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El espacio exterior, espacio vacío, espacio sidéreo, espacio sideral o simplemente espacio, se refiere a las

regiones relativamente vacías del universo fuera de las atmósferas de los cuerpos celestes. Se usa
«espacio exterior» para distinguirlo del espacio aéreo y las zonas terrestres. El espacio exterior no está
completamente vacío de materia (es decir, no es un vacío perfecto) sino que contiene una baja densidad
de partículas, predominantemente gas hidrógeno, así como radiación electromagnética. Aunque se
supone que el espacio exterior ocupa prácticamente todo el volumen del universo y durante mucho
tiempo se consideró prácticamente vacío, o repleto de una sustancia denominada «éter», ahora se sabe
que contiene la mayor parte de la materia del universo. Esta materia está formada por radiación
electromagnética, partículas cósmicas, neutrinos (cuya masa es tan pequeña que viajan a velocidades
cercanas a la de la luz), materia oscura (materia que compone casi el 90% de las galaxias pero que no
interactúa con la luz y nunca ha sido observada)1 y la energía oscura. De hecho en el universo cada uno
de estos componentes contribuye al total de la materia, según estimaciones, en las siguientes
proporciones aproximadas: 4,53 % de elementos pesados, 0,5 % de materia estelar, 0,3 % de neutrinos,
aproximadamente 25 % de estrellas y aproximadamente 70 % de energía oscura, lo que da un total de
100,33 %, por lo que sobra un 0,33 % sin estimar. La naturaleza física de estas últimas es aún apenas
conocida. Solo se conocen algunas de sus propiedades por los efectos gravitatorios que imprimen en el
período de revolución de las galaxias, por un lado, y en la expansión acelerada del Universo o inflación
cósmica, por el otro.

Los antiguos filósofos griegos debatieron la existencia del vacío, o de la nada. La teoría atomista, (en la
que destacaban Leucipo y Demócrito) sostuvo la idea de una infinidad de átomos moviéndose en un
vacío infinito. Por su parte, Platón era escéptico sobre la existencia del vacío. En su diálogo Timeo (58d),
menciona que «existe un tipo más translúcido [que el aire] al que se le llama éter (αίθηρ)». Aristóteles,
que había sido alumno de Platón, estuvo de acuerdo en este punto con su mentor. En su libro Sobre el
cielo introdujo un nuevo elemento en el sistema de los 4 elementos clásicos. Este elemento estaba
localizado en las regiones celestiales y en los cuerpos celestes y no tenía ninguna de las cualidades que
tenían los elementos clásicos terrestres. No era ni caliente ni frío, ni húmedo ni seco.2 Con esta adición
el sistema de elementos se extendió a cinco y más tarde los comentaristas comenzaron a referirse a él
como la quinta esencia.

Los filósofos escolásticos medievales concedieron cambios de densidad del éter, en los que los cuerpos
de los planetas eran considerados más densos que el medio que llenaba el resto del universo. En la
China del siglo ii el astrónomo Zhang Heng aseguró que el espacio es infinito y se extiende más allá del
Sol y las estrellas.3

Ya en el siglo xvii, el filósofo francés René Descartes argumentó que el espacio exterior debía estar
ocupado completamente de materia. En el siglo xv el teólogo alemán Nicolás de Cusa especuló que el
universo no tenía centro ni circunferencia;4 El filósofo y teólogo italiano Giordano Bruno defendió el
modelo heliocéntrico de Copérnico y afirmó que el universo era homogéneo, compuesto por los cuatro
elementos. Además adhería a la teoría atomista.5 Galileo Galilei sabía que el aire tiene masa, por lo
tanto está sujeto a la gravedad. En el año 1640 demostró que una fuerza establecida se resiste a la
formación un espacio vacío. Para 1643 Torricelli creó un aparato para producir un vacío parcial, el
descubrimiento dio lugar al primer barómetro de mercurio y en la época fue una sensación científica
entre los europeos. El matemático Blaise Pascal estudió el barómetro y calculó detalles para conocer la
presión del aire.6 En el año 1650 el científico alemán Otto von Guericke construyó la primera bomba de
vacío, con el cual concluyó que la atmósfera rodea al planeta Tierra, donde la densidad gradualmente
baja cuanto más altitud existe.7

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