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INDICE

1 – Índice

2 – Introducción

3 – Origen del término

4 – Concepto de Arte Real

5 - La interpretación de los símbolos

6 – La psiquis

7 – El autoconocimiento

8 – La introspección

9 – Ambiente y entorno

10 – Construyendo entre ambivalencias

11 – Reflexiones finales
INTRODUCCION

Para ingresar a la Masonería es necesario que el neófito sea un “hombre


libre y de buenas costumbres”, es decir, un profano que intente
sobreponerse a su naturaleza inferior. Dicho de otra manera, cuando un
hombre aspira a llevar una vida sustentada en los valores del alma, cuando
las pseudo luces impuestas por el mundo profano comienzan a ser sentidas
como ajenas, cuando los éxitos personales dejan de aturdirlo y cuando
desea sobreponerse a sus vicios y pasiones, entonces, ese proceso que
llamamos Iniciación puede en él convertirse en una grata realidad.

Seguramente, el nuevo adepto llega a la Institución dotado de muy buen


coeficiente intelectual, de excelente nivel cultural y, muchas veces, de
títulos y cargos en el mundo profano destacados. No obstante, esto es
insuficiente para nuestra Orden. La misma pretende una adecuación
diferente y, por cierto, difícil de lograr. La Masonería nos exige la
construcción de una arquitectura psíquica, de un Templo Interior basado en
valores humanísticos, altruista, un Templo íntimo en el que el poder, el
dinero y los bienes materiales no tengan cabida, un Templo adornado por
la humildad, la prudencia, el equilibrio, la sobriedad, la solidaridad, la
calidez y el Amor Fraternal entre los hombres.

En tal sentido, se considera que el nuevo adepto, esto es, el Aprendiz, es


una piedra bruta la cual debe ser adecuadamente trabajada, pulida y
labrada. La finalidad es que gane en belleza y, simultáneamente, se
convierta en apta para ser parte del edificio social que se pretende
construir, impregnado de Amor y Fraternidad entre los seres humanos.

Este trabajo sobre sí mismo, debe ser personal. En esto consiste el método
iniciático. Debe ser el propio Hermano el que se convierta en un auténtico
Iniciado, en un verdadero Masón, desde un punto de vista iniciático. Como
se comprende, se trata de un método de auto formación. A partir de él, el
nuevo adepto debe aspirar a su elevación espiritual.
Dicho procedimiento de autoformación es denominado Arte Real y es el
motivo del presente trabajo.

Se trata de un método absolutamente desconocido para el individuo,


basado en la interpretación de los símbolos y en el auto conocimiento, difícil
de comprender, de incorporar y de metabolizar para el nuevo Iniciado.
Como luego veremos, en mi opinión, constituye el verdadero secreto
masónico.

Este proceso y procedimiento de mejoría espiritual es permanentemente


mencionado en las Tenidas. Sin embargo, la impresión del que escribe, es
que tal vez, pese a lo familiar del término, muchas veces termina no siendo
cabalmente comprendido, termina siendo una expresión vacía de
contenido, cuando, en realidad, el mismo es riquísimo y sublime.

Este trabajo pretende esparcir algo de luz acerca del mismo, colaborando
con la muy difícil labor que todo Iniciado tenemos para con nosotros
mismos y para con el mundo en el que vivimos.

ORIGEN DEL TERMINO

El término Arte Real era utilizado por nuestros antecesores, los Masones
Operativos, para referirse al arte en la construcción que utilizaban al
levantar monasterios, iglesias y abadías, verdaderas obras de arte que,
cuando viajamos, admiramos por su perfección, justeza y belleza.

Estos Hermanos nos precedieron sin ninguna duda. Formaron las antiguas
corporaciones de obreros medievales de la construcción. Fueron las
corporaciones más importantes de aquél entonces, tanto por su
estructura compleja como por su proyección histórica en lo concerniente a
nuestros orígenes.

Estos gremios medievales, ya sea por miedo o interés común, guardaban


celosamente los secretos del oficio. Igual comportamiento se observaba
en agremiaciones de otros oficios, al punto tal, que era en esa época, muy
difícil acceder a un oficio o bien pasar de uno a otro. El secreto era
especialmente venerado.

Con el correr de los años, estas agremiaciones de constructores fueron


ganando en importancia y el Maestro Masón iba teniendo un prestigio
creciente en la sociedad. Sin embargo, a comienzos del siglo XVIII, como
consecuencia de la pérdida progresiva del poder de la iglesia (no
olvidemos que dichas corporaciones fueron inicialmente dirigidas por
monjes y dependían económicamente de la iglesia), las Logias masónicas
entraron en crisis y muchas en Europa dejaron de existir. Para sobrevivir,
comenzaron a admitir personas que no eran obreros de la construcción,
tales como profesionales, integrantes de la corte, filósofos, intelectuales,
comerciantes, etc. Estos, paulatinamente, fueron desplazando a los
verdaderos obreros constructores, es decir, a los Masones Operativos. Se
les denominó “Hermanos aceptados” y en poco tiempo, pasaron a ser
mayoría en la Logias. No solo encontraban lugares ideales para beber y
comer, sino que en dichas Logias, tenían un manto de reserva adecuado
para intercambiar las ideas iluministas del momento. Esto marcó el paso
de la Masonería Operativa a la Especulativa. Las piedras dejaron su lugar a
las ideas y en vez de construirse templos en honor a Dios, comenzaron a
preocuparse por levantar templos a la virtud y a la perfección espiritual,
preocupados por mejorar como personas y a la sociedad en la que vivían.

Los Masones Aceptados, que habían sido admitidos en las cofradías sin ser
obreros manuales, conservaron los términos técnicos que se utilizaron en
el pasado para la construcción, adaptándolos a su nuevos objetivos
filosóficos y morales. El Arte Real ya nada tenía que ver con erigir aquellas
bellas construcciones del pasado, sino que comenzó a ser utilizado para
referirse a la construcción de una nueva arquitectura psíquica en cada
Hermano y también en la sociedad en la que se vivía. En este sentido
utilizamos esa expresión actualmente.
CONCEPTO DE ARTE REAL

Dijimos que el Arte Real es el procedimiento que los masones utilizamos


para mejorar desde un punto de vista espiritual.

Consiste en un proceso de autoformación, en un largo y dificultoso camino


en donde nosotros mismos desbastamos nuestra propia piedra tratando
de convertirnos en auténticos Iniciados.

