentar sus respetos al señor Bingley. Siempre tuvo la
intención de visitarlo, aunque, al final, siempre le aseguraba a su esposa que no lo haría; y hasta la
tarde después de su visita, su mujer no se enteró de nada. La cosa se llegó a saber de la siguiente
manera: observando el señor Bennet cómo su hija se colocaba un sombrero, dijo:
––Espero que al señor Bingley le guste, Lizzy.
––¿Cómo podemos saber qué le gusta al señor Bingley ––dijo su esposa resentida–– si todavía no
hemos ido a visitarlo?
––Olvidas, mamá ––dijo Elizabeth–– que lo veremos en las fiestas, y que la señora Long ha prometido
presentárnoslo.
––No creo que la señora Long haga semejante cosa. Ella tiene dos sobrinas en quienes pensar; es
egoísta e hipócrita y no merece mi confianza.
––Ni la mía tampoco ––dijo el señor Bennet–– y me alegro de saber que no dependes de sus servicios.
La señora Bennet no se dignó contestar; pero incapaz de contenerse empezó a reprender a una de sus
hijas.
––¿Cuándo es tu próximo baile, Lizzy?
––De mañana en quince días.
––Sí, así es ––exclamó la madre––. Y la señora Long no volverá hasta un día antes; así que le será
imposible presentarnos al señor Bingley, porque todavía no le conocerá.
––Entonces, señora Bennet, puedes tomarle la delantera a tu amiga y presentárselo tú a ella. ––
Imposible, señor Bennet, imposible, cuando yo tampoco le conozco. ¿Por qué te burlas?
––Celebro tu discreción. Una amistad de quince días es verdaderamente muy poco. En realidad, al
cabo de sólo dos semanas no se puede saber muy bien qué clase de hombre es. Pero si no nos
arriesgamos nosotros, lo harán otros. Al fin y al cabo, la señora Long y sus sobrinas pueden esperar a
que se les presente su oportunidad; pero, no obstante, como creerá que es un acto de delicadeza por
su parte el declinar la atención, seré yo el que os lo presente.
Las muchachas miraron a su padre fijamente. La señora Bennet se limitó a decir: ––¡Tonterías,
tonterías!
––¿Qué significa esa enfática exclamación? ––preguntó el señor Bennet––.
¿Consideras las fórmulas de presentación como tonterías, con la importancia que tienen? No estoy de
acuerdo contigo en eso. ¿Qué dices tú, Mary? Que yo sé que eres una joven muy reflexiva, y que lees
grandes libros y los resumes.
Mary quiso decir algo sensato, pero no supo cómo.
––Mientras Mary aclara sus ideas ––continuó él––, volvamos al señor Bingley. ––¡Estoy harta del
señor Bingley! ––gritó su esposa.
––Siento mucho oír eso; ¿por qué no me lo dijiste antes? Si lo hubiese sabido esta mañana, no habría
ido a su casa. ¡Mala suerte! Pero como ya le he visitado, no podemos renunciar a su amistad ahora.
El asombro de las señoras fue precisamente el que él deseaba; quizás el de la señora Bennet
sobrepasara al resto; aunque una vez acabado el alboroto que produjo la alegría, declaró que en el
fondo era lo que ella siempre había figurado.
––¡Mi querido señor Bennet, que bueno eres! Pero sabía que al final te convencería. Estaba segura de
que quieres lo bastante a tus hijas como para no descuidar este asunto. ¡Qué contenta estoy! ¡Y qué
broma tan graciosa, que hayas ido esta mañana y no nos hayas dicho nada hasta ahora!

