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Que es la justicia?
Justicia es uno de esos términos morales y políticos centrales que reivindican su importancia
universal y ocupan un lugar central en todas las teorías socia les y políticas. En efecto, para
muchos teóricos es el concepto principal que estructura la vida pública, a pesar de que se ve
cada vez más eclipsado por la atención global concedida a los derechos humanos, fenómeno que
se discute en el capítulo final de este trabajo. Esta popularidad casi universal genera una
diversidad de análisis y de aplicaciones de la justicia que pueden confundir y desalentar a
quienes busquen precisión y claridad en su enfoque de los temas políticos. El desacuerdo
abunda acerca de qué significa llamar justa o injusta a una situación, que tipo de acciones son
justas o injustas y cómo deberíamos proceder al tratar estas controvertidas cuestiones. Este libro
intenta propor cionar un mapa útil de tan controvertido terreno, explorando y examinando
aquellas reivindicaciones de valor universal que evoca el lenguaje de la justi cia, y sugiriendo
cómo podríamos llegar a nuestras propias concepciones so bre la justicia y sobre qué tipo de
situaciones son justas o injustas.
En el capítulo 2 profundizo en estas cuestiones en relación con la pregun ta más sustantiva: ¿qué
es justo? Allí plantearé temas generales con respecto a cómo debemos proceder -si es que
podemos proceder de alguna manera- para llegar a respuestas correctas a tales preguntas, y
contrastaré la tradición liberal, que relaciona la justicia con derechos individuales universales y
con los límites que ellos fijan al poder estatal, con la recientemente formulada res puesta
comunitarista al liberalismo que sitúa el discurso sobre la justicia más en relación con el
transcurso de la vida social y política de las comunidades reales.
El capítulo 3 relaciona el análisis de la justicia con la idea de los derechos en general y de los
derechos humanos en particular. Esto abre el camino para examinar la teoría libertaria de los
derechos de Robert Nozick, como la pri mera de un conjunto de influyentes e importantes
teorías de la justicia que utilizo para ¡lustrar la variedad de enfoques conceptuales y sustantivos
de la justicia que existen, junto con sus aplicaciones a áreas específicas de interés político y
social. Estas teorías representan sólo una muestra de lo que puede ser abarcado en un libro sobre
la justicia, aunque constituyen los principales análisis acreditados que se ofrecen en la teoría
política contemporánea.
Los argumentos sobre la justicia y la injusticia ocupan un lugar central en los debates políticos
actuales relativos al derecho, las políticas sociales y la organización económica. Las
desigualdades en los ingresos y las oportunida des de empleo, las disparidades en la posesión de
propiedades, las privacio nes que se derivan del desempleo, la discapacidad, la enfermedad o la
edad avanzada, los daños no compensados provocados por accidente o que son el resultado de
conductas criminales de otras personas y los sufrimientos de las víctimas de la opresión por su
clase, raza, género y rango, todas estas situa ciones, y muchas más, son rutinariamente
denunciadas no simplemente como malas, sino como injustas. En última instancia toda teoría de
la justicia debe ría formular los criterios que deberíamos utilizar para identificar qué tipo de
situaciones son correctamente descritas como justas o injustas, respondiendo de este modo a la
pregunta «¿qué es justo?». Nuestra primera y preliminar tarea es averiguar de qué trata el
lenguaje de la justicia. Esto implica identifi car los valores y presupuestos que están presentes
de manera característica en el discurso sobre la justicia en general y que nos permiten distinguir
el dis curso sobre la justicia del discurso sobre otros valores sociales y políticos, ta les como la
eficiencia, la autonomía, la igualdad, la dignidad, la humanidad y el amor.
Ia amplia variedad de las ideas asociadas a la noción de justicia, así como su >omplcjidad
interna y su larga historia, hacen que muchas percepciones dife- ientes de la justicia parezcan -al
menos inicialmente- igualmente plausi bles. listo queda bien ilustrado por las creencias comunes
de que la justicia es principalmente una virtud negativa, conservadora, mínima, puramente pú
blica, pero -dentro de su esfera- primordial, creencias todas iluminadoras a su manera pero que
pueden ser muy engañosas y discutibles.
Quienes sostienen que es esencialmente una virtud negativa afirman que la justicia tiene que ver
en gran medida con la forma en que las personas no de berían tratarse las unas a las otras. Hay
alguna base para la creencia en que es el sentido de ¿«justicia o agravio el que está en el núcleo
de nuestras ideas so bre la justicia y el que explica su poderosa fuerza emotiva. La justicia es
nor malmente el lenguaje de la reclamación y a veces de la venganza. Gran parte de lo que se
dice sobre la justicia está enraizado en el resentimiento de la pri vación y la conciencia de haber
hecho algo malo. Es por esto que a menudo la justicia es analizada como una virtud negativa
cuyas demandas pueden ser sa tisfechas simplemente no haciendo más que abstenerse de hacer
daño a otras personas. De acuerdo con un teórico contemporáneo, «la gramática de la jus ticia
está íntimamente conectada con la invocación de la justicia cuando obje tamos algo malo» y por
tanto está conectada con los sentimientos de indigna ción y aborrecimiento (Wolgast, 1987, p.
xii). Según esta visión, la justicia, en la medida en que es una virtud positiva o que prescribe
acciones, tiene que ver con corregir errores a través del castigo, asegurando compensaciones
para las víctimas o, en otro sentido, respondiendo adecuadamente a la perpetración de
injusticias. Esto explica por qué a través de los siglos las teorías de la justicia tienden a reflejar
las injusticias percibidas en cada época, sea que estén rela cionadas con la propiedad, el género,
la raza o el poder.
