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SOLA ENTRE ELLOS
Un viaje de descubrimiento espiritual
al corazón de María Magdalena
ISBN 978-987-08-1531-0
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para contar y ella lo hizo posible. Su experiencia, profesio-
nalismo, guía, hicieron de nuestros encuentros algo único
para mí que atesoraré por siempre.
A mi queridísimo amigo Marcelo Lapajufker, quien
me acerco a Alicia Grinbank y me apoyo desde el primer
momento en este nuevo desafío.
A Gonzalo Miranda, mi adorado primo-hermano por
ayudarme a dar mis primeros pasos en el mundo editorial.
Gracias a todos y cada uno de los integrantes de mi
amorosa familia, los Ventura, Miranda y Braier, por en-
tusiasmarse con mis relatos, celebrar cada logro y haber-
me impulsado a la superación.
A los cinco Ángeles que me cuidan y guían desde el
cielo, mis abuelos Adela, Rafael, Eve y Luis, y a mi amado
tío Ninin.
Gracias a todos los lectores por haber aceptado la invi-
tación de acompañarme en este viaje y de alguna manera,
entrar en sus vidas.
Y el agradecimiento más especial se lo debo a Ella.
¡Gracias María Magdalena!, por darme el honor de ha-
blar en tu nombre y hacer de tu causa mi misión en esta
vida.
¡¡Gracias a todos!!
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SOLA ENTRE ELLOS
Un viaje de descubrimiento espiritual
al corazón de María Magdalena
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Pero antes de adentrarme en su magnífico ministe-
rio en el sur de Francia, déjenme que les cuente algunos
datos reveladores sobre su verdadera historia: jamás fue
prostituta, ni pecadora, ni penitente. Ella fue la mujer y
complemento divino de Jesús: la custodia de su mensaje
original, de su descendencia y linaje. Mujer de inmensa
Fe, sabiduría y coraje. Considerada por la Iglesia católi-
ca como Apóstola Apostolarum o “La Apóstol entre los
Apóstoles” en tanto fue la primera testigo de la resurrec-
ción de Jesús. Y ya veremos las pruebas de todas estas
afirmaciones y de muchas más.
Empecemos por el principio.
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dedor me advierte que no sabe si llegarán a la Argentina
los volúmenes 2 y 3, que lo continúan. Como en esa épo-
ca yo viajaba mucho al exterior por trabajo, sabía que de
alguna manera accedería a ellos, así que compré el prime-
ro sin dudarlo.
“La Esperada”, fue de esos libros que te sacuden, te
abren la cabeza y te llevan a querer, desesperadamente,
viajar a cada lugar donde se encuentran los secretos nom-
brados en dicho libro... alguno de ellos más a la vista y
otros más ocultos. Era tanta la información en él con-
tenida y tan sorprendente, que se me hacía casi imposi-
ble dormir después de leer sus páginas. A partir de allí,
mis líneas de investigación se hicieron más exhaustivas e
incesantes. Accedí entonces a una vasta información y a
lugares maravillosos. Si bien unos años antes había leído
“El Código Da Vinci” de Dan Brown, el cual me quitó el
aliento, “La Esperada” me marcó a fuego.
Para el año 2011 ya los otros dos libros de la trilogía de
la Magdalena: “El Libro del Amor” y “El Príncipe Poe-
ta” habían sido lanzados al mercado y yo los tenía en mi
poder.
Cuando finalicé la lectura del Príncipe Poeta veo en la
contratapa, que su autora promociona su página de Face-
book. Decidí entonces crear la mía propia en ese medio
con el fin de seguir a esta mujer y escritora maravillosa... lo
que llamamos “un libro abierto”. Sus más de veinte años de
investigación sobre la verdadera historia de María Magda-
lena la llevaron desde Jerusalén hasta el sur de Francia, des-
de la biblioteca Vaticana hasta Lucca y Mantova en Italia.
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En mayo del 2013 viajo a conocerla y a realizar nuestro
primer viaje juntas: “FRANCIA SAGRADA”. Un via-
je espiritual de alto voltaje, que cambiaría mi vida para
siempre, donde mi alma resonaría con el lugar y la histo-
ria viva del país cátaro.
La tierra donde vivieron los descendientes de María
Magdalena y sus enseñanzas, mi tierra.
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Pero, ¿quiénes fueron los Cátaros?
Para recordarlos tenemos que transportarnos al siglo XII.
Los cátaros habitaban esta parte del sur de Francia
conocida también como Occitania o Languedoc. Eran
llamados “bons hommes” y “bonnes femmes” es decir
“buenos hombres” y “buenas mujeres”. Creían en el amor
libre, en la igualdad entre el hombre y la mujer, y eran
dualistas. En su mayoría artesanos, agricultores, que lle-
vaban una vida espiritual muy activa, en consonancia con
la naturaleza. Cultivaban virtudes como la caridad y la
humildad conviviendo pacíficamente en comunidad con
extrema devoción y sencillez, profesando la paz en todas
sus formas. Habitualmente celebraban sus ritos y oficios
al aire libre y practicaban la meditación.
Los cátaros rechazaban la autoridad temporal de la
Iglesia así como el Antiguo Testamento. Ellos practicaban
las enseñanzas del “Camino del Amor” de Jesús & Ma-
ría Magdalena, de quienes eran descendientes directos.
Buscaban un retorno a la pureza del cristianismo primiti-
vo, y creían que la Iglesia no era necesaria para conectarse
con Dios. Insistían en el contacto directo y personal, una
experiencia mística y religiosa de primera mano. Y a esta
experiencia se la denominó “gnosis” (palabra griega que
significa “conocimiento”)1
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Veneraban a María Magdalena como sacerdotisa, como
par y esposa de Jesús, la mujer que conservó el mensaje
original de su amado y lo transmitió activamente en esta
parte del mundo. Los cátaros suscribían a la doctrina de
la reencarnación y a un reconocimiento del principio fe-
menino de la religión. Los maestros y predicadores de las
congregaciones cátaras, llamados “perfectos” eran, desde
luego, de ambos sexos.2
A lo largo y a lo ancho del País Cátaro podemos encon-
trar grutas, iglesias e imágenes dedicadas a María Magda-
lena. Algunos lugares ocultos entre las montañas, como la
gruta de Gorge de Galamus; asimismo María Magdalena
representada a veces como la Virgen Negra, una de ellas
se puede ver en la iglesia de Aigne, esa bellísima y única
ciudad circular. Si bien la Virgen Negra está asociada a
la veneración de la Madre Tierra, también era la forma
en que los Cátaros podían rezar a su amada Magdalena,
evitando las sospechas de la Iglesia.
Los cátaros fueron sumando cada vez más adeptos a
lo largo de los años y sus creencias se propagaban rápida-
mente por toda la región, cosa que incomodaba, y mucho,
a la Iglesia Católica, ya que los veía como una amenaza al
poder de Roma.
El catarismo fue de inmediato catalogado como here-
jía por la Iglesia que veía cuestionada su autoridad sobre
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toda la cristiandad. A causa de esto, a principios del siglo
XIII –exactamente en 1209– Roma, liderada por el Papa
Inocencio III, desataría una sangrienta cruzada contra los
cátaros, y a mediados del siglo XIV el atroz mecanismo
de la Inquisición los haría desaparecer.
Fue una cruzada de cristianos contra cristianos. Cuan-
do uno de los soldados le preguntó al malvado Simón de
Montfort, líder de la cruzada, cómo distinguirían a los
cátaros del resto de los cristianos, él respondió: “mátenlos
a todos, Dios reconocerá a los suyos”. El exterminio fue
de tal magnitud que podría considerarse el primer caso de
genocidio de la historia moderna de Europa.
Cuenta la historia que cuando los Cátaros, liderados
por el valiente vizconde Raymond-Roger de Trencavel,
luego de duros enfrentamientos con los Cruzados, acep-
taban su destino y eran llevados a la hoguera, antes de ser
lanzados al fuego gritaban en occitano: ¡DEMORI!, que
significa: ¡YO PERMANEZCO! “Aunque nos quemen
en la hoguera nuestro legado permanecerá por siem-
pre”. Y realmente ellos permanecen hasta nuestros días;
basta con recorrer sus tierras y sus castillos como Car-
cassonne, Montsegur, Lastour, Mas Cabardes, Minerve,
Toulouse o Bézier para sentir su viva presencia.
En mi caso, habiendo realizado un recorrido tan reve-
lador por estas tierras, donde las piedras de cada ciudad
amurallada nos cuenta la historia a gritos, confirmé lo
que en verdad ya sabía desde hacía mucho tiempo: mi
pasado cátaro.
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Minerve, tierra de descendientes del linaje
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una tristeza inexplicable que me llevó hasta las lágrimas.
Pero... ¿qué me pasaba? ¿De dónde venía esta sensación
de tristeza tan profunda y miedo a la vez?
Como durante el paseo teníamos tiempo de caminar
solos antes de encontrarnos para almorzar, yo me perdí
entre las callecitas. Quería estar sola, respirar ese aire, en-
tender, buscar respuestas. Hubo una calle en particular,
la Rue des Martyrs, que me dio miedo y no me atreví a
cruzar. Luego sabría que esa calle llevaba a la hoguera, a la
“Malvoisine”, donde los cátaros fueron quemados, mejor
dicho, fuimos quemados.
Hace unos años llevo tatuado mi pasado cátaro no solo
en mi alma, sino también en mi muñeca izquierda, la
cual está en línea directa al corazón: Demori!