1. ¿Qué tipo de narrador posee el texto? (2 pts) (Estructura)


a) Testigo
b) Protagonista
c) Omnisciente
d) De conocimiento relativo

2. ¿Qué contó la señora Long a la Señora Bennet? (1 pt) (Explícita)


a) Que ella dará una fiesta en quince días
b) Que el señor Bingley quiere conocer a sus hijas
c) Que Netherfield había sido alquilado por un joven rico
d) Que ella presentará solo a sus sobrinas al señor Bingley

3. ¿Por qué la señora Bennet menciona que está “harta del Sr. Bingley”? (1 pt) (Explícita)
a) Porque el señor Bingley no había querido recibirlos
b) Porque todos hablan de él desde que llegó al pueblo
c) Porque el señor Bingley no se había dignado a visitarlas
d) Porque se cansó de que su esposo hablara de él sin irlo a visitar

4. ¿Cómo se podría describir la personalidad del señor Bennet? (2 pts) (Local)


a) Como alguien con humor sarcástico y atento a su familia
b) Como alguien reservado que no le gustaban las visitas sociales
c) Como alguien malhumorado que discutía siempre con su familia
d) Como alguien infantil que no toma ninguna conversación en serio
5. ¿Qué actitud tiene el señor Bingley cuando su esposa le pide que vaya a visitar al señor
Bingley? (2 pts) (Local)
a) De inseguridad, puesto que no sabía si era buena idea presentar a sus hijas
b) De incredulidad, puesto que no tenía la intención de ir a visitar al señor Bingley
c) De travesura, porque aunque sí pensaba ir a visitarlo hizo parecer que no lo haría
d) De desconfianza, porque no cree que sus hijas sean del interés para el señor Bingley

6. ¿Por cuál palabra podría reemplazarse “normalmente” en el texto? (2 pts) (Vocabulario)


a) Usualmente
b) Ligeramente
c) Familiarmente
d) Adecuadamente

7. ¿Cuál es el tema principal del fragmento leído? (Global) (2 pts)


a) La personalidad atractiva del señor Bingley
b) Los problemas internos de la familia Bennet
c) La visita del señor Bennet hacia el señor Bingley
d) La relación entre la familia Bennet y la familia Lucas

8. ¿Cómo se plantea el tema de las relaciones amorosas en el texto? Fundamente con 2


fragmentos del texto.

