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Los llineros de la

ferro de Paseo
i<>oo- muí
Primera edición: 1974

(c) Fondo Editorial, 1983 (Segunda edición)


Pontificia Universidad Católica del Perú
Derechos Reservados
ABREVIATURAS

A.C.P. - M. : A rchivo Cerro de Pasco - M orococha


A .F.A . : A rchivo del F uero Agrario
B.C.I.M. : B oletín del Cuerpo de Ingenieros de Minas
Bib. Nac. : B iblioteca N acional
C.I.D .A . : C om ité Interam ericano de D esarrollo A grícola
SEGUNDA PARTE
4) LA VIOLENCIA MINERA

En la sierra central, durante los prim eros veinte años de este siglo, se había
conform ado una num erosa población laboral dependiente de la Cerro de Pasco
C orporation, en los asientos de Cerro de Pasco, Goyjlarisquizga, V inchuscacha,
Q uishuarcancha, M orococha y Casapaica y en la fundición de Sm elter (mus de
7,840 t.). Pero se trataba de un conjunto de trabajadores de gran m ovilidad,
sujetos a variaciones periódicas, en la m edida en que sólo iban a las m inas por
un p erío do lim itado de tiem po, m ensurable en meses o posteriorm ente en años.
La inestabilidad expresaba la resistencia a la proletarización de parte de
los pobladores del centro, más precisam ente, del valle del M antaro, de donde
provenían la m ayoría de los operarios. Eran hom bres que no aceptaban vol­
verse mineros y que solo aparecían com o tales en las estadísticas. Sus princi­
pales producciones culturales (m itos y canciones) m ostraban esa actitud.
La causa de esta situación radicaba en la especial estructura agraria de la
sierra central, donde los cam pesinos y,al lado de ellos,los artesanos y com ercian­
tes, habían estado por m uchos años acostum brados a la independencia económ i­
ca y a formas tradicionales de vida. ’
Por o tro lado, el laboreo en las m inas, aparte del aliciente económ ico que
podía existir para una m inoría,si nos guiamos por los datos de Pedro Zulen,
significaba introducirse en una actividad absolutam ente distinta, colocarse bajo
la dependencia de un organismo ex tra ñ o , para realizar un trabajo sum am ente
riesgoso, propicio para las enferm edades y la m uerte.
Los m ineros, finalm ente, m antenían unas relaciones sociales m uy peculiares.
Desde un principio dependían inm ediatam ente del enganchador, tras del que
m uchas veces pasaba, desde la perspectiva de los trabajadores, a un segundo pla­
no la misma C om pañía. Estas relaciones se daban en cam pam entos bastante
aislados. La integración interna de los m ineros, prácticam ente acuartelados en
los cam pam entos, contrastaba con una desligazón estructural del resto de trab a­
jadores del naciente proletariado nacional.

¿Cómo se m anifestaron en la práctica social, en la acción misma de los


mineros, todas estas características? ¿En que' tipo de practica social se realizó la
peculiar situación social de estos hom bres? ¿Hasta que' p u n to esa misma practi­
ca no co ntribuyó a transform arla?

Para buscar respuestas a estas preguntas vamos a dirigirnos al análisis de dos


coyunturas especialm ente conflictivas en la sociedad peruana y en las m inas de
principios de siglo:: 1919 y 1930. A ellas, con la finalidad de caracterizar el co m ­
p ortam iento de las masas m ineras, dedicarem os e$te y el siguiente acápite.

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4.1 Formas elementales de la protesta social

Los cam pam entos m ineros se caracterizaron por ser zonas propicias para los
conflictos sociales. En 1909 se produjo una “hyelga” de fogoneros; ese mismo
año los jornaleros se declararon en “ huelga” dos veces, en Cerro de Pasco. En
1912, los m ineros del m ism o centro pararon para exigir que se les pagase el
carburo de las lám paras y no correr asi con los gastos de un instrum ento de
trabajo que debería ser proporcionado por la em presa. Estos datos, consigna­
dos por Dora Mayer en su folleto sobre la historia de la C om pañía (1 9 1 3 ), el
escrito más im portante que hay sobre los m ineros de principios de siglo, pare­
cen m ostrar un cuadro de rebeldías bastante desordenadas, que en m uchos ca­
sos solo se daban entre algunos grupos de trabajadores (1).
Una protesta social más elem ental va a ser la h u id a de los cam pam entos
o el incum plim iento de los contratos. Es el caso de un num eroso grupo de cam ­
pesinos de Chongos, en H uancayo (M ayer, 1914, p. 53). Sobre la dimensión
que alcanzaron los con trato s incum plidos es útil revisar las estadísticas de las
mismas casas enganchadoras reproducidas por Pedro Zulen. En la oficina Cas­
tro, en 1910, entre prófugos y m orosos alcanzaban la cifra de 2,369; en la de
A izcorbe, 2,114; en la de G relland 420. En total, 4,903 hom bres que incum ­
plían o se resistían a cum plir “ debidam ente” con los contratos.
En casos com o los anteriores, los enganchadores y los subenganchadores
iban a los pueblos a buscarlos. E ntonces, m uchas veces se producían en fren ta­
m ientos violentos. En El Comercio, el 6 de setiem bre de 1902, edición de la tar­
de, un cronista de estos lugares inform aba sobre un choque entre “ los indios” y
los em pleados de una em presa minera.
T ratando de m ineros y teniendo presentes sus vinculaciones con el m undo
cam pesino, al hablar de sus form as de p ro testa social, no podem os dejar siquiera
de m encionar la presencia a este nivel del cam pesinado.
E ntre 1900 y 1920 la rebeldía agraria en el centro asum ió principalm ente el
m odelo clásico del bandolerism o social, el bandolero que delinque para defender
al pobre y atacar al ric o ;e n e s te caso,principalm ente a los hacendados de la zona.
“ Se han establecido núcleos poderosos de bandoleros que gozan de tan ta impu-

(1) A estos datos podríamos añadir que en mayo de 1916 los trabajadores destruyen ma­
quinarias en Smelter, originando un mes de detención de las labores. Este hecho reper­
cute en Colquijirca, mina de los Fernandini (Sociedad Ganadera del Centro, correspon­
dencia A .F .A .). •
Al año siguiente, el 25 de junio de 1917, se produjo un nuevo conflicto en la fundi­
ción de Smelter, en el transcurso del cual los trabajadores descarrilaron un tren proce­
dente de Goyllarisquizga (800 toneladas de carbón) y atacaron otras instalaciones de
la empresa. Fenómeno similar se repitió en Casapatca. (El Minero, No. 107).

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nidad en H uancayán, hasta han constituido un cam po de tiro ” , según el periódi­
co Luz de Cerro de Pasco. Al año siguiente, ese mismo periódico proporcionaba
la siguiente inform ación: “ la extensión y audacia del bandillaje en la Provincia
es un asunto verdaderam ente alarm ante y reclam a la adopción de m edidas repre­
sivas” (Kapsoli, 1969, p. 89). A ños después, por 1926, recorrería esas zonas el
m itológico M ichicancha (gato de siete vidas), hom bre para el cual no existían
“ m uros ni paredes que lo pudieran co n ten er” .
El bandolerism o no llegó a entroncarse con las otras protestas-cam pesinas
de la década del 20. Estas, com o hem os visto, parece que fueron en su m ayoría
pacíficas, de carácter legal. Tal vez una de las explicaciones radique en que
los bandoleros, no eran, al parecer, oriundos de las com unidades del M antaro, y
en que centraron sus actividades en lugares, por lo general, apartados. Un posible
entronque entre el bandolerism o y el m ovim iento com unal pudo haber llevado
a otros terrenos, no precisam ente los legales.
P or o tra parte, no obstante la vinculación objetiva m inero-cam pesina que
existió en el centro, las protestas conjuntas de los m ineros y los cam pesinos no
pasaron sino de declaraciones verbales. Los m ineros, el año 30, tendrán presentes
a los campesinos en sus pliegos de reclamos y en sus volantes. Pero parece que
eso es to d o . No hay acción conjunta.

4.2 Casapalca y Morococha, 1919


En 1919, en Casapalca trabajaba principalm ente la Backus y Jo h n sto n y en
M orococha, esta misma com pañía y la M orococha Mining C om pany, ya bajo
control de la Cerro de Pasco. Dado que la Backus necesitaba de corriente eléctri­
ca y no la ten ía propia, se veía obligada a depender de la M orococha Mining,
por este conducto.
Com o hem os indicado, M orococha y Casapalca eran, entre los cam pam en­
tos grandes, los dos más apartados del valle del M antaro, de donde provenían
la m ayoría de los trabajadores. Ambos, a diferencia de G oyllarisquizga o Sm elter,
estaban bastante alejados de centros poblados im portantes. M orococha es, final­
m ente, uno de los cam pam entos m ineros más altos del m undo.
a) Los acontecimientos
El lunes 13 de enero ocurrió un incidente en M orococha: la policía aptcsO a
cuatro individuos que, afectados por el alcohol, “ fom entaban un escándalo en la
m ina O m bla” (La Prensa, 15-1-19, p. 1). Uno de ellos in te n tó fugar de sus cu sto ­
dios. O bedeciendo órdenes de un teniente, un policía abrió fuego, hiriéndolo. El
innecesario despliegue policial, la extrem a violencia de que se hizo uso, m otivó la
p rotesta de algunos pobladores. A los 10 m inutos ya se h abía conform ado una
turba que abucheaba a los gendarm es ¡ “ desde ese m om en to soliviantáronse los

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ánim os, y lo que al principio fue la protesta de unos cuantos individuos, fue
adquiriendo rápidam ente las proporciones de un levantam iento que ha puesto e d
grave peligro la seguridad del vecindario” (E l Com ercio, 22-1-19, p. 2). Al d ía si­
guiente, se constituyó en M orococha el subprefecto de la provincia con 20 gen­
darmes. El m ovim iento com enzó a adquirir el “ carácter de huelga” : “grupos de
obreros recorrían las m inas y sus dependencias, im pidiendo to d o trabajo...” (E l
Com ercio, 22-1-19, p. 2). O currieron varios incidentes entre los huelguistas y el
personal norteam ericano. La llegada de nuevas tropas contrib u y ó a elevar la vio­
lencia: los am otinados asaltaron un polvorín, volaron parte de la vía fe'rrea, inu­
tilizaron postes de electricidad y alambres telegráficos. La residencia del “ s ta ff
en T u cto , fue rodeada po r huelguistas provistos de dinam ita que querían volarla.
Los odios llegaban a un grado extrem o. Fue entonces que presentaron una espe­
cie de reclam aciones o pliego de reclam os, cuyo p unto central era un aum ento
del orden del 50 o/o. La Backus aceptó aum entar un 20 o /o , pero la M orococha
Mining se negó de plano a discutir la situación. “ Fue en estas circunstancias que el
m ovim iento huelguístico de M orococha adquirió caracteres de violencia” , segün
el testim onio de un obrero recogido por un periodista lim eño, “ ... inundaron tres
piques o lum breras las cuales han quedado en esta situación :1a lum brera denom i­
nada “ N atividad” con 150 pies de agua; la San Francisco, con 100 y la Desagua­
dora con 100” (L a Prensa, 24-1-19, p. 5). Fue entonces que intervino el Suprem o
Gobierno, por orden del cual el prefecto de Junín se constitu y ó en el cam pa­
m ento con el Batallón No. 5 (Los Andes, 23-1-19, p. 2), el día 18. Los huelguis­
tas estaban asediando T ucto de donde les respondían con disparos.
Las nuevas tropas trataron de im poner el orden. El prefecto buscó el acuer­
do entre los trabajadores y la em presa. La M orococha seguía negándose a la co n ­
ciliación. De Lima le llegó la orden de paralizar sus operaciones: un “ lock-out”. A
los pocos días, en 18 vagones especialm ente fletados, la totalidad de trabajadores
fueron devueltos a sus lugares de origen: “ los indios braceros en su m ayor parte
son agricultores y poseen pequeñas extensiones de terreno, siendo seguro que se
dirijan ahora con sus familias a ganarse la vida en esa actividad” (L a Prensa,
24-1-19, tarde, p. 1). '
D ías antes, el 7, en Casapalca habían ocurrido incidentes similares. Los ele­
vados precios de la M ercantil m otivaron un m itin y la paralización de labores en
la fundición de Backus y Johnston. Los m etalúrgicos buscaban la im plantación
del com ercio libre. H aciendo uso de la dinam ita, “ sin más trám ite” , com o anotó
horrorizado un periodista de El Com ercio (10-1-19, p. 1), arrem etieron co n tra la
m ercantil, volándola. Precipitó los hechos un nervioso disparo hecho por un sar­
gento para contener a la m ultitud (L os A ndes, Idem , p. 2). El ferrocarril central
se interrum pió, cundió el tem or en la zona. Sin em bargo, al d ía siguiente, el 8,
los periódicos inform aban que “ la situación se ha norm alizado” (El Com ercio,
9-1-19, tarde, p. 1).