La Institución pretende que cada adepto realice en su interior un cambio


sustancial en su arquitectura psíquica, un cambio tan profundo que
termine originando un hombre nuevo, con sentimientos, pensamientos y
accionar en la vida sustentados siempre en valores altruistas, efectuados
desde niveles de conciencia claramente superiores, tratando de
propender al pro hombre del mañana, por cierto mucho más humanizado
que el actual. Esto implica cambios intra psíquicos sustanciales, implica
reordenar o incluso regenerar completamente nuestra arquitectura
mental. Cuando esto se concreta, cuando pasa a ser una grata realidad
interior en cada uno de nosotros, entonces aparece el auténtico Iniciado
luciendo en todo su esplendor. Como se comprende, lo mencionado de
fácil nada tiene. Se necesita esfuerzo, firme determinación, sólida
voluntad de cambio y mucho tiempo de trabajo interior.

El Arte Real constituye, en mi opinión, el verdadero secreto masónico.

Es cierto que cada vez hay más literatura sobre masonería. También lo es
el hecho de que en internet se revelan por completo los rituales de cada
Grado, los signos, palabras misteriosas, toques, vestimenta, características
de nuestros Templos, etc., etc. Pero lo que sentimos en el interior de
nuestros Templos solo es comprendido cabalmente por los que tenemos
el privilegio de ingresar a ellos, y por lo tanto, es absolutamente
incomprensible para los profanos. Por más literatura que se lea al
respecto, el profano no termina comprendiendo la esencia de la
Masonería. Es imposible acceder a ella a través del conocimiento que
pretenden ofrecernos los libros o las páginas de internet. La Masonería es
vivencial y, por ende, también lo es el Arte Real. El concurrir a las Tenidas
regularmente es imprescindible para que en los Hermanos ocurran los
cambios deseados, para convertirnos en verdaderos Iniciados. Solo la
permanencia en nuestros Templos de misterios puede ofrecernos el
ambiente necesario para que el Arte Real opere en cada uno de nosotros.

El Arte Real se basa en la interpretación de los símbolos que sabiamente


nuestra Institución despliega frente a nosotros Grado tras Grado y en el
auto conocimiento.

En los capítulos siguientes abordaremos estos temas.

LA INTERPRETACION DE LOS SIMBOLOS

Los símbolos constituyen la esencia de la Masonería. La comprensión de


ellos por parte del Iniciado es una tarea individual de fundamental
importancia en el sendero de perfección espiritual que todos
voluntariamente nos propusimos recorrer.

Actualmente, los masones seguimos utilizando las mismas herramientas


que nuestros antecesores, los masones operativos. Mientras que estos las
usaban para construir iglesias, abadías y monasterios, los masones
especulativos de hoy, las empleamos simbólicamente para la construcción
de nuestro Templo Interior.

Nuestra Institución tiene un doble objetivo. Por un lado pretende


mejorarnos como personas, dotarnos de mejores valores éticos y morales,
elevar nuestros niveles de conciencia y convertirnos en hombres con
auténticos valores humanísticos, y todo lo dicho, utilizarlo para que
estemos en mejores condiciones de construir una sociedad mejor y más
justa, un edificio social impregnado de verdadera fraternidad.

Los masones aspiramos a ser mejores porque queremos un mundo mejor.


Comenzamos por nosotros mismos, por mejorar nuestra piedra, pero no
como un fin en sí mismo, sino como un medio para transformar a nuestra
sociedad, para volcar en ella lo bueno que vayamos adquiriendo. Cada uno
de nosotros, terminará siendo una piedra más del edificio social del
futuro. Por ello, nos esmeramos en quitar las asperezas e imperfecciones
que nuestra piedra seguramente posee, de manera tal que encaje
perfectamente con las demás, dotando a dicho edificio de la belleza y
solidez deseada. Dicha tarea, la efectuamos utilizando las mismas
herramientas que usaban los antiguos masones, sólo que en nuestro caso,
las mismas poseen un valor y significado simbólico.

La Orden utiliza para nuestra mejoría espiritual el lenguaje de los


símbolos. Estos sustituyen a la palabra y determinan un lenguaje mudo
pero por demás elocuente, sin las limitaciones que poseen las palabras.

Para convertirse en Masón, necesariamente el profano elegido debe pasar


por la Ceremonia de Iniciación. La Institución, a través de la misma, le
comunica al nuevo adepto que en él, los cambios altruistas han
comenzado. De alguna manera, dicha ceremonia siembra en el Hermano
una semilla espiritual, y si encuentra “buena tierra” y los cuidados
adecuados, dará sus frutos.

La Ceremonia de Iniciación es, obviamente, simbólica. Pero está en la


interpretación de esos símbolos, el proceso y el procedimiento de
transformación espiritual propuesto. Llamamos a este proceso Arte Real.
La interpretación de la simbología masónica es parte esencial en el mismo.
Dicha interpretación, dentro de ciertos límites, es personal. En tal sentido,
lo que cualquier Hermano nos diga sobre determinado símbolo, por más
sabio que lo consideremos, termina siendo sólo su opinión personal al
respecto, resultado de sus estudios, experiencias y convicciones. Cada
Hermano debe realizar su interpretación propia de los símbolos que la
Orden despliega sabiamente frente a nosotros, Grado tras Grado, y no
dejar que otros se equivoquen por él. Cada Iniciado necesita determinar
qué valores va a priorizar, y por ende, incorporar en su Templo Intimo. Por
ejemplo, la regla de veinticuatro pulgadas, posee, entre otros significados,
el de “recto proceder”, o moderación. Sin embargo, seguramente estos
conceptos no son idénticos entre los Hermanos. Para algunos, “recto
proceder” implicará determinados valores fundamentalmente, y éstos no
tienen por qué coincidir con los de otros Hermanos. De lo dicho se deduce
que cada adepto a la Masonería debe decidir qué formas geométricas
deseará darle a su Templo de acuerdo a los valores priorizados e
incorporados al mismo. Se comprende que habrá tantos Templos
Interiores como Hermanos existan y aunque todos pretendan ser
altruistas, existirán matices entre los mismos. El tener objetivos claros al
respecto es esencial para lograr buenos resultados. No podemos construir
eficazmente si no tenemos claro que es lo que queremos construir.

Ahora bien, sería inocente e ilusorio de nuestra parte, pensar que por solo
atribuirles un significado altruista a los símbolos vamos a mejorar
espiritualmente. Se necesita mucho más que esto. Se necesita, en primer
lugar una firme voluntad de cambio, y en segundo lugar, un intenso y
prolongado trabajo interior.

Dentro del mencionado trabajo interior que cada uno de nosotros debe
realizar, el autoconocimiento cobra especial importancia.