EL RETRATO DE DORIAN GRAY


CAPITULO I

Un intenso olor de rosas penetraba en el estudio, y cuando, entre los árboles del jardín, comenzaba la
brisa, llegaban por la puerta abierta el denso aroma de las filas o el más delicado perfume de los
agavanzos
en flor.
Desde el rincón del diván de alforjas persas en que yacía, fumando, según costumbre, cigarrillo tras
cigarrillo, Lord Henry Wotton podía divisar el resplandor dorado de las flores color de miel de un
cítiso, cuyas ramas trémulas apenas parecían capaces de soportar el peso de tan flamante belleza, y
de cuando en cuando, las sombras fantásticas de los pájaros cruzaban las largas cortinas de seda que
cubrían el ancho ventanal, produciendo una especie de efecto japonés momentáneo, y haciéndole
pensar en esos pintores de Tokyo, de rostro jade pálido, que por medio de un arte forzosamente
inmóvil tratan de dar la impresión de la rapidez y el movimiento. El zumbido adusto de las abejas,
abriéndose camino a través de la alta hierba sin segar, o revoloteando con monótona insistencia en
torno de las polvorientas cabezuelas doradas de una dispersa madreselva, parecía hacer aún más
abrumadora esta quietud. El sordo estrépito de Londres era como el bordón de un órgano lejano.
En el centro de la habitación, sostenido por un caballete, veíase el retrato, de tamaño natural, de un
joven de extraordinaria belleza, y frente a sí, sentado a poca distancia, al pintor en persona, Basil
Hallward, cuya súbita desaparición pocos años antes había causado tanta sensación y dado origen a
tantas extrañas conjeturas.
Contemplaba el pintor la forma grácil y encantadora que tan diestramente reflejara su arte, y una
sonrisa de satisfacción cruzó su rostro, pareciendo demorarse en él. Pero, de pronto,
estremeciéndose, cerró los ojos y oprimióse los párpados con los dedos, como si quisiera aprisionar en
su cerebro algún extraño sueño, del que temiera despertar.
-Es tu mejor obra, Basil; lo mejor que has hecho hasta ahora dijo Lord Henry, lánguidamente -. Debes
enviarla el año próximo ala exposición Grosvenor. La Academia es demasiado grande y demasiado
vulgar. Siempre que he ido, o había tanta gente que no he podido ver los cuadros, cosa sumamente
desagradable, o tantos cuadros que no he podido ver la gente, cosa peor todavía. Realmente,
Grosvenor, es el único sitio.
-Creo que no lo enviaré a ninguno -contestó el pintor, echando hacia atrás la cabeza con aquel
ademán singular que tanto hacía reír a sus condiscípulos de Oxford -. Sí; a ninguno.
Lord Henry enarcó las cejas, mirándole con estupor a través de las tenues espirales azules en que se
rizaba caprichosamente el humo de su cigarrillo opiado.
- ¿Qué no piensas enviarlo a ningún sitio? ¿Y por qué, puede saberse?
¿Tienes algún motivo? ¡Qué gente tan absurda sois los pintores! Andáis de coronilla para haceros una
reputación, y en cuanto la conseguís, parecéis deseosos de echarla a rodar. Una tontería; pues sólo
hay una cosa en el mundo peor que el que se hable mal de uno, y es que no se hable. Un retrato como
éste te colocaría a cien codas por encima de todos los pintores jóvenes de Inglaterra, y haría rabiar de
envidia a los viejos, si es que los viejos son todavía capaces de alguna emoción.
-Sé que vas a reírte de mí- replicó el pintor -; pero te aseguro que realmente no puedo exponerlo. He
puesto demasiado de mí mismo en él.
Lord Henry se repatingó en el diván, soltando la carcajada.
-Sí, ya sabía que te reirías; pero, a pesar de todo, es verdad.
- ¡Demasiado de ti mismo en él! Palabra de honor, Basil: no sabía que fueras tan presuntuoso. Te
aseguro que no veo la menor semejanza entre tú, con esa cara ceñuda y viril, y este joven Adonis, que
parece hecho de marfil y de rosas. ¡Caramba!, querido Basil: éste es un narciso, y tú... claro que tienes
una expresión inteligente, no hay que decir.
Pero la belleza, la verdadera belleza, acaba donde comience una expresión intelectual. La inteligencia
es en sí misma un modo de exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro. Desde el momento
en que uno se sienta para meditar, se vuelve todo nariz, o frente, o cualquier otra cosa horrenda.
Fíjate en los hombres que sobresalen en todas las profesiones doctas. Son, sencillamente,
repugnantes. Excepto, claro está, en la Iglesia. Pero es porque en la Iglesia no piensan. Un obispo
continúa diciendo a los ochenta lo que le enseñaron a decir a los dieciocho; por eso, y como
consecuencia natural, siempre resulta delicioso.
Tu misterioso amigo, cuyo nombre todavía no me has dicho, peco cuyo retrato realmente me fascina,
no piensa nunca; estoy completamente seguro. Es una criatura admirable y sin seso, para tener en
invierno, cuando no hay flores que mirar, y en verano, cuando necesitamos refrescar el
entendimiento. No te hagas ilusiones, Basil; no te pareces a él lo más mínimo.
-No me has entendido, Harry -contestó el artista -. Naturalmente que no me parezco a él. Lo sé de
sobra. Y, realmente, sentiría parecerme a él. ¿Te encoges de hombros? Te estoy diciendo la verdad. En
toda preeminencia, física o intelectual, hay una especie de fatalidad : esa fatalidad que parece seguir la
pista, a través de la historia, de los pasos vacilantes de los reyes. Es mejor no diferenciarse demasiado
de los demás. Les feos y los necios tienen la mejor parte en este mundo. Pueden sentarse a sus anchas
y bostezar ante la farsa. Y si nada saben de la victoria, tampoco tienen conocimiento de la derrota.
Viven como todos deberíamos vivir: tranquilos, indiferentes y sin sacudidas. Ni llevan la ruina a los
demás, ni la reciben de manos ajenas. Tú, con tu posición y tu riqueza, Harry; yo, con mi talento, con
mi arte, valga mucho o poco; Dorian Gray, con su belleza, todos tendremos que sufrir por aquello que
los dioses nos han concedido, y sufriremos terriblemente.
Preeminencia: superioridad, privilegio.