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b) La situación

El Perú de 1919 era un país sacudido por una serie de conflictos. No solo la
subida de Leguía en contra del más tradicional “ civilismo” . El año 19 fue tam ­
bién el año de la Reform a Universitaria, de la dura huelga para ganar la jornada
de ocho horas en las calles de Lim a, de nuevas agitaciones en las haciendas del
norte: Este es el co n tex to nacional de los conflictos mineros.
La agitación social revela m ovim ientos económ icos más profundos. La con­
dición de los nuevos trabajadores se vio agudizada por los efectos de la Primera
G uerra Mundial en la econom ía peruana. En el caso concreto de la m inería,
después de la guerra, vino la fase de inestabilidad del cobre y la plata. El cobre,
principa] producto de las vetas de M orococha, bajo de 26 cents, a 20 cents, de
dólar.
Por otro lado, los años de la guerra habían traíd o consigo, al par que el auge
m om entáneo de algunas exportaciones, la subida d el,c o sto de vida en form a
bastante pronunciada.
De esta m anera, procesos no perceptibles a simple vista, agudizan la explota­
ción existente en los cam pam entos e im pulsan a las masas a actuar.
Un factor im portante en el desarrollo de los hechos, es la terquedad de la
Empresa para la conciliación. La em presa contribuye a que se m antenga el co n ­
flicto, se niega a pactar y cuando la Backus quiere reabrir sus instalaciones, se lo
im pide, por el control que tem a sobre la electricidad.
La reparación de las instituciones dañadas no llevaba más allá de 8 días. El
pretex to es burdo para un “ lock-out” de 3 meses. Indudablem ente actuó aq u í la
mala situación por la que pasaba el cobre en el m ercado internacional y el afán
de la empresa de verse libre de trabajadores levantiscos. La decisión, claro está
fue tom ada en Nueva Y ork, a espaldas del Estado peruano, de la “ Patria Nueva” ,
com o se em pezaba a decir entonces.
La coincidencia cronológica entre lo sucedido en las m inas deJ centro y las
luchas obreras de Lim a, ha llevado a algunos autores, a sugerir una vinculación
consciente. Dice, por ejem plo,K apsoli; “ A si, después de 9 días de iniciada la lu­
cha (en Lima) o sea el 13 de enero acordaron unánimemente declararse en
HUELGA G EN ERA L IND EFIN IDA , los siguientes sindicatos: de la fábrica de
Agua Gaseosa, de la Baja Policía, de la Sociedad de M otoristas y Ferroviarios, la
Confederación de A rtesanos, Sindicato de los Camaleros, de los Mozos de H ote­
les, de la Fábrica de Papel, dé V apores, de los Telégrafos, de M orococha (m ine­
ros). . . ” (Kapsoli, p. 25).
Pero la fuente utilizada por K apsoli, el diario El Comercio, no presenta las
noticias de esa m anera. Si bien a los am otinados en M orococha les interesa la re­
ducción de su jornada de trabajo a ocho horas, parece que, según las declaracio­
nes de un obrero, que hem os citado líneas atrás, ese no fue el objetivo central.
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Por o tro lado, una coincidencia cronológica no puede hacer pensar necesaria­
m ente en la co o rd in ad o » y solidaridad que se sugiere. Los periodistas que dan
testim onio del hecho insisten en su improvisación. Ni siquiera hubo coordina­
ción entre los sucesos de Casapalca y M orococha, distantes a pocos kilóm etros
y con solo seis días de separación entre uno y otro m o tín . Finalm ente, m ientras
en Lima el conflicto term inaba el día 15 con “ la im plantación d é la Jornada de
ocho horas en todos los Talleres o Establecim ientos del Estado o en cualquier
trabajo público” , en las minas duró hasta fin de mes con el apresam iento de los
dirigentes trasladados a las cárceles de Lima y con un “ lock-out” .
Los obreros de Lima contaron inicialm ente con el apoyo de algunos perió­
dicos y de los estudiantes. El nuevo régimen ejerció su autoridad a través de m e­
dios conciliatorios. En el centro, en cam bio, con la facilidad que da el aislam ien­
to para la represión, el gobierno apoyó de hecho las decisiones de la C om pañía
m inera en contra de los trabajadores.
Los m ineros de M orococha contaron solo con sus propias fuerzas,que eran
el num ero (eran unos 2,000) y la dinam ita expropiada a la C om pañía - armas
poco eficaces ante los gendarm es y todo un batallón. Los periódicos de Cerro de
Pasco condenaron su procedim iento. T extualm ente,se puede leer en Los Andes
un apoyo decidido a la C om pañía . “ De m odo pues en síntesis, debem os prestar
nuestro apoyo a fin de evitar dificultades que traerán por consecuencia la poca
seriedad nuestra, ante los poderes superiores a nuestro m edio, para que, con la
solución noble y digna de la Com pañía Americana en esta ciudad, term inen las
diferencias por las que, se han m ostrado preocupadas nuestras clases trabajado­
ras” (Los Andes, 23-1-19, p. 1).
La similitud en el trasfondo económ ico no debe llevar a establecer otras
similitudes. Los trabajadores en su conjunto sufren el im pacto del alza del costo
de vida. La m inería se ve afectada por la m archa de las exportaciones nacionales.
Pero estos hechos adquirirán form as de expresión peculiares en un centro de
trabajo aislado, geográfica y socialm ente.

c) El com portam iento de las masas

Llama la atención el rápido estallido de la violencia. Los sucesos son origi­


nados inm ediatam ente por un hecho aparentem ente m arginal, casi accidental,
com o es el apresam iento de un grupo de bulliciosos borrachos. A nte la dureza
de los gendarm es, se producé una rapida movilización de los pobladores. El
estrecho contacto que significa vivir en un cam pam ento, crea^fuertes lazos de
solidaridad incluso con aquellos que no son mineros.
Por o tro lado, la violencia es ejercida inm ediatam ente no solo por los m ine­
ros, sino tam bién por la policía. In dudablem ente,los accidentes, las fugas, los

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incum plim ientos de contratos, Ja dureza en la vida cotidiana, crean un am biente
pre-viólento entre los pobladores. U na tensión perm anente, que en cualquier
m om ento se puede precipitar. Más aún tratándose de un espacio lim itado.
La violencia m inera, por otro lado, se intensifica a m edida que se intensi­
fica tam bién la violencia de los otros p a rtic ip a n te s; negativas de la em presa, lle­
gada de nuevos policías. Los m ineros se dirigen, dinam ita en m ano, co n tra los
“ sím bolos” de su explotación o contra el enemigo inm ediato. Los hom bres de
Casapalca atribuyen su miseria al control del com ercio por las M ercantiles: sin
ver la conexión con la em presa, se dirigen inm ediatam ente contra ese estableci­
m iento. Los de M orococha contrastan su miseria con la opulencia de los gringos,
claram ente representada en las cóm odas residencias de T u cto , entonces, sin re­
p arar en las m urallas que las protegen, en los guardianes y en las arm as que las
defienden, pretenden destruirlas. Se trata de un com portam iento de tip o pre-
p o lltico, en el que no se perciben a los enemigos reales, ni se planifica la acción,
ni m enos se tiene en cuenta la factibilidad de los objetivos. Sim plem ente se actúa
por impulsos elem entales.
La violencia m inera es pre-política por no tener, finalm ente, una ideología
que guíe su acción. “ Se trata de gentes pre-políticas que todavía no han dado,
o acaban de dar, con un lenguaje específico en el que expresan sus aspiraciones
tocantes al m undo” (H obsbaw n, 1968, p. 13). N o poseen una ideología^ que
corresponda a su centro de trabajo, no cuentan ni siquiera con rudim entos de
táctica o estrategia, ignoran que' significan esos térm in o s: no han hecho todavía
el aprendizaje de la política. El aislam iento, nuevam ente el aislam iento, impide
poder recurrir a los aliados, em plear las contradicciones entre sus enemigos,
recurrir a los pactos y las negociaciones. Su práctica social es sim plem ente vio­
lenta.
Lo que venimos diciendo queda más claro si se tiene en cuen ta que estos
hom bres no se han am oldado a sus nuevos instrum entos de trabajo, . . lo mis­
m o que todos los inm igrantes de prim era generación, ten ían la vista vuelta hacia
atrás ta n to com o hacia adelante” (H obsbaw n, 1968, p. 144). Hemos dicho que
se resistían a ser m ineros y esta resistencia se va a m anifestar en su acción. Des­
truirán sus propios instrum entos de trabajo. Tienen aún sus cam pos, quieren vol­
ver a ellos, los añoran: odian no solo a los “ gringos” , sino a todo el com plejo mi­
nero. Son “ esas m alditas m inas” , que dice un huayno ya citado ;son los lugares
donde pueden encontrar la m uerte o su paulatina destrucción física. Ellos no
form aron los centros m ineros o, en otras palabras, no respondieron a su propia
iniciativa, les fueron im puestos desde fuera ¿por que conservarlos? Para la gran
m ayoría, que solo ha ido por un p erío d o (meses o años), no es su ú nico y defi­
nitivo m edio de vid a; no sienten depender su existencia de las minas. Ignoran
la im portancia que pueden ten er para la m archa de la econom ía peruana. Final­

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m ente, no se sienten partícipes de una sociedad m a y o r:n o están vinculados a
otros trabajadores, ni reciben el apoyo de otros sectores sociales. ¿Por que' con­
servar esas instalaciones que traen diariam ente la destrucción de los cam pos, de
las form as de vida tradicional? Son razonam ientos de un cam pesino, no de un
proletario. Es el proceder de hom bres que se resisten al desarraigo. Por to d o lo
anterior es que calificamos com o m o tín a los sucesos de M orococha y Casapalca
de 1919. Los periodistas que los observaron los clasificaron com o “ huelgas” ,
pero el term ino implica, de hecho, la acción organizada y m ás o m enos conscien­
te. No ocurrió eso. La huelga, com o enfrentam iento definido contra la clase d o ­
m inante es un indicador de una “ cultura obrera” .
Los m ineros andinos^entre 1900 y 1920,recuerdan a los m ineros ingleses de
m ediados del siglo X V III, quienes igualm ente “ eran aldeanos y en su m ayoría
seguían siéndolo, y sus luchas resultaron norprendentes para los no m ineros con
quienes, además, ten ían poco co n tac to ” . (H obsbaw n, 1972, p. 176). Por e s o s 1
años, en los cam pam entos m ineros europeos se observaron form as de p rotesta
social similares. En 1740, en N orthum berland, “los obreros de las m inas de
carbón (. . .) quem aron las m aquinarias de la boca del pozo, y las huelgas de
1765 que h abían com enzado com o un abandono del trabajo perfectam ente pa­
cífico, se transform aron en una orgía de destrucción durante el transcurso de la
cual los m ineros cortaron las sogas de las gilías, rom pieron la m aquinaria y la
arrojaron al pozo de la m in a .. (R ude, 1971, p. 77).
Pero los m ineros de principios de siglo en el Perú recuerdan tam bién a las
turbas preindustriales de las ciudades europeas, a las m ultitudes que com ienzan
a incorporarse al m undo industrial. Esas turbas eran proclives a la acción directa.
Sus opciones eran m uy sim ples: to d o o n a d a rse acaba con la explotación o se
fracasa. Sus revueltas sacudieron a las ciudades de Inglaterra, Francia e Italia,
principalm ente entre 1730 y 1850. F ueron lejanos antecedentes de la acción
obrera organizada y enrum bada a partir de ideologías políticas (anarquism o ó
socialismo) (2).

4.3. Hacia la organización

La situación de los m ineros de la Cerro de Pasco C opp erC o rp . contrastaba


incluso con la de otros proletarios nacionales. Por 1919 funcionaban en Lima
10 fabricas textiles que agrupaban a unos 3,100 obreros. A dem ás,existían 26
(2) Las m ultitudes prepoliticas han llamado en los últimos años la atención de las histo­
riadores. George Rude se preocupó de estudiarlas en Inglaterra y Francia en The
Crowd in the French Rev.olution y en La Multitud en la Historia, Eric Hobsbawn en
Rebeldes Primitivos, con material referente principalm ente a Italia. Ambos autores
escribieron despues en conjunto Captain Sweing. El propósito que los guiaba era tratar
de caracterizar a esos hombres anónimos, darles un rostro.

53
fábricas de productos alim enticios, 17 de bebidas, 17 curtiem bres, 9 fundicio­
nes, 5 m adereras, a las cuales habría que añadir las num erosas panaderías: m u­
chos de estos establecim ientos databan de principios de siglo. Los obreros li­
m eños hablan tenido una experiencia política relativa en una serie de conflic­
tos sindicales y en las movilizaciones que se suscitaron durante el p erio d o de
Billinghurst. En 1919 se encontraban rem ontando el anarquism o y desarrollan­
do organizaciones de clase. E xistían ya la U nificación Textil de V itarte, la Uni­
ficación Proletaria Santa Catalina, la Unificación de G alleteros y A nexos, etc. y
la Federación O brera Local, fundada en 1918, de tendencia anarco-sindicalistu.
Los m ineros, en cam bio, no ten ían m ayor organización, com o se evidencia
en el relato de los sucesos de M orococha que hem os hecho. Existen noticias de
algunos intentos realizados en 1918 (B arrientos). En la citada Federación O bre­
ra Local se llegO a hablar de una Central O brera de Mineros del C entro, que
tendría com o asentam iento principal a Casapalca, pero no existen mayores re­
ferencias sobre ella. En todo caso, su acción no sería m uy efectiva, por el tipo
de com portam iento que asum ieron los metalúrgicos de ese lugar.
Para recurrir a la com paración con un tipo de proletarios similares en m u ­
chos aspectos a los m ineros —los cañeros del n o rte —, en ese sector, desde 1920,
“los in tentos de organización hablan ganado terreno en form a creciente” (K la­
ren, 1970, p. 60). Para que esto ocurra efectivam ente con los m ineros tendrían
que transcurrir todavía varios años, hasta 1928, cuando algunos intelectuales
m arxistas,o influidos por el m arxism o,iniciaron sus vinculaciones con ellos.
E ntre 1919 y 1928, la C om pañía había conseguido desbaratar los intentos
de organización. Cualquier tentativa en esta dirección era “ considerada com o un
acto de rebelión inconcebible” (Labor, 15-1-29, p. 1). Un estudioso de los co n ­
flictos sindicales de esos años anota que “ los once años de gobierno ultim o (Le-
guía) habían sido com pleta lira n ía para esta región m inera, no había existido
más autoridad que la C om pañía, ni mas voz de m ando que la de sus jefes” (Z ito r,
p. 83).
En diciem bre de 1928 ocurrio un accidente laboral en M orococha que co n ­
tribuyó a cam biar este panoram a. El 5 de ese mes se produjo en ese asiento m i­
nero una de las más terribles catástrofes de la m inería peruana de que se tenga
noticia. D urante la construcción de una chim enea en la m ina M aría Elvira (Sollsí
en Amauta, abr. 1929, p. 86), se originó una precipitación de lodo y cieno, pro
cedente de la laguna de M orococha, cerca de la cual se realizaban las tareas. En
las galerías perecieron 26 obreros nacionales y dos extranjeros (Labor, 29 dic.,
1928, p. 2),
La responsabilidad de lo sucedido recaía directam ente en la em presa. Vario_s
días antes del accidente, el superintendente del cam pam ento, G.M. Dillinghan,
observó un hundim iento en la superficie del iugar en el que se estaba haciendo