En los capítulos siguientes abordaremos este tema central en Masonería.


No obstante, como paso previo y para facilitar su comprensión,
abordaremos primero la constitución del psiquismo del ser humano.

LA PSIQUIS

Dada la trascendencia que posee el autoconocimiento en Masonería y en


el proceso de mejoría espiritual propuesto, pretendo inicialmente
brindarle al lector, una visión global acerca de la constitución del
psiquismo del ser humano. Creo que esto puede facilitar el abordaje del
autoconocimiento así como la aplicación del método introspectivo, como
luego veremos.

El vocablo psique es de origen griego y puede traducirse como “alma


humana”. En la antigüedad se la vinculaba con cierta fuerza vital que
permanecía unida al cuerpo mientras el individuo estaba vivo,
separándose de éste luego de la muerte. Posteriormente, el concepto
terminó incorporándose a la psicología, alejándose, en tal sentido, de la
filosofía.

En la mitología griega, Psique era una hermosa joven, la menor de tres


hermanas, la cual generó la envidia de Afrodita. Esta diosa, envío a su hijo
Eros, más conocido a nivel popular como Cupido, con la finalidad de que,
flechazo mediante, hiciera que se enamorase del hombre más ruin y feo
que existiera. En realidad, ocurrió que el propio Eros se enamoró de ella y
con autorización de Zeus, se casaron, convirtiéndose a la joven en
inmortal. Eros y Psique tuvieron una hija llamada Placer o Voluptas. Lo
relatado, se podría interpretar como que la unión de Eros con Psique
consistió en una alianza entre el amor (Eros) y el alma (Psique).

Según Freud, padre del psicoanálisis, existen tres niveles en el psiquismo


del individuo: consciencia, presconsciencia e inconsciente.

Estos niveles se interrelacionan entre sí y carecen de un sustrato


anatómico específico, es decir, de un sitio anatómico particular.

La conciencia representa lo conocido por la persona y es el nivel más


accesible de los tres. Consiste en lo que se percibe fuera del sujeto a
través de los sentido (lo que se escucha, ve, etc.) y lo que ocurre dentro de
él (sentimientos, deseos, recuerdos, emociones, etc.) El conocimiento
puede lograrse a través de la reflexión. Maneja principios tales como la
realidad, la temporalidad, la lógica y la adaptación al contexto. Gracias a la
conciencia, el individuo percibe la realidad tal cual es, con criterios lógicos
y adaptándose a la temporalidad. De este modo, es posible adaptarse a las
circunstancias imperantes, postergando el deseo si no pude llevarse a
cabo. El deseo se busca pero se postergará si existen prohibiciones
circunstanciales y o temporales. Impera la madurez en el accionar. A
modo de ejemplo, el sujeto desea un helado pero para disfrutarlo, espera
a terminar el almuerzo.

El preconsciente es el más cercano a la conciencia. Los contenidos


existentes en este nivel, ingresan fácilmente en la conciencia ya que han
sido olvidados transitoriamente. Se trata de recuerdos, pensamientos,
sentimientos y vivencias que no están presentes en la conciencia pero que
pueden surgir nuevamente en cualquier momento. Por falta de espacio no
caben en la conciencia, pero su ingreso a ella es sencillo. El olvido es
voluntario pero cuando el sujeto necesita de estos contenidos, los vuelve
conscientes rápidamente. A veces esto ocasiona angustia la cual es
tolerable. Al igual que en el anterior nivel, intervienen los principios de la
realidad y la lógica. Cuando se necesita recordar algo, desde la conciencia
se activan mecanismos de búsqueda y el preconsciente permite que la
información requerida aflore en la conciencia.

En el inconsciente se localizan deseos, contenidos, emociones y conflictos


reprimidos los cuales no tienen cabida en la conciencia dado que al
recordarlos, produciría sufrimiento, displacer. Por ello se los reprime,
permaneciendo ocultos. El inconsciente es atemporal, coexistiendo ideas
sin importar el orden cronológico. De este modo, se encuentran
mezclados deseos infantiles con otros propios del adulto. Una persona
puede soñar que está en facultad pero con una túnica escolar. Las
contradicciones son permanentes y ello no implica conflicto. Otra
característica de este nivel es que predomina el principio del placer, es
decir, predomina la realidad o el deseo psíquico sobre la realidad externa.
El inconsciente determina que la espera no se acepte, el deseo debe ser
satisfecho inmediatamente. Lleva a la búsqueda inmediata del placer sin
censuras ni prohibiciones. Los contenidos de este nivel pueden aflorar a la
conciencia a través de los sueños, chistes, actos fallidos y lapsus lingues,
así como a través de síntomas neuróticos. Esto ocurre a través de dos
mecanismos denominados condensación y desplazamiento. Los
contenidos emergentes sufren transformaciones y engañan a la conciencia
que los deja entrar en ella. A través del mecanismo de desplazamiento, se
desplazan ideas o sentimientos que no resulten conflictivos. Por ej. Una
hija se pelea con su madre. Luego sueña que dicha pelea fue con una
vecina. Desplaza la discusión hacia su vecina para no sentir culpas. A
través del sueño, se libera la angustia que ocasiona el pelearse con su
madre. El mecanismo de la condensación funciona mezclando varios
contenidos en una sola idea. Por ej., se sueña con determinada persona
pero lleva ropa de otra y el pelo, a su vez, pertenece a otra persona
conocida.
Resumiendo, el inconsciente es atemporal, no respeta los tiempos
lógicos, intenta satisfacer el deseo en forma inmediata y sin censuras y es
alógico, impera el desorden y la mezcla de ideas. En este nivel tan
complejo y de difícil acceso, desconocido además, existen conflictos no
resueltos generadores de “miserias humanas”, de imperfecciones de
nuestra piedra, a veces realmente groseras. En contraposición, la
conciencia es temporal, respeta las leyes lógicas de la temporalidad,
predomina el principio de realidad y se adapta al medio circundante. Sus
contenidos carecen de significados ocultos.

El psiquismo podría ser representado por un eisberg en el que, la parte


que se encuentra fuera del agua, esto es, que se visualiza, sería la
consciencia. La parte sumergida, de mucho mayor tamaño que la anterior
constaría de dos partes. Una estaría inmediatamente por debajo del nivel
del agua, en contacto con la consciencia, me refiero al preconsciente. El
resto, muy sumergido, de gran tamaño e invisible, sería el inconsciente.

