Está en la página 1de 250

Si esto fuese una novela romántica

Primera edición: julio 2023


© Yanira García, 2023
© Diseño de portada: Yanira García
© Maquetación: Yanira García
© Corrección: Raquel Antúnez
© Imágenes del interior diseñadas por Gabriela Rey y Freepik
ISBN: 9798394881565

Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en
cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por la ley.
Prólogo
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
ENCUENTRA MIS OTRAS NOVELAS
A todas las escritoras de romántica.
Por enseñarme que el amor es el motor que mueve el mundo.
Prólogo

S i esto fuese una novela romántica, el chico que hay frente a mí


tendría unos abdominales para rallar queso, el mentón cuadrado, sería
multimillonario o tendría un pollón del tamaño de una tubería —sí, he dicho
pollón nada más empezar, señoras y señores—, el caso es que la realidad es
bien distinta a esa con la que soñamos.
Con todo esto no quiero decir que no tenga grandes cualidades, pero,
como buena consumidora de novela romántica y escritora en proceso de la
misma —momento spam —, está violando todos y cada uno de los clichés
que tanto me gusta leer.
Sí, lo siento si no te encuentras cómoda con ellos, amo los clichés y
todos me parecen fascinantes. Me importa un pimiento cuál utilice la
autora, solo sé que me quedaré obnubilada y leyendo hasta las tantas. Trato
de decidirme por uno de ellos a la hora de escribir mi propia novela porque
es jodidamente complicado.
Otra de las características que tengo asumidas que sí que formarán parte
de mi texto son las palabrotas. Lo siento, no puedo darle énfasis a una
escena sin un «joder» o un «hostia puta», en mi día a día son recursos
lingüísticos muy utilizados y es que el lenguaje de la calle forma parte de
nuestra sociedad. Seguro que me entendéis.
—Y tú, ¿qué opinas de ello?
Cuando me percato de que la pregunta va dirigida a mí, dejo a un lado
mis elucubraciones y me arrepiento de inmediato de no levantarme, acudir
al baño con una mierda de excusa y coger notas sobre todo esto porque…,
joder, es de primero de escritor el tomar apuntes de las cosas que se te pasan
por la cabeza, ya sabéis, todo puede ser utilizado y la mente de un escritor
es un burbujeo incesante de ideas, que, al unirlas, se transforman en algo
maravilloso.
O, al menos, eso es lo que se cuenta por ahí, puesto que lo único que hay
plasmado en mi documento es la triste palabra «prólogo» que he decido
subrayar y poner en negrita para que parezca…, no sé, más importante.
—Un segundo —le pido a mi acompañante.
Por su gesto, no creo que vaya a querer repetir con otra cita. Ohhh, qué
pena, otra noche infructuosa buscando al hombre ideal para que sea mi
muso y me inspire.
No, este no es el muso del que os hablo, si lo fuese, me tendría
embobada y no mirando cada dos minutos el reloj, porque lo único que
quiero es que pase el tiempo rápido para irme a casa con Alejandra y
Rodrigo a hacernos una maratón de alguna serie de esas que tanto nos gusta
ver, tal vez, incluso, invitemos a Macarena y disfrutaremos criticando a la
vecina de abajo —no hablo de Macarena, que vive abajo también— porque
es insoportable. Que no lo digo yo, solo me remito a los hechos de los
últimos meses y a los carteles que nos cuelga en la puerta con caras de
cabras, cebras, cerdos y paletillas de jamón. Sí, esa es su forma de decirle a
Alejandra que está gorda. Ya veis, las hay hijas de puta y las hay muy hijas
de puta, y Jana forma, al menos, parte de uno de esos grupos, porque
confirmaros que de los dos puede estar mal visto, ¿no? O, venga, que me
juego todo a una sola carta, forma parte de los dos. Este es el momento en
el que cerráis el libro y no me permitís contaros quién soy. Por descarada y
tal.
Apenas da un tono, y Alejandra me contesta. Escucho algo de fondo,
aunque pone el pause rápido.
—¿Estabas viendo Friends sin mí? Eso es de mala hermana. Muy mala
hermana. —Que esa es nuestra serie favorita es un hecho constatado. Y la
de mi hermano Rodrigo también.
Alejandra se ríe, es un amor de niña, escribiré también su propia historia
romántica porque se la merece, y más tras el último chasco amoroso que
sufrió porque ese grupo del que forma parte Jana tiene más integrantes,
dejémoslo ahí.
—Lo volveré a poner cuando llegues a casa. ¿Es esta la llamada de
emergencia?
—Se supone que es el tono de emergencia —la corrijo—. Ya sabes, un
tono, me llamas y me explicas entre sollozos que hay una emergencia y que
tengo que acudir corriendo —le recuerdo—. Lo hemos ensayado en varias
ocasiones.
—Cierto. —Alejandra es muy despistada.
—Te he llamado yo porque necesito que me hagas un favor. Vete a mi
habitación, coge la libreta llena de muñequitos de jengibre, ábrela por la
última página y anota todo lo que te voy a dictar.
Escucho ruido y pasos, y sé que mi hermana está haciendo justo eso que
le he pedido que haga. Despistada y servicial, decidme que no es lo más de
lo más. Por eso es mi favorita, shh, no se lo contéis a Rodrigo, porque no
quiero que se ponga celosón y me tenga que comer una chapa de la hostia
sobre que él ha sido el que me ha empujado —alguna vez de forma literal—
para que escriba mi novela. Si algún día me convierto en famosa, lo llevaré
conmigo de gira a ver si así se suelta la melena porque Rodrigo es de lo más
tímido, no podría ser mi mánager porque no vendería libros, los regalaría.
El caso es que nosotros tres —o cuatro, si cuento a Macarena— somos
como un pack indivisible, de esos que no tienen que medir sus palabras,
solo hablamos de lo que nos apetece y cuando nos apetece sin tapujos. Por
ejemplo, si hay que criticar a Jana, lo hacemos, estamos todos en el mismo
barco, o cuando enumeramos —por centésima vez— las cualidades que
tiene Álvaro, nuestro casero, para ser nuestro futuro marido. Rodrigo pone
los ojos en blanco en muchas de las ocasiones, pero ya sabe que no tiene
que estar celoso porque él también es guapo, mucho, solo que yo no lo veo
de esa manera porque es mi hermano y me parece asqueroso.
—Ya estoy.
Miro hacia la mesa y veo a mi cita, la tercera de esta semana, mirando
hacia todos los lados. Se siente solo y abandonado. No me da pena alguna,
es un muermo. Imaginaos que lo llevo a casa… Tiene pinta de soso y
desabrido. Esta cita es culpa de Macarena, mi compañera de trabajo, a la
que pienso quitarle el habla de por vida.
—Apunta. Braingstorming[1].
—En español, hija, en español.
Chasqueo la lengua, una no puede hacerse la escritora molona con una
familia así.
—Pecho fornido. Brazos fuertes. Mentón cuadrado. Barba recortada.
Tremendo pollón. —Alejandra ahoga un gemido en esta parte, yo soltaré
veinte si me encuentro uno así en la vida real.
—¿Es una coña, Mima?
—Calla y apunta. Tremendo pollón —repito y ratifico—. Es mi novela
romántica y debe tener todas esas cualidades, chica, por favor, mejor
pollones que penas, ¿no crees?
Alejandra suspira y cede. Garabatea, la escucho.
—Por favor, señorita.
—Espera —le pido a mi hermana.
Tapo el auricular con la mano y aguardo a que la camarera suelte lo que
haya venido a decir. Miro en dirección a la mesa, el amigo de Macarena ya
no está. «Gracias, señor, por sacarme de esta».
—Le pido amablemente que abandone el local.
¿Cómo?
—¿Disculpe?
—Ha dicho… —Carraspea—. Ha mencionado… —Carraspea, carraspea
—. No pienso repetir sus palabras exactas, solo que ha mentado el miembro
masculino en un par de ocasiones de una forma muy ordinaria y en voz alta.
Repaso la conversación. Puede, tal vez, quizá tenga razón.
—¿Se refiere a «tremendo pollón»? —¿Qué? Lo he hecho solo por
fastidiar. ¿No se supone que hay libertad de expresión en este país? Ni que
ella no buscase uno. Cuando lea mi novela romántica, desde luego que lo
hará.
»Me marcho, eso sí, que sepa que acaba de perder a una clienta excelente
porque voy a ser una escritora célebre y en una de mis exitosas novelas
escribiré el nombre de este local y explicaré el mal comportamiento que han
tenido para conmigo.
La chica alza la ceja, observa mi atuendo y no se traga nada de lo que le
digo. Me ha tildado de chalada porque no doy el pego con lo que acabo de
describir.
—Lo que usted diga, escritora de renombre. —Encima con recochineo,
no te jode.
Me indica con su dedo índice el camino hacia la puerta de salida. Cuando
me encuentro en la calle, el chico en cuestión me espera. «Por favor, que no
quiera otra cita, que no quiera otra cita».
Me tiende un papel y extiende la palma de la mano.
—Macarena me dio a entender que sería un encuentro excelente porque
eras muy divertida. Lo único que sé es que estás como una puta cabra y que
me debes la mitad de la cuenta. Acepto Bizum, PayPal, transferencia o
efectivo.
—¿Y bitcoins ?
Niega.
Mueve la mano frente a mis ojos y, al final, cedo.
Le doy un par de billetes y se los guarda en la chaqueta sin rechistar.
Rata. Ya ni siquiera pagan ellos, esto es inaudito.
—Jodida chalada. —Le escucho mientras susurra.
—¡Tú no vas a ser el muso de mi novela! —le grito.
Me enseña el dedo corazón. ¿Dónde ha quedado el recato que mostraba
antes en la mesa? ¿Dónde?
¿Veis? Otro lobo con piel de cordero, en mi novela no existirá eso, será
bonito y romántico desde el principio, y cerdo, muy cerdo, porque con
tremendo…, eso que estás pensando, sería un desperdicio, ¿no crees? Sí,
seguro que sí.
—Nada, Alejandra, que ya las notas las tomo yo. Que voy para casa.
—Haré palomitas y reanudaré el capítulo.
Sonrío, aunque lleve tres citas esta semana y todas desastrosas, sé que,
cuando llego al piso, soy feliz.
Y así también será en mi novela.
CAPÍTULO 1
«Ellos no saben que nosotros sabemos que ellos saben que nosotros
sabemos».
Phoebe Buffay

Mima

—M e ha contado Pedro…
Anda, así es cómo se llamaba, pues no, no tiene nombre de chico de
novela, ¿verdad? Los chicos de novela tienen todos nombres extraños, de
esos que nunca escuchas, que parecen impronunciables y que le sientan
genial cuando lo combinas con el apellido.
—Pedro era un auténtico muermo, no tenía chispa, no era gracioso ni
elocuente, si ni siquiera le estaba prestando atención, su tono de voz era de
lo más común.
Mi chico de novela debe tener una voz de esas que haga que mojes braga
cuando te susurre «nena» al oído. Eso es, qué fantástico. ¿Veis? Un
burbujeo incesante de ideas, eso es lo que nos define a los escritores.
—Es ingeniero mecánico.
—¿Y? —inquiero ofendida. ¿Qué pasa? ¿Que tiene que ser de lo más
interesante por su profesión?—. Y yo soy cajera y reponedora en un
supermercado, Macarena, por favor, y me tengo por lo más. Vamos, que en
una batalla de esas de gallos, pero con chistes, porque ya sabes que lo de
rapear no es lo mío, gano yo por goleada.
Macarena suspira mientras sigue reponiendo tarros de tomate frito.
Trabajamos en un supermercado. Eso es lo que hacemos. Para ser más
exactos, trabajamos en un supermercado tan grande que no conozco a todos
los empleados, una de esas cadenas que tienen de todo y en distintas marcas
para gustos y colores. Como en las novelas, vaya, igual.
—Se me acaban los recursos.
—Prefiero que se te acaben a tener citas como esa, la verdad. Que te lo
agradezco en el alma, ya sabes, tú y yo hermanazas de por vida. —Le
tiendo el puño para que lo choque, y ella lo hace sin dudar—. Ahora bien, si
es como Pedro, no quiero que me lo presentes.
Macarena se carcajea, a mí no me hace maldita gracia, espero que no se
esté tomando mi comentario a coña porque de veras que hablo en serio.
—Estás muy selectiva últimamente.
—Solo busco al hombre ideal.
—Esos hombres que tú buscas, los que lees en esos libros que compras,
no son reales, eres consciente de ello, ¿verdad?
Hala, otra que no va a figurar en los agradecimientos cuando acabe mi
novela y se convierta en un best seller , luego vendrán los lloriqueos y ¿qué
haré yo? Recordarle este preciso momento: «¿Te acuerdas cuando me
decías que era muy exquisita con el hombre ideal? Pues, ea, lo he
encontrado, lee esta novela y muere de envidia».
—Tiene que haber alguno, Maca, ¿cómo no va a existir el hombre
perfecto?
Mi amiga chasquea la lengua y mira a ambos lados antes de hablar.
—He conocido a muchos chicos… —Suerte que tienen algunas.
—Está feo comer pan delante del que no tiene dientes.
—Calla, Mima. —Cierro el pico por pura cortesía, claro—. He tenido
muchas citas, he besado muchos sapos y ¿sabes qué?
—¿Qué? —Ojalá uno de ellos la haya despertado con un besazo de esos
que quitan el sentido, echasen otro polvo de esos que provocan que te
tiemblen las piernas y le haya dejado el teléfono en un bolsillo para que lo
encontrase de forma accidental. Eso, eso es lo que me molaría que haya
pasado.
Lo visualizo, os prometo que lo visualizo.
—Que te despiertas, el chico muchas veces ya no está o lo tienes que
echar a patadas porque quiere gorronear de tu nevera, otros te roban el
efectivo de la cartera, y muchos son tan feos que ni siquiera sabes cómo han
llegado a tu cama.
—¿Qué clase de alcohol tomas tú?
Maca me guiña un ojo, de veras, estoy hablando en serio, yo quiero estar
sobria porque quiero enterarme de todo lo que me haga y pedirle que lo
repita cuando amanezca, eso es justo lo que busco.
—Estás idealizando el amor porque lees muchas novelas románticas y la
realidad, la triste realidad, es que los hombres de los libros no existen.
Los cojones, claro que existen, solo que están esperando a que yo los
encuentre y escriba mi novela basada en ellos. Eso es lo que va a suceder.
—A mí porque no me afecta tu negatividad, pero ¿sabes lo que vas a
conseguir si le sueltas este discurso de mierda a Alejandra? —Macarena
alza una ceja, expectante. No, no voy a decirle nada chulo—. La vas a
hundir en la miseria porque ella también sueña con un príncipe azul y más
después del chasco que se ha llevado con el último cerdo con el que estuvo
saliendo varias semanas.
—Cerdo como poco —ratifica.
Mira, al menos estamos de acuerdo en algo, ya ves.
—Ella se merece su propia novela romántica o, mejor aún, se merece una
novela erótica, de esas que estás todo el día pierna para allá, boca para acá,
dedo por este agujero y…
—Lo he entendido —me corta mi amiga, y lo hace en la mejor parte
porque iba a nombrar un cimbrel como la copa de un pino, nada, que tendré
que guardarme el recuerdo en cuestión para otro momento de la velada—.
Y eso está muy bien, Alejandra tiene que quererse tal y como es. Hasta que
dejen de importarle los comentarios negativos de los demás, hasta que deje
de prestar atención a los susurros, no va a poder ser feliz ni va a confiar en
ella misma.
—En eso estamos de acuerdo.
Os he contado que Alejandra es una de las mejores personas que conozco
y cuando hago esta afirmación no exagero. Vaya, que es mi hermana, y yo
la quiero, ahora bien, si tuviese algo chungo, os lo diría, como Rodrigo, que
es mi hermano y es demasiado tímido. A lo que iba, que Alejandra tiene
buen corazón, siempre está ahí para todo el que lo necesita, te apoya, te
escucha, te aconseja y puede ser tu llamada salvavidas cuando la necesites.
Sin contar con que es fan de Friends tal y como lo soy yo. Y que nos
sabemos diálogos completos, en fin, esto es harina de otro costal.
—Tenemos que demostrarle que un tío nunca puede condicionarnos y
tampoco la vecina de abajo.
—No quiero hablar de Jana, anoche, cuando llegué a casa de la
desastrosa cita, me crucé con ella en el rellano. Iba guapa, la hija de perra.
Con esa cara de mala persona que tiene, no sé cómo puede ligar tanto.
¿Crees que, si le pido a Álvaro que le suba el alquiler, me hará caso?
—Álvaro se lleva muy bien con ella, me da que son amiguitos —me
explica Macarena— y no, no creo que te haga maldito caso. No le hace falta
el dinero, es el dueño del edificio.
—Maldito multimillonario, cómo me pone de cerda.
No solo ese cliché, sino Álvaro en todo su esplendor porque el majo
es…, es el muso perfecto, salvo que para él soy invisible, que no me
enseñaría su cimbrel, aunque lo saca a pasear muy a menudo —ya me
entendéis— y porque es increíble. Lo tiene todo, el muchacho.
—Bueno, a lo que íbamos, lo ideal es que te organicemos otra cita.
Conozco a un chico que es encantador y…
—¿Es millonario? —Niega—. ¿Tiene el mentón cuadrado? —Niega—.
¿Abdominales de infarto?
—No lo sé porque no se los he visto.
—Entonces no te pregunto por otra parte de su anatomía porque imagino
la respuesta.
—¡No, por Dios! ¡No! —exclama demasiado rápido.
—Si no te interesa a ti, probablemente tampoco me interese a mí. Ya
sabes, busco a mi muso perfecto y dudo que sea tu amigo, conocido o lo
que quiera que sea ese hombre.
—Es el repartidor de pizza .
—Ah, vaya, me haces sentir mejor.
No por su profesión, no me vayáis a juzgar, hombre, por favor, que soy
cajera y reponedora en un supermercado, lo digo porque le he visto la cara y
os garantizo que no es lo que mi novela romántica necesita y, ya puestos, lo
que mi chimichurri anhela, porque empiezo a creer que el himen puede
volver a crecer. Ahí lo dejo.
—Algún día vas a tener que centrarte y conformarte con la cruda
realidad.
Frunzo el ceño. Ni de coña.
—No pienso hacer eso, encontraré a mi chico ideal y será perfecto, y tú,
mientras…
—Yo voy a subir un momentito a hablar con Kike. —No me puedo creer
que siga trinchándose al jefe de sección.
Macarena se aleja, y me centro en los tarros de vidrio, el tomate frito, las
aceitunas y el papel higiénico.
Definitivamente, Kike tampoco tiene nombre de muso.
CAPÍTULO 2
«Son solo sentimientos. Se irán».
Joey Tribbiani

Álvaro

E scucho, por decimoquinta vez esta semana, las carcajadas de las chicas
de enfrente viendo otro de esos capítulos de la serie que tanto les gusta. La
verdad, estoy por poner, aunque sea, los cinco primeros minutos de uno a
ver qué la hace tan especial.
—Esas tías están majaras —pronuncia Mikel antes de darle un nuevo
sorbo a su batido directamente de él.
—No voy a negar que tienes razón, al menos en eso. Vamos a lo que nos
atañe. Estás bien jodido, hermano.
Mikel es mi hermano pequeño, siempre hemos bromeado con eso de que
uno de los dos es adoptado porque no tenemos nada en común. No
cuestiono la fidelidad de mi madre porque ella siempre ha adorado a mi
padre por encima de todas las cosas, sin embargo, este rubio de ojos azules
que tengo frente a mí me cuesta creer que saliese del mismo testículo del
que salí yo. No podríamos ser más opuestos, salvo en una cosa, en una
pequeña cosa: las mujeres. A ambos nos gusta meternos bajo las bragas de
todas ellas, solo que yo soy más cuidadoso, y Mikel es de los que no
respeta, aunque esté casada, como es el caso.
—No tenía ni la más remota idea de que había un marido de por medio
—se defiende.
—¿Acaso lo preguntaste? —inquiero.
Ya sé la respuesta, a pesar de ello, permito que sea él quien confirme mis
sospechas.
No sería la primera vez que tengo que sacarlo de algún lío. Mi madre lo
llama «ejercer de hermano mayor», yo lo llamo «ser su niñera».
—No, ¿cómo voy a preguntar eso? «Hola, ¿qué tal? Me encanta tu pelo y
me gustaría ver cómo baja por mi pecho mientras desciendes para
comerme…».
—Suficiente —lo corto, ya sabemos en qué dirección va Mikel, el pelo
de la chica y la boca de la susodicha.
—No pregunto esa clase de cosas en las citas —resuelve.
—Llamar a eso cita tiene delito.
—Escarceos —rectifica.
Asiento para confirmar que eso es mucho más exacto y preciso.
—Estás jodido.
—Me ha visto la cara y ese tío tenía unas manos del tamaño de melones.
Su mujer tenía las tetas más pequeñas —asevera.
Me descojonaría si no viese el semblante contrito de mi hermano. ¿Qué
os puedo contar? Mikel es un alma libre y ha descubierto que una cara
bonita y cuatro frases pronunciadas en el momento exacto pueden suponer
una noche de diversión. Es perspicaz e inteligente, eso no os lo voy a negar,
como tampoco negaré que no me siento orgulloso de que se comporte así,
porque no es el caso, no me malinterpretéis, no estoy de acuerdo con
depende de qué formas de actuar, lo que pasa es que soy de los que piensa
que cometiendo errores es la manera que tiene la vida de enseñarnos. Y
Mikel tiene mucho que aprender y, por supuesto, estaré a su lado para
aplaudirle cuando lo haga bien y para enfadarme cuando lo haga mal.
—Eso te pasa por meterte bajo cualquier braga. —Me pongo serio, debo
hacerlo.
—No me recrimines eso, he aprendido del mejor.
Touché .
—Tienes diecinueve años. —Sí, como lo habéis escuchado, un pequeño
desliz de mis padres que se convirtió en mi hermano pequeño y del que me
siento responsable—. Si mamá se enterase de esto, te castigaría sin postre
un mes. —Es imposible tomárselo en serio. ¿Mikel es mi debilidad?
Puede…
—Ja, ja, mira, qué chistoso es mi hermano. ¿Es cosa de adultos?
—¿La simpatía?
—La imbecilidad.
—A mis años llegarás —bromeo.
—Álvaro, de verdad, me ha visto la cara, ¿y si es un mafioso? ¿Un
contrabandista? ¿Un narco? Tipo Pablo Escobar.
—¿Te estás escuchando siquiera? Creo que Netflix te está haciendo
mucho daño. —Como a las vecinas, ay, esa vecina, lo que yo le haría…
—Es cultura general —apostilla. Otra carcajada por parte de las chicas y
mucho me temo que, cuando Mikel se marche, pondré el primer capítulo de
esa dichosa serie—. Tienen que pasárselo muy bien. —Alzo los hombros.
—Y yo que me alegro, son buenas inquilinas. Y Rodrigo me cae bien. —
Y una de ellas me pone y mucho.
—¿Y guapas? ¿Son guapas? —Ha decidido omitir al otro hermano en
cuestión. Sí, ya os he contado que lo de mi hermano con las chicas es
obsesión.
—¿Me estás haciendo esa pregunta en serio, Mikel? Puedes perder las
extremidades a manos de un narcotraficante, y ya estás pensando en bajarte
la bragueta de nuevo.
—Hablas como mamá.
—Si esperabas que te diese una palmadita, y te chocase los cinco, te
equivocaste de puerta. Podrías haber ido con uno de tus amigos y esperar a
que aplaudiesen con tu batallita, has venido a casa y te toca aguantar la
chapa.
Todos hemos pasado por esa edad, todos hemos querido ligar, vamos, yo
quiero seguir haciéndolo, no me jodas.
Mikel se incorpora y se dirige hacia la salida, enfurruñado. Le queda
mucho por aprender.
—Creo que me cambiaré el color de pelo, tal vez moreno, como tú, y
puede que me ponga lentillas de colores, me haga tatuajes como esos que
recorren tus brazos, tu pecho y, no sé…, me mude a Kazajistán por una
temporada indefinida —ironiza.
—No aguantarías allí ni cinco minutos.
—No, es probable que no —bromea—. Me gusta demasiado la comida
de mamá.
Le palmeo la espalda, y mi hermano solo me sonríe.
—Cuídate e intenta que tu chorra no te meta en más problemas. Mira la
mano por si tiene alianza y pregúntale cuál fue su última relación, si frunce
el ceño y se lo piensa demasiado, huye de ahí.
—Menudo topicazo —me suelta.
—Es probable que ese «topicazo», como tú lo llamas, te salve de este
tipo de problemas.
—Si el narco me mata, por favor, quédate con mi colección de películas.
—Y con las cartas Pokémon, ya lo sé.
Mikel me empuja porque acabo de recordarle su edad y esas cosas que
tanto le gustaban cuando tenía diez o doce años, no más.
—Empiezas a descender puestos en la escala de hermanos favoritos.
—Teniendo en cuenta que solo tienes uno… Me tengo por tu favorito —
ironizo.
—Se lo reprocharé a mamá toda la vida.
Sonrío una vez más, lo que no consiga este chico no lo consigue nadie.
—Yo también te quiero, Mikel.
Abro la puerta justo cuando la de las vecinas se abre también. Observo a
Mima y me quedo allí, plantado, siempre me pasa cuando me cruzo con
ella, es una tía de lo más rara y fascinante.
—Buenas noches —saluda.
Me observa con fijeza, no le avergüenza hacerlo, es como si estuviese
dispuesta a saltar a mi yugular en cualquier momento y mentiría si os dijese
que no me encantaría que lo hiciera.
Alejandra, por el contrario, baja la cabeza, se da la vuelta y se marcha.
Rodrigo solo me saluda. Tres hermanos y tan distintos… Como Mikel y yo.
Mi hermano se da la vuelta para abrazarme, sé lo que va a hacer y se lo
permito. No aparto los ojos de ella, que sigue apoyada en el quicio de la
puerta, con las piernas cruzadas y todo. Analizándome.
—Joder con las vecinas.
Lo empujo, Mikel se carcajea, y cierro la puerta porque no quiero que me
vea el semblante y se burle de mí.
Joder con Mima.
CAPÍTULO 3
«Oh, lo siento, ¿mi espalda ha herido tu cuchillo?».
Rachel Green
Mima

—Y a puedes entrar, ¿no te has percatado de que ha cerrado la puerta? —


Ese es Rodrigo, que sí, que ya os comenté por qué no es mi favorito y
podéis haceros una idea del motivo.
—Sabes lo mal que me caes cuando me chafas mis planes. Estaba
maquinando una escena de lo más chula. Yo, él…
—El alcohol que te vas a tomar para que eso suceda…
Me giro y le lanzo una chancla a mi hermano.
—Rodrigo, ¿no tienes nada mejor que hacer? Como, no sé…, ¿meterte
en tus asuntos? No puedes fastidiarme los planes, la trama, las escenas, los
momentos. Soy una escritora en proceso y, como tal, tengo que motivarme,
dejar que las ideas salgan a borbotones, recorran mi cuerpo y prendan la
chispa de la creatividad.
—Tampoco debes fastidiarle las ilusiones —apostilla Alejandra
mirándome y sonriendo, saliendo en mi defensa.
Si mi hermana formase parte de mi novela, cosa que aún no tengo del
todo clara, ella sería la buena, la más maja, la que mola y apoya a la
protagonista. Rodrigo sería el personaje que mataría en la primera escena,
antes de cogerle cariño y eso.
—Deberías aprender más de ella, tal vez, de esa manera, Macarena te
hiciese un poco más de caso.
¿Qué? Sé que he metido el dedo en la llaga, pero se lo merece, ¿cómo
que no? Se lo merece porque si él puede joder mis planes de futuro en los
que Álvaro y yo follaremos en todas y cada una de las superficies de su
casa, pues yo puedo meterme con lo tímido y huidizo que es y lo mucho
que le cuesta arrancar.
—A Maca le gustan los tíos seguros. —Y con pollones, lo que pasa es
que ese de ahí es mi hermano y, la verdad, para mí es como si tuviese
vagina o, mejor, no tuviese nada, fuese como el Ken o la Barbie y solo
portase una superficie plana como entrepierna. No quisiera saber ni por qué
orificio mea, ese es el nivel.
—No estamos hablando de Maca —se defiende.
—No hablamos de ella porque siempre te cierras en banda. Averiguamos
que te gusta porque te delata la mirada…
—Y vives enamorada —canturrea Alejandra.
—Eso mismo. —La señalo—. Bien llevado, hermanita. —Chocamos
puñito.
Mi hermano suspira y sé que no quiere hablar de este tema otra vez
porque ya nos ha aguantado muchas muchas veces y, al final, nuestros
consejos caen en saco roto porque no pone de su parte para que mi amiga se
fije en él.
Rodrigo se marcha y nos deja a solas. No pienso rendirme con este tema,
porque a cabezota no me gana nadie.
Si esto fuese una novela romántica, Alejandra y yo le prepararíamos una
encerrona, no sé, del tipo: dejarlos encerrados en el ascensor, encerrados en
el baño, una cita a ciegas o enviarle cartas anónimas, algo que hiciese que
se forzase un acercamiento entre los dos. La vida real es bien distinta,
porque no todas las cosas acaban bien y solo hay que ver a Alejandra y su
última relación.
—¿Crees que está bien? No hablo de físicamente… —aduce mi
hermana.
Nos tiramos ambas en el sofá y subimos las piernas a la mesilla de
centro. Me pongo seria, porque es un tema delicado. Rodrigo no lo está
pasando bien… ¡Joder! No puedes lloriquear por las esquinas, si quieres
algo, tienes que ir a por ello, ¿no? Las cosas no caen del cielo, ni siquiera en
una historia de amor, hay que pasarlo mal y aprender, luchar por lo que
queremos, y en la vida real también es así, de esa forma.
—No, dudo que Rodrigo esté en su mejor momento porque Maca es un
alma libre y, ya puestos, siento resquemor por ello. Entra y sale cuando le
da la gana. —Alejandra finge una mueca—. Sí, también se dan ese tipo de
entradas y salidas, y la envidio por ello porque ya no recuerdo cuándo fue la
última vez que me pasé por la piedra a un chico.
—Ya ves, yo ni siquiera al último porque le daba asco estar conmigo.
Debe de notar el rechazo ante sus palabras porque lo siento desde lo más
profundo de mi corazón.
—Ese tipo era un capullo integral —sentencio.
¿Recordáis el grupo ese al que os conté que pertenecía Jana? Pues el
imbécil del ex de Alejandra es el rey.
—El último y el otro y el anterior al otro…
Alzo la mano y la freno.
—No quiero que sigas por ahí porque no, Alejandra. Ahí fuera hay
alguien que te querrá tal y como eres, y le dará igual tu peso, tus estrías y
tus centímetros. De veras.
Mi hermana quiere creer mis palabras, lo que sucede es que el pasado y
lo infructuosa de sus relaciones, estables o no, tienen un peso abrumador
sobre ella y no le permiten pensar en otra cosa que no sea en lo mal que
puede salir todo.
A veces no somos conscientes del daño que hacemos con nuestros
comentarios, creemos que con un simple «deberías perder unos kilos» o
«con ese peso ningún chico se va a fijar en ti» le hacemos un favor a la otra
persona y no nos damos cuenta de que lo que hacemos es daño, un daño
gratuito, y te voy a dar un consejo, uno que daría si esto fuese una novela
romántica: métete tu opinión por donde te quepa porque nadie te la ha
pedido.
—Supongo que va siendo hora de asumir que no todos tienen su final de
cuento, ¿no crees?
Me jode, me jode y mucho que mi hermana se sienta de esa manera
porque ya os he explicado cómo es. Todos nos merecemos nuestro final de
película, encontrar la felicidad ya sea solo, en pareja o con una manada de
cabras montesas en una cabaña perdida en el bosque, los flecos los podemos
valorar en otra ocasión, si queréis, el caso es que ella se lo merece
muchísimo más, porque quiere encontrar el amor, porque cree en ese
sentimiento por encima de todo y porque se lo merece más que nadie. A las
personas buenas solo deberían sucederle cosas buenas, en fin, que la vida
también en ocasiones es una hija de la gran perra o no, tal vez solo quiera
ponernos a prueba para que aprendamos por el camino y para que, al final,
valoremos mucho más las cosas.
Todo podría ser.
—En mi novela, todo va a acabar bien. —Le guiño un ojo, y mi hermana
sonríe.
—Estoy deseando que la escribas.
—Sigo analizando la trama, necesito encontrar al muso perfecto.
Escuchamos ruido en el rellano, cruzamos una mirada y nos levantamos
como si se nos estuviesen quemando los pelillos del culo. Corremos hacia la
mirilla, y yo llego la primera.
—¡Ja! —grito—. Me la pido.
—Eres lo peor.
—Shhh —la chisto—. No quiero que se nos escuche.
Pego el ojo a la mirilla y hago lo que mejor se me da, analizar a mi
vecino.
Puede que antes, cuando nos cruzamos, fuese porque yo estaba ahí,
mirando por este pequeño agujero que me da muchas alegrías —y alguna
tristeza— y me percatase de que iba a abrir y, nada, todo muy casual, abrí
yo también por el puro placer de cruzarme con él.
Al menos, en esa ocasión, Rodrigo no dijo una sola palabra que me
dejase como una puñetera acosadora, porque eso es lo que soy, sí.
—¿Qué ves?
—Ha traído a una tía.
—¿Qué? ¿Otra? Ese chico tiene que tener el pene en carne viva. Lo saca
mucho a pasear.
Mi hermana me empuja y me golpeo contra la pared. Muevo la mano por
mi brazo.
—Eso me ha dolido.
—La de hoy es rubia.
Yo soy morena, a Álvaro le gustan las rubias, las tres últimas lo eran.
—Quizá ese tono de pelo me quedase bien.
Mi hermana me hace una peineta sin separar el ojo de la puerta.
La empujo y vuelvo a ponerme en mi lugar.
—Dais pena —rezonga Rodrigo, que pasa por allí. Sí, sí, suelta eso, no
obstante, se acerca como quien no quiere la cosa y le pregunta a Alejandra
por la conquista de hoy.
Todo esto tiene una explicación lógica. Verás: Álvaro está muy bueno —
silencio largo, espera, aguarda, un poco más—. Sí, ese es mi único
argumento.
Si esta fuese mi novela romántica, no una cualquiera, la mía, este chico
estaría empotrándome a mí sin siquiera entrar en casa, ahí mismo, en el
rellano, pero resulta que no, que es una rubia siesa la que ocupa mi lugar.
Me separo de la puerta y doy un par de pasos atrás. Rodrigo, ese que
acaba de pronunciar con inquina que damos pena, ocupa mi lugar y analiza
a la chica.
—Pues sí que está buena, sí, ahora bien, lo siento, no es Maca.
Se aparta y le cede el espacio a Alejandra, que no tarda ni dos segundos
en ocuparlo.
—¿Veis? Esa chica no soy yo. Es delgada, esbelta, piernas largas y
pechos normales, de esos que caben en la mano.
Se analiza, y yo sigo ahí parada porque las ideas llegan solas.
—¡Ya lo tengo! —grito.
Alejandra abre la boca, y Rodrigo se tapa los ojos.
—La vas a liar, ¿verdad? —me pregunta, es tímido, pero intuitivo, y sabe
que todo lo que sale de mi cabeza es una locura.
—Álvaro será mi muso.
Mis hermanos abren la boca, la cierran, la abren y se carcajean al
unísono.
—Ya, claro. Mima, Álvaro no se va a fijar en una chica como tú.
Rodrigo es gilipollas. No va a aparecer en la novela ni siquiera para
darme el gusto de cargármelo, os lo advierto desde ya.
—Di que sí, hermanita, lo vas a tener comiendo de tu mano.
Rodrigo se descojona literalmente de mí.
—Por favor, ¿tú te has visto?
—¿Me estás llamando fea en mi jeta? —Doy unos pasos hacia él, y
retrocede.
—No, fea no, loca. ¡Locaaa! —grita y sale corriendo.
Me descalzo mientras Alejandra ocupa de nuevo la mirilla.
—Se están besando.
Pronto me besará a mí, que lo sepáis.
—Corre, corre, porque cuando te pille te haré papilla —le advierto.
—Han cerrado la puerta.
Pronto cerrará la puerta conmigo dentro.
Y hago eso que he prometido; intentar cargarme a mi hermano, total, en
las novelas románticas no siempre son necesarios.
CAPÍTULO 4
«Bienvenido al mundo real. Es una mierda. Te va a encantar».
Monica Geller
Mima

—A sí que esa es la idea.


Maca me observa medio escondida tras su taza inmensa de café después
de haberle contado que mi plan, en el camino de ser una escritora de éxito,
pasa por conquistar a Álvaro, vivir una intensa y arrolladora historia de
amor, aderezarla con mucho sexo, a ser posible, muy sucio y perverso, y
luego cada uno por su lado porque el compromiso ya sabemos que no está
hecho para él.
A las pruebas me remito, me costó conciliar el sueño porque solo
escuchaba «ah», «oh, sí» y «más fuerte» a través de la pared de mi
habitación.
Voy a tener que presentar una reclamación y de las serias porque las
paredes son de papel y, con esa música de fondo, como que es muy jodido
dormirse y no dejar volar la imaginación, claro.
—A riesgo de que me mates, porque no quiero que eso suceda, ya sabes.
—Me guiña un ojo con gracia, su semblante no me mola en absoluto—.
¿Cómo vas a conseguir que Álvaro se fije en ti?
—Mi hermano me ha soltado algo muy similar, ¿te has dado cuenta de lo
mucho que tenéis en común?
Maca pasa de mi comentario e insiste.
—Eso es que no tienes ni puta idea, ¿verdad?
—Los detalles no los tengo claros. Lo haré de tal forma que en un par de
semanas simplemente desapareceré. Será rápido y sencillo. Material para mi
novela, material del bueno, luego lo plasmaré y cuando ya lo tenga todo
cerrado y las notas apuntadas, ya sabes; escenas de sexo, tamaño, gemidos,
ruiditos que se hacen en el dormitorio, qué le gusta desayunar, almorzar y
cenar, que espero que sea yo… —Contoneo mi culito, y Maca me da una
cachetada en él—. Tras eso, actuaré como si nada pasase y como si él fuese
mi casero, y yo, su inquilina. Solo eso. Todo controlado.
Maca bebe de nuevo, y yo me muerdo las uñas porque ya este plan se lo
expuse a Alejandra antes de que se fuese a trabajar, y me dio su bendición,
literal, hizo una cruz en el aire y todo. A Rodrigo no se lo pienso contar
porque me lo echará abajo, él que haga la cola en la firma de novelas y, con
suerte, le pondré una dedicatoria más currada que al resto.
Pensadlo, cuando tenga que dedicar tres millones de libros, no recordaré
ni cómo me llamo. Joder, quiero que eso pase, de veras, que se me caiga la
muñeca dedicando. Ainss, qué bien planeado tengo todo.
— A priori , me mola tu idea.
—¡Sí! —grito, salto y perreo, todo en una. Si es que se puede ser muchas
cosas, ya os lo digo yo.
—Eso sí, lo complicado es que nuestro casero se fije en ti porque siento
ser yo la que te dé una dosis de realidad, pero en todo este tiempo no te ha
dicho nada, ni una propuesta erótico-festiva.
—Eso es porque sabe que no estoy a su alcance, Maca, por favor,
mírame. Si estoy más buena que la pizza del tío ese con el que me querías
liar.
—Edmundo es buen tío. Anoche le hablé de ti.
—¿Edmundo? ¿Se llama Edmundo? Lo siento, no tiene nombre de
empotrador, tampoco de sex-symbol ni de poseer las cualidades necesarias
para que una visita al dormitorio sea memorable. Álvaro, él sí las posee.
¿Tú lo has visto bien? —le pregunto.
Os digo ya que a Maca le gustaría verlo tan bien como lo voy a ver yo.
Vamos y tanto que sí.
—Algo intuyo.
—Mejor, luego, cuando leas mi novela, sabrás a ciencia cierta todos y
cada uno de los detalles. Seguro que esos tatuajes le recorren el cuerpo
entero, el pecho, la espalda, no sé, ¿los tendrá también en el miembro? —
inquiero.
Me lo imagino y me pongo mala.
—No lo sé, supongo que, teniendo en cuenta tu plan, me lo contarás.
—No, no pienso hacerlo, tendrás que leerlo para averiguarlo —sentencio
—. Ya sabes, un libro vendido es un libro cobrado.
A esto lo llamo yo estrategia de ventas. En eso también tengo que pensar.
Aunque siendo honestas, con semejante muso, el libro se venderá solo, eso
os lo garantizo.
—En fin, tengo que ir a trabajar. No tengo el día libre como algunas, y
Kike me ha pedido que suba a firmar la nómina.
—Ya sabemos lo que quiere Kike.
—Lo sabemos y, si se porta bien, tal vez se lo dé.
—Es poco profesional por tu parte tirarte al jefe.
—No es el jefe, es el encargado.
—Ese cliché me gusta, lo apuntaré para mi siguiente best seller . Jefe-
empleada, fornicio en la oficina, sobre la mesa, tirando todos los papeles al
suelo. —Empujo a Maca hacia la puerta porque necesito apuntar estas ideas
a la de ya, no se sabe en lo que puede acabar todo eso.
—Estás fatal de lo tuyo.
—Le dice la sartén al cazo.
Total, que el destino tiene que quererme poco porque, vaya, tenía que
encontrarme con mi muso justo cuando estoy en pijama y no con uno
cualquiera, con el más feo y espantoso, pero jodidamente cómodo que
tengo. Ya veis, los astros no se alinean para la menda.
—Buenos días —saluda Maca sonriendo.
Maca, mira que te rajo, ¿ehh?, no te acerques a mi chico porque te crujo
y en la novela acabarás compartiendo nicho con Rodrigo, ojo a eso.
Me mira como si entendiese lo que pienso y se aparta.
—Buenos días, chicas.
Es ahora o nunca, maja.
—Oye, Álvaro, que resulta que necesito verte luego para que me enseñes
una cosa. —Por ejemplo, tu cimbrel—. Es importante. —Lo del cimbrel lo
es, sin duda alguna, porque ocupará páginas y páginas de mi historia y,
claro, eso hace que las lectoras se enamoren de él, de todo él, ya me
entendéis.
—¿Qué cosa?
—Eso, eso, Mima, ¿qué cosa?
Le dedico a mi amiga una mirada chunga. Chunga de la muerte.
—¿Tú no tienes que ir a trabajar? Kike te está esperando para que firmes
la nómina —le recuerdo.
Álvaro parece pillar la referencia. ¿Veis? Es el muso perfecto porque,
además de guapo, alto, mentón cuadrado y tatuado, es inteligente y
avispado.
No podría haber hecho una mejor elección.
El resto de cualidades ya, si eso, mejor cuando las descubra yo, ¿no?
Maca baja el piso que nos separa canturreando, al más puro estilo
peliculera, si supiese silbar, fijo que lo haría, pero es tan lerda como yo con
esas cosas.
—¿En qué necesitas que te ayude, Mima?
Ufff, también posee la voz. ¡LA VOZ! Así, en mayúsculas, negrita,
cursiva, y lo que os parezca para hacer hincapié en esta parte.
Si me susurra algo al oído, no necesito que me meta ni miedo, me
correría así, solo así. También hay que tener en cuenta que llevo mucho a
palo seco y bueno, pues, tal vez, hasta si Edmundo me susurrase, lo
conseguiría. No pongo la mano en el fuego por nada en este momento.
—Pues… en una cosa, luego te lo explico.
Nota mental: pensar en una excusa que pueda utilizar. Quizá en esto sí
que me pueda ayudar Rodrigo porque es un tío y seguro que sabe cosas de
tío que pueda preguntar a otro tío.
—Está bien, así aprovecho. —¿Aprovecha? ¿Se aprovecha de mí? Ay,
por Diosito, claro que sí—. Y me explicas esa serie que tanta gracia os
hace. Os escucho reír desde el salón de casa.
Y yo a ti gemir, chato.
—¿Hablas de Friends ?
Alza los hombros. Eso es sexi, muy sexi. Tiene todas las cualidades del
muso perfecto.
Me falta aspirar su olor. En las novelas románticas se habla de olores
masculinos, no sé; sándalo, jazmín, cítricos, bergamota, cuero, y esas cosas
que lo hacen más hombre.
A mí, personalmente, lo que me gusta es su propio olor natural, no, no
me seáis cochinas, no hablo del sudor ni esas cosas asquerosas, tampoco de
los pedos. En mi novela no habrá nada de eso, hablo de ese olor que
caracteriza a la persona, sin añadidos.
—No tengo ni idea de cómo se llama la serie, anoche estuve buscándola,
porque Alejandra y tú os reís mucho, no pude dar con ella.
Ohh, qué mono es. Buscando la serie para conquistarme, si es que ya me
tiene en el bote. Soy una chica fácil, un par de semanas con Álvaro y tendré
todo lo que necesito para convertir mi novela en algo maravilloso.
—Luego te la busco. —Bajo la vista hacia esa parte, justo esa parte. Ahí
no va a haber que buscar mucho—. Y te la enseño.
—Y yo te explico. —Me guiña un ojo como si hubiese entendido el
juego de palabras.
Mamma mia , este hombre es un muso perfecto.
Cinco millones de ejemplares en tres, dos, uno…
CAPÍTULO 5
«Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que todos tenemos
problemas familiares, de trabajo y/o estamos enfermos».
Chandler Bing
Álvaro
H e quedado con Gonzalo hace diez minutos en la cafetería del edificio.
Sigo dándole vueltas a esa extraña petición que me ha hecho Mima y, claro,
¿cómo iba a resistirme a ayudarla con lo que quiera que sea que necesita
ayuda? La curiosidad mató al gato y, bueno, digamos que yo soy de lo más
curioso.
—Has llegado antes que yo, cosa extraña en ti —masculla Gonzalo
cuando toma asiento en la silla que hay frente a mí.
—Ya ves, hoy no tenía mucho trabajo —sentencio.
Y no es mentira, un par de sesiones de fotos. Nada importante.
Soy fotógrafo en una revista de moda. Me gusta mi profesión y ya sabéis
lo que pasa cuando trabajas en algo que te fascina; deja de ser trabajo. Así
que, sí, podría decirse que soy feliz con lo que hago y me siento pleno por
ello. No todos los artistas tienen la oportunidad de vivir de esto. Gonzalo,
por el contrario, es de números, lleva parte de las cuentas de la empresa y es
de esos matemáticos que se te pasan por la mente cuando piensas en uno,
cuadriculado en todo, organizado y metódico hasta los extremos. Imaginaos
el nivel, que está colocando los cubiertos de forma que estén alineados con
los vasos. Pronto se pondrá con el plato…
—¿Contento? —le pregunto cuando veo que, por el momento, ha
acabado.
—Podría decirse que sí —sentencia sonriendo.
Se coloca bien las gafas de pasta y alza la mano para indicarle a la
camarera que ya está listo.
—¿Novedades en la búsqueda de la mujer perfecta? —indago.
Gonzalo es un romántico empedernido, es de esos que creen que se vive
mejor en pareja, que no ha tenido una cita con la chica en cuestión y que ya
planea la siguiente. Cree fervientemente en el amor.
—Otra cita desastrosa, y yo que había comprado unas entradas para un
paseo en barco.
Chasqueo la lengua con desaprobación.
—No deberías adelantar acontecimientos. —Me tiende el teléfono, y
echo un vistazo a la pantalla—. Muy bonito fondo de pantalla, no me van
mucho los colibrís, soy más de palomas. —Me carcajeo.
—Eres un tío raro —añade.
—Ya, que digas tú eso, tiene delito. —No por nada, sino por la cantidad
de cosas que colecciona; monedas viejas y sellos, cosas de ese estilo.
Gonzalo es un poco friki, sí, pero me encanta que no le asuste serlo y que se
muestre tal y como es. Es de esos tíos a los que se la suda no encajar en un
sitio. No se preocupa por caerle bien a los demás o por agradar, si lo hace,
guay, y, si no, a otra cosa, mariposa. Menos con las mujeres, ahí sí que se
inquieta.
Desbloquea el móvil y me lo tiende otra vez.
—Lo traía preparado —añade señalando la pantalla con la cabeza.
Frente a mí veo un chat de mensajería instantánea con varios mensajes
que no me molan en absoluto.
—¿Qué es esto?
—Lee, desde el principio —me pide.
La conversación arranca con la chica en cuestión dando bastantes
excusas para no quedar con él, Gonzalo cambia la fecha, intenta adaptarla,
no pilla desde el primer momento que lo que ella pretende es cancelar la
cita sin hacerlo de forma directa.
Voy a tener que darle otros consejos, bien distintos a los que uso con
Mikel, para que pille las cosas antes y estas cosas no desemboquen en algo
que no tenga arreglo.
—Te estaba diciendo que no desde el principio.
—Lo sé. Quiero decir… —cavila—, ahora lo sé, sobre todo porque al
final me llama «friki de los cojones».
Frunce el ceño. Le tiendo el teléfono. No me parece merecido ni
justificado.
—Creo que deberías quedar con chicas sin presionarte.
—¿Sin presionarme? —Suelta una risa ahogada, una risa falsa y carente
de emociones, al menos, de las emociones que a Gonzalo le gustan, ya
sabéis, felicidad y esas cosas.
—Sí, sin ponerte una meta en plan: «Esta chica es la mujer de mi vida,
me casaré con ella dentro de tres meses, dos días y cincuenta y cinco
minutos».
—Te faltan los segundos.
Gonzalo también sabe exasperarme, como Mikel, lo que pasa es que cada
uno a su manera.
—Me has entendido.
Desvía la mirada hacia el plato y lo nivela. Os vaticiné que esto
sucedería. Mucho había tardado.
—Lo que debo hacer es dejar de buscar tías con las que salir porque está
más que claro que ahí fuera no hay nadie para mí. No todos tenemos
nuestro final feliz. Tal vez —medita unos segundos—, tal vez lo que
necesite sea algo como lo que tienes tú, sexo sin compromiso, a las tías no
les gusta casarse, no creen en el amor, solo en una conexión carnal y punto.
Suspiro.
—Ni tanto ni tan calvo, Gonza.
La camarera llega en ese instante. Se llama Esther y es la mar de maja.
La observo, nunca se me ha dado bien eso de hacer de casamentero porque
creo que esas cosas dependen del destino y de uno mismo, y lo que está
para ti lo está hagas lo que hagas. No, no pienso que Esther sea el tipo de
Gonza, y tampoco me da la sensación de que a él le guste nada que la chica
con la que le concertaría una cita esté tocándole el brazo sin disimulo
alguno a su amigo, justo cómo está haciendo conmigo en este momento.
No, definitivamente no.
Y Gonzalo se da cuenta de ello porque clava sus ojos en la mano y
mueve la cabeza para que entienda que eso que acaba de soltarme sobre mi
forma de llevar las relaciones, o lo que quiera que sea que tengo, es justo
esto.
No formulo comentario alguno sobre lo inapropiado que me resulta que
Esther vaya directa a la yugular, al fin y al cabo, yo también soy de esos,
menos en el curro, ahí sí que no, respeto máximo, y mirad que veo tías
medio en bolas, pero… es mi trabajo, soy un profesional, y no se me
ocurriría plantearme siquiera meter las manos bajo esa braga.
Donde tengas la olla, no metas la polla.
Más claro, el agua.
—¿Entiendes a lo que me refiero? —me indica Gonzalo cuando Esther
ya se ha marchado.
—Entiendo a lo que te refieres —razono—, sin embargo, ¿crees que
serías tú si te comportases de esta forma?
Mi amigo chasquea la lengua y desvía la vista, vuelve a centrarse en las
piezas de porcelana, aluminio y en el vaso.
—No —lo pronuncia con la boca pequeña, ahora está ofuscado y eso, a
menudo, nos pasa a todos; que queremos que las cosas sucedan y lo hagan
ya.
Que la cita perfecta sea ya.
Que la chica ideal aparezca ya.
Que la comida esté en su punto ya.
Que encontremos el trabajo de nuestras vidas ya.
Que nuestra cuenta de ahorros crezca ya.
Y alguien muy sabio dijo una vez que hay que besar a muchos sapos
antes de encontrar al príncipe azul, y no, no es que me esté planteando besar
a Gonza, líbreme Dios de eso, es que, primero que nada, dudo que haya
algo definitivo y que sea para toda la vida. Más allá de esa premisa, lo que
de verdad pienso es que hay que equivocarse mucho para valorar lo que
encontremos y que nos haga felices.
—Sé que lo que te voy a soltar suena a discurso manido y que tu madre
te lo habrá repetido hasta la saciedad… —Porque sí, Sonia es de esas
mujeres que están pendientes de sus hijos y que no se meten en la vida de
ellos, están ahí, para acompañar y para darte un collejón cuando la cagas y
te lo mereces. Más de uno me ha dado a mí, y eso que, como ella misma
dice, no soy sangre de su sangre, pero me los he merecido. No sé si llevarle
a Mikel, lo mismo del sopapo que le da le rueda la cabeza escaleras abajo
—. Las cosas van a suceder cuando tengan que hacerlo y no cuando tú
quieras que pasen. La vida es así, colega —razono.
—La vida en ocasiones es muy perra.
Muevo la cabeza, tiene razón y se la doy con el gesto.
Esther llega en ese instante y coloca frente a nosotros dos cruasanes
rellenos de ensalada. Gonzalo se apresura a colocar el plato, y Esther,
mientras, mete en mi bolsillo un papel.
—Espero que esta vez no lo pierdas —susurra.
Mi amigo alza la vista y se percata de la escena.
—Cabrón con suerte —farfulla antes de cortar su desayuno.
—Si quieres, te lo cedo.
—Gracias, prefiero no ser el segundo plato de nadie. O el tercero. O el
postre.
Me carcajeo y doy buena cuenta de mi cruasán.
¿Qué estará haciendo Mima en este momento?
CAPÍTULO 6
«Soy pacifista. Pero, cuando llegue la revolución, os destruiré a
todos».
Phoebe Buffay

