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Su propósito último, abiertamente moral y educativo, el hecho de que esté protagonizada por
héroes, su cosmovisión asentada en valores contemporáneos, su discutible verosimilitud y su
lenguaje, poco respetuoso con la época reflejada, impedían considerarlas estrictamente
novelas históricas, como por ejemplo Les incas (1777) de Jean-François Marmontel, en Francia,
o El Rodrigo (1793) del jesuita francoespañol Pedro de Montengón. Por eso la melancólica
fórmula literaria de Walter Scott alcanzó un éxito inmenso y su influjo se extendió con
el Romanticismo como uno de los autores y símbolos principales de la nueva estética.
Discípulos de Walter Scott fueron, en la propia Escocia, Robert Louis Stevenson con La flecha
negra, El señor de Ballantrae, Secuestrado o su segunda parte, Catriona; escribió novela
histórica el decadentista Walter Pater (Mario, el epicúreo) y otros escritores del movimiento
en Europa. En los Estados Unidos de América destaca otro discípulo de Walter Scott, James
Fenimore Cooper (1789-1851), quien escribió El último mohicano en 1826 y continuó con otras
novelas históricas sobre pioneros.
En Italia surgió una auténtica obra maestra del género, I promessi sposi (o Los novios, editada
primeramente en 1823 y refundida después en dos entregas (1840 y 1842) por su mismo
autor, Alessandro Manzoni. En ella se narra la vida en Milán bajo la tiránica
dominación española durante el siglo xvii, aunque este argumento encubre una crítica de la
dominación austriaca sobre Italia en su época. Al español fue traducida prontamente por Félix
Enciso Castrillón y por Juan Nicasio Gallego. Se consagró especialmente al género Carlo
Varese entre muchos otros autores y se tradujeron además las obras de Cesare
Cantù y Massimo d'Azeglio y, ya en el siglo xx, hay que mencionar entre gran número de
autores a Umberto Eco, que hibrida los géneros de la novela filosófica, policíaca e histórica
en El nombre de la rosa y ejerce más estrictamente los cánones del género en su Baudolino.
También escribió notables novelas históricas Valerio Massimo Manfredi.
Los escritores del realismo no se dejaron influir por el origen romántico del género y lo
utilizaron sobre todo buscando el pasado temprano para explicar, documentar o de algún
modo reflejar el presente. Destacan Charles Dickens con Barnaby Rudge (1841) o Historia de
dos ciudades (1859), esta última sobre la Revolución Francesa y sus repercusiones en París y
Londres. También lo ejercieron Gustave Flaubert (Salambô, 1862, sobre Cartago) o Benito
Pérez Galdós con un ciclo de 47 novelas históricas que denominó Episodios nacionales y
abarcan casi toda la historia reciente del siglo xix español.
Puede hablarse asimismo de una novela histórica hispanoamericana que —con los
precedentes de Enrique Rodríguez Larreta (La gloria de don Ramiro, 1908) y
el argentino Manuel Gálvez— se halla representada por el cubano Alejo Carpentier (El siglo de
las luces o El reino de este mundo, entre otras), el argentino Manuel Mujica
Lainez con Bomarzo, El unicornio y El escarabajo, el historicista de Hegel. Fue sin
embargo Achim von Arnim (1781-1831) el que primero consiguió unir plenamente ficción e
historia creando la primera novela histórica alemana moderna en Die Kronenwächter (1817);
las de Willibald Alexis expresan el nacionalismo prusiano del Romanticismo; hay que
mencionar asimismo el Lichtenstein de Wilhelm Hauff, las obras de Ludwig Tieck y
especialmente a Theodor Fontane, quien escribió su monumental Antes de la tormenta (1878).
El Das Odfeld ya pertenece al realista Wilhelm Raabe (1888). En el siglo xx el género se adapta
a las innovaciones narrativas en la obra de Alfred Döblin y el judeoalemán Lion Feuchtwanger,
y se consolida en la novela histórica del exilio, obra de autores tan destacados
como Heinrich y Thomas Mann, Bertolt Brecht, Hermann Broch o Hermann Kesten, como
respuesta a la ideología nazi. En la Bélgica flamenca, la novela histórica de Hendrik
Conscience (1812-1883) El león de Flandes (1838) fue fundamental para reactivar una lengua
que había caído en la diglosia respecto al francés, y siguió casi medio centenar más del mismo
autor.
En Rusia, otro discípulo de Scott, el romántico Aleksandr Pushkin compuso notables novelas
históricas en verso y la más ortodoxa La hija del capitán (1836). Allí se escribió también otra
cima del género, la monumental Guerra y paz de León o Lev Tolstói (1828-1910), epopeya de
dos emperadores, Napoleón y Alejandro, donde aparecen estrechamente entrelazados los
grandes epifenómenos históricos y la intrahistoria cotidiana de cientos de personajes. El
simbolista Dmitri Merezhkovski (1861-1945), por otra parte, indagó en los orígenes conflictivos
del Cristianismo en La muerte de los dioses (1896), sobre el emperador Juliano el Apóstata.
Los escritores del realismo no se dejaron influir por el origen romántico del género y lo
utilizaron sobre todo buscando el pasado temprano para explicar, documentar o de algún
modo reflejar el presente. Destacan Charles Dickens con Barnaby Rudge (1841) o Historia de
dos ciudades (1859), esta última sobre la Revolución Francesa y sus repercusiones en París y
Londres. También lo ejercieron Gustave Flaubert (Salambô, 1862, sobre Cartago) o Benito
Pérez Galdós con un ciclo de 47 novelas históricas que denominó Episodios nacionales y
abarcan casi toda la historia reciente del siglo xix español.
Puede hablarse asimismo de una novela histórica hispanoamericana que —con los
precedentes de Enrique Rodríguez Larreta (La gloria de don Ramiro, 1908) y
el argentino Manuel Gálvez— se halla representada por el cubano Alejo Carpentier (El siglo de
las luces o El reino de este mundo, entre otras), el argentino Manuel Mujica
Lainez con Bomarzo, El unicornio y El escarabajo, el colombiano Gabriel García Márquez (El
general en su laberinto, acerca de Simón Bolívar), el peruano-español Mario Vargas Llosa (El
paraíso en la otra esquina, sobre la escritora peruana del siglo xix Flora Tristán),
la chilena Isabel Allende (La casa de los espíritus, sobre el golpe de Estado del general Augusto
Pinochet), los puertorriqueños Luis López Nieves El corazón de Voltaire y Mayra Santos-
Febres Nuestra Señora de la Noche, etc.