El inconsciente es de capital importancia en nuestra existencia, rige en


buena parte nuestras conductas y nuestro destino en la vida. Es
desconocido por el ser humano y el acceso al mismo es muy complejo.
Desde ya adelanto que el conocimiento del mismo no es posible lograrlo
sin la ayuda de un psicoterapeuta experimentado, y aún así, llegar a
comprenderlo es una tarea por demás compleja y que lleva mucho
tiempo.

Dentro del funcionamiento de lo que Freud llamó el “aparato psíquico” del


individuo, el ello, yo y superyó son conceptos fundamentales que es
necesario conocer, aunque más no sea someramente. Estos tres
elementos comparten funciones y buena parte de los mecanismos
utilizados son inconscientes. De la interacción entre los mismos surge la
personalidad del sujeto. Debemos aclarar que no todos los psicólogos
están de acuerdo con estos conceptos, pero me parece oportuno explicar
el tema desde esta perspectiva ya que facilita la comprensión del mismo.

El ello tiene un contenido inconsciente el cual consiste esencialmente en


pulsiones y deseos. Es la parte más primitiva del aparato anímico. Implica
lo heredado, lo innato o lo constitucional. Para Freud, el ello constituye
“el núcleo de nuestro ser”. En él operan dos fuerzas primordiales, Eros y
destrucción. Estas pulsiones pretenden alcanzar la satisfacción. Si no se
interpusiera la prudencia, tendríamos importantes conflictos con el
mundo exterior que amenazaría la supervivencia del individuo. El ello se
rige por el principio del placer. No tiene contacto directo con el mundo
exterior, salvo por la mediación que realiza el yo. El ello está presente
desde que nacemos, y durante los dos primeros años de nuestras vidas,
manda a lo largo de ese periodo de tiempo. Constituye la parte instintiva
del ser humano.

El yo es la instancia psíquica que actúa como mediadora de las otras dos.


Intenta conciliar las demandas del ello y del superyó. Trata de que se
obtenga el mayor placer posible, pero dentro de los límites que la realidad
imponga. Gran parte de su contenido es inconsciente. Una de sus
competencias es la defensa. Brega por la autoconservación del individuo
mediante la evitación, el dominio y cancelación de los estímulos
procedentes del exterior así como de las exigencias de ello las cuales
deberá examinar para determinar si ha de satisfacerlas o no. Surge a partir
de los dos años y dada su buena vinculación con el exterior, determina las
consecuencias prácticas de lo que hacemos y los problemas que puede
generar una conducta demasiado desinhibida. Se enfrenta al ello con los
mecanismos de defensa mencionados. Se preocupa de que el ello no tome
el control del cuerpo lo que nos llevaría a situaciones destructivas y de que
el superyó no llegue a asfixiarnos. No debe entenderse que el yo solo se
limita a regularizar la influencia de las otras dos, sino que tiene intereses
propios, el pragmatismo y la supervivencia.

El superyó aparecería a partir de los tres años de vida y es consecuencia


de la socialización, sobre todo aprendida a través de los padres, y de
normas consensuadas socialmente. Vela por el cumplimiento de las reglas
morales. Presiona para lograr que nuestra personalidad se aproxime a la
idea de perfección y del bien. El superyó se enfrenta al ello y al yo. Al ello
porque éste rechaza el concepto de someterse a la moral y al yo, porque,
a pesar de que éste trata de frenar las pulsiones, también se moviliza por
objetivos egoístas centrados en la supervivencia y el pragmatismo. El
superyó se preocupa porque adoptemos conductas de vigilancia de uno
mismo, para evitar problemas con los demás, de acuerdo con las reglas
sociales.

Freud pensaba que la lucha entre estas tres fuerzas, a veces puede
originar la aparición de psicopatologías. Según este científico, los
trastornos mentales, lejos de ser la excepción serían la norma. Es decir, los
desajustes serían tan frecuentes que la totalidad de los seres humanos
tendríamos conflictos no resueltos, fundamentalmente inconscientes. En
situaciones más extremas, si el superyó predomina, la represión de
pensamientos y emociones sería tan severa que se producirían crisis
nerviosas (como ocurre en la histeria). Si es el ello el predominante, podría
dar paso a la sociopatía, poniendo en peligro al que lo padece como a los
demás, esto desde el momento en que la prioridad absoluta es satisfacer
necesidades con urgencia. Debe entender claramente el lector que la
teoría psicoanalítica ha sido y es objeto de múltiples críticas. Entre los
numerosos científicos que conforman esta lista de detractores, se
encuentra Karl Popper, con una visión sobre el psiquismo en general muy
diferente al que tenía Freud. Pero también se debe comprender, que no
es mi objetivo exponer el tema desde un punto de vista de la psicología de
manera exhaustiva y extensa, sino simplemente, brindarle al Hermano una
idea, un punto de partida sencillo de comprender, práctico y útil para
abordar los temas que siguen, es decir, el autoconocimiento, el alcance y
forma de utilización del método introspectivo, así como sus limitaciones.

Para terminar este capítulo, quiero resaltar una vez más la importancia del
inconsciente, concepto clave, lugar desconocido, de difícil acceso, repleto
de contenidos reprimidos, y que incide en el comportamiento y aún en el
destino de los seres humanos. Normalmente, se dice que el hombre es el
arquitecto de su propio destino. Esta frase la escuchamos frecuentemente
en las Tenidas. Podríamos preguntarnos si esto realmente es tan así. En mi
opinión en un concepto falso. Somos artífices de nuestro destino sólo
hasta cierto punto. En buena parte el destino del ser humano queda
determinado por su inconsciente. Sé que esta afirmación es difícil de
aceptar para muchos Hermanos. Pero es así. Invito a que se investigue al
respecto, a que se lea sobre el tema o bien a asesorarse con especialistas
en esto, que afortunadamente existen en nuestra Institución. Si lo que
estoy expresando es correcto, y estamos convencidos que sí lo es, invita a
reflexionar profundamente al respecto y a reformularnos una serie de
preguntas que parecían tener una clara respuesta y no es así.

EL AUTOCONOCIMIENTO

El autoconocimiento es uno de los pilares esenciales del Arte Real.


Consiste en el conocimiento de uno mismo. Si el objetivo es
transformarnos en mejores personas, no podemos cambiar aquellos
aspectos propios que desconocemos. El transformarnos en auténticos
iniciados va de la mano con conocernos mejor. En tal sentido, el
autoconocimiento es la antesala del cambio.

Hace referencia a la capacidad del individuo de reconocerse como tal,


diferenciándose de los demás. Como se comprende, el autoconocimiento
ayuda a la formación de una identidad personal. También incluye el
proceso por el cual el niño comienza a descubrir su propio cuerpo.