Sin embargo, la mayoría de los enfoques desarrollados sobre qué es la in justicia conllevan una
visión más sustancial de la misma, con un elemento po sitivo que requiere acciones que van más
allá de la corrección de los errores cometidos e incluye la promoción de un ideal de las
relaciones humanas justas como parte de una sociedad armónica y saludable. Los programas
políticos re formistas, que resaltan nuevos agravios o extienden las expectativas tradicio nales a
otros grupos sociales, generalmente apelan a un sentido comunitario de la justicia y la injusticia.
Las leyes y reglas sociales establecidas no son inmu nes a ser criticadas por injustas. Hay
nociones reformistas así como conserva doras de la justicia y hay nociones positivas (o activas)
así como negativas (o pasivas) de la justicia, y todas ellas comprometen a quienes las utilizan a
efec tuar admirables acuerdos sociales.
Muchas otras perspectivas sobre la justicia revelan presupuestos que están en tensión o en
franco conflicto entre sí. La justicia puede ser vista como una cuestión individual o de grupo.
Puede ligarse al derecho o disociarse de toda relación coercitiva. Puede ser vista como la
expresión o como la antítesis del amor y la preocupación por alguien. Puede asociarse con la
toma de decisio nes conforme a principios generales o conforme a cuidadosas consideracio nes
de los «méritos» de cada caso en particular. Este calidoscopio de diversas imágenes presenta un
panorama confuso y a veces incoherente de la justicia. En este capítulo examino este
desconcertante panorama con la intención de hacer más inteligible y útil el discurso de la
justicia para los fines del análisis y la toma de decisiones en la política contemporánea. Con este
fin, señalo en primer lugar las afinidades ideológicas de diferentes teorías de la justicia y luego
me inclino por un análisis relativamente neutral del concepto de justi cia en términos de
igualdad y mérito, pero rechazo el extendido punto de vista según el cual la justicia es siempre
el principal valor social y político.
Justicia e ideología
Detrás de las diferentes perspectivas sobre la justicia que se trazaron más arri ba, y más allá de
ellas, se ubican ideologías políticas y sociales rivales, dife rentes visiones del mundo que
combinan compromisos sobre valores básicos con un conjunto de presupuestos respecto de la
naturaleza humana y de la so ciedad. Las ideologías, tales como el liberalismo, el socialismo y
el feminismo, tienen un efecto muy importante sobre lo que se piensa respecto de qué es la
justicia y por qué es o no importante. La justicia adopta distintos ropajes en diferentes
ideologías políticas y estas ideologías adaptan la noción de justicia de manera que se adecúe con
mayor facilidad a su aspecto preferido.
La justicia podría verse también como ideológica en un sentido más espe cífico y despectivo,
popularizado por Marx, conforme al cual ofrece una falsa visión de una situación ideal de
igualdad y equidad que en realidad enmascara y perpetúa relaciones de poder opresivas. Forma
parte de la teoría marxista de la explotación la idea de que la clase con poder económico en un
tipo particu lar de sociedad es mantenida en el poder en parte por la «falsa conciencia» de
aquellas clases que aceptan equivocadamente los ideales de la clase dominante como si
representaran los intereses de todas las clases. De este modo, la justi cia en un sistema
capitalista es la ideología de la clase dominante en el sentido de que representa los intereses de
los capitalistas y pretende legitimar falsa mente las relaciones sociales y económicas existentes
como si fueran institucio nes objetivamente a favor de los intereses de todas las clases. Una
asociación similar entre las ¡deas de justicia y el fenómeno de la dominación masculina se
encuentra en muchas teorías de la justicia feministas.
Aunque no hay duda de que todos los conceptos morales y políticos for man parte de la cultura
y la retórica que sostienen las relaciones de poder existentes, he señalado ya que el lenguaje de
la justicia se usa con frecuencia para criticar las relaciones de poder existentes, haciendo
inverosímil argu mentar que la justicia esconde siempre la legitimación del estatus quo, aunque
no hay duda de que a veces lo hace. Sin embargo, todas las teorías vigentes de la justicia son
ideológicas en el sentido débil de que están inmersas en una vi sión particular del mundo. De
este modo, es ilustrativo comparar las ideolo gías libertaria, liberal del bienestar y comunitarista
de la justicia, incluso si re sulta que dichas ideologías no son todas igualmente autointeresadas.
La justicia libertaria pone el énfasis en los derechos individuales como base irreducible para la
organización social; la justicia se refiere al hecho de que cada individuo debe obtener aquello
para lo que tiene un título en virtud del ejercicio de dichos derechos. Esta es la perspectiva
adoptada por Robert Nozick (ver capítulo 3).
En sustancia, tales derechos se agrupan en torno a la idea de autonomía e independencia del
individuo y la premisa de que todos los individuos pueden elegir hacer lo que quieran en la
medida en que no vulneren los derechos de los otros. Para el libertarianismo, la justicia es una
estructura normativa den tro de la cual los individuos pueden perseguir sus propios objetivos sin
vul nerar los derechos de los demás. Es limitada, precisa y rigurosa. La justicia li bertaria tiene
más que ver con la libertad que con la igualdad, ya que pese a tener un presupuesto fuerte de
igualdad formal por el cual las personas son iguales con respecto a su igual posesión de
derechos idénticos, no sugiere que el ejercicio de estos iguales derechos resulte o deba resultar
en algo así como una igualdad real de posiciones sociales y económicas; de hecho se presupo ne
lo contrario.