54
haciendo Ja chim enea. V einticinco días antes, se produjo una descarga de lodo
que acabó con la vida de un ayudante de m otorista. Apenas ocho días antes, un
contratista apellidado K ardum advirtió al superintendente de las excesivas filtra­
ciones de agua que se producían. O tro contratista, ante el aum ento de las filtra­
ciones y la pasividad de la em presa, dejó de ir a trabajar un día antes del acciden­
te. A esto hay que añadir que el enm aderam iento em pleado provenía de labores
anteriores y no se encontraba en condiciones necesarias com o para soportar las
40 0 ,0 0 0 toneladas de tierra que reposaban sobre 'e\ (Solís, loe. cit.).
Las investigaciones realizadas posteriorm ente dem ostrarían q u e,ad em ás,“ se
construyó la chim enea subterránea. . . conform e a un trazo equivocado de los
técnicos: pues se proyectó construir esta chim enea con salida a la falda del cerro
adyacente a la laguna, en dirección N.E. más o m enos del lugar donde se llegó a
co n stru ir” (Solís, loe. cit.). El trazo equivocado condujo al lecho mismo de la
laguna, originando el incontenible ingreso del agua por las galerías. Estas obras
estaban bajo la supervisión inm ediata del ingeniero norteam ericano Fleming.
R esulta, pues, evidente la responsabilidad de la C om pañía. Para los m ineros
era una expresión de las condiciones de trabajo a que los tem a sujetos cotidia­
nam ente. “ Es un trabajo de bestias y esas bestias son nuestros indios, p ro d u c to ­
res de la econom ía del país. Estos indios van a buscar el pan y encuentran la
m uerte en las m inas” . (Labor, 2-2-29, p. 4). La población m inera sindicó al Ing.
Fleming com o el principal responsable. Ese mismo día, “ un obrero apellidado
H erm oza increpó a Flem ing por no haber proporcionado m adera en cantidad
suficiente para proteger los trabajos y evitar el derrum be” . (Solís, loe. cit.). En
la noche fue apresado y trasladado a La O roya. A nte el tem or de nuevas p ro ­
testas y la generación de actos de fuerza, la Com pañía pidió inm ediatam ente la
intervención policial. Esta no se hizo esperar. Al día siguiente —el 6— llegó de
Lima “ una fuerte guarnición. . . arm ada de am etralladoras” .
El G obierno nom bró una Com isión para investigar el accidente,dirigida por
el director del Cuerpo de Minas. El 9 llegó el M inistro de G obierno. La com iston
atendió en prim er lugar a las inform aciones del superintendente. Parece ser que
allí term inó su tarea (labor, 2-2-29, p. ,2), por más que perm anecieron varios
días más alojados en el cóm odo hotel de la C om pañía existente en T ucto.
La Cerro se lim itó a pagar una indem nización de 50 soles a los deudos de
los m uertos en el accidente. No recibió ninguna" sanción de parte del Estado'.
Tam poco se efectuaron m ayores cam bios en las condiciones de trabajo. Estos
hechos im pactaron, inevitablem ente, entre los grupos de intelectuales progresistas
que funcionaban en Lim a, de tendencia indigenista o definidam ente m arxista.
M ariátegui y el “ grupo de Lim a” editaban por esos días el periódico Labor,
dirigido al m ovim iento obrero. D edicaron tres núm eros al tem a. En ellos de­
nunciaron el proceder de la Com pañía con los indígenas. Los artícu lo s eran fir­

55
m ados con el seudónim o de “ el inform ador” , por una persona que decía convi­
vir “ con el elem ento obrero en las profundidades de la m ina” (Labor 29-12-28,
p. 2). En Amauta tam bién se dio cabida a este problem a. Labor fue difundida,
a partir de estos hechos, entre los m ineros del centro. M ariátegui tom ó co n tac­
to con algunos dirigentes, especialm ente Gamaniel Blanco de M orococha. Im pul­
só la form ación de instituciones culturales que fueran elevando el nivel de los
trabajadores. En junio de 1929, en la Prim era Conferencia Com unista L atinoa­
m ericana, Mariátegui llam aría la atención de los asistentes sobre el num eroso
proletariado m inero y su condición de sobreexplotados por el imperialismo.
Fue así com o em pezó la penetración del marxism o en las minas.
La catástrofe no originó m ayores incidentes, pero sirvió para aum entar el
descontento de los m ineros en co n tra de la em presa y del gobierno,que no hizo
prácticam ente nada a favor de ellos. Para ese entonces com enzaban a pensar te ­
niendo com o referencia m arcos nacionales. De hechc\ recurrieron a las au to rid a­
des nacionales al dirigir un telegram a al senador por Ju n ín , A lberto Salomón.
En abril, en testim onio del efecto que tuvo sobre ellos el interés de Lab o r y
Amauta por su situación, 24 trabajadores enviaron una com unicación apoyando
a esta revista en sus denuncias co ntra la C erro, que fue publicada en el núm ero
22: . . nosotros los obreros dam os nuestro veredicto afirm ativam ente, con no­
so tro s to d o el pueblo de M orococha seguram ente daría sus palabras co n d en ato ­
rias y de severa protesta, sino fueran las crim inosas m aquinaciones de la Com pa­
ñía. . . ” (Amauta, 22-4-29). *
Los accidentes y las malas condiciones de trabajo, el co n tacto cotidiano con
la m uerte en los socavones m ineros de la em presa norteam ericana, ya no solo
van a propiciar el rechazo a la proletarización, sino que irán generando un tipo
de hom bres decididos a afrontar cualquier riesgo para la superación de la miseria
y de la explotación. Dos años después de esta catástrofe, en 1930, en un carna­
val de M orococha se escuchó, entre las m uchas m ulizas, una en la que el cantante
proclam aba: . . en la vida/ de hondos dolores/ no nos espanta la fe suicida/ so­
m os grandes en la lucha, en la lucha por la vida” (3).
Los anónim os m ineros que m urieron ese 5 de diciem bre de 1928 en Moro-
cocha siguen viviendo en el recuerdo de los trabajadores del lugar, no obstante
la inestabilidad de la fuerza laboral. H oy en d ía , cuando uno pregunta señalando
el lecho de la antigua laguna, a los ingenieros de la C erro, qué h abía allí, ellos
responden que una laguna secada por el relave de la C oncentradora; los m inero^
en ca m b ia recuerdan a la laguna que sepultó a sus “ com pañeros” m uchos años
atrás; los accidentes y los m uertos son parte indesligable de la historia m inera.
En 1968, en una m uliza de G erardo Q uiñones, aludiendo a un indio m inero, se
(3) Esta muliza ha sido reproducida de una colección de cancioneros conservada por He-
raclio Bonilla, del archivo de su padre.

56
dice: “ hasta tus vidas arranca/ esa horda extrangera” ,para concluir luego con
estos versos: “Dia llegará que cansado/ abandonarás tu tum ba fría/ y levantarás
con p o rfía/ la dignidad de tu pasado” .

5) SINDICATOS Y PARTIDO

En 1930 cam bió sustan'cialmente la co y u n tu ra po lítica peruana bújo los e­


fectos de la crisis del 29: las acciones de masas adquirieron un desarrollo hasta
entonces inédito. Lógicam ente, este fenóm eno excedía de los m arcos nacionales.
“ La G ran D epresión trajo tragedias y violencia para todo el hem isferio occiden­
tal, en cada país y en cada hogar” (Beals, 1964, p. 97). En ju n io ,u n a Ju n ta Mi­
litar asumió el poder en Bolivia; en setiem bre, estalla una revuelta fallida en
Chile; en octubre, se inicia una intensa guerra civil en Brasil y en el P erú, el 29
de agosto de 1930, se produjo el levantam iento victorioso de Sánchez Cerro,
en Arequipa. Por todos estos hechos, dice acertadam ente Tulio Halperin, “ mil
.novecientos treinta se llevó consigo, com o el viento se lleva castillos de bara­
jas, a más de una de las situaciones políticas latinoam ericanas. . (H alperin,
1970, p. 356). La crisis abarcó todos los órdenes de las sociedades dependien­
tes y su intensidad rebasó a los efectos de la crisis com ercial de 1872 o, para
referirse a un caso más cercano, el fin de la Prim era G uerra M undial. Fue co­
m o una especie de to rm en ta sorpresiva, que agudizó la miseria de las masas.
“ A ntes de 1930 (a las masas) puede no tenérseles en cuen ta en ninguna par­
te, excepto en México y. . . en el extrem o m eridional de A m érica del Sur.
Después de 1930, incluso el tradicional caudillo latinoam ericano cobra a m enu­
do un m atiz de desacostum brada dem agogia: la plaza llegó a ser tan im portante
com o el cu artel” (H obsbaw n, 1969, p. 81).
Para el caso peruano, en sentido estricto , no se tra ta de la prim era irrupción
de las masas. Pensemos en las luchas populares en Lim a duran te el p erío d o de
Billinghurst y en la “ fórm ula populista” que se vio obligado a im pulsar este go­
bern an te; en las mismas luchas del año 1919, frente a las cuales tuvo que asum ir
una posición el régimen de Leguía. Pero, en la m ayoría de los casos,las moviliza­
ciones populares habían sido esporádicas y aisladas, sin m ayores repercusiones
en la po lítica nacional, m uchas veces a espaldas de ella. Es el caso de los m ovi­
m ientos cam pesinos del sur entre 1915 y 1925, dom inados p o r ideologías tra ­
dicionales, com o el m esianism o, buen ejem plo de los cuales es la llam ada suble­
vación de Rum i-M aqui, en A zángaro; es tam bién el caso de los conflictos en las
haciendas azucareras, entre 1912 y 1919, y finalm ente, un carácter similar tie­
nen los m o tó o s violentos en las m inas de la Cerro que reseñamos líneas atrás.
Se trata de hechos de masas que se dan a lo largo de to d o el p aís, con gran vio­
lencia, pero desconectados entre sí, carentes del necesario apoyo de o tro s secto­

57
res sociales. A partir de 1930 la participación de las masas va a ser ma's violenta
aún y, por otro lado, alcanzará un nivel organizativo com o no se había dado has­
ta entonces. Incluso se van a producir elaboraciones p o lític a s —el aprism o y el co­
munismo, especialm ente— que van a tratar de ganar a esas masas y movilizarlas
por objetivos nacionales.
Confirm ando la afirm ación de H obsbaw n, el m ism o Sánchez C erro, en el
M anifiesto de A requipa, con el que anunció y explicó su levantam iento, aten ­
diendo a las preocupaciones de las clases populares,proclam ará: “ Redim irem os
y dignificarem os a nuestros herm anos indígenas. Este constituirá el ‘alma ma-
te r’ de nuestro program a nacionalista. . . Aseguremos constantem ente el bienes­
tar y los derechos de las clases trabajadoras dentro de las norm as más eq u itati­
vas y ju stas” (U garteche, 1969, p. 114).
Sánchez Cerro y sus planteam ientos lograrán movilizar a sectores populares
de Lima y A requipa, principalm ente. Algunas veces, estas movilizaciones sobre­
pasaron a su potencial caudillo, com o en los sucesos acaecidos en Lima después
de la caída de Leguía (turbas que incendiaban casas de leguiístas). Las fo to s de
los periódicos de la época dan testim onio de la presencia de las masas en los m í­
tines a favor de Sánchez Cerro.
Pero las m ovilizaciones más im portantes van a ser aquellas que ocurrieron
fuera del radio de influencia del nuevo caudillo o bajo la influencia de otras ideo­
logías. En 1931, contan d o con grandes sim patías en Lim a, se produjo un paro de
choferes, en el que participaron los com unistas. En m ayo, en A requipa, Ja F ede­
ración O brera Local decretó una huelga general en la ciudad, que fue acom paña­
da por tum ultos. En ju n io , en Talara, los trabajadores petroleros,hasta entonces
desorganizados, presentan un pliego de reclam os, pero son ferozm ente reprim i­
dos por la policía, con un alto saldo dé m uertos, heridos y presos. En Lima, en
agosto, se produce una huelga de telefonistas. En 1931 se realiza uno de los pro­
cesos electorales más violentos de nuestra agitada historia republicana, con resul­
tados m uy discutibles, antes y después del cual abundaron los choques entre
apristas y sanchezcerristas. En 1932, la violencia alcanzará su m om ento culm i­
nante en la insurrección de Trujillo, donde las masas llegaron a tom ar la misma
ciudad pero, por su m ism o desorden, a los pocos días fueron m asacradas por el
ejército: más de 500 fusilados en las ruinas de Chan-Chan. Corolario de esta vio­
lencia es el destierro y la prisión de apristas y com unistas y el asesinato de Sán­
chez Cerro en m ayo de 1933.
Estas luchas populares tuvieron sus inicios en una actividad que, p o r su alta
explosividad y po r la tensión que caracterizaba a sus relaciones sociales, era es­
pecialm ente sensible a los m ovim ientos económ icos: la m inería. Sus prim eros
protagonistas fueron precisam ente los m ineros de la Cerro. Veamos por qué y
cóm o ocurrió esto y qué form as adquirieron las luchas m ineras en 1929 y 1930.

58
5.1.) La organización de los sindicatos mineros

Los cam pam entos m ineros de] C entro —no solo los de la C erro— ofrecían
por estos años una imagen distinta que a principios de siglo. Por 1900 era com ún
ver a los nuevos m ineros vestidos a la usanza cam pesina y en los cam pam entos
un buen núm ero de llamas. Las fotos de esa época m uestran estos testim onios
evidentes del m inero cam pesino. Casi treinta años después los m ineros utilizaban
otros ropajes y en los cam pam entos desarrollaban exclusivam ente las actividades
específicas de esos centros laborales.
Si bien seguían en actividad los enganchadores, “ tan odiosos y b ru tales” co­
mo antes, (M artínez, 1949, IV, p. 9 3 ), el núm ero de trabajadores relativam ente
estables: lo que hem os denom inado proletariado transitorio había ido en au­
m ento. Incluso los m ineros tendrían com o una de sus reivindicaciones la estabi­
lidad laboral.
Pero, aparte de estos cam bios, la miseria era tan dura com o en años an terio ­
res. Las viviendas, alquiladas por la C om pañía m ediante sumas algo elevadas, no
contaban con la higiene y los servicios necesarios: “ las actuales viviendas en su
m ayoría no reúnen las condiciones de sanidad que la vida y la salud del obrero
lo requieren” . (Ibidem , IV, p. 11). Los servicios eléctricos eran ineficaces (Ibi-
dem , IV, p. 39). “ La incom odidad es h orrible” (Ibidem , IV, p. 92).
Los hospitales estaban a cargo de personal norteam ericano que no atendía
bien a los trabajadores, m uchas veces por la simple razón de desconocer el idio­
ma de éstos.
En lo que se refiere al trabajo en las m inas, la C om pañía persistía en su acti­
tud de no proveer a los m ineros de los instrum entos necesarios, com o se indica
en el Prim er Pliego de Reclam os de M orococha, “ Los trabajadores de las seccio­
nes en donde existen vertientes de agua. . . nos vemos en la necesidad forzosa de
com prar por nuestra propia cuenta, sacos de agua, som breros, botas, p antalo­
nes. . .” (Ibidem , IV, p. 10). Ni siquiera la ración de carburo era suficiente para
las 8 horas de labor (Ibidem , pp. 10-11).
Al margen de la legalidad vigente, en cualquier m om en to , cuando la C om ­
pañía lo consideraba o p o rtu n o , los m ineros podían ser despedidos. A los despe­
didos no se les reconocía su tiem po de servicios (Ibidem , p. 11).
D urante el Congreso Minero se resum ió así la situación de estos trab ajad o ­
res: “T rabajando en tan terribles condiciones no tenem os más perspectivas par5^'
nuestras familias que la miseria com pleta, si m orim os. Y si llegamos a inutilizar­
nos en el trabajo, si llegamos a adquirir una enferm edad o a la vez nos impide
trabajar, pues, no tenem os o tro cam ino que la m endicidad, para sostenernos.
Todas nuestras mejores energías se traducen en ganancia para la C om pañía, ga­
nancias que ni siquiera se quedan en el país sino que van a repartirse en calidad

59
de enorm es dividendos entre los m agnates de Nueva Y o rk ” (Ibidem , IV, p. 93).
Ignoram os si estos datos fueron rigurosam ente reales. Posiblem ente el apa­
sionam iento de las asambleas, m ovilizaciones y enfrentam ientos de esos días
perm itió algunas distorsiones, pero de lo que no tenem os duda, es de que esa
era la visión de los m ineros de su propio trabajo, sus concepciones y sus pensa­
m ientos auténticos.
La m archa de la minería, bajo los efectos de la depresión,contribuirá deci­
sivamente a agravar estas situaciones. H ubo una reducción general de las ex­
portaciones nacionales (V er Cuadro III), com o consecuencia de la reducción
del m ercado norteam ericano al 14 o /o de nuestras exportaciones. La producción
de cobre de la C erro, en soles, dism inuyó de S/. 2 5 ’308,199 en 1929, a S/.
14’7 0 5 ,342, al año siguiente. El precio del cobre electrolítico h ab ía dism inuido
en Nueva Y ork de 18.107 a 12.982 centavos de dólar. El año 32, la caída del
precio del cobre llegaría hasta 5.55 centavos de dólar. Consiguientem ente, de­
creció el valor to ta l de nuestro cobre expo rtad o .