Mima

¡¿Q ué estoy haciendo?! ¡¿Que qué estoy haciendo?! Pues lo normal que
haría cualquier persona con expectativas: depilarme las piernas, la sobaca
y el toto, porque no sé si esta tarde…, por cualquier cosa que pueda suceder,
por si, llamémoslo «casualidad del destino», mi casero —toma cliché, os
mola, ¿ehh?— decidiese desnudarme —no seré yo la que se oponga a esto
porque en una novela romántica con escenas eróticas puede haber sexo en
cualquier momento de la misma, el prólogo es válido también—, una tiene
que estar preparada. Limpia, rasurada y con la piel hidratada.
—Mima, abre de una jodida vez o me meo en tu cama.
—¡No se puede! —grito. Rodrigo bufa de forma exagerada—. Estoy
preparándome para mi cita, y deberías estar feliz porque vas a tener un
cuñado la mar de cojonudo. —Al menos por tres o cuatro semanas, el
tiempo que necesite para documentarme. Solo espero que no se vuelva
adicto a mí porque tendríamos un problema. Él tendría un problema, aunque
bien es cierto que no caer rendido a mis pies es tarea ardua.
—¿Qué? —inquiere.
Me molesto en abrir la puerta porque mi hermano vive bajo el mismo
techo que yo y tengo la intención de que, a partir de hoy, Álvaro visite
mucho este piso.
Le sorprende la fuerza con la que lo hago, incluso da un paso hacia atrás.
—He tomado una decisión; me voy a sacrificar por mi futuro estrellato.
Tengo la intención de trincharme a Álvaro, y tú —digo al mismo tiempo
que lo señalo— tendrás que comprarte unos tapones porque voy a gemir
muy alto.
Los gemidos y jadeos serán proporcionales a las embestidas que reciba,
que, dicho sea de paso, van a ser muchas.
—¿Te has golpeado la cabeza o qué?
Salgo con una pierna depilada y la otra, que bien podría pertenecer al
Demonio de Tasmania o a un bigfoot , lo que os plazca. Mi hermano me
observa de hito en hito, de veras que piensa que he perdido la cabeza. Baja
la vista, analiza mi atuendo y sigue descendiendo. Álvaro tiene que mirarme
de otra manera porque esto, lo que Rodrigo muestra, es asco. Y no
queremos asco en una novela romántica, eso mejor para un thriller , por las
vísceras y tal.
—No me he dado ningún golpe, he decidido que Álvaro será mi muso,
que voy a pasar tiempo con él, analizaré su comportamiento, tendremos
muchas escenas de sexo desenfrenado y, tras eso, pediré una baja de unas
semanas, porque estos que ves aquí —añado y muevo los dedos frente a él
— volarán muy rápido por el teclado, y escribiré mi novela romántica,
rectifico, «mi exitosa novela romántica».
—Tu exitosa novela romántica. —Ea, que quiere morir en el prólogo el
chico este.
—Así no me animas una mierda, Rodri. —Tiro de apelativos cariñosos
porque con Alejandra funcionan, aunque con ella sirve cualquier cosa
porque nunca me niega nada, se lanza al vacío antes que yo y grita desde
abajo que está duro, que duele y que vale la pena.
Sí, esa es mi hermana. Debería ser la protagonista de mi libro, pero,
vamos, no pienso dejar que sea ella la que folle hasta no poder más, ese lujo
lo reservo en exclusiva para mí y más con el tatuado de mi vecino. Ay, por
favor, si es que visualizo las escenas y solo pienso en sentarme a escribir.
«No, Mima, tienes que investigar y documentarte». En eso está la gracia
y, cuando me pregunten en las cientos de entrevistas que haga cuál ha sido
el motivo de mi inspiración…, diré que las musas me acompañaron en el
trabajo. No mencionaré que Álvaro es el hombre de mi libro, porque eso
será solo entre él y yo. Un acuerdo tácito que tendremos, una investigación
privada en la que saldremos ganando los dos. O yo más, porque me forraré
y viviré a cuerpo de rey.
—Alguien debe ponerte los pies en la tierra, no sé, a veces me pregunto
de dónde saliste. Estoy casi convencido de que papá y mamá te recogieron
en el contendor de la basura.
Uy, lo que ha dicho…
—Serás… —Maldita sea, no tengo chancla que tirarle.
—Pienso mear en tu cama —me provoca encerrándose en mi habitación.
—Y te dormirás, y cortaré tu hermosa cabellera. —Doy golpes en mi
propia puerta, a lo que he llegado—. O, mejor aún, le contaré a Maca lo que
sientes por ella desde que los primeros humanos habitaban el planeta.
—No serás capaz. —Mi hermano abre la puerta, y me lanzo sobre él.
Me tira sobre la cama, y empiezo a hacerle cosquillas. Rodrigo hace lo
mismo conmigo. Sus manos son más grandes y juega con ventaja.
La puerta se abre, y escucho a Alejandra saludar. Ella me ayudará, y
juntas venceremos.
—¿Dónde estáis? —Así no me ayuda, no.
—Asesinando a tu hermano.
—¿Estás presentable? —grita.
Rememoro mi pierna peluda.
—¡No! —Alzo más la voz, Rodrigo aprovecha para hacerme más
cosquillas. Me carcajeo.
—Me he encontrado a Álvaro, voy a enseñarle una cosa.
Doy un salto, y Rodrigo se queda con las manos a medio camino, parece
un monguer así, porque es como si se hubiese quedado congelado con las
manos medio estiradas y los dedos engarrotados. Si tiene los piños por
fuera, sacaré una foto y la subiré a mis stories de Instagram por joderlo.
—Ni se te ocurra mencionar nada de esto que acaba de suceder.
Corro por el pasillo como si me fuese la vida en ello y me meto en el
baño de nuevo.
Esto, desde luego, no puede pasar en una novela romántica. El chico
siempre tiene que encontrar a la chica guapa y radiante, no con las piernas
peludas y a medio vestir.
—¿Quieres una podadora? —Tus muelas es lo que quiero.
—Calla y mea en una botella de plástico —farfullo.
Total, que no sé el tiempo que pasa hasta que estoy medianamente
presentable, solo sé que escucho las risas desde el salón y de inmediato sé
que esto también estaría guay que formase parte de mi historia.
Un grupo de amigos que se llevan que te cagas de bien, como en
Friends . Toma que toma, mi trama va tomando forma. Lo veo, ¿ehh?, y me
veo millonaria. Tendréis que besar el suelo por el que pise, no os digo más.
En el salón, sobre un taburete y de forma natural y despreocupada, se
encuentra Álvaro, mi muso y el chico de nuestros lascivos sueños.
Se ha quitado la chaqueta y deja a la vista sus tatuajes. De veras, esto no
es sano, imaginaos la de infartos vaginales que va a provocar mi historia.
Todas con el chichi cortocircuitado. Correremos el riesgo porque vale la
pena.
Álvaro, a partir de este momento «el hombre de nuestras fantasías»,
clava sus ojos en mí, y yo siento como si me derritiese mientras me
aproximo. Soy como un cubito de hielo que se acerca más y más al sol. Tal
que así.
—Mima —me saluda.
En mi mente es «nena» lo que pronuncia, ¿acaso no es eso lo que se
utiliza en las novelas románticas? Pues, ea, adjudicado.
—Álvaro…
Si esto fuese una novela romántica, ahora él me daría un repaso
exhaustivo, se levantaría, se acercaría, me colocaría un mechón de pelo tras
la oreja y me susurraría al oído que se muere por comerme toda la boca. Y
yo le provocaría para que lo hiciese, vamos, sería estúpida si no lo hiciese.
Lamentablemente, no es eso le que sucede. Álvaro vuelve a fijar la vista
en mis hermanos como si no estuviese presente.
Me giro y me coloco las tetas bien dentro del sujetador. Mi madre dice
que tiran más dos tetas que dos carretas, pues nada, que hay que poner en
práctica el consejo.
—Y bien, ¿nos vamos?
Mi casero alza una ceja y me mira el escote. Pues va a tener razón mi
madre, sí.
—¿Irnos? ¿A dónde?
Al infinito y más allá.
—Pues a tu casa. —Donde haremos maldades juntos.
Parece dudar, me da otro repaso. Vamos por buen camino, majo, sigue
así.
—¿Lo que tienes que enseñarme está en mi piso?
Lo que «tú» tienes que enseñarme está en tu cuerpo.
Solo asiento, necesito intimidad para, no sé, conquistarlo, y aquí, con mis
hermanos, va a ser imposible porque son como un grano en el culo. Bueno,
Alejandra no, ella es todo amor y cerraría el pico; en cambio, Rodrigo, haría
preguntas, carraspearía o soltaría algún comentario absurdo sobre lo que
sea, y empezaríamos una pelea porque otra cosa no, pero enfadarnos se nos
da de lujo, solo hay que tener en cuenta la escenita de antes con cosquillas y
todo.
Parece que lo he convencido porque se levanta y me cede el paso. Me
contoneo, mucho, para que vea que mis caderas son lo más, y él se
sorprende. No lo demuestra, lo imagino, porque eso es lo que hacen los
hombres de las novelas, ¿no?
Antes de salir me giro y observo a mis hermanos. Rodrigo pone los ojos
en blanco, Alejandra sonríe y me enseña el pulgar.
—No me esperéis despiertos, niños.
CAPÍTULO 7
«¡Soy el armadillo de las vacaciones!».
Ross Geller
Mima

P unto número uno: entrar en la casa de tu muso debe de ser la fantasía de


toda escritora, y yo, ¡yo!, he tenido el verdadero lujo de hacerlo. Solo que
Álvaro no sabe que es mi muso ni conoce mis planes.
Punto número dos: si me sigue mirando así, me saltaré el protocolo del
primer minuto, porque el de la primera cita es un tópico de mierda. Cero
sexo en la primera cita… ¡Buuuhhhh! Abucheo máximo aquí, por favor.
Total, que no tengo nada planeado, como la protagonista de mi novela,
que hará las cosas de forma natural, y él se enamorará de ella por ser justo
de esa manera: sencilla y casual.
—La verdad es que tengo que reconocer que me sorprendió tu petición
de esta mañana, Mima.
«Mima, eres la mujer de mi vida».
«Mima, daría lo que fuese por entregarme al fornicio contigo».
«Mima, eres todo lo que he buscado en una mujer».
«Mima, así, chúpamela así».
—Emmm, ¿decías?
Álvaro alza una ceja, a mí me tiembla hasta la raya del pelo. ¿Se puede
ser más guapo?
Me tiro en el sofá con aires sexis y provocativos. Apoyo los brazos,
cruzo las piernas, aprieto el culo, lo muevo para dejar un poco las nalgas
por fuera y bato las pestañas como si me hubiese entrado algo en el ojo.
Álvaro está flipando, conmigo, claro. «Soy el amor de tu vida, majo, solo
que todavía no lo sabes. Verás la sorpresa que te vas a llevar cuando lo
descubras».
—¿Qué es eso que tengo que explicarte?
«¿Cómo se hacen los bebés?».
«¿Cómo te pueden quedar tan bien los tatuajes?».
«¿Cómo es que no me has pedido matrimonio aún?».
Mierda, si dije que le iba a preguntar a Rodrigo y luego, claro, me busca
las cosquillas y no me acordé de ese pequeño detalle. Observo todo a mi
alrededor y… ¡Tachán!
Me muevo con cadencia, como una pantera, como una gacela, como un
armadillo, como lo que sea, la selva completa si es necesario. Aghrrr.
Lo primero que pillo es el mando del televisor. Esto tiene que servir.
—El de mi casa no funciona y necesito que me expliques el motivo de
ello —lanzo sin pensar demasiado en la tontería que he largado por mi
boquita de piñón.
El semblante de Álvaro no muestra nada, es como si fuese de roca. De
roca tallada, eso es lo que es ese hombre.
—El mando del televisor funcionaba perfectamente ahora, Alejandra lo
utilizó frente a mí.
Maldita Alejandra, no pienso buscarte churri en mi libro. Una panda de
gatos como mucho.
—El de mi habitación —rectifico. Tanto para mí y para mi ingenio.
—¿Tienes un televisor en tu habitación?
Lo que me gustaría de verdad tener en mi habitación es a ti.
—Exacto —miento.
Álvaro se aproxima, y cierro los ojos, eso pasa en todas las novelas, ¿no?
Ante la cercanía del protagonista cerramos los ojos para aspirar el olor de la
otra persona.
Álvaro huele bien, huele a Álvaro, como siempre ha olido. Mientras no
huela a choto, la cosa evoluciona de manera favorable.
—¿Has probado a cambiarle las pilas? Mira, se hace así.
Toma asiento a mi lado, y me quedo patidifusa y obnubilada, porque…,
porque me atrevo a decir que jamás lo he sentido tan cerca como en este
preciso momento y me pone, aunque eso no es ninguna novedad. Si hasta
estuve valorando la opción de Edmundo, por favor. Estoy al borde de caer
rendida ante cualquiera.
«Mantente firme, Álvaro es el muso, no lo cambies por nada en el
mundo, Emilia, tenemos un plan y hay que seguirlo al pie de la letra».
—Explícame todo lo que quieras —le pido.
Mi casero me observa, baja la vista hacia mi escote y luego me mira los
labios.
Bien, es buena señal, eso es que, al menos, hay algo ahí, un poco de
atracción. Muevo mi cuerpo y me rozo contra él. No parece disgustado, no
huye ni se mueve, se queda ahí parado, expectante.
Solo hay dos opciones: o le gusto o está acojonado.
—Tienes que quitar la tapa, extraer las pilas… —Lo hace—.
Reemplazarlas por unas nuevas… —Coloca las mismas porque su mando sí
funciona, yo no aparto los ojos de sus dedos, tiene unas falanges gordas y
largas, ufff, madre mía—. Y volver a ponerlas.
Bien, en mi novela, la escena será la siguiente:

—Tienes que quitar la tapa. —Me coge la mano y la lleva a su polla—.


Extraes las pilas. —La mueve de la base a la punta—. Reemplazarlas por
unas nuevas. —Aprieta su miembro, que está duro como una roca—. Y
volver a ponerlas.
Me aparta las manos, por eso de que me ha puesto la miel en los labios y
me ha dejado con ganas de más.

—¿Lo has entendido? —Todo, lo he entendido todo—. Estás un poco


colorada, ¿te encuentras bien?
¿Bien? Mejor que bien.
—Sí, sí, estoy perfectamente, no te preocupes.
—Te traeré un poco de agua.
Mejor algo más fuertito, majo.
Me incorporo, compruebo que mis bragas no se han volatilizado y
aprovecho su ausencia para ojear el espacio a placer. Placer como el que él
me va a proporcionar, claro.
En una de las paredes del fondo tiene un montón de fotografías de esas
Polaroid. Intuyo que son momentos con su familia y amigos, y me visualizo
ahí. Espero que deje algún que otro hueco para poner las que nos sacaremos
en la cama, después de practicar sexo, o en un paseo por la playa o con las
luces navideñas, eso siempre queda bien.
—Es mi hermano pequeño —susurra cuando se coloca a mi lado. Apenas
lo he escuchado llegar—. Mikel está como una regadera, te caería bien.
Uhh, estoy entrando en la familia, y él no lo sabe.
—¿Y eso?
—Digamos que os parecéis bastante.
—Es decir, que crees que estoy medio loca.
La comisura de sus labios se alza y solo sonríe. No sé si es una sonrisa de
novela, ahora bien, de película os garantizo que sí.
Esto mejora por momentos.
—Y este es Gonzalo, mi mejor amigo, no está pasando por una buena
época.
Vale, en las novelas románticas, la protagonista tiene que aprovechar que
el chico se abre a ella para indagar, para hacerlo sentir especial, para
preocuparse por su vida.
—¿Y eso por qué? —averiguo.
A ver, que lo hago un poco por la novela y otro poco porque soy curiosa
por naturaleza y mentiría si negase que me gustaría saberlo todo de Álvaro.
—Fracasos amorosos, chascos sentimentales y muchas citas que no
acaban en lo que él quiere que acaben.
—¿Y es?
—Una relación seria y estable.
Ding, ding, ding, ding. ¿Habéis escuchado lo que me ha contado? ¿A
quién os recuerda?
—¿Qué clase de chico es Gonzalo?
Observo la fotografía para ver si me parece un cabrón con piernas porque
la verdad es que todo puede pasar. Aunque nunca debes fiarte de las
apariencias, eso es así, porque el último novio de mi hermana parecía buen
tío y era un pedazo de cerdo que flipas. En fin, que hay de todo.
—Es un buen hombre, de veras. Ya quisiera ser yo tan bueno como lo es
él.
Vaya, vaya, mi muso es un poco malote. Me vale. Me gusta. Eso tengo
que apuntarlo. Mucha información y toda muy válida.
—A mí me pasa con mi hermana, es muy buena chica, pero tiene muy
mala suerte en el amor.
—Eso es justo lo que le pasa a Gonzalo.
Gonzalo, Alejandra. De una pareja sale otra pareja. Esto es una puta
locura de información y de la buena. Fijaos lo que da de sí una visita al piso
de tu casero.
«Emilia Soler Quintana, este es el momento perfecto».
Me giro, alzo la pierna y cierro los ojos. Aguardo a que Álvaro entienda
lo que busco. Abro un ojo, bizqueo, y él solo me observa suspicaz.
—Tu vaso de agua.
¿Qué agua ni qué niño muerto?
Abro los ojos, bajo la pierna y me arrimo.
—No tengo ese tipo de sed.
—Ah, ¿no?
Y decidme que esto no es muy típico en las novelas románticas, porque
justo cuando voy a soltarle que lo que de verdad tengo es hambre —guiño,
guiño— suena la puerta y se rompe la magia.
CAPÍTULO 8
«Queso. Es leche que se mastica».
Chandler Bing
Álvaro

A ver, Álvaro, ¿estás malinterpretando las cosas o es que, de veras, lo que


Mima quiere es que la beses?
Porque, no sé, desde que la vi recorrer el pasillo en dirección al salón,
con esos pantalones vaqueros que se ajustan tan bien a su cuerpo, esa
camisa que deja poco a la imaginación y su pelo moreno atado en esa coleta
bien alta, no pensé en otra cosa que no fuese tirarla en el suelo de su propia
casa y enterrarme dentro de ella.
Y no es que esté falto de atención sexual, no es eso, es ella y nada más,
porque Mima me pone y mucho. Desde hace tiempo, además.
«Ay, Mima, Mima, lo que yo te haría si tú te dejases». En fin.
«¿Quieres que te bese?». Porque no seré yo el que empiece esta guerra,
ahora bien, pienso luchar si comienza la batalla, ya me entendéis, ¿no?
—Voy a abrir.
Me separo de ella y tiro de raciocinio porque eso es lo que tengo que
hacer, comportarme como un tío cabal y no como el cromañón que me
posee en ocasiones porque ella es mi inquilina, y yo soy su casero, su
hermano es mi colega y, para colmo, somos vecinos. No pienso cagarla.
Camino con entereza hacia la puerta y la escucho suspirar. Por un
momento dudo en mandar todo al traste, girarme, encerrarla entre mis
brazos y besarla hasta que nos quedemos sin respiración.
La puerta vuelve a sonar, y yo sigo avanzando hacia ella, desechando mis
planes.
Abro, Rodrigo está al otro lado.
—Necesito que mi hermana vuelva a casa —sentencia cuando aparto la
puerta.
Ojea el interior porque Rodrigo sabe cómo me las gasto y piensa que he
devorado a su hermana y solo he dejado los huesos. No tendría problema en
ello, la verdad.
—Puedes pasar —lo invito.
Me giro y me encuentro con el ceño fruncido de Mima.
—¿Qué haces tú aquí? —señala.
—Vivo aquí —respondo como si no fuese obvio.
—No, tú no, él. Sobra.
Rodrigo sonríe y avanza.
—He venido para actuar como el salvador de los salvadores.
Pues sí, esperaba que me la hubiese comido o algo mucho peor, no sé,
que la encerrase en mi habitación y la convirtiese en mi esclava sexual.
Oye, pues suena bien el asunto.
—No hemos acabado —finaliza mi vecina.
—Oh, ya lo creo que sí.
Alejandra también se acerca, y la observo unos segundos. Es una chica
muy tímida, Rodrigo también lo era al principio, solo que, con el paso del
tiempo, la cosa fue mejorando y hemos acabado siendo colegas. Es buen
tío. Estos tres hermanos lo son.
—Jana ha hecho de las suyas —susurra Alejandra. Una tímida lágrima
desciende por su mejilla.
—¿Qué ha hecho la mamona esa? —grita Mima.
—¿Jana? ¿La vecina? —intervengo.
—Tu inquilina —me responde con mal humor. Nunca había visto a
Mima tan mosqueada… ¿Será de las que ata a alguien a la cama? Porque
desde luego que no me importaría que lo hiciese conmigo—. ¿Qué ha
hecho? —sentencia.
Da pasos firmes hasta situarse frente a su hermana. Alejandra está
afectada y me da mucha pena.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
No quiero malos rollos en el edificio, no quiero malos rollos en ningún
lado. Soy de los que los evita a toda costa.
—Tú y yo no hemos acabado —pronuncia Mima mientras se marcha con
Alejandra.
Macarena, la vecina de abajo, llega en ese momento con la respiración
entrecortada y se meten en su piso, cerrando la puerta con un golpe sordo.
Rodrigo permanece allí, a mi lado, sin saber bien si quedarse o marcharse
por donde ha venido.
—¿Una cerveza? —le pregunto.
Asiente y sigue mis pasos hacia la cocina. Es un buen tío. Es callado,
sabe escuchar y cuando es necesario que te suelte esa verdad que nadie
desea escuchar, pero que es necesario hacerlo, está él el primero.
Emilia, o Mima, Alejandra y Rodrigo fueron los últimos en llegar al
edificio hace casi dos años. Macarena me había preguntado por el piso que
tengo enfrente en infinidad de ocasiones, y siempre le daba largas. Estaba
vacío desde que mi último inquilino falleció. Nos hicimos buenos amigos,
veíamos todos los partidos de fútbol, cenábamos juntos varias noches a la
semana y sacaba a su perro cuando él dejó de poder hacerlo. Horacio era un
gran tipo, era como el abuelo que siempre quise tener y nunca tuve. Cuando
una neumonía se lo llevó, no tuve el valor de alquilar el apartamento
porque… No sé ni siquiera por qué, solo sé que prefería conservarlo así,
vacío.
Jana también me propuso mudarse. Su piso es más pequeño que este. Le
dije que no. Hasta que una noche conocí a estos tres hermanos. Tan
distintos y tan iguales a su vez. Tan diferentes y que se complementan a la
perfección, y cedí.
No ha habido ni un solo día en el que me haya arrepentido de ello. Ni
siquiera hoy, con la insólita actitud que tiene Mima. Porque Mima tiene el
extraño poder de estar muy loca y de volverme muy loco.
Saco dos botellines de cristal, retiro el tapón y le tiendo uno a Rodrigo.
—Gracias —balbuce—. Espero que mi hermana se estuviese
comportando.
Se estaba comportando mejor de lo que me gustaría.
—Sí, tenía un problema con el mando del televisor de su habitación.
—¿Mima? Si no tiene televisor en la habitación.
Lo que ya suponía yo.
Alzo los hombros.
—¿Qué ha pasado? —Señalo en dirección a la puerta con la botella de
cerveza.
Rodrigo suspira.
—¿Qué no ha pasado? A nosotros siempre nos pasa de todo. Sobre todo,
con Mima cerca. Es un imán para los problemas.
Y para mí, es también un poco imán para mí. ¿Cómo de mal se tomaría
Rodrigo que me acercase a su hermana con actitud indecorosa?
—Han nombrado a Jana.
—Jana es una tocapelotas. Ya sabes cómo es.
Jana lleva bastante más tiempo en el edificio, no seré yo el que os diga
que no es guapa a rabiar, ya me entendéis, es ese tipo de chica que, cuando
te la cruzas por la calle, no puedes apartar los ojos de ella, sin embargo,
cuando hablas, cuando compartes momentos, cuando tienes una cita con
ella —sí, ese he sido yo—, la cosa cambia y solo quieres salir huyendo de
allí porque no tiene nada que te atrape. Nada de nada.
—No, la verdad es que no sé muy bien cómo es.
Algo intuyo, solo que quiero que sea más específico, así que hacerme el
tonto siempre es una buena forma de conseguir mi objetivo.
—Se mete con mi hermana.
—¿Con cuál de las dos?
—Con Alejandra. A Mima ni se le acerca porque dudo que quiera perder
los ojos.
Me carcajeo, sí, Mima se la comería de un bocado.
—Vale —concedo. Rodrigo bebe, quiere contarme lo que sucede, pero, a
su vez, no quiere hacerlo—. No abriré la boca, prometido.
—Cuelga carteles en la puerta haciendo comparaciones horribles, la
insulta cuando se cruzan en el rellano, en el ascensor, en el supermercado, y
nosotros, bueno, no queremos intervenir porque consideramos que
Alejandra es la que tiene que defenderse, la que tiene que ponerla en su
lugar.
Vaya, así que Jana es de esas desalmadas que no tienen corazón y que no
les importa meterse con los demás.
—Alejandra es una chica preciosa, no debería permitir que ni ella ni
nadie se metiesen con su forma de ser.
—Ah, no, con su forma de ser no tiene problema. Lo tiene con su peso.
¿Qué?
—No me jodas.
—Sí. El problema de Alejandra es que las cosas no salen como ella
quiere. Cree en el amor por encima de todo, sin embargo, se ha encontrado
con muchos sapos a lo largo de su vida, y Mima… Bueno, Mima se los
quiere cargar a todos porque ellas están muy unidas. En realidad, los tres lo
estamos.
Asiento. Me gusta eso porque yo también estoy muy unido a Mikel, a
mis padres, a Gonzalo, incluso a Sonia, la madre de mi amigo, la que
reparte las collejas, pues esa.
Tal vez haya que darle a Alejandra un pequeño empujón.
—Oye, ¿qué vais a hacer el viernes? —pregunto.
Rodrigo clava sus ojos en mí.
—¿Hacer quiénes?
—Tus hermanas y tú.
Frunce el ceño y los labios. Esta propuesta no se la esperaba.
—Ver Friends .
Dos veces han mencionado esa serie, ahora ya sé cuál es.
—Pues no hagáis planes y cancela Friends . Vamos a ir a cenar por ahí.
—¿Todos?
—Todos.
Rodrigo asiente. Yo asiento.
Bebemos. Y Mima sigue aquí, en mi mente, rondando y acechando.
¿Qué habría pasado si no nos hubiesen interrumpido? No soy de piedra, eso
lo voy a ir dejando claro desde ya.
CAPÍTULO 9
«Es tan bonito que quiero llorar».
Rachel Green
Mima

—¡U na cita! —grito y danzo por el salón como si fuese Cenicienta a


punto de ir al baile. Me la pela perder el zapato y las bragas, eso también
puedo perderlo sin problema.
—No es una cita, no flipes. —Como veis, mi hermano sigue trabajando
en eso de dejarlo fuera de mi éxito profesional, ¿ehh?—. Nos ha invitado a
todos —sentencia.
—A vosotros os ha invitado porque no sabe cómo pedirme que salgamos
a solas —recalco esas dos últimas palabras aun a riesgo de herir sus
sentimientos como ha intentado él hacer con los míos—. Quiere llevarse
bien con los cuñados para garantizar que mi entrega sea completa. Empieza
por vosotros y acaba teniendo el corazón de la princesa. Eso es de primero
de escritor, lo que pasa es que no te enteras, porque solo lees mierdas de tu
trabajo y ahí no se puede soñar. Tienes la imaginación atrofiada con tanta
fórmula y tanto número.
Odio a la peña que es de ciencias o no, no voy a generalizar, porque lo
mismo tú eres de ciencias y molas mazo, ya ves, estás a punto de comprar la
exitosa novela que voy a escribir, eso es motivo más que suficiente para que
me postre a tus pies. Te incluiré en mis agradecimientos, que lo sepas.
—Deberías poner los pies en la tierra, Mima. Antes estabas rozando lo
patético. Porque os interrumpí, que, si no…
—Que, si no, ¿qué? —Un besito de nada que habría dado paso a que lo
tumbase en el suelo, me colocase a horcajadas sobre él y ea, mambo para el
cuerpo. ¿Hay algo más sano que eso? Os respondo yo: no.
—Álvaro empezaba a sentirse acorralado por ti.
—Eso no es verdad, veía el fuego en sus ojos, lo deseaba tanto como yo.
—O eso, al menos, es lo que pasa en las novelas románticas. Que yo leer
ojos no sé ni interpretar miradas, pero es mi novela, son mis normas, y
Álvaro quería que lo besase porque eso es lo que pasa en toda buena novela
que se precie.
—Lo que deseaba es que te sacase de allí para poder traer a otra de sus
conquistas. Encima te excusas en que no te funciona el mando del televisor.
Lo que no te funciona bien es la cabeza —sentencia.
Nada, que le lanzo el zapato a mi hermano. Fallo y le doy al televisor.
Bien pensado, es una buena estrategia porque el televisor no es mío, es
del casero o, lo que es lo mismo, de Álvaro. Se rompería, tendría que
comprarme uno nuevo, lo instalaría sin camiseta, dejando al descubierto
toda esa tinta que seguro que le recorre la piel del pecho y de la espalda —
no descarto otras zonas al sur de las mencionadas—, y entonces
acabaríamos haciéndolo como conejos.
Yo solo veo ventajas en esa rotura de electrodoméstico.
—¿No os dais cuenta de que no es un momento adecuado para estar
peleando? Ni siquiera para pensar en tu novela —me recrimina Maca
señalando a Alejandra.
Observo a mi hermana, tirada en el sofá, con la nariz roja por haberse
sonado en infinidad de ocasiones y los ojos no mucho mejor.
—Tienes razón. Ahora vuelvo.
Prácticamente le arranco el papel de las manos a mi hermana, abro la
puerta y golpeo la pared con fuerza. Esa no era la intención, no pretendía
llamar la atención, es la euforia que me recorre el cuerpo y la mala hostia
que tengo.
Macarena corre tras de mí porque me conoce lo suficiente como para
saber cuáles son mis intenciones. Puede que no compartamos sangre,
porque no lo hacemos, sin embargo, sabe cómo pienso porque nos
parecemos mucho.
Álvaro abre la puerta en ese instante también. No está solo, su hermano
está con él, lo sé porque es el chico de las fotos y el del otro día.
—Mima, piensa las cosas —intercede Maca.
—Ella es la que tenía que haber pensado las cosas antes de meterse con
mi hermana. —Señalo el piso de abajo.
—Tu vecina es lo más. Deja que me mude contigo —suplica el rubio de
ojos azules.
Es mono, aunque no me vale como muso. Tampoco me vale para
Alejandra, el otro, el que cree en el amor, ese sí.
Ya pensaré en eso un poco más adelante.
Macarena me sujeta de las manos, y Álvaro se acerca. Me hago pequeña
por momentos, cada vez que lo miro me parece más y más guapo. ¿Es eso
posible? Yo creo que es la adrenalina o algo.
—Mima… —susurra. Babeo—. No vale la pena.
—¿Cómo…? —Mi hermano, se lo ha contado mi hermano.
—Jana es mala persona.
Lo pienso de veras. Mira que creo fervientemente en la bondad de la
gente, ahora bien, insultar a los demás, burlarse de sus defectos, de lo que
les hace daño, localizar sus puntos débiles y aprovecharte de ellos, eso no es
de tener buenos sentimientos, no lo es.
Macarena tira de mi mano, y nos metemos de nuevo en casa. Álvaro y su
acompañante nos siguen, Alejandra se yergue cuando me ve aparecer y no
sola.
Tomo asiento en la misma butaca en la que estaba antes, me descalzo y
me suelto el pelo. Al carajo el decoro, en otro momento, uno en el que no
me apetezca asesinar a nadie, pensaré en mi físico.
—Déjame ver —me pide Álvaro.
Con esa mirada y esa voz, le daría lo que me pidiese. Menos mi próximo
best seller porque tan gilipollas no soy, ni siquiera enfadada.
Le tiendo la nota en la que se dedica a recitar un poema con una cerda
como protagonista, una cerda que come y caga y que se llama Alejandra.
Ella, desde luego, no va a ganar un Nobel ni un Kafka ni un Cervantes, no
va a ganar nada que no sea una visita de mi puño.
—Esto ha pasado de castaño a oscuro.
Fijo mi vista en el televisor, ese que antes casi me cargo, y recuerdo al
señor Heckles de Friends y en cómo utilizaba el palo del escobillón para
que Monica y Rachel fuesen menos silenciosas, y ellas taconeaban en
respuesta, por joder.
Así que corro como si me fuese la vida en ello y me dirijo hacia la
solana, salgo con el palo del escobillón, de la fregona y del recogedor, y le
tiro uno a Maca; otro a Alejandra, que cuenta con menos reflejos y lo deja
caer al suelo, y sonreímos malvadas las tres.
—No me lo puedo creer. —Sí, ese es mi hermano del alma. Lo ha
pillado.
—Sí, puedes creértelo.
No me fijo en él, solo en Maca y en mi hermana, que, por primera vez en
mucho rato, sonríe.
—A la de tres —susurra Maca.
Ella también es de esas que se lanzan al vacío y luego ya veremos cómo
lo solucionamos. Sobre todo, si acabamos en la comisaría.
—¡Esto mejora por momentos! —exclama el hermano de Álvaro.
No lo conozco lo suficiente, pero desde ya me cae bien mi futuro cuñado.
Le guiño un ojo, y solo le falta aplaudir.
—Una —contengo la respiración—. Dos… —Miro a Álvaro, que intenta
esconder una sonrisa, le delata la comisura de sus labios—. Y tres.
Comenzamos a dar golpes al unísono, fijaos si nos adoramos que lo
hacemos de forma compaginada, y eso tiene que retumbar en el piso de
abajo que jode.
Álvaro solo observa, sin juzgarnos, al menos de boca para fuera. Tras
varios golpes, paramos. Alejandra suspira sonriente, como si hubiese
recuperado la vida con esos porrazos que ha dado. El hermano de Álvaro
nos vitorea. Mi hermano no se posiciona, solo guarda silencio, y eso que la
chica que le gusta y de la que está enamorado ha participado en el
espectáculo.
—Me llamo Mikel. —El rubio se presenta—. Y quiero casarme contigo.
Ohhh, es la declaración de amor más sencilla y natural que he recibido.
Y la primera, claro, espero que no la última.
—Lo siento, estoy pillada. —Por tu hermano.
Cruzo una mirada con Álvaro, que yo no sepa interpretar miradas no
quiere decir que él no sepa hacerlo, con suerte, entenderá que no es que me
quiera casar con él, porque no es mi plan, al menos el inicial, y me dolería
mucho tener que romperle el corazón cuando le diga que no, pero al menos
nos divertiremos en estas semanas y luego lo dejaré libre para que haga lo
que quiera con su vida.
En ese momento, la puerta de nuestro piso suena, y mi hermana se tapa la
cara, avergonzada. No es que contase con que la bicharraca esa fuese a
subir, aunque tampoco es que me importe que lo haya hecho.
—Ya voy yo —sentencio.
«Mima, relájate, abre la puerta, sonríe como si no hubieses sido tú la que
lo ha hecho y tampoco te lances a su cuello como si te la fueses a cargar.
Aunque eso sea justo lo que quieres hacer». Desde la cárcel tendré mucho
tiempo para escribir mi novela, lo que sucede es que me precederá la
reputación y puede que las ventas bajen un pelín por eso de ser una
presidiaria y tal. En fin, minucias.
Me dirijo hacia la puerta con entereza y abro con calma. Sonrío con
suficiencia, y aparece Jana con los brazos en jarra y los labios pintados.
¿Quién coño tiene los labios pintados en su casa? Si yo no tenía ni las
piernas depiladas, ¿cómo voy a tener los labios así?
La hostia.
—Hola, vecina, ¿qué tal? —¿No te has pisado la lengua y te has caído,
no sé, por las escaleras?
—¿Qué tal? ¿Qué tal? ¿Cómo tienes la poca vergüenza de comportarte
como si no hubiese caminado una manada de elefantes por tu casa hace
unos minutos? Aunque, claro, considerando lo que pesa el culo de tu
hermana —añade y me mira de arriba abajo con descaro y desprecio—, lo
normal es que mi día a día sea ese y suene de esa manera.
Será hija de la grandísima perra.
Lo noto antes de que hable, percibo su cercanía y el cambio en el
semblante de Jana.
—¿Qué es lo que le pasa exactamente al culo de Alejandra, Jana?
«No aplaudas, no vitorees, no se la chupes delante de Jana. Contrólate,
Mima».
Madre mía, al final veréis, voy a ser yo la que se pilla por el protagonista,
y ese, ese no es el plan inicial. Aunque bien es sabido por todos los
escritores del mundo que sabes cómo empieza una novela, pero nunca
jamás cómo acaba.
CAPÍTULO 10
«Bueno. La nevera se rompió, así que tuve que comer de todo».
Joey Tribbiani
Mima

M e lanzo a los brazos de Álvaro de manera inesperada. Tan inesperada


que casi lo tiro al suelo y eso que está duro. Al menos sus brazos y su
pecho, de cintura para abajo no sé porque no ha llegado a rozar cebolleta
conmigo.
—Eso ha sido…
Alejandra se carcajea porque Jana se ha disculpado con Álvaro, ha
comentado con un tono de voz muy bajo que al culo de Alejandra no le pasa
absolutamente nada y ha dicho que esa nota no la había escrito ella. Eso,
señalando al papel que Álvaro portaba en sus manos.
«¿Cómo sabes lo que pone en este papel?». Esa fue la respuesta de
Álvaro, y Jana, la bicheja de Jana, se dio la vuelta y huyó con el rabo entre
las piernas. A ver quién es la elefanta en este momento o la perra, ahí lo
dejo, en el aire, para quien lo quiera entender y tal.
—Gracias —verbaliza mi hermana.
No sabe qué más añadir, es que Álvaro le nubla los sentidos a cualquiera,
normal que a mi hermana también le suceda, lo entiendo y no la juzgo por
ello.
Me da la sensación de que Álvaro quiere soltarle alguna cosa, sin
embargo, guarda silencio. Si esto fuese una novela romántica, el
protagonista tendría que darle un buen consejo a la chica sobre quererse y
valorarse, porque eso es justo lo que hacemos nosotras, Maca y yo, Rodrigo
no suele intervenir cuando hacemos ese tipo de cosas, me da que se siente
incómodo, no porque no quiera a mi hermana, que casualmente es la suya,
sino porque tiene miedo a que algún consejo vaya dirigido a él también o
alguna indirecta delante de Maca.
Nunca le he preguntado a mi amiga si ella no se ha percatado de los
sentimientos de mi hermano.
—Venga, quedaos a cenar, por echarnos un cable —propongo.
Nada tiene que ver que Álvaro combine a la perfección con el espacio,
que sea mi compañía ideal y que me mole verlo aquí.
Sí, ya os expliqué que le contaba el plan a Rodrigo porque a partir de
ahora esta sería su casa, aunque la realidad es que esta es su casa, solo que
la ocupamos nosotros por un módico precio.
—No queremos molestar —murmura Álvaro, que no aparta sus ojos de
mí.
—Hecho —sentencia Mikel sin pensárselo demasiado y contradiciendo a
su hermano por el camino.
Me dirijo a la cocina sonriendo, por lo que acaba de pasar, porque Álvaro
haya participado en ello y porque seguro que a partir de ahora Jana se lo
piensa muy mucho antes de volver a comportarse como lo ha hecho.
—¿Te ayudo? —me pregunta.
La cocina de este piso es pequeña, la tenemos llena de muebles para
poder almacenar todo lo que compramos, a pesar de ello, lo veo como una
ventaja, porque estaremos juntos. Muy juntos.
—Claro.
En mi novela, el chico en cuestión tiene que saber cocinar. Es
importante. Y hará postres, haremos alguna masa, nos echaremos harina,
nos reiremos mucho y acabaremos entregándonos al fornicio en el suelo.
Nadie habla en los libros de todo lo que hay que limpiar luego, ¿ehh?,
nos quedamos solo con lo guay, cómo de bonito es todo. Cómo se nota que
es ficción. Eso lo hace Álvaro aquí y el palo que usé antes para fastidiar a la
vecina lo parto en su espalda. No os digo más.
—A ver… —Abro la nevera y echo un vistazo a las cosas que hay dentro
—. ¿Qué te apetece comer?
Este es el momento en el que tiene que responder: «A ti».
—¿Qué querías comer tú antes? Puesto que no tenías sed… —Uhhh,
sexi, muy sexi, esa voz suena tremendamente erótica en mi cabeza.
«Yo quería comerte a ti, machote».
—Pues cualquier cosa que sea comestible —sentencio—. Fajitas —
propongo—. Tengo todos los ingredientes.
Álvaro pasa por mi lado y me roza la cintura.
«Calma, Mima, lo más seguro es que haya sido casualidad y no
intencionado. No dejes que tu mente vaya a mil por hora, puesto que eras tú
la que tenías que volverlo loco a él, ¿no lo recuerdas? Si Álvaro ni siquiera
se ha fijado en ti. ¿O sí?».
Aprovecho para pasar por su lado, dejarle espacio frente a la nevera y
rozarlo yo también. ¿Qué? Estaré zumbada, pero idiota no soy. Sé distinguir
a un tío bueno de un tío muy bueno, y Álvaro es la fantasía de toda mujer
hecha persona, de ahí que sea mi muso, ¿recordáis? Por algo no me valía el
chico que me propuso Maca como cita y que acabó siendo un muermo que
me hizo pagar la mitad de la cena ni mucho menos Edmundo.
Mi casero no dice ni una palabra, tampoco menciona mi supuesto
accidente sobre su nalga derecha, todo muy casual y nada intencionado. Me
tiende un pimiento rojo y uno verde, y él coge varias cebollas blancas del
frutero.
—Tu hermano parece buena gente. —Saco el tema, al menos, de esta
manera, no estaré pensando en cochinadas varias. La vida de una escritora
está llena de tramas y escenas.
—Mikel es… Ya has visto cómo es.
—Es la petición de matrimonio más rara que me han hecho nunca.
—Espero que haya sido la única.
¿Espera? ¿Cómo que espera? ¿Eso que huelo son celos? «Oh. Sí, nene».
—Por lo pronto, lo es. —Alzo las cejas, y Álvaro sonríe. Se me
volatilizan las bragas en cuestión de segundos.
—Y dime, Mima… —Nena, me ha dicho nena, no Mima—. ¿Por quién
estás pillada tú?
Vale, tengo dos opciones, soltarle la verdad y confesarle que estoy muy,
pero que muy pillada por él, o bien mentir, hacerme la loca y no contarle
nada.
—No puedo contártelo, entonces tendría que matarte. —Mi compañero
de cocina se carcajea de una forma tan natural que siento mariposillas en el
estómago—. Y tú, ¿estás pillado por alguna chica? —Que tenga que
asesinar…
La cárcel, ese es mi destino.
Álvaro me mira, me encantaría poder descifrar lo que piensa, de esa
manera, sería mucho más sencillo, ya no solo para mi documentación, sino
en general, digamos que lo tendría mucho más fácil a la hora de
conquistarlo.
Niega. Me quedo embobada mirándolo.
—No he encontrado a ninguna chica especial.
Claro, normal, porque no me había postulado para ello. Si es que…
—Tal vez esté más cerca de lo que piensas.
Mi muso me observa atentamente, alza una ceja, y yo le guiño un ojo.
Esta también sería una buena ocasión para cerrar los ojos y besarnos,
aunque a mí las manos me huelan a pimiento y a él, a cebolla. Da igual, un
beso es un beso, en las novelas se enrollan recién levantados, cuando aún
les apesta el aliento, y nadie pone ni una sola pega, pues a quejarse a otro
lado, ¿ehh?
—Tal vez sí.
¿Eso que siento es su consentimiento a un beso? Ojo, que lo que no he
pensado es quién tiene que besar primero al otro, ¿la protagonista? ¿El
protagonista? ¿Ambos se encuentran a mitad de camino? Es que he leído
muchas novelas, y no me importa quién da el primer paso, lo que me
mantiene en vilo es llegar a esa escena, justo esa en el que se dan su primer
beso, es como si…, como si sentasen las bases de lo que va a ser su
relación.
—¿Ya sabemos qué vamos a cenar? Porque tengo mucha hambre.
Esa es Maca, que viene a romper la magia. Esto también es muy propio
de las novelas, un secundario inoportuno que chafa la escena que el escritor
tiene planeada. Joder con esos secundarios tocapelotas, cómo fastidian y, a
su vez, cómo molan.
—Vamos a hacer fajitas —confirmo.
—Venga, que me pongo con el pollo —se ofrece.
En mi cabeza, la asesino en esta escena, sin acritud, claro, solo porque ha
roto un poco el momento de tensión sexual no resuelta entre la prota y el
muso. Mal asunto, Maca.
Total, que mi amiga monopoliza la conversación y nos explica lo que
piensa hacer el fin de semana. Como si me importase, solo quiero que se dé
el piro y nos deje a solas de nuevo. Estoy desaprovechando páginas y
escenas, Maca, chica.
—Bueno, yo ya he terminado por aquí y como tienes una pinche nueva…
—Pincharla es lo que quiero hacer, sí—. Me retiro al salón.
Álvaro me guiña un ojo cuando sale, y yo a punto estoy de cortar a mi
amiga y utilizarla de relleno.
—¿No tenías otro momento mejor en el que venir sino ese, justo ese, en
el que nos íbamos a dar nuestro primer beso? —pregunto.
A Maca se la suda todo.
—Besarte, dice, si ni siquiera te estaba rozando, había como dos metros
de distancia entre vosotros.
En este instante, porque antes…
—Nos hemos rozado. Un poco.
—¿Esa es la nueva forma que hay para expresarse los sentimientos? ¿Un
roce? ¿En qué siglo estamos, Mima?
—¿Y qué quieres? ¿Que me lance a su yugular?
—No sé, tropieza y cae en sus brazos.
—Eso también lo hacían las damas de la regencia. Y meterse en el
carruaje huyendo de algún escándalo. —No solo leo novela contemporánea,
como podéis ver.
—Solo te digo, como consejo, que el que no corre vuela.
—Yo vuelo, vuelo como un Boing de última generación.
Mi amiga me guiña un ojo, y yo, yo estoy un poco frustrada
sexualmente.
CAPÍTULO 11
«Ah, el humor basado en mi dolor. Ah, ja, ja».
Ross Geller
Álvaro

H emos quedado por fuera de un garito que me encanta. No me he cruzado


con Mima en estos tres días. Rodrigo me ha contado que ha tenido que
doblar turno en el supermercado porque Maca se encontraba indispuesta, así
que imagino que Mima tiene que estar esta noche agotada. A punto estuve
de cancelar la cena por empatía y eso, pero Gonzalo estaba ilusionado ante
la perspectiva del plan, y no seré yo el que le proporcione este chasco.
No me voy a comportar como ese tío que esperáis y tampoco voy a
mentir y soltaros ese rollo de que lo hago por ellos, por Gonzalo, por
Alejandra, porque quiero que se conozcan, que sí, que todo eso está muy
bien y que, cuando Mima me contó en el piso, tras su excusa barata, lo que
buscaba su hermana, la primera persona que se me pasó por la cabeza fue
mi amigo. Estoy convencido de que encajarían.
Pensé en contárselo a Mima y, no sé, de paso, aprovechar para pasar
tiempo con ella, sin embargo, no he podido verla estos últimos días, y
tampoco he tenido el suficiente valor para plantarme en su piso y molestarla
tras su turno de trabajo. Si ni siquiera he escuchado sus risas desde mi
salón, y eso solo es indicativo de lo evidente: no tienen tiempo ni para ver
esa serie a la que yo también me he aficionado.
Me acerco al local caminando y allí, por fuera, están Gonzalo y Mikel.
Ya, sí, tuve que invitarlo. Le advertí que esto no era una fiesta de
cumpleaños, y él solo sonrió pérfido, mucho me temo que se ha quedado
deslumbrado por ella. No se lo puedo recriminar, Mima es de las que hacen
que una manada de elefantes baile una sardana en tu barriga y te llene de
moratones por ello.
—¿Vienes solo? Pensaba que tus vecinas te acompañarían.
—¿Estás nervioso?
—Como un niño con zapatos nuevos.
Ya veis, os lo aventuré, Mikel está embobado con Mima.
—Gonzalo, ¿qué tal? —Él sí tiene motivos para estar nervioso porque le
he hablado de Alejandra. Mikel le contó lo sucedido la otra noche con Jana.
La verdad, no me esperaba ese tema. Nadie me había explicado las
desavenencias que tenían entre ellas y lo cruel que era Jana con Alejandra.
Sigo teniendo pendiente una conversación con ella, solo que no es el
momento porque enfadado no voy a razonar nada.
—Bien —responde escueto.
Sigue observando la calle, como si Alejandra fuese a aparecer envuelta
en un manto de luz, no te jode. Si no sabe ni quién es.
—Por lo que veo, hermanito, sigues vivo. Los narcos no han ido a por ti.
Mikel me hace una peineta e intenta ocultar una sonrisilla.
—Es un asunto serio. No deberías bromear sobre tu hermano, tengo una
cruz grabada en mi cara y han puesto precio a mi cabeza.
—Bah, no será para tanto.
—¿Te has vuelto a liar con una mujer casada? —lo increpa Gonzalo.
La charla que yo no le di se la va a soltar mi amigo porque para él la
fidelidad es muy importante, ya sabéis, cree en el amor fervientemente y
eso.
—Te prometo que no lo sabía —se defiende Mikel.
—La primera vez tampoco. Ni la segunda. —Sí, mi hermano es
reincidente.
—Esas puede que lo intuyese, solo que decidí hacer caso omiso a mi
raciocino y lanzarme sin más.
—Tienes que dejar de pensar con el pene, Mikel. Algún día te vas a
meter en un problema muy serio. Mi madre te daría tal colleja que
escupirías el cerebro por la boca.
—Una suerte que tu madre no lo sepa —aduce mi hermano—. Y
tampoco la mía. —Le guiña un ojo—. Ahí vienen —explica mi hermano
cuando las ve aparecer riendo.
Maca tiene que haberse recuperado porque viene junto con las chicas, las
tres hablando y riendo. No pasan desapercibidas, desde luego que no.
Rodrigo está algo más apartado y tiene el teléfono en la mano, observa la
pantalla. Me juego lo que queráis a que viene leyendo el National
Geographic o algo similar.
—Buenas noches, bellezones.
Gonzalo le propina un codazo a Mikel, y él pasa de todo, se acerca a las
chicas, coge la mano de Mima y la besa de forma teatral.
—Uy, mirad, un flamante caballero, ¿dónde has dejado a tu lustroso
corcel? —ironiza la susodicha. No puedo reprimir la carcajada ante el
semblante de mi hermano.
—Donde tú quieras que lo haya dejado.
Mima le acaricia la cabeza como si fuese un animal de compañía.
—Lo siento, chato, prueba con otra, eres demasiado joven para mí.
—Puedes enseñarme todo lo que sepas —añade mi hermano.
Mima ha hecho justo eso que tanto le gusta: convertirse en un reto para
él.
No es que mi hermano no tenga escrúpulos, es solo que le gusta el juego,
y Mima ahora lo es para él.
—Qué simpático, no quiero acabar en la cárcel.
Alza la vista y clava sus ojos en mí. Me gusta que me mire, me gusta que
lo haga como si estuviese dispuesta a enseñarme todo lo que sabe, y yo, a
aprender todo lo que ella esté dispuesta a mostrarme.
Gonzalo se acerca a Alejandra, aun a riesgo de que ella no sea la chica en
cuestión, y se planta frente a ella. La hermana da un paso atrás, me da que
no le mola que invadan su espacio personal.
—Yo soy Gonzalo. —Qué tierno y romántico es.
Alejandra carraspea sin acercarse. Sabe que todos los estamos mirando.
—Alejandra.
Le tiende la mano, y Gonzalo la sujeta con firmeza. Ese saludo es lo más
impersonal que he visto en mi vida.
—Yo soy Maca —se presenta.
—Yo, Rodrigo.
—Bien, ahora que todos nos conocemos, podemos pasar adentro,
tenemos una reserva —recuerdo.
Me quedo el último y, cuando Mima va a entrar, sujeto su mano con
fuerza. Ella frena sus pasos, alza la mirada, y nos observamos.
Me muero por besarla.
Cierra los ojos una vez más y mataría por saber qué es lo que quiere.
Nunca lo sé. Es complicado entenderla.
—He pensado… —balbuceo.
—Sí —afirma rotunda.
¿Qué?
—Si ni siquiera he terminado la frase.
—Sea lo que sea, sí.
—Iba a pedirte dinero. —Da un paso atrás y frunce el ceño. Me observa
de arriba abajo, analizando mi atuendo. O comiéndome con los ojos.
—¿Dinero a cambio de qué? —termina. «De lo que tú quieras, maja».
—Era coña.
—Me quedo más tranquila.
—Estaba pensando…
—Sí —me corta de nuevo.
Me sonríe suspicaz, y ya no son solo las ganas de besarla lo que se
apodera de mí. Es algo más primitivo, más irracional. Esta mujer me va a
volver majara.
—Vale. Me alegra contar con tu beneplácito.
Cierra los ojos de nuevo, alza la pierna derecha un poco y apoya las
manos en mi pecho.
El contacto es electrizante. Es completa y absolutamente excitante.
—¿Venís o qué?
—Joder, Rodrigo, eres de lo más oportuno siempre —protesta Mima
apartándose de mí.
Su hermano me guiña un ojo, y Mima entra en el restaurante.
—De nada —musita cuando nos quedamos a solas.
—¿Cómo?
—Te he salvado de mi hermana, ya sabes, en un descuido se abalanzará
sobre ti, y sé que ella no es tu tipo.
Insisto, ¿cómo?
—Rodrigo, te lo agradezco, pero no tengo un tipo.
Este chico sabe algo que yo no. Tendré que invitarlo a casa e
interrogarlo, no sé, como quien no quiere la cosa.
CAPÍTULO 12
«¿Los chicos pueden fingir? ¡Increíble! ¡Lo único que es nuestro!».
Monica Geller
Mima