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en la cual, llegando a su centro, se abre un hermoso pa-
tio sobre el que balconean muchas casitas con ventanas y
postigos de madera, faroles y una pequeña pero vibran-
te iglesia en el medio. Iglesia dedicada a mujeres Santas.
Mientras esperamos que nos abran veo que un hombre,
hoy amigo, Olivier, baja las escaleras de una de las casas
y se dispone a abrirnos la puerta de la iglesia. ¡Jamás olvi-
daré el tamaño de esa llave y su cerradura!
Al ingresar nos recibe una bella Virgen Negra, chi-
quita, dentro de una ermita en la pared, cubierta por un
vidrio protector. Su atuendo era dorado. Primer indicio
de que no se trataba de la Virgen María ya que jamás viste
de dorado como tampoco de brocato. Esos colores suelen
reservarse para las novias. Nuestra novia sagrada: María
Magdalena.
Con cada descubrimiento mi amor y devoción por ella
iban en aumento, como también mi fascinación por todo
lo que estaba viviendo y aprendiendo.
La iglesia posee un altar de piedra; nos dijeron que si
nos parábamos detrás del mismo, como si fuéramos a dar
misa, sentiríamos esa energía que hace de esta iglesia algo
muy especial.
Tal vez por encontrarme junto a un grupo de mujeres
a las que no conocía de antes, o por mi sed de descubri-
miento perdí todo tipo de inhibición y mi timidez dio
paso a mi coraje.
Le dije a Kathleen que quería pararme ahí, y casi ju-
gando a ser cura o sacerdotisa, me situé detrás del altar y
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permanecí quieta observando el crucifijo dorado ubicado
sobre él.
Inmediatamente siento en mis piernas una energía
muy fuerte, como un cosquilleo que me llega hasta los
brazos... parecía que el piso se movía. Busco con mis ojos
desesperadamente a Kathleen, quien ya estaba parada
a mi lado para abrazarme y fundirnos en un profundo
llanto de emoción. Todo lo que pasó allí fue entre loco
y mágico. Algunos vieron y sintieron la presencia de los
custodios del lugar. ¿Ángeles? Una de las chicas lloraba
de manera incontrolable. La consolamos durante más de
media hora, simplemente abrazándola y en silencio. En
ese lugar tan sagrado, de tanta energía femenina, tuve la
segunda experiencia más fuerte de mi vida.
Al salir nos dirigimos al micro que nos esperaba para
llevarnos de regreso al hotel; ni bien me siento –obser-
vando la lluvia por la ventanilla– un intenso olor a rosas
invade todo el lugar. ¿Quién se estaba poniendo perfu-
me? Aún éramos pocas y faltaban subir más de la mitad.
Nadie se estaba perfumando.
Ahí también aprendí dos cosas, que el olor a rosas es la
presencia de la Virgen María y que las manifestaciones que
yo tendría de ahora en más serían a través de mi olfato.
De regreso en Carcassonne, antes de ir a cenar, deci-
dimos ir a la Iglesia de Saint Nazaire, dentro de la ciudad
amurallada. Una iglesia imponente, enorme, gótica.
Nos recibe una hermosa escultura de Juana de Arco,
le rezo y enciendo una vela. Juana era de familia cátara,
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por ende descendiente de María Magdalena. Nació un
6 de enero de 1412 en la ciudad de Domremy; nunca
estuvo loca –tal como cuentan algunos relatos– sino que
tenía visiones recurrentes del Arcángel Miguel quien la
guiaba. Así fue que, con solo diecinueve años, coman-
dó un ejército a favor del Rey de Francia, Carlos VII,
ganando varias batallas contra los ingleses, quienes fi-
nalmente la toman de rehén... y ya sabemos su final.
Mujer, Mística, Cátara, Guerrera, Mártir, Santa, son las
palabras que definen a mi querida Juana. Hace ya mu-
chísimos años que la imagen de Santa Juana de Arco se
encuentra en casi todas las iglesias de Francia y es consi-
derada su Patrona y Protectora.
Continuamos con nuestro recorrido por la Iglesia de
Saint Nazaire cuando en una de sus capillas nos encon-
tramos con una escultura de la Piedad. Pero ¡oh sor-
presa! ¿Quién era en verdad la mujer que sostenía a Je-
sús? Sí, María Magdalena, su viuda. Vestida de brocato,
como su esposa.
Fin de un día agitado e inolvidable. Mucha informa-
ción por procesar y vivencias para recordar.
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Gorge de Galamus, donde enseñaba oculta
María Magdalena
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más. En mi libre interpretación, ella representa la verdad
oculta, ciega, la que nos escondieron por siglos... el amor
de Jesús y su amada María Magdalena.
Cuando terminamos el recorrido, un pequeño negocio
de souvenirs se vio invadido por todas nosotras, ávidas
de llevarnos medallitas, estampitas y todo lo alusivo a la
esposa de Jesús.
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ner el primer pie, mi compañera me toma del brazo y
me dice: “pidamos permiso a nuestros hermanos cátaros
para subir, y protección a los ángeles para llegar a la cima
sanas y salvas”. Así lo hicimos. Sintiéndonos protegidas,
comenzamos a escalar. A la dificultad del camino se su-
maba la lluvia y –dada la altura–, también la niebla. El
castillo de Montsegur es una fortaleza abierta, sin techo,
con un arco de piedra como entrada y otro como salida.
Ni bien llegué, agitada por el esfuerzo, entré a las ruinas;
de repente me invadió un calor asfixiante en todo el cuer-
po; sentí mis manos (que un segundo antes estaban hela-
das) como cercanas a una estufa encendida... una hogue-
ra. Eso, exactamente. Fue una hoguera. Allí quemaron
vivos a cientos de cátaros, sin importar si eran mujeres,
niños, embarazadas, nada. En marzo de 1244 y luego de
diez meses de asedio y una resistencia tenaz, la majestuosa
fortaleza de Montsegur capituló y el catarismo dejaría de
existir... en apariencia.
Mi compañera, con la cual habíamos pedido protec-
ción antes de subir, me muestra sorprendida una mancha
en su campera. Era el dibujo perfecto de unas alas de
ángel. Pero... ¿cómo sucedió? Yo intenté sacar una foto
enseguida, pero ni mi celular ni el de ella funcionaban.
Ambos se habían “muerto” literalmente. Permanecimos
un rato allí, rezando, recordando, sanando. Cuando baja-
mos todo el grupo nos esperaba ansioso para que contá-
ramos la experiencia vivida. No salían de su asombro ante
lo que les relatábamos.
Una vez más, sentí marcado a fuego mi pasado cátaro.
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Alet-les-Bains, aldea de Nostradamus
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McGOWAN, KATHLEEN. “La Esperada”: Libro primero de la Trilogía
del Linaje de la Magdalena. Ediciones Urano, 2005, pág. 210.
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tierras a través de rutas comerciales y marítimas como
Marsella o España a través de los Pirineos. La Iglesia de
Roma no gozaba de mucha simpatía en esta región.4
Todo me impactó y mucho. Iba comprendiendo parte
de mi vida pasada y asimismo de la actual: yo soy cristia-
na (y en otra vida cátara) y mi marido, judío.
Sobre el lateral de la fachada se continuaban otros sím-
bolos más pequeños tallados en madera, específicamente
cruces conocidas como la cruz paté. Eran cruces templa-
rias, lo que nos dejaba comprender que los Templarios cus-
todiaban el lugar y su legado. Ríos de tinta hay escritos
acerca de ellos, con ánimos fervientes tanto a favor como
en contra de esta celosa organización sacro-militar. Los
Caballeros Templarios o Los Pobres Caballeros de Cris-
to –como se conoció inicialmente la Orden– fue fundada
en 1118 por un noble de la Champagne, Huges de Payen.
Su misión principal era proteger a los peregrinos que via-
jaban hasta Tierra Santa, velando por la seguridad en los
caminos y carreteras. Esta milicia de Cristo luchaba he-
roicamente en Tierra Santa, y su cristiana empresa obtuvo
en poco tiempo fuerte reconocimiento a lo largo de toda
Europa. Incluso San Bernardo, hombre influyente de la
Iglesia por aquellos tiempos, redactó un texto en el que
destacaba con euforia los valores cristianos de los Templa-
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rios.5 Fue, a su vez, una orden poderosa económicamente
de donde surgirían los primeros banqueros de la historia.
Hasta el Rey de Francia, Felipe el Hermoso, quien años
más tarde ordenaría la detención, tortura y desaparición de
la Orden, había tenido que recurrir financieramente a los
Templarios. Algunas investigaciones revelarían más tarde
que esta milicia de monjes guerreros llevaba a cabo, secreta-
mente, una misión suprema y desafiante, constituyéndose
en lo que podríamos describir como “el brazo armado de
María Magdalena”: los custodios de sus restos y guardianes
de su descendencia y legado. Por ende, los protectores del
Santo Grial. Según algunos relatos históricos, ellos venera-
ban a una cabeza de mujer... ¿sería la de María Magdalena,
hoy exhibida en Saint-Maximin-la-Sainte-Baume? No se
sabe a ciencia cierta ni podríamos confirmarlo. Lo que sí
sabemos es que en el apogeo de su historia fueron la orga-
nización más poderosa e influyente de toda la cristiandad,
con una única excepción posible aunque obvia: el papado.
Relatos y crónicas de la época demuestran que muchos fu-
gitivos cátaros encontraron refugio en las filas templarias y
también que una proporción elevada de altos mandatarios
de la Orden procedían de familias cátaras.6
“El que pueda entender, que entienda” Mateo 19,12.