La ideología del liberalismo del bienestar, del que John Rawls puede ser tomado como un
representante moderado (ver capítulo 5), también concede un lugar central a los derechos
individuales, pero está más preocupado por la justicia como una cuestión de distribución general
de cargas y beneficios en una sociedad en la que tanto los resultados como el procedimiento son
varia bles importantes. Aquí «bienestar» se refiere a la totalidad de la felicidad y el bienestar de
todas las personas y particularmente a la necesidad de aliviar los sufrimientos de las personas
pobres y desaventajadas. Para esta ideología, la justicia se centra en la distribución de bienestar
pero está bastante abierta con respecto a la forma en que debería llevarse a cabo la distribución
o al conjun to de cargas y beneficios sociales y económicos a los que se aplica. Es indivi
dualista en cuanto a su compromiso con el valor de cada persona en particu lar pero holista en el
modo en que intenta alcanzar la justicia a través de la gestión de la sociedad con vistas a que
produzca una distribución general equitativa de bienes y males dentro de un sistema de iguales
derechos básicos.
A este respecto, el liberalismo del bienestar tiene algunas afinidades con la teoría moral del
utilitarismo, de acuerdo con el cual el criterio moral último es la utilidad máxima, de modo que
las decisiones morales se reducen a calcular qué es lo que produce la mayor felicidad del mayor
número, que en la prácti ca significa priorizar el alivio del sufrimiento. La igualdad en la
distribución debe verse en el contexto de maximizar la realización de los deseos de todas las
personas, contexto en el que la igualdad en la distribución resulta ser un modo de producir
cuantitativamente el mejor resultado. Si las distribuciones son consideradas justas en la medida
en que son efectivas en lo que respecta la re ducción del sufrimiento, el liberalismo del bienestar
se transforma en lo que se podría llamar socialismo liberal. Sin embargo, como veremos, Rawls
está inte resado en distanciarse de una filosofía puramente utilitarista.
Se debería notar que el utilitarismo, como teoría moral que hace hincapié en el significado de
las consecuencias de las acciones humanas y las organiza ciones, puede sostener ideologías con
muy diferentes propósitos en las que no se ve que el énfasis en la igualdad tenga consecuencias
igualitaristas, más allá de la afirmación de que cada individuo cuenta por uno en el cálculo de
utilidad. El énfasis, en cambio, se ubica en la libertad individual en contextos en los que existen
oportunidades protegidas para un intercambio sin trabas entre individuos, como el mecanismo
principal para lograr la mayor felicidad del mayor número. Podemos ver cómo funciona este
utilitarismo en las teorías económicas de la justicia, como la teoría de Richard Posner (ver
capítulo 6), y en varias formas de ideología política que a veces se citan como «racionalismo
económico». De esta manera, el utilitarismo aparece como una alternativa al esquema de los
derechos de Nozick que brinda la justificación para las pos turas libertarias sobre el papel
limitado del Estado.
Como enfoque, el comunitarismo se distingue por su rechazo de las for mas más extremas de
individualismo, de acuerdo con el cual las sociedades son simples organizaciones para
promover los intereses de los individuos cu yos valores y significado se establecen con
independencia de la sociedad de la que forman parte. El comunitarismo se vuelve más
ideológico en un sentido político estricto cuando adopta o bien la forma de un compromiso
conserva dor tradicional de preservar las relaciones sociales existentes, o bien la forma de un
movimiento activo comprometido con la creación de un ideal de co munidad genuina. Las
focmas más militantes de comunitarismo ideológico pueden adquirir distintos matices, que
incluyen visiones sobre la utopía so cialista en la que la justicia viene dada por el hecho de que
hay una igualdad sustantiva real que se alcanza procurando que las personas tengan lo que ne
cesitan para ser miembros plenos e iguales de su sociedad, o un ideal feminis ta en el que la
opresión de género es eliminada y dominan valores cooperati vos y de cuidado.
Estos y otros enfoques ideológicos opuestos de la justicia están todos re flejados en las teorías
que específicamente se discuten en este libro. Así, No zick y, según algunas interpretaciones,
también Dworkin son autores fácilmen te identificables como libertarios. Rawls es un liberal del
bienestar, aunque con reformulaciones. Posner es un utilitarista económico. Marx es un tipo de
co munitarista. Young puede ser vista como una feminista con elementos tanto del liberalismo
como del comunitarismo. Estas divisiones ideológicas son im portantes para entender e
interpretar las teorías de la justicia, pero no son el objetivo principal de este libro. El objetivo es,
en cambio, ofrecer una expo sición analítica así como algunas críticas filosóficas a las
principales teorías ri vales que tienen mayor relevancia en el mundo contemporáneo.
No se niega que debajo de las divergencias políticas a menudo subyacen las ideas yuxtapuestas
de la justicia como negativa o positiva, conservadora o reformista, minimalista o maximalista. Y
se reconoce que el análisis concep tual de nociones políticas claves, tales como la de justicia, no
puede aislarse del desacuerdo ideológico. No obstante, se puede ganar mucho en claridad y
entendimiento en una discusión filosófica que inicialmente deja de lado el desacuerdo
ideológico evidente e intenta trabajar sobre los conceptos, distin ciones y presupuestos
implicados en diferentes teorías de la justicia. Cuando, llegado el momento, asumimos
finalmente una postura en temas ideológicos, podemos aspirar a realizar elecciones que sean
lúcidas e informadas. Encaradas de este modo, las discusiones filosóficas de conceptos tales
como el de justi cia pueden revelar que los marcos conceptuales a menudo pueden separarse de
sus orígenes ideológicos y ser expuestos de una manera nueva dentro de marcos ideológicos
distintos. Esto muestra la variedad de elecciones de la que disponemos mientras luchamos con
la cuestión profundamente personal de articular nuestro proprio punto de vista moral y político.