O bservo con suspicacia la cercanía de Gonzalo con mi hermana. No es


que me oponga a ello ni mucho menos, es más, Alejandra es mayorcita
como para saber lo que se hace, solo digamos que, si se pasa un pelo con
ella, correrá la sangre y me dará igual que sea amigo de mi muso o que no
lo sea.
Nos acercamos cada uno a tomar un asiento. Rodrigo, de inmediato, se
pone al lado de Álvaro. Perdona, chato, pero, en esta relación, sobras.
Lo empujo con la cadera, sonrío mostrando mi perfecta dentadura, y mi
hermano me insulta un poco.
Maca abre la boca, me da que se está sorprendiendo con Rodrigo porque
siempre se mantiene en un segundo plano, cuando ella viene, él huye como
si tuviese una enfermedad contagiosa y jamás de los jamases dice nada
fuera de lugar. Como en este momento, que me ha llamado bruja por toda la
cara.
—Mi hermano a veces no sabe comportarse, por eso no lo saco de casa
muy a menudo —ironizo.
Maca me sonríe, Alejandra ni me escucha, tiene mejores cosas que
atender, y Rodrigo pone los ojos en blanco. La reacción que de verdad me
importa es la de Álvaro, el chico de mi vida, el que me va a llevar al
estrellato y me hará ver las estrellas, no es necesario que os especifique
cómo.
—Haces bien, yo tampoco suelo sacar al mío.
—Porque le quito todos sus ligues. —Mikel es ingenioso, me gusta la
chispa y el desparpajo que tiene hablando. Sí, mi casero tenía razón cuando
me contó que me caería bien porque nos parecíamos. Ya lo entiendo todo.
—¿Cuántos años tienes? —indago.
—¿Cuántos necesitas que tenga para fijarte en mí? —«¿Cuántos tiene
Álvaro?».
—Mínimo, los de tu hermano. —«¿Lo pillas, Álvaro?».
—Treinta y uno.
La edad perfecta para que él y yo tengamos una relación fugaz de la que
nunca podrá olvidarse porque yo soy de esas que dejan una marca de por
vida, y no os hablo de una herida, no, hablo de algo más profundo, algo que
no se nota, pero que está ahí.
Álvaro lo empuja con cariño, y me doy cuenta de la buena relación que
comparten, no quiero ser la causante de que se enfaden porque es obvio que
los dos van a terminar enamorados de mí y, al final, voy a tener que cambiar
de cliché y utilizar un amor a tres, y ese no es de mis favoritos, no.
Total, que ocupamos nuestros asientos. Yo en medio de Mikel y de
Álvaro, como el queso con el pan. Maca al lado de mi hermano, ¿ves,
Rodri, que has salido ganando? Y Gonzalo con mi hermana y al lado de
Mikel. Esto es como una cita de esas extrañas en la que todos nos gustamos
y nadie lo verbaliza.
Y pienso disfrutar de esto mucho.
Así, como quien no quiere la cosa, coloco mi mano de manera accidental
sobre el muslo de Álvaro, da un pequeño bote antes de clavar sus ojos en
mí.
—Hola, bizcochito —susurro.
—Hola, Mima. —«Nena, tienes que llamarme nena, si no, esto no parece
una novela romántica».
—Mima no me gusta —verbalizo en voz alta.
—Yo te llamaré como tú quieras. —Ese es Mikel. Niño, me caes bien,
sin embargo, deberías dejar que tu hermano y yo intimemos porque tiene
que enamorarse de mí.
—¿No es hora de que te vayas a dormir? —Ni se sonroja, este chico
tiene mucha experiencia porque yo soy de las que sabe sacarle los colores a
cualquiera.
Fijo mis ojos en Gonzalo, mi hermana se está riendo con él. Vale, no me
tengo que meter, no tengo que sacar el cuchillo ni acabar en la cárcel aún.
Me centro de nuevo en Álvaro.
—Es tu nombre, ¿no?
—Mi nombre es Emilia, sí, Mima para los amigos. —«Nena para ti, que
me vas a ver desnuda en algún momento entre esta noche y mañana».
—¿Sabes? —me pregunta—. Siempre me ha parecido un nombre de lo
más curioso.
—¿Emilia? —indago. No me esperaba este comentario.
—Sí, no sé, no lo asociaba a personas como tú.
—No sé si tomármelo como algo bueno o no.
Álvaro se carcajea. Yo solo pienso en desnudarme ya porque estamos
perdiendo mucho el tiempo. Pasan los días y con la mierda de semana que
llevo, pues la cosa no avanza. Tengo que escribir mi novela antes de que
acabe el año y para eso faltan siete meses. Uno investigando, dos
escribiendo y, voilá , millonaria.
—Como algo bueno, por supuesto, cualquier cosa que tenga que ver
contigo será para bien. Siempre. —Acompaña ese «siempre» con un guiño
de ojo, y empiezo a bizquear. Sí, os lo prometo, mis ojos están haciendo
movimientos raros y no he comido setas alucinógenas.
¿Piensa en mí? ¿Acaso Álvaro piensa en mí? Si me pinchan no sangro.
—¿Y con qué clase de chicas asocias mi nombre? —De inmediato
imagino a alguna de esas que trae a casa y se me baja todo porque no quiero
que las recuerde a ella, quiero que seamos solo él y yo, al menos durante
estas tres semanas, porque lo que les conté a mi hermana y a Maca hace
unos días es cierto.
Álvaro no es de esos chicos que se enamoran, no creo que tenga nada
que ver con Alejandra o conmigo, que me gusta mucho bromear, no
obstante, lo cierto es que yo también echo de menos tener a alguien a quien
poder contarle mis problemas, con quien hablar, compartir momentos y que
me abrace mientras durmamos.
La realidad es que todas las personas, en mayor o menor medida,
echamos de menos esa clase de compañía.
—Con ancianitas de esas que llevan bastón, van encorvadas y hay que
ayudarlas a cruzar la calle —sentencia.
Abro los ojos, no era la respuesta que me esperaba. Aquí hay falta de
romanticismo, ¿ehh?
—¿Esta es tu técnica para ligar? —inquiero.
Me cruzo de brazos y recuerdo la pose de Jana. Los dejo caer porque de
esa no quiero saber nada.
—¿Es esa la técnica que necesito para ligar contigo?
Uhhh, la cosa mejora por momentos, se me acaba de olvidar que ha
asociado mi nombre al de una vieja pelleja.
—No sé, hay cosas mucho mejores que mi nombre. —«Tus labios y los
míos, tus manos y las mías, tu miembro y mi vagina, ese tipo de cosas».
Acompaño mi propuesta con un apretón en su muslo, ni siquiera se tensa,
así que decido jugarme todo a una carta y subo la mano un poco más,
peligrosamente cerca de eso que tú y yo queremos tener el gusto de
conocer.
—Y vosotros, ¿qué vais a pedir?
Álvaro despega su mirada de la mía, os prometo que leer ojos no sé me
da bien, tampoco interpretar gestos, tal vez, si eso sucediese, me hubiese
enterado de que Adán, el chico con el que compartía mis tardes de estudio
en el instituto y que no me sirvieron de nada porque apenas aprobé con un
cinco raspado, estaba loco por mí. A lo que iba, que, si supiese percatarme
de ese tipo de cosas y no estuviese imaginando escenas y metiéndome en el
papel de mi protagonista, quizá no estaría barajando la posibilidad de que
Álvaro esperaba que siguiese subiendo hasta que me topase con algo largo y
duro, como sus falanges, las mismas que contemplé —y comparé—
mientras le ponía las pilas al mando en su casa la otra noche.
—Yo pediré lo que pida Mima.
«Yo lo que quiero es comerte a ti».
—Pues una ensalada está bien —razono.
—¿Ensalada, Mima? Si tú te comes hasta las piedras que encuentras en
el camino.
Lanzo una patada de esas que esperas que impacte en la persona que ha
abierto la boca, que no es otra que mi hermano, porque tiene una lengua
que, si se la pisa, rueda y cae en el apartamento de Jana, y Jana es como una
jauría de leones, se lo zamparía y no dejaría ni el pellejo. No seré yo la que
lo salve, por supuesto.
El caso es que fallo en mi golpe, y es Gonzalo el que grita.
Upss, por algo soy cajera y reponedora en un supermercado porque los
cálculos no se me dan bien. Imaginaos que construyo un cohete y calculo la
trayectoria para que acabe en la luna. Con toda probabilidad, terminaría en
el apartamento de Jana también.
—Eso me ha dolido —se queja.
—Oye, Mikel, deja de dar patadas por debajo de la mesa, por favor, no te
das cuenta de que no es momento para comportarse como un niño —le
recrimino—. No deberías sacarlo de casa a estas horas, tiene que tener falta
de sueño. Como Rodrigo, que era mejor que se quedase encerrado en su
habitación porque abre la boca y sube el pan. —Álvaro se ríe. No entiendo
por qué, lo decía en serio. En fin…
»Vale, pasando de la ensalada. Quiero una ración de nachos con doble de
queso y guacamole, un filete bien hecho, nada de al punto, que si veo
sangre me desmayo. Lo digo de veras, me desmayo —especifico—. Puré de
patata y otro pan, porque me gusta empujar el puré con el pan, hacer
montaditos y zampármelos.
Guardo silencio. Gonzalo tiene la boca abierta. Maca esconde la sonrisa
tras la servilleta, Rodrigo bebe, Alejandra me enseña los pulgares, Mikel
me observa de arriba abajo, y Álvaro…, él solo asiente.
—El postre lo decidiré luego —finalizo.
«El postre serás tú», quiero decirle a mi casero.
CAPÍTULO 13
«¿Nunca has corrido tan rápido que creías que se te iban a caer las piernas,
ya sabes, como cuando corrías hacia los columpios o huías de Satán?».
Phoebe Buffay
Mima
D ebería llevar una nota en el bolso que ponga: «Si bebes, no abras la
jodida boca, Mima». Es más, esa nota debería llevarla en todos los bolsillos
de mi ropa, incluidos estos pantalones que me he puesto hoy y que, con la
cantidad de comida que he ingerido, me aprietan. Aun a riesgo de liarla
muy parda, salgo a la calle, apoyo las manos en las rodillas, me miro los
zapatos, me mareo, me incorporo y me suelto el botón.
—Esto es otra cosa, joder.
Comienzo a caminar en dirección vete a saber dónde, porque que el
chico que se va a enamorar de ti te vea pedo no es una buena forma de
conseguir el efecto deseado.
Digan lo que digan, no lo es.
Ay, Mima, ¿quién te habrá mandado a beberte esa cerveza? Y luego el
vinito. Y la otra cerveza. Y los dos chupitos que te han puesto delante, y
que te has negado a dejar ahí porque la comida y la bebida no se tiran, ya
sabéis lo que dicen las madres por ahí; hay mucho niño que pasa hambre y
es de mala persona no agradecer los bienes que tenemos. Y esa soy yo, la
que come y bebe porque le da pena y porque tiene hambre y sed, por eso
también, claro.
Total, que no sé si es el pedo que llevo, las ganas que tengo de mear,
porque beber y comer acaban dando como resultado que tu cuerpo y sus
necesidades fisiológicas lleguen pisando fuerte —o empujando fuerte— o
que no estoy demasiado bien de la cabeza, que me echo a correr como si me
persiguiesen las niñas esas del pasillo o la que sale del pozo. Desde luego,
no pienso dejarme atrapar por ellas.
Claro está que si esto fuese una novela romántica, no estaría pensando en
llegar a casa y mear, tampoco en quitarme los pantalones y quedarme en
bragas, al menos, por el motivo por el que quiero deshacerme de las
prendas, y solo pensaría en pasar tiempo con Álvaro y continuar con mi
plan de coqueteo y posterior conquista. Pero las cosas no siempre salen
como una quiere o planea, y corro en dirección a mi casa dejando atrás a
mis amigos y mis hermanos, que pretenden ir a tomarse una copa más.
Si me tomo otra, os juro que perderé el poco raciocinio que me queda y
se va a liar muy gorda porque puede que no sea Álvaro ni Edmundo ni el
chico que me hizo pagarle la mitad de la cena, solo sé que caeré en los
brazos del primero que pille y me lo trincharé sin pena ni gloria.
Vamos, que no me pongo ni roja por ello. Esto de la sequía sexual
impuesta por la sociedad sin contar conmigo es la mayor mierda que existe.
Cuando llego a mi edificio, escucho unas pisadas —fuertes pisadas—
detrás de mí y de inmediato pienso que es el Coco que viene a secuestrarme
y me venderá en el mercado negro como esclava sexual de algún tío muy
muy forrado.
¿Y sabéis qué sucede en ese instante?
Que la borrachera no acompaña y no encuentro las putas llaves. Si fuesen
las niñas, estaría muerta.
—Anda, deja, que te ayudo.
El Coco nunca ofrece ayuda. Jamás. A menos que tenga un plan trazado
con su saco. Y no quiero formar parte de ese saco ni de la venta de
esclavos.
Lo empujo. Como si una borracha pudiese empujar a nadie, joder.
Y sigo rebuscando en el bolso, a ver qué encuentro antes, si la nota o las
llaves. A todas estas, mi cabeza no carbura porque, si fuese el Coco, no
esperaría, ya me habría cubierto con su saco y me habría llevado lejos. Así
que me giro, ¿y a que no sabéis a quién tengo a mi lado? Pues sí, a mi
futuro marido, al menos en la novela.
—Álvaro…, ¿qué haces tú aquí?
Él sonríe y no sé si soy yo o qué, pero os prometo que me parece la
sonrisa más bonita que he visto en la vida y, con toda probabilidad, me he
quedado embarazada con ella. Si la Virgen María pudo quedarse encinta por
la visita de una paloma, yo puedo quedarme preñada con una sonrisa, lo que
es es.
—Te he visto salir corriendo y me he sentido en la obligación de venir a
socorrerte. No me perdonaría si te sucediese algo.
Ayyy, ¿habéis visto qué mono? Yo creo que ya lo tengo en el bote, ahora
bien, por si acaso, seguiré con mi plan de conquista, solo para que, mientras
nuestra relación dure, no se acueste con nadie más y solo sienta necesidad
de mí y de mi cuerpo serrano.
—Qué buena gente eres.
Me acerco, paso la mano por su mejilla y bajo al mentón. Tengo que
refrenarme porque quiero seguir descendiendo y llevar a cabo, aquí mismo,
en la calle, la escena del mando a distancia. Ya sabéis, esa en la que
colocaba la mano sobre su cartucho y, pues eso, venga a darle a la cosa.
—Soy un buen partido.
—Entero. —¿Por qué partido si me lo puedo quedar entero?
—¿Qué?
—Nada, nada, cosas mías. —No se lo puedo contar todo, conocerá mis
chascarrillos y, cuando lea la novela, no habrá sorpresa alguna.
—Venga, déjame a mí.
Le tiendo mi bolso sin pensar demasiado en su proximidad, en que me
está viendo en mi peor estado y que, si después de esto vuelve a mí, es que
es amor del verdadero.
—¿Por qué un chico como tú no ha encontrado a una chica como yo
antes? —verbalizo.
No, joder, no estoy tan borracha como para nombrar a una chica
cualquiera. Las opciones se reducen a mí o a mí. Es así. Hashtag
«loquehay».
Álvaro deja de remover las cosas en mi bolso y me observa con atención.
—¿De dónde has salido tú, Mima?
—Del útero de mi madre, al menos eso es lo que se rumorea por ahí. ¿Y
de qué pastelería te has escapado tú? —pregunto.
Me entra la risa porque, por instante, me imagino a Álvaro como si fuese
una magdalena, con ese papel del horno y todo, corriendo, y yo detrás, con
la boca abierta y con ganas de devorarlo entero.
—Estás muy loca.
—Oh, vaya, gracias. Es el mejor cumplido que me han hecho jamás.
—Lo dudo. —Y me da uno de esos repasos que me dejan temblando en
el sitio. Salvo que no tiemblo, solo cierro los ojos a ver si este sí que es el
puñetero momento.
Nada, que los abro y bizqueo porque este chico no se entera de lo que
tiene que hacer. Voy a tener que tomar cartas en el asunto y lanzarme sin
más.
Abre la puerta y me sonríe. Babeo por él. Me olvido de que hay un
escalón para acceder al rellano porque tengo un pedo muy sucio y, venga,
haced apuestas de lo que va a pasar, porque ninguna de las maquinaciones
que tengáis en la cabeza se compara con lo que de verdad sucede.
Tropiezo. Ahí seguro que acertáis. Álvaro ha dado varios pasos, regresa,
me sujeta, y yo, con los ojos bien abiertos y la boca más abierta aún, caigo
sobre él, que ha debido de agacharse un poco porque es más alto que yo un
rato largo, y mis labios se posan sobre los suyos, pero no solo mis labios,
también mis dientes, mi encía, mi barbilla, mi nariz y mi lengua, y ya no sé
si es un beso o me lo estoy comiendo todo. Todo todo.
Se aparta de inmediato, joder, no se lo recrimino porque creo que me he
tragado un moco suyo y todo, y es asqueroso a la par que no lo es porque…
Tiritiritiri, ¡he besado a Álvaro! Si es que esto se puede considerar un beso.
Desde luego, digno de una novela romántica no es.
—¿Estás bien?
No, joder, no, así no tenía que ser. Ha sido, como poco, patético. Este no
cuenta, ¿vale? No cuenta y punto.
—Seguro que es el peor primer beso que te han dado en la vida. Ha
parecido que te iba a comer como si fuese el Demogorgon de la serie.
—Veo que lo tuyo son las series. —Me quedo más tranquila, al menos
bromea y no me empuja a la calle y huye de mí, despavorido.
—Lo mío son los besos.
—Espero que no sean todos como ese —sentencia.
Me carcajeo, porque, joder, la escena es surrealista, y algo también tiene
que ver lo borracha que estoy y la cara de póker de mi casero.
—No, te prometo que los doy mejor. —Uno mis manos y rezo una
plegaria. ¿Será este el momento o tampoco?—. Piensa que ha sido como
visitar a tu dentista, te he hecho un repaso exhaustivo de la boca, y puedo
decir, sin temor a equivocarme, que te cepillas bien los dientes y usas arcos
dentales.
Sí, tiene la boca perfecta. Al menos ya conozco una parte de su anatomía.
A esto lo llamo yo progresar adecuadamente.
—Venga, anda, entra.
Paso por su lado con toda la dignidad que me queda en el cuerpo, que,
para una borracha, es bastante, porque no te enteras de nada y te la suda
todo mucho.
Entonces caigo en la cuenta de algo. De algo muy importante. Freno mis
pasos antes de llegar al ascensor. Me observo, veo mi botón desabrochado,
mis pintas, el bolso que lo lleva él, y soy un poco consciente de la
humillación que he sufrido intentando lamer su esmalte dental.
—Definitivamente, no soy yo la que besa mal, has sido tú el que lo ha
hecho —lo increpo. Me acerco a él, que sigue estupefacto, le quito el bolso
y alzo mi dedo índice con la intención de decirle algo que lo deje en shock
— . Servilleta.
Sí, eso es lo que suelto por mi boquita. «Servilleta». No me giro para
comprobar la cara de Álvaro, solo sé que me subo en el ascensor,
enfurruñada, porque este no puede ser nuestro primer beso. No,
definitivamente, no. Me niego.
CAPÍTULO 14
«Eres una puerta. Solo te gustan las bromas de toc-toc».
Chandler Bing
Álvaro

¿S ervilleta? ¿Es acaso eso una palabra clave o algo? No entiendo a esta
mujer y la verdad es que quiero entenderla, porque cierto es que no es
nuestro mejor beso, ni siquiera se acerca a un beso, todo hay que decirlo,
sin embargo, me ha dejado con ganas de más y me ha salvado de la consulta
al dentista de este año.
No, es coña. Llamo al ascensor y aguardo a que llegue. Con suerte, ella
seguirá intentando abrir la puerta de su casa, y podré demostrarle que sí sé
dar un primer beso. Que le robaré el aliento y que perderemos la poca
cordura. Yo, la mía; a ella no le queda. En su diccionario personal esa
palabra no existe. De cordón salta directo a coreano. Sí, lo he buscado.
Pulso el botón en varias ocasiones como si eso fuese a dar resultado
alguno. Cuando llega, marco el número de mi planta y, definitivamente, es
de chiste.
Me cruzo de brazos y la observo intentando meter la llave en la puerta.
En mi puerta.
Me acerco, intentando hacer el menor ruido posible, y me sitúo a su lado.
—¡Bu! —la asusto.
Se le escurren las llaves, se gira otra vez con la boca abierta. Y cae en
mis brazos.
He tenido que ser muy bueno en otra vida para que me sucedan este tipo
de cosas.
—Hola, Mima.
—¡Es nena! —exclama. ¿Qué?—. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
Cierra los ojos, sube la pierna y seguro que es algún tipo de código
secreto que no sé interpretar.
Tampoco me voy a parar a preguntarle.
Me lanzo a por sus labios, y ella gime. ¡Gime! ¿Llegáis a comprender lo
que implica que Mima haga eso, justo eso? No, desde luego que no lo
entendéis. Mi polla sí, porque da un respingo y sale a saludar. Tiene claro
cómo funcionan las cosas, solo que, con Mima, no va a ser de esa manera.
Coloca las manos tras mi cuello, yo poso las mías en sus nalgas y me
dedico a besarla con ansia, con ganas y con anhelo. La aprieto contra mi
cuerpo, y ella se separa.
Oh, mierda, que se ha dado cuenta de lo que estamos haciendo.
—Pues sí que sabes besar, sí. Otra vez —me pide.
Y se lanza de nuevo a por mi boca.
Sabe a… Creo que Mima sabe a mi perdición.
Ni siquiera sé cuánto tiempo estamos ahí, besándonos. Yo con ganas de
pasar al siguiente nivel, y Mima gimiendo y jadeando, complicándome la
vida, porque de esta forma no hay quien se porte como un hombre decente.
Me cuesta separarme de ella. Al final, lo hago, por su bien y por el mío.
Me observa, apoyada en la pared, y entonces se pasa los dedos por los
labios, cierra los ojos y se lame la boca.
Me cago en la puta. ¿Es una coña?
—Mima, no hagas eso —le advierto—. Intento comportarme como un
buen chico contigo.
—A mí es que me gustan los malotes, los que se saltan todas las reglas.
—Estás borracha.
—Y los que se aprovechan de las borrachas. —Alzo una ceja, ella parece
meditarlo—. En realidad, esos son unos cabrones, me gusta que tú —aclara
al mismo tiempo que me señala— te aproveches de una borracha como yo.
—Se señala.
Sonrío.
Va a ser que no, porque prefiero que si algo tiene que suceder entre
nosotros, y claro que sucederá, al menos lo haga en un estado mental
normal. Normal para Mima, quiero aclarar.
—Venga, anda.
Saco mis llaves, las muevo frente a sus ojos, los pone en blanco, me
parece adorable por ello, y abro la puerta. Tiro de su mano y la obligo a
entrar en casa.
Me sigue sin rechistar y me pregunto si esto que acaba de pasar entre
nosotros lo recordará mañana y si se arrepentirá de ello, porque yo desde
luego que no lo haré. No soy un buen tipo, no me aprovecho de borrachas,
no vayáis a pensar que soy de esa clase de hombres porque no, pero claro
está que Mima me gusta, me pone, y que esto, tarde o temprano, tenía que
suceder.
—¿Qué haces los viernes por la noche? —Me observa, baja la vista, mira
mi pantalón, y no sé si se percata de mi erección o no lo hace, sin embargo,
me lo está poniendo jodidamente complicado para eso de portarme bien.
—Veo Friends con mis hermanos. Comemos palomitas y hablamos de
mi novela.
¿Novela?
—Pues eso haremos.
—¿Hablar de mi novela? —No entiendo lo que dice y no voy a preguntar
por ello.
—Ver Friends , ya era hora de que me estrenase con ello, ¿no?
—Uhh, te voy a desvirgar al menos en algo. ¡Bien! —Mueve el brazo
como si se hubiese anotado un tanto.
La dejo en el sofá y me dirijo a la cocina a buscar algo de beber, un par
de botellas de agua porque servirle más alcohol a Mima está descartado.
Tampoco quiero beber yo, prefiero estar consciente o todo lo consciente que
se puede dadas las circunstancias, porque yo también he bebido, aunque se
ve que lo tolero mejor que ella.
Pienso en lanzarle la botella como hago con Mikel y me arrepiento de
inmediato porque encharcará todo el suelo, no creo que tenga sus reflejos al
cien por cien en este momento.
Me sitúo a su lado en el sofá, y ella reduce la distancia que nos separa.
—¿Sabes? Eres el muso perfecto. Toda mujer querría leer una novela con
un protagonista como tú. Con ese cuerpo, esa sonrisa, esos tatuajes…
—Mima, ¿estás bien?
—Lo bueno es que lo he hecho yo antes que nadie, como la que creó a
Christian Grey, que lo petó porque ese tipo de hombres oscuros también nos
ponen. Álvaro, cuéntame tu oscuro pasado. Es para una amiga.
Me río porque es adorable, a pesar de que no entienda nada de lo que me
está pidiendo.
—Anda, bebe.
Abro la botella, y ella se la lleva a los labios sin apartar la vista de mí.
Saca la lengua, de veras, saca la lengua, y recorre la boca de la botella con
ella, como si…, como si estuviese degustando otro tipo de cosas más sucias
y carnales.
Escucho un chasquido. Está enfurruñada, y así me resulta mucho más
adorable si cabe.
Me acerco a la pequeña mesa de centro y cojo el mando del televisor.
—¿Vas a poner Friends de veras? —me pregunta.
Cierra los ojos, me encantaría saber lo que está pensando, me encantaría
que me lo contase.
—Por supuesto, ¿creías que era una broma? —Alza los hombros y
sonríe. Mima es… Mima es deliciosamente extraña—. Llevo meses
escuchando vuestras carcajadas desde este mismo salón, ya va siendo hora
de que descubra el motivo de ello.
Omito con total intención que ya he tenido el placer de disfrutar de ese
entretenimiento en forma de serie.
Enciendo el televisor, y Mima se acerca para quitarme el mando.
—Trae acá —me pide.
Se hace con el control de todo; del mando, de la tele, del agua, de mí
mismo si la dejan porque la observo, atónito. Resulta extraño porque, de
alguna manera, es la primera vez que está en este apartamento y tengo la
sensación de que llevase aquí toda la vida, de que esta familiaridad con la
que nos tratamos fuese el producto de una amistad de las de siempre.
—¿Quieres comer algo? —le pregunto.
Me observa con fijeza y me siento hasta intimidado. Jamás me he sentido
de esa forma con una chica. Hasta ahora.
—Lo que quiero comer, dudo que me lo des.
Alzo una ceja. ¿Se refiere…? ¿O es mi sucia mente la que está
imaginando cosas?
—Mejor no.
—Lo sabía. —Sonrío al ver cómo pone los ojos en blanco.
—Atiende, porque, a partir de este momento, te vas a enamorar. —
Señala la tele donde comienza a reproducirse la serie en cuestión en el
televisor.
No aparto la vista de ella porque por un instante, por un efímero y fugaz
instante, creo que tiene toda la razón. A partir de hoy me voy a enamorar, y
no de Friends precisamente.
CAPÍTULO 15
«Esa es una gran historia. Cuéntala mientras me traes un té
helado».
Rachel Green

Mima

—¿A lguna vez has dado un beso con encía incluida? —pregunto como el
que no quiere la cosa.
Tengo turno en el supermercado, nada raro ni fuera de lo común. Es de
esos sitios en los que te avisan de un momento para otro de que ha faltado
alguien, tienes que cubrir su puesto, y no puedes negarte o sí puedes,
siempre y cuando asumas las consecuencias de ello.
Maca está colocando a mi lado latas de atún, bonito, sardinillas y
berberechos. El mar al completo si la dejan.
—¿Hablas de comerle la boca a la otra persona?
—Sí, la boca, la nariz, la frente y toda la cara —sentencio.
Me observa suspicaz. Deja caer una lata y aguarda a que me descojone y
le confiese que es una coña, que no ha sucedido en realidad. Aunque sí que
ha sucedido. Por supuesto, no me parto de la risa.
—¿Estás hablando de forma metafórica o tengo que preocuparme? —
Cierra los ojos. Ha llegado sola a la conclusión—. ¿A quién has intentado
comerte, Mima? El canibalismo está muy mal visto en la sociedad actual.
Tiene razón, solo que no fue intencionado para nada.
—Fue un accidente fruto del alcohol. Y, ya de paso, la culpa es tuya. Es
de muy mala amiga poner esas copas y vasos frente a una persona que tiene
una voluntad de mierda, Maca, por favor.
—¿Me estás culpando a mí de lo que hiciste?
Vaya que sí.
—Por supuesto, si no hubiese sido por ti y tu: «Esta es la última, Mima»,
«una copita no le hace daño a nadie», y todo eso que me soltaste en el
restaurante, la cosa no habría acabado de la forma en la que lo hizo.
—¿En canibalismo?
—En acojonar a Álvaro, que ahora tiene que estar cogiendo un avión y
largándose a cualquier lugar en el que no pueda encontrarlo. Tenía un plan,
¿sabes? Y ese plan era seducirlo con mi saber estar, mi cuerpo, mi ingenio y
las drogas, pensé en las drogas también si todo lo anterior no funcionaba.
Quizá Edmundo, además de repartir pizza , también entrega tripis y
mierdas de esas que te comen el coco y te dejan atontado.
Mi amiga se ríe. Se ríe tanto que se lleva el brazo a la barriga. Meto la
mano en la estantería y dejo caer al suelo las montañas perfectas de latas
que había ordenado con esmero.
—¿A que jode?
—Las vas a colocar tú.
Lo hago, porque en el fondo soy rencorosa, pero se me pasa rápido. ¿Se
puede ser de esa manera?
—Tengo varias lagunas mentales sobre lo sucedido anoche, solo sé que
no acabé desnuda y no me embestía con fuerza. Así que, teniendo en cuenta
esto, la cosa no salió como debió salir.
—Piensa que tienes material para tu novela. Ha sido un beso de lo más
desastroso.
—Le mordí la encía, Maca. ¿Quién le come la encía a alguien en un
beso? —Omitiré lo del moco porque eso ya es caer del todo bajo.
—Alguien que, desde luego, no sabe besar.
—Pero… —grito. Me incorporo, permito que el resto de latas caigan y
rueden, y alzo una mano para que mi amiga deje de burlarse de mí—. Al
final fue él el que me besó.
Si necesitas una pista de aterrizaje, Maca tiene espacio en su boca.
—¿Cómo?
—Joder, Maca, ahí dentro te cabe un cañón de fuego. —La señalo. Cierra
la boca, y sonrío presuntuosa—. Nos besamos por fuera de su piso.
Joder, y vaya puto beso que nos dimos. Solo que luego no quiso
continuar, y yo, borracha y todo, hubiese permitido que me taladrase con lo
que sea que tenga entre las piernas.
—¿Álvaro te besó? —Estupefacta se encuentra. No la culpo.
—Técnicamente, lo besé yo primero, ya sabes, me comí su cara y luego
lo acusé de no saber besar. Lo que hirió su ego masculino e hizo que se
apoderase de él ese macho fogoso que tiene encerrado dentro y me atacase.
Me temo que Álvaro es una especie de hombre lobo, cuando sale la luna,
devora jovencitas, y yo anoche era su presa.
—Anoche no había luna llena, Mima.
—Calla, es mi novela no la tuya y, si digo que había luna llena, la había y
punto. Claro está que tengo que omitir el desastroso incidente de mi
tropiezo, de su encía, su esmalte dental y la visita al dentista, y centrarnos
en lo que vende. ¡El beso!
»En mi novela, tiene que ser perfecto. —Lo visualizo y doy vueltas por
el pasillo—. Por fuera del portón nos tanteamos como adolescentes, tras
eso, subimos en el ascensor con miedo a romper el momento, coqueteando,
compartiendo miradas que encerraban promesas veladas hasta que llegamos
al rellano, y allí, con toda la delicadeza del mundo, recorrió la distancia que
nos separaba, se aproximó a mí, tocó mi mejilla, yo cerré los ojos, y sus
labios y los míos colisionaron como dos estrellas que explotan en el
firmamento.
Maca está flipando, lo percibo en su gesto. La hostia, soy una escritora
de veinte, ¿qué coño de veinte?, de cincuenta.
—¿Sucedió de esa manera?
—No —niego—. Sin embargo, en la novela sí, a la gente no le gusta leer
besos provocados por un tropiezo ni borrachas que meten la llave en la
puerta que no es y tampoco esas que se beben una botella de agua entera y
eructan justo cuando está sonando la música de Friends .
—Eso sí que tiene pinta de ser lo que sucedió —aduce.
Esto es lo malo de las amigas, que te conocen demasiado y saben cuándo
hablas en serio y cuándo no.
—Quédate con el mensaje, Maca. Y con las ventas de libros, hay que
saber algo de marketing y esas cosas, y la realidad, la vida de dos pobres
diablas como tú y como yo no venden. A nadie le gusta leer desgracias,
salvo que esas desemboquen luego en un final de infarto de esos que te
dejan temblando. Tampoco quieren leer sobre hombres con caspa y
micropenes, Maca. Queremos soñar porque, para penas, ya tenemos la
cruda realidad. ¿Tú crees que las protagonistas de novela son chicas que
trabajan en un supermercado por una mierda de sueldo? ¿Esas que tienen
que doblar turnos? ¿O que tienen que presentarse en el curro un sábado
porque ha faltado un compañero y, si no lo hacen, las amenazan con
despedirlas? Pero, ojo, que este tipo de cosas sucede en la vida real, a
nosotras, a mí… —Me señalo. Ya estoy metida en el discurso, al final, no sé
si escritora, no obstante, tengo que replantearme en serio lo de ser
sindicalista—. Lo que nos gusta leer es a chicas del montón que se
enamoran de príncipes azules que son inalcanzables para otras, maja.
Maca parece meditar mis palabras, al menos, tiene la decencia de
escucharme. Rodrigo, cuando intento contarle las tramas, pasa de mí como
de comer mierda.
—Yo compraría tu novela.
¿Cómo? ¿Estás de coña o qué?
—¿Cómo que «compraría»? Eres mi amiga, tienes que comprarla así
tengas que comer arroz y pasta toda la semana. —No te jode, lo que me
faltaba por escuchar—. Y visitar todas las librerías y sacarte una foto con
mi novela en cada una de ellas. Y, dicho sea de paso, explicarle a toda la
gente que pase por allí que la escritora es tu mejor amiga con una sonrisa
tan grande que se te vean los cordales. Esto es así. Es de primero de mejores
amigas.
—Si no te conociese, si te escuchase hablar de esta manera, no sé, la
compraría. —Podéis comprobar que le suda el papo mi discurso.
—El primer paso es escribir la novela y el segundo, gobernar el mundo.
Maca suspira. Sonríe. Recoge latas de atún y me las tiende.
—Creo que ahí ya te has pasado un poco, ¿no?
—Sí, puede que sí —concedo.
Permanecemos en silencio un rato mientras colocamos los alimentos que
la supervisora nos ha encomendado y, cuando acabamos, nos tomamos
nuestro descanso. Vamos a por churros con chocolate en la cafetería de al
lado.
—¿Llegasteis muy tarde anoche? —pregunto como el que no quiere la
cosa.
Esta mañana, antes de irme, no pude hablar con Rodrigo y tampoco con
Alejandra. Estaban sopa los dos, y no quise molestar. Ni siquiera recuerdo
cómo llegué a mi cama, así de perjudicada estaba.
—No sé bien la hora, solo sé que tu hermano me acompañó a casa y que
Alejandra se quedó un rato más con Gonzalo. Estas ojeras que ves aquí
cubiertas por kilos de maquillaje dan buena fe de ello.
—Somos unas putas pringadas. Todo el día currando —sentencio.
Mi amiga le resta importancia y se lleva una porra a la boca.
—Oh, sí que tienes que comerla bien —finalizo.
Maca escupe trozos de masa sobre la mesa. Me alejo, qué puto asco.
Entre la boca abierta de antes, y esto, no podré conciliar el sueño nunca
más. En mi novela romántica, este tipo de cochinadas no sucederán.
—Oye, Mima, anoche pasó algo que tienes que saber.
—¿Mataste a alguien?
—No.
—¿Secuestraste a alguien?
—No.
—¿Te fuiste sin pagar la cuenta?
—No.
—Bien, sea lo que sea, no me asustaré.
—Anoche besé a tu hermano.
CAPÍTULO 16
«Conozco dos formas infalibles de hacer callar a un hombre. Y una de ellas
es el sexo. ¿Cuál es la otra? No lo sé. Nunca he tenido que usar la otra».
Monica Geller
Mima
H e escuchado mal, la porra que me estaba metiendo en la boca me ha
nublado el sentido del oído, y mi amiga, mi mejor amiga, no ha
pronunciado lo que creo que ha pronunciado.
—¿Perdona?
Maca suspira de forma exagerada. Mucho me temo que sí que lo ha
pronunciado, porque esa forma de responder, ese sonido, cuenta más de lo
que creéis.
—Me sucedió un poco como a ti, Mima. Un par de copas de más…
¿Qué? Vas a comparar…
—No —la corto—, un par de copas de más dan pie a que le comas la
encía a tu muso. Eso, ¡eso! —grito—, es lo que hacen un par de copas de
más. Lo tuyo ha sido el pedo más sucio que te hayas cogido en tu vida.
Seguro que ahora mismo no eres mi amiga, eres un robot galáctico, un
Transformer de esos, que evolucionan tanto que pueden suplantarte en tu
trabajo. Me vendrá bien uno de ellos para la firma de mis novelas.
Tengo que hablar con Rodrigo porque tiene que estar flotando en una
nube de amor y de ilusiones, porque mi hermano es muy tímido, pero está
loco por Maca desde el Paleolítico. Nació enamorado de ella, ese es el
nivel.
—De verdad, no es que tu hermano no sea guapo, lo que sucede es que
no es mi tipo para nada —se justifica.
—Maca…
—No te ofendas.
—Tranquila, tampoco es mi tipo para nada —finalizo.
Mi amiga observa la calle unos segundos, como si se estuviese pensando
muy mucho lo que decirme.
—Tu hermano es demasiado bueno para mí, Mima. ¿Acaso crees que no
me he dado cuenta de que le gusto?
Bien, menos mal que lo ha hecho porque no me gustaría tener una amiga
imbécil. Maca es lista y avispada, lo lógico es que se dé cuenta de ese tipo
de cosas. Y que a Rodrigo se le nota, babea allá por donde Maca pisa.
—No seré yo la que te contradiga, mi hermano es muy buena gente,
Maca, y sí, está loco por ti. Ahora bien, si no te gusta, si no es
correspondido, es mejor que no eches leña a ese fuego. —Doy un bote en el
sitio porque… ¡Porque esa frase me acaba de encantar! Cojo una servilleta
y corro hacia la barra, le pido a la chica un bolígrafo y regreso a la mesa.
»Repite lo que te acabo de soltar —le pido a mi amiga. Me observa
atónita. No entiendo por qué cuando ya debe de estar más que
acostumbrada.
—Que no me vas a contradecir.
—Avanza.
—Si no es correspondido, es mejor que no eches leña a ese fuego.
¡Eso! Le propino un golpecito en la frente con el bolígrafo y apunto lo
que me acaba de repetir. Esto, esto que veis es oro puro. De verdad, voy a
vender libros como churros. Como los churros que nos estamos zampando
aquí mi amiga y yo, esos mismos.
—Listo. —Guardo en el bolsillo mi frase y me centro de nuevo en la
conversación.
—¿Crees que tengo que hablar con él y dejarle claras las cosas? No
quiero que la relación cambie. Rodrigo me cae bien y me parece buen
chico, no obstante, yo no soy la mujer que él necesita, ni siquiera sé si estoy
hecha para alguien.
Exhalo. Si es que estoy rodeada de traumas, yo, que me empeño en
escribir novelas románticas sin drama ninguno, y mis personajes
secundarios se empeñan en fastidiarme todo.
—Sí que deberías hablar con mi hermano, porque, Maca, aquí, entre tú y
yo —pronuncio mientras me acerco para darle énfasis al asunto—, mi
hermano está enamorado de ti, y no quiero que sufra. Tampoco quiero
matarte por hacerle daño porque Rodrigo es una mosca cojonera, eso sí,
hemos estado juntos siempre. Nos peleamos, nos chinchamos, sin embargo,
es mi hermano, y tú, tú eres la última en llegar, así que ya sabes lo que eso
significa. —Choco mi puño contra la palma de mi mano para que lo
entienda.
—Estoy terriblemente asustada. —El sarcasmo se hace patente.
—Te comprendo.
—Hablaré con él.
—Me parece lo justo.
Damos por zanjada la conversación y volvemos al trabajo. El día pasa
lento, lento como un sediento recorriendo el desierto. Maca acaba su turno
antes que yo porque ella es más lista y se está tirando a Kike, alguna ventaja
tendrá eso. A mí me quedan dos horas de sonreír, pesar pepinos, cobrar
condones y contar monedas para que la caja cuadre. Muy divertido todo.
Cuando llego a casa, es como si me hubiese pasado por encima un
tranvía. Solo quiero darme un largo baño, ponerme un pijama roñoso y
zamparme un bocata de tortilla francesa con queso. Soy una chica sencilla
con gustos más sencillos aún.
Todos mis planes se ven truncados cuando me encuentro a Mikel sentado
con Alejandra en el sofá viendo una serie y ¡sin mí!
—Oh, bella flor…
¿Es una coña?
—Mima, qué bien que hayas llegado. Me he cruzado con Mikel en el
rellano y lo he invitado a subir.
—Mi hermano tiene que estar con alguna de sus conquistas porque no
coge el teléfono.
No debería dolerme, no debería hacerlo, pero sus palabras se clavan en
mi pecho como dagas afiladas.
Observo a Alejandra, desvía la mirada, ella no me quería contar el
motivo de su visita.
—¿Te apuntas a ver algo con nosotros o qué? —me pregunta mi
hermana.
—Eso, aquí hay un hueco. —Mikel da un par de suaves palmaditas a su
lado, y yo pongo los ojos en blanco.
—Estoy cansada. Me voy a dar un baño y luego me sumo. Ved algo sin
mí —les propongo.
Ambos asienten, y me meto en la bañera tal y como tenía planeado.
Intento no pensar en que la he cagado mucho porque, tras la desastrosa
escena de anoche, ya puedo pasearme desnuda por el rellano o colgarme
bolas de Navidad de los pezones, que Álvaro no va a fijarse en mí ni a
palos.
Eso es por culpa de la mierda de beso, fijo.
Todavía metida en el baño, escucho la puerta y entra Alejandra.
Alzo la vista y la miro con detenimiento. No hemos hablado de Gonzalo,
de sus impresiones y de qué le pareció la cita. Dejo a un lado mi novela,
mis dotes de escritora y me centro en ser una hermana decente.
También aparto a un lado a Álvaro y las ganas que tengo de verlo.
—¿Mikel se ha ido?
Mi hermana se sienta en el váter.
—Lo ha llamado Álvaro y se ha marchado a su piso.
—Bien. Hora de ponernos al día. —Sonrío—. Cuéntame todo sobre
anoche.
—Tal vez debas ser tú la que me cuente lo que pasó anoche —me pica.
—¿Maca se ha ido de la lengua?
—Digamos que Maca me ha hablado de una encía.
—No se puede tener secretos en esta familia —ironizo. Obviamente, no
se puede, no.
Procedo a narrarle todo lo ocurrido, incluido el beso final y lo bien que
me sentí viendo Friends con él.
—Así que la cosa evoluciona. Vas a tener material de sobra para tu
novela.
—Álvaro besa de cojones. Si con un beso me hizo sentir de esa manera,
imagínate con todo lo que no hemos hecho. Ahora te toca a ti.
Cierra los ojos, solo que no de esa manera en la que lo hago yo, no, no,
lo hace como si estuviese reviviendo momentos buenos.
—Gonzalo es de lo más divertido. Es contable, ¿lo sabías?
—Alejandra, hasta anoche al único Gonzalo que conocía es…, a
ninguno. No conocía nadie que se llamase de esa forma.
—Pues es contable y es bastante inteligente. También me pareció guapo.
Guapo lo que se dice guapo. Para gustos, colores, obvio.
—¿Te hizo sentir cómoda?
—¿La verdad?
—Por supuesto, ¿cuándo nos hemos mentido nosotras?
—La verdad es que no quiero volver a verlo.
Otro fallo de oído, el mismo fallo que con la confesión de Maca.
—Mucho me temo que no te he entendido bien, Ale.
—Me has entendido bien. No quiero volver a verlo.
—A ver, acabas de soltar varios halagos del chico en cuestión y ¿me
largas esto?
Alejandra se incorpora como si hubiese tomado una decisión, porque ella
es muy buena chica, se entrega al máximo en todo lo que hace y siempre
siempre ha sido mi gran apoyo, eso sí, cuando se cierra en banda, es de esas
a las que les cuesta recular.
—No estoy dispuesta a que vuelvan a jugar conmigo, Mima. Ya sabes lo
que pasó con Félix.
—Félix era un imbécil de campeonato, un perro sarnoso, un tío sin
escrúpulos, un gilipollas… Puedes frenarme cuando quieras.
Mi hermana me sonríe.
—Me gustaban tus adjetivos.
—¿Entonces? —Me levanto porque el agua ya se está quedando fría o lo
mismo soy yo, que la actitud de mi hermana me está dando miedo.
—Si no te pillas por nadie, no hay opción a que te hagan daño.
Lo sabía, sabía que ese era su pensamiento.
—No es lógico, Alejandra. Tú crees en el amor.
—Creía. Creía en el amor hasta que todas mis parejas se han empeñado
en demostrarme que soy una chica de esas que, como amigas, vale, como
pareja, no.
—No estoy de acuerdo contigo.
—Jana tiene razón. Félix también y Alberto. Soy una chica gorda, y las
gordas no merecemos ser felices.
Alejandra sale del baño y escucho la puerta de su habitación cerrarse.
No, mi hermana se merece el amor. Se merece el amor más que nadie. Lo
único que tiene enorme es el corazón, y ya me encargaré yo de
demostrárselo.
CAPÍTULO 17
«Así es, ¡me he adelantado! Es mi amiga y necesitaba ayuda. ¡Si tuviera
que hacerlo, me mearía encima de cualquiera de vosotros!».
Joey Tribbiani
Álvaro

M e ha costado horrores salir del trabajo hoy. Se supone que es sábado y


que los fines de semana descanso, sin embargo, no pude negarme cuando
me llamó Sam para explicarme que la chica en cuestión estaría en la ciudad
apenas dos horas y que era yo o no haría el reportaje con nadie. Cuando mi
jefe se pone en plan llorica, consigue de mí lo que quiere.
Soy un tío fácil.
—¿Hay alguna cosa que tenga que saber?
Mi hermano aparta la vista del televisor y del vaso de leche que tiene
entre sus manos. Sigue siendo un adolescente para lo que quiere, está más
que claro.
—Tu vecina me gusta —sentencia.
Pongo los ojos en blanco. Me refería a la mujer casada y al
narcotraficante.
—Deja a Mima en paz.
Coloca el vaso en la mesa y se levanta, acercándose a las fotografías que
decoran mi pared, esas que Mima se dedicó a contemplar la otra noche. Ya
ahí me moría por besarla.
—¿Por qué? ¿Acaso te gusta a ti?
¿Gustarme? ¿Mima?
—Solo me cae bien. —¿A quién quieres engañar? Llevas todo el puto día
pensando en ella, en el desastroso beso de anoche que luego dio pie a un
beso increíble y en cómo se amoldaba a tu cuerpo mientras la llevaste a su
cama como un chico serio y responsable. Sensato. Gonzalo se sentiría
tremendamente orgulloso de mí si lo supiese.
—A ti te cae bien y a mí me gusta. Solucionado. Podéis ser unos cuñados
cojonudos.
Casi le gruño en la cara. Solo que, en ese momento, suena la puerta.
Como sea Jana que viene a disculparse por lo de la otra noche, vamos a
tener un problema.
No quise hablar esta mañana cuando me la crucé en el rellano y se acercó
para explicarme que todo había sido un terrible malentendido y que si
pensaba creer a las vecinas taradas. ¡Qué cojones se gasta la peña!
La dejé con la palabra en la boca porque era eso o echarla del edificio.
Me acerco a la puerta con cautela y ahí está, la chica que lleva todo el día
en mi mente y la que mi hermano se quiere tirar.
—Vaya, vaya. —Mikel me empuja y se coloca frente a ella—. Veo que
has venido porque me echabas de menos.
Por un momento, Mima abre los ojos, sorprendida. Tras eso, sonríe con
suficiencia y le acaricia la cabeza a mi hermano como si fuese un niño
pequeño.
—Anda, Mikel, vete al parque con el patinete y deja a los adultos que
hablen de sus cosas.
—Eso, Mikel —añado solo por fastidiarle. Mi hermano farfulla algo, se
gira, se toma el vaso de leche de golpe y se pira sin siquiera despedirse—.
Creo que le has roto el corazón.
—Mañana le compraré un paquete de regalices —bromea.
Mima entra en casa, y me siento cómodo con ella. Anoche pasamos un
rato increíble, vimos un capítulo de Friends , se durmió sobre mi hombro,
y debo admitir que estuve un par de segundos más de los necesarios
observándola en su cama mientras se abrazaba a la almohada como si ese
fuese su refugio.
Durante un instante, me imaginé siendo yo el que la abrazase a ella.
¡Qué imbecilidad, por favor! Es Mima.
—¿Quieres tomar algo? ¿Comer algo?
Me observa de arriba abajo, no me pongo nervioso, aguardo expectante.
Barajo la posibilidad de que vaya a soltarme una de las suyas, al final,
cierra los ojos, inspira y, cuando los abre, regresa la Mima que no quiere
saltarme al pecho.
—¿Has hablado con Gonzalo? —me pregunta.
Ahora es ella la que camina hacia las fotos, ahí hay una de mi amigo. Lo
observa con atención.
—No, la verdad es que no. ¿Por qué?
Chasquea la lengua.
—El otro día, cuando vi las fotos, estuve imaginándome qué clase de
chico podía ser, porque, todo eso que me contaste sobre que creía en el
amor, los desengaños y las citas que se convierten en un fracaso, me
recordaron a…
—A Alejandra —la interrumpo.
Mima se gira, está sorprendida por mi respuesta. Me gusta sorprenderla.
—Exacto. —Se toma unos segundos—. Alejandra no ha tenido suerte en
el amor y, no sé, se me ocurrió que Gonzalo podría encajar con ella por lo
que explicabas. Porque es justo lo que Alejandra busca.
—Yo también lo pensé.
Asiente dándome la razón.
—Hoy me ha contado que es inteligente, que le gustó pasar tiempo con
él, pero que no quiere volver a verlo.
¿Es en serio? ¿No se supone que debería ser al revés? «¡Oh, me gusta!
Vamos a ver a dónde nos lleva esto».
—¿Por qué? No tiene mucho sentido.
—Porque tiene miedo.
Mima suspira y se acerca a mí. Hay demasiada distancia entre los dos,
separación que recorto hasta que casi percibo su respiración cerca de mi
pecho. Observa el mío, mis manos y se fija en los tatuajes que llevo en los
dedos.
—Tener miedo es una mierda —lo digo de veras, el miedo, en muchas
ocasiones, es nuestro peor enemigo. Nosotros mismos lo podemos llegar a
ser si no luchamos contra él.
—Lo sé. No obstante, Alejandra tiene motivos para tenerlos. No voy a
entrar en detalles porque no me corresponde a mí hacerlo, solo que eso que
hizo Jana el otro día…, digamos que no es la única que se ha comportado
de esa manera con mi hermana.
—¿Por qué?
—Porque no tiene el peso que la sociedad considera adecuado.
—La sociedad está enferma.
—La sociedad da asco —sentencia ella.
Cojo su mano, la sujeto entre las mías. Tan pequeña y a la vez tan firme.
Veo a Mima con tanta fuerza, con garra, con arrojo, y eso…, eso me gusta y
mucho.
Da un paso atrás sin romper el contacto. No permito que lo haga.
—Entiendo que quieres que aleje a Gonzalo de tu hermana.
Mima sonríe con suficiencia. Mima podría gobernar el mundo si se lo
propusiese.
—Probablemente, si esto fuese una novela romántica, te pediría que
hicieses eso, justo eso, pero, como soy de esas a las que les gustan los giros
inesperados, vengo a proponerte un trato.
—¿Un trato?
La cosa mejora por momentos.
—En efecto. Quiero que me garantices que Gonzalo es un buen tipo.
—Gonzalo es un buen tipo.
—Quiero que lo hagas de verdad, no porque tengas que repetir esa frase.
—No soy de los que hacen cumplidos porque sí.
La comisura de sus labios se eleva.
—Lo tendré en cuenta. —Escribe en el aire, como si estuviese anotando
ideas en un bloc de notas imaginario—. Si Gonzalo es un buen tipo, y mi
hermana es una gran mujer, podemos hacer que la cosa entre ellos funcione.
Al menos, que lo intenten, que se den la oportunidad y que no se cierren a
nada. Porque conozco a mi hermana, y tú conoces a Gonzalo. Podemos
hacer de celestinas.
Medito sus palabras. No sé lo que piensa Gonzalo sobre Alejandra
porque hoy no hemos hablado, pero, sinceramente, creo que es una buena
idea y que podrían encajar.
—Podemos hacer que funcione —sentencio.
—Oh, claro que podemos. —Me tiende el puño y aguarda a que lo
choque. Lo hago y cedo al impulso de acercarme más a ella y recortar la
distancia que nos separa—. Cuidado, Álvaro, puedo tropezar y esta vez
hacerte otro tipo de limpieza.
Me carcajeo, no me parece tan mal plan, la verdad.
—Con respecto a eso…
Alza la mano y me frena, no me permite seguir hablando.
—Estaba medio borracha, sobria soy mucho mejor besando.
—Ah, ¿sí? —la provoco.
Es tarde para suponer que a Mima le hace falta poco para darlo todo y
dominar el mundo, que ya os lo he dicho yo.
—Cállate —sentencia.
Cuando me doy cuenta de la situación, los labios de Mima están sobre
los míos, y yo…, yo solo sé que me está besando.
No lamiendo el esmalte.
Besando.
CAPÍTULO 18
«¿Sabes qué? Voy a arriesgarme y decir que no hay divorcios en el
99».
Ross Geller

