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México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 1

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Colección Historia y Política

México
en llamas (1910-1917)

Interpretaciones marxistas de la Revolución


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México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 5

México
en llamas (1910-1917)

Interpretaciones marxistas de la Revolución

Pablo Langer Oprinari


Jimena Vergara Ortega
Sergio Méndez Moissen

Con textos de:


Adolfo Gilly
Manuel Aguilar Mora
Octavio Fernández
Prólogo de Massimo Modonesi
Compilación

Ediciones
Armas
de la

México, 2010
6

Primera edición: 2010

© Pablo Julián Langer, Armas de la Crítica

Se permite la reproducción parcial o total por cualquier medio,


electrónico o mecánico, con autorización de los autores.

Comentarios sobre la edición y contenido de este libro a:


ediciones.armasdelacritica@gmail.com

Diseño de portada e interiores: Alejandra P. Pineda Meléndez


Fotograf ía: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos de América.

ISBN 978-607-00-3634-7

Impreso y editado en México


México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 7

Nota editorial

El sello editorial “Armas de la crítica” fue creado con la firme determinación


de difundir la respuesta que da el marxismo a problemas teóricos y políticos de
nuestros días. Le damos vida a esta iniciativa militantes y simpatizantes de la Liga
de Trabajadores por el Socialismo que nos proponemos hacer llegar nuestras
ideas a todos aquellos (y en primer lugar a los y las trabajadoras) que cuestionen
las condiciones de vida que nos impone el sistema capitalista. Mantener la
plena independencia de los contenidos que decidimos publicar implica que no
contamos con el subsidio de las grandes trasnacionales de la industria editorial
ni de los gobiernos ni de fideicomisos.
La edición y publicación de México en llamas (1910-1917) / Interpretaciones
marxistas de la Revolución es el nuevo desaf ío que hemos aceptado, porque
se trata de una obra que retoma distintos análisis marxistas que se realizaron
sobre el proceso revolucionario iniciado en 1910. En estas páginas los lectores
hallarán elaboraciones de Adolfo Gilly, reconocido historiador y escritor que
actualmente es profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
UNAM, Manuel Aguilar Mora, dirigente de la Liga de Unidad Socialista (LUS) y
destacado intelectual marxista, y Octavio Fernández, uno de los fundadores del
trotkismo en México. Agradecemos a los dos primeros autores la amabilidad de
permitirnos publicar sus artículos. Respecto a Octavio Fernández, fallecido en
2003, sólo nos resta decir que es un honor seguir sus pasos.
8 PRESENTACIÓN

Sin embargo, México en llamas da un paso más allá: a partir de los análisis
realizados por estos y otros autores, nuevos intelectuales marxistas contribuyen
con más elementos para pensar las potencialidades y los límites de la Revolución
Mexicana. Y a través de este libro los hacen llegar a quienes se plantean la
monumental tarea de cambiar la realidad.
Pablo Langer Oprinari es sociólogo por la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM). Junto a Jimena Vergara Ortega dirige la revista de teoría y política
marxista Contra la Corriente y es parte del staff de la revista Estrategia Internacional.
Entre otros ensayos, ha publicado “Aportes para una lectura crítica de Ensayo sobre
un proletariado sin cabeza” y “Trotsky en las tierras de Villa y Zapata”, prólogo a la
edición en portugués de los Escritos Latinoamericanos de León Trotsky.
Jimena Vergara Ortega es filósofa de la ciencia egresada del Instituto de
Investigaciones Filosóficas de la UNAM. Participó en la huelga estudiantil y fue
detenida junto a centenas de estudiantes el 6 de febrero del 2000. Ha sido co-autora
del libro Luchadoras / Historias de mujeres que hicieron historia. Es responsable,
junto a Pablo Langer Oprinari, de la compilación de la presente edición.
Sergio Méndez Moissen, actualmente cursa una Maestría en Estudios
Latinoamericanos (Generación 2010) UNAM. Fue delegado estudiantil al Consejo
General de Huelga en la lucha del SME (2010) y es parte del staff de la revista
Contra la Corriente.
Los tres autores coordinan la Cátedra Libre Karl Marx, que desde hace 7 años
se imparte en la Facultad de Filosof ía y Letras de Ciudad Universitaria – UNAM.
La coordinación editorial de la presente edición estuvo a cargo de Bárbara Funes,
miembro del Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”.
Finalmente, deseamos destacar que la edición de este libro no hubiera sido
posible sin las atentas lecturas y comentarios de Massimo Modonesi, quien
además aceptó cordialmente prologar esta obra, Mario Caballero, Óscar Castillo,
Raúl Dosta, Sof ía Andrade, las pacientes revisiones de estilo de Violeta Martínez
y las transcripciones realizadas por Patricia Pérez Martínez.

Octubre de 2010
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 9

Índice

11 Prólogo / La revolución rescatada


Massimo Modonesi
15 Introducción

PARTE I . Aristas de la Revolución Mexicana

19 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista


Jimena Vergara Ortega
55 Preludio de la Revolución: el Partido Liberal Mexicano, Cananea y Río Blanco
Sergio Méndez Moissen
83 Los senderos de la Revolución: periodización y fases
Pablo Langer Oprinari
163 Morelos 1915: al asalto del cielo
Jimena Vergara Ortega

179 Rebeldes e insurrectas


Jimena Vergara Ortega
191 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana
Pablo Langer Oprinari

211 Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata


Pablo Langer Oprinari
Jimena Vergara Ortega
Sergio Méndez Moissen
10

PARTE II . Otras miradas sobre la Revolución Mexicana

219 Problemas nacionales


Octavio Fernández

231 Qué ha sido y adónde va la Revolución Mexicana


Octavio Fernández

237 La guerra de clases en la Revolución Mexicana


Adolfo Gilly

265 Estado y Revolución en el proceso mexicano


Manuel Aguilar Mora

PARTE III . Memorias de la Revolución

292 Manifiesto / La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano al Pueblo de México
(23 de septiembre de 1911)
299 Plan de Ayala
(28 de noviembre de 1911)
303 Decreto sobre confiscación de bienes expedido por el General Francisco Villa
(21 de diciembre de 1913)
305 Ley Agraria del General Francisco Villa
(24 de mayo de 1915)
310 Ley Agraria del General Manuel Palafox
(26 de octubre de 1915)

316 Fuentes consultadas


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Prólogo
La revolución rescatada
Massimo Modonesi

Un libro que retoma el hilo conductor de las interpretaciones marxistas de la


Revolución Mexicana es una bocanada de oxígeno en medio de las asfixiantes
celebraciones oficiales. Después de medio siglo de legitimación conservadora pro
priísta, la década panista se cierra con un torpe intento de aprovechar el mito de la
Revolución Mexicana y, de paso, ahogar la memoria en la trivialización del festejo
nacionalista. No pueden, por razones de calendario, sostener la política del olvido
absoluto, ni tienen la fuerza política e intelectual para posicionar su discurso; y su
visión contrarrevolucionaria de la historia desplaza el debate aún más a la derecha de
lo que logró la exaltación de Madero como mártir liberal-demócrata –inaugurada
por E. Krauze y compañía–; la vía panista apuesta por la aparentemente aséptica
divulgación vulgarizada y la simplificación mediática y publicitaria. Asistimos
así a la deshistorización del Centenario, a la disolución de la memoria en el acto
y el gesto celebratorio, en la exaltación patriotera, en la comunión interclasista
y la apoteosis tricolor en la que la Revolución Mexicana se vacía de contenido,
es negada en su sustancia, deja de ser revolución y es simplemente mexicana,
quedando nominalmente, en el calendario, en la recurrencia, como un día feriado.
Con cínico oportunismo, en medio de la tempestad social, persiguiendo el sueño
guajiro de ser hegemónico como el PRI, el Centenario es forjado y usado para
dar unas pinceladas nacional-populares al panismo oligárquico, proimperialista
y racista, para sostener una ilusión óptica, una inversión y una distorsión de la
realidad, un trompe l’oeil.
12 Prólogo / La revolución rescatada Massimo Modonesi

En segundo lugar, un volumen que reúne ensayos de interpretación


marxista es una invitación a sopesar, junto a la deshistorización del Centenario,
la tendencial despolitización de los estudios históricos en México y, como
consecuencia, otra modalidad de negación del contenido, el valor y el alcance
de la Revolución. Por una parte, como nunca, abundan las biograf ías, un género
atractivo a nivel literario y, por lo tanto, comercial, pero particularmente delicado
en el terreno de la interpretación histórica en tanto puede fácilmente deslizarse
por pendientes idealistas e individualistas que tienden a opacar las dinámicas
sociales como motores fundamentales de los procesos históricos. Por otra parte,
por las deformaciones productivistas y competitivas de las universidades, los
estudios históricos están siendo empujados y canalizados en especializaciones,
segmentaciones, ramificaciones temáticas y geográficas y, en ese mismo
movimiento, atascados en un empirismo vaciado de todo alcance teórico o
de cualquier apuesta a la abstracción o la generalización. Llevada al extremo,
esta visión caleidoscópica teorizada por el posmodernismo y llevada a cabo
por las políticas universitarias, así como la deshistorización celebratoria, niega
la existencia de la Revolución Mexicana en la medida en que la diluye en una
serie de manifestaciones parciales y particulares, en una desagregación infinita
de episodios, circunstancias, personajes, lugares y situaciones equivalentes.
Eventualmente queda el hilo conductor de los acontecimientos seleccionados
y sancionados en la historia de bronce, en una historiograf ía petrificada y
monumental elaborada en otra época que ya no es susceptible de cuestionamiento
porque está negada epistemológica, teórica y metodológicamente la posibilidad
de otra mirada integral sobre el proceso, de una interpretación de conjunto del
fenómeno. Entre biógrafos y microhistoriadores, la Revolución, nada menos
que la Revolución, deja de ser vista desde la totalidad histórica, y al interior de
ella, desaparece la perspectiva de la crisis y la transformación política que son el
corazón de todo acontecimiento revolucionario.
A contrapelo de estas tendencias que buscan desaparecer a la Revolución
Mexicana, este libro sobre sus interpretaciones marxistas retoma un filón
historiográfico fundamental que, por sí mismo, repolitiza el debate. No es casual
que en el actual escenario celebratorio e historiográfico haya desaparecido una
clave de lectura propia y específica del marxismo crítico: la lucha de clases. En
efecto, la revolución reaparece en la medida en que es leída a partir de la existencia
y el conflicto entre las clases sociales, pensadas no como entidades puras o
abstractas, sino como formaciones reales y como proyecciones subjetivas que
protagonizan el conflicto que atraviesa a las sociedades capitalistas.
¿Cómo analizar seriamente la Revolución Mexicana sin recurrir a un análisis
clasista que valore los condicionamientos estructurales, ligados a niveles de
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 13

desarrollo del capitalismo, las relaciones socio-económicas de una formación


histórica determinada, las condiciones materiales de existencia de las clases
y su contraposición objetiva, en sí? ¿Cómo entender la Revolución Mexicana
sin ponderar el actuar histórico de agrupaciones clasistas y sin descifrar las
dimensiones subjetivas –para sí– de una serie de actores que protagonizaron la
disputa por el poder en función de sus intereses?
En el equilibrio entre la existencia material, la experiencia y la práctica
subjetiva que magistralmente planteó E. P. Thompson se juega la interpretación
marxista de la historia como lucha de clases, como historia de la conciencia de
clase. En este último rubro, se concentra la atención de los autores de los ensayos
que siguen, la conciencia como base para la organización y la acción de clase,
como rasgo precario, como construcción inacabada, como fuerza histórica, como
proyección y orientación política. La Revolución Mexicana puede así ser leída
como la incompleta emergencia de formas de conciencia de las clases subalternas
en México y como la afirmación de otras clases, armadas de fuerza material
y de voluntad de poder. En la bisagra entre espontaneidad y conciencia, en la
conformación de luchas, movimientos, organizaciones y direcciones se juegan las
apuestas analíticas e interpretativas fundamentales que, desde el marxismo crítico,
permiten mantener vivo el debate sobre la Revolución Mexicana como revolución,
como proceso de crisis y transformación.
Desde esta perspectiva, el desfase entre la Revolución Mexicana realmente
ocurrida y la posible revolución socialista en México es un marco de referencia para
leer los procesos reales, los alcances y los límites de la emergencia y la irrupción de
las clases subalternas. Así como podemos sopesar la desigualdad sólo desde una
noción de igualdad, podemos entender el capitalismo sólo desde la posibilidad del
socialismo y la Revolución Mexicana como revolución socialista interrumpida. Lo
inacabado del proceso no se reduce a la frustración de un deseo sino que permite
reconocer un horizonte de posibilidad que, como lo recuerdan y lo demuestran
los textos que siguen, existió y operó en medio de los acontecimientos. La idea
de revolución permanente interrumpida en México no indica que no se cumplió
con un progreso predeterminado, sino que una vertiente en su seno, una línea
potencialmente roja, anticapitalista y socialista, fue temporalmente truncada,
volvió a ser subterránea para reaparecer en otros momentos históricos como
fuerza social, como posibilidad revolucionaria, como opción estratégica y como
horizonte de emancipación.
14
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 15

Introducción

La conmemoración del Centenario de la Revolución Mexicana, que llevan


adelante los partidos políticos e intelectuales que representan los intereses de las
clases dominantes, propugna que, con el Constituyente de 1917, se cumplieron
las aspiraciones de las masas que se lanzaron a la vorágine de la lucha armada. La
historia oficial, que durante décadas se dedicó a justificar la permanencia del PRI
en el poder presentándolo como “el gobierno de la revolución”, se ha empecinado
en fabricar un relato ad hoc a sus intereses, oscureciendo las causas profundas del
estallido de 1910 y colocando en el mismo “bloque revolucionario” a Francisco
Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. Ni qué decir de
los gobernantes actuales, provenientes del panismo, que estuvieron siempre del
lado de los sectores más reaccionarios de la oligarquía mexicana, la iglesia y el
imperialismo.
Este libro intenta, en primer lugar, revitalizar el análisis marxista sobre la
Revolución Mexicana en el marco de la conmemoración de su Centenario, con
el objetivo de echar luz sobre aquello que a primera vista resulta oculto bajo las
apariencias y en particular bajo la “historia oficial”. Nuestro punto de partida es
considerar que la Revolución Mexicana fue la expresión aguda del conflicto de
clases de la sociedad de principios del siglo XX y que, sin adoptar esta perspectiva,
es muy dif ícil acceder a una comprensión profunda sobre su dinámica y el curso
ulterior que siguió el desarrollo del Estado posrevolucionario.
Para Lenin, una revolución que incorpora al conjunto de los explotados y
oprimidos, es aquella en donde “la masa del pueblo, la mayoría de éste, las más
bajas capas sociales, aplastadas por el yugo y la explotación, levantáronse por
propia iniciativa, estamparon en todo el curso de la revolución el sello de sus
reivindicaciones, de sus intentos de construir a su modo una nueva sociedad en
lugar de la sociedad vieja que había de ser destruida”.
16 Introducción

Sin duda alguna, esta dinámica se expresó en la Revolución Mexicana


a través de la insurgencia campesina impulsada por el ansia de tierra. No fue
fundamentalmente a través de huelgas, insurrecciones y golpes reaccionarios,
sino, como planteamos en uno de los ensayos, mediante una guerra civil que
enfrentó a grandes ejércitos antagónicos por su programa, la composición de
clase de sus elencos dirigentes y sus perspectivas.
Desde este espíritu y punto de partida metodológico, hemos dividido el libro
en tres partes. La primera se conforma por una serie de ensayos de nuestra autoría
donde, desde una perspectiva marxista, intentamos problematizar y explicar la
Revolución desde distintas aristas, en su dimensión económica, política y social,
aportando una periodización alternativa.
En la segunda parte, recuperamos algunos de los análisis marxistas que
hay sobre la gran gesta campesina de 1910, que han sido claves para entender
el proceso revolucionario e inspiraron la elaboración de este trabajo. Nos
referimos a los textos pioneros del militante de la sección mexicana de la Cuarta
Internacional, Octavio Fernández, publicados en la revista Clave durante la
década del 30, titulados “Problemas nacionales” y “Qué ha sido y adonde va la
Revolución Mexicana”, y que fueron escritos a partir del intercambio sostenido
con León Trotsky. También incluimos el trabajo de Adolfo Gilly titulado “La
guerra de clases en la Revolución Mexicana”, y “Estado y revolución en el proceso
mexicano”, de Manuel Aguilar Mora, ambos publicados originalmente en el libro
Interpretaciones de la Revolución Mexicana, editado en 1977. Agradecemos a
ambos autores permitirnos la publicación de sus importantes trabajos, así como
al Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky, de cuyo
libro Escritos Latinoamericanos extrajimos los artículos de Octavio Fernández.
En la tercera parte reproducimos documentos políticos y programáticos que,
según nuestra lectura, representan las ideas más avanzadas de la Revolución,
encarnadas en sus alas de izquierda. De tal suerte que, ponemos a disposición
del lector, el Programa del Partido Liberal Mexicano de 1911, el Plan de Ayala
de Emiliano Zapata y la Comandancia del Ejército Libertador de la República
Mexicana, la Ley Agraria zapatista de 1915, el Decreto de expropiación de bienes
del estado constitucionalista de Chihuahua y la Ley Agraria promulgada por
Francisco Villa en 1915.
Es nuestro deseo que, con esta publicación, las nuevas generaciones de
trabajadores, estudiantes y jóvenes se acerquen al estudio y conocimiento de
nuestra Revolución desde un punto de vista crítico, transgresor de la historia
canónica, encaminado a recuperar la lucha de los explotados y oprimidos de
México.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 17

Parte I

Aristas de la Revolución Mexicana


18
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 19

El país de Don Porfirio:


estructura social y desarrollo capitalista
Jimena Vergara Ortega

Introducción
Las relaciones entre unas naciones y otras
dependen de la extensión en que cada una de ellas
haya desarrollado sus fuerzas productivas,
la división del trabajo y el intercambio interior.
Este es un hecho generalmente reconocido.
Karl Marx1

En el presente ensayo esbozamos en forma sucinta la evolución de la sociedad


mexicana durante el porfiriato y sus fuerzas intrínsecas, desmenuzando las
particularidades históricas del capitalismo nativo y las características de su atraso
respecto a los países de desarrollo capitalista avanzado. Nuestra pretensión no
es suplir las elaboraciones que ya existen en la historiograf ía a propósito del
desarrollo socioeconómico de México, sino nutrirnos de ellas para dar un
panorama general de aquellos rasgos fundamentales que tejieron el entramado
económico y social que posibilitó el estallido del proceso revolucionario de 1910.
Es nuestra intención comprender las bases estructurales que permitieron
que las masas explotadas del México profundo –parafraseando a Bonfil Batalla–
tomaran el cielo por asalto y develaran con su acción las grandes contradicciones
sociales acumuladas durante las décadas previas. Estas contradicciones fueron
consecuencia de las modificaciones económicas que acontecieron durante el
porfiriato y dieron forma a las clases fundamentales que protagonizaron el gran
levantamiento del México campesino.
1
Karl Marx y Friedrich Engels: La ideología alemana, Valencia, Universidad de Valencia, Colección
Educació Materials de Filosof ía, 1994, p. 35.
20 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Las situaciones que vamos a describir pertenecen a un pasado que para algunos
puede antojarse remoto. Aun así algunas de las características fundamentales que
ha adquirido en el devenir histórico la formación del capitalismo semicolonial
mexicano parecen preservarse. A cien años del estallido de la gran guerra
campesina de 1910, en México se mantienen la subordinación económica al
imperialismo, la expoliación de nuestras materias primas y recursos naturales, el
despojo de tierras a manos de los grandes propietarios y ahora los agro business,
la inclemente deuda externa, la súper explotación del grueso de los asalariados y
la rapiña imperialista sobre nuestros recursos como el petróleo y sobre nuestros
insumos, como la electricidad.
Como planteaba León Trotsky: “Las clases oprimidas crean la historia en
las fábricas, en los cuarteles, en los campos, en las calles de la ciudad. Mas no
acostumbran a ponerla por escrito”2. Esta es una pequeña aportación para abonar
al relato de esa historia que consideramos comienza por entender por qué, para
el año de 1910, los explotadores nacionales y extranjeros que succionaban –y
siguen succionando– toda la savia de este expoliado territorio, sintieron temblar
el suelo sobre el cual habían puesto en pie haciendas, fábricas, ingenios y minas
con el sudor de los eternos desposeídos de este país.

La conquista española significó un enorme salto en la expansión económica


de Occidente europeo y la configuración del mundo colonial en América,
que se sostuvo durante tres siglos. El Orbe indiano –como lo llama David A.
Brading– evolucionó subordinado al largo curso declinante que surcó el imperio
español, bajo la égida de la cohesión ideológica que se articuló en base a la fe
católica y el centralismo político y económico de la metrópoli que garantizó
“unidad administrativa”3. Esta evolución, diferenciada al extremo de aquella
que registraron las colonias inglesas y francesas, tuvo como consecuencia
la emergencia de una sociedad plagada de tensiones sociales: entre los
encomenderos y la Corona, entre criollos y peninsulares, entre indios, mestizos,
negros y mulatos.
Como se verifica en la historiograf ía, durante el régimen de la casa de Austria,
las instituciones coloniales siguieron los dictámenes de un centralismo cada vez
más acusado. René Barbosa Ramírez describe este periodo de la siguiente forma:

2
León Trotsky: Historia de la Revolución Rusa, México, Juan Pablos Editor, 1972, p. 7.
3
René Barbosa-Ramírez: La estructura económica de la Nueva España (1519-1810), México, Siglo XXI,
1982, p. 183.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 21

Unidad de la fe –religión católica–, justificación de la dominación ejercida sobre las


colonias, basándose en los “justos títulos”; la integración de América en la Corona
castellana de la que no puede separarse; la condición teórica de los indígenas, la
condición del reino de la Nueva España, todo esto constituye las principios directores
de la concepción sobre las Indias4.

El colonialismo español, concentrado en el territorio comprendido entre el


Bajío y Centroamérica5, a diferencia de otros colonialismos en distintas latitudes del
planeta, no liquidó a los habitantes originarios (a pesar de las violentas masacres que
se registran en las crónicas) sino que los alienó a la sociedad colonial naciente para
volverlos súbditos del rey. Las formas de organización indígena fueron aniquiladas
en su esencia, pero preservadas en algunos de sus rasgos para que guardasen su
funcionalidad bajo la dominación de un nuevo régimen político y económico:

Las sociedades indígenas […] se verán sometidas a un desplazamiento en su funcionalidad


al interior de un sistema que lentamente hace emerger rasgos particulares. Durante las
tres últimas décadas del siglo xvi se desprende un modo específico de dominación de
las “nuevas actividades” sobre las “antiguas”, hay una subordinación de estas últimas a
través de la regulación autoritaria del mercado de trabajo6.

Las profundas transformaciones en las formas de propiedad se cristalizaron


en la unidad productiva por excelencia de la Colonia: la gran hacienda. La
sociedad novohispana basó una importante parte de su economía en la extracción
de metales preciosos, para lo cual, puso en pie centros mineros y haciendas de
beneficio7. Si las primeras décadas de la dominación colonial se caracterizaron
por la expoliación de los pueblos originarios a través del tributo, ya en las
postrimerías del siglo xvi y durante el siglo xvii, la economía novohispana logró
cierta estabilidad en el terreno de la producción.
Por una parte, la explotación minera y la agricultura descansaban en
la explotación extensiva de la fuerza de trabajo, donde primó un nulo
desarrollo tecnológico e industrial. En las pequeñas concentraciones de
4
Ibidem, p. 184.
5
El Virreinato de la Nueva España se concentró en ese territorio, mientras que el dominio español en la
zona de Norteamérica prácticamente no se desarrolló y sólo contaba con poblaciones aisladas.
6
Ibidem, p. 185.
7
En dichas haciendas se llevaba a cabo el proceso de beneficio del metal –de ahí su nombre–. El proceso
consistía en separar la plata, por ejemplo, de los minerales básicos que la sustentan, con el objetivo
de depurarla. El proceso se realizaba con la amalgamación con mercurio (azogue en su terminología
novohispana) o la fundición.
22 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

carácter relativamente más urbano, los talleres artesanales, los obrajes y las
corporaciones eran minoritarios y siguió pesando el trabajo artesanal tradicional
de los indígenas. Esta tensión entre lo nuevo y lo viejo se mantuvo en el tiempo.
La Nueva España se vio sometida en forma constante a las necesidades de la
monarquía española que sin embargo, no pudo operar ni garantizar el usufructo
necesario de sus colonias sino era a través de respetar, hasta cierto punto, el
estado de cosas que le precedía.
Recién en el último cuarto del siglo xviii la presión de las otras potencias
coloniales, la situación económica europea y los conflictos internos empujaron
a la monarquía a replantear las relaciones metrópoli-colonia. En 1767 se
publicó el decreto de expulsión a todos los jesuitas del territorio, lo que generó
una importante respuesta popular a la política colonial, con alzamientos
generalizados en estados como Guanajuato o San Luis Potosí. Como plantea
David A. Brading al hacer una analogía con la década de 1560:

En ambas ocasiones, la Corona envió visitadores y virreyes a fortalecer el poder del


Estado colonial en tal forma que se obtuviese el mayor rendimiento de sus posesiones
de ultramar. Si la capacidad de Felipe II para entablar una guerra en Europa dependió
del envío de la plata peruana procurada por las medidas de Francisco de Toledo,
asimismo el recién recobrado poder de Carlos III en el concierto europeo se derivó del
auge de la producción mexicana de la plata, organizada por José de Gálvez8.

La agenda de Carlos III a través del visitador José de Gálvez tenía los objetivos
de imponer una nueva economía de mercado, disminuir el poder de los criollos
sobre la administración de los recursos, implementar un ejército regular que
enfrentara la creciente convulsión social e invertir en las ramas industriales que
permitieran una mayor expoliación de los recursos manufacturados en la colonia.
De conjunto, el plan de fortalecimiento colonial pretendía endurecer
las cadenas de la Nueva España en tanto tributaria sin intermediarios de las
necesidades de la Corona. Bajo esta lógica, las formas políticas borbónicas
intentaban construir una casta de administradores incondicionales que
disminuyera el poder que habían adquirido las alcaldías mayores –muchas en
manos de los criollos– y facilitara el tránsito de riqueza referenciada en materias
primas, tributo y mayores cargas impositivas para España.
El despotismo ilustrado, que implicaba la modernización de las relaciones de
producción pero a la vez acotaba las posibilidades del desarrollo económico de la

8
David A. Brading: Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), México, Fondo de
Cultura Económica, 2004, p. 38.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 23

colonia, fue la última gran medida estratégica de la monarquía española. Durante


la dominación colonial, muchos fueron los alzamientos indígenas contenidos
por el yugo de la nueva fe o por el aplastamiento militar. La organización social
del trabajo agrícola se mantuvo relativamente estable durante el paso de los
siglos y el régimen colonial preservó a la gran hacienda como unidad productiva,
legalizando el despojo de los pueblos originarios como forma de acaparamiento.
En el siglo xix los antagonismos entre los distintos sectores sociales que
poblaban la Nueva España se exacerbaron hasta convertirse en una verdadera
guerra de independencia.

Adolfo Gilly plantea en su libro La Revolución interrumpida que la


Revolución de Independencia fue dirigida por un ala jacobina representada en
la figura de José María Morelos. Sin embargo, quienes quedaron en el poder
fueron las alas más conservadoras del proceso. La expulsión de los españoles de
México no significó un cambio sustancial en las relaciones sociales y la tierra le
fue negada a las masas indígenas y campesinas; el gran acaparador de territorios
a la salida de la guerra fue la Iglesia católica.
Durante la Revolución de Ayutla (1854) comenzaron a delinearse los
contornos del México moderno y sus clases fundamentales. La ley de
desamortización promulgada en 1856 por los liberales prohibió a la Iglesia
poseer tierras que no le fueran fundamentales para su subsistencia y las puso
en venta a los arrendatarios. México entró a la guerra de reforma que enfrentó a
conservadores y liberales, los primeros con el apoyo del Vaticano y Francia que
lograron imponer a Maximiliano de Habsburgo durante un periodo acotado de
tiempo. El autor de La Revolución interrumpida dice al respecto:

Como en toda lucha de su periodo de ascenso, la apenas naciente burguesía mexicana


tuvo que recurrir al apoyo de las masas y a los métodos jacobinos para barrer las
instituciones y estructuras heredadas de la Colonia que impedían su desarrollo. Marx
definía al jacobinismo como el modo plebeyo de arreglo de cuentas con los enemigos
feudales de la burguesía. La tendencia pequeñoburguesa de Juárez, en la lucha contra
el clero, los terratenientes y la invasión francesa, se apoyó en una guerra de masas, y en
su curso dictó medidas aún más drásticas, como la ley de nacionalización de los bienes
de la Iglesia en 1859. Ésta disponía la separación completa de la Iglesia del Estado,
la secularización de todas las órdenes religiosas, la supresión de las congregaciones
religiosas y la nacionalización de las propiedades rústicas y urbanas del clero9.

9
Adolfo Gilly: La Revolución interrumpida, México, Ediciones El Caballito, 1971, p. 9.
24 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Las masas campesinas fueron las defraudadas con el radicalismo juarista.


Muchas tierras comunales –en disposición a las mismas leyes– fueron
fraccionadas y repartidas en pequeñas porciones a los campesinos desposeídos
que, incapaces de hacerlas producir, las vendieron por precios bajísimos a
los acaparadores. El latifundio, que permaneció durante mucho tiempo en
México como forma de acaparamiento y concentración de tierra, se fortaleció
enormemente y dejó al campesinado pobre en el lugar que se le había asignado
durante siglos: el de peón o trabajador agrícola a merced de los grandes
propietarios. Esta fue una gran operación de despojo que, sin embargo, no
logró barrer con la propiedad comunal en muchas regiones del país, donde gran
cantidad de pueblos permanecieron como propietarios de la tierra, cuestión de
la que nos ocuparemos más adelante.
Se puede decir que el periodo que acabamos de describir constituye la primera
fase del desarrollo capitalista en México donde se prepararon sus condiciones
de reproducción, se resolvió la pelea por el dominio del aparato del Estado y se
crearon los mecanismos de reproducción capitalista. A decir de Enrique Semo:

La revolución de 1854-1867 destruyó la mayor de todas las corporaciones económicas


existentes: la Iglesia, despejando así el camino para la acumulación capitalista. Los
bienes rurales y urbanos del clero, lanzados al mercado por la desamortización,
contribuyeron en forma decisiva al fortalecimiento de la burguesía comercial y
los terratenientes aburguesados. Se privó al Ejército de su papel determinante y se
consolidó definitivamente la autoridad del Estado burgués terrateniente. Se derrotó un
intento peligroso de transformar a México en colonia o protectorado de las potencias
extranjeras10.

Con el advenimiento del régimen de Porfirio Díaz, el modelo de acumulación


capitalista se profundizó, en un contexto mucho más violento de transformaciones
económicas y, durante el siglo transcurrido, quedó pendiente el problema de la
tierra, pero latente en el imaginario y la realidad cotidiana de las masas rurales.

10
Enrique Semo: Historia mexicana / Economía y lucha de clases, México, Era, 1991, p. 288.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 25

El capitalismo mexicano: génesis y dependencia

El porfiriato es el periodo de la invasión económica norteamericana.


James Morton Callahan11

Durante el periodo que va desde la Revolución de Independencia hasta la


restauración republicana, la inversión capitalista en México fue insignificante.
Tanto en relación con su magnitud como a las implicaciones que tuvo en la
economía mexicana y en la vida sociopolítica de aquel entonces. Si bien durante
las décadas previas se establecieron las condiciones materiales para el desarrollo del
capitalismo mexicano, fue a partir del ascenso de Porfirio Díaz al poder (1876-1911)
que el desarrollo capitalista experimentó un salto de proporciones históricas.
Durante el porfiriato, cambió radicalmente la estructura económica y social bajo
la influencia de las condiciones internacionales que prepararon el advenimiento
de la fase imperialista del capitalismo. Coincidimos con los historiadores Ciro
Cardoso y Francisco Hermosillo, en que el desarrollo económico de 1884 a 1906
observa dos fases. La primera, de 1884 a 1896, implicó la eliminación absoluta
de las alcabalas, cambios en las instituciones relativos a la propiedad de la tierra,
los yacimientos minerales y los recursos naturales y el surgimiento de una nueva
forma de organización empresarial. La extinción de las alcabalas y la extensión
territorial del ferrocarril tuvieron el objetivo de crear un fuerte mercado nacional.
En el ámbito de la recaudación fiscal, en esta primera fase el gobierno puso
énfasis en sanear las finanzas del Estado, modificando de manera profunda el
sistema hacendario para aumentar la recaudación y disminuir el gasto público.
Pero sobre todo renegoció la deuda interna y externa para paliar la crisis
económica que azotó al país entre 1891 y 1893. La transformación de las finanzas
públicas y el endeudamiento del Estado al ampliar la deuda externa fue parte
del proyecto de industrialización porfiriana que posibilitó la emergencia de
una industria más o menos fuerte en relación con lo que era y enormemente
dinámica en relación con el corto tiempo de su desarrollo.
La segunda fase de este periodo, motorizada por los cambios en la estructura
económica y una masiva inversión de capitales, implicó el desarrollo sostenido de
las principales ramas industriales y productivas y puede situarse entre los años
de 1896 a 1906, previa a la primera crisis económica internacional del siglo xx.
Durante este segundo momento, Díaz abrió las puertas a la inversión

11
James Morton Callahan: “The American Economic Invasion of Mexico under Díaz” en American
Foreign Policy in Mexican Relations, Nueva York, The Macmillan Company, 1933, pp. 475-533.
26 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

extranjera y por esa vía, insertó a México en el concierto mundial, convirtiéndolo


en un país subordinado a las nacientes potencias imperialistas que anexaban
para sí vastos territorios del globo. Jonathan C. Brown dice al respecto de la
inversión estadounidense en México de finales del siglo xix y principios del xx:

Los norteamericanos aportaron capital, materiales y técnica para desarrollar los


modernos ferrocarriles que redujeron las montañosas barreras regionales del país, tanto
tiempo infranqueables. Los norteamericanos llevaron calderas de vapor, trituradoras de
mineral, bombas y altos hornos para resucitar la decrépita industria minera. Introdujeron
obras sanitarias, plantas de energía y de luz, servicios telegráficos y sistemas de trolebús
en las ciudades. Trajeron grúas y dragas para construir puertos modernos. Los extranjeros
también adquirieron tierras, contribuyendo con nuevas técnicas y herramientas para
expandir la producción mexicana de comestibles, productos tropicales y cáñamo12.

Se estima que durante esta fase, los capitales extranjeros invertidos


ascendieron a 3 400 millones de pesos. Las potencias capitalistas se especializaron
y coparon distintos sectores de la industria mexicana (ver cuadro 1) y el peso
específico de la inversión estadounidense siguió un curso ascendente.

Potencias inversionistas Ramas económicas e industriales


Francia Sector financiero y bancario
Holanda Sector financiero y bancario
Alemania Manufactura
Estados Unidos Minería, ferrocarriles, electricidad y petróleo.
Inglaterra Servicios públicos, ferrocarriles, electricidad y petróleo.
Canadá Servicios públicos
Cuadro 1: Destino de las inversiones extranjeras durante el porfiriato y a inicios de la

Revolución.

En la industria petrolera, las compañías estadounidenses se beneficiaron durante


el porfiriato. La Waters-Pierce Oil Company, asociada con la Standard Oil desarrolló
la industria del petróleo a través de la refinación del crudo. Como plantea un análisis:

Asistida por la Standard Oil, la Waters Pierce construyó y operó refinerías en México.
J. J. Finlay and Company, una subsidiaria de la Waters Pierce, llamada así por el cuñado
de Pierce, operaba una refinería en la Ciudad de México que se llamaba La Compañía
del Petróleo. La Waters-Pierce comenzó a construir una segunda refinería en enero
de 1887. Cada uno invirtió aproximadamente 60 mil dólares como participación en el

12
Jonathan C. Brown: Petróleo y revolución en México, México, Siglo XXI, 1998, p. 15.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 27

negocio, pagando derechos sobre el crudo importado que procesaban y pretendiendo


tener un “privilegio exclusivo” por parte del gobierno13.

Con el desarrollo económico y el impulso del ferrocarril, la demanda de


productos petrolíferos se intensificó –como los lubricantes, el queroseno y otros
combustibles–, agrandando las ganancias de este emporio capitalista14. Pero con
la bonanza económica vino la competencia y a partir de 1901, otros inversionistas
yanquis y en particular, el capitalista británico Sir Weetman Pearson decidieron
no quedarse a la zaga de los beneficios de invertir en esta industria.
Edward Lawrence Doheny, por ejemplo, de nacionalidad estadounidense, a
partir de los primeros años de 1900, comenzó a construir su propio emporio:
la Mexican Petroleum Company. La ventaja de Doheny sobre la Waters-Pierce
consistió en que, hasta ese entonces, la industria petrolera se basaba sólo en la
refinación de productos secundarios y no en la exploración de pozos profundos
para la obtención de crudo y su explotación directa. Doheny en 1904 accedió a
las profundidades del subsuelo mexicano y puso a funcionar el pozo de El Ébano,
echando por tierra la creencia extendida de que en México sólo se podía acceder
al crudo superficial de los “lagos de chapopote” ya conocidos por los habitantes
originarios. Durante los primeros años del siglo xix fue Doheny quien recibió
los beneficios del gobierno de Díaz, en detrimento relativo del trato preferencial
que hasta ese momento había recibido la Waters-Pierce.
Pero, ulteriormente, las concesiones petroleras del gobierno encontraron
su principal destinatario en Sir Weetman Pearson, abriendo la posibilidad al
imperialismo británico de disputarle el monopolio petrolero a las compañías
estadounidenses. Pearson era amigo íntimo de Porfirio Díaz y se convirtió en
un importante operador político de los intereses británicos durante el porfiriato,
de tal suerte que en la Cámara de los Lores se le conocía como “el miembro
por México”15. Una vez que Doheny había abierto el camino para la exploración
de pozos en territorio nacional, Lord Cowdray –título nobiliario de Weetman
Pearson–, emprendería su propia empresa petrolera, la Compañía Mexicana de
Petróleo el Águila, estimulado por los beneficios de su relación personal con
Díaz, en detrimento de los intereses estadounidenses.

13
Ibidem, p. 29.
14
El mismo Brown señala que durante su máxima expansión –antes de la irrupción de la Revolución– la
Waters-Pierce mantenía veinte estaciones de distribución de productos petroleros, era propietaria de 148
vagones de ferrocarril para la transportación de petróleo y doce vagones-tanques para la distribución en el
centro además de vender calentadores de queroseno a las capitales más importantes del mundo.
15
Ibidem, p. 63.
28 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Incluso más allá de la afinidad de Porfirio Díaz con Lord Cowdray, el gobierno
propició conscientemente contrapesos entre las distintas potencias interesadas
en invertir en México. Con la Revolución en ciernes, el principal favorecido por
el gobierno era el propio Cowdray, que inició un desarrollo exitoso a partir del
año 1911, a pesar de que ya había estallado el proceso revolucionario. De ahí que
algunos historiadores, como el propio Jonathan C. Brown, plantean que ésta es
la cuestión de fondo por la cual, durante el año en que Madero ascendió al poder,
los estadounidenses le brindaron su apoyo político.
De igual modo en la industria eléctrica, se expresaron tensiones entre los
intereses estadounidenses y británicos y la necesidad del gobierno de Díaz de
establecer contrapesos y equilibrios en la relación de México con las potencias
económicas. La industria de generación de electricidad permaneció bajo control
mayoritariamente británico. Según datos aproximados de Miguel Wionczec,
para 1910 es probable que el capital británico haya representado 85% de la
inversión en este sector.
De conjunto, la inversión extranjera puso énfasis en insertarse en aquellas
ramas ligadas a la exportación para favorecer los intereses de los grandes centros
industriales y consumidores de materias primas:

Para 1910, del total estimado en dólares, 1 200 millones de la inversión extranjera,
750 correspondían a las industrias extractivas incluido el petróleo; 200 millones a los
ferrocarriles que servían principalmente a la minería; 150 millones a la generación de
energía eléctrica, también ligada estrechamente a las necesidades de la minería; y 100
millones restantes se invirtieron en la agricultura y ganadería de exportación16.

Esta inédita inversión de capitales tuvo un gran impacto en la capacidad


de exportación, la generación de empleo, la construcción de infraestructura,
los ingresos fiscales, y la potencialidad de producir y explotar recursos como el
petróleo y la electricidad.
Durante este periodo, la producción minera registró un aumento notable
sobre todo en la extracción de minerales industriales, con un incremento de
507% en la exportación. Si bien la minería fue un puntal de la economía colonial
y la explotación del subsuelo se continuó durante el siglo xix, en ese momento
se modernizaron las técnicas de explotación de materias primas, mediante la
introducción de innovaciones tecnológicas y una colosal inversión que alcanzó
un capital total de 281 millones de pesos en siete años.

16
Miguel S. Wionczek: El nacionalismo mexicano y la inversión extranjera, México, Siglo XXI, 1967, p. 6.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 29

En la generación de energía eléctrica, el capital extranjero invirtió –entre


1891 y 1900– una cantidad bruta de 75 millones de dólares para la instalación
de plantas generadoras de energía. Para 1902 y 1906 cinco compañías
británicas, estadounidenses y canadienses controlaban la industria mexicana
de generación de energía, incluidas las hidroeléctricas. Las pequeñas plantas
generadoras que antes eran propiedad de algunos mexicanos fueron absorbidas
por las grandes compañías:

El papel de los mexicanos se vio paulatinamente reducido a proporcionar fuerza


de trabajo para las plantas eléctricas, buscando mercados para aquella parte de la
producción que excedía las necesidades de las minas e industrias manufactureras
controladas por los extranjeros y, en unos cuantos casos, a actuar como miembros de
los consejos de administración de las empresas eléctricas17.

Por su parte, la industria textil se había desarrollado de manera sostenida


en los estados de Veracruz, Jalisco, Puebla, Querétaro y el Estado de México
con 146 fábricas establecidas en este joven corredor fabril. Junto a esto existía
una industria siderúrgica y cementera de cierta importancia en estados como
Monterrey y Puebla.
Todo este entramado industrial, que no era homogéneo sino que estaba
disperso a lo largo y ancho de un territorio con 1 959 248 km² de extensión,
requirió de la construcción de una enorme vía férrea que conectara las regiones
del país. Como plantea Adolfo Gilly:

Hasta 1875, se habían construido 578 kilómetros de vías. Al final del gobierno de
Porfirio Díaz, en 1910, la extensión de la red superaba los 20 000 kilómetros […]. Es
decir, los ferrocarriles nacionales, eje vital de la estructuración del aparato económico
capitalista, se desarrollaron íntegramente durante el gobierno de Porfirio Díaz y su red
estaba ya prácticamente concluida al estallar la Revolución18.

De 1880 a 1910 la vía férrea creció de 1 073 km a 20 000 km y la industria


ferrocarrilera estuvo controlada centralmente por empresas estadounidenses
y británicas, que recibieron subsidio del Estado y se les otorgaron vastas
extensiones de tierra. En su dimensión económica el ferrocarril cohesionaba
a la nación, integrando una red que permitía el tránsito de mercancías desde
el desértico pero crecientemente industrializado Norte hasta el selvático Sur.

17
Ibidem, p. 35.
18
Adolfo Gilly, op. cit., p. 16.
30 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

En su dimensión política, el ferrocarril le permitió al régimen encabezado por


Porfirio Díaz tener el control del vasto territorio y la capacidad de desplazar
rápidamente al ejército si se hacía indispensable, como de hecho ocurrió para
acallar la heroica huelga de los trabajadores de Río Blanco.

ACTIVIDAD CAPITAL TOTAL CAPITAL EXTRANJERO

Núm. de Millones % del Núm. de Millones % del


empresas de pesos total empresas de pesos total *

Ferrocarriles 10 665 40.3 8 183 27.5


Minería 31 281 17.0 29 276 98.2
Bancos 52 286.4 17.3 28 219 76.5
Industria 32 109 6.6 25 92 84.4
Electricidad 14 109 6.6 13 95 87.1
Petróleo 3 97 5.9 3 97 100.0
Agricultura 16 69 4.2 14 66 95.7
Otras 12 34 2.1 10 24 70.6
TOTAL 170 1 650.4 100.0 130 1 052 63.7

Cuadro 2: Proporción entre capital extranjero y capital total invertido en las ramas
19
estratégicas de la economía durante el porfiriato .
* Respetamos la designación de la columna de este cuadro puesta por el autor consultado,
Adolfo Gilly, pero este ítem corresponde al porcentaje de participación en millones de

pesos del capital extranjero en cada actividad económica.

Como se ve, para 1910, el capital extranjero se había apoderado de las ramas
más dinámicas y estratégicas de la economía mexicana y el sistema hacendario
había sido profundamente transformado para responder a esta nueva

19
Ibidem, p. 23.
20
Cuando José Yves Limantour estuvo al frente de la Secretaría de Hacienda organizó el sistema
bancario a través de la Ley General de Instituciones de Crédito, expedida en marzo de 1897. Este nuevo
sistema hacendario y tributario, tuvo el objetivo –entre otras cosas– de suprimir las alcabalas, que se
habían vuelto un obstáculo para el desarrollo del comercio y el transporte generalizado de mercancías.
Uno de los principales problemas fiscales que tuvo que resolver el porfiriato para equilibrar la relación
de las finanzas con la naciente industria fue el déficit que se arrastraba desde la Independencia.
Fue justamente en este periodo que la penetración capitalista y el nacimiento de la banca moderna
permitieron a México volverse sujeto de crédito para la Banca Internacional y por esa vía, acumular
una gigantesca deuda externa.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 31

realidad20. Según José Luis Ceceña, para 1910 eran 170 sociedades anónimas
las que controlaban la abrumadora mayoría de los ferrocarriles, la minería, la
electricidad, el petróleo, la banca y la industria textil. Estas ramas de la economía
asistieron a un importante proceso de tecnificación con la incorporación de
tecnologías de punta utilizadas en transportes, comunicaciones, minería e
industria de la transformación. Mientras la inversión de capitales extranjeros y
la importación de tecnología facilitaron la emergencia de importantes enclaves
industriales en algunas zonas del país, el trabajo artesanal y las formas de
explotación precapitalista permanecieron en el campo.

Visto en su totalidad, el periodo al que comúnmente se le denomina porfiriato


tuvo en el terreno económico las siguientes características:

1) Un crecimiento sin precedentes de las exportaciones.


2) Un incremento masivo de las inversiones extranjeras que posibilitó un
desarrollo económico subordinado a las potencias imperialistas, en
particular a Estados Unidos.
3) El fortalecimiento del mercado interno y la construcción de una vía férrea
de miles de kilómetros de extensión.
4) Una profunda centralización de la economía a través de la administración
directa del gobierno.
5) El desarrollo de una nueva industria manufacturera y textil.
6) Una mayor monetarización de la economía con su correlato en un
fortalecimiento de las finanzas y la banca.

José Yves Limantour, Secretario de Hacienda y uno de los principales


ideólogos del porfiriato planteaba:

Por más que se exageren los inconvenientes de una situación que nos hace
tributarios del extranjero […] careciendo, como carecemos, de los elementos de
hombres y dinero suficientes para poner en expansión los innumerables recursos
que yacen en nuestro suelo, no debemos desaprovechar esos elementos cuando se
nos presentan, por el solo hecho de que vienen del extranjero. Muy al contrario: la
suma de beneficios que deja en el país toda industria nueva o todo incremento de las
industrias establecidas, contribuye a dar mayor bienestar a los que en él residen, sin
distinción de clases ni de nacionalidades21.

21
Discurso de José Yves Limantour en Memoria de la Secretaría de Hacienda, México, 1906, pp. 336-337.
32 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Pero la asimilación de los avances técnicos, científicos y tecnológicos del


capitalismo a la estructura social mexicana configuró profundas contradicciones
y los beneficios no fueron repartidos “sin distinción de clases” como planteaba
Limantour. La penetración capitalista, lejos de insertarse haciendo tabula rasa del
pasado, incorporó para sí las formas económicas imperantes que prevalecieron
durante todo el siglo xix, y que eran herencia de un pasado mucho más remoto,
que transgredía los marcos de la propia colonización española. Como planteó
León Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa:

Los países atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las


naciones avanzadas. Pero eso no significa que sigan a estas últimas servilmente,
reproduciendo todas las etapas de su pasado. La teoría de la reiteración de los ciclos
históricos –procedente de Vico y sus discípulos– se apoya en la observación de
los ciclos de las viejas culturas precapitalistas y, en parte también, en las primeras
experiencias del capitalismo. El carácter provincial y episódico de todo el proceso
hacía que, efectivamente, se repitiesen hasta cierto punto las distintas fases de cultura
en los nuevos núcleos humanos. Sin embargo, el capitalismo implica la superación
de estas consideraciones. El capitalismo prepara y, hasta cierto punto, realiza la
universalidad y permanencia en la evolución de la humanidad. Con esto se excluye
ya la posibilidad de que se repitan las formas evolutivas en las diferentes naciones.
Obligado a seguir a los países avanzados, el país atrasado no se ajusta en su desarrollo
a la concatenación de las etapas sucesivas. El privilegio de los países históricamente
rezagados –privilegio que existe realmente– está en poder asimilarse las cosas
o, mejor dicho, en obligarles a asimilárselas antes del plazo previsto, saltando
por alto toda una serie de etapas intermedias […]. El desarrollo de una nación
históricamente atrasada hace, forzosamente, que se confundan en ella, de una
manera característica, las distintas fases del proceso histórico. Aquí, el ciclo
representa, enfocado en su totalidad, un carácter irregular, complejo, combinado22.

Esta irregularidad se demostró con creces en suelo mexicano. La


industrialización y la penetración capitalista forjaron ciudades, puertos, fábricas;
pero en zonas y regiones bien acotadas del país y sobre todo, muy distanciadas
entre sí. En el Norte, el Bajío y el Sur, vastas extensiones rurales, gobernadas
por caciques y laboreadas por una inmensa masa de campesinos pobres, eran
integradas violentamente a la nueva dinámica económica preservando algunos
de los rasgos fundamentales de la propiedad y la división del trabajo que
imperaron durante los siglos anteriores.

22
León Trotsky, op. cit., p. 15.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 33

Peones, jornaleros, medieros y arrendatarios

Hemos dicho que durante la Colonia la unidad productiva que cohesionó la


producción agrícola en México fue la gran hacienda. Con la penetración capitalista
registrada durante el porfiriato, el campo sufrió profundas transformaciones,
pero la forma que adquirió dicha penetración se basó en la incorporación de
algunas estructuras precapitalistas. De hecho, durante este periodo, las haciendas,
lejos de ser aniquiladas, alcanzaron su máximo desarrollo –registrado en su
extensión territorial y productividad– en la historia nacional. Distintos análisis
historiográficos calculan que, para el estallido de la Revolución, entre 35 y 49
millones de hectáreas a nivel nacional estaban en manos de grandes propietarios
mexicanos y extranjeros. Una minoría estaba en manos de pequeños rancheros en
el Norte y de los pueblos originarios en el centro y sur del país:

Las adjudicaciones se hicieron por millones de hectáreas. En la Baja California se


dieron más de 11,5 millones de hectáreas a 4 concesionarios; en Chihuahua, más
de 14,5 millones de hectáreas a 7 concesionarios; solamente a uno se adjudicó solo
la mitad; es decir, alrededor de 7 millones de hectáreas; en Chiapas, se adjudicaron
a un concesionario poco más de 300 000 hectáreas; en Puebla, se otorgaron a otro
concesionario más de 76 000 hectáreas; en Oaxaca, se adjudicaron a 4 concesionarios
más de 3,2 millones de hectáreas, a uno solo se adjudicaron más de 720 000 hectáreas;
a un solo adjudicatario se entregaron poco menos de 5 millones de hectáreas en los
estados de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Chihuahua; en Durango, se entregaron
a dos adjudicatarios casi 2 millones de hectáreas. En consecuencia, las extensiones de
terrenos baldíos vinieron a formar enormes latifundios, quizás más grandes de los que
existían anteriormente23.

Estas fueron las consecuencias de la aplicación de la Ley de deslinde y


colonización de terrenos baldíos24 de 1883, que significó el despojo mediante las
compañías deslindadoras de los territorios que habían habitado ancestralmente los
pueblos originarios y se dio de forma diferenciada en las distintas regiones del país,
producto de las variaciones estructurales en la organización del trabajo agrícola.

23
Fernando González Roa: El aspecto agrario de la Revolución Mexicana, México, Departamento de
Aprovisionamientos Generales, Dirección de Talleres Gráficos, 1919, p. 82.
24
Ya en 1856, durante la guerra de Reforma, las leyes decretadas por el juarismo ocasionaron la
emergencia del llamado “latifundismo laico” que se basó en el despojo de gran cantidad de tierras
comunales en posesión de los indígenas, que generaron importantes irrupciones campesinas
violentamente reprimidas por Juárez, como en la Sierra Gorda el caso de los indios pames.
34 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Se puede decir que el despojo a gran escala de los pueblos originarios


comenzó con las Leyes de Reforma y se profundizó de manera inédita durante el
porfiriato, generando, en el curso de los años, pequeñas guerras25 contra todos
los grupos indígenas que se resistieron: los mayas del Sureste, los pames de la
Sierra Gorda de Querétaro o los aguerridos yaquis de Sonora.
Según Katz, el nuevo impulso de la explotación agrícola –a partir de
1883– implicó, además del proceso de expropiación de tierras comunales, el
reclutamiento de una nueva masa de trabajadores y la disminución sustancial del
salario de los jornaleros agrícolas ahí donde se establecieron formas de trabajo
asalariado. Estas grandes concentraciones latifundistas funcionaban de manera
similar a la vieja hacienda colonial, pero sólo en apariencia; la diferenciación
social devenida del desarrollo capitalista y la penetración imperialista ya estaba
configurando nuevas y más complejas relaciones sociales donde coexistían las
formas arcaicas con nuevas modalidades de trabajo agrícola.
Este sistema de colonización sobre la base del despojo que, como dijimos antes, en
muchos casos adquirió la forma de intervención militar ahí donde las comunidades
opusieron resistencia, fortaleció el latifundio, que se extendió a lo largo y ancho del
país y que tomó la forma productiva de la hacienda para su explotación.
En el siguiente cuadro presentamos, según la clasificación del antes citado
Friedrich Katz y otros autores, la división social del trabajo agrícola bajo el porfiriato:

Denominación Regiones donde eran Características


preponderantes26

Peones En la región del Norte y Se refiere a trabajadores agrícolas que


acasillados del Pacífico Norte. en forma permanente trabajaban en la
(También hacienda, en particular como campesinos
conocidos aunque también había vaqueros, pastores o
como gañanes) artesanos. Este tipo de trabajador podía ser
asalariado o estar endeudado con la
hacienda (peones por endeudamiento).
Trabajadores En el centro de México. Como su nombre lo indica se trataba de
eventuales trabajadores eventuales que labraban la
tierra por periodos acotados de tiempo, en
particular en época de cosechar.

25
Retomamos la definición de Adolfo Gilly para hablar de “pequeñas guerras” de despojo porque la
resistencia indígena a la usurpación de tierras fue feroz. El porfiriato pudo profundizar la expropiación
amparado en las Leyes de Reforma pero también en un ejército regular, fortalecido por las guardias
rurales que enfrentaron salvajemente las rebeliones indígenas, entre las que destaca la encabezada por
Julio López Chávez en Chalco, que en 1868 fue duramente reprimida.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 35

Denominación Regiones donde eran Características


preponderantes26

Arrendatarios En el Centro y el Bajío. Campesinos que pagaban alquiler -en


dinero- al dueño de la hacienda para labrar
porciones de tierra. Muchos arrendatarios
laboraban hectáreas completas de tierra y
en muchos casos, eran además propietarios.

Medieros o En la meseta central. Campesinos que pagaban con trabajo o


aparceros especie el usufructo de una porción
pequeña de tierra dentro de la hacienda.

Rancheros En el Norte Pequeños propietarios de algunas hectáreas


que conformaban las rancherías.

Cuadro 2: Clasificación de la división del trabajo agrario en México durante el


27
porfiriato .

Este entramado social se diversificó en el último cuarto del siglo xix, cuando
la necesidad de mano de obra creció y se implementaron mayores mecanismos
de coerción. Los campesinos de los pueblos libres fueron integrados a esta
organización del trabajo agrícola al interior de la hacienda, sea porque perdieron
sus propias tierras por el despojo, sea porque estaban obligados a trabajar como
eventuales o a ser arrendatarios, ya que no tenían los recursos para explotar las
tierras que aún les pertenecían.
Katz señala que la utilización generalizada de la tienda de raya fue una
característica que se extendió y profundizó en este periodo. La mayor parte de
los conflictos sociales que protagonizaron los campesinos durante las décadas
previas al periodo que nos ocupa se trataron de levantamientos de indígenas
libres en defensa de sus tierras comunales. Al interior de la hacienda fueron,
en muchos casos, los aparceros o arrendatarios los que se rebelaron contra los
abusos patronales.
Así como la industria y la inversión de capitales crearon en el interior del país
profundas diferencias regionales28, el latifundio y sus mecanismos de explotación
adquirieron formas locales que se distinguían de forma notoria según la zona
sur, centro o norte del país.