CUADRO XIII

PRODUCCION DE COBRE DE LA CERRO DE PASCO COPPER CORP.


(Lingotes) 1921-1932

AÑO TM/Lingotes VALOR TOTAL


(Soles)

1921 26,375 12’0 2 1,349


1922 31,432 15’92 0 ,0 2 0
1923 42,430 2 3 ’8 9 9 ,5 5 4
1924 32,527 19’447,033
1925 35,863 2 3 ’2 9 7,310
1926 41,637 2 2 ’938,667
1927 46,377 2 1 ’01 7 ,6 7 0
1928 52,292 2 5 ’041,862
1929 45,303 2 5 ’308,199
1930 39,152 14’7 0 5 ,342
1931 38,499 9 ’4 5 9 ,5 3 4
1932 20,898 4 ’199,659

FUENTE: El Anuario de la Industria Minera, Año 23, No. 75, set. 1944, p. 109.
Las cifras anteriores posibilitan las com paraciones del lector. Se puede o b ­
servar, p o r ejem plo, cóm o la producción de lingotes de cobre después de haber
alcanzado la elevada cifra de 52,292 T.M ., llega a descender hasta las 20,898
T.M ., por debajo de las 26,375 T.M. de 1921: la más baja producción en los años
anteriores, com prendidos en el cuadro. O tro ta n to sucedió con la plata. A lo que
hay que añadir que “ todos los m ateriales que se necesitaban para la m inería han
aum entado de precio” , según el gerente general de la Cerro en esos años, Ha-
rold Kingsmil (M artínez, IV, 1949, p. 13).

Estos procesos económ icos van a condicionar el endurecim iento de las rela­
ciones laborales en los cam pam entos. Los salarios, no solo se van a m an ten er es­
tacionarios, sino que, en las diversas secciones, se reducirán. N o se harán las m e­
joras necesarias en las viviendas y en las condiciones de trabajo. Los superinten­
dentes, ingenieros y capataces presionarán a los trabajadores para el cum plim ien­
to más efectivo de las tareas, es decir, para conseguir la intensificación de la jo r­
nada de trabajo. A nte las protestas de los mineros^la em presa aludirá a los efectos
de la depresión económ ica, a la sustancial baja de sus ganancias y a la necesidad
de tener que recurrir incluso a em préstitos (Ibidem , p. 13). Los m ineros, en su
respuesta, dirán que ellos, lógicam ente, tam bién sufren los efectos de la crisis a
través del aum ento del costo de vida.
De esta m anera se fue intensificando la tensión entre los m ineros y la em ­
presa. El prim er conflicto se dio en el cam pam ento de M orococha, donde “ la
carestía de la vida. . . sube a un ciento po r ciento de lo que vale en el Cerro de
Pasco” (Ibidem , p. 10). Se form ó un C om ité Central de Reclam os dirigido por
A drián Sovero y G am aniel Blanco, con quienes m an ten ía contacto el grupo de
Lima. Los m arxistas de Lim a, presididos por M ariátegui, a través de centros cul­
turales, la difusión de bibliotecas obreras y el periódico L abor, com o ya indica­
m os, se vincularon a estos dirigentes y les enviaban indicaciones y sugerencias;
por interm edio de ellos, recibían inform ación sobre lo que sucedía en las m inas
y alentaban sus reivindicaciones.
E sta prim era reivindicación desem bocó en una huelga entre el 10 y 14 de
octubre de 1929, coincidiendo con el inicio del cuarto perío d o consecutivo de
Leguía. Los dirigentes Sovero, A churra y Loli se dirigieron al Dr. A ugusto de
R om aña, prefecto del d epartam ento para com unicarle que ellos se sum aban a
las “ aclam aciones unánim es de todos lo s hijos del país” , por este suceso (Ibi-
dem , p. 7). Tom ando en cuenta la actitud absolutam ente favorable a la em presa
de este gobernante, esas afirm aciones p o d rían ser la expresión de un m arcado
oportunism o (com o posteriorm ente serían in terpretadas por los com unistas) o
de una táctica para evitar la represión. Lo uno o lo o tro , lo que resulta evidente,
es que los m ineros, cuando m enos sus dirigentes, continuaban situándose a nivel

61
de la política nacional. Y esto, con todos sus posibles vicios, era un gran paso en
el desarrollo de su cultura de clase: a nivel de la ideología rom pían con el aisla­
m iento social en el que habían estado inmersas sus reivindicaciones anteriores a
la catástrofe.
La huelga se desarrolló en un am biente pacífico. Los objetivos fu ndam enta­
les eran conseguir un alza de salarios, el trato legal a 40 m ineros despedidos, m e­
joras en las condiciones de trabajo, supresión de las contratas. La em presa cedió
en algunos puntos,principalm ente en lo que se refiere a los despedidos, causa de
la huelga. Los m ineros consideraron que habían obtenido una victoria. “ El fondo
m oral del m ovim iento huelguista —se com entó en ún m anifiesto de la época— ha
señalado una etapa sin parangón en los anales obreros de M orococha, si llegamos
a juzgar con criterio, la nobleza y optim ism o de las gestiones, desde su iniciación
hasta el final (. . .) se ha sentado las bases de una justísim a reclam ación,
encuadradas en el cam po del derecho y el respeto a las propiedades del Capitalis­
ta. N uestro m ovim iento no ha sido de aquellos que se asemejan a m otines sin
control, que degeneran en salvajismo, sino una huelga reglam entada y llevada a
cabo por hom bres educados en la escuela del D eber” (Ibidem , p. 3). Lo que m e­
reció, desde luego, el elogio del gerente general de Ja Cerro: “ Quiero felicitar a
la Comisión por la alta cultura con que (. . .) se conducen las negociaciones. . .”
(Ibidem , p. 15).
Los m ineros habían atribuido la situación que precedió a la huelga exclusi­
vam ente a un mal funcionario de la em presa. En el pliego de reclamos, decían
literalm ente: “ Que desde la venida del señor Mac H ardy, la clase obrera de este
Asiento M inero, atraviesa una situación com pletam ente paupérrim a en la cues­
tión de trabajos, por lo reducidos de salarios llevados a cabo por el indicado Sr.
Mac. H ardy, acto que prueba una injusticia sin nom bre” (Ibidem , p. 9). Era el
problem a con un mal superintendente. No percibían todavía que se trataba de
una política de Ja em presa y, menos aún, la coyuntura económ ica subyacente.
A fines de 1929, en el explosivo cam pam ento de M orococha, aparentem en­
te se asistía a un nuevo estilo de p rotesta social, que no obstante to d as las c ríti­
cas que se le pudieron hacer en el m om ento, se asemejaba ya a los procedim ientos
de los obreros m odernos. Se había redactado un pliego, se especificaron las recla­
maciones, se conform ó una organización, se tuvo presente el poder p o lítico cen­
tral, etc. Los m ineros, insistim os que aparentem ente, com enzaban a proceder
com o sus similares, los trabajadores textiles de Lima, para poner un ejemplo
cercano. .
A m edida que fueron pasando los días, la em presa com enzó a d ejaren sus­
penso m uchas de sus promesas relativas al pliego de reclamos, bajo el pretex to
de tener que consultar a Nueva York. Los obreros lo interpretaron com o un ardid.

62
Lógicamente, esto afectó a las relaciones entre los m ineros y la em presa. Un he­
cho ocurrido a fines de diciem bre,en M orococha,presenta claram ente lo que deci­
mos: la gente de la m ina está dando pruebas de altivez y rebeldí:; como no lo
había hecho antes. No hay día que no dejen de presentarse en fuertes grupos
para exigir que se cum pla, al pie de la letra, los puntos acordados en la última
huelga. Para que Ud. se de' cuenta cóm o están los espíritus en la mina, le voy a
relatar el caso siguiente: una cuadrilla de enm aderadores de San Francisco (sec­
ción del cam pam ento, A FG ), que trabaja en distintos niveles quiso salir a la su­
perficie a la hora del alm üerzo, y el jefe norteam ericano les salió al encuentro
m anifestando que tenía orden estricta de no dejar salir a nadie a la superficie.
Los de la cuadrilla respondieron que no teniendo sitio conocido de trabajo, pues­
to que hacían reparaciones en distintos niveles, los que m andaban el alm uerzo no
sabían a dónde rem itirlo, y que esta era la razón que tenían para salir a la super­
ficie. El jefe de la m ina replicó en el sentido de que despediría a toda la cuadrilla
si ésta no obedecía la orden. Inm ediatam ente todos ellos sacaron sus fichas del
bolsillo y las presentaron para que el gringo ‘hiciera la prueba de despedirlos’.
Com o es natural suponer, este no se atrevió a firm ar los ‘tím e-checks’, y ellos
continúan saliendo a la superficie” (Ibidem , p. 24). Esta cita ha sido tom ada de
una carta que H éctor H errera, desde M orococha, envió a M artínez de la Torre.

Frente a estos actos de los m ineros, el superintendente de M orococha se


vio obligado a reforzar la seguridad en su oficina, construyendo una serie de
com partim entos y, así,quien desease verlo tuviera que pasar prim ero por el p o r­
tero y luego por el secretario; en el cielo raso se colocó un grueso en to rn ad o de
cem ento y las ventanas fueron reforzadas con varillas de fierro.

En este am biente seguía desarrollándose la organización de los mineros.


Siempre en M orococha, pero ya en el mes de enero de 1930, el dirigente Sovero
refería en una carta a M artínez de la Torre: “ ... hem os procedido a form ar
los com ités de minas, ha quedado term inado el sábado 11 y hoy 13 hem os
com enzado a atender a la filiación de los federados,ya hem os instalado nuestra
oficina pública para atender toda clase de reclam os, ya estam os haciendo ex ten ­
siva nuestra labor hasta los alrededores de este asiento, estam os sesionando con
regularidad, aunque nos ha costado m ucho trabajo para llegar a organizar los co­
m ités, ya han com enzado a pagar sus cotizaciones de un sol m ensual, a pesar
de tan to s obstáculos seguimos adelante en nuestra labor” (Ibidem , p. 26).
Pero para que la organización de los m ineros se extienda a otros asientos
de la C erro, habría que esperar al ingreso efectivo de los m arxistas a las minas.
En m arzo de 1930, Jorge del Prado partió para las m inas del cen tro , con la in­
tención de buscar trabajo allí y, desde el interior m ism o de las masas mineras,

63
im pulsar su organización. Para entonces, desde'setiem bre de 1929, ex istía una
Confederación General de T rabajadores del Perú (C .G .T .P.), con base principal­
m ente en los sindicatos de Lima. No existía, en cam bio un Partido C om unista,
p o rq u e,co m o es sabido, M ariátegui consideró preferible establecer en 1928 un
Partido Socialista (4 ), atendiendo a la debilidad de una amplia base para la
nueva organización y a la necesidad de evitar la represión, que el nom bre com u­
nista p odía m otivar, en los prim eros m om entos del nuevo p artido: pero nada
de esto significaba, claro está, que la ideología del partido no fuera el m arxis­
m o-leninism o, m otivo de la polém ica entre Mariátegui y Haya. T eniendo com o
transfondo estos planteam ientos, en M ontevideo, en m ayo de 1929, durante
la constitución de la C onfederación Sindical L atinoam ericana (CSLA ), los
planteam ientos de José Carlos M ariátegui, expresados por Julio Portocarrero
y Hugo Pesce, entraron en polém ica con los de V ictorio Codovila, principal
dirigente de la Internacional C om unista en Latinoam érica.
Pero, con la m uerte de M ariátegui acaecida el 16 de abril de 1930, los
m iem bros del P artido Socialista, antes grupo de Lima, com enzaron a trabajar
en con tacto cada vez m ás estrecho con la Internacional, hasta que finalm en­
te, en octubre de 1930, por acción de E udocio Ravines, se estableció el P arti­
do C om unista del Perú, para subrayar el carácter internacional de la organi­
zación. Ravines había ingresado clandestinam ente al país, después del golpe
de Sánchez Cerro y venía provisto de directivas desde Buenos Aires, sede
principal de la Internacional en América. En sus m em orias, refiere así la
fundación del partido: “ sobre las ruinas de la fortaleza Sacsayhuam án, tran ­
sidos por la em oción de la H istoria y por la gravitación telúrica de los Andes,
los obreros, estudiantes e intelectuales cuzqueños, sintiéndose legítim os here­
deros del com unism o incaico, otorgaron su más encandecido fervor a la cruza- ,
da com unista. Sobre las piedras m ilenarias proclam aron, acandilados y resuel­
to s, la constitución, el nacim iento de la Sección Peruana de la Internacional
Com unista” . (Ravines, p. 178).
Del Prado, retom ando lo que anotam os líneas atrás, contribuirá a im pulsar
la organización m inera. Los efectos de la crisis y la tensión existente en los
cam pam entos, dieron las bases para su tarea. En julio, después de una m u lti­
tudinaria asamblea, con asistencia de 45 delegaciones de las diversas secciones,
se estableció el Sindicato Metalúrgico O brero de La O roya, “ para que con la fe y
la convicción defienda desde todos los terrenos, los derechos que corresponden
a los que sacrifican su vida en la alta virtud: el trab a jo ” (M artínez, IV, p. 35)

(4) Esto lo llega a re c o n o c er,im p lícitam en te, el mismo Jorge del Prado, quierujunto con
Mandréd Kossok, es uno de los sostenedores de la tesis; Mariátegui fundador del Parti­
do Comunista. Dice del Prado, en un folleto sobre la historia de su partido, que este
“ en un prim er instante se llamó Socialista” (Prado, p. 15).