Mima

V ale, lo de anoche fue una mierda pinchada en un palo en comparación


con lo que estoy sintiendo en este momento. Puede que tenga mucho que
ver con que tengo la boca abierta, no estoy mordiendo nada y tampoco he
mostrado mis encías. Ni siquiera él me está enseñando las suyas. Quizá
también influya el hecho de que percibo sus manos posadas en mi cintura y
que, si me resbalase y cayese al suelo como un charco de babas —ojalá no
sean de mi boca porque esta ya ha dado mucho de qué hablar—, él me
sujetaría porque otra cosa no, pero Álvaro está tan entregado al deseo como
lo estoy yo. Que sigo sin saber leer sus ojos, sin embargo, no hay que ser
muy inteligente ni avispada para darme cuenta de que está metiendo su
lengua en mi boca, y no lo estoy apuntando con ninguna pistola.
—Espera —interrumpo el beso. Lo dejo desconcertado, eso sí que lo
pillo al instante—. ¿Dónde estabas? Porque no soy de las que se comen las
babas de otra, ¿ehh? —le advierto. Y lo digo en serio, como me confiese
que viene de follisquear por ahí con cualquiera, lo rajo, porque me va a
joder el que sí va a ser nuestro primer beso.
—Trabajando. Tuve una sesión de fotos hoy y no pude negarme.
Lo observo. A ver si va a ser de esos a los que le pica la nariz cuando
mienten o parpadea cinco veces. No percibo gesto alguno. Me vale.
—Bien, me has convencido.
Me lanzo a por su boca una vez más y, joder, vaya labios que se gasta el
jamelgo. En mi novela romántica va a ser así porque está siendo perfecto.
Salvo ese pequeño numerito de celos y de «¿Dónde estabas, mamón?»,
porque el chico en cuestión ya solo piensa en la protagonista y en los
morritos de ella, por lo que Álvaro, desde hace unos días, no logra sacarme
de su cabeza. Sí, así es como tienen que ser las cosas.
Tengo que contaros que carnosos, suaves y firmes. Y tú dirás: ¿Se
pueden tener firmes unos labios? Pues sí, porque los de Álvaro lo son. Es
dominante en el beso, y eso te lo puedo demostrar, ¿sabes por qué? Porque
tiene la lengua ya en mi boca, y yo sigo cortocircuitada.
Y, si esto fuese una novela romántica, te contaría que sabe, no sé, a algo
delicioso, haría una comparativa chic: a menta, a limón, a ambientador del
váter, a algo, pero lo que sé es que no puedo contaros que sabe a x o a y,
porque es que Álvaro sabe a Álvaro sin más y que, tras esto, tú también
querrás besarlo, y no te culpo por ello, porque, ¿a quién le amarga un dulce?
No, no hay halitosis ni nada por el estilo. Anoche no la había tampoco, lo
que sucede es que borracha no carburas, por eso tenía que repetirlo, por eso
y por el bien de las ventas de mi novela y, por ende, del futuro de mi cuenta
bancaria.
Una de sus manos sigue en mi cintura y la otra la mete en mi pelo,
maldita sea, cómo de bien besa el cabrón. Está haciendo un trabajo
excelente. Si tengo que puntuar le pondría otro cincuenta.
Continúa llevando la batuta del beso, y sonrío al imaginar lo que debe de
pensar: «¿No me decías que besabas mejor, Mima? Pues demuéstralo». Lo
que hace que mi cuerpo tome las riendas, me apriete contra él, le tire del
pelo, y suelta un gemido. Se me encharcan las bragas, y se separa de mí.
Para no saber leer miradas, os prometo que solo veo fuego infernal en sus
ojos. La hostia. Me lanzo a por él porque esto está siendo mejor de lo que
imaginaba. Y Álvaro responde a mi beso con entrega.
Por favor, Diosito, que este beso no se acabe nunca. Te entregaré mi
ovario derecho, total, ya tengo el izquierdo, y me basta y me sobra con ese.
Solo que no, no escucha mis plegarias porque se separa de mí, sigo
sintiendo la calidez de su cuerpo y permanezco con los ojos cerrados.
Muevo la cabeza como si el beso continuase porque en mi cabeza es así,
sigue besándome, es más, lo hará toda la vida porque se enamorará
perdidamente de mí.
Cuando los abro. Sigo con la mano en su pecho. Su mano en mi cintura y
una enorme sonrisa aparece en su rostro.
Que no la cague con un comentario estúpido y ridículo del tipo: «Este ha
sido un error, no puede volver a suceder», porque, ¿a que no sabéis? Sí, sí
va a volver a suceder, es un ardid para que nos pongamos nerviosas cuando
leemos y que queramos seguir pasando páginas hasta que se percatan de
que era inevitable. Joder, es inevitable desde ya. Es más, tan inevitable que
voy a volver a besarlo.
—Y así es como se besa, Mima.
Me cruzo de brazos.
—Nena, se dice nena —profiero.
Y dale, que tenía que joderme la escena. Con lo bien que íbamos.
—A mí me gusta más Mima.
—Ya, bueno. —No pienso contarle la verdad sobre mi novela ni nada de
eso porque le fastidiaré la sorpresa—. Pues a mí no, anoche decías que tenía
nombre de ancianita.
—¿Te parece que una ancianita me ponga de esta forma?
Sí, lo ha dicho él y no yo. Que ya sé lo que supones, que soy un poco
cerda porque solo me vienen a la mente cosas guarras. A ver quién es la
guapa que no tiene este tipo de pensamientos con semejante muso. Venga,
venga, que las mentiras se las crea otra. Por favor y gracias.
Me lleva la mano a… el mando del televisor y os prometo una cosa, solo
una.
«Álvaro, la tienes como un cañón de espuma».
¿Los habéis visto en las fiestas de pueblo? ¿En los hoteles? Pues esto es
de esa forma. Ya entiendo todo. Tanta visita de séquitos de féminas tenía un
motivo más que razonable.
Se carcajea. Permanezco seria. Imagino que es porque me ha dejado sin
habla. Doy un paso atrás y tomo una decisión propia de una novela
romántica: este es el momento de marcharme y dejarlo con la miel en los
labios, ya que, esto también es de primero de escritora, no puedes entregarte
a la mínima de cambio porque ya habrá probado el pastel, se habrá llenado
y no tendrá el mismo efecto que cuando te comes una porción, te sabe a
gloria y quieres volver al día siguiente o encargar cuatrocientas tartas, así
que…
—Esa chaqueta te sienta de muerte. —Y así, de esa forma, es como se
consigue que tu muso, el protagonista de tu historia, es decir, mi casero,
tenga que tocarse en la intimidad de su casa porque le he dejado todo ahí
palote y me he ido.
Eso sí, yo también tendré que hacerlo porque, por hacerme la tía dura,
estoy mal, muy mal. Y la frustración va creciendo y creciendo, y esto ya es
un jodido no parar.
No puedo seguir así mucho más. Dos días le doy, al tercero, me lanzaré
sobre él como una vampira chupa nabos.
Lo dejo allí plantado y me escabullo. Por un momento rezo al dios del
sexo desenfrenado para que me coja y me empotre contra cualquier pared,
sin embargo, no lo hace. Gimoteo conforme entro a mi apartamento
porque…, porque él lo sufre y yo también. Esto no nos lo cuentan, estas
cosas no las explican. De ahí pasan al día siguiente y no a verle la cara a tu
hermano, que es el que te espera tras la puerta.
—¡Joder, qué susto!
—Iba a ir a…
—¿A salvar a Álvaro de mis garras?
—Algo así —finaliza.
—Deberías dejarnos en paz.
—No me gusta que te aproveches de él.
Abro la boca. ¿Cómo que aprovecharme de él? Las cosas no son así.
—No estoy haciendo nada malo.
Es que Rodrigo le corta el rollo a cualquiera. No me extraña que Maca
pase de él, si es que no se suelta la melena.
He sido un poco cruel, ¿no? Menos mal que esta escena me la voy a
saltar.
—No te das cuenta de cómo son las cosas, Mima, porque eres ingenua.
¿Ingenua, yo? ¿Este es mi hermano?
—No me jodas, Rodrigo.
—A las chicas les gustan que las cortejen y no que te comportes como lo
haces, que pareces…, no sé, desesperada.
Uy, lo que ha soltado el mamonazo.
—Primero, Rodrigo, eso ha estado fuera de lugar. Segundo, es que estoy
desesperada porque hace mucho que nadie visita esta vagina. —La señalo
—. Y, tercero, dos no bailan si uno no quiere, y te confirmo que Álvaro me
ha demostrado que quiere bailar.
—Entonces tendré que partirle las dos piernas por ceder a sus impulsos.
—O mejor —le propongo—, un duelo al amanecer para salvar mi virtud.
Una virtud que, por cierto, no tengo desde hace mucho.
—No me gusta que digas esas cosas.
—Y a mí no me gusta que seas tan arcaico. De esa manera, lo único que
consigues es que Maca pase de ti. Tú no eres así, Rodrigo, a ti te gustan las
bromas, eres irónico, divertido, perspicaz e inteligente, no me vengas con
tus mierdas de hermano mayor porque no le gustan a nadie.
Mi hermano suspira, se lleva las manos a la cara y las arrastra por toda
ella. Parece que estuviese haciéndose una limpieza facial. A mí que no me
toque ahora que las tiene que tener sucias.
—Solo quería comportarme como un hermano mayor y eso. Ya sé que no
eres como Alejandra y que puedes defenderte tú sola.
—Y Alejandra también puede.
—Ya…
—De veras, Rodrigo, preocúpate por ti mismo y deja que yo me ocupe
de mis asuntos. —Le doy un par de palmadas a mi hermano antes de irme a
mi habitación—. Por cierto, ¿ibas a tocar en la puerta de verdad?
Me mira, sonríe y pasa por mi lado.
—Voy a ver a Maca.
—Estaré despierta si quieres que hablemos luego. Yo sí que no iré a
interrumpir vuestra conversación, porque soy la hermana molona.
Me hace una peineta. Le tiro la zapatilla, que impacta contra la puerta.
Me meto en la cama y solo sé que sueño con Álvaro y sus tatuajes.
CAPÍTULO 19
«No se me dan bien los consejos. ¿Puedo interesarte en un
comentario sarcástico?».
Chandler Bing

Mima

E s domingo y, por suerte, hoy no tenemos que ir al trabajo. Me dedico a


deambular por la casa, tomar café y, sobre las diez de la mañana, decido
bajar a darle el coñazo a mi amiga.
No contaba con tener que cruzarme con Jana, que, casualmente, está
hablando con Álvaro.
Ni me molesto en saludar, paso de largo y toco a la puerta de mi amiga.
Aunque, claro está, antes le echo un repaso a mi muso. Sí, sigue teniendo
todo donde estaba ayer cuando nos besamos.
Escucho pasos dentro, y me abre con el pijama, el pelo a lo loco y
descalza.
—Veo que eres de esas que tienen un despertar de lo más chulo. Estás
horrible. —Y estoy siendo benévola.
Me cede el paso. Entro como si fuese mi casa. En realidad, el piso de
Maca ha sido como mi casa siempre, igual que el nuestro lo es para ella.
—¿Has desayunado?
—Sí, pero no soy de las que se niegan a desayunar dos veces. —Este
cuerpo no se mantiene de aire, ya os lo digo yo. Me dejo caer en el sofá y
enciendo el televisor. Es una manía, ¿vale? No me gusta demasiado el
silencio. Probablemente sea de esas escritoras que ponga música marchosa,
que escriba una escena y le guste tanto que tenga que levantarse a bailar, y
luego a currar de nuevo. Sonrío, me gusta visualizarme. Lo bueno atrae lo
bueno—. ¿Qué tal anoche? —pregunto desde el salón.
No escucho respuesta. Hago zapping hasta que encuentro uno de esos
programas sobre vestidos de novia. Lo siento, sí, soy de esas a las que les
gustan ese tipo de emisiones televisivas porque hay cada cosa más bonita…
Negaré haberlo contado, es más, esto no saldrá por ningún lado, quedará
entre yo y yo.
Cuando dejo el mando sobre la tele, y subo los pies al sofá, se me traba
una prenda entre los dedillos.
La cerda de mi amiga no recoge la ropa. Yo tampoco lo hago porque soy
desordenada por naturaleza.
Me dispongo a dejarla sobre la mesilla hasta que me percato de que la
prenda es… masculina.
La muevo entre mis dedos. Unos calzoncillos grises. Unos calzoncillos
grises que me suenan. Los lanzo al suelo como si estuviesen cagados. No
quiero saber si lo están, qué puto asco.
Me levanto y me alejo como si fuesen a explotar de un momento a otro.
Abro los ojos. Miro hacia la cocina. Enfoco de nuevo la prenda.
Me llevo la mano a la boca. ¡No, por Dios! A la boca no, que has tocado
unos gayumbos. Unos que han sido usados y que han contenido un pene.
¡Un pene y unos huevos!
Bato las manos como si las tuviese llenas de pelo de huevo, sí, de veras
que lo hago, y así es como me pilla mi amiga.
Corro hacia el baño, y Maca…, no sé lo que hace Maca porque solo
quiero borrar esa imagen de mi cabeza y los pelos de las manos. Soy el
nuevo bigfoot , podéis llamarme Futi.
Las lavo con esmero, no una ni dos veces, unas cinco y con agua
hirviendo, por si hay gérmenes. Salgo con ellas por delante como si fuese
Frankenstein, y allí sigue mi amiga.
—Tengo muy asumido que bien de la cabeza no estás, Mima, sin
embargo, esto ya empieza a preocuparme. —Y yo con las manos extendidas
aún.
—Maca —balbuceo—. Maca —prosigo. Dejarme a mí sin palabras es la
hostia de complicado, ¿vale?
—¿Sí? ¿Sí? —responde dos veces.
Señalo la mesa, y mi amiga se gira llevando su mirada en esa dirección.
Y creo que es cuando se da cuenta de lo sucedido porque abre los ojos y
la boca, y vuelvo a pensar que tiene que chuparla cojonudamente bien. Tras
esto, tras lo de hoy, no será ella la que me lo confirme, sino mi hermano.
—Dime que esos calzoncillos no son de Rodrigo.
Maca guarda silencio. Esto también es una respuesta, como los suspiros,
pues igual. Se ha trincado a mi hermano. A Rodrigo.
Grito como una perra loca. ¿Habéis visto el sticker ese del gato blanco
gritando «Aaaaaaa»? —así, sin hache ni nada—. Pues esa soy yo en este
instante.
—Anoche bajó tu hermano. Le pedí que viniese para hacer las cosas
bien, porque ya sabes que Rodrigo y yo…
¿Las cosas bien? ¿Las cosas bien?
—No, no lo sé —admito.
Y tanto que no, porque yo las últimas noticias que tuve eran que no
estaba interesada en mi hermano, tampoco en su miembro.
—Me he acostado con Rodrigo.
Ah, vale, me deja más tranquila.
—Espera, espera, espera, espera… —Sí, cuatro veces porque estoy
patidifusa—. A ti mi hermano no te gustaba.
—Y no me gusta.
Pues va bien la cosa, yo no me tiro a nadie que no me gusta.
—Pero te lo has… —Hago círculos con los dedos, es que no puedo ni
pronunciarlo.
—Sí.
—Pero no te gusta —insisto.
—No.
Los cojones no.
—Entonces, explícame cómo pasa la situación de que baje a hablar y
acabes con su cimbrel dentro de tu cuerpo. Porque seguro que es cosa mía,
que estoy espesa. —No, Mima, no pienses en cosas espesas, no es buena
idea en este momento.
—No sé responder a eso.
—Vale.
—Solo sé que tu hermano es tímido, ahora bien, en la cama es la puta
hostia.
Abro la boca y me quedo sin aire. ¿Qué es lo que acaba de soltar? ¡Que
es mi hermano, joder! Que me está provocando un trauma y voy a sufrir un
bloqueo, y no puedo bloquearme justo cuando voy a empezar a escribir mi
exitosa novela.
Me quito el zapato y se lo tiendo.
—Dame fuerte con él, por este lado, que es mi lado malo, necesito que
me borres la memoria. De veras, necesito olvidarme de eso que me acabas
de contar. No era necesario.
—Mima, joder, que somos amigas.
—Y futuras cuñadas, por lo que veo.
—No, no, no, no. —Cuatro, ella también cuatro.
—Es mi hermano.
—Y nos hemos acostado. Solo eso.
Ya, claro, como si eso fuese «solo eso».
—Mi hermano está loco por ti, Maca. Le has dado material más que
suficiente para que esté planeando una boda. Seguro que te lleva a un
programa de esos. —Señalo el televisor, y mi amiga pone los ojos en blanco
—. Que lo conozco, que lleva mucho tiempo en mi vida.
—La he cagado. —Joder, y tanto que la has cagado—. No volverá a
pasar.
Asiento.
—Tienes que hablar con él y explicarle que no te gusta, que no hay boda
y que cancele la cita para el traje de novia.
No me cree, es que no conoce a Rodrigo.
—Prometo que lo haré —me indica.
—Y, ahora, yo me voy a ir para que tú puedas hacer las cosas bien con
mi hermano.
—Vale —concede—. Pensaba que te ibas a quedar a desayunar.
Ni de coña.
—Me has quitado el apetito. Y eso… —Señalo los calzoncillos, me miro
la mano de nuevo—. Devuélvele eso.
Maca sonríe, los bate frente a mí, y huyo despavorida, como si me
persiguiese un tomate asesino o una enfermedad infecciosa.
Cuando salgo, allí ya no hay rastro de Jana ni de mi muso. Subo por las
escaleras y lo que menos me apetece es meterme en casa con el vicioso de
mi hermano. Joder, que folla más Rodrigo que yo, decidme que eso no es lo
más triste que habéis leído nunca. Un secundario que ni siquiera tiene
demasiada relevancia, salvo la de ser tu hermano, compartir genes y todo
eso, da más mandanga que tú.
Esto voy a tener que resolverlo de forma urgente.
Toco a la puerta de Álvaro y adivinad qué.
Sí, me abre sin camisa. Las ideas vuelan lejos, como mi cordura y mi
habla.
—Joder, Álvaro, sí que estás todo buenorro —lo largo así, porque
cuando las palabras vuelven es imposible refrenarlas y porque lo que es es,
y este chico es… Está… Me pone… El sentido, eso es lo que me quita.
—Buenos días, Mima, ¿qué te trae por aquí tan temprano?
—Un asunto muy serio.
Me permite entrar y se acerca al sofá para ponerse la camiseta.
—No, no, no te molestes, que así me concentro mejor. —Y tomo notas,
muchas notas mentales.
Sonríe con suficiencia. Tiene que sentirse el chico más guapo del mundo
bajo mi mirada y no tiene nada que ver con serlo. Porque lo es.
—Tú dirás.
—Mírame las manos. —Está flipando. Lo sé—. Acércate y mírame las
manos.
Se las tiendo, como Frankenstein de nuevo. Las sujeta, este es el
momento en el que nota el chispazo y le recorre la espina dorsal, sí, es
ahora. Me mira. Lo miro. Me lamo los labios. Eso siempre es sexi.
—Están perfectas. ¿Te has hecho daño?
Daño mental, sí, eso es justo lo que me he hecho.
—Creo que se me van a llenar las manos de pelos.
—¿Cómo?
—¿Recuerdas cuando de adolescente te decían que si te tocabas una paja
las manos se te llenarían de pelos? —Sigue flipando, pero asiente—. Pues
he encontrado unos calzoncillos de mi hermano en el sofá de Maca. Se me
llenarán las manos de pelos porque esos ahí abajo, pajas no, ahora,
mandanga de la buena sí.
CAPÍTULO 20
«Algo va mal en la falange izquierda».
Phoebe Buffay
Álvaro

T ardo décimas de segundo en asimilar eso que me ha contado Mima. Lo


de las manos me dejó desconcertado porque no sé qué esperaba encontrar
en ellas, tal vez una señal para que me abalanzase sobre mi vecina, porque,
joder, soy incapaz de quitármela de la cabeza.
Percibo una sensación de lo más extraña cuando se las sujeto, es como,
una… una chispa, justo eso, es electrizante, y me gusta demasiado.
—¿Me estás diciendo que tu hermano y Maca…? —No termino la frase
porque Mima asiente con efusividad desde que comienzo a hablar.
—Han follado.
Exhala y se tira en el sillón. Se levanta rápido y la veo rebuscar entre los
espacios que hay en los cojines.
—¿Qué buscas?
—Ropa interior. Así fue como me enteré del tema, cuando nos cruzamos
en el rellano… —Ni siquiera alza la vista mientras me lo explica.
—Vale —lo pillo—. Ahí no vas a encontrar nada.
Básicamente, porque no quiero tirarme a otra que no seas tú, maja. Y
esto es preocupante, porque yo siempre estoy más que presto a disfrutar del
sexo sin compromiso, lo que sucede es que, desde que el huracán Mima
entró en mi vida dispuesta a arrasar con todo a su paso, soy incapaz de
pensar en otra mujer que no sea ella. En ella desnuda, vestida, sobre mí,
debajo de mí, contra esa pared… Suficiente, ¿no?
—Menos mal. No podría recuperarme de otro trauma y no te lo
perdonaría.
Alzo una ceja. ¿Mima quiere algo? ¿Algo serio? Si ella no es de esas.
Jamás de los jamases la he visto con un tío más de lo que dura un bombón
en una fiesta.
Tomo asiento en la mesa de enfrente, como cuando hablo con Mikel y
necesito que haya contacto visual.
—¿Te parece mal que tu hermano y Maca se enrollen? —Retomo el
asunto en cuestión.
Mima abre los ojos y se lleva la mano a la frente.
—No te enteras de nada, Álvaro, cariño. ¿No se supone que mi hermano
es tu amigo?
Asiento.
—Y lo es —sentencio—. Lo que pasa es que no hablamos de esas cosas.
—Y yo que pensaba que los tíos no hacíais otra cosa que hablar de chicas
y de tetas.
—Conoces a tu hermano —me defiendo.
—Por lo visto, no lo suficiente porque Maca me ha contado que mi
hermano es un hacha en esos menesteres. —Guiño, guiño.
—Lo pillo. —Una vez más—. La cosa es que nosotros no hablamos de
esas cosas porque tu hermano nunca ha querido hablar de chicas.
—Porque solo le gusta una —zanja.
—La vecina de abajo. —No hay que ser demasiado inteligente para
llegar a esa conclusión tras los recientes acontecimientos.
—Y Maca pasa de él.
—Pues no me lo parece.
Mima se levanta, se acerca a la pared de fotos, comienza a contarlas, no
sé bien para qué lo hace o qué busca en ellas.
—¿Se puede saber…?
—Cosas de Mima. —Me guiña un ojo y anota algo, como anoche, en el
aire. Esta chica está fatal de la cabeza y peor estoy yo porque me fascina su
arrolladora personalidad—. El caso —añade, se gira de nuevo y queda
frente a mí. Esta conversación se me está haciendo eterna, ¿en qué
momento podemos pasar de hablar a besarnos? O, ya puestos, a algo más,
quizá otro tipo de besos—, el caso es que hablé con Maca hace unos días
porque no hay nada peor en el amor que tener esperanzas, y mi hermano
lleva media vida enamorado de ella. Ya sabes.
—Rodrigo tiene pinta de esos.
—¿Cómo que de esos? —¿Se lo ha tomado a mal? No era mi intención.
—De los que se entregan al cien por cien en el amor. Nunca ha hablado
de chicas, nunca ha tenido citas con chicas…
—Porque quiere hacer todo eso con una sola chica, y esa chica pasa de
él. Que es Maca, joder.
—A ver. —Tengo que interceder porque las cosas no siempre son
blancas o negras—. Lo mismo Maca siente algo por él.
—Me ha confesado que no.
Pues no lo entiendo.
—Para no sentir nada…
—Vaya, vaya, vaya. —Se acerca despacio, como si hubiese caído en la
cuenta de algo, como si hubiese llegado a la conclusión antes que yo en
algún asunto del que no dispongo toda la información—. Así que eres de
los que piensa que el sexo y el amor van de la mano.
—¿Qué? ¿Estás loca?
—Un poco sí —admite.
Sonrío porque su locura me fascina, esto ya lo he dicho, ¿a que sí?
—No creo eso, al menos, no del todo. Puede haber sexo con amor y sexo
sin amor.
Me da la razón con un cabeceo.
—Maca se lo ha trincado porque le pica el clítoris. —No quiero pensar
en ese clítoris en concreto, la verdad—. Y mi hermano lo ha hecho porque
está enamorado de ella. Es un problema y de los gordos, y yo huyo de los
problemas. Ella es mi amiga, él es mi hermano. —Farfulla algo sobre que
su hermano es un jode-momentos, no le doy mayor importancia de la que la
tiene—. No quiero problemas —insiste una vez más—. Solo espero que
Maca me haga caso. —Escuchamos pasos en el rellano, y Mima pasa a mi
lado corriendo como una bala. Se acerca a la mirilla y observa—.
Interesante —sentencia.
—¿Qué es interesante? —Me acerco porque me puede la curiosidad. Ahí
está Rodrigo, saliendo de casa. Se hace a un lado, pero poco, muy muy
poco. Nos rozamos. Percibo su pecho en mi brazo, no su pecho como tal, lo
que percibo son sus tetas. Bajo la vista, ya no me interesa lo que hay ahí
fuera para nada—. Mima, estás jugando con fuego —le advierto.
—Lo mejor de jugar con fuego es acabar quemada.
Se lanza a por mí, me tira del pelo, y jadeo en su boca. Es una jodida
fiera.
Me cago en la hostia, esto sí que no me lo veía venir.
De un salto, enreda sus piernas en mi cintura, y pongo ambas manos bajo
sus nalgas. Gime. Se me pone la polla dura como una piedra. Se aparta de
mí.
—Joder, Álvaro, cómo quemas.
Vuelve a besarme y os prometo que me quedo desconcertado porque
puede que ella afirme que soy yo el que quema, sin embargo, es ella la que
me enciende de una forma inexplicable.
Me besa de una manera totalmente arrolladora, como si…, como si
estuviese grabando el momento, como si quisiese que este beso durase para
siempre, como si quisiese guardarlo en el recuerdo. Fijaos qué soberana
estupidez o qué capacidad tiene para atontarme con su lengua.
Se separa otra vez y se deja caer hasta que sus piernas se apoyan en el
suelo. Siento la distancia y no me gusta para nada.
—Sí, la verdad es que sí.
Solo Mima podría decir algo por el estilo tras un beso. Aun a riesgo de
quedar como un imbécil, formulo la pregunta.
—Sí, ¿qué?
—Sí que ha sido un buen beso. Es más, tengo la convicción de que, con
cada beso que nos damos, mejoramos.
Está completamente loca.
—Gracias. —¿Gracias? ¿Por qué le has dado las gracias? ¿Por un beso?
¿Por besarla? ¿Por dejarte besar? Mima me observa con suspicacia. Sé que
quiere añadir algo, solo que no sabe cómo hacerlo. Me adelanto.
»La verdad es que hay muchos tipos de besos. —Recorto el espacio, me
acerco. Ella no huye, al contrario, me espera, me anhela. Lo percibo en su
cuerpo—. Y yo estoy más que dispuesto a enseñártelos.
Alza una ceja, me observa, mataría por saber lo que piensa, aunque sea
una de sus locuras, no me importa. Las locuras de Mima me gustan. ¿Me
gustan?
—Ah, ¿sí?, ¿cuáles? —Está jugando. Me gusta ese juego. Me gustan
muchas cosas de esto que nos traemos entre manos.
Coloco los dedos en el elástico de sus pantalones, y ella cierra los ojos
una vez más.
—Abre los ojos, Mima, y mira cómo te beso, así lo recordarás.
Exhala todo el aire de sus pulmones justo cuando la desnudo.
CAPÍTULO 21
«¿No es eso una patada en la entrepierna y un escupitajo en el
cuello fantástico?».
Rachel Green

Mima

M e está mirando el toti. Álvaro me está mirando fijamente el toti y parece


que le gusta. Es más, da la sensación de estar más que encantado con esto,
aunque, claro, por supuesto, yo lo voy a estar más, sobre todo, cuando pose
su boca sobre mi clítoris.
«A ver quién es ahora la que presume de clítoris, Maca».
—Dime, Mima.
—Joder con el Mima…
Álvaro alza la mirada y, para no saber entender una mierda de ellas, sé
que se muere por comerme el chirri. «Y yo, joder, y yo». Que no me muero
por mi chirri, me muero porque él se muera por mi chirri, justo así de
preciso.
Bendita depilación la del otro día, imaginaos eso ahí, no, no, mejor no
imaginéis nada que con lo de Rodrigo ya hemos tenido suficiente por hoy.
Centrémonos.
Si esto fuese una novela romántica con un poco de spicy , claro, en este
momento los ojos de Álvaro me mostrarían la necesidad que tiene de
comerme entera. Sí, hoy he recopilado información. Las fotos; los tatuajes
al verlo sin camiseta, camiseta, que, por cierto, sigue por ahí. En fin, que no
me voy a ir por otros derroteros. Si esto fuese una novela romántica, Álvaro
tendría que estar salivando, y yo tendría que estar muy mojada.
Álvaro está agachado frente a mí, observándome, aguardando cuáles
serán mis reacciones. Si me ruborizaré porque me vea desnuda, si me
lanzaré a su cuello o si le sujetaré la cabeza y le pediré que me haga un
repaso profundo en esa zona, en una zona muy, pero que muy concreta.
Contengo la respiración cuando comienza a bajar la cabeza. Alzo la
vista. Hay algo negro en la pared. Atino a ver una cosa negra y peluda. No
es mi chumino, os lo garantizo, es… Es… ¡Es una maldita tarántula!
Chillo, pataleo, Álvaro grita porque es muy empático. Me echo hacia
atrás, él se levanta, se lleva la mano a la nariz. La araña sigue en la pared
con un cartel gigante que pone: «Mima, te voy a comer yo y no él» y, joder,
la veo capaz de ello.
—Me cago en la puta.
Separo la vista de la Destructora, porque así es como se va a llamar la
araña en cuestión, y veo la sangre. La sangre en la nariz, la mano, la
barbilla. Ese no es precisamente el fluido que esperaba que tuviese mi muso
en su boca.
Joder, mi vida es como una puta ruleta rusa, no sé qué me depara cada
día, así no se puede escribir una jodida novela, y ya me estoy mosqueando
porque, cada vez que tiene que suceder algo, pasa todo lo contrario. ¿Que
quieres que el primer beso sea perfecto? Le muerdes la boca y le limpias las
encías. ¿Que quieres que te lo coman hasta que los ojos se te pongan
blancos? Le partes la nariz. Las cosas no pueden ser así, las ventas están
cayendo en picado y me veo en el supermercado doblando turno de por
vida.
—Nada me sale bien —farfullo.
Me subo los pantalones porque, ciertamente, no creo que Álvaro me
quiera ver desnuda ni comer nada. Ya no hay fuego en su mirada, ahora hay
dolor, y la causante ha sido mi rodilla.
No gritaba por empatía, no…
—Lo siento.
Me encamino hacia el baño y traigo un rollo de papel higiénico. Tres
minutos. En este momento estaría corriéndome en su cara. No jodas con lo
cruel que es la puñetera vida conmigo.
Hago una bola grande y se la tiendo.
—Gracias.
Que me dé las gracias después del triste espectáculo, demuestra que es
buena persona.
—Tenemos que ir al médico, puedes tener la nariz rota y nadie quiere un
muso con la nariz rota.
Alza la vista, no entiende a lo que me refiero. Mejor así, la verdad.
—Se me pasará en un minuto.
Intenta levantarse y se marea. No, la cosa no pinta bien.
—Anda, venga, vamos al centro de salud. No quiero ser una mala amiga.
Como puedo, hago dos churros y se los meto en la nariz. El pobre no
protesta y tiene pinta de que la nariz está mal, muy mal. No tengo ni idea de
medicina, ¿vale? No tengo ni idea de si había que ponerle frío, calor, si
tenía que meterlo en la ducha o si debía mirar hacia el cielo. La cosa es que
los churros se llenan de sangre rápido y empiezo a temerme lo peor.
«Si le he roto la nariz, no me querrá ver desnuda nunca más».
La araña ha desaparecido, con toda probabilidad, se esconderá hasta que
llegue el momento de hacer de las suyas de nuevo.
«La Destructora ataca de nuevo», para un libro no, eso sí, para una peli
de terror, lo veo como título.
Álvaro se apoya en mi cuerpo mientras caminamos en dirección a
urgencias. Me sentiría bien si este paseo no fuese porque soy una jodida
kamikaze. Cuando entro, la chica nos observa con atención, está valorando
los hechos.
Nos acercamos al mostrador, e intercambia miradas entre Álvaro y una
servidora. Ya sé lo que está pensando, cree que soy su novia y que le he
arreado un guantazo por dejar los calzoncillos tirados en el suelo o en el
sofá. Él es la víctima, y yo, la criminal. Aunque no va del todo
desencaminada.
—¡Ha sido un accidente! —Me justifico por si se les ocurre llamar a la
Policía Nacional y detenerme.
Estoy peligrosamente cerca de acabar convirtiéndome en una delincuente
y eso no es lo que pretendo, aunque imagino que ninguna persona quiere
acabar convirtiéndose en eso. Tengo serias dudas, no haré afirmaciones de
ningún tipo por si las moscas.
—Gracias por ese dato —apunta Álvaro. Claro, él no lo entiende porque
la criminal soy yo, ¿qué va a entender?
—¿Qué ha pasado?
¿Le digo la verdad? ¿Miento? ¿Actúo como si me lo hubiese encontrado
en la calle así?
—He visto una araña negra y peluda y, presa del pánico, le he arreado un
patadón en la nariz.
La chica está estupefacta, como Álvaro, que lo de la araña no lo sabía.
Lo del patadón sí, claro, como para no saberlo. Me entra la risa, de veras, en
las situaciones como estas no es bueno reírse, lo que pasa es que no puedo
evitarlo. Me pongo nerviosa y me descojono.
Me miran estupefactos los dos.
—Lo siento —me disculpo. Soy una protagonista horrible.
La enfermera por fin asiente, le toma los datos y nos invita a pasar a una
sala. Yo lo hago con recelo y mirando hacia atrás, por si levantan el teléfono
y llaman a la policía en un descuido. Imaginaos, vienen a buscarme y
¿cómo explico yo que ha sido un terrible malentendido y que la culpa es de
una araña gigante, peluda y negra?
Sueno a delincuente, de veras que sí. Yo me encarcelaría a mí misma
solo por darles esa excusa barata.
Mi muso me coloca la mano sobre la pierna, y me giro. Por lo pronto, no
las he visto llamar, tal vez ahora, mientras estoy desprevenida…
—Menos mal que fue por la araña, por un momento, pensé que querías
poner a prueba conmigo alguna de tus técnicas de karateca.
Me descojono, solo él podría bromear en una situación así.
—No pienso volver a tu casa hasta que mates a ese bicho enorme. Era
tan grande como tú.
Álvaro sonríe. Le sangra más la nariz. Se queja de dolor.
—No sé si te invitaré después de esto.
¿Veis? ¡Ya está! Todo el plan a tomar viento fresco. Me he quedado sin
muso, sin plan, sin novela, sin éxito mundial y ya no necesito el robot para
que me suplante en las firmas. Ni siquiera voy a tener que cargarme a mi
hermano en la primera escena. En fin…
—De veras que lo siento —me disculpo.
—Era una broma, Mima. —Ya me encuentro mejor.
Intento no sonreír, sin embargo, no puedo evitarlo.
Seguimos adelante con el plan de triunfar en el mundo de las letras, oh,
yeah .
—Entendería que no quieras invitarme. —Ni desnudarme—. Te he
puesto la nariz como un pimiento y en este instante no la tienes muy
hinchada, verás mañana, te vas a cagar cuando te despiertes y… —El
semblante de Álvaro cambia por momentos, empalidece, y yo casi que
mejor me callo porque esto no ayuda en nada.
—¿Álvaro Ayala?
Nos levantamos cuando escuchamos el nombre y lo acompaño a la
consulta.
—Esperaré por fuera —me ofrezco.
—No, Mima, entra conmigo —me pide.
Si lo hace con esa voz, pues claro que lo hago, es más, le cedo un veinte
por ciento de mis futuros beneficios y todo.
Entramos de la mano y me resulta… natural hacerlo. No me siento
incómoda ni parece que él se sienta extraño, simplemente fluye entre
nosotros, y eso que le he dado un patadón y puede que le haya roto la nariz.
O, peor, que quede desfigurado. Será mi Quasimodo.
Tomamos asiento tal y como nos indica el doctor, y me temo que va a
formular la temida pregunta. Sí, esa que os estáis imaginando, justo esa.
—¿Cómo ha sucedido? —A la cárcel, Emilia Soler Quintana. Mujer,
karateca y presidiaria. Futura escritora fracasada.
No me salen las palabras porque, de nuevo, no sé si mentir o contar la
verdad, porque la verdad como tal suena a trola que te cagas.
—Ha visto una araña negra y le dan pavor. No contaba con que, en la
trayectoria de huida, me golpease.
En su boca sueno inocente. Lo contrataría como abogado, lástima que
sea fotógrafo y para lo único que pueda valerme es para que, en la foto con
el mono de la cárcel, haga juego con un fondo bonito y tal vez con efecto
difuminado.
El médico me observa con atención.
—Cualquiera diría que le has dado un derechazo.
—Tengo unas rodillas de acero —matizo. Y sin hacer sentadillas.
Estos comentarios en este tipo de situaciones no ayudan en absoluto,
recordadlo por si le dais una patada en la nariz al chico que te va a comer el
chumino y acabáis en urgencias.
Por suerte para mí, el médico no pregunta nada más. Procede a curarle la
nariz a Álvaro, le promete que no está rota, me hace prometer que no le
daré otra patada voladora y le receta mogollón de pastillas. En unos días
estará como nuevo.
—El trauma es lo que más me va a costar asimilar, Mima. Tendrás que
cuidarme estos días.
—No con la araña asesina esperándome. Lo siento. No me gustas tanto.
CAPÍTULO 22
«Aquí vienen los sudores de carne».
Joey Tribbiani
Mima

—S í, lo has escuchado bien, le dije a Álvaro que no me gusta tanto. Esa


es tu hermana, la que lo mismo te da una patada que te confiesa que le
gustas.
—Que te guste no es malo. Lo malo es que no sea correspondido. ¿Qué
te contestó?
—Nada, no dijo absolutamente nada. Decidí que lo mejor era inventarme
una excusa sobre que había quedado contigo y todo eso. Por eso estamos
aquí. —En un centro comercial, lugar que mi hermana odia a muerte—.
Alejandra, la cosa es que Álvaro sí que me gusta. —Y puede que nunca
hable en serio y que tengáis motivos más que suficientes para tomarme a
coña, no obstante, os recomiendo que esta vez lo hagáis porque es la
realidad. Si es triste o no, lo discutiremos en otro momento. Gracias.
—¿Y qué tiene de malo?
Giro la cabeza y me quedo mirando a mi hermana, perpleja.
—Para empezar, es Álvaro. Para terminar, es Álvaro. —Alejandra pone
los ojos en blanco, ¿os he contado lo mona que se pone cuando hace eso?
Me dan ganas de cogerle los mofletes y hacerle carantoñas.
—Sigo sin entenderlo.
—Me parece justo. Yo tampoco entiendo por qué no quieres volver a ver
a Gonzalo si te cayó bien y no sé ni cuántos adjetivos más.
Alejandra frunce el ceño. No podéis negarme que no he enlazado un
tema con otro de forma cojonuda, porque lo he hecho.
—No estamos hablando de mí, estamos hablando de ti.
—Vale —claudico. Al menos por ahora. No es una buena situación esa
de haber hecho una especie de pacto con el chico que te gusta para enrollar
a tu hermana con su amigo y tener que verlo después de haberle, casi, roto
la nariz—. Es muy jodido que no me contestase porque…, porque tenía
esperanzas de que fuese él el que acabara loco por mí y no al revés. Una vez
termine este juego, voy a tener que desintoxicarme un tiempo.
—No sé qué responderte a eso, porque es un fastidio.
Alzo los hombros, soy una tía práctica.
—Me sobrepondré, eso es lo que hacemos siempre, ¿no? —Mi hermana
me coge del brazo y asiente—. Tenemos que hablar de Rodrigo —confieso.
—¿Qué le pasa? —Tomamos asiento en una cafetería y esperamos a que
el camarero nos atienda. Tarda un poco, pero, cuando llega, nos pedimos
dos capuchinos con extra de nata.
Ni siquiera sé cómo explicarle esto sin crearle un trauma a mi hermana
pequeña.
—Maca y Rodrigo han hecho cosas.
—Me estás asustando. ¿Cosas delictivas?
—No, joder, esa soy yo. Digamos que Rodrigo le ha hecho «tra, tra» a
Maca, solo que sin las palmas. —Maca no dijo nada de que le hubiese dado
palmadas.
—¿Tra, tra?
Asiento.
—Tra, tra, tra, tra. Una y otra vez, en plan cadena. —Uno mi dedo índice
con mi pulgar formando un círculo, uso mi otro dedo índice, lo meto como
si estuviese haciéndole un hueco al dónut, acompaño el ejemplo con un
silbido—. Dentro y fuera, dentro y fuera.
Mi hermana cierra los ojos. Maja, no pienso besarte, que lo sepas.
—¿Es una coña?
—Ojalá lo fuese. Estoy pensando en acudir a un psicólogo y explicarle
que ya entiendo de dónde viene mi locura. De los traumas que me
proporcionan mis hermanos, sobre todo uno que se está follando a la vecina
de abajo.
El camarero no tiene otro momento mejor en el que llegar, justo en el que
la palabra «follando» sale de mi boca.
—Gracias. —Educación ante todo. Seguro que él también lo hace. Y más
que yo.
—¿Los viste?
Señalo mis ojos.
—Si los hubiese visto en plena faena, en este instante no estarían dentro
de sus cuencas, Ale.
Mi hermana se ríe, mirad, al menos hay alguien que se divierte con el
asunto.
—Ya sabemos que Rodrigo está loco por Maca, me parece guay que
triunfe el amor. Al menos uno de los tres será feliz.
—Oh, vaya, gracias por la parte que me toca.
—Eso si Álvaro no está loco por ti, que seguro que lo está. No hay más
que verte. —Sí, esa es mi hermana, si la necesitáis, os la presto un rato, es
muy maja.
—Eres la mejor hermana que se pueda tener.
Ella me sonríe tras la taza y apura su capuchino.
—El problema —añado volviendo a la carga— es que Maca no quiere
nada con él y se lo va a dejar claro. —Alejandra frunce el ceño una vez más
—. No lo hagas, las arrugas —le recuerdo—. Aunque se supone que eso
iban a hacer anoche y acabaron fornicando.
Otra vez mi mano, otra vez mi dedo, otra vez el silbido.
—Se avecina drama.
—Uno muy grande porque ya sabes que Rodrigo ha estado bien porque
no habían dado ese paso, ahora sus esperanzas tienen que estar por aquí. —
Marco un límite con la mano muy alto. Hasta donde llego, vaya.
Me tomo mi capuchino y pago la cuenta. Damos un paseo por el centro
comercial. Acabamos entrando a una tienda o arrastrando a mi hermana a la
tienda porque no hay nada que ella odie más que ir a esos sitios infernales,
como ella los llama.
Caminamos por varios pasillos y empiezo a mirar ropa. Me imagino con
todas esas prendas frente a Álvaro y sin meteduras de pata —nunca mejor
dicho— de por medio.
—Solo espero que no se vea afectada la relación que tenemos todos.
—Rodrigo se va a sentir incómodo con ella delante. Imagínate, es como
si el chico que te gusta —explico. «Álvaro», pienso— te da calabazas —
añado. «Esto es probable»— y forma parte del grupo. —Esto también suena
sensato porque él y mi hermano son amigos, es mi casero, su hermano me
cae bien, vive enfrente de nosotros. Una serie de catástrofes que prefiero no
barajar en este momento.
¿Por qué cuando hice todos los planes no tuve en cuenta esas
posibilidades? «Porque solo pensabas en su cimbrel, en el éxito, en lo
bueno que está y en lo bien que iba a salir todo». A eso lo llamo yo estar
cegada por el éxito.
Me acerco al pasillo de la ropa interior porque esto siempre funciona. Es
decir, una buena prenda de lencería frente a Álvaro, y seguro que se le
olvida lo que le hice. Hasta que se mire en el espejo, claro.
—¿Cuál de todos te gusta? —Ante la cara de desagrado de mi hermana,
especifico—. No es para Maca, tampoco para ti, es para seducir a mi
protagonista masculino.
Mi hermana rueda los ojos una vez más. Sonrío.
—Creo que con tu tono de piel —explica pensativa, blanca como Casper,
a eso se refiere—, te sentaría bien el azul marino.
Mi hermana coge un conjunto de sujetador y braga azul de encaje. Mete
la mano en la copa, le da la vuelta a la braga y sonríe.
—Buenas tardes.
Una chica monísima se acerca a nosotras. Es la típica protagonista de
libro, sí. Piel clara, ojos claros, pelo claro, figura esbelta —que no clara—.
La chica perfecta con la sonrisa perfecta. A Christian Grey le molaría, tiene
pinta de ser su rollo. A Álvaro no porque solo le puedo gustar yo.
—Buenas tardes —saludamos.
—Mucho me temo que no hay nada para ti aquí —finaliza.
Mi hermana abre los ojos y suelta la prenda de ropa interior como si se
hubiese quemado con ella o como si tuviese ácido.
—¿Perdona? —espeto asombrada. Esta chica es una gilipollas de
campeonato.
—Me refiero a que las tallas grandes están en otra zona. Tal vez para ti sí
—explica mientras me señala—, porque eres delgada. Para ella no. —Y
señala a Alejandra.
A mi hermana le brillan los ojos y sé qué está pensando. No quiere llorar,
no quiere hacerlo. Le está costando horrores contenerse.
—Lo siento. —Que encima sea mi hermana la que se disculpe manda
cojones.
Me empuja contra el pecho el conjunto de ropa interior y me deja a solas
con la chica. Ni siquiera sé cómo reaccionar.
—¿Buscamos tu talla? Creo que una noventa y cinco es adecuada para ti
porque tienes buen pecho y se nota que está firme…
—¿Te has dado cuenta de lo que acabas de hacer? —le pregunto.
Lo hago de forma seria y tajante porque esa a la que le acaba de romper
el corazón es mi hermana, no una desconocida, es alguien a quien quiero y
por quien lucharía a muerte.
—¿Me he equivocado de talla? —me pregunta.
Por lo que veo, la ausencia de empatía en esta sociedad es algo a tener en
cuenta. Ya lo hablaba con Álvaro el otro día, la peña da asco absoluto.
—Esa a la que has insultado, a la que has tratado de forma ofensiva, es
mi hermana. Y el problema no es que comparta lazos sanguíneos conmigo,
es que le has hecho daño. ¿Te has dado cuenta ya?
La dependienta parece haberse percatado de lo que quiero decirle.
—Yo… no pensaba…
—No me jodas —farfullo—, ¿que no pensabas? ¿Duermes más tranquila
así? ¿Diciéndote a ti misma que no pensabas que algo que soltases por tu
boca no era con esa intención? Porque, perdona que te lo diga, no eres nadie
para hacerle ese tipo de comentarios hirientes y despectivos a nadie. ¿Me
escuchas? ¡No eres nadie! —grito.
Salgo de la tienda en busca de mi hermana. No pongo una reclamación
porque necesito encontrar a Alejandra y saber que está bien. ¿Qué coño? No
va a estar bien, es imposible que lo esté.
La encuentro en uno de los baños. Encerrada.
—Ale… —musito.
—Vete, Mima, déjame sola —me pide.
—No pienso hacer eso, Alejandra, nunca voy a dejarte sola.
La escucho sollozar dentro, y me quedo allí, sentada en el suelo de un
baño. Un suelo que puede estar lleno de bacterias y de pipí. No sé qué me
horroriza más de las dos cosas.
—¿Sigues ahí?
—Por supuesto. —Mi hermana abre la puerta, tiene los ojos rojos. Ha
llorado mucho—. Ven aquí. —Abro mis brazos, la quiero envolver entre
ellos y protegerla de todo daño. La quiero, ¿vale? La quiero muchísimo.
—Eso que ha hecho la chica no es más que lo que hace todo el mundo
cuando me ve.
No puedo evitar llorar por ella, porque nadie se merece ser tratado de esa
manera.
—No pasa nada. —Le acaricio la cabeza, mi hermana se sorprende al
verme sollozando—. Lucharemos contra el mundo juntas.
CAPÍTULO 23
«Tú y esas verduras tenéis, eh…, algo real, ¿eh?».
Ross Geller
Álvaro

—A sí que… Mima te ha pateado la cara. —Alzo la ceja e intento sonreír,


la cosa no sale como esperaba y, al final, queda en una ridícula mueca que
provoca que Gonzalo se descojone de mí en mi cara. Con amigos así, ¿para
qué quieres enemigos?—. Ni sonreír puedes —finaliza.
—Ha sido un accidente —la defiendo.
No estoy para nada mosqueado, al menos, no con Mima porque sé que
no era su intención golpearme. Estoy más bien contrariado porque ese
pequeño percance interrumpió el que iba a ser el mejor beso que le hayan
dado en su vida. Y, claro, iba a ser yo el que se lo diese.
Joder, os prometo que fue verla desnuda y perdí el sentido, el raciocinio,
la cordura y cualquier otra condición que me hiciese ser un hombre cabal.
Es hora de que os confiese que Mima me vuelve loco. Aunque seguro
que habéis llegado a esa conclusión antes que yo.
—¿Y cómo es que llegó su pierna a tu nariz?
—Fue por culpa de una araña. Ni siquiera sabía que les tenía miedo. —
Mi amigo se descojona.
—Os estabais enrollando, es eso, ¿no? Por eso no quieres contarme la
escena, en otro momento, habrías comenzado con la anécdota y no habrías
parado hasta que terminásemos descojonándonos, sobre todo yo, claro.
Confirmo su teoría porque es mi amigo y porque necesito hablar de todo
esto con alguien.
—Mima me vuelve loco. —Doy voz a mis pensamientos, y Gonzalo me
analiza suspicaz.
Tengo que dar pena, no he querido ni mirarme al espejo porque mis
peores sospechas, esas que me soltó de coña antes Mima en el centro de
salud, se han hecho realidad, y tengo la cara que da vergüenza.
—Algo me olía yo —sentencia.
—¿Y eso? —No creo que haya dado muestras de ello.
—Siempre te ha gustado, la nombrabas antes incluso de que yo la
conociese. La serie, las carcajadas, los encuentros en el rellano, esos tres
hermanos tan peculiares… En fin, no solo soy una máquina en contabilidad
—presume—, también sé leer entre líneas. Al menos, todo quedará en
familia.
Me guiña un ojo y rememoro la conversación con Mima y sus planes
para que mi amigo y su hermana sean algo más que amigos o, al menos, que
se den la oportunidad de ello.
—Está loquísima —admito. Sonreiría si pudiese, quedo a camino, de
nuevo, entre una mueca y una cosa rara en la cara—. Y, aun así, me parece
la chica más natural que he conocido nunca.
—Y has visto muchas —finaliza condescendiente.
Unas cuantas, sí.
—¿Y tú? ¿Qué tal la cena del otro día? No hemos tenido la oportunidad
de hablar de ello.
—Acompañé a Alejandra a casa. Es una chica divertida. Es sensata y
cabal. ¿Sabes? Despierta en mí cierta ternura.
No sé si eso es bueno o es malo.
—¿En qué sentido? —indago.
—Es difícil de explicar… La forma en la que hablaba, cómo se
expresaba, cómo sonreía, los gestos. Me pareció tierna. Además —añade mi
amigo y se sonroja un poco, es tan caballeroso cuando quiere—, me parece
guapísima. —Recabo información porque esto a Mima le encantará. Apunto
en el aire como hace ella, seguro que se carcajearía si me viese hacerlo—.
¿Qué haces? —me pregunta mi amigo. No entiende nada, tampoco lo culpo
por ello.
—Cosas de Álvaro —respondo de la misma forma en la que lo hizo ella
también. La puerta suena y me incorporo en el sofá. Empieza a dolerme la
cabeza.
»Gonzalo —lo freno antes de que vaya a abrir y nos interrumpan.
Recuerdo lo que me contó Mima sobre Alejandra o lo poco que contó
porque no le correspondía a ella hacerlo, y yo no soy de esos que se meten
en las vidas ajenas, la privacidad de cada persona es muy importante—. No
te acerques a Alejandra si no tienes claro lo que quieres. No te acerques a
ella si piensas hacerle daño.
Gonzalo abre los ojos, no se esperaba esto por mi parte, siempre ha sido
él el que suelta el discurso, y yo asiento y bajo la cabeza. Las tornas han
cambiado porque Mima huye de los problemas, y yo, desde luego, también.
No me gustan los malos rollos ni en el edificio ni en ningún otro lugar.
—Ya sabes cómo soy —finaliza.
No me gusta verlo ofendido y sé que lo está porque mi comentario le ha
dolido. Conozco a Gonzalo desde hace mucho tiempo y sé que no es esa
clase de hombre, sin embargo, sé leer entre líneas y entiendo que Alejandra
lo ha pasado mal. Aun a riesgo de quedar como un mal amigo, prefiero
actuar de forma correcta con mis vecinas. Algún día se lo explicaré a
Gonzalo y lo entenderá.
La puerta vuelve a sonar, en esta ocasión, algo más fuerte.
—Lo sé, pero solo quiero que no lo olvides nunca.
Mi amigo asiente y se dirige hacia allí, tan servicial como es él.
—Anda, mira, si viene por aquí Bruce Lee.
Es una mierda no poder reírse porque la cara de Mima es de lo más
graciosa.
Mi vecina se abre paso sin contestar a la provocación de mi amigo. Esto
sí que es extraño.
—Si quieres una operación rápida y sencilla, son tres mil euros. No
modifico narices por amor al arte. —¿Veis? Esto ya es más normal—. He
traído la cena —me anuncia.
Se dirige hacia la pequeña cocina y allí deposita una bolsa y un pequeño
caldero de color verde.
Gonzalo camina tras ella y la ayuda.
—¿Estoy invitado o es cosa de dos? —Me observa. ¿A que le arreo?
—¿Te he dado una patada? —Gonzalo niega—. Entonces no hay nada
para ti aquí.
—Lo pillo —finaliza—. Tu hermana…
Mima coloca la mano sobre su pecho y no permite que termine de hablar
siquiera.
—Hoy no es el día, Gonzalo. —Su tono se vuelve frío, seco y cortante—.
Hemos tenido una mala tarde y está acostada. Rodrigo se ha quedado con
ella mientras vengo a ver al enfermo. —Clava sus ojos en mí. Algo ha
pasado porque no es la Mima de siempre, al menos, no en este instante.
—Vale. —Gonzalo lo verbaliza con la boca pequeña, se ha quedado
hecho polvo—. Nos vemos —me saluda—. Cuida de él —le pide a Mima
señalándome.
Chocamos la mano, y Gonzalo se marcha sin rechistar y sin signos de
enfado por mi advertencia. Decidme que no es majo el chico.
Me incorporo y me dirijo hacia la cocina.
—¿Qué ha pasado? —Mima no contesta, se dedica a servir dos platos de
sopa de forma mecánica y a verter en un cuenco melocotón en almíbar.
Pues sí, esto es lo que se dice un menú de enfermo.
Cuando alza la vista, sigo percibiendo su tristeza.
Accedo a la cocina, me había quedado tras la barra y actúo sin pensar, sin
darle demasiadas vueltas a las cosas, mi cuerpo toma la iniciativa y se lanza
al vacío.
Abrazo a Mima por la espalda, y ella se pone rígida. Está tan sorprendida
como lo puedo estar yo en este momento. Solo que a mí esta sorpresa me
gusta y mucho.
Guarda silencio unos segundos más, suspira y, cuando creo que no va a
hablar, se da la vuelta. Me recorre las mejillas con los dedos, cierro los ojos.
La mandíbula, sube hasta la sien y mete sus dedos entre mi pelo. Es una
sensación única, electrizante, me siento cómodo, tranquilo y en paz.
—Esta tarde han insultado a mi hermana en un centro comercial. Ya
sabes… —Desvía la vista hacia la pared en la que estaba la araña.
—No la he encontrado —confieso.
Sonríe, aunque no tanto como me gusta que lo haga.
—Le han dicho que no había nada para ella en esa tienda, con las
implicaciones que eso tiene. Luego, la dependienta ha intentado venderme
la prenda a mí. ¿Cómo se puede ser tan cruel? ¿Tener tan poca empatía?
¿Cómo puede alguien no pensar en el daño que le hace a otra persona con
sus comentarios, Álvaro?
—No lo sé. —Me aparto de ella, no porque se haya roto el momento,
porque con Mima eso no sucede nunca, sino por permitirle su espacio.
Porque siento que es justo eso lo que necesita.
Deambula por la cocina como un gato enjaulado.
—La gente debería pensar en lo que dice antes de soltarlo, y eso que yo
largo las cosas sin más, Álvaro, porque el filtro no es una de mis virtudes, y
tengo muchas. —Ahora sí que esboza una sonrisa muy ella, muy Mima, la
chica que me vuelve loco—. Pero jamás se me ocurriría actuar de esa
manera con alguien. Todos tenemos defectos, todos somos seres
imperfectos y nadie conoce lo que hay dentro de la persona que recibe el
juicio de valor. —Otra vez ese tono cortante, frío y descarnado—. Ellas no
saben si mi hermana ha hecho dietas interminables, si ha tenido un
problema de salud, una depresión, si tiene ansiedad, si tiene una
enfermedad… —Aparta una vez más la vista y vuelve a fijarla en la pared
de antes.
—Ya lo hablamos el otro día, la sociedad está enferma.
—¡Es culpa nuestra! —grita—. ¡Es culpa nuestra por permitirlo! Por no
plantarle cara a esa gente, por dejar que sean así, ¿qué clase de personas
somos? Descorazonadas, sin empatía, sin sentimientos. No, Álvaro, no
quiero formar parte de esa sociedad enferma. Quiero que se construya una
mejor.
Me encantaría afirmar que eso es posible, no puedo mentir de esa
manera, aunque quisiera.
—No podemos hacer nada —finalizo abatido porque tiene razón. Solo
que es complicado cambiar las cosas.
—Lo que no podemos, lo que no está permitido, es quedarnos con los
brazos cruzados.
CAPÍTULO 24
«La princesa Consuela Bananahammock».
Phoebe Buffay
Mima