26
Es importante aclarar que las distintas jerarquías del trabajo agrícola se presentaban a lo largo y ancho
del país, pero había sectores más preponderantes en determinadas regiones producto de las variaciones
estructurales de cada una.
27
Clasificación construida a partir de los datos verificados por Friedrich Katz en su libro La servidumbre
agraria en México en la época porfiriana.
28
En este apartado, utilizaremos la clasificación regional propuesta por Friedrich Katz, que hace
referencia al Sur, Centro y Norte.
36 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

El Sur tuvo que dar respuesta a la demanda internacional de productos


tropicales como el henequén, el caucho, el café y el azúcar. Con el acaparamiento
se desarrolló un proceso de relativa industrialización que hizo que aumentara el
uso de la maquinaria, que se expandiera el trabajo asalariado, disminuyendo el
peso del endeudamiento o la esclavitud, y que se impusieran nuevas formas de
reclutamiento. Entre los trabajadores que laboraban en las haciendas del sur y del
sureste había indígenas deportados que habían participado en los alzamientos
contra las compañías deslindadoras, en particular yaquis del estado de Sonora
que por lo general no recibían un salario normal, otro tanto eran trabajadores
contratados y una porción eran hombres considerados como criminales por el
régimen de Díaz.
Según las crónicas, los trabajadores eran concentrados en recintos
resguardados por grandes alambradas de púas, en fatales condiciones sanitarias,
presas frecuentes de las enfermedades tropicales. De acuerdo con una elocuente
descripción de un representante del gobierno estadounidense, los trabajadores de
las haciendas sureñas vivían en pésimas condiciones:

Los trabajadores que el gobierno había enviado ahí eran prácticamente prisioneros.
El almirante Fletcher y yo vimos el espectáculo inusitado en el siglo xx de grupos de
ocho o diez hombres diseminados entre el maizal, acompañados por un arreador, un
cacique, un indio de la costa, alto y fornido, con un par de pistolas de cintura, y un
látigo negro de ocho o diez pies, siguiendo de cerca al grupo que excavaba, mientras al
otro lado del campo, un hombre con una escopeta, con el cañón aserrado, los vigilaba.
Estos hombres salían a trabajar en la mañana vigilados por estos capataces y por las
noches eran encerrados en un gran tejabán29.

Durante el desarrollo pujante de la industria henequenera, a pesar de las


condiciones laborales ya descritas, las plantaciones contaban con una porción
importante de trabajadores contratados, producto del aumento en la demanda
y la implementación de nuevas tecnologías. Sin embargo, con la baja del precio
de las materias primas en las postrimerías del porfiriato, las condiciones de
los acasillados empeoró sustancialmente y algunos cronistas registran trabajo
esclavo durante este periodo en estados como Yucatán.

29
“Testimony of John Lind”, Senate Document No. 62, Investigation on Mexican Affaire, vol. II, Foreign
Relations Comitte, United States Documents, vol. 66 th. Congress, Second Section, Washington, 1919,
p. 2326.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 37

La organización del trabajo en el centro del país se diferenciaba del Sur


principalmente porque la mano de obra sobraba, más que escasear. Las haciendas
del Centro, en vez de producir materias primas para la exportación, se dedicaban
a la siembra de maíz y trigo que por lo general se utilizaban para uso doméstico,
aunque también había importantes refinerías e ingenios azucareros, heredados
de la época colonial.
A pesar de que en la zona centro el trabajo asalariado primaba sobre el
endeudamiento, los patrones tenían una política salarial que intentaba descargar
las fluctuaciones de los precios sobre los trabajadores, de tal suerte que se
atacaba constantemente el salario real de acasillados, arrendatarios y medieros.
Como registra Friedrich Katz:

Tanto en la hacienda de Bocas como en la de Hueyapan, muchos arrendatarios


fueron obligados a sembrar a medias, lo que al final de cuentas se traducía en que
tenían que sembrar lo que la hacienda dispusiera y pagarle, de todos modos, por el
alquiler de la tierra30.

Esto hacía que los aparceros, medieros y arrendatarios fueran el sector más
desprotegido en el ordenamiento de la hacienda31. Éstos, además de pagar el
alquiler de la porción de tierra que laboraban para el autoconsumo, debían poner
el grano, los animales y la herramienta. Como la retribución que recibían por
trabajar la tierra del patrón era ínfimo, en general acababan pagando con más horas
de trabajo el alquiler. Distintos trabajos registran que, muchas veces, un aparcero
trabajaba hasta 15 días seguidos sin recibir un solo peso. La crudeza de trato era
tal, que durante la cosecha, los capataces permitían que las mujeres y los niños
de los aparceros recogieran las mazorcas que caían de los carruajes, pero si éstas
superaban el número previsto, las mujeres recibían un castigo o una humillación.

30
Friedrich Katz: La servidumbre agraria en México en la época porfiriana, México, Ediciones Era,
2004, p. 35.
31
Plantean varios historiadores que los aparceros y arrendatarios, al sufrir estas condiciones laborales
fueron altamente proclives a combatir en la Revolución, sumándose a los destacamentos del Ejército
Libertador del Sur. Los peones acasillados por el contrario, jugaron un rol menos decidido. Esto tiene
que ver con que el peón acasillado –ligado por fuertes lazos a la hacienda y al terrateniente– contaba
con mayor estabilidad laboral en tanto era considerado “propiedad del patrón”. Incluso en las décadas
previas, cuando el ejército y los hacendados arremetían para expropiar por la fuerza a los pueblos libres,
en muchas bandas paramilitares participaban peones acasillados.
38 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

En los ingenios de azúcar del centro del país lo que primaba era el trabajo
asalariado. La masa de trabajadores eran eventuales, trabajadores libres que no
tenían ningún vínculo de endeudamiento ni identitario con la hacienda, por
lo cual no eran alimentados por el patrón. Los salarios de estos trabajadores
eventuales variaban entre tres y cuatro pesos diarios.
Con los beneficios otorgados a los terratenientes por el porfiriato, muchos de
los pueblos que poseían sus tierras desde tiempos ancestrales se convirtieron en
“pueblos de la compañía”, parafraseando a John Womack Jr. a partir del despojo
a los pueblos indígenas los terratenientes y hacendados:

[…] organizaron sus propios servicios médicos y eclesiásticos, sus propias tiendas,
escuelas, policía e instalación de energía eléctrica y formaron sus propios cuerpos
regulares de albañiles, carpinteros, herreros, electricistas y mecánicos. […]
Paulatinamente, sólo las haciendas cobraron el carácter de únicas instituciones
legítimas y progresistas. Era como si las demás clases o comunidades existiesen
como recursos para ellas, como si todos los seres humanos de Morelos tuviesen que
someterles sus destinos personales, superiores e inferiores, y convertirse en simples
elementos de la empresa cosmopolita de los hacendados32.

Pero no todas las tierras fueron expropiadas y uno de los elementos más
distintivos del centro y sus estados aledaños de la frontera sur del país es
que, para 1910, todavía los pueblos originarios preservaban la propiedad de
algunas hectáreas de tierra, es decir, todavía había pueblos libres y cuando no
la preservaban la intentaban recuperar, desde los años previos al estallido de la
Revolución. Los pueblos estaban organizados bajo el predominio de sus usos y
costumbres. Se gobernaban a sí mismos y enfrentaban en forma permanente el
gobierno de los terratenientes. Su pertenencia al pueblo los hacía propietarios de
la tierra, los recursos naturales, la flora y la fauna a la vez que ejercían el gobierno
de sus propias comunidades33.

En el Norte, la expropiación significó una verdadera guerra de exterminio


contra los yaquis y los mayos, en particular en el estado de Sonora, donde los
pueblos indígenas opusieron una feroz resistencia. Junto a la usurpación de
tierras encabezada por la clase dominante norteña, los habitantes originarios

32
John Womack Jr.: Zapata y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 2010, p. 43.
33
Sobre los pueblos y su importancia en la revolución hablamos más profundamente en el ensayo de
este mismo libro titulado “Morelos 1915: al asalto del cielo”, p. 163.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 39

perdieron su derecho a la utilización de los recursos naturales, en particular


el agua, tan codiciada en estos inclementes terruños. A propósito de esta gran
campaña de despojo y exterminio, el historiador Pedro Salmerón plantea:

Esta guerra tiene sus orígenes en las primeras “entradas” de españoles, tlaxcaltecas
y mexicanos en las llanuras del noreste, y tuvo su época más violenta entre 1840 y
1880. Los pobladores de un territorio desértico, aislado e inseguro […] combatieron
en una guerra permanente y de larga duración contra los “bárbaros”, en un proceso
que definió la identidad regional y que hizo de sus hombres los experimentados
guerrilleros de Escobedo […]34.

El proceso de despojo en el Norte se prolongó a lo largo de los siglos y adquirió


una forma muy particular. Aún durante el régimen colonial, se comenzaron a
poner en pie las primeras colonias militares. Las mismas eran impulsadas por
dicho régimen para garantizar la colonización y mantener a raya a los indios
insurrectos (en particular a las incursiones apaches provenientes de Estados
Unidos) y estaban compuestas de inmigrantes de España, del centro de México
y de indios nativos, que convertidos en rancheros, disponían de tierra, recursos
y pertrecho militar. El asedio a las colonias por parte de grupos indígenas
prevaleció durante el siglo xix.
Los descendientes de estos colonos, que permanecieron en el control
de la tierra y los recursos a través de esta particular organización, estuvieron
en la primera línea del alzamiento revolucionario de 191035. Junto a ellos,
se preservaron sectores mucho más plebeyos: algunos rancheros, pequeños
propietarios que se quedaron con porciones acotadas de tierra, muy por debajo
de los millones de hectáreas que poseían los hacendados nativos y extranjeros,
que también fueron arrastrados como combatientes a la vorágine de la bola36.
En esta región abundaba la tierra y escaseaba enormemente la mano de obra.
La minería le disputaba trabajadores a los hacendados. Los vaqueros trabajaban

34
Pedro Salmerón: Los carrancistas, México, Editorial Planeta, 2009, p. 27.
35
Katz describe el proceso histórico que llevó a que estos colonos se unieran a los ejércitos revolucionarios.
Durante el siglo xix, se reanimaron los ataques, en particular apaches, a las haciendas y las colonias.
Muchos hacendados –incapaces de lidiar con estos grupos armados– se retiraron. La defensa de la tierra
quedó en manos (mayoritariamente) de las colonias militares, que forjaron rancheros libres fogueados
en el enfrentamiento militar. Cuando el gobierno de Díaz avanzó en la expropiación de estos rancheros
–junto a aquella emprendida contra los pueblos originarios como los tarahumaras– se encontró una feroz
resistencia y empujó a estos pequeños propietarios a los brazos de la Revolución.
36
La bola es la denominación popular que se le dio a la Revolución en la jerga de aquel entonces y
persiste hasta nuestros días.
40 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

como jornaleros una porción del año en época de cosecha y luego se iban a
las minas a emplearse como eventuales a cambio de un salario. Lo mismo los
arrendatarios que podían labrar la tierra durante un cuatrimestre para después
incorporarse al trabajo en el subsuelo. Según Katz, haciendo una distinción entre
los peones del sur y los del norte:

Mientras que los peones endeudados del sur estaban hasta cierto punto protegidos
porque representaban una inversión que el hacendado no quería perder, los
trabajadores libres del norte no tenían esa protección. Los modelos tradicionales de
paternalismo no eran nada comunes en el Norte37.

En suma la gran campaña de despojo en todo el país impulsada por el


gobierno de Díaz generó una compleja articulación de clases en el campo y
al interior de la hacienda. Aumentó el trabajo eventual y disminuyó el trabajo
forzado. El acaparamiento de tierras hizo que los hacendados tuvieran mayores
posibilidades de arrendar, pero los aparceros eran incapaces de saldar las deudas
que adquirían con el patrón y por lo regular trabajaban jornadas extenuantes
y sus condiciones laborales se hicieron más paupérrimas durante el porfiriato.
Así pues en el Sur, peones y esclavos constituían la masa más explotada del
trabajo en el campo; en el Centro, los aparceros –por lo general antes propietarios
colectivos de las tierras comunales– estaban sometidos a un régimen de
hacienda que los mantenía en la miseria e indefensión; los pueblos libres se
veían constantemente sometidos al asedio de los hacendados y el ejército. En el
Norte, los habitantes de las colonias militares, los rancheros, vaqueros y peones
constituían el sector que sufría las consecuencias de la creciente concentración
de tierra en pocas manos.
Fueron estos hombres y mujeres, despojados de todo, los que constituyeron
la base social de los enormes ejércitos campesinos. Los pueblos originarios
perdieron la tierra –una y otra vez– pero no su voluntad de recuperarla. El ansia
de tierra y el odio al amo opresor, déspota, explotador y blanco permaneció
y se profundizó en el devenir histórico para estallar violentamente durante el
emblemático año de 1910, bajo la dirección militar de Francisco Villa en el Norte
y de Emiliano Zapata en el Sur.

37
Friedrich Katz, op. cit., p. 48.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 41

Obreros y asalariados urbanos

Como planteamos en los apartados precedentes, la penetración capitalista


durante el periodo que nos ocupa configuró de manera rápida, en zonas
específicas del país, una industria fuerte, en términos relativos, articulada y
conectada entre sí a través del ferrocarril. La clase dominante era consciente
de que el desarrollo capitalista había creado en forma acelerada una nueva clase
social, muy minoritaria con respecto al campesinado, pero en potencia con una
gran fortaleza política y organizativa, como se demostró en las grandes huelgas
obreras de Río Blanco, Cananea y San Luis Potosí durante los años previos a la
Revolución. Como plantea Ramón Eduardo Ruiz:

En su informe al Congreso, el presidente Francisco León de la Barra dijo en 1911, apenas


unos meses después de la huida del presidente Díaz, que el problema obrero merecía una
atención tan grande como la cuestión agraria, y lo calificó de “consecuencia ineludible
del progreso industrial realizado en el curso de los últimos años”. Ya anteriormente el
periódico El Imparcial, órgano del grupo desplazado del poder, había reconocido que
ese progreso, aunque estaba modernizando a México, no había logrado reducir las
diferencias entre el rico y el trabajador. Mientras tanto las crecientes esperanzas obreras
habían exacerbado las contradicciones de la vida en el escenario político38.

La clase obrera mexicana había surgido junto con la industrialización. Se trataba


de una clase joven, concentrada en zonas específicas y dispersa entre sí, separada por
miles de kilómetros. Ciro Cardoso y Francisco Hermosillo realizan una elocuente
descripción de la evolución de las relaciones de producción en este periodo:

[…] aumento de la demanda de obreros especializados y mayor grado de división del trabajo;
permanencia de rasgos precapitalistas (tienda de raya por ejemplo) a la par de un avance
indudable del régimen de salarios en detrimento de una artesanía en la que terminaban de
deteriorarse los últimos resquicios de la organización heredada de la fase gremial; jerarquía
de salarios, con una minoría de obreros bien remunerados frente a la enorme mayoría mal
pagada (en especial, en lo más bajo de la escala, las mujeres y los niños). Pero el sector
industrial fabril sufrió fluctuaciones más violentas en su importancia relativa: el número
de obreros conoció una expansión grande en la fase de crecimiento industrial máximo39.

38
Ramón Eduardo Ruiz: La Revolución Mexicana y el movimiento obrero 1911-1923, México, Era, 1976, p. 22.
39
Ciro Cardoso y Francisco Hermosillo: “Las clases sociales durante el estado liberal de transición
y la dictadura porfirista (1867-1910)”, en La clase obrera en la historia de México / De la dictadura
porfirista a los tiempos libertarios, México, Siglo XXI, 1996, p. 33.
42 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Una de las concentraciones obreras más importantes del porfiriato se articuló


alrededor de la industria textil. Según Ramón Eduardo Ruiz, para 1880 había
unas cuantas fábricas textileras que empleaban a unos 8 mil obreros en total, y
para el estallido de la Revolución, se registra la existencia de 150 factorías que
agrupaban a 82 mil trabajadores y trabajadoras. El cordón industrial textil corría
por el Estado de México, el Distrito Federal, Veracruz, Puebla y Querétaro. Junto
a la textil, la industria minera, la petrolera y la portuaria configuraron al joven
proletariado que contaba con alrededor de 858 mil obreros.
La dispersión se debía a la gran heterogeneidad que se registraba en el
mapa industrial de México. En los estados de Sonora, Chihuahua, Durango y
Guanajuato, el trabajo minero crecía acicateado por las fuertes inversiones
extranjeras. En la cuenca carbonífera de Coahuila, se explotaba de forma
altamente redituable para el capital extranjero este material del subsuelo,
mientras en la Laguna –perteneciente al estado de Durango–, se configuraba
uno de los centros agroindustriales más importantes del país.
Muchos campesinos fueron incorporados de forma rápida a la nueva
industria y éste es el caso de la explotación petrolera que para los últimos
años del porfiriato pertenecía en su totalidad al capital extranjero, británico y
estadounidense. En la Huasteca, en la llamada Faja de Oro, se levantó el primer
gran centro petrolero de la historia moderna de México y la mano de obra que
migró a estas concentraciones industriales fue mucha, en particular a partir de
1911 gracias al descubrimiento, cada vez más extendido, de pozos profundos
para la extracción petrolera y los beneficios otorgados por Porfirio Díaz que
serían respetados por Madero y los subsecuentes gobiernos.
Así se pusieron en pie concentraciones de trabajadores, por intermediación de la
Huasteca Petroleum Company y la Compañía el Águila, donde coexistían trabajadores
e ingenieros de diversos orígenes étnicos. Según Mireya González Peñalosa:

En las primeras décadas del siglo xx los campos petroleros más importantes se ubican
en la llamada Faja de Oro que abarcaba los estados de Tamaulipas, Veracruz y Tabasco,
donde se encontraron yacimientos relevantes para la época40.

Allí llegaron a trabajar miles de indígenas totonacas de la Huasteca, de Oaxaca


y Puebla atraídos por los salarios altos en términos relativos y acompañados de
sus familias.

40
Mireya González Peñalosa: “Los campos petroleros en el Museo Nacional de la Revolución”,
conferencia dictada durante el ciclo Cien años de revolución del petróleo en México, organizado por la
Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, 15 de abril de 2008.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 43

A pesar de la subida en el nivel de vida de los sectores rurales que se


proletarizaron, los trabajadores mexicanos de principios del siglo xx laboraban y
vivían en condiciones ignominiosas. La jornada laboral comenzaba antes del alba
y terminaba después de que se ponía el sol. Los trabajadores textiles en particular,
laboraban una jornada de 14 horas y sólo contaban con el domingo para descansar.
Al igual que los trabajadores del campo, los obreros industriales tenían que adquirir
los productos básicos en las tiendas de raya, en manos de los patrones o de usureros
profesionales que mantenían a los obreros endeudados de forma permanente.
Ramón Eduardo Ruiz describe las condiciones laborales de los trabajadores de la
siguiente forma:

En Orizaba, en las fábricas de Río Blanco, que eran las que pagaban los salarios más
altos de toda la industria textil, el obrero podía ganar un máximo de 1.25 pesos diarios.
En las minas de Cananea, que a su vez pagaban los salarios mineros más altos del país,
el minero pasaba hasta doce horas bajo tierra por un salario de 3 pesos […]. En las
minas de carbón de Coahuila, así como en las de la Guanajuato Consolidated Mining
and Milling Company, los mineros sólo ganaban 2 pesos diarios, salario que quizás
era el promedio general […] Según informó Julio Sesto, poeta y escandalizado turista
español, en las fábricas textiles del Distrito Federal se llegaba a pagar a las obreras la
irrisoria suma de 25 centavos diarios. Muchas de estas mujeres no eran más que niñas,
y según las palabras de Sesto: “Para creerlo hay que ver a las muchachas desamparadas
de México, pasando una acibarada adolescencia en los talleres y las fábricas”41.

Los obreros mexicanos pasaban la mayor parte de su vida en los asfixiantes


galerones que se convertían en hornos durante el verano y refrigeradores durante
el invierno; muchos de ellos, dormían en barracas insalubres sin sanitarios, donde
tenían que hacer sus necesidades en letrinas y se encontraban hacinados. Los
relatos de las crónicas mexicanas, muchos de ellos elaborados por extranjeros,
hacen recordar las espeluznantes descripciones que hiciera Engels sobre los
trabajadores ingleses durante el siglo xix o las condiciones descritas por Sinclair
Lewis a propósito de la vida de los obreros de la industria de la carne enlatada en
Estados Unidos a principios del siglo xx.
En la industria textil, siempre azotada en mayor medida que el resto de las
ramas productivas, la crisis de 1907 sólo vino a profundizar su estancamiento.
Andrés Molina Enríquez, el autor de la célebre obra Los grandes problemas
nacionales, planteó que la situación en las textileras era insostenible, ya que
para paliar la crisis los patrones habían recurrido a la reducción de la fuerza de
trabajo y de los salarios reales, ya de por sí, los más ínfimos de toda la industria.
41
Ramón Eduardo Ruiz, op. cit., p. 18.
44 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Hacia finales de ese año, gran cantidad de minas habían despedido a cientos
de trabajadores. La caída en los precios de los productos de exportación y en
particular la gran crisis del cobre, creó un panorama desolador para la industria
y muchos centros manufactureros fueron azotados por el cierre de empresas y
el desempleo masivo. Una ola humana de desempleados inundó las nacientes
concentraciones urbanas y se convirtieron en mendigos. En la industria minera,
la crisis dejó en el desempleo alrededor de 18 mil trabajadores.
Fue justamente en el preámbulo de la crisis cuando los obreros protagonizaron
las primeras acciones contra el régimen de Díaz, con una violencia y radicalidad,
que preconizaban lo que serían los casi diez años de Revolución social, como se
constata con la huelga de Cananea en 1906. Cuando la crisis se expresaba en toda
su magnitud un año después, los obreros y obreras textiles de Río Blanco fueron
protagonistas de una de las huelgas más radicalizadas de la historia. Pero de
estos procesos de lucha la clase obrera salió derrotada de manera violenta. No en
balde la masacre de Río Blanco es una de las represiones del Estado más cruentas
que registra la historia contemporánea de México, como explicamos en el ensayo
titulado “Preludio de la Revolución: el Partido Liberal Mexicano, Cananea y Río
Blanco” que forma parte de este libro.
Sin estos antecedentes es dif ícil entender el rol que jugó el movimiento
obrero durante 1910. A la juventud del proletariado mexicano, su inexperiencia
y atomización, se sumaron los efectos de una violenta crisis económica y grandes
derrotas políticas y f ísicas inflingidas por el régimen de Díaz.
Plantea el historiador Ramón Eduardo Ruiz que el maderismo contaba con
un apoyo importante en las fábricas del país y que los estudiantes maderistas
eran encarcelados por pasar propaganda revolucionaria en las inmediaciones de
las factorías. Y fue en las fábricas textiles de Puebla y Tlaxcala donde surgieron
los primeros círculos antirreeleccionistas cuyos principales dirigentes fueron
asesinados o encarcelados en el transcurso de la Decena Trágica. Durante la
Revolución, en distintos momentos, la clase obrera mexicana participó con
sus métodos de lucha, como lo evidencian las huelgas por salario, reducción
de la jornada laboral y prestaciones que se dieron entre 1911 y 1912. La huelga
general de 1916 impulsada por los trabajadores electricistas contra Carranza fue
la acción más emblemática de la naciente clase obrera mexicana.
El problema político de su participación fue que, a pesar de demostrar
sus potencialidades, se encontró constreñida por la acción y programas de las
direcciones burguesas y pequeñoburguesas, y nunca alcanzó a forjar en su seno
una alternativa política independiente42 con gran influencia. A pesar de que
sectores de trabajadores participaron del alzamiento maderista y eran receptores
importantes de las ideas opositoras a la dictadura, llegaron al año de 1910 a
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 45

cumplir un rol, en términos generales, muy pasivo en relación con sus intereses
de clase, sus reivindicaciones y su programa.
Distintos análisis dan cuenta del peso social del proletariado mexicano como
punto de partida para entender su rol político en la Revolución, subordinado
a las direcciones y programas burgueses y pequeñoburgueses. Efectivamente,
como plantea Jean Meyer, “el obrero mexicano acababa apenas de nacer”43.
Sin embargo, el hecho de no haber actuado como una fuerza independiente
en el proceso revolucionario no se explica únicamente por su peso específico en
la sociedad mexicana. El mismo Jean Meyer da cuenta de esta debilidad:

Este proletariado poco numeroso, joven, empleado por firmas extranjeras muy
poderosas, concentrado en la capital, la ciudad de Monterrey y los estados textiles de
Veracruz y Puebla, experimenta un sentimiento de debilidad que lo impulsa a buscarse
protectores, a someterse al gobierno44.

El proletario mexicano, pocos años antes del estallido revolucionario, era


el jornalero o peón rural. Era el hijo recién nacido de la sociedad agraria y el
mundo obrero, cuya conciencia está más cerca de lo que recientemente ha
dejado atrás. Sus primeras experiencias como clase, las dio tratando de enfrentar
las embestidas patronales a través de las mutualidades. Es una clase que recién
comienza a organizarse gremialmente y que recibe la influencia de ideas de
todo tipo, las más de izquierda, expresadas en el magonismo. Es decir que no
sólo estaba dando sus primeros pasos en el camino de su organización sindical,
sino que quedó atrapado en el momento histórico en el que también sus ideas
políticas comenzaban a desarrollarse.
Este elemento no es menor porque, como explicaremos más adelante,
los campesinos insurrectos de todo México carecieron de su aliado urbano
natural: el movimiento obrero y batallaron contra la burguesía por sí solos,
mostrando una de las principales contradicciones y debilidades de la gran
Revolución Mexicana.
42
El magonismo fue la única corriente de izquierda que tuvo influencia sobre sectores del proletariado.
Se trataba de una organización anclada en algunas concentraciones obreras que, con un programa que
en 1911 avanzó hacia el anticapitalismo, expresó las ideas más avanzadas en el seno del proletariado.
Sin embargo, no alcanzó a jugar un rol cualitativo durante la Revolución y sus propias limitaciones
estratégicas y programáticas, le impidieron plantear una política para que la vanguardia obrera tejiera
un puente hacia el campesinado revolucionario y se planteara una política independiente. Ver “Preludio
de la Revolución: el Partido Liberal Mexicano, Cananea y Río Blanco”, p. 55, en esta obra.
43
Jean Meyer: La Revolución Mexicana, México, Editorial Jus, 1999, p. 18.
44
Ibidem, p. 19.
46 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

El dictador y los burgueses

Estaba petrificado y lo que tocaba se convertía en piedra.


Su ejército, ataviado con cascos alemanes y penachos
se había cubierto de herrumbre en la prolongada paz;
los diputados, vestidos de frac, habían borrado el no de su vocabulario
y asentían como autómatas; los gobernadores que sufrían el mismo mal del Dictador
eran serviles y tiránicos y los secretarios de Estado fingían obediencia
y conspiraban entre sí para destruirse.
Fernando Benítez45

Hemos dicho en los apartados anteriores, que el impulso al desarrollo capitalista


en México estuvo dado por la inversión masiva de capitales extranjeros y la
integración en términos de subordinación de la economía mexicana a las
nacientes potencias imperialistas. La preponderancia del capital estadounidense,
inglés o francés, no impidió el desarrollo de una burguesía nativa que –aun como
socia menor de la burguesía imperialista– concentraba un gran poder económico
y político en particular en la región norteña del país.
Siguiendo a Ciro Cardoso, Francisco Hermosillo y otros autores, podemos
afirmar que el mapa industrial (y por ende la distribución de las clases propietarias)
del México del porfiriato podía describirse por regiones46. La región denominada
como del Pacífico Norte47, basó su economía en la agricultura y el auge minero y
aglutinaba a una gran cantidad de propietarios de tierras y minas, dando cuenta
de una considerable expansión de la industria agropecuaria ligada de manera
orgánica al desarrollo y articulación de la economía estadounidense48. En Sonora
destacan las figuras de hacendado, cacique o industrial, en los nombres de Ramón
Corral –célebre por traficar con indios yaquis–, Rafael Izábal y el General Torres.
La región Norte, conformada por los estados de Coahuila, Chihuahua,
Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Durango y Tamaulipas, se constituyó
como el punto de destino de la migración interna, ya que conformó una de las

45
Fernando Benítez: Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana / El Porfirismo, 1977, Fondo de
Cultura Económica, México, p. 32.
46
En este apartado utilizamos la diferenciación regional propuesta por los historiadores Ciro Cardoso
y Francisco Hermosillo, entre otros.
47
La región del Pacífico Norte comprende los estados de Baja California, Sonora, Sinaloa y Nayarit
(para ese entonces denominado como Tepic).
48
Grandes porciones de tierra –inclusive millones de hectáreas– de los estados de la región del Pacífico
Norte estaban en manos de propietarios estadounidenses.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 47

concentraciones poblacionales más grandes del país. Se trataba de una economía


basada también en la agricultura y la minería y sobre todo ferrocarrilera. Al
mismo tiempo que concentraba el porcentaje más alto de la pea49 a nivel nacional,
esta región contaba con grandes propietarios extranjeros, que monopolizaban
el usufructo y las ganancias del desarrollo agroindustrial. El intercambio de
materias primas con Estados Unidos (algodón, ganado y minerales) en esta
región dinamizó enormemente la economía y posibilitó la emergencia de nuevas
concentraciones urbanas como la ciudad de Monterrey50.
Por poner un ejemplo, en Chihuahua los grandes terratenientes mexicanos
Luis Terrazas y Enrique Creel construyeron un imperio político y banquero,
consolidando una oligarquía familiar que gobernaba sobre todas las cosas y
gentes del estado. Ambos propietarios, pertenecían al llamado grupo “científico”
allegado a Díaz, que jugó un papel crucial en la formación de la ideología
porfirista. Según Fernando Benítez, esta dupla poseía:

[…] cincuenta haciendas, que ocupaban más de dos y medio millones de hectáreas,
quinientas mil cabezas de ganado y una red de minas, bancos, seguros, industrias,
hipódromos, hoteles, cantinas, así como el monopolio total de la política. Utilizando
su influencia, la familia lo mismo disponía de la gubernatura, la legislatura estatal
y las presidencias municipales, que de privilegios fiscales y créditos que favorecían
exclusivamente a sus numerosos miembros y a sus aliados capitalistas extranjeros51.

La llegada del ferrocarril hizo que el Norte se constituyera como un polo


industrial y de comercio vinculado estrechamente al desarrollo estadounidense.
Los estados de Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco, Querétaro, México,
Hidalgo, Tlaxcala, Puebla y Morelos constituyen la región Centro. La ley de
terrenos baldíos del porfiriato significó aquí el despojo generalizado de la
propiedad comunal de la tierra y forjó un sector de hacendados y terratenientes
mucho menos poderoso y acaudalado que el sector del norte. En mucho,
el desarrollo industrial que primó en estas latitudes se articuló alrededor
de la industria textil que aprovechó la abundancia en mano de obra para la
extracción sistemática de plusvalía absoluta.

49
Población económicamente activa.
50
Según varios autores, es en esta región donde se observan formas de trabajo asalariado más modernas
y una organización del trabajo mucho más avanzada.
51
Ibidem, p. 53.
48 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

En la región del Golfo de México y Caribe52 la mayor parte de los propietarios


eran dueños de fábricas textileras (en el caso de Veracruz) o de ingenios y
haciendas dedicadas a la cosecha y exportación de materias primas como el
henequén y el café en el caso del Caribe.
Este breve recuento sobre los distintos sectores que componían la clase
poseedora de los medios de producción y su localización geográfica durante
la época que nos ocupa, nos permite destacar el rol de la burguesía norteña
que durante años fue parte del viejo régimen hasta que sus propios intereses la
llevaron a confrontarse con Porfirio Díaz.

Este quiebre en las relaciones entre sectores de la clase dominante impactó


en el conjunto del régimen, que durante años había cohesionado a las distintas
fracciones políticas. El enfrentamiento entre liberales y conservadores en las
décadas previas –antes del triunfo republicano sobre el Segundo Imperio– había
generado una fuerte polarización al interior de las nacientes clases dominantes.
Pero el inicio del mandato de Porfirio Díaz abrió una nueva etapa de conciliación,
basada en los beneficios que habían adquirido muchos propietarios a partir de
la implementación de las Leyes de Reforma. Así es que se fue tejiendo una clase
dominante encabezada por los grandes inversionistas extranjeros, las viejas
familias nativas poseedoras de enormes extensiones de tierra y yacimientos
mineros en el Norte, e intelectuales que –con los cambios acaecidos en el terreno
financiero– se incorporaron a este sector53 o al bancario.
Esta cohesión, que implicó la consolidación de una clase dominante (después
de décadas de conflictos sociales e inestabilidad) posibilitó el asentamiento de un
régimen de dominio fuerte, eficaz y capaz de impulsar el capitalismo mexicano a
la zaga del desarrollo de las nacientes potencias imperialistas.
Porfirio Díaz se hizo del poder bajo las banderas del liberalismo, habiendo
peleado en la Revolución de Ayutla contra Antonio López de Santa Anna y
contra la intervención francesa bajo las órdenes de Ignacio Zaragoza. Durante
su mandato, lejos de la quimera del “dictador omnipotente”, la estabilidad del
régimen político se basó en la incorporación al gobierno de las fracciones antes
opositoras a los liberales, como los conservadores y “una coalición equilibrada
de intereses de diversas facciones de la clase dominante –incluso las diversas

52
Conformada por los estados de Veracruz, Tabasco, Yucatán y Quintana Roo.
53
Nos referimos a los llamados “científicos” liderados por José Yves de Limantour, que gradualmente
fueron ocupando cargos jerárquicos en el gobierno y se convirtieron en los grandes ideólogos del
porfiriato. Podemos destacar los nombres de Rosendo Pineda, Justo Sierra y Joaquín Casasús.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 49

oligarquías regionales–”54. Coexistían entonces en el régimen distintos intereses


que hacían a sus fracciones más proclives a tal o cual imperialismo, de acuerdo
con el peso específico que tuvieran en la banca, las finanzas, la industria o la
tenencia de la tierra y el acceso a la explotación de los recursos naturales. Como
explica un análisis, el régimen porfirista:

Representaba de hecho un bloque relativamente complicado, asociando los


hacendados tradicionales (el grupo más numeroso), los intereses extranjeros (sobre
todo norteamericanos), diversos intereses regionales, etcétera, bajo el predominio del
grupo urbano concentrado en la capital y en la parte central del país, representado en
el poder por el grupo de los “científicos”, asociado al capital francés y vinculado con
actividades como la banca, el comercio interno y la industria55.

La tensión de dichas alianzas políticas se evidenciaría al máximo con el


estallido de la Revolución y el llamado maderista a levantarse contra el gobierno.

El propio Porfirio Díaz, ya vuelto conservador, y otros sectores del régimen


propugnaban por una creciente centralización de la economía, el gasto público y
el control político. De tal suerte que una de las maniobras del gobierno implicó
la reorganización del sistema de impuestos y la eliminación de las alcabalas –
como explicamos antes–, lo cual debilitó el poder económico de los estados
cuya administración política acabó dependiendo, cada vez más, del gobierno
central56. Estas diferencias se exacerbaron a partir de 1900 y abrieron una
fuerte crisis al interior de la clase dominante, que se expresó en el surgimiento
de los movimientos antirreeleccionistas, empujando a sectores burgueses a la
oposición57.
Estas medidas afectaron, sobre todo, a un sector de los poderosos propietarios
del Norte –seco, abrupto y plagado de llanuras e indígenas insumisos– que años
atrás fue lentamente colonizado y permitió el ascenso de una clase terrateniente.
Como planteamos en los párrafos anteriores, para el periodo que nos ocupa, el
Norte ya contaba con inmensas haciendas de mexicanos y estadounidenses, con
centros industriales de importancia, grandes imperios agrícolas e industriales

54
Ciro Cardoso y Francisco Hermosillo, op. cit., p. 33.
55
Ibidem, p. 38.
56
Otras medidas fueron puestas en marcha para aceitar el funcionamiento del Estado, como el control
central de la acuñación de moneda, el impulso de instituciones dedicadas al análisis estadístico de la
economía y el desarrollo demográfico, un nuevo código de comercio, etcétera.
57
Es el caso de Madero que desde 1902 comenzó a organizar el antirreeleccionismo en el Norte.
50 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

en estados como Coahuila –controlados por clanes como la familia Madero–


mientras Chihuahua y Sonora se convertían en gigantes económicos en la
palestra nacional. La crisis económica de 1907, que trajo consigo funestas
consecuencias para las masas pobres del campo y la ciudad, también se hizo
sentir sobre las clases dominantes, ensanchando aún más las brechas entre las
facciones burguesas.
Fueron estos terratenientes y aquellos individuos provenientes de los sectores
acomodados de la estructura de clases en el Norte, los que en un momento dado,
producto del poder acumulado y la necesidad de preservarlo, se enfrentaron
al régimen de Díaz, poniendo en pie ejércitos que combatieron primero a Don
Porfirio y luego a Victoriano Huerta. De esta burguesía norteña surgieron las
figuras de Francisco I. Madero y Venustiano Carranza, este último cabecilla
indiscutible del ejército de la facción constitucionalista.
El recambio del poder político propugnado por Madero fue bien recibido por
estos sectores que sentían que el viejo régimen les impedía su desarrollo económico
y atemperaba el control regional obtenido en las décadas previas. Las pretensiones
de esta burguesía se basaban en imponer una serie de cambios formales en el
régimen político para garantizar un más aceitado usufructo de los recursos, la
explotación de la mano de obra y la descentralización del poder del Estado.
Estos sectores de la clase dominante no resolverían el problema clave de la
Revolución, la entrega de la tierra a los campesinos, porque sus fortunas se habían
amasado con el sudor del trabajo agrícola. Mientras chocaban con Porfirio Díaz
y Victoriano Huerta, sus intereses eran antagónicos de las reivindicaciones más
sentidas por los desposeídos del campo, expresadas en la acción de los ejércitos
de Villa y Zapata.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 51

Conclusiones

Las leyes de la historia no tienen nada en común con el esquematismo pedantesco. El


desarrollo desigual, que es la ley más general del proceso histórico,
no se nos revela en parte alguna con la evidencia y la complejidad
con que lo patentiza el destino de los países atrasados.
León Trotsky58

Para concluir es menester detenernos en aquellas consideraciones que nos


permitan responder qué tipo de formación económica y social primaba en
México para el año de 1910.
1) Hemos dicho que, durante los treinta años que Porfirio Díaz se mantuvo en el
poder, México se insertó en la división internacional del trabajo. Durante
las postrimerías del siglo xix y los inicios del siglo xx el capitalismo
mundial evolucionó a una nueva fase de su desarrollo –denominada
imperialista–, la cual se caracterizó por el surgimiento del monopolio, la
emergencia del capital financiero como fusión del bancario e industrial y
sobre todo, la integración de los países de desarrollo capitalista atrasado
a la economía mundial. En el caso de México, esta inserción se basó en
el predominio casi omnipresente del capital extranjero en la economía y
en particular en la creciente preponderancia del capital estadounidense.
En treinta años, la atrasada industria mexicana cobró un empuje
inédito en ramas como la minera, la petrolera o la textil, configurando
nuevas concentraciones urbanas articuladas entre sí por una inmensa
red ferroviaria que facilitó enormemente el desarrollo del mercado y la
transportación de mercancías.
2) Dicha penetración afectó radicalmente al campo, elevando enormemente el
proceso de concentración de la tierra. Según las estimaciones de Adolfo Gilly:

México contaba con 15 millones 160 mil habitantes (sobre un territorio de 1 972 546
kilómetros cuadrados). De ellos, 3 130 402 eran campesinos, jornaleros agrícolas o peones.
Calculando familias de cuatro personas, hay que sumar a esa cifra unos 9 millones más,
con un total de unos doce millones de habitantes incluidos en el censo como peones y sus
familias, total que abarcaba al conjunto del campesinado […] Además de esas cifras, el
censo consignaba 834 hacendados. Éstos eran los dueños del territorio nacional:
167 968 814 hectáreas estaban en sus manos59.

58
León Trotsky, op. cit., p. 24.
59
Adolfo Gilly, op. cit., p. 25.
52 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

Esta enorme concentración de tierra –que transformó las relaciones


laborales en el campo– no supuso la extinción de las formas precapitalistas
que caracterizaron la tenencia y labor de la tierra en los años y siglos
precedentes. La propiedad capitalista en el campo utilizó para su fomento y
desarrollo la hacienda como unidad productiva, el latifundio como forma de
acaparamiento, y ciertas pautas de la división social del trabajo que imperaron
previamente. Pero la penetración capitalista también implicó la generación
de nuevas fuentes de trabajo, la industrialización de algunas ramas y el
empleo en algunas regiones de una gran masa de jornaleros agrícolas.
3) La misma penetración capitalista forjó una nueva y robusta industria
en zonas específicas del país y con ella una nueva clase de proletarios
organizados en las ramas textil, minera y petrolera. Sin embargo, el peso
del proletariado urbano tendió a estar disminuido, por un lado, por la
existencia de una gigantesca masa campesina, pero también por el
carácter de las formaciones urbanas. Adolfo Gilly explica el poco peso
social de los obreros industriales para esa época de la siguiente forma:

México, […] centro político del país, como ciudad burocrática y comercial
principalmente hasta ese entonces, con limitada concentración industrial y obrera,
y la dispersión en el país de los centros de mayor concentración proletaria (minas
en Coahuila, Durango y Chihuahua, textiles en Puebla y Veracruz, siderurgia en
Monterrey, portuarios y petroleros en Tampico y Veracruz, etcétera)60.

4) La burguesía mexicana por su parte, minoritaria en la tenencia de la gran


industria a escala nacional, estaba subordinada al capital extranjero.
Sin embargo, en el Norte, esta burguesía fue la gran beneficiaria de la
apropiación latifundista de la tierra y el desarrollo minero, adquiriendo
un fuerte control regional que paulatinamente chocó con el poder central.
Bajo estas consideraciones, es posible afirmar que la acumulación capitalista
en México se realizó en un periodo expansivo del capitalismo internacional,
alienando para sí las formas precapitalistas que subsistían en el campo.
Dichas formas precapitalistas fueron subsumidas por la modernización
capitalista –que no aniquiladas– y subordinadas a la primacía de una
estructura económica y social encadenada indisolublemente a la economía
internacional. Esto quiere decir que México accedió al capitalismo de
manera abrupta, sin transitar por los periodos históricos por los que
pasaron los países de desarrollo capitalista avanzado.

60
Idem.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 53

Se trataba entonces de una estructura compleja, fustigada por las


contradicciones que se derivan de la coexistencia de formaciones históricas
arcaicas con otras de vanguardia, bajo la égida de una formación superior que
arrastra tras de sí al conjunto del globo en la dinámica de su expansión y sed
de mercados. León Trotsky explicaba estas formaciones económicas –como la
mexicana– bajo la óptica de la ley del desarrollo desigual y combinado61. Como
plantea un análisis:

El desarrollo abrupto de modernas relaciones de producción en los países que


no habían realizado previamente su revolución democrático-burguesa, posibilitó
que incorporasen elementos técnicos y tecnológicos avanzadísimos y también sus
consecuencias sociales, absteniéndose de repetir determinadas etapas históricas, pero
sin acercarse a concretar tareas como la reforma agraria y la liquidación íntegra y
efectiva del latifundio62.

México no había realizado previamente una Revolución democrático-


burguesa, y el atraso se manifestó en que, a contrapelo de los países avanzados,
el capitalismo nativo no conquistó su hegemonía bajo las banderas del reparto
agrario y la liquidación del latifundio, y no requirió de hacerlo para acceder a la
fase capitalista. Por el contrario, absteniéndose de repetir determinadas etapas
históricas de desarrollo (similares al curso que siguieron los países avanzados) se
amparó en las formas precapitalistas para la reproducción de una nueva forma
social, el capitalismo.
En dirección opuesta a los planteamientos de que México para 1910 era un
país feudal o semifeudal, en realidad se constituía como una formación económica
compleja, inserta ya en la dinámica del capitalismo mundial, anclada al pasado
por las formas económicas que no barrió el liberalismo juarista. Se trataba
entonces de un país capitalista atrasado, donde las condiciones originarias de
la industria configuraban un entramado de clases muy imbricado: una enorme

61
La ley del desarrollo desigual y combinado esbozada por Trotsky explica, en relación con la
evolución socioeconómica de los países de desarrollo capitalista atrasado que: “Azotados por el látigo
de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De esta ley
universal del desarrollo desigual se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos
de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a
la combinación de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta
ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la
historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera sea su grado”.
62
Martín Juárez: “Apuntes para una interpretación de la Revolución Mexicana”, en Estrategia
Internacional núm. 24, diciembre de 2007, p. 245.
54 El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista Jimena Vergara Ortega

masa de campesinos desposeídos, un proletariado muy joven y atomizado, una


burguesía terrateniente, subordinada a los extranjeros.
A primera vista, el punto de partida de la Revolución Mexicana fue la lucha
por reformas políticas que enfrentó a distintos sectores de la clase dominante
de forma aguda, como se expresó en el terreno militar, primero contra Díaz y
posteriormente contra Huerta. Pero las direcciones políticas que encarnaban
los intereses de las clases dominantes lejos estaban de perseguir los mismos
objetivos que las masas campesinas.
Para los desposeídos del campo, la Revolución implicaba la lucha por la
tierra, lo que llevó a una verdadera revolución social que atentaba contra las bases
capitalistas de la propiedad en el campo y eso las enfrentó primero a Díaz, luego
a Madero, después a Huerta y posteriormente a Carranza y a Obregón. México
estaba inserto en un mundo que accedía a su fase de “reacción en toda la línea”,
la burguesía había perdido todo ímpetu revolucionario y predominaban en ella
tendencias conservadoras, tanto en los países avanzados como en los nacientes
países semicoloniales.
El ansia de tierra de los campesinos mexicanos chocaba contra el México
capitalista: el de los imperialistas, los terratenientes locales y la Iglesia. El
incendio campesino de 1910, emergió intempestivamente en un verdadero
cruce de caminos –signado por el paso a la etapa imperialista del capitalismo– y
quedó atrapado, por decirlo de algún modo, en el momento de transición entre
la revolución burguesa a la revolución proletaria. Como la Comuna de París, la
Revolución Mexicana apareció como un rayo en cielo sereno y en un sentido, se
adelantó a su época.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 55

Preludio de la Revolución:
El Partido Liberal Mexicano, Cananea y Río Blanco
Sergio Méndez Moissen

No hay documento de cultura que no sea un documento de barbarie […].


Por eso el materialista histórico se aparta de ella en la medida de lo posible.
Mira como tarea suya la de cepillar la historia a contrapelo.
Walter Benjamin

Por muchos años existió un desconocimiento de lo que realmente significó el ma-


gonismo en la Revolución Mexicana. En los años treinta y cuarenta eran pocos
los elementos disponibles para hacer un balance historiográfico del movimiento
que formó el Partido Liberal Mexicano (PLM) en 1901 y que tuvo una participa-
ción destacada en la huelga de Cananea y en la rebelión obrera en Río Blanco.
La fracción triunfante de la Revolución que estalló en 1910 condenó al olvido a
los “anarquistas radicales”. Si tuviéramos que hacer un análisis del avance de las
investigaciones del movimiento magonista dentro de la historiograf ía marxista
tendríamos sin duda que cuestionar aquellas interpretaciones que vieron en el
PLM un simple movimiento precursor de la gesta revolucionaria de 1910.
Las primeras visiones divergentes a la oficial podemos encontrarlas por me-
dio de las ediciones del Grupo Cultural Ricardo Flores Magón. La editorial de
iniciativa anarquista publicó en varias ocasiones las obras de los hermanos Ma-
gón validando, sobre todo en sus prólogos, su táctica y estrategia en la Revolu-
ción Mexicana. La mejor expresión de esta interpretación la podemos encontrar
en Ricardo Flores Magón / El apóstol social de la revolución social mexicana del
anarquista español Sinesio Baudilio García Fernández, editado en 1925 bajo el
seudónimo de Diego Abad de Santillán1.

1
Diego Abad de Santillán: Ricardo Flores Magón / El apóstol social de la revolución social mexicana,
México, Ediciones del Grupo Cultural Ricardo Flores Magón, 1925.
56 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Podemos decir que los análisis en la historiografía tuvieron su inicio en los


años cincuenta por medio del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revo-
lución Mexicana (INHERM) que con una interpretación de corte constitucionalista
se encargó de construir una imagen del magonismo acorde a los intereses de la
fracción triunfante de la Revolución. Los hermanos Magón fueron reivindicados
como precursores abnegados, militantes revolucionarios que permitieron el avance
de las condiciones subjetivas para el estallido de 1910. Así, para Barrera Fuentes,
principal exponente de esta tendencia, el proyecto del PLM y su programa de 1906
sólo fue “la visionaria aportación a la constitución de 1917”2 y su radicalización
posterior se trataba de una “utopía” importada desde fuera, principalmente por
la influencia de las ideas anarquistas de la Industrial Workers of the World (IWW).
Esta historia de los precursores intentó impedir el surgimiento de una alternativa
interpretativa de los resultados de la Revolución Mexicana. El INHERM se destacó
por dar a conocer un número importante de fuentes historiográficas, aunque su
principal función residió en dar una interpretación general de la gesta revolucio-
naria, mostrando el accionar del PLM, la huelga de Cananea y la rebelión obrera en
Río Blanco como la aparición radical de los postulados de la Constitución de 1917.
Desde el marxismo las visiones sobre el movimiento magonista fueron prác-
ticamente inexistentes hasta los años sesenta. En ese periodo comenzó la crisis
política y económica en México, que tuvo como principal hito el surgimiento
de nuevas luchas obreras, como la encabezada por la tendencia democrática
del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana
(SUTERM), por nombrar la más importante, y el surgimiento del movimiento es-
tudiantil de 1968. La lucha de clases impactó dentro de la intelectualidad y se
consiguió una importante ruptura con las interpretaciones hegemónicas de la
Revolución Mexicana: desde el constitucionalismo al etapismo estalinista.
El Partido Comunista Mexicano (PCM), de tradición estalinista, y su principal
historiador, Enrique Semo, repetían lo que en la década de 1920 los militantes
mexicanos de la Internacional Comunista planteaban sobre la Revolución de 1910.
En el VI Congreso de la Internacional Comunista en 1928 se destaca una interpre-
tación gradualista (etapista) de la Revolución cuya conclusión lógica llevaba, en el
terreno político, a que era necesario apoyar a los gobiernos nacionalistas burgueses
posrevolucionarios. Según los estalinistas nativos, integrantes de la Comintern, “La
Revolución Mexicana fue una revolución democrático-burguesa típica”3. En sinto-

2
Ricardo Barrera Fuentes: Los precursores, México, INEHRM, 1950, p 17. Especialmente, Ricardo Barrera
Fuentes, “Ricardo Flores Magón / El apóstol cautivo”, INEHRM, 1973.
3
Informes de la delegación latinoamericana en el debate sobre el problema colonial en VI Congreso de la
Internacional Comunista, Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1978, p. 360.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 57

nía con esto, para Semo el magonismo, como el zapatismo, “no podían otorgarle
en ningún momento el carácter a esta revolución porque en ningún momento lo-
gran dirigirla”4. Esta interpretación podríamos considerarla como la justificación
historiográfica de la capitulación del PCM a los gobiernos pos-revolucionarios.
Particularmente al gobierno de Lázaro Cárdenas en el periodo en que se buscaba
la “unidad a toda costa” con los sectores “nacionalistas” y “democráticos” de la
burguesía y la burocracia sindical.
El primero en otorgarle mayor atención al movimiento encabezado por
Flores Magón fue sin duda José Revueltas que en Ensayo sobre un proletariado
sin cabeza planteó:

Debemos añadir el contenido obrerista de la Revolución Mexicana [...] las actividades


revolucionarias del Flores Magón y de los magonistas son el punto de arranque donde
hay que colocar los antecedentes contemporáneos de una conciencia revolucionaria
socialista propia, nacional, de la clase obrera mexicana5.

Revueltas, influenciado por el marxismo llamado “occidental” de Karel Kosik


y Georgy Luckács, cuestionó la interpretación de la Revolución Mexicana que
sostenía que había que completarla a través de los gobiernos del Partido de la
Revolución Institucional (PRI).
Adolfo Gilly, quien retomó el marco teórico de León Trotsky, en su impor-
tante obra La Revolución interrumpida planteó breves reflexiones, sin profun-
dizar en el tema, sobre el papel del PLM dentro de la Revolución Mexicana: “En
junio de 1908 Flores Magón y sus compañeros organizaron uno de los varios
levantamientos precursores de la revolución. Se alzaron los liberales magonistas
[...] pero en los tres intentos fueron derrotados por el ejército”6.
La visión de Gilly no fue más allá por la imposibilidad de tener acceso a las
ediciones facsimilares de Regeneración. En La Revolución interrumpida, primer
ensayo global de interpretación no etapista de la Revolución de 1910, escrito en
la cárcel de Lecumberri, Gilly no menciona la insurrección magonista de 1911
en Baja California ni las diferencias programáticas sustanciales entre el PLM y el
Partido Antirreeleccionista.

4
Enrique Semo: “Reflexiones sobre la Revolución Mexicana” en Héctor Aguilar Camín, Interpretaciones
de la Revolución Mexicana, México, UNAM-Editorial Nueva Imagen, 1981, p. 137.
5
José Revueltas: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Era, 1982, p. 140.
6
Adolfo Gilly: La revolución interrumpida, México, Ediciones el Caballito, 1985, p. 43.
58 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Los autores Eduardo Blanquel7, Armando Bartra8 y Juan Gómez Quiñones9,


entre otros, tras la importante ruptura interpretativa que significó la aparición
de la obra de Gilly y las reflexiones de Revueltas, se encargaron de recuperar un
elemento olvidado dentro de la historiograf ía oficial: el magonismo y su historia
como preludio de la Revolución. Sólo hasta los años de 1970 se dio a conocer
una visión que nos muestra con mayor detalle las actividades del PLM, el ideario
político revolucionario de Flores Magón y las relaciones existentes entre esa or-
ganización y el movimiento obrero estadounidense.
La principal preocupación de los autores citados es explicar la derrota del
proyecto magonista, el ala más radical dentro del campo revolucionario en lo
programático e ideológico, no como consecuencia de sus postulados utópicos
–como lo plantearon Semo y la interpretación constitucionalista– sino como
parte de un proceso en el que salió victoriosa la fracción burguesa anti-porfirista.
La victoria sobre el magonismo se debe a la represión, no sólo del gobierno
de Díaz, sino también del gobierno interino de Francisco León de la Barra y las
fuerzas maderistas. Este planteo es una de las principales contribuciones de esta
historiograf ía. Sin duda destacamos el texto de Javier Torres Parés La revolución
sin fronteras, por el descubrimiento de las actividades del PLM en Estados Uni-
dos. Rescatamos la actividad internacionalista, incipiente pero sustancial para
la época, como uno de los grandes postulados políticos a reivindicar del ma-
gonismo. También el texto El magonismo: Historia de una pasión libertaria de
Salvador Hernández Padilla, quien analiza a profundidad al PLM planteando que:

En México, el magonismo, el villismo y el zapatismo forman la trilogía de movimientos


obreros y campesinos más importantes de un periodo histórico que en su momento
y bajo diversa composición social, objetivos y métodos de lucha, fueron en primer
término utilizados para en seguida ser combatidos y derrotados por un enemigo en
común: la fracción de la burguesía mexicana que a su vez resultó victoriosa sobre sus
rival político: la dictadura mexicana10.

A continuación vamos a considerar tres cuestiones claves del movimiento ma-


gonista: su importante rol en el incipiente movimiento obrero fabril, su sustancial
internacionalismo principista y su proyecto de partido ejecutor de la Revolución.

7
Eduardo Blanquel: Ricardo Flores Magón y la Revolución Mexicana, México, Colegio de México, 2008.
8
Armando Bartra: Regeneración: 1900-1918 / La corriente más radical de la Revolución Mexicana de
1910 a través de su periódico de combate, México, Era, 1991.
9
Juan Gómez Quiñones: Las ideas políticas de Ricardo Flores Magón, México, Era, 1977.
10
Salvador Hernández Padilla: El magonismo: historia de una pasión libertaria, Era, 1984, p. 203.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 59

En este trabajo vamos a desarrollar el análisis sobre la fundación del PLM, su


radicalización programática, las actividades de los clubes liberales en la huelga
de Cananea de 1906 y en la insurrección obrera en Río Blanco, Veracruz, tam-
bién el internacionalismo principista de los militantes magonistas exiliados en
Estados Unidos y la actividad en común con organizaciones obreras y agrupa-
mientos políticos como la IWW.
Pensamos que esta organización presentó diversas etapas en su desarrollo,
delimitadas por la situación política del país y por la represión del gobierno de
Díaz. De 1900 a 1905 podemos ver su surgimiento, cuyo principal objetivo, en
esta primera etapa, radicó en reivindicar las Leyes de Reforma y la vigilancia
de la administración pública. Un segundo periodo va de 1905 a 1911 e incluyó
la construcción de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (JOPLM)
con el objetivo de edificar clubes liberales clandestinos para la organización de
insurrecciones militares planificadas desde el centro ubicado en San Luis Mis-
souri. En estos años podemos ver el surgimiento del Manifiesto del PLM (1906)
de corte democráticoburgués y la intervención dentro de la huelga de Cananea
y en la insurrección obrera en Río Blanco. El tercer periodo está signado por el
desplazamiento y debilitamiento del PLM y de los hermanos Flores Magón dentro
del movimiento revolucionario, después de la derrota militar en Baja California,
y por la radicalización programática de 1910, cuyo resultado fue el Manifiesto
del 23 de septiembre de 191111 de conclusiones evidentemente anticapitalistas.

El surgimiento del Partido Liberal Mexicano:


“del legado de Benito Juárez” a la represión

El día 7 de agosto de 1900, los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón


habían emprendido la edición del diario jurídico Regeneración, donde criticaban
el mal ejercicio de la justicia y los tribunales en México, y tenían como principal
objetivo inculcar el civismo en la impartición de las leyes. Ésta fue la aparición de
dos jóvenes intelectuales de ascendencia indígena en la política:

Es bueno que el gobernador estudie su papel y, sobre todo, que lo comprenda para
que no vuelva a incurrir en desacato de lesa democracia. Las democracias necesitan
servidores y no amos, para no convertirse en autocracias12.

