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Configuraciones históricas del mariachi

La conformación del mariachi o los mariachis se ha desarrollado en una ramificación de


procesos históricos que datan desde el mestizaje, en el recorrido de interacciones bastante
dinámicas hasta la fecha. Suelen pasar desapercibidas algunas transformaciones o
acepciones, ante los cambios paulatinos, cuantitativos y cualitativos, de las cuales aquí se
hará mención, en este panorama. Se ha hecho referencia al mariachi de múltiples formas:
el propio instrumento o tarima donde se zapatea (Barrios de los Ríos, 1908), como lugar
llamado Puesto del Mariachi (Jáuregui, 2007), fiesta o fandango (Ochoa, 2005) y conjunto
musical, siendo este último el más conocido en la actualidad, no obstante todas las
acepciones a las que se le ha referido en su historia están relacionadas y le han aportado a
su recreación.

Para definir la expresión cultural nos remontamos a la invasión española, donde


hubo encuentro de distintas culturas: tales como la española-andaluza, las indígenas
mexicanas y las africanas que llegaron a este continente. Hemos de tomar en cuenta los
factores políticos y económicos que motivaron a los españoles a aventurarse al “Nuevo
Mundo”, ya que este movimiento obligó la interacción de dichas culturas, con todo lo que
implica la imposición de un sistema socioeconómico, la lengua, la religión, la traída de
esclavos africanos, las epidemias (que diezmaron gran cantidad de población indígena) y el
sometimiento de las etnias indígenas en Mesoamérica y Aridoamérica. Parte de la cultura
española, del Mediterráneo, traía previamente una influencia árabe (ante su ocupación
por ocho siglos, aproximadamente) en su mayoría de la región de Andalucía. Con ello
trasladaron todo lo que podríamos considerar positivo y negativo.

Un aspecto clave que contribuyó a la conformación de las expresiones festivas del


son fue el envío de órdenes de frailes (franciscanos, dominicos y agustinos) con la misión
de evangelizar y como arma de dominación. Trajeron instrumentos musicales como arpas,
guitarras barrocas, violines, entre otros; formas musicales, el idioma y sus formas líricas. El
uso de los mismos instrumentos tomaron un giro y se mezclaron en espacios seculares
donde interactuaron y fueron el crisol de géneros como el son, el jarabe, el corrido, entre
otros. Estamos hablando de pueblos naturalmente rebeldes y sumamente creativos, que
emplearon dichos instrumentos para sus propios rituales religiosos y profanos, descargar
tensiones y liberarse. Resalta la presencia de estos géneros en la Revolución e
Independencia mexicanas, que emplean la lírica como un medio de comunicación.

Igual de importante fue la traída de esclavos africanos para los trabajos pesados y
colocados en un estrato social inferior en el infame sistema de castas. Sus culturas ricas en
movimientos, ritmos e idioma aportaron de manera significativa en la cultura mexicana. En
las regiones del México prehispánico, las etnias autóctonas establecidas tenían
intercambios culturales y comerciales; los rituales circulares que practican etnias africanas
y se influenciaron entre ellas. El empleo de la tabla como instrumento ritual, los ritmos y
otros elementos culturales indígenas mexicanos se mezclaron en una rica, compleja e
intensa interacción con las otras culturas que llegaron. Asimismo, las culturas africanas
traían consigo sus cadencias inigualables con síncopas y cambios complejos de compases,
elementos percutivos, movimientos corporales y dancísticos que caracterizan a la
negritud. Se observa que muchos de estos rasgos permanecen en las regiones de las
diversas raíces culturales e internacionales del hoy México, inclusive existen comunidades
afromexicanas en algunas zonas del sur del país.