A noche fue la primera vez que tenía una conversación tan profunda y
categórica con Álvaro. No sé si le sorprendió esa faceta de mí, si lo asusté o
si prefiere a la Mima que tira de ironía y sarcasmo porque no me quedé el
tiempo suficiente como para averiguarlo.
Decidí que lo mejor era cenar y marcharme, aunque el plan inicial fuese,
no sé, besarnos aun con su nariz hecha papilla, porque Álvaro me gusta y
mucho.
Hoy me he levantado de mejor humor, he cumplido con mi horario de
trabajo y he traído provisiones para hacer un maratón de Friends con mi
hermana.
Escucho, desde la cocina, la puerta de Álvaro y corro hacia la mirilla
para ver quién ha llegado —o a quién ha invitado—. Esto de estar pillada
por tu muso es una auténtica mierda porque en las novelas románticas, y en
la vida real, se sufre un poco, sí.
Acerco el ojo y me separo rápidamente. «Estás zumbada, como si te
fuese a ver por ese pequeño agujero». Álvaro, el protagonista de mis sueños
húmedos y el muso de mi futura y exitosa novela, está justo frente a mi
puerta y parece que se dispone a… tocar.
—¿Qué haces? —Alejandra me asusta, y casi grito.
—Shhh —la chisto moviendo las manos. Le señalo la puerta para que lo
entienda. A ver, alma de cántaro, ¿cómo no lo va a entender si acaba de
sonar?—. Es Álvaro. Mi Álvaro.
Mi hermana sonríe, está de mejor humor hoy. Rodrigo estuvo hablando
con ella y, cuando llegué anoche, Maca también estaba en casa.
Vuelve a sonar el timbre.
—Abre, Mima, que sé que estás ahí. —Me acerco a la mirilla, sonrío. Se
acerca él también—. ¿Me estás mirando por este agujerito de aquí? —Y le
propina un par de golpes.
Cuando me separo, Alejandra sonríe tanto que deben de dolerle los
cachetes.
—Pues parece que sí. —No me da tiempo de preguntarle que a qué se
refiere porque tengo que abrir. Necesito abrir.
Se me seca la boca cuando lo analizo mejor. La mirilla le resta sexapil a
la cosa y proporciones, eso también.
Camiseta blanca de algodón, pantalón abombado negro, camisa vaquera
holgada. Este hombre es la fantasía de toda mujer. ¿Creéis que querrá salir
en la portada de mi novela? Con semejante foto, no tendré que escribir ni
siquiera una sinopsis.
—Hola —lo saludo. Bizqueo. Se da cuenta.
—Mi nariz y yo hemos salido a pasear hoy y hemos acabado aquí.
Observo la distancia que separa su piso del mío.
—Has hecho, como poco, una media maratón. —Se carcajea y se lleva la
mano a la nariz—. ¿Te duele mucho?
—Hoy menos que ayer.
Eso ya es algo.
—¿Y bien?
—¿Puedo entrar? —Lo dejo, por supuesto, ¿cómo negarme? Me hago a
un lado, y Álvaro entra en el piso como si hubiese estado aquí mil millones
de veces. Que seguro que ha sido de esa manera porque es su casa, es su
edificio y todo eso que ya sabemos.
»He traído provisiones. —Me tiende una bolsa y lo observo estupefacta
—. No puedo perderme una tarde de Friends , ¿no crees?
¿Es una coña? Es decir, ¿me está tomando el pelo?
—¿Has venido a ver Friends con nosotras? —titubeo. Me quiero lanzar
a sus brazos, sí.
—Por supuesto. Sé lo que hacéis los viernes cuando no trabajas por la
tarde. Yo también tengo mirilla en la puerta, Mima. —Alza las cejas, hasta
con la nariz verde está guapo. Le doy unos golpecitos, y se queja.
—Eres más mono —finalizo.
¿Mono? ¿De veras, Mima? ¿Qué es esto? ¿Un circo? Que te lo quieres
trinchar y no quieres acabar con daños colaterales, tipo el corazón roto y
esas cosas.
Mi hermana aparece como mi salvadora tras esa mierda de frase que le
he soltado y sonríe cuando ve a Álvaro. Pongo los ojos en blanco, como si
no hubiese estado espiando tras la puerta de su habitación durante este
tiempo.
Rodrigo también hace acto de presencia y nos observa sin entender nada.
Enciendo el televisor.
—¿Habíamos quedado?
Me giro, quiero disfrutar de su cara cuando le confiese que no ha sido
por él, sino por mí. A ver, guapito de cara, cómo te tragas esa.
—No, he venido para estar con tu hermana.
Rodrigo nos observa.
—¿Con cuál de las dos? —Le tiraría la chancla si pudiese, solo que, con
la mala suerte que tengo, le daría en un ojo a Álvaro, y a ver cómo vamos
de nuevo al centro de salud y le explico que ayer fue por una araña, pero
que hoy ha sido con la intención de darle a mi hermano, y él se ha puesto en
la trayectoria de mi proyectil y que, donde pongo el ojo, está claro que no
pongo la bala.
—En realidad, con las dos. —Se muere por confesar que es conmigo,
solo que no quiere hacer sentir mal a mi hermana, está más que claro—. ¿Te
apuntas a ver series?
—¿Vas a ver Friends ? ¿Tú? ¿Con ellas? —Me señala a mí, sí.
—Exacto.
El corazón me brinca dentro del pecho, vamos, hasta una sardana baila.
Rodrigo pone los ojos en blanco, y no siento las mismas ganas de
achucharlo que siento por Ale, ni de lejos, vaya.
—No contéis conmigo, bajo a casa de Maca, me escribió hace un rato. —
Cruzo una mirada con Álvaro y otra con Alejandra, ambos cómplices de
todo.
No he tenido «esa conversación» con mi hermano y sé de buena tinta que
tampoco la ha tenido con Alejandra ni con mi muso, porque me lo habrían
contado. Ayer no fue mi mejor día teniendo en cuenta todo lo que pasó y
tampoco quise sacar el tema, porque sí, a ver, ¿qué le voy a decir? Oye,
Rodri, que sé que estuviste jugando a los médicos con Maca la otra noche.
Por cierto, los gayumbos los encontré yo, pedazo de asqueroso. Seguro que
me respondería algo del tipo: «¿Celosa porque follo más que tú?». Sí, sería
algo así y sí, estoy muy muy celosa.
—Pásalo bien. —Álvaro y mi hermano chocan las manos.
—No tan tan bien —añado a lo que él ha dicho.
Mi hermano me observa, suspicaz. Está barajando la opción de que me
haya enterado y no porque me haya encontrado sus gayumbos, sino porque
Maca, que es mi amiga, me lo haya contado.
Cuando cierra la puerta, me cruzo de brazos.
—¿Pásalo bien, Álvaro?
Alza los hombros.
—¿Qué quieres que le diga? ¿Que se lo pase mal?
—Hubiese estado mejor, sí, porque se va liar mucho cuando Maca le
rompa el corazón.
Se acerca y se coloca a mi lado.
—Si es que es eso lo que sucede —finaliza.
Claro que va a suceder porque ella no quiere una relación con él y esto es
el inicio de una tragedia en toda regla. En mi novela no van a haber dramas,
os lo advierto desde ya, por mucho que Rodri y Maca la líen parda.
Dejamos picoteo sobre la mesa y la acercamos a nosotros mientras mi
hermana le da a reproducir el capítulo. Nos descojonamos con la primera
frase que suelta Chandler, todos, incluido mi muso, que me sorprende, no
por nada en especial o por todo en particular, es que… me gusta, no solo él,
sino que quiera pasar tiempo con nosotras, que quiera ser partícipe de
nuestras vidas, que se quiera convertir en nuestro amigo y, de paso,
catapultarme al éxito con las cosas que hace.
Cuando llevamos la mitad del segundo capítulo, la puerta de casa suena.
—Rodrigo no toca —sentencio.
Alejandra se levanta y se dirige a la entrada. Y ¡tachán!
Mi hermana casi se cae de culo, yo no, porque estoy sentada. Me limito a
compartir una mirada cómplice con mi casero y sé que esto es cosa suya.
Nos saludamos con cortesía, Alejandra está flipando y no es para menos.
Yo no sé si sonreír o no porque, hasta ayer, me parecía buena idea que
Gonzalo y Ale se viesen, lo que pasa es que, tras lo que sucedió, estoy un
poco reticente con la sociedad en general y con las personas que pueden
hacer daño a mi hermana en particular.
Álvaro me sujeta la mano, y bajo la vista, sorprendida. Sonrío, me gusta
que haga eso, que me coja la mano sin motivo alguno. También me gustaría
que lo hiciese con mis tetas, porque son un punto erógeno para mí, pero eso
es harina de otro costal.
—Mima, me acabo de acordar de que hay una cosa que tengo que
enseñarte. —Alzo una ceja, rezo para que se refiera a su miembro, porque,
vamos, si no, tremendo chasco que me voy a llevar, desde luego. Es como si
en el menú de un restaurante te especifican que hay secreto ibérico y,
cuando lo pides, te explican que se acaba de agotar y todo eso. Una
decepción y de las buenas.
Lo sigo por inercia y ni siquiera miro atrás. Lo siento, Alejandra, un
trozo de carne tatuado me ha convencido de que es mejor idea que
quedarme ahí contigo y con Gonzalo, aunque, si hay que matarlo, me
llamas, que soy infalible en esas cosas, así acabe en la cárcel de verdad.
CAPÍTULO 25
«Tiendo a seguir hablando hasta que alguien me para».
Chandler Bing
Mima

—Y , bien, ¿qué querías enseñarme?


La puerta se cierra, y escucho un sonido sordo tras de mí, es lo único que
puedo escuchar porque las putas manos de Álvaro están en todos sitios. En
todos.
Me doy cuenta de que tengo los ojos cerrados porque es él quien me pide
que los abra.
—Mima, tienes que mirarme.
«Y jode con el Mima».
Aunque «joder» es lo que tengo la ligera sospecha de que va a pasar, sí.
Que, a ver, no me quiero hacer ilusiones porque luego la cosa se pone fea y
vuelve a pasar lo de ayer. Que me quedo a dos velas.
Abro los ojos cuando me lo pide y me está mirando de una forma que…,
¡mierda! ¿Por qué no puedo interpretar las miradas, señor? ¿Por qué no me
has dado esa habilidad? No, claro, era mejor la de tener la lengua larga,
¿ehh?
Larga como su polla, porque me ha puesto la mano ahí, justo ahí. El
mando a distancia del otro día es una minucia en comparación con esto.
—Esto, emmm, ¿Álvaro? —Solo pregunto por razones obvias.
—¿Sí? —Tiene la boca en mi cuello, me besa justo la unión entre él y mi
hombro, y es deliciosamente sexi.
—¿Has encontrado a la Destructora?
Es un dato muy muy importante. Me aprieta un pecho. Gimo. «No te
dejes convencer tan fácil, Destructora es importante, sí que lo es».
«Es una puta araña, Mima, que te están cogiendo una teta, y tu teta tiene
muchas terminaciones nerviosas que te gustaría que explorase con su
lengua».
—Con «Destructora» entiendo que no te refieres a esta, ¿no? —Y se
sujeta su polla justo delante de mí.
Vale, a ver, puede que esté muy, pero que muy enferma, no obstante, que
se toque por encima de la ropa me parece lo más sexi que han hecho frente
a mis ojos nunca.
Me carcajeo, porque me pongo nerviosa, y ya hemos hablado de que en
ocasiones me sucede eso.
—No, majo, no creo que eso sea una destructora. —Lo siento por su ego,
no es mi intención rompérselo, lo que pasa es que la araña me da miedo,
más miedo que su cimbrel.
Álvaro se separa de mí, y me quedo ahí, como vacía, de una forma
inexplicable.
Su camisa vaquera sale volando, luego su camiseta. Salivo con todas las
partes de mi cuerpo con las que se puede salivar. Sus tatuajes son
impresionantes. Se quita las zapatillas, no sé dónde coño acaban ni me
interesan lo más mínimo y, tras eso, baja sus pantalones y sus calzoncillos.
Está duro como una puta piedra y eso…, eso que tiene ahí es un puto
misil nuclear. ¡Qué coño destructora! Eso es peor, mucho peor. Lo retiro, sí
que eso de ahí me da miedo. Un miedo que te cagas.
—¿Decías? —lo pregunta con petulancia.
Que sí, que ya sé por qué las mujeres pasan por aquí y se lo rifan, es que
hasta entiendo que la araña se haya escondido para que no la encuentren
porque, claro, hombre, con estas vistas cada día, tú me dirás.
—Lo retiro. Eso —digo y señalo su falo— es la nueva Destructora.
Me aproximo, apoyo mis manos sobre su pecho y me tomo mi tiempo.
En este instante es él el que cierra los ojos, y yo lo beso, porque, no sé,
quizá haya entendido que es lo que yo buscaba el otro día, y él también lo
anhele. Introduce su lengua en mi boca de forma feroz, y me gusta el sabor.
Sabe a él, a Álvaro y, de veras, me gusta su sabor.
Enreda su mano en mi nuca, y me imagino sus tatuajes sobre mi cuerpo
mientras me embiste, su lengua en mi boca, esos mismos dedos tatuados
sobre mi clítoris y ¡no lo soporto más!
Empiezo a quitarme las prendas porque, aunque eso que tiene por polla
sea del tamaño de un submarino, pienso metérmela toda.
—Veo que alguien tiene prisa. —Lo que me faltaba, se pone simpático en
este preciso momento.
Se separa de mí y me observa desde la distancia. No siento ni un ápice de
vergüenza porque me vea desnuda, puesto que él empezó este juego y
porque llevo deseando que sucediese esto desde el Paleolítico. Nostradamus
ya preveía este acontecimiento, tiene que figurar en sus escritos.
Una vez mis prendas han volado, recorta la distancia y lleva su pulgar a
mi coño.
—Alguien está más que alegre de verme.
—Cierra la boca, Álvaro —le exijo.
Y lo hace, cierra la boca, solo que con mi dedo empapado dentro de ella.
Con toda probabilidad, me voy a dar tal hostia cuando caiga al suelo que lo
de su nariz ayer pasará rápido al recuerdo.
Álvaro me sube a su cuerpo, y encajo mis piernas en sus caderas. Me
lleva hacia la barra de la cocina, justo en el mismo sitio donde anoche
cenábamos un par de platos de sopa y melocotón en almíbar.
Noto su miembro en mi entrada y, bueno, pues fin, se ha acabado. Ya no
habrá novela romántica ni seré una escritora de éxito ni necesitaré un robot
y no tendré agradecimientos que escribir porque, cuando meta su cañón
dentro de mí, me va a partir en dos, y esta historia y cualquier otra habrán
llegado a su fin.
«Fue bonito mientras duró».
Os imagino en mi funeral.
¿De que murió?
De un pollazo.
Ya veis, no podéis negarme que, al menos, es una buena forma de
cascarla.
Si esto fuese una novela romántica, no estaría explicándoos que Álvaro
se acaba de poner un preservativo y que está más que preparado para
meterme eso dentro de mi cuerpo, y yo, bueno, yo un poco encantada, a la
par que atemorizada, me encuentro, sí.
Se acerca, y echo el culo hacia atrás.
—Espera, dime una cosa. —Otra cosa importante, sí.
—No pienso dejar que le pongas nombre.
¿Qué? Sonrío, no era eso lo que pensaba, pero no es mala idea. En mi
novela, me dirigiré a ella de alguna forma muy chula, solo que ahora no se
me ocurre nada porque no solo me va a robar la vida, también la cordura
que tengo.
—No es eso, solo quiero saber a quién te has cargado con esa arma de
destrucción masiva. —Que no es coña, joder, tomadme en serio, que eso
mide, no sé, como una bolsa de macarrones de un kilo, o de dos,
dependiendo del supermercado, en el mío los hay de ambos tamaños, y
acojonan.
—A nadie. Por el momento.
—No, eso no me tranquiliza.
Su mano se acerca a mis rodillas y me empuja hacia el extremo de la
barra.
«Barra la que me va a dar él».
—Me hubiese gustado demostrarte qué tipos de besos soy capaz de dar,
lo que sucede es que este no es un buen instante, así que tendré que
saltarme esa parte e ir directamente a otra que también te gustará.
—Me gustará si sobrevivo para contarlo.
Sonríe con suficiencia.
—Sobrevivirás.
Cierro los ojos y respiro, como si estuviese en un parto, a la inversa,
vamos.
Álvaro comienza a entrar, y yo me siento completamente llena. Cuando
miro hacia abajo, me doy cuenta de que va solo por la mitad.
—¿Es en serio?
—No pienso preguntar.
Hace bien.
Me la mete entera y de una sola estocada, y yo…, yo creo que me ha
taladrado el cerebro con ella, os lo juro, no es coña.
Ya está, ya he encontrado el nombre perfecto: «Taladradora». Le va que
ni pintado.
Comienza a moverse dentro de mí y tengo que admitir que me gusta. Me
gusta demasiado.
—Si sonríes es que lo estoy haciendo bien.
Enredo mis piernas en sus caderas y aumento la fricción.
Álvaro me coloca una mano sobre el abdomen y me empuja hacia atrás.
Me dejo caer y apoyo el cuerpo sobre la madera. Me observa. Si esto fuese
una novela romántica, lo haría con adoración, como si yo fuese todo lo que
ha deseado siempre, como si no nos hubiésemos corrido y ya estuviese
deseando estar dentro de mí de nuevo. Y eso me temo que es un poco lo que
me sucede a mí.
Dejo todos esos pensamientos a un lado y me concentro en las
sensaciones.
Ni siquiera me había dado cuenta de que había vuelto a cerrar los ojos
hasta que ese nudillo tatuado del que os hablaba antes se acerca
peligrosamente a mí, hasta que el dedo se apoya sobre mi clítoris y
siento…, me siento mejor que nunca.
Observo cómo lo moja con su saliva y comienza a moverlo en círculos
sin dejar de empujar con fuerza dentro de mí.
—Sé lo que quieres, lo percibo. —Joder, para eso no hay que ser muy
inteligente. Me alza una pierna. La abre. Me expone mucho más—. Cómo
me gusta tu coño.
Ya está. Ha sido más que suficiente para mí por hoy.
—Álvaro, yo…
Embiste con más fuerza, se moja el dedo una vez más y lo lleva hacia mi
clítoris, intensifica la fricción. Bombea sin dudar, aumenta el ritmo, y me
corro.
Se me acelera la respiración, gimo, me dejo caer y me quedo laxa. Ya
veis lo fácil que ha sido, he muerto y estoy en el cielo de los orgasmos. Esta
es una forma cojonuda de definirlo, sí, porque «perder la cabeza a base de
polla» no lo veo muy comercial, no.
—Mima…
Abro los ojos, nada, que no hay forma de un triste «nena» ni cuando se
va a correr.
Lo hace con un gemido ronco, se corre con fuerza y, si esta fuese mi
novela romántica, a partir de este momento Álvaro estaría enamorado de
mí, solo que él aún no lo sabría.
CAPÍTULO 26
«Ve a decirle que es guapo. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Que
me escuche».
Monica Geller

Álvaro

—M ima.
La chica que me gusta, mi vecina, la chica con la que acabo de tener un
sexo de la hostia, abre los ojos y me observa. La ayudo a levantarse, y cae
sobre mi pecho de una forma que me hace sonreír. Menos mal que hoy sí
puedo, porque ayer le habría hecho una mueca extraña, y a saber lo que
Mima hubiese interpretado de ella.
—Dime, Taladrador —gimotea y me parece que está más preciosa que
nunca.
Lo que le conté a Gonzalo anoche es cierto. O todo lo cierto que puede
ser. Mima y sus hermanos se mudaron hace un tiempo al piso de enfrente,
ya sabéis, cuando pasó cierto tiempo tras el fallecimiento de Horacio. No os
voy a explicar que tuve un flechazo porque eso es ridículo, no fue de esa
manera, aunque, en cierto modo, sí que sentí que eran ellos los que tenían
que ocupar ese apartamento que llevaba dos años vacío.
El encuentro fue surrealista, ya conocéis a Mima y podéis imaginaros la
clase de entrevistas que tuvimos. Alejandra ya me parecía tímida, y Rodrigo
tampoco era un chico que monopolizase las conversaciones como sí que
hacía Emilia.
Se mudaron y, bueno, a partir de ahora todo ha sido divertido. Rodrigo y
yo nos hemos hecho buenos amigos, Alejandra es educada y servicial, y
Mima me pone como una moto porque es una jodida kamikaze, y eso me
hipnotiza. No es solo el sentirte fascinado por cómo es, es que, desde que he
empezado a conocerla, valoro muchas otras cualidades. Cómo defiende a
sus hermanos por encima de todo, cómo se preocupa de que se sientan bien,
de que sean felices, y a mí, bueno, a mí me hace sentir de muchas formas
inexplicables.
Me sorprendo buscando cualquier momento para estar con ella, pasar
tiempo a su lado, ¿ver una serie? Me vale. ¿Ir al centro de salud juntos por
recibir una de sus patadas? Me sirve. Y Gonzalo se ha dado cuenta de ello.
Tampoco yo me escondo.
—Ey, ¿te has ido o todavía sigues aquí? —pregunta observándome.
—No, no, aquí sigo.
Se acerca, aún desnuda, y me mira la nariz.
—¿Te duele después de…? Ya sabes.
—¿Mima sonrojándose?
—Mima sabe comportarse como una chica normal cuando quiere, solo
que no quiere nunca.
—Yo tampoco quiero —sentencio. Mi comentario la pilla por sorpresa
porque abre los ojos y se separa un poco de mí. Anota algo en el aire, y me
carcajeo de nuevo.
»Anda, vamos a darnos una ducha, creo que nos la hemos ganado. —
Mima asiente y me sigue. Cuando entra en el baño, analiza todo a su
alrededor—. ¿Qué haces?
—Me sorprende que esté todo tan ordenado. Rodrigo vive en una
pocilga, tú no —finaliza.
—Me gusta tener todo en su sitio y encontrar las cosas sin problema. —
Alzo los hombros—. Es una manía.
—Pues esa manía me gusta. —«Y a mí me gustas tú». Abro el grifo y me
miro en el espejo. Tengo la nariz horrible. Mima frunce el ceño y se lleva
las manos a la cara para taparse los ojos.
»De verdad, no fue mi intención, esa araña del demonio era lo peor del
mundo. Y odio las arañas.
—Lo tendré en cuenta, nunca invitaré una a entrar. —Sonríe. Me parece
la sonrisa más bonita del mundo.
Cuando el agua ya está caliente, la invito a entrar, y ella coge todos los
botes de gel, champú, hasta la espuma de afeitar, y los mira con
detenimiento.
—¿Por qué siempre haces eso?
—¿A qué te refieres? —inquiere colocando todo de nuevo donde estaba.
—Es como si estuvieses tomando notas de todo.
Chasquea la lengua.
—Por nada. —Y me guiña un ojo.
Sujeta de nuevo el gel y se lo extiende en las palmas de las manos. Se
gira y las posa sobre mi pecho. Observo cómo se toma su tiempo para
enjabonarme, y me gusta, me gusta esto, ¿sabéis? Me gusta que esté aquí,
no os voy a mentir, lo que ha sucedido antes también, claro, por supuesto,
pero estos pequeños instantes, los detalles, hacen que Mima sea mucho más
que mi vecina, mi inquilina o una chica del montón.
Ella nunca podría ser una más.
—Veo que alguien se alegra de verme —ironiza.
Utiliza el mismo tono que usé yo antes, cuando percibía la necesidad, las
ganas de explotar, el deseo abrasador que nos consumía a ambos.
—Tiene vida propia —bromeo.
—Y tanto, ahí podríamos construir un rascacielos si quisiésemos,
Álvaro.
—¿Estás insinuando que tengo la polla grande?
—Cariño —bromea—, tienes una polla enorme —finaliza.
Lleva sus manos a ella, y exhalo el aire que tengo en los pulmones.
—Joder, Mima.
Chasquea de nuevo la lengua.
—Mima no, es «nena» —me corrige y no es la primera vez que lo hace.
No soy capaz de responder nada coherente, no cuando sus manos rodean
mi polla y la mueve frente a mis ojos. Es la paja más erótica que me han
hecho nunca. Y parece que no me he corrido en meses, joder.
—¿Sabes que yo también sé dar unos besos que son la hostia?
No lo dudo, joder.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
Se agacha frente a mí. El agua sigue cayéndole por la espalda, me
observa desde esa posición, con sus enormes pestañas, con su piel blanca,
con esa pose de niña buena que no ha roto un plato y que, si no la
conociese, me creería.
—Así no es como se supone que tenían que ser las cosas.
—A veces, las cosas son mejor cuando no se planean —sentencia—. En
las novelas románticas es así.
—Dices cada cosa… —Se mete mi polla en la boca sin responder a mis
provocaciones. La saca de nuevo y se carcajea—. ¿Se puede saber de qué te
ríes, joder?
—Si por un casual eres tú el que tienes que llevarme hoy al centro de
salud porque acabo con un desgarro en la boca, que me cosan bien los
cachetes, no me quiero parecer al Joker. Es un personaje increíble, pero no
me apetece que me recuerden como a la chica a la que le cosieron las
mejillas como al malo de Batman .
Por favor, ¿es en serio?
—Hecho —sentencio. Adelanto las caderas y acerco mi miembro a la
boca, la abre y me acoge al completo. Para vuestra tranquilidad, no se ríe,
no se queja y no me suelta nada del tipo «socorro, auxilio»—. Así, Mima,
así.
Roto las caderas, y ella acompasa el movimiento de la boca al de mis
embestidas. No quiero precipitarme, no quiero dejarme ir y clavársela al
completo, quiero que se sienta cómoda, y yo, desde luego, me siento mucho
más que cómodo con ella.
Posa sus manos en la espalda, en actitud sumisa. Arqueo una ceja.
—A los chicos os gustan las chicas sumisas.
—Desde luego, a mí no.
Anota en el aire, hasta eso me parece tremendamente sexi. Embisto con
más fuerza, le provoco una arcada. Me la pone muy dura.
Pierdo un poco el control de la situación cuando lleva sus manos a mis
testículos.
Joder.
Hostia puta.
—¿Te han dicho alguna vez lo bien que la chupas? —Niega con mi polla
en la boca.
—Eres el primero —musita sacándola y volviendo a introducírsela.
Está mal, muy mal, pero me parece estupendo ser yo el que se lo diga, es
más, lo que mejor me parece es que, a partir de hoy, sea el único al que se la
chupe, porque yo solo quiero estar con Mima, a cualquier hora, de cualquier
día, solo con ella.
«¿Exclusividad? Sí, por favor, ponme dos y que sea rápido».
Rápido como el orgasmo.
—Me voy a correr —le advierto.
Se aparta y se echa hacia atrás.
—Quiero que me manches las tetas, porque tienen muchas terminaciones
nerviosas y porque me excita que te cagas.
—Tú sí que sabes ser erótica.
Una chupada más, hasta el fondo.
—Eso ha sido…
—Lo sé. —Me sonríe con suficiencia. Solo quiero hacer lo que me pida.
Lo que ella necesite, yo se lo daré.
Tomo las riendas y comienzo a masturbarme frente a ella. Mima, lejos de
quedarse quieta, lleva sus manos a mis huevos y los aprieta.
Cierro los ojos, me vacío en su pecho, y ella…, ella se ríe. Mima se ríe.
CAPÍTULO 27
«¿Comida? Oh, dame».
Joey Tribbiani
Mima

P ues sí, le he comido el misil nuclear a Álvaro y sigo viva, se puede decir
que soy toda una superviviente. Un aplauso no estaría mal, ¿ehhh?
Terminamos de ducharnos, esta vez sin hacer nada extraño, y nos
preparamos un par de sándwiches.
—Dime una cosa —curioseo.
—Le tengo pavor a tus preguntas, Mima. —Sonrío, no es para menos.
—¿Le dijiste a Gonzalo que viniese a ver a mi hermana hoy?
Álvaro niega, y yo que pensaba que era cosa de él…
—No, ya viste que estuvo anoche en casa. Hablamos sobre Alejandra, y
le advertí que no jugase con ella. Mucho menos después de lo que me
contaste, de lo que sucedió en el centro comercial.
No quiero ni acordarme de eso.
—Pensé que eras cómplice y también que querías aprovechar la
coyuntura para disfrutar de mi cuerpo serrano.
Me gusta cómo me mira, interpretarlo no sé, ahora, esas arruguillas que
se le forman en los ojos me indican que es algo bueno, ¿no? A mí también
se me forman cuando sonrío.
—Siento decepcionarte, no he sido yo.
La puerta de su apartamento suena, y me tenso. Como sea alguna de sus
conquistas, saltaré por encima de la barra americana y le patearé el culo o la
espalda tatuada, lo que pille antes. Patear un cuerpo que te gusta es cosa fea.
—Ya voy yo —me ofrezco.
No parece preocupado en absoluto, no.
Cuando abro, me encuentro a Mikel al otro lado.
—Oh, bella dama, mi sueño se ha hecho realidad. Deseaba verte a ti y,
mira, aquí estás. —Repara en mi atuendo—. ¿Eso que llevas es una camisa
de mi hermano?
Entra en el apartamento. Observo a Álvaro, se lleva un tomatito a la boca
sin apartar la vista de mí.
«Tomatitos los que le he tocado yo antes en la ducha».
Puede que no quiera airear nuestra aventura, que sea una de esas
conquistas. Esto de no saber lo que piensa es una auténtica mierda.
Al menos, en las novelas románticas, lees las dos versiones y puedes
hacerte una idea de lo que siente el otro protagonista, en la vida real, tal vez
presupones que todo está perfecto, que le gustas, que está pillado por ti, y
luego resulta que está deseando que te largues para ponerse el fútbol. Si el
protagonista es muy pijo, para tocar el piano, o si tiene un alma oscura de
esas que sufren sin piedad. En fin…
—Hola, Mikel. Sí a todo. —Ni siquiera sé qué más responder.
—¿Os habéis acostado? —Se acerca a su hermano, y me sonrojo un
poco.
Lo que hemos hecho no está ni cerca de esa definición: me lo ha hecho
duro. Muy duro.
—¿Te doy la versión para mayores de dieciocho? —pregunto.
Él me sonríe con suficiencia.
—Aquí huele a mandanga. No soy celoso, si quieres comparar —añade
al mismo tiempo que señala a su hermano—, estoy más que dispuesto a
ello. Salvo que estés casada. —Me mira la mano—. Entonces, no.
¿Casada? ¿Se cayó de la cuna hace días o qué?
—Ni de coña. —Muevo mis dedos frente a él.
—Te perdono por robarme a la chica, por eso me decías que dejase en
paz a Mima, ¿no? Porque la querías para ti, truhan.
¿Para él?
¿De veras?
¿No es una alucinación?
¿Ya pensaba en mí?
«No escribas en el aire en este momento, Mima, Álvaro empieza a
sospechar, mejor un chascarrillo y a correr».
—Es normal, soy difícil de olvidar. —Mucho más después de haberme
probado. No vas a poder superar este polvazo, chato.
—¿Has venido a visitarme o es que te has metido en otro lío?
Me acerco, me siento en la barra, Mikel me mira las piernas con descaro,
Álvaro le propina una colleja. Ese es mi chico, el cromañón que me quiere
para él solo, oh, yeah .
Me llevo un trozo de zanahoria a la boca y lo mastico.
—Soy experta en problemas, puedes contármelos y te daré un consejo
estupendo. —A las pruebas me remito, tengo dos hermanos, una mejor
amiga, y todos están metidos en unos berenjenales de la hostia.
—¿Qué sabes de cambios de identidad? —me pregunta Mikel.
Abro los ojos, pues no, Rodrigo nunca me ha pedido esa clase de
consejos. Tampoco Maca o Alejandra.
—¿Quieres que te dé un patadón como el que le propiné a tu hermano?
Porque yo me pongo las zapatillas rápido y hago magia en menos que canta
un gallo. A ti te lo haré gratis. —Por ser mi futuro cuñado molón.
—A pesar de que el trabajo te ha salido bien —indica señalando a su
hermano—, debo rechazar tu oferta.
Lo miro mal.
—Se lo he tenido que contar, Mima, mira esto. No pasa desapercibido.
—Hay muchas cosas en ti que no pasan desapercibidas.
—Gracias —sentencia.
—Dais un poco de asco. —Ese es Mikel.
—Gracias. —Es mi turno.
—En fin, que siento tener que rechazar tu ofrecimiento, pero no necesito
ese tipo de cambios estéticos. Estoy pensando en un bigote, unas
extensiones y ponerme tetillas.
Silbo mientras me lleno el dedo índice a la sien y lo muevo.
—Alguien por aquí ha perdido la cabeza —le cuento a Álvaro en voz
baja y tapando mi boca con la mano para que no me escuche Mikel.
Me empuja cariñosamente.
—Va, ¿qué has hecho?
Suspira. Me llevo un tomate a la boca yo también. Álvaro me da un
golpe en la mano porque, a este paso, me como todo sin servir. Es lo que
tiene follisquear , que pierdes calorías por un tubo y te entra un hambre que
para qué.
—¿Recuerdas al narcotraficante?
—¿Qué? —intervengo.
Me acojono. ¿Drogas? Que yo pensé en tirar de ellas si Álvaro no se
dejaba, pero de pensar a usar hay mucha diferencia.
—¿Recuerdas al narco que me iba a buscar para colgarme de un puente?
—insiste, esta vez mirando a su hermano.
No quiero ser cómplice de nada, bastantes antecedentes penales creo que
tengo ya.
—Lo recuerdo como si me lo hubieses contado hace una semana. —
Percibo cierta ironía en su voz.
—Pues me he vuelto a acostar con la mujer.
Guardamos silencio, yo, porque no entiendo demasiado la cosa; Álvaro,
porque, no sé, los engranajes de su cabeza están trabajando a pleno
rendimiento, es la falta de azúcar. Y Mikel, pues porque ya lo ha soltado y
se ha quedado tan pancho.
—Mikel. —Advertencia total. Es como cuando tu madre te daba el
último aviso, en plan: o te vas a la ducha ya o te va a caer la del pulpo—.
¿No se supone que no querías meterte en esa clase de líos?
—Porque el narcotráfico está mal. Es caca, para que me entiendas. —Así
se les habla a los niños pequeños, sí.
—Lo sé, lo sé —se defiende. Mete sus manos en los bolsillos—.
Volvimos a encontramos, bailamos sin intención alguna, me dijo que se
sentía muy sola…
—Haberle comprado un perro, no te jode. —Me miran. Me callo.
—Me mordió la oreja de esa forma que tanto me gusta, un ronroneo,
dos…
—Y le metiste la polla. —Ya me estaba desesperando con tanta
explicación, ea. Resumido.
Me señala.
—Exacto —me da la razón.
—Mikel, eres mayorcito. —Carraspeo un poco porque…—. Lo que
quiero decir es que tienes que atenerte a las consecuencias porque es una
mujer casada.
—¿Casada? —Ese dato no lo tenía.
—No, no, no. Esa cueva no tiene que ser visitada más que por su dueño.
Álvaro rodea la barra, se coloca detrás de mí y me abraza. Mikel pone los
ojos en blanco, y yo quiero perrear porque lo tengo en el bote. La novela
más fácil de la vida va a ser esta.
—Me has roto el corazón —sentencia.
—Te compraré chuches —lo consuelo.
Me tira un tomate, y me río.
—Mikel —vuelve a la carga su hermano, me susurra cerca de la oreja y
percibo el aliento. Me pone perraca.
—Vale, lo he pillado. Me tengo que mantener lejos de ella. Hecho.
Lo anoto en el aire.
Álvaro se descojona.
Mikel no entiende nada.
—Son cosas de adultos.
CAPÍTULO 28
«¿Cuánto viven los gatos? Suponiendo que no los tires debajo de
un autobús o algo así».
Rachel Green

Mima

M e despido de Álvaro y de Mikel. Por un momento, fui presa del pánico


más absoluto porque sentí la necesidad de darle un beso antes de irme y, no
sé, pedirle que volviese a buscarme cuando quisiese comer postre.
Me contuve porque todas sabemos que Álvaro me gusta, pero
desconozco si a él le gusto yo. Para el sexo, pues… ha quedado claro, para
lo demás… Esa incógnita sigue en el aire.
Ahora que lo pienso, qué fácil resulta todo cuando te plantas frente a un
libro, ¿no? Porque tienes la —casi— certeza de que va a terminar bien, que
el chico y la chica tendrán dudas, estarán juntos, se separarán, sin embargo,
al final triunfará el amor. En la vida real esa certeza de la que os hablo no
existe.
Te gusta. No sabes si le gustas.
Te lo quieres trinchar. Puede que él a ti no.
Quieres tu final de cuento. Él no se quiere comprometer o se te ha
adelantado otra.
Es así, la realidad es que sí, que ahí fuera hay alguien que nos espera, una
media naranja o alguien tan pirado como tú para compartir una tarde de
series, para buscar arañas peludas o para hincharse a sopa y melocotón en
almíbar sin temor a admitir que también le gusta. Existe, lo que pasa es que
no siempre aciertas a la primera de cambio. Dicen por ahí que hay que besar
a muchos sapos antes de dar con tu príncipe azul, ¿no? Pues, nada, por
besar que no sea.
Entro en mi apartamento, y mi hermana está tirada en el sofá, viendo
algo en la tele, aunque, por su semblante, me atrevo a afirmar que es la tele
la que la ve a ella.
—¿Y esa cara?
—La que tengo. —Uhhh, sí, la cosa está peluda y no como la araña, no.
Me analiza con detenimiento. He tenido la decencia de vestirme con mi
ropa, claro—. Ha pasado, ¿verdad?
—¿El qué exactamente? —me aventuro a preguntar—. Porque pasar
pasan muchas cosas cada día: los segundos, los minutos, los trenes, los
coches….
Mi hermana se desespera. Ya sabe lo que se siente.
—Álvaro y tú habéis hecho el amor.
Otra que lo define de una forma poco precisa.
—Te garantizo que lo que ha pasado ahí ha sido bastante más intenso.
La puerta suena. En esta casa no se puede hablar con tranquilidad, de
verdad. Está esto más visitado que el Guggenheim.
Me acerco a abrir y me coloco como si fuese mi muso el que está al otro
lado. El chasco es abismal porque no lo es. Y yo que pensaba que ya me
echaba de menos y no podía vivir sin mí, en las novelas románticas es así,
primer polvo, y ya es imposible que te saque de la cabeza.
—Maca, ¿qué tal?
Me empuja, no nota mis guiños de ojo. Quiero que me lo pregunte, no
me hace ni puñetero caso.
—¿Rodrigo está en casa? —Se dirige a Alejandra, no a mí. ¿Soy
invisible o qué?
Mi hermana niega.
—Yo acabo de llegar, por si te lo estabas preguntando. —Otro par de
guiños, nada, ni se inmuta.
Saca del bolsillo trasero de sus vaqueros unos calzoncillos que identifico
como los de ayer.
—¿Todavía no se los habías devuelto? —pregunto—. Fue a tu casa a
hablar, eso nos contó antes.
—Estos son otros —sentencia.
Me quedo muerta. Ni siquiera respiro. Alejandra se levanta de un salto.
Como aplauda, le lanzo la chancla.
—Perdona, creo que te he entendido mal —me aventuro a verbalizar.
—¿Te has acostado otra vez con mi hermano? —Alejandra es más lista
que yo, ella lo escuchó bien a la primera.
—Mira que le dije a Álvaro que no le diese alas. «Pásatelo bien» y,
venga, él se lo toma al pie de la letra, eso sí, ¿no? Recoger su habitación y
poner lavadoras no, ahora, para trinchar, ¿dónde hay que apuntarse?
Me miran ojipláticas.
—Es un tema serio —dictamina Maca.
Al menos omite que mi hermana ya lo sepa. A ver, eso es básico, no
tenemos secretos, lo debe de suponer.
Me acerco a la cocina, saco una botella de vino. Mejor dos, porque sobria
no voy a soportar esta conversación.
—Eras tú la que me decías que no te gustaba mi hermano.
—Y no me gusta vuestro hermano.
Miro a Alejandra, ella sonríe. Si es que le encantan los finales felices.
—Pues para no gustarte… —Actúo como mi protagonista masculino,
digo las mismas frases y todo, estoy mimetizándome con la novela, lo
percibo, lo siento, lo noto, lo huelo…
—Tu hermano lo hace muy bien.
Nada, que abro la botella y bebo a morro.
—No quiero saberlo. —De verdad que no quiero, es mi hermano, me da
asco absoluto.
—¿Mejor que Kike? —Y, venga, Alejandra a darle pie a que nos lo
cuente.
Otro sorbo.
—Digamos que Rodrigo es de los que las mata callando.
Ni sorbos ni leches, me bebo media botella, porque empiezo a sentir
náuseas.
Se la tiendo a mi hermana a ver si así aprende a cerrar la boca.
—Maca, ¿no se supone que ibas a hablar con él, que ibas a comportarte,
que no ibas a caer más en estas cosas? —De nuevo, moldeo mi dónut, ya
me entendéis.
—Lo sé. —Suspira—. De veras que lo sé. Pero es que lo tenía frente a
mí, se acercó, me tocó el cuello, subió por mi pelo y me lancé a su boca.
—Ay, por favor, qué bonito. —Si os lo preguntáis, no, esa no soy yo,
desde luego.
—¿Y qué piensas hacer? —Me da pánico la respuesta.
—Maca, Rodrigo no es como Kike. En eso nos parecemos los dos, mi
hermano es de los que se entrega, no va a querer ser un rollete y ya está.
O sí, no lo sé, porque, claro, mi hermano está enamorado de Maca desde
que la conoce, fue uno de esos flechazos « instalove », como se llama en mi
mundo, en el mundo de los escritores de éxito, vamos, y nosotras tampoco
sabemos qué está dispuesto él a aceptar y qué no. Creemos que quiere algo
serio, aunque también cabe la posibilidad de que prefiera conformarse con
lo poco que Maca le pueda dar a perderla por completo. Insisto, esto es
mejor que lo solucionen hablando.
—Lo sé, ¿crees que no lo sé? De veras que estaba decidida, solo que me
convenció —finaliza.
Me tiende los calzoncillos, ni de coña, que de esta sí me salen pelos en
las manos. Lo mismo la Destructora era una araña normal que mutó porque
estuvo dentro de unos gayumbos de mi hermano, ojo, que todo puede
suceder.
Al final, los deja en el sofá. Me muero del asco.
—Creo que Mima tiene razón —se aventura a añadir mi hermana.
—Por supuesto, no sé en qué, pero por supuesto.
—Tienes que hablar con él —le explica Alejandra con tono conciliador.
Maca asiente y baja la cabeza.
—Esta vez lo haremos en este piso. —Abro los ojos.
—Ni de coña.
—Hablar, Mima, hablar —especifica. Ahh. Vale. Entonces sí—. Puede
que aquí nos contengamos y no acabemos como estas dos últimas veces —
acota Maca.
—Me parece bien.
Ella asiente, está convencida. Yo no sé en qué va a terminar todo esto,
solo sé que me huele mal, y no soy yo, que me he bañado, lo sabemos.
—¿Y tú? —le pregunto a mi hermana.
—¿Ella qué? Con Rodrigo espero que no.
—Vino Gonzalo —le explico—. Los dejé a solas.
—Se fue con Álvaro, y acabaron entregados al sexo desenfrenado. No
hicisteis el amor, me ha quedado muy claro. —Sonrío.
—¿Te has acostado con él? —Maca está flipando.
—Oye, ¿qué pasa? ¿Te crees la única o qué?
—No, no… Es que es Álvaro.
—Mi Álvaro —la corrijo. Ella sonríe.
—Te gusta, ¿verdad? —Esa pregunta la esperaba de mi hermana, no de
Maca, sinceramente.
—Estoy loca por él. —Maca se acerca a darme un abrazo—. Ni de coña,
que me salen pelos.
CAPÍTULO 29
«En trece baños de este lugar, vomité en un armario de abrigos».
Phoebe Buffay
Álvaro

M ikel no se ha ido cuando la puerta de casa suena una vez más.


—¿Esperas visita?
—Son los narcos, vienen a buscarte, te han encontrado con superpoderes.
—Que te den.
—Eso han hecho.
—Encima con mi chica, esto no te lo voy a perdonar jamás —ironiza.
Me acerco a la puerta, y allí me encuentro a Rodrigo, tiene el semblante
contrito y denota preocupación.
Lo invito a pasar, y se queda medio pillado cuando ve a mi hermano
tirado en el sofá.
—Tranquilo, es de fiar. —Lo señalo. Mi hermano le enseña el pulgar y le
hace un hueco en el sofá. Ha puesto algún partido de fútbol, así que nos
hará poco caso—. Íbamos a pedir unas pizzas …
—¿Y esos cuencos? —Son los restos de la ensalada.
—Ensalada —le explica mi hermano—. Era el aperitivo, aunque mi
hermano creo que de entrante ha tomado otra cosa. —Rodrigo alza una ceja
—. A la vecina de enfrente.
—¿Mi hermana?
Le propino otra colleja a Mikel porque no sabe callarse, a ver si los
narcos se lo llevan de una vez. Le hacen un favor a la humanidad, a mis
padres y a mí.
—Tu hermana y mi hermano, sí.
—Y yo que pensaba que Mima te sacaba de quicio —profiere. No
entiendo por qué ha llegado a esa conclusión.
—Tu hermana es la caña —ironiza Mikel—. La quería para mí, lo que
pasa es que mi hermano se me ha adelantado, juega con ventaja.
—¿Por la edad? —pregunta Rodrigo.
Mi hermano pone los ojos en blanco.
—Por la cercanía. —Y señala justo enfrente.
Total, que pedimos un par de pizzas , y Mikel baja a por unas cervezas.
—Lleva el DNI, por si te lo piden.
—Ja, ja, qué chistoso eres cuando quieres —bromea justo antes de cerrar
la puerta y dejarnos a solas.
—¿Y bien?
—Me he liado con Maca —lo suelta sin apartar sus ojos de los míos,
como si buscase algo en ellos, un resquicio al que agarrarse, algo.
—¿Y? —No pienso explicarle que ya lo sabía, a esto se le llama tener
información y saber gestionarla.
—No sé si lo sabes…
—Lo sé —resuelvo con vehemencia.
—¿El qué? —Por si acaso, me pregunta.
—Que estás enamorado de Maca desde hace mucho tiempo. Rodrigo,
nos conocemos desde hace dos años, es cierto que no somos amigos desde
entonces y que no solemos hablar de temas personales, nos centramos en el
ocio, el trabajo y cosas por el estilo. Mi hermano, las tuyas, ya sabes. Que
no me lo hayas contado en este tiempo, no implica que no me haya dado
cuenta de ello.
Chasquea la lengua justo como haría Mima. Eso me hace sonreír.
—Parece que todo el mundo lo sabe menos Maca.
No sé si yo lo afirmaría con esa contundencia.
—Puede que ella también lo sepa.
—¿Entonces? Si es de esa manera, si es así, ¿por qué no me ha dicho
nada?
Alzo los hombros. No quiero ser cruel, mucho menos después de lo que
me explicó Mima sobre los sentimientos de Maca.
—Mira, Rodrigo. —Tomo asiento de nuevo en la mesa de centro y me
acerco a él—. Yo sé que somos diferentes, que tú eres organizado y que te
gusta tener el control de todo, yo, en cambio, soy de dejar que las cosas
sucedan sin más, sin pensar en el mañana o en cómo resolvería tal o cual
situación sin que se haya dado, ¿vale? Cuento con ello, sin embargo, quizá
deberías dejar de darle vueltas a la cabeza, dejar de pensar en lo que va a
suceder, en lo que siente o deja de sentir, y solo entregarte y disfrutar.
—¿Es eso lo que haces con mi hermana? ¿Disfrutar?
—Lo que tu hermana y yo hacemos es dejarnos llevar, solo eso. No
programamos cada cita. —Le muestro la nariz—. Las cosas surgen sin más
y nos sorprenden.
—Es que, con mi hermana, la vida está llena de sorpresas. Es divertido
—me explica.
—Pues eso es lo que deberías hacer con todo en general.
—Es que… —Suspira, sé que le cuesta, pero será capaz—. Quiero que
con Maca todo salga bien, no quiero presionarla ni fastidiarla ni agobiarla,
por eso he venido, porque necesito el consejo de alguien que sí sabe tratar
con mujeres.
—Tu hermana te mataría si te escuchase.
—Mi hermana quiere matarme el noventa por ciento de las veces, no
supone ninguna novedad en mi vida.
También es verdad.
—Mira, Rodrigo, de veras, no es cuestión de haber estado con más o
menos tías, es solo… ¿Una filosofía de vida? ¿Una forma de ser y de
actuar? —Exhalo—. Es complicado de definir. ¿Te lo estás pasando bien?
Rodrigo sonríe tanto que es imposible que no te contagie con su gesto.
Aunque me sigue doliendo mucho la nariz.
—Es Maca, me estoy acostando con ella, ¿cómo no me lo voy a pasar
bien? —Pues tiene lógica, sí.
—Ya está. No hay consejo ni trucos ni ases bajo la manga. Lo único que
puedes hacer es actuar como te pida el cuerpo, sin más.
—El cuerpo me pide que la abrace después de liarnos, quedarme con
ella, allí, a su lado.
—¿Y por qué no lo haces?
Desvía la vista, le da vergüenza explicarme esto.
—Porque me invita a largarme cuando acabamos. Joder, macho, que me
siento como un chico de esos que pagas para que te satisfagan. «Oh, ya me
he corrido, sobras en esta habitación».
Tal vez Mima y yo nos estemos equivocando, y Maca también esté un
poco perdida en este tema, o no, o es mucho más sencillo. Por lo que sé,
Maca es una tía con las cosas muy claras y nunca ha tenido dudas, cuando
algo le gusta, va a por ello sin más. Es así de fácil.
—¿Y si lo hablas con ella? En ocasiones, sentar unas bases es lo mejor.
—¿Eso has hecho tú con mi hermana?
Me llevo la mano a las sienes. Vuelve a dolerme un poco la cabeza.
—Mima y yo no sentamos bases de nada. Tu hermana es diferente, pero
de una manera guay, ya sabes. —Y me gusta, sea cual sea la forma, me
gusta—. Cada pareja y cada relación es un mundo.
—Lo que tenemos Maca y yo es sexo, y ni siquiera es algo a largo plazo,
hoy puede que quiera estar conmigo y mañana se aburra sin más. Esta tarde,
cuando bajé a su piso —añade y hace una pausa—, pensaba que quería
darme puerta, que esa era su intención, la de mandarme a paseo. —Sí, es
que esa era la situación—. Así que no se lo permití, no dejé siquiera que
hablase, me abalancé sobre ella como un puto desesperado.
Pues sí que tiene que estar la cosa jodida cuando Rodrigo suelta tacos de
esa manera.
—No me parece mal. —Alzo los hombros—. Cada uno juega sus cartas
como puede o como sabe. Solo que no podrás abalanzarte sobre ella
siempre, en algún momento tendréis que hablar.
—¿Crees que debo invitarla a una cita?
¿Debería invitar yo a Mima a una cita?
—Si es lo que te apetece, sí.
—¿Y si me da calabazas?
Niego en repetidas ocasiones.
—Entonces, amigo, es que esa chica no era para ti, sin más.
Rodrigo asiente, aunque no parece convencido, de veras, sé que tiene un
batiburrillo de emociones dentro y que es difícil de gestionar, porque, pase
lo que pase, no quiere perderla. Lo entiendo. De veras que lo hago, solo que
no creo que sea sano para nadie esperar y desesperar.
—Ha llegado el momento de enfrentarme a la situación.
Le propino un par de palmadas en el hombro para alentarlo.
—Yo también lo creo.
Y no solo me refiero a Rodrigo y Maca.
CAPÍTULO 30
«Te digo que, cuando me muera de verdad, algunas personas van a quedar
seriamente embrujadas».
Ross Geller
Mima

