Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en
cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por la ley.
Prólogo
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
ENCUENTRA MIS OTRAS NOVELAS
A todas las escritoras de romántica.
Por enseñarme que el amor es el motor que mueve el mundo.
Prólogo
Mima
—M e ha contado Pedro…
Anda, así es cómo se llamaba, pues no, no tiene nombre de chico de
novela, ¿verdad? Los chicos de novela tienen todos nombres extraños, de
esos que nunca escuchas, que parecen impronunciables y que le sientan
genial cuando lo combinas con el apellido.
—Pedro era un auténtico muermo, no tenía chispa, no era gracioso ni
elocuente, si ni siquiera le estaba prestando atención, su tono de voz era de
lo más común.
Mi chico de novela debe tener una voz de esas que haga que mojes braga
cuando te susurre «nena» al oído. Eso es, qué fantástico. ¿Veis? Un
burbujeo incesante de ideas, eso es lo que nos define a los escritores.
—Es ingeniero mecánico.
—¿Y? —inquiero ofendida. ¿Qué pasa? ¿Que tiene que ser de lo más
interesante por su profesión?—. Y yo soy cajera y reponedora en un
supermercado, Macarena, por favor, y me tengo por lo más. Vamos, que en
una batalla de esas de gallos, pero con chistes, porque ya sabes que lo de
rapear no es lo mío, gano yo por goleada.
Macarena suspira mientras sigue reponiendo tarros de tomate frito.
Trabajamos en un supermercado. Eso es lo que hacemos. Para ser más
exactos, trabajamos en un supermercado tan grande que no conozco a todos
los empleados, una de esas cadenas que tienen de todo y en distintas marcas
para gustos y colores. Como en las novelas, vaya, igual.
—Se me acaban los recursos.
—Prefiero que se te acaben a tener citas como esa, la verdad. Que te lo
agradezco en el alma, ya sabes, tú y yo hermanazas de por vida. —Le
tiendo el puño para que lo choque, y ella lo hace sin dudar—. Ahora bien, si
es como Pedro, no quiero que me lo presentes.
Macarena se carcajea, a mí no me hace maldita gracia, espero que no se
esté tomando mi comentario a coña porque de veras que hablo en serio.
—Estás muy selectiva últimamente.
—Solo busco al hombre ideal.
—Esos hombres que tú buscas, los que lees en esos libros que compras,
no son reales, eres consciente de ello, ¿verdad?
Hala, otra que no va a figurar en los agradecimientos cuando acabe mi
novela y se convierta en un best seller , luego vendrán los lloriqueos y ¿qué
haré yo? Recordarle este preciso momento: «¿Te acuerdas cuando me
decías que era muy exquisita con el hombre ideal? Pues, ea, lo he
encontrado, lee esta novela y muere de envidia».
—Tiene que haber alguno, Maca, ¿cómo no va a existir el hombre
perfecto?
Mi amiga chasquea la lengua y mira a ambos lados antes de hablar.
—He conocido a muchos chicos… —Suerte que tienen algunas.
—Está feo comer pan delante del que no tiene dientes.
—Calla, Mima. —Cierro el pico por pura cortesía, claro—. He tenido
muchas citas, he besado muchos sapos y ¿sabes qué?
—¿Qué? —Ojalá uno de ellos la haya despertado con un besazo de esos
que quitan el sentido, echasen otro polvo de esos que provocan que te
tiemblen las piernas y le haya dejado el teléfono en un bolsillo para que lo
encontrase de forma accidental. Eso, eso es lo que me molaría que haya
pasado.
Lo visualizo, os prometo que lo visualizo.
—Que te despiertas, el chico muchas veces ya no está o lo tienes que
echar a patadas porque quiere gorronear de tu nevera, otros te roban el
efectivo de la cartera, y muchos son tan feos que ni siquiera sabes cómo han
llegado a tu cama.
—¿Qué clase de alcohol tomas tú?
Maca me guiña un ojo, de veras, estoy hablando en serio, yo quiero estar
sobria porque quiero enterarme de todo lo que me haga y pedirle que lo
repita cuando amanezca, eso es justo lo que busco.
—Estás idealizando el amor porque lees muchas novelas románticas y la
realidad, la triste realidad, es que los hombres de los libros no existen.
Los cojones, claro que existen, solo que están esperando a que yo los
encuentre y escriba mi novela basada en ellos. Eso es lo que va a suceder.
—A mí porque no me afecta tu negatividad, pero ¿sabes lo que vas a
conseguir si le sueltas este discurso de mierda a Alejandra? —Macarena
alza una ceja, expectante. No, no voy a decirle nada chulo—. La vas a
hundir en la miseria porque ella también sueña con un príncipe azul y más
después del chasco que se ha llevado con el último cerdo con el que estuvo
saliendo varias semanas.
—Cerdo como poco —ratifica.
Mira, al menos estamos de acuerdo en algo, ya ves.
—Ella se merece su propia novela romántica o, mejor aún, se merece una
novela erótica, de esas que estás todo el día pierna para allá, boca para acá,
dedo por este agujero y…
—Lo he entendido —me corta mi amiga, y lo hace en la mejor parte
porque iba a nombrar un cimbrel como la copa de un pino, nada, que tendré
que guardarme el recuerdo en cuestión para otro momento de la velada—.
Y eso está muy bien, Alejandra tiene que quererse tal y como es. Hasta que
dejen de importarle los comentarios negativos de los demás, hasta que deje
de prestar atención a los susurros, no va a poder ser feliz ni va a confiar en
ella misma.
—En eso estamos de acuerdo.
Os he contado que Alejandra es una de las mejores personas que conozco
y cuando hago esta afirmación no exagero. Vaya, que es mi hermana, y yo
la quiero, ahora bien, si tuviese algo chungo, os lo diría, como Rodrigo, que
es mi hermano y es demasiado tímido. A lo que iba, que Alejandra tiene
buen corazón, siempre está ahí para todo el que lo necesita, te apoya, te
escucha, te aconseja y puede ser tu llamada salvavidas cuando la necesites.
Sin contar con que es fan de Friends tal y como lo soy yo. Y que nos
sabemos diálogos completos, en fin, esto es harina de otro costal.
—Tenemos que demostrarle que un tío nunca puede condicionarnos y
tampoco la vecina de abajo.
—No quiero hablar de Jana, anoche, cuando llegué a casa de la
desastrosa cita, me crucé con ella en el rellano. Iba guapa, la hija de perra.
Con esa cara de mala persona que tiene, no sé cómo puede ligar tanto.
¿Crees que, si le pido a Álvaro que le suba el alquiler, me hará caso?
—Álvaro se lleva muy bien con ella, me da que son amiguitos —me
explica Macarena— y no, no creo que te haga maldito caso. No le hace falta
el dinero, es el dueño del edificio.
—Maldito multimillonario, cómo me pone de cerda.
No solo ese cliché, sino Álvaro en todo su esplendor porque el majo
es…, es el muso perfecto, salvo que para él soy invisible, que no me
enseñaría su cimbrel, aunque lo saca a pasear muy a menudo —ya me
entendéis— y porque es increíble. Lo tiene todo, el muchacho.
—Bueno, a lo que íbamos, lo ideal es que te organicemos otra cita.
Conozco a un chico que es encantador y…
—¿Es millonario? —Niega—. ¿Tiene el mentón cuadrado? —Niega—.
¿Abdominales de infarto?
—No lo sé porque no se los he visto.
—Entonces no te pregunto por otra parte de su anatomía porque imagino
la respuesta.
—¡No, por Dios! ¡No! —exclama demasiado rápido.
—Si no te interesa a ti, probablemente tampoco me interese a mí. Ya
sabes, busco a mi muso perfecto y dudo que sea tu amigo, conocido o lo
que quiera que sea ese hombre.
—Es el repartidor de pizza .
—Ah, vaya, me haces sentir mejor.
No por su profesión, no me vayáis a juzgar, hombre, por favor, que soy
cajera y reponedora en un supermercado, lo digo porque le he visto la cara y
os garantizo que no es lo que mi novela romántica necesita y, ya puestos, lo
que mi chimichurri anhela, porque empiezo a creer que el himen puede
volver a crecer. Ahí lo dejo.
—Algún día vas a tener que centrarte y conformarte con la cruda
realidad.
Frunzo el ceño. Ni de coña.
—No pienso hacer eso, encontraré a mi chico ideal y será perfecto, y tú,
mientras…
—Yo voy a subir un momentito a hablar con Kike. —No me puedo creer
que siga trinchándose al jefe de sección.
Macarena se aleja, y me centro en los tarros de vidrio, el tomate frito, las
aceitunas y el papel higiénico.
Definitivamente, Kike tampoco tiene nombre de muso.
CAPÍTULO 2
«Son solo sentimientos. Se irán».
Joey Tribbiani
Álvaro
E scucho, por decimoquinta vez esta semana, las carcajadas de las chicas
de enfrente viendo otro de esos capítulos de la serie que tanto les gusta. La
verdad, estoy por poner, aunque sea, los cinco primeros minutos de uno a
ver qué la hace tan especial.
—Esas tías están majaras —pronuncia Mikel antes de darle un nuevo
sorbo a su batido directamente de él.
—No voy a negar que tienes razón, al menos en eso. Vamos a lo que nos
atañe. Estás bien jodido, hermano.
Mikel es mi hermano pequeño, siempre hemos bromeado con eso de que
uno de los dos es adoptado porque no tenemos nada en común. No
cuestiono la fidelidad de mi madre porque ella siempre ha adorado a mi
padre por encima de todas las cosas, sin embargo, este rubio de ojos azules
que tengo frente a mí me cuesta creer que saliese del mismo testículo del
que salí yo. No podríamos ser más opuestos, salvo en una cosa, en una
pequeña cosa: las mujeres. A ambos nos gusta meternos bajo las bragas de
todas ellas, solo que yo soy más cuidadoso, y Mikel es de los que no
respeta, aunque esté casada, como es el caso.
—No tenía ni la más remota idea de que había un marido de por medio
—se defiende.
—¿Acaso lo preguntaste? —inquiero.
Ya sé la respuesta, a pesar de ello, permito que sea él quien confirme mis
sospechas.
No sería la primera vez que tengo que sacarlo de algún lío. Mi madre lo
llama «ejercer de hermano mayor», yo lo llamo «ser su niñera».
—No, ¿cómo voy a preguntar eso? «Hola, ¿qué tal? Me encanta tu pelo y
me gustaría ver cómo baja por mi pecho mientras desciendes para
comerme…».
—Suficiente —lo corto, ya sabemos en qué dirección va Mikel, el pelo
de la chica y la boca de la susodicha.
—No pregunto esa clase de cosas en las citas —resuelve.
—Llamar a eso cita tiene delito.
—Escarceos —rectifica.
Asiento para confirmar que eso es mucho más exacto y preciso.
—Estás jodido.
—Me ha visto la cara y ese tío tenía unas manos del tamaño de melones.
Su mujer tenía las tetas más pequeñas —asevera.
Me descojonaría si no viese el semblante contrito de mi hermano. ¿Qué
os puedo contar? Mikel es un alma libre y ha descubierto que una cara
bonita y cuatro frases pronunciadas en el momento exacto pueden suponer
una noche de diversión. Es perspicaz e inteligente, eso no os lo voy a negar,
como tampoco negaré que no me siento orgulloso de que se comporte así,
porque no es el caso, no me malinterpretéis, no estoy de acuerdo con
depende de qué formas de actuar, lo que pasa es que soy de los que piensa
que cometiendo errores es la manera que tiene la vida de enseñarnos. Y
Mikel tiene mucho que aprender y, por supuesto, estaré a su lado para
aplaudirle cuando lo haga bien y para enfadarme cuando lo haga mal.
—Eso te pasa por meterte bajo cualquier braga. —Me pongo serio, debo
hacerlo.
—No me recrimines eso, he aprendido del mejor.
Touché .
—Tienes diecinueve años. —Sí, como lo habéis escuchado, un pequeño
desliz de mis padres que se convirtió en mi hermano pequeño y del que me
siento responsable—. Si mamá se enterase de esto, te castigaría sin postre
un mes. —Es imposible tomárselo en serio. ¿Mikel es mi debilidad?
Puede…
—Ja, ja, mira, qué chistoso es mi hermano. ¿Es cosa de adultos?
—¿La simpatía?
—La imbecilidad.
—A mis años llegarás —bromeo.
—Álvaro, de verdad, me ha visto la cara, ¿y si es un mafioso? ¿Un
contrabandista? ¿Un narco? Tipo Pablo Escobar.
—¿Te estás escuchando siquiera? Creo que Netflix te está haciendo
mucho daño. —Como a las vecinas, ay, esa vecina, lo que yo le haría…
—Es cultura general —apostilla. Otra carcajada por parte de las chicas y
mucho me temo que, cuando Mikel se marche, pondré el primer capítulo de
esa dichosa serie—. Tienen que pasárselo muy bien. —Alzo los hombros.
—Y yo que me alegro, son buenas inquilinas. Y Rodrigo me cae bien. —
Y una de ellas me pone y mucho.
—¿Y guapas? ¿Son guapas? —Ha decidido omitir al otro hermano en
cuestión. Sí, ya os he contado que lo de mi hermano con las chicas es
obsesión.
—¿Me estás haciendo esa pregunta en serio, Mikel? Puedes perder las
extremidades a manos de un narcotraficante, y ya estás pensando en bajarte
la bragueta de nuevo.
—Hablas como mamá.
—Si esperabas que te diese una palmadita, y te chocase los cinco, te
equivocaste de puerta. Podrías haber ido con uno de tus amigos y esperar a
que aplaudiesen con tu batallita, has venido a casa y te toca aguantar la
chapa.
Todos hemos pasado por esa edad, todos hemos querido ligar, vamos, yo
quiero seguir haciéndolo, no me jodas.
Mikel se incorpora y se dirige hacia la salida, enfurruñado. Le queda
mucho por aprender.
—Creo que me cambiaré el color de pelo, tal vez moreno, como tú, y
puede que me ponga lentillas de colores, me haga tatuajes como esos que
recorren tus brazos, tu pecho y, no sé…, me mude a Kazajistán por una
temporada indefinida —ironiza.
—No aguantarías allí ni cinco minutos.
—No, es probable que no —bromea—. Me gusta demasiado la comida
de mamá.
Le palmeo la espalda, y mi hermano solo me sonríe.
—Cuídate e intenta que tu chorra no te meta en más problemas. Mira la
mano por si tiene alianza y pregúntale cuál fue su última relación, si frunce
el ceño y se lo piensa demasiado, huye de ahí.
—Menudo topicazo —me suelta.
—Es probable que ese «topicazo», como tú lo llamas, te salve de este
tipo de problemas.
—Si el narco me mata, por favor, quédate con mi colección de películas.
—Y con las cartas Pokémon, ya lo sé.
Mikel me empuja porque acabo de recordarle su edad y esas cosas que
tanto le gustaban cuando tenía diez o doce años, no más.
—Empiezas a descender puestos en la escala de hermanos favoritos.
—Teniendo en cuenta que solo tienes uno… Me tengo por tu favorito —
ironizo.
—Se lo reprocharé a mamá toda la vida.
Sonrío una vez más, lo que no consiga este chico no lo consigue nadie.
—Yo también te quiero, Mikel.
Abro la puerta justo cuando la de las vecinas se abre también. Observo a
Mima y me quedo allí, plantado, siempre me pasa cuando me cruzo con
ella, es una tía de lo más rara y fascinante.
—Buenas noches —saluda.
Me observa con fijeza, no le avergüenza hacerlo, es como si estuviese
dispuesta a saltar a mi yugular en cualquier momento y mentiría si os dijese
que no me encantaría que lo hiciera.
Alejandra, por el contrario, baja la cabeza, se da la vuelta y se marcha.
Rodrigo solo me saluda. Tres hermanos y tan distintos… Como Mikel y yo.
Mi hermano se da la vuelta para abrazarme, sé lo que va a hacer y se lo
permito. No aparto los ojos de ella, que sigue apoyada en el quicio de la
puerta, con las piernas cruzadas y todo. Analizándome.
—Joder con las vecinas.
Lo empujo, Mikel se carcajea, y cierro la puerta porque no quiero que me
vea el semblante y se burle de mí.
Joder con Mima.
CAPÍTULO 3
«Oh, lo siento, ¿mi espalda ha herido tu cuchillo?».
Rachel Green
Mima
Mima
¡¿Q ué estoy haciendo?! ¡¿Que qué estoy haciendo?! Pues lo normal que
haría cualquier persona con expectativas: depilarme las piernas, la sobaca
y el toto, porque no sé si esta tarde…, por cualquier cosa que pueda suceder,
por si, llamémoslo «casualidad del destino», mi casero —toma cliché, os
mola, ¿ehh?— decidiese desnudarme —no seré yo la que se oponga a esto
porque en una novela romántica con escenas eróticas puede haber sexo en
cualquier momento de la misma, el prólogo es válido también—, una tiene
que estar preparada. Limpia, rasurada y con la piel hidratada.
—Mima, abre de una jodida vez o me meo en tu cama.
—¡No se puede! —grito. Rodrigo bufa de forma exagerada—. Estoy
preparándome para mi cita, y deberías estar feliz porque vas a tener un
cuñado la mar de cojonudo. —Al menos por tres o cuatro semanas, el
tiempo que necesite para documentarme. Solo espero que no se vuelva
adicto a mí porque tendríamos un problema. Él tendría un problema, aunque
bien es cierto que no caer rendido a mis pies es tarea ardua.
—¿Qué? —inquiere.
Me molesto en abrir la puerta porque mi hermano vive bajo el mismo
techo que yo y tengo la intención de que, a partir de hoy, Álvaro visite
mucho este piso.
Le sorprende la fuerza con la que lo hago, incluso da un paso hacia atrás.
—He tomado una decisión; me voy a sacrificar por mi futuro estrellato.
Tengo la intención de trincharme a Álvaro, y tú —digo al mismo tiempo
que lo señalo— tendrás que comprarte unos tapones porque voy a gemir
muy alto.
Los gemidos y jadeos serán proporcionales a las embestidas que reciba,
que, dicho sea de paso, van a ser muchas.