Durante el Virreinato, según las etnias que se mezclaron en las distintas regiones
mexicanas, forjaron las distintas variantes del son. Así en La Huasteca y El Sotavento del
oriente de México nace el huapango, en el sur el son istmeño y fandango de varitas; en el
centro-occidente el mariachi y el fandango terracalenteño de la cuenca del río Balsas y río
Tepalcatepec; en el noroeste el son pascola, entre otros. Esta interacción ha sido
constante, hasta que las condiciones cambian al “abolirse” la esclavitud y al explotar las
contradicciones que llevaron a la guerra de Independencia. Hay regiones con más
presencia indígena, otras con más presencia mestiza y otras con más presencia africana.
Esto también se considera al analizar los elementos culturales que componen la música,
lírica y bailes regionales mexicanos.

Respecto a las regiones culturales, consideramos importante estudiarlas


independientemente de las divisiones políticas de los estados, puesto que las dinámicas se
dan conforme a la geografía, flora, fauna, actividades económicas, idioma y los habitantes.
La región Jalmich, de la cual ha hecho referencia Alvaro Ochoa Serrano, por ejemplo, es
necesario estudiarla para comprender la historia del mariachi. Al igual que los postulados
de distintos investigadores como Chamorro, Jáuregui, Amós, entre otros con aportaciones
importantes, nos han dado luz en los aspectos históricos, definen núcleos regionales que
coinciden en la ubicación donde se generó el mariachi: en la región centro-occidente de
México.

Hacia el siglo XVIII ya se habían conformado variantes regionales de música


tradicional, con sus respectivas familias instrumentales, donde los intercambios paulatinos
de piezas musicales conocidas como sonecitos de la tierra, se han influenciado de una
región a otra, en esta constante interacción. De igual manera sucedió con los jarabes, que
integran piezas compartidas en todo el país. Nos ubicamos en una época donde las castas
habían desaparecido (de manera racial, por la mezcla constante), aunque permanece la
división de clases sociales y la explotación de la clase trabajadora continúa de otras
formas.

Hacia el siglo XIX las condiciones en la “Nueva España” llegaron al punto de


organizar a todo un país para buscar su independencia frente a la corona española. Arturo
Chamorro refiere que no fue excepción que las agrupaciones de mariachi hayan
participado en estos procesos populares, dado que pertenecen a estos sectores. La
intervención francesa fue un suceso que durante este movimiento histórico también
influyó a nuestra cultura, puesto que las bandas, instrumentos de viento y géneros de
bailes de salón (que agradaban mucho a Porfirio Díaz) se adentraron en el México
profundo. Los franceses traían consigo bandas de guerra e instrumentos de aliento, que se
dispersaron, junto con los géneros de bailes de salón (polcas, chotices, valses, pasos
dobles, entre otros), entre los pueblos mexicanos y por supuesto, en el occidente de
México. Las instrumentaciones tomaron otras variantes, integrándose en zonas rurales
orquestas populares y de mariachi, que fueron antecesores del nuevo modelo que tuvo su
cumbre en el Cine de Oro. En esta época se empezó a forjar jurídica y culturalmente el
nacionalismo, por lo que surgen elementos simbólicos que “unifican” al país y a su vez
distinguen las “identidades” de los estados autónomos de la República. Esto contradice
algunos aspectos regionales, ya que en ese afán institucional de distinguir expresiones de
tal o cual estado, además de una división política hubo una escisión cultural que
contribuyó a que las expresiones se alejaran de las dinámicas regionales y se centraran en
los espectáculos apoyados por el estatu quo, marcando las divisiones políticas de los
estados.

Hacia el siglo XX entra otra etapa en la comercialización de la música, al surgir