D os días son los que llevo en la más absoluta desesperación. Dos días en
los que he permitido que mi dramática interior vea la luz y me recuerde
todas las cosas que pueden salir mal en esto que me traigo entre manos.
No, no he escrito ni una sola palabra, aunque he tomado mil notas, no
solo las que he lanzado al aire: la marca de gel, champú, espuma de afeitar,
y rememorar todo lo que hicimos en su casa hace dos días. Cuarenta y ocho
horas de sufrimiento, ese es el resumen de todo.
Mi turno de trabajo y el de Álvaro han sido incompatibles, cuando él ha
estado en su casa, yo he estado en el supermercado, y viceversa. Estas cosas
no pasan en las novelas románticas, porque los protagonistas se encuentran
de forma fortuita en un pasillo de un supermercado, en un restaurante, en
las escaleras mecánicas del cine o en el centro de depilación. Cualquier
lugar es bueno para ello, y yo, ¡yo!, tengo que conformarme con pasar
tiempo con mis hermanos, aguantar la cara que arrastra Rodrigo y la tristeza
de mi hermana, que vaga por la casa como un alma en pena.
Dos días he aguantado, hasta ahora, que he decidido tomar cartas en el
asunto.
—Vístete, que nos vamos. —Otra tarde sin noticias de mi muso.
Alejandra alza una ceja.
—¿Que nos vamos a dónde?
—A donde nos lleve el destino. —Filosófica también molo cantidad—.
No, es coña, nos vamos a comer un helado del tamaño del cuerpo de un oso.
—Porque cogernos una cogorza no estaría bien, ¿no?
Alejandra pone mala cara de inmediato y ella nunca pone mala cara por
nada.
—No me apetece mucho salir —me suelta.
Coloco mis manos en la cintura y me comporto como una adulta, al
menos, por esta vez, no os acostumbréis.
—Nadie te ha preguntado, vamos y ya está.
Con mi hermana suele funcionar esto de ponerse seria y es que, además,
ya sé lo que le ocurre y es que sigue triste por lo que pasó hace días en
aquella tienda, y no me gusta que eso le afecte de esa manera ni me gusta ni
me apetece ni lo pienso consentir.
—Mima, de verdad, no quiero…
Me dirijo a su habitación con toda la decisión que me cabe en el cuerpo,
abro el armario y saco unos vaqueros, una sudadera y unas zapatillas de
deporte. Somos prácticas y cómodas, y para ir a comer no nos vamos a
vestir de gala.
Regreso sobre mis pasos, hago una bola con la ropa y se la tiro. Las
zapatillas no porque podría causar estragos serios en su vida.
Mi hermana protesta un poco más, así que la ayudo quitándole la ropa.
Ojalá no se abra la puerta en este momento porque parecería una cosa que
no es, aquí, con la cabeza cerca de su chimichurri, imaginaos.
Cede, porque siempre lo hace cuando me pongo pesada, y se viste.
—Estás muy guapa.
—Estoy muy gorda.
Toma, ¿no querías que hablase del tema? Pues, ea, ahí lo tienes.
—Ale… —Le tiendo la mano, ella la sujeta con fuerza, y se la aprieto—.
No digas esas cosas porque no me parece bien.
—¿Por qué? ¿Acaso no es la realidad? ¿Crees que se me ha olvidado lo
que dijo la dependienta el otro día? —A esa chica tendría yo que haberla
despellejado viva—. ¿O que no me veo al espejo cada día?
—¿Te cuento lo que veo yo cuando te miro? ¿Quieres que haga eso?
Porque estoy dispuesta a explicártelo con detenimiento, es más, estoy
convencida de que no soy la única que te ve de esa manera, eres injusta y
cruel contigo misma. Cuando dejas salir a esa Alejandra, me siento mal, y
tú también te sientes mal y lo sabes.
Mi hermana solloza en mi hombro, he conseguido que se vista, y vamos
a salir, nos vamos a comer un helado y no vamos a sentir remordimientos
por ello.
La agarro de la mano, y abrimos la puerta con la intención de
marcharnos. Nos encontramos a Gonzalo, con los nudillos apretados y con
pose de tocar.
—Toc, toc —bromea.
—Gonzalo —musita mi hermana asombrada.
La analiza.
—¿Has estado llorando? —le pregunta.
Trae una rosa de color azul, la deja caer al suelo y se aproxima a ella.
—¿Por qué has estado llorando? —La toca. Me encanta que la toque, a
este no quiero matarlo. Aún.
Intervengo.
—Vamos a ir a tomarnos un helado, uno muy grande, del tamaño de un
barril de cerveza, ¿te apuntas?
—Gonzalo seguro que tiene planes.
Ya está, la Alejandra que se niega a darse una oportunidad y que se la
niega a los demás porque…, porque ha sufrido mucho, sí, pero no todas las
personas son iguales y que alguien te haga daño no quiere decir que los
demás también lo hagan, ¿no? No hagamos pagar a los demás errores que
han cometido otros.
—Claro que me apunto. No tengo planes —finaliza.
Sonrío condescendiente y, sin soltar la mano de mi hermana, empujo en
dirección a la salida.
—Se te ha caído eso. —Señalo la rosa azul, y Gonzalo se agacha a
recogerla, ahora sí que suelto a mi hermana y les doy un mínimo de
espacio.
Susurran, intento comportarme y no mirar, no lo consigo. Fisgoneo un
poco, mi hermana aparta su cara. Me encantaría saber si Gonzalo sonríe.
Él se coloca al su lado, y ella intenta mantener la distancia con él.
Bajamos las escaleras en completo silencio. Para nuestra suerte, Jana está
subiendo, la verdad, es que la lotería no, sin embargo, encontrarnos con la
vecina sí, es que el destino es muy perro cuando quiere.
—Vaya, las hermanas elefante.
—Vaya, la vecina ridícula.
Jana pone mala cara, cara que me gozo yo porque voy la primera. Mi
hermana no rechista. Gonzalo se coloca a su lado, no sé si Álvaro le habrá
contado de qué va la cosa, lo dudo.
—¿Este es tu nuevo novio? —pregunta cuando pasa por su lado.
Gonzalo frena y se adelanta—. No te preocupes, majo, pronto no lo serás.
Como los otros —lo pronuncia con maldad, con inquina, con asco y con
ganas de joder.
Avanzo un par de pasos, me la pela acabar en el calabozo esta noche,
ahora bien, esa de ahí se va a enterar de lo que vale un peine o no, porque
pelo no le va a quedar.
—No te preocupes, Alejandra, por suerte para todos, yo no soy como los
demás.
Bailaría, haría la danza del vientre o algún trend de esos de TikTok, qué
coño. Anoto en el aire la escena porque, digamos que esta es una de las
típicas de una novela romántica, de esas que te hacen cosquillitas cuando
las lees porque mola defenderte, sacar las garras y todo eso, pero cuando un
chico bueno, uno que vale la pena y que intuyo que sí que quiere algo con
mi hermana lo hace, pues es digno de mención y de grabar en la mente. Por
supuesto que lo es.
Estará en los tops de recuerdos de mi futura novela, junto al tamaño del
cañón que tiene por polla Álvaro, ahí.
No le damos tiempo a que nuestra vecina replique, Gonzalo es el
encargado de cogerle la mano a mi hermana y es un pequeño gran paso que
ella se lo permita. Descendemos los pisos que nos quedan y salimos a la
calle, choco contra un pecho tatuado, fornido, precioso y que enjaboné hace
dos —largos— días.
Si esto fuese una novela romántica, Álvaro tendría que soltarme algún
comentario del tipo: «Llevo todo el día pensando en ti y el destino me lo ha
puesto fácil», no obstante, no, las cosas no son así y mis sueños se
resquebrajan por momentos, como esto que tenemos, pues sabemos que la
fecha de caducidad está grabada en la tapa.
—Parece que vais a enterrar un cadáver —ironiza. La ironía le sienta
bien, casi tan bien como esa bomber blanca, esos vaqueros rotos y esa
camiseta que deja entrever los tatuajes que yo misma he recorrido con estos
dedos de aquí—. ¿Qué haces? ¿Por qué mueves los dedos?
Upsss, mucho me temo que dejar volar la imaginación está bien hasta
cierto punto.
—Por nada en especial —confirmo. Alejandra se ríe, y me tomo eso
como un gran avance. Lo lleva todo genial cuando no se trata de ella—.
Vamos a comernos un helado —confieso. «Aunque lo que en realidad
quiero zamparme es a ti».
—¿Es una cita a tres o me puedo apuntar?
—Depende.
—No sé si quiero preguntar de qué depende.
—¿Vas a pagar tú? —Álvaro me da un beso en la sien. ¡La sien! ¿Sabéis
lo bien que se siente cuando te hacen eso? Os lo aviso ya, te sientes…, te
sientes querida—. Maldita sea —mascullo.
CAPÍTULO 31
«¿Cómo debe ser no estar paralizado por el miedo y el
autodesprecio?».
Chandler Bing

Mima

—¿M aldita sea? —pregunta él. Alejandra y Gonzalo han hecho lo que
yo antes, darnos una especie de espacio—. Que, si no quieres, no voy —
aclara.
Lo que no quiero es tener que abandonarte, eso es lo que me va a hacer
pedacitos.
—No, no, tranquilo, solo estaba pensando, ya sabes, en mis cosas.
—Tus cosas… —«Cosas de protagonista destrozada, sí».
—Exacto.
Avanzo y cambio el tema yo también porque explicarle determinados
asuntos no está contemplado, no.
Nos unimos al grupo, y me sorprende que Álvaro me coja de la mano.
Bizqueo, prometido que lo hago.
—¿Estás bien? —me pregunta—. Nunca has sido una mujer tranquila,
solo que hoy te noto especialmente nerviosa.
Porque llevo cuarenta y ocho horas sin verte y pensando en ti, y eso…,
eso es, como poco, preocupante. Se supone que tú tenías que enamorarte de
mí, majo, y resulta que voy a pringar que te cagas porque en breve tendrás a
otra chica con la que disfrutarás de tu paquete de macarrones de dos kilos, y
yo me tendré que conformar con observarte a través de la mirilla.
—Mima…
Dejo de avanzar para que ellos no me escuchen.
—Es por mi hermana. —No es una mentira, al menos, no del todo—. Me
ha costado horrores sacarla de casa y, para colmo, Jana se ha puesto
estúpida cuando nos la hemos encontrado.
—Me garantizó que iba a dejar de molestaros.
—No se puede creer a una mentirosa compulsiva. Y Jana es, entre otras
cosas, eso. Ya sabes lo que pasó el otro día…, en el centro comercial —le
recuerdo. Reparo en la distancia que nos separa de mi hermana y Gonzalo,
y sé que no nos van a escuchar. Aun así, bajo el tono de voz—. Mi hermana
se ha tenido que enfrentar a muchas situaciones como esa, no confía en sí
misma y le cuesta creerse los cumplidos, al menos a mí no me hace ni
puñetero caso. Tengo la esperanza de que Gonzalo la ayude, si es que se
comporta con ella como creo que lo hará.
Álvaro fija la vista en la pareja, yo también.
—No parece que tenga malas intenciones, y yo lo conozco, sé que es
buen tío y que, si está con Alejandra, está con ella al cien por cien, sin
medias tintas.
«No como tú, ¿verdad?».
—Eso espero.
—Además, hemos tenido la charla.
Alzo una ceja, seguimos con las manos unidas. Me putoencanta.
¿Por qué no me había dado cuenta de que tenía las manos tan grandes
hasta hace poco? Con la cantidad de veces que lo he espiado, no lo
entiendo. «Tenías otras cosas mejores en las que fijarte, su culo, por
ejemplo».
—¿Te has comportado como el chico que protege la virtud de las damas?
—De las damas no, de una sola dama, porque tu virtud… —Se carcajea.
No quiero hablar de mi virtud, quiero que me quite hasta el último
centímetro de ella.
Me percato de algo al alzar la vista y mirarlo con adoración, entrega y
pasión arrolladora.
—¡Oye! Tienes la nariz perfecta. —Hago intención de acercarme, y él da
un paso atrás—. ¿Qué? No pienso patearte de nuevo —me defiendo.
—Te precede tu reputación.
—Pues anda que la tuya.
Esa frase parece gustarle o intrigarle. Quizá ambas cosas.
—¿Cuál se supone que es la mía?
Dandy , sugar daddy , conquistador, follador, adonis, revientavaginas ,
abrevaginas, destructor de vaginas… Paradme cuando queráis, que puedo
seguir, ¿ehh?, que una mirilla en una puerta da para mucho.
—¿Es necesario que lo verbalice? Vamos, Álvaro, no regalo cumplidos
porque sí, y a ti ya te he hecho unos cuantos.
Se acerca, noto su proximidad, el aliento rozando mi oreja, me
estremezco y no quiero hacerlo. Maldito cuerpo que tiene vida propia.
—Algo de una polla grande he escuchado salir de tu boca.
Y entrar en ella también.
—No me acuerdo de eso, han pasado muchos días.
—Solo dos, no son tantos.
¿Lleva la cuenta? ¿Mi muso lleva la cuenta? Eso es bueno, ¿no?
—Depende para qué. Para una nariz recuperándose se ve que no son
suficientes porque aún queda para tenerla casi nueva, para un enfermo
terminal, son muchos, por eso de que valoran todo más…
—Tienes cada cosa, Mima, estás majara, ¿te lo han dicho alguna vez?
—Tú, sin ir más lejos, hace dos días también.
Sonrío ampliamente, y él me devuelve el gesto. Se me calcinan las
bragas. De pronto no quiero un helado como un barril de cerveza de grande,
quiero otro tipo de cosas mucho más… apetitosas, sí.
—Sé lo que estás pensando y la respuesta es que yo también.
—¿Tú también qué? Porque yo pienso muchas cosas cada día, es más, en
este momento estoy pensando en que he dejado puesta una lavadora y…
Álvaro frena mi discurso. «¡Oh, señor, gracias por todo, te rendiré
pleitesía a partir de hoy!».
Y me besa en plena calle.
Sí, como lo habéis leído, me besa de una forma desesperada y
tremendamente sexi en la calle, delante de todo el mundo, por si tenemos
que aclarar más lo que sucede, lo hace sin importarle que nos vea
cualquiera, y yo…, yo soy la que recibe ese beso. No una de sus conquistas,
sino la protagonista de la novela. Esta es una buena escena, porque me
gusta, porque transmite y porque es él quien se ha lanzado a mí sin dudar.
—¿Te ha quedado suficientemente claro ahora?
Joder, sí.
—Solo un poco. —Me lanzo a sus labios una vez más porque él ha
abierto la veda, y yo no pienso desaprovechar esta oportunidad y lo beso de
nuevo, o me besa él de nuevo, no sé, porque siento su lengua en mi boca y
casi no me ha dado tiempo de abrirla. A ver si me está repasando el esmalte
él también, y yo, malinterpretando la situación—. Sí, ahora me ha quedado
un poco más claro.
Miro hacia delante y no están.
—Mi hermana y tu amigo se han pirado sin nosotros. —Guiño, guiño,
como el que le hice a Maca y que no pilló, pero, vamos, mi casero es la mar
de inteligente porque sonríe de medio lado, se me derrite el alma con el
gesto. ¿Por qué tiene que tener todo tan bien puesto? Esa boca; esos labios;
ese pecho; esas manos; esos dedos, que son largos y gordos y no parecen
salchichas Frankfurt; esas piernas; ese pelo…
Álvaro tira de mi mano y hacemos el camino a la inversa.
Voy rezando lo que dura el trayecto.
«Dios, ten piedad».
«Cristo, ten piedad».
Ya no sé más, así que, ya puestos, mejor me lo invento.
«Álvaro, sé mi dios».
No me imagino a nadie rezando esto en la iglesia de su pueblo, no.
Abre la puerta del rellano y tropiezo de nuevo con el escalón, como hace
días.
—Maldito escalón, solo quieres dejarme en vergüenza, como si eso no
supiese hacerlo yo solita y sin ayuda.
Álvaro se carcajea, y noto que la cosa ha salido mejor de lo que esperaba
porque me tiene entre sus brazos y es en mi mejilla en la que noto su pecho
vibrar.
—Deberías admitirlo, Mima, te tropiezas aposta porque quieres caer en
mis brazos.
En las novelas románticas, las protagonistas pueden pecar de patosas, se
caen, se tropiezan, la situación acaba en beso y no en el dentista. En la vida
real, en la vida de Mima, las cosas no siempre salen como parece.
O, mejor, nunca salen como Mima quiere.
CAPÍTULO 32
«¿Sabes qué? No se me debería permitir seguir tomando
decisiones».
Rachel Green

Álvaro

—H a sido un pequeño accidente porque iba metida en mi mundo.


De nuevo, ensimismada, no entiendo por qué tiene que darle tantas
vueltas a las cosas cuando son más sencillas de lo que parecen. ¿Será que
está pensando en nosotros? Porque, joder, yo no soy capaz de quitármela de
la cabeza. Salvo cuando nos imagino juntos, a ella y a mí, en cualquier
situación.
—Un pequeño accidente que tengo intención de aprovechar en mi favor.
—Claro, soy bueno, pero no tonto y tengo a Mima entre mis brazos.
Tiro de su cuerpo y la aprieto contra la pared en la que se encuentran los
buzones. Le alzo las manos, las coloco sobre su cabeza, ella abre la boca
con la intención de replicar algo. O eso pensaba…
—Gracias, Señor.
Alzo una ceja.
—¿Te vas a poner a rezar ahora?
Abre los ojos.
—¿Lo he dicho en voz alta?
Niego.
—No —finalizo. Llevo mi mano a sus labios y la obligo a cerrarlos, a
cerrarlos en torno a mi dedo pulgar. Esa misma mano la deslizo por su
barbilla, su cuello, el valle de sus pechos, que percibo bajo la tela de la
camisa blanca que lleva, y llego a la cinturilla del pantalón.
»Hubiese preferido una falda, no obstante, me las apañaré —resuelvo.
Mima cierra los ojos, tiembla, me percato de ello de la misma manera en la
que noté antes que se estremecía cuando le susurré al oído. Mima es mi
debilidad. Mima es mi puta debilidad. Retiro la mano con la que sujetaba
las suyas y las baja.
»No, Mima, no.
—Y jode con el Mima. —Abre los ojos y al final me hace caso.
Suelto el botón del pantalón vaquero, le bajo la cremallera, saco su
camisa blanca y llevo mis dedos a sus brazos, sujetándolos.
Entonces me mira con fijeza y…, joder, ¡cómo me gusta esta chica!
Llevo de nuevo el pulgar a sus labios, y ella chupa con avidez.
—Eso es.
Lo muevo como si ese dedo fuese otra parte de mi anatomía, una que se
muere por salir de visita. No aparta sus preciosos ojos de mí. Es puro
pecado.
Cuando lo saco, desciendo de nuevo, solo que, esta vez, con más rapidez.
—¿Sabes dónde estamos? —pregunta.
Sonrío con suficiencia.
—Yo sí, tal vez tú, después de esto, no vas a tenerlo tan claro. —
Introduzco las manos dentro de sus braguitas, y Mima responde abriendo
las piernas sin dudar. Las abre para mí, porque le gusta—. Qué mojadita
estás.
Presiono con el pulgar su clítoris, y solo gime en respuesta a mi acto.
Lo saco y lo llevo a mi boca, lo chupo con ansia viva, esa misma ansia
que me consume cada vez que la tengo cerca, esa ansia que me devora por
dentro cuando la pienso, cuando parlotea sin cesar, cuando reza en voz alta
o cuando anota cosas en el aire sin sentido alguno. Esas ansias justamente.
Tiro de su pelo, y ella gime. Le cubro la boca con la mía, y responde al
beso con necesidad.
—Eso es —musito cuando me separo—. Esa es la chica que tanto me
pone. —«Que tanto me gusta». Cierra los ojos de nuevo, y la recompenso
con un pequeño pellizco en la zona—. Me encantan los ruiditos que haces.
—Te encanta todo, por lo que veo.
«Todo, Mima, me encanta todo».
Introduzco el dedo en su coño y lo muevo como si me la estuviese
follando con él. Intenta bajar los brazos y tocarme, no se lo permito. Llevo
ese mismo dedo empapado hacia su clítoris y lo muevo mucho más rápido
que antes.
—No bajes los brazos.
—Sí, señor —responde sonriendo, como si ella estuviese haciendo un
chiste que yo no entiendo.
Miro hacia las escaleras, no hay nadie. Tampoco advierto sonido alguno.
Nada que no sea ella, mi mano, sus gemidos y mis putas ansias.
Los movimientos se vuelven frenéticos, Mima mueve las caderas para
propiciar la fricción, se acerca. Sus mejillas están encendidas, su respiración
es cada vez más errática, su piel cada vez arde con más intensidad.
—Álvaro… —susurra.
—Lo sé.
Abre los ojos mientras sigo moviendo el dedo, mientras ella se corre,
mientras acallo sus gritos con mi lengua, una lengua que quiero usar para
recorrerla entera.
Saco la mano, cierro sus pantalones y la arrastro escalera arriba.
—¿Sabes que, después de tener un orgasmo, no es buena idea hacer más
ejercicio?
Me la cargo al hombro. Le propino una palmada en el culo.
—Ya te llevo yo.
—Sí que tienes prisa. Y sí que estás fuerte. Gracias, Señor. —De nuevo.
—¿Estás hablando sola?
Un par de escalones más y llegaremos.
—No, hablo con Dios. Nunca he creído que me escuchase, pero
últimamente se está portando bien con la menda. —Otra nalgada más. Una
carcajada por su parte—. Deberías dejar de hacer eso, nos van a oír los
vecinos —me advierte.
—Mima, si no lo hiciesen con esto, ten por seguro que, con lo que vamos
a hacer en unos minutos, lo harán hasta los del edificio de enfrente.
—Uhhh, espero que eso sea una promesa. No me gustan los tíos que
lanzan faroles porque sí. —«No debería gustarte ningún otro tío». Me
planto frente a su puerta—. ¿Vamos a corromper mi habitación?
—O cualquier otra parte de la casa que quieras.
—El sofá ni de coña. Maca lanzó otros calzoncillos, y no quiero tener
pelos en el culo.
—¿Qué?
—Nada, cosas de Mima —razona sonriendo. Es extremadamente sexi, a
pesar de lo loca que está. Entramos en su piso y la empujo contra la puerta
—. Alguien tiene prisa.
—Los dos tenemos prisa —sentencio.
Coloco su mano sobre mi polla para que entienda a lo que me refiero. Me
va a explotar de un momento a otro, lo prometo.
—Espera aquí —me dice cuando se separa.
¿En serio? ¿Que espere? ¿Cómo quiere que espere si ni siquiera me llega
sangre al cerebro para ser una persona racional y sensata?
La persigo como un perro faldero, eso es justo lo que hago, sí, y ella
menea el culo de una forma en la que solo pienso en morderlo.
—Lo estás haciendo aposta —finalizo intentando acercarme a ella.
—Por supuesto. —Es mala, muy muy mala. Abre una puerta, la de
Rodrigo—. Vale, no hay nadie —me explica.
Deshacemos el camino que hemos andado y entramos en su habitación, y
ahí todo, absolutamente todo, se vuelve un desmadre.
CAPÍTULO 33
«Oh, ¿te gusta eso? Deberías escuchar mi número de teléfono».
Phoebe Buffay
Mima

M ierda, tenía que haber pensado en que la cosa podía acabar de esta
forma, que no es una mala manera, solo que, ahora, se dará cuenta de que
no tengo televisor y que mi primer acercamiento fue fruto de una falacia
como un castillo.
Soy de esas a las que les gusta vivir al borde de la ley, ¿qué le voy a
hacer?
—Esto… Mmmm, Álvaro, que al final lo del televisor no eran las pilas
del mando, he tenido que llevarlo a arreglar.
—¿Qué? —Separa su boca de mi cuello y maldigo haber formulado esta
frase porque está más que claro que, con mi sola presencia, le bastaba para
olvidarse de todo lo que nos rodea, incluido un televisor inexistente.
Es que no se puede tener el sexapil que tengo. Los chicos hacen cola por
mí. Imaginaos la cantidad de hombres que querrán una firma de la nueva
autora de éxito en su cuerpo… En cualquier parte de su cuerpo.
Visualizo tatuajes y todo, no os digo más.
Doy varias vueltas alrededor de Álvaro, que me mira sin entender nada.
—Sé que es muy grave lo que te voy a confesar, sin embargo…, empiezo
a acostumbrarme a que hagas este tipo de cosas —se sincera.
—¿Cosas? —Sigo mirando su cuerpo y babeando mucho, claro.
—Actuar sin saber qué coño haces, pero encantado de ello.
Me separo, alzo la vista, encuentro sus ojos y me quedo buceando en
ellos.
—Es lo más bonito que me han dicho jamás. —Y no es coña. Si alguien
te acepta y quiere con tus mierdas, ¿qué más se puede pedir en la vida? Que
no quiere decir que Álvaro sienta algo por mí, es solo que… Bueno, eso,
que no os lo voy a explicar todo—. Estoy buscando un hueco en el que te
puedas tatuar mi firma.
Lo he pronunciado en voz alta, sí.
—¿Tu firma?
—Cosas de Mima.
En fin, a lo que vamos, que quiero mandanga de la buena.
Lo empujo contra la cama. Está duro como una piedra, aunque da un par
de pasos atrás. Se supone que tendría que caer sobre el colchón, yo
lanzarme encima, y perder el sentido y la razón. Pero no, ya sabéis, nunca
pasa lo que Mima planea, solo lo que el destino tiene en mente, si es que el
destino cuenta con eso, claro, nunca he hablado con él, aunque no me
importaría tener otra de esas charlas.
Lo que pasa cuando piensas en tus asuntos es que mi muso toma las
riendas de la situación y que, de pronto, ya no tienes ni una puñetera prenda
encima mientras él sigue vestido.
Puta vida.
Me gira, me empuja, yo no estoy fuerte, caigo sobre la cama y, si no
fuese porque mi colchón es mullido, no me quedarían dientes con los que
comer ni morder ni nada por el estilo.
Álvaro tira de mis caderas y me coloca a cuatro patas. Me siento más
expuesta que el otro día en la barra de su cocina.
Al menos me he depilado el culo, eso es un consuelo, miradlo por el lado
positivo.
Pasea uno de sus dedos por la columna vertebral y en este momento
estoy pensando en que, si me mete la polla en esta posición, es probable que
se me salte un ojo y ruede por la cama como si fuese una bola de billar.
Imaginaos si tengo que ir al centro de salud con él, si ni siquiera sé cómo
se conserva un ojo, joder.
«Google sabrá».
—Mima, ¿ya estás pensando otra vez?
—¿Yo? —Ladeo la cabeza, maldita la hora en la que lo hago porque se
está desnudando y se está tomando su tiempo para ello. Bizqueo. Babeo.
Boqueo. Lo que yo llamo «las tres B».
Bueno, bonito y barato ha quedado obsoleto, majas.
Esto es mejor que ir al cine, fijaos, me parece mejor que ver Friends , y
esa pandilla de amigos es muy top , podéis tenerlo claro. Al menos, hasta
que apareció él en mi vida, por supuesto.
Prenda que quita, palabras sin las que me quedo. Fácil y sencillo, ya veis.
¿Cómo dejar a una escritora sin palabras? Viendo a tu muso desnudarse.
Que nadie se entere de esto, porque no venderé una mierda, se supone que
estoy en pleno proceso creativo y que eso implica que no hay nada que te
aleje del teclado, de la concentración y de vomitar palabras o preparar
escenas.
—Me gusta tu culo.
Mal asunto.
—Ese orificio es solo de salida, ni se te ocurra posar los ojos en él,
mucho menos, esa bomba nuclear.
Quiero conservar los dos ojos. Los dos.
Álvaro se ríe. Yo no le veo la gracia al asunto.
—Por ahora, te haré caso.
Ese «por ahora» debe alargarse en el tiempo, chato.
Pasea sus manos por mis nalgas y me siento como Anastasia Steel
cuando Grey le iba a dar una buena tunda. Estoy por menear el culo en este
momento, en plan perrito. No, no lo hago. Tampoco podría, porque su
«taladradora» ya está dentro de mí, recordándome lo grande que es y el
poder de destrucción masiva que tiene.
—¿Notas cómo me la pones? —me pregunta. Que si la noto, dice. La
noto hasta en el cerebelo. Se mueve un poco, lento, cadente, suave, en
círculos. Me siento llena, la noto hasta en la boca del estómago—. ¿La
sientes?
Me corro. Soy una máquina de correrme, ¿en serio? ¿Qué he necesitado?
¿Un par de movimientos? ¿Unos meneos? ¿Que mencione mi culo?
Que me taladre, eso también.
Álvaro para y espera a que me recupere.
—¿Lo siento? —balbuceo.
—No tienes que pedirme disculpas por esto, Mima. Solo déjate llevar.
«Hombre, no me lo digas dos veces, a ver si esto va a ser un no parar de
orgasmos y vamos a tener un problema gordo».
Se toma su tiempo el muy canalla, que yo me he corrido dos veces, es
prácticamente imposible que haya una tercera por lo lógico, que es que ya
tienes eso ahí hinchado y rojo como el culo de un mandril.
—Deja de pensar —me pide. Me pone que me exija. A ver si de verdad
que voy a ser una de esas sumisas.
—Claro, tú lo tienes fácil porque estás ahí, entero, yo me he corrido dos
veces como una jodida adolescente.
—Una adolescente que me pone cantidad.
Se acerca, me muerde la oreja, me brinca la pepitilla. Casi que literal, sí.
Las manos de Álvaro se ciernen sobre mis caderas, siento cómo me
aprieta con sus dedos con cada embestida que me da.
Uno de ellos se pasea peligrosamente por la zona de emergencia, esa
zona que le he explicado que es solo de salida.
Miro hacia atrás.
—No puedo resistirme —me confiesa—. Me llama. —Espero que no sea
por teléfono. Entra la punta de uno de sus dedos, esos dedos que ya os he
explicado que son largos y gordos, como todo lo que carga el chaval, vamos
—. Relájate, Mima —me demanda.
Claro, porque no eres tú el que tiene un dedo metido en el culo. No te
jode.
Solo que sí, me relajo, porque cuando se unen las embestidas con el
movimiento de sus dedos, algo se activa en mi cuerpo. Algo que mola
demasiado como para obviarlo.
Comienzo a salir a su encuentro, a moverme para que sus caderas y mi
culo choquen. Me propina una nalgada.
Soy Anastasia Steel, solo que ella lloriqueaba al principio, a mí me mola,
me excita, me pone perraca, todo eso, sí.
Lo único que tenemos en común esa protagonista y yo es que somos
pobres como ratas.
—Eso es —me indica. Otra nalgada; un tirón de pelo; su polla, que me
llena; su dedo, que es una puta pasada, y yo perdiendo la cabeza, la poca
cordura que me queda—. Mima… —Es su turno de gimotear.
Mañana no podré caminar, no importa, seré una tullida feliz.
Sus embestidas son cada vez más certeras, más rápidas, más feroces, más
implacables y salvajes. Y me da lo que necesito, Álvaro me da justo lo que
necesito, sin más.
Saca su polla de mi interior y se corre en mi espalda.
Joder.
La hostia.
Esto es mejor que comer Ferrero Rocher en Navidad.
Se gira, me tira sobre la cama y me abre las piernas. No me da tiempo
siquiera a respirar, cuando intento alzar la vista para ver qué pretende, ya
tengo su boca cernida sobre mi entrepierna.
—Tu nariz. —Lametazo—. Te pediré una de plástico en AliExpress si se
te cae. Ni siquiera es una parte importante del cuerpo. —Otro lametazo, uno
mucho mejor que el anterior—. ¿Esa es tu forma de pedirme que me calle?
—Desliza un dedo en mi interior—. Joder, así guardaría silencio cada puto
día de mi vida.
Álvaro separa la boca de mi clítoris.
—Mima…
Me incorporo, le llevo la mano a la cabeza.
—Me callo.
Arremete de nuevo y se me viran los ojos hacia atrás cuando hace… No
sé la técnica en cuestión, solo sé que me flipa el movimiento de su lengua y
cómo lo sincroniza con su dedo.
Y el otro dedo, que visita la puerta de salida.
—Oh, joder. Prometí que me callaría, sin embargo, es que es imposible.
Oh, joder —gimoteo cuando lo entierra mucho más en mí. Lametazo, dedo,
dedo, lametazo, dedo, lametazo, lametazo, dedo, dedo. Todo es demasiado
para mí—. Álvaro, joder. No puedo.
—Claro que puedes.
Dedo, dedo, culo, chirri, lametazo. Pierdo la noción de todo, solo lo
siento a él, a él. A mi muso. Al protagonista de mi novela.
Al chico… Al chico del que me he enamorado.
CAPÍTULO 34
«Si no le gustas, todo esto es un punto mu. ¿Un punto mu? Sí. Es como la
opinión de una vaca. Simplemente no importa. Es mu».
Joey Tribbiani
Mima

C uando Álvaro cierra la puerta de mi casa, me pongo a bailar como en una


de esas películas en las que la protagonista apenas se cree lo que le está
sucediendo y no es que la cosa vaya muy desencaminada porque, joder, es
que lo que acaba de pasar es algo así como un milagro, ¿qué posibilidad
existe de que un tío buenorro se fije en una chica normal y corriente? ¿En
una chica que trabaja en un supermercado, que baila desnuda en su
habitación y que anota cosas en el aire para no despistarse cuando tenga que
escribir su exitosa novela?
Lo que me lleva a recordar que esto es algo pasajero, que tiene fecha de
caducidad y que no va a durar más que lo que dura un caramelo en la puerta
de un colegio, es decir, poco y menos, porque Álvaro no es de los que se
enamoran. Dos años llevo viviendo en este edificio y ni una relación seria, y
os digo ya que he chismorreado por la mirilla de la puerta como buena
vecina cotilla que soy.
Aprovecho para ducharme, ponerme un pijama, cambiar la ropa de las
camas y buscar algo de comida.
Me encuentro a mi hermana en el sofá con el teléfono en la mano.
Cuando paso por delante de ella, recuerdo que íbamos a ir a tomarnos un
helado y que, por lazos del destino, la cita resultó diferente a la que
habíamos planeado en un principio.
—Huele a sexo. —Llevo mi nariz a la sobaca , no soy yo.
—Me he duchado.
—Lo que quiere decir que sí que has tenido sexo. —Asiento—. He visto
salir a Álvaro, él no me ha visto a mí, iba mirando su teléfono.
—Ha quedado con Mikel para ir a cenar a casa de sus padres —le
explico.
Al menos, eso es lo que me contó después de terminar de…, bueno, eso
que ya os he contado o que habéis leído.
Rodrigo abre la puerta y entra en ese momento. Me analiza un instante.
No digo ni mu.
—¿Qué tal? —pregunta.
—Voy a hacerme un sándwich, ¿queréis uno?
—Yo no tengo hambre. —Esa es Alejandra.
—Yo sí, porfa, de tres pisos, de pavo y queso fresco.
—¿Algo más el señorito? ¿Un café? ¿Una infusión? ¿Un esclavo para
que te lave la ropa?
—No necesito esclavos, te tengo a ti —bromea. Camino hacia la cocina,
y mi hermano me sigue—. ¿Has estado dándole al tema? —Me asomo a la
barra, Alejandra enciende el televisor.
—¿Llevo un cartel en la cara o qué?
—Caminas raro —confiesa mi hermano.
Puede que sea por los tropecientos orgasmos o porque Álvaro tiene una
taladradora por polla.
Le hago una peineta, mi hermano se ríe y se marcha hacia el salón con
mi hermana. Al menos no ha soltado nada sobre salvar a Álvaro de mis
garras. Tal vez ya haya asumido que sobra en esta relación.
Preparo un par de cosas de picar, además de los sándwiches, y me voy al
salón con ellos. Cuando llego, mis hermanos guardan silencio, estaban
hablando de mí, eso es lo que pasa cuando alguien habla de ti y tú llegas,
que se callan. Al menos, por ahí se disimula, pero ellos no se molestan
siquiera en fingir un poco.
—¿Qué pasa? —pregunto yendo directa al grano.
Con mis hermanos he aprendido que es mejor actuar de esa manera,
enfrentarte a las cosas y no darle vueltas al tema porque no vale la pena
hacerlo.
Siempre hemos ido con la verdad por delante y sin escondernos. Menos
Rodrigo, que sabemos que está tirándose a Maca y no ha soltado prenda
alguna.
—¿Lo vas a confesar ya? —pregunta mi hermano.
Que sea él, y no Alejandra, me sorprende.
—¿Y tú? —contrataco—. O tú —indico en esta ocasión observando a
Alejandra, que gira la cabeza, porque no quiere hablar del tema, que lo
sabemos todos.
—Vale —concede Rodrigo.
Abro los ojos, no me lo esperaba porque él siempre ha sido de los que
evitan el tema de mi amiga, porque no le gusta escuchar consejos, saber que
tenemos razón o entender que la tenemos y no hacer ni puñetero caso.
Rodrigo es reservado con su vida privada, siempre lo ha sido, Alejandra
también, solo que no hasta el extremo que Rodri, ni por asomo. Ale siempre
nos ha hecho partícipes de sus cosas, hasta ahora, que está bloqueada.
—Así que vamos a tener por fin la charla —ironizo.
Le tiendo un plato a mi hermano con su bocata y otro de pisos y queso
curado a mi hermana, lo rechaza. Insisto. No se puede rechazar al queso,
heriría su corazón.
—Estoy intentando comer menos —se pronuncia.
Me acerco, cojo un pico, corto el queso, le abro la boca y se lo meto
dentro. Alejandra al menos no lo escupe.
—Como vuelvas a soltar una de esas cosas por la boca, te juro que lo que
meto dentro no es pan y queso, sino mi puño.
Porque estoy hasta los huevos de que dude de sí misma, de que se valore
tan poco, de que no se vea como yo la veo.
—Emilia… —Cuando mi hermano usa ese tono, se me eriza el vello de
la nuca, sé que tiene razón, sé que tengo que comportarme, pero es mi
hermana, ¿lo entendéis? ¿Cómo os sentiríais vosotras si tuvieses frente a
vuestros ojos a una chica preciosa, maravillosa, con un corazón de oro y
que ella no sea capaz de verse así, de sentirse de esa forma tan bonita que se
merece? ¿Cómo?
—Vale —concedo—. Vale.
—Tiene razón. —Desvío la vista y observo a mi hermana. Tiene los ojos
brillantes y las facciones contritas, está al borde del llanto—. Soy una
imbécil —finaliza.
Muevo la cabeza hacia los lados y niego.
—Alejandra…
Me acerco, mi hermano también, y actuamos de la misma manera en la
que lo hemos hecho otras tantas veces, cuando hemos estado sumidos en la
mierda porque… Sí, esto es muy propio de las novelas románticas, el
pasado de las personas suele ser una auténtica basura y siempre cuentas con
el apoyo de tu gente, de tus amigos o familia y, aunque para nosotros es
nuestro día a día, compartir las penas y las alegrías nos ha hecho sentir
plenos. Las cargas compartidas suelen ser más llevaderas.
Me pelearé con Rodrigo, le gritaré, utilizaré mi mordacidad y puede que
haga lo mismo con Alejandra, aunque en menor medida, claro, pero eso no
significa que, llegado el momento, no saque las uñas, los dientes y lo que
haga falta para defenderlos a muerte. Porque, créeme, lo haré, así me deje el
pellejo en el intento.
—¿Cómo puedo confiar en las personas cuando ellas son las que poseen
el poder de hacerme daño? ¿De destrozarme?
—¿Hablas de lo que sucedió el otro día? —pregunta Rodrigo. Abro los
ojos, yo no se lo he contado.
—¿Cómo…?
—Se lo expliqué yo —sentencia mi hermana. Cabeceo afirmando—. Y
no, no hablo solo de eso, hablo de los chicos con los que he salido, de esa
gente que te observa con cara de asco cuando llevas un color vivo, porque
las gordas solo podemos vestir de negro. Hablo de la manera en la que te
miran cuando, en vez de pedirte una ensalada, te comes un Bic Mac. O una
tableta de chocolate y no una infusión adelgazante, hablo de que la gente
siempre siempre te está juzgando.
Tiene razón, no puedo llevarle la contraria porque la tiene. Solo que no la
juzgan únicamente a ella, juzgan a toda la sociedad; muchas veces, por
envidia; otras tantas, porque no señalen tus propios defectos, porque, si te
cebas con el de al lado, tú pasarás desapercibido.
Ahora prefiero no tener esta conversación.
—Alejandra… —De nuevo Rodrigo se me adelanta—. Mima y yo
podemos decirte mil y un cumplidos, señalarte la cantidad de cosas bonitas
que tienes, lo bella que eres, lo guapa que estás, lo favorecida que te vemos
con una prenda o con otra. Podemos hacer todo eso y más, solo que, si no lo
ves tú, si no te valoras tú, todo caerá en saco roto.
Mi hermana rumia sus palabras, y yo le doy la mano a Rodrigo porque
eso que ha pronunciado es lo más sensato que le he escuchado en toda la
vida y mirad que mi hermano otra cosa no, ahora, sensatez, por un tubo. Es
juicioso por naturaleza.
—Dame otro trozo de pan y queso —me pide. Le tiendo el plato, sonrío.
Puede que esto para vosotras no signifique mucho, ni siquiera para ella o
para mi hermano, pero yo sé que es su lucha interna. Porque una parte de
ella pelea contra sí misma y contra sus pensamientos, y la otra, la otra se
deja llevar por la marea, por una que la lleva al borde del abismo.
Por eso tenemos que pensar las cosas, las consecuencias de nuestras
palabras, de nuestros juicios de valor y de eso que creemos que son
consejos porque nadie te ha pedido ese consejo y si no lo han hecho es
porque nos importa una mierda, no lo des, guárdatelo para ti, porque estoy
convencida de que es lo que tú desearías que sucediese si fuese al revés y te
tachasen de una cosa o de otra.
—Y este es el momento en el que os explico que estoy cagado de miedo.
—Nunca había sido tan contundente cuando de Maca se trata.
—Vaya dos —apostilla Alejandra.
—Supongo que Maca os ha contado…
—Sí —lo corto—. No tienes que sentirte abochornado por el tamaño de
tu miembro, te queremos igual. —Rodrigo me lanza un cojín.
»Es coña. —Y tanto que lo es, más que nada, porque Maca está más que
contenta con las virtudes de mi hermano, ahí lo dejo.
—Bajé a hablar con ella y… —Se lleva la mano a la cara—. No pude
aguantar más. Estoy loco por Maca.
—Ah, ¿sí? Fíjate que no nos habíamos percatado de ello. —Al menos
esa no he sido yo, otro cojinazo y me tira de la mesa al suelo.
—Ya me reiré yo de ti, tranquila.
Mi hermana le da un abrazo y me muero por presenciar ese instante,
justo ese, en el que Ale deje entrar a alguien, cuando vuelva a intentarlo, a
pesar de tener miedo.
—Y digo yo, sin maldad ni inquina ni nada por el estilo —intervengo—,
¿no decías que a las mujeres hay que cortejarlas? Que les gustan las citas,
las flores, los bombones y, en última instancia, la mandanga. Porque bien
que te has trinchado a Maca sin siquiera una cita.
—Qué ordinaria eres cuando quieres.
—Y quiero muchas veces.
Alejandra se carcajea.
—Ya entiendo por qué cojeas.
—No, no lo entiendes. —Hago amago de soltar un chascarrillo sobre el
misil nuclear de Álvaro, pero me muerdo la lengua porque mi hermano no
me lo permite.
—Supongo que Maca no es una chica cualquiera y que…, bueno,
tampoco pude controlarme.
—Dos veces. —Le doy una gran mordida a mi sándwich. Me lleno la
boca con él.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta.
—Si resulta que me salen pelos en las manos, es por tu culpa —bromeo.
Mi hermano piensa, me termino el sándwich y me chupo los dedos, tal y
como haría con Álvaro y su cuerpo.
—¿Encontraste los calzoncillos?
Mi hermana lo empuja.
—¿Fue aposta? —Es Ale la que pronuncia la pregunta.
—¿Qué…? —Pienso y medito—. ¡Qué listo es mi chico!
—Quería que recordase lo que había sucedido en ese sofá.
Me carcajeo.
—¿Te cuento un secreto?
—Claro. —Rodrigo se acerca y Alejandra también, como si
estuviésemos en un lugar público y no quisiésemos que saliera de nuestro
círculo.
—Estoy casi segura de que Maca no lo ha olvidado. Casi casi segura.
Y lo pienso de veras, me da que mi amiga está hecha un lío, si no fuese
de esa manera, ya se lo habría quitado de encima.
CAPÍTULO 35
«¡Estoy desesperado y torpe y desesperado por el amor!».
Chandler Bing
Álvaro

H oy es uno de esos días en los que quieres que las horas pasen rápido. He
quedado con Mima para almorzar en la cafetería de mi trabajo. Anoche
estuvo en casa, la otra noche estuve yo en la suya, y… podría decirse que
todo evoluciona de una forma inesperada.
Mima sigue haciendo cosas de Mima, locuras que me traen de cabeza y
ese desparpajo que tiene que hace que me esté… Sí, joder, sí, creo que hay
algo, algo de eso ahí, esa palabra que no quiero pronunciar a la ligera y que
me hace replantearme todo seriamente.
—Tienes visita —mi ayudante me habla desde la puerta.
Soy una especie de híbrido entre los fotógrafos de toda la vida y esos a
los que les encanta hacer retoques digitales y de los que también cuentan
con un cuarto para disfrutar del proceso arcaico de revelado de fotos.
—Dile que pase, por favor, ya estoy acabando.
Termino de colgar unas cuantas fotos y, antes siquiera de que hable, la
siento.
—¡No me lo puedo creer! —grita cuando se acerca a mí.
Me permito observarla, analizar su cuerpo, el brillo de sus ojos, su piel
blanca, la forma en la que sus labios forman una preciosa «o», y me siento
afortunado de que esté aquí conmigo, de que me permita compartir con ella
tiempo, no sé, es extraño y también estoy confuso por ello.
A veces pienso en qué pasaría si le confesase a Mima que siento algo por
ella más allá de la atracción física, si le explicase que me gustaría que
tuviésemos una relación, que descubriésemos juntos hacia dónde nos
llevaría esto, lo que tenemos. Lo que empezó como un juego y ha acabado
siendo mucho más que eso.
—¿El qué exactamente?
Me mira, la comisura de sus labios se alza. Es una puta preciosidad.
Cojo mi cámara de fotos y disparo, clava sus ojos en mí.
—Tienes un cuarto rojo del placer —sentencia—. Eres como Grey, pero
sin quemaduras en el torso, salvo que todos esos tatuajes que recorren tu
cuerpo sean tu forma de explicar algún tipo de abuso infantil.
—Estás como un cencerro —finalizo.
—Muchas gracias. —Se sonroja, Mima se sonroja y la arrastro afuera
porque, si nos quedásemos aquí mucho más, no podría contenerme.
Mi despacho está vacío y la sala contigua también lo está.
La llevo allí, cierro la puerta y la apoyo contra ella para besarla a mi
antojo. Es una delicia, Mima es una auténtica delicia. Es como mi postre
favorito, ese que pides una y otra vez y jamás te cansas de comerlo. Pues tal
que así.
—Y no, mis tatuajes no encierran secretos ni tienen historias ocultas…
—Entonces es por placer —musita.
—Podría decirse que sí —le confirmo.
Cuelgo la cámara de mi pecho, y ella solo me sonríe con…, con lo que
espero que sea cariño, no voy a hablar de amor, no al menos hasta que
tengamos esa conversación.
«Me dijo que le gustaba, lo soltó en el centro de salud».
«Puede que fuese fruto del momento y no de la realidad. Te había
pateado la cara».
—Así que… aquí es donde trabajas cada día. Donde pasas parte de tu
tiempo, esto es lo que haces.
Da vueltas y vueltas, y yo aprovecho para inmortalizar cada instante.
Lleva el pelo suelto, un jersey de color naranja y unos pantalones vaqueros
desgastados. Lo mejor de todo es la sonrisa, la jodida sonrisa con la que
analiza cada cosa. Está disfrutando de esto y eso hace que me explote un
poco el pecho, sí.
—Así es como me gano la vida —ratifico.
Clava sus ojos en mí sin perder ese aire de villana de cuento que la
envuelve. No, no de inocencia, porque Mima no es de las que parece una
damisela en apuros, Mima es de esas que se lanzaría a luchar para salvarte
el pellejo, como he visto que hace con sus hermanos. O de las que te
arrancarían los ojos, como sé que le gustaría hacer con Jana.
Otra foto.
—Cualquiera diría que es un trabajo ridículo, ¿no crees? —me pregunta
y se queda a expensas de una respuesta sincera.
No lo hace con maldad ni con inquina, es mera curiosidad, lo percibo en
la fascinación con la que analiza cada fotografía que hay colgada, cada
prueba que recubre las paredes.
—Para los que no entienden de arte, quizá sí. —Guardo mis manos en
los bolsillos porque lo que de verdad quiero es cogerla, sacarla de aquí y
encerrarnos en casa durante días o semanas.
—¿La fotografía es un arte?
Asiento.
—Cualquier cosa que implica retratar a alguien, no hablo de una foto sin
más, hablo de lo que muestra esa captura, ese instante, por ejemplo. —Me
acerco a ella y señalo una imagen de una chica normal, no es una modelo,
es una persona que decidió regalarse una sesión de fotos porque se quiere,
porque le apetecía tener ese recuerdo para siempre, consigo misma, eso
siempre me ha resultado fascinante. «No es para regalar, es para mí»—.
¿Qué ves aquí?
Le señalo la pieza. La chica en cuestión está sentada en un banco, un
banco de un parque y mira hacia una pareja que camina cogida de la mano,
solo que eso…, eso no sale en la foto.
—Veo anhelo.
Exacto, eso es justo lo que sentí cuando la fotografié.
—Así es como se sentía, extrañaba lo que quiera que estuviese viendo,
pensando y sintiendo. ¿No es esa una forma de arte? Ser capaz de sentir, de
empatizar solo con algo que ves, que percibes.
Mima se gira y posa su mano en mi mentón, lo sujeta con el dedo índice
y el pulgar. Sube hacia mis labios y los recorre. Los humedezco con mi
lengua. Le brillan los ojos, aprovecho para inmortalizar este segundo
porque no sé qué sucederá mañana, pero esta, estas fotos, estarán siempre
para recordármelo.
—Yo también lo creo —finaliza cuando pensé que no diría nada más—.
Todo aquel que es capaz de transmitir hace arte. —Asiento y, mientras ella
deambula por la sala, yo solo capturo momentos.
»Voy a tener que cobrarte por ello —añade mientras se acerca a mí de
una forma embaucadora. Me da un suave y tierno beso en los labios y, de
pronto, sé que ha sucedido. No conozco el cómo, el cuándo ni el por qué,
solo soy consciente de que me he enamorado de Mima. Me quedo
paralizado—. Me muero de hambre.
Joder, esa forma en la que lo pronuncia me vuelve jodidamente loco.
Con Mima, cada momento es una locura, una muy agradable.
Bajamos a la cafetería. Llevo conmigo la cámara de fotos porque dejarla
arriba no era una opción. Tomamos asiento en una mesa alejada del bullicio
y esperamos a que vengan a tomarnos nota.
—Tengo novedades —me suelta—. Mi hermano ha confesado que le
gusta Maca. La otra noche nos lo contó. Y creo que Alejandra está algo más
tranquila. No me ha explicado mucho de la cita con Gonzalo… —Aguarda
a que yo añada algo de información al asunto.
—No nos hemos visto. Ni siquiera por los pasillos de la empresa. Está
liado.
—Mi hermana tampoco sabe nada de él y eso es malo, muy malo, porque
la conozco lo suficiente como para que tenga dudas de él. Si estaba
dejándose llevar, hará que retroceda.
—O también podría llamarlo.
Mima medita unos segundos.
—O podría llamarlo yo. Si hay alguna cosa extraña, lo sabré y podré
prevenir a mi hermana.
Suspiro, entiendo sus buenas intenciones, aunque no estoy del todo de
acuerdo con ella.
—Creo que es mejor que sean ellos los que descubran las cosas por sí
solos. No puedes protegerla el resto de tu vida, Mima, si lo haces, Alejandra
no aprenderá a defenderse, a darse su lugar, es ella la que tiene que tomar
las riendas. No te lo digo con mala intención, solo pienso que es buena idea
que sea ella misma la que ponga cada cosa en su lugar.
—Entiendo lo que dices, pero es mi hermana. Me cuesta…
—Lo sé. A mí me pasa con Mikel.
—Mikel no tiene nada que ver con Ale.
—Salvando las distancias, claro, porque es cierto. Mikel tiene mucha
seguridad en sí mismo, si hasta quería conquistarte.
—Y tú no se lo permitiste. —Arquea una ceja, expectante.
Por supuesto que no.
—¿Habrías preferido que dejase que lo hiciese?
Clava sus ojos en mí, mira hacia ambos lados, se acerca, sé que está
apretando las piernas bajo la mesa.
—No —finaliza guiñándome un ojo.
No estaría mal un: «No es Mikel el que me gusta, eres tú», no obstante,
lo dejaré estar por el momento.
Por el momento…
La conversación se queda en el aire porque vienen a tomarnos nota.
—Hola, Álvaro. —Mima alza una ceja ante el tono utilizado por Esther.
—La educación. —Carraspea.
Esther repara en la presencia de mi acompañante y la saluda con un leve
asentimiento.
—No me has llamado, ¿perdiste la última nota también?
Mima aguarda la respuesta, se ha puesto seria.
—No la he perdido, solo que no estoy interesado.
No quería recurrir a eso, de veras que no, pero a veces hay que cortar las
cosas de raíz, esos son los consejos que le doy a mi hermano, y no es justo
no predicar con el ejemplo.
—Ah, vale —responde escueta.
Miro a la chica que me tiene loco, y ella sí que sonríe.
Pedimos nuestro tentempié, y Esther se marcha.
—¿Se puede saber de qué te ríes?
CAPÍTULO 36
«Si tienes demasiado miedo de estar en una relación, entonces no
estés en una».
Monica Geller