5
M.BAIGENT, R. LEIGH Y H.LINCOLN. “El enigma Sagrado”: El
Santo Grial, La orden de Sion, los Templarios, los Francmasones, los Cá-
taros, Jesucristo. Editorial Planeta, 2015.
6
M.BAIGENT, R. LEIGH Y H.LINCOLN. “El enigma Sagrado”: El
Santo Grial, La orden de Sion, los Templarios, los Francmasones, los Cá-
taros, Jesucristo. Editorial Planeta, 2015.
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Rennes-le-Château y los misterios
del cura Saunière
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había sido consagrado a María Magdalena en 1059 y se
alzaba sobre los cimientos de una estructura visigótica to-
davía más antigua, que databa del siglo VI.
Saunière comienza una modesta restauración de la
iglesia; según cuenta la historia y gracias a investigadores
como los arriba mencionados se sabe que Saunière encon-
tró una serie de pergaminos con información sumamente
valiosa. ¿Datos irrefutables del verdadero cristianismo?
¿El rol de María Magdalena como cabeza de la Iglesia
luego de la muerte de Jesús? ¿Documentos secretos de los
Caballeros Templarios? ¿Amenazarían estos pergaminos
a toda la autoridad de la Iglesia católica?
Saunière muere un 22 de enero de 1917 sin confesar,
dejando en Rennes-le-Château el legado de una fastuo-
sa obra arquitectónica valuada hoy en millones de euros.
Probablemente obtuvo el dinero para dicha obra gracias
a la venta de la información secreta contenida en esos do-
cumentos.
¡Qué misterio tan grande y a la vez tan halagador para
nosotros, los devotos de María Magdalena! ¡Qué agrade-
cida estaba yo con este párroco irreverente!
Seguimos nuestro camino hacia la iglesia. Ecléctica,
adornada en su fachada con azulejos amarillos y blancos,
y ante la entrada una imagen de Asmodeo o el diablo.
Esculturas, vitrales y pinturas de María Magdalena se
distribuyen a lo largo y ancho de toda la Iglesia. Todo
en ella es un enigma. Unos pasos más adelante Saunière
construyó también una réplica de la Torre Magdala, cuyo
original se encuentra en la ciudad de Magdala, pueblo
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natal de María Magdalena. Todo el recorrido es esotérico,
misterioso y fascinante.
A metros de la iglesia un hermoso restaurante “Le Jardin
de Marie” nos espera con un sabroso almuerzo al aire li-
bre, acompañado por música de arpa tocada por las manos
celestiales de la grandiosa Ani Williams. Por supuesto esa
melodía es dedicada a nuestra heroína: María Magdalena.
Rennes-le-Château terminó siendo una fiesta de cele-
bración y agradecimiento, de conexión con lo espiritual y
lo misterioso. ¡Gracias Saunière!
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experiencias, las cuales fui compartiendo en llamadas te-
lefónicas y también por Facebook.
En esa época yo trabajaba en una multinacional desde
hacía catorce años y tenía un rol de mucha responsabilidad.
El regreso fue un espanto: literal. No me conectaba
con nada del trabajo, miraba todo el tiempo el cielo por la
ventana de mi oficina, y lo único que quería era hablar del
viaje. Dicen que después de viajar el cuerpo vuelve pero el
alma tarda en regresar, al menos siete días más. Yo creía
que la mía no iba a volver nunca. Mi oficina era enorme
pero me asfixiaba; no concebía estar ocho o nueve ho-
ras encerrada ahí, de reunión en reunión... me parecía
una cárcel. Me preguntaba cómo había hecho todos estos
años para estar en esa enloquecida carrera corporativa a
la que, desde ese momento, empezaba de a poco a dejar
de pertenecer.
Lo único que me daba satisfacción era haber aumenta-
do mi colección personal de esculturas pequeñas, que ex-
hibía orgullosamente en un sector de mi escritorio: caba-
lleros templarios, hospitalarios, la Victoria de Samotracia,
la Venus de Botticelli, Juana De Arco, María Antonie-
ta, Napoleón, el emperador Augusto y Julio César entre
otros. A quienes venían a reunirse conmigo les encanta-
ban y me preguntaban por cada una, lo cual me daba pie
para contarles mis experiencias. Era divertido que gente
de otras áreas pasara por mi sector solo para ver mi ofi-
cina. Pero fuera de esa agradable situación, nada volvió a
ser lo que era. Yo me había transformado. Mi espíritu, mi
esencia vibraban ahora en otra sintonía.
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Algo tenía que hacer con esto que me pasaba. Cuando
la gente me escuchaba hablar se quedaba atenta, pregun-
tando. Mi marido me decía: ¡tenés que escribir un libro!
Pero yo en ese momento sentía que por ahí no iba. Pero...
¿por dónde iba?
Desde chica me habían fascinado las esculturas, re-
cuerdo que en algún momento de mi niñez tanto quería
aprender que mi mamá buscó algún taller para que toma-
ra clases: lamentablemente no había ninguno cercano por
donde vivíamos.
Pero ese momento llegó con mi adultez... ahora iba a
esculpir, sí, ese sería mi medio de expresión. Empecé a
googlear talleres de escultura en Capital Federal y obtuve
una lista de no más de siete lugares. Entro al link de cada
uno, y al llegar al último me quedo dura: el taller se lla-
maba “Bendita la luz” y la primer imagen que aparece es
una espectacular escultura de San Miguel Arcángel.
Este es el lugar, me dije. Estaba claro que yo no podía
ir con mis inquietudes a cualquier espacio de arte, tenía
que ser uno especial, y éste lo sería. Llamé casi inmediata-
mente para pedir información: una voz dulce y amable de
mujer me atiende. Me pregunta qué tipo de escultura me
gustaría hacer... yo no sabía bien cómo contestar o hasta
dónde contar.
Entonces le comento mi reciente experiencia de mi via-
je por el sur de Francia –tan espiritual– y le pregunto si
ella había escuchado hablar de los cátaros, me contesta
que sí. Yo no lo podía creer: muy poca gente de mi en-
torno sabía quiénes eran. Pero Erika, mi profesora y hoy
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amiga, sí sabía quiénes eran y ella también tenía una his-
toria para contarme.
Así como decido empezar a esculpir empiezo asimismo
a leer mucho y a buscar información. Libros comprados
en Francia, España, otros en Estados Unidos, a través de
Amazon, todos comenzaron a llenar mi biblioteca. Un
libro me llevaba a otro y ese a otro y así me sumergí en mi
propia investigación, sacando mis propias conclusiones.
La Provenza, el exilio
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tomb of Mary-Magdalene, Saint-Maximin-la-Sainte-
Baume Christianity’s third most important tomb” – The
Provençal Tradition)
Según la tradición oral había otra pasajera en el bote,
la cual es confundida frecuentemente con otra de las sir-
vientas debido a su piel oscura. Ella es Sara, y por sus
venas corre la sangre de Jesús y María Magdalena. La des-
cendiente del linaje sagrado. Algunas versiones dicen que
nació en el sur de Francia, otras que nació en Éfeso, Egip-
to, en el año posterior a la crucifixión, donde este grupo
de santos estuvo un tiempo antes de arribar a la Costa
Azul. Fue el propio Jesús quien, desde la cruz, anunció a
María Magdalena que en su vientre cargaba con su hija y
que le pondría de nombre Sara.
Sara es conocida como Sara-la-Kali y venerada por
los gitanos como su Santa y Protectora en toda el área
de Saintes-Maries-de-la-Mer. Allí se encuentra la mayor
iglesia construida en su honor, la Iglesia de Nuestra Se-
ñora del Mar.
Infinidad de pintores renacentistas han retratado a
María Magdalena embarazada, incluso al pie de la cruz,
como veremos en unos capítulos más adelante.
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Yo crecí en una familia católica, respetuosa de la religión
y sus festividades, aunque no practicante en demasía. Mis
estudios secundarios, sin embargo, los cursaría en una ins-
titución católica de monjas francesas, solo para mujeres:
“Inmaculada Concepción”. La universidad también sería
de orientación cristiana, la “Universidad del Salvador”,
allí adquiriría conocimientos de teología a lo largo de los
cinco años de estudio. Evidentemente, mi sed de conoci-
miento o tal vez mi romanticismo hicieron que arribara a
las conclusiones que hoy comparto en este libro.
En muchos textos se hace referencia al posible casa-
miento de Jesús & María Magdalena, incluso en varios
se especula con que “las bodas de Caná” retratan el casa-
miento entre nuestros dos protagonistas. Como nos ilu-
mina la escritora Margaret Starbird en su libro “La Diosa
en los Evangelios”:
“En el siglo I, entre los primeros cristianos, no era una
herejía creer que Jesús estaba casado. Para el judaísmo de
esa época, el matrimonio se consideraba el único estado
natural para un hombre adulto. De acuerdo con los pre-
ceptos de la ley judía y la práctica derivada de la Torá,
los jóvenes se casaban antes de cumplir veinte años.” Y es
sabido que Jesús repitió incansablemente que Él no había
venido a cambiar la ley sino a cumplirla. Sólo en genera-
ciones posteriores la Iglesia le impuso a Jesús el celibato,
que no fue obligatorio hasta 1139.
Personalmente, y luego de más de quince años de in-
vestigación, creo en esta unión sagrada. Mucha gente se
escandaliza ante esta posibilidad. Ahora me pregunto:
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¿Qué cambia si Jesús estuvo casado o no? ¿Acaso sus en-
señanzas no siguen siendo válidas? ¿Perdería el carácter
de Divino y de Ser Iluminado, aquel que entregó su vida
por nosotros? Definitivamente para mí, no: nada cambia.
