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Un instinto seguro y una clara conciencia afirmaron en los grandes hombres rectores de nuestra
historia, la convicción y el imperativo de que el problema educacional constituye el centro del proceso de
la formación del espíritu, de la ‘personalidad y de la unidad nacionales. Desde Belgrano, que fundó los
primeros institutos técnicos, y, Sarmiento, que sembró de escuelas el territorio, dando realidad a un
ensueño atrevido que había suscitado la sorna y el escarnio de los contemporáneos, hasta los hombres de
Estado y los pedagogos más recientes que siguieron y complementaron aquella inspiración gloriosa,
todos ellos vieron con certera penetración que nada grande, nada constructivo, nada permanente podía
emprenderse en este país, sin acometer como premisa la difusión y la reforma de la educación pública.
Fue éste, desde su origen, un país bendecido por la mano de Dios, que derramó sobre la dilatada
extensión de sus praderas, riquezas incalculables. La entraña de esta tierra predilecta, atesoraba la veta
preciosa, y como por arte de magia, sobre su superficie se multiplicaron las primeras cabezas en rebaños
innumerables, y las primeras semillas en cosechas cuantiosas. Sobre ese fondo fastuoso, el idealismo
romántico de los primeros criollos, y luego la épica rusticidad del gaucho y la ambición laboriosa del
inmigrante y de sus hijos, fueron diseñando el perfil ascendente y audaz de nuestra historia! ¡La raza
probó su fuerza y sus virtudes vernáculas, al abrir la veta recóndita, al convertir en ganado la fauna
indómita, al coger la espiga de trigo y el grano de maíz!
Pero esa asombrosa expansión de la riqueza, planteaba, precisamente, y agudizaba, el problema
urgente de constituir una nacionalidad fuerte por su espíritu, por su cohesión, y por la conciencia de su
destino. El señuelo de la riqueza fácil y de la falta de concurrencia, atraía grandes migraciones, que se
asentaban en nuestro suelo trasladando sus angustias y sus tradiciones foráneas. Y así fue acentuándose
la composición cosmopolita de la comunidad argentina, y un materialismo apresurado, alentando por las
circunstancias del medio y por la filosofía liberal de la época, inspiraba la conducta de los individuos.