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SAN LUIS GONZAGA MODELO DE CONVERSIÓN

Se trata sin duda de un mensaje que anima a confiar en la juventud. Si San Luis Gonzaga fue
proclamado en 1729 patrono de los jóvenes, es porque ejemplifica algo esencial a ellos: en su
corta vida, llevó a la máxima expresión el anhelo de plenitud y el espíritu de sacrificio que habitan
en todos los jóvenes.

Nacido en Lombardía en 1568, en un contexto que prometía para él riqueza, fama y poder, el
primogénito del marqués de Castiglione delle Stiviere hizo frente a una fuerte resistencia familiar
para asumir el seguimiento del Señor como camino para su vida. Ingresó en la Compañía de
Jesús, fue un novicio modélico y murió con tan solo 23 años, tras contraer la peste en Roma
cuando atendía voluntariamente a los enfermos, excluidos y marginados.

Encontramos en esa fugaz biografía ejemplos extremos de libertad interior, de empeño en una
apuesta vital y de entrega generosa al prójimo que, siendo características generales de la
juventud, son manifestaciones de un Espíritu que a través de ellos continúa renovando el mundo
constantemente, haciendo realidad la promesa del Reino de Dios. Sin necesidad de ser San Luis
Gonzaga, ¡qué lecciones nos dan tantos jóvenes que cada día nos muestran el rostro de Dios!

Podemos preguntarnos si hemos sabido escuchar y acoger su fuerza profética o si, por el
contrario, en ocasiones nos hemos acercado a ellos desde el recelo y la distancia, por temor al
cambio y a la novedad. No podía haber mejor año para abrirse a San Luis Gonzaga y, con su
intercesión, abrirse a los jóvenes: es uno de los suyos.

Hoy celebramos la Memoria de san Luis Gonzaga.San Luis Gonzaga es Patrono de los Estudiantes y de los Jóvenes, y el
Papa Juan Pablo II lo nombró Patrono de los enfermos de SIDA, ya que por su granmisericordia se dedicó a las personas
afectadas por la peste que asolabaRoma, en aquel tiempo. Fue así que se contagió y murió muy joven.San Luis Gonzaga nació en
Castiglione, Italia, el 9 de marzo de 1568. Fue elmayor de 8 hijos de un matrimonio formado por el príncipe imperial FerranteGonzaga,
Marqués de Castiglione delle Stiviere (Italia), hermano del duquesoberano de Mantua, y por su madre llamada Marta. De pequeño aprendió
lasartes militares y el más exquisito trato social. Siendo niño sin saber lo quedecía, empezó a repetir palabras groseras que les había oído a
los militares,hasta que su maestro lo corrigió. También un día por imprudencia juvenil hizoestallar un cañón con grave peligro de varios
soldados. De estos dos pecadoslloró y se arrepintió toda la vida. La primera comunión se la dio San CarlosBorromeo, Arzobispo de Milán.San
Luis estuvo como edecán en palacios dealtos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres. Y así se libró de muchas
tentaciones.Su director espiritual fue el gran sabio jesuitaSan Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a sersanto: 1º.
Frecuente confesión y comunión. 2º. Mucha devoción a la Sma.Virgen. 3ro. Leer vidas de Santos.Ante una imagen de la Sma. Virgen
enFlorencia hizo juramento de permanecer siempre puro. Eso se llama "Voto decastidad".Cuando iba a hacer o decir algo importante se
preguntaba: "¿Dequé sirve esto para la eternidad?" y si no le servía para la eternidad, ni lohacía ni lo decía.Una vez arrodillado ante la imagen
de Nuestra Señora delBuen Consejo, le pareció que la Sma. Virgen le decía: "¡Debes entrar en laCompañía de mi Hijo!". Con esto entendió
que su vocación era entrar en laComunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita.Le pidió permiso al papápara hacerse religioso, pero
él no lo dejó. Y lo llevó a grandes fiestas y a

San Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la
Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del
Imperio y Marta Tana Santena, dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España,
donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la
muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a
bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese
soldado como él.
Desde que el niño tenía cuatro años, jugaba con cañones, a los cinco, su padre lo llevó a
Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de
la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se
prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y
en marchar al frente del pelotón.
Rodeado por los soldados, aprendió la importancia de ser valiente y del sacrificio por grandes
ideales, pero también adquirió el rudo vocabulario de las tropas. Al regresar al castillo, las repetía
cándidamente.
Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino
blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que, comprendiendo
que aquello ofendía a Dios, jamás volvió a repetirlo.