Por el contrario, lo acerca más. Entender que Él fue un ser
de luz, que vivió una vida terrenal como cada uno de los
que están leyendo esto, lo humaniza aún más.
Tampoco dudé nunca del amor entre Jesús y María
Magdalena, siempre fue algo natural para mí, por lo
tanto que se amaran y tuvieran descendencia me pare-
cía una historia de amor fascinante. Salvo que la Iglesia,
liderada por el Emperador Constantino en aquella épo-
ca, acomodó la historia a fin de contarnos lo que le era
más conveniente luego del concilio de Nicea en el 325dc.
Es en este concilio que se define cuáles Evangelios serían
considerados canónicos y cuáles serían dejados de lado.
Constantino decide unificar la religión del reino debido
a las muchas disputas entre las multitudes de distintas
creencias. Su madre, más tarde conocida como Santa
Helena, era ferviente devota de Cristo, y Constantino la
envía a Tierra Santa en misión especial a buscar reliquias
de Jesús, puntualmente restos de la cruz. Reliquias que
convencerían al Emperador para transformar todo el im-
perio en cristiano.
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te; mientras trabajaba en la arcilla tratando de lograr la
imagen de una mujer armónica y serena hablaba con ella,
le rezaba, le pedía ayuda para que mis manos pudieran
crearla según sus deseos. Me acompañaba la música de
arpa de Ani Williams: “Garden of the Magdalene”, C.D.
comprado en Rennes-le-Château.
Muchas veces, antes de irme del taller, le encendía una
velita. Una noche, al rato de haberme retirado, Erika me
llama por teléfono con una risa nerviosa para decirme que
el fuego de la vela era misteriosamente enorme, y que se
quemaría el porta velas. Nos reímos juntas: era la energía
femenina de María Magdalena que se hacía presente. En
el fondo ya estábamos acostumbradas a experimentar es-
tas manifestaciones poco convencionales en el taller, y lo
tomábamos como un mensaje de amor.
Bretaña sagrada
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amistad por Facebook un par de años antes de conocer-
nos en persona, ya que formábamos parte del exclusivo
grupo de seguidoras de Kathleen. En dicho grupo solían
generarse algunos debates muy jugosos que llegaban al
punto de extensas y hasta acaloradas discusiones, ya sea
sobre los Evangelios o sobre Leonardo Da Vinci –si era
bautista o no– y tantos otros tópicos apasionantes.
Este viaje tuvo tres lugares especialmente reveladores:
las tierras del Rey Arturo, el Monte Saint Michel y, desde
luego, Paris.
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y las leyendas del Rey Arturo. Popularmente el Grial
siempre estuvo asociado al cáliz del cual Jesús bebió el
vino en la última cena. Sin embargo, si exploramos su
simbología vemos que la palabra Grial procede del tér-
mino Graal, que significa “Sangre de Dios”. Por lo tanto
“Santo Grial” o “San Graal”, se refiere a la sangre real.
Entonces, si el Santo Grial no era el cáliz, ¿qué era? o
¿quién era? Basta con observar los centenares de repre-
sentaciones medievales, renacentistas, barrocas, etc. de
María Magdalena en iglesias, cuadros, esculturas, alta-
res. Siempre se la ve sosteniendo el jarro de alabastro, es
decir “el Santo Grial”. María Magdalena es la portadora
de la sangre real. Su vientre es el Santo Grial que sim-
boliza la sangre, la estirpe y el linaje divino de nuestro
Señor Jesucristo. Muchos son los artistas que conocían
el secreto mejor guardado de la historia, y de un modo
sutil lo sacaron a la luz en sus obras. Si observamos con
detenimiento, por ejemplo, “La última Cena” de Leo-
nardo Da Vinci, veremos que no hay copas en la mesa y
no es que se le haya escapado el detalle a Leonardo. A su
vez, nos muestra a una dulce María Magdalena apoyada
sobre el hombro de Jesús, ocupando un lugar central
en la obra. Claramente Leonardo conocía el secreto y a
su manera quiso representarlo “para los que tienen ojos
para ver”. Otros ejemplos evidentes –menciono solo al-
gunos– son el cuadro de George de la Tour, “Magdalena
penitente” en el cual se destaca su vientre notablemente
exaltado, al igual que en el cuadro “María Magdalena
en éxtasis” de Caravaggio.
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Según algunos textos, uno de los descendientes de ese
sagrado linaje se instaló en Glastonbury junto a José de
Arimatea, hermano de la Virgen María. Allí fundarían la
primera colonia cristiana de Inglaterra, de donde poste-
riormente surgirían las leyendas del Santo Grial y del Rey
Arturo. 7
Caminamos hasta penetrar en lo profundo del “Val
sans retour” es decir el “Valle sin retorno”. En la entrada,
su lago Miroir-aux-Fées (espejo de las Hadas) destaca la
influencia de las hadas en el valle. Todos saben que, como
en “Alicia en el país de las Maravillas” ¡hay un mundo
completamente diferente más allá del espejo! Se dice que
a través del Miroir-aux-Fées se ingresa al portal de las le-
yendas. Cada atardecer Merlín elegía este lugar para ver
el sol esconderse en el bosque. Este hermoso lago rodeado
de tanta naturaleza, a pocos pasos del Árbol Dorado –que
según nos contaron data de la época de Arturo–, nos hace
sentir dentro de un libro de cuentos. Un mágico cuento
de hadas que nos transporta a otro tiempo.
No podíamos irnos sin pasar a despedirnos de Gine-
bra o Guenievre, el amor del Rey Arturo, en su fabuloso
castillo.
Esa noche festejamos abriendo una botella de hidro-
miel en honor al Santo Grial y a la amistad... ¡como aque-
lla de Merlín y Arturo!
7
McGOWAN, KATHLEEN. “La Esperada”: Libro primero de la Tri-
logía del Linaje de la Magdalena. Ediciones Urano, 2005- pág. 211.
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Monte Saint Michel: Cielo del
Arcángel Miguel
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que portó María Magdalena para ungir a Jesús luego de
la crucifixión– y la flor de lis. Estuvimos un buen rato
allí, rezando, cantando y conectándonos con esa potente
energía.
A la tarde, exactamente a las 18hs. tuvimos la opor-
tunidad –en un pequeño grupo– de participar en la
misa de celebración a San Miguel, San Gabriel y San
Rafael. Siete monjas de un lado y siete curas del otro,
pertenecientes a la Fraternidad Monástica de Jerusalén,
todos arrodillados rezaban frente a un ícono bizantino
de Miguel Arcángel ubicado en el centro del altar. Un
rayo de sol penetraba a través de un vitral y se detenía
justo encima del atril, como atravesando el corazón de
San Miguel. ¡Majestuoso espectáculo! Cuando empe-
zaron a cantar en francés me fue imposible contener las
lágrimas, agradecida por gozar del privilegio de vivir esa
experiencia. El olor a incienso me llegaba hasta el alma;
me sentí en perfecta comunión con ese estado de gracia
y devoción. A la salida de la misa, nadie hablaba. Vol-
vimos al hotel en un profundo silencio, envueltas en la
experiencia personal de cada una, para despedirnos de
este lugar mágico.
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¡Paris bien vale una Misa!
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En 1492, el Rey Charles VIII instaló una hermandad
dedicada a Santa María Magdalena en la primitiva igle-
sia existente desde el siglo XIII. Gracias a este vínculo
con la dinastía reinante, el Estado vigiló siempre con
la mayor atención las varias reconstrucciones efectuadas
en el santuario.8
Parada frente a sus veintiocho escalones, subo uno a
uno dando gracias por ese momento, por poder estar en
uno de los lugares más sagrados para mí: la Iglesia de la
Madeleine.
Entrar, arrodillarme y persignarme frente a ella, frente
a la escultura de esa bella mujer con los brazos abiertos...
como si estuviera esperándonos para darnos un abrazo.
Muy fuerte. Me detengo a observar su imagen: lenta-
mente miro cada detalle y pienso qué don ha tenido el
escultor a quien le fue encomendada semejante tarea. La
miro una y otra vez y de repente... ¡cómo no lo vi antes!
...¡Pero si es tan evidente, por Dios! Nuestro escultor qui-
so mostrarnos algo que siempre nos ha sido ocultado. Su
embarazo, a las claras, a la vista de todos. El lazo de su
vestido por debajo de su pecho y por arriba de su vientre
nos deja ver una hermosa y pacífica María Magdalena
embarazada. Innegable. Y otra vez más pienso en esa frase
que me retumba en la cabeza todo el tiempo “para los que
tienen ojos para ver y oídos para oír”... Esa tan conocida
frase repetida por Jesús a lo largo de todo su ministerio.
8
Iglesia de la Madeleine: historia de una parroquia. Impremerie Mo-
derne - Francia, 2000.
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Vuelvo para reunirme con el grupo que ya se había
adelantado y se encontraba ahora parado frente a una in-
mensa escultura que representa un casamiento. Ni bien
se entra a la Madeleine, sobre el lado derecho, se observa
esta escultura de tamaño real en el cual un hombre está
uniendo en santo matrimonio a una pareja. Comienzo
a escuchar el bullicio de mis compañeras, miro sus ca-
ras de sorpresa y trato de entender. ¿Qué? ¿Quiénes son?
En un segundo comprendo y confirmo lo que me pa-
recía estar escuchando: sí, era el casamiento de Jesús &
María Magdalena oficiado alegóricamente por San Juan
Bautista. Me quedo de una pieza, y empiezo a sentir un
asombro y una felicidad difíciles de explicar. Sí... como
dice Kathleen: “la verdad contra el mundo”.