9. ¿Cuál es el objetivo comunicativo del fragmento leído? (2 pts) (Estructura) (2 pts)


a) Reflexionar sobre distintos puntos de vista sobre la belleza
b) Narrar la historia de un artista cuya pintura es extraordinaria
c) Informar sobre una obra extraordinaria pintada por el artista Basil
d) Narrar los sucesos que vive el personaje Dorian Gray, quien inspira la pintura

10. ¿Por qué se menciona a la Academia en el texto? (Explícita) (1 pt)


a) Lord Henry dice a Basil que mande su obra a la exposición Grosnevor, no a la Academia
b) Basil no está interesado en enviar su obra a la Academia, pero sí a la exposición Grosnevor
c) Lord Henry opina que la Academia es muy grande, y es un gran lugar para exponer una obra
d) Lord Henry opina que en la Academia hay mucha gente, o en otras ocasiones, muchos cuadros

11. ¿Qué características posee el cuadro pintado según se afirma en el texto? (Explícita) (1 pt)
a) Posee el retrato de un ceñudo, viril y bello
b) Posee el autorretrato exacto y detallado de Basil
c) Posee un rostro con una expresión tranquila e indiferente
d) Posee un rostro bello que posee una expresión intelectual

12. ¿Por qué Lord Henry responde a Basil que los pintores son absurdos? (Local) (2 pts)
a) Porque Basil pintó una obra tan extraordinaria, que llega a ser absurdo
b) Porque Basil no está interesado en mandar su obra a ninguna exposición
c) Porque Basil le ha dicho que no está interesado en que la gente lo conozca
d) Porque no entiende el argumento de que Basil entregó mucho de sí en su obra

13. ¿Por qué Henry dice que Dorian Gray no piensa? (Local) (2 pts)
a) Porque alguien tan bello no tiene ninguna necesidad de pensar
b) Porque conoce en persona a Dorian Gray, que es el modelo de la pintura
c) Porque en el retrato no se aprecia una expresión intelectual de Dorian Gray
d) Porque en el retrato se aprecia un gesto vacío que demuestra insensatez y necedad

14. ¿Por cuál palabra reemplazaría “fascina” en el texto? (Vocabulario) (1 pt)


a) Encanta
b) Confunde
c) Sorprende
d) Desconcierta

15. ¿Qué temas se presentan en el fragmento leído? (Global) (2 pts)


a) El arte y la belleza
b) La belleza y la insensatez
c) El infortunio y la fatalidad
d) La insensatez y la fatalidad
16. ¿Qué opinas de la frase “En toda preeminencia, física o intelectual, hay una especie de
fatalidad” señalada en el texto? Fundamente su respuesta con 2 argumentos (3 pts).
Opinión:

Argumento 1:

Argumento 2:

Las manos que crecen


Julio Cortázar
Las Él no había provocado. Cuando Carlos dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal
poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida.
Plack avanzó dos pasos hacia Carlos y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Carlos le
respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad
prodigiosa, rematando el lanzar fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la
boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Carlos.
Bien de frente, moviendo el torso con un balanceo rapidísimo, sin retroceder, Plack golpeaba. Sin
retroceder, Plack golpeaba. Sus ojos medían de lleno la silueta del adversario. Pero aún mejor
ubicaba sus propias manos; las veía bien cerradas, cumpliendo la tarea como pistones de
automóvil, como cualquier cosa que cumpliera su tarea moviéndose al compás de un balanceo
rapidísimo. Le pegaba a Carlos, le seguía pegando, y cada vez que sus puños se hundían en una
masa resbaladiza y caliente, que sin duda era la cara de Carlos, él sentía el corazón lleno de júbilo.
Por fin bajó los brazos, los puso a descansar junto al cuerpo. Dijo:
—Ya tienes bastante, estúpido. Adiós.
Echó a caminar, saliendo de la sala de la Municipalidad, por el corredor que conducía lejanamente
a la calle.
Plack estaba contento. Sus manos se habían portado bien. Las trajo hacia delante para admirarlas;
le pareció que tanto golpear las había hinchado un poco. Sus manos se habían portado bien, qué
demonios; nadie discutiría que él era capaz de boxear como cualquiera.
El corredor se extendía sumamente largo y desierto. ¿Por qué tardaba tanto en recorrerlo? Acaso
el cansancio, pero se sentía liviano y sostenido por las manos invisibles de la satisfacción física. Las
manos de la satisfacción física. ¿Las manos…? No existía en el mundo mano comparable a sus
manos; probablemente tampoco las había tan hinchadas por el esfuerzo. Volvió a mirarlas,
hamacándose como bielas o niñas en vacaciones; las sintió profundamente suyas, atadas a su ser
por razones más hondas que la conexión de las muñecas. Sus dulces, sus espléndidas manos
vencedoras.
Silbaba, marcando el compás con la marcha por el interminable pasillo. Todavía quedaba una gran
distancia para alcanzar la puerta de salida. Pero qué importaba después de todo. En casa de
Emilio se comía tarde, aunque en verdad él no iría a almorzar a casa de Emilio sino al
departamento de Margie. Almorzaría con Margie, por el solo placer de decirle palabras cariñosas,
y tornaría luego a cumplir la jornada vespertina. Mucho trabajo, en la Municipalidad. No bastaban
todas las manos para cubrir la tarea. Las manos… Pero las suyas sí que habían estado atareadas
rato antes. Pegar y pegar, vindicadoras; quizá por eso le pesaban ahora tanto. Y la calle estaba
lejos, y era mediodía.
La luz de la puerta empezaba a agitarse en la atmósfera visual de Plack. Dejó de silbar; dijo:
«Bliblug, bliblug, bliblug». Lindo, habla sin motivo, sin significado. Entonces fue cuando sintió que
algo le arrastraba por el suelo. Algo que era más que algo; cosas suyas estaban arrastrando por el
suelo.
Miró hacia abajo y vio que los dedos de sus manos arrastraban por el suelo.
Los dedos de sus manos arrastraban por el suelo. Diez sensaciones incidían en el cerebro de Plack
con la colérica enunciación de las novedades repentinas. Él no lo quería creer pero era cierto. Sus
manos parecían orejas de elefante africano. Gigantescas pantallas de carne arrastrando por el
suelo.
A pesar del horror le dio una risa histérica. Sentía cosquillas en el dorso de los dedos; cada juntura
de las baldosas le pasaba como un papel de esmeril por la piel. Quiso levantar una mano pero no
pudo con ella. Cada mano debía pesar cerca de cincuenta kilos. Ni siquiera logró cerrarlas. Al
imaginar los puños que habrían formado se sacudió de risa. ¡Qué manoplas! Volver junto a Carlos,
sigiloso y con los puños como tambores de petróleo, tender en su dirección uno de los tambores,
desenrollándolo lentamente, dejando asomar las falanges, las uñas, meter a Carlos dentro de la
mano izquierda, sobre la palma, cubrir la palma de la mano izquierda con la palma de la mano
derecha y frotar suavemente las manos, haciendo girar a Carlos de un extremo a otro, como un
pedazo de masa de tallarines, igual que Margie los jueves a mediodía. Hacerlo girar, silbando
canciones alegres, hasta dejar a Carlos más molido que una galletita vieja.
Plack alcanzaba ahora la salida. Apenas podía moverse, arrastrando las manos por el suelo. A cada
irregularidad del embaldosado sentía el erizamiento furioso de sus nervios. Empezó a maldecir en
voz baja, le pareció que todo se tornaba rojo, pero en algo influían los cristales de la puerta.
El problema capital era abrir la condenada puerta. Plack lo resolvió soltándole una patada y
metiendo el cuerpo cuando la hoja batió hacia afuera. Con todo, las manos no le pasaban por la
abertura. Poniéndose de costado quiso hacer pasar primero la mano derecha, luego la otra. No
pudo hacer pasar ninguna de las dos. Pensó: «Dejarlas aquí». Lo pensó como si fuese posible,
seriamente.
—Absurdo —murmuró, pero la palabra era ya como una caja vacía.