—¿Te has golpeado la cabeza o qué?
Salgo con una pierna depilada y la otra, que bien podría pertenecer al
Demonio de Tasmania o a un bigfoot , lo que os plazca. Mi hermano me
observa de hito en hito, de veras que piensa que he perdido la cabeza. Baja
la vista, analiza mi atuendo y sigue descendiendo. Álvaro tiene que mirarme
de otra manera porque esto, lo que Rodrigo muestra, es asco. Y no
queremos asco en una novela romántica, eso mejor para un thriller , por las
vísceras y tal.
—No me he dado ningún golpe, he decidido que Álvaro será mi muso,
que voy a pasar tiempo con él, analizaré su comportamiento, tendremos
muchas escenas de sexo desenfrenado y, tras eso, pediré una baja de unas
semanas, porque estos que ves aquí —añado y muevo los dedos frente a él
— volarán muy rápido por el teclado, y escribiré mi novela romántica,
rectifico, «mi exitosa novela romántica».
—Tu exitosa novela romántica. —Ea, que quiere morir en el prólogo el
chico este.
—Así no me animas una mierda, Rodri. —Tiro de apelativos cariñosos
porque con Alejandra funcionan, aunque con ella sirve cualquier cosa
porque nunca me niega nada, se lanza al vacío antes que yo y grita desde
abajo que está duro, que duele y que vale la pena.
Sí, esa es mi hermana. Debería ser la protagonista de mi libro, pero,
vamos, no pienso dejar que sea ella la que folle hasta no poder más, ese lujo
lo reservo en exclusiva para mí y más con el tatuado de mi vecino. Ay, por
favor, si es que visualizo las escenas y solo pienso en sentarme a escribir.
«No, Mima, tienes que investigar y documentarte». En eso está la gracia
y, cuando me pregunten en las cientos de entrevistas que haga cuál ha sido
el motivo de mi inspiración…, diré que las musas me acompañaron en el
trabajo. No mencionaré que Álvaro es el hombre de mi libro, porque eso
será solo entre él y yo. Un acuerdo tácito que tendremos, una investigación
privada en la que saldremos ganando los dos. O yo más, porque me forraré
y viviré a cuerpo de rey.
—Alguien debe ponerte los pies en la tierra, no sé, a veces me pregunto
de dónde saliste. Estoy casi convencido de que papá y mamá te recogieron
en el contendor de la basura.
Uy, lo que ha dicho…
—Serás… —Maldita sea, no tengo chancla que tirarle.
—Pienso mear en tu cama —me provoca encerrándose en mi habitación.
—Y te dormirás, y cortaré tu hermosa cabellera. —Doy golpes en mi
propia puerta, a lo que he llegado—. O, mejor aún, le contaré a Maca lo que
sientes por ella desde que los primeros humanos habitaban el planeta.
—No serás capaz. —Mi hermano abre la puerta, y me lanzo sobre él.
Me tira sobre la cama, y empiezo a hacerle cosquillas. Rodrigo hace lo
mismo conmigo. Sus manos son más grandes y juega con ventaja.
La puerta se abre, y escucho a Alejandra saludar. Ella me ayudará, y
juntas venceremos.
—¿Dónde estáis? —Así no me ayuda, no.
—Asesinando a tu hermano.
—¿Estás presentable? —grita.
Rememoro mi pierna peluda.
—¡No! —Alzo más la voz, Rodrigo aprovecha para hacerme más
cosquillas. Me carcajeo.
—Me he encontrado a Álvaro, voy a enseñarle una cosa.
Doy un salto, y Rodrigo se queda con las manos a medio camino, parece
un monguer así, porque es como si se hubiese quedado congelado con las
manos medio estiradas y los dedos engarrotados. Si tiene los piños por
fuera, sacaré una foto y la subiré a mis stories de Instagram por joderlo.
—Ni se te ocurra mencionar nada de esto que acaba de suceder.
Corro por el pasillo como si me fuese la vida en ello y me meto en el
baño de nuevo.
Esto, desde luego, no puede pasar en una novela romántica. El chico
siempre tiene que encontrar a la chica guapa y radiante, no con las piernas
peludas y a medio vestir.
—¿Quieres una podadora? —Tus muelas es lo que quiero.
—Calla y mea en una botella de plástico —farfullo.
Total, que no sé el tiempo que pasa hasta que estoy medianamente
presentable, solo sé que escucho las risas desde el salón y de inmediato sé
que esto también estaría guay que formase parte de mi historia.
Un grupo de amigos que se llevan que te cagas de bien, como en
Friends . Toma que toma, mi trama va tomando forma. Lo veo, ¿ehh?, y me
veo millonaria. Tendréis que besar el suelo por el que pise, no os digo más.
En el salón, sobre un taburete y de forma natural y despreocupada, se
encuentra Álvaro, mi muso y el chico de nuestros lascivos sueños.
Se ha quitado la chaqueta y deja a la vista sus tatuajes. De veras, esto no
es sano, imaginaos la de infartos vaginales que va a provocar mi historia.
Todas con el chichi cortocircuitado. Correremos el riesgo porque vale la
pena.
Álvaro, a partir de este momento «el hombre de nuestras fantasías»,
clava sus ojos en mí, y yo siento como si me derritiese mientras me
aproximo. Soy como un cubito de hielo que se acerca más y más al sol. Tal
que así.
—Mima —me saluda.
En mi mente es «nena» lo que pronuncia, ¿acaso no es eso lo que se
utiliza en las novelas románticas? Pues, ea, adjudicado.
—Álvaro…
Si esto fuese una novela romántica, ahora él me daría un repaso
exhaustivo, se levantaría, se acercaría, me colocaría un mechón de pelo tras
la oreja y me susurraría al oído que se muere por comerme toda la boca. Y
yo le provocaría para que lo hiciese, vamos, sería estúpida si no lo hiciese.
Lamentablemente, no es eso le que sucede. Álvaro vuelve a fijar la vista
en mis hermanos como si no estuviese presente.
Me giro y me coloco las tetas bien dentro del sujetador. Mi madre dice
que tiran más dos tetas que dos carretas, pues nada, que hay que poner en
práctica el consejo.
—Y bien, ¿nos vamos?
Mi casero alza una ceja y me mira el escote. Pues va a tener razón mi
madre, sí.
—¿Irnos? ¿A dónde?
Al infinito y más allá.
—Pues a tu casa. —Donde haremos maldades juntos.
Parece dudar, me da otro repaso. Vamos por buen camino, majo, sigue
así.
—¿Lo que tienes que enseñarme está en mi piso?
Lo que «tú» tienes que enseñarme está en tu cuerpo.
Solo asiento, necesito intimidad para, no sé, conquistarlo, y aquí, con mis
hermanos, va a ser imposible porque son como un grano en el culo. Bueno,
Alejandra no, ella es todo amor y cerraría el pico; en cambio, Rodrigo, haría
preguntas, carraspearía o soltaría algún comentario absurdo sobre lo que
sea, y empezaríamos una pelea porque otra cosa no, pero enfadarnos se nos
da de lujo, solo hay que tener en cuenta la escenita de antes con cosquillas y
todo.
Parece que lo he convencido porque se levanta y me cede el paso. Me
contoneo, mucho, para que vea que mis caderas son lo más, y él se
sorprende. No lo demuestra, lo imagino, porque eso es lo que hacen los
hombres de las novelas, ¿no?
Antes de salir me giro y observo a mis hermanos. Rodrigo pone los ojos
en blanco, Alejandra sonríe y me enseña el pulgar.
—No me esperéis despiertos, niños.
CAPÍTULO 7
«¡Soy el armadillo de las vacaciones!».
Ross Geller
Mima
¿S ervilleta? ¿Es acaso eso una palabra clave o algo? No entiendo a esta
mujer y la verdad es que quiero entenderla, porque cierto es que no es
nuestro mejor beso, ni siquiera se acerca a un beso, todo hay que decirlo,
sin embargo, me ha dejado con ganas de más y me ha salvado de la consulta
al dentista de este año.
No, es coña. Llamo al ascensor y aguardo a que llegue. Con suerte, ella
seguirá intentando abrir la puerta de su casa, y podré demostrarle que sí sé
dar un primer beso. Que le robaré el aliento y que perderemos la poca
cordura. Yo, la mía; a ella no le queda. En su diccionario personal esa
palabra no existe. De cordón salta directo a coreano. Sí, lo he buscado.
Pulso el botón en varias ocasiones como si eso fuese a dar resultado
alguno. Cuando llega, marco el número de mi planta y, definitivamente, es
de chiste.
Me cruzo de brazos y la observo intentando meter la llave en la puerta.
En mi puerta.
Me acerco, intentando hacer el menor ruido posible, y me sitúo a su lado.
—¡Bu! —la asusto.
Se le escurren las llaves, se gira otra vez con la boca abierta. Y cae en
mis brazos.
He tenido que ser muy bueno en otra vida para que me sucedan este tipo
de cosas.
—Hola, Mima.
—¡Es nena! —exclama. ¿Qué?—. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
Cierra los ojos, sube la pierna y seguro que es algún tipo de código
secreto que no sé interpretar.
Tampoco me voy a parar a preguntarle.
Me lanzo a por sus labios, y ella gime. ¡Gime! ¿Llegáis a comprender lo
que implica que Mima haga eso, justo eso? No, desde luego que no lo
entendéis. Mi polla sí, porque da un respingo y sale a saludar. Tiene claro
cómo funcionan las cosas, solo que, con Mima, no va a ser de esa manera.
Coloca las manos tras mi cuello, yo poso las mías en sus nalgas y me
dedico a besarla con ansia, con ganas y con anhelo. La aprieto contra mi
cuerpo, y ella se separa.
Oh, mierda, que se ha dado cuenta de lo que estamos haciendo.
—Pues sí que sabes besar, sí. Otra vez —me pide.
Y se lanza de nuevo a por mi boca.
Sabe a… Creo que Mima sabe a mi perdición.
Ni siquiera sé cuánto tiempo estamos ahí, besándonos. Yo con ganas de
pasar al siguiente nivel, y Mima gimiendo y jadeando, complicándome la
vida, porque de esta forma no hay quien se porte como un hombre decente.
Me cuesta separarme de ella. Al final, lo hago, por su bien y por el mío.
Me observa, apoyada en la pared, y entonces se pasa los dedos por los
labios, cierra los ojos y se lame la boca.
Me cago en la puta. ¿Es una coña?
—Mima, no hagas eso —le advierto—. Intento comportarme como un
buen chico contigo.
—A mí es que me gustan los malotes, los que se saltan todas las reglas.
—Estás borracha.
—Y los que se aprovechan de las borrachas. —Alzo una ceja, ella parece
meditarlo—. En realidad, esos son unos cabrones, me gusta que tú —aclara
al mismo tiempo que me señala— te aproveches de una borracha como yo.
—Se señala.
Sonrío.
Va a ser que no, porque prefiero que si algo tiene que suceder entre
nosotros, y claro que sucederá, al menos lo haga en un estado mental
normal. Normal para Mima, quiero aclarar.
—Venga, anda.
Saco mis llaves, las muevo frente a sus ojos, los pone en blanco, me
parece adorable por ello, y abro la puerta. Tiro de su mano y la obligo a
entrar en casa.
Me sigue sin rechistar y me pregunto si esto que acaba de pasar entre
nosotros lo recordará mañana y si se arrepentirá de ello, porque yo desde
luego que no lo haré. No soy un buen tipo, no me aprovecho de borrachas,
no vayáis a pensar que soy de esa clase de hombres porque no, pero claro
está que Mima me gusta, me pone, y que esto, tarde o temprano, tenía que
suceder.
—¿Qué haces los viernes por la noche? —Me observa, baja la vista, mira
mi pantalón, y no sé si se percata de mi erección o no lo hace, sin embargo,
me lo está poniendo jodidamente complicado para eso de portarme bien.
—Veo Friends con mis hermanos. Comemos palomitas y hablamos de
mi novela.
¿Novela?
—Pues eso haremos.
—¿Hablar de mi novela? —No entiendo lo que dice y no voy a preguntar
por ello.
—Ver Friends , ya era hora de que me estrenase con ello, ¿no?
—Uhh, te voy a desvirgar al menos en algo. ¡Bien! —Mueve el brazo
como si se hubiese anotado un tanto.
La dejo en el sofá y me dirijo a la cocina a buscar algo de beber, un par
de botellas de agua porque servirle más alcohol a Mima está descartado.
Tampoco quiero beber yo, prefiero estar consciente o todo lo consciente que
se puede dadas las circunstancias, porque yo también he bebido, aunque se
ve que lo tolero mejor que ella.
Pienso en lanzarle la botella como hago con Mikel y me arrepiento de
inmediato porque encharcará todo el suelo, no creo que tenga sus reflejos al
cien por cien en este momento.
Me sitúo a su lado en el sofá, y ella reduce la distancia que nos separa.
—¿Sabes? Eres el muso perfecto. Toda mujer querría leer una novela con
un protagonista como tú. Con ese cuerpo, esa sonrisa, esos tatuajes…
—Mima, ¿estás bien?
—Lo bueno es que lo he hecho yo antes que nadie, como la que creó a
Christian Grey, que lo petó porque ese tipo de hombres oscuros también nos
ponen. Álvaro, cuéntame tu oscuro pasado. Es para una amiga.
Me río porque es adorable, a pesar de que no entienda nada de lo que me
está pidiendo.
—Anda, bebe.
Abro la botella, y ella se la lleva a los labios sin apartar la vista de mí.
Saca la lengua, de veras, saca la lengua, y recorre la boca de la botella con
ella, como si…, como si estuviese degustando otro tipo de cosas más sucias
y carnales.
Escucho un chasquido. Está enfurruñada, y así me resulta mucho más
adorable si cabe.
Me acerco a la pequeña mesa de centro y cojo el mando del televisor.
—¿Vas a poner Friends de veras? —me pregunta.
Cierra los ojos, me encantaría saber lo que está pensando, me encantaría
que me lo contase.
—Por supuesto, ¿creías que era una broma? —Alza los hombros y
sonríe. Mima es… Mima es deliciosamente extraña—. Llevo meses
escuchando vuestras carcajadas desde este mismo salón, ya va siendo hora
de que descubra el motivo de ello.
Omito con total intención que ya he tenido el placer de disfrutar de ese
entretenimiento en forma de serie.
Enciendo el televisor, y Mima se acerca para quitarme el mando.
—Trae acá —me pide.
Se hace con el control de todo; del mando, de la tele, del agua, de mí
mismo si la dejan porque la observo, atónito. Resulta extraño porque, de
alguna manera, es la primera vez que está en este apartamento y tengo la
sensación de que llevase aquí toda la vida, de que esta familiaridad con la
que nos tratamos fuese el producto de una amistad de las de siempre.
—¿Quieres comer algo? —le pregunto.
Me observa con fijeza y me siento hasta intimidado. Jamás me he sentido
de esa forma con una chica. Hasta ahora.
—Lo que quiero comer, dudo que me lo des.
Alzo una ceja. ¿Se refiere…? ¿O es mi sucia mente la que está
imaginando cosas?
—Mejor no.
—Lo sabía. —Sonrío al ver cómo pone los ojos en blanco.
—Atiende, porque, a partir de este momento, te vas a enamorar. —
Señala la tele donde comienza a reproducirse la serie en cuestión en el
televisor.
No aparto la vista de ella porque por un instante, por un efímero y fugaz
instante, creo que tiene toda la razón. A partir de hoy me voy a enamorar, y
no de Friends precisamente.
CAPÍTULO 15
«Esa es una gran historia. Cuéntala mientras me traes un té
helado».
Rachel Green
Mima
—¿A lguna vez has dado un beso con encía incluida? —pregunto como el
que no quiere la cosa.
Tengo turno en el supermercado, nada raro ni fuera de lo común. Es de
esos sitios en los que te avisan de un momento para otro de que ha faltado
alguien, tienes que cubrir su puesto, y no puedes negarte o sí puedes,
siempre y cuando asumas las consecuencias de ello.
Maca está colocando a mi lado latas de atún, bonito, sardinillas y
berberechos. El mar al completo si la dejan.
—¿Hablas de comerle la boca a la otra persona?
—Sí, la boca, la nariz, la frente y toda la cara —sentencio.
Me observa suspicaz. Deja caer una lata y aguarda a que me descojone y
le confiese que es una coña, que no ha sucedido en realidad. Aunque sí que
ha sucedido. Por supuesto, no me parto de la risa.
—¿Estás hablando de forma metafórica o tengo que preocuparme? —
Cierra los ojos. Ha llegado sola a la conclusión—. ¿A quién has intentado
comerte, Mima? El canibalismo está muy mal visto en la sociedad actual.
Tiene razón, solo que no fue intencionado para nada.
—Fue un accidente fruto del alcohol. Y, ya de paso, la culpa es tuya. Es
de muy mala amiga poner esas copas y vasos frente a una persona que tiene
una voluntad de mierda, Maca, por favor.
—¿Me estás culpando a mí de lo que hiciste?
Vaya que sí.
—Por supuesto, si no hubiese sido por ti y tu: «Esta es la última, Mima»,
«una copita no le hace daño a nadie», y todo eso que me soltaste en el
restaurante, la cosa no habría acabado de la forma en la que lo hizo.
—¿En canibalismo?
—En acojonar a Álvaro, que ahora tiene que estar cogiendo un avión y
largándose a cualquier lugar en el que no pueda encontrarlo. Tenía un plan,
¿sabes? Y ese plan era seducirlo con mi saber estar, mi cuerpo, mi ingenio y
las drogas, pensé en las drogas también si todo lo anterior no funcionaba.
Quizá Edmundo, además de repartir pizza , también entrega tripis y
mierdas de esas que te comen el coco y te dejan atontado.
Mi amiga se ríe. Se ríe tanto que se lleva el brazo a la barriga. Meto la
mano en la estantería y dejo caer al suelo las montañas perfectas de latas
que había ordenado con esmero.
—¿A que jode?
—Las vas a colocar tú.