Despierta su vida espiritual


Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como
un despertar espiritual. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde
entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos
penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo.  Su propia entrega a Dios en
su infancia fue tan completa que, según su director espiritual, San Roberto Belarmino, y tres de
sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal.
En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de
varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera
que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a
grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia, "la
escuela de la piedad".
Un día que la marquesa contemplaba a sus hijos en oración, exclamó: «Si Dios se dignase
escoger a uno de nosotros para su servicio, "¡qué dichosa sería yo!". Luis le dijo al oído: «Yo seré
el que Dios escogerá.». Desde su primera infancia se había entregado a la Santísima Virgen. A los
nueve años, en Florencia, se unió a Ella haciendo el voto de virginidad. Después resolvió hacer
una confesión general, de la que data lo que él llama «su conversión».
A los doce años había llegado al más alto grado de contemplación. A los trece, el obispo San
Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de
la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.

LUIS PURO Y EXIGENTE CONSIGO MISMO:


Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró
mezclado con aquellos que, "formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y
la lujuria en su peor especie". Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado
de aquellos ejemplos funestos, fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad.
  Lo admirable es la disponibilidad de su corazón, dispuesto a todo para librarse del pecado y
ser plenamente para Dios. Además, hay que saber que algunos vicios e impurezas requieren
grandes penitencias.  San Luis quiso, al principio, imitar los remedios que leía de los padres del
desierto.
Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las que vivió sus
primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero de muy joven comprendió que había
un ideal más grande y que requería más valor y virtud.

LUIS DECIDE SU VOCACIÓN:


Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los
trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante
gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once
años y ocho meses. En el viaje Luis estuvo a punto de morir ahogado al pasar el río Tessin,
crecido por las lluvias. La carroza se hizo pedazos y fue a la deriva. Providencialmente, un tronco
detuvo a los náufragos. Un campesino que pasaba vio el peligro en que se hallaban y les salvó.
Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, y dedica todo su tiempo a la
plegaria y la lectura de la colección de "Vidas de los Santos". Pasó la enfermedad, pero su salud
quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo
dificultades en asimilar los alimentos.
Otros libros que leyó son, Las cartas de Indias, sobre las experiencias de los misioneros
jesuitas en aquel país, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por
la conversión de los herejes y Compendio de la doctrina espiritual de fray Luis de Granada.
Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que
pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar.
En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las
iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de
un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se
levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación
en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo.
Fue inútil que su padre le combatiese en estos deseos. En la misma corte, Luis vivía como un
religioso, sometiéndose a grandes penitencias.  A pesar de que ya había recibido sus investiduras
de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión
sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano.
Madrid
En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje
de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano
Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis,
obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o
disminuyó sus devociones.
Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante
que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad,
espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que
algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar
hecho de carne y hueso como los demás.

LUIS DECIDE UNIRSE A LA COMPAÑÍA DE JESÚS


El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia
de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la
Compañía de Jesús.»
Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta
los participó a su esposo, este montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que
azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus
sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que
la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del
juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero.
De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de
sus amigos, accedió de mala gana a dar consentimiento provisional. La temprana muerte del
infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas
y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584.
Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró
obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la
mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mántua. Acudieron a parlamentar eminentes
personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir
al muchacho, pero no lo consiguieron.
Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y,
terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de
despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que
pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas
veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los
derechos de sucesión a Rodolfo y escribió al padre Claudio Aquaviva, general de los jesuitas,
diciéndole: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas
sus esperanzas.»