Todo análisis de la justicia debe ser capaz de dar cuenta de la inmensa varie dad y complejidad
de sus significados, aplicaciones y conexiones ideológicas, e intentar mostrar la unidad que
subyace a sus diferentes manifestaciones po líticas sin minimizar el alcance del importante
desacuerdo entre ellas. A falta de la creencia ingenua en que existe un significado «verdadero»
o «correcto» de «la justicia», debemos proceder a dilucidar el despliegue real que realiza el
lenguaje de la justicia en toda su variedad hasta el punto en el que se tienen que hacer
elecciones estipulativas para llegar a un conjunto de distinciones conceptuales claras y
coherentes, que pongan de relieve la naturaleza de las cuestiones políticas que están en juego.
En este sentido, no habría un análisis correcto de la justicia sino distintos análisis más o menos
útiles.
En estas circunstancias puede resultar tentador caer en la técnica de reali zar un análisis
excesivamente vago y amplio que capte todos los distintos usos de la palabra justicia tal como el
término se usa en realidad, y luego pasar rá pidamente a distinguir las diversas concepciones de
la justicia que encierran las distintas visiones rivales de la moral que coexisten dentro del
concepto amplio que funciona como una sombrilla que atrapa todo. El concepto, por tanto,
proporciona el «significado» de la justicia, mientras que las concepciones enuncian los criterios
de evaluación propuestos para determinar si ciertos tipos de situaciones son justas o injustas. De
este modo, el concepto de justicia puede ser analizado como un conjunto de principios para
valorar las institucio nes sociales y políticas, mientras que las concepciones de justicia
representan diferentes visiones sobre el adecuado contenido de estos principios.
Rawls, por ejemplo, ve la justicia como un conjunto de principios para «asignar derechos y
deberes en las instituciones básicas de la sociedad» y defi nir «la distribución adecuada de las
cargas y beneficios de la cooperación so cial» (1971, p. 4). En este contexto, el concepto de
justicia significa «un equili brio adecuado entre las demandas que compiten entre sí», mientras
que una concepción de la justicia es «un conjunto de principios relacionados para iden tificar las
consideraciones relevantes que determinan este equilibrio» (p. 10).
Alternativamente, dado que el punto de partida de Rawls no toma en cuenta todos los usos a los
que ha sido dedicado el lenguaje de la justicia, po dríamos adoptar la perspectiva más
tradicional de acuerdo con la cual el con cepto de justicia se define como «dar a cada uno [o
una] lo que merece», con las distintas concepciones de la justicia indicando qué va a contar
como lo que merece una persona de acuerdo con diferentes visiones morales. Así, Miller (1976)
sostiene que «el estado de cosas justo es aquel en el que cada individuo tiene exactamente
aquellas cargas y beneficios que merece» (p. 20) y sigue di ciendo que «las cuestiones
importantes sobre la justicia surgen cuando trata mos de establecer qué significa realmente el
“mérito” de una persona» (p. 24).
De acuerdo con cualquiera de estas dos perspectivas, se puede asumir que el análisis del
concepto de justicia nos dice de qué se trata en la justicia de ma nera aislada y filosóficamente
considerada, mientras que los análisis de las di ferentes concepciones de la justicia establecen
qué es la justicia en términos concretos, entrando así en el discutible campo del conflictivo e
ideológico de bate político. De esta formá', utilizar la distinción concepto/concepciones es una
estrategia común y, en alguna medida, esclarecedora e inevitable, pero tie ne ciertos
inconvenientes que, como veremos, se ven exacerbados por creen cias bastante comunes acerca
de la primacía de la justicia como valor político.
Con el fin de clarificar la naturaleza de los desacuerdos políticos, resulta útil desarrollar un
conjunto de conceptos que sean tan distintivos y precisos tomo sea posible. Por tanto, es
importante que al analizar el concepto de jus ticia no se amplíe en exceso el campo de estudio
hasta el punto de que se lle gue a no poder distinguir la justicia de la suma de valores sociales y
políticos. Isto se puede hacer sin ignorar el discurso de la justicia en toda su extensión, tal como
se aplica en diferentes esferas, dado que en cada esfera distinguimos los usos en sentido amplio
o impreciso de aquellos que intentan usar el tér mino «justicia» con connotaciones particulares.
En este punto lo mejor es se guir a Aristóteles en el Libro V de su Etica a Nicómaco donde,
después de dis tinguir entre justicia como «virtud completa» y justicia como «una parte de la
virtud» se concentra en esta última.
El análisis específico que he adoptado en el segundo nivel es una combi nación de lo que llamo
elementos igualitaristas y de mérito. Por «igualitaris- tas» entiendo que encierran un
compromiso respecto de una idea sustantiva de la igualdad que se aproxima a lo que
normalmente se conoce como iguali tarismo, conforme al cual cada persona debe disfrutar
esencialmente de las mismas o equivalentes circunstancias, pero en este caso es un presupuesto
que podría ser invalidado por consideraciones de mérito. Llamo a este presupues to «igualdad
antecedente» para indicar que es el punto de partida respecto del cual deben justificarse los
rumbos de cada uno. Por análisis de la justicia con forme a «los méritos» entiendo un análisis
que tiene en cuenta consideracio nes de valor individual como factor necesario y fundamental
en la determina ción de qué es justo.