Mima

J oder, sí, esa respuesta ha sido digna de una novela romántica. He


escuchado a la villana de la historia romperse en dos pedazos. Por un lado,
pasea su corazón y, por el otro, su dignidad.
Lo que hay, maja, eso te pasa por no saludarme. Y por poner los ojos
sobre mi muso. «Mi muso».
—Apuesto a que te va a escupir el bocata que te acabas de pedir.
—Por si acaso, lo intercambiaremos —razona.
Me muerdo la lengua en varias ocasiones porque, la verdad y siendo
honesta, me apetece hacer todo ese tipo de planes que implican un romance.
Eso que decía mi hermano de tener citas, ir al cine, salir a cenar, cogernos
de la mano, y no solo entregarnos al fornicio como hacemos cada vez que
podemos. Que no me quejo, ojo al dato, solo es que…, ya sabéis, Álvaro es
mi crush literario, me he enamorado locamente del protagonista de mi
propia novela y, si la cosa va como tiene que ir, lo que sucederá es que me
hará daño, me abandonará por la camarera o se cansará de mí, aunque,
joder, es imposible que lo haga porque soy muy maja, ¿no? Pesada un poco
también, pero maja más.
Vamos, que molo, coño.
En esta ocasión, no es la chica la que nos trae los platos de la comida.
—Has roto su corazón.
Álvaro sonríe. No añade ni una sola palabra más.
Eso es lo que hará cuando me lo rompa a mí, no darle mayor importancia
al asunto y seguir como si nada hubiese pasado, lo veo venir. Seguro que,
cuando lo haga, vendrá a buscar a la chica a la que ha rechazado, es más, es
probable que lo haya hecho solo para quedar bien conmigo y luego le dirá
algo del tipo: «Tuve que hacerlo, ¿a que ahora tienes más ganas de bajarte
los pantalones?».
No me gusta pensar de esta manera, no es aconsejable. Es lo que ocurre
cuando te pillas del chico que se supone que no debes pillarte y que va a
pasar de ti como de comer mierda.
En fin, que no tengo mucha hambre de pronto, y yo siempre siempre
tengo hambre.
Álvaro, como buen muso que se precie, paga la cuenta, y nos dirigimos a
casa. Tengo la intención de marcharme a la mía, sin embargo, me coge de la
mano y me besa de una manera que me quita el puto sentido.
Se me olvida que va a pasar de mí, que esto está llegando a su fin y todas
esas mierdas que estaba pensando en la cafetería. Se me olvida hasta cómo
me llamo y eso es insano, hasta un punto extremo lo es.
—¿A dónde crees que vas? —me pregunta.
Su tono promete sexo, mucho sexo, sexo de ese sucio, con visita a la
puerta de atrás incluida. Ya ni siquiera me asusta, ahora lo espero.
Señalo la puerta de enfrente.
—A mi casa. O la tuya, porque técnicamente es tuya y no mía.
Qué rollo eso de no saber de qué manera me está mirando. ¿Quiere
deshacerse de mí? ¿Comerme entera? ¿Llevarme al cielo con sus manos y
su lengua? ¿Dejarme gratis el alquiler del próximo mes?
—De eso nada. —Monada.
Me carcajeo por mi ocurrencia y la anoto en el aire, este tipo de chistes
siempre quedan bien y encajan en la historia.
Y, bueno, que estoy un poco nerviosa porque ya no sé ni a qué atenerme.
Tira de mi mano y aguardo a que abra la puerta. A ver quién es la guapa
que huye. Soy como el perro de Pávlov, salivo solo de pensar en lo que voy
a encontrar ahí dentro.
En fin, que ya tendré tiempo de comerme la cabeza en otro momento
porque, en este, va a ser él el que coma. Ejem, ejem.
Entramos en su casa y, antes de poder avanzar, me apoya contra la pared.
—Mima, por cierto, que sé que no tienes televisor en tu habitación.
Me quedo muerta. Empieza a desmoronarse mi castillo de naipes. Esta es
la crónica de una muerte pasional anunciada.
—¿Cómo? —Me hago la loca, por supuesto. Ingenua al canto.
—Tu hermano me lo confesó hace nada, fue una tontería. Solo quería
que lo supieses. No sé por qué me dijiste eso. —Porque tenía que buscar
una excusa para verte, majo—. Y, siendo sincero, me da igual el motivo de
ello. Incluso te lo agradezco. Te pondré una si es necesario.
Niego.
—Mataré a mi hermano después de esto. —Y no solo en la primera
escena de mi novela, hablo de la vida real.
¿Creéis que debería preocuparme por la necesidad que siento de matar a
personas? Mi nivel de delictividad está tocando el techo.
—Tu hermano me gusta.
Por esto también lo mataré, porque mi hermano le gusta, ¿y yo? ¿Y yo?
¿Yo qué?
Me cago en Rodrigo.
—Puedo dejarme barba si te pone.
—No será necesario, pero gracias por ofrecerte.
Se acerca como lo haría un león a su presa, con determinación. Coloca
sus manos en mis nalgas y cierro los ojos.
Me alza y enredo mis piernas en sus caderas. Se mueve por la casa
conmigo en brazos. Me lleva a la cocina.
No sé qué le pasa a este hombre con su cocina, con la barra y con el
suelo, por lo que veo, son sus zonas favoritas para la mandanga.
Me da que solo lo hemos hecho en mi cama, porque lo que es la suya…
puede que sea incómoda, que se le noten los muelles o que la tenga llena de
chinches. A saber, lo dejo a vuestra elección.
Me apoya sobre la encimera, sin dejarme caer sobre ella.
—Eres preciosa —susurra antes de darme un beso en la sien. Y yo, en
este instante, me lo creo.
Los besos en la sien los ha creado Dios para bajar nuestras defensas
porque son tiernos y románticos, eso hace que te pilles más cuando estás ya
pillada. Es un rollo.
—Tú tampoco estás nada mal —finalizo.
Por fin mi cuerpo se apoya sobre algo frío.
Me alza la barbilla y deposita suaves besos sobre mi boca, mi nariz, mi
barbilla, mi pelo y así, hasta que baja de nuevo y me toma la boca con
pasión.
Me gusta que sea de esa forma, que sepa darme una de cal y una de
arena, que sea romántico y tierno a la vez, que tenga el valor de encenderme
y de aplacar el calor de mi cuerpo.
Lo mire por donde lo mire, es imposible no enamorarse de Álvaro
porque es el chico perfecto.
Atento, cariñoso, encantador, pasional, amigo de sus amigos,
desinteresado y artista, como yo. Porque él transmite algo con sus fotos, y
yo lo haré con mis palabras.
Estábamos destinados a suceder.
Es así de sencillo.
—Mima… —balbucea.
Llevo mi mano a su nuca y lo acerco más a mí. Necesito sentirlo,
necesito que me abrase, que me encienda, que me haga arder como solo él
sabe.
Su mano desciende hacia mi jersey y lo saca. Me quedo con una camisa
de tiras de color blanco. No llevo sujetador, se percata de ello, me aplaudo
mentalmente por haber elegido ese atuendo.
Me baja al suelo, me quita los zapatos, los pantalones y las braguitas
antes de volver a colocarme donde estaba.
Mis manos vuelan hasta sus prendas y me dejo llevar, porque las
sensaciones se multiplican conforme me toca, conforme me besa.
—Joder. —Esa siempre es mi respuesta cuando de Álvaro se trata.
—Eso es justo lo que tengo en mente hacerte.
Cuela su mano entre mis piernas y me remuevo.
—Estás que ardes.
Me besa, yo también lo noto. Noto el calor, me sube por el culo.
Me sube por el culo de forma literal.
—Mierda —grito—. Mierda, mierda, mierda. —Salto.
Me bajo de la encimera y lo empujo. Me doy cuenta de que no estaba
sentada en la encimera como tal. Intento aguantar las lágrimas. Me duele el
culo.
Álvaro abre los ojos y se percata de lo que acaba de suceder.
—¿Estabas…?
—Si pretendías hacer una barbacoa a mi costa, solo tenías que pedirlo,
joder. —He dicho joder como cuatro millones de veces, si vosotras también
os hubieseis quemado el culo, estaríais, como poco, igual que yo.
Me gira y observa la parrilla que tengo por culo. Me duele.
—Tenemos que ir a urgencias —claudica.
¿Qué? ¿A urgencias? Eso es que es peor de lo que pensaba.
—No, no, de verdad que no —niego.
—Mima, te acabas de quemar el culo con la vitrocerámica, tenemos que
ir a urgencias.
A ver con qué cara le digo a la chica de la semana pasada que sí, que
somos los mismos de la patada en la nariz solo que ahora con un culo
quemado.
—No es nada. —No es nada, claro, solo que creo que me voy a desmayar
de dolor.
Álvaro pasa de mi culo. Pobre culete, ya sabes lo que sentiré yo cuando
pase del resto de mi cuerpo y de mi mente.
Cojeo intentando llegar al baño. Grito cuando veo el surco gigante y rojo
que tengo en mi nalga. Gimoteo como una niña pequeña. Mikel y yo
podemos ir a comprar estampitas al estanco, tenemos la misma edad en este
momento.
—Pues sí que estaba ardiendo de forma literal —ironizo.
—Estás preciosa hasta con el culo quemado.
Me ablandaría y me lanzaría a sus brazos por ese piropo, solo que me
duele demasiado como para hacerlo.
—En carne viva, dirás. Quemado es poco, esto… Voy a perder una nalga
y será culpa tuya.
—Tienes la otra. —Ese chiste es mío, ¿vale? Lo hice yo hace nada
cuando me follaba a lo bestia.
—Querías vengarte, reconócelo. —Álvaro se carcajea. A mi costa, se ríe
a mi costa y a costa de mi culo—. No es gracioso, ¿sabes?
—Oh, sí, vaya que si lo sé.
Vale, lo sabe, no puedo llevarle la contraria.
Se agacha y me mira el culo de nuevo.
—Se te han quemado los pelillos.
Los pelillos, dice, se me ha quemado el alma. Soy como una chuletilla de
cordero recién asada.
Se marcha unos segundos en los que me planteo cómo voy a salir de esta
sin ir a urgencias. No encuentro solución alguna.
Me tiende los vaqueros.
—¿De veras crees que, tal y como tengo el culo, puedo ponerme eso?
Me cruzo de brazos.
Se marcha y me deja sola. Lloriqueo como una nenaza porque sí que
duele, y mucho. Tal vez sea cosa de la araña negra y peluda, que se ha
propuesto joderme la vida, y yo sin verla venir, activó la vitrocerámica
pensando en comerme luego con un vinito blanco, porque, para negra, ya
tenemos su alma de araña destructora.
Cuando Álvaro regresa, me tiende una toalla. Una puta toalla.
Enarco una ceja.
—¿Qué? Esto tendrá que valer.
Y tiene que valer, sí, porque no soy capaz de ponerme nada en el culo.
Cristian Grey no le ponía las nalgas así de rojas a Anastasia ni de coña.
Ese era un principiante a nuestro lado.
CAPÍTULO 37
«Hoy en día, es como si hubiera un fondo de roca, luego cincuenta pies de
mierda, y luego yo».
Rachel Green
Mima

C amino con la toalla enrollada alrededor de la cintura. Nunca me ha


importado ser el centro de atención, hasta hoy, porque la gente me mira
como si me hubiesen recogido de un contenedor de basura.
Sería mucho más preciso decir que me han recogido de un asadero.
—¿Te duele? —me pregunta Álvaro con amabilidad.
—No, claro que no. ¿Te dolía a ti la nariz cuando vinimos la semana
pasada?
—A morir.
—Quejica.
Quiero llorar, ¿vale? Pero llorar de verdad porque estoy coja y no coja
porque me hayan rellenado como a un pavo. Coja porque me han cocinado
como a un pavo, esa es una forma bastante más apreciativa de explicarlo.
Mi muso me lleva del brazo hacia la ventanilla de la recepción. El
bochorno es mayor cuando la chica que nos atendió la otra vez es la misma
que alza la ceja, mira a Álvaro por si esta vez tiene que darle puntos porque
ha perdido una oreja y luego repara en mi semblante contrito.
No, maja, esta vez no le he zurrado a él. Ha salido indemne. Ha sido una
especie de quid pro quo del destino. Hoy por ti y mañana por mí, sí, algo
así, solo que con dolor de por medio.
—Buenas tardes —pronuncia.
No hace falta que seas educada, con que me atiendas rápido, me basta.
Álvaro es el que toma la palabra y le explica que he sufrido una
quemadura. Ella se acerca, como me haga enseñarle el culo, me marcho
cojeando a mi casa, os lo prometo.
Coja, pero digna.
La chica toma notas, y yo guardo silencio.
—Mucho me temo que piensa que estamos locos.
—Eso no es lo peor —susurro—, lo que de verdad está barajando es la
posibilidad de encerrarnos en un psiquiátrico. El otro día me inquietaba que
viniese la policía por haberte zurrado, hoy no descarto que vengan y nos
lleven presos a los dos.
La chica nos mira una vez más. Sonríe, no es empatía, es que le
parecemos tontos del culo. Y no, no quiero que hablemos de culos, porque
el mío no está pasando por su mejor momento y se sentirá mal si os burláis
de él.
—El medico os verá en unos minutos.
Camino renqueando.
—Creo que se refiere a mí y a mi culo —apostillo. Álvaro se ríe.
—Ya estamos en paz —se burla.
—Eso es lo que pretendías, ¿no?
—No podría resistirme a probarte cocinada —bromea—. Me pones
igual.
Me pones, que no me gustas. Frunzo el ceño.
Malditos planes que nunca salen como quieres.
—Emilia Soler.
Esa soy yo.
Ni siquiera me levanto porque no me puedo sentar. Esto es lo que deberé
de sentir cuando Álvaro me desvirgue analmente, ¿no? Calor, dolor e
imposibilidad de sentarse. Está bien, ahora seré más firme en este tema y no
dejaré que meta su submarino por esa zona, aunque mucho me temo que mi
culo, después de esto, se pondrá en huelga semanas. «Abstinencia», me
susurra el muy cabrón desde abajo.
—Esperaré aquí fuera —me indica, tal y como hice yo la última vez.
Ni de coña.
—No, tú pasas conmigo, no me voy a comer este marrón yo sola.
Hablar de marrón siendo el centro de atención mi culo es una analogía la
hostia de buena. Es bastante divertido. Si me hiciese maldita gracia, claro.
Álvaro se sienta. Yo ni lo intento, tendré que dormir boca abajo.
—¿Qué ha pasado? —me pregunta.
Me quito la toalla y le enseño mi culo.
—Tengo el culo de un mandril —finalizo.
«Estás muy caliente, Mima». «Estás que ardes, Mima». No te jode, claro
que sí, que lo estoy. Raro sería que no fuese así con esto que tengo en esa
zona.
—¿Se ha sentado sobre el fuego?
Álvaro tuerce el gesto, como se descojone de la risa, lo apalizo. O le
mando a un narcotraficante de esos de Mikel para que lo hagan por mí. Voy
a ser una tullida de veras, todos mis pronósticos se están haciendo realidad.
—Fue un accidente —musita mi muso.
Un accidente.
—Él se lo explicará. —A ver, quiero reírme yo también, no solo va a ser
cosa de salir quemada de esta forma, que yo también quiero encontrarle la
gracia a la situación.
Álvaro alza una ceja, se cruza de brazos y siento unas terribles ganas de
tirarme y acabar envuelta por ellos, mi culo quemado está de acuerdo en
ello.
—La señorita y yo estábamos intimando. —¿De veras? Eso le resta como
veinte millones de puntos de sexapil. «Intimando», dice, eso es como
escribir una escena de sexo y llamar «pene» al cimbrel, está totalmente
prohibido, joder, que lo sé yo, que seré escritora en cuestión de días, como
mucho, semanas—. Estábamos manteniendo relaciones sexuales en la
cocina y, por error, se encendió la vitrocerámica.
Por error o porque una araña peluda me odia y quería probarme
cocinada. Todo puede ser, no descartemos opciones antes de tiempo.
Me encantaría saber lo que piensa el médico porque su cara…, su cara es
un poema y no de Shakespeare.
—Es una buena forma de encenderse, sí.
Álvaro se carcajea, y yo sigo sin encontrarle la gracia al asunto. Solo que
guardo silencio porque no quiero caerle mal al médico y que me recete algo
que no me haga efecto. Tiro de la técnica más básica jamás inventada: dar
pena.
—Por favor, doctor, dígame que no es grave, por favor —insisto.
Ni siquiera me hace falta fingir un puchero, porque me sale solo.
Me late la puñetera nalga.
Me pide que me tumbe en la camilla, boca abajo y me quita la toalla.
Llama a una enfermera. Bien, cuanta más gente me vea el culo, mejor,
haremos una puta parrillada de nalga, que ahí carne hay para dar y regalar,
no te jode.
La enfermera trae un montón de cosas y tengo que morderme la mano
cuando empiezan a curarme la zona.
Álvaro se sitúa a mi lado, lloriqueo y me tiende la suya, me permite que
la apriete con fuerza mientras me cortan media nalga para salvar el resto. Es
un sacrificio, seguro que es eso. Tras esto, tendré culo de carpeta, no pasa
nada, de verdad, tengo otra nalga y siempre puedo pedirme uno de esos
rellenos en Amazon para que parezca que estoy compensada.
—Estás preciosa —insiste.
Alzo la vista, y está ahí, con su perfecta sonrisilla, con su perfecto
cuerpo, con su perfecta ropa, a mi lado, y no quiero, ¿vale? Es uno de esos
momentos de bajón que tiene toda protagonista de novela romántica en el
que sueña que la cosa puede salir bien y que al final triunfará el amor.
Solo que esto es la vida real y ya sabéis que las cosas no siempre salen
como te gustaría que saliesen.
Álvaro me ayuda a incorporarme a mí y a mi poca dignidad, y
aguardamos a que el doctor regrese. No tarda en llegar, me tiende un par de
recetas con algunas cremas y con antiinflamatorios y algo para el dolor.
—En unos días estarás como nueva. Es probable que se te caiga la piel
de la zona y la tengas algo más sensible, como cuando sufres una
quemadura solar.
—¿Entonces no he perdido el culo?
Por Álvaro lo perdí hace tiempo, vale, hablo de forma literal.
—No, Emilia, no has perdido el culo.
—Entonces te perdono —sentencio mirando a Álvaro.
Él me sonríe, me aprieta la mano y me abre la puerta.
—Volvamos a casa —me pide.
Y qué bonito suena porque, en una novela romántica, casa no es un
espacio, casa podemos ser nosotros dos si quisiésemos.
CAPÍTULO 38
«Está bien, a veces las cosas no suceden del modo en que creías
que sucederían».
Ross Geller

Álvaro

M ima me observa de una forma de lo más extraña desde que salimos de la


consulta. Siempre me mira raro, solo que, en este instante, mucho más.
—¿Qué sucede? —le pregunto. Prefiero no andarme con rodeos.
Tengo que reconocer que verla tumbada boca abajo en esa camilla, con el
gesto contrito, intentando soportar el dolor con entereza, removió algo en
mi interior.
No quiero que sigamos escondiendo lo que somos, ni siquiera quiero que
nos lo escondamos a nosotros mismos, por lo que he llegado a una
conclusión, y no es otra que la de hablar con ella y contarle cómo me siento
o, mejor dicho, qué siento.
—Nada, no sucede nada, solo que estoy cansada, Álvaro.
Asiento y la acompaño a casa, cuando llegamos, Alejandra sale a nuestro
encuentro y Rodrigo también. Ver a Mima envuelta en una toalla es raro
hasta para ellos.
—¿Qué ha pasado? —preguntan al unísono.
Alejandra me aparta, y yo me dejo, aunque noto la distancia al momento.
—Me he quemado el culo —finaliza Mima.
Rodrigo se carcajea, y ella lo mira mal.
—Regreso en unos minutos, voy a la farmacia. —Muevo frente a sus
ojos las recetas y me dispongo a salir de allí.
Rodrigo me alcanza al par de minutos y me tiende la cartera de Mima
donde se encuentra su tarjeta sanitaria.
—Gracias.
—Lo que ha pasado, ¿ha sido fruto de las cosas de mi hermana o de algo
mucho más peligroso?
Alzo una ceja, no es que me incomode hablar de sexo con Rodrigo
porque somos colegas, pero tampoco me parece bien contarle nuestros
asuntos porque Mima no es un rollo cualquiera, ni siquiera es un puto rollo.
—Fue un accidente doméstico —ironizo.
—Me encantaría saber en qué clase de accidentes domésticos mi
hermana acaba con el culo quemado.
—Si quieres un consejo, no utilices la vitrocerámica mientras te enrollas
con Maca.
Rodrigo frunce el ceño y me regala una mueca de lo más mona.
—Maca no me ha llamado desde hace varios días. Desde que hablamos
—finaliza. Hablar lo que se dice hablar…
Lo miro y me siento identificado con él, porque estar enamorado es un
rollo, al menos, hasta que sabes que la cosa va genial y que todo fluye y
mola.
—Pues búscala tú. Es mucho mejor que estar esperando a que venga ella
a ti, porque…
—Porque lo mismo ese día nunca llega, es eso, ¿verdad?
¿Cómo afirmas sin afirmar? ¿Sin hacerle daño por el camino?
—Estoy enamorado de tu hermana.
La puerta abatible de la farmacia se abre y nos da paso, Rodrigo
trastabilla, y yo finjo que no me he dado cuenta de ello.
Le tiendo las recetas a la chica en cuestión, y ella me sonríe de forma
cordial.
Mi amigo se sitúa a mi lado y me da una palmada en el hombro. No
añade nada, tampoco creo que sea el lugar indicado para llamarme pringado
o para, no sé, darme un abrazo de bienvenida al club de los gilipollas de
campeonato.
Cuando salimos, es el primero en tomar la palabra.
—¿Cómo ha sucedido eso? —me pregunta. Niego de una forma ridícula,
poniendo los ojos en blanco y todo—. Vale, ya sé cómo ha sucedido, porque
lo he vivido en primera persona, lo que quiero decir es que… es Mima —
razona como si fuese una fórmula matemática imposible de resolver o un
descubrimiento astronómico, algo muy extraño.
—Justo es esa la clave, que es Mima. No necesito más.
Rodrigo suspira y seguimos avanzando, entramos en el edificio y
subimos las escaleras. Antes de llegar al rellano, me frena tirando de mi
brazo.
—Y yo que pensaba que lo de Mima era un rollo pasajero porque mi
hermana te estaba acosando o algo por el estilo. —No entiendo cómo ha
llegado a esa conclusión.
—¿Acosarme? —Me carcajeo—. ¿La locura es algo hereditario? —
pregunto bromeando.
—Parece que sí, tú te has pillado por una loca, y yo, por un imposible.
Estamos bien jodidos, amigo.
Me muero por preguntarle si sabe algo más, si Mima también siente algo
por mí porque, joder, es que no sé si ella busca algo serio, nunca hemos
sentado unas bases sobre lo que somos, hemos decidido dejarnos llevar y
nos ha funcionado, solo que, ya no me sirve, no me basta, necesito más.
«Es su hermano, quizá tampoco te lo cuente».
Rodrigo abre la puerta de casa y escuchamos sonidos en su habitación.
Entro en la cocina, saco un bote de zumo, lleno un vaso y abro cajones
hasta que doy con algo que pueda comer. Antes, en la cafetería, no es que
tomase demasiada comida, y me preocupa que le vayan a sentar mal las
medicinas y le duela el estómago.
Hablo como mi madre o como Sonia, la madre de Gonzalo.
Rodrigo me espera en el pasillo, apoyado en la pared, con las piernas
cruzadas.
—Aunque no te lo creas, se están riendo.
Me lo creo, sí que me lo creo.
Cuando entramos, se hace el silencio en la habitación. Mima está
tumbada boca abajo, con la almohada pegada al cabecero de la cama y el
culo tapado con una sábana.
Alejandra me mira y me sonríe, Maca me guiña un ojo, ambas se
levantan y salen de la habitación dejándonos a solas.
—¡Se ha acabado el espectáculo, chicas! —bromea Mima.
Me acerco y le acaricio el pelo con ternura.
—Vamos, te ayudaré a tomarte las medicinas.
—¡Servilleta! —grita.
Me quedo atónito, es la misma palabra que me soltó hace muchos días
después de aquel catastrófico beso que nos dimos.
Tengo la sensación de que las cosas han cambiado entre nosotros y a la
vez no lo han hecho.
—¡Montaña rusa! —grito yo.
Mima me mira atónita.
—¿Qué? —pregunta.
—Tú pronuncias una palabra sinsentido, y yo otra, ¿no? Me temo que he
pillado el juego. —Le guiño un ojo, y ella me observa de una forma que me
gusta mucho, incluso demasiado.
Me dispongo a cerrar la puerta que han dejado entreabierta las chicas y a
ayudarla a levantarse.
Cuando se incorpora, le doy un beso en la sien, y Mima cierra los ojos.
—Gracias —sentencia.
Se toma las dos pastillas y la ayudo a acostarse otra vez.
—Intentaré no hacerte daño, ¿vale?
Despega la cabeza del colchón y me mira sin entender qué es lo que
quiero hacer.
—¿Vas a…?
—Voy a cuidarte —le explico—. Voy a ponerte la crema. Mañana te
traeré sopa y melocotón en almíbar.
—Es un buen remedio casero —me explica llena de convicción.
Tiene que dolerle, lo sé, porque tiene la zona roja e inflamada. Intento ir
despacio y que la yema de mi dedo no toque mucho su piel.
—Es fresquita —me explica cuando acabo.
—Eres una buena paciente.
—Y muchas más cosas —suelta.
Asiento, porque lo sé. Me muerdo la lengua porque quiero que hablemos
de ese tema, quiero que tengamos esa conversación solo que sé que no
quiero que sea de esta forma, con su culo rojo, con el dolor que debe de
sentir y en su habitación.
—No tengo televisor y nunca lo he tenido. —Tiene los ojos cerrados—.
Era una excusa para hablar contigo, Álvaro. —Me sorprende su sinceridad,
no porque Mima sea una chica que guarde miles de secretos o porque no
sea capaz de decir lo que piensa abiertamente, sino por lo que implica su
confesión, porque quería pasar tiempo conmigo, y yo encantado de que
haya sido de esa manera—. Estoy cansada —me cuenta arrebujándose.
Hace algún gesto que implica dolor porque lo veo reflejado en su
semblante.
—No te muevas —le pido.
Me coloco a su lado, de forma que su cuerpo se quede encajado entre la
almohada y yo. Me quito los zapatos y me tumbo junto a ella.
—Álvaro…
—Descansa, Mima, te lo has ganado.
Le acaricio el pelo, le masajeo la piel y percibo cómo su cuerpo se relaja
bajo mi contacto.
Mi corazón late acelerado porque esto…, esto es lo que quiero. Siento el
mismo anhelo que la chica de la fotografía que le enseñé a Mima esta tarde
en mi estudio, si me fotografiasen, si pudiesen mostrar mis sentimientos a
través de una imagen, el amor es lo que se vería reflejado en ella.
«¿Cómo hemos llegado hasta aquí sin casi darnos cuenta, Mima?».
—Eres un chico de novela, Álvaro. Eres mi chico de novela.
No sé qué quiere decir, no sé a qué se refiere, pero eso solo puede ser
algo bueno, ¿verdad?
CAPÍTULO 39
«¡Quieres comportarte como un adulto y venir a ver la tele al
fuerte!».
Joey Tribbiani

Mima

A bro los ojos y lo primero que siento no es el dolor de mi culo, que bien
podría serlo, claro. Un culo calcinado, esta anécdota para contarla en
Nochebuena es genial.
«¿Qué es lo más extraño que te ha pasado con papá? Me tropecé en el
escalón, le comí la encía, después de eso le di una patada mortífera y le
puse la nariz como un pimiento, y papá me la devolvió asando mi culo en
su cocina». Oh, sí, eso es amor de verdad y no el que se lee en las novelas
románticas. Las autoras de renombre a mi lado son unas aprendices.
Intento girarme para inmortalizar el momento, pero el dolor de mi culete
no me lo permite, aunque tengo que confesar que hoy estoy mucho mejor
que ayer.
—Buenos días. —Lo he despertado, soy una futura esposa pésima.
«Ya, claro, una futura esposa, sí».
—Buenos días —susurro abochornada. Anoche me curó la nalga, fue él y
no mi hermana o Maca, fue mi muso el que lo hizo.
»Tengo que levantarme —le explico—. Tengo turno en el supermercado
y no puedo faltar.
Álvaro se incorpora y me observa.
—¿Crees que puedes ir?
Ohhh, se preocupa por mí, si es que es perfecto.
—Por supuesto, solo es un culo quemado, las manos las tengo
estupendamente. Puedo cobrar y colocar mercancía. Me pondré algo
cómodo. —Con cómodo quiero decir que me encantaría estar desnuda todo
el día. Me ayuda a levantarme y se agacha a observarme el culo.
»Esto… Mmmm, es muy extraño que me mires el culo, ¿no crees?
Alza la vista, me derrito frente a sus ojos, no digamos ya con su sonrisa
petulante.
—Lo extraño es que no pueda mordértelo. —Pues sí, no es buen
momento para ponerse cachondona . No, en definitiva, no lo es.
—¿Has dormido aquí toda la noche? —le pregunto. Tengo que hacerlo
porque… Porque se ha quedado conmigo.
—Por supuesto, ¿acaso hay algún otro sitio mejor para dormir?
Me gustaría que mi ingenio soltase alguna frase chispeante, de esas que
tan bien se me da pronunciar y que guardo bajo la manga, porque sé que es
mejor que caer rendida a sus pies, a los pies del chico que va a pasar de mí
cuando menos me lo espere. Sin embargo, me permito un momento de
flaqueza absoluta y lo abrazo, solo eso, actúo como una protagonista de
novela romántica cuando el chico del que está enamorada da indicios de
corresponder su amor, solo que sé que…, que soñar también es bonito, de la
misma forma en la que lo hacen las novelas románticas.
—Voy a… —Señalo el baño de mi habitación—. Ya sabes, voy a
ducharme —le informo, tras ese instante es mejor poner algo de distancia
entre ambos, una distancia que, para mí, es más que necesaria.
Mi sentido del humor ha quedado eclipsado por el estado de
enamoramiento, eso sí que es triste.
«Lo que has sido, Mima. Lo que tú has sido».
Entro en el baño desnuda de cintura para abajo y me deshago de la
sudadera naranja que llevaba puesta ayer y que ni siquiera me quité cuando
llegué a casa.
Nunca antes había tenido que cambiar las sábanas con tanta frecuencia
como ahora, cuando no es por su semen —oh, bendito semen—, es porque
no tengo fuerzas ni siquiera para bañarme.
Abro el grifo y aguardo a que el agua se atempere. Empiezo a
acojonarme porque sé que me va a doler cuando me llegue al culo, no hace
falta ser diplomada en Ciencias o médico para ello. Que va a doler es un
hecho constatado.
La puerta se abre y me encuentro con los ojazos que tiene mi muso ahí,
mirándome entera. Me recorre un estremecimiento y casi tiemblo cuando
empieza a quitarse la ropa, pieza por pieza.
—Esto…, ¿qué haces?
—Esto…, ¿qué crees que hago?
Sea lo que sea, no pares, por favor.
—Desnudarte.
—Aprobada.
Sonrío, al menos soy buena en algo.
Cuando ya no hay nada que separe su piel de la mía, se acerca a mí.
Tengo que contaros un detalle que sé que os sacude por dentro, porque no
voy a ser la única curiosa de esta historia, ¿no? Claro que no.
Sí, la tiene dura como un meteorito y sigue siendo tan grande como un
paquete de macarrones de dos kilos. Es más, os prometo que, cuanto más de
cerca la analizo, más grande la veo. A ver si va a estar en edad de
crecimiento y no va a tener treinta y un años como él alardea.
Álvaro es el primero en entrar a la ducha y me tiende la mano como otras
tantas veces hace. Cedo, porque tengo una voluntad de mierda, y entro.
—Déjame a mí —me pide.
Asiento y me doy la vuelta.
—¿Sabes que mis hermanos están ahí? ¿Y que es probable que estén
colocando vasos para escuchar a través de las paredes?
La carcajada que suelta me resulta embriagadora.
—Pues es el momento de explicar que, si no quieren asustarse, casi que
es mejor que abandonen su cometido cotilla ahora.
Uhhh, suena excitante y tentador.
Deja que el agua tibia caiga por mi espalda y doy un respingo cuando
llega a la zona afectada.
—¿Te duele?
—No, para nada, solo quiero salir corriendo desnuda y todo. —A ver, no
duele tanto, pero mi sentido del humor está regresando y me está echando
un cabo para no ponerme tierna en este instante.
«Gracias, señor».
—¿Estás rezando otra vez?
—No sé por qué piensas eso —ironizo.
Me enjabona con cuidado y cuando acaba con la parte de atrás me da la
vuelta.
La ducha no es especialmente grande y, con él aquí, el no tocarnos se
complica un poco bastante.
—Sube esta pierna y apóyala aquí. —Ese «aquí» hace que me moje, que
me moje y no por el agua que cae sobre mi cuerpo, no.
—Tengo que ir a trabajar. —Actúo como una chica responsable que no
quiere para nada correrse.
—Serás rápida.
¿Serás? ¿Yo?
Sigo sus instrucciones porque, ¿cómo podría negarme con semejante
chico aquí pidiéndome cosas que me acaloran?
—Espero que esta vez no me quemes con el agua.
—Te encenderás por ti misma —me susurra en el oído.
Se echa un poco de jabón en la mano y mete sus dedos en mi entrepierna.
—Joder —finalizo cuando comienza a lavarme la zona.
¡A lavarme la zona, sí!
Esto es como una puta fantasía hecha realidad.
—Shhh. Nos escuchan.
Señala la pared. Me reiría, solo que mi sentido del humor se ha vuelto a
marchar para dejarle espacio más que suficiente a mi sentido de la pepitilla
ardiente.
Dejo caer la cabeza hacia atrás mientras él cree que me lava y lo que
hace está muy lejos de limpiar nada. Después de esto, tendré que volver a
lavarme para que todos mis fluidos desaparezcan porque estoy más caliente
que mi nalga ayer por la tarde noche.
Saca su mano, lo observo, se la limpia bajo el chorro del agua y se
agacha frente a mí.
—Apoya la pierna sobre mi hombro. —¿Cómo negarme a eso? Sería una
necia si lo hiciese.
Lleva su lengua a mi coño y lame. Lame como si lo desease tanto como
lo deseo yo. Como si este fuese para él tan placentero como lo es para mí,
como si fuese la primera vez que me prueba.
Mete dos dedos dentro de mí y los mueve con fuerza, llegando hasta lo
más profundo de mi ser. Esa mezcla de dedos y lengua es una auténtica
pasada.
Gimo.
Rezo para que mis hermanos no estén haciendo lo que le conté a Álvaro
antes y, si lo hacen, que se mueran de envidia, joder.
Mis caderas tienen vida propia y empiezan a moverse en su cara. Saca el
dedo y aprieta mi coño contra su boca. Mete su lengua dentro de mí, la
saca, la lleva hacia mi clítoris y la mueve con fuerza.
Me corro. Joder, si es que es imposible no hacerlo tal y como me chupa.
Es una auténtica pasada.
Se separa, se incorpora y se limpia la boca con el antebrazo.
De nuevo, las tres «b». Bizqueo, babeo, boqueo.
—Buenos días —me saluda de nuevo.
Y sí, quiero que me dé los buenos días de esta manera siempre. No
pondré impedimento a ello, no me escucharéis quejarme.
CAPÍTULO 40
«Deberías verme cuando realmente… Oh, en realidad, no, me veo
bien».
Phoebe Buffai

Mima

L lego tarde al supermercado por culpa de Álvaro y su superlengua.


Deberían comercializar algo así y llamarlo «El lenguatronic», regalaría uno
en cada firma que haga porque es justo lo que van a necesitar las lectoras
cuando conozcan al protagonista de mi libro. Los marcapáginas están
sobrevalorados, ya os lo digo yo.
Ni siquiera puedo entrar corriendo y hacer como que los quince minutos
de retraso son fruto de un tráfico anormal o de haber salvado a una viejecita
de ser arrollada en un paso de peatones. Me duele tanto el culo que apenas
tengo movilidad.
Salvo para que me lo coman, para eso bien que he subido la pierna la
primera.
Encuentro a Maca en uno de los pasillos, colocando paquetes de galletas,
y me dispongo a saludarla.
—Maca, joder, no sabes lo que me ha pasado.
—¿Además de quemarte el culo con una vitrocerámica? —Alza la vista,
me sonríe con descaro.
—Además de eso, sí. Me han comido el toti en el baño por la mañana, en
plan festín de buenos días.
Mi amiga baja la vista y niega en un par de ocasiones.
—Gracias por la información, era de lo más necesaria.
—De nada, ya sabes que estoy para servir. —Le guiño un ojo—. ¿Kike
se ha dado cuenta de mi retraso?
Me tiende un par de paquetes de pan, ella desde el suelo, y yo desde
arriba, porque no puedo agacharme. Me tira la piel del culo. Menos para el
sexo oral, eso ya lo he dejado claro, ¿no? Pues eso.
—No lo sé, no lo he visto. Llegué y me vine directamente a reponer. Ana
me dio una larga lista de cosas y me comentó que me ayudases cuando
llegases. Ya sabes que Ana es buena compañera, seguro que no ha contado
nada de tu retraso. De ninguno de los dos retrasos.
—Ja, ja, qué chistosa mi amiga.
—Muy lista no has de ser si te quemaste el culo.
—Estaba metida en la faena, maja, a ver si a ti no te pasan ese tipo de
cosas.
—Pues no —se defiende—, la verdad es que no.
—Eso es porque Kike es anodino y aburrido. Con Álvaro la cosa es
distinta porque… —Porque estoy enamorada de él, porque me vuelve loca,
porque me va a dejar en cuestión de días, por mil cosas que no sé si quiero
verbalizar en voz alta.
—Lo de Kike fue bonito mientras duró —sentencia.
No me mira cuando lo pronuncia y, por norma general, lo hace, es decir,
lo larga y me sonríe con suficiencia en plan: ya tengo repuesto, y entonces
procedo a interrogarla, ese es el pan nuestro de cada día y no el que estoy
colocando en los estantes.
—¿Te has cansado ya de él?
—Sí. No me da lo que necesito.
—¿Mandanga de la buena? —Porque, joder, bien que iba a firmar
nóminas cada dos por tres, no te jode, con todas las que firmó si la pilla
Hacienda le va a poner el culo peor de lo que lo tengo yo.
—Exacto. Me he aburrido, tengo que buscar otra cosa, algo mejor, que
me sorprenda.
—Como mi hermano. —Tenía que soltarlo, ¿vale? Me lo ha puesto a
huevo y no podía callármelo porque…, porque me hubiese dado un algo y
ya tengo suficiente mierda encima como para no largar las cosas tal y como
las pienso, además, que con Maca nunca he tenido que fingir, y ella
tampoco conmigo.
Chasquea la lengua y entonces se incorpora, con un mogollón de
paquetes de pan de molde en la mano.
—Luego voy a subir y a hablar con él. ¿Crees que estará en casa?
—Teniendo en cuenta la vida social que tiene Rodrigo, sí. Y, si no, estará
con Álvaro.
—Voy a hacer lo que os conté el otro día y hablaremos en vuestro piso,
de esa manera, evitaré la tentación. —No me pasa desapercibida la forma
en la que se ha referido a mi hermano, si para ella es una tentación, cosa
que me da arcadas, es que no tiene tan claro el tema con él.
—Oye, Maca, no se acaba el mundo si mi hermano te gusta o si quieres
tirártelo de vez en cuando.
Otro mohín y este no es precisamente mono o cuqui, es más bien uno de
esos que te piden que, por favor, no sigas por ahí.
—Rodrigo es demasiado bueno para mí —insiste.
Y jode con el tema, colega, cómo me toca los huevos el asunto.
Le tiro una bolsa de pan a la cara y le doy en toda la frente.
—No vuelvas a decir eso, ¿vale? Es verdad que mi hermano es buena
gente, un poco cabrón cuando quiere, pero buena persona, al fin y al cabo.
—Olvidaos de mis instintos asesinos y de la cantidad de veces que he
querido cargármelo—. Y tú también lo eres, Maca.
Ella suelta una risilla falsa, no está convencida de ello.
—Tu hermano quiere una relación estable, lo lleva estampado en la cara,
en eso es como Alejandra. —Y como yo, porque es justo lo que quiero solo
que sé que mi casero no está hecho para el amor, si fuese de otra manera,
¿por qué no ha salido con ninguna chica? Mi mirilla y yo damos buena fe
de ello—. Yo ni siquiera sé lo que quiero —finaliza. Y tal vez no sepa
interpretar miradas o gestos, puede que esté muy verde en todo eso, ahora
bien, su tono es triste y tiene un punto apático.
—Nunca te he tenido por una cobarde, Maca, de verdad que no. Sé que
todo puede resultar nuevo para ti, que vas de tía dura por la vida a la que no
le importa nada y sé…, sabemos, que no es más que una fachada.
—¿Y tú? —Lanza el dardo a matar—. ¿Tú te crees valiente?
Niego.
—No, sin embargo, tampoco huyo. Nunca he sido de esas. Sabes que
estoy enamorada de Álvaro y sé…, sabemos —rectifico de nuevo—, lo que
significo para él.
—No, Mima —me corta. Se agacha, coge más paquetes de pan
envasados y me los lanza con desdén—, yo ya no sé nada porque los ojos
nos engañan, ¿sabes lo que no lo hacen?
—¿Qué?
—Las palabras —sentencia con una firmeza que me deja clavada en el
suelo.
Tiene razón y sé leer entre líneas, quiere que hable con Álvaro de todo
esto.
—Pues deberías aplicarte el cuento.
No abrimos la boca el resto de la mañana. Trabajamos como autómatas y
cada una ocupa el puesto que nos asignan.
Maca se marcha antes que yo. Ni siquiera me apetece hacer esa bromilla
de mierda sobre que tiene mejores turnos porque se tira a Kike, porque no
me hace gracia.
No siento que estemos enfadadas y, aun así, sé que las cosas tampoco
están como deberían entre nosotras.
Cuando salgo, llamo a mi hermana, necesito el consejo de alguien neutral
y que no se haya dado un golpe en la cabeza.
—Ale, ¿qué tal?
—Bien, ¿ha pasado algo? ¿Te duele mucho la nalga?
Se me había olvidado hasta eso.
—Un poco sí, no pasa nada. —Paro en una cafetería a tomarme algo
rápido antes de ir a casa, estoy famélica—. He discutido con Maca.
—¿Con Maca? ¿Tú?
—Ya ves, las protagonistas de novela también tienen dramas encima. —
Mi hermana se carcajea al otro lado, ha pillado la referencia—. Sospecho
que a Maca le gusta Rodrigo de verdad, solo que no quiere admitirlo porque
está cagada de miedo.
—¿Le gusta antes o después de enrollarse con él?
—No he llegado a preguntárselo. Podría haberlo hecho, sin embargo,
creo que me hubiese mandado a la mierda.
—Entiendo.
Alzo la mano y pido mi bebida caliente.
—Para llevar, porfa. Y la leche tibia, para caliente ya tengo mi culo —
murmuro—. ¿Qué pasó con Gonzalo el otro día? —formulo la pregunta, a
pesar de que sé que a mi hermana no le hace demasiada gracia el asunto—.
Tienes que ser sincera porque estás hablando con una coja y las cojas
merecemos un respeto extra.
Se ríe, me encanta que lo haga, me fascina cuando la veo así, de esa
manera.
—Me gusta pasar tiempo con él, Mima, pero, de veras, no quiero nada
serio con nadie.
—Por lo que entiendo, Gonzalo sí.
—No, no, no —niega con vehemencia—. No es eso, es que yo no quiero
hacerme ilusiones y que todo se venga abajo por alguna sucia jugarreta del
destino.
Sí, la idea de hablar con Gonzalo cada vez me resulta más y más
tentadora, como el café que me acaba de servir la camarera.
—No soy la persona más indicada para dar consejos, Ale, porque mi vida
es una jodida ruleta rusa y lo sabes. —No es necesario que os explique el
motivo de ello, a las pruebas y a mi culo quemado me remito—. Sin
embargo, yo no perdería la oportunidad de compartir tiempo con alguien
que me cae bien y con quien disfruto.
—¿Es eso lo que tú haces?
—Sí, eso y estar enamorada de él, claro.
Mi hermana chasquea la lengua.
—Por fin lo admites.
—Eso es porque ya estamos llegando al final de la historia.
CAPÍTULO 41
«Siempre es mejor mentir que tener una discusión complicada».
Chandler Bing
Álvaro

E scucho la puerta mientras guardo en una bolsa reutilizable el caldero con


la sopa y una lata de melocotón en almíbar, tal y como le prometí a Mima
que haría. Llevo todo el día deseando que llegase este momento y… verla.
Joder, eso mucho más.
Dejo todo sobre la encimera y rezo para que no sea Mikel y me venga
con otro de sus rollos sobre que no quería tirarse a la mujer casada y que lo
ha vuelto a hacer, porque mucho me temo que la cosa va por ahí, dado los
mensajes que me ha enviado a lo largo de la mañana, mensajes que, por
supuesto, no he respondido porque esa charla casi que mejor cara a cara.
Cuando abro la puerta, entra Mima sin saludar siquiera, va directa a la
cocina, empieza a abrir cajones y puertas de forma aleatoria hasta que da
con lo que quiere y es, nada más y nada menos, que un bote de lejía. Yo
sigo con el pomo en la mano, incapaz de reaccionar.
Se acerca, empuja la puerta y me tiende la botella.
—Por favor, necesito que me laves los ojos con lejía. No estoy preparada
para lo que acabo de presenciar, tras eso, dame un golpe sordo y déjame
tonta. No estaré muy bien, eso sí, al menos, olvidaré lo que acabo de ver en
esa casa. —Me acerco a la mirilla y observo por ella, no veo nada extraño
ni fuera de lugar—. Dentro de la casa —puntualiza.
Ya decía yo.
—¿Y se puede saber qué es lo que has visto?
Me tiende la botella de nuevo, la sujeto y me dirijo hacia la cocina,
devolviéndola a su lugar bajo la atenta mirada de Mima, que resopla y se
acerca. Visto lo visto, cenaremos aquí, así que dispongo unos platos y sirvo
el contenido antes de que se enfríe.
—Ni siquiera tengo hambre. Tampoco puedo sentarme, aunque quiera —
finaliza señalando la butaca.
—Comeremos de pie.
Asiente y aguardo a que me explique lo que ha sucedido porque,
conociendo a Mima, puede que su piso haya sido invadido por una especie
de cucaracha mutante y esté viendo Friends con una birra en la mano y
unas pantuflas de conejitos.
—Mi hermano y Maca lo estaban haciendo en la encimera de mi cocina.
Se me cae una de las cucharas al suelo.
—¿Qué?
—Lo que oyes, lo están haciendo, con gemidos incluidos. «Más, más,
así, así», eso es lo que mi amiga, con la que he discutido esta mañana,
gritaba mientras mi hermano —explica al mismo tiempo que se sacude
presa de un escalofrío— la embestía. Le he visto el culo a mi hermano, ¿lo
entiendes? Le he visto el jodido culo, soy una incestuosa, ¿eso existe?
Tengo que enviarle un mensaje a Alejandra porque es joven e inocente y no
quiero tener que pagar un psicólogo si llega a presenciar la escena.
Saca su teléfono y escribe en él con celeridad.
Me acerco a ella y la envuelvo entre mis brazos. Lanza el móvil al sofá y
me aprieta con fuerza.
—Si quieres, podemos hacerles la competencia.
Su carcajada retumba en mi pecho o tal vez lo haga mi corazón y esté
tremendamente confundido.
—Podemos dejarlo para después —responde Mima.
Le tiendo el plato para que dé buena cuenta de él y me lanza un beso a
modo de agradecimiento. Lo cojo en el aire y me lo como, sí, he llegado a
ese nivel, estoy camino entre lo patético y lo vergonzoso. ¿Qué le voy a
hacer? Nadie es perfecto, y yo mucho menos.
—No diré que no a eso —finaliza sonriéndome antes de llevarse la
cuchara a la boca.
—Se me ha ocurrido algo, hoy, mientras estaba en el trabajo, he estado
dándole vueltas a lo que te conté ayer de la chica que se hizo la sesión
fotográfica por puro placer, tal vez sea buena idea hacerle una a Alejandra.
Mima abre los ojos como platos. Qué ojazos más bonitos tiene, ¿cómo he
podido perderme esto durante tanto tiempo?
—¿A mi hermana?
Me centro.
—Claro.
—¿Vestida?
—Como ella quiera, yo soy todo un profesional.
Da buena cuenta de su plato y, cuando termina con él y pincha un
melocotón, asiente.
—Me parece buena idea. ¿Cuándo? Podemos ir ahora.
—¿Ahora? Es tarde.
—Nunca es tarde si la dicha es buena. Y mi hermano está ahí dándole
que te pego al tema, no veo una oportunidad mejor de huir, no sé si me
explico.
Sonrío porque es imposible no hacerlo con las cosas que suelta.
—Vale, como quieras —cedo.
Haría cualquier cosa por esta chica, lo que me pida y que la haga feliz.
Me ayuda a recoger y la llevo de la mano a la habitación.
—Ni se te ocurra seducirme, tenemos que esperar a que venga Alejandra.
—Le muestro mi mejor cara de chico bueno, y ella pone los ojos en blanco.
No me cree. Hace bien.
»No cuela, Álvaro, no cuela, con esa sonrisa y esa mirada, eres capaz de
conseguir lo que te propongas.
—¿Lo que me proponga? ¿De veras?
Tiro de ella con cuidado de no hacerle daño y mis manos rodean su
cintura, la aprieto contra mi cuerpo y este, sin lugar a dudas, es el mejor
sitio del mundo, no querría estar en otro lugar que no fuese en los brazos de
mi chica.
—Oye, Mima…
—Y jode con el Mima… —Algún día entenderé lo que pasa, de veras
que sí.
—Quiero que sepas que…
La puerta. La puta puerta tiene que interrumpir el momento, ¿de veras,
destino caprichoso, que tienes que interceder justo cuando pensaba
confesarle todo? En ocasiones, eres un sucio bastardo. Te perdono, porque
sé que has puesto de tu parte para que nos conociésemos mucho más.
—¿Qué sepas que…?
La veo tragar con fuerza y de inmediato pienso en que no quiero que este
tipo de conversación se dé de forma precipitada, quiero explicarle bien mis
sentimientos y, ojalá y con suerte, sean recíprocos y esto sea el comienzo de
algo bonito, de algo mucho más bonito de lo que ya tenemos.
Me separo de ella y es imposible que la cara de hastío no se me note.
Camino hacia la puerta y abro. Allí está Alejandra, que no tiene culpa de
nada, pero tengo que admitir que me fastidia mucho que haya interrumpido
mi declaración.
Mima me adelanta y la pone al día de lo que ha pasado mientras
intercambian miradas con la puerta de enfrente.
—Ah, y otra cosa, Álvaro tiene una sorpresa para ti.
Sonríe, solo que, a pesar de ello, percibo que no está feliz. Quizá se
siente tan frustrada como yo porque esperaba mi declaración, lanzarse luego
a mis brazos y dejar a Alejandra por fuera mientras nos demostrábamos con
hechos lo mucho que nos queremos.
Estoy flipando un poco, ¿verdad?
En fin… En mi mente todo funciona así, creo que Mima me está
contagiando de lo que sea que ella tiene.
Me imagino gritando «servilleta» o «arcoíris» y todo.
—¿Verdad, Álvaro?
Me acerco e intento que el buen humor vuelva y entre por la puerta
grande. Alejandra se lo merece y Mima también.
—No vamos a explicarte nada, solo tienes que venir con nosotros y, por
encima de todo, dejarte llevar.
—Mi hermana no sabe dejarse llevar, en eso soy experta yo. Y así me va
—susurra.
Cojo las llaves de la entrada y las invito a salir de casa. Alejandra no va
muy convencida, no obstante, cede. No tiene ni la menor idea de lo que le
espera, solo deseo que no se convierta en una idea de mierda y liarla mucho
mucho o me arrepentiré de ello.
Nos subimos al coche y las llevo a mi estudio. Alejandra se tensa cuando
estamos justo por fuera de la entrada.
—Aquí trabajas, ¿no?
Le confirmo que no se equivoca en absoluto.
Mima le aprieta la mano y tira de ella. Está emocionada y eso me da la
suficiente fuerza como para seguir adelante con el plan.
Cuando llegamos a mi planta, enciendo las luces y todo toma sentido.
Alejandra sigue sin entender qué pasa, pero se lo vamos a explicar.
Ambas se quedan en un lado mientras saco la cámara con la que le hice
las fotos ayer de Mima, sonrío mientras las visualizo. Joder, está tan bonita
y transmite tanta felicidad… Me muero por enseñárselas.
—Bien, este es el plan. —Con la cámara en la mano, disparo. Alejandra
se tapa la cara con el antebrazo y protesta.
—Ale, no —intercede Mima—. Tienes que verte como nosotros te
vemos —le explica—. Quiero que te veas como nosotros te vemos —repite.
Siento que estoy invadiendo su espacio, el de ambas, que soy un intruso
en un momento íntimo, que sobro. Me hago a un lado y escucho cómo
Mima le pide, por favor, que se deje llevar, que le dé una oportunidad y que
esto es para ella. Para nadie más, es solo por y para ella.
Me encanta la forma en que la protege, en que le demuestra su cariño, su
amor y que siempre estará a su lado.
—Bien, vale, que conste que lo hago por ti. —En última instancia, me
señala—. Y esta me la pagas —finaliza
Le explico dónde debe ponerse y poco más, el resto quiero que sea fruto
de su imaginación porque eso es lo que hará que la imagen capte sus
propias emociones, que transmita.
Mima se sitúa a mi lado, a una distancia prudencial. Imagino que lo hace
para permitirme movimientos libres.
—Solo déjate llevar, Ale, hagamos magia.
CAPÍTULO 42
«Somos ladrones de postres. Vivimos fuera de la ley».
Rachel Green
Mima

L legamos a casa y utilizo la vieja excusa de mierda sobre acompañar a mi


hermana y ver en qué ha acabado lo de mi hermano. Ni siquiera me despido
de Álvaro.
Cruzo el salón, el pasillo y me encierro en mi habitación.
«Mima, asúmelo, ha llegado el momento».
«Oye, Mima… Quiero que sepas que…».
El temido día ha llegado y debería agradecerle a Alejandra su llegada o
hubiese tenido que enfrentarme al chasco que precedía a sus palabras, esas
en las que me iba a mandar a tomar viento fresco sin más. No sé leer gestos
ni ojos ni cosas de esas, sin embargo, su cara estaba seria cuando nos
separamos para abrirle a Alejandra, y estoy casi segura de que era porque
quería cortar por lo sano y no se lo permitió la interrupción.
Mi hermana abre la puerta casi sin tocar y yo sigo de pie, porque hasta
eso me lo ha quitado, la posibilidad de sentarme y lloriquear con el edredón
enredado en el cuerpo, la almohada sobre la cabeza y el rímel manchando
todo a su paso. ¿No es así en las novelas románticas? Pues en la mía lo será
y sufriremos todos los que lean la escena, advertidas quedáis, porque la
chica, mi protagonista, se merece su final feliz con el chico que le gusta.
—Mima, ¿qué pasa?
Me giro y me quedo frente a mi hermana. ¿Qué clase de persona sería si
le mintiese y no le confesase lo que sucede? No puedo pedirle a Alejandra
que se abra a mí si ella no lo hace, resultaría de lo más hipócrita por mi
parte.
—¿Y Rodrigo?
—No está en casa.
—Mejor, no necesito ningún tipo de burla o broma de mal gusto ahora
mismo, ya bastante tengo con la autocompasión y con la empatía por tu
parte.
—¿De qué hablas?
—Lo de Álvaro se ha acabado. —Sueno tajante, sí. Es lo que hay.
—No comprendo nada —balbucea Alejandra. Le tiembla el labio,
¿entendéis lo de la empatía?—. Estábamos bien, hemos pasado una tarde
increíble, no confiaba en las fotografías, pero he de admitir que ha sido una
auténtica pasada, Mima, me ha encantado la experiencia. Álvaro es un gran
chico.
Ya, claro, como si no me hubiese dado cuenta de ello. Toda yo me he
dado cuenta de ello.
—Justo antes de que llegases, me lo iba a confesar, iba a decirlo, lo iba a
hacer.
Esto no es lo que pasa en las novelas románticas, en ellas hay
malentendidos y hay mil y una triquiñuelas, sin embargo, al final, todo sale
bien, lo que sucede es que en la vida real las cosas no son de esa manera, ya
lo hemos hablado y también somos más que conscientes de que Álvaro no
es de los que se pillan por una chica como yo. ¿Pasar el rato con Mima?
Guay. ¿Tirarse a Mima? Bien. ¿Enamorarse de Mima? Eso no está
contemplado.
—Mima, por favor, estás exagerando.
Ni de coña.
—No, eso no es verdad. Lo vi en sus ojos, ¿vale? Y en sus palabras.
—Repite sus palabras —me pide.
—«Oye, Mima… Quiero que sepas que…». —Imito su cara para darle
más énfasis a la cosa porque estoy perdiendo credibilidad por momentos, a
ver si se piensa que tengo que sacar un violín y tocar una melodía de
cortarse las venas o algo por el estilo—. Y no, no me vas a convencer de
nada extraño porque las dos sabemos lo que iba después de eso: «Quiero
que sepas que lo nuestro se acaba» —recalco—. Así que he tomado una
decisión, antes de que él me deje, lo dejaré yo. Seré la protagonista fuerte y
empoderada que toda novela romántica necesita. ¿Por qué siempre tienen
que abandonarnos ellos? Explícamelo, ¿por qué? ¿Porque tienen chorra?
Ese argumento no me sirve para nada. Me como ese argumento. —Finjo
que hago una bola de papel, abro la boca, lo meto dentro, lo mastico y lo
trago, haciendo el sonido y todo.
—No creo que estés actuando de una forma muy madura.
Los cojones que no.
—Me da igual. Mira lo que hago con tu madurez. —Finjo de nuevo que
el mismo papel que me estaba tragando lo escupo, lo abro y me lo paso por
la raja del culo—. Ahí tienes tu madurez.
Vale, sí, eso es propio de una niña pequeña, pero… ¿qué queréis que
haga? ¿Cómo queréis que reaccione? Me he enamorado del chico perfecto,
y él pasa de mi culo quemado. ¡Encima tengo el culo quemado! Si es que lo
tengo todo para que esta relación fuese un fracaso, ya se veía venir. ¿por
qué en las novelas románticas no nos avisan desde el prólogo?
«No vayas a por ese, chica, mejor a por el feo, el feo no te va a defraudar,
los guapos siempre son los mejores en la cama y los expertos en romperte
las bragas y el corazón». No, claro, mejor no avisar y ya el chasco que la
sorprenda.
Sois malas, las escritoras sois malas.
—No te precipites, habla con él —me pide.
—Esto ha sido porque lo he hecho todo al revés, Ale. —Ahora sí que
lloriqueo como una niña pequeña. Me dejo caer de rodillas y todo—.
Nuestro primer beso fue más una chupada de pared que otra cosa, le pateé
la nariz, me quemé el culo… Deberías ser tú la que me dieses un golpe
certero y dejarme tonta, me olvidaría de todo lo bonito que hemos vivido
estas semanas. Joder, si anoche durmió en esa cama. —La señalo—. No
pienso cambiar las sábanas porque quiero conservar su olor.
Lo siento, voy a vivir en la inmundicia hasta que huela a choto y no a
Álvaro.
—Mima…
—No —la corto, porque sé que dirá algo que me haga dudar de lo que
pienso y ya he tomado esta decisión. No estoy dispuesta a que me haga
daño porque eso no formaba parte del plan inicial—. Necesitaba a un muso,
a un protagonista de novela romántica, y ya ha cumplido su función. —Me
acerco a la mesa y cojo la libreta y las notas que he guardado en el cajón y
que me he dedicado a llenar de anécdotas, de datos, de marcas de champú y
de besos de novela—. Este era el fin. —Los muevo frente a ella, Alejandra
frunce el ceño y, al final, solo asiente, sabe que cuando me pongo
intransigente, nada puede obtener de mí—. Este era el fin —añado como si
no lo hubiese hecho ya.
—Solo espero que no te equivoques —murmura antes de cerrar la puerta
y dejarme a solas con mi pena.
Al instante, cuando la habitación está vacía, dejo caer todas esas notas y
esos pósits sobre la cama. Me arrodillo frente a ella y los voy leyendo.
Sus dedos cuando me explicaba cómo debía ponerle las pilas al mando
de la tele.
Las marcas de gel de la primera vez que nos duchamos juntos.
El dibujo que hice de la araña peluda.
Mikel y los narcotraficantes.
El día que lo encontré en el salón de casa, sentado en la butaca de la
cocina y más guapo que nunca.
La primera vez que nos enrollamos.
Escena tras escena, rememoro todo lo vivido en estas semanas que se me
antojan meses.
Y sé, de inmediato sé, lo mucho que lo voy a echar de menos.
Mucho más de lo que esperaba.
Me quito la falda, coloco un cojín en la silla y rezo para que mi nalga me
permita hacer lo único que necesito en este momento.
—Allá vamos.
Una página en blanco. Mucha magia que plasmar.
Qué ironía de mierda, un final que marca el principio de algo.
Y tecleo.
CAPÍTULO 43
«¡No puedes rendirte! ¿Es eso lo que haría un dinosaurio?».
Joey Tribbiani
Álvaro