64
Pero, aún, los m ineros seguían poniendo su confianza en el gobierno, por lo m e­
nos al nivel de las declaraciones. En un m anifiesto fechado en agosto de 1930,
los m etalúrgicos de La O roya decían que “ felizm ente, se inicia com pañeros, en
el gobierno de m ilitares pundonorosos, que por su genio tem plado y su férreo
carácter, dom inarán toda anarquía perversa, ya por la persecución de orden y la­
b o r, o con la imposición de su fuerza. Ellos dejarán un gobierno ejem plarizador
de verdadera honradez y p atriotism o” . N o te n ía, por o tro lado, m ayores razones
para desconfiar del sanchezcerrism o. Del nuevo gobierno solo ten ían com o te sti­
m onios sus declaraciones verbales y las sanciones que se habían em prendido con­
tra los leguiístas.

A ntes de proseguir con esta reseña de la form ación de los sindicatos mine-^
ros, hay que indicar que el estilo de trabajo de los m arxistas había sufrido una
variación sustancial en los últim os meses, en relación con la m uerte de Mariá-
tegui y los lazos, cada día más fuertes, con la Internacional. A ntes el trabajo se
hacía a partir de los dirigentes m ineros y respetando los planteam ientos de éstos,
por m ás que pudieran parecer oportunistas. A hora se buscaba “lim piar a la orga­
nización de la influencia pequeñoburguesa y chauvinista, procurando que en la
dirección estén solam ente los m ineros auténticos que dem uestren un firme sen­
tido de clase y una gran voluntad de acción” , com o decía M artínez de la Torre
en una carta enviada a del Prado. Eñ o tra carta, insistía en “ form ar inm ediata­
m ente células adheridas al P artido, que trabajen bajo la dirección del m ism o” ,
para lo cual habría que rom per no solo con los pequeñoburgueses, com o Sovero y
Gamaniel Blanco, sino incluso transform ar rápidam ente la m entalidad de los mis­
mos m ineros, impregnada de algunos elem entos ideológicos similares. Del Prado,
en el mes de julio, en M orococha, escribió las siguientes observaciones: “ La m a­
yoría de los que nosotros consideram os com pañeros, resulta que están en estos
días presos del más fervoroso patriotism o y encuentran en la proxim idad de las
‘fiestas patrias’ las m ás ‘razonables’ disculpas a su iniciativa en estos m om entos
(...). Casi to dos conservan intacto su esp íritu chauvinista". A lo que M artínez res­
p o ndía d iciendo:“ Creo que su labor m ás interesante, por el m o m en to , consiste
en dem ostrar a los cam aradas m ineros que no es un problem a de nacionalidad si­
no un problem a de clase. La explotación en las m inas es un fenóm eno netam ente
capitalista, com pletam ente independiente de la religión, raza o país. A los m ine­
ros tiene que serles indiferente que el que les extraiga la plusvalía sea la Cerro de
Pasco Copper Corp. o el señor Proaño. La lucha se plantea, pues,para ellos, en un
definido terreno proletario, y por consiguiente de lucha dé clases” . (El subraya­
do es nuestro). .
Este estilo de trabajo, caracterizado por una especial rigidez, por el afán de
transferir rápidam ente a los trabajadores una m anera de pensar y com portarse,

65
aparentem ente tuvo éxito en esos días. El ascenso de las luchas m ineras prosi­
guió. Lo sucedido en La Oroya se repitió en otros cam pam entos y, a principios
de setiem bre, del Prado com unicó a M artínez de la T orre: hoy tenem os organi­
zados, O roya, Cerro, Goyllarisquizg^,,M alpaso, lo que nos falta esC asapalca, pe­
ro tam bién se está preparando,. Creo que este es el m om ento de poder form ar,
el frente único de trabajadores en el P sru .

El 10 de setiem bre, los m etalúrgicos de La O roya presentaron un pliego de


reclamos cuyos puntos fundam entales eran: a) “ C oncentración o desviación de
los hum os tóxicos que despiden la l distintas fundiciones de ese asiento m eta­
lúrgico... Este pedido se daba en el derecho a la vida que tienen los ciudadanos
peruanos: la conservación de su salud y el am paro a las industrias ganadera y
agrícola, tam bién peruanas” ; b) M ejorás e n ^ a atención m édica, en el alum bra­
do eléctrico, construcción de nuevas viviendas; c) Mejoras en las condiciones
de trabajo a través del cum plim iento estricto de las leyes sobre accidentes de
trabajo y el establecim iento de un seguro de vida; d) Finalm ente, “ dar a todos
los trabajadores de la Corporación, em pleados y obreros, un AUMENTO D EL
D IEZ PO R CIENTO sobre lo que actualm ente perciben to d o s” .

Los m etalúrgicos de La O roya virtculan^sus reivindicaciones, de esta m a­


nera, con las de los m ineros dé otro s cam pam entos de la Cerro y se ponen
objetivos que no son exclusivos de ellos, sino que interesan tam bién a otros
sectores, com o la solución al problem a de los hum os, que había m otivado la
protesta de los cam pesinos a lo largo de la década del 20.
Estas protestas se van a difundir rápidam ente a otros cam pam entos. El
gobierno se ve obligado a llamar a Lima a los delegados de los trabajadores para
entablar una conciliación con la em presa. La Cerro, aparentem ente, cedió en
m uchos puntos aceptando un aum ento que se regiría de acuerdo con una esca­
la m óvil,basada en el precio del cobre electrolítico, “ cuando el precio de la
libra de cobre alcance desde quince centavos de dólar hasta dieciocho cen ta­
vos de dólar, el aum ento será de diez por ciento sobre el salario actual y com ­
prom etiéndose a m ejorar las condiciones de vida y de trabajo en los cam pam en­
tos” Lo prim ero, dada la persistente baja del precio del cobre, era un bu rd o en­
gaño. D urante 1930 el cobre sólo alcanzó el precio de 12 centvs... Como resul­
taba com pletam ente previsible, por los efectos de la depresión, siguió descen-
ciendo. En una acotación aparentem ente m arginal, pero o p o rtu n a, se decía “q u e­
da pactado que si el precio del cobre baja, los salarios decrecerán au to m ática­
m en te” .
Pero durante estas jornadas, más allá del éxito o fracaso inm ediato, los m i­
neros definían su enfrentam iento co ntra la Com pañía. En los meses anteriores, la
C erro, lejos de oponerse a la form ación de los sindicatos, los h abía tolerado tra-

66
tando de infiltrar en ellos elem entos adictos. Los dirigentes mineros que estaban
en Lima con ocasión de discutir el pliego de reclam os, M áximo Santibáñez, por
Mal Paso, Augusto Cueva, por Goyllarisquizga, V icente Pérez, por M orococha,
L orenzo Cam arco, por Casapalca, denunciaron, en una carta enviada al diario
La Crónica, estas m aniobras.
D entro de los elem entos vinculados a la em presa incluían al prim er secreta­
rio general de La O roya, Lucio Castro Suárez, acusado de ser un falso obrero y
de haber hecho un “ m anifiesto asqueroso” , refiriéndose con estos térm inos al
m anifestó que citam os líneas atrás,en el que se lanzaban frases elogiosas al nuevo
gobierno. O piniones similares tenían sobre los dirigentes de Cerro.
Esto implicaba una división en el in terior de los dirigentes m ineros y m ostra-,
ba de qué m anera no eran tan sólidas las bases de las nuevas organizaciones.
El avance radicaba en que estos nuevos dirigentes m ineros dejaban de pensar
sus problem as en térm inos personales. Ya no se lanzan acusaciones contra un mal
funcionario. A hora las acusaciones son dirigidas contra la em presa en su conjun­
to. En las prim eras líneas de la carta que estam os com entando decían: “ ... expre­
samos ante la conciencia nacional (...) nuestra más erguida protesta y condena­
ción co n tra las m aquinaciones sistem áticam ente em pleadas contra los trab ajad o ­
res m ineros por la C orporation...”
A esta altura los com unistas eran el grupo organizado con m ayor influencia
sobre los mineros. En lo que se refiere a los apristas, habían tenido algunos éxi­
tos iniciales, pero solo se habían quedado en eso. O tros grupos, com o unos auto-
titulados Socialistas, tam poco habían tenido m ayores avances. E ntonces los co ­
m unistas, con el objeto de culm inar con la organización de los m ineros, deci­
dieron im pulsar la celebración de un Prim er Congreso de Trabajadores Mineros
del C entro. A las entusiastas bases de M orococha, Mal Paso, Casapalca, Goylla*
risquizga, Sm elter, se les sum aron las de la Negociación Fernandini, de la m edia­
na m inería nacional y , nuevam ente, las de Cerro y La O roya. Los m etalúrgicos
de La O roya cam biaron a sus anteriores dirigentes y enviaron una carta a las
otras bases que term inaba con esta invocación: “ Esperam os queridos cam ara­
das que el eco de nuestro grito de unificación y solidaridad obrera de los m ineros
del Centro tenga repercusión en todos nuestros com pañeros y a la brevedad
posible cobijem os nuestros más caros ideales bajo un cielo único: EL D EL
CONGRESO MINERO D EL C EN TRO ” .
Se evidencia, pues, una cierta inestabilidad a nivel de los dirigentes m ineros,
aparentem ente com prensible por ser una etapa de form ación. No obstante esto,
los sucesos que hem os reseñado m otivaron el entusiasm o de los m ilitantes co­
m unistas. R avines, haciendo el recuerdo de esos días, anota en sus m em orias:
“ asambleas tum ultuosas congregaban a millares de hom bres que, por prim era

67
vez, oían hablar de derechos hum anos. Por prim era vez recibían el mensaje que
les anunciaba que los gerentes, los directores, los ingenieros, los capataces, no
eran los dueños de los hom bres que trabajaban allí. Era la prim era vez que
supieron que en otros países los m ineros se organizaban en sindicatos y discu­
tían con los patrones de la m ina de ‘hom bre a h om bre’ "(R avines, p. 179). Del
Prado, ai hacer el recuento histórico dei Partido C om unista, anotó que “ fue el
PRINCIPAL impulsor del form idable ascenso del m ovim iento reivindicativo y
organizativo de nuestras masas populares” (Prado, s.f., p. 18). En esos mismos
años, en contacto directo con los hechos, Jorge del Prado, después de haber
participado en un conflicto suscitado en M orococha, com unicaba al partido,
com o su principal conclusión sobre la situación de los mineros, que se había
dado “ una gran radicalización de las masas, un fuerte espíritu com bativo y la
posibilidad —com o consecuencia de lo an terio r— de que m uy p ronto podam os
conducirlas a la ‘lucha final’"(M artínez, IV, 1949, p. 75). El mismo M artínez
de la Torre consideraba que los m ineros, desplazando al “ proletario de Lim a” ,
pasaban “ a la cabeza de la acción clasista” (p. 31). En noviembre de 1929,
después de la prim era huelga en M orococha que reseñam os líneas atrás, en
La Correspondencia Sudamericana, órgano del Secretariado Latinoam ericano
de la Internacional C om unista, se escribió lo siguiente: “ La lucha contra la
Corporación fue la palabra de orden de los obreros. La lucha de clases em pal­
m aba con la lucha contra el im perialism o. De simple m ovim iento de reivindi­
cación económ ica se pasaba a un m ovim iento netam ente p o lítico ” (p. 20).
Es cierto que éntre diciem bre de 1929 y noviembre de 1930 —entre la
form ación del Com ité Central de R eclam os de M orococha y la inauguración del
Prim er Congreso Minero del C entro— habían ocurrido cambios entre los trab a­
jadores de la Cerro. D onde antes no h ab ía existido m ayor organización, se fo r­
m aban rápidam ente sindicatos. Los m ineros precisaban sus reivindicaciones en
pliegos extensos. Dejaban de luchar aisladam ente. Com enzaban a percibir que el
enfrentam iento no era contra individuos (superintendentes o enganchadores)
sino contra toda una em presa. Estos hechos no pueden ser atrib u id o s exclusiva­
m ente a los com unistas. Sin la crisis y sin sus efectos hubieran sido poco p roba­
bles o no se hubieran podido dar en apenas 7 meses, en m enos de un año..
Pero, aparte de estos aspectos, en función de la caracterización de los m i­
neros nos interesa saber hasta qué pu n to estos acontecim ientos respondían a un
ascenso real de las masas, hasta qué p u n to habían sido interiorizados previam en­
te por ellas y obedecían a su nivel de conciencia real, a su psicología y cultura.
Los com unistas hablaban de obreros mineros, de lucha de clases en el sector,
etc., en esa época y en la actualidad cuando recuerdan los sucesos de esos años.
¿H asta qué punto se podían em plear esos térm inos al referirse a las masas m ine­
ras? Más aún, tom ando en cuenta que desde el m arxism o que profesaban esos'

68
com unistas, lucha de clases no es cualquier tipo de enfrentam iento, sino el en­
frentam iento consciente entre; las clases. La lucha de clases, en este sentido, sig­
nifica el cabal ingreso de las masas a la política. ¿O curría eso con los m ineros del
año 30, com o lo anotaba —y la cita ha sido tex tu al— un órgano oficial de la
Internacional? ¿Fue interpretada correctam ente por los com unistas la práctica
de los mineros? ¿Acaso esas masas tenían unas m otivaciones m uy distintas a
aquellas que los com unistas les atribuían?

5.2.) Hacia una caracterización de las masas m ineras

Estas preguntas nos llevan nuevam ente al análisis de las masas m ineras desde
d entro. No interesa, para ello, lo que digan de sus hechos los m ineros, que des­
pués de todo pueden ser planteam ientos inspirados, sugeridos o incluso hechos
por los mismos com unistas. Interesa lo que realm ente hacen esas masas, la
m anera específica com o ellas experim entan y viven sus acciones. En otras pala­
bras: el sentido que confieren a sus actos.
Con esta finalidad vamos a revisar a continuación tres hechos de violencia
que ocurrieron en esos días en La O roya, Cerro y M orococha. Nos guía el con­
vencim iento de que la acción es la form a más pura de expresión de una situación
ideológica.

Los historiadores que se han ocupado de la caracterización de las masas po­


pulares, han señalado que, en esta em p resa,lo más problem ático para su consecu-
sión está por el lado de las fuentes. Los actos de violencia de las masas sólo han
recibido un interés accidental, generalm ente de parte de personas que estaban
m uy lejos de m irarlas con sim patía: viajeros adinerados, buenos burgueses que
las observan a la caza de anécdotas, periodistas que escriben para determ inados
públicos y , sobre to d o , policías. Para todos ellos, por lo general, se trataba de un
conjunto dé lum penproletarios, de la “ chusm a” , del “ populacho” en acción o,'
por el co ntrario, del “ buen pueblo” , azuzado por pérfidos agitadores. Para los
mismos historiadores, excepción de algunos com o M ichelet o Marx, y en los ú lti­
m os años los ya citados R udé y H obsbaw n, sus actos excedían de los intereses
del historiador.