La unión sagrada más hermosa de la historia jamás
contada, y yo parada frente a ellos.
Antes de irnos y seguir nuestro paseo, una vez más le
prendo una velita a Juana de Arco quien, por supuesto, tie-
ne su lugar destacado dentro de la Iglesia de la Madeleine.
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grupo no olía lo que yo sí. Como no conocíamos el cami-
no, confiaron en mi olfato y así fue como a 400 metros,
doblando a la izquierda, encontramos la catedral gótica
más famosa de Europa. Su laberinto simboliza el camino
que conduce de la tierra hacia Dios.
En silencio, la mayoría descalzos, nos dejamos llevar
por esa promesa de conexión celestial y recorrimos el la-
berinto cada uno a su tiempo. La Catedral de Nuestra
Señora de Chartres es una experiencia en sí misma. Su
cripta tiene varias capillas dedicadas a distintos santos y
una de ellas a Santa María Magdalena. Gótica con su
bóveda de crucería, fue parte del movimiento de restau-
ración como consecuencia de un gran daño sufrido du-
rante la Revolución Francesa. Sin embargo, un bellísimo
e intacto vitral de María Magdalena a los pies de Jesús
crucificado es el centro de todas las miradas. La expresión
del amor y el dolor en toda su magnitud.
Como reza el folleto que allí se entrega al peregrino:
“De todas las Biblias de piedra que son las grandes ca-
tedrales, la arquitectura, las vidrieras y las esculturas de
Nuestra Señora de Chartres hacen de ella una verdadera
obra de arte. Patrimonio Mundial desde 1979, es un mo-
numento de cultura, de fe y de Alto-Cristianismo”.
Es una parada obligada si se quiere volar despierto y
alcanzar el cielo.
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que –en verdad– es el “Meridiano de Paris”. Dicha lí-
nea terminaría dentro de la Iglesia de Saint Sulpice, la
segunda iglesia en importancia de Paris luego de Nôtre
Dame. También una de las más altas e imponentes de
toda la ciudad.
¿Qué había de especial para ver en Saint-Sulpice, en
esta iglesia lúgubre por partes y de aspecto inacabado?
Una desconsolada Virgen María tallada preciosa-
mente en mármol, sosteniendo con un brazo a su hijo
muerto sobre el regazo y abrazando con el otro a María
Magdalena quien, atravesada por el dolor, está sentada
en el piso apoyando su cabeza sobre la de Jesús, toma-
da de la mano de su amado. Una trinidad perfecta, de
amor, duelo y desconsuelo. La iglesia de Saint Sulpice se
transformaría desde ahora en parada obligada para mí
siempre que pisara Paris, así como ya lo era la Iglesia de
la Madeleine.
Paris había sido revelador y allí constaté que Francia
es el país de mayor veneración a María Magdalena. Y eso
que aún no había visitado la gruta en la que vivió du-
rante sus últimos años ni su tumba en Saint-Maximin-
la-Sainte-Baume, cerca de Marsella. Eso ocurriría cuatro
años más tarde.
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El error más grande
del Cristianismo
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Nadie puede negar que fue una mujer fuerte, de ex-
cepcional valor y coraje teniendo en cuenta cuán menos-
preciado era el rol de la mujer en el siglo I. Ella dejó todo
para seguir a un hombre, su hombre, su maestro. Vio a su
amado morir brutalmente en la cruz, y estando embara-
zada tuvo que huir de su tierra para cuidar su vida y la del
hijo que llevaba en su vientre.
Cuando veo la infinidad de bellas pinturas renacen-
tistas que muestran a María Magdalena ornamenta-
da con vestimentas de brillantes colores, collares, bien
peinada y adornada sé cuánto distan esas imágenes de
la realidad que ella vivió. Caminos de arena, piedra y
tierra eran los que andaba con sus humildes sandalias
de cuero, envuelta en túnicas de lienzo o arpillera, mar-
chando horas y días bajo el sol, la lluvia o el viento. El
tormento del Calvario, mezcla de sangre, terror, olor a
muerte. Sin duda, Dios le otorgó una templanza y una
Fe supremas para haberla puesto a prueba de semejante
manera... y ella pasó el examen con creces: una verdade-
ra sobreviviente.
Bienvenido sea este humilde libro si ayuda a echar luz
sobre su verdadera vida e historia y reivindica el lugar que
a ella le corresponde.
Entre los años 1962 y 1965 se lleva a cabo el Concilio
Vaticano II que finaliza bajo el mandato del Papa Pablo
VI. Con él, la Iglesia Católica inicia una de sus renova-
ciones más profundas. Reconociendo su error de siglos
se retractaría de esa fatalidad histórica modificando la
liturgia –a la luz del evangelio de Juan– y eliminando de
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todos los textos y homilías la visión de María Magdale-
na como prostituta.
En el año 1969 –coincidentemente año de mi naci-
miento– es nombrada Santa. En 1988 el Papa Juan Pablo
II, en la carta “Mulieris Dignitatem”, se refirió a ella como
la “Apóstol entre los Apóstoles” por haber sido la prime-
ra en ver a Jesús resucitado y ser la digna elegida para
comunicarlo al resto de los discípulos. Tendríamos que
esperar hasta el 2016 para que el Papa Francisco elevara
la festividad de Santa María Magdalena, el 22 de Julio, al
mismo nivel que el resto de los apóstoles, incluyéndola en
el calendario litúrgico oficial. Justicia 2000 años después
¡pero justicia al fin!
El Ángel
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Puse manos a la obra con mucho amor e inspiración.
Iba a ser una escultura grande. Pero como dice el refrán:
“el hombre propone y Dios dispone”.
Él dispuso que –en ese período– yo fuera ascendida
en mi trabajo a un rol de mayor jerarquía y responsa-
bilidad: las reuniones para conocer mi nuevo equipo y
visitar clientes, sumado a esto un mayor entrenamiento,
hicieron que por varios meses no pudiera ir a mis clases
de escultura.
Una tarde, en medio de la vorágine, me llama Erika
para decirme que mi ángel había bajado, que estaba ahí.
¿Qué? ¿Cómo que bajó? Eri ¿Qué me querés decir? le
pregunto.
Ella me dice: “hoy cuando entré al taller vi a tu ángel
parado contra el marco de la puerta, tenés que venir a ter-
minarlo. Te está esperando”. No hizo falta que me dijera
nada más para ponerme firme, bloquear las tardes de los
viernes para salir temprano de la oficina, cambiarme en el
baño y volar al taller a continuar mi obra.
Todo el proceso creativo es una experiencia mística en
sí misma, y más si uno hace arte sagrado.
Tuve varios contratiempos con la escultura dado que el
paso del tiempo había secado la arcilla y el ángel se había
partido en dos; una grieta importante separaba su pecho.
Por suerte tenía solución. Todo tiene siempre arreglo en el
taller de Erika ¡como por arte de magia!
Un día, mientras estoy trabajando en las alas, siento
un golpe y que algo cae sobre la mesa. Era un brazo, se
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había partido el hierro de su estructura; al rato, un nue-
vo golpe, otra caída: el otro brazo. Horrorizada, empiezo
a pensar cómo lo arreglaría si mi ángel tenía los brazos
cruzados sobre el pecho. Y entonces escucho la voz de
Lili, otra amiga del taller: “yo creo que tu ángel no quiere
brazos, solo necesita sus alas para volar”. Entonces decidí
que mi obra sería más artística, sin brazos pero sí con
unas alas imponentes, fuertes, capaces de transportarme
al mismísimo cielo.
La vida pasaba y mi comunión con la espiritualidad
se profundizaba. Descubrí más y más autores, que me
aportaron nuevos conocimientos, en particular sobre los
Evangelios. Tiempo atrás ya había leído tanto los canóni-
cos como los apócrifos y estos últimos me habían resulta-
do fascinantes, sobre todo el de Felipe, y por supuesto el
Evangelio de María Magdalena.
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que echan luz a la vida y al prominente rol de esta mag-
nífica mujer. El Evangelio de Felipe y por supuesto el de
María Magdalena son los que abrazo con mayor fervor.
Me permito sugerir a todo aquel que se sienta atraído y
desee seguir descubriendo los textos apócrifos, que ade-
más de adentrarse en los Evangelios de Tomás, Felipe y
María Magdalena acceda a otros dos invalorables docu-
mentos encontrados, dignos de lectura. Se trata de: “El
Diálogo del Salvador” y “Pistis Sophia”. En el primero,
Jesús habla de temas gnósticos con sus discípulos. Y si
bien se dirige a ellos en general, hay tres a los que nom-
bra con frecuencia: Tomás, Mateo y María Magdalena.
Por su lado, el otro documento consta “de una serie de
reflexiones y revelaciones gnósticas sobre Pistis Sophia:
“Fe y Sabiduría”.9
Los evangelios canónicos relatan menos de lo deseado
sobre María Magdalena aunque los cuatro evangelistas
coinciden en los mismos aspectos: la llaman María Mag-
dalena, Mariam y/o Miriam de Magdala, la destacan
como una fiel seguidora de Jesús y reconocen su rol pro-
tagónico tanto a los pies de la cruz como en ser la primera
testigo de la resurrección.
El material más temprano que hace referencia a Ella
proviene de dos fuentes: por un lado de los evangelios
canónicos del Nuevo Testamento, y por otro de los cono-
9
MARVIN MEYER con ESTHER A. DE BOER. “El Evangelio de
María”: La Tradición Secreta de María Magdalena, La Compañera de
Jesús. HarperCollins Publishers, 2006.