EL NOVICIADO
Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al
noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant'Andrea. Acababa, de cumplir los dieciocho
años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: "Este es mi descanso
para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado" (Salmo cxxxi-14). Sus austeridades, sus
ayunos, sus vigilias habían arruinado ya su salud hasta el extremo de que había estado a punto de
perder la vida.
Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las
mortificaciones. Al principio, el joven tuvo que sufrir otra prueba cruel: las alegrías espirituales que
el amor de Dios y las bellezas de la religión le habían proporcionado desde su más tierna infancia,
desaparecieron.
Seis semanas después murió Don Fernante. Desde el momento en que su hijo Luis abandonó el
hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de
vivir.  El sacrificio de Luis había sido un rayo de luz para el anciano
No hay mucho más que decir sobre San Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en
todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina,
estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por
motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello: Luis
obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su
mente en las cosas celestiales.
Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus
estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un
cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros
muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros.
Luis suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas
más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue
revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún
más su corazón de las cosas de este mundo.
Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la
contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de
Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para
dominar la alegría desbordante que le embargaba.
Una epidemia
En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su
cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general
hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.
Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto,
después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno,
limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.
Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus
espaldas, lo llevó al hospital donde servía.
Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el
escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción.
Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó
afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad.
Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan
breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos
reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su
mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama.
En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al
crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para
orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono
ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese
volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía
afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le
concediera esa gracia.
En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la
noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi.
Durante todos los días siguientes, recitó el "Te Deum" como acción de gracias.
Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: "Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la
casa del Señor!" (Salmo Cxxi - 1). En una de esas ocasiones, agregó: "¡Ya vamos con gusto,
Señor, ¡con mucho gusto!" Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de
enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba
del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:
-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos ...!
-¿A dónde, Luis?
-¡Al Cielo!
-¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a
Frascati.
Al caer la tarde, se diagnosticó que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar
a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó
las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en
ocasiones murmuraba: "En Tus manos, Señor. . ."
Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que
el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró
alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad
de veintitrés años y ocho meses.
Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia
de San Ignacio, en Roma.
Fue canonizado en 1726.
El Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes. El Papa Pio XI lo proclamó
patrón de la juventud cristiana.
SAN LUIS GONZAGA MODELO DE CONVERSION
PATRONO DE LA JUVENTUD

Su ardiente propósito de hacer la voluntad del Señor se fortaleció después de la Primera


Comunión, que recibió de las manos de san Carlos Borromeo

¿Cómo fue posible que san Luis Gonzaga (1568-1591), el brillante


hijo mayor de una familia de la alta nobleza, destinado a convertirse
en marqués, decidiera resueltamente dejar todo y seguir a Cristo?
Para entender esto, un buen comienzo puede ser la respuesta que dio a
aquellos que no entendían cómo podía renunciar al marquesado: «¡Busco la salvación, buscadla
también vosotros! No se puede servir a dos maestros».

Luis, que entonces tenía sólo diecisiete años, ya tenía la mirada de los santos, inclinada
hacia los bienes que realmente importan, los eternos. Había llegado a esta conciencia nutriéndose
de lecturas cristianas, oraciones y ofrendas a Dios, a quien pidió, recurriendo a la intercesión de
los santos y, sobre todo, de la Virgen, el don de la humildad. «Esta virtud», escribía el santo patrón
de los jóvenes, «no nace de nuestro suelo, sino que es necesario pedirla al Cielo».
LUIS era el primero de los ocho hijos de Ferrante Gonzaga, marqués de Castiglione delle
Stiviere (provincia de Mantua), y de la condesa Marta di Santena, una mujer con mucha fe. Luis
fue educado desde la primera infancia para la vida militar, revelando un carácter animado (a los
cuatro años sintió la ebriedad de cargar el cañón y disparar...) y una gran inteligencia. Pronto
comprendió el vacío del mundo reluciente en el que estaba creciendo, hecho de cosas efímeras y
vanidades varias. Cuando tenía siete años tuvo lugar lo que él llamó su «conversión del mundo a
Dios». Comenzó a recitar los siete salmos penitenciales y el oficio de Nuestra Señora todos los
días. En 1576 su padre lo envió a la corte de los Medici, en Florencia, donde también jugó con la
futura reina de Francia (Maria de Medici), pero continuó en el camino emprendido: a los diez años
de edad, en la basílica de la Santísima Anunciación, hizo un voto espontáneo de virginidad
perpetua y se consagró a María «como Ella estaba consagrada a Dios».