D oy vueltas por el piso como si fuese un perro enjaulado. Mikel me


observa sin saber bien qué decirme para que mis ánimos se tranquilicen.
Llevo así unos cuantos días, los mismos que ella lleva desaparecida sin
dar señales de vida. Ni una despedida, nada, lo que me da una pista bastante
clara de que esto que compartíamos ha llegado a su fin.
Escucho la puerta de enfrente y observo por la mirilla, como he hecho
cada día de esta semana. Soy como los de la serie esa, como los de
Friends , solo que sin divorcios, sin monos y sin un gato apestoso…
Sin noticias de Mima, ese es el resumen de mi día a día.
No la he visto salir desde que le saqué las fotos a Alejandra hace ya
cinco tardes.
Abro la puerta porque justo es ella la que sale con una bolsa de tela
colgando de su costado. No es la primera vez que le pregunto por Mima, y
sus respuestas siempre se traducen como evasivas.
—¿Hay alguna novedad?
Alejandra niega y se acerca. Apoya las manos en mis antebrazos y los
aprieta para infundirme, no sé, ¿calma? ¿Entereza? ¿Paz?
—Dale unos días más, está encerrada en su habitación y no quiere hablar
con nadie, ni siquiera conmigo y soy su hermana favorita.
Esa respuesta ya no me sirve de nada porque es la misma cada día.
—Tengo tus fotos —le explico cambiando de tema. Prefiero no pensar en
Mima, aunque me resulte imposible no hacerlo.
Ella se sonroja y asiente, la invito a pasar y toma asiento al lado de
Mikel.
Le tiendo un sobre blanco y lo observa como si de él fuese a salir Freddy
Kruger o un Demogorgon.
—¿Y bien? —le pregunta mi hermano haciendo alusión a lo que tiene
entre manos.
—Las veré luego —se disculpa ella y hace un intento de levantarse y
largarse. Ya, claro.
Mi hermano, que es un caso aparte, le quita el sobre, y Alejandra intenta
luchar contra él para arrebatárselo de nuevo.
—Sabía que era una idea pésima —susurra Alejandra.
Mikel se sale con la suya, abre el sobre y extrae las Polaroid.
—Me cago en la puta —finaliza.
Sonrío, porque yo he pensado lo mismo cuando las he tenido en mis
manos y las he visto una por una. A Alejandra le puede la curiosidad y se
acerca cauta.
—¿Puedo? —le pregunta con cortesía.
—Claro, son tuyas.
Mikel permanece a su lado mientras Alejandra las analiza todas. Con
cada foto que ojea, su semblante pasa por distintos estados de ánimo, desde
la estupefacción hasta la alegría.
—¿Esta…? —balbucea—. ¿Esta soy yo?
—Eso parece.
Me coloco en el otro flanco, en el derecho, mientras las volvemos a ver
una vez más.
—Gracias —murmura sin apartar la vista de ellas—. Son preciosas.
Mi hermano es el que toma la palabra.
—Lo único que hay precioso en esas fotos eres tú. —Me siento
tremendamente orgulloso de él y de lo que le ha dicho a Ale, porque sé lo
que puede significar para ella en este momento.
No se lo esperaba porque baja la vista y se sonroja.
—Deberías empezar a quererte, a quererte sin importar lo que los demás
piensen, Ale, porque si no te quieres a ti misma, si no te valoras por encima
de todas las cosas, da igual las fotografías que te hagas, los halagos que
recibas o lo mucho que te valoremos los demás, nada va a servir.
Ella me mira y asiente, no sé hasta qué punto interiorizará todo eso que
le acabo de soltar o todo lo que Mima le ha expuesto más de una vez,
Rodrigo, Maca y me consta que Gonzalo, da igual lo que todos hagamos, lo
mucho que nos esforcemos, el cambio tiene que empezar en ella, nacer de
ella y avanzar por ella. Por nadie más.
Sigue mirando cada una de las fotos mientras se dirige hacia la puerta de
salida. Se para, se gira. De nuevo mira la foto y, tras eso, a mí.
—No te rindas con Mima, no lo hagas. Ella nunca se ha rendido conmigo
y se merece lo mismo.
No sé cómo interpretar eso que acaba de pronunciar, si es algún tipo de
mensaje oculto o si es que se estaba percatando de que me iba a retirar
porque nunca he sido de esos que insisten con las chicas, porque, si Mima
no quiere nada conmigo, es perfectamente lícito y no seré yo el pesado de
turno que la presione para que cambie de idea. Aunque me rompa por el
camino…
Aun así, me lo tomo como algo positivo, como algo bueno.
Cuando la puerta se cierra, es mi hermano el que toma la palabra.
—Alejandra está guapísima en esas fotos.
Niego, y Mikel alza una ceja sin entender a qué me refiero.
—Alejandra está guapísima siempre. Solo tiene que creérselo —le
aclaro.
Mi hermano enciende el televisor, ya hemos tenido esa maldita charla
sobre dónde mete su polla, porque está más que claro que la capacidad de
razonar mengua cuando la mete en caliente. Sí, estoy hablando pronto y mal
porque…, porque estoy mosqueado.
—¿Qué vas a hacer? —Cambia los canales y, cuando ve que no hay nada
que le guste, pone la maldita serie.
—¿Tú también?
—Me he enganchado. Es buenísima. Deberías verla.
Ya, como si no lo estuviese haciendo. A este paso, Friends acabará
antes de lo que pensaba. Ya ni siquiera escucho las risas en el apartamento
de al lado. Echo de menos eso. La echo de menos a ella.
Me tiro a su lado en el sofá y permanezco en silencio más tiempo del
necesario. Mikel me da mi espacio, me permite poner las ideas en orden y
pensar en las palabras que Alejandra pronunció antes de despedirse.
—No pienso rendirme, al menos, no hasta que hable con ella y aclaremos
las cosas. Le diré lo que siento y si no es correspondido…
—¿Has pensado que tal vez no sepa cómo confesarte que se ha dado
cuenta de que siempre ha estado loca por mí? —ironiza mi hermano.
Le lanzo un cojín y lo golpeo. Escucho las carcajadas amortiguadas con
la tela.
—Esa chica es mía, Mikel. Lo ha sido desde el día en el que la vi, solo
que ella aún no parece haberse enterado de ello.
CAPÍTULO 44
«Ahora, necesito que seas cuidadoso y eficiente. Y recuerda: si soy dura
contigo, es solo porque lo estás haciendo mal».
Monica Geller
Mima

T engo escritas unas veinte mil palabras. Nada más y nada menos que
veinte mil palabras porque, ojo, los escritores no cuentan sus avances por
páginas, nada de eso, ellos observan las palabras, los párrafos, los caracteres
y toda esa información que te facilita tu documento y que te hace saltar de
una pata cuando ves que el proyecto toma forma.
Y ahora la parte chunga de todo: echo tanto de menos a Álvaro que no
me importaría quemarme la otra nalga.
No le he permitido a mi hermano ni a Alejandra que saquen el tema en
mi presencia. Rodrigo insistió en que quería hablar conmigo, que estaba
siendo obtusa y me insultó cuando le dije que se metiese su conversación
por donde le cupiese porque lo que menos necesitaba en ese momento era
que me soltasen algún discurso del tipo: «No te preocupes, Mima, seguro
que todo sale bien». No, ¿ehh?, no, esas cosas están muy bien cuando las
dices tú, pero, cuando las recibes, te sientan como una jodida patada en el
culo.
Culo, que, por cierto, ya tengo recuperado.
Lo peor de todo eso… Iba a confesaros que lo peor de todo son las
noches porque echo de menos sus comentarios sarcásticos, su risa, sus
chistes y las sesiones de sexo. Estaría faltando a la verdad porque escribir
una novela romántica en la que él es el protagonista es cosa mala, y es que
todo te recuerda a tu muso. Joder, ¿cómo va a ser de otra manera si lo tengo
todo apuntado?
Si alguna vez decidís lanzaros al vacío y escribir, mejor no lo hagáis,
porque no es tan fácil como lo pintan.
Desde fuera está muy guay, porque piensas que es sentarte y a la hora ya
estás tecleando la palabra «fin», esa que todo el mundo describe como
mágica y especial. Los cojones, ¿entiendes? No, siento ser yo la que te lo
explique porque no funciona así. Las escenas no todas fluyen igual, las
acotaciones se quedan pobres, relees y todo te parece insulso o falto de
chispa. Y luego está la parte en la que intentas que las lectoras empaticen
con la protagonista y no quieran matarla a base de sopapos, porque yo
misma he querido hacerlo en algunas ocasiones. En fin, que, si queréis, ya
os explico en una firma el proceso en sí, sin embargo, antes tenéis que pagar
el libro porque la pela es la pela.
Alejandra entra en uno de esos momentos en los que me pilla mirando al
techo.
—Bien, no te interrumpo, por lo que veo. —Sí, yo he sido esa que le ha
dicho que ni se le ocurra matar a las musas o entorpecerlas, con amenaza
incluida.
—¿Me estabas espiando? —Lleva un vaso en la mano.
—Puede que haya puesto esto en la pared. —Me lo enseña—. Y que
haya esperado a que dejases de teclear más de diez segundos para entrar.
Mi hermana tiene una inteligencia pasmosa y digna de admirar.
—Vale, ¿qué quieres?
Actúa de la misma forma en la que lo hice yo cuando la arrastré al centro
comercial porque le había confesado a Álvaro que me gustaba y él no
contestó nada. No supe ver las señales entonces, si lo hubiese hecho, otro
gallo cantaría y no estaría en este punto de mierda en el que el amor me
parece un asco.
Y a mí el amor nunca me ha parecido asqueroso. Soy escritora de
romántica, por favor, ¿cómo me va a parecer nada de eso?
—Ponte eso o te lo pongo yo. Tenemos que ir a un sitio.
—¿Qué tipo de sitio? —Alzo la ceja y aguardo una respuesta que no
llega ni creo que vaya a llegar.
—Hay algo que debo hacer.
Espero que no sea una de esas encerronas que se dan en las novelas
románticas porque todavía tengo mis heridas demasiado abiertas como para
plantearme siquiera ver a Álvaro. Si llevo días que dejo la puerta de casa
medio abierta para que no me escuche salir.
«Ya, claro, como si él quisiera verte, no te jode. No flipes, Mima, no
flipes».
—Me tomaré un descanso, solo por ti.
No solo me cambio, sino que me ducho porque eso del olor corporal
dicen que es importante y huelo a macarrones con queso. Pensar en
macarrones me produce escalofríos, de veras te lo digo. No los volveré a
ver con los mismos ojos, ni siquiera creo que vuelva a poder ver un paquete
así, de macarrones, cochinas, hablo de macarrones.
Cuando salgo, mi hermana asiente y, antes de que abra la puerta, la sujeto
por la mano y freno sus pasos.
—Ale… —No sé si interpreta mi quejido o si se apiada de mí, solo me
sonríe, niega y me lleva afuera.
Cogemos el transporte público y me sorprende cuando llegamos al centro
comercial. Que sea ella la que me traiga, y no viceversa, me deja sin
palabras.
Y yo nunca me quedo sin palabras.
Tomamos asiento en la misma cafetería y nos pedimos dos capuchinos.
El de mi hermana, con extra de nata.
Alzo una ceja y saca un sobre blanco del bolso.
—¿Qué es esto?
—No te lo vas a creer, pero soy yo.
Lo abro, extraigo las Polaroid y se me corta la respiración, por dos
motivos: el primero es que… Álvaro ha hecho esto, lo ha tocado, y la
punzada en el pecho al pensar lo mucho que lo extraño me sacude el alma.
Trago con fuerza, no, no voy a lloriquear porque no es lo que se merece. Si
no me quiere, no habrá lágrimas que valgan. En segundo lugar, es mi
hermana, mi preciosa hermana, la que posa, la que mira hacia un lado y el
otro, la que sonríe feliz, la que me enseña la lengua, la que me hace una
peineta y la que mueve el culo como si le sudase el papo todo.
—Álvaro me dijo el otro día algo que ya me habías explicado tú, y yo no
quería creer, evitaba creer. Parece que las gordas no tenemos derecho a
muchas cosas, no se nos permite comer, porque estamos gordas. No se nos
permite vestir de cualquier color, porque estamos gordas. No se nos permite
enamorarnos, porque, claro, ¿quién se va a enamorar de una gorda?
Trago, no me gusta, de verdad que no me gusta que pronuncie este tipo
de afirmaciones.
—Alejandra…
—Déjame terminar. —Le da un sorbo al café y me sonríe—. No se nos
permite hacer muchas cosas porque estar gorda imposibilita tu vida. Y yo
me he creído eso durante mucho tiempo. Hasta que vi esas fotos. Y tú dirás:
son solo un puñetero trozo de papel. —Mi hermana diciendo tacos, sí, qué
orgullosa estoy de ella, coño—. Y quizá lo sea, sin embargo, en ese trozo de
papel está la esencia de una chica que sí, que no pesa ni lleva la talla que la
sociedad piensa que es la adecuada, pero siente, sueña, ama, se entrega y
quiere, por encima de todo, se quiere a sí misma tal y como es.
Deposita un par de monedas en la mesa y me invita a acompañarla y a
caminar juntas.
Empiezo a entender hacia dónde nos dirigimos.
Sonrío cuando entramos en la tienda. Y es ella la que toma la cabecera y
avanza pasillo por pasillo hasta que llega a la sección de ropa interior. Mira
varios conjuntos que no son para ella, lo sé, no obstante, los toca y me
sonríe.
—Me gusta este para ti.
—Claro, lo voy a usar con Pepito de los Palotes.
—No tienes que ponerte un conjunto de ropa interior para sentirte guapa
para nadie, solo para sentirte guapa tú —sentencia.
Toma zasca que me he comido; yo, que le explico que se tiene que querer
y gustar y pensando en ponerme eso para otra persona. Mi hermana, esa que
está ahí y que me sonríe, solo se merece cosas bonitas.
En mi novela romántica le daré un final de infarto, con boda y
churumbeles porque eso es lo que a todas nos gusta cuando llegamos al
final, sí, lo sé.
Alejandra, como si se hubiese dado cuenta del impacto que ha tenido su
comentario en mí, sigue cogiendo conjuntos de ropa interior, eligiendo
colores, modelos y telas.
Y llega el momento, justo el momento de la última vez. Una dependienta
se acerca a nosotras y observa a mi hermana. No es la misma del otro día,
es otra chica. Me pongo en guardia de forma automática.
—Buenas tardes —saluda con cordialidad.
—Buenas tardes —responde Ale en el mismo tono. Como si en este
mismo lugar no le hubiesen roto el corazón en cachitos.
—¿Necesitas ayuda? —La chica sujeta todos los conjuntos que tiene en
las manos sin saber que los ha elegido para mí—. Con tu tono de piel, este
de color magenta te sentaría increíblemente bien. ¿Te apetece probarte uno?
Mi hermana está tan asombrada como yo.
—Ehhh… Eran para ella. —Y me señala. Saludo con los dedillos porque
no sé qué añadir.
—Bueno, siempre puedes buscar uno para ti, ¿te gusta alguno? El azul
marino también es precioso, creo que podría realzar tus curvas.
Alejandra asiente no muy convencida y la sigue mientras camina hacia
otra zona. Comienza a rebuscar y le muestra dos conjuntos de ropa interior.
Uno azul marino y otro verde bosque. Mi hermana flipa.
—Mira, toca esta tela, imagínate esto en tu cuerpo.
Alejandra se sonroja, tal vez se esté imaginando que son otras manos las
que acarician el cuerpo.
—Es muy bonito.
—Y favorecedor.
Mi hermana asiente y pasa con ambos conjuntos al probador. Esto es
como una prueba de fuego para ella, porque odia los centros comerciales,
odia las tiendas y odia que la señalen por su físico. Aun así, da un paso
adelante con entereza y me sonríe antes de correr la cortina.
Me giro hacia la dependienta en cuestión. Ella me mira y la comisura de
sus labios se alza.
—Gracias.
No le doy más explicaciones, no me lanzo a sus pies.
Solo le agradezco que haya gente que no te juzgue, que no te señale y
que solo te acompañe porque, con lo que acaba de hacer, le ha alegrado el
día a mi hermana. Y a mí, joder, y a mí.
CAPÍTULO 45
«¿Qué te parece la vez que le corté las piernas a tu Ken de Malibú?
¿Eso fuiste tú? Ehh… Estaban infectadas. No habría sobrevivido».
Ross Geller

Mima

S ubimos por las escaleras de nuestro edificio. Mi hermana se ha comprado


dos conjuntos de ropa interior y una camiseta muy chula de Friends , la
odio por ello y odio la pobreza de final de mes.
Cuando llegamos a nuestro piso, Maca está sentada en el sofá, y mi
hermano tiene mala cara.
Rodrigo se levanta, pasa por mi lado, me golpea el hombro y se encierra
en su habitación. Clavo los ojos en mi amiga, que desvía la vista hacia la
ventana.
—Solo me queda una cosa por hacer —sentencia Alejandra, que no
parece haberse percatado de nada.
A ver si es que ella está empezando a desarrollar esa parte tan mía sobre
no saber leer ojos, cuerpos ni gestos porque hasta yo he pillado la
incomodidad de estos dos. Tal vez sea cosa de escritoras.
Maca se levanta y fisgonea en las bolsas de mi hermana, intenta esconder
las emociones, solo que conmigo no va a poder. Yo, por el contrario, me
acerco a Alejandra a ver qué coño está escribiendo en el papel que ha
cogido del mueble.
Puede que yo esté gorda, pero la cerda de las dos eres
tú.
Hostia puta.
Mi hermana corre hacia la cocina, saca tres palos y nos tira uno a cada
una.
—Una última vez.
Nos guiña un ojo, y sonrío mucho justo antes de comenzar a dar golpes
las tres coordinadas, sin siquiera preguntar nada, a ver quién es la guapa que
se le resiste a tres palos de escobillón, fregona y pala. Se me escapan un par
de carcajadas, Maca también se ríe muy fuerte, y Rodrigo sale de su
habitación.
—¿Qué coño hacéis?
—¡Nada! —eso lo digo a voz de grito mientras no dejo de golpear.
—¡Por Friends ! —chilla mi hermana.
Ella es la primera en parar; Maca, la segunda, y yo, la última. A mi
hermano se le escapa una sonrisilla y se la devuelvo. Todos lo hacemos.
Sé que Maca y yo tenemos una conversación pendiente, sé que también
tengo que hablar con Rodrigo porque, si mi amiga le ha dado plantón, es
chungo, muy chungo para él.
No tarda nada en sonar la puerta y es Alejandra la que abre con decisión.
Lo hace con tanta fuerza que casi choca contra la pared.
Jana aparece tras ella, con esos pantalones de deporte apretados, con ese
top que deja a la vista demasiada piel y maquillada hasta las orejas, sí, esa
es la vecina de abajo. Me temo que es de las que duerme boca arriba, con
los rulos, el maquillaje y las manos a ambos lados. No se mueve en toda la
noche para no romper su perfecto look .
La puerta de Álvaro se abre en ese instante y nuestras miradas se cruzan.
—Mierda. —Me escabullo y me agazapo en el pasillo, al lado de
Rodrigo. Lo empujo.
—¿Qué haces?
—Lucha por mí —le pido mientras lo incito.
Tenía que haberle advertido a Alejandra que este no era un buen
momento, que tenía que esperar a que Álvaro no estuviese en casa o, al
menos, avisarme para no estar yo.
Estoy en una maldita encrucijada, porque quiero enterarme de lo que va a
hacer Alejandra y saltar por la ventana, aunque sea un quinto piso y acabe
hecha papilla.
—¿Habéis estado otra vez haciendo una fiesta? ¿O es que te has puesto a
caminar descalza?
—La mataré con mis propias manos. —Doy un paso hacia adelante y es
Rodrigo el que me frena. Alzo la vista y el mentón, enfurecida.
Alejandra le pone el papel en el pecho, la empuja y le cierra la puerta en
las narices.
Maca aplaude, Rodrigo se dirige hacia donde está mi hermana, yo miro a
ambos lados por si Álvaro se ha colado en el piso y lloriqueo cuando
compruebo que no es así.
Si esto fuese una novela romántica, él estaría aquí, esperando para
declararme su amor incondicional, darme un beso de novela y pedirme que
me case con él. Como veis, no pasa nada de eso, no está, y yo no os quiero
mentir, duele más cuando te lo encuentras cara a cara por primera vez.
Duele mucho más.
—Joder, Alejandra… —Maca se sienta a su lado y le pone la mano
encima—. Estoy flipando con lo que acabas de hacer.
Rodrigo le revuelve el pelo de forma cariñosa y se marcha porque
entiende que necesitamos nuestro espacio y porque puede que haya pasado
algo con Maca que yo no sepa.
—Me siento mejor, mucho mejor —claudica mi hermana.
—Lo sé —suelta Maca.
—Te estás desquitando con todas, ¿ehh? Hoy te has levantado y has
pensado…
—¡Es el día! —me corta.
Mi hermana se incorpora, seguida de Maca y de mí. Rodrigo avanza por
el pasillo, nos hacemos a un lado. Le da un beso a Ale, me aprieta la mano
y se marcha.
Lo primero que hago es lo evidente, pegar el ojo a la mirilla con
curiosidad.
Mi hermana me empuja con la cadera. Maca la empuja a ella, que cae
sobre mí.
—Va a casa de tu chico.
Cómo se nota que no sabe nada.
—Ya no es mi chico —sentencio tajante.
Camino hacia el sofá y me tiro en él.
—¿Qué ha pasado? —Mira a mi hermana. Ella no va a contarle nada.
—¿Y a vosotros? ¿Qué os ha pasado? Porque hace cinco días bien que
llegué a casa y estabais ahí dándolo todo, ¿ehh?
—¿Qué? ¿Nos viste? —Se tapa la cara, abochornada. O eso creo, poque
no sé si Maca es de las que siente vergüenza por algo.
—Y tanto que os vi. —Mi mano, un círculo, mi dedo índice entrando y
saliendo de él—. «Oh, sí, más, más, así». —Finjo sin sacar el dedo de ahí
—. Tuve que marcharme porque le estaba viendo el culo a mi hermano y
eso es absolutamente asqueroso.
—Tu hermano tiene buen culo. —Abro la boca.
»Tú también tienes que chuparla bien. —Eso es porque no sabe el
tamaño del cimbrel de Álvaro, porque, si lo supiese, te garantizo que no
estaría haciendo este tipo de comentarios tan a la ligera—. Perdona por lo
del otro día.
—¿Qué día? —interviene mi hermana—. ¿Qué me he perdido?
—No mucho, en realidad.
—Hemos discutido por una tontería —explica Maca a lo que yo acabo de
añadir.
—Discutir es de lo más normal —acota Alejandra, que le resta
importancia—. Nosotros somos hermanos y lo hacemos constantemente.
Le enseño la lengua.
—Yo también te pido disculpas porque, en ocasiones, me pongo un tanto
intransigente.
—Un pelín solo. —Me muestra con los dedos un pequeño espacio y me
aprieta entre sus brazos—. Ahora, ponme al día.
—Pasó lo que tenía que pasar, ni más ni menos. Álvaro me mandó a
paseo.
Maca abre los ojos como platos. No haré ninguna broma al respecto. Mi
sentido del humor se ha tomado un descanso desde que Álvaro y nuestra
separación, ruptura o lo que sea se ha hecho efectiva.
—No estoy de acuerdo con eso porque no fue de esa forma, solo que
Mima se pone intensa y se vuelve…, ya sabes cómo se vuelve.
—Explícame tu versión —le pide a mi hermana, y ella, claro, cómo no,
cede.
Le cuenta su interpretación de los hechos en la que yo quedo como una
loca que saca las cosas de contexto.
—Y ahora, tú la tuya. —Anda, al menos me da la opción.
Ironizo un poco sobre lo sucedido, las palabras, el cambio de su gesto y
mi huida.
—No iba a permitir que me dejase él a mí, al menos, seré la primera tía
que le dio plantón a Álvaro Ayala.
Maca medita sobre ello, tiene las dos versiones, ya solo falta que le pida
a mi muso la suya. A mi muso no, a mi casero, mejor ser precisas llegado a
este momento.
Mi amiga se levanta, se cruza de brazos, y ya me veo venir el desastre.
Está mosqueada.
—Eres una farsante.
¿Qué? Otra vez los problemas de audición, seguro que es eso.
—¿Cómo dices? —Ni siquiera sé por qué me atrevo a preguntarle eso,
porque desde luego, ella lo ha interpretado como lo que es, le he dado alas.
—¡Eres más falsa que un duro de madera! —grita.
Mi hermana está flipando, casi tanto como yo. Lo que me faltaba.
Me levanto y me planto frente a ella.
—Mira quién lo suelta, la que se tira a mi hermano y luego es una
cobarde de mierda porque no admite lo que siente por él. Porque, Maca, eso
no te hace mucho más valiente que yo. Huyes siempre.
—No estamos hablando de mí.
—Oh, ya lo creo que sí. Si tú me puedes llamar falsa a mí, yo puedo
llamarte falsa a ti.
—Soy tu amiga, tengo derecho. Te he concertado muchas citas.
Ni siquiera quiero recordar esas citas, todas catastróficas.
—Pedro no fue una buena cita y tampoco lo iba a ser el repartidor de
pizza —protesto enfurruñada—. Solo has acertado en una cosa, en que
tengo que conformarme con la cruda realidad y no es otra que estar
enamorada del protagonista de mi novela y que él no quiera saber nada de
mí, ¿lo entiendes? ¡Nada de mí! Pero, ojo, que tú estás tan jodida de aquí
como yo. —Toco su sien, da un par de pasos hacia atrás, tal vez me quiera
reventar a hostias, porque se está poniendo roja como un tomate.
—Ha sido tu hermano el que me ha dicho que no quiere nada conmigo,
cuando llegasteis… —Baja el tono de voz—. Cuando entrasteis me estaba
contando que esto se había acabado, que él no se conformaba con eso y que
quería más. Ya ves, él sí que ha sido valiente.
Joder, que no puedo matar a un personaje en mi novela que hace eso, voy
a tener que modificar la trama y darle un final feliz al maldito. Porque le ha
echado agallas al asunto.
—¿No me jodas? —pregunta Alejandra.
—Ellos dos son los más valientes de la familia —presume Maca—. Y
nosotras, las putas cobardes de mierda —finaliza.
Me acerco a ella, tiene razón, es verdad.
La abrazo. Qué bonita es esa amistad en la que se gritan, se insultan y a
los dos minutos se abrazan como si nada entre ellas hubiese sucedido.
Si esto fuese una novela romántica, probablemente nuestros chicos
estarían ahí y habrían escuchado todo, nos abrazarían y nos pedirían
matrimonio.
Como veis, no lo es, lo que hacemos es ponernos finas a vino, ver
Friends y llorar, porque la vida, en ocasiones, es una putada que te cagas.
CAPÍTULO 46
«Todo el mundo parece tan feliz. Odio eso».
Phoebe Buffay
Álvaro

—¿Q ue has hecho qué?


—Le he dicho a Maca que eso que teníamos —explica mientras hace un
círculo con su dedo índice— se había terminado porque no me vale. Álvaro,
eso ya no me vale.
Mima acude a mi mente, como si en algún momento en todos estos días
no hubiese sido de esta forma, entiendo mucho lo que me explica Rodrigo
porque yo siento exactamente eso. Lo que tenía con Mima ya no me vale,
necesito más y quiero explicárselo, aunque luego me dé puerta.
—¿Has…?
—No quiere que hablemos del tema. No quiere saber nada de ese asunto.
Ni siquiera me explicó lo que sucedió, solo se encerró en su habitación y
comenzó a escribir esa novela.
Ha entendido que me refería a Mima sin siquiera nombrarla.
—¿Novela? ¿Qué novela?
—¿Mi hermana no te lo contó? —pregunta. Niego—. Normal, habéis
estado mucho tiempo jugando a los médicos.
Le lanzo un cojín como hice con Mikel, y Rodrigo se ríe.
—Somos unos pringados —finalizo.
Escucho un breve sonido en la puerta y tiemblo al pensar que sea Mima
la que toca, como ha hecho otras tantas veces. Camino acelerado hasta ella
y es Maca la que encuentro al otro lado.
—Hola —susurra.
Ojea el interior de mi apartamento y sonríe cuando su mirada se cruza
con la de Rodrigo.
No puede evitarlo, está loco por ella, a pesar de lo que ha hecho.
Accede al interior, solo unos pasos, y Rodrigo se acerca, me siento un
intruso de nuevo.
—Hola —murmura mi amigo. Lo empujo hacia ella.
—¿Podemos hablar un momento? —le pregunta.
Yo asiento, como si la cosa fuese conmigo.
Rodrigo camina hacia la salida, da un par de pasos, se gira y vuelve a mi
lado.
Me tiende un juego de llaves.
—Por si tú también necesitas hablar con alguien —finaliza.
Los veo marcharse escaleras abajo y cruzo los dedos para que todo salga
bien, porque se lo merecen.
Observo una vez más las llaves que me ha dejado y me debato entre
hacer lo correcto, tocar y que no me abra nadie, o sorprenderla y que no
pueda huir como hizo antes, cuando abrí la puerta y me vio.
Estaba tan guapa. El impacto fue brutal después de tantos días sin
cruzarnos. Y huyó. Rompió la magia y un poco también me rompió a mí
por dentro.
Decido que la cobardía no existe en mi vocabulario, así que cruzo el
rellano, meto las llaves, soy consciente de cada paso que doy, de cada gesto
que hago y, cuando abro, es Alejandra la que me observa desde el sofá con
los ojos abiertos como platos.
Se acerca, tira de mi mano y me mete en la cocina no sin antes haber
echado un vistazo hacia el pasillo.
—¿Qué haces aquí?
Sonrío.
—¿No crees que deberías preguntarme cómo las he conseguido?
Niega.
—Eres el casero, seguro que tienes una copia de todas.
Bueno, sí, también es cierto.
—Me las ha dado Rodrigo, se ha ido con Maca, a hablar.
Rueda los ojos, sonrío.
—Cruzo los dedos para que esta vez sí que hablen.
—Tengo que hablar con tu hermana, contarle lo que siento por ella, el
otro día, cuando lo de las fotos, llegaste justo en el momento en el que le
iba a confesar que estoy loco por ella. —Alejandra no se sorprende para
nada.
—Lo suponía.
—¿Que estoy loco por ella?
—Bueno, eso también, pero me refiero a que no ibas a dejarla.
—¿A dejar a Mima? ¿Por qué iba a dejar a Mima si estoy enamorado de
ella?
Ale alza los hombros y me da un par de palmaditas en la mejilla.
—Oye… —me pregunta con timidez—. ¿Y Gonzalo?
Suspiro, apoyo mis manos en sus hombros.
—Gonzalo solo te está dando tu tiempo.
Ella asiente, le brillan los ojos.
—Gracias —me indica—. Gracias por lo del otro día, por estar con mi
hermana, por las fotos, por tu paciencia con los tres, que somos muy raros,
lo sé.
—No tienes que dármelas. La familia está para eso, ¿no?
Ella asiente.
—Vamos a esperar a que ella te acepte antes de llamarte cuñado. —La
abrazo—. Aunque, claro, está loca por ti, ¿cómo no va a hacerlo?
Se separa de mi lado y se marcha a su habitación. Me quedo plantado en
el sitio, asimilando sus palabras.
«Está loca por ti».
Meto mis manos en el bolsillo y recorro la poca distancia que hay entre
la cocina y su habitación.
Abro la puerta con cuidado de no hacer ruido y la veo sentada frente a un
ordenador tecleando. No se ha dado cuenta de que la estoy mirando, tiene
que estar muy concentrada, por lo que veo.
Me acerco despacio y me agacho hasta que puedo leer parte de lo que
hay escrito en el documento.

Coge mi mano y la lleva a su polla. La mueve de la base a la punta.


Aprieto su miembro, que está duro como una roca. Me aparta las manos,
por eso de que me ha puesto la miel en los labios y me ha dejado con ganas
de más. Yo lo que quiero en este momento es lanzarme sobre él, porque,
joder, cómo me pone Álvaro.

Carraspeo a su lado. No os voy a negar que no esperaba que mi nombre


estuviese escrito en ese documento y que hablase de cierta parte de mi
cuerpo. O del cuerpo de ese chico. ¿Se puede sentir celos de un personaje
de ficción?
Mima tira la silla al suelo, con la suerte de que me cae sobre la espinilla.
—Me cago en la puta —mascullo.
Joder, que la espinilla duele que te cagas.
—La culpa es tuya, joder, ¡me has asustado! Una ya no puede
concentrarse, de verdad que no.
—¿Concentrarte escribiendo sobre…? He leído «Álvaro» en esa hoja. —
Señalo su ordenador mientras me paso la mano por la zona dolorida.
—¿Qué? No puedes leer eso, es mi obra maestra, lo que me va a
catapultar al éxito. —Se gira y baja la tapa del portátil para que no pueda
tener acceso a nada más. Una lástima.
—Algo de eso he escuchado.
—¿Qué has escuchado exactamente?
—Rodrigo me ha contado que quieres ser escritora.
Mima escribe en el aire.
—¿Qué haces?
—Anotar que tengo que volver a matar a mi hermano en el prólogo.
Me carcajeo.
—Entonces, ¿es cierto?
Ella asiente. Cada vez me parece más preciosa. Me acerco y la distancia
que nos separa es ínfima.
—Es cierto. Lo del televisor fue una excusa para acercarme a ti porque
necesitaba encontrar al protagonista de mi novela, Maca me concertó un
montón de citas. —Ya tendré una conversación con Maca sobre esto—.
Hasta que me di cuenta de que el chico perfecto eras tú.
—¿Por qué?
—Porque eres guapo, sexi, pícaro, gamberro, porque tienes una polla
como una lata de aceite de oliva… —enumera.
—No, que por qué no me lo dijiste.
Dejaremos el tema de mi polla para después…
—Ahh. —No se sonroja ni nada.
—Porque no hubieses querido ser partícipe de esto, además, necesitaba a
alguien que se comportase de manera natural, no algo fingido. En las
novelas románticas el amor es real.
—Amor…
—Vale, que sí, que ya lo sé. —Apoya el culete en el escritorio y me
acuerdo de su quemadura—. Ya sé que no hay amor real, que fue lo que fue,
no te preocupes, lo tengo asumido, ya está —zanja moviendo las manos
apresurada. Ladeo la cabeza y me abalanzo sobre ella. Muerdo sus labios, la
levanto por las nalgas, enreda sus piernas en mi cintura, no parece que le
duela el culo.
»Sí, este es un buen beso —finaliza y anota en el aire una vez más.
—Por eso levantabas la pierna y cerrabas los ojos. —Le muerdo el
mentón, asciendo por la mejilla, me desvío hasta la oreja y susurro—:
Querías tu beso de novela.
Mima no hace amago de bajarse, cosa que interpreto como una victoria.
Me giro y la deposito en la cama con cuidado.
—Bueno, sí, un poco eso y un poco también enrollarme contigo, por
todas las cosas que enumeré antes.
Llevo mis manos a su pantalón de pijama y acerco la boca a su abdomen,
lo beso. Comienzo a bajarlo sin apartar la vista de ella.
—Haremos una cosa —le pido. Dejo de mover la tela y me coloco a su
lado.
—No pienso darte ni un solo euro que gane —me advierte.
Me carcajeo, es que con ella es imposible ponerse serio, de veras.
—Yo te daré tu beso de novela, y tú me darás mi final feliz.
Mima se incorpora sobre los codos y alza una ceja. Le muerdo el labio.
—¿Cómo?
—Quiero mi «fueron felices para siempre».
Mima resopla. Le quito la camiseta. No lleva nada debajo. Se me hace la
boca agua. Le muerdo un pezón. Gime.
—Esa frase no se utiliza para acabar una novela, cómo se nota que no
lees una mierda, ¿eh, chato?
Así no se puede.
Me coloco entre sus piernas, aún medio vestida.
—Si no hay trato, no hay beso.
—Eres un protagonista de lo más canalla, siempre saliéndote con la tuya.
Si es que… Edmundo, el de la pizza , a ese tenía que haber elegido, joder.
—¿ Pizza ?
—Nada, cosas de Mima.
Y entonces, casi por arte de magia, caigo en la cuenta de algo. De algo
muy importante. No entiendo cómo no pude entenderlo antes con la de
señales que me dio, si hasta me lo dijo una vez…
—Te quiero, nena.
Ella se remueve, se remueve hasta que se levanta y se queda medio
desnuda frente a mí.
—¿Qué has dicho?
—Te quiero.
—No, joder, lo otro.
—¿Nena?
Mima aplaude, pone morritos, cierra los ojos y aguarda.
Abre uno un poco cuando ve que pasa mucho tiempo.
—¿Vas a besarme o qué? No puedo estar diciéndotelo todo, joder, que
los musos tienen iniciativa propia y esas cosas.
—Estás loca.
—¿Estás loca qué…?
—Estás loca, nena.
—Yo también te quiero, nene.
Y entonces le doy su beso de novela. Y estoy convencido de que me dará
mi final feliz.
EPÍLOGO

Seis meses después…

—¡A quí está! —Muevo mi mano frente a sus ojos y todo el grupo me
mira sonriendo, saben que tienen que chuparme el culo si quieren que sus
nombres aparezcan en los agradecimientos—. Y tú —le indico a mi
hermano—, no te he matado porque él no me ha dejado. —Señalo a Álvaro,
que se ha levantado a abrazarme—. Tiene que quererte mucho.
—Mucho te quiero a ti —me suelta mi muso.
Y, ohhh, ¿eso que huelo desde aquí es envidia? Porque sí, al final he
encontrado a mi chico de novela. Al protagonista de mis sueños húmedos y
siento tener que contártelo, pero los hace realidad cada noche.
Me lo merecía, de verdad que me lo merecía.
—Setenta y una mil quinientas doce palabras, doscientas cuarenta y
nueve páginas, trescientos nueve mil cuatrocientos dieciocho caracteres sin
espacios y… ya paro —resuelvo cuando veo la mirada de todos los que me
han acompañado en este proceso—, es lo que me ha costado terminar esta
novela. Y meses, muchos meses.
—Y aguantarte, que eso ha sido mucho peor. Mira que eres llorica
cuando algo no te sale a la primera —ironiza Maca.
—Todavía no he registrado la novela, puedo escribir una escena en la
que haya un atraco, un apuñalamiento porque estabas en medio de las
bandas de narcotraficantes de Mikel y fin, a tomar por el culo la mejor
amiga de la protagonista.
—¿Y entonces qué piensas hacer?
Alzo los hombros, soy una chica resolutiva.
—Buscarme a otra mejor amiga, por supuesto.
Mi hermano abraza a Maca y le da un beso en la sien. Ella apoya las
manos en sus antebrazos y finjo una arcada.
No puedo contaros que aquel día, hace ya tantos meses, en el que Maca
decidió hablar con mi hermano, acabó todo bien porque no fue de esa
manera. Terminaron follando, eso sí, que me lo contó mi amiga después y
así está escrito en esta novela.
Más allá de eso, Maca le explicó sus miedos y que necesitaba tiempo, y
mi hermano solo se lo dio, sin más, porque él es así y porque está loco por
ella.
No voy a culpar al amor de eso, porque, al final, están juntos y no tendré
que pillarlos en la cocina de mi casa entregados al fornicio. Cosa que
agradezco.
—¿Y ahora? —Mikel formula la pregunta—. Tendrás que escribir una
segunda parte en la que la protagonista deje al chico y se enrolle con su
hermano porque es mucho mejor partido de lo que pensaba y porque el
amor es así de caprichoso.
Álvaro lo amenaza, y Mikel se carcajea.
Lo de mi cuñado es también un asunto a tratar porque… no, los narcos
no han aparecido, aunque me hubiese encantado verlos desde la distancia y
sin atacar a Mikel, porque le tengo cariño y eso, la cosa es que Mikel es un
caso aparte y sigue viviendo como le da la gana.
Nos hemos aficionado los tres a ver Friends , sí, los he llevado al lado
oscuro y muchas noches viene, cenamos juntos, nos descojonamos con las
cosas que nos cuenta sobre sus conquistas, intenta ligar conmigo de forma
infructuosa y se marcha, dejándonos a solas de nuevo.
—El siguiente paso es registrar la novela y vivir de ella, ¿no? No es eso
lo que se supone que sucede después. Que te haces millonaria, firmas, fans,
todo el mundo te envía regalos, las marcas quieren que protagonices sus
anuncios, te llaman de la televisión para que vayas a El Hormiguero , ¿lo
oléis? —Los observo a todos, no parecen oler nada—. Joder, es la fama,
está en el aire.
—En el aire está el pedo que me acabo de tirar.
—Me cago en todo, Mikel. —Lo empujo fuera de casa con la nariz
metida bajo la camiseta.
Menos mal que he acabado la novela porque esta escena me la saltaría,
no puede haber pedos ni eructos ni cosas de esas. Pierde gancho.
Alejandra se acerca a mí y me abraza.
—Yo siempre confié en ti, hasta cuando no era más que una idea.
—Claro, boba no eres, quieres un porcentaje. —Se carcajea—. No, en
serio, Ale, gracias por estar siempre a mi lado, serás mi mánager.
—Eso me lo has prometido a mí —farfulla Álvaro.
—No lo recuerdo. —Por supuesto que lo hago.
—La otra noche, justo cuando te subí en la encimera…
Todos nos abuchean.
—Venga, tenemos cita para cenar —nos recuerda Gonzalo.
Sí, a ver, esta es otra de esas cosas que han sucedido y que me siento
muy feliz de contaros. En mi novela, Gonzalo se llama Daniel y es igual de
cuadriculado que él. Cuando empecé a escribirla, hace seis meses, mi
hermana y él no estaban juntos. Ni siquiera sabía si Alejandra quería algo
con él porque ella necesitaba quererse, cuidarse y creer en sí misma antes
de darle la oportunidad a que lo hiciese otra persona también.
Todavía no puedo contaros que estén saliendo, porque, a menos que eso
haya ocurrido hoy, no lo están.
Solo sé que mi hermana y él pasan tiempo juntos, que es atento, cariñoso
y que hemos tenido esa conversación en la que le he explicado que, si se
pasa con mi hermana, me lo cargaré porque no le tengo miedo a la cárcel.
No sabéis la de novelas que podré escribir entres esas tres paredes y una
reja.
Nos dejan unos minutos a solas, y Álvaro se coloca frente a mí, con las
manos en mi cintura y mi manuscrito apoyado en su pecho.
—Lo has conseguido, nena —murmura mordiendo mi labio inferior. No
sabéis cómo me pone eso—. Ahora podré leerlo más allá de «Coge mi
mano y la lleva a su polla. La mueve de la base a la punta…».
—Veo que te dejé impactado.
Me aprieta. Coloco el manuscrito sobre el respaldo del sofá.
—No sabes cuánto. —Se agacha y con su nariz toca la mía.
Me besa con suavidad, con delicadeza y con ternura, y me siento…, me
siento plena y feliz porque todo ha salido a pedir de boca.
He tenido mi final de novela romántica, Álvaro y yo nos queremos, por
fin me ha llamado «nena», he acabado mi novela y ya estoy maquinando
una segunda parte.
Los artistas somos así, una vez se prende esa mecha, es imposible
acallarla.
—¿Tú sabías que los personajes te susurran? ¿Que te hablan?
Álvaro se separa y toma distancia.
—Eso será mejor que no lo cuentes en presencia de desconocidos,
puedes terminar en un psiquiátrico.
—No entienden a los artistas.
—Somos unos incomprendidos —añade. Me besa en la sien y coge el
manuscrito—. No me has contado cómo acaba.
—No tenemos tiempo para eso.
Coloca una mano en mis labios y me acalla. Se la muerdo. Su mirada se
enciende. No, no es que de buenas a primeras sepa leer ojos ni interpretar
gestos, es solo que en mi cabeza las cosas son así, él se enciende, Mima se
pone cachonda y me quema la otra nalga en la vitrocerámica.
—Solo el final, el último párrafo, la última hoja —me pide.
Cedo, porque es imposible que le diga que no a nada, salvo al sexo anal,
por ahí sí que no paso, ¿ehh?, por ahí no, ya sé lo que es no poder sentarme
y no es agradable.
—Si me lo pides así…
Mi chico, mi muso, mi casero y el protagonista de mi novela abre el
manuscrito por la última página y lee en voz alta.

—Así no es como tenías que haberte enterado, joder, Mima, que


me estropeas todas las sorpresas.
—Es como nuestro primer beso, siempre la cagas, Álvaro,
siempre.
—No fui yo el que tropezó en el escalón de la entrada. Tampoco
pedí una limpieza de esmalte.
—Oh, mira qué chistoso. Hazlo bien.
—Era un secreto.
—Me haré la sorprendida, lo prometo, espera, espera,
empezamos de nuevo.
Me dirijo a mi habitación corriendo mientras Álvaro me observa
sin entender nada. Es normal, comprenderme a mí es sumamente
complicado.
—¡Voy a salir! —grito desde la habitación—. Que salgo, ¿ehh?
Último aviso. ¡Que salgo! Abro la puerta y comienzo a caminar
con pisadas contundentes, si sube Jana, le hago otro dibujo de
mierda y se lo pego en la frente.
—Hola, nene —ronroneo. No parece que cuele. Él sigue
mirándome sin moverse.
—Ahora, Álvaro, es este el momento en el que me pides que me
case contigo. Arrodíllate. —No lo hace—. Ya te enseño yo.
Me arrodillo frente a él, saco una cajita del bolsillo y lo suelto.
—Álvaro Ayala, ¿quieres casarte conmigo?
—¿Qué?
—Joder, que es fácil. Te estoy pidiendo matrimonio, coño, que
no necesitas un máster para saber eso, chico.
—Se supone que te lo iba a pedir yo.
—Ya ves, soy más rápida, más lista, y tú la has cagado, como
con nuestro primer beso.
Pone los ojos en blanco, hasta así me lo quiero trinchar.
—Nena…
Mirad, algo bien que dice, esta vez sí, al menos.
—¿Eso es un sí?
—Eso es un sí, joder, cómo voy a responderte que no si estoy
loco por ti.
Se arrodilla frente a mí y me besa, me besa fuerte, como lo que
sentimos el uno por el otro.
—Imposible resistirse a mis encantos —ironizo.
—Mima, estás como una cabra.
Suspiro.
—Es lo más bonito que me has dicho nunca.

Álvaro cierra el manuscrito y me lo tiende.


—A las lectoras nos gustan los finales felices.
—Me has jodido la sorpresa.
¿Qué?
—¿Qué? —grito.
Se arrodilla frente a mí, y yo… Bueno, yo comienzo a hacer un trend
del TikTok porque me lo va a pedir, me lo va a pedir, me lo va a pedir, y te
mueres de envidia.
—Tienes que hacerte la sorprendida.
—Claro, por supuesto —le prometo cuando recupero el aliento.
—Emilia Soler, ¿quieres casarte conmigo?
¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Aguardo unos segundos, quiero que se ponga nervioso.
Traga con fuerza. Desisto, no aguanto más.
—Claro, lo hago por ti más que por mí. —Que no se note la
desesperación, chicas. Se incorpora, enredo mis piernas en sus caderas y me
lleva a la cocina.
»¿Piensas quemarme el culo otra vez?
Álvaro se carcajea mientras sube sus manos por mis piernas hasta llegar
a mi ropa interior.
—¿Qué se supone que pasa ahora en una novela romántica? —me
pregunta.
Claro, sabe que la escritora de éxito soy yo.
—Lo normal. Me desnudas, te desnudas y me pones fina filipina. —
¿Qué? Es lo que esperamos todas, no te jode.
—Eso también, pero hay más, ¿no?
No sé, es que yo ya con este calor no carburo.
—Tú dirás… —Comienzo a desnudarlo con desesperación.
Se deja hacer, me acaricia la mejilla, desciende por mis hombros, me
aprieta una teta, luego la otra. No puedo pensar con claridad. Álvaro se
separa y me observa.
—Ahora es cuando somos felices para siempre.
Me incorporo, alzo la pierna, cierro los ojos y entonces, entonces me
besa.
Y también me pone fina filipina.
AGRADECIMIENTOS

S iempre que me enfrento a estas palabras me digo que será más sencillo
que la vez anterior. Nunca es así.
Voy a ser breve, por favor, si me dejo a alguien, perdonadme.
Primero que nada quiero agradecer a mi familia por darme el impulso
cada día para escribir, por entenderme, respetarme y valorarme.
A mis lectoras cero, Bea y Miri, por esos audios, esos stickers, esos
mensajes que tanto me motivan y por ser tan quisquillosas como lo son.
Este proceso no sería ni de lejos como es sin vosotras dos.
A mi amiga Tamara Marín… Iba a poner compañera de letras, pero,
teniendo en cuenta la cantidad de cosas que compartimos casi a diario, eso
se nos queda pequeño. Creo que a nosotras ya todo se nos queda pequeño.
Sheila de mi vida y de mi corazón, aquí tienes a Mima, que sé que estás
deseando enamorarte de ellos (y yo que lo hagas, por supuesto).
A mis lectoras, a todas. A ti, que me sigues desde siempre; a ti, que has
llegado ahora; a ti, que me lees desde hace unos meses; a ti, que me has
descubierto hace poco y quieres seguir leyéndome. A todas y cada una de
vosotras por ser y estar. Parece una tontería, pero sois el motor de todo.
A Raquel Antúnez, compañera de letras, correctora, amiga y confidente.
Gracias por todo.
A todos los blogs y bookstagramers que me dais la oportunidad, que me
reseñáis de forma desinteresada, que recomendáis mis historias. Vuestra
labor es increíble y vuestro apoyo, fundamental.
Y a esas compañeras de letras con las que comparto conversaciones, risas
y miedos. Gracias por ser como sois.
BIOGRAFÍA

A quí estoy una vez más para contaros quién soy. Mi padre era muy dado a
apuntarnos en el registro con un nombre totalmente diferente al que
acordaba con mi madre y si le hubiese hecho caso, mi nombre habría sido
Yaniré, así que, no sé mis hermanos, pero yo le agradezco que no le haya
hecho caso (perdona, mamá).
Nací y viví durante muchos años en un pequeño pueblo de poco más de
siete mil habitantes al norte de la isla de Tenerife llamado La Matanza de
Acentejo, sin embargo, con veintipocos años, dejé el pueblo por amor y me
fui a la capital. Actualmente vivo en las afueras de Santa Cruz de Tenerife
con mi hijo y mi pareja.
He sido desde siempre una apasionada de la lectura, recuerdo sacar libros
de la biblioteca y devorarlos cada noche antes de dormir. En el año 2016
escribí mi primera novela y después de ella, han llegado once más. Las
cabronas también se enamoran es mi duodécima novela autopublicada y
espero que vengan muchas muchas más.
Mis libros se caracterizan por personajes muy divertidos, socarrones,
canallas, irónicos y sarcásticos, aunque entre sus páginas, además de risas,
podéis encontrar algunas reflexiones sobre la vida, escenas hot, amistad,
amor y familia.
Supongo que, si ya me conocéis, sabréis que lo de resumir,
definitivamente, no es lo mío y he dado por perdido intentarlo ;)
Me encanta la playa, la piscina, el sol, comer (todo lo que no se debe),
hablar, hablar y hablar y escribir, of course. No concibo mi vida sin
historias que contaros, así que…

¡Nos leemos!
ENCUENTRA MIS OTRAS NOVELAS

[1]
Lluvia de ideas.

También podría gustarte