Se sigue de esto que hay una conexión necesaria entre justicia y mérito, primero en el sentido
amplio que de la justicia en todos sus aspectos tiene que ver con tratar a las personas como seres
de igual valor en el sentido de que sus experiencias y acciones como criaturas sensibles y
responsables tienen la mis ma importancia intrínseca, y segundo en el sentido más restringido de
que tal tratamiento permite y requiere relacionarse con la gente de manera diferente según sus
méritos, es decir, según lo que merecen en virtud de su conducta. Utilizando la distinción
concepto/concepción, un análisis de los méritos (o tal vez el análisis igualitarista y de méritos)
significa que el concepto de justicia presupone la igualdad antecedente como el punto de
referencia inicial y re quiere que las salidas desde este punto reflejen los méritos de las personas
im plicadas, mientras que las distintas concepciones de la justicia tienen que ver con lo que
cuenta como mérito. Esto desemboca en la afirmación general de que un estado de cosas es
justo si y solo si es un estado de cosas que re fleja acertadamente la igual valía y el desigual
mérito de las personas sensibles y responsables.
Priorizar la justicia
<Alando se unen a la premisa ahora más o menos generalizada de que la justicia es el valor fundamental de las
instituciones sociales sólidas, las concepciones de la justicia compiten por la supremacía ideológica en un modo
que distor siona más que clarifica las características distintivas de las consideraciones de ItJsticia relevantes.
Si la justicia se define como el valor político prioritario, entonces cualquier cosa que se adopte como una
prioridad política es auto máticamente consagrada con el título de justicia. Por otra parte, si asumimos la
visión según la cual la importancia moral de la justicia en relación con otros valores es externa a su análisis, y
debe ser considerada como una cuestión de valoración m oral independiente -d e m odo que la justicia no
recibe axiom á ticamente ningún privilegio especial en la competencia por la supremacía po lítica-, entonces
podemos adoptar una perspectiva más desapasionada con respecto a la cuestión relativa a de qué trata la
justicia. Desde esta posición ideológicamente menos apremiante es posible decir que la idea de la justicia
i^ualitarista y basada en el mérito capta de modo más acertado el sentido del lenguaje de la justicia en sus
usos más característicos, haciendo hincapié tan to en la igualdad como en el mérito, y sin comprometernos con
la idea de que el valor social prioritario es o bien la igualdad sustantiva o bien el tratamiento conforme con el
mérito.
Sin embargo, negar la primacía política de la justicia va en contra del con senso de la mayoría
de los teóricos contemporáneos de la justicia en la tradi ción liberal. Como valor fundamental de
la organización social y política con temporánea, la justicia es generalmente considerada en
segundo lugar sólo con respecto a la prosperidad económica. Así es que adquieren importancia
los ar gumentos acerca de la justicia como un concepto «esencialmente controverti do» que
muchas posiciones ideológicas diferentes desean proclamar como proprio e interpretar a su
manera. La popularidad de la justicia como un con cepto político se refleja en la visión de
Rawls de que «la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es
de los sistemas de pen samiento» (1971, p. 3). En otras palabras, cualesquiera sean los valores
morales que una sociedad quiera realizar, antes debe haber alcanzado la justicia. Aun que esta
postura ha sido muy criticada recientemente por algunos teóricos, es pecialmente por Sandel
(1982), quien promovió la etiqueta «comunitarista», es generalmente aceptado que, al menos en
cuestiones distributivas, «la justicia es una virtud muy importante, tal vez la virtud más
importante desplegada por una sociedad» (Sadurski, 1985, p. 12). Pocos asumen la postura-que
se discu te en este libro y que ha pasado a ser más ampliamente aceptada desde la pu blicación
de la primera edición en 1988- de que la justicia no sólo es un aspec to distributivo entre otros,
sino que es un factor que no necesariamente reviste una importancia moral suprema en política.
Una vez abandonado el dogma de que la justicia está constituida por los principios más
importantes y decisivos de la organización social y política, entonces se podrá estar de acuerdo
con un concepto dinámico de la justicia que encuentre su lugar junto a otros ideales
superpuestos y en competencia tales como los de libertad, utilidad y humani dad. En general, sin
embargo, tenemos que aceptar que para la gran mayoría de los teóricos la justicia representa el
concepto central y dominante de la fi losofía política normativa que ocupa el debate actual.
La prioridad de la justicia se ha convertido en una premisa filosófica tan ex tendida que muchos
teóricos tienen la impresión de que se trata de una verdad analítica, pero esto es claramente
erróneo. Si la «justicia» se define como el pa trón general que determina qué es correcto
socialmentc, entonces lógicamen te ningún otro valor puede ser anterior a la justicia dado que
todos los valores relevantes quedarían subsumidos bajo su espectro de influencia. Pero si la jus
ticia es algo menos que la suma o el equilibrio adecuado de todos los valores sociales, su
prioridad no puede presuponerse sin más, ni siquiera en cuestio nes distributivas. Los juicios
acerca de la prioridad de un valor son opiniones morales sustantivas y la prioridad de la justicia
como un valor particular, una vez que lo hemos visto a la luz del día, puede ser objeto de
grandes dudas.
Es posible definir arbitrariamente la justicia como el valor social fundamen tal y luego pasar a
llenar su contenido con todo aquello que se piensa que es de la mayor importancia en la
distribución social, y tal vez también en el conjunto de cargas y beneficios. Pero esta
perspectiva dogmática tiene el efecto de socavar nuestros esfuerzos de clarificación conceptual
al eliminar los límites impuestos por la lógica informal del lenguaje de la justicia en el debate
político real, trans formando de este modo en algo peligrosamente engañoso cualquier apelación
ulterior a nuestras «intuiciones» sobre lo que pensamos que es «justo» o «injus to», dado que
tales intuiciones están enraizadas en nuestros conceptos operati vos antes que en nuestros
conceptos normativos estipulativos. Si, en cambio, mantenemos una postura abierta sobre de la
primacía de la justicia, será posible asumir una perspectiva míás"ecuánime y filosófica respecto
del análisis concep tual de la justicia, ya que, al realizar este análisis, no estaremos
comprometién donos al mismo tiempo con ninguna prioridad política particular. Es posible, por
ejemplo, asumir la posicipn moral y política según la cual las consideraciones hu manitarias, es
decir, la preocupación por el sufrimiento de los seres humanos, debería automáticamente
preceder a la justicia, es decir, al requisito de que el tratamiento dado a una persona esté de
acuerdo con sus méritos.
