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Para recordar lo que hemos perdido 17

La aguja del muerto


Víctor Negrete Barrera

Jesusito Palomino es un hombre del municipio


de Ayapel. Tiene cuarenta y dos años y está
convencido que no ha hecho lo que quiere
hacer: estar con una mujer que le guste de
verdad. Ha visto y le han gustado muchas, pero
no ha logrado conquistar el corazón de ninguna
de ellas. Por esta razón se considera un hombre
desdichado, un frustrado más.
Cuando llegó a la conclusión que no podía
conseguirla por los medios normales de
enamoramiento no vaciló en usar otros menos
conocidos y un tanto extraños, según el decir de
ciertas personas. Lo primero que hizo fue viajar
a Gabaldá, un pueblito del departamento de
Sucre, pegado a Ayapel que tiene el nombre del
misionero español que anduvo por la zona. Allí,
según le contaron, muchas de las mujeres son
fáciles, no andan con tantos remilgos para hacer
el amor con quien se los pida. Lo único que debía hacer era esperar que el marido saliera de la casa a
sus faenas laborales y lograr meterse con las precauciones del caso.
Un día con todo y noche le tocó esperar, puesto que algunos hombres prefieren quedarse en casa
cuidando a sus mujeres. A las seis de la mañana vio cuando salió uno y de inmediato logró entrar, con
tan mala suerte que no era el tipo de mujer que estaba buscando.
Luego supo, por conversaciones con amigos, de la existencia de los niños en cruz, esas pequeñas
laminillas que introducen en el cuerpo para obtener algunas capacidades fuera de lo normal, no tan
difíciles de conseguir por los lados de la cuenca del río Sinú. Recorrió varios pueblos sin encontrar
quien los proporcionara. Regresó decepcionado porque sabía que con los niños en cruz podía conseguir
las mujeres que deseara.
Los amigos, preocupados por su suerte, comenzaron a indagar otras maneras de ayudarle. Hasta que
un día le llevaron la noticia de la aguja del muerto. El amigo le explicó todo: tenemos que buscar una
persona que esté muriéndose. Ojalá amigo de alguno de nosotros para que la cosa sea más fácil, sin
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despertar sospechas. Una vez la tengamos vista, consigues una aguja de coser común y corriente, te la
llevas y llegamos donde está el moribundo.
Te debes colocar al lado de los pies desnudos del que esté en las últimas. Cuando veas que está para
expirar le entierras la aguja en uno de los talones. Él tiene que reaccionar al pinchazo, pero haga lo que
haga, te mirará con los ojos desorbitados y con mucho dolor y tristeza te preguntará asombrado ¿para qué
la quieres?. Entonces tú le dices ¡Para conseguir mujeres! Y de inmediato sacas la aguja. Casi al instante
debe morir porque el escogido debe estar en los momentos finales que le quedan de vida.
No solo sirve para conseguir mujeres, puedes pedir para pelear, caminar, tener dinero y otras cosas. No
más lo conceden para una sola. Tú dirás para qué te va a servir. Después que la hayas sacado debes
envolverla en algodón o en un trapito y mantenerla contigo. Cuando veas la mujer que te guste y quieras
hacerla tuya, saca la aguja y simula en el aire como si estuvieras cosiendo. Procura que ella te mire. Apenas
tengas la seguridad que te miró y reparó un poco en ti, deja de coser y guárdala de nuevo. Ella, enseguida
o luego te buscará.
Jesusito escuchó todo con atención y al final preguntó ¿Dónde conseguiremos un moribundo?. El viejo
Mingo está muriéndose de viejo, dijo uno de los amigos. ¡Qué esperamos, vamos para allá!.

Montería, 1987

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