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Escribir con objetos y ambientes es una consideración de los primeros tratados mu- 105
seológicos que existen. Para Samuel von Quiccheberg, el museo es un espacio o un
texto donde el universo entero puede ser reunido y analizado1. Años después, Jo-
hann Daniel Major, en su Museo Museorum, proponía una gramática posible en la
reunión de las colecciones inspiradas en la Naturalis historia de Plinio. Así, un prin-
cipio de la museografía será la posibilidad de una escritura y lectura objetual.
Esta primera mirada del museo permitió la creación de espacios denomina-
dos gabinetes de curiosidades, un lugar donde reunir todos los objetos del universo
para ser observados, analizados. Estos salones de maravillas ponían en valor las rela-
ciones entre el espacio físico, los objetos y las personas. Bajo esta mirada, el espacio
físico tiene posibilidad de lectura, de interpretación, y el lenguaje del cuerpo (tempe-
ratura, color, luminosidad, texturas...) permite la construcción de significados.
La invitación es a reconsiderar esta aproximación museográfica sobre el es-
pacio físico aplicada a la educación. El reto en esta escritura con objetos y ambientes
implica, necesariamente, un ejercicio poético, a causa de la naturaleza de los ele-
1 Lo explica en el texto titulado Inscriptiones vel tituli Theatri amplissimi, complectentis rerum
universitatis singulas materias et imagines eximias, impreso en Múnich en 1565.
mentos que utilizamos en la creación de un entorno de aprendizaje y los procesos de
interpretación que ocurren en aquel que se encuentra en el espacio.
La interpretación personal del ambiente físico ocurre de manera continua,
aunque posiblemente desapercibida. Los espacios que habitamos tienen, sin duda,
fuertes cargas simbólicas: el color, la materialidad, la ubicación de los diferentes ele-
mentos e, incluso, las fuentes de iluminación refieren a percepciones personales.
Llegamos, entonces, a nuestra primera reflexión sobre el entorno educativo
como ambiente físico: sus características, posibilidades y restricciones. Desde nues-
tra perspectiva, la acción educativa implica transcurrir a través de una serie de nodos
para la construcción de sentido, idealmente experiencias, entornos que facilitan la
exploración, el diálogo y la autocomprensión. Todo esto a partir de un enfoque en lo
corporal. Pero ¿qué significa recuperar la corporalidad en el contexto de un espacio
físico?
Corporalidad
Pero ¿cuáles son los lenguajes del cuerpo? La vista alcanza, el tacto acaricia,
el oído abraza, envuelve. La corporalidad permite miles de reflexiones poéticas a
partir de palabras que tienen un sentido corpóreo.
Comprendemos la existencia en un rango de acciones y metáforas corpo-
rales, como lo demuestra un análisis de diversos textos y tradiciones religiosas; la
danza, la imposición de manos, el ayuno... revelan ese cuerpo fundamental, en este
caso, vinculado directamente a la experiencia espiritual.
Imagina que necesitas un espacio de quietud y detener la inercia del día.
Posiblemente, la primera reacción sea cerrar los ojos. ¿Por qué? Llevar las manos 107
a la cabeza ante cierta circunstancia o poner las manos sobre alguien cuando está
enfermo tienen referentes culturales múltiples. Si quieres recordar algo, es probable
que también cierres los ojos. ¿Qué sentido damos a la oscuridad?, ¿y a la penumbra?
Sentarte en el suelo, querer alcanzar algo y estirarte para hacerlo, percibir el olor de
un espacio mucho antes de encontrarte dentro de él..., todas son experiencias cor-
porales que nos acompañan continuamente y que hemos dejado fuera de la acción
educativa.
Cuando conversamos con docentes sobre la corporalidad, realizamos un
ejercicio acerca de sus aulas, esos espacios en los que comparten alrededor de seis o
más horas diarias con los estudiantes. ¿A qué huele? ¿Qué colores son predominan-
tes? ¿A qué invita el mobiliario: a sentarte, a compartir, a dialogar…?