11
Ver en la parte III, “Memorias de la Revolución”, p. 292 de esta obra.
12
“Democracia y autocracia”, publicado en Regeneración, núm. 15, 23 de noviembre de 1900, en Armando
Bartra, op. cit., p. 76.
60 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Enrique, aprendiz de carpintero, y Ricardo, estudiante de leyes, junto con


otros intelectuales como Antonio Díaz Soto y Gama y Librado Rivera, fueron los
impulsores iniciales del PLM.
Camilo Arriaga, el principal liberal del periodo inicial de la construcción de
esta organización, el 30 agosto de 1900 lanzó su Invitación al PLM criticando dura-
mente al Obispo Montes de Oca por la injerencia dentro del gobierno central y re-
cuperando las Leyes de Reforma, convertidas, según Arriaga “en leños apagados”.
El llamado a la conformación de la organización tuvo eco en un número
importante de intelectuales del país. Con casi un centenar de delegados de Chi-
huahua, Coahuila, Durango, Distrito Federal, Hidalgo, Guanajuato, Michoacán,
Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Tamaulipas, San Luis, Veracruz y Zacatecas, el
primer congreso se realizó el mes de marzo de 1901. El congreso se manifestó en
solidaridad con Paul Kruger y la lucha de liberación en Sudáfrica contra el colo-
nialismo inglés, llamó a la construcción de clubes liberales cuya acción consistía
en la realización de conferencias públicas para inculcar el civismo, en la funda-
ción de escuelas primarias laicas, sociedades obreras mutualistas, e impulsar la
libertad de sufragio y expresión14.
El PLM empalmó con un sentimiento más generalizado dentro de la intelec-
tualidad disidente con el régimen político, sumando a abogados, estudiantes,
médicos, ingenieros y algunos típicos profesionales de la clase alta. Un ejemplo
de ello fue el caso de Camilo Arriaga, principal impulsor del PLM en este periodo.
Arriaga, ingeniero de minas, provenía de una familia de ascendencia oligárquica
norteña no favorecida por el gobierno de Díaz, y fue uno de los ejemplos del
disentimiento de un pequeño número de clanes familiares provenientes de sec-
tores acomodados. Según James Cockcroft:

Alejados de los problemas de las masas, estos intelectuales de clase alta fueron profe-
sionales y hombres de negocios que reflejaban la crisis económica y las tensiones so-
ciales que afectaban a su clase, buscaban nuevas coaliciones políticas para introducir
la democracia liberal en México15.

En este primer periodo, se establecía que los principales problemas del país
estaban relacionados con la administración del Estado y la organización de la
democracia liberal, y no eran la consecuencia de la estructura social imperante.
En “Clubes políticos”, publicado en Regeneración, podemos leer:

14
Ibidem, pp. 96-105.
15
James Cockcroft: Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana (1900-1913), México, Secreta-
ría de Educación Pública, 1985, p. 84.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 61

Sí, recomendamos que la lucha sea estrictamente pacífica, apoyada únicamente en la au-
gusta majestad de la ley. Las luchas violentas han desaparecido ya con nuestras últimas
teatrales revoluciones. La lucha pacífica es más fructífera, y evita atropellos y vejaciones16.

El periódico fundado por los hermanos Flores Magón, Regeneración, se cons-


tituyó como el órgano centralizador del partido. En la segunda época del perió-
dico, se hicieron públicas las actas del congreso fundacional y se lo presentó
públicamente como un periódico “independiente y de combate”.
Es un hecho incuestionable que Regeneración jugó un rol importantísimo
como organizador político. En sus páginas podemos observar la radicalización
del PLM. Así, Regeneración consiguió constituirse como un periódico que cohe-
sionó a un partido que fue avanzando en su concepción programática al calor
tanto de su discusión interna como de la represión estatal.
El gobierno de Díaz desde muy temprano atacó a esta organización. En el
mes de abril de 1901, el gobernador de Nuevo León en Lampazos reprimió de
forma brutal un mitin liberal y en el mes de mayo Ricardo Flores Magón y Anto-
nio Soto y Gama fueron encarcelados.
Desde su nacimiento, el partido tuvo como principal preocupación contra-
rrestar la influencia política y económica del clero, que había aumentado durante
los primeros años de la dictadura.
Para noviembre de 1901 comenzó a preocuparse no sólo por vigilar el ejerci-
cio correcto de la ley y de la injerencia de la Iglesia, publicando en Regeneración
textos sobre la situación social imperante en el gobierno de Díaz. Un ejemplo de
ello es el texto Valle Nacional que hace referencia a la situación social en Sonora,
aunque se orientaba en términos de denuncia del gobierno y no de la estructura
social inequitativa existente.
El gobierno de Díaz no permitió el surgimiento de ningún tipo de oposición
y, en enero de 1902, la represión llegó al centro organizador de la resistencia
liberal. El Club “Ponciano Arriaga” fue disuelto en San Luis Potosí. La represión
condicionó en mucho la radicalización política y la vehemencia del partido. En el
mes de enero de 1903 Ricardo Flores Magón, que había salido de la cárcel meses
antes, publicó por medio del diario legal El hijo del Ahuizote, la famosa editorial:
“La Constitución ha muerto”17.
En febrero del mismo año el PLM sufrió un cambio radical en su política,
dejando atrás el llamado a la buena administración, y comenzó a darle más im-
portancia a la situación social en México, realizando un diagnóstico del gobierno

16
“Clubes políticos”, en Regeneración, núm. 26, 15 de febrero de 1901, en Armando Bartra, op. cit., p. 90.
17
Armando Bartra, op. cit., p. 151.
62 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

de Porfirio Díaz y publicando el Manifiesto del PLM, en donde se planteó que “la
raíz del problema es la sociedad y no el gobierno”18.
El 11 de abril de 1903 en Nuevo León, el gobierno de Bernardo Reyes repri-
mió a la organización causando varias muertes y el día 9 de junio la corte judi-
cial ilegalizó la actividad de los liberales mexicanos, obligando a sus principales
dirigentes al exilio y a modificar la forma organizativa y la actividad del partido.
Esto, que fue la mayor represión desde el congreso fundacional en 1900, lo em-
pujó a la radicalización política en 1905, expresada en el proyecto de Manifiesto
base para la unificación del Partido Liberal Mexicano, que constituye un llama-
do a la preparación de una organización en la clandestinidad.

La JOPLM: La estrategia magonista de 1905-1911

La estrategia es el arte de dirigir las operaciones aisladas.


Lenin

En este nuevo contexto de represión el PLM cambió su fisonomía. El 28 de sep-


tiembre de 1905, en el exilio, se constituyó la Junta Organizadora del Partido Liberal
Mexicano (JOPLM), lo que significó un cambio en los métodos de organización den-
tro del partido. El objetivo ya no sólo era denunciar el mal ejercicio de la administra-
ción, sino luchar por construir un partido que desde la clandestinidad organizara la
revolución. Para este periodo los métodos de lucha se radicalizaron y se avanzó en
las consignas programáticas de corte democrático-burgués, incluyendo demandas
agrarias y laborales y denunciando la injusticia de la estructura social imperante.
Desde un año antes, los hermanos Flores Magón comenzaban a plantear la
necesidad de una revolución social violenta:

Una campaña de reforma por medios pacíficos es imposible mientras Díaz maneje el
látigo [...] debemos trabajar por una revolución, [...] no podemos promover la propa-
ganda preliminar y el trabajo de organización desde dentro de México, eso es abso-
lutamente impracticable. El país esta lleno de agentes y espías del déspota. El único
curso lógico es establecer el cuartel en Estados Unidos, y mandar desde allá al interior
de México material de propaganda y compañeros de confianza para que ayuden a de-
sarrollar el movimiento revolucionario19.

18
Ibidem, p. 153.
19
Enrique Flores Magón a Ricardo Flores Magón, 3 de enero de 1904, citado en Javier Torres Parés: La
revolución sin fronteras, UNAM, México, 1990, p. 27.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 63

La constitución de la JOPLM, en el año 1905 en San Luis Missouri, bajo el giro


político arriba planteado, posibilitó el acercamiento de Ricardo Flores Magón
con sectores importantes del movimiento anarquista en Estados Unidos, como
fue el caso de las relaciones establecidas con Natalio Berkman y Emma Gold-
man, entre otros. La persistencia del gobierno de Díaz en impedir el desarrollo
del PLM se manifestó en la contratación de la empresa de servicios secretos y de
espionaje Thomas Furlong, que obligó al desplazamiento constante de los miem-
bros de la JOPLM a Texas, entre quienes estaban Juan Saravia, Santiago de la Hoz,
Ricardo Flores Magón y su hermano Enrique.
La JOPLM publicó en Regeneración las “Bases para la reorganización del PLM”
en donde se plantean varios criterios organizativos para su re-construcción ante
la represión del gobierno. Allí podemos encontrar un giro en la construcción
en la clandestinidad, llamando a poner en pie clubes secretos. Según Salvador
Hernández Padilla:

Las Bases firmadas por Ricardo Flores Magón, Juan Saravia, Antonio Villarreal, Libra-
do Rivera, Manuel Saravia invitaban a “trabajar por la organización del Partido Liberal
llamando a los ciudadanos a unirse para crear un Partido fuerte que sea capaz de hacer
respetar los principios liberales” y, en privado, ponerse “de acuerdo con los hombres
de corazón bien puesto que haya para hacer la revolución”20.

Los clubes clandestinos, comprometidos con la cotización para el partido,


distribuían Regeneración y mantenían la cohesión de la base militante. El funcio-
namiento clandestino permitió la recaudación de fondos, el pago de fianzas para
la liberación de militantes presos y para la publicación del periódico, en muchas
ocasiones clausurado. Un ejemplo muy significativo de este periodo fue la recau-
dación de 10 mil dólares de la JOPLM para la liberación de Juan Saravia, Ricardo y
Enrique Flores Magón a finales de 1905. Según el militante liberal Esteban Baca
Calderón las Bases citadas plantearon que:

Era necesario que se constituyan clubes liberales por el país, clubes secretos y clandes-
tinos [...] que aporten financieramente a la edición de Regeneración [...] que comuni-
quen los planes a la Junta Organizadora”21.

20
Salvador Hernández Padilla, op. cit., p. 27.
21
Esteban Baca Calderón: Juicio sobre la guerra del yaqui y génesis de la huelga de Cananea, México,
Centro de Estudios Históricos y Sociales del Movimiento Obrero (CEHSMO), 1975, p. 24.
64 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Mientras tanto, Madero organizó desde la Ciudad de México el Partido De-


mócrata (PD) uno de cuyos objetivos residió en debilitar los esfuerzos del PLM, y
puso en marcha la publicación del periódico El Tercer Imperio. Magón planteó
en 1905, frente a la constitución del PD, la diferencia sustancial entre su proyecto
y el de Madero:

Los programas que encierran puramente puntos políticos deben ser vistos con descon-
fianza: se necesitan reformas sociales que mejoren las condiciones de los trabajadores,
se necesitan reformas agrarias. La tierra no debe ser acaparada por unos cuantos mi-
mados de la fortuna. ¿Hay algo de eso en los proyectos del sr. Madero? La revolución
política del porvenir tiene que ser no solamente política sino social porque de lo con-
trario recaeremos en otra tiranía tal vez más espantosa que la que ahora nos agobia22.

El 1 marzo de 1906 el PLM publicó un nuevo programa político concebido como:

[...] las bases generales para la implantación de un sistema de gobierno verdadera-


mente democrático. Son la condensación de las principales aspiraciones del pueblo y
responde las más graves y urgentes necesidades de la patria23.

Este programa democrático-burgués contemplaba reformas sociales y sólo


podía ser garantizado por medio de la insurrección armada contra el gobierno
de Díaz. Según el Programa del Partido Liberal y manifiesto a la nación, cuyo
contenido fue elaborado con la recopilación de consignas de los clubes liberales,
se peleaba por:

[...] una labor máxima de ocho horas y un salario mínimo de un peso es lo menos que
puede pretenderse para que el trabajador esté siquiera a salvo de la miseria [...] higie-
ne en las fábricas, talleres, alojamientos [...] prohibición del trabajo infantil, descanso
dominical, indemnización por accidentes, [...] la equitativa distribución de tierras, con
la facilidad de cultivarlas y aprovecharlas sin restricciones, producirán inapreciables
ventajas a la nación [...] la creación de un Banco Agrícola, para facilitar a los agricul-
tores pobres los elementos que necesitan para iniciar o desarrollar el cultivo de sus
terrenos [...] la protección a la raza indígena24.

22
Ricardo Flores Magón a Crescencio Villarreal, 5 de diciembre de 1905, citado en Salvador Hernández
Padilla, op. cit., p. 27.
23
Programa del Partido Liberal y manifiesto a la nación, <http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/
historia/programa/44.html>. Consulta en julio de 2010.
24
Ibidem, pp. 221-232.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 65

Para Flores Magón, luego de la estructuración de 1905, el PLM tenía como ob-
jetivo: “preparar en todo el país centros de rebelión para que la conflagración sea
general y no en un solo punto de la república”25. Estamos ante uno de los primeros
documentos políticos en México que asume reivindicaciones socioeconómicas, si
se le compara con pronunciamientos independentistas del XIX y con el Plan de San
Luis de Francisco I. Madero. En ese contexto, el citado Manifiesto, mantuvo una
posición contradictoria en relación con los trabajadores chinos presentes en varios
puntos de la república, ya que incluyó la demanda de desplazamiento de la mano
de obra asiática, puesto que competía con la mano de obra nativa.
Según Ricardo Melgar Bao: “En lo que respecta a ciertos aspectos de la cues-
tión étnico-nacional, el PLM evidenció cierta antinomia programática. Por un lado
reivindicaba la protección de los indígenas, mientras por el otro facultaba a los
propietarios inmigrantes a obtener la carta de ciudadanía, al mismo tiempo que
demandaba la prohibición de trabajadores inmigrantes de procedencia asiática”26.
Desde 1905 se impuso en el PLM una hipótesis estratégica para la Revolu-
ción Mexicana. La organización de batallones armados para la insurrección po-
drían asegurar el seguimiento de las masas. Se realizaron planes para la toma de
pequeñas ciudades con el objetivo de conseguir el apoyo del campesinado y el
movimiento obrero. Y la incorporación de demandas agrarias y laborales en el
programa de 1906 aseguraría el apoyo popular a los levantamientos militares.
Ricardo Flores Magón expone con claridad la estrategia a sus correligionarios:

Lo que hay que hacer, según nosotros, es obtener de los grupos el ofrecimiento so-
lemne de levantarse el día que se fije como quiera que se encuentren. Si la mitad y
aún la tercera parte de los grupos que hay cumplen levantándose, la revolución estará
asegurada aunque se haya empezado con grupos miserablemente armados, que siendo
varios los grupos rebeldes y extensa la república, no podrán ser aplastados en un día
por los esclavos de la dictadura, y cada día de vida para un grupo significa un aumento
de personal, aumento de armas, y adquisición de recursos de todo género [...]27.

En una definición actual sobre estrategia y táctica podemos leer que:

Según el pensamiento militar convencional estrategia, por definición, es el plan para


dirigir una campaña militar, y táctica, es el plan para dirigir una batalla. Una campaña
está compuesta de diversas batallas, las batallas son tácticas con respecto a la campaña

25
Ricardo Flores Magón a los hermanos Villarreal Márquez, 5 de diciembre de 1905, ibidem, p. 29.
26
Ricardo Melgar Bao: El movimiento obrero latinoamericano, México, Conaculta, 1989, p. 115.
27
Diego Abad de Santilllán, op. cit., p. 53.
66 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

militar. León Trotsky, que junto con Lenin y la Tercera Internacional son los primeros
que llevan el término de estrategia a las conclusiones de la Revolución Rusa, dice que
“la estrategia es el arte de dirigir las operaciones aisladas”28.

Precisando la definición podemos decir que luego de la estructuración de


1905 y tras la publicación del programa de 1906, el partido fue concebido como
ejecutor de la Revolución. Las batallas, como operaciones aisladas, buscaban es-
timular la espontaneidad del movimiento de masas. Las operaciones militares
tenían el objetivo del desgaste del gobierno y con ello se imponía la necesidad de
la construcción de una “Junta de gobierno y luego elecciones libres”29. Es decir,
para garantizar la resolución del programa citado, se requería realizar una serie
de batallas dirigidas por los clubes liberales clandestinos, donde el campesinado
y el movimiento obrero participarían de forma secundaria apoyando la rebelión
magonista. En esta hipótesis estratégica vemos muchas semejanzas con la estra-
tegia blanquista del siglo XIX francés30.
A pesar de que el PLM participó dentro del movimiento obrero con métodos
como la huelga, tal como sucedió en Cananea y Río Blanco, en este periodo su
estrategia buscaba imponer su programa a través de levantamientos armados
contra el gobierno, como veremos en lo referente a la rebelión de Baja California.

El Club Liberal de Cananea y La Unión Liberal Humanidad

El llamado a la constitución de clubes liberales se llevó a cabo en diversos


lugares de la república. Uno de los clubes que desarrolló una importante activi-
dad en el movimiento obrero fue el Club Sebastián Lerdo de Tejada en Veracruz

28
Partido de los Trabajadores Socialistas (en línea). Emilio Albamonte: Un debate de estrategias, con-
ferencia pronunciada en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, 24 de noviembre de 2009, en una
sesión de homenaje a 90 años de la Revolución Rusa organizada por el Partido de Trabajadores So-
cialistas (PTS). Disponible en <http://www.pts.org.ar/spip.php?article8444>. Consulta en julio de 2010.
29
Salvador Hernández Padilla, op. cit., pp. 232-233.
30
Según Eric Hobsbawm en sus Revoluciones burguesas el blanquismo: “En términos de estrategia política
y organización, adaptó a la causa de los trabajadores el órgano tradicional revolucionario, la secreta her-
mandad conspiradora –despojándola de mucho de su ritualismo y sus disfraces de la época de la Restau-
ración–, y el tradicional método revolucionario jacobino, insurrección y dictadura popular centralizada”.
También vemos similitudes con la estrategia de los independentistas caribeños en 1898 en el llamado
Grito de Lares dirigido por Ramón Emeterio Betances. Véase: Carlos M. Rama: La independencia de las
Antillas y Ramón Emeterio Betances, Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, Puerto Rico, 1980.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 67

dirigido por Santiago de la Hoz en 1903, que logró ser partícipe del primer con-
greso tabacalero. Entre los miembros del club estaban delegados ferrocarrileros,
y una porción importante de ellos fueron parte de las insurrecciones organizadas
posteriormente por el PLM31.

Fue del proyecto de unificación de 1905 que surgieron los clubes que actua-
ron en Sonora, dirigidos por Esteban Baca Calderón y Manuel M. Diéguez. El
primero, ayudante de la escuela superior de Tepic y preocupado por la reforma
escolar, llegó en marzo de 1905 a Cananea. Se enroló como obrero de carga en el
piso de fundición en la mina de Oversight y junto con Francisco Ibarra y Guada-
lupe Reyes crearon el 16 de enero de 1906 la Unión Liberal Humanidad (ULH)32.
El acta fundacional de la ULH contempló la afiliación al PLM y a los dictados
de la JOPLM:

Esta unión acepta y secunda en todas sus partes las resoluciones tomadas por la junta
organizadora del PLM el 18 de septiembre de 1905 [...] esta unión se propone unifor-
mar los conocimientos de todos los afiliados con arreglo a los preceptos sublimes de
la constitución política de los Estados Unidos Mexicanos y, desde luego, dará la prefe-
rencia a los que se refieren a la soberanía popular y a la libre asociación33.

Este club liberal mantuvo una red de información vinculada a la JOPLM, en-
viando reportes acerca de las condiciones de trabajo en el CCCC (Consolited
Cananea Cooper Company). Esto consta en las memorias de Calderón y en el
propio epistolario de Magón:

Cananea no es el punto único en que los correligionarios se organizan para el fin de


obtener la libertad y el bienestar del pueblo, es indudable, por otra parte, que ustedes
son necesarísimos en ese punto para los trabajos del Partido Liberal [...] hay que tener
cuidado la compañía podría saber el responsable de la publicación34.

Sabemos que la única actividad pública de la ULH se llevó a cabo en torno


al aniversario de la Batalla de Puebla. Esta actividad contó con la participación
activa de trabajadores mineros dependientes de la CCCC, propiedad de William
Greene. Baca Calderón tuvo la oportunidad de manifestar de forma directa las

31
Javier Torres Parés, op. cit., p. 47.
32
Esteban Baca Calderón, op. cit., p. 29.
33
Ibidem, p. 38.
34
Ricardo Flores Magón: Carta a Calderón, 3 de marzo de 1906, ibidem, p. 24.
68 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

propuestas hechas por parte del club al proletariado minero. La Unión Mine-
ra, tomada de la experiencia del proletariado estadounidense, fue un proyecto
propuesto por la JOPLM y por la ULH, y contemplaba la afiliación en masa de la
posible Unión Minera al PLM. Una de las organizaciones que más participó del
aumento acelerado del sindicalismo en Estados Unidos, a finales del siglo XIX
e inicios del siglo XX, fue el United Mine Workers que, en 1902, consolidó su
prestigio ganando una prolongada huelga en los yacimientos de antracita. Ésta,
dirigida por John Mitchell, contribuyó a que el conflicto adquiriera importancia
nacional y obligó al presidente Roosevelt a delegar una comisión intermediaria35.
Posteriormente la Western Federation of Miners participó en el proceso de
fundación de la International Workers of the World (IWW), en 1905 y rompió con
ella en 1906 debido a discrepancias internas.
El acto que mencionamos párrafos arriba, les permitió a los miembros de la
ULH obtener la simpatía de los trabajadores mineros. En junio de 1906, cuando
de forma espontánea los trabajadores de la mina Oversight decidieron estallar
la huelga, no dudaron en elegir a los magonistas como representantes del movi-
miento. Los rumores de concesión de la explotación minera a algunos capataces
y la posibilidad de que los concesionarios decidieran quienes conservaban sus
puestos de trabajo, fueron los sucesos determinantes para el inicio de la huelga.
Es importante plantear que el Club Liberal de Cananea, dirigido por Lázaro
Gutiérrez de Lara, y la ULH participaron de la discusión para construir el progra-
ma del PLM, este último redactado por Juan Sarabia, vicepresidente del Partido
Liberal. A decir de Calderón:

Nos referimos una vez más a las imperiosa necesidad de decretar la reivindicación
de las tribus yaquis, mayos [...] condenamos la discriminación racial, invocamos la
necesidad de hacer extensiva la enseñanza laica a todas las escuelas particulares [...]
recomendamos la confiscación de los bienes de la iglesia [...] invocamos el principio de
la no reelección y la efectividad necesaria en el juicio de amparo36.

35
Henry Pelling: “Los truts, los socialistas, y la IWW”, en El sindicalismo norteamericano, Tecnos,
Madrid, 1962, p. 136.
36
Esteban Baca Calderón, op. cit., p. 51.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 69

El PLM y la huelga de Cananea:


el movimiento obrero contra William Greene

Todo acto de modernidad es un acto de barbarie.


Walter Benjamin

Bajo la concepción de Díaz, Sonora constituía el “México moderno”. Salvador


Hernández Padilla lo plantea con precisión: “la revolución había que iniciarla precisa-
mente ahí donde el sueño porfirista quería convertir al país en un México moderno”37.
El desarrollo de la CCCC, a decir de Juan Luis Sariego: “dominaba el orden de
lo social, de lo público y de lo económico”38. El poder de esta empresa se hacía
evidente ya que controlaba todos los rincones de la vida de Cananea y sus alrede-
dores y constituía un negocio redondo dentro del capitalismo mexicano, donde
todas las facilidades otorgadas por el gobierno de Díaz permitían la penetración
del capital imperialista en territorio mexicano.
La desigualdad en el pago a los 5 260 trabajadores estadounidenses frente a
los 2 200 mexicanos fue uno de los motivos de la movilización y del estallido de
la huelga de Cananea. El salario estaba dividido entre pago en oro a los obreros
estadounidenses y en plata a los obreros mexicanos39. A decir de Calderón:

El cargo de capataz y mayordomo estaba reservado a los extranjeros, por excepción


recaía este empleo en un mexicano, y en cuanto a los empleos superiores en talleres
oficina, [...] diremos que todos los jefes eran norteamericanos40.

El día 31 de mayo, en la mina Oversight, dos mayordomos informaron a los


mineros que, desde el 1 de junio, la extracción del metal quedaría sujeta a con-
trato. Ante este suceso, un contingente de 200 obreros decidió estallar la huelga
al finalizar la jornada de trabajo, y eligieron a Diéguez y Baca Calderón como sus
delegados junto a doce obreros más.
El programa de la huelga de Cananea planteó:

Destitución del empleo del mayordomo Luis, mínimo sueldo del obrero será 5 pesos

37
Salvador Hernández Padilla, op. cit., p. 27.
38
Juan Luis Sariego: Enclaves y minerales en el norte de México / Historia social de los mineros de
Cananea y nueva Rosita, Casa Chata, México, 1988, p. 78.
39
Eugenia Meyer: La lucha obrera en Cananea, Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH),
México, 1990, p. 56.
40
Esteban Baca Calderón, op. cit., p. 25.
70 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

diarios con 8 horas de trabajo, en todos los trabajos de la CCCC se ocupará 75% de
mexicanos y 25% de extranjeros, teniendo los primeros, las mismas aptitudes que los
segundos, poner hombres al cuidado de las jaulas que tengan nobles sentimientos para
evitar toda clase de irritación, todo mexicano, en los trabajos de esta negociación ten-
dría derecho a ascensos según lo permitan sus aptitudes41.

La primera movilización logró el apoyo de los trabajadores estadounidenses


y llegó hasta la comisaría de Ronquillo, logrando la expansión de la huelga a otros
lugares más allá de Oversight, como la fundidora y otras minas. Los sucesos se
desarrollaron de forma pacífica hasta la llegada al palacio municipal, donde au-
tomóviles armados con el propio Greene entre sus tripulantes, abrieron fuego
contra los manifestantes obreros. De igual forma, la policía de Cananea disper-
só a los manifestantes con el uso de mangueras de agua a presión, causando el
aumento de la ira de los trabajadores mineros. Ante ese suceso, los principales
dirigentes de la huelga, entre quienes se encontraban los dirigentes de la Unión
Liberal Humanidad y el Club Liberal de Cananea, fueron detenidos y enviados a
Pinos Altos, donde permanecieron presos hasta la insurrección maderista.
Las capturas de Calderón y Diéguez despertaron la solidaridad por parte de
distintas organizaciones obreras y agrupamientos políticos en Estados Unidos,
y ante ello comenzó a surgir una red política por parte de la JOPLM, la IWW y el
Partido Socialista (PS).
Los sucesos se desarrollaron de forma tal que fue necesaria la intromisión
de los famosos rangers, patrullas rurales estadounidenses al servicio de Thomas
Rynning y avaladas por el gobernador de Sonora. Los rangers mantuvieron el
control de la comisaría de Ronquillo. Este contingente de 200 soldados yanquis
llegados a Cananea el día 2 de junio, junto a los treinta gendarmes al servicio de
Rynning, dieron cuidado a las principales propiedades de la CCCC, entre ellas la
tienda de raya, el banco y las propias oficinas centrales de la propiedad de Gree-
ne. Según Javier Goméz Chavez, el PLM:

[...] Tenía el propósito de armar a los trabajadores de Cananea con la intención de ini-
ciar el levantamiento de 44 grupos armados en el país. Confiscar las armas de la CCCC
apoderarse de las aduanas de Agua Prieta y Nogales, y conferenciar con los líderes
militares de la tribu yaqui para su integración a la insurrección42.

41
Manuel González Ramírez: La huelga de Cananea, México, INEHRM, 2006, pp. 19-20.
42
Pacarina del Sur (en línea). Javier Gámez Chávez: “Yaquis y magonistas, una alianza indígena y po-
pular en la Revolución Mexicana”, disponible en <http://www.pacarinadelsur.com/component/content/
article/9/88#_ftn18>. Consulta en julio de 2010.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 71

La alianza magonista con el movimiento yaqui se expresó en el intento de


rebelión organizada con el dirigente indígena Fernando Palomares.
La derrota de la huelga de Cananea asestó un golpe contundente al joven
movimiento obrero. El compromiso de Díaz con el gobierno estadounidense y
los capitalistas extranjeros, como William Greene, permitió la intromisión de
las fuerzas militares en la zona fronteriza con Estados Unidos, con el objetivo de
pacificar y derrotar el despertar de los trabajadores mineros en Sonora. Según
Salvador Hernández Padilla:

La represión contra los mineros cananenses no se hizo esperar. El gobernador Izabal


llegó a Cananea acompañado de 275 rangers, estadounidenses; horas después Emilio
Kosterlitsky, al mando de un nutrido grupo de rurales imponía de manera definitiva
“la ley y el orden” en los campos mineros. Los arrestos se multiplicaron y el saldo de
dicha operación arrojaba un gran número de muertos y detenidos43.

El embrión de un partido internacionalista:


redes políticas con la IWW y agrupamientos políticos norteamericanos

A raíz del apresamiento y detención de Manuel Diéguez y Esteban Baca Cal-


derón, se logró soldar una red de solidaridad en Estados Unidos.
En 1906 se fundó, con base en la IWW y el Partido Socialista de Estados Uni-
dos, el Comité en defensa por la libertad del PLM, organización desde la cual
Emma Goldman y Alejandro Berkman desarrollaron diversas campañas por la
libertad de los militantes liberales.
La revista Mother Earth, mensuario publicado en Nueva York por Goldman
y Berkman, desarrolló la campaña de liberación de los presos de Cananea. Esta
red dio como resultado la publicación del Manifiesto al pueblo americano. En
las resoluciones del Primer Congreso del Partido Socialista en 1907 se exigió la
liberación de los presos de Cananea. A decir de Enrique Flores Magón, las redes
editoriales y de simpatía ante la Revolución Mexicana fueron diversas y amplias,
y podemos, entre otras, nombrar las siguientes: Everyman, California Social De-
mocrat y Citizen, de los Ángeles; Justice, de Pórtland, Oregon; Harper’s Weekly,
Atlantic Monthly, The Public, de Chicago; The Socialist, de Parkesburg...”44.
Es importante decir que el PLM mostró interés en propagandizar la lucha obre-
ra mexicana entre el movimiento obrero estadounidense, como podemos ver en el

43
Salvador Hernández Padilla, op. cit., p. 47.
44
Ethel Duffy Turner: Ricardo Flores Magón y el PLM, Morelia, Erandi, 1960, p. 174.
72 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Manifiesto al pueblo americano. Según el citado manifiesto el PLM requería:

Construir una corriente política lo suficientemente poderosa para oponerse a la ame-


naza imperialista en base a la solidaridad de la movilización de organizaciones obreras
norteamericanas45.

La IWW fue creada en 1905 en oposición al sindicalismo de la Federación


Americana de Trabajo dirigida por Samuel Gompers y afilió aproximadamente
1% del total de la clase obrera estadounidense. Su documento fundacional, In-
dustrial Union Manifest, concebía la superación de la sindicalización en base a
oficios, y buscaba eliminar la discriminación entre los obreros de distintas razas.
Igualmente pretendía la reducción del pago por sindicalización46. Esta medida
permitió que grandes contingentes de obreros mexicanos en Estados Unidos de-
sarrollaran cierta experiencia política y sindical, cuestión que ayudó a la confor-
mación posterior de los clubes liberales anti-porfiristas en el país vecino, como
el impulsado por Práxedis G. Guerrero en Arizona desde 190547.
A partir de esta red política inaugurada por la solidaridad con los militantes
magonistas, se desarrolló una compleja relación en la que se observan diversas
posiciones al interior de Estados Unidos en torno al curso que tomaba la Revo-
lución Mexicana; es el caso de las diferencias existentes sobre este proceso entre
los socialistas y los anarquistas agrupados en Mother Earth.
De tal suerte, el Manifiesto al pueblo americano escrito en 1907 y publicado
alrededor de estas redes en Mother Hearth, documento que constituye la pre-
sentación del PLM al proletariado estadounidense, es el resultado de la mayor
colaboración entre distintas organizaciones obreras y agrupaciones políticas en
Estados Unidos48. En los sucesos de Baja California se pudo observar la expresión
real de la colaboración entre los anarquistas estadounidenses y el PLM bajo la
estrategia magonista planteada en páginas anteriores.

45
Javier Torres Parés, op. cit., p. 87.
46
Paul Brissenden: The IWW / A study of American syndicalism, New York, Russell y Russell Inc., 1957, p. 62.
47
Javier Torres Parés, op. cit., p. 87.
48
Ibidem, p. 74.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 73

La rebelión de Río Blanco:


la inauguración de métodos radicales dentro del movimiento obrero

En el estado de Veracruz, el gobierno porfirista había facilitado la penetra-


ción del capital imperialista francés en el terreno de la industria textil. Los gran-
des capitalistas textileros no dudaron en instalar grandes complejos fabriles con
maquinaria moderna importada desde Europa y Estados Unidos. En Río Blanco,
los puestos jerárquicos estaban en manos de extranjeros de nacionalidad inglesa.
Los obreros obtenían 35 centavos al día por la larga jornada de trabajo, las muje-
res y los niños obtenían de 25 a 10 centavos por jornada. A los trabajadores se les
impedía el recibimiento de familiares: la vigilancia de la patronal se extendía a la
casa de los proletarios. Las jornadas extenuantes rebasaban las 14 horas.
En el mes de abril de 1906, los obreros comenzaron a organizarse con el ob-
jetivo de pelear por mejores condiciones de trabajo, formando el Gran Círculo
de Obreros Libres (GCOL) de Río Blanco, cuya dirección recayó en Manuel Ávila,
de perspectiva mutualista. Los magonistas José Neira, Porfirio Meneses y Juan
Olivares ya participaban del GCOL, aunque su actividad tenía como objetivo la
instauración de la jornada de ocho horas. La primera actividad de esta organi-
zación consistió en celebrar la batalla de Puebla el 5 de mayo, en la casa de un
trabajador, con una gran asistencia de trabajadores textileros de Río Blanco.
El suicidio de Manuel Ávila dejó a Neira, miembro del PLM, en la dirección
del GCOL, lo que significó un cambio importante dentro de la política del Círculo.
En el mes de mayo de 1906, esta organización comenzó a pelear por otras de-
mandas, además de la jornada de ocho horas, imponiéndole a Jorge Harkington,
director general de la Compañía Industrial de Orizaba (CIDOSA), la abolición de
las multas arbitrarias a las que estaban sometidos los trabajadores. Prontamen-
te el periódico magonista Revolución social fue repartido por Neira, Meneses y
Olivares entre los trabajadores de Río Blanco y entre los trabajadores en la región
de Orizaba permitiendo la creación, en el mes de junio de 1906, del Gran Círculo
de Obreros de Santa Rosa.
En poco tiempo los representantes de CIDOSA comenzaron a buscar el apresa-
miento de los líderes magonistas. La experiencia de Cananea alertó a la patronal
en México, de la actividad del PLM en el seno del movimiento obrero e inauguró
una serie de métodos burocráticos dentro de las fábricas que se manifiesta hasta
nuestros días, como la imposición de dirigentes sindicales progubernamentales y
propatronales. Los magonistas se vieron obligados a dejar sus puestos de trabajo
por la represión, lo que permitió la imposición de la nueva dirección del CGOL
por parte del gobierno y la CIDOSA; José Morales asumió con una clara política de
colaboración con la patronal francesa y las autoridades.
74 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Sin embargo, la pacificación del CGOL de Río Blanco no significó la desorga-


nización del resto del proletariado textil que comenzó a unirse para enfrentar con
métodos huelguísticos a sus patrones. A finales del mismo año, en los estados de
Puebla y Tlaxcala la patronal textilera fundó el Centro Industrial Mexicano (CIM),
cuyo principal objetivo consistió en intentar imponer un nuevo reglamento que
legalizaba el cateo, instauraba y extendía la lista de asistencia laboral y aumentaba
la jornada a 14 horas.
El 4 de diciembre, los trabajadores del Círculo de Obreros Libres de Puebla y
sus compañeros de Tlaxcala, en asambleas masivas se declararon en huelga contra
la imposición del “nuevo reglamento de noviembre”: 30 mil trabajadores fueron
afectados por el reglamento. La dura huelga fue atacada por el gobierno y la CIM:
el 24 de diciembre de 1906 se legalizó un paro patronal cuyo objetivo consistió en
institucionalizar las multas, lograr el aumento de la jornada, imponer descuentos,
registrar habitaciones y permitir el cateo, obligar al pago de herramientas a los
obreros por accidente e imponer, por laudo presidencial, la libreta de identifica-
ción. Evidentemente el gobierno y la CIM, alarmados por la huelga en Sonora y por
la permanente actividad de los círculos de obreros libres de la región hilandera,
querían imposibilitar el crecimiento del descontento del proletariado mexicano y
por medio de métodos represivos imponer peores condiciones laborales.
El 7 de enero de 1907 los obreros de Río Blanco comenzaron la rebelión. En
general, las interpretaciones constitucionalistas han caracterizado a los sucesos
de Río Blanco como una huelga similar a la de Cananea en 1906. Sin embargo
los obreros textileros, frente al paro patronal, desarrollaron métodos más radi-
calizados en contra del laudo presidencial y del boicot de los industriales. Como
bien afirma Salvador Hernández Padilla:

Daba comienzo la rebelión obrera de Río Blanco y no la huelga, como hasta hoy día se
le ha llamado. Al no lograr su primer objetivo, que era incendiar la fábrica, los obreros
–que para entonces ya pasaban de los dos mil– se dirigieron hacia la tienda de raya, pro-
piedad del tendero francés, Víctor Garcín y antes de quemarla, se apoderaron de cuan-
to había en ella. Los rurales volvieron a la carga, pero los obreros decidieron de nueva
cuenta hacerles frente y con palos y piedras lograron hacerlos huir. Un numeroso grupo
de trabajadores se dirigió hacia la cárcel y mientras liberaban a los presos, otros cortaban
alambres de energía eléctrica. Triunfante la multitud obrera se encaminó con rumbo a
Nogales. Ahí también incendiaron la tienda de raya. Mientras tanto cerca de Orizaba va-
rios obreros se apoderaron de armas asaltando casas de empeño y con ellas combatieron;
llegaron a dominar varias estaciones ferrocarrileras situadas entre Orizaba y Maltrata49.

49
Salvador Hernández Padilla, op. cit., p. 77.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 75

La rebelión obrera comenzó con el intento de incendio del complejo indus-


trial, el saqueo y quema de la tienda de raya y el atentado contra el dirigente
gobiernista José Morales dentro de su casa. El incendio de la casa de Morales fue
organizado por el obrero textil Manuel Juárez.
La represión del gobierno fue cruenta. Mientras los trabajadores de Santa Rosa
se dirigían a Nogales, los soldados dirigidos por el general Francisco Ruiz, bajo
las órdenes de Rosalino Martínez, subsecretario de Guerra del gobierno central,
abrieron fuego contra los contingentes de obreros fabriles. El cateo de los barrios
obreros para fusilar en los cuarteles a los rebeldes y la persecución de los traba-
jadores en los montes, fueron las formas en las cuales se llevó a cabo una de las
más importantes represiones al movimiento obrero mexicano. De los 7 083 traba-
jadores del complejo industrial de Río Blanco sólo volvieron 5 212: más de 1 800
obreros no regresaron a la reapertura de la fábrica. El 9 de enero, en la puerta de
la empresa, con el objetivo de dar un golpe especial al movimiento obrero, fueron
asesinados los líderes Rafael Moreno y Manuel Juárez, con el consentimiento de
la patronal del CIM50.
La represión del gobierno de Díaz pretendía escarmentar al movimiento
obrero que comenzaba a cuestionar con métodos radicalizados la dictadura
porfirista en las fábricas, buscando mejoras salariales y rebelándose contra las
medidas impuestas por la patronal de capital imperialista. El movimiento obrero
mexicano tardó mucho en reponerse de tan duros golpes. Para 1910, año en el
que estalló con más firmeza la lucha contra la dictadura porfirista, el sector de
vanguardia del movimiento obrero había sido muy debilitado.

La insurrección en Baja California y la represión

En 1906, desde Toronto, Ricardo Flores Magón expresó a sus correligiona-


rios el plan de insurrección que habían definido:

Nuestra idea es esta. Que usted o cualquiera de los amigos de Laredo, recorran el es-
tado de Texas y California donde hay mexicanos [...] hay que entrar siquiera con cien
hombres bien armados por las haciendas y en los pueblos irán aumentando las filas de
combatientes. Todo es comenzar pero comenzar del modo indicado para que el gobier-
no se sorprenda de ver que por diferentes lugares de la frontera hay revolucionarios51.

50
Ibidem, p. 78.
51
Ricardo Flores Magón a Crescencio Villarreal Márquez, 30 de mayo y 1 de junio de 1906, citado en
Salvador Hernández Padilla, op. cit., p. 83.
76 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

La división militar en 5 zonas del territorio de México estaba en concordan-


cia con la estrategia del magonismo. Para cada zona la JOPLM eligió representantes
directos que organizaron el acopio de armas y el aglutinamiento de militantes den-
tro de los clubes clandestinos. Algunos de los levantamientos magonistas de 1906
fueron el 30 de septiembre en Veracruz comandado por Hilario Salas, en octubre
en la sierra de Soteapan con el aproximado de 350 combatientes indígenas (que
lograron dinamitar varios puentes) y el 21 de octubre en Ciudad Juárez.
Como resultado de las derrotas anteriores en Cananea y Río Blanco, de la
infiltración de las filas liberales, del seguimiento a la JOPLM por la Furlong y el
apresamiento de Juan y Manuel Saravia en 1906 y de Ricardo Flores Magón,
Librado Rivera y Antonio Villarreal en agosto de 1907, el PLM comenzó a perder
influencia. El mayor impacto de las ideas antirreeleccionistas de Madero entre
los grandes hacendados no beneficiados por la dictadura y el no haber sabido
ligarse al campesinado norteño, que fue uno de los grandes protagonistas de la
Revolución, determinó su aislamiento. Sin embargo, no dejó de organizar los le-
vantamientos militares. En 1908 en la serie Episodios revolucionarios, integrada
por “Las vacas”, “Viesca”, “Palomas”, escrito por Práxedis G. Guerrero podemos
leer la única narración de los levantamientos magonistas:

Hubo otros muertos cuyos nombres no he podido recoger; ya en los momentos de


combate se unieron a los nuestros. Se dice que uno era de Zaragoza; el otro vivía el
las Vacas, y al sentir el ruido de la pelea y oír las exclamaciones de los combatientes se
despertó en él la solidaridad de oprimido: ciñóse la cartuchera, tomó su carabina, se
echó a la calle al grito de ‘¡Viva el Partido Liberal’!52

Para 1910, el PLM había sufrido nuevos embates de la represión guberna-


mental. Sin embargo, participó del llamado militar de Francisco Madero, que en
el Plan de San Luis Potosí levantaba el sufragio efectivo y la no reelección. Esto
se hizo con independencia de Madero, en lo político y también en lo referente
a la centralización del mando militar. Flores Magón planteó en los siguientes
términos esta diferencia con el proyecto de los hacendados del norte, en 1911:

La revuelta de Madero no puede llamarse revolución. El movimiento del PLM sí es una


verdadera revolución. Los compañeros que combaten en las filas liberales han ido a la
lucha convencidos de que es un acto de justicia el expropiar de la tierra a los ricos para

52
Práxedis G. Guerrero, Episodios revolucionarios “Las vacas”, “Viesca”, “Palomas”, publicados en Re-
generación núm. 2, 3 y 4, los días 10, 17 y 24 de septiembre de 1910 respectivamente, reproducidos en
Armando Bartra, op. cit., 214.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 77

entregársela a los pobres. Los compañeros liberales deben empuñar las armas para
liberar al pueblo de la cadena del capital53.

Las diferencias sustanciales de programa ya mencionadas y la hostilidad del


maderismo determinaron que la JOPLM decidiera concentrar sus fuerzas milita-
res en Baja California, con la ayuda de organizaciones anarquistas estadouni-
denses como la IWW y con el apoyo propagandístico de la intelectualidad radical
como John Kenneth Turner y Jack London. El llamado Ejército Libertario, de
composición heterogénea, agrupó tanto a soldados en búsqueda de fortuna mi-
litar en el México revolucionario, como a radicales libertarios al estilo de Leyva
Berthold, Carly Arp, Rhys Pryce y Jack Mosby. El 8 y 9 de mayo el Ejército Liber-
tario bajo la dirección de Rhys Pryce tomó la ciudad de Tijuana bajo el lema de
Pan, tierra y libertad. Esta toma, simultánea al enfrentamiento militar en Juárez,
fue concebida como “la base principal de nuestras operaciones para extender la
Revolución Social a todo México”54.
Luego de la huida de Díaz y tras la firma del Tratado de Ciudad Juárez, el gobier-
no interino envió una tropa al mando de Celso Vega con el objetivo de liquidar la
disidencia política del PLM. En junio de 1911 la disolución del Ejército Libertario, la
nueva detención de los miembros de la JOPLM y la represión realizada por el gobier-
no interino y por las fuerzas maderistas en Baja California (matando en promedio
de 5 a 6 liberales por día) constituyó el golpe final al PLM, que desde entonces redujo
sustancialmente su actuación como fuerza política dentro del campo revoluciona-
rio. Las derrotas causaron un desplazamiento de algunos de sus miembros al made-
rismo, como Antonio Villarreal y Lázaro Gutiérrez de Lara.

El momento del anticapitalismo magonista

La represión y el mayor peso de Ricardo Flores Magón dentro del PLM fueron
el marco en el que se dio la radicalización programática y política hacia plantea-
mientos anticapitalistas. Es un hecho que la evidente desconfianza respecto de
Madero llevó a Flores Magón a plantear la necesidad de la independencia políti-
ca y programática de las filas revolucionarias.

53
“El rebaño inconsciente se agita bajo el látigo de la verdad”, publicado en Regeneración, 4 de marzo de
1911, citado en Armando Bartra, op. cit., p. 277.
54
Ricardo Flores Magón, Regeneración, 20 de mayo de 1911, citado en Salvador Hernández Padilla, op.
cit., p. 154.
78 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

Si Díaz se encargó de derrotar al movimiento obrero en Río Blanco y en Ca-


nanea, el gobierno interino de Francisco León de Barra con el apoyo de las fuer-
zas maderistas liquidaron la oposición dentro del campo revolucionario, con la ya
mencionada represión en Baja California. Esto evidenció el contenido de clase del
proyecto de Madero: si la burguesía y su intelectualidad lo han mostrado como
el “apóstol de la democracia”, los acontecimientos de Baja California señalaron el
carácter reaccionario del maderismo. Esa situación llevo a Ricardo Flores Magón
a plantear en su Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 la necesidad de:

La expropiación de los bienes a cabo a sangre y fuego durante este grandioso movimien-
to [...] la emancipación de los trabajadores debe de ser obra de los trabajadores mismos55.

A pesar del impacto del maderismo en el liberalismo mexicano, que causó la


migración de personajes como Juan Saravia a las filas del antirreeleccionismo, en
1911 se dio la transición de un programa democrático-burgués a uno abiertamen-
te anticapitalista, lo cual se hizo público por medio de las páginas de Regeneración.
El cambio del programa surgió en el periodo de mayor auge del proyecto made-
rista dentro de las filas revolucionarias y luego del Tratado de Ciudad Juárez. Para
1911 el PLM pasó a dar cuenta de las manifestaciones espontáneas de los trabaja-
dores agrícolas y fabriles, además de plantear las limitaciones del maderismo, por
medio de Regeneración. El Manifiesto del 23 de septiembre constituye el avance
programático anticapitalista del magonismo cuya introducción planteó:

Sin el principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el gobierno, necesario


tan sólo para tener a raya a los desheredados en sus batallas en sus querellas o en sus
rebeldías contra los detentadores de la riqueza social: ni tendría razón de ser la Iglesia
[...] Capital, autoridad, clero: he ahí la trinidad sombría que hace de esta bella tierra
un paraíso para los que han logrado acaparar en sus garras la astucia, la violencia y
el crimen, el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas [...] de esa manera está
dividida la humanidad en dos clases sociales con intereses diametralmente opuestos:
la clase capitalista y la clase trabajadora: la clase que posee la tierra, la maquinaria de
producción y los medios de transporte de las riquezas, y de la clase que no cuenta más
que con sus brazos y su inteligencia para proporcionarse sustento56.

55
Ricardo Flores Magón: Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, en Salvador Hernández Padilla, op.
cit., p. 244.
56
Ibidem, p. 245.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 79

En este documento podemos encontrar una denuncia sobre el carácter “ino-


cuo” de la propiedad privada, una denuncia del Estado, la autoridad y el clero
como sustento de la actuación del capital y un reconocimiento del carácter crea-
tivo y productivo del trabajo. El Manifiesto también planteó el desconocimiento
de los maderistas como “protectores de los privilegios de la propiedad capitalis-
ta” y llamó a la “expropiación de tierras, fabricas, minas, ferrocarriles [...] hecho
el inventario regular la producción; de manera que en este movimiento, nadie
carezca de nada”57, con el objetivo de la “expropiación de la organización de la
producción, libre ya de amos y basada en la necesidad de los habitantes de cada
región, nadie carecerá de nada [...] con la desaparición del último burgués se
garantizará la instauración de un sistema que garantizará a todo el ser humano
el pan y la libertad”58.
Sin embargo, el programa de 1911, de evidente carácter anticapitalista, estaba
signado por el cada vez mayor aislamiento del PLM dentro del campo revolucionario.

Conclusiones:
los límites del magonismo dentro de la Revolución Mexicana

El magonismo fue sin duda una de las corrientes más radicales dentro de la
Revolución Mexicana en la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz. De ser una
corriente política preocupada por la vigilancia de la administración pública, se
convirtió en impulsora de la organización obrera en Cananea y Río Blanco. En
su primera etapa, que va de 1901 a 1905, se caracterizó por luchar por el respeto
de las Leyes de Reforma, en tanto que los clubes liberales tenían como principal
tarea la realización de actos públicos y el fomento del civismo.
La represión y la mayor influencia de Ricardo Flores Magón dentro del PLM
determinaron la constitución de la JOPLM. En esta segunda etapa, que va de 1905
a 1911, surgió el programa democrático-burgués de 1906, que a diferencia de
la perspectiva sustentada en el anterior periodo incluyó demandas agrarias y
laborales y la construcción de clubes liberales clandestinos con el objetivo de
garantizar la insurrección generalizada.
Para 1911, mientras se daba el debilitamiento de sus filas por las razones ex-
plicadas anteriormente, enarbolaba un programa abiertamente anticapitalista, y
su principal participación se dio en la incursión militar de Baja California con el
objetivo de impulsar la revolución social desde Mexicali.

57
Idem.
58
Idem.
80 Preludio de la Revolución Sergio Méndez Moissen

En las dos últimas etapas de su desarrollo, ya citadas, el magonismo se carac-


terizó por una estrategia militar insurreccional en la que el proletariado jugaba
un rol políticamente secundario, y donde los métodos tradicionales de la clase
obrera, como la huelga, eran concebidos como expresiones de lucha obsoletos.
Flores Magón lo planteó en “A los huelguistas y los trabajadores en general”:

La huelga no es redentora. La huelga es una vieja arma que perdió su filo dando golpes
contra la solidaridad burguesa y la ley de hierro de la oferta y de la demanda. La huelga
no es redentora porque reconoce el derecho de propiedad59.

Para los militantes del PLM, las huelgas en las que participaron tenían el ob-
jetivo de preparar la insurrección militar, en la cual los trabajadores industriales
fortalecerían lo organizado por los clubes liberales nucleados alrededor de la
JOPLM, como ya planteamos en torno a los sucesos de Cananea y Río Blanco.
De esta forma, se consideraba la acción del movimiento obrero como secun-
daria en la lucha contra la dictadura. La JOPLM y los mecanismos de organización
estaban subordinados a la estrategia militar general de 1905 y 1906, cuya princi-
pal manifestación real se expresó en Baja California en 1911.
Esta característica de su estrategia política marcó una importante diferencia
con el marxismo clásico y en particular con su contemporáneo, el leninismo. La
evolución particular del magonismo no puede escindirse de las propias caracte-
rísticas del movimiento obrero mexicano, el cual estaba en una temprana fase de
su evolución, disperso geográficamente y con escasa experiencia política, sobre
lo cual se desarrolló esta corriente política e ideológica que, aunque avanzó en
una perspectiva anticapitalista, no alcanzó a vislumbrar la necesidad de una cen-
tralidad de la acción y los métodos de esa joven clase trabajadora.
Por otra parte, la radicalidad de los planteamientos del PLM no iba acom-
pañada de una formulación concreta para la realización de una alianza obrero-
campesina dentro de la situación objetiva del México en llamas. En ese sentido,
una de las limitaciones que han planteado varios historiadores sobre el magonis-
mo es su sectarismo frente al zapatismo y el villismo. Tras el llamado de Zapata,
en el año de 1913, a que la publicación de Regeneración se hiciera en el estado del
sur, Ricardo Flores Magón desistió la invitación. El campesinado, fuerza motora
fundamental del estallido de 1910, que se manifestó con firmeza en los grandes
ejércitos campesinos de Villa y Zapata, no interesó a la estrategia magonista. Sin
duda existió un subestimación del potencial revolucionario de las masas rurales,

59
Ricardo Flores Magón: “A los huelguistas y los trabajadores en general”, Regeneración, 5 de agosto de
1911, en Armando Bartra, op. cit., p. 303.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 81

cuya máxima expresión fue la llamada Comuna de Morelos y, en otro nivel, la Di-
visión del Norte. En torno a Villa, Magón siempre tuvo desconfianza por tratarse
de una figura militar proveniente del maderismo, sin observar las contradiccio-
nes de su política y las características sociales de la División del Norte. En torno
al zapatismo según, Salvador Hernández Padilla:

Cuando recibió la invitación de Zapata para trasladarse a Morelos y desde ahí impri-
mir Regeneración, parece ser que el periodista libertario simplemente no atendió la in-
vitación del dirigente campesino de Anenecuilco. Es posible que dicha omisión obede-
ciera a que Ricardo Flores Magón consideraba que el movimiento dirigido por Zapata
no iba más allá de exigir la restitución de la tierra para el campesinado morelense60.

Esto llevó al PLM al aislamiento político luego de 1910, cuando las principa-
les fuerzas motoras de la Revolución se expresaban en los ejércitos campesinos.
Los planteamientos programáticos de septiembre de 1911 mostraban, junto a lo
avanzado de las ideas magonistas, una impotencia política para soldar una real
y fuerte alianza obrero-campesina, debido a que sus principales planteamientos
políticos se centraron en llamar a los trabajadores y campesinos a “la expropia-
ción de los medios de producción y la organización administrada de las fábricas
y ferrocarriles”, sin desarrollar un programa más concreto y preciso que empal-
mase con la demanda motora de la Revolución, sintetizada en el grito zapatista
de ¡Abajo haciendas, arriba pueblos!
La negativa de Flores Magón de participar de la contienda junto a los ejér-
citos campesinos luego de la derrota de Baja California lo llevó a ser fundamen-
talmente un observador de las batallas militares de la Revolución en su fase más
radical y a publicar desde Regeneración su obra literaria, cada vez con menor
incidencia política. Ricardo Flores Magón manifestó su internacionalismo opo-
niéndose al belicismo estadounidense y al chovinismo en su Manifiesto a los
trabajadores del mundo en 1918.
Flores Magón finalmente fue detenido, junto con Librado Rivera, por el go-
bierno yanqui debido a su oposición a la guerra. Solo pudieron acallar su pluma
revolucionaria y heroica mediante su asesinato en la cárcel, y volvió a México
muerto en enero de 1923.

60
Salvador Hernández Padilla, op. cit., p. 195.
82 Obertura de la Revolución Sergio Moissens
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 83

Los senderos de la Revolución: periodización y fases


Pablo Langer Oprinari

El objetivo del presente ensayo es realizar una interpretación del proceso revolucio-
nario iniciado en 1910, basándonos para ello en distintos trabajos historiográficos
publicados en las últimas décadas. Presentaremos una periodización de la Revolu-
ción Mexicana con la intención de mostrar que la misma estuvo caracterizada por
un claro antagonismo de clase, el cual tendió a cuestionar las bases del joven y atra-
sado capitalismo mexicano, y que no se detuvo en la consecución de reformas en
el régimen político. Para establecer esta periodización utilizaremos como criterios
la dinámica, los rasgos centrales y las acciones principales de la lucha de clases, así
como la correlación de fuerzas que se estableció en sus distintos momentos.

El antagonismo de clase y la dinámica de la Revolución Mexicana

Partimos de considerar que la Revolución Mexicana estuvo determinada por el


conflicto entre las clases de la sociedad de aquel entonces y que, si no adoptamos
esa perspectiva, dif ícilmente pueden comprenderse las transformaciones institu-
cionales y el curso de los acontecimientos políticos y militares. Si la noción de re-
volución en la teoría marxista supone la intensificación del antagonismo de clase y
el trastocamiento del orden establecido; y si su expresión aguda bajo el capitalismo
incluye las huelgas, los golpes de la reacción y las insurrecciones, hay que decir que
en el caso que nos ocupa adoptó una forma distintiva y particular: la emergencia
de grandes ejércitos nutridos por amplios sectores de las masas, confrontados en
una guerra civil. Esta diferencia notoria respecto a las características de las revo-
luciones clásicas ocurridas en el siglo XX1 no puede oscurecer la definición de la

1
Entendemos como revoluciones clásicas del siglo XX a aquellas que se dieron con un protagonismo de la
clase obrera –acompañada por otros sectores oprimidos y explotados del campo y la ciudad–, y de los mé-
todos de lucha y formas de organización surgidos del proletariado, tales como la huelga, la insurrección y los
organismos de democracia directa. Ejemplo de estas revoluciones clásicas son la Revolución Rusa de 1905
y la de 1917, los procesos acontecidos en Europa durante las décadas de 1920 y 1930 (como la Revolución
Española), los levantamientos insurreccionales en el Este europeo en la inmediata segunda posguerra, los
procesos revolucionarios de Argentina y Chile en los años setenta, por citar algunos de los casos más álgidos.
84 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Revolución Mexicana. El enfrentamiento militar expresó, de forma concentrada


y aguda, las confrontaciones entre las clases actuantes, entre sus programas y sus
perspectivas en el México de entonces, y ése es uno de los puntos centrales que
recorre nuestra interpretación. Aunque sin duda la destreza en la táctica militar,
aunado a ese factor tan complejo que es el azar, tienen un lugar clave en la historia
de la Revolución y actuaron en la contienda, las causas profundas del resultado
del proceso iniciado en 1910 no hay que buscarlas allí, sino en la dinámica de la
relación de fuerzas entre las clases y en la solidez, la potencialidad y los límites de
los proyectos políticos que aquéllas fueron capaces de poner en juego; lo cual es,
por otra parte, un elemento constituyente de toda guerra civil.