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cidos como Gnósticos, los cuales –obviamente– fueron
rechazados por la Iglesia Católica Romana.10
Gnóstico, de la palabra griega “gnosis”, significa “co-
nocimiento interior” o “auto-conocimiento”. Estos docu-
mentos también son conocidos como “apócrifos”, palabra
a la que habitualmente se le da una connotación negativa,
poniendo en su significado una idea de lo fraudulento
cuando en realidad hace referencia a “oculto”.
Así nos ilumina el prólogo de los “Evangelios Apócri-
fos” de Ediciones Libertador: “Estos escritos, en los pri-
meros años del cristianismo, circulaban entre los fieles e
incluso eran leídos públicamente en algunas iglesias. La
mayor parte de ellos fueron compuestos sencillamente
para completar las obras admitidas por la Iglesia como
canónicas, con la intención de satisfacer los deseos de los
primeros cristianos que deseaban saber más acerca de la
familia de Jesús, de su infancia, de su muerte: es decir,
con sencillez intentan iluminar los años más oscuros de
su vida, como también los silencios y las sombras de los
Evangelios canónicos”. Y continúa: “nadie como Borges
sintetizó y reflexionó sobre el contenido y los relatos de
este libro, cuando prologó la edición del mismo, que en-
cabezó su Biblioteca Personal”. Decía entonces:
“Leer este libro es regresar de un modo casi mágico
a los primeros siglos de nuestra era cuando la religión
era una pasión. Los dogmas de la Iglesia y los razona-
mientos del teólogo acontecerían mucho después; lo que
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importó al principio fue la nueva de que el Hijo de Dios
había sido, durante treinta y tres años, un hombre, un
hombre flagelado y sacrificado cuya muerte había redi-
mido a todas las generaciones desde Adán. Entre los li-
bros que anunciaban esa verdad estaban los Evangelios
Apócrifos. La palabra apócrifo ahora vale por falsifica-
do o por falso; su primer sentido era oculto. Los textos
apócrifos eran los vedados al vulgo, los de lectura solo
permitida a unos pocos.
Más allá de nuestra falta de Fe, Cristo es la figura más
vívida de la memoria humana. Le tocó en suerte predicar
su doctrina, que abarca el planeta, en una provincia per-
dida. Sus doce discípulos eran iletrados y pobres. Salvo
aquellas palabras que su mano trazó en la tierra y que
borró enseguida, no escribió nada. (También Pitágoras y
el Buda fueron maestros orales.) No uso nunca argumen-
tos; la forma natural de su pensamiento era la metáfora.
Para condenar la pomposa vanidad de los funerales afir-
mó que los muertos enterraran a sus muertos. Para con-
denar la hipocresía de los fariseos dijo que eran sepulcros
blanqueados. Joven, murió oscuramente en la cruz, que
en aquel tiempo era un patíbulo y que ahora es un símbo-
lo. Sin sospechar su vasto porvenir. Tácito lo menciona al
pasar y lo llama Chrestus. Nadie como él ha gobernado,
y sigue gobernando el curso de la historia. Este libro (los
apócrifos) no contradice a los evangelios del canon. Narra
con extrañas variaciones la misma biografía. Nos revela
milagros inesperados. Nos dice que a la edad de cinco
años Jesús modeló con arcilla unos gorriones que, ante el
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estupor de los niños que jugaban con él, alzaron el vuelo
y se perdieron en el aire cantando. Le atribuye asimismo
crueles milagros, propios de un niño todopoderoso que
no ha alcanzado todavía el uso de la razón. Junto a los
libros canónicos del Nuevo Testamento estos Evangelios
Apócrifos, olvidados durante tantos siglos y recuperados
ahora, fueron los instrumentos más antiguos de la doctri-
na de Jesús” – Jorge Luis Borges.
63
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evangelios del Nuevo Testamento su importancia se ve
eclipsada con frecuencia por los intereses de los evangelis-
tas quienes promovían la causa de los discípulos hombres
(particularmente de los doce) y la posición de Pedro”. 12
Varios son los textos que nos cuentan que Jesús tenía
doce discípulos y siete discípulas y que Él se relacionaba
con todos por igual. También en estos textos se trata a
María Magdalena como “una fiel discípula de Jesús y sue-
le decirse que Ella era a quien El más quería”.
12
MARVIN MEYER con ESTHER A. DE BOER. “El Evangelio de
María”: La Tradición Secreta de María Magdalena, La Compañera de
Jesús. HarperCollins Publishers, 2006.
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El Maestro la amaba más que a todos los discípulos; él
frecuentemente la besaba en la boca.
Cuando los discípulos vieron como él amaba a Mi-
riam, le preguntaron:
“¿Por qué la amas más a Ella que a nosotros?”
El Maestro respondió:
“¿Cómo puede ser que Yo no los ame a ustedes tanto
como la amo a ella?” Página 66, 11213
FOLIO 10
Pedro dijo a Mariam: “hermana, sabemos que el Maes-
tro te amó más que a las demás mujeres. Dinos aquellas
palabras que el Maestro te dijo y que recuerdes, que tú
conoces y que nosotros no hemos escuchado”.
65
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Mariam respondió diciendo: “Lo que no os está dado
comprender os lo anunciaré”.
Y María les contó una visión que había tenido con el
Maestro.
FOLIO 17
Dicho esto, Mariam permaneció en silencio.
El Maestro había hablado con ella hasta aquí. Enton-
ces, Andrés habló y dijo a los hermanos: “Decid ¿qué os
parece lo que ha dicho?” Yo, por mi parte, no creo que el
Maestro haya dicho estas cosas. Estos pensamientos difie-
ren de lo que conocemos”
Pedro respondió: “Ha hablado el Maestro con una
mujer sin que lo sepamos, y no manifiestamente, de cosas
que ignoramos ¿De modo que todos debamos volvernos y
escuchar a esta mujer? ¿Acaso la ha preferido a nosotros?”
FOLIO 18
Entonces Mariam se echó a llorar y dijo a Pedro:
“Pedro, hermano mío ¿qué hay dentro de tu cabeza?
¿Crees acaso que yo he reflexionado estas cosas por mí
misma, que he inventado esta visión o que miento respec-
to al Salvador?
Entonces Leví tomó la palabra y dijo: “Pedro, siempre
fuiste impulsivo. Ahora te veo arremetiendo contra esta
mujer como hacen nuestros adversarios. Sin embargo, si
el Salvador la hizo digna ¿quién eres tú para rechazarla?
66
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Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente;
por esto la amó más que a nosotros. Más bien, arrepintá-
monos y revistámonos del Hombre Perfecto en su totali-
dad. Dejémosle arraigar en nosotros y crecer como Él nos
lo pidió.
Partamos y prediquemos el Evangelio, sin establecer
otros preceptos ni otras leyes fuera de aquellas de las que
Él fue testigo”.
FOLIO 19
Luego que Leví hubo dicho estas palabras, se pusieron
en camino para anunciar y predicar el Evangelio.14
14
Evangelio de María Magdalena, páginas 39, 46 y 47. Ediciones Obelis-
co, España, 2005 – 6ta. Edición.
15
Evangelio de María Magdalena, página 38. Ediciones Obelisco, Espa-
ña, 2005 – 6ta. Edición.
67
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sarios más preceptos que aquellos de los que fue Testigo
el Salvador. (Folio 9, versículo 2)16
Algo llama mi atención y es que tanto Leví (folio 18)
como María Magdalena (Folio 9) hacen hincapié en no
modificar ni agregar nada a las enseñanzas de Jesús.
Sin embargo, sabemos que tanto Pedro como Pablo
parecen haber hecho oídos sordos a tal advertencia.
En los comentarios del Evangelio de María Magdale-
na, Juli Peradejordi, expresa esta situación con toda clari-
dad... “lamentablemente, la historia nos da la razón. Pedro
no parece haber hecho caso de las palabras de Leví, y a
las leyes de las que fue testigo el Salvador, se han añadido
innumerables reglas más esclavizadoras que liberadoras.
La enseñanza metafísica ha sido sustituida, en el mejor
de los casos, por una enseñanza moral o social destinada
al hombre terrestre, “de carne y sangre”, pero que parece
haber olvidado al espiritual”. 17
En Roma hay una pequeña capilla, por la cual tuve la
oportunidad de pasar hace unos años, llamada “Domine
Quo Vadis” (que significa ¿Señor, dónde vas?) sobre la
Vía Appia; en su interior se exhibe lo que se cree son las
huellas de los pies de Jesús en el piso cuando allí se le
aparece a Pedro y éste le pregunta:
16
Evangelio de María Magdalena, Ediciones Obelisco, España, 2005-
6ta edición.
17
Evangelio de María Magdalena. Ediciones Obelisco, España, 2005-
6ta edición.
68
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“Señor, ¿dónde vas?” y Jesús le contesta: “Voy a tu en-
cuentro”.
Ese mismo día Pedro fue crucificado en Roma. Y por
su propio pedido lo hacen boca abajo; arrepentido segu-
ramente de sus faltas y, como él mismo lo expresó, por no
considerarse digno de ser crucificado del mismo modo
que su Maestro, el Hijo de Dios, Jesús.
Italia guarda secretos poco difundidos acerca de al-
gunas reliquias de Jesús y de monumentos construidos
en honor a María Magdalena. Déjenme contarles una
historia.