Las emociones que se derivan de la forma y el espacio surgen a partir de las
confrontaciones directas entre la persona y el espacio, la mente y la materia. Pa-
llasmaa (2014) insiste en que la fenomenología de la arquitectura está más ligada a
verbos que a sustantivos (el acto de entrar, el acto de mirar, el acto de reunirse). Cada
espacio arquitectónico condiciona la experiencia humana de la realidad: enmarca,
articula, relaciona, separa y une, facilita y prohíbe. La experiencia corporal es un
aspecto inseparable de la experiencia arquitectónica.
Siempre que estamos en un espacio físico nos encontramos de alguna
forma con él. Por supuesto, la experiencia será distinta dentro de una catedral
antigua que dentro de un hospital, pero el acto de deambular, comprender el
ambiente como contexto y territorio, señala cómo comprendemos los espa-
cios físicos. La puerta es una invitación a entrar, enmarca el allá; la ventana
permite observar el exterior y brinda contexto al aquí; la escalera invita a subir
o bajar. La arquitectura dirige, escala y enmarca acciones, percepciones e ideas
(Pallasmaa, 2014).
Pero, en los espacios educativos, esta comprensión del impacto arqui-
tectónico se ha diluido. A pesar de que damos sentido a la experiencia del
mundo siempre a partir del cuerpo, en la escuela se busca eliminar lo corpó-
reo, desdibujando a los estudiantes como seres que solo tienen ojos y manos,
que solo transitan pero no habitan, y mucho menos pertenecen. La crítica de
Alejandro Piscitelli a este devenir de la escuela es clara: «No pensamos solo
con la cabeza, pensamos con el cuerpo» (en Acaso y Manzanera, 2015: 163).
Y el acto de habitar es fundamental cuando dialogamos sobre la cor-
poralidad, porque el espacio habitable no solo implica dejar huella o tener un
sentido de pertenencia; es, básicamente, concebir un espacio como confiable y
seguro. Así, dos elementos serán necesarios en toda concepción de lo que pue-
de y debe ser la escuela: habitar y diseñar para habitar. María Acaso lo presen-
ta así: «Habitar implica hacer tuyo un lugar, es apropiarte del mismo» (Acaso
y Manzanera, 2015). Esta apropiación, sin duda ligada a la identidad, implica
el rastro, la huella de nuestra presencia en el lugar. Eso está implícito en el ho-
gar; no solo están los objetos, las imágenes, las memorias..., simbólicamente
108 te encuentras ahí, y tu huella, tu presencia, determina el mismo espacio. Pero,
en muchos casos, la escuela es un no-lugar (Augé, 2009), un espacio de paso
que se replica incesantemente, donde la identidad, apropiación y marca han
sido diluidas, y se vuelve totalmente inmune a las personas que lo transitan.
Entonces, al hablar del diseño de ambientes de aprendizaje, la meta no
es solo crear espacios estéticos, sino también habitables. Desde mi perspecti-
va, todo ambiente de aprendizaje es un espacio habitable. Diseñado para esas
corporalidades, habitación para las acciones futuras.
Así, la mejor metáfora posible será la del escenario. Un espacio físico
que coloca la corporalidad en el centro y que se determina por las acciones que
estos cuerpos realizan: un espacio performático. Cada elemento que forma
parte de la escena ocupa un lugar en toda la trama narrativa; será la mesa el
lugar de la conversación; la ventana, observada de lejos por un instante; la
puerta, el espacio invisible que esconde al interlocutor y el que observa cierto
personaje... Al final, el diseño del espacio no es un fin en sí mismo, sino un
medio.
Esta metáfora del escenario nos lleva a encontrarnos con el mundo de
las posibilidades, de la imaginación. Un mundo donde se fusiona lo vivido, lo
experimentado, lo posible. Observo la acción educativa como una puesta en
Atelier en el Museo 109
Trompo Mágico en
Guadalajara (México).
Detalle de atelier,
La grapa
(Ciudad de México).
escena en la que espero que los actores −que cambian de rol continuamente− puedan
vivir el espacio y posibilitar los nuevos diálogos sobre aquello que queda por cono-
cer, y complejizar, siempre, lo que ya se conoce.