Lo hago, porque en el fondo soy rencorosa, pero se me pasa rápido. ¿Se
puede ser de esa manera?
—Tengo varias lagunas mentales sobre lo sucedido anoche, solo sé que
no acabé desnuda y no me embestía con fuerza. Así que, teniendo en cuenta
esto, la cosa no salió como debió salir.
—Piensa que tienes material para tu novela. Ha sido un beso de lo más
desastroso.
—Le mordí la encía, Maca. ¿Quién le come la encía a alguien en un
beso? —Omitiré lo del moco porque eso ya es caer del todo bajo.
—Alguien que, desde luego, no sabe besar.
—Pero… —grito. Me incorporo, permito que el resto de latas caigan y
rueden, y alzo una mano para que mi amiga deje de burlarse de mí—. Al
final fue él el que me besó.
Si necesitas una pista de aterrizaje, Maca tiene espacio en su boca.
—¿Cómo?
—Joder, Maca, ahí dentro te cabe un cañón de fuego. —La señalo. Cierra
la boca, y sonrío presuntuosa—. Nos besamos por fuera de su piso.
Joder, y vaya puto beso que nos dimos. Solo que luego no quiso
continuar, y yo, borracha y todo, hubiese permitido que me taladrase con lo
que sea que tenga entre las piernas.
—¿Álvaro te besó? —Estupefacta se encuentra. No la culpo.
—Técnicamente, lo besé yo primero, ya sabes, me comí su cara y luego
lo acusé de no saber besar. Lo que hirió su ego masculino e hizo que se
apoderase de él ese macho fogoso que tiene encerrado dentro y me atacase.
Me temo que Álvaro es una especie de hombre lobo, cuando sale la luna,
devora jovencitas, y yo anoche era su presa.
—Anoche no había luna llena, Mima.
—Calla, es mi novela no la tuya y, si digo que había luna llena, la había y
punto. Claro está que tengo que omitir el desastroso incidente de mi
tropiezo, de su encía, su esmalte dental y la visita al dentista, y centrarnos
en lo que vende. ¡El beso!
»En mi novela, tiene que ser perfecto. —Lo visualizo y doy vueltas por
el pasillo—. Por fuera del portón nos tanteamos como adolescentes, tras
eso, subimos en el ascensor con miedo a romper el momento, coqueteando,
compartiendo miradas que encerraban promesas veladas hasta que llegamos
al rellano, y allí, con toda la delicadeza del mundo, recorrió la distancia que
nos separaba, se aproximó a mí, tocó mi mejilla, yo cerré los ojos, y sus
labios y los míos colisionaron como dos estrellas que explotan en el
firmamento.
Maca está flipando, lo percibo en su gesto. La hostia, soy una escritora
de veinte, ¿qué coño de veinte?, de cincuenta.
—¿Sucedió de esa manera?
—No —niego—. Sin embargo, en la novela sí, a la gente no le gusta leer
besos provocados por un tropiezo ni borrachas que meten la llave en la
puerta que no es y tampoco esas que se beben una botella de agua entera y
eructan justo cuando está sonando la música de Friends .
—Eso sí que tiene pinta de ser lo que sucedió —aduce.
Esto es lo malo de las amigas, que te conocen demasiado y saben cuándo
hablas en serio y cuándo no.
—Quédate con el mensaje, Maca. Y con las ventas de libros, hay que
saber algo de marketing y esas cosas, y la realidad, la vida de dos pobres
diablas como tú y como yo no venden. A nadie le gusta leer desgracias,
salvo que esas desemboquen luego en un final de infarto de esos que te
dejan temblando. Tampoco quieren leer sobre hombres con caspa y
micropenes, Maca. Queremos soñar porque, para penas, ya tenemos la
cruda realidad. ¿Tú crees que las protagonistas de novela son chicas que
trabajan en un supermercado por una mierda de sueldo? ¿Esas que tienen
que doblar turnos? ¿O que tienen que presentarse en el curro un sábado
porque ha faltado un compañero y, si no lo hacen, las amenazan con
despedirlas? Pero, ojo, que este tipo de cosas sucede en la vida real, a
nosotras, a mí… —Me señalo. Ya estoy metida en el discurso, al final, no sé
si escritora, no obstante, tengo que replantearme en serio lo de ser
sindicalista—. Lo que nos gusta leer es a chicas del montón que se
enamoran de príncipes azules que son inalcanzables para otras, maja.
Maca parece meditar mis palabras, al menos, tiene la decencia de
escucharme. Rodrigo, cuando intento contarle las tramas, pasa de mí como
de comer mierda.
—Yo compraría tu novela.
¿Cómo? ¿Estás de coña o qué?
—¿Cómo que «compraría»? Eres mi amiga, tienes que comprarla así
tengas que comer arroz y pasta toda la semana. —No te jode, lo que me
faltaba por escuchar—. Y visitar todas las librerías y sacarte una foto con
mi novela en cada una de ellas. Y, dicho sea de paso, explicarle a toda la
gente que pase por allí que la escritora es tu mejor amiga con una sonrisa
tan grande que se te vean los cordales. Esto es así. Es de primero de mejores
amigas.
—Si no te conociese, si te escuchase hablar de esta manera, no sé, la
compraría. —Podéis comprobar que le suda el papo mi discurso.
—El primer paso es escribir la novela y el segundo, gobernar el mundo.
Maca suspira. Sonríe. Recoge latas de atún y me las tiende.
—Creo que ahí ya te has pasado un poco, ¿no?
—Sí, puede que sí —concedo.
Permanecemos en silencio un rato mientras colocamos los alimentos que
la supervisora nos ha encomendado y, cuando acabamos, nos tomamos
nuestro descanso. Vamos a por churros con chocolate en la cafetería de al
lado.
—¿Llegasteis muy tarde anoche? —pregunto como el que no quiere la
cosa.
Esta mañana, antes de irme, no pude hablar con Rodrigo y tampoco con
Alejandra. Estaban sopa los dos, y no quise molestar. Ni siquiera recuerdo
cómo llegué a mi cama, así de perjudicada estaba.
—No sé bien la hora, solo sé que tu hermano me acompañó a casa y que
Alejandra se quedó un rato más con Gonzalo. Estas ojeras que ves aquí
cubiertas por kilos de maquillaje dan buena fe de ello.
—Somos unas putas pringadas. Todo el día currando —sentencio.
Mi amiga le resta importancia y se lleva una porra a la boca.
—Oh, sí que tienes que comerla bien —finalizo.
Maca escupe trozos de masa sobre la mesa. Me alejo, qué puto asco.
Entre la boca abierta de antes, y esto, no podré conciliar el sueño nunca
más. En mi novela romántica, este tipo de cochinadas no sucederán.
—Oye, Mima, anoche pasó algo que tienes que saber.
—¿Mataste a alguien?
—No.
—¿Secuestraste a alguien?
—No.
—¿Te fuiste sin pagar la cuenta?
—No.
—Bien, sea lo que sea, no me asustaré.
—Anoche besé a tu hermano.
CAPÍTULO 16
«Conozco dos formas infalibles de hacer callar a un hombre. Y una de ellas
es el sexo. ¿Cuál es la otra? No lo sé. Nunca he tenido que usar la otra».
Monica Geller
Mima
H e escuchado mal, la porra que me estaba metiendo en la boca me ha
nublado el sentido del oído, y mi amiga, mi mejor amiga, no ha
pronunciado lo que creo que ha pronunciado.
—¿Perdona?
Maca suspira de forma exagerada. Mucho me temo que sí que lo ha
pronunciado, porque esa forma de responder, ese sonido, cuenta más de lo
que creéis.
—Me sucedió un poco como a ti, Mima. Un par de copas de más…
¿Qué? Vas a comparar…
—No —la corto—, un par de copas de más dan pie a que le comas la
encía a tu muso. Eso, ¡eso! —grito—, es lo que hacen un par de copas de
más. Lo tuyo ha sido el pedo más sucio que te hayas cogido en tu vida.
Seguro que ahora mismo no eres mi amiga, eres un robot galáctico, un
Transformer de esos, que evolucionan tanto que pueden suplantarte en tu
trabajo. Me vendrá bien uno de ellos para la firma de mis novelas.
Tengo que hablar con Rodrigo porque tiene que estar flotando en una
nube de amor y de ilusiones, porque mi hermano es muy tímido, pero está
loco por Maca desde el Paleolítico. Nació enamorado de ella, ese es el
nivel.
—De verdad, no es que tu hermano no sea guapo, lo que sucede es que
no es mi tipo para nada —se justifica.
—Maca…
—No te ofendas.
—Tranquila, tampoco es mi tipo para nada —finalizo.
Mi amiga observa la calle unos segundos, como si se estuviese pensando
muy mucho lo que decirme.
—Tu hermano es demasiado bueno para mí, Mima. ¿Acaso crees que no
me he dado cuenta de que le gusto?
Bien, menos mal que lo ha hecho porque no me gustaría tener una amiga
imbécil. Maca es lista y avispada, lo lógico es que se dé cuenta de ese tipo
de cosas. Y que a Rodrigo se le nota, babea allá por donde Maca pisa.
—No seré yo la que te contradiga, mi hermano es muy buena gente,
Maca, y sí, está loco por ti. Ahora bien, si no te gusta, si no es
correspondido, es mejor que no eches leña a ese fuego. —Doy un bote en el
sitio porque… ¡Porque esa frase me acaba de encantar! Cojo una servilleta
y corro hacia la barra, le pido a la chica un bolígrafo y regreso a la mesa.
»Repite lo que te acabo de soltar —le pido a mi amiga. Me observa
atónita. No entiendo por qué cuando ya debe de estar más que
acostumbrada.
—Que no me vas a contradecir.
—Avanza.
—Si no es correspondido, es mejor que no eches leña a ese fuego.
¡Eso! Le propino un golpecito en la frente con el bolígrafo y apunto lo
que me acaba de repetir. Esto, esto que veis es oro puro. De verdad, voy a
vender libros como churros. Como los churros que nos estamos zampando
aquí mi amiga y yo, esos mismos.
—Listo. —Guardo en el bolsillo mi frase y me centro de nuevo en la
conversación.
—¿Crees que tengo que hablar con él y dejarle claras las cosas? No
quiero que la relación cambie. Rodrigo me cae bien y me parece buen
chico, no obstante, yo no soy la mujer que él necesita, ni siquiera sé si estoy
hecha para alguien.
Exhalo. Si es que estoy rodeada de traumas, yo, que me empeño en
escribir novelas románticas sin drama ninguno, y mis personajes
secundarios se empeñan en fastidiarme todo.
—Sí que deberías hablar con mi hermano, porque, Maca, aquí, entre tú y
yo —pronuncio mientras me acerco para darle énfasis al asunto—, mi
hermano está enamorado de ti, y no quiero que sufra. Tampoco quiero
matarte por hacerle daño porque Rodrigo es una mosca cojonera, eso sí,
hemos estado juntos siempre. Nos peleamos, nos chinchamos, sin embargo,
es mi hermano, y tú, tú eres la última en llegar, así que ya sabes lo que eso
significa. —Choco mi puño contra la palma de mi mano para que lo
entienda.
—Estoy terriblemente asustada. —El sarcasmo se hace patente.
—Te comprendo.
—Hablaré con él.
—Me parece lo justo.
Damos por zanjada la conversación y volvemos al trabajo. El día pasa
lento, lento como un sediento recorriendo el desierto. Maca acaba su turno
antes que yo porque ella es más lista y se está tirando a Kike, alguna ventaja
tendrá eso. A mí me quedan dos horas de sonreír, pesar pepinos, cobrar
condones y contar monedas para que la caja cuadre. Muy divertido todo.
Cuando llego a casa, es como si me hubiese pasado por encima un
tranvía. Solo quiero darme un largo baño, ponerme un pijama roñoso y
zamparme un bocata de tortilla francesa con queso. Soy una chica sencilla
con gustos más sencillos aún.
Todos mis planes se ven truncados cuando me encuentro a Mikel sentado
con Alejandra en el sofá viendo una serie y ¡sin mí!
—Oh, bella flor…
¿Es una coña?
—Mima, qué bien que hayas llegado. Me he cruzado con Mikel en el
rellano y lo he invitado a subir.
—Mi hermano tiene que estar con alguna de sus conquistas porque no
coge el teléfono.
No debería dolerme, no debería hacerlo, pero sus palabras se clavan en
mi pecho como dagas afiladas.
Observo a Alejandra, desvía la mirada, ella no me quería contar el
motivo de su visita.
—¿Te apuntas a ver algo con nosotros o qué? —me pregunta mi
hermana.
—Eso, aquí hay un hueco. —Mikel da un par de suaves palmaditas a su
lado, y yo pongo los ojos en blanco.
—Estoy cansada. Me voy a dar un baño y luego me sumo. Ved algo sin
mí —les propongo.
Ambos asienten, y me meto en la bañera tal y como tenía planeado.
Intento no pensar en que la he cagado mucho porque, tras la desastrosa
escena de anoche, ya puedo pasearme desnuda por el rellano o colgarme
bolas de Navidad de los pezones, que Álvaro no va a fijarse en mí ni a
palos.
Eso es por culpa de la mierda de beso, fijo.
Todavía metida en el baño, escucho la puerta y entra Alejandra.
Alzo la vista y la miro con detenimiento. No hemos hablado de Gonzalo,
de sus impresiones y de qué le pareció la cita. Dejo a un lado mi novela,
mis dotes de escritora y me centro en ser una hermana decente.
También aparto a un lado a Álvaro y las ganas que tengo de verlo.
—¿Mikel se ha ido?
Mi hermana se sienta en el váter.
—Lo ha llamado Álvaro y se ha marchado a su piso.
—Bien. Hora de ponernos al día. —Sonrío—. Cuéntame todo sobre
anoche.
—Tal vez debas ser tú la que me cuente lo que pasó anoche —me pica.
—¿Maca se ha ido de la lengua?
—Digamos que Maca me ha hablado de una encía.
—No se puede tener secretos en esta familia —ironizo. Obviamente, no
se puede, no.
Procedo a narrarle todo lo ocurrido, incluido el beso final y lo bien que
me sentí viendo Friends con él.
—Así que la cosa evoluciona. Vas a tener material de sobra para tu
novela.
—Álvaro besa de cojones. Si con un beso me hizo sentir de esa manera,
imagínate con todo lo que no hemos hecho. Ahora te toca a ti.
Cierra los ojos, solo que no de esa manera en la que lo hago yo, no, no,
lo hace como si estuviese reviviendo momentos buenos.
—Gonzalo es de lo más divertido. Es contable, ¿lo sabías?
—Alejandra, hasta anoche al único Gonzalo que conocía es…, a
ninguno. No conocía nadie que se llamase de esa forma.
—Pues es contable y es bastante inteligente. También me pareció guapo.
Guapo lo que se dice guapo. Para gustos, colores, obvio.
—¿Te hizo sentir cómoda?
—¿La verdad?
—Por supuesto, ¿cuándo nos hemos mentido nosotras?
—La verdad es que no quiero volver a verlo.
Otro fallo de oído, el mismo fallo que con la confesión de Maca.
—Mucho me temo que no te he entendido bien, Ale.
—Me has entendido bien. No quiero volver a verlo.
—A ver, acabas de soltar varios halagos del chico en cuestión y ¿me
largas esto?
Alejandra se incorpora como si hubiese tomado una decisión, porque ella
es muy buena chica, se entrega al máximo en todo lo que hace y siempre
siempre ha sido mi gran apoyo, eso sí, cuando se cierra en banda, es de esas
a las que les cuesta recular.
—No estoy dispuesta a que vuelvan a jugar conmigo, Mima. Ya sabes lo
que pasó con Félix.
—Félix era un imbécil de campeonato, un perro sarnoso, un tío sin
escrúpulos, un gilipollas… Puedes frenarme cuando quieras.
Mi hermana me sonríe.
—Me gustaban tus adjetivos.
—¿Entonces? —Me levanto porque el agua ya se está quedando fría o lo
mismo soy yo, que la actitud de mi hermana me está dando miedo.
—Si no te pillas por nadie, no hay opción a que te hagan daño.
Lo sabía, sabía que ese era su pensamiento.
—No es lógico, Alejandra. Tú crees en el amor.
—Creía. Creía en el amor hasta que todas mis parejas se han empeñado
en demostrarme que soy una chica de esas que, como amigas, vale, como
pareja, no.
—No estoy de acuerdo contigo.
—Jana tiene razón. Félix también y Alberto. Soy una chica gorda, y las
gordas no merecemos ser felices.
Alejandra sale del baño y escucho la puerta de su habitación cerrarse.
No, mi hermana se merece el amor. Se merece el amor más que nadie. Lo
único que tiene enorme es el corazón, y ya me encargaré yo de
demostrárselo.
CAPÍTULO 17
«Así es, ¡me he adelantado! Es mi amiga y necesitaba ayuda. ¡Si tuviera
que hacerlo, me mearía encima de cualquiera de vosotros!».
Joey Tribbiani
Álvaro
Mima
Mima
Mima
A noche fue la primera vez que tenía una conversación tan profunda y
categórica con Álvaro. No sé si le sorprendió esa faceta de mí, si lo asusté o
si prefiere a la Mima que tira de ironía y sarcasmo porque no me quedé el
tiempo suficiente como para averiguarlo.
Decidí que lo mejor era cenar y marcharme, aunque el plan inicial fuese,
no sé, besarnos aun con su nariz hecha papilla, porque Álvaro me gusta y
mucho.
Hoy me he levantado de mejor humor, he cumplido con mi horario de
trabajo y he traído provisiones para hacer un maratón de Friends con mi
hermana.
Escucho, desde la cocina, la puerta de Álvaro y corro hacia la mirilla
para ver quién ha llegado —o a quién ha invitado—. Esto de estar pillada
por tu muso es una auténtica mierda porque en las novelas románticas, y en
la vida real, se sufre un poco, sí.
Acerco el ojo y me separo rápidamente. «Estás zumbada, como si te
fuese a ver por ese pequeño agujero». Álvaro, el protagonista de mis sueños
húmedos y el muso de mi futura y exitosa novela, está justo frente a mi
puerta y parece que se dispone a… tocar.