Como se plantea en la Introducción de este libro y en el ensayo “El país de Don


Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista”, el motor fundamental de la
Revolución fue el ansia de tierra de las masas rurales, que se constituyeron en
su principal protagonista. Desde el inicio, los sectores populares participantes
se nuclearon tras las banderas del antirreeleccionismo impulsado por Francisco
I. Madero, pero lo hicieron articulando la lucha contra la dictadura de Porfirio
Díaz con otras reivindicaciones ampliamente sentidas: en primer lugar la recu-
peración de las tierras y del usufructo de los recursos naturales expropiados por
los terratenientes, el rechazo frente al avasallamiento de las autonomías munici-
pales, y las demandas obreras tales como la reducción de la jornada laboral y el
mejoramiento de las condiciones de trabajo.
Si la reivindicación de tierra es, en los términos explicados por el marxismo,
una demanda de corte democrático-burgués2, en las condiciones del México de
inicios de siglo llevó a la confrontación entre los campesinos pobres y las clases
dominantes, y se constituyó como la diferencia antagónica entre los sectores ac-
tuantes en la Revolución. En torno a la misma se desplegó una perspectiva en po-
tencia anticapitalista del proceso revolucionario, que abrió una de las confronta-
ciones clasistas más violentas de la historia mundial durante la pasada centuria.

2
En la transición al capitalismo, la revolución burguesa en Europa tuvo por delante la realización de
ciertas tareas estructurales necesarias para eliminar el viejo régimen feudal, tales como la desaparición
de las aduanas internas y la organización de un mercado único, la unidad política nacional, y la liqui-
dación del latifundio, aunado a la creación de una clase de pequeños y medianos propietarios rurales.
Tareas estructurales similares fueron las que tuvieron por delante, en el siglo XIX, los países latinoame-
ricanos incorporados violentamente al mercado mundial y a la división internacional del trabajo, sin
haber dejado atrás las formas precapitalistas creadas en los siglos previos.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 85

Hay que remitirse a sus diferencias con las revoluciones democrático-burgue-


sas del pasado para entender la causa profunda de esta característica de la Revolu-
ción Mexicana. En éstas “El gigantesco esfuerzo que necesita la sociedad burguesa
para arreglar cuentas con el pasado sólo puede ser conseguido, bien mediante la
poderosa unidad de la nación entera que se subleva contra el despotismo feudal,
bien mediante una evolución acelerada de la lucha de clases dentro de esta nación
en vías de emancipación”3; en esos procesos emblemáticos del ascenso del reinado
del capital, la burguesía todavía podía asumir un rol subversivo y dirigente contra
el antiguo orden, resolviendo, a su manera, las demandas estructurales que moto-
rizaban la intervención de las masas populares. Sin embargo, en su análisis de las
revoluciones de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX, León Trotsky
planteaba que ya entonces, a partir de la maduración de las clases sociales carac-
terísticas del capitalismo, se ponía en un primer plano el carácter crecientemente
reaccionario de una burguesía económicamente dominante. En las revoluciones
de 1848 en Europa, la inmadurez política y social de los explotados y oprimidos
llevó a que las demandas de corte democrático no se pudieran realizar, por la
inexistencia de una nueva clase revolucionaria que asumiera el rol abandonado
por una burguesía demasiado preocupada en evitar la irrupción del proletariado.
Por su parte, el inicio del siglo XX planteó que, en los países de desarrollo atrasado
que no habían realizado aún su revolución democrático-burguesa, y que estaban
crecientemente bajo la égida de la dominación imperialista, las burguesías nacio-
nales ya no podían jugar ningún rol progresivo por sus compromisos con el capital
extranjero y la propiedad terrateniente. La extensión del reinado del capital en
todos los confines del globo era acompañado del surgimiento de una clase social
–el proletariado– que fue capaz de asumir un rol revolucionario aún en aquellos
países que ingresaron tarde a la égida del capitalismo, y de tomar en sus manos
la resolución de las tareas largamente postergadas. Este análisis, que es parte del
legado del marxismo revolucionario de las primeras décadas del siglo XX, brinda
elementos metodológicos fundamentales para comprender la historia de México,
y en particular la encrucijada histórica de 1910.

El accionar del sector burgués que en 1910 hegemonizó la dirección del movi-
miento estuvo signado por su interés en preservar el desarrollo del capitalismo en
México. Que para acceder al poder político tuviera que impulsar un alzamiento ar-
mado ante la intransigencia porfirista, no cambia el hecho de que la intención del

3
León Trotsky: La teoría de la revolución permanente (compilación de escritos de León Trotsky), Bue-
nos Aires, CEIP “León Trotsky”, 1999, 1a. ed., p. 77.
86 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

maderismo era limitarse a reformas políticas y a asegurar el predominio del sector


social que representaba –en particular de las facciones dominantes del norte del
país–, como expresó el Plan de San Luis, sobre el cual luego nos detendremos.
Como afirmaba José Revueltas, la burguesía mexicana “[…] desde Don Lucas
Alamán hasta los tiempos de don Porfirio, bajo cuya dictadura pudo medrar tan
apaciblemente, sus ligas con los gobiernos conservadores, a lo largo de la historia
del país, testimonian que se ha tratado de un núcleo social reaccionario”4.
Lejos de existir una burguesía urbana antagónica a los latifundistas, predo-
minaba una profunda imbricación entre la propiedad terrateniente, el capital
extranjero y los grandes propietarios en los sectores de la producción y de la ex-
tracción de materias primas; por otra parte, desde el clan Madero hasta el núcleo
dirigente del constitucionalismo, eran grandes propietarios de tierra o provenían
de los sectores acomodados del campo. Como consecuencia de esto, las distintas
fracciones políticas y militares de la burguesía se opusieron, en todo momento, a
la resolución íntegra de las demandas agrarias, en la medida que esto implicaba
atacar al latifundio y poner así en tela de juicio un desarrollo capitalista donde la
propiedad de la tierra era uno de sus elementos constitutivos.
Esto es fundamental para entender por qué el proceso iniciado en noviembre
de 1910 no pudo ser congelado en las reformas políticas; por el contrario, los po-
sicionamientos antagónicos en torno a la cuestión agraria se constituyeron como
la clave estructural de los acontecimientos de esos años. Y se tradujeron en la cre-
ciente extensión y explosividad de una Revolución que inició bajo el cobijo del
llamado de un ala de la clase dominante y se radicalizó más tarde, expresándose
esto en la lucha que dio la fracción más avanzada del campesinado, primero contra
Díaz, luego contra Madero, más tarde contra Huerta y finalmente contra Carranza
y Obregón, poniendo en cuestión los cimientos del capitalismo mexicano.
Ante el conservadurismo de las direcciones políticas burguesas, el campesi-
nado5 y en particular los sectores organizados en los ejércitos de Villa y Zapata,
tendieron a actuar como una fuerza social independiente. La mayor muestra de
ello fue el surgimiento del Ejército Libertador del Sur, constituido a partir de los
pueblos de Morelos y de las zonas bajo influencia zapatista en estados aledaños, así
como la adopción de una perspectiva programática plasmada en el Plan de Ayala
y, después, en las distintas leyes agrarias emanadas del poder zapatista, como la

4
José Revueltas: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Era, 1980, p. 139.
5
Como planteamos en el ensayo “El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista”, el
campesinado mexicano de los tiempos de la Revolución englobaba a una masa heterogénea que incluía,
entre otros, a los pequeños productores, a los pobladores rurales que realizaban de forma independien-
te distintas faenas en relación al trabajo agropecuario, así como a los peones acasillados.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 87

que promulgó Manuel Palafox en 1915. Ésta fue la dinámica que asumió la par-
ticipación de amplias franjas de los explotados del campo, y que tuvo su máxima
expresión en la Comuna de Morelos, donde se impuso la expropiación de los lati-
fundistas y la desaparición de los mismos como clase, así como la expropiación de
los ingenios y otras industrias vinculadas de forma directa a la agricultura.
Mientras que las direcciones radicales como el zapatismo y el villismo fueron
impulsadas por las masas rurales a intentar la resolución de sus demandas por
la vía de la ruptura violenta de la legalidad burguesa, tal como se expresó en las
ocupaciones de tierras y en las expropiaciones de los hacendados, las fraccio-
nes encabezadas por representantes de la burguesía y la pequeñoburguesía pre-
tendieron imponer distintas soluciones que tenían en común la contención del
proceso revolucionario, con el objeto de no resolver la cuestión agraria. Esto fue
compartido por el maderismo, el carrancismo y el obregonismo; estos últimos,
fueron las dos principales fuerzas actuantes desde 1913 dentro del constitucio-
nalismo, que apostaron a recomponer la dominación burguesa, después que el
torbellino campesino aniquiló al Ejército Federal a mediados de 1914 y destrozó
las instituciones del porfiriato preservadas por el gobierno de Madero.

De acuerdo con lo expuesto aquí, consideraremos la existencia de dos grandes


fases de la Revolución, con sus respectivos periodos o subfases.

De la rebelión antiporfirista a la generalización de la Revolución: esta primera


fase inicia con el alzamiento del 20 de noviembre de 1911 y se prolonga hasta
la toma de Zacatecas, a fines de junio de 1914, por parte de la División del
Norte de Francisco Villa.
De la confrontación en el bloque antihuertista a la derrota de los ejércitos
campesinos: esta segunda fase de la Revolución comienza con el derrumbe
del viejo Ejército Federal y se extiende hasta la institucionalización de la Re-
volución, con el triunfo de Carranza y Obregón.

Primera fase de la Revolución


De la rebelión antiporfirista a la generalización de la Revolución

La primera fase se caracterizó por:

Una confrontación militar que atravesó distintos momentos, y que estuvo


dada fundamentalmente por el choque entre un amplio bloque antiporfirista
y los sectores que fueron hegemónicos bajo el viejo régimen; al cobijo de lo
88 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

cual entraron a la lucha sectores cada vez más amplios de las masas.
La continuidad inestable, durante los sucesivos gobiernos, del Estado bur-
gués proveniente del porfirismo y de sus instituciones fundamentales.
En ese contexto, el surgimiento de un ala radicalizada: el zapatismo, que en-
tró en pugna con el gobierno de Madero y fue la máxima expresión del anta-
gonismo de clase entre el campesinado pobre y las distintas fracciones de la
burguesía en el poder. La emergencia del zapatismo se convirtió en un punto
de inflexión que marcó la dinámica revolucionaria del proceso histórico, y
adelantó la confrontación que en los años siguientes enfrentó a los ejércitos
campesinos radicales con el constitucionalismo.

En las páginas siguientes consideraremos los siguientes periodos, como par-


te de esta primera fase:

Inicia la rebelión. Del alzamiento maderista a los acuerdos de Ciudad Juárez.


El periodo maderista. De la transacción con el porfirismo al golpe contrarrevo-
lucionario de Victoriano Huerta.
Se generaliza la guerra civil. La lucha del constitucionalismo y el zapatismo
contra el Ejército Federal.

Inicia la rebelión:
del alzamiento maderista a los acuerdos de Ciudad Juárez

El primer momento de este periodo empieza entonces con el llamado del


Plan de San Luis Potosí por parte de Francisco I. Madero, ex candidato presi-
dencial y líder de la oposición antirreeleccionista, convocando a la insurrección
nacional contra Porfirio Díaz.
Para comprender la dinámica que llevó a que amplios sectores de la población
–incluyendo franjas de las clases dominantes– se rebelasen contra Díaz, hay que
considerar los acontecimientos ocurridos en los años previos y en particular la
crisis de 1907, que agudizó las contradicciones económicas, políticas y sociales.
Desde mediados de la primera década del siglo, se desarrolló una inesta-
bilidad económica internacional que golpeó al México porfirista, el cual había
registrado, en el periodo previo, importantes índices de crecimiento, particular-
mente en la industria y las exportaciones, constituyéndose como una economía
orientada hacia el mercado externo y fuertemente desequilibrada. Desde 1905
se desplegó una crisis monetaria, que se combinó en 1907 con la que atravesó el
sistema bancario y crediticio, lo cual fue prolongación de la crisis internacional
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 89

con epicentro en Wall Street, que afectó a muchos hacendados y los decidió a
volcarse a la oposición al gobierno. Como plantea un autor, “[…] la adopción
del patrón oro, seguida por el pánico monetario de 1907 en Estados Unidos y
una declinación del precio de las exportaciones, provocaron una reducción del
ingreso nacional, que a su vez exigió nuevos préstamos exteriores, echando al
mismo tiempo una pesada carga sobre las instituciones financieras del país”6.
Bajo esta situación volátil el ministro de Hacienda, José Yves Limantour,
convocó a una conferencia nacional de banqueros a inicios de 1908, e impulsó
la aprobación de una nueva ley bancaria, que entre otras cuestiones buscaba
“corregir algunas de las prácticas peligrosas y a impulsar el establecimiento de
bancos de inversión e hipotecarios”7. En 1910, ante la amenaza de que se de-
rrumbase el sistema financiero, Limantour se abocó a la búsqueda de nuevos
préstamos en Europa. Sin embargo, estas medidas no podían resolver las impor-
tantes contradicciones estructurales de una economía cuyos sectores dinámicos
se orientaban a la exportación, y que se acrecentaban por la crisis internacional.
La crisis económica profundizó los padecimientos de las mayorías urbanas y
rurales: aumento de las importaciones, incremento de los precios de los productos
agrícolas y de consumo básico, y crecimiento del desempleo, lo cual no hizo más
que incentivar el descontento con las políticas previamente desarrolladas por el
gobierno. Ése fue el trasfondo de las rebeliones y luchas obreras de Cananea, Río
Blanco y San Luis Potosí, del apoyo al maderismo por parte de la clase trabajadora,
así como del despertar de las huelgas después de la caída de Porfirio Díaz.
Por la importancia que revistió en el proceso revolucionario, nos detendre-
mos en los efectos que todo esto tuvo en el norte del país. Durante el porfiriato,
esta región se convirtió en el pilar de la “modernización” capitalista a través de la
industria extractiva, la producción algodonera y la explotación del petróleo. Sin
embargo, los métodos asumidos por el régimen político para conducir este pro-
ceso, acarrearon profundas contradicciones e importantes choques con distintos
sectores de la sociedad norteña, que se acrecentaron durante la primera década
del siglo. La expropiación de las tierras en beneficio de los grandes latifundistas
y de las compañías extranjeras colonizadoras, no sólo se ejerció en contra de los
pueblos indígenas (como los yaquis y mayos en Sonora), sino también sobre las
tierras anteriormente otorgadas a los antecesores de los pobladores criollos de
la región: los colonos militares, que resguardaron la expansión de la frontera en
detrimento de los pueblos originarios.
Explicando las características que llevaron a convertirse a Chihuahua y Du-

6
Charles C. Cumberland, Madero y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 8va. ed., 1999, p. 21.
7
Ibidem, p. 22.
90 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

rango en los focos fundamentales de la rebelión contra Díaz, el historiador Pedro


Salmerón planteaba que “[…] La población aumentó, los pueblos perdieron su
independencia política, las propiedades de los rancheros fueron gravadas por los
tasadores de impuestos y no faltó quien emigrara hacia las minas de la sierra, las
factorías de Chihuahua o los campos agrícolas de California”8.
Al mismo tiempo, el gobierno central atacaba el poder de algunas de las
grandes familias de estos estados y favorecía a otras, imponiendo administra-
ciones claramente disciplinadas a sus intereses, como fue por ejemplo el caso
de Nuevo León o de Chihuahua. Estas medidas tuvieron también el efecto de
limitar los caminos para la promoción y el ascenso social de las clases medias.
Esto es un factor importante para entender el enrolamiento de sectores de estas
clases en las rebeliones contra Porfirio Díaz y Victoriano Huerta9.
En Durango, en el periodo porfiriano se establecieron las que fueron las dos
haciendas más grandes del estado, cuya expansión se dio a expensas de las tie-
rras comunales y que conservaron varios pueblos insertos en su extensión. Los
conflictos protagonizados por los pueblos están ampliamente documentados por
diversos trabajos historiográficos, en los cuales se evidencia tanto la lucha contra
la imposición de las autoridades locales, como el conflicto por la tierra y el uso de
agua contra los gobiernos estatales y las grandes haciendas. Si bien en los años
previos a 1910 estos conflictos no traspasaron la forma de rebeliones locales, el
descontento que proliferó frente a las medidas de la administración porfirista y
que englobó a amplios sectores de la sociedad norteña, se expresó en la dinámica y
las características que adquirió el proceso revolucionario en la región, y muy parti-
cularmente en los sectores sociales que tomaron parte de la rebelión en los estados
del norte10. Para aquellos, el antirreeleccionismo se convirtió en el instrumento
con el que expresaron su descontento con la apropiación de tierras y la autoritaria
designación de las autoridades11. De igual forma, en Chihuahua y Durango, por
ejemplo, las consecuencias económicas y sociales de la crisis de 1907 sobre los
trabajadores rurales y urbanos, provocaron un crecimiento del magonismo y de las
sociedades mutualistas12, todo lo cual fue un nutriente del proceso revolucionario.

8
Pedro Salmerón, La División del Norte, México, Planeta, 1era. ed. 2da. reimp., 2008, p. 40.
9
Aclarando que, como explicamos más adelante, la composición social de las guerrillas y ejércitos nacidos en
Coahuila, Sonora o Chihuahua-Durango fue distinta, de igual forma que la extracción social de sus mandos
superiores e intermedios. Para la División del Norte ver Pedro Salmerón, op. cit. Para el Ejército del Noroeste
ver Héctor Aguilar Camín: La frontera nómada / Sonora y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 1981.
10
Según Pedro Salmerón, pueden encontrarse a muchos de los participantes de las revueltas locales de
1909 en las fuerzas organizadas en torno a Francisco Villa a fines de 1910 y 1911.
11
Pedro Salmerón, op. cit., p. 131.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 91

Si durante las primeras décadas del porfiriato la hegemonía del gobierno so-
bre las clases dominantes y los sectores medios del país se basó en el éxito del de-
sarrollo capitalista, en el crepúsculo del dictador esto se trocó en descontento e
incentivó las tendencias antirreeleccionistas ya existentes desde inicios de siglo.
Concluyendo, podemos decir que la crisis económica y social abierta en el
México de inicios de siglo llevó a una verdadera crisis del régimen de dominio
porfirista, expresada en una aguda disputa al interior de las clases dominantes y
en particular en la confrontación entre el porfirismo y el maderismo. Siguiendo
la dinámica clásica de las revoluciones sociales contemporáneas, lo insoporta-
ble de la situación económico-social para las masas, junto a las contradicciones
desplegadas en el seno de las clases dominantes, fue la condición necesaria para
la entrada en escena, a partir del pronunciamiento de Madero y ocupando el
proscenio de la historia, del México bronco y profundo, abriendo una dinámica
revolucionaria de casi una década.

En este contexto más general, dos acontecimientos fueron claves para empujar a
la oposición política a Francisco I. Madero, quien era un rico hacendado nacido
en Coahuila, proveniente de uno de los clanes familiares más influyentes de la
región lagunera. Por una parte, el ataque de enero de 1902 en San Luis Potosí,
contra el Club Ponciano Arriaga, una organización liberal opositora y, un año des-
pués, la represión por parte de Bernardo Reyes, gobernador porfirista de Nuevo
León, sobre los sectores opositores del estado. A partir de esto, Madero comenzó
a apoyar y tomar parte en distintos movimientos de oposición y durante un corto
período se vinculó al Partido Liberal Mexicano de Ricardo Flores Magón, del cual
terminó distanciándose por la radicalización política de éste. Los primeros reveses
electorales sufridos en el terreno local y las persecuciones contra los opositores no
cambiaron la perspectiva del coahuilense, que se centró en un cambio reformista y
en la condena de cualquier orientación revolucionaria, aduciendo que ésta le daría
excusas al gobierno federal para endurecer sus acciones. Tampoco hizo cambiar su
moderación la actitud de Porfirio Díaz, quien luego de haber dejado entrever, en la
entrevista concedida al periodista estadounidense James Creelman en febrero de
1908, la posibilidad de no presentarse para un nuevo mandato, anunció tres meses
después que buscaría la reelección en 1910.

12
Las sociedades mutualistas, primeros intentos de organización gremial de la clase obrera, levantaron
programas por reivindicaciones laborales como la disminución de las horas de trabajo, el aumento
salarial o la mejora en las condiciones sanitarias.
92 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Desde 1906, Madero fue tejiendo una amplia red política y social entre hacenda-
dos, intelectuales y periodistas fundamentalmente del norte y centro del país. En los
inicios de 1909 hizo pública su postura en su libro La sucesión presidencial en 1910
que daba sustento ideológico y político a su accionar. Como explicaba Charles Cum-
berland, un autor que simpatizaba ampliamente con Madero, aquél “[…] apenas
mencionaba los males sociales y económicos, insistía mucho más en la necesidad de
libertad de sufragio, no reelección para los altos cargos públicos y rotación en los car-
gos. Madero no pasaba por alto las necesidades sociales, pero creía que había tiempo
suficiente para enfrentar esos problemas una vez que mejoraba la situación políti-
ca”13, esto al mismo tiempo que condenaba la revolución como medio de cambio.
A partir de ello, comenzó una intensa labor para organizar una fuerza política
de oposición. El objetivo de Madero se orientaba a ejercer presión sobre la admi-
nistración porfirista hacia las elecciones de 1910 –y para ello la organización de
un partido político legal era un paso fundamental–, a fin de que ésta permitiese
“elecciones relativamente libres para la vicepresidencia, las gubernaturas, las pre-
sidencias municipales y el Congreso”14; además, como muchos en ese momento,
consideraba que la avanzada edad del dictador abría la posibilidad de una sucesión
natural y una democratización paulatina del sistema político, lo cual volvía funda-
mental el acceso a la vicepresidencia.
De esta forma, en mayo de 1909 se constituyó primero el Club Central Anti-
rreeleccionista y luego el Centro Antirreeleccionista de México, bajo el credo de
no a la reelección, iniciando el proceso de organización política que llevó primero
a la edición del periódico El Anti-Reeleccionista; y en abril de 1910 a la creación
del Partido Nacional Antirreeleccionista y a la designación de Francisco I. Madero
como candidato a la presidencia.
En ese contexto, el gobierno tuvo que lidiar con las aspiraciones de Bernardo
Reyes, que organizó un movimiento político que presionó para obtener su candi-
datura a la vicepresidencia, compitiendo en esto con Ramón Corral, quien ocupaba
ese cargo desde 1904. Una vez que Reyes fue obligado a retirarse de la contienda y
partir en un viaje de estudios militares a Europa en octubre de 1910, y ante el hecho
de que el maderismo cobró fuerza, nutrido además por el apoyo de un sector de los
reyistas, el gobierno comenzó a preocuparse por la candidatura del coahuilense.
Todavía el 15 de abril de 1910, y en aras de encontrar una salida reformista y no
violenta al conflicto con el gobierno, Madero intentó llegar a un acuerdo con Díaz,
anunciando que dicho pacto podría incluir su renuncia a la candidatura. Esto no
encontró una respuesta positiva por parte del gobierno, que en mayo intensificó las

13
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 73.
14
Ibidem, p. 74.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 93

persecuciones, el encarcelamiento de partidarios de Madero, y la prohibición de


varios actos públicos de éste en Coahuila, San Luis Potosí, Nuevo León y Aguasca-
lientes. Entretanto, Madero radicalizó su discurso, atacando públicamente a Porfi-
rio Díaz, hasta que en junio fue detenido y encarcelado. Puesto bajo libertad con-
dicional después del triunfo de Díaz, escapó a Estados Unidos. La confirmación del
triunfo de Díaz-Corral por parte del Congreso el 5 de octubre de 1910 empujó a
Madero a proclamar de manera tardía la necesidad de la insurrección y a publicar
el Plan de San Luis Potosí, que, aunque fechado en esa ciudad, fue redactado mien-
tras el coahuilense se encontraba exiliado en territorio estadounidense.

El Plan de San Luis denunciaba al régimen político por estar supeditado a los dic-
tados de Porfirio Díaz y planteaba, como sus objetivos fundamentales: “[…] los
principios de SUFRAGIO EFECTIVO Y NO REELECCIÓN, como únicos capaces de sal-
var a la república del inminente peligro con que la amenazaba la prolongación de
una dictadura cada día más onerosa, más despótica y más inmoral”15. Después de
afirmar la imposibilidad de acceder al gobierno mediante las vías institucionales,
Madero declaraba: “[…] ilegales las pasadas elecciones, y quedando por tal motivo
la república sin gobernantes legítimos, asumo provisionalmente la Presidencia de
la república, mientras el pueblo designa conforme a la ley sus gobernantes. Para
lograr este objeto es preciso arrojar del poder a los audaces usurpadores que por
todo título de legalidad ostentan un fraude escandaloso e inmoral”16 y realizaba un
llamamiento al levantamiento nacional para el 20 de noviembre de 1910 a las 18
horas. Entre los puntos específicos que deberían normar el levantamiento y la de-
posición del dictador, se reconocían como vigentes todas las leyes y normas de la
administración porfirista, “a excepción de aquellas que manifiestamente se hallen
en pugna con los principios proclamados en este Plan”17. Madero se comprome-
tía a aceptar “como válidos todos los acuerdos anteriores suscritos con gobiernos
y empresas extranjeras”18 y a aceptar toda la responsabilidad por los perjuicios
causados a personas o bienes de los países que le otorgaran su reconocimiento19.
Mientras se planteaba que luego de la caída de Díaz se pondrían en libertad a todos
los presos políticos, el plan sostenía, en el punto 3, su única reivindicación social:

15
500 años de México en documentos. “Plan de San Luis”, versión facsimilar, <http://www.bibliotecas.
tv/zapata/1910/plan.html>. Consultado el 5 de julio de 2010.
16
Idem.
17
Idem.
18
Idem.
19
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 153.
94 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

[…] Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su


mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, por acuerdo de la Secretaría
de Fomento, o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia
restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan
arbitrario, se declaran sujetas a revisión tales disposiciones y fallos, y se les exigirá a
los que los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan
a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los
perjuicios sufridos. Sólo en caso de que esos terrenos hayan pasado a tercera persona
antes de la promulgación de este Plan, los antiguos propietarios recibirán indemniza-
ción de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo20.

Este punto, cuya concreción sería luego negada de forma sistemática por Ma-
dero desde el gobierno, fue el señuelo que logró congregar en torno al hacendado
lagunero el apoyo de amplios sectores populares y en particular de las masas rurales.
El Plan de San Luis estaba orientado, fundamentalmente, a lograr una reforma
política, imponer nuevas reglas y garantizar la integración al poder de los sectores
de las clases dominantes marginados por Porfirio Díaz y la élite de los científicos.
La vía armada fue, más que una convicción del maderismo, una consecuencia no
deseada del hecho de que el dictador cerró toda posibilidad de transacción con
la fracción representante de los hacendados del norte del país y de otros sectores
acomodados. Centrado en la reforma de las instituciones del régimen de dominio,
el Plan expresaba el interés de sus redactores en preservar el orden social imperan-
te, limitándose a ofertar de forma vaga algunas concesiones en torno a la cuestión
agraria. Como eventualmente lo mostraron los acuerdos de Ciudad Juárez, el ob-
jetivo era imponer una transacción con el “antiguo régimen”, utilizando como base
social de maniobra a sectores populares descontentos con el porfiriato, y de nin-
guna forma apostaba a iniciar un proceso revolucionario como el que se desplegó.

A partir del llamamiento del Plan, los primeros intentos militares de Madero
–como el cruce a territorio mexicano por San Antonio– fracasaron. Esto había
sido antecedido por varios golpes propinados por el gobierno, como en Puebla,
donde el líder de la insurrección, Aquiles Serdán, fue descubierto y asesinado an-
tes del 20 de noviembre de 1910. La poca preparación del levantamiento y los es-
casos éxitos militares durante fines de noviembre y el mes de diciembre parecía
que lo llevarían al fracaso; a pesar de esto, comenzaron a ponerse en movimiento
innumerables partidas y grupos de insurrectos en distintos puntos del país.

20
Plan de San Luis, op. cit.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 95

Es de destacar la incorporación del movimiento obrero, a través de su par-


ticipación en los comités maderistas. El 1 de mayo de 1910 (varios meses antes
de la publicación del Plan de San Luis) se convirtió en una movilización anti-
rreeleccionista de más de 5 mil trabajadores, con numerosas representaciones
mutualistas21. Particularmente en el centro del país, los trabajadores fueron base
importante del maderismo y tuvieron un rol destacado en el alzamiento de no-
viembre, como reseña Ramón Eduardo Ruiz22. Durante los meses siguientes, la
participación en la Revolución de los trabajadores (fabriles, de obrajes y artesa-
nos entre otros sectores) estuvo signada por el apoyo y la simpatía por la direc-
ción burguesa maderista, lo cual constituyó una característica de este inicio de la
participación obrera en la Revolución.

En Chihuahua, las primeras partidas militares se organizaron encabezadas por


Francisco Villa y Pascual Orozco. Es evidente la relación que se estableció entre
los conflictos de los años previos en Chihuahua y Durango y el inicio de los le-
vantamientos:

[…] estos conflictos de viejo cuño y de reciente factura convirtieron a la región en


un foco revolucionario de gran potencial en las postrimerías del porfiriato: no es ca-
sualidad que los caudillos de la rebelión en Cuencamé (Durango), Calixto Contreras
Espinosa y Severino Ceniceros Bocanegra, fueron, con Toribio Ortega y Porfirio Tala-
mantes, los de mayor y más clara vocación agrarista en las filas del villismo23.

La acción militar de Pascual Orozco fue fundamental, moviéndose por todo


el occidente del estado, y generando enfrentamientos constantes con las fuerzas
federales durante los meses siguientes. A fines de noviembre Villa y Orozco, res-
pectivamente, capturaron Guerrero y San Andrés. En tanto que los magonistas de
Chihuahua también realizaron importantes acciones, como la toma de Galeana.
Iniciando el año de 1911, el levantamiento cobró nuevos bríos. A pesar de
que las acciones militares comandadas de manera directa por Madero no logra-
ron cambiar la relación de fuerzas con el gobierno24: “[…] La Revolución, recupe-
rando el aliento después del primer choque […] (se mantenía) en la continuada

21
José Villaseñor: “Entre la política y la reivindicación”, p. 223, en Juan Felipe Leal y José Villaseñor, En la
Revolución (1910-1917), “La clase obrera en la historia de México”, México, Siglo XXI, 1988.
22
Ramón Eduardo Ruiz: La Revolución Mexicana y el movimiento obrero 1911-1923, México, Era, 1976, p. 22.
23
Pedro Salmerón, op. cit., pp. 155 y 156.
24
La primera acción liderada por el coahuilense en territorio mexicano, en febrero de 1911, con el
intento de tomar Casas Grandes, fue derrotada por el Ejército Federal.
96 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

resistencia de Orozco, Villa, José de la Luz Blanco y otros líderes en el norte (que
así) estimulaban movimientos en otras regiones del país”25.
En estos meses surgieron y realizaron sus primeras acciones de armas los
núcleos que luego, en 1913, fueron parte de los ejércitos constitucionalistas que
en toda la región enfrentaron al golpe de Estado de Victoriano Huerta.
Mientras tanto, en Nueva York se desarrollaban los intentos de negociación
entre los representantes del gobierno y los maderistas. Díaz, que sólo reaccionó
de forma tardía, anunció un cambio de gabinete y un programa de reformas polí-
ticas y sociales, lo cual significó un reconocimiento en los hechos de la importan-
cia del movimiento revolucionario y fortaleció a los maderistas; desde marzo, las
fuerzas antiporfiristas ocupaban numerosas ciudades en todo el territorio.
Estamos ante un primer momento del proceso abierto en 1910, donde al
cobijo del llamado de un sector de las clases dominantes, y tras la forma de las
partidas guerrilleras que van cobrando una influencia cada vez mayor, lo que se
expresaba era la incorporación de amplios sectores de las masas a la rebelión26.
Éste fue sin duda el factor activo que evitó que el levantamiento maderista fraca-
sara de manera estrepitosa y pasara, sin mayores preámbulos, a ocupar un lugar
secundario en la historia.
El crecimiento del movimiento armado contra el gobierno y la incorporación
de sectores populares del campo y la ciudad, marcaba un punto de no retorno
para Porfirio Díaz, y mostraba la existencia de un amplio frente de oposición
que cruzaba a las clases populares, a las clases medias urbanas y a sectores de las
clases dominantes.
En este momento ya emergían los dos centros político-militares que ac-
tuaron durante los 7 años siguientes de la Revolución: Chihuahua y Morelos.
Ya planteamos brevemente los antecedentes del estado del norte; en el caso de
Morelos, durante los años previos, la lucha frente a los atropellos de los latifun-
distas se había combinado con el enfrentamiento político y electoral contra los
candidatos oficiales a la gubernatura, en lo cual habían participado varios de los
que luego destacarían como dirigentes revolucionarios. En el estado sureño, el
11 de marzo de 1911 se levantó Emiliano Zapata en Villa de Ayala, quien había
reemplazado a Pablo Torres Burgos, asesinado por el ejército, como jefe de los
partidarios de Madero en el estado. El 25 de marzo, “catorce jefes insurgentes de
Morelos, Puebla y Guerrero acordaron formar el Ejército Libertador del Sur”27,

25
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 148.
26
Esta influencia golpeó la moral del ejército, así, hay que considerar el complot de Tacubaya, protago-
nizado por sectores jóvenes de la oficialidad.
27
Francisco Pineda Gómez: La Revolución del sur 1912-1914, México, Era, 2005, p. 29.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 97

eligiendo a Zapata como jefe, y algunas semanas después ya eran alrededor de


5 mil milicianos armados. Y el 20 de mayo, en una importante acción política y
militar, fue tomada Cuautla, donde establecieron su cuartel general.
En Chihuahua, entretanto, desde mediados de abril se encontraba sitiada Ciu-
dad Juárez por parte de las fuerzas de Orozco y Villa. A pesar de los intentos de
Madero por prolongar una tregua con el Ejército Federal que ocupaba la plaza,
Villa y Orozco presionaron y realizaron la acción de armas más importante hasta
el momento, tomando la ciudad el 10 de mayo y conquistando para el maderismo
un punto fronterizo cuya importancia la daba el acceso al mercado de armas de
Estados Unidos. La significación de la toma de Ciudad Juárez excede sin duda a
su importancia militar; la misma marcó un punto crucial en el desmoronamiento
progresivo de un régimen crecientemente aislado y carcomido, y mostró la in-
capacidad del Ejército Federal para neutralizar la rebelión. A partir de entonces
se aceleraron los acontecimientos “[…] en todos los estados había centenares de
pequeños grupos en armas; innumerables jefes, que representaban a millares de
hombres, solicitaban información e instrucciones […]”28, en tanto que numerosas
ciudades y pueblos en una gran parte de los estados del país estaban bajo el con-
trol de los rebeldes, indicando la extensión nacional del levantamiento.
Esto era visualizado claramente por el gobierno nacional. Según Pedro Sal-
merón, aunque la dimensión fue menor a la que asumió la posterior rebelión
contra Huerta en 1913, la multiplicación de acciones estaba poniendo en jaque
al Ejército Federal29. En ese punto, como dice Adolfo Gilly, “[…] tanto Díaz como
Madero comprendieron la doble advertencia del Norte y del Sur: había que llegar
a un acuerdo, antes de que la guerra campesina pasara por encima de ellos”30.

Los acuerdos de Ciudad Juárez, suscritos el 21 de mayo entre el negociador del


gobierno y los representantes de Madero, establecieron la renuncia de Porfirio
Díaz, y la asunción de un gobierno interino encabezado por Francisco León de
la Barra, el anterior Ministro de Relaciones Exteriores, garantizando el desarme
de las fuerzas insurrectas. Se trataba de un pacto para encarrilar la transición
política y el recambio del personal gubernamental, conteniendo el proceso revo-
lucionario y a los caudillos emergentes con base popular, y manteniendo intacto
el aparato estatal.

28
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 167.
29
Pedro Salmerón, op. cit., p. 230.
30
Adolfo Gilly: La Revolución interrumpida / México 1910-1920: una guerra campesina por la tierra y
el poder, México, Ediciones El Caballito, 7ma. ed., 1980, p. 47.
98 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

El punto 3 del Plan de San Luis era sin duda el más sentido por las masas; el
grito de “Abajo haciendas arriba pueblos” proclamado por los zapatistas en Villa
de Ayala sintetizaba que el campesinado había entrado a la Revolución enarbo-
lando sus propias demandas y que no aceptaría fácilmente que ésta se limitara
a cambios formales en las instituciones. Por detrás de la transacción maderista
con el antiguo régimen estaba el temor de clase a que su movimiento en pos de
una reforma política derivase en una movilización de masas sin precedentes. La
frase que se le atribuye a Porfirio Díaz poco antes de emprender el exilio, mues-
tra el olfato de clase del líder burgués ante lo que luego acontecería: “Madero ha
soltado un tigre; veremos si puede manejarlo”31.

La dif ícil transición

Desde el inicio del interinato de Francisco León de la Barra, Madero dejó es-
tablecido que respetaría los acuerdos de Ciudad Juárez. Esto lo llevó incluso a
enfrentar a algunos de sus partidarios, que exigían el cumplimiento inmediato
del Plan de San Luis, acelerando la asunción del coahuilense como presidente. La
intención de Madero era obtener la colaboración de sectores del viejo régimen
en la tarea de estabilizar el país, lo cual se expresó en el gabinete, negociado entre
Madero y De la Barra. Como describe Cumberland, “[…] de los cargos importan-
tes llenados en los primeros días del gobierno interino, cuatro correspondieron
a revolucionarios leales, tres a hombres de tendencias conservadoras aunque
sin relación alguna con el régimen de Díaz, y sólo dos a hombres vinculados a la
dictadura. El gabinete representaba en gran medida al nuevo orden”32.
Podríamos decir que lo que en realidad expresaba era la colaboración entre
antiguos porfiristas y maderistas para “pacificar” el país. Madero mantenía intac-
tas las instituciones del antiguo régimen y al Ejército Federal, que era el pilar del
estado burgués, incorporando al gobierno a sectores provenientes del porfirismo.
El ingreso de Madero a la Ciudad de México, a mediados de junio, moti-
vó una recepción multitudinaria; según algunos cálculos, alrededor de 100 mil
personas salieron a las calles. Mientras tanto, esto estuvo precedido por los es-
cándalos de corrupción en los que se vio envuelto su hermano Gustavo y funda-
mentalmente por el hecho de que:

31
Citado en Charles C. Cumberland, op. cit., p. 176.
32
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 179.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 99

[…] ya habían empezado a reaparecer las fuerzas de la reacción y el partido revolucio-


nario mostraba síntomas de desintegración. Madero fue criticado amargamente por
los antirreyistas por haber autorizado el regreso de Bernardo Reyes inmediatamente
después del triunfo de la revolución. Otra parte de la población lo criticaba por permi-
tir que el Ejército Federal permaneciera idéntico a la vez que insistía en que las fuerzas
revolucionarias fueran licenciadas lo antes posible33.

En el seno del maderismo, se oponían al licenciamiento y propugnaban la


creación de cuerpos irregulares paralelos al ejército federal varios gobernadores
del norte del país –Abraham González en Chihuahua, José María Maytorena en
Sonora y Venustiano Carranza en Coahuila– así como el Secretario de Goberna-
ción, Emilio Vázquez Gómez. Éste, que junto a su hermano Francisco había sido
el sector moderado del antirreeleccionismo en la lucha contra Díaz, aparecía
ahora como el ala radical que presionaba por la realización del Plan de San Luis.
Madero, para disciplinar a sus partidarios, disolvió el Partido Nacional Anti-
rreeleccionista y llamó a formar el Partido Constitucional Progresista.

Pero la principal preocupación de Madero y De la Barra era contener el proceso


revolucionario en el Norte y el Sur, y evitar que las masas agrarias protagonizaran
tomas de tierras. En Chihuahua, las primeras fricciones ya habían aparecido con
la designación de Carranza como Secretario de Guerra y Marina, el cual era visto
por las fuerzas de Orozco y Villa como un personaje vinculado al porfirismo y al
reyismo. Los reclamos provenientes de las filas insurgentes en torno a la cuestión
agraria fueron acallados por Madero, para quien era prioritaria la desmovilización
y el desarme de las mismas.
Madero licenció a una fracción de las fuerzas revolucionarias (Orozco fue nom-
brado jefe de las tropas rurales y Villa incorporado como oficial honorario al ejército
federal), y eso generó un descontento que emergió después en la rebelión de los colora-
dos. En estas circunstancias, ya desde el 24 de mayo el Partido Liberal Mexicano (PLM)
llamó a continuar la lucha contra Madero: “[…] no conspiréis contra vosotros mismos.
Deshaceos de vuestros jefes de cualquier manera y enarbolad la bandera roja de vues-
tra clase, inscribiendo en ella el lema de los liberales: Tierra y Libertad”34.
Tras este manifiesto, en los meses de junio a agosto, distintos destacamentos de
militantes del PLM se levantaron en Chihuahua. Entretanto, en distintos puntos de
ese estado y de Durango –como en Cuencamé– se desarrollaron tomas de tierra.

33
Ibidem, p. 184.
34
Pedro Salmerón, op. cit., pp. 269-270.
100 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Una de las primeras acciones de Madero al llegar a la Ciudad de México, fue


una gira por Morelos, donde el objetivo era efectuar un reconocimiento de las
fuerzas del Ejército Libertador del Sur y convencer a Zapata de que desarmase
a sus tropas a cambio de la promesa de resolver después las demandas agrarias.
Sin embargo, los zapatistas se resistían a ello, y de forma constante sufrían las
provocaciones por parte del Ejército Federal. El 30 de agosto estalló la rebelión
contra el gobierno interino, y se dio la toma de la hacienda de Chinameca. Cuan-
do al final llegó al gobierno “ […] la única concesión que Madero estaba dispues-
to a hacer era absolver a todos los rebeldes del cargo de rebelión y proteger a
Zapata si éste se rendía incondicionalmente y abandonaba Morelos”35.

El gobierno de Madero y la lucha contra la insurgencia campesina

Muero, pero muero como los valientes, gritando ¡Viva Zapata!


General zapatista Antonio de la Serna, ante el cuadro de fusilamiento formado
por instrucciones del gobierno maderista, el 9 de septiembre de 191236

En las elecciones de octubre de 1911, Madero resultó electo con cerca de 20 mil
votos, lo que representaba un porcentaje ínfimo de la población (0.1%) y era expre-
sión del carácter profundamente antidemocrático del sistema político, basado en
la exclusión de las grandes mayorías de los mecanismos formales de la democracia
burguesa y donde sólo podía votar una minoría calificada. Su gobierno, que asu-
mió desde el 6 de noviembre, se enfrentó, desde el principio, a una creciente ines-
tabilidad y a cuestionamientos por distintos flancos. Por una parte, desde el seno
mismo del antirreeleccionismo, la figura de Emilio Vázquez Gómez —quien fue
removido de su cargo como secretario de Gobernación y que denunció al coahui-
lense por no cumplir el Plan de San Luis, proclamando el llamado Plan de Tacuba-
ya— fue un punto de referencia para distintos sectores disconformes con Madero,
lo cual finalmente confluyó con el levantamiento de Pascual Orozco en Chihuahua.
Por otra parte, los sectores provenientes del porfirismo desarrollaron una
oposición activa en torno a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, hasta lle-
gar a la Decena Trágica en febrero de 1913.
Por detrás de estos conflictos que sacudieron el precario orden surgido de
los acuerdos de Ciudad Juárez estuvo la persistencia de la rebelión campesina en
Morelos, el descontento en regiones del norte, así como la existencia de agita-

35
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 211.
36
Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 159.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 101

ción en el movimiento obrero. Durante todo su gobierno, Madero estuvo en un


dif ícil equilibrio entre las tendencias revolucionarias, expresadas en las acciones
de los campesinos y trabajadores, y la burguesía que presionaba para un ataque
frontal y generalizado contra los sectores más activos de las masas.
Con el correr de los meses, la incapacidad de Madero para resolver esta situa-
ción, empujó a la mayoría de la clase dominante a optar por un camino abiertamente
contrarrevolucionario, a través del golpe de Estado liderado por Victoriano Huerta.

La rebelión de los colorados –cuyo nombre proviene de las acciones previas de


los rojos magonistas, algunos de los cuales se sumaron a la rebelión orozquista ya
que vieron en la misma una vía para enfrentar a Madero– no puede comprenderse
cabalmente sino es como resultado de un creciente descontento popular, marcado
por motines y revueltas en Chihuahua y La Laguna, efectuados contra el licencia-
miento de las tropas irregulares ya mencionado y frente a la negativa de Madero de
resolver el punto 3 del Plan de San Luis. Orozco, enviado por el gobierno a reprimir
los levantamientos que antiguos ex compañeros de armas e integrantes de las tro-
pas revolucionarias realizaban en distintos puntos de Chihuahua, al final se plegó
a aquéllos el 2 de marzo de 1912, y a partir de entonces la mayoría de las tropas
irregulares de Chihuahua se sumaron a la rebelión. Aunque su programa –el Plan
de la Empacadora– contenía reivindicaciones sociales, tras las cuales incorporó a
sectores insurgentes de 1910 y conquistó gran apoyo popular en el occidente del
estado, hay que recordar que la rebelión era financiada por los latifundistas ofusca-
dos con los aumentos de impuestos. El movimiento de Orozco no tuvo una postura
independiente frente a los terratenientes, quienes lo utilizaron en su disputa con el
gobierno central, como sí la tuvo la insurgencia sureña, y por ello aquél terminaría
apoyando en 1913 a la contrarrevolución huertista contra Madero. El mismo Plan
de la Empacadora expresaba esto: aunque avanzado en algunas de sus reivindica-
ciones, propugnaba medidas de reforma agraria que incluían reconocer “la pro-
piedad a los poseedores pacíficos por más de veinte años”37, lo cual podía incluir a
los latifundistas que se habían beneficiado de las leyes deslindadoras del porfiriato.
El gobierno ocupó varios meses en derrotar la rebelión orozquista mediante
el envío de tropas federales bajo el mando de Victoriano Huerta, en las cuales
participaron Villa y muchos insurgentes de Durango y Chihuahua; esto eviden-
ciaba que la actitud ante el gobierno de Madero había provocado una escisión y
confrontación en las filas plebeyas revolucionarias.

37
500 años de México en documentos. “Plan de la Empacadora”, 25 de marzo de 1912, <http://www.
biblioteca.tv>. Consultado el 5 de julio de 2010.
102 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Después de su participación en el alzamiento de 1910, el segundo momento de


la actuación del movimiento obrero en la Revolución fue el proceso de luchas
reivindicativas que se desarrolló a fines de 1911 durante el gobierno de Made-
ro. La caída de Díaz fue vista por los trabajadores como una oportunidad para
mejorar las duras condiciones laborales a las que estaban sujetos tras las derro-
tas sufridas en los años previos; en última instancia, la participación activa de
las organizaciones mutualistas en el levantamiento maderista, estaba también
impulsada por la posibilidad de conquistar sus reivindicaciones sectoriales. En
noviembre de 1911 se desarrolló una huelga general en Torreón, en tanto que, a
fines de ese diciembre, estallaron huelgas en Puebla (incluyendo a dos distritos
bajo influencia zapatista) y en la zona de San Antonio Abad, en la Ciudad de
México, las que rápidamente se extendieron en un proceso huelguístico nacional
que, según Francisco Pineda Gómez, englobó a 45 mil trabajadores38. En estos
conflictos se repetían las demandas de reducción de la jornada a 8 horas y au-
mento salarial, y su epicentro fueron los estados de México, Veracruz, Puebla, Ja-
lisco y Tlaxcala. Para conjurar esta situación, el gobierno convocó a una reunión
con empresarios, en la cual acordó la promesa –nunca cumplida– de reducir la
jornada a 10 horas y mejorar los salarios, a cambio de otorgarles a los patrones
una reducción impositiva. La ofensiva del gobierno y de sus órganos oficiales
contra la huelga fue furibunda, acusando de “radicalismo” al movimiento obrero
y llamándolo a aceptar los acuerdos entre el gobierno y los patrones. Las huelgas
se extendieron durante el mes de enero, para luego ir decayendo. Luego de esto
fueron finalmente despedidos los “agitadores” en muchos centros de trabajo, y
el maderismo inició una operación para cooptar a sus filas a una parte de los
líderes obreros, mientras se dejaban sin cumplimiento los acuerdos bajo los que
se habían levantado las huelgas. Es de destacar que tiempo después de estos su-
cesos, el 22 de septiembre de 1912, en la Ciudad de México se fundó la Casa del
Obrero Mundial, de orientación anarcosindicalista, la cual llegó a ser la principal
organización obrera de México en los años posteriores de la Revolución.

En el caso de la rebelión de Morelos y los estados aledaños, el gobierno nacional


se embarcó en una verdadera guerra que más abajo desarrollaremos, pero pode-
mos adelantar que tuvo una de sus primeras acciones en el intento de emboscar
a Emiliano Zapata y sus milicianos en Villa de Ayala en noviembre de 1911. Esto
requirió que, respecto a las tropas enviadas a Morelos, “[…] al primer trimestre

38
Francisco Pineda Gómez, op. cit., pp. 126-127.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 103

de la guerra (febrero-marzo de 1912) la suma total había sido de 13 mil 225 efec-
tivos, es decir, más de un tercio de las fuerzas armadas del gobierno”39.
Esto se combinaba con la promesa de medidas limitadas y parciales frente a
la cuestión agraria. Según plantea Cumberland, “[…] ni Madero ni sus principa-
les asesores habían pensado mucho en el futuro de los ejidos y el famoso artículo
3 del Plan de San Luis fue incluido por una cuestión de justicia elemental y no
por un concepto básico económico y social”40.
Como queda claro al leerlo, y a pesar de las expectativas populares que había
generado, el Plan se orientaba fundamentalmente a tratar la problemática de los
pequeños propietarios, mas no estaba en su horizonte resolver la situación de los
peones, ni la de los pueblos desposeídos y despojados de sus tierras.
Durante el gobierno de Madero, se presentaron numerosos proyectos para
“resolver” la cuestión agraria en el Congreso Nacional. La Ley Agraria de noviem-
bre de 1911, por ejemplo, no ponía en cuestión las propiedades de los terratenien-
tes, y no suponía ni siquiera el reparto del conjunto de las tierras nacionales, las
cuales serían comercializadas, dejando fuera del acceso a las mismas a los campe-
sinos pobres que no tenían ningún capital para adquirirlas, ya que ni siquiera se les
otorgarían créditos para facilitar su compra. De esta manera la “reforma agraria”
de Madero no alcanzaba siquiera las vagas promesas del Plan de San Luis. Su real
orientación estaba bien expresada en un discurso que el hacendado lagunero dio
en Veracruz: “[…] desde el punto de vista económico y social el cambio no puede
ser tan veloz; no es posible promoverlo mediante una revolución, mediante leyes
y decretos”41.
Luis Cabrera, parlamentario que criticaba a Madero por no impulsar la res-
tauración de los ejidos, presentó un proyecto de ley que proponía la restitución
de tierras mediante su compra a los terratenientes por parte del gobierno, y que
éste “conservara la propiedad y permitiera a los campesinos cultivar el terreno
sin cargo alguno”42, una salida al problema agrario que suponía una erogación
económica exorbitante por parte del Estado y que no prosperó43. Emilio Vázquez
Gómez, representante del ala “izquierda” del antirreeleccionismo, “se oponía a
la expropiación y estaba a favor de la compra y reventa de tierras cultivables, la
construcción de represas y el establecimiento de escuelas agrícolas”44. No había

39
Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 57.
40
Charles C. Cumberland, op. cit., p. 240.
41
Discurso de Madero en Veracruz, 23 de septiembre de 1911, citado en Charles C. Cumberland, op. cit., p. 242.
42
Ibidem, p. 250.
43
Ibidem, p. 248.
44
Ibidem, p. 252.
104 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

entonces en el seno de la administración maderista y sus aliados políticos e inte-


lectuales ningún sector que cuestionara y atacara –ni siquiera de forma tímida–
la propiedad terrateniente haciendo uso de un programa de expropiación de los
latifundios, reparto agrario y restitución de las tierras ejidales.

Entretanto, después de la primera agresión militar ordenada por Madero, los za-
patistas lanzaron el Plan de Ayala, fechado el 28 de noviembre de 1911. El mismo
atacaba a Francisco Madero por haber dejado en pie “la mayoría de los poderes
gubernativos y elementos corrompidos de opresión del Gobierno dictatorial de
Porfirio Díaz” así como por no cumplir el Plan de San Luis, postergado por la
transacción de Ciudad Juárez. Denunciaba la persecución y opresión sobre los
pueblos que reclamaban sus derechos, y la imposición de gobiernos estatales en
contra de la voluntad de las mayorías, como fue el caso del general Ambrosio
Figueroa, calificado como verdugo y tirano de Morelos. Finalizaba planteando
que Madero había entrado en “contubernio escandaloso con el partido científico,
hacendados-feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución procla-
mada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y seguir el molde de una nueva dic-
tadura más oprobiosa y más terrible que la de Porfirio Díaz”, a partir de lo cual
llamaba a continuar la lucha contra el gobierno de Madero, a quien denunciaba
como traidor a la Revolución. A partir de invocar como propio al Plan de San
Luis, se introducían una serie de “agregados” a éste, que en realidad cambiaban
de forma radical el contenido y el carácter social del Plan maderista, expresados
en los puntos 6 a 9 del Plan de Ayala, y que a la letra planteaban:

6º. Como parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos,
montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra
de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles; desde luego, los
pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de
las cuales han sido despojados por mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo
trance, con las armas en las manos, la mencionada posesión, y los usurpadores que
se consideren con derechos a ellos, lo deducirán ante los tribunales especiales que se
establezcan al triunfo de la Revolución.
7º. En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no
son más dueños que del terreno que pisan sin poder mejorar en nada su condición
social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura, por estar monopolizadas en
unas cuantas manos, las tierras, montes y aguas; por esta causa, se expropiarán previa
indemnización, de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios
de ellos a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias,
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 105

fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y


para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.
8º. Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al
presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y las dos terceras partes que a ellos corres-
pondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y huérfa-
nos de las víctimas que sucumban en las luchas del presente Plan.
9º. Para ejecutar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se apli-
carán las leyes de desamortización y nacionalización, según convenga; pues de norma
y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez a los bienes ecle-
siásticos, que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han
querido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y el retroceso45.

Como han sostenido diversos autores46, el Plan de Ayala descansaba en dos


principios fundamentales. En primer lugar, la expropiación y nacionalización de
las tierras, en beneficio de los “pueblos de México”; lo cual en el artículo 6º se
orientaba a “los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados,
científicos o caciques a la sombra de la justicia venal”, en el artículo 7º al conjunto
de la gran propiedad, y en el artículo 8º “a los hacendados, científicos o caciques
que se opongan directa o indirectamente al presente Plan”. El punto más radical,
porque englobaba en los hechos a todas las clases propietarias en el campo y deja-
ba fuera cualquier indemnización, era el punto 8º. Esto suponía una inversión ta-
jante de lo planteado por Madero y los intelectuales y políticos antes mencionados
–quienes aún en sus propuestas más “progresistas” se basaban en la intocabilidad
de la gran propiedad– y un cambio de fondo respecto al punto 3 del Plan de San
Luis, el cual se limitaba a la situación de la pequeña propiedad y no se orientaba
a resolver la situación de las mayorías agrarias desposeídas por los latifundistas.
El otro pilar sobre el que descansaba el Plan de Ayala era la transgresión de
la juridicidad burguesa, ya que:

[…] dispone que los campesinos despojados de sus tierras entrarán en posesión de
ellas desde luego, es decir, las tomaran inmediatamente ejercitando su propio poder.
Esa posesión será mantenida ‘a todo trance, con las armas en la mano’. Y serán los te-
rratenientes usurpadores quienes, al triunfo de la Revolución, tendrán que acudir ante
tribunales especiales para probar su derecho a las tierras ya ocupadas y recuperadas
en el curso de la lucha por los campesinos47.

45
Se puede consultar el Plan de Ayala en este libro, parte III “Memorias de la Revolución”, pp. 299.
46
Adolfo Gilly, op. cit. y Francisco Pineda Gómez, op. cit.
47
Adolfo Gilly, op. cit., p. 64.
106 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

La lucha por la tierra y su preservación en manos de los campesinos estaba


entonces asociada, no a la confianza en la acción de los tribunales, sino al poder
armado de los pueblos insurrectos.
Aunque el Plan de Ayala se pudo imponer de forma generalizada solamente en
1915, durante el periodo de la Comuna de Morelos, en los años previos se intentó
implementar en las zonas bajo control del Ejército Libertador del Sur. Un testimo-
nio de esto lo encontramos en la siguiente resolución de 1912, que fue la primera
expropiación acordada por la dirección zapatista, en medio de la ofensiva militar:

[…] los que suscriben, en nombre de la Junta Revolucionaria del estado de Morelos,
teniendo en consideración que ha presentado sus títulos correspondientes a tierras
el pueblo de Ixcamilpa, y habiendo solicitado entrar en posesión de las mencionadas
tierras que les han sido usurpadas por la fuerza bruta de los caciques, hemos tenido a
bien ordenar conforme al Plan de Ayala, que entren en posesión de tierras, montes y
aguas que les pertenecen y les han pertenecido desde tiempo virreinal y que consta en
títulos legítimos del tiempo virreinal de Nueva España, hoy México48.

El sustento profundo del Plan de Ayala y de los intentos por llevarlo a cabo,
fue la irrupción violenta de amplios sectores de las masas agrarias de Morelos
y otros estados, quienes nutrieron el ejército campesino liderado por Emiliano
Zapata. Eso fue lo que permitió soportar la política de tierra arrasada del man-
do militar federal y sustentó las varias ofensivas del Ejército Libertador del Sur
contra el gobierno central.