Josefina era una niña cátara, una feliz campesina del
sur de Francia, iniciada en las lecciones de la “Iglesia del
Amor”. Sus padres nunca imaginaron el destino de su
hija, como ella tampoco lo había soñado jamás... con el
correr del tiempo esa niña se convertiría en el gran amor
y esposa de Napoleón Bonaparte. Josefina fue quien re-
veló a Napoleón la fe, creencia y práctica espiritual que
la acompañaron desde niña. Napoleón, por ende, supo
del linaje sagrado, de la sangre real. Durante las famosas
invasiones napoleónicas, Italia no quedó afuera; sin em-
bargo Bonaparte nombra a su hermana Elisa como Prin-
cesa y Regente de Lucca, y con ella a la cabeza preserva la
zona y decide proteger las valiosísimas reliquias que allí
se conservaban.
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Lucca: la “Santa Faz” y el “Puente
de la Magdalena”
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sin esculpir.18 Al despertar a la mañana siguiente encon-
tró el rostro de Jesús perfectamente tallado: un milagro
había ocurrido... y ese milagro estaba a punto de serme
revelado.
Cuando entré a la Catedral de San Martino en Lucca
mi ansiedad era absoluta. Me sentía apurada por llegar
a ver el rostro de Jesús: saber que existía y que ahí se
exhibía la única escultura tallada por alguien que lo co-
noció en vida me inquietaba terriblemente. Grande fue
mi sorpresa cuando al llegar al lugar descubro que la
imagen era casi imposible de ver. Lo conservan dentro
de una especie de capilla, rodeada por rejas triangulares
de dimensiones tan pequeñas, que sólo espiando por las
rendijas se podía ver algo. Ni hablar de sacar una buena
foto. Pero eso no fue lo que más me sorprendió: yo es-
peraba ver un rostro espléndido de Jesús, sin embargo la
imagen era muy oscura, de ojos saltones, cara alargada
y poco familiar. Los expertos aseguran que tal represen-
tación de Cristo es extraña para Occidente pero muy
frecuente en Oriente, y que probablemente el crucifijo
proviene de esta zona, tal vez de Siria, dado que viste
el colobium, indumentaria típica de aquella región. No
obstante, para mí no dejaba de ser la imagen de nuestro
Señor Jesucristo y la veneré al igual que lo hicieron Re-
yes, Papas y todo el pueblo de Lucca desde hace siglos.
Antes de irme compré algunas estampitas y postales que
18
BELLATO FRANCO, The Cathedral of San Martino in Lucca. Edi-
zione Cattedrale di San Martino, Lucca 2006.
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me permitieron apreciar aquel extraño rostro en todo su
esplendor. Al salir de la catedral, en uno de los pilares...
¡qué belleza! Un laberinto medieval profundamente es-
culpido en la piedra por deseos de la Condesa Matilda
Canosa. Estos laberintos fueron muy difundidos por
todo Europa en la Edad Media; tenían como objetivo
un recorrido de encuentro personal con Dios, de intros-
pección y meditación. En muchas catedrales los encon-
tramos dibujados en el piso, pero en este caso uno podía
seguir el laberinto con el dedo índice, deslizándolo entre
los surcos y transportarse con la experiencia.
A pocos minutos de allí se llega por la carretera hasta
un puente medieval situado en un claro de montaña. Un
puente emblemático: “El puente de la Magdalena”.
Matilda había sido educada en las enseñanzas del “Ca-
mino del Amor”, que en su época eran muy difundidas
por sus vecinos cátaros. Este pequeño y bello puente cons-
truido en piedra era en honor a nuestra Santa, su Santa
también y amada esposa de Cristo. Cuando uno cruza el
angosto y curvado puente se encuentra con un cartel que
reza:... “Ponte Della Maddalena, detto anche del Diávo-
lo”... es decir Puente de la Magdalena y también llamado
del Diablo. Me pregunto qué tendrá que ver el diablo en
todo esto. Y continúa la inscripción “...super monumento
construido o al menos iniciado por la Condesa Matilda
en el siglo XI, atrevida mampostería arqueada, que inspi-
ra admiración y asombro”. Verdaderamente una belleza
arquitectónica que se eleva intacta ante los ojos de quien
guste apreciarla.
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Mantova y los Vasos Sagrados
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de Mantova abre el mismo y extrae los Vasos Sagrados
con la sangre de Cristo inalterada, que será exhibida
para devoción de los feligreses. Sangre que, según la his-
toria, fue recogida y llevada hasta allí por Longinos, el
centurión romano que clava la lanza en el costado de
Jesús, quitándole la vida.
En esta ciudad encantadora, plácida y potente, tuve la
oportunidad de poner mis manos justo encima de donde
se encontraban los viales con la sangre de Jesús. Cerré mis
ojos y me dispuse a sentir: la energía que de ellos emanaba
era movilizante hasta las lágrimas y tuve la plena certe-
za de que ésa era la sangre del Nuestro Señor Jesucristo.
¡Fue una vivencia tan agradable y amorosa! Yo percibí la
fuerza de Jesús en la caliente palma de mis manos que se
apoyaban sobre el frio mármol. Pude sentir la vibración
de la divina sangre que alguna vez corriera por la venas de
nuestro Salvador.
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ningún maestro de la pintura que no la haya retratado al
menos una vez.
Las imágenes son variadas: llorando a Jesús en el se-
pulcro, o contemplándolo resucitado como el famoso
“noli me tangere”, como penitente o abrazada a la cruz,
sosteniendo la cabeza de Jesús luego del descendimiento,
en algunas pinturas semi desnuda, con los brazos al cielo,
en otras embarazada, predicando en el sur de Francia, y
asimismo como Santa y coronada ascendiendo a los cielos
tras su muerte.
Tres elementos son los distintivos –aquellos que nos
permiten saber que se trata de María Magdalena y que es-
tán presentes de alguna manera siempre que se la retrata:
1) El jarro de alabastro en el cual llevaba los ungüentos
para ungir a Jesús en el sepulcro –es el elemento más dis-
tintivo. Asimismo por ser considerado, como ya vimos,
el Santo Grial. 2) La calavera: ésta tiene dos interpreta-
ciones posibles: una supone ser en alusión de San Juan
Bautista, y la otra podría aludir al Monte donde ocurrió
la crucifixión, conocido como “Gólgota”, que significa
calavera. 3) El Evangelio: puede ser el suyo propio o el
escrito por Jesús...
Su largo pelo colorado o dorado cobrizo –rasgo tam-
bién característico de Ella.
No puedo dejar de sentir una tremenda impotencia
cada vez que veo una pintura donde la retratan semi-
desnuda, aludiendo de alguna manera a su inventada y
jamás existente vida de pecadora, prostituta y peniten-
te. Evidentemente, los dichos del Papa Gregorio Magno
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calaron fuerte durante siglos y el arte los tomó al pie de
la letra.
Afortunadamente, podemos encontrar muchas obras
de arte que gritan a viva voz las verdades ocultas durante
milenios. Uno de los ejemplos es el famoso vitral de Ste-
phen Adam (1847-1910) en la Iglesia de Kilmore en la
Isla de Mull, Escocia (ver foto en anexo). ¿Cómo saber si
la mujer junto a Jesús es María Magdalena o es la Virgen
María con José? Nos valemos para ello de la inscripción
al pie del mismo, que se corresponde con este versículo de
los Evangelios: “María ha elegido la mejor parte y no le
será quitada”. Evangelio de San Lucas 10, 38-42.
Dicho versículo evoca la visita de Jesús a casa de Marta
y María Magdalena. Marta le manifiesta a Jesús su enojo
con María porque ella, en lugar de ayudarla en las tareas
domésticas, se sienta a los pies de Jesús para escucharlo.
A lo que Jesús le responde: “Marta, Marta, estás preocu-
pada y aturdida con muchas cosas. Pero una sola cosa es
necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será
quitada”.
La imagen que nos muestra este vitral con una María
Magdalena notablemente encinta, tomando a Jesús por
la mano derecha, es tan elocuente que no deja margen de
dudas sobre el amor de esta pareja, como tampoco de su
próxima paternidad.
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La leyenda del huevo rojo
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Siempre en mi camino
España
En agosto del 2017 mi hijo mayor partía hacia Barce-
lona para realizar un intercambio estudiantil durante seis
meses.
A las dos semanas viajo a su encuentro para acompa-
ñarlo a instalarse en el campus de la universidad y apro-
vechar a compartir unos días juntos.
La última noche elegimos, a modo de despedida, ir
a cenar al restaurant de Messi “Bellavista, Jardín del
Norte”, cuya ambientación es muy original; se divide en
sectores que recrean los lugares de un pueblo: la escuela,
la iglesia, la barbería, la cancha, entre otros. Nos ubican
en una mesa en el sector “escuela”. Cenamos tranquilos,
charlando acerca de cómo serían los próximos días, y
antes de irnos le digo a mi hijo que deseo conocer el
sector de la Iglesia. Voy hacia allá y me encuentro con
una barra de tragos y sobre ella una campana imponente
colgando del techo. De repente fijo mi atención en una
columna frente a la barra, que exhibe, como todo ador-
no un icono bizantino. Me acerco para distinguir bien
la imagen y automáticamente miro a mi hijo quien me
mira y me dice: “ya sé, está María Magdalena”. Efecti-
vamente, la única imagen religiosa exhibida allí era ese
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hermoso ícono bizantino de María Magdalena. ¡Siem-
pre en mi camino!
Argentina
Pasaron los meses y en marzo del 2018 mi hijo ya es-
taba, felizmente, de regreso en casa. En Mayo aprovecha-
mos el fin de semana del día del trabajador para irnos a
descansar a Córdoba. Mi marido consigue a través de un
conocido alquilar una casa preciosa en La Cumbre, de la
cual solo teníamos por fotos, referencias del exterior y del
jardín.