Estos problem as los hem os tenido en las páginas anteriores, cuando al refe­
rirnos a los m otines de 1919 en M orococha y Casapalca nos hem os visto lim ita­
dos a crónicas periodísticas de La Prensa, El Com ercio y Los Andes. Para los
tres casos que ahora nos interesan, el panoram a es bastante distinto. Si bien sólo
uno de ellos ha m erecido algunas líneas en la volum inosa H istoria de la R epúbli­
ca de Jorge Basadre, sobre los otros dos (los de La O roya y M orococha), co n ta­
mos, con una fuente de prim er orden: los inform es de uno de sus protagonistas,

69
Jorge del Prado, quien envió a la CGTP y al Com ité Central del Partido C om unis­
ta narraciones sobre esos sucesos, escritas a los pocos días de haber ocurrido y
con las observaciones propias de un hom bre que ha estado participando en ellos,
que nos serán de gran utilidad para el objeto que nos proponem os, leyéndolos
críticam ente, a partir de los antecedentes que ya hem os indicado sobre el com ­
po rtam iento de las turbas mineras.

a) La Oroya
A notam os que en agosto se estableció el sindicato de La O roya. P ero, contra
lo que se pudo pensar, su establecim iento ocurrió de una m anera m uy peculiaf.
No hubo ninguno de los contactas pacientes que precedieron a la organización
de los m ineros de M orococha. El día 27 de ese mes se dirigieron a La O roya del
Prado y Sovero (el que todavía no había sido rechazado por oportunism o), con
la intención de preparar el pliego de reclamos de esos trabajadores. Ya en La
O roya, decidieron dedicarse tam bién a organizados. No ten ían ningún contacto
ni en la ciudad ni en la fundición. Llevaban consigo solo una reducida cantidad
de m anifiestos escritos en “ térm inos relativam ente abstractos” (M artínez, IV,
1949, p. 32).
A provechando que tem iendo actos de violencia en M orococha la fuerza poli/
cial se lim itaba a 7 “guayruros” , casi desarm ados, decidieron, después de haber
repartido los volantes, que lo más adecuado era “ provocar, a toda costa —reapa­
rece bien en los térm inos—, una m anifestación que nos perm itiera aunar los áni­
mos y llegar a conclusiones concretas, es decir: a la organización” . Pero, desde
las 11 de la m añana se pusieron a deam bular por la ciudad y la fundición sin sa­
ber cóm o actuar; hasta que recién a las 5 y media de la tarde se encontraron con
un conocido, un m uchacho cuzqueño de apenas 18 años, a quien le explicaron
la finalidad por la que estaban en La O roya. Este m uchacho de inm ediato llamó
a otros (dos de su edad) y entre los cinco prepararon un cartelón con el que co­
m enzaron a recorrer el cam pam ento, llam ando a los trabajadores a reunirse y ha­
cer un m itin. “ No cam inaríam os dos cuadras, cuando lós m anifestantes ya ascen­
dían a varios cientos, llegando más tarde al núm ero de tres mil ochocientos, de
los cuales el 90 o /o eran obreros” . E ntonces hablaron Sovero y del Prado y les e x ­
pusieron la necesidad de organizarse, lo que fue aceptado por los trabajadores
con gran entusiasm o. Decidieron hacer una asamblea en la noche. Pero la efer­
vescencia de las masas no se agotó en ese acuerdo: “ ... el pueblo estaba en un esta­
do de excitación incontenible*’. Las masas llegaron a bordear el m o tín : “ Variad
veces intentaron ir a la fundición con la intención de hacer parar violentam ente
las m aquinas, cosa que hubiera provocado la paralización forzosa de un año pof
lo m enos” . En estas circunstancias, un policía trató de d e te n e rla m anifestación

70
haciendo un disparo al aire. Las masas se lanzaron contra el policía, lo apresaron
y estuvieron a p u n to de arrojarlo al M antaro. El resto de los policías fueron rápi­
dam ente desarmados, de m anera que los m etalúrgicos eran ya la única fuerza en
los cam pam entos y en la ciudad. “ Nos hubiéram os apoderado de la ciudad de no
pensar en la próxim a llegada de los contingentes que se habían destacado a
otros p u n to s” (p. 33), llega a confesar del Prado.
Al día siguiente se estableció el sindicato. Se había pensado en hacer un p a ­
ro, pero la cuestión fue d e s e c h a d a /‘en vista de la idea que les hab ía inculcado el
prefecto (quien acabada de regresar — A FG ) y demás autoridades sobre la im po­
sibilidad de adquirir nada, dejando para después esta am enaza” .
El com portam iento de los m etalúrgicos de La Oroya guarda bastante simili­
tud con el de los m ineros del año 19, no obstante el tiem po trascurrido, la m ayor
estabilidad de la fuerza laboral y el tipo de trabajo de una fundición (similar al
trabajo típicam ente obrero, industrial). Los trabajadores, ese día, no repararon
m ayorm ente en los medios para conseguir los objetivos que aparentem ente se
proponían. T ratando de organizarse, contraproducentem ente, están a p u n to de
detener la misma fundición, causando daños a la m aquinaria, que indudablem en­
te hubieran llevado a la suspensión de los trabajos allí y en los cam pam entos res­
tan tes, que dependían de la fundición de La Oroya.
Llama la atención el establecim iento del sindicato. T anto Sovero com o del
Prado eran dos extraños en ese lugar. Sus ideas era oídas por prim era vez. Sin
em bargo, en m enos de 24 horas queda establecido todo un sindicato. Los com u­
nistas, por su lado, lejos de encauzar la natural violenciad de los m ineros hacia
objetivos factibles, la fom entan con sus actos, organizando apresuradam ente un
m itin^in m editar en sus consecuencias.

b) Cerro de Pasco

El 7 de setiem bre, se produjo en Cerro de Pasco otra m anifestación en la que


los m ineros pedían un salario m ínim o de 4.00 soles, doblado para quienes trab a­
jaban en las noches; estufas y cañerías eléctricas en las secciones de superficie
donde se trabajaba de noche, etc. En el am biente de tensión fácil de suponer, un
em pleado norteam ericano m ató al obrero A lejandro G óm ez (Basadre, XI, 1968,
p. 50). De inm ediato, las m asasjustam ente enardecidas,se dirigieron a las residen­
cias de la alta plana de em pleados de la em presa, apedrearon y saquearon el hotel
Bellavista. Intervino la policía quedando seis m ineros m uertos y m uchos heridos. .
En estos hechos no tuvieron participación directa los com unistas. Llama
nuevam ente la atención, no obstante la sucinta narración que hem os hecho, “ la
facilidad con que estalla la violencia” (B ourricaud, 1967, p. 95). Pero, a diferen­
cia de lo que dice Bourricaud en su análisis de la violencia m inera, creemos que

71
esa no es una característica exclusiva de los m ineros. Tam bién com prende a los
funcionarios de la em presa. Ellos son m uchas veces quienes precipitan los hechos
—sin que exista necesariam ente una intención de provocar a los trabajadores. En
este caso, fue un ingeniero norteam ericano el que disparó a un minero. La facili­
dad para la violencia es una característica inherente a los cam pam entos mineros.

c) Morococha
El caso de M orococha es un caso más ilustrativo para nuestros fines. Recor^
dem os cóm o en octubre de 1929 ocurrió una huelga que fue interpretada com o
victoriosa. Después de la huelga se continuaron desarrollando las labores organi­
zativas. Todo esto en un am biente bastante pacífico y con suma paciencia. Pudo
hacer pensar, com o anotam os, que el estilo de lucha laboral de los m ineros h ab ía
variado. ’’
Cuando del Prado llegó, en julio del año siguiente, a M orococha constató la­
cónicam ente: “ la organización está m u e rta” (M artínez, IV. 1949, p. 28). El co­
m ité no funcionaba, el local perm anecía cerrado y se hablaba incluso de un mal
uso de los fondos.
Esta situación se m antuvo hasta el 10 de octubre, aniversario de la últim a
huelga. E ntonces del Prado decidió preparar un program a recordatorio que deri­
vara en una m anifestación. Sería una ocasión de insuflarles entusiasm o a las m a­
sas y recuperar su confianza. Al parecer, los m ineros que cam inaban “ sin rum bo
ni dirección” , al decir de del Prado, no recordaban que ese día era el aniversario
de la huelga, por lo que se decidió em pezar los actos a las 4 y m edia de la tarde,
a.la hora de salida.
En estas circunstancias ocurrieron dos incidentes, Sovero fue a la oficina d e l f
superintendente a la 1 de la ta rd e , para protestar por un com pañero al que injus­
tam ente sé le había rebajado el salario. Los “gringos” le respondieron mal, él
protestó y enseguida lo largaron en m edio de insultos en inglés. Encolerizado, el
dirigente decidió ir a la com isaría para pedir que apresaran a los “gringos” . Del
Prado, que lo encontró casi accidentalm ente, le dijo que esa idea era m uy inge­
nua y que debería paralizar el cam pam ento. A esta altura hay que tener en cuen­
ta qu e,en esos m om entos,Sovero era un dirigente bastante desprestigiado entre
sus bases, quienes consideraban que se h abía vendido.
Novero aceptó el planteam iento de del Prado; se proponían ejecutarlo, cuan­
do se encontraron con otros diez m ineros que habían sido igualm ente largados
por los “gringos” al ir a protestar por la ropa de agua. E ntonces, entre todos, se
repartieron por las diversas secciones explicando lo que había sucedido, pidiendo
la suspensión de las tareas y la realización de un m itin. T odo esto ocurrió con
una asom brosa rapidez. Las masas se reunieron en la plaza 28 de Julio de Moro-

72
cocha Nueva (5 ), los m anifestantes expresaban todo su odio hacia Jos “gringos” .
Se dieron insistentes m ueras ai imperialismo y al capitalism o. Todos pedían
la expulsión de los am ericanos (p. 72). En la m anifestación, adem ás de Sove-
ro y del Prado, habló un periodista de La Prensa, que ocasionalm ente estaba
allí. Los dos dirigentes propusieron la idea de apresar a los “ gringos” , no obs­
tante que hacía algo más de una hora había sido desestim ada por utópica.
La masa aceptó el planteam iento y m archaron a la com isaría para exigir a la
presión de los m anifestantes, decidieron acatar su pedido.
De esta m anera, policías, dirigentes y m anifestantes jun to s, rodearon el local
de la superintendencia. Los policías entraron y salieron con los dos “gringos” ,
quienes “ al aparecer en la puerta fueron recibidos con una ovación de insultos,
maldiciones y pedradas que nunca se pensaron” (p. 73). La gente quería linchar­
los, cada paso, cada m ovim iento de los “ gringos” era coreado con una serie de
maldiciones y burlas. “ Llovieron tam bién las patadas y el que menos se daba el
gusto con hacer llegar, por lo menos un puñete a esos canallas. En todo rato se
vitoreó a los autores del m ovim iento y se lanzaron mueras al imperialismo repre­
sentado por Skeen y Mac H ardy” . Por fin, los yanquis llegaron a la com isaría.
F rente a ella se realizó una nueva m anifestación, en la que Gamaniel Blanco des­
de una baranda habló “ de la lucha de clases y de la tom a del poder. Explicó tam ­
bién lo que quería decir el com unism o y el discurso term inó con vivas a la Unión
Soviética. Los obreros se entusiasm aron. Enseguida habló el periodista de quien
he hecho referencia anteriorm ente pero su discurso y sus recom endaciones an ti­
com unistas fueron silvadas” (p. 74).
De allí los trabajadores se fueron al local de su sindicato para constituirse en
asamblea. A las pocas horas llegó el prefecto , con más guardias civiles; en un
principio se puso de lado de la com pañía pero luego, por la presión de los diri­
gentes, que contaban con el respaldo de las masas movilizadas, se vio obligado a
asumir una actitud bastante imparcial. Se acordó que al día siguiente se volverían
a reunir los funcionarios de la em presa y los dirigentes para precisar los acuerdos.
Los trabajadores deberían volver al trabajo.
A continuación, se realizó un nuevo m itin, en el cual los m ineros aceptaron
volver al trabajo. Com o se m antenía el fervor y el entusiasm o, se decidió realizar
otra asamblea en el patio de C entros Escolares que, según del Prado, tenía “ una
extensión de cerca de una cuadra, se encontraba repleto” (p. 75). T om ó la pala­
bra Sovero, quien “ com enzó alabando a la Unión Soviética y a la Revolución Pro­

ís) El campamento de Morococha está dividido en dos partes: Morococha Vieja y Nueva.
En la Vieja están la concentradora y las dependencias de la compañía; en la Nueva, fun­
cionan los servicios y el pequeño comercio. Las viviendas de los mineros están en am­
bos sectores.