En los meses siguientes a la ruptura entre el gobierno y el Ejército Libertador del


Sur, las tropas federales mantuvieron su control en las ciudades del estado, don-
de actuaban lo que John Womack Jr. llamó “los revolucionarios respetuosos de
la ley”, que se postulaban ante Madero como capaces de pacificar el estado, para
lo cual pugnaban por reformas limitadas en el campo, que pusieran un alto a la
influencia de los rebeldes zapatistas. Mientras tanto, los destacamentos zapatis-
tas desarrollaban su acción en los pueblos y zonas rurales, y cobraban influencia
en los estados de Tlaxcala, Guerrero, Puebla, Oaxaca, Estado de México y Mi-
choacán, donde comenzaban a levantarse partidas de insurrectos.
Los días 9 y 19 de febrero de 1912, el ejército maderista –bajo las órdenes del
general Juvencio Robles– realizó cruentas acciones contra la población civil, con
el ataque y la quema del pueblo de Santa María Ahuacatitlán. Para obtener mayor

48
Ibidem, p. 68.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 107

cantidad de efectivos militares, Madero lanzó el proyecto del Servicio Militar Obli-
gatorio, en tanto que se decretó la supresión de garantías individuales en Morelos,
Guerrero, Tlaxcala y varios distritos del Estado de México y Puebla, bajo la justifica-
ción de “satisfacer únicamente la necesidad primordial de asegurar la vida, la honra
y la propiedad”. La orientación discursiva gubernamental era abiertamente racista:
“la única bandera de las chusmas surianas es el bandidaje”, y el objetivo, en palabras
de Madero, era “acabar con el bandidaje que bajo la forma de un comunismo agrario
amenaza la vida, la honra y la propiedad”49, lo cual estaba orientado a tranquilizar a
las clases dominantes que veían la amenaza que, sobre la propiedad terrateniente,
ejercían los campesinos organizados tras la divisa del Ejército Libertador del Sur.
La ofensiva militar adoptó medidas de recolonización, tomadas de las tácti-
cas que los distintos ejércitos coloniales llevaron adelante en Cuba, Filipinas y la
guerra Bóer de Sudáfrica, con lo que se buscaba, previa internación de la pobla-
ción en campos de concentración, “[…] destruir esos reductos zapatistas (forma
en la que se refería a los pueblos, N. del A.) y evitar que los vecinos dieran armas,
parque y alimentos a los bandidos”50.
Como escribía John Womack Jr., “[…] el incendio a que se había recurrido
como medida desesperada unos cuantos días antes en Santa María pasó a con-
vertirse en sistema”.
Según planteaban los diarios de la Ciudad de México, eso era la forma de
evitar que Morelos se convirtiese “en la tumba de nuestro heroico ejército”51.
En abril de 1912, los zapatistas lanzaron una contraofensiva a través de la
cual tomaron de forma momentánea Tepoztlán, Jonacatepec y Jojutla, y expan-
dieron su influencia militar en el estado y zonas aledañas, alentados además por
el levantamiento de Orozco en Chihuahua. Es importante considerar en este
punto el carácter y la dimensión de las acciones militares de los rebeldes. Según
reporta Pineda Gómez, los zapatistas realizaron 2 mil 304 acciones –conside-
rando sólo las que se encuentran documentadas– durante los gobiernos de Ma-
dero y Huerta. La forma guerrillera que asumió el Ejército Libertador del Sur, no
significaba que se tratase siempre de pequeños destacamentos, ya que “[…] entre
200 y 500 oscilaba el número de rebeldes que, según el diario maderista Nueva
Era participaron en los hechos de armas que ocurrieron en el rumbo de Chalco,
Tepalcingo, Tejalpa, Topilejo y Tlalquiltenango”52.

49
Ibidem, p. 43.
50
El País, 31 de agosto de 1912, citado por John Womack Jr.: Zapata y la Revolución Mexicana, México,
Siglo XXI, 7ma. ed., 1976, p. 135.
51
Citado por John Womack Jr., op. cit., p. 136.
52
Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 49.
108 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Las acciones tuvieron, en determinados momentos, un carácter ofensivo que


no se limitó a emboscadas y acciones en el campo, sino que implicó la ocupación
de ciudades en Morelos y los estados aledaños, así como numerosas incursiones
en los alrededores de la Ciudad de México53.
Por otra parte, según Womack Jr., la acción de los zapatistas mostraba sus lími-
tes en la dificultad para conservar en su poder los centros urbanos conquistados,
y en que el relativo control territorial que ejercían sobre los pueblos no era com-
plementado con el dominio de los centros políticos y administrativos del estado,
los cuales no podían mantener por la falta de suministros y de armamento. De he-
cho, los intentos de Zapata por lograr la asistencia militar del que consideraba su
aliado en el Norte, Pascual Orozco, no lograron ningún resultado, y los zapatistas
dependieron, para conseguir recursos, de distintas vías, incluyendo la red clandes-
tina de obtención de municiones en la Ciudad de México. Pero la mayor parte del
armamento se conseguía a través de los asaltos a los cuarteles y bases militares del
Ejército Federal, y era común la falta de pertrechos para hacer frente al enemigo.
En los meses siguientes a la ofensiva zapatista de abril, los sectores “partidarios
de la legalidad” en el propio estado se fortalecieron; provenientes en muchos ca-
sos de los comerciantes y las clases medias urbanas, a partir del restablecimiento
coyuntural de las garantías constitucionales y contando con el apoyo de Madero,
comenzaron a preparar una serie de reformas. Esto coincidió con una modificación
en la táctica del gobierno federal, que sustituyó a Juvencio Robles por Felipe Ánge-
les –reconocido por su habilidad negociadora–, y le ofreció a Emiliano Zapata una
tregua de tres meses. Esta actitud respondía a la debilidad creciente del gobierno de
Madero, el cual, perdiendo el apoyo de las clases dominantes, mirado con creciente
desconfianza por la administración estadounidense, e impotente para acabar con la
rebelión sureña a pesar de la sangrienta campaña de Robles, intentaba restarle base
social al zapatismo y encontrar algún sector en su seno que estuviera interesado en
una transacción, lo cual podría dividir y debilitar a su adversario.
En cuanto a la labor de los reformadores de Morelos, un autor plantea, “Después
de aceptar provisionalmente las enmiendas constitucionales que había propuesto
Eugenio Morales y de promulgar leyes fiscales a favor de las pequeñas empresas
urbanas y rurales, los diputados abordaron directamente la cuestión agraria”54, sin
embargo, las tibias reformas –que no iban más allá de un impuesto de 10% a las
haciendas y la adquisición por parte del gobierno de parte de las tierras– no sólo no
fueron instrumentadas, sino que se volvieron a adoptar medidas represivas.

53
Según Francisco Pineda Gómez, “los hechos de armas muestran, además, la forma del despliegue de las
fuerzas rebeldes. Concentran, atacan, se abastecen y se retiran, vuelven a concentrar y atacar”, ibidem, p. 50.
54
John Womack Jr., op. cit., p. 147.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 109

En este contexto, hay que destacar que la fortaleza del Ejército Libertador del
Sur y su avance militar creciente no dependían esencialmente de su potencial téc-
nico y de su capacidad de fuego. Sus éxitos militares, que al final le darían el control
sobre Morelos y zonas adyacentes, descansaban en que su programa y su política
expresaban la voluntad de resolver hasta el final las demandas de las masas rurales.
Junto a la cohesión política alrededor del problema agrario, el zapatismo logró
fuerza organizativa porque el eje de su zona de acción se encontraba en los pue-
blos que –a través de los gobiernos autónomos–, garantizaban la manutención y el
sostenimiento del Ejército Libertador. Por eso, a fines de 1912, cuando se mostró
la futilidad de los intentos reformistas de sectores de las clases medias y acomoda-
das de Morelos, y las maniobras de Madero no fructificaron, el zapatismo volvió
a acrecentar su influencia política y su reclutamiento militar en las comunidades.
Como plantea John Womack Jr., los milicianos zapatistas aparecían a veces or-
ganizados como destacamentos armados y luego desaparecían al amparo de las co-
munidades. En este punto, merece considerarse lo que fue una de las acciones más
osadas que proyectó Zapata: el plan para tomar Palacio Nacional el 15 de septiem-
bre, mediante una acción guerrillera ofensiva sustentada en una infiltración pacien-
te, durante los meses previos, de centenares de milicianos zapatistas en la Ciudad de
México. Esto –que relata de manera detallada Francisco Pineda en la obra citada–
se sustentó en la existencia de una amplia red urbana zapatista, la cual fue descu-
bierta pocos días antes de la fecha señalada mediante la acción de la policía secreta,
que era continuidad –en la institución y en los hombres que la lideraban– de los
servicios de inteligencia de Porfirio Díaz. El desbaratamiento de la red fue seguido
del juicio sumario a sus integrantes, y del traslado de los principales responsables
–entre ellos el general zapatista Antonio de la Serna– a Chalco, Estado de México,
donde regían las leyes de excepción, para ser “legal” y rápidamente fusilados.
En contraste con el aumento ya mencionado de la influencia zapatista, hay
que destacar que, a nivel nacional, “[…] a finales de julio de 1912, el maderismo
prácticamente había perdido en su totalidad los apoyos –políticos y militares, del
campo y la ciudad, en el Norte y en el Sur– que le permitieron encumbrarse”55.
Esto se articuló con que, durante septiembre, se inició una ofensiva diplomá-
tica por parte de Washington, que reclamó al gobierno de Madero por su inca-
pacidad para defender los intereses de sus connacionales. Ésta fue el preludio del
levantamiento de octubre en Veracruz, liderado por el general Félix Díaz, y que
contó con la cobertura de buques de guerra de EE. UU., Alemania e Inglaterra.
Aunque esta acción militar fue conjurada por el gobierno, resultó ser el anteceden-
te inmediato del golpe de Huerta en febrero de 1913. Estados Unidos modificaba

55
Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 142.
110 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

así su política inicial frente al coahuilense, al cual había apoyado frente a Díaz,
quien en los últimos años había virado su política exterior hacia Inglaterra y otras
potencias. Este accionar por parte de EE. UU. y sectores del ejército se explicaba,
en gran medida, por la incapacidad manifiesta de Madero para dominar la insur-
gencia campesina y preservar los intereses de las clases dominantes.
En octubre, los zapatistas instituyeron un impuesto revolucionario sobre los
hacendados, y elaboraron su propia ley de suspensión de garantías. Dicha nor-
mativa, entre otros puntos, “[…] declara fuera de la ley al presidente de la repú-
blica y su gabinete 2) Amenaza con fusilar en lo sucesivo a quienes se presenten
en el sur como delegados de paz… 9) las autoridades políticas serán sustituidas
por Comités de Salud Pública”56.
Con estas medidas, el zapatismo se arrogaba facultades propias de un go-
bierno revolucionario a escala local. Mientras tanto, realizaba una constante
actividad clandestina en la Ciudad de México, para cobrar los “tributos revo-
lucionarios” y eventualmente ajusticiar a quienes se negaban a pagarlos57. Al
mismo tiempo, iniciaba ataques contra 37 grandes propiedades de Morelos,
Tlaxcala, Puebla, Estado de México y Michoacán. En Morelos en particular,
las haciendas ocupaban 46% del territorio y 79% de los hombres eran peones58,
con lo que el golpe económico y político fue de grandes proporciones. Ante
ello, Felipe Ángeles respondió duramente la ofensiva zapatista, lo que le restó
legitimidad a su anterior postura negociadora, principal virtud bajo la cual
Madero lo había hecho jefe de las operaciones en la zona.
Durante los meses siguientes Morelos, que había sido el principal foco de
oposición a la transacción de Ciudad Juárez, irradió su influencia hacia los esta-
dos cercanos. Las últimas semanas del gobierno fueron de una lucha ascendente
en el sur del país, en las cuales se inscribieron los ataques a las haciendas y las
leyes de excepción zapatistas: “[…] la ciudad de Oaxaca fue aislada militarmente
por la acción de las fuerzas de Oseguera; Toluca estuvo en una situación similar,
aunque por menos tiempo; mil insurgentes de Guerrero al mando de Jesús Sal-
gado permanecieron amenazando con pasar a Morelos; Izúcar de Matamoros,
Cuautla y Yautepec fueron atacadas también por el Ejército Libertador”59, en
tanto que en el Estado de México, alrededor de 5 mil rebeldes controlaban varios
distritos; la acción más importante en Morelos, la toma de Ayotzingo el 9 de
enero de 1913, marcaba –por su ubicación geográfica– la posibilidad del acceso

56
Ibidem, p. 168.
57
Ibidem, p. 172.
58
Ibidem, p. 185.
59
Ibidem, p. 189.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 111

a la Ciudad de México, lo cual fue conjurado por la recuperación de este punto,


lograda con mucha dificultad por las tropas federales. Aunque el zapatismo, en
esta fase de la Revolución, no pudo mantener en su poder ninguna plaza im-
portante ni lograr la fuerza militar para derrotar al Ejército Federal, desarrolló
una acción ofensiva y, al momento del golpe huertista contra Madero, era una
fuerza política y militar fortalecida, que podía empalmar con el descontento que
comenzaba a desarrollarse en otras zonas del país.

El zapatismo debe considerarse teniendo en cuenta la dinámica de su trayec-


toria. Al inicio entró en alianza con un sector de la misma clase dominante
organizado tras la figura de Francisco I. Madero y apoyó un programa —el
Plan de San Luis— que se limitaba a la reforma del régimen político. A partir
de los acuerdos de Ciudad Juárez avanzó hacia la independencia política y pro-
gramática, expresada en el Plan de Ayala y en el enfrentamiento con el Ejército
Federal bajo las órdenes del nuevo gobierno maderista. Es ilustrativo en ese
sentido lo que señala Adolfo Gilly, cuando plantea que “[…] Lo que le permitió
después convertir el apoyo en alianza y la alianza en ruptura y en movimiento
con programa revolucionario propio, fue que desde un comienzo la Revolu-
ción del sur se organizó con su propia dirección, elegida por los pueblos y los
combatientes, y con su organismo independiente de la dirección burguesa: el
Ejército Libertador del Sur”60.
O, como afirma Francisco Pineda, para quien durante el periodo maderista
“[…] ya era una fuerza popular autoorganizada, con una capacidad militar consi-
derable, unidad y fuerza moral, independencia política, un liderazgo radical y su
propia bandera de lucha, el Plan de Ayala”61.
El zapatismo mostró una tendencia a superar una característica de las rebelio-
nes rurales del México del siglo XIX y de otros levantamientos campesinos a lo lar-
go de la historia: la subordinación a distintas facciones de las clases dominantes.
Como plantea Katz en relación con el siglo XIX mexicano, “[…] tanto los liberales
como los conservadores intentaban movilizar a los campesinos en su provecho
cuando luchaban contra un gobierno central dominado por un grupo rival”62.
Esta tendencia que expresó el zapatismo no se visualizó en la mayoría de
los movimientos rurales que emergieron durante esos años en varios estados,

60
Adolfo Gilly, op. cit., p. 57.
61
Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 30.
62
Friedrich Katz (comp.): Revuelta, rebelión y revolución, volumen 1, México, Era, 1era. ed. 2da reimp.,
1999, pp. 16-17.
112 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

cuestión que tratan Katz y otros historiadores63. Como hemos dicho, los pueblos
de Morelos como pilar de una organización militar independiente, aunado al
impulso profundo de las demandas agrarias, fueron el secreto de la fuerza social
del zapatismo y de su dinámica política.
A la luz del proceso abierto con el levantamiento maderista del 20 de noviem-
bre, podemos decir que el elemento definitorio en la apertura de la Revolución fue
la emergencia del zapatismo, considerado como una fracción radical del campesi-
nado y como una dirección política-militar que avanzó en su independencia de la
burguesía maderista.
Visto desde el punto de vista de la concepción clásica del marxismo, y con-
siderando la experiencia contemporánea bajo el capitalismo, el despliegue de un
proceso revolucionario descansa, en términos generales, en la irrupción de las
masas en la historia, buscando tomar en sus manos la resolución de su propio
destino. Considerando la definición clásica de Lenin:

La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas ellas, y en particular por


las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución no
basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad
de vivir como antes y reclamen cambios, para la revolución es necesario que los ex-
plotadores no puedan vivir ni gobernar como antes. Sólo cuando las “capas bajas” no
quieren lo viejo y las “capas altas” no pueden sostenerlo al modo antiguo, sólo entonces
puede triunfar la revolución64.

Eso adquiere su concreción cuando las masas y en particular el proletariado,


como clase fundamental de la sociedad capitalista, realizan acciones históricas
independientes respecto a los distintos sectores de las clases dominantes, tales
como huelgas e insurrecciones, que le imprimen al proceso histórico una diná-
mica de aguda confrontación entre revolución y contrarrevolución. Y donde su
resolución se dirime sea mediante el triunfo revolucionario de las masas insu-
rrectas, sea mediante el aplastamiento de las facciones más enérgicas y resueltas
de las clases explotadas y oprimidas por parte de la burguesía.
En el México de inicios del siglo XX, ante la ausencia de una clase obrera ca-
paz de protagonizar grandes acciones revolucionarias, otros sectores ocuparon

63
Ibidem, pp. 9-24.
64
V. I. Lenin: La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pekín, Ediciones en Lenguas
Extranjeras, 1975, 4ta. ed., en línea, <http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/
LWC20s.html>. Consultado el 10 de julio de 2010.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 113

el centro del proceso histórico. La particularidad del mismo fue que una fracción
de las masas agrarias, con su rebelión contra el gobierno de Madero, realizó lo
que podríamos considerar una acción histórica independiente de las direcciones
burguesas, y marcó así la creciente tendencia anticapitalista que fue el signo de
los acontecimientos más álgidos de la lucha de clases, hasta el triunfo de la fac-
ción constitucionalista. Aunque los sucesos previos –como la lucha contra Porfi-
rio Díaz– representaron los primeros momentos de este proceso revolucionario,
fue la ruptura zapatista con la dirección maderista, aunado a la proclamación del
Plan de Ayala y la lucha por imponerlo, el punto de inflexión que obligó a la clase
dominante a preparar una respuesta abiertamente contrarrevolucionaria, como
fue el golpe de Huerta. Esto, a contramano de las propias intenciones de la bur-
guesía, terminó abriendo las compuertas a una irrupción generalizada de masas,
que asumió la forma de una cruenta guerra civil. Este proceso ya no pudo ser
contenido ni frenado por reformas en el régimen político, para ello sería necesa-
rio lograr la derrota f ísica de los ejércitos campesinos radicales de Villa y Zapata.

El golpe de Victoriano Huerta y la generalización de la guerra civil

El 9 de febrero de 1913, una fracción de la guarnición federal de la Ciudad de


México liberó a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz (quien era sobrino del
ex dictador), detenidos por encabezar sendas intentonas fallidas contra Fran-
cisco I. Madero. En un golpe de Estado largamente anunciado, se movilizaron
al Palacio Nacional para intentar deponer al coahuilense, pero fueron repelidos
por las tropas comandadas por Lauro Villar, replegándose al edificio conocido
como la Ciudadela. Herido Villar en las primeras escaramuzas, Madero lo sus-
tituyó por Victoriano Huerta, quien raudamente comenzó a conspirar con los
golpistas, y llegó a un acuerdo con Félix Díaz (Reyes había muerto en la pri-
mera descarga de fusilería), suscrito en la embajada de Estados Unidos, con la
anuencia y la participación del embajador Henry Lane Wilson. Por medio del
mismo se estipulaba el derrocamiento de Madero y su reemplazo por Huerta,
hasta una posterior convocatoria a elecciones en las que podría eventualmente
participar Félix Díaz, aunque éste fue luego desplazado y enviado a Japón por
el nuevo dictador. Los acontecimientos son conocidos: Madero y Pino Suarez
fueron apresados el 19 de febrero, la mayoría abrumadora del Congreso le dio un
manto de legalidad al golpe y Huerta fue investido, en tanto que el presidente y
vicepresidente fueron asesinados el día 22.
Estos hechos mostraron la infamia de las instituciones del régimen democráti-
co-burgués, que se pusieron al servicio de sancionar el golpe huertista, y el fracaso
114 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

de la vía democrática con la que el hacendado lagunero intentó contener el acele-


ramiento inevitable de la confrontación entre revolución y contrarrevolución que
se anunciaba en Morelos. En ese sentido, la política de Madero sólo sirvió para
preservar la propiedad privada frente al embate de los sectores de masas que se
habían levantado contra la dictadura de Porfirio Díaz, y para que la fracción más
encumbrada de la clase dominante y el imperialismo estadounidense retomaran
la ofensiva, intentando aplastar a sangre y fuego la Revolución. Esto se expresó
concretamente, una vez que Huerta accedió al gobierno, en un verdadero acre-
centamiento del aparato de guerra del estado mexicano, con una duplicación de la
tropa, que pasó de 48 mil a más 90 mil efectivos entre febrero y diciembre de 1913.
El nuevo gobierno intentó, por una parte, atraerse al movimiento obrero;
tanto Huerta como Félix Díaz se disputaron el apoyo de algunos sectores del pro-
letariado. De igual forma, mediante promesas de resolver las demandas agrarias,
aquél incorporó a sus filas a Pascual Orozco, que transitó de un antimaderismo
con cierto viso agrarista, a convertirse en el líder militar de las fuerzas contra-
insurgentes en Chihuahua y Durango y el ariete de la contrarrevolución en el
norte del país. Sin embargo, este reclutamiento fue una excepción; el golpe de
Estado despertó la rebelión en todo el país, que tuvo varios focos fundamentales
en los meses siguientes, con diferentes dinámicas y características, y de donde
surgieron las fuerzas político-militares que triunfaron en la lucha armada contra
Huerta, y que fueron posteriormente protagonistas de la confrontación al inte-
rior del bloque insurgente.

Mientras la mayoría de los gobiernos estatales abandonaban todo viso de made-


rismo y se alineaban con Huerta, los gobernadores de Sonora y Coahuila, José
María Maytorena y Venustiano Carranza, entraron al final en rebeldía, con el
apoyo de la mayoría de las milicias estatales que se habían mantenido organi-
zadas durante el anterior gobierno de Madero. Esto permitió que la lucha en el
noreste y noroeste del país se organizara contando con los importantes recursos
económicos de los estados, entre los que se contaban los impuestos aduanales.
En Coahuila, el pronunciamiento de Carranza reivindicó la continuidad
institucional frente a la usurpación huertista, considerándose como el legítimo
sucesor de Madero. Su movimiento estuvo orientado hacia una revolución emi-
nentemente política, muy alejada de incorporar demandas económicas y socia-
les. Después de que sus primeras acciones militares contra las fuerzas federales
no fueron exitosas, el gobernador decidió centralizar las partidas rebeldes que
actuaban en el estado, y contrarrestar las tendencias localistas mediante un plan
político nacional –el Plan de Guadalupe– que fue suscrito por los jefes militares,
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 115

retirándose de la dirección táctica de la lucha, la cual más tarde delegó en Pablo


González Garza. Como planteaba Jorge Aguilar Mora, “[…] decidió imponerles
a todos una guía política general que sirviera al menos de precedente de que era
él quien manejaba y quien ofrecía la perspectiva general, sin la cual la guerra se
volvía un asunto de intereses particulares y regionales”65.
El Plan de Guadalupe tenía como objetivo instituir un gobierno legítimo y
constitucional encabezado por el mismo Carranza, quien era designado como el
Primer Jefe de la Revolución. El gobernador de Coahuila resistió de manera firme
a aquellos oficiales que, como Lucio Blanco y Francisco J. Múgica, reclamaron la
incorporación de demandas sociales al Plan, respondiéndoles: “¿Quieren uste-
des que la guerra dure dos años, o cinco años? La guerra será más breve mientras
menos resistencia haya que vencer. Los terratenientes, el clero y los industriales
son más poderosos que el gobierno usurpador; hay que acabar primero con éste
y atacar después los problemas que con juicio entusiasman a todos ustedes”66.
En el estado de Sonora, el golpe huertista despertó distintos levantamientos
encabezados por los jefes que se habían destacado en la lucha contra Porfirio
Díaz y contra la rebelión de Orozco, como Benjamín Hill, Salvador Alvarado
o Álvaro Obregón, quienes presionaron al gobernador José María Maytore-
na para que organizase la rebelión contra el gobierno central. Maytorena, un
rico hacendado que se había negado a reconocer a Huerta, era temeroso de las
consecuencias sociales de una rebelión armada. Al final dejó el lugar a Ignacio
Pesqueira, bajo cuyo gobierno se organizó la lucha en el estado y se reconoció
el liderazgo de Carranza. Esto evidenció un desplazamiento en la dirección
de la rebelión en Sonora, ya que los hacendados tradicionales dejaron lugar
a una nueva camada de origen pequeñoburgués, vinculada a los sectores me-
dios postergados por las oligarquías locales bajo el porfirismo, la cual desde el
periodo maderista había iniciado un ascenso político y llegaría a ser la facción
dominante en el Estado nacional posrevolucionario.
Durante los siguientes meses, en Coahuila y Sonora se realizaron las prime-
ras acciones militares de cierta importancia, a partir de lo cual emergieron los
Ejércitos Constitucionalistas del Noroeste y del Noreste. En Sonora, mientras
despuntaba el mando militar de Obregón –que luego fue nombrado por Carran-
za como jefe del Ejército del Noroeste–, se fue recuperando el dominio sobre el
estado, con la batalla de Santa Rosa, en mayo de 1913, quedando el puerto de
Guaymas como el único punto importante del estado en manos federales. En
Coahuila, el mando de Pablo González mantuvo una acción errática y con escasa

65
Citado por Pedro Salmerón: Los carrancistas, México, Planeta, 2010, p. 126.
66
Ibidem, p. 128.
116 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

fortuna; González se empeñó en atacar sin demasiada planificación ni apoyo


de artillería a las tropas federales, y sólo pudo ganar su primera batalla en los
últimos días de noviembre de 1913 en Ciudad Victoria, cuando la superioridad
numérica fue abrumadora y compensó su escaso talento militar.
En estos estados, el golpe de Estado no interrumpió la continuidad insti-
tucional, encabezada por los gobernadores y las legislaturas locales, los cuales
pudieron, basándose en el aparato estatal, establecer un férreo control sobre el
movimiento de masas. Retomando la definición dada por Héctor Aguilar Camín,
adquirió el carácter de una rebelión administrada, la cual se caracterizó por pre-
servar la propiedad de la burguesía y los terratenientes, así como de las empresas
extranjeras. Las haciendas propiedad de enemigos de la rebelión que se habían
ausentado, representaron una fuente de recursos para la guerra, pero en ningún
momento se repartieron ni fue proyectada su posterior distribución entre los
campesinos; lejos de ello, se reprodujeron las formas de trabajo del viejo régi-
men, incluyendo la utilización del sistema de aparcerías, como fue en el caso del
sur agrícola sonorense67. Sabido es que Carranza censuró fuertemente el reparto
agrario efectuado por el general Lucio Blanco en Matamoros, aunque hay que
recordar que el mismo –realizado en la hacienda La Sautena, cuya extensión era
cercana a 800 mil hectáreas– al final sólo implicó la distribución de 151 hectá-
reas entre 12 familias de campesinos68. La reacción de Carranza respondió, más
que al efecto inmediato del reparto, a evitar un precedente que pudiese alentar
la ocupación espontánea de tierras.
De igual forma, fueron preservados los intereses de las empresas mineras,
otorgándoles múltiples garantías. En el caso de la Cananea Consolidated Cooper
Company se le dio vigilancia militar permanente, y tuvo “[…] tantos soldados dis-
ponibles para contener al único enemigo intermitente y levantisco que tuvo siem-
pre: el radicalismo de los hombres que se empolvaban en los tiros de sus minas”69.
Cabe recordar que en 1912 Benjamín Hill, siendo prefecto maderista, fue el respon-
sable de la represión al movimiento huelguístico en Cananea, en tanto que los obreros
de la gran textil Los Ángeles sufrieron similar suerte a manos del maderismo local.
Los constitucionalistas de Sonora y de Coahuila se aseguraban así cuantiosos
recursos provenientes de la exportación y de los impuestos aduanales, al tiempo
que ahuyentaban cualquier tendencia a la irrupción independiente de los cam-
pesinos y los trabajadores, y circunscribían el movimiento antihuertista a una
revolución de carácter político.

67
Héctor Aguilar Camín, op. cit., pp. 373-374.
68
Pedro Salmerón, op. cit., p. 169.
69
Héctor Aguilar Camín, op. cit., pp. 316-317.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 117

Como dice Aguilar Camín:

[…] la muy decisiva consecuencia de la esta rebelión administrada como una guerra
internacional, fincada en las prioridades heredadas de la organización burocrática es-
tatal y no en el propósito de responder a las demandas sociales y políticas de los com-
batientes mismos, fue un ejército cuya última razón cohesiva, aparte del entusiasmo
general y la lealtad y la admiración a un jefe, era el haber, la paga, el riesgoso empleo
de soldado70.

Y esto es fundamental: a diferencia de lo que veremos en la División del Nor-


te o en el Ejército Libertador del Sur, los ejércitos de González y Obregón, si bien
se basaban en el voluntariado, no estaban impulsados por ninguna consigna ni
bandera en torno a la lucha por las demandas sociales y por la tierra.
Congruente con esto, los oficiales no eran electos por la tropa, sino que respon-
dían a una cadena de mando que emanaba del Primer Jefe y que pretendía reprodu-
cir la estructura de un ejército profesional burgués. Hay que recordar que Carranza
intentó en vano trasladar esto a la División del Norte, otorgando nombramientos y
ascensos que ya eran un hecho consumado y respaldado por el reconocimiento de
la propia tropa en la lucha armada, con la sola intención de ser él quien aparecie-
ra dándolos y resguardar el principio de autoridad de un ejército tradicional. Para
garantizar la cohesión de la fuerza armada, los sonorenses instituyeron tiendas de
provisión para las familias de los soldados que se encontraban combatiendo, con lo
cual evitaban que éstos abandonasen el ejército, pero donde cada producto entre-
gado a la familia era descontado del salario de los soldados. Se reproducían así las
características de las tiendas de raya, en una suerte de proletarización de la tropa.
Por otra parte, los mandos superiores, en su gran mayoría, provenían de la
clase dominante o de sectores medios de la sociedad norteña, relacionados entre
sí por vínculos familiares y de compadrazgo. Eran el estrato dominante de una
sociedad de frontera que durante décadas estuvo militarizada, y que tenía entre
sus atributos la disciplina militar, la solidaridad de grupo y la autodefensa en la
lucha contra los pueblos indígenas. Esos rasgos permiten entender la decisión de
combatir militarmente al huertismo por parte de estos sectores postergados por
el porfiriato, en aras de recuperar el control político y jugar un rol preponderante
en la reorganización del Estado nacional.
En el caso de la oficialidad media del Ejército del Noreste, está documentado
que había un buen número de empresarios agrícolas o hijos de familias acauda-
ladas, y, en contraste, “[…] no hay un solo peón de campo ni un solo pequeño

70
Ibidem, p. 329.
118 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

propietario agrícola y apenas media docena de trabajadores manuales asalaria-


dos, en su mayoría, en los talleres del ferrocarril”71.
La distancia existente con la tropa rasa se fue acrecentando cuando los ofi-
ciales, en la medida en que la guerra se inclinaba a su favor, se aprovechaban
del saqueo de las propiedades de los representantes del antiguo régimen, o se
casaban con las hijas de la alta sociedad porfirista, en clásicos mecanismos de
encumbramiento económico efectuados por un sector que empezaba a vislum-
brar su futuro dominante en el terreno político.

En Chihuahua, el gobernador Abraham González, connotado referente del ma-


derismo y quien amenazaba rebelarse contra Huerta en los días de febrero de
1913, fue apresado y destituido por las fuerzas federales estacionadas en el esta-
do. Aunque luego llamó al Congreso y a las milicias auxiliares a que no entrasen
en rebeldía, fue trasladado a la Ciudad de México y asesinado en el trayecto. Este
acontecimiento marcó la dinámica de la rebelión en Chihuahua, que a diferencia
de Sonora y Coahuila, no mantuvo una continuidad institucional y adquirió el
carácter de una “rebelión no administrada”, como plantea Pedro Salmerón.
A pesar de la ocupación del gobierno de Chihuahua por parte de los huer-
tistas, y de que el gobernador duranguense Carlos Patoni reconoció a Huerta,
tempranamente se sucedieron los primeros pronunciamientos contra el golpe
en ambos estados, liderados por revolucionarios que habían protagonizado las
acciones militares de 1910-11, como Manuel Chao, Toribio Ortega o Tomás Ur-
bina, entre otros. Según Katz, si en los Ejércitos del Noreste y Noroeste la rebe-
lión constitucionalista se basó en las milicias estatales, en el caso de Chihuahua,
el hecho de que las mismas se hubieran pasado al alzamiento orozquista y luego
al huertismo, hizo “[…] necesario crear un nuevo ejército popular. Su núcleo no
estaba compuesto por milicias profesionales, sino por hombres reclutados en sus
comunidades y que todavía conservaban sus vínculos con ellas”72.
El 8 de marzo Villa regresó de su exilio en Estados Unidos, y se sumó a la
preparación de las acciones militares, reclutando el núcleo inicial de su ejército
de las sierras de Chihuahua. A principios de abril, los rebeldes se movían por el
occidente de este estado en numerosas partidas de varios centenares de comba-
tientes, mientras que “menos de un mes había bastado para que la tercera parte
del territorio de Durango cayera en manos de los rebeldes populares”73. Hay que

71
Pedro Salmerón, op. cit., p. 201.
72
Friedrich Katz: Pancho Villa, México, Era, 1era. ed. 1era. reimp., 1999, vol. I, p. 352.
73
Pedro Salmerón: La División del Norte, p. 310.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 119

destacar que las partidas actuantes en estos estados se levantaron sin coordina-
ción entre sí, y durante buena parte de 1913 no tuvieron un mando centralizado.
Las mismas sólo se referenciaban con el liderazgo nacional de Carranza, pero su
actuación cotidiana era autónoma de las directrices del Primer Jefe.
Las diferencias con los ejércitos originados en Coahuila y Sonora eran eviden-
tes. En primer lugar hay que considerar la larga historia de conflictos agrarios y
sociales en distintas zonas de Chihuahua, Durango y la comarca lagunera, de don-
de surgieron los contingentes centrales de lo que luego fue la División del Norte74,
una historia distinta a los otros estados de la región. Esto se expresó en el espíritu
de lucha de sus combatientes, motivado por el enfrentamiento a la oligarquía y sus
gobiernos, lo cual se potenciaba por el hecho de que los destacamentos se agru-
paban por la zona o comunidad de origen, compartiendo experiencias y penurias,
con una composición social muy heterogénea –en cierta medida expresión de la
diversidad de los sectores agrarios populares. Katz, por ejemplo, plantea que:

[…] la División del Norte no era en modo alguno un ejército exclusivamente campesi-
no. Había también vaqueros, mineros y personas sin ocupación fija. Además, muchos
de los campesinos que procedían de otras regiones de México se incorporaban como
individuos y no como comunidades, a veces por conciencia revolucionaria, a veces
simplemente para sobrevivir. Recibían una paga regular, bonos después de cada victo-
ria y, para algunos de ellos por lo menos, el ejército se convertía en un modo de vida75.

Paco Ignacio Taibo II, por su parte, sostiene que:

[…] se trata de ferrocarrileros, panaderos, abigeos, vaqueros, carniceros, ex soldados, pe-


queños comerciantes de pueblo, bandoleros, maestros de escuela, arrieros, rancheros con
poca tierra y algo de ganado, peones sin tierra, mineros, albañiles; y casi todos tienen en
común la movilidad laboral […] resulta relativamente sencillo definirlos a partir de sus
enemigos comunes: la oligarquía agraria industrial chihuahuense y su instrumento militar
(los rurales, la acordada), la estructura militar porfiriana, los grandes comerciantes ex-
tranjeros (españoles) y los pequeños comerciantes (chinos y libaneses) y el clero católico76.

Los mandos de lo que a partir de septiembre de 1913 sería la División del


Norte tenían una composición social y una relación con su tropa muy distinta

74
Según Pedro Salmerón, “la unión de los laguneros y cuencamenenses con los revolucionarios de Chihua-
hua y el norte de Durango fue lo que dio vida a la División del Norte” en Pedro Salmerón, op. cit., p. 154.
75
Friedrich Katz, op. cit., p. 352.
76
Paco Ignacio Taibo II: Pancho Villa / Una biograf ía narrativa, México, Planeta, 2007, p. 378.
120 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

a la que construyó la jefatura de los Ejércitos del Noroeste y del Noreste. Ran-
cheros independientes, intelectuales o maestros (como José I. Robles o Eugenio
A. Benavides), en algunos casos “rancheros ladrones” (como denomina Pedro
Salmerón a Tomás Urbina y Trinidad Rodríguez) o trabajadores reclutados indi-
vidualmente (como el caso de Rodolfo Fierro), en su mayoría devenían su mando
militar de ser caudillos regionales y de haber sostenido antes una lucha contra
los agravios del viejo régimen, cuya mayor expresión fueron los caudillos agra-
ristas duranguenses que mencionamos anteriormente77.
Aunque las fuerzas rebeldes actuantes en Durango y Chihuahua estaban for-
malmente encuadradas en el constitucionalismo y obedecían las directrices del
Primer Jefe, sus mandos debían su liderazgo efectivo a la autoridad ganada ante
los combatientes, de igual forma que el nombramiento de Villa residía en la deci-
sión de los distintos jefes que en la hacienda de La Loma, el día 26 de septiembre
de 1913, delegaron el mando en el Centauro, en lo que fue el acta de nacimiento
de la División del Norte.
El villismo fue la expresión militar más avanzada de la rebelión agraria con-
tra los terratenientes norteños, incubada en los años previos a la Revolución y
que hizo eclosión en la lucha primero contra Díaz y luego contra el huertismo,
así como en el descontento con la postergación, por parte de Madero, de las
demandas sociales de los revolucionarios de 1910-1911. Basado en una masa
popular heterogénea que se armó y entró a la bola, hay que establecer que el
quiebre institucional en Chihuahua y Durango, que resultaba en que no había
gobierno estatal que se arrogara el resguardo de la legalidad maderista, abrió el
cauce para la emergencia de una dirección militar plebeya y la impulsó a adoptar
medidas políticas y económicas que transgredieron en muchos aspectos el pro-
grama del mando constitucionalista. No pretendemos obviar ni sus limitaciones
ni aquellas páginas de la historia que muestran a Villa como una figura plagada
de contradicciones políticas; tampoco dejar de lado sus diferencias con el agra-
rismo zapatista ni adjudicarle un programa que no tenía. La confianza de Villa
en Madero, su participación en la represión contra la rebelión de los colorados
(tan contradictoria y compleja como el mismo villismo) y su confrontación con
los magonistas, expresaron lo tortuoso que para las masas agrarias y populares
resultó realizar una experiencia con el gobierno maderista y el lastre que repre-
sentó la confianza en el mismo por parte de sus caudillos. Pero es evidente que,
después del levantamiento contra Huerta, el proceso en Chihuahua y Durango

77
Pedro Salmerón, op. cit., p. 409. Para ampliar lo referente a la relación entre los hombres que prota-
gonizaron la rebelión en Chihuahua y Durango y la estructura económico-social, el proceso histórico y
la misma geograf ía regional, véase la obra citada.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 121

asumió una dinámica que, motorizada por la lucha contra la dictadura, pondría
en el centro la confrontación con el régimen político, social y económico de la
oligarquía norteña.

En el zapatismo, el ascenso de Huerta al gobierno, lejos de generar alguna ilu-


sión, reafirmó que la lucha por el Plan de Ayala continuaba. El mismo fue ac-
tualizado, siendo el nombre de Pascual Orozco borrado por su subordinación
al nuevo gobierno, y se incorporó explícitamente que la pelea se orientaba con-
tra la nueva dictadura. Es conocido que los numerosos negociadores enviados
por Orozco y por Huerta fueron detenidos por los zapatistas y llevados ante un
Tribunal Revolucionario, el cual determinó el fusilamiento de varios de ellos,
incluido Pascual Orozco padre. El ascenso de Huerta al gobierno y la ofensiva
de éste contra el movimiento obrero de la Ciudad de México impulsó a muchos
estudiantes, intelectuales y obreros magonistas y anarcosindicalistas, a sumarse
de forma individual a las filas zapatistas, llegando a ocupar, en varios casos, pues-
tos importantes en la estructura político-militar del Ejército Libertador del Sur.
Durante los meses siguientes al golpe de Huerta, en las zonas en las que
actuaban los revolucionarios del sur, recrudeció una fuerte ofensiva militar, que
incluyó la reconcentración de las poblaciones, la destrucción de los pueblos con-
siderados como “nidos zapatistas”, así como la leva forzosa de sus habitantes,
instaurando en Morelos un verdadero estado de sitio. Frente a esto, el zapatismo
realizó acciones en 12 estados de la república78, y de mayo a octubre de 1913 los
hechos de armas fueron más numerosos en el Estado de México que en Morelos
(177 frente a 139, según el recuento de Pineda), mostrando una acción creciente
de enfrentamiento y hostigamiento contra las fuerzas federales en zonas más
alejadas de sus bases tradicionales. Desde octubre de 1913, la ocupación militar
en Morelos impulsó a Zapata a trasladar sus acciones al estado de Guerrero,
donde tenía un mayor margen para los movimientos militares.
Los triunfos de Villa en el Norte obligaron al gobierno a enviar allí la mayor
parte de sus tropas, lo cual facilitó el accionar de los zapatistas. Por otra parte,
la evolución desfavorable de la guerra para el gobierno se expresó también en el
Sur: el primer trimestre de 1914 mostró una ofensiva de las partidas rebeldes en
los estados de México, Guerrero, Morelos y Puebla. En febrero de 1914 se realizó
el primer ataque a Chilpancingo, capital de Guerrero, que fue ocupada a media-
dos de marzo, ocasión en la cual los zapatistas designaron como gobernador al
general Jesús Salgado. Durante abril continuó la ofensiva en distintas ciudades del

78
Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 278.
122 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

estado, como Iguala, que fue tomada por los rebeldes. El resquebrajamiento del
Estado burgués se expresó en el amotinamiento y el pase a las filas zapatistas de
sectores del ejército, lo cual se vio por ejemplo en el caso de la guarnición de San
Gabriel, en abril de 1914. El 1 de mayo cayó Jojutla, en Morelos, y Cuernavaca fue
sitiada por los rebeldes. Carencias tales como la ausencia de artillería y la escasez
crónica de suministros limitaban el desempeño del Ejército Libertador del Sur,
lo cual se expresó en el estancamiento del sitio de Cuernavaca. A pesar de ello,
durante las últimas semanas del gobierno, realizaron frecuentes incursiones en los
alrededores de la Ciudad de México79, mostrando la determinación de entrar a la
capital del país cuando se desmoronase el Ejército Federal. La lucha de las masas
de Morelos y los estados del sur contra Huerta fue acompañada de una profundi-
zación del programa político enarbolado en el Plan de Ayala, expresado en varios
manifiestos y cartas, que serán el fundamento de la experiencia política y social
que los zapatistas realizaron en 1915 y sobre lo cual volveremos más adelante.

Habíamos mencionado que, a inicios de marzo de 1913, Villa ingresó al territorio


nacional, lo cual fue seguido de una serie de eventos militares en el occidente y
el sur de Chihuahua, que incluyeron acciones contra los hacendados, las cuales
acrecentaron rápidamente su prestigio entre la población oprimida y explotada
del estado y ampliaron su base social.

El día 10, sin detenerse, arribaron a la hacienda del Carmen, propiedad de los Terrazas.
Los campesinos les muestran un árbol donde eran atados y azotados los peones por
faltas menores, le cuentan que el administrador de los Terrazas, un tal Salvatierra,
ejercía el derecho de pernada con las doncellas. Villa lo condena a muerte y ordena su
fusilamiento; destruye los libros de la hacienda, arenga a los peones para que nombren
sus autoridades y entrega a la comisión las llaves de la casa grande, la tienda de raya, las
bodegas y las trojes, para que tomen lo que necesiten para vivir. De la misma manera
actúa poco después en San Lorenzo, otra hacienda de los Terrazas80.

Los revolucionarios en Chihuahua y Durango enfrentaron desde el inicio a im-


portantes destacamentos federales, así como a las fuerzas irregulares de Pascual
Orozco y Benjamín Argumedo. Para la segunda quincena de agosto, Villa había orga-
nizado a más de mil combatientes bien equipados. Con esas tropas tomó San Andrés,
una de sus primeras acciones de importancia, y convocó a los distintos jefes rebeldes

79
Francisco Pineda Gómez, op.cit., p. 444.
80
Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 178.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 123

que actuaban en la región a coordinarse para atacar Torreón, ciudad clave de la zona
agrícola de La Laguna, y punto estratégico por tratarse de un nudo ferroviario.
La centralización militar era una necesidad imperiosa para conducir una lu-
cha exitosa contra las numerosas fuerzas gubernamentales y evitar el desorden
que se suscitó después de algunos triunfos logrados por destacamentos de in-
surgentes. Hay que recordar que, a mediados de junio, la ocupación de la ciudad
de Durango por parte de fuerzas rebeldes terminó en saqueos, lo que restaba
apoyo social a la rebelión. Por otra parte, el intento reciente por tomar Torreón,
efectuado por las fuerzas de Tomás Urbina, Calixto Contreras, Domingo Arrieta
y Orestes Pereyra, fracasó en medio de fuertes disputas con Venustiano Carran-
za, quien había acudido a dirigir las acciones e imponer su autoridad sobre jefes
acostumbrados a actuar de manera autónoma.
La reunión ya mencionada en la hacienda de La Loma sirvió para preparar
una acción coordinada y sincronizada. En los días siguientes tuvo lugar la batalla
de Torreón, en la cual la División del Norte81 avanzó sobre las ciudades vecinas
de Lerdo, Gómez Palacio y al final Torreón, la cual cayó en poder de los rebeldes
entre el 1 y el 2 de octubre de 1913, constituyéndose en la primera prueba de
fuego exitosa de la División del Norte y de su creciente potencia militar.
En los meses siguientes, el peso principal de la lucha contra el ejército federal y
las partidas irregulares de los colorados en el país, recaería sobre la flamante División
del Norte. En Sonora, aislada en términos relativos por su geografía y el menor de-
sarrollo de las vías de comunicación, las tropas rebeldes del gobierno estatal de Her-
mosillo, lideradas por Obregón, comenzaban a moverse por el Occidente hacia el
Sur: el 20 de noviembre de 1913 cayó Culiacán en Sinaloa, y varios meses después, el
18 de mayo de 1914, fue tomada Tepic en Nayarit, siendo recién en julio el turno de
la plaza de Guadalajara, en Jalisco, cuando ya Huerta estaba derrotado. Entretanto,
la acción del Ejército del Noreste de Pablo González se mantuvo en su zona inmedia-
ta de influencia, y recién en abril y mayo de 1914 fueron tomadas la importante plaza
portuaria de Tampico, en Tamaulipas, y Monterrey, en Nuevo León. Su acción prin-
cipal sería hasta después de la caída de Huerta, cuando recibió el encargo, por parte
de Carranza, de ocupar amplias zonas del territorio nacional. La División del Norte,
en cambio, actuó siguiendo el camino de la vía férrea más importante del país, que
bajaba hacia la Ciudad de México; atacó las plazas en su camino y consiguió, me-
diante la utilización de los trenes, celeridad en sus movimientos fulminantes.
En las semanas siguientes al triunfo de Torreón, Villa continuó con el proceso
de unificación de las guerrillas que actuaban en la región. Alistó y reorganizó las

81
Según las fuentes que cita Paco Ignacio Taibo II, la División del Norte contaba con entre 4 mil y 8 mil
combatientes. Véase op. cit., p. 199.
124 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

redes de adquisición de material de guerra en Estados Unidos, que durante toda


la campaña fue su principal fuente de provisión. La preservación de estas vías de
suministro fue una preocupación constante para Villa y su debilitamiento termi-
nó siendo un factor de peso en la suerte adversa de sus campañas posteriores.
La jefatura de la División decidió atacar Chihuahua, la capital del estado que
contaba con alrededor de 40 mil habitantes y era otro nudo ferroviario clave en
el camino hacia la frontera, con una guarnición de más de 6 mil soldados. La
División del Norte, con menos fuerza numérica, fue repelida; mientras tanto,
Torreón era retomado por el Ejército Federal, dejando al Centauro sin retaguar-
dia. En esas circunstancias tan desfavorables, Villa urdió una jugada arriesgada:
lanzarse a marchas forzadas al Norte, para caer sobre Ciudad Juárez con una
parte de sus tropas, mientras dejaba al resto de contención, amagando atacar
Chihuahua. En el camino, los revolucionarios realizaron una de las acciones más
audaces y célebres de la guerra civil. Capturaron un tren carbonero, el cual fue
utilizado como un verdadero caballo de Troya: apresando a los telegrafistas de
cada estación y dando la contraseña de los federales, lograron entrar a Ciudad
Juárez el 15 de noviembre. El resultado fue la rápida toma de la plaza, lo cual le
dio a Villa el control de una ciudad fronteriza fundamental para incrementar el
tráfico de armas y municiones que le otorgó un nuevo impulso a la campaña y a
la leyenda de su genio militar.
El 24 y 25 de noviembre de 1913 se dio una nueva batalla, esta vez en las
cercanías de la estación de Tierra Blanca, al sur de Ciudad Juárez. En la misma la
División del Norte se enfrentó con el grueso de las fuerzas federales estacionadas
en Chihuahua, comandadas por el general Salvador Mercado, las cuales fueron
derrotadas y se replegaron sobre la capital del estado. La importancia de esta
batalla puede verse en el hecho de que, a los pocos días, Mercado abandonaría la
ciudad de Chihuahua –que cayó en poder de Villa el 8 de diciembre– y se retiró
a Ojinaga, población fronteriza ubicada junto al río Bravo. Allí de nuevo fue
derrotado, junto a Pascual Orozco y los colorados que le quedaban, entre el 10 y
el 12 de enero de 1914, en una acción donde el avance de las columnas villistas
provocó la huida descontrolada y la completa liquidación de estas fuerzas. Según
el mismo Mercado “es la primera vez en nuestra historia militar, que muy cerca
de dos mil hombres de nuestras fuerzas huyen a los primeros disparos”82: más de
3 500 federales y 1 600 soldaderas fueron detenidas por las tropas estadouniden-
ses del otro lado de la frontera.

82
Ibidem, p. 267.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 125

La entrada de Pancho Villa a la ciudad de Chihuahua el 8 de diciembre, marcó


el inicio de su experiencia como gobernador del estado que, aunque breve –ya
que el 7 de enero renunció para dejarle el puesto a Manuel Chao– permite ver
los alcances y limitaciones de la concepción política dominante en el villismo.
Su acción fundamental fue el Decreto de confiscación de los bienes de los enemi-
gos de la revolución, del 12 de diciembre de 1913. Mediante el mismo se acusaba a
gran parte de los terratenientes de complicidad con los golpistas y de fraude al erario
público y se anunciaba, como forma de “cortar el mal de raíz […] la confiscación de
los bienes pertenecientes a los malos mexicanos que han comerciado con la vida
humana y que son los inmediatos responsables del derramamiento de nuestra san-
gre”83, lo cual afectaba todos los bienes de las principales familias de la oligarquía,
empezando por los Terrazas y los Creel. Francisco Villa realizaba una acción radical
de inmediatas consecuencias sociales: aunado a la acción de la División del Norte
que había descalabrado al Ejército Federal y a las tropas irregulares en Chihuahua,
el decreto apuntaba en los hechos a quebrar el viejo aparato estatal local, preserva-
do durante el periodo maderista, ya que con la expropiación se liquidaba el poder
económico y político de la mayoría de la clase terrateniente. Basta comparar esto
con el accionar de los constitucionalistas en Coahuila o en Sonora, que mantuvieron
incólume la institucionalidad y la propiedad de la gran burguesía agraria.
La actuación de las distintas facciones de los revolucionarios norteños en
su paso por los gobiernos estatales, fue una muestra sustantiva de los distintos
proyectos existentes y de las tendencias políticas y sociales que aparecían en el
horizonte: mientras la “intervención” de parte de las haciendas por los Ejércitos
del Noroeste y Noreste eran presentadas como algo temporal, las expropiaciones
en Chihuahua se postulaban como definitivas. Sus consecuencias también eran
distintas, en particular en el hecho de que el villismo incentivaba un mayor pro-
tagonismo de las masas populares en el proceso revolucionario.
Como plantea Taibo II:

[…] la verdadera radicalidad de lo que estaba sucediendo en Chihuahua no sería cla-


ramente visible y se encontraba en que la desaparición del poder de los hacendados
y su brazo armado, el estado, la Acordada y los rurales, permitieron a las comunida-
des recuperar los derechos de agua, las zonas de pasturas, el libre tránsito, ajustar los
deslindes de tierra con los que las habían defraudado, abolir las deudas, aumentar los
salarios y cobrar justamente sus derechos de medieros84.

83
Ibidem, p. 380.
84
Ibidem, p. 405.
126 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Esto se reflejó en la acción de sectores campesinos que, por su cuenta, ocu-


paban tierras y atacaban las propiedades de los terratenientes extranjeros, yendo
más allá de los propios dictados de la legislación villista85. El avance de los vi-
llistas hacia el centro del país estaba marcado tanto por la huida de la burguesía
como por distintas iniciativas de las masas agrarias, que fueron apoyadas o cuan-
do menos toleradas por los revolucionarios de la División del Norte.
Considerando el decreto de Villa, hay que precisar que éste no buscaba un
reparto agrario inmediato, sino que pretendía colocar el conjunto de las tierras
bajo el control gubernamental y su producto en las arcas del banco estatal. Esto
le permitió contar con cuantiosos recursos económicos y dar así un paso adelan-
te en la profesionalización y el equipamiento de su ejército86.
El decreto anunciaba que, posterior al triunfo sobre Huerta, las tierras serían
divididas en tres partes: una porción sería repartida entre los soldados, otra par-
te distribuida entre quienes hubieran sido expropiados por los hacendados y el
resto quedaría a cargo del Estado, a fin de suministrar pensiones para las viudas
y huérfanos de los caídos durante la Revolución.
Varios autores plantean que las diferencias respecto a la política agraria del
zapatismo se deben en parte a que Villa quería evitar una desmovilización de su
ejército si se realizaba un reparto inmediato, y estaba preocupado en garantizar,
tras la guerra, el acceso a la tierra para sus soldados, la mayoría de los cuales no
eran campesinos87. Otra razón es la diferencia entre la estructura social de Chihu-
ahua –heterogénea, y donde los perjudicados y expropiados por los latifundistas
eran fundamentalmente las antiguas colonias militares, con gran peso de rancheros
independientes y de trabajadores eventuales–, y la que existía en la base territorial
de Zapata, con predominio de los pueblos ultrajados y los campesinos desposeídos,
lo cual se reflejó en los programas sociales enarbolados en Morelos y en Chihuahua.
El decreto, por otra parte, no incluía las tierras de algunos hacendados vin-
culados de alguna forma al movimiento maderista como los Zuloaga y los Ga-
mero, ni la de los propietarios extranjeros. Sin duda resulta complejo encasillar
la política villista en ese crucial periodo de 1913-1915, el momento de su ascenso
político y militar, teniendo en cuenta estos y otros claroscuros. Hay quienes des-
tacan que se trataba de una concesión al círculo maderista de Chihuahua y que
buscaba no enemistarse con el gobierno estadounidense atacando a sus conna-

85
Sobre esto, véase John Mason Hart: México revolucionario, y Paco Ignacio Taibo II, op. cit.
86
Paco Ignacio Taibo II documenta que esto no dio pie al surgimiento de alguna nueva “burguesía”
villista ni al enriquecimiento individual de los caudillos y mandos de la División. Véase Paco Ignacio
Taibo II, op. cit., pp. 499-502.
87
Para este punto, véase las obras citadas de Paco Ignacio Taibo II y Friedrich Katz.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 127

cionales, lo cual podría acarrearle el cierre de la frontera y por ende del tráfico de
armas necesario para mantener en pie de guerra a la División del Norte.
Las medidas de Villa eran resultado de la experiencia realizada en la confron-
tación con una oligarquía comprometida con el porfirismo y el golpe de Estado de
Huerta; no surgían de una concepción política previa y no lo llevaron a formular
programáticamente una oposición al conjunto de los latifundistas nacionales y
extranjeros. De hecho, el Centauro mantuvo siempre gran simpatía por el made-
rismo, lo cual contrastaba con las delimitaciones de clase claramente formuladas
en los documentos y la práctica de los revolucionarios sureños. Por otra parte,
no había en el villismo un programa que atacara de manera frontal la explotación
sobre los asalariados urbanos, y en ese sentido nunca fue más allá de proponer
el mejoramiento de sus condiciones laborales y salariales; en este aspecto y en
contraste con su práctica cotidiana respecto a la propiedad terrateniente, su pro-
grama se encontraba en los marcos de la legalidad propia del capitalismo.
Si la reivindicación villista de Madero y Abraham González era la expresión
de su anterior subordinación política al liberalismo antiporfirista, esto convivía
con medidas agrarias y sociales que iban más allá de lo que aquéllos hubieran
osado realizar, asumiendo una dinámica de enfrentamiento con aquellos consti-
tucionalistas que, como Carranza, retomarían el legado de Madero en cuanto a
la preservación de la propiedad privada.
En ese sentido —y tomando en cuenta sus contradicciones y limitaciones—
el proyecto villista tendió a cortar de cuajo el poder de amplios sectores de la
clase dominante norteña. La expropiación no fue sólo una respuesta empírica
a las necesidades de la guerra: el decreto mencionado resultó la conclusión de
un radicalismo plebeyo que maduró y que se opuso, fundamentalmente, a quie-
nes pretendieron preservar el viejo orden político y económico88. No olvidemos
que el ala carrancista-obregonista, sujeta a las mismas presiones militares que
el villismo, eligió el camino inverso, pactando con la burguesía agraria y con las
empresas mineras el pago de impuestos que les permitió sustentar sus ejércitos,
y limitándose a una ocupación coyuntural de las haciendas de los partidarios
ausentes del viejo régimen. La experiencia villista en Chihuahua es sin duda anó-
mala respecto a otras rebeliones campesinas del pasado: se expropió de forma
centralizada a la mayoría de los terratenientes mediante legislaciones radicales, y
el despojo de éstos se puso al servicio de las necesidades de la guerra.

88
En Durango, donde como planteamos existía una larga historia de conflictos agrarios, el gobierno
de Pastor Rouaix promulgó una ley agraria que tenía la característica de legitimar las restituciones y
expropiaciones realizadas por los pueblos con el incentivo de las partidas revolucionarias de Calixto
Contreras y Orestes Pereyra.
128 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Al mismo tiempo, el proyecto político del villismo era muy vago y nebuloso
en otros aspectos, como en la propuesta de bregar por un “gobierno democrá-
tico constitucional”, donde estaba ausente la definición de qué clase o alianza
de clases –distinta a la burguesía liberal–, hegemonizaría ese gobierno, y qué
programa se llevaría adelante.
Controvertido y complejo sin duda fue el villismo. Una fuerza plebeya que
sustentó su accionar, crecientemente autónomo del carrancismo y obregonismo,
en su potencia militar y en ser la encarnación del torbellino rural norteño en este
momento ascendente de la Revolución, pero que no buscó constituir un poder
nacional y alternativo al intento carrancista de restablecer el régimen burgués.
Se trata de contradicciones profundas que encontramos en la guerra civil en
México, donde las masas rurales protagonizaron contra el antiguo régimen el
movimiento más violento de la historia de América Latina, el cual aún perdura
en la memoria colectiva a pesar de los intentos por suprimirle sus aristas más
filosas, pero no pudo transformar la crítica armada y despiadada del viejo orden
en una propuesta propia de los explotados y oprimidos.

