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Bodas de Plata

Seminario Conciliar San José – Nov 26/21

Acabamos de escuchar el impactante relato de la triple confesión de Pedro, este episodio


ha sido descrito por el Cardenal Carlo María Martini, (quien fuera Arzobispo de Milán por
más de veinte años); de la siguiente forma:

“En este episodio, Jesús devuelve a Pedro su verdadera identidad. Al mismo tiempo, toca
el punto más sensible que subyace a nuestra debilidad, a nuestro pecado, a nuestra
fragilidad, y que nos cualifica porque es ahí donde descubrimos que Dios nos ama y que
estamos abiertos a su salvación. En este punto precisamente es donde se inserta nuestra
vocación y donde crece el verdadero conocimiento de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo.

Hasta que el hombre no alcanza esas profundidades, su conocimiento de Dios es


meramente superficial. Sin embargo, cuando, a través de la prueba y del proceso de
purificación, el hombre llega a percibir su propia personalidad, la fuente que, por la
potencia del Espíritu Santo, le regenera en su interior, entonces ve cómo se restaura su
identidad de hijo, amado por el Padre y por Jesús.

Por consiguiente, la experiencia de un gran amor es la que interroga a Pedro sobre su


propio amor, destapando en él un dinamismo secreto, más auténtico que su indolencia,
que su infidelidad, que su misma tiniebla”. Las confesiones de Pedro. Meditaciones sobre el
camino vocacional del apóstol. Carlo María Card Martini.

Las Lecturas que acabamos de escuchar, fueron las Lecturas que se proclamaron en La
Catedral el día de mi Ordenación Sacerdotal, 19 de Diciembre de 1996; día en el que se
conmemoraban cien años de la Ordenación sacerdotal del entonces Siervo de Dios
Monseñor Ismael Perdomo: El Profeta Isaías hacía evidente la acción del Espíritu para
evangelizar a todos, especialmente a los pobres. El salmista nos invitaba a proclamar,
cuántas y grandes son las maravillas que el Señor ha hecho con nosotros. Y, ese 19 de
Diciembre, como a la orilla del lago de Tiberiades, Jesucristo Resucitado nos preguntó a
cada uno: “¿Me amas?”. El entonces Arzobispo de Bogotá Don Pedro Rubiano Sáenz,
nos decía en su homilía: “La respuesta la darán cada día con la vida, como Pedro: “Señor,
tú sabes que te amo”. Y, esta entrega comporta también la Cruz”.

Veinticinco años después, constato la descripción que el Cardenal Martini hace del
Apóstol Pedro; es el Señor quien siempre ha estado presente, pues es su Obra; el Señor
Resucitado nos devuelve nuestra verdadera identidad. Y siempre tocará el punto más
sensible de nuestra debilidad, nuestro pecado, nuestra fragilidad y nos cualificará porque
es ahí donde descubrimos que Dios nos ama y nos salva. Es interesante analizar esta
experiencia del apóstol Pedro y traerla a nuestra vida: pues a mi modo de ver el ministerio
sacerdotal que ejercemos no lo realizamos a partir de nuestras propias fuerzas y
capacidades, sino a partir de nuestras debilidades, nuestro pecado y nuestra fragilidad; es
contrastante, pues es ahí donde el Señor Resucitado nos devuelve nuestra verdadera
identidad. Es maravilloso re descubrir esto. No es otra cosa distinta que percibir la
presencia del Señor en cada momento, todos los días, donde Él mismo extiende sus
manos para socorrernos.

Debemos alcanzar las profundidades de nuestra vida, porque si no; nuestro conocimiento
de Dios será superficial. Es en la prueba y en la purificación donde llegamos a descubrir
nuestra propia personalidad y veremos cómo el Espíritu Santo regenera nuestro interior y
se restaura en nosotros la identidad de hijo amado por el Padre y por Jesús. He intentado
en estos 25 Años de vida sacerdotal alcanzar las profundidades de mi propia existencia y,
han sido las comunidades en las cuales he estado; las que me han ayudado a tener una
visión realista de Dios, no simplemente una visión o un conocimiento superficial.

En este sentido fui afortunado en constatar el Rostro de Dios en un adolescente que


interpretaba el armonio en unas exequias donde él no era arte ni parte, y solo asistían a
dicha ceremonia seis personas muy pobres de una vereda. Este acontecimiento ocurría
luego de haber celebrado otras exequias, donde el Templo estaba a reventar y los
músicos y los cantantes sobraban y, los acompañantes eran numerosos. Ese día conocí
algo más de Dios, traté de no quedarme en la superficie y el ejemplo de este adolescente
cantando e interpretando un armonio; me enseñaron esto del “amor” de Dios, cómo Dios
se asoma tímidamente para consolar el momento más triste y desolador, como es el
momento de la muerte. Después de esto solo pude decir a este joven que también era
monaguillo: “Hoy se ganó la mitad del cielo”, porque fue capaz de llenar un Templo que
estaba vacío y desolado; con el resplandor de su obra de Caridad. Me impresionaba este
acontecimiento porque a su corta edad sabía qué era “amar”, el tal vez magnífico: “Sí,
Señor tú sabes que te amo”. Y porque te amo: sirvo, acompaño y consuelo a unas pocas
personas tristes a través de mi humilde canto. Hoy, este joven es un edu físico y su
pasión es el Baloncesto, no se cansa de promocionar equipos de niños y adolescentes; a
nivel local y departamental, para que lleguen a ser grandes deportistas. Hoy, cuando
vuelvo a hablar con este joven; me doy cuenta que mantiene su corazón limpio. Esto me
enseñó y me enseña a no quedarme en la superficie, porque Dios pasa constantemente y
puedo descuidarme y no percibirlo.