El vocablo consta del prefijo auto, que se traduce como “propio” o “por
uno mismo” y el sustantivo conocimiento, que significa la comprensión
por medio de la razón. Implica, en esencia, proceso reflexivo mediante,
adquirir noción de nuestro yo, de sus cualidades, defectos, limitaciones,
temores y necesidades. Es bien clara la trascendencia que lo dicho posee
para nosotros, cuya finalidad es la construcción de un Templo interior,
altruista y masónico. Si pretendemos adornar al mismo del mayor número
posible de virtudes y desvestirlo de asperezas e imperfecciones, el
conocimiento de nuestro interior es un paso capital, imprescindible en
nuestro sendero hacia la Luz.

“Conócete a ti mismo” es una de las más famosas frases de la antigua


Grecia. Ya en aquél entonces se decía que para acceder a la sabiduría, se
necesitaba del autoconocimiento. Esta expresión estaba inscripta en el
Templo de Apolo, en la ciudad de Delfos. Se trata de una ciudad
emblemática, de gran trascendencia en la mitología griega. En ese lugar,
Apolo mató al monstruo Pitón, Zeus colocó el ónfalo, centro del mundo y
donde se encuentra el famoso oráculo de Delfos. Platón se refiere a ese
concepto como esencial para acceder a la sabiduría. El hecho de que esa
frase se encontraba en la entrada del Templo de Apolo, es interpretado
como el saludo del dios hacia los visitantes, deseándoles sabiduría. Esta
frase contiene las preguntas más antiguas de la humanidad: quién soy, de
dónde vengo, adónde voy, preguntas de absoluta vigencia y que los
masones intentamos responder. Además, la frase adquirió fama en boca
de Sócrates en su diálogo con Alcibíades, un joven inculto que aspiraba a
ser político. Sócrates le advierte que primero debería conocerse a sí
mismo como condición necesaria para poder contar con la sabiduría
imprescindible. Se entendía que el autoconocimiento era necesario para
asumir cualquier terea de importancia. Los antiguos sostenían que el
autoconocimiento conducía a la sabiduría que se requería para acceder a
otros grados complejos del conocimiento

En masonería, lo consideramos fundamental en nuestro sendero de


perfeccionamiento espiritual. Nuestro camino implica un viaje entre
nuestros claros oscuros interiores, entre nuestras baldosas blancas y
negras intrapsíquicas. Para desbastar nuestra piedra, debemos saber
cuáles son sus asperezas e imperfecciones, en dónde están sus
irregularidades y qué magnitud tienen. Si esto se advierte con claridad,
entonces sabremos dónde y cómo trabajar para convertirnos en una
piedra apta para edificar el edificio social que nuestra Institución pretende
erigir.

El autoconocimiento es, además, importante para conocer a las otras


personas. El dicho popular “conócete a ti mismo y conocerás a los demás”
posee mucho de cierto. Desde un punto de vista psíquico, los seres
humanos nos dividimos en tres grupos. Uno de ellos es pequeño y está
dado por los psicóticos, es decir, por los locos. El segundo ya no es tan
pequeño y comprende a los delincuentes, los psicopáticos. El tercer grupo
es el mayoritario y comprende a los neuróticos, vale decir, a todos
nosotros. Dentro de este gran grupo, existe un subgrupo que está
formado por aquellos que se sienten mal, que poseen síntomas, que
deben consultar y ser tratados. Nos referimos a los neuróticos
descompensados. El resto, la gran mayoría, somos los neuróticos
compensados. Los integrantes de este último grupo poseemos conflictos
no resueltos, en general inconscientes, muchos de los cuales son
semejantes entre los diversos individuos. En consecuencia, si adquirimos
un adecuado autoconocimiento, estaremos en mejores condiciones de
entender a las demás personas. Esto, a su vez, nos sirve para tres cosas. En
primer lugar, mejora nuestras relaciones interpersonales. En segundo
lugar, el conocer mejor a un Hermano, por ejemplo, nos posiciona mejor
para socorrerlo cuando es necesario. El entender sus miedos,
frustraciones, sueños inconclusos, tristezas, angustias, “fantasmas
interiores”, alegrías y logros, posibilita que estemos en mejores
condiciones para contenerlo, apoyarlo y ayudarlo. En tercer lugar, el
autoconocimiento nos permite determinar cuándo, frente a nosotros, se
encuentra alguien que no es del más puro metal, que somos conscientes
que está fuera de nuestras posibilidades ayudarlo, que puede interferir
francamente con la construcción de nuestra Obra, y que, por lo tanto, lo
mejor es alejarnos presurosos de él.

El autoconocimiento se consigue a través de la introspección. De ella nos


ocuparemos en el capítulo que sigue.

LA INTROSPECCION

Acabamos de referirnos sobre el autoconocimiento como herramienta


esencial para intentar efectuar los cambios deseados, para que nuestra
Iniciación no haya sido sólo simbólica. Para mejorar desde un punto de
vista espiritual debemos tener bien claro qué aspectos debemos cambiar,
es decir, por un lado, qué imperfecciones son necesarias desterrar, y al
mismo tiempo, cuáles virtudes tenemos que incorporar a nuestro Templo
Intimo de acuerdo a los valores que prioricemos.
Para esta difícil tarea, la Orden pretende que utilicemos el método
introspectivo. Este, por otra parte, no es exclusivo de la Masonería sino
utilizado por muchas escuelas psicológicas.

Introspección procede del vocablo latino introspicere, que significa “mirar


hacia adentro”. Se trata de que el sujeto dirija su atención hacia su interior
para analizarlo minuciosamente. El método introspectivo es un método de
autoevaluación y autodescubrimiento, de observación y autoreflexión. A
través de este procedimiento, el individuo adquiere conocimiento cabal
de sus estados de ánimo, pensamientos, sentimientos y acciones. Consiste
en una inspección interna cuya finalidad es conocerse mejor, tratando de
interpretar los elementos intrapsíquicos propios que vaya descubriendo.

Implica adquirir la capacidad de penetrar profundamente en sí mismo, en


lo más íntimo de nuestro ser, de tomar contacto con nuestro mundo
interior, con nuestras asperezas, imperfecciones y riquezas interiores. Se
trata de descubrir nuestro “auténtico color”, el rol que venimos
desempeñando en la vida, quienes somos realmente, cuáles son nuestros
deseos, aspiraciones, carencias, ambiciones y mentiras interiores. Todo
ello con miras al cambio. Por lo tanto, sumergirnos en este procedimiento
es válido, esto es, efectivo, si va acompañado de genuino interés por ser
mejores, por fuerte voluntad de cambio, aunque ello lleve consigo
sufrimiento, dolor.