—¿Qué haces? —Alejandra me asusta, y casi grito.
—Shhh —la chisto moviendo las manos. Le señalo la puerta para que lo
entienda. A ver, alma de cántaro, ¿cómo no lo va a entender si acaba de
sonar?—. Es Álvaro. Mi Álvaro.
Mi hermana sonríe, está de mejor humor hoy. Rodrigo estuvo hablando
con ella y, cuando llegué anoche, Maca también estaba en casa.
Vuelve a sonar el timbre.
—Abre, Mima, que sé que estás ahí. —Me acerco a la mirilla, sonrío. Se
acerca él también—. ¿Me estás mirando por este agujerito de aquí? —Y le
propina un par de golpes.
Cuando me separo, Alejandra sonríe tanto que deben de dolerle los
cachetes.
—Pues parece que sí. —No me da tiempo de preguntarle que a qué se
refiere porque tengo que abrir. Necesito abrir.
Se me seca la boca cuando lo analizo mejor. La mirilla le resta sexapil a
la cosa y proporciones, eso también.
Camiseta blanca de algodón, pantalón abombado negro, camisa vaquera
holgada. Este hombre es la fantasía de toda mujer. ¿Creéis que querrá salir
en la portada de mi novela? Con semejante foto, no tendré que escribir ni
siquiera una sinopsis.
—Hola —lo saludo. Bizqueo. Se da cuenta.
—Mi nariz y yo hemos salido a pasear hoy y hemos acabado aquí.
Observo la distancia que separa su piso del mío.
—Has hecho, como poco, una media maratón. —Se carcajea y se lleva la
mano a la nariz—. ¿Te duele mucho?
—Hoy menos que ayer.
Eso ya es algo.
—¿Y bien?
—¿Puedo entrar? —Lo dejo, por supuesto, ¿cómo negarme? Me hago a
un lado, y Álvaro entra en el piso como si hubiese estado aquí mil millones
de veces. Que seguro que ha sido de esa manera porque es su casa, es su
edificio y todo eso que ya sabemos.
»He traído provisiones. —Me tiende una bolsa y lo observo estupefacta
—. No puedo perderme una tarde de Friends , ¿no crees?
¿Es una coña? Es decir, ¿me está tomando el pelo?
—¿Has venido a ver Friends con nosotras? —titubeo. Me quiero lanzar
a sus brazos, sí.
—Por supuesto. Sé lo que hacéis los viernes cuando no trabajas por la
tarde. Yo también tengo mirilla en la puerta, Mima. —Alza las cejas, hasta
con la nariz verde está guapo. Le doy unos golpecitos, y se queja.
—Eres más mono —finalizo.
¿Mono? ¿De veras, Mima? ¿Qué es esto? ¿Un circo? Que te lo quieres
trinchar y no quieres acabar con daños colaterales, tipo el corazón roto y
esas cosas.
Mi hermana aparece como mi salvadora tras esa mierda de frase que le
he soltado y sonríe cuando ve a Álvaro. Pongo los ojos en blanco, como si
no hubiese estado espiando tras la puerta de su habitación durante este
tiempo.
Rodrigo también hace acto de presencia y nos observa sin entender nada.
Enciendo el televisor.
—¿Habíamos quedado?
Me giro, quiero disfrutar de su cara cuando le confiese que no ha sido
por él, sino por mí. A ver, guapito de cara, cómo te tragas esa.
—No, he venido para estar con tu hermana.
Rodrigo nos observa.
—¿Con cuál de las dos? —Le tiraría la chancla si pudiese, solo que, con
la mala suerte que tengo, le daría en un ojo a Álvaro, y a ver cómo vamos
de nuevo al centro de salud y le explico que ayer fue por una araña, pero
que hoy ha sido con la intención de darle a mi hermano, y él se ha puesto en
la trayectoria de mi proyectil y que, donde pongo el ojo, está claro que no
pongo la bala.
—En realidad, con las dos. —Se muere por confesar que es conmigo,
solo que no quiere hacer sentir mal a mi hermana, está más que claro—. ¿Te
apuntas a ver series?
—¿Vas a ver Friends ? ¿Tú? ¿Con ellas? —Me señala a mí, sí.
—Exacto.
El corazón me brinca dentro del pecho, vamos, hasta una sardana baila.
Rodrigo pone los ojos en blanco, y no siento las mismas ganas de
achucharlo que siento por Ale, ni de lejos, vaya.
—No contéis conmigo, bajo a casa de Maca, me escribió hace un rato. —
Cruzo una mirada con Álvaro y otra con Alejandra, ambos cómplices de
todo.
No he tenido «esa conversación» con mi hermano y sé de buena tinta que
tampoco la ha tenido con Alejandra ni con mi muso, porque me lo habrían
contado. Ayer no fue mi mejor día teniendo en cuenta todo lo que pasó y
tampoco quise sacar el tema, porque sí, a ver, ¿qué le voy a decir? Oye,
Rodri, que sé que estuviste jugando a los médicos con Maca la otra noche.
Por cierto, los gayumbos los encontré yo, pedazo de asqueroso. Seguro que
me respondería algo del tipo: «¿Celosa porque follo más que tú?». Sí, sería
algo así y sí, estoy muy muy celosa.
—Pásalo bien. —Álvaro y mi hermano chocan las manos.
—No tan tan bien —añado a lo que él ha dicho.
Mi hermano me observa, suspicaz. Está barajando la opción de que me
haya enterado y no porque me haya encontrado sus gayumbos, sino porque
Maca, que es mi amiga, me lo haya contado.
Cuando cierra la puerta, me cruzo de brazos.
—¿Pásalo bien, Álvaro?
Alza los hombros.
—¿Qué quieres que le diga? ¿Que se lo pase mal?
—Hubiese estado mejor, sí, porque se va liar mucho cuando Maca le
rompa el corazón.
Se acerca y se coloca a mi lado.
—Si es que es eso lo que sucede —finaliza.
Claro que va a suceder porque ella no quiere una relación con él y esto es
el inicio de una tragedia en toda regla. En mi novela no van a haber dramas,
os lo advierto desde ya, por mucho que Rodri y Maca la líen parda.
Dejamos picoteo sobre la mesa y la acercamos a nosotros mientras mi
hermana le da a reproducir el capítulo. Nos descojonamos con la primera
frase que suelta Chandler, todos, incluido mi muso, que me sorprende, no
por nada en especial o por todo en particular, es que… me gusta, no solo él,
sino que quiera pasar tiempo con nosotras, que quiera ser partícipe de
nuestras vidas, que se quiera convertir en nuestro amigo y, de paso,
catapultarme al éxito con las cosas que hace.
Cuando llevamos la mitad del segundo capítulo, la puerta de casa suena.
—Rodrigo no toca —sentencio.
Alejandra se levanta y se dirige a la entrada. Y ¡tachán!
Mi hermana casi se cae de culo, yo no, porque estoy sentada. Me limito a
compartir una mirada cómplice con mi casero y sé que esto es cosa suya.
Nos saludamos con cortesía, Alejandra está flipando y no es para menos.
Yo no sé si sonreír o no porque, hasta ayer, me parecía buena idea que
Gonzalo y Ale se viesen, lo que pasa es que, tras lo que sucedió, estoy un
poco reticente con la sociedad en general y con las personas que pueden
hacer daño a mi hermana en particular.
Álvaro me sujeta la mano, y bajo la vista, sorprendida. Sonrío, me gusta
que haga eso, que me coja la mano sin motivo alguno. También me gustaría
que lo hiciese con mis tetas, porque son un punto erógeno para mí, pero eso
es harina de otro costal.
—Mima, me acabo de acordar de que hay una cosa que tengo que
enseñarte. —Alzo una ceja, rezo para que se refiera a su miembro, porque,
vamos, si no, tremendo chasco que me voy a llevar, desde luego. Es como si
en el menú de un restaurante te especifican que hay secreto ibérico y,
cuando lo pides, te explican que se acaba de agotar y todo eso. Una
decepción y de las buenas.
Lo sigo por inercia y ni siquiera miro atrás. Lo siento, Alejandra, un
trozo de carne tatuado me ha convencido de que es mejor idea que
quedarme ahí contigo y con Gonzalo, aunque, si hay que matarlo, me
llamas, que soy infalible en esas cosas, así acabe en la cárcel de verdad.
CAPÍTULO 25
«Tiendo a seguir hablando hasta que alguien me para».
Chandler Bing
Mima
Álvaro
—M ima.
La chica que me gusta, mi vecina, la chica con la que acabo de tener un
sexo de la hostia, abre los ojos y me observa. La ayudo a levantarse, y cae
sobre mi pecho de una forma que me hace sonreír. Menos mal que hoy sí
puedo, porque ayer le habría hecho una mueca extraña, y a saber lo que
Mima hubiese interpretado de ella.
—Dime, Taladrador —gimotea y me parece que está más preciosa que
nunca.
Lo que le conté a Gonzalo anoche es cierto. O todo lo cierto que puede
ser. Mima y sus hermanos se mudaron hace un tiempo al piso de enfrente,
ya sabéis, cuando pasó cierto tiempo tras el fallecimiento de Horacio. No os
voy a explicar que tuve un flechazo porque eso es ridículo, no fue de esa
manera, aunque, en cierto modo, sí que sentí que eran ellos los que tenían
que ocupar ese apartamento que llevaba dos años vacío.
El encuentro fue surrealista, ya conocéis a Mima y podéis imaginaros la
clase de entrevistas que tuvimos. Alejandra ya me parecía tímida, y Rodrigo
tampoco era un chico que monopolizase las conversaciones como sí que
hacía Emilia.
Se mudaron y, bueno, a partir de ahora todo ha sido divertido. Rodrigo y
yo nos hemos hecho buenos amigos, Alejandra es educada y servicial, y
Mima me pone como una moto porque es una jodida kamikaze, y eso me
hipnotiza. No es solo el sentirte fascinado por cómo es, es que, desde que he
empezado a conocerla, valoro muchas otras cualidades. Cómo defiende a
sus hermanos por encima de todo, cómo se preocupa de que se sientan bien,
de que sean felices, y a mí, bueno, a mí me hace sentir de muchas formas
inexplicables.
Me sorprendo buscando cualquier momento para estar con ella, pasar
tiempo a su lado, ¿ver una serie? Me vale. ¿Ir al centro de salud juntos por
recibir una de sus patadas? Me sirve. Y Gonzalo se ha dado cuenta de ello.
Tampoco yo me escondo.
—Ey, ¿te has ido o todavía sigues aquí? —pregunta observándome.
—No, no, aquí sigo.
Se acerca, aún desnuda, y me mira la nariz.
—¿Te duele después de…? Ya sabes.
—¿Mima sonrojándose?
—Mima sabe comportarse como una chica normal cuando quiere, solo
que no quiere nunca.
—Yo tampoco quiero —sentencio. Mi comentario la pilla por sorpresa
porque abre los ojos y se separa un poco de mí. Anota algo en el aire, y me
carcajeo de nuevo.
»Anda, vamos a darnos una ducha, creo que nos la hemos ganado. —
Mima asiente y me sigue. Cuando entra en el baño, analiza todo a su
alrededor—. ¿Qué haces?
—Me sorprende que esté todo tan ordenado. Rodrigo vive en una
pocilga, tú no —finaliza.
—Me gusta tener todo en su sitio y encontrar las cosas sin problema. —
Alzo los hombros—. Es una manía.
—Pues esa manía me gusta. —«Y a mí me gustas tú». Abro el grifo y me
miro en el espejo. Tengo la nariz horrible. Mima frunce el ceño y se lleva
las manos a la cara para taparse los ojos.
»De verdad, no fue mi intención, esa araña del demonio era lo peor del
mundo. Y odio las arañas.
—Lo tendré en cuenta, nunca invitaré una a entrar. —Sonríe. Me parece
la sonrisa más bonita del mundo.
Cuando el agua ya está caliente, la invito a entrar, y ella coge todos los
botes de gel, champú, hasta la espuma de afeitar, y los mira con
detenimiento.
—¿Por qué siempre haces eso?
—¿A qué te refieres? —inquiere colocando todo de nuevo donde estaba.
—Es como si estuvieses tomando notas de todo.
Chasquea la lengua.
—Por nada. —Y me guiña un ojo.
Sujeta de nuevo el gel y se lo extiende en las palmas de las manos. Se
gira y las posa sobre mi pecho. Observo cómo se toma su tiempo para
enjabonarme, y me gusta, me gusta esto, ¿sabéis? Me gusta que esté aquí,
no os voy a mentir, lo que ha sucedido antes también, claro, por supuesto,
pero estos pequeños instantes, los detalles, hacen que Mima sea mucho más
que mi vecina, mi inquilina o una chica del montón.
Ella nunca podría ser una más.
—Veo que alguien se alegra de verme —ironiza.
Utiliza el mismo tono que usé yo antes, cuando percibía la necesidad, las
ganas de explotar, el deseo abrasador que nos consumía a ambos.
—Tiene vida propia —bromeo.
—Y tanto, ahí podríamos construir un rascacielos si quisiésemos,
Álvaro.
—¿Estás insinuando que tengo la polla grande?
—Cariño —bromea—, tienes una polla enorme —finaliza.
Lleva sus manos a ella, y exhalo el aire que tengo en los pulmones.
—Joder, Mima.
Chasquea de nuevo la lengua.
—Mima no, es «nena» —me corrige y no es la primera vez que lo hace.
No soy capaz de responder nada coherente, no cuando sus manos rodean
mi polla y la mueve frente a mis ojos. Es la paja más erótica que me han
hecho nunca. Y parece que no me he corrido en meses, joder.
—¿Sabes que yo también sé dar unos besos que son la hostia?
No lo dudo, joder.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
Se agacha frente a mí. El agua sigue cayéndole por la espalda, me
observa desde esa posición, con sus enormes pestañas, con su piel blanca,
con esa pose de niña buena que no ha roto un plato y que, si no la
conociese, me creería.
—Así no es como se supone que tenían que ser las cosas.
—A veces, las cosas son mejor cuando no se planean —sentencia—. En
las novelas románticas es así.
—Dices cada cosa… —Se mete mi polla en la boca sin responder a mis
provocaciones. La saca de nuevo y se carcajea—. ¿Se puede saber de qué te
ríes, joder?
—Si por un casual eres tú el que tienes que llevarme hoy al centro de
salud porque acabo con un desgarro en la boca, que me cosan bien los
cachetes, no me quiero parecer al Joker. Es un personaje increíble, pero no
me apetece que me recuerden como a la chica a la que le cosieron las
mejillas como al malo de Batman .
Por favor, ¿es en serio?
—Hecho —sentencio. Adelanto las caderas y acerco mi miembro a la
boca, la abre y me acoge al completo. Para vuestra tranquilidad, no se ríe,
no se queja y no me suelta nada del tipo «socorro, auxilio»—. Así, Mima,
así.
Roto las caderas, y ella acompasa el movimiento de la boca al de mis
embestidas. No quiero precipitarme, no quiero dejarme ir y clavársela al
completo, quiero que se sienta cómoda, y yo, desde luego, me siento mucho
más que cómodo con ella.
Posa sus manos en la espalda, en actitud sumisa. Arqueo una ceja.
—A los chicos os gustan las chicas sumisas.
—Desde luego, a mí no.
Anota en el aire, hasta eso me parece tremendamente sexi. Embisto con
más fuerza, le provoco una arcada. Me la pone muy dura.
Pierdo un poco el control de la situación cuando lleva sus manos a mis
testículos.
Joder.
Hostia puta.
—¿Te han dicho alguna vez lo bien que la chupas? —Niega con mi polla
en la boca.
—Eres el primero —musita sacándola y volviendo a introducírsela.
Está mal, muy mal, pero me parece estupendo ser yo el que se lo diga, es
más, lo que mejor me parece es que, a partir de hoy, sea el único al que se la
chupe, porque yo solo quiero estar con Mima, a cualquier hora, de cualquier
día, solo con ella.
«¿Exclusividad? Sí, por favor, ponme dos y que sea rápido».
Rápido como el orgasmo.
—Me voy a correr —le advierto.
Se aparta y se echa hacia atrás.
—Quiero que me manches las tetas, porque tienen muchas terminaciones
nerviosas y porque me excita que te cagas.
—Tú sí que sabes ser erótica.
Una chupada más, hasta el fondo.
—Eso ha sido…
—Lo sé. —Me sonríe con suficiencia. Solo quiero hacer lo que me pida.
Lo que ella necesite, yo se lo daré.
Tomo las riendas y comienzo a masturbarme frente a ella. Mima, lejos de
quedarse quieta, lleva sus manos a mis huevos y los aprieta.
Cierro los ojos, me vacío en su pecho, y ella…, ella se ríe. Mima se ríe.
CAPÍTULO 27
«¿Comida? Oh, dame».
Joey Tribbiani
Mima
P ues sí, le he comido el misil nuclear a Álvaro y sigo viva, se puede decir
que soy toda una superviviente. Un aplauso no estaría mal, ¿ehhh?
Terminamos de ducharnos, esta vez sin hacer nada extraño, y nos
preparamos un par de sándwiches.
—Dime una cosa —curioseo.
—Le tengo pavor a tus preguntas, Mima. —Sonrío, no es para menos.
—¿Le dijiste a Gonzalo que viniese a ver a mi hermana hoy?
Álvaro niega, y yo que pensaba que era cosa de él…
—No, ya viste que estuvo anoche en casa. Hablamos sobre Alejandra, y
le advertí que no jugase con ella. Mucho menos después de lo que me
contaste, de lo que sucedió en el centro comercial.
No quiero ni acordarme de eso.
—Pensé que eras cómplice y también que querías aprovechar la
coyuntura para disfrutar de mi cuerpo serrano.
Me gusta cómo me mira, interpretarlo no sé, ahora, esas arruguillas que
se le forman en los ojos me indican que es algo bueno, ¿no? A mí también
se me forman cuando sonrío.
—Siento decepcionarte, no he sido yo.
La puerta de su apartamento suena, y me tenso. Como sea alguna de sus
conquistas, saltaré por encima de la barra americana y le patearé el culo o la
espalda tatuada, lo que pille antes. Patear un cuerpo que te gusta es cosa fea.