Territorios corporales
3 Los cien lenguajes de los niños será una metáfora que señala las posibilidades infinitas
de expresión: plásticas, corporales, musicales...
temente relacionada con la propia cultura; habitamos diferentes mundos sensoriales
en el mismo sentido que hablamos diversos idiomas. Desde esta postura, todo pro-
ceso de aprendizaje en los niños implica al espacio físico, y este debe pasar por un
proceso de diseño calculado. La escucha y la observación brindan los elementos ne-
cesarios para el diseño de estos espacios físicos. Así, todo ambiente tiene una inten-
ción y considera las dimensiones cromáticas, lumínicas, sonoras, olfativas y táctiles,
además de considerar la materialidad en su más amplio espectro.
A este respecto, la calidad del espacio puede definirse en términos de canti-
dad, calidad y desarrollo de las relaciones que permite; estas relaciones se dan entre
el espacio mismo, los materiales, los docentes y otros niños. Este carácter del espacio
se denomina la estética de las relaciones (Spaggiari y Rinaldi, 2000).
4 La planeación responsiva implica entender el acto pedagógico como una respuesta a lo que sucede
en ese momento, con ese grupo en particular; por lo tanto, elimina las recetas metodológicas. Al
subrayar también la reciprocidad en el proceso educativo, será lo contrario a una propuesta impositiva
y acontextual.
Por otro lado, los ambientes de aprendizaje permiten a los docentes ser res-
ponsivos a los intereses y procesos de aprendizaje de los niños, al tiempo que facili-
tan el desarrollo de procesos creativos (Biermeier, 2015: 72). Esto es posible cuando
consideramos el espacio físico como un lienzo que brinda la posibilidad de reinven-
tarse de acuerdo con las reacciones, emociones, procesos de significado y explora-
ciones realizados por los niños.
Las huellas, conversaciones e imágenes de los procesos vividos dentro del es-
pacio se denominan, en la propuesta reggiana, documentación (Proyect Zero y Reg-
gio Children, 2001). El ambiente de aprendizaje requiere por parte de los docentes el
registro continuo de los procesos de construcción de sentido que viven los alumnos.
Esta conformación narrativa de la experiencia permite reflexionar y tomar decisio-
nes sobre las posibilidades de acción y aprendizaje por venir (Wurm, 2005). Así, es
necesario que los docentes cuenten con cámaras fotográficas y grabadoras de audio,
y que puedan tomar notas, como herramientas de investigación continua sobre el es-
pacio, puesto que el quehacer educativo se concibe como una labor de investigación.
Esta documentación también subraya el espacio mismo como un ambiente flexible
a las necesidades de exploración y preguntas de los niños, permite reconocer si es
posible dar continuidad a ciertos intereses y temas, lo que facilita una planeación
curricular responsiva a los tiempos y procesos de aprendizaje de los niños (Ritchhart
y Perkins, 2005).
El proceso de diseño
114 El diseño de los ambientes de aprendizaje es el proceso que requiere una mayor
inversión de tiempo. El impacto y alcance del proyecto educativo estará intrínseca-
mente relacionado a este proceso. El reto de crear un espacio a partir de la reflexión
sobre las diversas dimensiones sensoriales incluye una selección de estímulos y de
materiales que enmarcan la acción educativa a partir de la pedagogía de la escucha.
Este será el término utilizado para subrayar la propuesta dialógica fundamental en
la propuesta reggiana. Escuchar es una metáfora de la apertura y sensibilidad de
escuchar y ser escuchado. Así, escuchar no será solo un ejercicio auditivo, sino total-
mente sensorial: debe ocurrir con todos los sentidos. Dicha escucha activa requiere
por parte de los docentes un profundo conocimiento personal y, al mismo tiempo,
una suspensión de los juicios personales y una fuerte disposición al cambio (Wurm,
2005: 23).