SU ARDIENTE PROPÓSITO DE HACER LA VOLUNTAD DEL SEÑOR


Esta voluntad de Luis, se fortaleció después de la primera comunión, que recibió de las manos
de san Carlos Borromeo; y no se debilitó ni siquiera durante los dos años que pasó como paje en
la corte de Madrid donde, gracias a los ejercicios espirituales, maduró la idea de unirse a la
Compañía de Jesús. Con la intención de desviar a su hijo de ese fervor religioso, el padre le
ordenó hacer un recorrido por los palacios de los nobles de Mantua, Parma, Ferrara, Pavía y
Turín, tal vez con la esperanza de que pudiera enamorarse de alguna hermosa joven coetánea.
Pero el joven Luis era muy firme en su elección de donarse totalmente a Cristo. En el año 1585,
con el padre ya resignado, firmó el acto de renuncia al marquesado en favor de su hermano
Rodolfo (quien fue acusado de varios delitos, fue excomulgado y, al final, fue asesinado). Entre las
personas simples había quien comentaba: «No éramos dignos de tenerlo como maestro. Él es un
santo y Dios nos lo ha quitado».
LUIS INICIA SU NOVICIADO ENTRE LOS JESUITAS EN ROMA. Aquí pronto se dieron cuenta
de que tenían, entre ellos, un alma favorita, ya entrenada en la penitencia y la oración (a los doce
años decidió meditar y rezar cinco horas al día). Algunos padres llegaron a ordenarle que limitara
su ardor, creyendo que podría dañar su salud, aunque él dijese que el recogimiento con Dios «casi
se había vuelto natural, encuentro paz y descanso y no dolor». Entre sus maestros de teología
tuvo a san Roberto Belarmino (1542-1621), quien espiritualmente asistió al joven hasta su lecho
de muerte, promovió su causa de beatificación y quiso que su propia tumba estuviera al lado de la
de Luis. El cual, durante la sequía y la serie de enfermedades infecciosas que golpearon a Roma
en los años 1590 y 1591, recorrió las casas de los nobles para recoger limosnas para los
necesitados y se distinguió por ayudar a los enfermos, en los que veía el rostro de Cristo mismo.
El 3 de marzo de 1591 se encontró con un apestado abandonado en la calle y no dudó en
cargarlo sobre sus hombros hasta el hospital. Se contagió, pero la enfermedad, que lo llevó a la
muerte el 21 de junio (a los 23 años), no lo perturbó en absoluto, preparado como estaba para el
encuentro con Dios: «Me estoy yendo feliz», decía a todos. En aquellos días escribió una  carta a
su madre, como un verdadero creyente en Cristo: «Madre ilustrísima, debes alegrarte mucho
porque por mérito tuyo Dios me indica la verdadera felicidad y me libera del temor a perderlo. Te
confiaré, oh ilustrísima señora, que, meditando sobre la bondad divina, el mar sin fondo y sin
litoral, mi mente está extraviada. No llego a entender cómo el Señor mira mi pequeño y breve
esfuerzo y me recompensa con el descanso eterno y desde el Cielo me invita a esa felicidad que
yo hasta ahora he buscado con negligencia [...]. Oh, ilustrísima señora, guárdate de ofender la
infinita bondad divina, llorando como muerto al que vive en la presencia de Dios [...]. Y tú, continúa
asistiéndome con tu bendición materna, mientras estoy en el mar hacia el puerto de todas mis
esperanzas».
Patrono de: jóvenes, estudiantes, pacientes con Sida
Santo Patrono de la juventud. San Luis Gonzaga es un ejemplo de la libertad interior que
caracteriza a lo mejor de la juventud: resistiendo a presiones de todo tipo, el primogénito de los
marqueses de Castiglione buscó la manera de seguir la voz del Espíritu que resonaba en su
conciencia.