—Ya voy yo —me ofrezco.
No parece preocupado en absoluto, no.
Cuando abro, me encuentro a Mikel al otro lado.
—Oh, bella dama, mi sueño se ha hecho realidad. Deseaba verte a ti y,
mira, aquí estás. —Repara en mi atuendo—. ¿Eso que llevas es una camisa
de mi hermano?
Entra en el apartamento. Observo a Álvaro, se lleva un tomatito a la boca
sin apartar la vista de mí.
«Tomatitos los que le he tocado yo antes en la ducha».
Puede que no quiera airear nuestra aventura, que sea una de esas
conquistas. Esto de no saber lo que piensa es una auténtica mierda.
Al menos, en las novelas románticas, lees las dos versiones y puedes
hacerte una idea de lo que siente el otro protagonista, en la vida real, tal vez
presupones que todo está perfecto, que le gustas, que está pillado por ti, y
luego resulta que está deseando que te largues para ponerse el fútbol. Si el
protagonista es muy pijo, para tocar el piano, o si tiene un alma oscura de
esas que sufren sin piedad. En fin…
—Hola, Mikel. Sí a todo. —Ni siquiera sé qué más responder.
—¿Os habéis acostado? —Se acerca a su hermano, y me sonrojo un
poco.
Lo que hemos hecho no está ni cerca de esa definición: me lo ha hecho
duro. Muy duro.
—¿Te doy la versión para mayores de dieciocho? —pregunto.
Él me sonríe con suficiencia.
—Aquí huele a mandanga. No soy celoso, si quieres comparar —añade
al mismo tiempo que señala a su hermano—, estoy más que dispuesto a
ello. Salvo que estés casada. —Me mira la mano—. Entonces, no.
¿Casada? ¿Se cayó de la cuna hace días o qué?
—Ni de coña. —Muevo mis dedos frente a él.
—Te perdono por robarme a la chica, por eso me decías que dejase en
paz a Mima, ¿no? Porque la querías para ti, truhan.
¿Para él?
¿De veras?
¿No es una alucinación?
¿Ya pensaba en mí?
«No escribas en el aire en este momento, Mima, Álvaro empieza a
sospechar, mejor un chascarrillo y a correr».
—Es normal, soy difícil de olvidar. —Mucho más después de haberme
probado. No vas a poder superar este polvazo, chato.
—¿Has venido a visitarme o es que te has metido en otro lío?
Me acerco, me siento en la barra, Mikel me mira las piernas con descaro,
Álvaro le propina una colleja. Ese es mi chico, el cromañón que me quiere
para él solo, oh, yeah .
Me llevo un trozo de zanahoria a la boca y lo mastico.
—Soy experta en problemas, puedes contármelos y te daré un consejo
estupendo. —A las pruebas me remito, tengo dos hermanos, una mejor
amiga, y todos están metidos en unos berenjenales de la hostia.
—¿Qué sabes de cambios de identidad? —me pregunta Mikel.
Abro los ojos, pues no, Rodrigo nunca me ha pedido esa clase de
consejos. Tampoco Maca o Alejandra.
—¿Quieres que te dé un patadón como el que le propiné a tu hermano?
Porque yo me pongo las zapatillas rápido y hago magia en menos que canta
un gallo. A ti te lo haré gratis. —Por ser mi futuro cuñado molón.
—A pesar de que el trabajo te ha salido bien —indica señalando a su
hermano—, debo rechazar tu oferta.
Lo miro mal.
—Se lo he tenido que contar, Mima, mira esto. No pasa desapercibido.
—Hay muchas cosas en ti que no pasan desapercibidas.
—Gracias —sentencia.
—Dais un poco de asco. —Ese es Mikel.
—Gracias. —Es mi turno.
—En fin, que siento tener que rechazar tu ofrecimiento, pero no necesito
ese tipo de cambios estéticos. Estoy pensando en un bigote, unas
extensiones y ponerme tetillas.
Silbo mientras me lleno el dedo índice a la sien y lo muevo.
—Alguien por aquí ha perdido la cabeza —le cuento a Álvaro en voz
baja y tapando mi boca con la mano para que no me escuche Mikel.
Me empuja cariñosamente.
—Va, ¿qué has hecho?
Suspira. Me llevo un tomate a la boca yo también. Álvaro me da un
golpe en la mano porque, a este paso, me como todo sin servir. Es lo que
tiene follisquear , que pierdes calorías por un tubo y te entra un hambre que
para qué.
—¿Recuerdas al narcotraficante?
—¿Qué? —intervengo.
Me acojono. ¿Drogas? Que yo pensé en tirar de ellas si Álvaro no se
dejaba, pero de pensar a usar hay mucha diferencia.
—¿Recuerdas al narco que me iba a buscar para colgarme de un puente?
—insiste, esta vez mirando a su hermano.
No quiero ser cómplice de nada, bastantes antecedentes penales creo que
tengo ya.
—Lo recuerdo como si me lo hubieses contado hace una semana. —
Percibo cierta ironía en su voz.
—Pues me he vuelto a acostar con la mujer.
Guardamos silencio, yo, porque no entiendo demasiado la cosa; Álvaro,
porque, no sé, los engranajes de su cabeza están trabajando a pleno
rendimiento, es la falta de azúcar. Y Mikel, pues porque ya lo ha soltado y
se ha quedado tan pancho.
—Mikel. —Advertencia total. Es como cuando tu madre te daba el
último aviso, en plan: o te vas a la ducha ya o te va a caer la del pulpo—.
¿No se supone que no querías meterte en esa clase de líos?
—Porque el narcotráfico está mal. Es caca, para que me entiendas. —Así
se les habla a los niños pequeños, sí.
—Lo sé, lo sé —se defiende. Mete sus manos en los bolsillos—.
Volvimos a encontramos, bailamos sin intención alguna, me dijo que se
sentía muy sola…
—Haberle comprado un perro, no te jode. —Me miran. Me callo.
—Me mordió la oreja de esa forma que tanto me gusta, un ronroneo,
dos…
—Y le metiste la polla. —Ya me estaba desesperando con tanta
explicación, ea. Resumido.
Me señala.
—Exacto —me da la razón.
—Mikel, eres mayorcito. —Carraspeo un poco porque…—. Lo que
quiero decir es que tienes que atenerte a las consecuencias porque es una
mujer casada.
—¿Casada? —Ese dato no lo tenía.
—No, no, no. Esa cueva no tiene que ser visitada más que por su dueño.
Álvaro rodea la barra, se coloca detrás de mí y me abraza. Mikel pone los
ojos en blanco, y yo quiero perrear porque lo tengo en el bote. La novela
más fácil de la vida va a ser esta.
—Me has roto el corazón —sentencia.
—Te compraré chuches —lo consuelo.
Me tira un tomate, y me río.
—Mikel —vuelve a la carga su hermano, me susurra cerca de la oreja y
percibo el aliento. Me pone perraca.
—Vale, lo he pillado. Me tengo que mantener lejos de ella. Hecho.
Lo anoto en el aire.
Álvaro se descojona.
Mikel no entiende nada.
—Son cosas de adultos.
CAPÍTULO 28
«¿Cuánto viven los gatos? Suponiendo que no los tires debajo de
un autobús o algo así».
Rachel Green
Mima
D os días son los que llevo en la más absoluta desesperación. Dos días en
los que he permitido que mi dramática interior vea la luz y me recuerde
todas las cosas que pueden salir mal en esto que me traigo entre manos.
No, no he escrito ni una sola palabra, aunque he tomado mil notas, no
solo las que he lanzado al aire: la marca de gel, champú, espuma de afeitar,
y rememorar todo lo que hicimos en su casa hace dos días. Cuarenta y ocho
horas de sufrimiento, ese es el resumen de todo.
Mi turno de trabajo y el de Álvaro han sido incompatibles, cuando él ha
estado en su casa, yo he estado en el supermercado, y viceversa. Estas cosas
no pasan en las novelas románticas, porque los protagonistas se encuentran
de forma fortuita en un pasillo de un supermercado, en un restaurante, en
las escaleras mecánicas del cine o en el centro de depilación. Cualquier
lugar es bueno para ello, y yo, ¡yo!, tengo que conformarme con pasar
tiempo con mis hermanos, aguantar la cara que arrastra Rodrigo y la tristeza
de mi hermana, que vaga por la casa como un alma en pena.
Dos días he aguantado, hasta ahora, que he decidido tomar cartas en el
asunto.
—Vístete, que nos vamos. —Otra tarde sin noticias de mi muso.
Alejandra alza una ceja.
—¿Que nos vamos a dónde?
—A donde nos lleve el destino. —Filosófica también molo cantidad—.
No, es coña, nos vamos a comer un helado del tamaño del cuerpo de un oso.
—Porque cogernos una cogorza no estaría bien, ¿no?
Alejandra pone mala cara de inmediato y ella nunca pone mala cara por
nada.
—No me apetece mucho salir —me suelta.
Coloco mis manos en la cintura y me comporto como una adulta, al
menos, por esta vez, no os acostumbréis.
—Nadie te ha preguntado, vamos y ya está.
Con mi hermana suele funcionar esto de ponerse seria y es que, además,
ya sé lo que le ocurre y es que sigue triste por lo que pasó hace días en
aquella tienda, y no me gusta que eso le afecte de esa manera ni me gusta ni
me apetece ni lo pienso consentir.
—Mima, de verdad, no quiero…
Me dirijo a su habitación con toda la decisión que me cabe en el cuerpo,
abro el armario y saco unos vaqueros, una sudadera y unas zapatillas de
deporte. Somos prácticas y cómodas, y para ir a comer no nos vamos a
vestir de gala.
Regreso sobre mis pasos, hago una bola con la ropa y se la tiro. Las
zapatillas no porque podría causar estragos serios en su vida.
Mi hermana protesta un poco más, así que la ayudo quitándole la ropa.
Ojalá no se abra la puerta en este momento porque parecería una cosa que
no es, aquí, con la cabeza cerca de su chimichurri, imaginaos.
Cede, porque siempre lo hace cuando me pongo pesada, y se viste.
—Estás muy guapa.
—Estoy muy gorda.
Toma, ¿no querías que hablase del tema? Pues, ea, ahí lo tienes.
—Ale… —Le tiendo la mano, ella la sujeta con fuerza, y se la aprieto—.
No digas esas cosas porque no me parece bien.
—¿Por qué? ¿Acaso no es la realidad? ¿Crees que se me ha olvidado lo
que dijo la dependienta el otro día? —A esa chica tendría yo que haberla
despellejado viva—. ¿O que no me veo al espejo cada día?
—¿Te cuento lo que veo yo cuando te miro? ¿Quieres que haga eso?
Porque estoy dispuesta a explicártelo con detenimiento, es más, estoy
convencida de que no soy la única que te ve de esa manera, eres injusta y
cruel contigo misma. Cuando dejas salir a esa Alejandra, me siento mal, y
tú también te sientes mal y lo sabes.
Mi hermana solloza en mi hombro, he conseguido que se vista, y vamos
a salir, nos vamos a comer un helado y no vamos a sentir remordimientos
por ello.
La agarro de la mano, y abrimos la puerta con la intención de
marcharnos. Nos encontramos a Gonzalo, con los nudillos apretados y con
pose de tocar.
—Toc, toc —bromea.
—Gonzalo —musita mi hermana asombrada.
La analiza.
—¿Has estado llorando? —le pregunta.
Trae una rosa de color azul, la deja caer al suelo y se aproxima a ella.
—¿Por qué has estado llorando? —La toca. Me encanta que la toque, a
este no quiero matarlo. Aún.
Intervengo.
—Vamos a ir a tomarnos un helado, uno muy grande, del tamaño de un
barril de cerveza, ¿te apuntas?
—Gonzalo seguro que tiene planes.
Ya está, la Alejandra que se niega a darse una oportunidad y que se la
niega a los demás porque…, porque ha sufrido mucho, sí, pero no todas las
personas son iguales y que alguien te haga daño no quiere decir que los
demás también lo hagan, ¿no? No hagamos pagar a los demás errores que
han cometido otros.
—Claro que me apunto. No tengo planes —finaliza.
Sonrío condescendiente y, sin soltar la mano de mi hermana, empujo en
dirección a la salida.
—Se te ha caído eso. —Señalo la rosa azul, y Gonzalo se agacha a
recogerla, ahora sí que suelto a mi hermana y les doy un mínimo de
espacio.
Susurran, intento comportarme y no mirar, no lo consigo. Fisgoneo un
poco, mi hermana aparta su cara. Me encantaría saber si Gonzalo sonríe.
Él se coloca al su lado, y ella intenta mantener la distancia con él.
Bajamos las escaleras en completo silencio. Para nuestra suerte, Jana está
subiendo, la verdad, es que la lotería no, sin embargo, encontrarnos con la
vecina sí, es que el destino es muy perro cuando quiere.
—Vaya, las hermanas elefante.
—Vaya, la vecina ridícula.
Jana pone mala cara, cara que me gozo yo porque voy la primera. Mi
hermana no rechista. Gonzalo se coloca a su lado, no sé si Álvaro le habrá
contado de qué va la cosa, lo dudo.
—¿Este es tu nuevo novio? —pregunta cuando pasa por su lado.
Gonzalo frena y se adelanta—. No te preocupes, majo, pronto no lo serás.
Como los otros —lo pronuncia con maldad, con inquina, con asco y con
ganas de joder.
Avanzo un par de pasos, me la pela acabar en el calabozo esta noche,
ahora bien, esa de ahí se va a enterar de lo que vale un peine o no, porque
pelo no le va a quedar.
—No te preocupes, Alejandra, por suerte para todos, yo no soy como los
demás.
Bailaría, haría la danza del vientre o algún trend de esos de TikTok, qué
coño. Anoto en el aire la escena porque, digamos que esta es una de las
típicas de una novela romántica, de esas que te hacen cosquillitas cuando
las lees porque mola defenderte, sacar las garras y todo eso, pero cuando un
chico bueno, uno que vale la pena y que intuyo que sí que quiere algo con
mi hermana lo hace, pues es digno de mención y de grabar en la mente. Por
supuesto que lo es.
Estará en los tops de recuerdos de mi futura novela, junto al tamaño del
cañón que tiene por polla Álvaro, ahí.
No le damos tiempo a que nuestra vecina replique, Gonzalo es el
encargado de cogerle la mano a mi hermana y es un pequeño gran paso que
ella se lo permita. Descendemos los pisos que nos quedan y salimos a la
calle, choco contra un pecho tatuado, fornido, precioso y que enjaboné hace
dos —largos— días.
Si esto fuese una novela romántica, Álvaro tendría que soltarme algún
comentario del tipo: «Llevo todo el día pensando en ti y el destino me lo ha
puesto fácil», no obstante, no, las cosas no son así y mis sueños se
resquebrajan por momentos, como esto que tenemos, pues sabemos que la
fecha de caducidad está grabada en la tapa.
—Parece que vais a enterrar un cadáver —ironiza. La ironía le sienta
bien, casi tan bien como esa bomber blanca, esos vaqueros rotos y esa
camiseta que deja entrever los tatuajes que yo misma he recorrido con estos
dedos de aquí—. ¿Qué haces? ¿Por qué mueves los dedos?
Upsss, mucho me temo que dejar volar la imaginación está bien hasta
cierto punto.
—Por nada en especial —confirmo. Alejandra se ríe, y me tomo eso
como un gran avance. Lo lleva todo genial cuando no se trata de ella—.
Vamos a comernos un helado —confieso. «Aunque lo que en realidad
quiero zamparme es a ti».
—¿Es una cita a tres o me puedo apuntar?
—Depende.
—No sé si quiero preguntar de qué depende.
—¿Vas a pagar tú? —Álvaro me da un beso en la sien. ¡La sien! ¿Sabéis
lo bien que se siente cuando te hacen eso? Os lo aviso ya, te sientes…, te
sientes querida—. Maldita sea —mascullo.
CAPÍTULO 31
«¿Cómo debe ser no estar paralizado por el miedo y el
autodesprecio?».
Chandler Bing
Mima
—¿M aldita sea? —pregunta él. Alejandra y Gonzalo han hecho lo que
yo antes, darnos una especie de espacio—. Que, si no quieres, no voy —
aclara.
Lo que no quiero es tener que abandonarte, eso es lo que me va a hacer
pedacitos.
—No, no, tranquilo, solo estaba pensando, ya sabes, en mis cosas.
—Tus cosas… —«Cosas de protagonista destrozada, sí».
—Exacto.
Avanzo y cambio el tema yo también porque explicarle determinados
asuntos no está contemplado, no.
Nos unimos al grupo, y me sorprende que Álvaro me coja de la mano.
Bizqueo, prometido que lo hago.
—¿Estás bien? —me pregunta—. Nunca has sido una mujer tranquila,
solo que hoy te noto especialmente nerviosa.
Porque llevo cuarenta y ocho horas sin verte y pensando en ti, y eso…,
eso es, como poco, preocupante. Se supone que tú tenías que enamorarte de
mí, majo, y resulta que voy a pringar que te cagas porque en breve tendrás a
otra chica con la que disfrutarás de tu paquete de macarrones de dos kilos, y
yo me tendré que conformar con observarte a través de la mirilla.
—Mima…
Dejo de avanzar para que ellos no me escuchen.
—Es por mi hermana. —No es una mentira, al menos, no del todo—. Me
ha costado horrores sacarla de casa y, para colmo, Jana se ha puesto
estúpida cuando nos la hemos encontrado.
—Me garantizó que iba a dejar de molestaros.
—No se puede creer a una mentirosa compulsiva. Y Jana es, entre otras
cosas, eso. Ya sabes lo que pasó el otro día…, en el centro comercial —le
recuerdo. Reparo en la distancia que nos separa de mi hermana y Gonzalo,
y sé que no nos van a escuchar. Aun así, bajo el tono de voz—. Mi hermana
se ha tenido que enfrentar a muchas situaciones como esa, no confía en sí
misma y le cuesta creerse los cumplidos, al menos a mí no me hace ni
puñetero caso. Tengo la esperanza de que Gonzalo la ayude, si es que se
comporta con ella como creo que lo hará.
