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Narrador: Cuenta una vieja leyenda que hace mucho tiempo, los dioses se reunieron
en la ciudad sagrada de los aztecas, Teotihuacán, para decidir quien de ellos
alumbraría al mundo, pues la humanidad estaba sumida en tinieblas.
Entran en escena tres personas vestidas con túnicas blancas y adornadas con
plumas y joyas.
Dios 1: Alguno de nosotros tiene que convertirse en sol para brindarle luz y calor a
los seres humanos.
Dios 2: ¿Pero quién? Solo un dios verdaderamente fuerte podría cumplir con tal
propósito.
Dios 2: Desde luego, Tecuciztécatl es el dios más fuerte y apuesto del cielo.
Seguramente él podría ser un sol perfecto.
Dios 1: Mmm… no me convence… ¿no habrá alguien más que quiera ofrecerse?
Nanahuatzin entra por el otro lado del escenario. Es un tipo sumamente feo, que
camina encorvado y va vestido con una túnica sencilla, sin joyas ni adornos.
Tecuciztécatl se echa a reír.
Tecuciztécatl: ¿Tú? ¡Por favor, solo mírate! No eres nadie. Eres el ser más pobre y
feo que he visto
Se dirige hacia una ofrenda de metal en el centro, toma una antorcha y la enciende.
(Un proyector provoca la ilusión del fuego en medio del escenario).
Dios 1: Quien quiera convertirse en el sol, tendrá que inmolarse en esa enorme
hoguera.
Nanahuatzin: Yo soy muy poca cosa, pero amo a los hombres. Y con gusto daré mi
vida para alumbrarlos por la eternidad.
Tecuciztécatl (celoso): ¿Cómo es posible que esa criatura tan fea se haya
convertido en el sol? ¡Pues ahora yo también quiero entrar a la hoguera! ¡Y seré un
mejor sol que él!
Dios 2: ¡Tecuciztécatl, espera!
Narrador: A partir de entonces, hubo sol y luna para los hombres. El primero como
resultado del amor incondicional y el sacrificio, y la segunda, fruto de la vanidad y de
la vergüenza. Es por eso que la luna solo sale de noche.
FIN