aparatos de grabación y reproducción sonora y audiovisual: tales como los cilindros de
cera, la radio y posteriormente los acetatos y la televisión; hoy en día las plataformas y
medios de difusión digitales. En un contexto nacionalista y a la vez con el auge de los
medios de comunicación, el mariachi es proyectado de ser regional, a convertirse en
“representativo” de todo un país, inclusive haciéndole composiciones basadas en regiones
distintas a la del mariachi (“huapangos”, sones jarochos, etc.). Es cuando Azcárraga invita a
los Vargas a integrar la trompeta y generar un producto de la industria cultural para las
masas. Cabe mencionar que en los inicios del mariachi Vargas se resistieron a integrarle la
trompeta, por considerarla un sacrilegio (Jáuregui, 2007), pero el interés por todos los
privilegios ofrecidos a este virtuoso grupo terminó por convencerlos. Desde lo tradicional,
muchos mariachis regionales que tomaron el modelo comercial de los mariachis
impulsados por los medios masivos, pasaron a convertirse en aquello que les redituara
más en lo económico, hasta llegarse a convertir en todo un oficio. Este fenómeno afectó la
música tradicional de todo el país. Previo a esto no había grupos con tal o cual nombre,
sino que eran un mariachi de la comunidad, o un mariachi de tal o cual pueblo. Al refinarse
y proveer de elementos académicos, el traje de charro con sus ornamentaciones
metálicas, que ostenta un estatus más elevado, la proyección hacia la fama y su
profesionalización, el producto tomaba otra vertiente popular que hasta hoy en día es la
más conocida y sigue su propio curso. Por su lado, la vertiente tradicional también sigue su
propia evolución, a pesar de que su impulso no era del mismo interés que hacia el
mariachi popular. Existe una diferencia sustancial entre mariachi moderno y mariachi
tradicional, radica en que el primero es popular, es decir, que interpreta repertorio de
moda y que en determinado momento se va cambiando el repertorio por otro de moda. Si
dichas piezas siguen interpretándose a través de las generaciones, dicho repertorio puede
convertirse en tradicional. La tradición es precisamente el hecho de transmitirse un bagaje
histórico y cultural que sigue impulsando a las comunidades con sus dinámicas, es decir,
no se preserva sólo el repertorio antiguo, sino la manera de interactuar propia de los
géneros festivos del mariachi.
No olvidemos que el son es uno de los géneros primordiales de las expresiones
festivas tradicionales mexicanas; es un género bailable y de esto no está exento el
mariachi. El fandango, baile de tarima o de tabla a ras de suelo, en un escenario social y
natural, son los antecesores, o mejor dicho, la inspiración de los actuales ballets folklóricos
que surgieron como inercia de la espectacularización y comercialización de expresiones
festivas mexicanas. Los cuadros de danza representativos de cada estado, se convirtieron
en un producto cultural y comercial en el mosaico del nuevo nacionalismo, cada uno de
ellos acompañado con su propio conjunto musical.

Cabe resaltar que los intercambios culturales no se limitan a zonas rurales, zonas
urbanas y mucho menos en localidades. Los elementos históricos que han entrado en
juego en la recreación y conformación del mariachi revelan que existe una dialéctica entre
lo local y lo internacional, lo regional y lo interregional, lo indígena y lo mestizo, lo
académico y el aprendizaje empírico, la composición y la improvisación, la ciudad y el
campo, lo colectivo y lo individual. Nada nos “pertenece”; y de lo que tomamos “prestado”
para esta reconstrucción y reinvención cultural aporta hacia nuestras identidades.

Por último, actualmente podemos advertir que las dinámicas antiguas del mariachi,
sobre todo en el aspecto integral y festivo, tales como las que generan los sones de juego,
sones de imitación, sones convencionales, jarabes, improvisación lírica, entre otros; corren
riesgo de desaparecer, así como han desaparecido lenguas enteras. En los años setenta,
Irene Vázquez Valle señaló en las transformaciones del mariachi la sustitución de unos
instrumentos por otros y de algunos elementos culturales, entre ellos el congelamiento de
la lírica. Agregamos la paulatina desaparición de bailes de tarima y por lo tanto la conexión
que tiene con el mariachi como un género festivo. La proliferación de los ballets folklóricos
fueron sustituyendo estos bailes en detrimento de aquellos que tienen un antiguo bagaje
construyéndose y reinventándose por siglos. Es responsabilidad de los pobladores de la
región centro-occidente darse a la tarea de recuperarlo, claro, por conciencia y voluntad,
en un proyecto que involucre integrantes de las comunidades, intérpretes, académicos e
instituciones a nivel local, estatal y nacional.

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