Menos controvertido y más extendido que el análisis de la justicia basada en los méritos es el argumento según
el cual el papel distintivo de la justicia como valor político, está en que ésta tiene que ver con la evaluación de
cómo se dis- iribuyen las cargas y beneficios entre los individuos y los grupos sociales.
El análisis ilustrativo del concepto de justicia que se ha mencionado pre supone que la justicia,
en todos sus aspectos, tiene que ver con estados de co sas en los que están implicadas personas,
o al menos seres sensibles. La justi cia no se plantea en nuestro trato con cosas inanimadas, y
posiblemente tampoco en nuestro trato con animales. Así Raphael afirma que «la justicia y la
injusticia, la imparcialidad y la parcialidad, se presentan sólo en nuestro tra to con seres
humanos» (1970, p. 177). Qué es exactamente lo que tienen las personas que las hace sujetos
aptos para la justicia no está claro. Podría ser su capacidad para sentir placer y dolor; podría ser
el hecho de que posean razón y/o su capacidad para realizar elecciones y actuar conforme con
ellas. Es par te de una teoría de la justicia identificar las características de los seres huma nos
que están lógicamente presupuestas por estas limitaciones conceptuales en la aplicación de la
justicia, y dejar claro por qué la justicia se aplica sólo a nuestro trato con personas.
Un punto de partida útil en esta cuestión es el influyente análisis de la jus ticia que proporciona
el filósofo de la Ilustración escocesa David Hume (1739). Para Hume la justicia es un
dispositivo convencional para preservar el orden social a través de la resolución de las disputas
entre individuos que tie nen pretensiones incompatibles sobre recursos relativamente
abundantes, aunque no obstante escasos. Esto significa, en el caso de Hume, que la justi cia
tiene que ver principalmente con un sistema de propiedad, pero su visión puede ser entendida de
manera más general como la tesis según la cual la justicia tiene que ver con la distribución de
cargas y beneficios, y en particular con la distribución de recursos escasos. De este modo, la
injusticia pude ser vista como un tipo de situación en la que una persona o grupo de personas re
cibe erróneamente menos o más que otras personas o grupos. Esto hace de la justicia
esencialmente una cuestión de comparaciones desfavorables en dispu ta, relacionadas con la
adjudicación en una sociedad o en un grupo de objetos y experiencias deseables y no deseables.
Si aceptamos esta visión, podemos entonces proceder a distinguir diferen tes tipos de justicia de
acuerdo con la naturaleza de las cosas valiosas y no va liosas cuya distribución está en cuestión,
sea que se trate de cosas de natura leza económica (justicia económica), política (justicia
política), educativa (justicia educativa) o punitiva (justicia penal), y luego considerar la
naturale za de los factores de «justiciabilidad» (es decir capacidad de «hacer justicia») en cada
esfera de interés distributivo.
El paso dado para incorporar la agregación en el terreno de la justicia puede ser visto como un
ejemplo de la tendencia a ampliar el concepto de justicia de modo que pueda abarcar todos los
objetivos socialmcnte deseables. El pro pio Rawls, como veremos, es un tanto arrogante con
respecto al significado ca racterístico de la justicia, y no debe sorprender por tanto que la
aspiración mo ral prima facie de maximización de bienes y minimización de males deba ser
incorporada en su esquema global de justicia. Es de lamentar que este enfoque excesivamente
inclusivo debilite un contraste que es uno de los puntos fijos de la mayoría de los análisis sobre
la justicia, esto es la diferencia cualitativa entre consideraciones de justicia y el principio de
utilidad (es decir, el principio de que es siempre correcto maximizar los bienes y minimizar los
males). Una de las ob jeciones más frecuentes al utilitarismo es que conduce a distribuciones
que son sustantivamente injustas toda vez que permite sacrificar los intereses de algu nos
individuos para promover el bienestar de otros, si estos últimos ganan más de lo que pierden los
primeros. Este punto fijo de contraste entre justicia y uti lidad se ve enormemente debilitado
cuando se introducen consideraciones agregativas en el concepto de justicia. La línea
argumental de Rawls, sin em bargo, no tiene consecuencias tan funestas para el contraste entre
utilidad y justi cia dado que la esencia del utilitarismo está en la reivindicación de que la
utilidad es el único criterio moral, tanto de agregación como de distribución, y cualquier visión
que limite el papel de la utilidad no es, en este sentido, utilitarista. No obstante, parecería mejor
afirmar que incrementar el quantum de la utilidad sin hacer referencia a su distribución no es
contrario a la justicia, antes que decir que maximizar la utilidad es parte del ideal de justicia.
Una disputa más radical sobre justicia y distribución es la relacionada con la afirmación de que
es fundamentalmente erróneo vincular la justicia con cual quier tipo de propósito distributivo.