Desde esta perspectiva, el ambiente de aprendizaje se concibe como un espa-
cio híbrido en el que conviven diversas dimensiones (olfativa, cromática, lumínica,
táctil, auditiva, matérica), es en este ambiente donde las diversas relaciones que se
crean le dan forma e identidad. En este sentido, el proceso de diseño considera la
fusión de elementos contrastantes en la búsqueda de una enorme riqueza y comple-
jidad (Branzi et al., 2009: 126), por eso cada una de las actividades que se desarrollen
en ese ambiente deberá proponer diversos niveles de exploración. El ambiente, por
lo tanto, será siempre flexible a los resultados de la observación y de la documenta-
ción de los procesos de los alumnos dentro de él (Rinaldi, 2006).
No olvidemos que el juego es el eje fundamental de la experimentación, por
lo que los aprendizajes ocurren a partir de la elección libre de los alumnos. Nuestra
propuesta de intervención educativa valora la libertad y la curiosidad de los niños, y
las tiene en cuenta en el diseño, en la selección de los materiales, en sus característi-
cas y en las posibilidades de exploración que presentamos.
El espacio colocará al niño en un rol dinámico, y serán las interacciones con
el mobiliario, color, sonidos, materiales e imágenes las que permitirán la construc-
ción de sentido y la posibilidad de la experimentación (Hoyuelos, 2005). El ambiente
de aprendizaje se concibe, de este modo, como un espacio para la acción, la explo-
ración, diálogos e interacciones entre los niños, los materiales, los docentes y los
proyectos que se van desarrollando.
En el proceso de diseño, el primer elemento que se debe considerar es la
escala de los niños: el tiro visual5, el acomodo y tamaño del mobiliario, así como
la ubicación de los objetos. ¿El espacio es adecuado para el acceso y la exploración
visual de los niños para los que ha sido diseñado?
A continuación vamos a señalar algunas consideraciones sobre el diseño y la
conformación de las dimensiones sensoriales en el entorno de aprendizaje.
DIMENSIÓN VISUAL
− Luminosidad: Es posible considerar tanto la luz artificial como la luz natural como
dos perspectivas contrastantes; las luces cálidas y frías; la fuente de iluminación y su
ubicación física en el espacio. Las sombras, la penumbra y la oscuridad serán ele-
mentos que permitirán otras exploraciones. 115
− Color: En este aspecto, el ambiente de aprendizaje debe ser policromático, pero
nunca sobresaturado. Es importante considerar que la ropa de los niños añade otra
capa cromática al espacio. Reconocer que existen colores puros y otros muy satu-
rados, además de cálidos y fríos. El ambiente debe proponer una armonía visual,
equilibrada, que se enmarque en los tonos medios.
DIMENSIÓN TÁCTIL
− Materialidad: Implica considerar las cualidades táctiles de los materiales que se
van a proponer. La experiencia táctil será un eje del espacio de aprendizaje, como ex-
periencia fundamental de exploración, interacción y comunicación. Las relaciones
entre tacto y espacio, como subraya Pallasmaa (2012b), implicarían que la corporali-
dad es el centro referencial de la integración sensorial. La amplitud de las percepcio-
nes táctiles brinda un vasto espectro de posibilidades para el diseño. Por otro lado, la
diferencia entre materiales orgánicos y artificiales ofrece otra categoría posible que
será necesario tener en cuenta.
5 Implica aquello que los niños ven al explorar un espacio y depende de su altura.
Por lo general, los espacios de los niños responden al campo visual de los adultos.
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DIMENSIÓN AUDITIVA
Será posible reconocer la fuente del sonido: el sonido ambiental (propio de la
naturaleza) o el sonido directo (como el causado por una máquina). Se busca
que los sonidos que se inserten en el diseño del ambiente puedan enriquecer
la experiencia de manera equilibrada, fomentando la discriminación auditiva.
El silencio se convierte en un elemento contrastante que permite una acústica
variable.
Posibilidades
La Cama de Clavos en
Papalote Cuernavaca
(México).
118
Espacio de
interpretación en el
Museo Universitario de
Ciencias y Arte (MUCA)
de la Universidad
Nacional Autónoma de
México (UNAM).
Bibliografía
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