El creciente encono de Carranza respecto a Francisco Villa se alimentaba no


sólo del hecho de que el Centauro se había autonombrado gobernador de Chi-
huahua, adoptando atribuciones que sólo le correspondían al Primer Jefe, sino
también de estas medidas económicas y sociales que se desplegaban en la zona
de influencia villista. Esto impulsó a Carranza a viajar a Durango y a Chihuahua,
donde intentó recortar su poder y contener las medidas expropiatorias.
En paralelo se desarrollaba el acercamiento de Villa con el principal líder
de la revolución sureña. En el otoño de 1913 comenzó un intercambio epistolar
con Zapata, en el cual coincidieron en muchas de las conclusiones sobre la lucha
contra Huerta y el carácter radical que debía adquirir. Favoreció esta comunica-
ción la estancia del zapatista Gildardo Magaña en la comandancia de la División;
Magaña había compartido la cárcel con Villa en 1912, y actuaba como represen-
tante de la comandancia del sur ante éste. Zapata le escribía a Gildardo Magaña:
“Nuestra revolución está muy lejos de aceptar personalismos […] no tiene otros
fines que cimentar o resolver el problema político fundado en la democracia y
el problema económico fundado en la ley agraria […] por medio de las armas
debemos hacer que vuelva a sus legítimos dueños víctimas de la usurpación”89.
La lucha contra Huerta había profundizado la convicción de los zapatistas
en las banderas del Plan de Ayala, como muestra por ejemplo el Manifiesto a

89
Zapata a Magaña, en Francisco Pineda Gómez, op. cit., pp. 350-351.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 129

la Nación de octubre de 1913 o el documento A los habitantes de la Ciudad de


México de junio de 1914, previo a la caída de Huerta.
Si el agrarismo zapatista influía sobre el villismo, también mostraban coin-
cidencias en torno al gobierno nacional que se pretendía. Zapata, anticipando la
experiencia de Aguascalientes, propuso convocar a una convención revolucio-
naria, la cual designaría al presidente provisional, que estaría así sustentado en la
fuerza de las masas armadas. Sin embargo, tampoco definía qué clase detentaría
el poder político y, por ende, qué contenido social asumiría la democracia de
la cual se hablaba, cuestión que era una necesidad imperiosa para liquidar la
dominación política y económica de las clases enemigas y hacer efectivas las
demandas de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad. Estas ausencias
evidenciarán sus consecuencias en los momentos de la ocupación de la Ciudad
de México, cuando la lucha contra la fracción carrancista requirió no sólo de una
fuerza militar independiente, sino también de un proyecto político alternativo.

La llegada de Pancho Villa al gobierno de Chihuahua impulsó a muchos intelec-


tuales y periodistas, provenientes en su gran mayoría del maderismo, a acercarse
al Centauro, los cuales fueron utilizados como administradores, redactores y, en
algunos casos, como asesores del gobierno estatal, aunque sin dirigir las opera-
ciones militares. Aquél aparecía, ante ellos, como una opción aceptable, frente a
los antecedentes reyistas de Carranza. Por otras razones desconfiaban de Zapata,
quien representaba un agrarismo demasiado radical y un pasado de confronta-
ción con Madero. Villa, por el contrario, nunca había llegado a la ruptura, lo cual
constituía un punto en común con estos intelectuales. Sin embargo, las medidas
confiscatorias ya mencionadas, muy distintas al proyecto maderista de 1911 y
1912, no causaron mayor agrado entre este sector, algunos de cuyos integrantes
abandonaron más tarde a Villa, y se volvieron sus peores enemigos, colaborando
en algunos casos en la creación de la leyenda negra. Otra figura que se acercó a
él fue Felipe Ángeles. Formado en el porfirismo, fue el oficial de más alto rango
del viejo ejército incorporado a la Revolución y estuvo hasta el final con Madero,
con lo cual se ganó un respeto importante entre los revolucionarios del norte. In-
corporado al círculo cercano de Carranza, fue hecho a un lado por éste, debido a
las protestas que Obregón y otros sonorenses formularon ante su nombramiento
como Secretario de Guerra. Luego de esto solicitó su traslado a la División del
Norte, donde se incorporó el 15 de marzo de 1914, haciéndose cargo de la artille-
ría y convirtiéndose en uno de los más cercanos colaboradores de Villa, a quien
acompañó aún en la derrota.
130 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

El paso siguiente de la División del Norte fue retomar la comarca lagunera.


Para marzo de 1914, según la revista realizada por Villa antes de atacar nueva-
mente Torreón, contaba con alrededor de 22 mil combatientes.
En Torreón y las poblaciones circundantes estaban estacionados alrededor
de 7 mil federales, bien pertrechados y con artillería. Villa intentó mantener
oculta su partida de Chihuahua, de donde salieron sus trenes con algo más de
8 mil combatientes y 29 cañones, según Taibo II, a los que luego se agregaron
varios cuerpos de combatientes de Durango y la reserva que se mantenía en
Chihuahua. En la siempre variable evaluación de los historiadores respecto a las
tropas empeñadas, Katz menciona 16 mil revolucionarios, en tanto que Salme-
rón habla de 20 mil combatientes de la División que participaron en la batalla.
La misma, que inició con combates en Sacramento y luego se trasladó a Gómez
Palacio y Torreón, fue de las más sangrientas de la guerra civil, y duró casi dos
semanas. El avance de los trenes villistas fue precedido por la huida de la región
lagunera de los terratenientes y la burguesía. La táctica militar de Villa incorporó
los ataques nocturnos, que resultaban por completo adversos para las tropas
federales ubicadas en una posición defensiva; el combate en horas de la noche
favorecía la deserción de las tropas rasas basadas en la leva. El rotundo triunfo
le permitió acceder a los recursos de la exportación algodonera de la región. La
política social ensayada por Villa en la zona fue una continuidad de lo que ya
mencionamos antes, e incluyó la expropiación de las tierras de los partidarios del
régimen, así como la realización de algunos repartos agrarios.
De inmediato se preparó el ataque a San Pedro de las Colonias, donde se
concentraban las fuerzas que habían logrado escapar de Torreón hacia el Sur, con
refuerzos provenientes de la Ciudad de México y de Saltillo. Tres divisiones fede-
rales distintas que lograron concentrarse en ese lugar, sumaban 12 mil soldados,
y mostraba que el gobierno de Huerta consideraba que, para ganar la guerra, era
esencial derrotar a la División del Norte90. La lucha se decidía en torno a la co-
lumna vertebral del país; Felipe Ángeles, consciente de esto, escribirá en su repor-
te de la batalla “Todos los generales de confianza de Huerta estaban en San Pedro
[…] aquí cifraba Huerta el sostenimiento de su gobierno”91. En esta batalla, las
fuerzas de la División del Norte constaban de alrededor de 14 mil combatientes.
La moral del Ejército Federal estaba muy golpeada después de Torreón y fue de-
rrotado por los villistas; el 14 de abril éstos entraban a San Pedro de las Colonias.

90
Como dijimos antes, la acción de las tropas comandadas por Pablo González no constituían una seria
amenaza para el Ejército Federal, y en las varias ocasiones que Villa le pidió que bloquease el avance de
los refuerzos provenientes del noreste, no lo hizo.
91
Citado en Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 343.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 131

En abril de 1914 un acontecimiento sacudió la guerra civil que se desarrollaba en


México. Buques estadounidenses bombardearon el puerto de Veracruz, e infan-
tes de marina desembarcaron y lo ocuparon, en una acción que causó, del lado
mexicano, alrededor de 500 bajas entre los cadetes militares y la población civil.
Utilizando como excusa la detención en tierra de dos marinos yanquis, Estados
Unidos intervino de forma abierta en la situación nacional.
Desde meses antes, el presidente Woodrow Wilson presionaba al gobierno
de Huerta a que convocase elecciones y diera una salida democrática al conflic-
to en curso. Esta propuesta no tenía muchos partidarios: el constitucionalismo no
confiaba en que el régimen otorgase elecciones libres, en tanto que Huerta no cedía
a las presiones de Washington. El dictador había disuelto el Congreso después del
escándalo causado por el asesinato del legislador maderista Belisario Domínguez y
realizó unas fraudulentas elecciones donde fue candidato único.
Para entender la política estadounidense, es importante considerar que
Huerta venía inclinándose hacia el imperialismo británico –según plantea Frie-
drich Katz, Gran Bretaña le había externado su apoyo–, lo cual generaba resque-
mor en el gobierno de EE. UU. La administración de Wilson estaba buscando,
en el campo antihuertista, una opción que garantizase sus intereses y los de las
empresas estadounidenses, manteniendo emisarios ante Carranza, Villa e inclu-
so Zapata. Esto mientras sectores del establishment yanqui proponían una inter-
vención e incluso una anexión de parte de México.
Cuando se dio la invasión a Veracruz, la actitud de Villa fue cautelosa, posi-
blemente bajo la influencia de Ángeles. En cambio, Carranza protestó y exigió la
evacuación del puerto, rechazando –lo que también hicieron Villa y Zapata– la
maniobra huertista que, para ganar tiempo en una guerra civil que le era ya des-
favorable, llamó a los revolucionarios a dejar de lado la confrontación y unirse al
gobierno en la lucha contra Estados Unidos.
Más allá de los roces diplomáticos y las declaraciones frente a la invasión,
desde septiembre de 1913, según plantea John Mason Hart, ya se notaba una
clara inclinación de la administración Wilson hacia Carranza. La actitud de los
gobiernos de Coahuila y Sonora y de sus fuerzas militares era favorable al mante-
nimiento de las propiedades así como de los acuerdos contraídos en la etapa pre-
via con empresas y gobiernos extranjeros. Por su parte, sectores de la burguesía
yanqui con propiedades en el país –fundamentalmente en el petróleo, la minería
y los latifundios– desconfiaban de los líderes campesinos radicales y su política
de expropiación. Aunque en el decreto de 1913 Villa no atacaba las propiedades
estadounidenses, en las zonas bajo su control los desposeídos del campo inva-
dieron en varias ocasiones grandes propiedades de dueños extranjeros. Para los
132 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

empresarios y el gobierno estadounidense, en el desempeño de la División del


Norte y del Ejército Libertador del Sur se evidenciaba un carácter de clase anta-
gónico a sus intereses. Más allá de la buena relación que se dice que Villa tenía
con el general yanqui Hugh Scott, e incluso tomando en cuenta que en el Centau-
ro todavía no existía, en 1913, una posición definida respecto a Estados Unidos,
con el correr de los años maduró en él un sentimiento antiestadounidense que se
expresó luego en el ataque a Columbus, en el mismo territorio de Estados Unidos.
La discusión sobre las causas de la intervención yanqui es sin duda muy am-
plia. La irrupción de las masas campesinas fue sin duda un elemento fundamen-
tal en la definición de la política del imperialismo, que buscaba presionar de
manera más abierta a las fracciones en disputa, para contener el proceso revolu-
cionario y cerrar un conflicto abierto en su frontera sur. También obedeció a la
necesidad de generar mejores condiciones –y qué mejor para ello que una inter-
vención armada a la cual destinó parte importante de su flota– para preservar su
dominación sobre lo que luego sería conocido como su patio trasero.
Otra cuestión sujeta a discusión es la relación entre esta política y la inten-
ción de favorecer a Carranza frente a los líderes campesinos. Autores como Pi-
neda Gómez, por ejemplo, sostienen que, más allá del discurso nacionalista del
Primer Jefe, la intervención yanqui benefició de forma abierta, y por distintas
vías, al liderazgo del coahuilense. Por un lado porque Carranza se vio favorecido
por las conversaciones que con los representantes del gobierno mexicano sostu-
vieron Estados Unidos y los países del ABC (Argentina, Brasil y Chile), quienes
exigieron la salida de Huerta y apoyaron así al Primer Jefe. Por otra parte, porque
la ocupación estadounidense se mantuvo frente a la acción de las masas agra-
rias, y sólo se retiró a partir de la negociación con Carranza a fines de ese año,
dejándole el control del estratégico puerto y una gran cantidad de suministros
militares. Esto le brindó al mando constitucionalista una gran base de apoyo
logístico para iniciar su posterior contraofensiva sobre los ejércitos de Zapata y
Villa. Hart, por ejemplo, documenta cómo se fue definiendo Estados Unidos a
favor de Carranza, lo cual se expresó más tarde en acciones militares –como en
la batalla de Agua Prieta, donde según los villistas las fuerzas estadounidenses
auxiliaron a las tropas de Plutarco Elías Calles desde el otro lado de la frontera–,
en la obstaculización al tráfico de armas tan necesario para Villa, y finalmente en
el reconocimiento diplomático del gobierno de Carranza.
La invasión a Veracruz, mientras marcó la intención intervencionista del im-
perialismo yanqui y mostró que las potencias buscaban tener un rol activo en
el proceso mexicano, no alcanzó a constituirse en un elemento definitorio en
el curso del proceso revolucionario, como en su momento plantearon distintos
autores de la escuela historiográfica soviética. Hay que considerar que los países
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 133

imperialistas –incluidos los Estados Unidos– orientaban su atención hacia el


gran teatro de la Primera Guerra Mundial, lo que limitaba cada vez más su capa-
cidad de incidir de manera decisiva sobre las fuerzas políticas actuantes en la Re-
volución. Sin duda, no se puede dejar de reconocer la importancia que tuvo, en
el resultado de las batallas del Bajío, la ya mencionada provisión a las tropas de
Carranza del armamento estacionado en Veracruz. Pero fueron esencialmente
las características del proceso mexicano, las fuerzas sociales y políticas actuan-
tes, sus programas y estrategias, las que explican su resultado final.

Después de la toma de Torreón, la visita de Carranza a Chihuahua a fines de abril, y


su encuentro con Villa y los jefes de la División del Norte, mostró que crecía la dis-
tancia y la desconfianza mutua. Un banquete organizado en honor del Primer Jefe
(al que no asistió Villa, disgustado con la intromisión de Carranza en los asuntos
de gobierno de Chihuahua) fue la ocasión para que los jefes villistas le planteasen
que “Los hombres de la División del Norte quieren que se respeten las doctrinas
sociales por las que hemos luchado, quieren que impere la justicia social y que se
consagre el derecho al voto, quieren que se repartan las tierras a los campesinos”92.
Se insistía sobre dos cuestiones que volvieron en forma recurrente en los
meses siguientes, y que acrecentaron la brecha en el seno del constitucionalismo:
no se aceptaba la intención de Carranza de asumir como presidente a la derrota
de Huerta, lo cual sería luego vinculado a la propuesta de que una convención de
jefes revolucionarios designase al próximo presidente; y no se consideraba como
secundaria la cuestión agraria, como pretendían los líderes de los Ejércitos del
Noreste y del Noroeste. En esta visita a Chihuahua, Carranza le ordenó al estado
mayor de la División del Norte que se desviase hacia el Este para tomar Saltillo, la
capital de Coahuila. Esto no tenía lógica alguna en el terreno de la táctica militar:
interrumpía el avance arrollador del ejército villista hacia el Sur, y por otra parte
era una acción relativamente sencilla que entraba en la jurisdicción del Ejército
del Noreste de Pablo González. Pero la lógica se encontraba en el terreno de
la estrategia política de la fracción burguesa, ya que Carranza quería frenar el
avance de Villa y evitar que un ejército campesino que impulsaba acciones so-
ciales y políticas contra los latifundistas, llegase primero a la Ciudad de México,
confluyendo con el Ejército Libertador del Sur y su Plan de Ayala. Villa aceptó de
mala gana los dictados de Carranza, y con 15 mil soldados partió desde Torreón
hacia Saltillo. Aquí hay otra página magistral de la guerra civil: en el trayecto, la
División del Norte debió frenar su marcha por la destrucción de vías, y recibió

92
Citado por Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 352.
134 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

el informe de que 5 mil federales con artillería se encontraban estacionados en


un punto cercano, a 45 kilómetros, en la estación de Paredón. Allí tuvo lugar
una de las batallas más emblemáticas protagonizadas por la caballería villista:
durante horas, una fuerza de 8 mil jinetes se acercó a Paredón y, tomando posi-
ción en una línea de 4 kilómetros, se lanzó sobre las tropas federales, que por la
velocidad del ataque no pudieron hacer un uso efectivo de la artillería y fueron
arrasados. Como comentaba Jorge Aguilar Mora:

La ventaja de Villa estaba en la combinación del movimiento del caballo con el de sus
carabinas. Era un doble movimiento que aumentaba geométricamente la velocidad
del ataque […] el movimiento de los caballos villistas tenía una articulación mucho
más efectiva que la de los dragones federales: éstos usaban el ritmo tradicional de una
aceleración progresiva mientras que los villistas se desplazaban con arranques súbitos
y altos inesperados. Este ritmo quebrado era necesario y complementario del arma de
media distancia que los federales no sabían usar93.

El resultado fue la destrucción absoluta de las tropas federales, que a media


hora de iniciado el combate huyeron atropelladamente. Si la de Paredón resultó
una de las batallas donde el lugar central lo ocupó la caballería, hay que decir que,
según explican historiadores como Pedro Salmerón, la guerra civil estuvo prota-
gonizada por la infantería montada; esto es, por el uso del caballo como medio
de aproximación, realizándose la confrontación pie a tierra, con el apoyo de la
artillería. La utilización de ametralladoras y trincheras fue una característica a la
que apelaron los distintos bandos que actuaron, tanto en el periodo de la lucha
contra Huerta como en el año de 1915. Contra la imagen de un villismo militar-
mente arcaico y limitado, identificado sólo con las cargas de caballería, hay que
recordar su uso inteligente de la artillería, la combinación de ataques de caballería
y de infantería, la distribución del grupo de élite de Villa (los Dorados) entre las
distintas brigadas y destacamentos con el fin de levantar la moral, la utilización
privilegiada de los trenes para el transporte de las tropas y artillería, así como la
organización del abasto de agua, alimentos y un servicio sanitario que, a la vez
que mostraba una real preocupación por la situación de la tropa, podría haber
sido la envidia de un ejército profesional burgués. Y esto respondía también a que
era un ejército que expresaba una tendencia ascendente del proceso revoluciona-
rio, basado en el empuje y la disposición a la lucha de los miles de combatientes
que lo integraban, donde muchos de los jefes militares participaban en la primera
línea de las acciones de guerra, en tanto que la contrarrevolución huertista estaba

93
Citado por Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 360.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 135

en derrumbe, su ejército descompuesto y su mando corrompido. La División del


Norte, a pesar de los límites programáticos y políticos que el villismo mostró, era
un ejército revolucionario; articulaba la disposición a la lucha de las masas popu-
lares que lo integraban como parte de una lucha contra el viejo orden, con una or-
ganización militar centralizada. Por ello las tácticas de la División del Norte en el
campo de batalla (nutridas por la experiencia y el instinto de Villa y por la escuela
militar burguesa de Felipe Ángeles), tales como los ataques nocturnos, la orga-
nización de movimientos envolventes, y la búsqueda del lugar débil del enemigo
para aniquilarlo, sólo encontraban a su frente la lentitud y el conservadurismo de
un ejército comandado por una casta declinante y basado en el terror de la leva.
Después de la batalla de Paredón, Saltillo fue abandonado por el Ejército
Federal, y la ciudad fue ocupada por el villismo y entregada a Pablo González, re-
gresando luego la División del Norte a Torreón para preparar, ahora sí, el ataque
a Zacatecas. Esta ciudad, donde se concentraba uno de los mayores contingentes
del gobierno, era considerada la puerta de entrada a la Ciudad de México, y fren-
te a las fuerzas de Huerta (que al principio eran de alrededor de 2 mil, pero en
los días siguientes llegarían a 12 mil según Salmerón y a poco menos de 10 mil
según Taibo II) había sólo 6 mil rebeldes zacatecanos integrantes de la División
del Centro, bajo las órdenes de Pánfilo Natera y Domingo Arrieta, jefes cerca-
nos a Carranza. Villa se encontraba en su punto más alto: “[…] la conquista de
La Laguna convirtió a Villa en un dirigente nacional: controlaba más hombres
y recursos que cualquier otro jefe revolucionario y el poder de su ejército y su
prestigio como caudillo no tenía parangón en el campo rebelde”94.
En ese momento se dio la mayor confrontación con Carranza. Éste, que ha-
bía arribado a Saltillo, le ordenó a Villa que no avanzase, y que en cambio enviase
una parte de la División del Norte para subordinarse y apoyar las acciones de
la División del Centro, que en sus primeros ataques, realizados sin artillería ni
ametralladoras, había sido rechazada. La intención de Carranza era, de nueva
cuenta, contener al villismo en su camino hacia el Sur y de paso obtener en Zaca-
tecas una victoria militar emanada de sus directrices. La historia es conocida:
una conferencia telegráfica entre Torreón y Saltillo que duró varios días, en la
que Villa se negó a fraccionar la División del Norte y propuso movilizarla ínte-
gramente hacia el Sur, para tomar Zacatecas. El rechazo de la propuesta llevó a
que el duranguense presentase su renuncia, la cual fue aceptada de inmediato
por el Primer Jefe, quien les ordenó a los generales villistas que designasen un su-
cesor. Éstos, encabezados por Ángeles, se negaron y restituyeron a Villa, comu-
nicándole a Carranza “la resolución irrevocable de continuar bajo el mando del

94
Pedro Salmerón, La División del Norte, p. 435.
136 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

general Villa (la tomamos en ausencia de éste) […] Nuestras gestiones cerca de
este jefe han tenido éxito y marchamos prontamente al Sur”95, después de lo cual
iniciaron la marcha a Zacatecas. Esto constituyó un acto de abierta insubordina-
ción a la jefatura de Carranza y marcó un punto sin retorno en la confrontación
en el campo constitucionalista:

[…] la confrontación afectaba la estructura disciplinaria que Carranza había intentado


imponerle al constitucionalismo, basada en la supuesta herencia de la legalidad made-
rista, pasada a sus manos y refrendada en el Plan de Guadalupe, pero, lo que era más
grave, violaba la democrática realidad de que la Revolución en el Norte había surgido
de ciudadanos en armas que guiaban voluntarios, y que a su vez habían elegido a su
jefe en una asamblea”96.

Después Ángeles escribió un folleto donde daba el punto de vista villista de la


confrontación, en tanto que, desde el estado mayor de Carranza, en las posterio-
res adiciones al Plan de Guadalupe, también se explicaría la mencionada división.

Una fuerza cercana a los 20 mil combatientes97 se distribuyó en las cercanías de


Zacatecas, ciudad emplazada en un punto de dif ícil acceso, rodeada por cerros
que controlaban sus entradas, los cuales además se encontraban fortificados, ar-
tillados y rodeados de trincheras. La batalla duró menos de 12 horas, y el saldo
fue la destrucción de otro Ejército Federal por parte de la División del Norte.
Aunado a la táctica militar impecable diseñada por el mando villista –que inclu-
yó de nuevo la utilización efectiva de la artillería– la voluntad de lucha y la alta
moral de los atacantes fue fundamental para dar el golpe de gracia al Ejército
Federal y resolver en pocas horas la batalla.
El triunfo de Zacatecas –que como acto de guerra tuvo menos intensidad y
duración que la toma de Torreón entre marzo y abril de 1914– fue el momento
cúlmine en la destrucción del Ejército Federal, pilar fundamental del Estado bur-
gués comandado por Victoriano Huerta, y señaló el fin de la primera fase de la
Revolución que inició en 1910. Si durante la misma se había mantenido la conti-
nuidad de las instituciones provenientes del porfirismo a través de los gobiernos

95
Gildardo Magaña: Emiliano Zapata y el agrarismo en México, tomo IV, México, INEHRM, 1985, p119.
96
Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 374.
97
En sus respectivas obras, Pedro Salmerón habla de 22 mil integrantes de la División del Norte, en
tanto que Paco Ignacio Taibo II menciona 19 mil 500 combatientes sumando los efectivos de la División
del Norte y del Centro.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 137

de De La Barra, Madero y Huerta, evitando así su derrumbe frente a la irrup-


ción de las masas, Zacatecas marcó la descomposición y desarticulación del Estado.
Fue un acontecimiento histórico que mostró la potencialidad de las masas
insurgentes, cuya acción había ido in crescendo, como mostraba el avance arro-
llador de la División del Norte y la creciente influencia que se irradiaba desde
los pueblos de Morelos. “Zacatecas significa que el ejército de Porfirio Díaz, de
Francisco I. Madero y de Huerta, el ejército cuya continuidad viene desde la gue-
rra contra la intervención francesa, es decir, el ejército sobre el cual se sostiene
la continuidad del Estado liberal burgués, ha sido destruido por un ejército de
campesinos [...] La espina dorsal del viejo Estado está partida”98.
La Revolución campesina había logrado, por la vía de las armas, lo que evitó
hacer la dirección burguesa maderista. Y fue un acontecimiento que debe resca-
tarse con orgullo en una historia de los explotados y oprimidos: el triunfo sobre
el Estado burgués por parte de un ejército campesino que, en sus métodos y
acciones, destilaba el odio de clase de los desposeídos.

Segunda fase de la Revolución


De la confrontación en el bloque antihuertista
a la derrota de los ejércitos campesinos

La desarticulación del pilar del viejo Estado marcó el inicio de una nueva fase
de la Revolución, la cual se caracterizó por la guerra civil que confrontó al cons-
titucionalismo con las direcciones campesinas radicales, cuestión que expresó
el antagonismo entre los distintos proyectos políticos que, con mayor o menor
claridad, estas fracciones expresaban, y que había madurado en los años previos.
Esta segunda fase de la Revolución la consideramos en dos grandes momentos:

Los ejércitos campesinos radicales a la ofensiva: de la caída de Huerta a la


ocupación de la Ciudad de México.
La restauración constitucionalista retoma la iniciativa: la lucha entre los ejér-
citos de Villa y Obregón y el triunfo militar de éste, sentando las bases para la
reorganización del Estado burgués y el Constituyente de 1917.
Cruzando de manera transversal los momentos previos, consideramos la Co-
muna de Morelos de 1915 y su confrontación con el constitucionalismo
triunfante, la cual, por su importancia específica como experiencia de poder
campesino, la analizamos en un posterior ensayo.

98
Adolfo Gilly, op. cit., p. 180.
138 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Los ejércitos campesinos radicales a la ofensiva

La revolución de fuera, la revolución campesina está ya en sus umbrales,


toca a sus puertas y pronto hará estremecer sus edificios y sus pavimentos
con el resonar de los corceles y el grito de guerra de los libertadores.

A los habitantes de la Ciudad de México, Emiliano Zapata y los comandantes del


Ejército Libertador de la república mexicana, 24 de junio de 191499

El choque al interior del bloque antihuertista fue expresión política y militar de


la contradicción entre una dirección burguesa socialmente reaccionaria y con-
servadora y el impulso de las demandas históricas de las masas rurales, que para
abrirse paso debían cuestionar el orden capitalista y su pilar, la gran propiedad
terrateniente.
La dirección constitucionalista, cohesionada en torno a la figura de Carranza,
persiguió el objetivo de contener y desactivar la insurrección generalizada de las
masas agrarias. Su programa y su acción política apuntaron a preservar la propie-
dad privada, reconstituir el Estado y abonar el surgimiento de una nueva burguesía
posrevolucionaria, de la cual los triunfadores fueron parte. Después de la derrota
de Huerta, se mostrarán con mayor claridad las distintas vías que para lograr ese
objetivo surgieron al interior del campo constitucionalista.
Por una parte hubo quienes, como Carranza, pretendieron hacerlo privilegian-
do los mecanismos coercitivos, oponiéndose a toda idea de otorgar concesiones a
las masas, mostrando de paso su incomprensión del proceso profundo que aflora-
ba en la rebelión de los desposeídos.
Y quienes, de forma más inteligente, enarbolaron una política que combinaba
golpear a las dirigencias radicales con la apropiación de parte de su programa,
atrayendo así a su base social campesina y buscando a la vez subordinar al joven
movimiento obrero. Fue el caso de Obregón y los constitucionalistas sonorenses,
quienes lograron que Carranza adoptase, durante el año de 1915, esta perspectiva.
En tanto que un tercer sector (que Adolfo Gilly definió como el ala jacobina),
encarnado en figuras como Lucio Blanco, Salvador Alvarado y Francisco J. Múgi-
ca, expresaba una tendencia más de izquierda, aunque también subordinada a la
dirección carrancista y que presionaba para que ésta retomase demandas sociales
y no se limitara a las puramente democrático-formales. Este sector tuvo mayor
incidencia en 1917, aunque su orientación la llevó al choque con Carranza en los

99
Francisco Pineda Gómez, op. cit., pp. 544 y 545.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 139

años previos, como en la confección del Plan de Guadalupe en 1913, o en las ex-
propiaciones ya mencionadas, realizadas por Lucio Blanco en Matamoros.

Después de la toma de Zacatecas, la División del Norte detuvo su avance, ante


el hecho de que Carranza y el Ejército del Noreste amenazaban cortar sus vías
de suministros, las cuales ya se habían extendido demasiado. Como planteaba
de manera correcta Adolfo Gilly, lo que se vio desde las tomas de Saltillo y de
Zacatecas, es que “pasó a primer plano el conflicto contenido en la guerra civil
mexicana: el conflicto entre la dirección burguesa de Carranza y los ejércitos
campesinos en los cuales se apoyaba contra la facción de Huerta”100. Cuando
éste ya estaba prácticamente derrotado, el mando constitucionalista comenzó
a tomar medidas contra la División del Norte, como el corte de combustible
para los trenes. La crisis entre Carranza y Villa entró en un punto muerto, y se
realizaron las conferencias de Torreón entre los representantes del Ejército del
Noroeste, que actuaban en nombre de Carranza, y de la División del Norte. El
resultado fue la aceptación de la autoridad de Carranza y de que, al triunfo de
la Revolución, éste asumiría como presidente interino, con el compromiso de
convocar de inmediato a elecciones; al mismo tiempo se reconocía a Pancho
Villa como jefe de la División del Norte. La que fuera conocida como la cláusula
de oro incluida en este acuerdo, representaba la primera mención a un programa
social en el constitucionalismo, y prometía “emancipar económicamente a los
campesinos haciendo una distribución equitativa de tierras o por otros medios
que tiendan a la resolución del problema agrario”101; sin embargo, Carranza rá-
pidamente desconoció este punto del Pacto de Torreón. Este acuerdo les dio un
tiempo precioso a los Ejércitos del Noroeste y del Noreste para avanzar hacia la
Ciudad de México, y mostró la debilidad política del villismo. En lugar de apro-
vechar el impulso dado por su campaña militar y mantenerse independiente del
carrancismo, reconoció a Carranza como Primer Jefe de la Revolución y como
futuro presidente interino, y le cedió la iniciativa de la ocupación de la ciudad.
En las semanas siguientes, Huerta renunció y se inició la transición, acordán-
dose la rendición del Ejército Federal y la entrega de sus posiciones y su armamen-
to a los constitucionalistas. En particular, las tropas de Pablo González Garza se
encargaron de esto, extendiendo su influencia territorial por el país, en tanto que
Obregón entró a la Ciudad de México y preparó el ingreso de Carranza, quien
como presidente provisional llegó a la capital el 20 de agosto de 1914. Un punto

100
Ibidem, p. 101.
101
Citado en Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 397.
140 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

fundamental de esta transición fue el acuerdo por el cual las tropas federales
mantuvieron sus posiciones en el sur de la ciudad, en San Ángel, Tlalpan y Xo-
chimilco, hasta que fueron relevadas por los constitucionalistas, evitando que
los zapatistas pudieran incursionar en la capital.
Después de la instalación de Carranza en la Ciudad de México, éste convocó
una convención de jefes constitucionalistas a realizarse en la capital del país, y
las semanas siguientes fueron de negociaciones y discusiones con los villistas
y los zapatistas, así como de crecientes tensiones como las que enfrentaban a
distintos sectores constitucionalistas en Durango y en Sonora, o los primeros
choques entre zapatistas y carrancistas en el Sur. En ese contexto Álvaro Obre-
gón viajó a Chihuahua para entrevistarse con Villa, donde estuvo a punto de ser
fusilado como resultado de la creciente desconfianza que el Centauro sentía por
él, y también por la molestia que aquél tenía con la situación que se estaba dando
en Sonora, donde se habían enfrentado las fuerzas de Maytorena, cercano a Vi-
lla, y de los carrancistas Benjamín Hill y Plutarco Elías Calles. El sonorense salvó
su vida por la intermediación de algunos generales villistas, incluido Ángeles.
Durante la accidentada estadía de Obregón en Chihuahua, se dio a conocer
una carta firmada por éste y por Villa, en la que se consideraba que la convención
convocada por Carranza no era representativa y no tomaba en cuenta en su tema-
rio la cuestión agraria, pero que asistirían a la misma en el entendido de “que lo
primero que hará la junta será un referéndum sobre la figura de Carranza y luego la
convocatoria a elecciones generales para al final tratar el problema agrario”102. Estos
términos fueron luego rechazados por Carranza y Villa desconoció la convención
a realizarse en la Ciudad de México. La actuación de Obregón en estas semanas, y
su rúbrica en la carta que hablaba de la reforma agraria y que pretendía limitar el
poder de Carranza, no sólo buscaba influir a los elementos “ilustrados” del villismo
(como aquél reconoció en sus memorias) sino que pretendía ubicarse en un lugar
intermedio entre Carranza y Villa. Esto es, entre el accionar del coahuilense –que
quería repetir el proyecto maderista de 1912 y su programa de limitadas reformas
políticas–, y la lucha por la tierra que respiraba por todos los poros de los ejércitos
campesinos. Tal vez aspiraba a ocupar, en esa disputa entre el Centauro y Carranza,
una presidencia provisional de consenso. Con gran olfato político, Obregón encar-
naba desde entonces la solución que la propia burguesía daría al proceso iniciado
en 1910, con la Constitución de 1917 y la construcción de un Estado posrevolucio-
nario caracterizado por la emergencia del bonapartismo mexicano103.

102
Ibidem, p. 414.
103
Aunque no es el tema del presente ensayo, remitimos al lector a la amplia bibliograf ía sobre el estado
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 141

Entretanto, en Morelos, una comisión carrancista integrada por varios perso-


najes que en el pasado habían sido cercanos al magonismo, no llegaba a ningún
acuerdo con los zapatistas, quienes estaban empeñados en lograr el reconoci-
miento del Plan de Ayala como condición previa a cualquier pacto. El zapatismo
mostraba así una intransigencia programática que impedía los acuerdos con esta
ala burguesa, y con la que no contaba el villismo, que por ello tendía a aceptar las
promesas de Obregón y sus partidarios. Como testimonio de esta confrontación
irreconciliable están las palabras de Carranza al comandante zapatista Geno-
vevo de la O: “eso de repartir tierras es descabellado. Díganme qué haciendas
tienen ustedes, de su propiedad, que puedan repartir, porque uno reparte lo que
es suyo, no lo ajeno”104.

mexicano y el régimen que emerge en la década de 1920, destacando la obra de Manuel Aguilar Mora, El
escándalo del Estado / Una teoría del poder político en México, México, 2000, Fontamara, 416 pp., que
retoma la amplia elaboración sobre el tema de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y otros autores, y presenta
las tesis del autor. Allí cita a Marx, quien en relación con el gobierno de Luis Bonaparte planteaba: “El
Imperio, con el golpe de Estado como partida de nacimiento, el sufragio universal como credencial y el
sable como cetro, pretendía apoyarse en los campesinos […] So pretexto de salvar a la clase obrera, lo
que hizo fue acabar con el parlamentarismo, convirtiendo descaradamente al gobierno en instrumento
de las clases poseedoras. So pretexto de salvar a las clases poseedoras, lo que hizo fue mantener en pie
su prepotencia económica sobre la clase obrera.” (p. 209). Y afirma Aguilar Mora: “El equilibrio bona-
partista es el sello indeleble de momentos históricos críticos precisos de la trayectoria de la sociedad
burguesa. Se da en situaciones en las que o sus clases se encuentran fatigadas, abrumadas o derrotadas
después de gigantescas conmociones revolucionarias, o se encuentran en extrema tensión en el umbral
mismo de cambios espectaculares de carácter revolucionario o contrarrevolucionario” (p. 210). Por
su parte, Trotsky, analizando el gobierno de Lázaro Cárdenas, sostuvo: “En los países industrialmente
atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional
en relación con el proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno
oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el rela-
tivamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole
particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien con-
virtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una
dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando
de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros.
La actual política (del gobierno mexicano, N. del T.) se ubica en la segunda alternativa; sus mayores
conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las compañías petroleras”, en León Trotsky, “La
industria nacionalizada y la administración obrera”, publicado sin firma en Fourth International, agosto
1946. Tomado de León Trotsky, Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP, 2007, 3era ed., p. 170.
104
Citado en John Womack Jr, op.cit., p. 195 y en Adolfo Gilly, op. cit., p. 121.
142 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

En oposición a la dirección burguesa, el 19 de junio de 1914 la jefatura za-


patista emitió un acta de ratificación del Plan de Ayala donde se afirmaba que
“la Revolución no puede reconocer otro presidente provisional que el que se
nombre por los jefes revolucionarios de las diversas regiones del país”, con lo que
se desconocía la pretensión de Venustiano Carranza, y se condicionaba el fin de
la guerra a que “se establezca un gobierno compuesto de hombres adictos al Plan
de Ayala, que lleve desde luego a la práctica las reformas agrarias”105.
Y, profundizando esto, en septiembre los zapatistas lanzaron el decreto de
nacionalización de bienes, ejerciendo así los planteos programáticos del Plan de
Ayala: “Las propiedades rústicas nacionalizadas pasarán a poder de los pueblos
que no tengan tierras que cultivar y carezcan de otros elementos de labranza, o se
destinarán a la protección de los huérfanos y viudas de aquellos que han sucum-
bido en la lucha que se sostiene por los ideales invocados en el Plan de Ayala”106.

Con la quiebra del Ejército Federal y el ascenso de los ejércitos campesinos, esta-
ba roto el monopolio de las armas, ya de por sí cuestionado en los años previos,
y las diversas fuerzas rebeldes ocupaban las distintas zonas del país. Mientras los
ejércitos de Álvaro Obregón y Pablo González se posicionaban en determinadas
porciones del territorio, la División del Norte hacía lo propio, en tanto que gran
parte de sus tropas permanecían a las afueras de Aguascalientes, cercana a la
Ciudad de México. Los zapatistas, en tanto, controlaban Morelos, Guerrero, el
Estado de México y zonas de Puebla.
La Convención que Carranza convocó para realizarse en la Ciudad de Méxi-
co, bajo su influencia directa, no podía satisfacer al villismo y mucho menos a los
revolucionarios de Morelos. Después de las ríspidas conversaciones entre Villa y
Obregón, cobró fuerza el sector del constitucionalismo que veía la necesidad de
realizar concesiones a los líderes campesinos para retrasar lo más posible el en-
frentamiento armado, y de su seno surgió una comisión de pacificación que pro-
puso el cambio de sede de la Convención a Aguascalientes, considerada como
un lugar neutral, adonde asistieron representantes de todos los ejércitos, con
excepción del zapatismo. En sus primeras sesiones, la Convención era claramen-
te el instrumento del obregonismo, que buscaba envolver a las representaciones
militares campesinas con promesas vagas y discursos grandilocuentes. Mientras
tanto, una delegación de los villistas, encabezada por Felipe Ángeles, se trasladó
a Cuernavaca para invitar al Ejército Libertador del Sur, lo cual fue aceptado

105
Citado por Francisco Pineda Gómez, op. cit., pp. 548 y 549.
106
Citado por Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 470.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 143

por los zapatistas, aunque éstos se negaron a que sus delegados tuvieran plenos
poderes hasta que Carranza se sometiera al mandato de la Convención y a los
principios del Plan de Ayala.
Como plantean diversos autores, el arribo de los zapatistas volcó el ánimo
político de la Convención, que al final asumió como propios los artículos cen-
trales del Plan de Ayala, llamó a Carranza a someterse a sus resoluciones y eligió
un presidente provisional, Eulalio Gutiérrez, quien había iniciado su carrera mi-
litar en el Ejército del Noreste. Gutiérrez fue propuesto directamente por Álvaro
Obregón. Como era de esperarse, Carranza se negó a someterse a la Convención,
y a mediados de noviembre sus delegados, encabezados por Obregón, se retira-
ron. La intención de la fracción carrancista, que realizó la Convención para con-
tener a los ejércitos campesinos y legitimarse como gobierno nacional, fracasó.
La confluencia tan temida entre los ejércitos radicales campesinos del Norte y
del Sur tuvo su primer capítulo en la Convención, y la adopción del Plan de Ayala
representó, qué duda cabe, una derrota política del constitucionalismo burgués.
Esto era expresión de que, con la caída de Huerta, las masas estaban a la ofensiva,
y eso también empujaba a sectores provenientes del constitucionalismo a aliarse
con los ejércitos campesinos, como fue el caso de Lucio Blanco o Eulalio Gutié-
rrez, emergiendo así en la Convención este tercer sector, en coalición coyuntural
con Villa y Zapata; varios de ellos, como el flamante presidente convencionista,
volverían luego a alinearse con la dirección constitucionalista. Carranza y Obre-
gón al final se retiraron de la capital del país el 24 de noviembre de 1914 y se
replegaron a Veracruz, manteniendo el control de algunas plazas importantes en
las costas y el centro del territorio.
Los ejércitos campesinos ocuparon la Ciudad de México durante diciembre
de ese año, y allí se instaló el gobierno de la Convención. En ese momento, Villa y
Zapata dominaban la mayor parte del país, y parecía cuestión de tiempo que sus
tropas derrotasen por completo a los ejércitos constitucionalistas. La localiza-
ción geográfica de éstos era claramente desfavorable. Estaban desperdigados en
distintos puntos de la república, lo cual no era compensado de forma suficiente
por el control que ejercían sobre los principales puertos. Los convencionistas, en
cambio, tenían en su poder las vías férreas más importantes y la frontera norte,
además de ocupar el centro del país y contar a su favor con el enorme empuje
moral que brindaba estar en el clímax de la Revolución, controlando la mayor
plaza estratégica de la república.
Pero, como sabemos, la toma de la capital no significó el triunfo de los ejérci-
tos campesinos. La unidad de la Convención se quebró muy rápido, y las tropas
de Villa y Zapata se retirarían pocas semanas después de la Ciudad de México.
144 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Tanto la Convención, basada en la ruptura política con el liderazgo burgués de


Carranza, como la ocupación de la Ciudad de México mostraban, por una parte,
la radicalidad de la lucha por las demandas agrarias y la profundidad del proceso
revolucionario. Éste alcanzaba el punto más alto logrado alguna vez en la histo-
ria por las masas campesinas mediante su acción autónoma: lo cual se reflejó en
la destrucción del viejo Estado burgués y en la ocupación del principal centro
político y administrativo de una nación. Adolfo Gilly planteaba que la presencia
de los ejércitos campesinos en la Ciudad de México mostraba que “[…] la pers-
pectiva y la reivindicación de la tierra, la conquista revolucionaria de la tierra,
aun siendo formalmente una reivindicación democrática, rebasaba ya entonces
los marcos de la burguesía y exigía enfrentar a su poder con otro poder ajeno a
su base de clase”107.
Con los sucesos de diciembre de 1914 se mostraba que las direcciones cam-
pesinas radicales se orientaban hacia la posesión del principal centro urbano –a
través de la alianza concretada en la Convención Militar de Aguascalientes–, cues-
tión que surgía como una necesidad imperiosa para llevar a buen término la lucha.
Pero, por otra parte, la Convención, que emergió del enfrentamiento con el
carrancismo y el obregonismo y que fue la base del ef ímero gobierno de Eulalio
Gutiérrez, en el cual participaban intelectuales como José Vasconcelos y Martín
Luis Guzmán, no constituyó la base de un poder revolucionario. Como plantea-
mos en los inicios de este trabajo, la Revolución Mexicana asumió una forma
particular, que se relaciona con la propia formación social existente en ese en-
tonces, predominantemente rural. Esta característica estructural se expresó en
la forma que adquirió la Revolución: una gran guerra civil, cuya especificidad
fue que la lucha de clases urbana jugó un rol secundario y la principal base de
los ejércitos fueron los campesinos. Fue partiendo de esto que se desplegó una
dinámica en la cual las acciones militares iban por delante de otros métodos de
lucha, y donde aquéllas eran el impulso fundamental para la expropiación de
haciendas en el campo, e incluso para las huelgas y el surgimiento de organiza-
ciones en las urbes.
Como fruto de esta particularidad histórica y social, lo que surgió a fines de
1914 en Aguascalientes no fue una forma de autoorganización democrática y de
masas, vinculada de forma directa a los centros de producción, como los consejos
obreros que emergieron en otras revoluciones hegemonizadas por los asalariados
urbanos durante el siglo XX y que mostraron el germen de un nueva organización
estatal de los explotados y oprimidos. En lugar de ello, la Convención, sostenida

107
Adolfo Gilly, op. cit., p. 148.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 145

por el poder armado de los ejércitos insurgentes, asumió el carácter de una asam-
blea revolucionaria de jefes militares; éstos fueron sus verdaderos protagonistas.
Y aunque la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur, al basarse en una
forma de democracia plebeya militar, representaban de una manera particular las
aspiraciones de los campesinos armados, éste no fue el caso de las otras fraccio-
nes actuantes en la Revolución, como el ala izquierda del carrancismo –Eulalio
Gutiérrez, Lucio Blanco y otros– que rompió coyunturalmente con el Primer Jefe
y adquirió, en los meses siguientes, un papel preponderante, hegemonizando el
gobierno convencionista.
Estas limitaciones de la Convención como instancia de potencial poder de
los explotados y oprimidos, aunado a la decisión de Villa y Zapata de cederles el
gobierno, es lo que explica el acceso al poder –de forma ef ímera y coyuntural–,
de aquéllos que no representaban a las masas rurales y urbanas ni impulsaban la
lucha por sus aspiraciones.
El gobierno encabezado por Eulalio Gutiérrez y otros representantes de los
sectores medios e ilustrados, no sólo careció de un programa alternativo al ca-
rrancismo, sino que –frente al temor de clase que les inspiraba el mismo torbe-
llino campesino que los había encumbrado–, le dio más temprano que tarde la
espalda a la Revolución. En el gobierno convencionista participó el ala del villis-
mo que, por su política e incluso su origen social, era más proclive a conciliar
con el obregonismo, como el caso de José Ignacio Robles; y sólo lo integraron
dos ministros zapatistas, entre los cuales estaba Manuel Palafox, relegado a las
cuestiones agrarias. Aunque la Convención asumió los principios generales del
Plan de Ayala, Gutiérrez no se propuso nunca llevarlos a la práctica, tampoco
generalizarlos al conjunto del territorio nacional, mucho menos cuestionó –ni
siquiera en la propia Ciudad de México– la propiedad capitalista.
En ese diciembre de 1914 existió en la Ciudad de México un poder dual
extraño: el gobierno convencionista se mantuvo encerrado en los ministerios,
dependiendo del apoyo de Villa y Zapata y preparando la conspiración contra
éstos, mientras los líderes campesinos, quienes eran los verdaderos vencedores
de Huerta y contaban con la fuerza y el empuje de la Revolución, aunque ya des-
confiaban del gobierno, no pretendían detentar el poder político. En esas turbu-
lentas semanas, no sólo se mostró el antagonismo existente entre estas facciones
de la Convención, sino también todos los límites de un gobierno surgido de la
alianza entre la pequeñoburguesía urbana y el campesinado, y su incapacidad
histórica para proponer un curso alternativo a la burguesía.
146 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Las direcciones campesinas no mostraron falta de radicalidad ni de instinto re-


volucionario, lo cual sobró desde 1910. Lo que se expresó con toda gravedad y de
forma trágica en diciembre de 1914 fue que, para resolver de manera efectiva las
demandas agrarias y llevar hasta su término las tendencias anticapitalistas puestas
en juego en las expropiaciones de tierras, había que reorganizar la nación sobre
nuevas bases: en la sociedad capitalista –aún en una formación social relativamen-
te atrasada como la mexicana– no podía ni puede pensarse en resolver estas tareas
en términos locales o regionales.
Si es verdad que los zapatistas proponían el Plan de Ayala no sólo para Morelos,
sino para todo el país, si es correcto considerar que el villismo expresaba un odio
hacia los terratenientes no sólo de Chihuahua sino de toda región en la que se encon-
trase actuando, el hecho es que eso sólo podía desarrollarse y concretarse asumiendo
el poder político y poniendo en práctica un programa de alcances nacionales. En
este punto, a lo más que llegaron zapatistas y villistas fue a la propuesta de que una
convención revolucionaria eligiese un gobierno democrático y constitucional, como
mencionan los textos que ya citamos. Pero eso fue lo que, en cierta medida, sucedió
en Aguascalientes, e implicó cederle el poder político a sectores de la pequeñobur-
guesía, quienes actuaron como la quinta columna de Carranza y Obregón.
Se mostró que una perspectiva distinta no podía surgir solamente del cam-
pesinado, una clase heterogénea, dispersa en la amplia geograf ía, y que no tenía
acceso a los resortes fundamentales de la economía capitalista moderna que se
comenzaban a desarrollar en México.
La radicalidad campesina requería de un aliado capaz de presentar una pers-
pectiva de poder que no apuntara a la reconstrucción del Estado burgués sino a la
resolución de las demandas campesinas, obreras y populares, mediante la liquida-
ción de la propiedad privada y la subversión de las relaciones sociales capitalistas.
Y la resolución de las demandas de las masas agrarias requería de la alianza con
la clase obrera, tanto por motivos políticos y militares –la necesidad de frenar y de-
rrotar al constitucionalismo–, como económicos –la urgencia de lograr los recursos
para perfeccionar la explotación agrícola– y por ello su triunfo revolucionario en
las ciudades era imprescindible. Por eso era fundamental la alianza obrera y cam-
pesina, que tal vez Zapata haya vislumbrado en su famosa carta sobre la Revolución
Rusa, de 1918, ya en el momento de disgregación y declive de la Revolución108.

108
“[…] es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del
obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la libertad del campesino. De no ser así, la burguesía podrá
poner estas dos fuerzas la una frente a la otra aprovechándose, v.gr., de la ignorancia de los campesinos para
combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá uti-
lizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo” en Adolfo Gilly, op. cit., p. 286.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 147

Explicar esta gran carencia de la Revolución Mexicana implica considerar las


propias limitaciones sociales y políticas de la clase obrera. El todavía temprano
desarrollo de la industria y de los centros urbanos se articuló con el rol que la clase
obrera jugó después del alzamiento maderista, en gran medida limitada a acciones
reivindicativas y donde no sólo no logró vincularse a la rebelión campesina (mas
que mediante la incorporación individual a los ejércitos villistas y zapatistas) sino
que posteriormente se dividió en torno al apoyo a la dirección constitucionalista.
Se trataba de un movimiento obrero joven, donde sus tendencias políticas, como el
anarcosindicalismo, poco hicieron para abonar la alianza con la insurrección agra-
ria. Esto introduce un elemento de complejidad en el proceso histórico, ya que solo
mediante la alianza obrero-campesina podían resolverse las demandas motoras de
la Revolución y evitar la trágica perspectiva que se dio al final.
No pretendemos caer en una visión estática del liderazgo campesino y de su
accionar. Es evidente que una dinámica revolucionaria como la que se desplegó
desde 1910, empujó a los oprimidos y explotados del campo que tomaron parte de
la misma más allá de lo que en tiempos no revolucionarios se podía llegar. En la
primera fase de la Revolución y en particular en su momento de máximo ascenso,
en el año de 1914, los ejércitos campesinos se movieron lejos de sus regiones de
origen (fundamentalmente el villismo) y avanzaron hasta ocupar el centro neu-
rálgico del joven capitalismo mexicano. Una confirmación contundente de que la
dinámica de la lucha por la tierra empujaba a buscar su resolución efectiva más allá
del ámbito local y apuntaba al centro político nacional. Sin embargo, ante el fraca-
so de la alianza social expresada en la Convención, la decisión de Villa y de Zapata
de dividir sus fuerzas y retirarse de la Ciudad de México sólo puede ser entendida
desde la primacía de una óptica local y regionalista, más preocupada en preservar
sus respectivas bases territoriales, que en conservar la principal plaza del país y
aprovechar la ventaja que ello constituía para perseguir a Carranza y derrotarlo
en Veracruz. Sobre estos límites de la perspectiva política de las alas radicales del
campesinado, es que resurgió y reencontró su fuerza el constitucionalismo.

La restauración constitucionalista retoma la iniciativa

La escisión concretada en Aguascalientes, con el consiguiente repliegue de las


fuerzas de Carranza y la ocupación de la Ciudad de México por la División del
Norte y el Ejército Libertador del Sur, anticipaba la confrontación militar entre las
facciones que habían triunfado sobre Huerta, la que se desarrolló con su máxima
intensidad durante el año de 1915.
Desde Veracruz, el mando constitucionalista redactó lo que se conoció como
148 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

las adiciones al Plan de Guadalupe, fechadas el 12 de diciembre de 1914, docu-


mento en el cual se ignoraba al Ejército Libertador del Sur, se definía al villismo
como una fuerza reaccionaria que debía ser aniquilada y se afirmaba que:

[…] siendo el objeto principal de la nueva lucha, por parte de las tropas reaccionarias
del general Villa, impedir la realización de las reformas revolucionarias que requiere el
pueblo mexicano, el Primer Jefe de la Revolución constitucionalista tiene la obligación
de procurar que, cuanto antes, se pongan en vigor todas las leyes en que deben crista-
lizar las reformas políticas y económicas que el país necesita expidiendo dichas leyes
durante la nueva lucha que va a desarrollarse.

De esta forma, Carranza intentaba apropiarse de las reivindicaciones sociales


de los ejércitos campesinos, iniciando una actividad propagandística para con-
vertir a los mismos en fuerzas reaccionarias. El aspecto más trascendente de las
adiciones está contenido en el artículo 2:

El Primer Jefe de la Revolución y Encargado del Poder Ejecutivo expedirá y pondrá


en vigor, durante la lucha, todas las leyes, disposiciones y medidas encaminadas a dar
satisfacción a las necesidades económicas, sociales y políticas del país, efectuando las
reformas que la opinión exige como indispensables para restablecer el régimen que
garantice la igualdad de los mexicanos entre sí; leyes agrarias que favorezcan la forma-
ción de la pequeña propiedad, disolviendo los latifundios y restituyendo a los pueblos
las tierras de que fueron injustamente privados; leyes fiscales encaminadas a obtener
un sistema equitativo de impuestos a la propiedad raíz; legislación para mejorar la
condición del peón rural, del obrero, del minero y, en general, de las clases proletarias;
establecimiento de la libertad municipal como institución constitucional […].

Esto fue rápidamente seguido por la Ley Agraria emitida por Carranza en ene-
ro de 1915, redactada por Luis Cabrera. Como han planteado Gilly y otros autores,
la presentación de un primer programa social por parte del carrancismo buscaba
disputar a los caudillos plebeyos su propia base. Se aprecia en la redacción que el
Primer Jefe asumía el sentido de las propuestas que diversos sectores del propio
constitucionalismo, como Lucio Blanco o Francisco J. Múgica, sostuvieron desde
la elaboración del Plan de Guadalupe en 1913. Esta operación política preparó lo
que fue una característica fundamental de la Constitución promulgada en 1917:
incorporar de forma limitada las demandas campesinas y obreras, subordinadas a
la nueva estructura estatal que se pretendía reorganizar y a las normas de la legali-
dad burguesa, sustrayendo la realización de las mismas de la acción directa de las
masas armadas, como ocurría en Morelos y en varias de las zonas ocupadas por el
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 149

villismo. Y es que, ante la persistencia de la Revolución, ésta era la única forma de


contenerla y encauzar las demandas del campo y la ciudad. Contrasta con la polí-
tica de Carranza en los años previos, limitada a una revolución de carácter político
y que no tomaba en cuenta las aspiraciones populares, desfasada del hecho de que,
desde 1910 habían irrumpido, como actores fundamentales del proceso históri-
co, millones de desposeídos. Después de Zacatecas, el Estado que emergiera de la
Revolución estaría obligado a considerar ese nuevo actor social y sus demandas.

Las ampliaciones del Plan de Guadalupe y la ley agraria carrancista preparaban, en el


terreno político, la contraofensiva militar del ahora llamado Ejército de Operaciones.
La resolución de Villa y Zapata de dividir sus fuerzas fue una de las decisiones mi-
litares más controversiales de la Revolución. Las noticias de que peligraba la región
lagunera y que ello podía extenderse a otras zonas del norte villista, motivó al Cen-
tauro a enviar a Felipe Ángeles al Noreste, con parte del ejército. Éste trató primero
de que Villa desistiera de estas órdenes y de que atacaran a la cabeza al enemigo, es
decir al mando constitucionalista refugiado en Veracruz. Pero al final se subordinó
y partió con parte importante de las fuerzas de la División del Norte. De enero a
marzo, otra fracción de la División del Norte combatió en San Luis Potosí, buscando
arrancar el Puerto de Tampico a los constitucionalistas, en tanto que el mismo Villa
comandará las operaciones en Jalisco. Mientras tanto, los zapatistas tomaban Puebla
el 15 de diciembre de 1914, y actuaban en la zona adyacente de la Ciudad de México,
recibiendo el encargo de Villa de estar alertas y frenar a los carrancistas.
Obregón aprovechó el tiempo precioso que la estrategia militar convencio-
nista le brindaba, para reorganizar sus fuerzas y apurar la partida para ir al cho-
que con Villa, temeroso además de que éste pudiera acceder a la importante
plaza portuaria de Tampico. Para ello aprovechó la colaboración estadouniden-
se. Según plantea John Mason Hart, el pacto por el cual las fuerzas de Estados
Unidos dejaban Veracruz a los constitucionalistas incluía el traspaso de un gran
arsenal que se encontraba en el puerto desde abril de 1914, además de los carga-
mentos que fueron llegando durante todo el año.