Trató de serenarse, y se dejó caer a la turca delante de la puerta; las manos le quedaron como
dormidas junto a los minúsculos pies cruzados. Plack las miró atentamente; fuera del aumento no
habían cambiado. La verruga del pulgar derecho, excepción hecha de que su tamaño era ahora el
de un reloj despertador, mantenía el mismo bello color azul maradriático. El corte de las uñas
persistía en su prolijidad (Margie). Plack respiró profundamente, técnica para serenarse; el asunto
era serio. Muy serio. Lo bastante como para enloquecer a cualquiera que le ocurriese. Pero
conseguía sentir de veras lo que su inteligencia le señalaba. Serio, asunto serio y grave; y sonreía
al decirlo, como en un sueño. De pronto se dio cuenta de que la puerta tenía dos hojas.
Enderezándose, aplicó una patada a la segunda hoja y puso la mano izquierda como tranca.
Despacio, calculando con cuidado las distancias, hizo pasar poco a poco las dos manos a la calle.
Se sentía aliviado, casi feliz. Lo importante ahora era irse a la esquina y tomar en seguida un
ómnibus.
En la plaza las gentes lo contemplaron con horror y asombro. Plack no se afligía; mucho más raro
hubiese sido que no lo contemplasen. Hizo con la cabeza, un violento gesto al conductor de un
ómnibus para que detuviera el vehículo en la misma esquina. Quería trepar a él, pero sus manos
pesaban demasiado y se agotó al primer esfuerzo. Retrocedió, bajo la avalancha de agudos gritos
que surgían del interior del ómnibus, donde las ancianas sentadas del lado de la acera acababan
de desvanecerse en serie.
Plack seguía en la calle, mirándose las manos que se le estaban llenando de basuras, de pequeñas
pajas y piedrecitas de la vereda. Mala suerte con el ómnibus. ¿Acaso el tranvía…?
El tranvía se detuvo, y los pasajeros exhalaron horrendos gritos al advertir aquellas manos
arrastradas en el suelo y a Plack en medio de ellas, pequeñito y pálido. Los hombres estimularon
histéricamente al conductor para que arrancara sin esperar. Plack no pudo subir.
—Tomaré un taxi —murmuró, empezando lentamente a desesperarse.
Abundaban los taxis. Llamó a uno, amarillo. El taxi se detuvo como sin ganas.
—¡Praderas verdes! —balbuceó el taxista—. ¡Qué manos!
—Abre la portezuela, bájate, tómame la mano izquierda, súbela, tómame la mano derecha,
súbela, empújame para entrar en el coche, más despacio, así está bien. Ahora llévame a la calle
Doce, número cuarenta setenta y cinco, y después vete al mismo infierno, hijo de todos los
diablos.
—¡Praderas verdes! —dijo el conductor, ya tornado al tradicional color ceniza—. ¿Seguro que
esas manos son las suyas, señor?
Plack gemía en su asiento. Apenas había sitio para él: las manos ocupaban todo el piso, se
desbordaban sobre el asiento. Empezaba a refrescar y Plack estornudó. Quiso instintivamente
taparse la nariz con una mano y por poco se arranca el brazo. Se dejó estar, abúlico, vencido, casi
feliz. Las manos le descansaban sucias y macizas en el suelo del taxi. De la verruga, golpeada
contra una columna de alumbrado, brotaban algunas gordas gotas de sangre.
—Iré a casa de un médico —dijo Plack—. No puedo entrar así en casa de Margie. Por Dios, no
puedo; le ocuparía todo el departamento. Iré a ver un médico; me aconsejará la amputación, yo
aceptaré, es la única manera. Tengo hambre, tengo sueño.
Golpeó con la frente el cristal delantero.
—Llévame a la calle Cincuenta, número cuarenta y ocho cincuenta y seis. Consultorio del doctor
September.
Después se puso tan contento ante la idea que acababa de ocurrírsele que llegó a sentir el
impulso de restregarse las manos de gusto; las movió pesadamente, las dejó estar.
El taxista le subió las manos hasta el consultorio del doctor. Hubo una espantosa corrida en la sala
de espera cuando Plack apareció, caminando detrás de sus manos que el taxista sostenía por los
pulgares, sudando a mares y gimiendo.
—Llévame hasta ese sillón; así, está bien. Mete la mano en el bolsillo del saco. Tu mano, imbécil:
en el bolsillo del saco; no, ése no, el otro. Más adentro, criatura, así. Saca el rollo de dinero,
aparta un dólar, guárdate el vuelto y adiós.
Se desahogaba en el servicial taxista, sin saber el porqué de su enojo.
Ya dos enfermeras presentaban sus sonrisas veladamente pánicas para que Plack apoyara en ellas
las manos. Lo arrastraron trabajosamente hasta el interior del consultorio. El doctor September
era un individuo con una redonda cara de mariposa en bancarrota; vino a estrechar la mano de
Plack, advirtió que el asunto demandaría ciertas forzadas evoluciones, permutó el apretón por
una sonrisa.
—¿Qué lo trae por aquí, amigo Plack?
Plack lo miró con lástima.
—Nada —repuso, displicente—. Me duele el árbol genealógico. ¿Pero no ve mis manos, pedazo
de facultativo? – le encaró con una irreflexiva rabia.
—¡Oh, oh! —admitía September—. ¡Oh, oh, oh!
Se puso de rodillas y estuvo palpando la mano izquierda de Plack. Daba la impresión de sentirse
bastante preocupado. Se puso a hacer preguntas, las habituales, que sonaban extrañamente
ahora que se aplicaban al asombroso fenómeno.
—Muy raro —resumió con aire convencido—. Sumamente extraño, Plack.
—¿A usted le parece?
17. ¿Cuál es el objetivo comunicativo del texto? (1 pts)