Así, Hayek (1976, pp. 62-100) niega que la distribución de cargas y beneficios sea la
consecuencia de un proceso dis tributivo, y sostiene que ninguna noción de justicia social o
distributiva tiene, por tanto, sentido alguno. Ninguna persona o grupo, afirma, ha hecho una
distribución general de riqueza o alguna otra cosa deseable o no deseable. Re sulta por lo tanto
equivocado hablar de una distribución injusta, ya que solo las acciones de las personas pueden
ser injustas. Esto, a su vez, significa que no tiene sentido hablar de redistribución, dado que
nunca hubo en primer lu gar una distribución que pudiera servir de fundamento para una
distribución revisada. Este autor continúa argumentando que el intento de imponer mo delos es
inherentemente destructivo de la libertad. De este modo, en una so ciedad donde existe un libre
mercado de mercancías, de tal modo que el re sultado global de la actividad económica no es el
producto de una elección consciente sino la consecuencia involuntaria de innumerables
elecciones dis cretas de los individuos, no puede tener ningún sentido la idea de justicia re-
distributiva y el intento de imponer una distribución destruye la libertad del individuo dentro de
la sociedad.
El enfoque de Hayek no llega a realizar la importante distinción entre los estados de cosas
ocasionados de manera consciente y deliberada y aquellos que pueden ser intencionalmente
alterados, cualquiera sea su origen. Existe un sentido de «distribución» no controvertido y
neutral en cuanto a la elec ción que se refiere simplemente a la cantidad de cualquier variable
dada que pertenece a distintas entidades individuales o personas. Y allí donde existe al guna
posibilidad de que una distribución que afecta al bienestar humano sea cambiada por la acción
humana, entonces habría motivos para evaluar tal es tado de cosas en términos de justicia e
injusticia, o, en efecto, en términos de equilibrar una libertad respecto de otra de modo que
pueda intentarse una ac ción reparadora adecuada. El hecho de que la distribución original sea o
no el resultado intencional de la acción humana no importa en realidad, a menos que deseemos
ir más allá y plantear la cuestión -distinta- de quién es respon sable, si es que alguien lo es, de
que tal distribución haya ocurrido. A Hayek, por supuesto, no le pasa desapercibida esta
distinción. Su postura es más bien que en una sociedad liberal nadie tiene el deber de promover
ninguna distribución particular, aunque solo sea porque esto no se puede hacer sin interfe rir
constantemente con la libertad individual en una medida que destruiría el libre mercado. Ésta es
una posición ideológica que confiere prioridad a cier tas formas de libertad antes que a la
justicia, y no invalida por sí misma la idea de justicia distributiva en situaciones que pueden ser
revertidas a través de la intervención política. Es más, a veces puede ser perfectamente atinado
hablar de situaciones justas o injustas incluso cuando nadie tiene el poder para cam biarlas. Los
juicios de valor, en cada una de las instancias en las que se usan, no tienen que ir siempre
dirigidos a la acción. También pueden ser utilizados para evaluar si ciertas situaciones
inalterables son deseables. Claro que es po sible sostener la postura pesimista según la cual en
un mundo imperfecto la justicia es una norma ideal que sólo es capaz de una aplicación muy
limitada.
No obstante, la idea de que la justicia tiene que ver esencialmente con el mantenimiento de un
modelo particular de distribución de bienes deseados y males no deseados, parece demasiado
restrictivo en la medida en que ignora aquellas teorías que ven la justicia en relación con el
hecho de actuar de acuer do con los propios derechos y títulos. Así, como analizo en el capítulo
3, No zick (1974, parte II) sostiene que las posesiones o «propiedades» de una per sona son
justas si son el resultado de acciones legítimas, es decir, acciones que están de acuerdo con las
normas de propiedad, transferencia y rectificación de transferencias ilegítimas, cualquiera sea el
modelo distributivo que resulte. Sin mencionar el término «justicia distributiva», Nozick es
partidario de lo que llama un enfoque «histórico» antes que un enfoque «finalista» de la justicia,
en el que ésta es una cuestión de cómo la gente llegó a poseer sus propiedades an tes que una
cuestión relativa a la medición de dichas propiedades con respec to a algunas características de
los poseedores -como sus necesidades o sus mé ritos morales-, lo cual nos permitiría pensar en
un modelo particular que reflejara el estado final del proceso distributivo en el que las
propiedades se em parejen con las características corrientes de los individuos involucrados.
Resulta relativamente fácil restar importancia -por ser excesivamente dog mática- a la
intoleranciakrespecto de la posibilidad de posturas finalistas de la justicia que Nozick, como
Hayek, rechazan por lo que parecen ser funda mentalmente razones ideológicas, tales como la
hostilidad hacia el Estado de bienestar. Ciertamente es posible para las sociedades esforzarse
por obtener distribuciones modélicas, incluso si fracasan ampliamente y a veces resultan
coercitivas en la persecución de los objetivos escogidos. Es menos fácil des cartar las teorías
históricas o de los títulos como posibles teorías de la justicia sobre la base de que no se
relacionan con la distribución como un objetivo pre concebido. Por el contrario, no existe aquí
ninguna dificultad formal, dado que las distribuciones, consideradas simplemente como
modelos, pueden ser ca racterizadas por variables que incorporen referencias a eventos pasados,
como cuando las características distributivas relevantes son hechos históricos tales como la
realización de una promesa o recibir un regalo. En efecto, este enfoque se superpone con
algunas especificaciones generales de situaciones modé licas, particularmente aquellas que
recurren a los méritos relativos de los pro pietarios de bienes. Distribuir conforme al mérito y el
demérito es un ejercicio inherentemente retrospectivo. Las definiciones distributivas de la
justicia re quieren solo que los modelos existentes puedan ser alterados en la dirección que
establece modelos más favorables y no necesitan establecer ninguna exi gencia respecto de que
estos modelos sean ahistóricos en sus variables.
