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Los escritores hispanoamericanos también bailan

“Ciertamente, una de las experiencias más emocionantes que puede proporcionar una
obra de arte es que encarne lo contemporáneo, no que lo formule”1

“Gabo, Mario, Carlos, Julio y los otros” —como dictan las reseñas en Google—,
constituyeron allá por los sesenta el conocido “boom” hispanoamericano, un estallido
no solo literario, sino cultural y social que acercó a los novelistas hispanoamericanos al
mundo y que, sobre todo, los colocó, aunque fuese por unos años, en el centro de la
contemporaneidad. El resto, se sabe, es historia.

No son pocos los estudios que, desde finales de los sesenta y, sobre todo, desde los
setenta, han tratado de definirlos, de situarlos, de acotarlos. En el año 1972, el chileno
José Donoso, testigo inmediato y “sillita suplente” del ‘cogollito’ que formaron García
Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes, publicaba Historia personal del “boom”,
un ensayo autobiográfico, testimonio del nacimiento de ese fenómeno literario al que
estuvo directamente ligado y que marcaría el rumbo de su vida. Partiendo de lo
anecdótico, retrata el recuerdo de esa época en la que, en apenas 10 años —de 1962 a
1971—, la narrativa hispanoamericana se situó a vista del mundo entero, sin obviar sin
embargo la influencia los movimientos publicitarios que posteriormente ayudaron a
lograr esta óptica y que, incurriendo en las lógicas capitalistas, alzó a unos, escritores
indudablemente buenos, pero ensombreció, en cierto sentido, a otros que también lo
eran.

Si bien la intención de Donoso en Historia personal del “boom” es, sobre todo, la de
subrayar la manera en la que aquellos años sirvieron para internacionalizar la narrativa
hispanoamericana, también trata, en cierto modo, de formular un alegato donde se
postulan varias consideraciones, siendo una de ellas la sobredimensión frecuentemente
arraigada a los escritores del boom, cuya mitificación parece dar a entender que todos
los escritores pertenecientes al boom fueron una suerte de García Márquez y alcanzaron
el hito, la fama, y un nivel de ventas estratosférico. En paralelo a esta cuestión, Donoso
recalca que el boom no fue ese camino de rosas que pudiera parecer. La condición de
precariedad, si bien disminuyó, nunca llegó a abandonar del todo, al menos en el
1
Citas extraídas de: Donoso, J. (1999). Historia personal del «boom». Alfaguara.
recuerdo, a los escritores pertenecientes al fenómeno. Y, sin embargo, tenemos presente
el mito del escritor rockstar que es recibido con aplausos y ovaciones, como parecía
ocurrirle a Vargas Llosa o García Márquez después de la publicación de Cien años de
soledad.

Más allá de revertir o desmitificar ese mito formado sobre ciertos escritores, Donoso
trata sobre todo de acercar el espacio personal propio en connivencia con estos ‘otros’,
especialmente con el ‘cogollito’, y sus luces y sus sombras —tanto literarias como
personales—, pero recalcando la idea del escritor hispanoamericano que, “huérfano” de
padres literarios, jamás respondió al estereotipo de escritor desligado del mundo,
recluido en su torre de marfil. Fueron, por el contrario, escritores de pocos recursos, con
dificultades para ser publicados, que debían vender las copias de sus obras en las calles
y, como él, buscar otros trabajos en revistas y suplementos, teniendo incluso que
recurrir al préstamo. Y en un momento en que no eran leídos fuera de sus países, resulta
especialmente importante la creación de vínculos entre iguales, una confraternización
que los ayudó a colocarse en el mundo, con sus favores y, por supuesto, sus envidias. A
raíz de esa pactada hermandad que por necesidad comienza a formarse, y su indudable
calidad literaria, el propio Donoso diría “tener en la mano la novela hispanoamericana
era sentir, más que en ninguna otra forma, la palpitación de la cosa viva” (Donoso,
p.119).

En este contexto, las relaciones literarias inauguradas por carta y en congresos se


extienden al plano personal. Los escritores del boom, y aquellos otros a los que
frecuentemente se relacionaba con los primeros asistirían a fiestas, beberían y
celebrarían juntos, leerían a Sontag, jugarían trivial, hablarían de la Gestalg, de cine, de
minifaldas (pp.107-108), fraguando unos afectos que, con sus más y sus menos,
durarían años y se sucederían en lo personal. En este sentido, escribiría Donoso:

Me di cuenta de que las cosas literarias, cuando se formulan en la manera directa de problemas
por resolver y sólo se les concede esa dimensión, tienden a secarse, porque prescinden de la
metáfora, oculta o abierta, que necesariamente es lo literario; (…) lo irracional escondido dentro
de esquemas seudorracionales como el que este Simposio ofrecía como fachada, fachada en que

de hecho no sucedió nada, pero sucedió mucho detrás de ella. (Donoso, p.111)

En suma, el testimonio de José Donoso en Historia personal del “boom” no es otro que
el de un autor que, en un momento en que la literatura de cada país latinoamericano
apenas atravesaba fronteras, consiguió con ayuda abrirse un hueco, siendo parte y forma
de ese boom que brotó y que fue en los años sesenta “la forma de quehacer artístico que
caracterizó a Hispanoamérica” (Donoso, p.120). Una aventura que, diría, valió la pena.

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