Álvaro fija la vista en la pareja, yo también.
—No parece que tenga malas intenciones, y yo lo conozco, sé que es
buen tío y que, si está con Alejandra, está con ella al cien por cien, sin
medias tintas.
«No como tú, ¿verdad?».
—Eso espero.
—Además, hemos tenido la charla.
Alzo una ceja, seguimos con las manos unidas. Me putoencanta.
¿Por qué no me había dado cuenta de que tenía las manos tan grandes
hasta hace poco? Con la cantidad de veces que lo he espiado, no lo
entiendo. «Tenías otras cosas mejores en las que fijarte, su culo, por
ejemplo».
—¿Te has comportado como el chico que protege la virtud de las damas?
—De las damas no, de una sola dama, porque tu virtud… —Se carcajea.
No quiero hablar de mi virtud, quiero que me quite hasta el último
centímetro de ella.
Me percato de algo al alzar la vista y mirarlo con adoración, entrega y
pasión arrolladora.
—¡Oye! Tienes la nariz perfecta. —Hago intención de acercarme, y él da
un paso atrás—. ¿Qué? No pienso patearte de nuevo —me defiendo.
—Te precede tu reputación.
—Pues anda que la tuya.
Esa frase parece gustarle o intrigarle. Quizá ambas cosas.
—¿Cuál se supone que es la mía?
Dandy , sugar daddy , conquistador, follador, adonis, revientavaginas ,
abrevaginas, destructor de vaginas… Paradme cuando queráis, que puedo
seguir, ¿ehh?, que una mirilla en una puerta da para mucho.
—¿Es necesario que lo verbalice? Vamos, Álvaro, no regalo cumplidos
porque sí, y a ti ya te he hecho unos cuantos.
Se acerca, noto su proximidad, el aliento rozando mi oreja, me
estremezco y no quiero hacerlo. Maldito cuerpo que tiene vida propia.
—Algo de una polla grande he escuchado salir de tu boca.
Y entrar en ella también.
—No me acuerdo de eso, han pasado muchos días.
—Solo dos, no son tantos.
¿Lleva la cuenta? ¿Mi muso lleva la cuenta? Eso es bueno, ¿no?
—Depende para qué. Para una nariz recuperándose se ve que no son
suficientes porque aún queda para tenerla casi nueva, para un enfermo
terminal, son muchos, por eso de que valoran todo más…
—Tienes cada cosa, Mima, estás majara, ¿te lo han dicho alguna vez?
—Tú, sin ir más lejos, hace dos días también.
Sonrío ampliamente, y él me devuelve el gesto. Se me calcinan las
bragas. De pronto no quiero un helado como un barril de cerveza de grande,
quiero otro tipo de cosas mucho más… apetitosas, sí.
—Sé lo que estás pensando y la respuesta es que yo también.
—¿Tú también qué? Porque yo pienso muchas cosas cada día, es más, en
este momento estoy pensando en que he dejado puesta una lavadora y…
Álvaro frena mi discurso. «¡Oh, señor, gracias por todo, te rendiré
pleitesía a partir de hoy!».
Y me besa en plena calle.
Sí, como lo habéis leído, me besa de una forma desesperada y
tremendamente sexi en la calle, delante de todo el mundo, por si tenemos
que aclarar más lo que sucede, lo hace sin importarle que nos vea
cualquiera, y yo…, yo soy la que recibe ese beso. No una de sus conquistas,
sino la protagonista de la novela. Esta es una buena escena, porque me
gusta, porque transmite y porque es él quien se ha lanzado a mí sin dudar.
—¿Te ha quedado suficientemente claro ahora?
Joder, sí.
—Solo un poco. —Me lanzo a sus labios una vez más porque él ha
abierto la veda, y yo no pienso desaprovechar esta oportunidad y lo beso de
nuevo, o me besa él de nuevo, no sé, porque siento su lengua en mi boca y
casi no me ha dado tiempo de abrirla. A ver si me está repasando el esmalte
él también, y yo, malinterpretando la situación—. Sí, ahora me ha quedado
un poco más claro.
Miro hacia delante y no están.
—Mi hermana y tu amigo se han pirado sin nosotros. —Guiño, guiño,
como el que le hice a Maca y que no pilló, pero, vamos, mi casero es la mar
de inteligente porque sonríe de medio lado, se me derrite el alma con el
gesto. ¿Por qué tiene que tener todo tan bien puesto? Esa boca; esos labios;
ese pecho; esas manos; esos dedos, que son largos y gordos y no parecen
salchichas Frankfurt; esas piernas; ese pelo…
Álvaro tira de mi mano y hacemos el camino a la inversa.
Voy rezando lo que dura el trayecto.
«Dios, ten piedad».
«Cristo, ten piedad».
Ya no sé más, así que, ya puestos, mejor me lo invento.
«Álvaro, sé mi dios».
No me imagino a nadie rezando esto en la iglesia de su pueblo, no.
Abre la puerta del rellano y tropiezo de nuevo con el escalón, como hace
días.
—Maldito escalón, solo quieres dejarme en vergüenza, como si eso no
supiese hacerlo yo solita y sin ayuda.
Álvaro se carcajea, y noto que la cosa ha salido mejor de lo que esperaba
porque me tiene entre sus brazos y es en mi mejilla en la que noto su pecho
vibrar.
—Deberías admitirlo, Mima, te tropiezas aposta porque quieres caer en
mis brazos.
En las novelas románticas, las protagonistas pueden pecar de patosas, se
caen, se tropiezan, la situación acaba en beso y no en el dentista. En la vida
real, en la vida de Mima, las cosas no siempre salen como parece.
O, mejor, nunca salen como Mima quiere.
CAPÍTULO 32
«¿Sabes qué? No se me debería permitir seguir tomando
decisiones».
Rachel Green
Álvaro
M ierda, tenía que haber pensado en que la cosa podía acabar de esta
forma, que no es una mala manera, solo que, ahora, se dará cuenta de que
no tengo televisor y que mi primer acercamiento fue fruto de una falacia
como un castillo.
Soy de esas a las que les gusta vivir al borde de la ley, ¿qué le voy a
hacer?
—Esto… Mmmm, Álvaro, que al final lo del televisor no eran las pilas
del mando, he tenido que llevarlo a arreglar.
—¿Qué? —Separa su boca de mi cuello y maldigo haber formulado esta
frase porque está más que claro que, con mi sola presencia, le bastaba para
olvidarse de todo lo que nos rodea, incluido un televisor inexistente.
Es que no se puede tener el sexapil que tengo. Los chicos hacen cola por
mí. Imaginaos la cantidad de hombres que querrán una firma de la nueva
autora de éxito en su cuerpo… En cualquier parte de su cuerpo.
Visualizo tatuajes y todo, no os digo más.
Doy varias vueltas alrededor de Álvaro, que me mira sin entender nada.
—Sé que es muy grave lo que te voy a confesar, sin embargo…, empiezo
a acostumbrarme a que hagas este tipo de cosas —se sincera.
—¿Cosas? —Sigo mirando su cuerpo y babeando mucho, claro.
—Actuar sin saber qué coño haces, pero encantado de ello.
Me separo, alzo la vista, encuentro sus ojos y me quedo buceando en
ellos.
—Es lo más bonito que me han dicho jamás. —Y no es coña. Si alguien
te acepta y quiere con tus mierdas, ¿qué más se puede pedir en la vida? Que
no quiere decir que Álvaro sienta algo por mí, es solo que… Bueno, eso,
que no os lo voy a explicar todo—. Estoy buscando un hueco en el que te
puedas tatuar mi firma.
Lo he pronunciado en voz alta, sí.
—¿Tu firma?
—Cosas de Mima.
En fin, a lo que vamos, que quiero mandanga de la buena.
Lo empujo contra la cama. Está duro como una piedra, aunque da un par
de pasos atrás. Se supone que tendría que caer sobre el colchón, yo
lanzarme encima, y perder el sentido y la razón. Pero no, ya sabéis, nunca
pasa lo que Mima planea, solo lo que el destino tiene en mente, si es que el
destino cuenta con eso, claro, nunca he hablado con él, aunque no me
importaría tener otra de esas charlas.
Lo que pasa cuando piensas en tus asuntos es que mi muso toma las
riendas de la situación y que, de pronto, ya no tienes ni una puñetera prenda
encima mientras él sigue vestido.
Puta vida.
Me gira, me empuja, yo no estoy fuerte, caigo sobre la cama y, si no
fuese porque mi colchón es mullido, no me quedarían dientes con los que
comer ni morder ni nada por el estilo.
Álvaro tira de mis caderas y me coloca a cuatro patas. Me siento más
expuesta que el otro día en la barra de su cocina.
Al menos me he depilado el culo, eso es un consuelo, miradlo por el lado
positivo.
Pasea uno de sus dedos por la columna vertebral y en este momento
estoy pensando en que, si me mete la polla en esta posición, es probable que
se me salte un ojo y ruede por la cama como si fuese una bola de billar.
Imaginaos si tengo que ir al centro de salud con él, si ni siquiera sé cómo
se conserva un ojo, joder.
«Google sabrá».
—Mima, ¿ya estás pensando otra vez?
—¿Yo? —Ladeo la cabeza, maldita la hora en la que lo hago porque se
está desnudando y se está tomando su tiempo para ello. Bizqueo. Babeo.
Boqueo. Lo que yo llamo «las tres B».
Bueno, bonito y barato ha quedado obsoleto, majas.
Esto es mejor que ir al cine, fijaos, me parece mejor que ver Friends , y
esa pandilla de amigos es muy top , podéis tenerlo claro. Al menos, hasta
que apareció él en mi vida, por supuesto.
Prenda que quita, palabras sin las que me quedo. Fácil y sencillo, ya veis.
¿Cómo dejar a una escritora sin palabras? Viendo a tu muso desnudarse.
Que nadie se entere de esto, porque no venderé una mierda, se supone que
estoy en pleno proceso creativo y que eso implica que no hay nada que te
aleje del teclado, de la concentración y de vomitar palabras o preparar
escenas.
—Me gusta tu culo.
Mal asunto.
—Ese orificio es solo de salida, ni se te ocurra posar los ojos en él,
mucho menos, esa bomba nuclear.
Quiero conservar los dos ojos. Los dos.
Álvaro se ríe. Yo no le veo la gracia al asunto.
—Por ahora, te haré caso.
Ese «por ahora» debe alargarse en el tiempo, chato.
Pasea sus manos por mis nalgas y me siento como Anastasia Steel
cuando Grey le iba a dar una buena tunda. Estoy por menear el culo en este
momento, en plan perrito. No, no lo hago. Tampoco podría, porque su
«taladradora» ya está dentro de mí, recordándome lo grande que es y el
poder de destrucción masiva que tiene.
—¿Notas cómo me la pones? —me pregunta. Que si la noto, dice. La
noto hasta en el cerebelo. Se mueve un poco, lento, cadente, suave, en
círculos. Me siento llena, la noto hasta en la boca del estómago—. ¿La
sientes?
Me corro. Soy una máquina de correrme, ¿en serio? ¿Qué he necesitado?
¿Un par de movimientos? ¿Unos meneos? ¿Que mencione mi culo?
Que me taladre, eso también.
Álvaro para y espera a que me recupere.
—¿Lo siento? —balbuceo.
—No tienes que pedirme disculpas por esto, Mima. Solo déjate llevar.
«Hombre, no me lo digas dos veces, a ver si esto va a ser un no parar de
orgasmos y vamos a tener un problema gordo».
Se toma su tiempo el muy canalla, que yo me he corrido dos veces, es
prácticamente imposible que haya una tercera por lo lógico, que es que ya
tienes eso ahí hinchado y rojo como el culo de un mandril.
—Deja de pensar —me pide. Me pone que me exija. A ver si de verdad
que voy a ser una de esas sumisas.
—Claro, tú lo tienes fácil porque estás ahí, entero, yo me he corrido dos
veces como una jodida adolescente.
—Una adolescente que me pone cantidad.
Se acerca, me muerde la oreja, me brinca la pepitilla. Casi que literal, sí.
Las manos de Álvaro se ciernen sobre mis caderas, siento cómo me
aprieta con sus dedos con cada embestida que me da.
Uno de ellos se pasea peligrosamente por la zona de emergencia, esa
zona que le he explicado que es solo de salida.
Miro hacia atrás.
—No puedo resistirme —me confiesa—. Me llama. —Espero que no sea
por teléfono. Entra la punta de uno de sus dedos, esos dedos que ya os he
explicado que son largos y gordos, como todo lo que carga el chaval, vamos
—. Relájate, Mima —me demanda.
Claro, porque no eres tú el que tiene un dedo metido en el culo. No te
jode.
Solo que sí, me relajo, porque cuando se unen las embestidas con el
movimiento de sus dedos, algo se activa en mi cuerpo. Algo que mola
demasiado como para obviarlo.
Comienzo a salir a su encuentro, a moverme para que sus caderas y mi
culo choquen. Me propina una nalgada.
Soy Anastasia Steel, solo que ella lloriqueaba al principio, a mí me mola,
me excita, me pone perraca, todo eso, sí.
Lo único que tenemos en común esa protagonista y yo es que somos
pobres como ratas.
—Eso es —me indica. Otra nalgada; un tirón de pelo; su polla, que me
llena; su dedo, que es una puta pasada, y yo perdiendo la cabeza, la poca
cordura que me queda—. Mima… —Es su turno de gimotear.
Mañana no podré caminar, no importa, seré una tullida feliz.
Sus embestidas son cada vez más certeras, más rápidas, más feroces, más
implacables y salvajes. Y me da lo que necesito, Álvaro me da justo lo que
necesito, sin más.
Saca su polla de mi interior y se corre en mi espalda.
Joder.
La hostia.
Esto es mejor que comer Ferrero Rocher en Navidad.
Se gira, me tira sobre la cama y me abre las piernas. No me da tiempo
siquiera a respirar, cuando intento alzar la vista para ver qué pretende, ya
tengo su boca cernida sobre mi entrepierna.
—Tu nariz. —Lametazo—. Te pediré una de plástico en AliExpress si se
te cae. Ni siquiera es una parte importante del cuerpo. —Otro lametazo, uno
mucho mejor que el anterior—. ¿Esa es tu forma de pedirme que me calle?
—Desliza un dedo en mi interior—. Joder, así guardaría silencio cada puto
día de mi vida.
Álvaro separa la boca de mi clítoris.
—Mima…
Me incorporo, le llevo la mano a la cabeza.
—Me callo.
Arremete de nuevo y se me viran los ojos hacia atrás cuando hace… No
sé la técnica en cuestión, solo sé que me flipa el movimiento de su lengua y
cómo lo sincroniza con su dedo.
Y el otro dedo, que visita la puerta de salida.
—Oh, joder. Prometí que me callaría, sin embargo, es que es imposible.
Oh, joder —gimoteo cuando lo entierra mucho más en mí. Lametazo, dedo,
dedo, lametazo, dedo, lametazo, lametazo, dedo, dedo. Todo es demasiado
para mí—. Álvaro, joder. No puedo.
—Claro que puedes.
Dedo, dedo, culo, chirri, lametazo. Pierdo la noción de todo, solo lo
siento a él, a él. A mi muso. Al protagonista de mi novela.
Al chico… Al chico del que me he enamorado.
CAPÍTULO 34
«Si no le gustas, todo esto es un punto mu. ¿Un punto mu? Sí. Es como la
opinión de una vaca. Simplemente no importa. Es mu».
Joey Tribbiani
Mima
H oy es uno de esos días en los que quieres que las horas pasen rápido. He
quedado con Mima para almorzar en la cafetería de mi trabajo. Anoche
estuvo en casa, la otra noche estuve yo en la suya, y… podría decirse que
todo evoluciona de una forma inesperada.
Mima sigue haciendo cosas de Mima, locuras que me traen de cabeza y
ese desparpajo que tiene que hace que me esté… Sí, joder, sí, creo que hay
algo, algo de eso ahí, esa palabra que no quiero pronunciar a la ligera y que
me hace replantearme todo seriamente.
—Tienes visita —mi ayudante me habla desde la puerta.
Soy una especie de híbrido entre los fotógrafos de toda la vida y esos a
los que les encanta hacer retoques digitales y de los que también cuentan
con un cuarto para disfrutar del proceso arcaico de revelado de fotos.
—Dile que pase, por favor, ya estoy acabando.
Termino de colgar unas cuantas fotos y, antes siquiera de que hable, la
siento.
—¡No me lo puedo creer! —grita cuando se acerca a mí.
Me permito observarla, analizar su cuerpo, el brillo de sus ojos, su piel
blanca, la forma en la que sus labios forman una preciosa «o», y me siento
afortunado de que esté aquí conmigo, de que me permita compartir con ella
tiempo, no sé, es extraño y también estoy confuso por ello.
A veces pienso en qué pasaría si le confesase a Mima que siento algo por
ella más allá de la atracción física, si le explicase que me gustaría que
tuviésemos una relación, que descubriésemos juntos hacia dónde nos
llevaría esto, lo que tenemos. Lo que empezó como un juego y ha acabado
siendo mucho más que eso.
—¿El qué exactamente?
Me mira, la comisura de sus labios se alza. Es una puta preciosidad.
Cojo mi cámara de fotos y disparo, clava sus ojos en mí.
—Tienes un cuarto rojo del placer —sentencia—. Eres como Grey, pero
sin quemaduras en el torso, salvo que todos esos tatuajes que recorren tu
cuerpo sean tu forma de explicar algún tipo de abuso infantil.
—Estás como un cencerro —finalizo.
—Muchas gracias. —Se sonroja, Mima se sonroja y la arrastro afuera
porque, si nos quedásemos aquí mucho más, no podría contenerme.
Mi despacho está vacío y la sala contigua también lo está.
La llevo allí, cierro la puerta y la apoyo contra ella para besarla a mi
antojo. Es una delicia, Mima es una auténtica delicia. Es como mi postre
favorito, ese que pides una y otra vez y jamás te cansas de comerlo. Pues tal
que así.