Los materiales de guerra acumulados en el puerto incluían: artillería, ametralladoras,


rifles, escopetas, carabinas, revólveres, pistolas, granadas […]. Los cargamentos del
Monterrey y del México, que habían llegado el 7 de marzo y el 18 de abril respecti-
vamente, contenían varios miles de pistolas, revólveres y cargas de munición […]109.

109
John Mason Hart, op. cit., p. 398.
150 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

A esto hay que añadirle que gran parte de la artillería que los estadouniden-
ses supuestamente embarcaron al abandonar México, nunca llegó a su destino.
Como planteamos antes, Estados Unidos tomaba opción por Carranza y Obre-
gón como los capaces de pacificar el país y garantizar sus inversiones.

Desde mediados de diciembre se desarrolló la crisis en la Convención. Los ru-


mores de que Eulalio Gutiérrez conspiraba con Obregón se vieron confirmados
por Villa110. El 13 de enero, en medio de tensiones entre el Centauro y el gobierno
convencionista, abandonaron la Ciudad de México Gutiérrez y sus ministros, con
parte de su tropa, llevándose una gran cantidad de dinero del tesoro nacional. Co-
ludidos con aquél, también hicieron lo propio algunos villistas connotados como
José Isabel Robles y Eugenio Aguirre Benavides. En algunos casos, las tropas de
Gutiérrez llegaron a chocar con los destacamentos de la División del Norte, lo que
le agregó una nueva complicación a la campaña de los ejércitos campesinos.
En ese contexto, Obregón inició su avance hacia el centro y retomó Puebla el 5
de enero de 1915. Ingresó a la Ciudad de México el 28 de enero, que fue abandona-
da por los zapatistas, y la Convención se instaló en Cuernavaca. Estaba consumada
la división geográfica de los ejércitos campesinos: los zapatistas y la Convención
en el Sur (pronto sería electo de forma transitoria el villista González Garza como
nuevo presidente) y la antigua División del Norte actuando en el Bajío y el norte
de la república, convirtiéndose Obregón en una cuña entre ambos. Esta división
nunca volvió a superarse, y trajo aparejada la descoordinación militar.

La caída de Huerta y la sucesiva ocupación de la Ciudad de México por los


distintos ejércitos triunfadores, marcó un tercer momento de la participación
del movimiento obrero en la Revolución, sin duda el más controversial y trágico.
Ya desde su primera estancia en la Ciudad de México, en el segundo semestre de
1914, Obregón buscó acercarse a sectores del movimiento obrero organizados
en la Casa del Obrero Mundial. En 1915, el fruto de esta relación política fue que
una parte importante del movimiento obrero apoyó al constitucionalismo, y que

110
A inicios de enero, mientras Villa se encontraba en Ciudad Juárez, el mismo Gutiérrez le escribió a
Obregón que no avanzara hacia México mientras “se desarrolla el plan de campaña que pretendemos
dirigir contra el general Francisco Villa”. Después de la batalla que Ángeles libró contra las fuerzas de
Villarreal en las cercanías de Monterrey, aquél capturó correspondencia confidencial del presidente
convencionista con el enemigo. Ver Paco Ignacio Taibo II, op. cit., pp. 472-480.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 151

algunos sindicatos organizaron los batallones rojos que se sumaron a la campaña


contra la reacción villista, los cuales tuvieron su bautismo de fuego en la segun-
da batalla de Celaya, en abril de ese año, al mismo tiempo que el avance de los
ejércitos obregonistas eran acompañados por la labor de la Casa que organizaba
a los trabajadores y propugnaba el apoyo al constitucionalismo en los territorios
conquistados. La importancia política de este pacto es meridiana y no puede ser
empañada por el hecho de que incluyó sólo a una parcialidad de los trabajadores.
Se sentaron las bases de una característica fundamental del Estado mexicano en
las siguientes décadas: la alianza y subordinación del movimiento obrero respec-
to a la burguesía revolucionaria, y la fractura respecto al movimiento campesino;
el ala conciliadora de las direcciones del proletariado será a partir de entonces
crecientemente hegemónica. No es un dato menor que en esta nueva relación
política surgió la figura del dirigente sindical Luis N. Morones, quien en el pe-
riodo posrevolucionario fue dirigente de la Central Regional Obrera Mexicana
(CROM) y secretario del Trabajo del gobierno de Obregón, todo un modelo de los
nuevos líderes burocratizados que surgirán en el movimiento obrero.
El que sectores que concertaron este apoyo levantaran al mismo tiempo un
programa con elementos anarcocomunistas, no minimiza la importancia crucial
que esto tuvo: aquéllo era estéril sin una ubicación que buscase la alianza con el
radicalismo campesino.
Frente a esta situación en el movimiento de trabajadores, las direcciones
campesinas radicales resultaron incapaces de representar una alternativa para
las organizaciones obreras. Aunque los zapatistas en particular se dirigieron, en
sus manifiestos, a los trabajadores urbanos, no tenían una orientación más con-
creta para establecer una alianza con las organizaciones obreras y contrapesar
así la política de ofrecimientos y concesiones de Obregón. El anticapitalismo
campesino surgía como un torrente de la propia realidad cotidiana, se limita-
ba al sector donde vivían las consecuencias de la opresión y la explotación: las
haciendas. Y, por su parte, la perspectiva radical propugnada por sectores del
movimiento obrero no pasaba de un discurso que podía ser estratégicamente
correcto pero aún abstracto, y donde faltaba la llave para una concreta perspec-
tiva socialista: dejar atrás toda subordinación a la burguesía constitucionalista, y
avanzar en la unidad con el campesinado insurrecto tras un programa que arti-
culara la lucha por las reivindicaciones más sentidas con el combate por la toma
del poder político y la destrucción del capitalismo.

Los movimientos de Villa por el Bajío se caracterizaron, como sus campañas


anteriores, por apelar a medidas radicales de corte social contra los “ricos” y la
152 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

expropiación de parte de sus tierras. Aunque en muchos casos dejaba subsistir


a los capitalistas a cambio de imponerles impuestos compulsivos, estas medidas
generaron simpatía entre los oprimidos, en la misma proporción que odio de
clase en los distintos sectores de la clase dominante. El punto cúlmine fue la
promulgación de la Ley General agraria de mayo de 1915 en León, continuidad
del decreto de 1913, que planteaba:

Artículo XIº. Se considera incompatible con la paz y la prosperidad de la república la


existencia de las grandes propiedades territoriales. En consecuencia, los gobiernos de
los estados, durante los tres primeros meses de expedida esta Ley, procederán a fijar la
superficie máxima de tierra que, dentro de sus respectivos territorios, pueda ser poseí-
da por un solo dueño; y nadie podrá en lo sucesivo seguir poseyendo ni adquirir tierras
en extensión mayor de la fijada, con la única excepción que consigna el artículo 18º111.

Aun en un momento de gran tensión por el enfrentamiento militar inminen-


te, el villismo ratificaba una perspectiva radical contra los terratenientes, articu-
lando la guerra contra el constitucionalismo con la adopción de medidas sociales
muy avanzadas.

Mientras que en los meses siguientes el constitucionalismo se concentraba en


dirimir la guerra contra Villa, el zapatismo se abocaba a edificar un poder lo-
cal sustentado en la expropiación y el reparto de las tierras, con sus cimientos
hundidos en los pueblos y en el monopolio de las armas por las masas agrarias.
Aunque en el ensayo siguiente de este libro desarrollamos esta importante expe-
riencia, hay que considerar que representó la mayor concreción del radicalismo
plebeyo zapatista, con la liquidación de las clases dominantes y de toda propie-
dad capitalista y terrateniente en el estado, como fue el caso de la principal in-
dustria morelense, localizada en los ingenios. Lo que Adolfo Gilly denominó con
justeza la Comuna de Morelos, fue una de las experiencias más avanzadas, en la
historia contemporánea de la lucha de clases, de la acción del campesinado y su
tendencia a la independencia respecto a las fracciones de la burguesía, llegando
a poner en pie una experiencia de poder revolucionario local.

El 10 de marzo, Obregón, con sus fuerzas recompuestas y abastecidas, abandonó


la Ciudad de México, que fue de forma coyuntural retomada por los zapatistas, y

111
Véase en este libro, parte III “Memorias de la Revolución”, p. 305.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 153

salió a la búsqueda del que consideraba, con justeza, como el principal adversa-
rio militar del proyecto constitucionalista. Como relatan distintos historiadores,
los siguientes cuatro episodios armados definieron el curso de la guerra civil.
La primera batalla de Celaya inició el 4 de abril de 1915, concentrando Villa
alrededor de 8 mil combatientes, contra un aproximado de 12 mil soldados bajo
el mando del sonorense. Aunque Ángeles le aconsejaba no enfrentar en ese mo-
mento a Obregón, Villa salió a su encuentro. Ya en esta primera batalla se vio la
que fue una característica de los combates siguientes: la escasez de suministros
y la dificultad para conseguirlos en Estados Unidos por parte del villismo, com-
binación de las propias complicaciones de su logística con los obstáculos que la
administración de Washington le imponía al tráfico de armas para la División del
Norte112. La batalla se libró con las fuerzas constitucionalistas en una posición
defensiva, cediéndole a la División del Norte la ofensiva, que no logró quebrar
de forma sostenida las líneas de Obregón ni evitar el arribo de refuerzos, y debió
replegarse con importantes pérdidas hacia Salamanca.
Mientras los constitucionalistas recibían refuerzos –los zapatistas no logra-
ron cortar el abastecimiento desde Veracruz–, Villa, sin dar suficiente descanso
a sus hombres, aun cuando había recibido pocas municiones y sólo con cuatro o
cinco mil combatientes de refresco, se lanzó de nuevo al combate113, que inició el
13 de abril y que terminó con un segundo resultado desfavorable para la División
del Norte. Al acertado atrincheramiento de las fuerzas de Obregón (con loberas,
trincheras individuales donde se ubicaban los tiradores yaquis), y la utilización
atinada de las ametralladoras, hay que agregar las particularidades de la geograf ía
que complicaban la acción de la caballería de la División del Norte, gran número
de municiones defectuosas (los villistas descubrieron que les habían vendido ba-
las de palo recubiertas de bronce) y los estragos que la caballería de reserva obre-
gonista provocaron después de que los villistas no lograron quebrar sus líneas
defensivas. Una vez más se repetía el esquema de Obregón, que sacaba ventaja de
la impaciencia de Villa: dos movimientos enlazados, el primero resistir al límite a
la defensiva, y luego pasar al contraataque.
La División del Norte se concentró en Irapuato y luego en León. Ángeles,
quien llegó desde Monterrey para entrevistarse con Villa, le propuso una táctica
defensiva y de repliegue sobre el Noreste, para que Obregón retomase la inicia-
tiva y alargase sus vías de suministros. Villa optó por concentrar el máximo de
tropas preparando el nuevo choque. Éste se dio en las cercanías de la estación

112
Mantenemos este nombre para facilitar la comprensión de la lectura, aunque desde enero de 1915 se
hacía llamar Ejército Convencionista o Cuerpo de Ejército del Norte.
113
Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 516.
154 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

Trinidad, a mitad de camino entre Silao y León, e inició el 29 de abril, con algu-
nas escaramuzas que se extendieron durante los días siguientes. De nuevo, los
problemas de suministro complicaron la actuación de la División del Norte. Las
tropas de Villa, que había agrupado a refuerzos provenientes de distintos puntos
del país, ascendían a 25 mil combatientes, en tanto que las fuerzas de Obregón
rondaban los 35 mil114. Los días 21 y 22 de mayo, la División del Norte tomó la
ofensiva e inició una serie de ataques que se extendieron hasta inicios de junio,
pero que no lograron nunca definir la batalla, aunque en varios momentos es-
tuvieron a punto de quebrar el cuadro defensivo planteado por el sonorense. El
3 de junio, Obregón fue herido y perdió el brazo, debiendo abandonar coyuntu-
ralmente el mando. Al día siguiente, el estado mayor obregonista, sorpresiva e
intempestivamente pasó a la ofensiva y avanzó hacia León y Silao, lo que obligó
al repliegue a la División del Norte, que no logró contenerlos. La tercera batalla
del Bajío había terminado con un nuevo triunfo del carrancismo y Villa tuvo que
retirarse hacia Aguascalientes.
Allí se libró la última gran batalla, donde la posición defensiva asumida por
la División del Norte no logró contener a los carrancistas y luego de que Obre-
gón la forzó a buscar batalla a campo abierto, fue de nuevo derrotada.
Los efectos de las derrotas del Bajío son indudables y marcaron un punto de
inflexión en el relativo equilibrio de fuerzas existente desde enero de 1915, des-
pués de que los ejércitos convencionistas dejaron pasar la iniciativa de atacar al
centro constitucionalista en Veracruz. Obregón recuperaba terreno y avanzaba
de manera lenta, mientras la zona controlada por Villa se reducía, se acumulaban
las deserciones entre sus mandos y las derrotas de los destacamentos que actua-
ban en distintos lugares del norte del país. Después de estas derrotas, durante el
segundo semestre de 1915 el villismo intentó de forma desesperada lograr algún
triunfo militar que le permitiera restablecer sus fuerzas. En la campaña de So-
nora, todavía con una fuerza de 6 mil 500 combatientes, buscó dar un golpe de
mano atacando primero Agua Prieta, defendida por Plutarco Elías Calles y luego
Hermosillo. Al final, los restos de la División del Norte emprendieron el regreso
a Chihuahua, donde Villa la disolvió y dejó en libertad de acción a sus integrantes
para buscar la amnistía o continuar la lucha.
Durante los años siguientes continuó la acción militar del villismo, bajo una
forma de guerrilla, que llegó incluso a tomar de forma transitoria algunas ciu-
dades. El descontento acumulado con Estados Unidos, por el apoyo logístico-
militar a Carranza y la estafa de uno sus proveedores de armas, empujó a Villa
al célebre ataque a la población estadounidense de Columbus, que desató las

114
Según Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 529.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 155

airadas protestas y el envío de una fuerza yanqui de 12 mil soldados con camio-
nes y aviones, al mando del general John Pershing, la cual penetró en territorio
mexicano, intentando capturar de manera infructuosa al Centauro y sus comba-
tientes, y que dio nuevos bríos al apoyo popular al villismo en el norte del país.
Paco Ignacio Taibo II, en su Pancho Villa…, plantea que “la macrovisión no
empata con la microhistoria”115, en alusión crítica a las interpretaciones mar-
xistas que explican las derrotas villistas en el Bajío por las limitaciones de su
proyecto político y su origen de clase. Es evidente que no puede reducirse me-
cánicamente el resultado de la confrontación entre la División del Norte y el
carrancismo a estas causalidades estructurales, ni comprenderse sólo desde ahí
el resultado inmediato del conflicto militar. En las decisivas batallas del primer
semestre de 1915 hubo momentos donde los villistas podían haber torcido el
curso de las mismas, como han documentado distintos historiadores. Obregón
aprovechó al máximo la impaciencia de Villa y su tendencia a lanzarse a la ofen-
siva, y contó a su favor con la falta de pertrechos del adversario. Pero, sin ánimo
de violentar la autonomía de los hechos militares, el resultado final de la guerra
civil sí tuvo una relación mediatizada con la primacía, en los momentos políticos
y militares cruciales, de una perspectiva regionalista. Para el curso de los aconte-
cimientos en el año 1915, fue fundamental la decisión político-militar de Villa y
de Zapata de dividir sus fuerzas y no aprovechar el momento clave de diciembre
de 1914 para golpear al constitucionalismo, permitiéndole retomar la ofensiva
política y militar. Su práctica radical en el terreno de las relaciones agrarias y la
confrontación con la clase dominante, no suprimen la debilidad de que no contó
con un proyecto nacional anticapitalista y alternativo al carrancista, y que por
ende no tomó las medidas políticas y militares para imponerlo.

En esa época, y cruzando transversalmente el periodo de la guerra civil que re-


cién planteamos, se desarrolló un nuevo episodio de la acción del movimiento
obrero en la revolución, signado por su ruptura con el gobierno. Si el carrancis-
mo en 1915 contó a su favor con el apoyo de sectores del movimiento obrero y
con la inexistencia de una alianza social entre éste y el campesinado insurrec-
to, los triunfos militares del Bajío lo impulsaron a confrontar a los trabajadores
urbanos, con la intención de dejar claramente establecido su subordinación y
disciplinamiento. Este cuarto momento fue marcado por el inicio de una nueva
oleada de acciones reivindicativas, que condujeron a una huelga general enca-
bezada por los trabajadores electricistas, la primera convocada como tal en la

115
Paco Ignacio Taibo II, op. cit., p. 522.
156 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

historia del país. En esos tiempos de efervescencia política, la Casa del Obrero
Mundial declaraba tener más de 90 mil afiliados116. La respuesta gubernamen-
tal abandonó toda política contemporizadora –como había tenido en los meses
previos– y encarceló a los dirigentes electricistas, amenazando con fusilarlos si
no levantaban la huelga. Esto marcó una ruptura con el gobierno de Carran-
za, y a partir de entonces los sectores más conciliadores del movimiento obrero
profundizaron su vinculación con Obregón, a quien apoyaron en su posterior
confrontación con el Primer Jefe. Se mostró así el resultado de que no existiese
una alianza entre el movimiento obrero y el campesinado: consumada la derrota
de la División del Norte, en 1916 el movimiento obrero fue uno de los siguientes
objetivos del constitucionalismo en el poder.

La derrota de la División del Norte abrió el camino para que, de forma tortuosa,
se concretase la reorganización del estado y el encumbramiento de los triunfa-
dores, que en las décadas siguientes se transformarían en parte fundamental de
la clase dominante.
El Congreso Constituyente de 1916-1917 estuvo en esencia conformado por
los representantes de la fracción militar victoriosa de la Revolución. A partir del
triunfo sobre el villismo y el zapatismo, se consolidaron las distintas tendencias
existentes en las etapas previas; junto al carrancismo, se mantuvo el obregonis-
mo como un sector propenso a incorporar las demandas obreras y campesinas,
así como el ala jacobina el cual realizó durante esos años distintas experiencias
de gobierno en varios estados, que incluyeron algunas de las propuestas llevadas
al Congreso Constituyente.
El proyecto presentado por Venustiano Carranza constituía una reedición
de la Constitución liberal de 1857. El mismo fue modificado y los artículos 27,
123 y 130 incorporaron y enmarcaron dentro de la legalidad posrevolucionaria
varias demandas sociales de las masas urbanas y rurales. Se establecía la pro-
piedad de la nación sobre las tierras y aguas –las cuales podían ser cedidas a los
particulares– así como del subsuelo y sus riquezas, que solo podrían ser conce-
sionadas. Se fijaba la constitucionalidad del ejido y de la pequeña propiedad, y se
pautaba la devolución a sus propietarios originales, previa demostración de los
títulos correspondientes, de aquellas tierras usurpadas en el pasado. Se estable-
cieron la jornada de 8 horas, derechos de sindicalización, de huelga y las juntas

116
Anna Ribera Carbó: “La Casa del Obrero Mundial y la ef ímera historia del anarcosindicalismo mexi-
cano”, p. 147, en Miguel Orduña y Alejandro de la Torre: Cultura política de los trabajadores (siglo XIX
y XX), México, UNAM, 2008.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 157

de conciliación y arbitraje. Otro aspecto destacable fue la imposición de diversas


restricciones a las iglesias. Como planteaba Adolfo Gilly “El texto definitivo fue
impuesto por una alianza del centro (Obregón) con la izquierda jacobina, y ese
eje de centro-izquierda es el que tiene toda la constitución”117.
La Carta Magna que surgió del Congreso Constituyente de Querétaro sentó
los cimientos de un régimen político que se iría consolidando en los años si-
guientes y que descansó en la incorporación de sectores de las masas como su
base social. Lo hizo al integrar de forma parcial y limitada las demandas obreras
campesinas y populares, institucionalizándolas mediante la sujeción a la nueva
legalidad burguesa y al poder político en manos de la facción triunfante. El Con-
greso Constituyente de Querétaro marcó el fin del proceso revolucionario por la
vía de la contención y el desvío de la Revolución iniciada en 1910, combinando
la derrota f ísica de los ejércitos campesinos radicales con la sujeción y subordi-
nación de las masas campesinas y proletarias a las instituciones del Estado pos-
revolucionario. Los tres años siguientes mostraron tanto los esfuerzos del nuevo
régimen por disciplinar a los sectores campesinos que seguían actuando, como
la confrontación al interior de la facción triunfante; en este sentido, el triunfo
de la rebelión de Agua Prieta en 1920 y el asesinato de Venustiano Carranza
marcó el ascenso al poder de los sonorenses encabezados por Álvaro Obregón
y Plutarco Elías Calles, que edificaron el nuevo régimen bonapartista, apoyados
en el sostén brindado por el movimiento campesino y el movimiento obrero,
que en los años siguientes se consolidó como la principal fuerza social del país.
Querétaro marcó el comienzo de la institucionalización de la Revolución, en un
proceso que fue jalonado por la emergencia del Partido Nacional Revolucionario
en 1929 con el cual se disciplinaba políticamente a la familia revolucionaria, y
que concluyó, durante el sexenio cardenista, con la incorporación de las organi-
zaciones campesinas y obreras al Partido de la Revolución Mexicana. Esto marcó
el punto más alto en la subordinación del ya poderoso movimiento obrero al
régimen burgués surgido de la Revolución, que, parafraseando a José Revueltas,
se convirtió así en un “proletariado sin cabeza”.

Conclusiones

La Revolución iniciada en 1910 y protagonizada por las masas agrarias no se


detuvo en el fin del porfiriato y asumió un carácter permanentista. Hablamos
de permanentismo, recuperando el método y el marco teórico desarrollado por

117
Adolfo Gilly, op. cit., p. 231.
158 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

León Trotsky, porque la Revolución, retomando las tareas que la burguesía mexi-
cana no había sido capaz de realizar en el siglo previo, fue más allá de un mero
cambio de régimen político. Asumiendo la forma de una aguda guerra civil, la
lucha por la tierra implicó el cuestionamiento de las bases del capitalismo mexi-
cano: la propiedad de los terratenientes y los latifundistas118.Y planteó, en forma
precursora, la dinámica que durante el siglo XX asumieron las revoluciones en
los países de desarrollo capitalista retrasado, en las cuales resolver la cuestión de
la tierra estuvo enlazada a lograr la liquidación del poder económico de las clases
dominantes y la toma del poder político.

Visto desde otro ángulo, el carácter permanentista que mencionamos es una


consecuencia de que las direcciones burguesas y pequeñoburguesas se encon-
traban imposibilitadas de resolver las reivindicaciones claves del proceso revo-
lucionario, porque ello atentaba contra sus propios intereses y sus pretensiones
de encumbramiento económico y político en el capitalismo mexicano. En su in-
tento por contener los acontecimientos después del levantamiento contra Díaz,
empujaron a la aceleración de la lucha de clases y a que adquiriese las caracterís-
ticas de una revolución social en el campo.
Este permanentismo se expresó en que, a partir de 1910 se dio una dinámica
de confrontación entre revolución y contrarrevolución, la cual atravesó los dis-
tintos periodos ya presentados, y que terminó haciendo añicos el viejo régimen
político y el Ejército Federal. Esta dinámica de corte anticapitalista se evidenció
en la ruptura constante de la legalidad burguesa, mostrada tanto en el cuestio-
namiento cotidiano del latifundio, como en que las legislaciones zapatista y vi-
llista explícitamente sostenían que su garantía última estaba en el armamento
de la población. Y se vislumbró en que las direcciones campesinas avanzaron,
en determinados momentos, en concentrar el poder político estatal, intentando
reorganizar la sociedad a nivel local, como en Chihuahua y en la experiencia de
la Comuna de Morelos.
En este contexto, las acciones más propiamente urbanas como las huelgas,
aunque asumieron un carácter secundario si lo comparamos con la guerra cam-
pesina, fueron parte del proceso y mostraron que la Revolución se expresaba
también en las concentraciones obreras, acicateando la entrada de sectores de

118
En esta definición retomamos y reivindicamos las elaboraciones de los autores que presentamos en
la segunda parte de esta obra, tales como Manuel Aguilar Mora y Adolfo Gilly, y que fueron fundamen-
tales en la construcción de una interpretación alternativa a la que el estalinismo difundió en torno a la
Revolución Mexicana.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 159

asalariados a la lucha reivindicativa e impulsando su organización como fue, por


ejemplo, el caso de la Casa del Obrero Mundial; un proceso poco conocido, el
cual es destacado por autores como John Mason Hart119, y que nosotros hemos
considerado en cuatro momentos que cruzan transversalmente la periodización
general de la Revolución.

Para comprender las especificidades del proceso revolucionario y de su carácter


permanentista, también hay que tomar en cuenta que el mismo se dio en un
momento histórico de transición, signado por el agotamiento del ciclo de las
revoluciones burguesas y por el inicio de la época de las revoluciones proletarias.
Esto marcó tanto sus puntos de contacto con las revoluciones contemporáneas,
como las enormes contradicciones que se expresaron en el terreno de la acción
de los explotados y oprimidos.
En ese sentido, el desempeño de las fracciones más radicales del campesina-
do y su tendencia crecientemente anticapitalista mostraban el carácter contem-
poráneo de la Revolución Mexicana, lo cual nunca pudo ser comprendido por
el rígido esquematismo de raigambre estalinista, para el cual las masas campe-
sinas y obreras estaban condenadas a acompañar y subordinarse a la burguesía
nacional. Como hemos dicho, esta potencialidad no podía hacerse efectiva ni
conquistar sus objetivos de lucha sin arrancarle el poder político a la burgue-
sía y a cualquier sector que sostuviera sus intereses, como la pequeñoburguesía
convencionista, lo cual requería forjar la alianza obrera y campesina, capaz de
postular un proyecto nacional alternativo al constitucionalismo burgués.
La carencia de esto fue una de las mayores limitaciones del proceso revolu-
cionario, en gran medida consecuencia de la particularidad histórica de la Re-
volución Mexicana y de su ubicación en el momento de transición que ya plan-
teamos. Como ya explicamos en el desarrollo del ensayo, esto se expresó, desde
el punto de vista de la estructura social del temprano capitalismo mexicano, en
el escaso peso urbano y el carácter minoritario de los asalariados respecto al
campesinado, lo cual se combinaba con una dispersión geográfica del joven pro-
letariado, concentrado de manera fundamental en la industria extractiva, textil y
en los servicios, y con una heterogeneidad expresada en que todavía tenían peso
importante las formas artesanales del trabajo. Pero las características sociológicas
de la clase obrera no son factor suficiente para explicar los límites de su accio-
nar en la Revolución. Las derrotas sufridas en los años previos, como en Cananea

119
Más allá de que consideramos que su análisis no profundiza en la responsabilidad que le competían
a los sectores dirigentes del movimiento obrero por la alianza forjada con el obregonismo.
160 Los senderos de la Revolución: periodización y fases Pablo Langer Oprinari

y Río Blanco, aunado a la primacía de corrientes ideológicas y políticas que no


comprendían la necesidad de la alianza con las mayorías agrarias, son claves para
entender por qué la joven clase obrera no asumió un rol revolucionario. El carácter
temprano de su desarrollo se expresó también en la inexistencia de una tradición
marxista en el movimiento obrero, lo cual podría haber significado –a través de la
labor de una organización política revolucionaria– no sólo comprender el poten-
cial que prevalecía en el torbellino rural y bregar por la alianza obrera y campesina,
sino también sostener una estrategia para que la independencia política, respecto
a la burguesía antiporfirista, fuese acompañada de una perspectiva de lucha por el
poder político. Más allá de que esto hubiera o no cambiado el resultado final de la
Revolución, posiblemente habría significado la emergencia de una tradición distin-
ta en el seno del movimiento obrero para las décadas posteriores, anclada en una
comprensión profunda de la dinámica de la Revolución Mexicana y su resultado120.
Las contradicciones ya esbozadas privaron a los heroicos ejércitos campesinos,
en el punto más alto de su historia de lucha, del aliado social y político indispensable
para asaltar el cielo. La experiencia zapatista, basada en la hegemonía de los pueblos
y en el ataque frontal a los terratenientes, se vislumbra en retrospectiva como un
punto de apoyo ineludible para un proyecto revolucionario en la actualidad.

Cien años después, en los combates de los explotados y los oprimidos del campo y
de la ciudad, en la irrupción de los indígenas y campesinos de Chiapas, en la lucha
heroica del magisterio y del pueblo oaxaqueño, y en la resistencia de los trabaja-
dores electricistas, mantienen su vigencia las demandas motoras que se concen-
traron en el grito de “La tierra es de quien la trabaja” y que hoy se han acrecentado
con las aspiraciones de los millones de asalariados que mueven los engranajes del
capitalismo en el México contemporáneo. Esperemos que la estirpe heroica de
los desposeídos que protagonizaron la primera Revolución contemporánea de
nuestro continente, resurja en las luchas que, más temprano que tarde, librarán
los trabajadores, campesinos e indígenas pobres de México; y que alimente el or-
gullo por una historia que merece ser recuperada. Cien años después, lo nuevo es
que las transformaciones propiciadas por la dominación imperialista han hecho
surgir a lo largo y ancho del país, desde el infierno maquilador de Ciudad Juárez
hasta los centros de explotación del centro y sur del territorio, una de las clases
obreras más concentradas y extendidas de la región, con múltiples lazos con el
proletariado del principal imperialismo del planeta. Los descendientes de quie-

120
Algo de lo que careció el joven Partido Comunista Mexicano surgido en los años posteriores a la Re-
volución, aun en sus primeros años, antes de su alineamiento incondicional con la burocracia estalinista.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 161

nes nutrieron los ejércitos plebeyos de 1910 cuentan con un gran aliado capaz de
paralizar el centro mismo de la economía capitalista, sus fábricas, sus bancos y
sus transportes, y poder encarar así las tareas de la segunda revolución mexicana,
obrera y socialista, que culmine y lleve a su término la obra de Emiliano Zapata,
para –ahora sí y de una vez por todas– tomar el cielo por asalto.
162
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 163

Morelos 1915: al asalto del cielo


Jimena Vergara Ortega

Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría,


a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas
para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado.
Karl Marx1

La tierra es de quien la trabaja

En enero de 1915, después de haber ocupado la Ciudad de México junto con la


División del Norte de Francisco Villa, el Ejército Libertador del Sur alzó sus per-
trechos y partió hacia Morelos. Durante todo este año, las fuerzas de Obregón se
abocaron a enfrentar y derrotar a los bandidos de Villa, lo cual dio un importante
respiro al zapatismo que, localmente, se dedicó a poner en práctica los conteni-
dos esenciales del Plan de Ayala. Carranza y Obregón no consideraron efectivo
abrir dos frentes militares y por ello, mientras persiguieron con vehemencia a
Villa, se dedicaron sólo a contener al ejército campesino del Sur a las puertas de
la Ciudad de México.
Poner en práctica el Plan de Ayala significó intentar llevar hasta sus últimas
consecuencias todas las reivindicaciones que para Emiliano Zapata eran el fin de
la Revolución, como quedó expresado en la Ley agraria de 1915 decretada por la
Convención: “[…] en el Plan de Ayala se encuentran condensados los anhelos del
pueblo levantado en armas, especialmente en lo relativo a las reivindicaciones
agrarias, razón íntima y finalidad suprema de la Revolución”2.

1
Marxists Internet Archive, Marxists Writers. Karl Marx “La nacionalización de la tierra” en Interna-
tional Herald del 15 de junio de 1872 (en línea), digitalizado por Ediciones Bandera Roja. <http://www.
marxists.org/espanol/m-e/1870s/lndl72s.htm>. Consulta 9 de agosto de 2010.
2
Ley agraria de 1915 decretada por el gobierno convencionista.
164 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

Si bien la salida de la Ciudad de México y la división de los ejércitos campesi-


nos del Sur y del Norte –como explicamos en el ensayo “Senderos de la Revolución:
periodización y fases”– abrió el camino al retroceso de la Revolución, a escala local
los postulados del zapatismo llegaron a su máximo desarrollo justamente durante
1915, cuando los campesinos pobres de Morelos profundizaron lo que venían ha-
ciendo desde 1911, liquidando la propiedad capitalista y destruyendo el latifundio.
El reparto agrario se realizó con el objetivo de devolver a los dueños originarios
sus propiedades ancestrales, a través de las comisiones agrarias3, que levantaron
los planos topográficos y los linderos de todos los pueblos del estado, asignándoles
la posesión de las tierras fértiles para el cultivo, los recursos como los pozos de
agua, los manantiales, las fuentes y los bosques. Esta entrega generalizada de la
tierra no se limitó a los terrenos baldíos, arrebatados durante el porfiriato a través
de las distintas leyes de deslinde, sino que expropió a las haciendas, liquidando a
los terratenientes como clase económicamente dominante en el estado.
Esta expropiación de los hacendados se realizó sin indemnización, por tra-
tarse de tierras de interés público y también porque, según la legislación zapa-
tista, todo aquel propietario contrario a la Revolución, o que tuvo vínculos con
el régimen de Díaz, debía ser expropiado sin pago, no sólo de su propiedades
rurales sino también de las urbanas4. La expropiación llegó a tales proporciones,
que el mismo Zapata no mentía cuando escribió a Roque González Garza5: “Lo
relativo a la cuestión agraria está resuelto de manera definitiva, pues los diferen-
tes pueblos del estado, de acuerdo con los títulos que amparan sus propiedades,
han entrado en posesión de dichos terrenos”6.
Junto a la expropiación, el gobierno convencionista puso en pie el Banco Na-
cional de Crédito Rural, dispuso la creación de Escuelas Regionales de Agricultura
y trabajó en la construcción de una Fábrica Nacional de Herramientas Agríco-
las. Estas medidas tenían el objetivo de estimular a los campesinos con créditos
baratos, instrumentos de trabajo e instrucción para conseguir que el cultivo y la

3
Las comisiones agrarias se crearon a iniciativa de Manuel Palafox, quien fungiera como Secretario
de Agricultura de la Convención a partir de diciembre de 1914. Eran grupos de jóvenes agrónomos
voluntarios que acudían a los pueblos a revisar las escrituras virreinales que hacían a éstos los propie-
tarios legítimos, o a recabar los testimonios de los viejos pobladores que recordaban donde estaban los
linderos de determinado pueblo.
4
La expropiación de las posesiones urbanas no se realizó, pero quedó explicitada en el papel a través de
la ley agraria decretada el 26 de octubre de 1915 por el gobierno convencionista. El texto de esta ley está
incluido en este libro, en la parte III “Memorias de la Revolución”, p. 310.
5
Presidente convencionista en 1915.
6
Adolfo Gilly: La revolución Interrumpida, Ediciones El Caballito, México, 1971, p. 285.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 165

explotación de la tierra se hicieran de manera sustentable. Según John Womack


Jr., la idea de Zapata y Palafox era superar la producción agrícola de autoconsumo
a la que estaban acostumbrados los campesinos, para modernizar la siembra de
productos destinados a la venta a gran escala a través de una planeación colectiva
de la agricultura.
Aunque el proceso de expropiación de tierras llegó más allá del clásico reparto
agrario de las revoluciones burguesas –ya que se realizó entre los pueblos, consi-
derándolos como colectividades organizadas– los campesinos aún estaban acos-
tumbrados al laboreo de pequeñas porciones y a la explotación individual, a la que
habían sido orillados por el creciente acaparamiento de los hacendados. Tanto Ma-
nuel Palafox como Emiliano Zapata, ahí donde tuvieron oportunidad, convencie-
ron a los campesinos de abandonar el cultivo individual y aprovechar la posesión
comunal de vastas hectáreas, lo cual significaba dar un primer paso en el camino
de la colectivización. Esta tensión entre la pequeña producción y los intentos por
avanzar en la explotación colectiva se expresó durante todo el año de 1915 y fue
consecuencia de las particularidades de la estructura agraria que describimos en el
ensayo titulado “El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista”.
Es decir que las tierras comunales en manos de los pueblos no llegaron a
ser plenamente tierras de producción colectiva, pero tampoco respetaron las
formas burguesas del reparto agrario; en un sentido y de forma embrionaria, con
las tierras comunales en Morelos, se dio un proceso que ya Marx había teorizado
en relación con la propiedad comunal en Rusia. En su “Proyecto de respuesta a
la carta de V. I. Zasulich” planteaba:

Desde el punto de vista histórico, el único argumento serio que se expone en favor de
la disolución fatal de la comunidad de los campesinos rusos es el siguiente:
Remontando el pasado remoto, hallamos en todas partes de Europa Occidental la pro-
piedad comunal de tipo más o menos arcaico; ha desaparecido por doquier con el
progreso social. ¿Por qué ha de escapar a la misma suerte tan sólo en Rusia?
Contesto: Porque en Rusia, gracias a una combinación única de las circunstancias, la
comunidad rural, que existe aún a escala nacional, puede deshacerse gradualmente
de sus caracteres primitivos y desarrollarse directamente como elemento de la pro-
ducción colectiva a escala nacional. Precisamente merced a que es contemporánea de
la producción capitalista, puede apropiarse todas las realizaciones positivas de ésta,
sin pasar por todas sus terribles peripecias. Rusia no vive aislada del mundo moder-
no; tampoco es presa de ningún conquistador extranjero, como ocurre con las Indias
Orientales. Si los aficionados rusos al sistema capitalista negasen la posibilidad teórica
de tal evolución, yo les preguntaría: ¿acaso ha tenido Rusia que pasar, lo mismo que el
Occidente, por un largo período de incubación de la industria mecánica, para emplear
166 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

las máquinas, los buques de vapor, los ferrocarriles, etcétera? Que me expliquen, a la
vez, ¿cómo se las han arreglado para introducir, en un abrir y cerrar de ojos, todo el
mecanismo de cambio (bancos, sociedades de crédito, etcétera), cuya elaboración ha
costado siglos al Occidente?7

Consideramos que en Morelos en 1915 “gracias a una combinación única de


las circunstancias” surgidas de la Revolución, la comunidad rural se estaba de-
sarrollando de tal modo que, de haberse sostenido en el tiempo, habría podido
evolucionar hacia una forma de producción colectiva en gran escala. Para con-
cretarse esta perspectiva, habría sido fundamental que la clase obrera garantizase,
a nivel nacional, tanto la expropiación de las clases dominantes y la ruptura de la
subordinación al imperialismo, como el control del comercio exterior para otorgar
créditos baratos y medios de producción necesarios para industrializar el campo.
Aunque Zapata y Palafox no condujeron esta reflexión hasta sus últimas
consecuencias, sí fueron conscientes de la necesidad de avanzar hacia la colec-
tivización, e intentaron llevarla a la práctica sorteando múltiples vicisitudes, in-
cluyendo la negativa de sectores campesinos a dejar el cultivo de autoconsumo.
Como plantea Adolfo Gilly:

Sin embargo, esta especie de socialismo empírico, apoyado por Zapata, tenía sus tro-
piezos con las costumbres e inclinaciones de pequeño propietario de la base campesi-
na. Dueños nuevamente de sus tierras, los campesinos tendían a volver a los cultivos
de sustento: frijoles, garbanzos, maíz, hortalizas, o a la cría de pollos, todo productos
fáciles de vender de inmediato en los mercados locales. Zapata mismo hizo una cam-
paña para convencer a los campesinos, o a una parte al menos, de que no se limitaran
al cultivo de verduras y sembraran cañas para los ingenios, para lo cual se hicieron
préstamos o entregas gratuitas de dinero y simiente. “Si ustedes siguen sembrando
chiles, cebollas y tomates, nunca saldrán del estado de pobreza en el que siempre han
vivido; por ello deben, como les aconsejo, sembrar caña […]”8.

A pesar de que esta emancipación de las comunidades rurales, a partir del


reparto agrario bajo la forma de propiedad comunal de los pueblos, no llegó
a consolidarse en un proceso de colectivización generalizada; sí combinó ele-
mentos de avanzada que fortalecían la posibilidad histórica de que así fuera. La

7
Marxists Internet Archive, Marxists Writers. Karl Marx, Proyecto de respuesta a la carta a V.I. Zasu-
lich (en línea). En Archivos de K. Marx y F. Engels, libro I, 1924. Digitalizado por Juan R. Fajardo, <http://
www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/81-a-zasu.htm>. Consulta el 9 de agosto de 2010.
8
Adolfo Gilly, op. cit., p. 242.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 167

mayor parte de los historiadores coinciden en que, por la vía de la práctica, el za-
patismo se superó a sí mismo, estableciendo un conjunto coherente de acciones
encaminadas a reorganizar a toda la sociedad. Como plantea Arturo Warman:

La propuesta pública zapatista parte del problema agrario como eje para la reorga-
nización de la sociedad y de la comunidad agraria como la unidad social básica. Se
propone cambiar la estructura agraria por medio de la restitución histórica de las co-
munidades, a las que se otorga plena autonomía para definir y establecer las formas de
organización de la producción que convengan a sus recursos y tradiciones. A la resti-
tución se le agrega un sistema de dotación individual de la tierra, que será inajenable
aunque podría organizarse su explotación de manera cooperativa. […] La confiscación
incluía no sólo la propiedad rural sino al capital como conjunto de intereses. El pro-
ducto de la confiscación se usaría para el pago de la deuda agraria9.

Las tierras que no fueron reclamadas por los pueblos, quedaron bajo el con-
trol de la administración zapatista –su cuartel general– a través de la dirección
del general Manuel Palafox, es decir, pasaron a manos del control estatal con
la intención de ser puestas a producir para satisfacer las necesidades sociales.
Aún más, las unidades productivas más avanzadas del estado de Morelos, por su
tecnificación y productividad, y por su concentración de fuerza de trabajo asa-
lariada, fueron expropiadas sin pago: nos referimos a los ingenios y destilerías.
Según Adolfo Gilly y John Womack Jr., Palafox se dio a la tarea de reparar los
ingenios devastados por la guerra y para marzo de 1915 se pusieron cuatro de ellos
en funcionamiento, bajo la administración directa de los principales líderes zapa-
tistas. Éste es el caso de los ingenios de Temixco, Hospital, Atlihuayán y Zacatepec.
Ulteriormente, otros tres ingenios se anexaron a esta lista. Los mismos autores dan
cuenta de que las ganancias de la producción de la caña de azúcar se utilizaron
para gastos de guerra e indemnización a las familias de los soldados caídos.
Los ingenios, además de las haciendas, eran el principal sustento económico
del estado. Al estallar la Revolución había 24 ingenios establecidos, que opera-
ban con maquinaria de punta y un sistema de riego bien sofisticado. El grado de
desarrollo de la industria azucarera se puede medir si consideramos que Morelos
proveía la tercera parte de este producto que se consumía a nivel nacional, y era
la tercera región productora de azúcar en el mundo.
El plan de Zapata y Palafox residía en que las ganancias obtenidas por la pro-
ducción de azúcar estuvieran destinadas a la obra pública y a la manutención del

9
Arturo Warman: “El proyecto político del zapatismo” en Friedrich Katz, Revuelta, rebelión y revolu-
ción / La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, tomo II, México, Era, 1990, p. 14.
168 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

Ejército Libertador del Sur. Los ingenios que se pusieron a funcionar con el em-
peño de los trabajadores agrícolas10 recibían las cosechas de los productores que
cultivaban caña, incorporaban a nuevos trabajadores desempleados o exiliados
del Norte y generaban ganancias para el gobierno revolucionario. Dice John Wo-
mack Jr. que Palafox comenzó de inmediato “las reparaciones y la movilización
de los trabajadores y animales de tiro”. Los ingenios quedaron bajo el resguardo
directo de los generales zapatistas según donde se localizaban, como Genovevo
de la O, Emigdio Marmolejo, Amador Salazar o Lorenzo Vázquez.
Consideramos que la expropiación de la industria agrícola en Morelos rebasó
los planteamientos del Plan de Ayala y constituyó una de las medidas más avan-
zadas tomadas por los zapatistas. De manera local, el ascenso de la Revolución
campesina en Morelos y su concreción programática adquirió una dinámica de
expropiación de los medios de producción, centralizada por el poder estatal en
manos del cuartel general del ejército zapatista11.
Apreciamos también que, en pequeña escala, estamos ante un cambio radi-
cal en las relaciones entre trabajo y capital, y que la expropiación de la tierra, los
ingenios y las refinerías en el estado de Morelos devela la dinámica creciente-
mente anticapitalista del proceso revolucionario de 1910. Comprueba que avan-
zar en la resolución de las demandas agrarias, motoras de la Revolución, sólo
podía venir de la mano del trastocamiento radical de la propiedad privada en el
campo. Lo cual, en el caso que nos ocupa, supuso realizar un reparto agrario que,
por la relación entre condiciones objetivas y subjetivas, llegó más allá del que, en
el pasado, llevó a cabo la burguesía en otras latitudes del planeta al momento de
hacerse del poder.
En ese contexto, el elemento más subversivo de la expropiación de tierras
y de los ingenios consistió en la tendencia a la unidad del proletariado agrícola

10
Desde nuestro punto de vista, aún no hay suficientes registros históricos para establecer si en los
ingenios expropiados hubo control obrero.
11
De forma embrionaria, los campesinos de Morelos tendieron a llevar a la práctica el programa de
nacionalización esbozado por Marx en su texto “La nacionalización de la tierra” donde plantea: “La
nacionalización de la tierra y su entrega en pequeñas parcelas a unos u otros individuos o a asocia-
ciones de trabajadores, cuando el poder se halla en manos de la burguesía, no engendraría más que
una competencia implacable entre ellos y, como resultado, conduciría al crecimiento progresivo de la
renta, lo cual, a su vez, acarrearía nuevas posibilidades a los propietarios de tierras, que viven a cuenta
de los productores. Y yo digo lo contrario: el movimiento social llevará a la decisión de que la tierra
sólo puede ser propiedad de la nación misma. Entregar la tierra en manos de los trabajadores rurales
asociados significaría subordinar la sociedad a una sola clase de productores. La nacionalización de la
tierra producirá un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y, al fin y a la postre,
acabará por entero con el modo capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura”.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 169

cohesionado en los ingenios con los campesinos pobres organizados alrededor


de las comunidades agrarias.
La liquidación del latifundio, la eliminación de los terratenientes como clase,
la expropiación bajo control del gobierno zapatista de los ingenios y refinerías,
la propiedad comunal de la tierra restituida a los pueblos, todo ello, son los ele-
mentos estructurales que dieron sustento a la Comuna de Morelos, como Adolfo
Gilly denominó acertadamente el poder de los campesinos pobres y proletarios
agrícolas zapatistas.

El poder de la Comuna

La comuna zapatista de Morelos, que se mantuvo no en la tregua sino en la lucha,


es el episodio más trascendente de la Revolución Mexicana.
Por eso, para intentar borrar hasta sus huellas, el ejército burgués del carrancismo
tuvo después que exterminar la mitad de la población de Morelos, con la misma saña
desplegada por las tropas de Thiers contra el París obrero de 1871.
Adolfo Gilly 12

La expropiación de la tierra en Morelos tuvo su correlato en formas de poder


específico que preservaron las conquistas y garantizaron la consecución de los
mandatos programáticos del Plan de Ayala. Según Adolfo Gilly y John Womack
Jr., la toma de decisiones y la organización colectiva de los pueblos, sirvió para
recrear un tipo de poder democrático en el estado, que fue sustento de las medi-
das anticapitalistas que llevaron a cabo los zapatistas.
La representación política de cada pueblo, se daba a través de los municipios
–una forma sincrética de empalmar el poder colectivo con formas más moder-
nas de representación– de tal suerte que los jefes municipales debían a su vez
acudir a las asambleas distritales convocadas los días primeros de cada mes.
Los presidentes municipales eran elegidos mediante sufragio universal, con
convocatoria electoral previa, y eran sancionados permanentemente por dos re-
presentantes de las asambleas, que no contaban con salarios y eran votados ex
profeso, para vigilar la acción y decisión de los funcionarios.
Pero la representación popular rebasó por mucho, por la vía de los hechos,
a las representaciones municipales. Las leyes agrarias, posteriores a la puesta en
marcha de la Comuna, plasmaron en el papel la experiencia vital de las masas cam-
pesinas. Cada pueblo tenía en su asamblea el máximo órgano de decisión. La mis-

12
Adolfo Gilly, op. cit., p. 253.
170 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

ma debía ser convocada los días 15 de cada mes y estaba abierta a la participación
de todos los habitantes varones13. En ella se discutían los problemas que hacían al
sustento de las expropiaciones, la administración de los ingenios y los problemas
políticos que se desprendían del ejercicio del poder comunal. De dicha asamblea
surgían delegados con mandato, de manera que acudían a una asamblea general de
los pueblos de Morelos, la cual se realizaba los días 20 de cada mes.
Arturo Warman realiza una elocuente descripción del empoderamiento de
los pueblos como unidades políticas: “La comunidad agraria, democráticamen-
te organizada, se concibe no sólo como la corporación propietaria de la tierra
sino también como la unidad política básica, por lo que la propuesta zapatista
enfatizaba al municipio libre, dotado de autonomía y recursos propios, como la
entidad política central”14.
Los pueblos, a través de las asambleas, tenían el derecho soberano de elegir
sus tribunales y su policía. En muchas localidades del estado, surgieron poli-
cías comunitarias que trabajaban bajo la sanción permanente de las asambleas.
Es decir que el poder político estaba en manos de los pueblos e implicaba el
concurso voluntario de cada uno de sus habitantes varones mediante órganos
de democracia directa, donde se tomaban la mayor parte de las decisiones. La
relación que tuvieron estas formas de poder político con el Ejército Libertador
del Sur, es sintomática del grado de desarrollo que alcanzó la organización de
las masas rurales durante 1915 en el estado de Morelos. Por ejemplo, como da
cuenta Adolfo Gilly:

[…] los pueblos podían “aprehender, desarmar, y remitir al cuartel general, “a cualquier
jefe, oficial o soldado que no presentase las credenciales que acreditaran la comisión
que le estaba asignada”. Los militares debían abstenerse de toda intervención en la po-
lítica de los pueblos. No podían exigir de los campesinos ninguna clase de prestaciones
personales. Tenían que respetar la distribución hecha por los pueblos de tierras, aguas
y árboles y someterse a los usos y costumbres de los pueblos. Finalmente, no podían,
bajo pena de corte marcial, “apoderarse de las tierras de los pueblos o de las que for-
maron parte de antiguas haciendas, pues cada individuo armado, sea jefe o no jefe,
sólo tendrá derecho al lote de terreno que le toque en el reparto”15.

13
A pesar de que el Ejército Libertador del Sur incorporó a las mujeres en tareas de mando militar y
defensa, los pueblos preservaron bajo sus “usos y costumbres” el estatuto que les impedía participar
de las asambleas y las decisiones políticas. Esto debilitó el carácter democrático de la organización, al
excluir al sector más oprimido de la población de las decisiones de los pueblos.
14
Arturo Warman, op. cit., p. 15.
15
Adolfo Gilly, op.cit., p. 274.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 171

De tal suerte que el Ejército Libertador de Sur tenía la obligación de defender


militarmente a la Comuna, enfrentando al ejército constitucionalista y las pro-
vocaciones de los terratenientes, pero estaba subordinado a la decisión, sanción
y vigilancia de los pueblos organizados, entendidos como comunidades agrarias
que, a través de la expropiación y la autoorganización, ejercían el poder en el
conjunto del territorio morelense.
El hecho de que la Comuna se basara en el poder de los pueblos y su defensa
armada estuviera sancionada por la decisión de las comunidades, no demerita
la importancia del Ejército Libertador del Sur y la acción de su cuartel general,
no sólo en el terreno militar y la autodefensa, sino como dirección política del
proceso. En última instancia, fue el cuartel zapatista quien centralizó y encabezó
de forma directa la expropiación de los ingenios.
Coincidimos con John Womack Jr. cuando plantea que, en realidad, el ejér-
cito zapatista era una “liga armada entre los pueblos”, no una entidad separada
de éstos. La soberanía de los pueblos estaba encarnada en el poder armado y no
se puede entender la implementación del Plan de Ayala sin el acompañamiento
de una fuerza militar.
El ejército se nutrió de los pueblos y dependió económicamente de los mis-
mos. Sólo una relación equilibrada entre los mandos militares y el poder civil
pudo garantizar el mantenimiento de la guerra y la autodefensa:

El Ejército del Sur no sólo era de los pobres, sino que era él mismo muy pobre. Los
altos jefes militares tenían privilegios sobre el resto de las tropas y sin duda hubo ex-
cesos, como se percibe a través de la correspondencia. Pero bien porque no existiera
la oportunidad o porque el control fue muy efectivo, los privilegios nunca se transfor-
maron en riqueza permanente […]. Para explicar esta situación tiene importancia el
celo fanático por parte de Zapata para evitar y reprimir todo exceso sobre la población
civil, sobre los pueblos, la única fuente de riqueza para el ejército16.

El cuartel general zapatista fungió como la dirección política del proceso,


bajo el mando indiscutible de Emiliano Zapata y el asesoramiento político de “los
secretarios” –como los llamó Womack Jr.– Manuel Palafox, Antonio Díaz Soto y
Gama, y Gildardo Magaña17.

16
Arturo Warman, op.cit., p. 18.
17
Los “secretarios” fungieron como asesores políticos de Zapata; en varios casos se trataba de inte-
lectuales de origen urbano con tendencias anarquizantes y socializantes, atraídos por la fuerza de la
Revolución del Sur.
172 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

El ocaso de la Comuna

La ignorancia y el oscurantismo de los tiempos


no han producido más que rebaños de esclavos para la tiranía.
(Atribuido a Emiliano Zapata)

En las postrimerías de 1915, los ejércitos constitucionalistas habían logrado el ob-


jetivo de desintegrar las fuerzas insurrectas de la División del Norte. En noviembre,
Carranza se aprestaba para hacer lo propio con el Ejército Libertador del Sur. La
liquidación del ejército de Villa había requerido de la pericia militar de Obregón.
Pero aniquilar al zapatismo implicaba no sólo arremeter contra su ejército, sino des-
mantelar la Revolución social que se había emprendido en Morelos mediante una
ofensiva contra los pueblos; de ahí que Obregón se hiciera a un lado para dejar al
mando de la operación a un personaje mucho más tenebroso: el general Pablo Gon-
zález Garza, quien el año de 1916 cercó el estado de Morelos con 30 mil hombres.
El ejército zapatista no estaba en condiciones de enfrentar una fuerza militar
de estas proporciones, pero contaba con la fortaleza de los pueblos que se reple-
garon al monte para organizar la defensa.
Las fuerzas de Pablo González entraron a Morelos como un verdadero ejército
de ocupación. Robaron a los pueblos, incendiaron, saquearon y aprehendieron a
cientos de combatientes, masacrando y barriendo a su paso con la población civil,
incluyendo a mujeres y niños que también defendieron su poder comunal. En el
mes de junio de 1916, cayó el cuartel general de Tlaltizapán, y Emiliano Zapata se
vio obligado a replegarse hacia el monte para reorganizar la resistencia. La lucha
del Ejército Libertador del Sur pasaba a un momento claramente defensivo y en
un territorio ocupado. Pero la profunda Revolución social que había acaecido en
Morelos no podía ser desintegrada de tajo. No se trataba sólo de exterminar com-
batientes resueltos sino de apaciguar a una población insurrecta y preparada para
la defensa de su Revolución. Como dice Adolfo Gilly:

Pero el ejército carrancista, contra su creencia, no había dominado al estado. Tenía bajo
su control, por el terror, nomás a las poblaciones. Después de seis años en que repartieron
todas las tierras a los pueblos, liquidaron los latifundios completamente y convirtieron a
los ingenios en “fábricas nacionales” administradas por sus representantes en beneficio de
la población, es decir, después de haber establecido su Comuna campesina, las masas de
Morelos se dispusieron a defender sus conquistas contra la ocupación militar burguesa.
Estas conquistas estaban arraigadas en las relaciones sociales campesinas. Habían dado un
nuevo sentido fraternal y colectivo a toda la vida social, y esa relación se había convertido
en la norma del estado organizado por los campesinos. Era imposible que una invasión,
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 173

una acción puramente militar, destruyera ese tejido social en unos pocos meses18.

La ofensiva constitucionalista trajo como consecuencia la diferenciación de


las filas zapatistas. Las distintas alas representadas por algunos jefes y secretarios
comenzaron a realinearse entre un sector intransigente encarnado por Zapata y
Palafox, y un ala conciliadora representada por Magaña y Lorenzo Vázquez. La
fervorosa resistencia de las masas rurales fortalecía el mando y la preponderancia
de Emiliano Zapata. Pero la lucha campesina se encontraba en un callejón sin sa-
lida, que finalmente se impuso a la intransigencia de las masas rurales insurrectas.
Por una parte, a nivel nacional, el poder de los constitucionalistas comenzaba a
fortalecerse, luego de la victoria sobre Villa y la represión contra el movimiento
obrero en julio y agosto de 1916. Internamente, el avance de las tropas de Pablo
González provocó la liquidación paulatina de las disposiciones revolucionarias de
la Comuna a la vez que obligó al zapatismo a implementar la guerra de guerrillas.
En el seno de la dirección, la situación adversa y las disputas internas lle-
varon al fortalecimiento del ala centro, encarnada en la figura de Conrado, que
como dice Gilly, era la continuidad de la tendencia antes representada por Anto-
nio Díaz Soto y Gama. Conrado intentó negociar con el naciente poder nacional
para preservar algunas de las conquistas de la Comuna; pero, al centrarse en las
que se encontraban en el terreno de la democracia formal, se ponía en cuestión
los fundamentos anticapitalistas que la habían nutrido. Se puede decir que con
la ocupación militar de Pablo González, el constitucionalismo no asestó una de-
rrota definitiva al zapatismo, pero sí liquidó la Comuna de Morelos.
Durante el año de 1916, el zapatismo tuvo distintas iniciativas políticas e incluso
logró recuperar coyunturalmente algunas zonas del estado19. En el país, Carranza y
Obregón se preparaban para convocar al Constituyente de 1917 y el zapatismo se
hizo más consciente que nunca de su constricción territorial. Para este año, el aisla-
miento político fortaleció la línea conciliadora de Gildardo Magaña, quien intentó
múltiples vías de acercamiento con el gobierno. El Constituyente del 1917 materia-
lizó el proceso de institucionalización de la Revolución y posibilitó la derrota defi-
nitiva de los revolucionarios de Morelos. El 10 de abril de 1919 fue asesinado, en la
hacienda de Chinameca, Emiliano Zapata, el máximo jefe del Ejército Libertador del
Sur. De esta forma, la reacción dejó a los aguerridos campesinos de Morelos sin la
figura emblemática que le dio cauce y dirección a sus aspiraciones.