La vida de San Luis Gonzaga —un joven que llevado por una fe sólida murió a los 23 años por la
peste que contrajo de los enfermos a los que atendía en Roma— constituye un modelo de valor
para la sociedad de hoy, nuestro día a día deberá atestiguar esa convicción.

«Recibir las preferencias significa iniciar de inmediato su puesta en práctica cambiando los estilos
de vida y trabajo que obstaculizan la renovación de las personas, comunidades y obras
comprometidas en la misión». La capacidad que mostremos de sumar y acompañar a los jóvenes
será en los próximos años un buen indicador de la medida en que respondemos a esa llamada a
la conversión.
Los jóvenes como llamada a la conversión
Publicado: Miércoles, 27 Febrero 2019

El próximo 9 de marzo concluye el Año Jubilar de San Luis Gonzaga durante el que la Iglesia ha
recordado al Santo Patrono de la juventud. San Luis Gonzaga es un ejemplo de la libertad interior
que caracteriza a lo mejor de la juventud: resistiendo a presiones de todo tipo, el primogénito de
los marqueses de Castiglione buscó la manera de seguir la voz del Espíritu que resonaba en su
conciencia. No podía haber mejor inspiración para el Sínodo de la Juventud y del Discernimiento
Vocacional celebrado en Roma el pasado mes de octubre. Durante este encuentro, la Iglesia ha
reafirmado su voluntad de abrirse a unos jóvenes que desean ser «escuchados, reconocidos,
acompañados» y que no están dispuestos a admitir «respuestas preconfeccionadas y recetas
preparadas».

El trabajo con jóvenes está en la esencia del apostolado jesuita. La experiencia de Ignacio se
convierte muy pronto, en Paris, en un encuentro con otros jóvenes compañeros para compartir su
amor por Cristo. Posteriormente, la Compañía no tardó en comprender que los colegios eran el
mejor medio a su alcance para transformar la cultura en clave evangélica. Cinco siglos después,
en las preferencias apostólicas para la Compañía de Jesús que acaba de anunciar el Padre
General, seguimos apuntando a los jóvenes como una de las cuatro áreas fundamentales de
nuestra misión: «Acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador».

Los jesuitas trabajamos con la juventud porque creemos en los jóvenes: creemos en su
generosidad, en el fruto que pueden dar sus deseos de cambiar este mundo fracturado. El Padre
General, Arturo Sosa, ha insistido en el papel fundamental de los jóvenes para la misión: son ellos
los que pueden aportarnos una comprensión interna del cambio de época que estamos viviendo.
En ellos podemos actualizar el encuentro de cada persona con Jesús.

Pero el Padre General también señala un elemento que nos interpela de manera directa:
«acompañar a los jóvenes nos exige coherencia de vida, profundidad espiritual, apertura a
compartir la vida-misión en la que encontramos sentido a lo que somos y hacemos». Contar con la
complicidad de los jóvenes hoy tiene mucho que ver con la fuerte llamada a la conversión
personal, comunitaria e institucional que vive la Compañía y el conjunto de la Iglesia. En nuestro
caso, significa el regreso a nuestras raíces, teniendo memoria viva de la experiencia de los
primeros compañeros en Venecia, como nos invitó a hacer la Congregación General 36.

La vida de San Luis Gonzaga —un joven que llevado por una fe sólida murió a los 23 años por la
peste que contrajo de los enfermos a los que atendía en Roma— constituye un modelo de valor
para la sociedad de hoy, nuestro día a día deberá atestiguar esa convicción.

«Recibir las preferencias significa iniciar de inmediato su puesta en práctica cambiando los estilos
de vida y trabajo que obstaculizan la renovación de las personas, comunidades y obras
comprometidas en la misión». La capacidad que mostremos de sumar y acompañar a los jóvenes
será en los próximos años un buen indicador de la medida en que respondemos a esa llamada a
la conversión.

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