No obstante, puede ser verdad que el paradigma distributivo excluye im portantes aspectos de la
justicia. Así, como veremos en el capítulo 9, Iris Ma rión Young considera que un excesivo
énfasis en los aspectos distributivos ocul ta la importancia de la opresión de clase, raza y género
como ejemplos de injusticia. Incluso si adherimos a la visión según la cual la justicia en todas
sus manifestaciones tiene que ver con cuestiones de distribución, aún así puede ser útil
distinguir aquello que llamamos «justicia distributiva» de otros tipos de jus ticia, aunque estos
otros tipos tengan una conexión esencial con cuestiones dis tributivas. De este modo, en una
distinción que se remonta al Libro V de la Éti ca a Nicómaco de Aristóteles, podemos contrastar
la «justicia distributiva» con la «justicia correctiva». La justicia distributiva, en este sentido
estricto, se refie re a la distribución de beneficios entre grupos sociales mientras que la justicia
correctiva, en un sentido amplio, tiene que ver con castigos, compensaciones por daños e
intercambios injustos (a veces llamada justicia conmutativa). Re cientemente esta distinción ha
sido desarrollada en el sentido de distinguir en tre la «justicia social» que tiene que ver con «la
distribución de cargas y benefi cios en toda una sociedad» y la «justicia legal» que implica el
«castigo de las acciones incorrectas y la compensación de los daños a través de la creación y
aplicación de un conjunto de normas públicas» (Miller, 1976, p. 22).
En el capítulo 2 sostengo que esta distinción es enormemente engañosa como referencia general
a la vinculación entre el derecho y la justicia, cuanto menos porque el derecho es un instrumento
clave en la determinación de la distribución general de beneficios y cargas en una sociedad. A
pesar de esto, a menudo es útil prestar atención especial a esas cuestiones distributivas que se
presentan en situaciones en las que un individuo ha agraviado o ha dañado a otro, y estas
cuestiones tienden a ser temas de los que se ocupan áreas espe cíficas del derecho. La
característica general de estas situaciones es que se si gue algún procedimiento correctivo, a
veces por un demérito específico de un individuo que ha cometido un delito (como sucede en el
área del derecho pe nal), o por un daño específico causado por culpa de otra persona caso para
el cual se prevé una compensación o reparación (derecho civil o de daños), o por alguna
injusticia u otra incorrección surgida en el proceso de algún intercam bio u otro tipo de acuerdo
voluntario llevado a cabo en la sociedad (derecho de los contratos). Todas estas situaciones
presuponen una interacción especí fica entre individuos y la exigencia de que algo así como el
status quo existen te con anterioridad a dicha interacción sea restablecido. Esta es una forma
limitada de ver realizada la justicia tanto entre individuos como respecto de los individuos, y tal
vez por esta razón «parece adecuado llamar a esta forma de justicia, justicia individual, no
social» (Honoré, 1970, p. 65) incluso si am bas implican un cierto grado de redistribución de
cargas y beneficios.
Se debe resaltar que la tesis de que existe una estrecha relación entre justicia y distribución de
cargas y beneficios -de modo que la característica distintiva de la justicia se refiere al menos de
manera fundamental a su relevancia en cues tiones distributivas, es discutida por quienes
concentran su atención en temas de poder social, económico y político, particularmente cuando
el po der es visto como una forma de relación opresiva. Así, Marx y Young están más
interesados en lograr la libertad respecto de la dominación económica, social y política que en la
distribución de bienes o posiciones sociales. Estos autores buscarían desviar la atención de la
distribución de cargas y benefi cios económicos, para pasar a ocuparse de las relaciones de
opresión social, económica y política, y sostendrían que la justicia (o más bien la injusticia) es
una cuestión de opresión antes que de distribución. Desde luego que esto sólo podría querer
decir que las distribuciones más importantes son las dis tribuciones de poder, pero esto es por sí
mismo un importante correctivo a la visión de quienes trabajan con la limitada perspectiva del
consumidor respec to del tipo de distribuciones de las que se ocupa la justicia.
Debe notarse que todas estas cuestiones conceptuales sobre la justicia y sus subdivisiones
podrían ser consideradas sin adoptar la visión según la cual la justicia es siempre el valor social
primordial, o es siquiera siempre un valor. Debemos dejar lugar en nuestras discusiones sobre la
justicia a las posiciones que plantean serias dudas sobre la justicia como un ideal. Alejados de la
pos tura de los cínicos escépticos como Trasímaco en La República de Platón y de las más
optimistas críticas de Marx -en el sentido de que la justicia es un va lor burgués del que no
necesitará una verdadera sociedad comunista-, están quienes ven la justicia como expresión de
normas que son demasiado mascu linas, demasiado individualistas, demasiado formales o
demasiado frías c im personales. Veremos qu§ a menudo se puede hacer frente a tales críticas
revi sando radicalmente nuestra herencia conceptual o quitando protagonismo a la justicia, sin
tener que aceptar o rechazar las críticas sin más.
Con todas estas reservas, sigue siendo iluminador decir que la justicia tie ne que ver con la
distribución de cargas y beneficios entre las personas, defi nidas tales cargas y beneficios,
aproximadamente, de modo que comprendan cualquier cosa o experiencia deseable o no
deseable. Podemos ahora dar un paso más y preguntarnos si cualquier consideración distributiva
moralmente relevante tiene que ser considerada como un elemento de la justicia o si, en cambio,
sólo algunos tipos de consideraciones morales son factores de «justi- ciabilidad», o factores para
hacer justicia. Esto nos lleva a la cuestión de cómo deberíamos proceder en la determinación no
tanto de qué es la justicia, sino de qué es justo e injusto.