La introspección existe por la capacidad reflexiva de la mente, capaz de


tener conciencia de sus propios estados. El universo de acción será
nuestro pasado y nuestro presente. Implica realizar el esfuerzo por
comprender nuestras vivencias, de hoy y de ayer, para aprender de ellas,
para superar errores, para no repetirlos, para descubrir nuevas salidas,
para cambiar actitudes y posturas, para entender más acerca de nuestras
reacciones, de nuestros puntos sensibles, de nuestras carencias y
fortalezas. Se comprende que para todo esto, muy ambicioso, por cierto,
se necesita de la autoreflexión y de la automeditación.

La introspección referida al pasado, a recuerdos, se llama introspección


retrospectiva. En este caso, se trata de aprender de vivencias del ayer.
El reflexionar profundamente sobre nuestras acciones, ideas y
sentimientos, permite conocernos mejor y convertirnos en observadores
de la realidad que empezamos a construir. De alguna manera, tratamos de
detectar lo positivo y negativo de nuestras conductas y pensamientos y
así, orientar nuevas conductas futuras, poniendo nuestra vida en mejor
equilibrio.

Ahora bien, el lector puede preguntarse cómo se hace todo lo dicho hasta
el momento, como se penetra en uno mismo, en qué momento, qué lugar
escogemos, etc.

Pese a que las respuestas no son sencillas y seguramente son múltiples,


intentaremos mencionar algunas directivas generales que pueden resultar
de utilidad.

El primer paso para practicar el método introspectivo es escoger el


momento y el lugar adecuados. Es evidente que no podemos reflexionar
adecuadamente en cualquier sitio y momento del día. Es necesario
escoger el lugar en el que no se nos interrumpa, en el que nadie nos
moleste o nos distraiga, y al mismo tiempo, elegir la hora en la que
estemos en soledad, sin obligaciones por delante, esto es, el momento en
el que logremos una adecuada relajación.

Debemos contar con tiempo suficiente. Autodescubrirnos, observarnos y


reflexionar al respecto consume tiempo. Debemos escoger aquellos
momentos en que dispongamos de él, sin tareas inmediatas ni
posibilidades de interrupciones. La introspección sirve para liberarnos y
para que esto pase, no tienen que existir circunstancias opresoras
cercanas.

Para sumergirnos en el “juego introspectivo” al que hago referencia,


tenemos que partir de una genuina voluntad de cambio, de la convicción
intensa de realizar esfuerzos al respecto, de no sucumbir ante fracasos
iniciales.

De lo dicho más arriba, se deprende que es necesario ser perseverantes,


constantes, de no esperar de manera ilusoria resultados mágicos, rápidos,
carentes de sacrificio y aún dolor interior. El sendero que todos nosotros
elegimos transitar voluntariamente, de sencillo nada tiene. La firme
voluntad y perseverancia son imprescindibles para el éxito.

Debemos hacer el mayor de los esfuerzos para establecer con nosotros


mismos un diálogo sincero, de ser lo más objetivo posible. Se comprende
lo muy difícil que esto resulta. Justamente, una de las críticas al método
introspectivo es la inevitable subjetividad del individuo que lo utiliza, lo
cual distorsiona la visión que se adquiere de uno mismo. Aún con estas
salvedades, el esfuerzo por tratar de ser imparcial se debe efectuar.

Entre las preguntas a autoformularse, obviamente, las carencias o


defectos y las virtudes de la persona deben figurar de manera prioritaria.
Es necesario analizar cuidadosamente situaciones pasadas relevantes en
la vida del sujeto, tanto negativas como positivas. En ellas, interesa
descubrir que sentimientos y actitudes fueron decisivos en el éxito o
fracaso, y trabajar en torno a ellos.

Puede ser útil, el escribir, cuando se pueda, lo ocurrido durante un día


completo, y posteriormente, analizarlo con detalle, con capacidad crítica y
reflexiva.

Otra cosa que puede ser muy conveniente, es recurrir a personas cercanas
a nosotros, que nos conozcan profundamente y pedirles opinión sobre
diferentes aspectos relacionados con nuestra persona. Se deben elegir
cuidadosamente. No cualquier opinión termina siendo beneficiosa. Lo
ideal es que se trate de individuos bien intencionados, agudos, que
pensemos que poseen especial capacidad de penetración en los demás,
dotados de buen espíritu crítico. Y luego, reflexionar sobre sus
comentarios, es decir, sin aceptarlos en un principio, estar abiertos a
considerarlos y a meditar acerca de ellos.

Todo lo dicho pretende ser sólo algunas directivas generales sobre algunos
aspectos para facilitar nuestro trabajo interior. Seguramente deben existir
muchos más que cada Hermano irá descubriendo en su difícil labor de
construir una nueva arquitectura psíquica acorde a los valores que se
hayan priorizado, valores éstos que cada Hermano habrá vinculado con los
símbolos que la Orden va desplegando delante de nosotros.
Ahora bien, es necesario señalar que el método introspectivo posee
limitaciones importantes. De esto prácticamente no se habla, al menos yo
nunca escuché nada al respecto.

Numerosos psicólogos, psicoterapeutas y escuelas psicológicas han


objetado y objetan muchos aspectos del mismo. Especialmente severa ha
sido la escuela conductista.

Según sus detractores, es imposible autoevaluarse con mediana


objetividad. La inevitable cuota de subjetivismo distorsiona nuestra
realidad interior, y por ende, terminamos con una visión alejada de la
realidad sobre nosotros mismos.

Pero aún existen argumentos en contra de mayor peso. Cuando hablamos


de la constitución psíquica del ser humano, distinguimos tres niveles:
conciencia, preconsciente e inconsciente. El método introspectivo tiene
capacidad de penetración en la conciencia, y en parte, en el
preconsciente. Pero carece de posibilidades de incursionar en el
inconsciente. De éste se encargan otras disciplinas como el psicoanálisis a
través de la interpretación de los sueños, lapsus lingues y actos fallidos.
Posee como base la llamada libre asociación. A través de estos hechos,
considerados “ventanas al alma”, un psicoterapeuta avezado, no
cualquiera, va teniendo acceso al inconsciente del sujeto, desentrañando
los conflictos que existan. De lo dicho se deduce que explorar el
inconsciente es sumamente complejo, que es casi imposible realizarlo sin
ayuda, sin un terapeuta de por medio. Es en el inconsciente donde pueden
residir conflictos responsables de asperezas y “miserias humanas”. Se
comprende que a través del Arte Real estas imperfecciones no se pueden
eliminar. No es posible por medio de la introspección acceder a la
conflictiva interior que las origina. Sé que lo recientemente explicado debe
ser muy difícil de aceptar por parte de muchos Hermanos. Pero la realidad
no puede ser ignorada. Idealizar las cosas no es bueno. Antes de una
batalla es necesario analizar nuestras fortalezas y debilidades. También las
del enemigo. Guste o no, lo cierto es que a través del autoconocimiento
tendremos una visión por demás parcial acerca de nosotros mismos. A
ciertos aspectos importantes de nuestro interior no podremos acceder,
Esto no significa que el método introspectivo no sea válido. Lo es, pero
tiene limitaciones trascendentes que debemos conocer. Después de todo,
la perfección es solo patrimonio del GADU.