a) Relatar un hecho imposible y absurdo


b) Informar sobre un hecho insólito ocurrido
c) Entretener con la historia de un hecho cotidiano
d) Contar una historia sobre los problemas de Carlos y Plack

18. ¿En qué momento se menciona que el protagonista casi se arranca los brazos? (1 pt)

a) Cuando intentó entrar al taxi


b) Cuando quería taparse la nariz al estornudar
c) Cuando ya no soporta tener las manos tan grandes
d) Cuando el doctor le menciona que no tiene arreglo

19. ¿Por qué Carlos no entró al ómnibus? (1 pt)

a) Porque sus manos no entraban por la puerta


b) Porque no pudo levantar sus manos por su peso
c) Porque no quiso, ya que atemorizaba a los pasajeros
d) Porque los pasajeros dijeron al chofer que arrancara antes

20. ¿Cuál es la primera reacción que tuvo Plack al darse cuenta de que sus manos crecieron (2 pts)

a) Con sorpresa, y decidió ir al médico de inmediato


b) Con incredulidad, pues pensó que estaba soñando
c) Con humor, dado que le hizo mucha gracia el hecho
d) Con horror, y tuvo la intención de ir a casa de Margie

21. .- ¿Por qué el protagonista le responde con enojo al médico, según se puede inferir? (2 pts)

a) Porque el médico lo abrumó con tantas preguntas


b) Porque hace tiempo lleva una mala relación con el médico
c) Porque el médico le hace una pregunta obvia sobre su razón para ir a la consulta
d) Porque le enoja el tiempo de espera en la consulta del médico en un momento de urgencia

22. ¿Por cuál palabra reemplazaría “serenarse” en el texto? (1 pt)

a) Meditarse
b) Descuidarse
c) Adormecerse
d) Tranquilizarse

23. ¿Cómo se puede interpretar el crecimiento exagerado de las manos del protagonista? (2 pts)

a) Como un hecho que es imposible que ocurra en la realidad


b) Como un hecho que ocurre con poca frecuencia en la realidad
c) Como un ejemplo de un problema médico que ocurre por las peleas
d) Como una moraleja de que si golpeas a alguien te crecerán las manos
24. ¿Qué aspectos del cuento permiten identificar que pertenece al “Realismo Mágico”?
Fundamente entregando 2 ejemplos del texto. (3 pts)

También podría gustarte