El Cardenal Martini, agregará: “Y veremos cómo el Espíritu Santo regenera nuestro


interior”. Una segunda ocasión para ver dónde se inserta nuestra vocación y dónde crece
el verdadero conocimiento de Dios; tuvo lugar en el desafío de construir un Templo y un
edificio de Pastoral, a la par de estar administrando una Parroquia como tal. Esto me
permitió alcanzar las profundidades de la vida y conocer otro rasgo de Dios:
“Providente”. En donde no había ni posibilidades económicas, ni materiales; el Espíritu
Santo regeneró el interior de una comunidad y no fue necesario pedir un solo peso para
terminar la millonaria obra, ni realizar algún tipo de actividad económica que buscara
fondos. Todo fue llegando a su tiempo, especialmente un comerciante; quien decidió
generosamente regalar todas las bancas para el nuevo Templo. Era de no creer. Aún hoy
trato desvelar este misterio –providencial- y, no lo logro del todo. Aquí, de nuevo conocí
algo de Dios, no meramente superficial, sino en lo profundo. Es su amor el que nos
mueve a ser mejores y más apostólicos. Es su amor.

La experiencia de un gran amor es la que interroga a Pedro sobre su propio amor,


destapando en él un dinamismo secreto, más auténtico que su indolencia, que su
infidelidad, que su misma tiniebla. Qué expuestos estamos a la indolencia, a la oscuridad.
Como Pedro: “No lo conozco”, “No soy de los suyos”, “No lo conozco”. La dolorosa triple
negación, luego el llanto inconsolable y finalmente: huir aterrado. Es decir: tal vez Pedro
se quedó en la superficie del conocimiento del Señor Jesús. No fue a lo profundo, no se
dejó amar por Él. Pedro quería solucionarlo todo. Pero no es así, todo lo soluciona el
Señor, porque es Dios. Esto también hoy es una tentación para nosotros: ser ajenos al
dolor del hermano y sumergirnos en la negación del amor de Dios, pensando que las
soluciones las damos nosotros y no es así. Como lo expresé anteriormente, en momentos
exigentes; las soluciones no las di yo. Las dio un adolescente lleno del amor de Dios y
una comunidad regenerada en el interior por el Espíritu Santo. Cómo cuesta entender la
pedagogía de Dios. A Pedro se le dificultó.

Pero, lo maravilloso y sorprendente ocurre después: la experiencia de un gran amor es la


que interroga a Pedro sobre su propio amor, destapando en él un dinamismo secreto.
Cuando el amor de Dios se acercó a Pedro en el Señor Resucitado, descubrió en él una
experiencia secreta: la verdad sobre el ser humano, que está absolutamente necesitado
de Dios. Y al sentirse necesitado de Dios, Pedro fue más humilde, dócil y esperanzado en
su Señor. Ahora Pedro, ya no será mezquino, ya no será cobarde. Solo hay espacio en él
y una posibilidad para gritar a los cuatro vientos: “Tú sabes que te amo”, “Tú sabes que te
amo”, “Tú sabes que te quiero”. No hay más, es la realidad del amor en el amor mismo.
Entonces, ahora Pedro pastoreará las ovejas, dejándose amar por Dios en su Hijo
Jesucristo.

El sacerdocio ministerial es fundamentalmente un regalo de Dios a un hombre pecador y


lleno de debilidades; es cierto. Pero es el amor y el cariño de Dios el que renueva el
interior egoísta de ese hombre elegido para dispensar los Misterios del Reino y, cuando
este movimiento se da en el amor de Dios, como en Pedro, no queda otra cosa que decir:
“Señor, tú lo sabes todo…” Y, bien que lo sabes… Porque nos debemos a Él para
siempre. Él nos sostiene siempre. Y, vemos su Rostro en las mediaciones más humildes.
Para que nosotros hagamos otro tanto como el Apóstol Pedro: -ser humildes-. Pues así, la
gente nos quiere ver: dóciles a Dios. Totalmente pastores. Por eso la tarea encomendada
a Pedro es: “pastorea, pastorea…” Nuestra tarea hoy es la misma: “pastorear”.

Agradezco de corazón a Dios su bondad para conmigo, doy gracias a su Hijo Jesucristo
que pasó por la rivera del Tiberiades de mi existencia débil y frágil y me llamó. Agradezco
el permitirme conocer cuatro comunidades parroquiales en las cuales vi el Rostro de Dios
en los acontecimientos más humildes. Cuánto aprendí de la generosidad, de la alegría,
del desprendimiento, del servicio desinteresado, de la pobreza y de la enfermedad; de
tantos y tantos Feligreses y Agentes de Pastoral. Me enseñaron a ser valiente, sencillo,
alegre y muy agradecido. En ellos experimenté este “amor” que transformó al apóstol
Pedro y lo hizo nuevo.
Maravilloso ministerio sacerdotal en estas Bodas de Plata, el cual agradezco celebrar en
esta Casa hermosa del Seminario Conciliar San José, en medio de mis hermanos
sacerdotes del Equipo y de ustedes estimados y amados Seminaristas en quienes veo
siempre el corazón eternamente juvenil de Dios. Es una gracia estar aquí, a la distancia
de aquel 19 de Diciembre del ´96. Permitámosle al Señor Jesús que nos siga interrogando
acerca del amor, pues Él; que es el Amor perfecto, nos cualificará para llegar a amar
como Él.

Ahora, en la mesa eucarística; dejémonos servir por Él, que con su bondad y su ternura
nos fortalezca para decirle siempre en el servicio a los hermanos: “Sí, Señor Tú sabes
que te amo”.

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