73
letaria” . Enseguida, Blanco lanzó un discurso haciendo el recuerdo elogioso de
José Carlos Mariátegui e invitó a la lectura de sus obras. Finalm ente habló del
Prado: “ les hice com prender la necesidad de intervenir en p olítica, les hablé del
partido com unista, de la organización sindical (...) por prim era vez se hablaba en
M orococha públicam ente del P artido Com unista, de la tom a del poder, e tc .”
(Loc= cit=Y
Al día siguiente se llegaron a los acuerdos con la em presa,según los cuales és­
ta no debería “ desatender a sus obreros, ni despedirlos intem pestivam ente, ni reba­
jar sin previo aviso los salarios” . En esa ocasión los dirigentes fueron acom paña­
dos por “ una gran cantidad de com pañeros” . Ya no son las masas m ultitudinarias
del día anterior.
Los sucesos que hem os referido m otivan diversos com entarios. En prim er lu ­
gar hay que aclarar quiénes fueron sus protagonistas. En los m ítines, en las
asambleas, presionando a los policías y agrediendo a los yanquis, no solo estuvie­
ron presentes los m ineros. Al lado de ellos estaban sus m ujeres, los tenderos y
com erciantes, un grupo de “ músicos proletarios” e incluso los niños,que “ in te r­
venían en la cosa y m etían bulla” (p. 73). En sum a, tod a la población de Moro-
cocha. Y toda esta población hab.ía sido; m ovilizada en un lapso sum am en­
te breve. Esto evidencia la co m u n id ad -d e sentim ientos en un cen tro ocupa-
cional aislado. Sentim ientos que, además, se contagian rápidam ente incluso a visi­
tantes transitorios com o ese periodista de L a Prensa, sánchezcerrista y anticom u­
nista, de Lima, que no te n ía nada en com ún con los m ineros y sus reivindicacio­
nes. -
Los móviles de los m ineros ese 10 de octubre no fueron, de ninguna m anera,
políticos, ni tam poco derivaron en eso, com o consideraba del Prado. La m otiva­
ción es el m altrato a un dirigente y a un grupo de trabajadores que lleva al in­
m ediato estallido del odio contenido durante varios meses de engaño, desde el
últim o pliego de reclamos. El odio que se evidencia en el afán de querer asestar
siquiera un solo golpe al superintendente.
Es poco verosím il que, en un am biente tan caldeado, los m ineros com pren­
dieran los com plicados discursos de sus dirigentes. Si los aplauden, es porque in­
tuyen que sus ideas son buenas, no porque necesariam ente se estén com penetran­
do con ellas. . '
Por otro lado, es interesante anotar la inconstancia que se puede observar en
el com portam iento de los m ineros. Después de la huelga de octubre de 1929 y la
form ación de los com ités, viene un descenso en la “ tem p eratu ra” de las masas
bastante prolongado. Luego, por dos* incidentes, más o m enos cotidianos en los
cam pam entos de esos días, nuevam ente asciende esa tem p eratu ra hasta niveles
no alcanzados anteriorm ente, para a las pocas horas com enzar nuevam ente a des­
cender. Indudablem ente, estos bruscos ascensos y descensos en el com portam ien-

74
to laboral, en la violencia m inera, son expresión de la inestabilidad de la fuerza
laboral. Pero, a diferencia de 1919, las masas tendrán una actuación más organi­
zada. Lejos de dirigirse im pulsivam ente contra la superintendencia o la residen­
cia del “sta ff” , recurren a la policía y se lim itan al apresam iento de los dos “ grin­
gos” (esto últim o m uestra la personalización de la lucha).
En los tres casos que hem os revisado, se encuentra com o característica co ­
m ún la facilidad para la respuesta violenta ante el agravam iento d é la s condicio­
nes de vida, la provocación de la em presa o la invitación a la lucha sindical. Una
violencia en la que,no obstante que se han superado algunas de las características
del pasado (destrucción de m aquinarias,'absoluto desorden, com pleto aislam ien­
to ), sigue siendo todavía prepolítica.
Conviene aclarar que cualquier tip o de violencia no es prepolítica. Lo con­
trario significaría sostener que,..pojr ejem plo, los obreros rusos de 1917 o los
españoles de 1936 ignoraban lo que era la política. Hay diversos tipos de violen­
cias. La violencia m inera de esos años, com o hemos dicho, es prepolítica por no
contar todavía con una ideología m oderna q ue la dirija, con una táctica y una
estrategia, con una organización. Esto hace que no se tenga presente la relación
entre los m edios y los objetivos, que se m anifiesta en form a altam ente explosiva
y a la vez inconstante.
Esa violencia se explica por la estructura de la fuerza laboral, todavía bas­
tan te variable, con un tipo de proletariado m ix to y» en el m ejor de los casos,tran­
sitorio; por la conform ación de los cam pam entos que posibilitan una estrecha-
relación entre sus pobladores; por la dependencia de una em presa extranjera, que
violentam ente com enzó a transform ar las m odalidades tradicionales de vida en la
región; por el alto riesgo que caracteriza el laboreo en las minas y, finalm ente,
por los efectos de procesos ecdnóm icós que intensifican las situaciones anterio­
res.
La violencia m inera expresa Qon claridad la situación com pleja de unos
hom bres que están dejando de ser “ tradicionales” (cam pesinos, artesanos o co­
m erciantes), que se resisten á dejar de* serlo, pero que se ven obligados a ello.
Unos hom bres que van perdiertQo sus elem entos culturales, su ideología caracte­
rística y que aún no encuentran una ideología adecuada a sus nuevos centros de
trabajo. Al no encontrar, a nivel de las ideas, una respuesta a su condición, tienen
que buscarla exclusivam ente al nivel de la práctica.
Los m etalúrgicos de La O roya, los m ineros de Cerro y M orococha responden,
en su actuación, a este conjunto de circunstancias. Lo que ocurre en los años 29 y
30 en las m inas, sin olvidar los cam bios, jno es algo inédito en la historia de esos
cam pam entos. En lo fundam entadla actuación sigue siendo instintiva. Sería,por
lo demás, ingenuo pensar que trabajadores que nunca antes habían tenido mayo-

75
res contactos con ideologías políticas, pudieran hacer, en u' os pocos meses, lo
que para los obreros industriales es siem pre un aprendizaje largo y que requiere
ante todo de experiencias. Pero del Prado y los otros com unistas no perci­
bían así la realidad; por el contrario, consideraban que la lucha había pasado d e l’
terreno económ ico al político y que estaba cercana su etapa final. Esto hubiera
sido com pletam ente excepcional en los anales de la insurrección contem poránea.
Desgraciadam ente,no fue así. ,
Los m ineros de la Cerro —teniendo presente el esquem a ti..' Alain T o"rninev
sobre el desarrollo de la co n c ien cia'o b rera— apenas com enzaban a asi,; .ir elr
principio de identidad, a percibirse com o un conjunto ; esto sobre to d o a nivel
de los dirigentes. La actuación de las bases era más elem ental aún,com o'se puede
concluir de los casos analizados. No existían las características p;opias de una
conciencia de clase, requisito para que una lucha la b p H pueda ser llam ada, des­
de el m arxism o, lucha política.
¿Por qué los com unistas de esos años interpretaron tan erróneam ente las lu ­
chas mineras? ¿Cóm o llegaron a construir esa imagen mitológica sobre los m ine­
ros? Estas preguntas interesan en función de los m ineros, en la m edida en que
la esterilidad, propia de la violencia p repolítica, puede ser superada cuando se le
vincula con otras clases y con ideologías que puedan ayudar a encauzarla. Carac­
terizar al com portam iento de los m ineros de estos años com o prepolítico no sig­
nifica postular que estaba condenado a perm anecer así. La violencia indica,de he­
cho, una capacidad de respuesta al sistem a que puede ir perfeccionado y luego, en
la óptica de quienes piensan en la transform ación revolucionaria, puede ser pre­
ferible al aceptam iento pacífico de la explotación que tipifica a los obreros an ti­
guos de algunos países. Pero, para que esto ocurra,es im prescindible que quienes
tratan de encauzarla sean conscientes de la real dim ensión de la violencia, de lo
contrario ni siquiera se plantearían la necesidad de encauzarla.
Busca, i > respuesta a estas preguntas nos va a llevar a acercarnos al conoci­
m iento de los m ilitantes de la Internacional C om unista en el Perú.

5.3.) La Internacional en el Perú.

Los com unistas peruanos, al igual que los de otros países consideraban que
form aban parte de una organización m ayor, supranacional: la K om intern, la In­
ternacional. Entre el 2 y 6 de m arzo de 1919 fue fundada en Moscú la III In te r­
nacional,bajo el convencim iento de que la crisis m undial del capitalism o y la si­
m ilitud del proletariado en los diversos países, exigían un “ partido m undial de la
revolución” (C laudín, 1970, p. 33). Por eso es im posible com prender a los com u­
nistas en las minas del centro sin atender antes a la situación de la Internacional.
La Internacional, desde fines de la dééada del 20, fue una organización cen­

76
tralizada y dependiente de un centro de decisión política y producción teórica
exterior: el Partido Com unista de la URSS. Se explicaba esto por ser la URSS,
desde la perspectiva com unista, el prim er Estado Obrero del m undo, el testim o­
nio vivo de la factibilidad histórica del m arxism o, la “ patria del proletariado
m undial” .(P lataform a electoral del P artido C om unista P eruano, 1931),a la que
había que defender por encim a de cualquier interés particular y a la que, por lo
tan to , le correspondía la dirección de la revolución mundial.
La URSS, por esos años y hasta el XX Congreso de su Partido C om unista,
vivió un período dom inado por el centralism o más férreo, el culto a la organi­
zación partidaria y al suprem o dirigente de ella, el secretario general, J. Stalin.

No nos interesa entrar a la explicación, del fenóm eno, sólo nos interesan sus con­
secuencias para los P.C. Los m ilitantes com unistas de esos años fueron form ados
den tro de una rígida ortodoxia, en la creencia de que “ el partido nunca puede
equivocarse” (L ondon, 1969, p. 174), que en todo caso más vale equivocarse
d entro del partido que fuera de él. “ Para 1930 ningún com unista alem án, francés
o de cualquier otro país podría expresar su disención respecto de la línea del Par­
tid o ; tenía que aceptar com o un evangelio todos los pronunciam ientos oficiales
provenientes de M oscú” (D eutscher, 1968, p. 46). De esta manera se fue d estru ­
yendo cualquier posibilidad de pensam iento creador. Claudín dice aún más, al
reconstruir la ideología dom inante en la Internacional: “ ... hay que supeditar a la
unidad cualquier discusión política o teórica que suscita divergencias, porque las
divergencias pueden convertirse en tendencias, las tendencias en fracciones, las
fracciones en escisión (...) El mal hay que prevenirlo en su origen (...) No basta
que la m inoría acate la ley d e ja m ayoría (...) es necesario que piense com o la
m ayoría (...) T odo llevaba a considerar que la virtud principal del revolucionario
'consistía (...) en no pensar (C laudín, pp. 90-91) ¿Para qué iba ser necesario pen­
sar si la teoría revolucionaria ya había sido suficientem ente desarrollada por
Marx y Lenin y condensada por Stalin? Con el triunfo del Partido Bolchevique
en Rusia, era claro lo que se tenía que hacer. Se trataba sim plem ente de lanzarse
a la acción, de aplicar la “ lum inosa experiencia” . De esta m anera,no hacía falta
ninguna elaboración teórica propia para cada país. Se sabía que los obreros esta­
ban explotados, se conocían el funcionam iento de esa explotación y las posibili­
dades revolucionarias del proletariado. Con eso bastaba. No se percibían las di­
ferencias entre los obreros de los distintos países y, m enos, la necesidad de co n o ­
cerlas: esto hubiera sido considerado com o “ teoricism o” , “ intelectualism o pe-
queñoburgués” , m ezclado con “ chauvinism o” .
Desde 1928 dom inaba en la Internacional la tesis de la inminencia de un as­
censo de las luchas de masas y de la revolución en los diversos países. Los P.C.
d eberían estar preparados para esta nueva co yuntura,en la que les correspondía

77
el rol dirigente. La unidad y la pureza del partido deberían m antenerse a costa
de lo que sea, de m anera que pueda estar en condiciones de guiar al proletariado
a la victoria final. En Alem ania, por ejem plo, los com unistas no aceptaron ningu­
na posibilidad de alianza con los socialdem ócrátas para enfrentarse al nazismo.
En el VI Congreso de la Internacional, se* acordó pasar a la ofensiva; los sindica­
tos rojos de todo el m undo deberían-llevar sus luchas hasta el final, agudizando
las contradicciones, buscandoyque desem bocaran en conflictos políticos, ganan­
do “ las calles para luchas contra el capitalism o” (Lora, 1970, p. 220).
Estos planteam ientos fueron1 los que dom inaron en Buenos Aires, durante la
Prim era Conferencia de P artidos C om unistas Latinoam ericanos (junio, 1929). Se
debía reactivar a los P artidos Com unistas: fundarlos donde no existieran. Los
com unistas deberían capturar las directivas sindicales. Las masas debían ser orga­
nizadas dentro de los lincam ientos friarxistas-leninistas. La consigna que sintetiza
todo esto era “ ir a las masas” . El único xam ino para seguir siendo la vanguardia
obrera ante el inm inente ascenso de las luchas.

La situación peruana, para los com unistas, guardaba m ucho parecido con la
situación europea. Además de la crisis y de lo que ellos consideraban un ascenso
de las masas a la lucha política, existía la com petencia de otras dos ideologías, el
aprism o y el sanchezcerrism o, co n tra las cuales tenía que disputar el liderazgo
sobre el proletariado. En este co n tex to , se com prende el afán de del Prado y Mar­
tín e z de la Torre por form ar rápidam ente sindicatos, dejando de lado los pacien­
tes contactos que se tom aban en otras ocasiones; la obsesión por establecer rápi­
dam ente células com unistas; el afán porque el partido dirija todas las luchas de
las masas mineras. Se entiende tam bién la actuación de del Prado en La O roya y
M orococha. El m étodo de acción predilecto era la lucha abierta, el choque inm e­
diato con la em presa. El “ salir a las calles” de E uropa, en las m inas del centro, era
realizar m ítines y asambleas, proclam ar el com unism o al margen de las posibilida­
des de com prensión de las masas, “ arrastrarlas” , com o dice literalm ente del
Prado, “ a una acción p o lítica” (M artínez, IV, 1949, p. 70).

La tarea de los com unistas durante 1930 se centró en to rn o a las minas, por
considerar que los m ineros eran la vanguardia del proletariado nacional. E sto se
basaba en los siguientes criterios: a) la im portancia de la m inería para la eco n o ­
m ía nacional y su dependencia del im perialism o; b) el volumen del proletariado
m inero y sus vinculaciones con el.cam pesinado. Pero los com unistas no contaban
con un m ayor conocim iento de los m ineros. Parecían ignorar sus antecedentes,
su especial condición social. Hablaban íle proletariado m inero tal y com o si fuera
similar al proletariado de otros países, ignorando m uchas de sus peculiaridades.
Se unía de ésta m anera el ultraizquierdism o, ese vivir la esperanza de la re­

78
volución inm ediata, ese no querer dejarse ganar por los apristas, con la ignorancia
sobre la realidad dentro de la que se actuaba. Los com unistas de esos años, es
preciso recalcarlo, eran hom bres provistos de una gran capacidad de entrega y de
sacrificio. Al partido, “ cada hom bre venia a entregarlo todo, a ofrecer a la causa
de la liberación del país, de la em ancipación de su pueblo y de sus indios, lo más
precioso y preciado que tenían: la propia vida” (Ravines, 1952, p. 178). El m is­
m o del Prado, pintor arequipeño, abandona cualquier vocación personal y, con
las penurias lógicas por las que tiene que pasar todo pequeñoburgués, entra a
trabajar com o m inero, m ostrando una entrega total a las masas, a la causa de la
revolución.
Pero no basta con él sacrificio para alcanzar la efectividad. Los com unistas
en las minas están envueltos en una serie de sueños, de imágenes falsas, que les
impiden percibir los hechos. En acciones todavía prepolíticas de los m ineros,
ven ellos toda una lucha política. E xtrañam ente, su ultraizquierdism o político se
com bina con los procedim ientos todavía, insistimos, en m uchos aspectos pre-
políticos de los m ineros. Coinciden la predisposición por la violencia y por los
m otines, de los m ineros, y el afán po r la acción directa que dom inaba en esos
m om entos en la Internacional. T odo esto, siempre, en el co n tex to de los efectos
de la depresión sobre la endeble econom ía peruana de 1930 y sobre la psicología
de sus clases y hom bres. ’„
, D ecíam os que no necesariam ente la violencia prepolítica está condenada a
m antenerse com o tal o a llevar al fracaso. Esa energía podía de ser interpretada y
orientada. En algunos m om entos contenida, en otros liberada contra determ ina­
dos objetivos; pero nunca dejada a la acción de las circunstancias. Por este cam i­
no, los com unistas podían haber ayudado al desarrollo de la conciencia minera,
pero esto no sucedió. No se trata aq u í de condenai)desde un cóm odo escritorio
a los com unistas de esos días. Se trata de com prenderlos y de en tender que otra
cosa no p odían hacer: esos hom bres actuaban inmersos en un determ inado m e­
dio, dentro de una organización y contaban con lim itados instrum entos para
pensar su realidad.,E n 1930, era inconcebible que un m ilitante com unista en Mo­
rococha o en Cerro de Pasco, viendo la explotación de los m ineros, sus luchas en
los cam pam entos, pensara en ir construyendo pacientem ente una organización
sindical, en contribuir sutilm ente a que los m ineros se aceptaran com o tales, en ir
enseñándoles, a partir de sus propias características y de su m entalidad, la p o lí­
tica, prim ero, el m arxism o, despue's.Era im posible. Ni siquiera veían estos proble­
mas. E stando la revolución a- la orden del día, las masas m adurarían rápidam en­
te. No h ab ía que perder tiem po, po r eso se organiza un sindicato en m enos de 24
horas. Com o dice el mismo-RaVines: “hub o que organizar a toda prisa en Lima
los núcleos que debían de asum ir íá dirección de. una batalla cam pal; no había
tiem po para preparar un equipo eficaz, ni un com ando hábil. Viviendo en el vér-