Otro hecho de real destaque es que la introspección ocasiona angustia.


Esto es prácticamente una certeza. Es que no es agradable comprobar que
en nuestro interior conviven sentimientos innobles y “miserias humanas”,
no es gratificante constatar que la magnitud de éstas puede ser mayor a la
deseada y tampoco es lindo tomar consciencia que, muchas veces,
coexisten con nuestra aceptación y beneplácito. Recientes estudios
muestran que el mayor número de deserciones ocurren en el Grado de
Aprendiz. Las principales causas, de acuerdo a las mencionadas
averiguaciones, serían la mala elección de profanos, la falta de motivación
de los Vigilantes y la percepción de los conflictos existentes en los Talleres.
Yo le agregaría otro motivo de abandono de la Institución que creo no se
tiene en cuenta. Consciente o inconscientemente, seguramente el
reciente iniciado impregnado de angustia por haberse enfrentado a la
realidad de su interior, no soporta el continuar visualizándolo y prefiere
irse. Tal vez termina invocando razones más sencillas de interpretar como
las mencionadas inicialmente. Invito a los queridos Hermanos a
reflexionar sobre lo que acabo de escribir. El Segundo Vigilante debe
advertirla al novel Aprendiz que el camino de superación espiritual pasa
necesariamente por etapas de sufrimiento y dolor, que debe armarse de
la fortaleza necesaria para superarlas, que el esfuerzo bien vale la pena,
que la recompensa lo justifica. El Aprendiz debe comprender que el pasaje
del “hombre viejo” al “hombre nuevo”, esto es, al auténtico iniciado
implica contemplar aspectos desagradables intrapsíquicos y que esto no
debe detenerlo, que por el contrario, debe proseguir inmerso en su
exploración interior hasta superar su conflictiva, hasta disipar o minimizar
aquellos aspectos propios que le generan rechazo y malestar.

El Arte Real cuenta con dos aliados más que, en este trabajo, he
convenido denominar como ambiente y entorno.
AMBIENTE Y ENTORNO

Con los términos ambiente y entorno, hago referencia a la influencia de


nuestros Templos y resto de los Hermanos respectivamente, en nuestro
proceso de evolución espiritual. Ambos elementos son relevantes en tal
sentido, y en mi opinión, terminan formando parte del Arte Real. Esto es
así desde el momento que son fundamentales para materializar las
metamorfosis deseadas.

Al referirnos al ambiente, hacemos alusión al que se crea en el interior del


Templo durante nuestros trabajos y que influye de manera decisiva en
nuestro camino hacia la Luz.

El Templo Masónico es de los símbolos más importantes de nuestra


Institución. Consiste en un recinto consagrado en donde trabajamos a la
gloria del Gran Arquitecto del Universo. Ese espacio separa al mundo
profano del iniciático. De algún modo es un oasis en medio de un desierto
árido y turbulento, vale decir, del mundo profano, cuyas pseudo luces han
pretendido encandilarnos desde siempre, dificultando la visualización de
la auténtica Luz que es la masónica. El Templo Masónico cumple un papel
esencial en nuestro sendero de perfección espiritual. En su interior el Arte
Real adquiere su máximo resplandor. El autoconocimiento, la
introspección, temas sobre los que ya me he referido, deben ser
ejercitados en distintos momentos y lugares, a punto de partida de las
diferentes situaciones a la que la vida nos enfrenta. De esta manera,
paulatinamente, vamos reorganizando o aún regenerando nuestra
arquitectura psíquica, En tal construcción interior, nuestros Templos
adquieren significado superlativo. Es que dentro de ellos, se genera un
microambiente especial, imposible de describir con palabras, que influye
positivamente en nuestros objetivos. Los símbolos que allí existen, la
iluminación particular, la música de fondo que en determinados
momentos del ritual escuchamos, los rituales que se efectúan, los trabajos
leídos y las recreaciones, etc. determinan un ambiente casi mágico, un
clima iniciático imprescindible para que el Arte Real adquiera su máxima
dimensión. Lo expresado sólo puede ser cabalmente comprendido por los
que tenemos el privilegio de acceder a ellos. Por esto, decimos que la
Masonería es vivencial, que constituye una experiencia intransferible. Esto
conlleva, necesariamente, al concepto de que se debe asistir a todas las
Tenidas, que se lo debe hacer con puntillosa puntualidad, que en las
mismas debemos tener una adecuada postura y mantener una
imprescindible solemnidad. Lo cierto es que ese ambiente místico nos
impregna de sensaciones, emociones y sentimientos, que, como expresé,
no tienen traducción utilizando el lenguaje. Lo mencionado, para el que
escribe, constituye el verdadero secreto masónico. Estas experiencias son
insustituibles y constituyen el verdadero “misterio masónico”. Es por lo
dicho que no se puede “aprender masonería” por correspondencia, sólo a
través de la lectura, lejos de nuestros Templos. Es por la misma razón que
ciertos libros escritos por personas ajenas a nuestra Institución, terminan
vacíos de contenido y aportan poco o nada al auténtico conocimiento. Es
en el interior de nuestros Templos que la vida renace, nuestro espíritu se
ilumina y los símbolos que nos rodean pasan a tener significado especial y
nos señalan el camino a seguir.