—Y no, mis tatuajes no encierran secretos ni tienen historias ocultas…
—Entonces es por placer —musita.
—Podría decirse que sí —le confirmo.
Cuelgo la cámara de mi pecho, y ella solo me sonríe con…, con lo que
espero que sea cariño, no voy a hablar de amor, no al menos hasta que
tengamos esa conversación.
«Me dijo que le gustaba, lo soltó en el centro de salud».
«Puede que fuese fruto del momento y no de la realidad. Te había
pateado la cara».
—Así que… aquí es donde trabajas cada día. Donde pasas parte de tu
tiempo, esto es lo que haces.
Da vueltas y vueltas, y yo aprovecho para inmortalizar cada instante.
Lleva el pelo suelto, un jersey de color naranja y unos pantalones vaqueros
desgastados. Lo mejor de todo es la sonrisa, la jodida sonrisa con la que
analiza cada cosa. Está disfrutando de esto y eso hace que me explote un
poco el pecho, sí.
—Así es como me gano la vida —ratifico.
Clava sus ojos en mí sin perder ese aire de villana de cuento que la
envuelve. No, no de inocencia, porque Mima no es de las que parece una
damisela en apuros, Mima es de esas que se lanzaría a luchar para salvarte
el pellejo, como he visto que hace con sus hermanos. O de las que te
arrancarían los ojos, como sé que le gustaría hacer con Jana.
Otra foto.
—Cualquiera diría que es un trabajo ridículo, ¿no crees? —me pregunta
y se queda a expensas de una respuesta sincera.
No lo hace con maldad ni con inquina, es mera curiosidad, lo percibo en
la fascinación con la que analiza cada fotografía que hay colgada, cada
prueba que recubre las paredes.
—Para los que no entienden de arte, quizá sí. —Guardo mis manos en
los bolsillos porque lo que de verdad quiero es cogerla, sacarla de aquí y
encerrarnos en casa durante días o semanas.
—¿La fotografía es un arte?
Asiento.
—Cualquier cosa que implica retratar a alguien, no hablo de una foto sin
más, hablo de lo que muestra esa captura, ese instante, por ejemplo. —Me
acerco a ella y señalo una imagen de una chica normal, no es una modelo,
es una persona que decidió regalarse una sesión de fotos porque se quiere,
porque le apetecía tener ese recuerdo para siempre, consigo misma, eso
siempre me ha resultado fascinante. «No es para regalar, es para mí»—.
¿Qué ves aquí?
Le señalo la pieza. La chica en cuestión está sentada en un banco, un
banco de un parque y mira hacia una pareja que camina cogida de la mano,
solo que eso…, eso no sale en la foto.
—Veo anhelo.
Exacto, eso es justo lo que sentí cuando la fotografié.
—Así es como se sentía, extrañaba lo que quiera que estuviese viendo,
pensando y sintiendo. ¿No es esa una forma de arte? Ser capaz de sentir, de
empatizar solo con algo que ves, que percibes.
Mima se gira y posa su mano en mi mentón, lo sujeta con el dedo índice
y el pulgar. Sube hacia mis labios y los recorre. Los humedezco con mi
lengua. Le brillan los ojos, aprovecho para inmortalizar este segundo
porque no sé qué sucederá mañana, pero esta, estas fotos, estarán siempre
para recordármelo.
—Yo también lo creo —finaliza cuando pensé que no diría nada más—.
Todo aquel que es capaz de transmitir hace arte. —Asiento y, mientras ella
deambula por la sala, yo solo capturo momentos.
»Voy a tener que cobrarte por ello —añade mientras se acerca a mí de
una forma embaucadora. Me da un suave y tierno beso en los labios y, de
pronto, sé que ha sucedido. No conozco el cómo, el cuándo ni el por qué,
solo soy consciente de que me he enamorado de Mima. Me quedo
paralizado—. Me muero de hambre.
Joder, esa forma en la que lo pronuncia me vuelve jodidamente loco.
Con Mima, cada momento es una locura, una muy agradable.
Bajamos a la cafetería. Llevo conmigo la cámara de fotos porque dejarla
arriba no era una opción. Tomamos asiento en una mesa alejada del bullicio
y esperamos a que vengan a tomarnos nota.
—Tengo novedades —me suelta—. Mi hermano ha confesado que le
gusta Maca. La otra noche nos lo contó. Y creo que Alejandra está algo más
tranquila. No me ha explicado mucho de la cita con Gonzalo… —Aguarda
a que yo añada algo de información al asunto.
—No nos hemos visto. Ni siquiera por los pasillos de la empresa. Está
liado.
—Mi hermana tampoco sabe nada de él y eso es malo, muy malo, porque
la conozco lo suficiente como para que tenga dudas de él. Si estaba
dejándose llevar, hará que retroceda.
—O también podría llamarlo.
Mima medita unos segundos.
—O podría llamarlo yo. Si hay alguna cosa extraña, lo sabré y podré
prevenir a mi hermana.
Suspiro, entiendo sus buenas intenciones, aunque no estoy del todo de
acuerdo con ella.
—Creo que es mejor que sean ellos los que descubran las cosas por sí
solos. No puedes protegerla el resto de tu vida, Mima, si lo haces, Alejandra
no aprenderá a defenderse, a darse su lugar, es ella la que tiene que tomar
las riendas. No te lo digo con mala intención, solo pienso que es buena idea
que sea ella misma la que ponga cada cosa en su lugar.
—Entiendo lo que dices, pero es mi hermana. Me cuesta…
—Lo sé. A mí me pasa con Mikel.
—Mikel no tiene nada que ver con Ale.
—Salvando las distancias, claro, porque es cierto. Mikel tiene mucha
seguridad en sí mismo, si hasta quería conquistarte.
—Y tú no se lo permitiste. —Arquea una ceja, expectante.
Por supuesto que no.
—¿Habrías preferido que dejase que lo hiciese?
Clava sus ojos en mí, mira hacia ambos lados, se acerca, sé que está
apretando las piernas bajo la mesa.
—No —finaliza guiñándome un ojo.
No estaría mal un: «No es Mikel el que me gusta, eres tú», no obstante,
lo dejaré estar por el momento.
Por el momento…
La conversación se queda en el aire porque vienen a tomarnos nota.
—Hola, Álvaro. —Mima alza una ceja ante el tono utilizado por Esther.
—La educación. —Carraspea.
Esther repara en la presencia de mi acompañante y la saluda con un leve
asentimiento.
—No me has llamado, ¿perdiste la última nota también?
Mima aguarda la respuesta, se ha puesto seria.
—No la he perdido, solo que no estoy interesado.
No quería recurrir a eso, de veras que no, pero a veces hay que cortar las
cosas de raíz, esos son los consejos que le doy a mi hermano, y no es justo
no predicar con el ejemplo.
—Ah, vale —responde escueta.
Miro a la chica que me tiene loco, y ella sí que sonríe.
Pedimos nuestro tentempié, y Esther se marcha.
—¿Se puede saber de qué te ríes?
CAPÍTULO 36
«Si tienes demasiado miedo de estar en una relación, entonces no
estés en una».
Monica Geller
Mima
Álvaro
Mima
A bro los ojos y lo primero que siento no es el dolor de mi culo, que bien
podría serlo, claro. Un culo calcinado, esta anécdota para contarla en
Nochebuena es genial.
«¿Qué es lo más extraño que te ha pasado con papá? Me tropecé en el
escalón, le comí la encía, después de eso le di una patada mortífera y le
puse la nariz como un pimiento, y papá me la devolvió asando mi culo en
su cocina». Oh, sí, eso es amor de verdad y no el que se lee en las novelas
románticas. Las autoras de renombre a mi lado son unas aprendices.
Intento girarme para inmortalizar el momento, pero el dolor de mi culete
no me lo permite, aunque tengo que confesar que hoy estoy mucho mejor
que ayer.
—Buenos días. —Lo he despertado, soy una futura esposa pésima.
«Ya, claro, una futura esposa, sí».
—Buenos días —susurro abochornada. Anoche me curó la nalga, fue él y
no mi hermana o Maca, fue mi muso el que lo hizo.
»Tengo que levantarme —le explico—. Tengo turno en el supermercado
y no puedo faltar.
Álvaro se incorpora y me observa.
—¿Crees que puedes ir?
Ohhh, se preocupa por mí, si es que es perfecto.
—Por supuesto, solo es un culo quemado, las manos las tengo
estupendamente. Puedo cobrar y colocar mercancía. Me pondré algo
cómodo. —Con cómodo quiero decir que me encantaría estar desnuda todo
el día. Me ayuda a levantarme y se agacha a observarme el culo.
»Esto… Mmmm, es muy extraño que me mires el culo, ¿no crees?
Alza la vista, me derrito frente a sus ojos, no digamos ya con su sonrisa
petulante.
—Lo extraño es que no pueda mordértelo. —Pues sí, no es buen
momento para ponerse cachondona . No, en definitiva, no lo es.
—¿Has dormido aquí toda la noche? —le pregunto. Tengo que hacerlo
porque… Porque se ha quedado conmigo.
—Por supuesto, ¿acaso hay algún otro sitio mejor para dormir?
Me gustaría que mi ingenio soltase alguna frase chispeante, de esas que
tan bien se me da pronunciar y que guardo bajo la manga, porque sé que es
mejor que caer rendida a sus pies, a los pies del chico que va a pasar de mí
cuando menos me lo espere. Sin embargo, me permito un momento de
flaqueza absoluta y lo abrazo, solo eso, actúo como una protagonista de
novela romántica cuando el chico del que está enamorada da indicios de
corresponder su amor, solo que sé que…, que soñar también es bonito, de la
misma forma en la que lo hacen las novelas románticas.
—Voy a… —Señalo el baño de mi habitación—. Ya sabes, voy a
ducharme —le informo, tras ese instante es mejor poner algo de distancia
entre ambos, una distancia que, para mí, es más que necesaria.
Mi sentido del humor ha quedado eclipsado por el estado de
enamoramiento, eso sí que es triste.
«Lo que has sido, Mima. Lo que tú has sido».
Entro en el baño desnuda de cintura para abajo y me deshago de la
sudadera naranja que llevaba puesta ayer y que ni siquiera me quité cuando
llegué a casa.
Nunca antes había tenido que cambiar las sábanas con tanta frecuencia
como ahora, cuando no es por su semen —oh, bendito semen—, es porque
no tengo fuerzas ni siquiera para bañarme.
Abro el grifo y aguardo a que el agua se atempere. Empiezo a
acojonarme porque sé que me va a doler cuando me llegue al culo, no hace
falta ser diplomada en Ciencias o médico para ello. Que va a doler es un
hecho constatado.
La puerta se abre y me encuentro con los ojazos que tiene mi muso ahí,
mirándome entera. Me recorre un estremecimiento y casi tiemblo cuando
empieza a quitarse la ropa, pieza por pieza.
—Esto…, ¿qué haces?
—Esto…, ¿qué crees que hago?
Sea lo que sea, no pares, por favor.
—Desnudarte.
—Aprobada.
Sonrío, al menos soy buena en algo.
Cuando ya no hay nada que separe su piel de la mía, se acerca a mí.
Tengo que contaros un detalle que sé que os sacude por dentro, porque no
voy a ser la única curiosa de esta historia, ¿no? Claro que no.
Sí, la tiene dura como un meteorito y sigue siendo tan grande como un
paquete de macarrones de dos kilos. Es más, os prometo que, cuanto más de
cerca la analizo, más grande la veo. A ver si va a estar en edad de
crecimiento y no va a tener treinta y un años como él alardea.
Álvaro es el primero en entrar a la ducha y me tiende la mano como otras
tantas veces hace. Cedo, porque tengo una voluntad de mierda, y entro.
—Déjame a mí —me pide.
Asiento y me doy la vuelta.
—¿Sabes que mis hermanos están ahí? ¿Y que es probable que estén
colocando vasos para escuchar a través de las paredes?
La carcajada que suelta me resulta embriagadora.
—Pues es el momento de explicar que, si no quieren asustarse, casi que
es mejor que abandonen su cometido cotilla ahora.
Uhhh, suena excitante y tentador.
Deja que el agua tibia caiga por mi espalda y doy un respingo cuando
llega a la zona afectada.
—¿Te duele?
—No, para nada, solo quiero salir corriendo desnuda y todo. —A ver, no
duele tanto, pero mi sentido del humor está regresando y me está echando
un cabo para no ponerme tierna en este instante.
«Gracias, señor».
—¿Estás rezando otra vez?
—No sé por qué piensas eso —ironizo.
Me enjabona con cuidado y cuando acaba con la parte de atrás me da la
vuelta.
La ducha no es especialmente grande y, con él aquí, el no tocarnos se
complica un poco bastante.
—Sube esta pierna y apóyala aquí. —Ese «aquí» hace que me moje, que
me moje y no por el agua que cae sobre mi cuerpo, no.
—Tengo que ir a trabajar. —Actúo como una chica responsable que no
quiere para nada correrse.
—Serás rápida.
¿Serás? ¿Yo?
Sigo sus instrucciones porque, ¿cómo podría negarme con semejante
chico aquí pidiéndome cosas que me acaloran?
—Espero que esta vez no me quemes con el agua.
—Te encenderás por ti misma —me susurra en el oído.
Se echa un poco de jabón en la mano y mete sus dedos en mi entrepierna.
—Joder —finalizo cuando comienza a lavarme la zona.
¡A lavarme la zona, sí!
Esto es como una puta fantasía hecha realidad.
—Shhh. Nos escuchan.
Señala la pared. Me reiría, solo que mi sentido del humor se ha vuelto a
marchar para dejarle espacio más que suficiente a mi sentido de la pepitilla
ardiente.
Dejo caer la cabeza hacia atrás mientras él cree que me lava y lo que
hace está muy lejos de limpiar nada. Después de esto, tendré que volver a
lavarme para que todos mis fluidos desaparezcan porque estoy más caliente
que mi nalga ayer por la tarde noche.
Saca su mano, lo observo, se la limpia bajo el chorro del agua y se
agacha frente a mí.
—Apoya la pierna sobre mi hombro. —¿Cómo negarme a eso? Sería una
necia si lo hiciese.
Lleva su lengua a mi coño y lame. Lame como si lo desease tanto como
lo deseo yo. Como si este fuese para él tan placentero como lo es para mí,
como si fuese la primera vez que me prueba.
Mete dos dedos dentro de mí y los mueve con fuerza, llegando hasta lo
más profundo de mi ser. Esa mezcla de dedos y lengua es una auténtica
pasada.
Gimo.
Rezo para que mis hermanos no estén haciendo lo que le conté a Álvaro
antes y, si lo hacen, que se mueran de envidia, joder.
Mis caderas tienen vida propia y empiezan a moverse en su cara. Saca el
dedo y aprieta mi coño contra su boca. Mete su lengua dentro de mí, la
saca, la lleva hacia mi clítoris y la mueve con fuerza.
Me corro. Joder, si es que es imposible no hacerlo tal y como me chupa.
Es una auténtica pasada.
Se separa, se incorpora y se limpia la boca con el antebrazo.
De nuevo, las tres «b». Bizqueo, babeo, boqueo.
—Buenos días —me saluda de nuevo.
Y sí, quiero que me dé los buenos días de esta manera siempre. No
pondré impedimento a ello, no me escucharéis quejarme.
CAPÍTULO 40
«Deberías verme cuando realmente… Oh, en realidad, no, me veo
bien».
Phoebe Buffai
Mima
T engo escritas unas veinte mil palabras. Nada más y nada menos que
veinte mil palabras porque, ojo, los escritores no cuentan sus avances por
páginas, nada de eso, ellos observan las palabras, los párrafos, los caracteres
y toda esa información que te facilita tu documento y que te hace saltar de
una pata cuando ves que el proyecto toma forma.
Y ahora la parte chunga de todo: echo tanto de menos a Álvaro que no
me importaría quemarme la otra nalga.
No le he permitido a mi hermano ni a Alejandra que saquen el tema en
mi presencia. Rodrigo insistió en que quería hablar conmigo, que estaba
siendo obtusa y me insultó cuando le dije que se metiese su conversación
por donde le cupiese porque lo que menos necesitaba en ese momento era
que me soltasen algún discurso del tipo: «No te preocupes, Mima, seguro
que todo sale bien». No, ¿ehh?, no, esas cosas están muy bien cuando las
dices tú, pero, cuando las recibes, te sientan como una jodida patada en el
culo.
Culo, que, por cierto, ya tengo recuperado.
Lo peor de todo eso… Iba a confesaros que lo peor de todo son las
noches porque echo de menos sus comentarios sarcásticos, su risa, sus
chistes y las sesiones de sexo. Estaría faltando a la verdad porque escribir
una novela romántica en la que él es el protagonista es cosa mala, y es que
todo te recuerda a tu muso. Joder, ¿cómo va a ser de otra manera si lo tengo
todo apuntado?
Si alguna vez decidís lanzaros al vacío y escribir, mejor no lo hagáis,
porque no es tan fácil como lo pintan.
Desde fuera está muy guay, porque piensas que es sentarte y a la hora ya
estás tecleando la palabra «fin», esa que todo el mundo describe como
mágica y especial. Los cojones, ¿entiendes? No, siento ser yo la que te lo
explique porque no funciona así. Las escenas no todas fluyen igual, las
acotaciones se quedan pobres, relees y todo te parece insulso o falto de
chispa. Y luego está la parte en la que intentas que las lectoras empaticen
con la protagonista y no quieran matarla a base de sopapos, porque yo
misma he querido hacerlo en algunas ocasiones. En fin, que, si queréis, ya
os explico en una firma el proceso en sí, sin embargo, antes tenéis que pagar
el libro porque la pela es la pela.
Alejandra entra en uno de esos momentos en los que me pilla mirando al
techo.
—Bien, no te interrumpo, por lo que veo. —Sí, yo he sido esa que le ha
dicho que ni se le ocurra matar a las musas o entorpecerlas, con amenaza
incluida.
—¿Me estabas espiando? —Lleva un vaso en la mano.
—Puede que haya puesto esto en la pared. —Me lo enseña—. Y que
haya esperado a que dejases de teclear más de diez segundos para entrar.