79
tice de la convulsión no había otro cam ino que asir la situación por la garganta”
(Ravines, 1952, p. 17 9 ), '
Lam entablem ente, la m aduración de las masas no depende de discursos sobre
el socialismo o de lecturas, por más que se trate de obras de Mariátegui (reco r­
dem os la última asamblea, el 10 de octubre de 1930, en M orococha). Si bien el
m arxism o les llega desde fuera a ¡as masas, lo im portan, corno dice Louis
A lthusser, pero, para que logre encarnarse en ellas, es preciso que encuentre un
m edio propicio y que llegue a los trabajadores a partir de sus propias experiencias.
Irónicamente^ hom bres que se llamaban m arxistas, que había que suponerlos m a­
terialistas, es decir, realistas, actuaban com o si las ideas, por sí solas, pudierai]
transform ar la realidad: el m arxism o convertido en una suerte de idealismo. D i­
ciendo inspirarse en los bolcheviques, olvidaban toda su prologanda, silenciosa,
lenta labor de organización obrera. En las minas, siendo cuestionable la condi­
ción proletaria de los m ineros, actuaban de form a similar que los com unistas
alemanes de esos años, que dirigían al proletariado m ás m aduro y uno de los
más antiguos de Europa.
De esta m anera, m ineros y com unistas, solo aparentem enteim archaban ju n ­
tos. En realidad, respondían a diferentes m otivaciones, que incluso les im pedían
percibirse tal y com o eran. Veamos, para term inar de delinear la interpretación
que ofrecem os, lo que sucedió en el Congreso de “ O breros Mineros del C en tro ” ,
en La O roya, entre el 8 y el 15 de noviem bre de 1930.

5.4) El Congreso Minero

El día indicado, se iniciaron a las 8 de la noche las sesiones del Congreso Mi­
nero del C entro, con la finalidad de constituir la federación m inera afiliada a la
CGTP. En el Club Peruano - d e los m etalúrgicos de La O ro y a - estaban presen­
tes 14 delegaciones y un total de 62 delegados, en representación de los trabaja­
dores de M orococha, Cerro de Pasco, La O roya, G oyllarisquizga, Mark Túnel,
Bellavista, Casapalca. En cuanto a los com unistas, no sólo estaba presente del
Prado. En la primera sesión tom aron la palabra, representando a la CGTP: Esteban
Pavletich y Eudocio Ravines (5). Este últim o pronunció “ un enardecido discur­
so de agitación antiim perialista” . T odo el P.C. del Pefú estaba volcado de entero
en la m archa del congreso.
El congreso com enzó a desenvolverse norm alm ente. Se aprobó una resolu­
ción sobre seguro social,en la que sé ir»si: tía c" h defensa de los desocupados:
“ el congreso proclam a que nosotros los trabajadores no som os responsables de la
crisis desencadenada por los imperialistas y los capitalistas. Los trabajadores no
tenem os po r qué soportar sobre las espaldas to d o el peso de esta crisis. Por con-
(5) Entrevistas con Esteban Pavletich, julio de 1971 y enero de 1972.

80
siguiente planteam os la reivindicación del salario íntegro de los desocupados.
No podem os dejar a miles de nuestros com pañeros m orir de ham bre y no p o d e­
mos tam poco perm anecer indiferentes ante su miseria y ante la baja de salarios
que es la consecuencia de la abundancia de brazos” .
Tam bién hubo un análisis sobre la situación económ ica de los trabajadores
de la Cerro, en el que, dejando de lado las personalizaciones, se aceptaba d irecta­
m ente a la com pañía: “ el proletariado m inero atraviesa en esta época una situa­
ción aguda de miseria, de explotación y nuestras condiciones de vida y trabajo
son insoportables. La com nañía im perialista que nos explota trata de salvar la
crisis capitalista en la que se ve envuelta, duplicando la explotación, dism inuyendo
nuestros m íseros salarios, despidiendo en masa a los obreros para tom arlos dé
nuevo con un salario m ucho más bajo que el que ganaban an terio rm en te” . Y \
continuaban analizando concretam ente los diversos aspectos de sus condiciones,
de vida y trabajo.
Se com enzaron a preparar, finalm ente, los estatu to s de la que sería Federa­
ción Minera del Perú. A dem as de I qs puntos anteriores, dentro del tem ario esta­
ban incluidas la revisión de la situación de otro s sectores del proletariado y la
cuestión de los hum os de La Oroya. «
Indudablem ente, ta n to el tem ario cóm o la redacción de los docum entos
citados —por el lenguaje em pleado—, debieron estar inspirados o hechos p o r
los dirigentes com unistas. Estas perspectivas quedaron cortadas a eso de las 3 de
la m añana del día 11, cuando la policía apresó a los principales dirigentes m ineros
y com unistas para trasladarlos de inm ediato á la prisión de la Intendencia, en
Lima. v
E nterados de esto, los m etalúrgicos de La O roya pararon. Los de M orococha,
e incluso los de Casapalca,com enzaron a m archar hacia La O roya. O tro tan to h i­
cieron los de Mal Paso. Se produjeron m anifestaciones en La O roya, con gran
movilización de masas, frente a la prefectura. “ Sin tener idea clara de lo que sig­
nificaba, los m ineros huelguistas declararon que si Jos delegados no eran puestos
en libertad, pues proclam arían el establecim iento de los soviets de obreros, cam ­
pesinos y soldados” . (Ravines, 1952, p. 180) (El subrayado es nuestro, AFG).
Para presionar al gobierno, los m etalúrgicos raptaron al nuevo superinten­
dente de la Cerro, C. C oley, y al gerente de la G anadera Ju n ín , Fow ler. En
Lim a, estos hechos coincidían con un conflicto entre los textiles de La Unión
y la D uncan F ox, por lo cual la CGTP am enazó con decretar un paro general en
la ciudad.
El M inistro de G obierno, com andante Jim énez, se vio obligado a soltar a los
detenidos, previa liberación de los dos em presarios norteam ericanos m enciona­
dos líneas atrás. Pero en la capital, la oligarquía, asustad a por la insurgencia p o p u ­
lar recordó los días agitados qué acom pañaron a la huelga de m ayo de 1919. En

81
El Comercio com entaron asi los sucesos: “ En el Perú, com o en la generalidad
de los países, puede el obrero recurrir a la huelga, en defensa de sus derechos o
de sus intereses; pero en todas partes del mundo* inclusive entre nosotros, se ha­
lla reglam entada esta facultad, y en ningún pueblo existe ley que perm ita orga­
nizar paros generales, desconcertando los servicios públicos, o introduciendo fac­
tores de anorm alidad y de inquietud en la vida social” . Para concluir diciendo,
“ entonces tiene la autoridad deberes que cum plir, reclam ados por la necesidad
de m antener la paz pública” .
La alarm a y el tem or aum entaron cuando los liberados de la Intendencia des­
filaron p o r las calles de Lim a cantando agresivamente La Internacional: dando
vivas al gobierno de obreros, cam pesinos y soldados. (Basadre, XI, 1968, p. 54)
El jueves 13 de noviem bre, las más im portantes instituciones del sector pri­
vado, encabezadas por la Sociedad Nacional Agraria, se reunieron para analizar
“ la grave situación creada en el país por los recientes m ovim ientos de carácter
disociador” . Estuvieron presentes, por ejem plo, la Sociedad Nacional de Indus­
trias, diversas Cám aras de Com ercio, la A sociación de G anaderos del Perú, la So­
ciedad Progreso de la Pequeña Minería* la Cámara Sindicato de Propietarios, la
A sociación Peruana de Ingenieros, el Colegio de Abogados, etc.
Un día antes, el 12, los trabajadores de C onstrucción Hidráulica de Mal Pa­
so, cuando, enterados de la prisión de sus delegados, m archaban a La Oroya con
perm iso policial, fueron detenidos en el puente del m ism o nom bre y abaleados
por la policía. En el choque perecieron 23 trabajadores y 27 quedaron heridos.
C uando los sobrevivientes, con voces entrecortadas, refirieron los hechos al
congreso m inero, los trabajadores en¡ pleno decidieron tom ar la fundición. He­
chos similares ocurrieron en Mal Paso. A llí los trabajadores pidieron la cabeza de
algunos funcionarios de la com pañía, entre los que estaba A lbert Dam iant.
T om aron su casa e hirieron a D am iant. Pero, poco después, se enteraron que él
no había tenido ninguna responsabilidad en el asunto. E ntonces volvieron a su
casa, “ la arreglaron, buscando los m uebles y m uchos de ellos hasta lloraron cuan­
do veían herido a Mr. D am iant” , com o lo explicó la esposa de éste a El Comer­
cio, adm irada por el correcto proceder de los trabajadores. El que los m ineros
ejerzan la violencia no significa que ésta sea brutal e inhum ana, com o la han q u e­
rido presentar algunos periodistas que observaron m otines mineros.
En La Oroya, com o dijimos, los m ineros tom aron la fúndición. Entonces
todos los funcionarios norteam ericanos huyeron a Lima. Los trabajadores tenían
prácticam ente el control sobre su centro de trabajo. Según algunas versiones,co­
m enzaron hacer funcionar las m aquinarias. Lo que sí es absolutam ente cierto es
que no se produjeron desórdenes. No Hubo actos de sabotaje, de destrucción
de m aquinarias. M ucho m enos rbbo. Com o b ha dem ostrado R udé, en su
estudio sobre la Revolución Francesa,, cuando las m ultitudes actúan p p t m ó­

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viles elevado^no tienen tiem po para el saqueo o el robo.
A nte estos hechos, en Lima fue disuelta la CGTP y sus locales ocupados por
la policía. Tal vez por las presiones en favor de la represión, ejercidas sobre el
gobierno y las instituciones m encionadas, se enviaron contingentes policiales a la
zona. El congreso fue disuelto. Los organizadores y delegados fueron tratados
com o bandoleros, E udocio Ravines y del Prado pasaron a la clandestinidad. Es­
teban Pavletich, tratando de huir de la policía, fue detenido cerca de Jauja. Las
cárceles com enzarían a poblarse de dirigentes sindicales y de m ilitantes com unis­
tas. A lgunos acabarían sus vidas en ellas, com o Gamaniel B lanco, que m urió en
El F ro n tó n (Bib. Nac., F olletos, 1931).
Sobre la totalidad de los trabajadores de la Cerro se hizo se n tirla acción de
la com pañía a través del “ lock-out” , del cierre de todas sus dependencias, sin pa­
gar indem nizaciones. Posteriorm ente, a quienes quisieron en trar a trabajar, se les
exigía una serie de trám ites, se revisaban sus antecedentes y se les co m p ro m etía a
“ no pretender ninguna mejora y m enos hacer uso del derecho de asociación” .
(El T rabajador).
Con todos estos hechos, quedaron destruidas las nacientes células com unis­
tas en las minas, los sindicatos, la posibilidad de una federación. En suma, toda la
labor de un año. En adelante, los com unistas soportarían constantem ente la re­
presión, siéndoles imposible continuar con su labor sindical, más aún cuando
todavía no estaban preparados para trabajar en esas condiciones. El hecho sería
decisivo para la historia del PC, en la m edida en que perdió su base principal en
el proletariado, su vanguardia,«el’lugar donde tenía más desarrollado su trabajo.
Los órganos periodísticos de la Internacional en Latinoam érica criticaron
la actuación de los m ilitantes Comunistas. Según ellos, se debieron haber fo r­
m ado soviets obreros cam pesinos en las minas... Este era prácticam ente el único
error. No atendieron a las posibles consecuencias negativas de la represión desata­
da por el gobierno. Pensaron que el desarrollo organizativo de los m ineros iba a
proseguir. En el B oletín del Buró Sudam ericano de la Internacional C om unista
se escribió lo siguiente: “ En ninguna p arte del m undo han triunfado las masas
después de los prim eros choques sangrientos pero, el com ienzo de la revolución
obrera y campesina en el Perú es un hecho de gran valor histórico para toda
América L atina” -.
La historia siguiente dem ostró el error de este análisis po lítico. H em os visto
lo que ocurrió inm ediatam ente con los m ineros y el PC. Desde esa época hasta
el presente, salvo algunas pasajeras excepciones, el Partido C om unista se ha man- t
tenido com o una organización m inoritaria, sin arraigo en las masas, sin relevan­
cia en la po lítica nacional. En lo que se refiere a los m ineros, habría que esperar
hasta 1945 para un renacer de la actividad sindical. D urante casi quince años, se
im posibilitaron todos los intentos de organización.

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F inalm ente, de los sucesos que hem os revisado en las páginas anteriores,
queda cuando m enos una valiosa ekpétréncia, que no ha sido olvidada por los
actuales m ineros de la Cerro: en el II Congreso de la actual CGTP, hicieron el
recuerdo de sus m uertos en las luchas contra la “ C om pañía” , el recuerdo de
“G am aniel Blanco y los héroes de Mal Paso en 1930: los héroes de Cerro de
Pasco caídos en 1930...” (D ocum entos sobre las luchas mineras).
Q ueda una experiencia que m uestra, por un lado, la capacidad de co n testa­
ción violenta de los mineros, ante la explotación y, por o tro lado, el fracaso
de un partido al querer dirigir esas luchas. Dice, acertadam ente, el historiador
que la lucha revolucionaria debe pagar para alcanzar la victoria, pero ese
trib u to es fecundo únicam ente si el partido revolucionario es capaz de asimi­
lar críticam ente la experiencia de las derrotas y los fracasos” .

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