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La autodestrucción de Pedro Castillo

César Félix Sánchez

Pedro Castillo se acaba de autodestruir. Aun cuando era muy difícil que la vacancia prospere
y, por tanto, tenía todavía algo de tiempo para ir a visitar casualmente Puno y cruzar Desaguadero y
huir de la fiscalía asilándose. Pero se precipitó dando un golpe de estado que ni siquiera tenía la
apariencia burda de una disolución fáctica, sin acta de consejo de ministros y contra sus propias
palabras de pocas horas atrás llamando a la concordia. Y hasta puso en su contra a Perú Libre
anunciando un golpe contra todos los poderes del Estado, mientras intentaba huir de Palacio con su
familia ¿Qué es lo que ha pasado?

Parece que la causa próxima de estos eventos ha sido la crepuscular antaurización del
gobierno, representada por el nuevo ministro de Defensa Emilio Bossio. Él y su némesis Willson
Barrantes, nuevo jefe de la DINI, son conocidos nazi-antauristas, alimentados por mitologías
históricas totalitarias. Probablemente hayan convencido a Pedro Castillo del apoyo de la tropa y de
las «masas» «nacionalistas». Pero como suele suceder con los mitólogos en la política, vivían en un
mundo imaginario. Y así lograron hacer resbalar a Castillo hacia un despeñadero definitivo. Ahora
está está detenido en la Prefectura, según informan.

En una columna de hace varios meses, comparábamos a Pedro Castillo con un animal suelto
en la pampa, listo para ser llevado al corral de cualquier abigeo político que lo capture. Ahora cayó
en las manos de Bossio, Barrantes y Torres, conocidos termocéfalos fascistoides y acabó como
acabó. Quizás estas figuras más bien planeaban el despeñamiento del expresidente chotano como
un intento de precipitar la anunciada insurgencia antaurista contra la Constitución de 1993
quemando a un fusible ya inútil.

La causa remota de la caída de Castillo ha sido la Fiscalía. No las manifestaciones, ni el


Congreso, ni los «expertos», ni ninguna otra fuerza opositora mediática o política. Más bien algunas
de estas figuras contribuyeron a fortalecer al régimen, cayendo en cíclicos papelones
contraproducentes. Y, al fin y al cabo, la Fiscalía actuó en razón de los muy grotescos escándalos de
corrupción de la Chota Nostra. En conclusión, a la larga y a la corta, Castillo se autodestruyó.

¿Qué cabe esperar? Se acercan horas inciertas. A veces pienso que quizás habría sido
conveniente dejar huir al golpista. Un Castillo tomando sol en Playa del Carmen habría
desmoralizado a sus defensores más que un Castillo enmarrocado en la Prefectura, figura
susceptible a ser convertida en un mártir del «racismo» y de la «discriminación» de la «política
limeña». Hay que tener cuidado con escenarios semejantes a la Venezuela de 2002, donde el espíritu
javertiano de la oposición impidió que Chávez escape a Cuba y, por querer juzgarlo, acabaron
precipitando su regreso al poder. Esto es ahora muy improbable en el Perú, pero el apoyo a Castillo
no es desdeñable: los sindicatos a los que ha propiciado y reconocido, así como los ronderos y
etnocaceristas son muy minoritarios pero se encuentran bien organizados y tienen apoyo del
exterior.

De los vestigios de apoyo a Castillo en el sur del Perú y sus razones teológico-políticas nos
ocuparemos en una próxima columna.

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