Mi hermana tiene una inteligencia pasmosa y digna de admirar.
—Vale, ¿qué quieres?
Actúa de la misma forma en la que lo hice yo cuando la arrastré al centro
comercial porque le había confesado a Álvaro que me gustaba y él no
contestó nada. No supe ver las señales entonces, si lo hubiese hecho, otro
gallo cantaría y no estaría en este punto de mierda en el que el amor me
parece un asco.
Y a mí el amor nunca me ha parecido asqueroso. Soy escritora de
romántica, por favor, ¿cómo me va a parecer nada de eso?
—Ponte eso o te lo pongo yo. Tenemos que ir a un sitio.
—¿Qué tipo de sitio? —Alzo la ceja y aguardo una respuesta que no
llega ni creo que vaya a llegar.
—Hay algo que debo hacer.
Espero que no sea una de esas encerronas que se dan en las novelas
románticas porque todavía tengo mis heridas demasiado abiertas como para
plantearme siquiera ver a Álvaro. Si llevo días que dejo la puerta de casa
medio abierta para que no me escuche salir.
«Ya, claro, como si él quisiera verte, no te jode. No flipes, Mima, no
flipes».
—Me tomaré un descanso, solo por ti.
No solo me cambio, sino que me ducho porque eso del olor corporal
dicen que es importante y huelo a macarrones con queso. Pensar en
macarrones me produce escalofríos, de veras te lo digo. No los volveré a
ver con los mismos ojos, ni siquiera creo que vuelva a poder ver un paquete
así, de macarrones, cochinas, hablo de macarrones.
Cuando salgo, mi hermana asiente y, antes de que abra la puerta, la sujeto
por la mano y freno sus pasos.
—Ale… —No sé si interpreta mi quejido o si se apiada de mí, solo me
sonríe, niega y me lleva afuera.
Cogemos el transporte público y me sorprende cuando llegamos al centro
comercial. Que sea ella la que me traiga, y no viceversa, me deja sin
palabras.
Y yo nunca me quedo sin palabras.
Tomamos asiento en la misma cafetería y nos pedimos dos capuchinos.
El de mi hermana, con extra de nata.
Alzo una ceja y saca un sobre blanco del bolso.
—¿Qué es esto?
—No te lo vas a creer, pero soy yo.
Lo abro, extraigo las Polaroid y se me corta la respiración, por dos
motivos: el primero es que… Álvaro ha hecho esto, lo ha tocado, y la
punzada en el pecho al pensar lo mucho que lo extraño me sacude el alma.
Trago con fuerza, no, no voy a lloriquear porque no es lo que se merece. Si
no me quiere, no habrá lágrimas que valgan. En segundo lugar, es mi
hermana, mi preciosa hermana, la que posa, la que mira hacia un lado y el
otro, la que sonríe feliz, la que me enseña la lengua, la que me hace una
peineta y la que mueve el culo como si le sudase el papo todo.
—Álvaro me dijo el otro día algo que ya me habías explicado tú, y yo no
quería creer, evitaba creer. Parece que las gordas no tenemos derecho a
muchas cosas, no se nos permite comer, porque estamos gordas. No se nos
permite vestir de cualquier color, porque estamos gordas. No se nos permite
enamorarnos, porque, claro, ¿quién se va a enamorar de una gorda?
Trago, no me gusta, de verdad que no me gusta que pronuncie este tipo
de afirmaciones.
—Alejandra…
—Déjame terminar. —Le da un sorbo al café y me sonríe—. No se nos
permite hacer muchas cosas porque estar gorda imposibilita tu vida. Y yo
me he creído eso durante mucho tiempo. Hasta que vi esas fotos. Y tú dirás:
son solo un puñetero trozo de papel. —Mi hermana diciendo tacos, sí, qué
orgullosa estoy de ella, coño—. Y quizá lo sea, sin embargo, en ese trozo de
papel está la esencia de una chica que sí, que no pesa ni lleva la talla que la
sociedad piensa que es la adecuada, pero siente, sueña, ama, se entrega y
quiere, por encima de todo, se quiere a sí misma tal y como es.
Deposita un par de monedas en la mesa y me invita a acompañarla y a
caminar juntas.
Empiezo a entender hacia dónde nos dirigimos.
Sonrío cuando entramos en la tienda. Y es ella la que toma la cabecera y
avanza pasillo por pasillo hasta que llega a la sección de ropa interior. Mira
varios conjuntos que no son para ella, lo sé, no obstante, los toca y me
sonríe.
—Me gusta este para ti.
—Claro, lo voy a usar con Pepito de los Palotes.
—No tienes que ponerte un conjunto de ropa interior para sentirte guapa
para nadie, solo para sentirte guapa tú —sentencia.
Toma zasca que me he comido; yo, que le explico que se tiene que querer
y gustar y pensando en ponerme eso para otra persona. Mi hermana, esa que
está ahí y que me sonríe, solo se merece cosas bonitas.
En mi novela romántica le daré un final de infarto, con boda y
churumbeles porque eso es lo que a todas nos gusta cuando llegamos al
final, sí, lo sé.
Alejandra, como si se hubiese dado cuenta del impacto que ha tenido su
comentario en mí, sigue cogiendo conjuntos de ropa interior, eligiendo
colores, modelos y telas.
Y llega el momento, justo el momento de la última vez. Una dependienta
se acerca a nosotras y observa a mi hermana. No es la misma del otro día,
es otra chica. Me pongo en guardia de forma automática.
—Buenas tardes —saluda con cordialidad.
—Buenas tardes —responde Ale en el mismo tono. Como si en este
mismo lugar no le hubiesen roto el corazón en cachitos.
—¿Necesitas ayuda? —La chica sujeta todos los conjuntos que tiene en
las manos sin saber que los ha elegido para mí—. Con tu tono de piel, este
de color magenta te sentaría increíblemente bien. ¿Te apetece probarte uno?
Mi hermana está tan asombrada como yo.
—Ehhh… Eran para ella. —Y me señala. Saludo con los dedillos porque
no sé qué añadir.
—Bueno, siempre puedes buscar uno para ti, ¿te gusta alguno? El azul
marino también es precioso, creo que podría realzar tus curvas.
Alejandra asiente no muy convencida y la sigue mientras camina hacia
otra zona. Comienza a rebuscar y le muestra dos conjuntos de ropa interior.
Uno azul marino y otro verde bosque. Mi hermana flipa.
—Mira, toca esta tela, imagínate esto en tu cuerpo.
Alejandra se sonroja, tal vez se esté imaginando que son otras manos las
que acarician el cuerpo.
—Es muy bonito.
—Y favorecedor.
Mi hermana asiente y pasa con ambos conjuntos al probador. Esto es
como una prueba de fuego para ella, porque odia los centros comerciales,
odia las tiendas y odia que la señalen por su físico. Aun así, da un paso
adelante con entereza y me sonríe antes de correr la cortina.
Me giro hacia la dependienta en cuestión. Ella me mira y la comisura de
sus labios se alza.
—Gracias.
No le doy más explicaciones, no me lanzo a sus pies.
Solo le agradezco que haya gente que no te juzgue, que no te señale y
que solo te acompañe porque, con lo que acaba de hacer, le ha alegrado el
día a mi hermana. Y a mí, joder, y a mí.
CAPÍTULO 45
«¿Qué te parece la vez que le corté las piernas a tu Ken de Malibú?
¿Eso fuiste tú? Ehh… Estaban infectadas. No habría sobrevivido».
Ross Geller
Mima
—¡A quí está! —Muevo mi mano frente a sus ojos y todo el grupo me
mira sonriendo, saben que tienen que chuparme el culo si quieren que sus
nombres aparezcan en los agradecimientos—. Y tú —le indico a mi
hermano—, no te he matado porque él no me ha dejado. —Señalo a Álvaro,
que se ha levantado a abrazarme—. Tiene que quererte mucho.
—Mucho te quiero a ti —me suelta mi muso.
Y, ohhh, ¿eso que huelo desde aquí es envidia? Porque sí, al final he
encontrado a mi chico de novela. Al protagonista de mis sueños húmedos y
siento tener que contártelo, pero los hace realidad cada noche.
Me lo merecía, de verdad que me lo merecía.
—Setenta y una mil quinientas doce palabras, doscientas cuarenta y
nueve páginas, trescientos nueve mil cuatrocientos dieciocho caracteres sin
espacios y… ya paro —resuelvo cuando veo la mirada de todos los que me
han acompañado en este proceso—, es lo que me ha costado terminar esta
novela. Y meses, muchos meses.
—Y aguantarte, que eso ha sido mucho peor. Mira que eres llorica
cuando algo no te sale a la primera —ironiza Maca.
—Todavía no he registrado la novela, puedo escribir una escena en la
que haya un atraco, un apuñalamiento porque estabas en medio de las
bandas de narcotraficantes de Mikel y fin, a tomar por el culo la mejor
amiga de la protagonista.
—¿Y entonces qué piensas hacer?
Alzo los hombros, soy una chica resolutiva.
—Buscarme a otra mejor amiga, por supuesto.
Mi hermano abraza a Maca y le da un beso en la sien. Ella apoya las
manos en sus antebrazos y finjo una arcada.
No puedo contaros que aquel día, hace ya tantos meses, en el que Maca
decidió hablar con mi hermano, acabó todo bien porque no fue de esa
manera. Terminaron follando, eso sí, que me lo contó mi amiga después y
así está escrito en esta novela.
Más allá de eso, Maca le explicó sus miedos y que necesitaba tiempo, y
mi hermano solo se lo dio, sin más, porque él es así y porque está loco por
ella.
No voy a culpar al amor de eso, porque, al final, están juntos y no tendré
que pillarlos en la cocina de mi casa entregados al fornicio. Cosa que
agradezco.
—¿Y ahora? —Mikel formula la pregunta—. Tendrás que escribir una
segunda parte en la que la protagonista deje al chico y se enrolle con su
hermano porque es mucho mejor partido de lo que pensaba y porque el
amor es así de caprichoso.
Álvaro lo amenaza, y Mikel se carcajea.
Lo de mi cuñado es también un asunto a tratar porque… no, los narcos
no han aparecido, aunque me hubiese encantado verlos desde la distancia y
sin atacar a Mikel, porque le tengo cariño y eso, la cosa es que Mikel es un
caso aparte y sigue viviendo como le da la gana.
Nos hemos aficionado los tres a ver Friends , sí, los he llevado al lado
oscuro y muchas noches viene, cenamos juntos, nos descojonamos con las
cosas que nos cuenta sobre sus conquistas, intenta ligar conmigo de forma
infructuosa y se marcha, dejándonos a solas de nuevo.
—El siguiente paso es registrar la novela y vivir de ella, ¿no? No es eso
lo que se supone que sucede después. Que te haces millonaria, firmas, fans,
todo el mundo te envía regalos, las marcas quieren que protagonices sus
anuncios, te llaman de la televisión para que vayas a El Hormiguero , ¿lo
oléis? —Los observo a todos, no parecen oler nada—. Joder, es la fama,
está en el aire.
—En el aire está el pedo que me acabo de tirar.
—Me cago en todo, Mikel. —Lo empujo fuera de casa con la nariz
metida bajo la camiseta.
Menos mal que he acabado la novela porque esta escena me la saltaría,
no puede haber pedos ni eructos ni cosas de esas. Pierde gancho.
Alejandra se acerca a mí y me abraza.
—Yo siempre confié en ti, hasta cuando no era más que una idea.
—Claro, boba no eres, quieres un porcentaje. —Se carcajea—. No, en
serio, Ale, gracias por estar siempre a mi lado, serás mi mánager.
—Eso me lo has prometido a mí —farfulla Álvaro.
—No lo recuerdo. —Por supuesto que lo hago.
—La otra noche, justo cuando te subí en la encimera…
Todos nos abuchean.
—Venga, tenemos cita para cenar —nos recuerda Gonzalo.
Sí, a ver, esta es otra de esas cosas que han sucedido y que me siento
muy feliz de contaros. En mi novela, Gonzalo se llama Daniel y es igual de
cuadriculado que él. Cuando empecé a escribirla, hace seis meses, mi
hermana y él no estaban juntos. Ni siquiera sabía si Alejandra quería algo
con él porque ella necesitaba quererse, cuidarse y creer en sí misma antes
de darle la oportunidad a que lo hiciese otra persona también.
Todavía no puedo contaros que estén saliendo, porque, a menos que eso
haya ocurrido hoy, no lo están.
Solo sé que mi hermana y él pasan tiempo juntos, que es atento, cariñoso
y que hemos tenido esa conversación en la que le he explicado que, si se
pasa con mi hermana, me lo cargaré porque no le tengo miedo a la cárcel.
No sabéis la de novelas que podré escribir entres esas tres paredes y una
reja.
Nos dejan unos minutos a solas, y Álvaro se coloca frente a mí, con las
manos en mi cintura y mi manuscrito apoyado en su pecho.
—Lo has conseguido, nena —murmura mordiendo mi labio inferior. No
sabéis cómo me pone eso—. Ahora podré leerlo más allá de «Coge mi
mano y la lleva a su polla. La mueve de la base a la punta…».
—Veo que te dejé impactado.
Me aprieta. Coloco el manuscrito sobre el respaldo del sofá.
—No sabes cuánto. —Se agacha y con su nariz toca la mía.
Me besa con suavidad, con delicadeza y con ternura, y me siento…, me
siento plena y feliz porque todo ha salido a pedir de boca.
He tenido mi final de novela romántica, Álvaro y yo nos queremos, por
fin me ha llamado «nena», he acabado mi novela y ya estoy maquinando
una segunda parte.
Los artistas somos así, una vez se prende esa mecha, es imposible
acallarla.
—¿Tú sabías que los personajes te susurran? ¿Que te hablan?
Álvaro se separa y toma distancia.
—Eso será mejor que no lo cuentes en presencia de desconocidos,
puedes terminar en un psiquiátrico.
—No entienden a los artistas.
—Somos unos incomprendidos —añade. Me besa en la sien y coge el
manuscrito—. No me has contado cómo acaba.
—No tenemos tiempo para eso.
Coloca una mano en mis labios y me acalla. Se la muerdo. Su mirada se
enciende. No, no es que de buenas a primeras sepa leer ojos ni interpretar
gestos, es solo que en mi cabeza las cosas son así, él se enciende, Mima se
pone cachonda y me quema la otra nalga en la vitrocerámica.
—Solo el final, el último párrafo, la última hoja —me pide.
Cedo, porque es imposible que le diga que no a nada, salvo al sexo anal,
por ahí sí que no paso, ¿ehh?, por ahí no, ya sé lo que es no poder sentarme
y no es agradable.
—Si me lo pides así…
Mi chico, mi muso, mi casero y el protagonista de mi novela abre el
manuscrito por la última página y lee en voz alta.
S iempre que me enfrento a estas palabras me digo que será más sencillo
que la vez anterior. Nunca es así.
Voy a ser breve, por favor, si me dejo a alguien, perdonadme.
Primero que nada quiero agradecer a mi familia por darme el impulso
cada día para escribir, por entenderme, respetarme y valorarme.
A mis lectoras cero, Bea y Miri, por esos audios, esos stickers, esos
mensajes que tanto me motivan y por ser tan quisquillosas como lo son.
Este proceso no sería ni de lejos como es sin vosotras dos.
A mi amiga Tamara Marín… Iba a poner compañera de letras, pero,
teniendo en cuenta la cantidad de cosas que compartimos casi a diario, eso
se nos queda pequeño. Creo que a nosotras ya todo se nos queda pequeño.
Sheila de mi vida y de mi corazón, aquí tienes a Mima, que sé que estás
deseando enamorarte de ellos (y yo que lo hagas, por supuesto).
A mis lectoras, a todas. A ti, que me sigues desde siempre; a ti, que has
llegado ahora; a ti, que me lees desde hace unos meses; a ti, que me has
descubierto hace poco y quieres seguir leyéndome. A todas y cada una de
vosotras por ser y estar. Parece una tontería, pero sois el motor de todo.
A Raquel Antúnez, compañera de letras, correctora, amiga y confidente.
Gracias por todo.
A todos los blogs y bookstagramers que me dais la oportunidad, que me
reseñáis de forma desinteresada, que recomendáis mis historias. Vuestra
labor es increíble y vuestro apoyo, fundamental.
Y a esas compañeras de letras con las que comparto conversaciones, risas
y miedos. Gracias por ser como sois.
BIOGRAFÍA
A quí estoy una vez más para contaros quién soy. Mi padre era muy dado a
apuntarnos en el registro con un nombre totalmente diferente al que
acordaba con mi madre y si le hubiese hecho caso, mi nombre habría sido
Yaniré, así que, no sé mis hermanos, pero yo le agradezco que no le haya
hecho caso (perdona, mamá).
Nací y viví durante muchos años en un pequeño pueblo de poco más de
siete mil habitantes al norte de la isla de Tenerife llamado La Matanza de
Acentejo, sin embargo, con veintipocos años, dejé el pueblo por amor y me
fui a la capital. Actualmente vivo en las afueras de Santa Cruz de Tenerife
con mi hijo y mi pareja.
He sido desde siempre una apasionada de la lectura, recuerdo sacar libros
de la biblioteca y devorarlos cada noche antes de dormir. En el año 2016
escribí mi primera novela y después de ella, han llegado once más. Las
cabronas también se enamoran es mi duodécima novela autopublicada y
espero que vengan muchas muchas más.
Mis libros se caracterizan por personajes muy divertidos, socarrones,
canallas, irónicos y sarcásticos, aunque entre sus páginas, además de risas,
podéis encontrar algunas reflexiones sobre la vida, escenas hot, amistad,
amor y familia.
Supongo que, si ya me conocéis, sabréis que lo de resumir,
definitivamente, no es lo mío y he dado por perdido intentarlo ;)
Me encanta la playa, la piscina, el sol, comer (todo lo que no se debe),
hablar, hablar y hablar y escribir, of course. No concibo mi vida sin
historias que contaros, así que…
¡Nos leemos!
ENCUENTRA MIS OTRAS NOVELAS
[1]
Lluvia de ideas.