Al llegar a la casa nos recibe muy cordialmente el due-
ño. Ni bien pongo un pie en la misma entrando por la
cocina, veo a través de un divisor vidriado que daba al
living un cuadro imponente, pero no alcanzo a distinguir
del todo la pintura.
El corazón me latía fuerte, me alejo del dueño y le
pregunto si puedo pasar, casi sin esperar la respuesta me
dirijo a confirmar lo que intuía... El inmenso cuadro de
más de dos metros de largo por uno de ancho, colgado
de una hermosa pared de piedra, mostraba a una im-
presionante María Magdalena vestida de rojo, mirando
tristemente al cielo, con su mano izquierda sobre la ca-
lavera y el Evangelio.
No podía reaccionar; empiezo a contarle mi historia
al dueño de la casa, mi devoción por ella, y él a su vez
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me cuenta que María Magdalena es la protectora de su
familia desde varias generaciones atrás. De hecho ese
cuadro había sido traído por su bisabuelo desde Italia;
quedó abandonado algunos años en un garaje con cosas
viejas hasta que lo encontraron y decidieron restaurarlo.
La persona responsable del trabajo de restauración, esta-
ba en ese momento yéndose por un año a perfeccionar-
se en el museo del Prado, en Madrid. Cuidadosamente
lo llevó enrollado y fue trabajándolo allí, investigando
además sobre su autoría y fecha de realización. Luego
de ser analizado por expertos se llegó a la conclusión de
que era del pintor italiano Guido Reni (Bologna 1575-
1642) o de alguno de sus discípulos. Reni cuenta con
varias pinturas dedicadas a María Magdalena, dentro
de su producción.
Esa noche no pude dormir, sabía que Ella estaba ahí,
sentía su presencia y trataba de descifrar el mensaje que
tenía para mí... porque claramente algo simbolizaba este
suceso, este encuentro inesperado y tan conmocionante
con ese enorme cuadro.
Hacía poco más de un año yo había decidido final-
mente dejar mi vida corporativa atrás, para darle espacio
en mi vida al arte, a la espiritualidad y por supuesto a
María Magdalena.
Unas semanas antes de este viaje a Córdoba, me ha-
bían hecho una propuesta de trabajo que me pareció
atractiva en tanto me permitiría manejar mis tiempos con
más libertad: con no muchas horas al día trabajando en
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esa nueva empresa podría seguir con mi arte y mi misión
de llevar la verdad de María Magdalena a la luz. Comen-
cé a entrenarme, viajé al exterior a conocer la empresa y
durante algunas semanas ése fue mi foco casi exclusivo.
Por eso, antes de despedirnos de esa casa en La Cumbre y
de aquella imagen, creí haber entendido el significado de
esa presencia diciéndome: “no me abandones, estoy en tu
camino y tú en el mío”.
Me siento una elegida, honrada aunque indigna de se-
mejante vínculo. Me prometí y le prometí que jamás de-
jaría de trabajar para devolverle el lugar en la historia que
le robaron hace siglos... lugar que gracias a muchos que
también sintieron el llamado como yo, ya es una verdad
a gritos.
Saint-Maximin-La-Sainte-Baume
Septiembre de 2018
Era el fin del verano europeo aunque en Marsella el
calor era tan intenso que parecía no querer irse. El sol
abrumador en un cielo celeste brillante me llenaba de
energía y felicidad por estar tan cerca de vivir uno de los
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momentos más esperados de mi vida. Ir, al fin, a visitar la
gruta donde María Magdalena vivió los últimos años de
su vida, y también por poder honrar el descanso de sus
restos en la Basílica que lleva su nombre.
Este viaje había sido organizado por mí junto a Erika,
mi amiga, profesora de escultura y compañera de aventu-
ras. Si bien el destino final era el Camino de Santiago de
Compostela, los primeros días serían dedicados en pere-
grinación a nuestra Santa.
Tomamos el auto en el aeropuerto y nos dirigimos a
la Sainte-Baume o Santo Bálsamo –como se conoce el
pueblito.
Tantas veces había escuchado relatos y visto infinidad
de fotos de la gruta, de la tumba y la basílica, que no
podía creer estar ahí para ver todo eso con mis propios
ojos.
El hotel donde nos alojamos era el antiguo convento
del lugar, “Le Couvent Royale” o Convento Real; una de
sus paredes linda con la Basílica. Ni bien entrar dejamos
las valijas en la habitación y salimos casi desesperadas en
dirección a la iglesia. Yo no podía esperar ni un segundo
más. Las puertas de madera de su fachada tenían talladas
de un lado la imagen de María Magdalena con una cala-
vera, y Saint Maximin del otro.
Al llegar allí vemos que mucha gente elegantemente
vestida comienza a ingresar y toma asiento en los ban-
cos decorados y adornados con bellas flores y moños. A
los pocos minutos, una radiante Novia hace su ingreso
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envuelta en el sonido del órgano interpretando magistral-
mente el Ave María. ¡Qué recibimiento!
Toda esa iglesia es un canto de amor, respeto y recono-
cimiento a Santa María Magdalena.
Mientras recorro todo el lugar con los ojos bien abier-
tos, me paro frente a un sector de venta de recuerdos;
apresurada por el temor a que cerraran compro libros,
incienso, un hermoso rosario de perlas blancas con la me-
dalla de María Magdalena en su centro y muchas estam-
pitas. El señor que me atiende, muy atento, me pregun-
ta de dónde vengo, y charlamos un ratito; me despido y
me dirijo a la cripta. Allí abajo están parte de sus restos,
su calavera... y yo necesitaba imperiosamente verla, pero
como se estaba terminando de celebrar el casamiento el
acceso a la misma estaba cerrado.
Me dije a mí misma....no viniste hasta acá para no po-
der ver sus restos. Así que me volví al señor que ama-
blemente me había vendido los souvenirs y le dije que
necesitaba entrar. Creo que mi gesto de desesperación fue
tal que me dijo por lo bajo: “cuando salgan todos de la
iglesia, corra disimuladamente la cinta que bloquea la en-
trada y entre”. Seguí su consejo y comencé sigilosamente
a bajar por las escaleras que conducían a la cripta. Erika
estaba recorriendo otra parte de la iglesia, y además yo
sabía que a ella le impresionaba y no quería bajar.
Empiezo a descender, el lugar totalmente a oscuras...
nada me daba miedo. El olor, mezcla de humedad e in-
cienso se hacía sentir.
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De repente se enciende una luz. Y allí la veo. Dentro
de un relicario de oro se exhibe majestuosa y pacífica-
mente su calavera. Estaba sola con Ella. Frente a fren-
te. La emoción era incontrolable ¡Tanto tiempo había
esperado para poder llegar a su santuario, a su tierra,
su lugar! Escucho bajar a alguien: era un matrimonio
norteamericano que me saluda con un gesto cálido... se
quedan perplejos frente a su imagen mientras comien-
zan a sacar fotos.
Tres tumbas son reconocidas por la Iglesia Católica
como las de mayor importancia para el Cristianismo: la
primera es el Santo Sepulcro en Jerusalén, la segunda la
tumba de San Pedro en el Vaticano en Roma y la tercera
la tumba de Santa María Magdalena en Francia.
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grupo de mujeres que lo seguía y acompañaba. Mujeres
lideradas por María Magdalena. Dijo asimismo que yo
también presencié la crucifixión, estando a unos veinte
metros del lugar. Y que esa vida había marcado todas mis
siguientes existencias, hasta mis días actuales. Empezaba
a entender muchas cosas, muchas.
Su última morada
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La gruta dentro de la roca es profunda, por partes os-
cura, húmeda y posee varios altares con diversas imáge-
nes de Ella. Sin embargo allí se sentía la paz de un lugar
sagrado. Yo llevaba un humilde presente: había pintado
un cuadro con su imagen, la había enmarcado y al dor-
so había pegado una carta de agradecimiento, escrita en
francés e inglés, junto a mis datos y una hermosa flor de
lis en madera, que pegué en un costado, arriba de la nota.
Lo dejaría allí.
La Flor de Lis representa a la monarquía francesa, aun-
que también la encontramos en Italia y en la heráldica
británica. Y tiene un porqué. Un significado que se man-
tuvo oculto por siglos. La Flor de Lis o Flor de Lirio es la
flor de María Magdalena. La misma, también, simboliza
su progenie.
Según la tradición oral, los descendientes de este sa-
grado linaje se instalaron en distintas partes de Europa,
específicamente, en Italia, Francia e Inglaterra para di-
fundir el mensaje de Jesús. La Flor de Lis era el signo
distintivo y secreto que utilizaban los descendientes del
linaje para reconocerse entre ellos cuando viajaban a tra-
vés de Europa.
Sorprendentemente encontré un lugar casi privilegiado
donde exhibir mi pintura. Pegado a la escultura principal
de María Magdalena, en la cual ella está sostenida por
ángeles, había una especie de repisa amurada a la roca.
No podía creer que ese espacio estuviese libre, así que
ahí decidí dejar mi ofrenda. Junto a la pintura, encendí
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una velita. Erika filmaba todo el momento, era realmente
emocionante. Ver mi pintura tan cerca de la capilla cen-
tral. ¡Qué honor tan grande!
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Y la promesa eterna de trabajar en Su nombre y por Su
honor. Por rescatarla de la injusta oscuridad a la que fue
sometida siendo Ella una mujer de tanta luz.
Nadie podrá apagar su resplandor, la verdad será escu-
chada. Siempre.
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Bibliografía de referencia
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