Cuando menciono al entorno, hago referencia a la influencia que ejercen


sobre nosotros el resto de los Hermanos. Por más que la construcción de
nuestro Templo Interior es una tarea personal, individual, la actitud de
nuestro Hermanos es realmente importante. Sobre esto, todos
deberíamos reflexionar y mucho. Nuestro comportamiento, dentro y fuera
de la Orden repercute sobre los demás. Ya de por sí la interpretación de
los símbolos de sencillo nada tiene. Por ello, la opinión de otros hermanos,
sus trabajos y recreaciones, son trascendentes, nos llevan a reflexionar,
nos ayudan a pensar y a buscar nuestras verdades. Pero al hablar del
entorno, más que a esto, me refiero a su comportamiento, sus deseos de
superación, su contracción al trabajo, su colaboración desinteresada, sus
esfuerzos en buscar sus verdades, en trascender en bien de la Orden, su
solidaridad para con los demás, su calidez, su infinita fraternidad y
tolerancia. Todas estas virtudes, y muchas más, es innegable que
determinan un flujo de energía positiva que nos impregna, nos motiva,
nos contagia y arrastra a la vez. Por todo lo dicho, es evidente que el Arte
Real se potencia en aquellos Talleres en los que reina armonía, tolerancia
y Amor Fraternal, entre los Hermanos. Si por el contrario, pertenecemos a
un Taller profanizado, con rivalidades inaceptables, con ambiciones por
cargos, sin adecuada empatía entre sus integrantes, yo diría que la tarea
personal de superación espiritual se torna muy dificultosa o incluso,
imposible. De aquí el concepto de que se debe cuidar el Taller al que
pertenecemos. Es responsabilidad de todos el tratar de que nuestra Logia
sea un ejemplo de Fraternidad, tolerancia y armonía. Es el primer e
imprescindible paso para que contemos con un ambiente iniciático
adecuado al que, al comienzo de este capítulo me referí.

CONSTRUYENDO ENTRE AMBIVALENCIAS

Nuestra Institución jerarquiza al binomio Luz- Penumbras. A ambos


elementos le otorga igual trascendencia. La Masonería recoge el
simbolismo de las antiguas escuelas iniciáticas (que jerarquizaban a
ambos). De las tinieblas partimos y hacia la Luz nos dirigimos. Partimos de
nuestra naturaleza inferior, en muchos aspectos potenciada por las
“enseñanzas” del mundo profano. En contraposición, se nos ofrece la Luz
de la sabiduría y de la verdad.

Plutarco decía: “morirse es iniciarse en los grandes misterios”. La


Ceremonia de Iniciación es una lección de muerte, o mejor aún, de muerte
y resurrección. Esto es así durante toda la vida masónica. El proceso
iniciático, el cual dura toda nuestra existencia, es una serie ininterrumpida
de muertes y renacimientos iniciáticos. El hombre debe primero morir a sí
mismo, “morir como semilla” para luego germinar y dar fruto. La muerte
termina siendo solo un pasaje, un acceso a un nivel de conciencia
superior.

En las Tenidas, La Biblia se abre en el Evangelio de San Juan por múltiples


causas. Entre éstas, por qué es el más místico de todos, el más
influenciado probablemente por la filosofía esenia y el único que
jerarquiza adecuadamente el binomio Luz- Tinieblas.
Cerca del final de la Ceremonia de Iniciación se sienta a los nuevos
Aprendices en el ángulo noreste del Templo. Este es un lugar especial,
cargado de simbolismo. De hecho, en cualquier construcción que se
pretenda levantar lo es. Allí se coloca la piedra angular de la obra y
representa los cimientos de la misma. El ángulo noreste de nuestros
Templos, está constituido por el este, zona de la que proviene la Luz de la
Verdad y de la Sabiduría, representada por el Hermano Venerable
Maestro y el norte, lugar gélido, de la duda y del error. Es bien claro que,
desde el comienzo, se le pretende transmitir a los nuevos iniciados, que su
personalidad masónica, esto es, su estructura psíquica, la deberán
construir a partir de ese sutil doble juego de luces y sombras.

Idéntico mensaje se nos transmite desde el momento que los tres viajes se
efectúan pisando baldosas blancas y negras. Estos viajes, son los viajes de
la vida del Hermano, masónica y profana. Son, esencialmente, viajes
interiores que transcurren entre nuestras baldosas blancas y negras
intrapsíquicas, entre nuestras zonas de luz y de penumbras, entre
nuestros sentimientos nobles y otros que no lo son.

Lo dicho más arriba, describe la realidad interior de los seres humanos. Si


la Masonería es un viaje personal e intrapsíquico de cada hermano, éste
necesariamente ocurre entre zonas bien iluminadas, otras en penumbras y
otras que sencillamente no vemos (y difícilmente veremos) por que están
en el inconsciente. Es un viaje entre nuestros laberintos del alma, los
cuales albergan valores altruista y vicios y pasiones, sentimientos nobles y
de los otros, virtudes y defectos, valores éticos y morales elevados y
miserias humanas, A propósito de estas últimas son una realidad de
nuestro interior irrefutables, son inherentes a la naturaleza humana y en
menor o mayor grado abarcan a la totalidad de los seres humanos. Son
imposibles de eliminar, aunque dedicamos la vida entera a reducirlas a su
mínima expresión. Aún así, siempre están presentes y desde lo más
profundo de nuestro ser, nos amenazan.

Es en este terrenos tan particular (nuestro psiquismo), que los masones


nos vemos obligados a construir nuestro Templo Interior.
Lo debemos hacer entre sentimientos encontrados, ambivalentes, entre
nuestras luces y sombras interiores.

Estos sentimientos, muchas veces opuestos nos asaltan, a veces casi


simultáneamente, y nos obligan a tomar decisiones. En ocasiones, triunfan
nuestros valores altruistas, en buena parte representados por el superyó y
terminamos recorriendo un trayecto impregnado por el recto proceder. En
otros casos, predominan nuestros aspectos primitivos, instintivos, nuestra
naturaleza interior, y terminamos equivocándonos.

Es en este terreno complejo, lleno de ambigüedades, de elementos de Luz


y otros realmente miserables que tenemos que levantar nuestra Obra. No
tenemos otra alternativa. Somos como somos, sin haberlo elegido.

Tal vez, una diferencia entre nosotros, los masones, y muchas personas, es
que cada uno de los integrantes de nuestra Institución está dispuesto a
reconsiderar una y mil veces el camino elegido y no dudamos en
cambiarlo si esto implica un mejor proceder.

Tal vez, una diferencia entre nosotros, los masones, y otras personas, es
que estamos dispuestos a utilizar nuestra vida entera a vestir nuestro
Templo Interior del mayor número posible de virtudes, de baldosas
blancas, y a desvestirlo de la mayor cantidad de imperfecciones, vale
decir, de baldosas negras.

Sabemos que carecemos de la menor posibilidad de éxito en cuanto a


obtener un Templo como el que todos soñamos, y aún así, le disponemos
a tal objetivo todo nuestro tiempo, convencidos de que es nuestro más
noble destino.

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