18
Adolfo Gilly, op. cit., pp. 262-263.
19
Para fines de 1916, Zapata tuvo la iniciativa de formar el Centro de Consulta para la Propaganda y la Uni-
ficación Revolucionaria, como partido político que sostuviera los planteamientos del Plan de Ayala. En no-
viembre, el partido se funda con el concurso de Palafox, Soto y Gama, Montaño, Gildardo y Rodolfo Magaña.
174 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

Conclusiones

Las características antes descritas son la base para definir que en Morelos, durante
1915, las masas campesinas consolidaron un poder territorial e instituciones que
lo centralizaron, en el terreno político a través de las asambleas de los pueblos y
el cuartel general, y en el terreno militar mediante el Ejército Libertador del Sur.
Es decir que el poder local logró hacer efectiva la reivindicación central del
proceso revolucionario –el ansia de tierra– y consiguió, en los límites de una
región, integrar a los explotados y oprimidos en la lucha contra los terratenientes
y el constitucionalismo.
En un sentido, la Comuna de Morelos expresó el grado de profundidad del
proceso revolucionario de conjunto, en un momento en que la Revolución, a
escala nacional, comenzaba a declinar por la liquidación de la División del Norte
y el ascenso del constitucionalismo. El gran poder de los comuneros de Morelos,
quedó demostrado cuando las masas morelenses quedaron con el dominio abso-
luto del estado. Junto al poder de los pueblos, se puso en pie un cuartel general.
Éste fue un verdadero estado mayor de la Revolución en Morelos encabezado
por los jefes zapatistas, que quedó dividido en “cinco departamentos: Agricultu-
ra, Guerra, Educación y Justicia, Hacienda y Gobernación”20.
La fortaleza de dicho poder radicó, por una parte, en la facultad colectiva de
ejecutar concretamente el reparto agrario y la expropiación. Y, junto a ello, en
la necesidad de sostener dichas medidas a través del armamento de los pueblos
y de la puesta en pie de un ejército. La Comuna de Morelos, constituye así la
experiencia más rica del campesinado latinoamericano en toda su historia y es
contemporánea a la experiencia histórica más importante del proletariado: la
Revolución Rusa de 1917. Para entender a profundidad sus características, es
menester concluir este ensayo enumerándolas:

1) Desde el punto de vista de su composición social, la Comuna evidenció la


potencialidad de la unidad de clase entre el proletariado agrícola de los inge-
nios y los campesinos pobres.
2) El gobierno comunal se diferenció de todos los que se sucedieron durante la
Revolución, en que, a nivel local, destruyó el estado capitalista, expropió la
propiedad privada, y extinguió a los terratenientes como clase. Es decir liqui-
dó todo atisbo del régimen de dominación burgués en la zona controlada por
los zapatistas.
3) Las expropiaciones se realizaron sin indemnización y algunos ingenios fue-

20
Adolfo Gilly, op. cit., p. 274.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 175

ron puestos a funcionar con el concurso de los trabajadores, administrados


por el poder estatal, es decir, por los jefes campesinos revolucionarios.
4) Sobre esta base y a partir de sus formas tradicionales de organización, las
masas rurales del estado de Morelos pusieron en pie su propio poder.
5) El poder de la Comuna se sostuvo gracias a la eficacia del Ejército Libertador del
Sur, como brazo armado de los pueblos; el reparto agrario era concebido como
un proceso ejercido por el pueblo pertrechado para su defensa y sustento.
6) El zapatismo se erigió como la corriente política y militar de la Revolución
que alcanzó mayor grado de independencia de los programas, ejércitos y
componendas de las direcciones burguesas y pequeñoburguesas.

En síntesis, la Comuna de Morelos evidenció la tendencia más profunda de


la Revolución Mexicana, al establecer, en forma embrionaria, un poder de los
explotados y oprimidos del estado sureño. Una vez enunciados sus alcances, es
necesario detenernos en sus limitaciones.
Es fundamental plantear que, a pesar del sentido tendencialmente sociali-
zante de las medidas tomadas por la Comuna, no asistimos a un proceso gene-
ralizado de colectivización en el estado de Morelos. Esto fue el resultado de que
primaron las costumbres individuales de usufructo de la tierra del campesinado,
a pesar de los intentos de Zapata y Palafox por revertir esta situación.
El carácter social del zapatismo y su política también limitó la experiencia de
la Comuna, y sólo fue posible hacer efectivos los planteamientos del Plan de Ayala
en el territorio de Morelos. Más allá de que los zapatistas propusieran extender
su legislación a nivel nacional, en su estrategia política –durante los momentos
claves de la Revolución– primó el profundo regionalismo de un movimiento con
base campesina. Esto planteó una contradicción. Fue la fortaleza territorial y el
arraigo comunal los que permitieron que la Comuna subsistiera y se convirtiera
en patrimonio de los pueblos organizados democráticamente. Pero fue también
la negativa de Zapata (y de Villa) a mantener el control sobre la Ciudad de Méxi-
co y su incapacidad para establecer un proyecto político nacional alternativo al
constitucionalista, lo que condenó al aislamiento a la que fuera la experiencia más
avanzada de la Revolución, abriendo el camino para su posterior derrota.
En su ensayo titulado “El proyecto político del zapatismo”, Arturo Warman
critica la visión analítica que destaca las limitaciones del campesinado como cla-
se transformadora del conjunto de la sociedad. A propósito plantea:

Exagerando un poco: estudiamos a las demás clases de la sociedad, mientras que al campe-
sino lo analizamos por su limitación. Todavía en el terreno de la exageración: un pronun-
ciamiento burgués en 1780 es visionario del futuro, es precursora una huelga derrotada en
176 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

los primeros diez años de este siglo, mientras que el zapatismo es el epígono del pasado,
como también lo son las rebeliones indígenas coloniales y lo siguen siendo las reivindica-
ciones campesinas de la actualidad. Las derrotas de otros movimientos sociales se explican
por la brutal desproporción con las fuerzas enemigas, mientras que las de los campesinos
se deben a su debilidad intrínseca. La exageración nunca describe, solamente ilustra21.

Desde nuestra perspectiva, entender las limitaciones de campesinado como


sujeto de la transformación social, no implica necesariamente un análisis dogmáti-
co. Consideramos que el zapatismo expresó el punto más avanzado que alcanzó el
accionar del campesinado por su propia cuenta22 y, a la vez, el hito más alto del pro-
ceso revolucionario iniciado en 1910, por las características que describimos antes.
Para este análisis, partimos del punto de vista metodológico que llevó a
Trotsky a enunciar, en su ya célebre escrito titulado “Tres concepciones de la
Revolución Rusa” la siguiente advertencia:

El marxismo nunca dio carácter absoluto e inmutable a su estimación del campesi-


nado como una clase no socialista. Marx dijo hace mucho que el campesino es tan
capaz de juicio como de prejuicio. La naturaleza misma del campesinado cambia bajo
condiciones cambiantes. El régimen de la dictadura del proletariado descubrió gran-
dísimas posibilidades de influir al campesinado y reeducarlo. La historia todavía no ha
explorado hasta el fondo los límites de estas posibilidades23.

Efectivamente, como alerta Warman, en la liquidación del zapatismo tuvo un


peso específico la relación de fuerzas a nivel nacional que resultó de la derrota
del villismo y de la guerra de exterminio que implementó Pablo González. Sin
embargo, dar cuenta de esta realidad no puede cegar un análisis crítico de las
limitaciones que tuvo la Comuna de Morelos y, más en general, la experiencia
zapatista. Warman descalifica aquellos análisis que plantean los límites del cam-
pesinado para emprender un programa global de transformación social:

De forma poco clara y persistente se ha infiltrado la idea, casi el dogma, de que los
grupos campesinos, o más estrictamente la clase campesina, no pueden generar un

21
Arturo Warman, op. cit., p. 9.
22
No consideramos en esta definición la experiencia de la Revolución Rusa, donde la alianza obrera y
campesina, bajo la dirección de la clase obrera, llevó al establecimiento del primer estado obrero de la
historia, ni tampoco la Revolución Cubana.
23
León Trotsky: “Tres concepciones de la Revolución Rusa” en Teoría de la revolución permanente,
Buenos Aires, CEIP “León Trotsky”, 2000, p. 165.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 177

proyecto global para la transformación de la sociedad compleja. Los orígenes de este


prejuicio pueden rastrearse con precisión hasta los modelos evolucionistas decimo-
nónicos, aunque se encuentran antecedentes previos. En esos paradigmas, el campe-
sino fue concebido como el remanente de una etapa evolutiva previa, sin otro destino
histórico posible que la extinción. La aparición del fenómeno urbano-industrial, en
crecimiento acelerado en los países hegemónicos, se supuso y proyectó como univer-
sal y total. […] El zapatismo generó un proyecto político radical y coherente para la
transformación global de la sociedad compleja desde una posición de clase24.

En nuestra opinión, alejarse de una visión “evolutiva” del rol del campesina-
do y las reivindicaciones agrarias no implica admitir, como hace Warman, que
el zapatismo tuvo un “proyecto político para la transformación global de la so-
ciedad compleja desde una posición de clase”. Justamente porque la sociedad del
México de principios de siglo había desarrollado en forma desigual y combinada
los rasgos de una formación social capitalista semicolonial, es que las demandas
agrarias y el problema de la tierra se volvieron el motor de la revolución social.
Eso, como explicamos en otros ensayos de este libro, abrió una dinámica antica-
pitalista y “permanente”, que dio lugar a experiencias avanzadas de la lucha cam-
pesina y en particular a una creciente independencia de sus alas más radicales
respecto a la burguesía maderista y constitucionalista. Sin embargo, para haber
avanzado en la transformación radical de la sociedad que heredó el porfiriato, es
decir, para quebrar el dominio burgués que en todo momento preservó la pro-
piedad privada contra la voluntad de los campesinos insurrectos, era necesario
un programa de corte nacional y alternativo a la burguesía, cuyo eje fundamental
pasaba por la expropiación de las ramas más dinámicas de la economía mexicana
donde estaban concentrados los destacamentos más cohesionados del proleta-
riado, como era el caso del petróleo, la minería y la industria textil.
El programa zapatista, aún en su forma más avanzada, sancionado en las
leyes agrarias, no se planteaba expropiar a la gran industria en manos de los
imperialistas. Pero aún de haberse expresado en forma explícita un programa
nacional de expropiaciones, se requería, para realizarse, del concurso del pro-
letariado de las ciudades y los centros industriales. Los campesinos insurrectos
de Morelos carecieron de su aliado natural para lograr estos objetivos: la clase
obrera urbana. La huelga general de 1916, que irrumpió en el México revolucio-
nario al mismo tiempo que el constitucionalismo ahogaba en sangre la Comuna
de Morelos, señaló la potencialidad de la alianza obrera y campesina en caso de
que ésta se hubiese hecho efectiva.

24
Arturo Warman, op. cit., p. 10.
178 Morelos 1915: al asalto del cielo Jimena Vergara Ortega

Encasillar al ascenso campesino de 1910 en el archivero de las revoluciones


burguesas (como hacen algunas interpretaciones de corte estalinista) implica
negar su dinámica anticapitalista y minimiza la gran experiencia histórica que
fue la Comuna de Morelos. Por otro lado, negarse a comprender sus límites,
oscurece la posibilidad de pensar cómo, en un país donde se ha profundizado la
pobreza de las masas rurales y ha surgido un poderoso proletariado que conti-
núa siendo explotado por empresarios nativos y extranjeros, se puede –parafra-
seando a León Trotsky– luchar por retomar la obra de Emiliano Zapata y llevarla
hasta sus últimas consecuencias.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 179

Rebeldes e insurrectas1
Jimena Vergara Ortega

El siglo XX latinoamericano no podía comenzar de otra manera: la Revolución


Mexicana irrumpió como un huracán en un continente plagado de luchas obre-
ras y campesinas que mostrarían ya el espíritu revolucionario que albergarían
sus extensas tierras, desde Morelos hasta la Patagonia.
A lo largo y ancho del continente se reproducía, al ritmo de las aspiraciones
imperialistas yanquis y las nostalgias colonialistas europeas, el paso firme de las
masas obreras y campesinas que se negaban al designio que les imponían las
burguesías locales: dependencia económica, explotación y opresión. Al cumplir
su primera década, el siglo XX vio nacer la enorme movilización revolucionaria
en México. Este es el punto de partida que elegimos, retomando la idea del histo-
riador Luis Vitale que explica: “Como puede apreciarse, ya en la década de 1920
estaba planteada para el movimiento feminista la necesidad de ligarse estrecha-
mente a las mujeres de la clase trabajadora con el fin de romper el aislamiento
y evitar cualquier desviación elitista. Precisamente, uno de los países donde el
feminismo surge ligado a las luchas populares es México”2. Esta Revolución que
inaugura el siglo, sumó entre sus combatientes a miles de mujeres de la ciudad y
el campo. Recorremos aquí el tortuoso camino de la que distintos autores mar-
xistas consideran la “última de las revoluciones burguesas y la primera de las
revoluciones proletarias”, con las historias de Lucrecia Toriz y Amelia Robles, en

1
Este capítulo es un fragmento del capítulo “Rebeldes” del libro Luchadoras / Historias de mujeres que
hicieron historia. Ha sido revisado para la presente edición.
2
Luis Vitale, “El movimiento feminista latinoamericano del siglo XX”, en El protagonismo social de la
mujer, Buenos Aires, Sudamericana / Planeta, 1987.
180 Rebeldes e insurrectas Jimena Vergara Ortega

las que se trasluce esa participación apasionada de las mujeres3 que abarcó desde
puestos en la propaganda política, la denuncia de la opresión y el abastecimien-
to, hasta el rol de destacadas coronelas en el ejército zapatista, que fue el que
contó con más mujeres en sus filas que en las páginas dedicadas a sus historias.
El gran ensayo revolucionario de México entre 1910 y 1917 dejó allanado el
camino para las sobradas muestras de voluntad de lucha de las masas de nuestro
continente. En el seno de la movilización y la voluntad rabiosa de combate que
se dejó entrever en cada lucha posterior contra la explotación y la opresión im-
perialistas y sus gobiernos lacayos, nacía la clase obrera que ya en sus primeros
pasos mostraba con certeza ser la única capaz de realizar las legítimas demandas
que recorrían los distintos países. Un coloso, todavía por entonces poniéndose
de pie, que hoy, cien años más tarde, tiene por delante retomar y continuar la
lucha por las reivindicaciones tras las que se movilizaron sus predecesores. En
estas mujeres que presentamos aquí, las mujeres trabajadoras, campesinas y del
pueblo pobre latinoamericano de hoy encontrarán una fuente de inspiración re-
volucionaria para el futuro que aún resta por conquistar.

Lucrecia Toriz

La lumbre que la Comuna encendió en México siguió ardiendo por debajo,


cubierta por su propia derrota y por la paz porfiriana, pero no extinguida,
porque las cabezas de los revolucionarios y de las masas son tenaces,
como las brasas que tienden un puente escondido
entre la hoguera que fue y la hoguera que será.
Adolfo Gilly4

La Revolución Mexicana de 1910 todavía resintió los estertores de la expe-


riencia que hizo el proletariado parisino en la Comuna de 1871. Muchos vetera-
nos de este proceso participaron ese año en las filas zapatistas o en los círculos
obreros que incipientemente comenzaban a formarse5. El México bronco y pro-

3
Muchas mujeres participaron también en las filas de la débil burguesía mexicana, como Sara Pérez de Made-
ro, esposa de Francisco I. Madero, Hermilda Galindo, secretaria de Venustiano Carranza, así como las soldade-
ras de los federales. El estudio de su accionar no es objeto de este trabajo, pero no queríamos dejar de mencio-
nar que también hubo participación femenina en el constitucionalismo y los sectores contrarrevolucionarios.
4
La Revolución Interrumpida, de Adolfo Gilly.
5
Para un mayor tratamiento del tema de la Comuna de París, ver Louise Mitchell en el capítulo “Pione-
ras”, del libro Luchadoras / Historias de mujeres que hicieron historia.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 181

fundo emergió de la subterraneidad, desde los confines de las haciendas hene-


queneras6, cafetaleras y bananeras, para armarse y combatir primero al porfiriato
y luego a la burguesía y a la pequeñoburguesía que se hicieron del poder y que
sentaron las bases del estado capitalista contemporáneo.

La mujer de la Revolución

Es en este marco, cuando la sociedad mexicana fue desgarrada por la lucha in-
testina de los de abajo contra los de arriba, que las masas toman en sus manos su
propio destino. Y dentro de ella, con presencia contundente, la mujer de la Revo-
lución: la obrera, la campesina, la adelita7, la soldadera. En las urbes, sumándose
a la Revolución desde los semanarios, los periódicos clandestinos, los círculos
liberales, anarquistas, obreros, luchando por sus reivindicaciones.
Desde 1904, cuando ya se gestaba el movimiento antirreeleccionista, sur-
gieron los primeros círculos de mujeres, que a la par de pelear contra la dicta-
dura, lucharon por sus propias demandas. Aparece la prensa clandestina contra
el porfiriato y, con ella, los semanarios de corte feminista. Regeneración, Vésper,
Juan Panadero, El Diario del Hogar, todos agitaban contra la dictadura y todos
planteaban las reivindicaciones de maestras, empleadas y obreras. De conteni-
do anticlerical en su mayoría, denunciaban el rol de la Iglesia, del matrimonio,
peleaban por el derecho al divorcio y al sufragio. La prensa de oposición era
perseguida con saña y las mujeres aún más: muchas periodistas, intelectuales y
maestras pasaron meses de tortura en San Juan de Ulúa o en la cárcel de Belén8.
Cuando eran excarceladas, huían a provincia para volver a montar las imprentas
clandestinas. Éste fue el caso de Guadalupe Rojo, Juana B. Gutiérrez de Mendoza
o la señorita Acuña y Rosseti; muchas más padecerían también el exilio.
Es de destacar el grupo Las hijas del Anáhuac9, surgido en estos años, don-
de participaron obreras, campesinas, intelectuales y maestras. Luchaban por la

6
El henequén es una fibra obtenida de la planta del magüey que se industrializó para la exportación
durante el siglo XIX y principios del XX.
7
El término se acuñó popularmente en alusión a las mujeres que acompañaban a las tropas revolucio-
narias, inspirado en una canción popular. Se refiere a la mujeres campesinas y de los pueblos originarios
que abastecían de víveres a los soldados, y eran sus compañeras.
8
Fueron dos presidios del porfiriato donde eran encarcelados los luchadores, reconocidos por la cruel-
dad de las torturas y maltratos a los que eran sometidos los reclusos.
9
La palabra anáhuac de origen náhuatl significa literalmente “cerca del agua”. Hace referencia al terri-
torio ocupado por el imperio azteca, particularmente al Valle de México o Valle del Anáhuac donde se
182 Rebeldes e insurrectas Jimena Vergara Ortega

Revolución y también por salarios iguales a los de los varones, licencias de ma-
ternidad, educación para las mujeres indígenas y campesinas.
En las fábricas, con los primeros intentos de organización obrera, las mujeres
jugaron un rol destacado, también participando de la publicación de semanarios.
Este es el caso de Julia Marta o Julia Sánchez, responsable de la publicación de
El látigo justiciero. Al respecto, la prensa burguesa decía “Es enemigo (sic) de la
religión, de la patria, de la familia y de la propiedad, el mayor fanático de la Casa
del Obrero Mundial, que sin embargo, supo agitar a las multitudes con su vio-
lenta sinceridad […] pues bien de igual dimensión y violencia es Julia Marta”10.
En el campo, el proletariado agrícola y el campesinado pobre comenzaban,
desde principios de siglo, a sublevarse contra el dominio de los hacendados y lati-
fundistas. De aquí se nutrió el zapatismo y sus filas pobladas de mujeres. El ejérci-
to zapatista contó en los frentes con la aguerrida participación de las soldaderas,
mujeres que empuñaban el fusil o cargaban el pesado armamento, surtiéndolo
cuando en las trincheras los guerrilleros quedaban indefensos. Las adelitas eran
una suerte de retaguardia y “ejército de abastecimiento”, cuidando a los heridos, a
los niños, y proporcionando a los soldados provisiones y agua. En muchos casos
fueron estas mujeres las que convencieron a las tropas porfirianas y a las consti-
tucionalistas de no agredir a los rebeldes y de pasarse al campo de la Revolución.
Como se ve, en las urbes, en el campo, en las fábricas, las mujeres fueron
parte esencial de la Revolución Mexicana, tejiendo una historia de coraje, de
tradición de lucha, de combatividad, ejemplo para todos los trabajadores y tra-
bajadoras del campo y la ciudad.

La “virgen roja” de los trabajadores mexicanos

La Revolución de 1910 tuvo un antecedente fundamental; un preámbulo en el


que los obreros textiles del país dieron una enorme demostración de su poten-
cial. Las huelgas de Río Blanco y Cananea fueron dos procesos avanzados de la

asienta hoy la Ciudad de México y el conurbano. Se utiliza también para indicar todo el territorio hasta
donde se extendía el dominio azteca en la época prehispánica. Fue utilizado por varias agrupaciones
feministas que lucharon en la Revolución, probablemente haciendo referencia a la leyenda azteca sobre
la “llorona”. Esta leyenda relata que cuando era inminente la llegada de los conquistadores españoles a
Tenochtitlán, los sacerdotes vieron una “aparición”: la diosa cuidadora de la raza advertía con lamento
“¡ay mis hijos, mis pobres hijos del Anáhuac!”, augurando el peligro inminente de la conquista.
10
Ángeles Mendieta Alatorre, La mujer en la Revolución Mexicana, México, Instituto Nacional de Es-
tudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1961.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 183

lucha de clases que anunciaron con violencia las convulsiones que azotarían al
país durante los siguientes diez años11.
El porfiriato abrió las puertas a la inversión extranjera. El nuevo proleta-
riado mexicano, en un alto porcentaje, dejaba su vida entre las máquinas de las
fábricas yanquis, inglesas y francesas. Las jornadas de trabajo eran de entre doce
y dieciséis horas. La industria textil tuvo un fuerte auge durante la última dé-
cada del siglo XIX. En Tlaxcala, Puebla, Veracruz y el Distrito Federal, miles de
hombres, mujeres y niños constituían el ejército de mano de obra barata que
llenaba las arcas de los imperialistas. El salario de un obrero era de treinta y cinco
centavos al día; el de una mujer, de veinticinco centavos diarios. Los niños eran
empleados para gran cantidad de labores y recibían diez centavos por jornada.
Los raquíticos salarios eran completamente insuficientes para el gasto familiar,
por lo que los obreros se veían obligados a acudir a las tiendas de raya. Éstas
eran administradas por un representante de la patronal que ofrecía crédito a
los trabajadores por artículos de la canasta básica. Al estar permanentemente
endeudados, a veces los obreros no llegaban ni a ver sus salarios, ya que se iban
confiscados por el usurero de la tienda.
Fueron estas circunstancias en las que nació y creció Lucrecia Toriz, obrera
textil originaria de Veracruz, que tuvo una participación muy destacada en la
gran huelga de Río Blanco, que abarcó el cordón de la industria textilera en los
estados de Puebla, Veracruz y Tlaxcala.
Desde 1906, los obreros y obreras textiles de diversas fábricas como las de
Río Blanco, San Lorenzo, Nogales y Santa Rosa conformaron el Gran Círculo de
Obreros Libres, influenciado por el magonismo. Los trabajadores comenzaron a
organizarse por la jornada de ocho horas, aumento salarial y mejores condicio-
nes de trabajo. La organización comenzó a extenderse, por lo que el gobierno
porfirista decidió encarcelar a sus dirigentes. Este primer intento represivo no
logró frenar el proceso en las fábricas, por lo que la patronal extranjera formó el
Centro Industrial Mexicano, que tenía como objetivo legislar sobre la actividad
de los obreros en la fábrica. Uno de los estatutos que impuso la patronal en los
tres estados prohibía textualmente “recibir visitas de amigos y parientes, leer
periódicos que no sean previamente censurados y, por ende, autorizados por los
administradores de las fábricas”12.
La imposición de la patronal fue rechazada por los trabajadores y las textileras
de Puebla, Tlaxcala y algunas de Veracruz que hicieron estallar la huelga el 4 de
diciembre de 1906. En las fábricas, donde los obreros no habían elegido nuevos

11
Ver el ensayo “Preludio de la Revolución: el Partido Liberal Mexicano, Cananea y Río Blanco”, p. 55.
12
Ángeles Mendieta Alatorre, op. cit.
184 Rebeldes e insurrectas Jimena Vergara Ortega

representantes, los dirigentes amigos del porfirismo y la patronal intentaron des-


viar la huelga hacia la confianza en una resolución del gobierno, rogándole a Don
Porfirio su “indulgencia” para resolver las demandas. La patronal decidió cerrar las
fábricas que aún no estaban en poder de los trabajadores, realizando un lock out.
Los dirigentes, encabezados por José Morales13, consiguieron una entrevista
con Porfirio Díaz el 3 de enero y ese mismo día, con su anuencia, el presidente
ordenó a los trabajadores regresar al trabajo y aceptar el reglamento patronal.
Pero los trabajadores de Río Blanco acusaron a Morales y al resto de la dirección
de traidores y permanecieron en huelga.
El 7 de enero, una imponente manifestación de obreros y obreras textiles se
concentró afuera de la fábrica de Río Blanco, muy temprano, para impedir la entra-
da de los rompehuelgas encabezados por los dirigentes gobiernistas. La comitiva
fue encabezada por varias mujeres que iban preparadas para impedir que la fábrica
sea reabierta. En Las Pugnas de la Gleba, Rosendo Salazar lo describe así:

En Río Blanco, un grupo de mujeres encabezadas por la colectora Isabel Díaz de Pensa-
miento y en la que figuraban las obreras Dolores Larios, Carmen Cruz, Lucrecia Toriz y
otras, desde el día anterior habían formado una brigada de combate, que se encargó de re-
unir mendrugos de pan, tortillas duras, con las que llenaron sus rebozos y desde temprana
hora se instalaron a la puerta de la fábrica esperando que alguno se atreviera a romper el
movimiento de protesta, para lapidarlo con aquellos despojos simbólicos y crueles. En la
tienda de raya estaban los dependientes extranjeros y cuando una mujer se acercó pidiendo
un préstamo recibió soez injuria. Alguien reclamó y el dependiente hizo un disparo, la mul-
titud se enardeció y a poco la tienda de raya ardía, presa en llamas. Poco después, Lucrecia
Toriz, empuñando una bandera, se enfrentó al batallón que había sido llamado. Unos días
después, sobre carros plataformas, los obreros muertos fueron arrojados al mar14.

Varias crónicas aseguran que después del incendio de la tienda de raya, un


destacamento dirigido por las mismas obreras avanzó sobre Veracruz hacia Pue-
bla. En el camino se hicieron del control de algunos cuarteles. Hechos en armas,
obreros y obreras tomaron varias estaciones del ferrocarril. Durante la marcha
diversos destacamentos armados fueron repelidos por el batallón de trabajado-
res. En el enfrentamiento donde estaba a cargo el jefe político de Orizaba, Carlos
Herrera, cuando éste dio la orden de cortar cartucho, de la multitud emergió una
mujer con su bandera que expuso las razones de sus compañeros:

13
Dirigente progubernamental de los obreros de la industria textil de Veracruz.
14
Ángeles Mendieta Alatorre, op. cit.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 185

[…] relató el hambre, la injusticia y la pobreza a la que se enfrentaban todos los días; se-
ñaló que a cambio de unos cuantos pesos que se quedaban en las tiendas de raya, muchas
trabajadoras y trabajadores se levantaban al alba: esa mujer era Lucrecia Toriz. Tal fue la
elocuencia de la señora Toriz que esa tarde los rurales bajaron sus armas y fueron a dar
parte al que más tarde sería conocido como El Verdugo de Orizaba, Rosalino Martínez15.

Fue este siniestro personero del porfirismo en decadencia, Rosalino Martí-


nez, quien en el camino de Nogales a Orizaba emboscaría a la comitiva que se
dirigía a liberar a los obreros que habían sido encarcelados por negarse a trabajar.
Así se desencadenó una de las represiones más sanguinarias que consigna la his-
toria contemporánea. Los barrios obreros de Veracruz fueron invadidos por el
ejército. Obreros y obreras fueron asesinados o encarcelados y torturados con la
más profunda saña. La persecución se prolongó durante varios días y de los siete
mil trabajadores implicados en la huelga, cinco mil volvieron al trabajo después
de la derrota. Los demás fueron asesinados o desaparecidos. A pesar de la brutal
represión, al paso del ejército por las barriadas, se podía ver en las mantas y las
paredes la convicción de los trabajadores: “Primero mártires, antes que esclavos.”
No se supo más de Lucrecia Toriz. Quizás falleció bajo el fusil porfirista o
se vio obligada a regresar a las fábricas textiles de Veracruz. Pero ella y el resto
de las obreras que, con los rebozos repletos de desperdicios enfrentaron a la
patronal y al ejército, son parte de la tradición de lucha y enorme combatividad
de los trabajadores mexicanos. Son parte de la historia que se construye desde
abajo, para extraer sus lecciones y utilizarlas en el futuro del proletariado, que
acaudillando a las naciones oprimidas de América Latina acabe de una vez por
todas con la expoliación imperialista.
Años más tarde, la Revolución atravesaba el suelo mexicano. A su cabeza, el
ejército zapatista integrado por campesinos pobres y, entre ellos, otra mujer que
se transformó en ejemplo de combate.

15
Idem.
186 Rebeldes e insurrectas Jimena Vergara Ortega

Amelia Robles

“Su nombre fue Amelia Robles


coronela consagrada
no se olviden de su nombre
era orquídea perfumada
llévenle un ramo de flores
a su tumba abandonada”16
Corrido mexicano

Dicen de ella que era “una mujer brava y valiente que puso emboscadas a las tropas
federales en Tixtla y que en la batalla, en la bola y en lo particular se le reconoció”17.
El zapatismo concentró, en forma organizada, la irrupción de las masas cam-
pesinas y del proletariado agrícola. Emiliano Zapata encarnó la intransigencia
revolucionaria de las masas insurrectas y:

[…] la Revolución del sur se organizó con su propia dirección, elegida por los pueblos
y los combatientes, y con su organismo independiente de la dirección burguesa: el
Ejército Libertador del Sur, basado en la participación y la iniciativa de todo el campe-
sinado y el proletariado agrícola de la región y en el apoyo y la confianza de sus centros
naturales de organización política y social, los pueblos18.

La dinámica de la Revolución en el Sur se hizo posible gracias a la más amplia


participación de hombres y mujeres que empuñaron las armas no sólo contra la
dictadura, sino también contra las direcciones burguesas que los traicionaron.
Durante diez años, vencieron y fueron derrotados, siempre desconfiando de sus
enemigos de clase. Fue la represión y el asesinato de Zapata lo que finalmente
“pacificó” a las masas del sur y sobre esta derrota se erigió el nuevo Estado mexi-
cano, que dejó inconclusas las demandas de millones de explotados y oprimidos
en el campo: tierra y libertad.

Durante años, la historia oficial omitió el rol que jugaron las mujeres en la
Revolución. Esto se modificó en las últimas décadas producto de la crítica de
distintos sectores del feminismo a esta invisibilización y de nuevas aportacio-
nes historiográficas al respecto. De ahí la importancia de revitalizar el legado

16
De Simón Ramírez Martínez, sobrino de Amelia Robles.
17
Palabras de Joaquín Bello Rodríguez, soldado revolucionario.
18
Adolfo Gilly, La Revolución Interrumpida, México, Ediciones El Caballito, 1971, p. 57.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 187

de aquéllas que obtuvieron puestos de mando por su valentía y su capacidad


en el terreno militar, la cual, en el caso del zapatismo, fue importante para que
un ejército poco entrenado y disperso pudiera tomar el control de un amplio
territorio y cercar la capital del país. Una de estas mujeres fue Amelia Robles, la
Coronela, que participó en más de setenta empresas militares, accediendo a uno
de los puestos más importantes en la jerarquía zapatista.
Nació el 3 de noviembre de 1889 en Xochipala, Guerrero. Su padre fue un
ranchero acomodado, propietario de cuarenta y dos hectáreas y de una fábrica
de mezcal. La vida de campo dio la oportunidad a Amelia de adiestrarse en cues-
tiones restringidas para las mujeres: montar caballos, domarlos, lazarlos y ma-
nejar armas. Algunas crónicas aseguran que aprendió el uso del fusil, en primer
lugar, para defender a su madre y sus hermanas del maltrato f ísico al que eran
sometidas por su padrastro.
La Revolución la alcanzó cuando tenía veintiún años de edad. A propósito de
su enrolamiento en las filas revolucionarias, Amelia decía:

[…] vino la bola y me fui a la bola. Al principio no dejó de ser una mera locura, pero
después supe lo que defiende un revolucionario y defendí el plan de Ayala. Huerta
había matado a Madero y fui contra Huerta. Carranza era sólo un mistificador de la
Revolución y combatí a Carranza19.

Existen distintas versiones sobre su reclutamiento, pero la más certera parece


indicar que aconteció cuando el general Juan Andrew Almazán llegó a Xochipala
y levantó a todo el pueblo en armas. Fue en 1913 que se integró resueltamente al
Ejército Libertador del Sur, a las órdenes de los principales jefes zapatistas del esta-
do de Guerrero: Jesús H. Salgado, Heliodoro Castillo y Encarnación Díaz. Después
de organizar a un grupo de hombres de Xochipala, Amelia se puso a las órdenes del
general Salgado y participó en su destacamento en veinticinco acciones armadas.
Desde su ingreso, comenzó a tener varios hombres bajo sus órdenes en con-
diciones de abastecimiento muy adversas. Una de las batallas más rememoradas
popularmente, donde tuvo una participación destacada fue en la plaza de Tlaco-
tepec, que fue tomada cercando a los federales en la iglesia. Relatan algunas
crónicas de protagonistas que cuando habían cercado al enemigo, los zapatistas
decidieron hacer un alto al fuego con la premura de que faltaban municiones.
Para hacer salir a los efectivos atrincherados, hicieron lo siguiente: en un costal
de chiles vaciaron un chorro de petróleo, cuando el combustible penetró el fruto,

19
Miguel Gil: “Amelia Robles, una mujer del estado de Guerrero que puso su juventud y su vida al ser-
vicio de la Revolución del sur”, en El Universal, 14 de abril de 1927.
188 Rebeldes e insurrectas Jimena Vergara Ortega

encendieron el costal y lo lanzaron a la bóveda de la iglesia. La humareda hizo


salir a los que resistían con gritos de desesperación.
El golpe de estado perpetrado por Victoriano Huerta contra Madero en fe-
brero de 1913, desarticuló y dispersó a las fuerzas zapatistas del estado hasta
finales de octubre de ese año. Reorganizadas, tomaron la ofensiva y Amelia tuvo
actuaciones destacadas en Tixtla y Chilpancingo a las órdenes del mismo general
Salgado, quien fue designado por el propio Zapata para dirigir la campaña. Fue
en esta empresa que Amelia ascendió a Mayor de las fuerzas zapatistas, después
del coraje mostrado en el campo de batalla y de haber robado el caballo al su-
perior de los federales, el coronel Zenón Carreto. Más tarde, Amelia adquirió el
cargo de Coronel, ahora bajo las órdenes del General Castillo, por quien profesa-
ba un profundo respeto: “Castillo me enseñó a ser revolucionario”20.
Después de la reorganización de las fuerzas zapatistas, en 1914, el Ejército
Libertador avanzó sobre la capital, obligando a Carranza a evacuar la ciudad y
tomando la Ciudad de México en lo que fue el memorable encuentro de Emi-
liano Zapata y Francisco Villa, Amelia acompañó la expedición. En 1918, el in-
geniero Angel Barrios, hombre de confianza del propio Zapata, es encarcelado.
La Coronela fue parte de la operación de rescate en la que fue detenida y estuvo
a punto de ser fusilada. En una entrevista, cuando le preguntaron qué sintió al
estar frente al pelotón de fusilamiento, Amelia arremetió: “Mire amigo, con toda
franqueza puedo decirle que nada”21.
Estuvo al mando de destacamentos de seiscientos hombres; veteranos como
el general zapatista Jesús Patiño estuvieron bajo sus órdenes. Fue destacada en
realizar los planos topográficos para los revolucionarios en Morelos y Guerrero
y por las múltiples ocasiones en que emboscó a los federales. Los testigos que
la conocieron y sobrevivieron hablan de su bravura, su capacidad para “cargar
gente”22 y sus cualidades en el terreno militar.
Después de una de sus últimas campañas, Amelia Robles tomó la determina-
ción de adoptar otro nombre: Coronel Amelio Robles, de ahí que se le conozca
con el alias de “el güero Robles”. Pocos años después, conoció a su compañera por
más de una década, Ángela Torres, y fue una de las primeras y pocas mujeres que
a principios del siglo XX vivió su elección sexual plena y públicamente.
La Coronela murió el 9 de diciembre de 1984, a los noventa y cinco años
de edad. La periodista Gertrude Duby decía a propósito de ella: “era necesario

20
Entrevista con Josué Olivares Parra, Xochipala, 6 de julio de 1989. Fondo Testimonios de la Revolu-
ción en Guerrero, E-54.
21
Miguel Gil, op. cit.
22
En la jerga revolucionaria se refiere a estar al mando de un destacamento.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 189

ver a esa mujer legendaria […] el no conocerla se convertía en algo angustioso.


Hasta en las montañas de Chiapas oía hablar de ella”23. Hasta hace unos años, de
Chilpancingo hasta Chiapas las voces ancianas de los zapatistas sobrevivientes
heredaron el nombre de Amelia Robles a sus descendientes.
La Coronela entró al torrente de la Revolución y ahí se forjó con talante
aguerrido, con el fusil en la mano, al frente de los destacamentos. Tarea de los
revolucionarios de nuestro siglo es retomar estas lecciones y llevar la obra de
Emiliano Zapata y el Ejército Libertador del Sur hasta el final. Este trabajo, mo-
desto aún, es un intento por desenterrar la “otra historia” de nuestras mujeres, no
la que se forja desde arriba, para justificar la explotación y la opresión, sino la que
se construye en el terreno de la lucha de clases, en esos momentos excepcionales
en que las masas se vuelven protagonistas de su propio destino y la voz de las
oprimidas y oprimidos de la tierra se hacen oír.

23
Olga Cárdenas Trueba, “Amelia Robles y la revolución zapatista en Guerrero”, en Laura López Espe-
jel (Coord.): Estudios sobre zapatismo, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000.
190
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 191

Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana


Pablo Langer Oprinari

La historiograf ía de la Revolución Mexicana decantó, durante el siglo XX, distintas


tradiciones. Grosso modo podemos decir que la más recurrente y vuelta canónica,
fue la que tuvo como sustento ideológico fundamentar la génesis y estabilidad del
estado posrevolucionario. El relato oficial igualaba a todos los dirigentes políti-
cos y militares del proceso iniciado en 1910 colocándolos en el mismo “bloque
revolucionario”, y planteaba que el Constituyente de 1916-1917 había sancionado
legalmente las reivindicaciones de la Revolución. De tal suerte que la preservación
de su legado sólo podía devenir de la permanencia en el poder de los herederos de
la fracción triunfante. Durante décadas, este discurso fortaleció la legitimidad del
priato, que se abrogaba para sí las banderas de la guerra campesina que incendió al
país durante la segunda década del siglo pasado.

Paralelo a este relato se instaló, durante un prolongado periodo, la visión que pro-
vino del estalinismo nativo, que la consideraba como una revolución antifeudal y
burguesa, bajo un modelo etapista que establecía que, en los países de desarrollo
económico atrasado, la revolución debía garantizar la evolución del capitalismo
para, en un futuro remoto e indeterminado, configurar las condiciones propicias
para la transformación socialista.
192 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

Coherente con esta interpretación, el Partido Comunista Mexicano (PCM)


consideraba que la clase obrera y los sectores oprimidos y explotados de Méxi-
co, estaban condenados a repetir el camino recorrido por los países capitalistas
avanzados durante los siglos previos, esto es, acompañar a la burguesía en su lu-
cha contra el antiguo régimen. Esta concepción le asignaba un rol revolucionario
a la burguesía, el cual no se circunscribía a la segunda década del siglo, sino que
se extendía hacia adelante, y era la justificación para buscar alianzas con sectores
“nacionalistas” o “antiimperialistas” de las clases dominantes.
Esta lectura le permitió al PCM y al fundador de la Universidad Obrera, Vi-
cente Lombardo Toledano1, justificar su apoyo político al cardenismo en la déca-
da de 1930, y al PRI en distintos momentos del siglo pasado.

El predominio ideológico del PCM fue combatido, en primer lugar, por Trots-
ky y sus partidarios nativos en la década de 1930. Pero fue hasta las décadas de
1960 y 1970, en el contexto de los cambios ocurridos en la situación política
internacional y nacional2, que se revitalizaron los análisis de la Revolución Mexi-
cana, permitiendo la emergencia de una generación que constituyó una tradi-
ción propia frente al estalinismo, y cuyo legado, en torno a la Revolución, hemos
retomado los autores de este libro.
Estas nuevas miradas cuestionaban, en algunos casos, aspectos puntuales de
la concepción estalinista “clásica”–como en el caso de José Revueltas–, y en otros
efectuaban una crítica global de la misma3.
En particular, destacamos las elaboraciones de Adolfo Gilly y Manuel Aguilar

1
Como planteaba León Trotsky durante su estancia en México, las dos cabezas del estalinismo en nuestro
país eran justamente el Partido Comunista Mexicano y el dirigente sindical Vicente Lombardo Toledano.
2
Nos referimos al ascenso revolucionario que recorrió el mundo en aquellos años y cuestionó el orden
existente tanto en los países imperialistas y semicoloniales, como en aquellos donde la burguesía fue
expropiada por la acción de las masas o la intervención militar del Ejército Rojo, dirigidos por la bu-
rocracia estalinista o distintas formas de estalinismos regionales. El Mayo Francés, el Otoño Caliente
italiano, las luchas obreras en Inglaterra, los procesos revolucionarios en Argentina y Chile, y la Prima-
vera de Praga son algunos de los grandes hitos de este periodo, en los cuales se inscribe el ‘68 mexica-
no, truncado por la masacre del 2 de octubre. Al calor de este proceso se desarrolló la radicalización
política e ideológica en franjas de la clase obrera y la juventud, y en muchos países, incluido México,
se fortalecieron distintas vertientes políticas que se reivindicaban marxistas por fuera del estalinismo
prosoviético, como fue el caso de las organizaciones trotskistas.
3
El de Revueltas es un caso particular, debido a que ya era un intelectual conocido y de larga trayectoria
en el PCM. Pero fue en estos años que avanzó en una ruptura política de carácter más definitivo con el
estalinismo y se vinculó a la generación que protagonizaría el movimiento estudiantil de 1968.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 193

Mora –de quienes publicamos sendos trabajos en este libro– que, en ruptura tan-
to con la visión canónica de la Revolución como con la concepción etapista del
estalinismo, proponían una interpretación que incorporaba en su base teórica las
elaboraciones de León Trotsky, que concebían la revolución en los países rezagados
bajo una lógica no gradualista. Los trabajos mencionados enfatizan la tendencia
anticapitalista en la acción de las masas, intentando comprender las limitaciones
que la Revolución no logró sortear y evitando encasillarla como una más de las re-
voluciones burguesas. Visto en retrospectiva, estas interpretaciones establecían un
nexo con los artículos pioneros publicados en la revista Clave, escritos por Octavio
Fernández con la colaboración de León Trotsky, los cuales fueron comentados en
distintos trabajos, entre los cuales destacamos la importante obra de Olivia Gall4.
En el presente ensayo realizaremos un contrapunto con aquellos autores re-
ferenciados con el marxismo que han aportado a la historia de la Revolución
Mexicana. Por una parte, revisaremos críticamente las tesis de Enrique Semo
y la postura de José Revueltas, que expresó una inacabada ruptura teórica con
la concepción etapista del PCM. Junto a esto, estableceremos la importancia de
los pioneros trabajos de Octavio Fernández en la revista Clave. Y por último,
consideraremos la postura de Adolfo Gilly en La Revolución interrumpida, que,
según nuestra visión, es la más acabada interpretación que, abrevando en el per-
manentismo, ha sido escrita hasta ahora.

Enrique Semo y la revolución burguesa

Enrique Semo fue uno de los principales referentes teóricos del ya desapare-
cido Partido Comunista Mexicano. En su artículo “Reflexiones sobre la Revolu-
ción Mexicana” definía que la misma era parte de:

[…] un ciclo de revoluciones burguesas que se inicia con la transición de nuestro país
al capitalismo y que termina en el momento en el cual la burguesía mexicana pierde
toda reserva revolucionaria, es decir, toda capacidad de plantear y resolver los pro-
blemas del desarrollo del capitalismo por el camino revolucionario. ¿Cuándo se inicia
este ciclo de revoluciones burguesas? Con la revolución de Independencia de 1810.
¿Cuándo termina? Considero que termina en 19405.

4
Nos referimos a Olivia Gall: Trotsky en México, México, Era, 1991, 423 pp.
5
Enrique Semo: “Reflexiones sobre la Revolución Mexicana”, en Manuel Aguilar Mora, Adolfo Gilly et al.,
Interpretaciones de la Revolución Mexicana, México, Nueva Imagen / UNAM, 1era. ed., 5ta. reimp., 1981,
pp. 138 y 139.
194 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

Intentando fundamentar la definición del carácter burgués de la Revolución,


afirmaba que:

[…] lo que queremos decir es que la revolución se inscribe en la problemática del


desarrollo del capitalismo, que la burguesía juega un papel importante en ella, que las
demás clases progresistas no participan con sus propias demandas o bien son incapa-
ces de plantear los problemas del poder6.

La lectura que realizó Semo enfatizaba que el proceso revolucionario iniciado


en 1910 y la acción de las clases sociales en el mismo estaban férreamente deter-
minados por el momento histórico del capitalismo nativo, el cual se encontraba
en transición hacia una “vía revolucionaria” de su desarrollo. De esta manera, las
tareas de la Revolución se constreñían, de antemano, a resolver la emergencia del
moderno capitalismo por una vía distinta a la que ensayó el porfiriato, al que defi-
nió como análogo a la “vía prusiana”, establecida por V. I. Lenin en relación con el
desarrollo alemán de fines del siglo XIX. Esta vía alternativa estaba encabezada, en
México, por la burguesía media agraria, que buscaba “transformarse en una gran
burguesía, dominar el estado y darle una orientación diferente”7.
Podemos decir entonces que Semo establecía el carácter y las tareas de la Re-
volución de acuerdo con el momento en que se encontraba el capitalismo nacional
y a los objetivos económicos y políticos que la fracción triunfante tenía por delante.
En ese sentido, para el autor no había posibilidad objetiva de que las clases
sociales oprimidas y explotadas le impusiesen un carácter distinto a la Revo-
lución. Por ejemplo, en el caso del zapatismo y el Partido Liberal Mexicano de
Flores Magón, a pesar de reconocer que jugaron un rol motor, no podían “otor-
garle el carácter a esta revolución, porque en ningún momento logran dirigirla,
y también porque el grado de desarrollo de la sociedad no permite la solución de
los problemas que plantean estas fuerzas fundamentales”8. Esto implicaba que la
dinámica de la Revolución y de la acción de las clases sociales estaban en sintonía
con su carácter: el papel de las masas explotadas era esencialmente acompañar e
impulsar la “vía revolucionaria” del desarrollo burgués.
Tratando de explicar las contradicciones evidentes de una revolución burgue-
sa que no logró resolver sus tareas fundamentales, Semo consideraba que, si la Re-
volución “sólo realizó una parte reducida de los objetivos burgueses que se habían
planteado”9, se debía tanto a la debilidad de la acción del proletariado para impul-
6
Ibidem, pp. 137 y 138.
7
Ibidem, p. 141.
8
Ibidem, p. 137.
9
Ibidem, p. 142.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 195

sar las transformaciones burguesas como al carácter no industrial de la burguesía.


Sin embargo, estas contradicciones no alteraban su definición de la Revolución.
Lejos de eso, consideraba que la vía revolucionaria del capitalismo tenía por
delante la posibilidad de realizarse en las décadas siguientes. Y es que, al darle
a la Revolución el norte de agilizar el desarrollo capitalista, sólo podía “leer” los
procesos posteriores bajo el prisma de la revolución burguesa inconclusa. En ese
sentido, afirmaba que:

[…] se manifestaron en las décadas de los veinte y los treinta elementos importantes
de la vía revolucionaria del desarrollo del capitalismo: ascenso de la pequeñoburguesía
mexicana y su transformación en burguesía, reforma agraria que benefició a sectores
del campesinado a costa de los latifundios, intervención del Estado para frenar la pre-
sencia del imperialismo, etcétera. Es decir, la Revolución produjo una reorientación
del desarrollo del capitalismo mexicano, cuyo resultado es una especie de híbrido en
el cual la vía reaccionaria y la revolucionaria están entretejidas de forma peculiar10.

Por otra parte, su caracterización de la Revolución tampoco fue alterada por


considerarla “dentro del inicio del paso de la humanidad de la época del capita-
lismo a la época del socialismo”11, ni mucho menos por evaluar que el desarrollo
imperialista condicionaba la dinámica posrevolucionaria. Es de destacar que,
para Semo, la extensión del capitalismo internacional no incidía decisivamente
en la definición ni en el curso general de la Revolución Mexicana.
Sintetizando entonces: para el autor, las perspectivas del proceso iniciado en
1910 estaban obligadamente inscritas en el horizonte de la etapa de la revolución
burguesa y de la necesidad de completarla. Su carácter burgués se desprendía de
considerar la existencia de una etapa histórica y necesaria, fatalmente determi-
nada por la inmadurez de las condiciones objetivas nacionales, que se convertían
en un obstáculo insalvable para una revolución verdaderamente socialista, du-
rante un largo período histórico.

10
Enrique Semo: Historia Mexicana / Economía y lucha de clases, México, Era, 1991, p. 233.
11
Enrique Semo: “Reflexiones sobre la Revolución Mexicana”, en Interpretaciones de la Revolución
Mexicana, op. cit., p. 138.
196 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

José Revueltas: la revolución burguesa sin burguesía

José Revueltas, aunque no dejó ninguna obra dedicada específicamente a


la Revolución Méxicana, discutió en Ensayo sobre un proletariado sin cabeza y
otros escritos de la década de 1960, aspectos de las tesis del estalinismo en torno
al proceso iniciado en 1910, lo cual se inscribió en el proceso de su ruptura defi-
nitiva con el Partido Comunista Mexicano.
Sus consideraciones hacían énfasis en un elemento fundamental de la histo-
ria del siglo XIX en México: mientras que una ideología democrático-burguesa
cobró ímpetu, los intentos por avanzar en las tareas estructurales de la revo-
lución burguesa no superaron las formas precapitalistas, reforzándose el lati-
fundismo. De tal suerte que, ni la Revolución de Independencia ni la guerra de
Reforma, realizaron efectivamente las tareas democrático-burguesas.
En ese contexto, analizó el carácter social de la burguesía durante la segunda
mitad del siglo XIX e inicios del XX, planteando que ésta “se ha tratado siempre
de un núcleo social reaccionario”12, distinto a la concepción imperante en el PCM
que postulaba una burguesía revolucionaria en oposición a las fuerzas feudales.
Revueltas evidenció así la contradicción latente entre lo que consideraba
eran los objetivos de una revolución históricamente progresista –encarnados en
los sectores más radicales del liberalismo– y la incapacidad de la burguesía para
llevarla adelante. Una de las causas de esta contradicción era el “enorme retraso
con que el país entra al proceso general del desarrollo histórico”13; afirmaba que
en el movimiento iniciado en 1910:

[…] la ideología democrático-burguesa puede devenir en fuerza material, aún cuando


la clase a la que teóricamente le corresponde representarla, la burguesía nacional, no
se encuentre todavía madura ni integrada por completo como clase social, sino apenas
en vía de convertirse en dicho clase. Esto no es sino el producto del atraso de un país
respecto al nivel universal de desarrollo14.

El autor del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, abordó con lucidez,
apelando a un método dialéctico, las contradicciones del desarrollo en México,
superando el análisis vulgar y mecánico del estalinismo. Su tesis del retraso nos
acercó al carácter complejo y contradictorio que adquirió el desarrollo nacional,
en la etapa posterior al movimiento de Independencia y en particular en las últi-

12
José Revueltas: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Era, 1980, p. 139.
13
Ibidem, pp. 146-147.
14
Ibidem, pp. 170.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 197

mas décadas del siglo XIX; lo cual consideró como la causa de que la revolución
burguesa en México transcurriese por carriles distintos a la revolución democrá-
tica en Francia, Inglaterra o Estados Unidos durante los siglos XVII y XVIII.

Partiendo de las consideraciones arriba planteadas, Revueltas definió que Méxi-


co estaba en un estado pre-burgués de su evolución, una fase semifeudal a la
vez que oprimido por el imperialismo, ante lo cual la Revolución Mexicana sólo
pudo asumir un carácter burgués. En esa Revolución la burguesía, ante la caren-
cia de un partido propio y por sus propias limitaciones como clase, actuó a través
de sus ideólogos.
Considerando la actuación de las fuerzas de clase y la dinámica de la Revolu-
ción, aunque admitió que la cuestión agraria emergió “como gigante ciego”, defi-
nió que, a partir de 1910, las masas del campo fueron “incapaces de llevar a cabo
ninguna acción independiente y, por cuanto a la clase obrera, sin una conciencia
propia, como tal clase, que la pudiese situar en las condiciones de aliarse a los
campesinos y disputarle a la clase burguesa la hegemonía”15.
Y, completando esto, estableció que “existe un hecho insuperable en la presen-
te etapa histórica: la imposibilidad de que la clase obrera se plantee, como su ob-
jetivo inmediato, el de la lucha por el establecimiento del socialismo en México”16.
Al analizar los acontecimientos iniciados en 1910, Revueltas articulaba su con-
sideración de la burguesía como una clase reaccionaria, con la noción de una
estructura económico-social esencialmente precapitalista, lo cual ponía férreos
límites históricos al desempeño de las clases oprimidas y explotadas. De forma
similar a Semo, su definición del carácter de la Revolución no consideraba la
fundamental influencia que el vínculo con el capitalismo mundial ejercía sobre
la formación económico-social y los ritmos del proceso histórico. Los trazos que
Revueltas dejó en torno a la Revolución Mexicana, presentes en Ensayo sobre
un proletariado sin cabeza y otros escritos, muestran que la del duranguense
fue una ruptura inacabada con la concepción estalinista: aunque superó cues-
tiones cruciales como el carácter “revolucionario” de la burguesía, quedó sujeto
a un cierto etapismo, cuando menos en lo que se refiere al análisis del proceso
histórico, y no alcanzó a ver la dinámica potencialmente anticapitalista de la
Revolución.

15
Ibidem, p. 153.
16
Ibidem, p. 183.
198 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

En los textos de Enrique Semo y José Revueltas podemos encontrar puntos en


común y también importantes diferencias.
Revueltas definió sin tapujos el carácter reaccionario de la burguesía y la
contradicción que existía entre esta clase y las tareas pendientes propias de la
revolución burguesa.
Semo, por su parte, reprodujo la tesis estalinista en torno al carácter revolu-
cionario de la burguesía en los países atrasados, aunque matizándola en lo que
se refería al periodo posrevolucionario.
Los autores en cuestión coincidían en el carácter de la Revolución de 1910.
Las tesis de Revueltas llevaban a considerar una revolución burguesa sin bur-
guesía, contradicción que nos hace recordar a los planteos de Lenin en 1905,
quien proyectaba, para la Rusia zarista, una revolución democrático-burguesa
realizada por una dictadura democrática de obreros y campesinos.
Semo no tiene la contradicción de Revueltas, su concepción es menos ambi-
gua, a diferencia del duranguense, quien intentaba superar críticamente el legado
teórico del PCM. Aunque las elaboraciones de Semo guardan algunas divergencias
con otras provenientes de este partido, la matriz teórica de corte etapista es la que
sustentó el accionar del estalinismo mexicano durante todo el siglo XX.

Un contrapunto con Enrique Semo y José Revueltas

Para explicar los límites que, según nuestra lectura, tienen las interpretaciones
antes planteadas, debemos partir de una cuestión metodológica que contrasta
con el punto de vista que asumen los autores mencionados. En ese sentido, es
fundamental entender el desarrollo histórico no sólo en su dinámica interna y
nacional, sino en su interpenetración con el capitalismo mundial. Por ello, es
preciso comprender que la extensión de las relaciones de producción e inter-
cambio capitalista al conjunto de globo, ocurrida desde el último cuarto del siglo
XIX, incorporó a los países de desarrollo atrasado al mercado mundial, sin repetir
las etapas recorridas por los países avanzados ni resolver las tareas estructurales
pendientes. Esto quiere decir que las economías atrasadas mutaron rápidamente
hacia formas preponderantemente capitalistas, sin pasar por el proceso gradual,
relativamente evolutivo, que atravesaron los países del Occidente europeo.
Esto constituyó una expresión de lo que León Trotsky denominó la ley del
desarrollo desigual y combinado del proceso histórico bajo el capitalismo. La
estructura económica y social de estos países preservó las atrasadas formas pre-
capitalistas mientras incorporaba elementos modernos y propios del capitalismo
–como el desarrollo industrial acelerado y los avances técnicos como el ferrocarril
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 199

y el telégrafo–, imbricando y adecuando las distintas formas sociales en torno al


eje ordenador que era la inserción del país en la división internacional del trabajo.
Bajo el porfiriato, como hemos planteado en el primer ensayo de este libro,
México era un país retrasado en su desarrollo histórico que, sin haber concreta-
do su reforma agraria, entraba a la esfera del capitalismo mundial, combinando
formas arcaicas –como la hacienda– con los adelantos de la producción capita-
lista. En el terreno social, este proceso significó que, al tiempo que comenzó a
emerger una nueva clase obrera en la industria de transformación, no surgió una
burguesía política y socialmente revolucionaria al estilo de la que protagonizó la
revolución democrática en la Europa occidental de los siglos XVII y XVIII17.
Esta realidad hacía insostenible y anacrónico plantear que México estaba en
la fase preburguesa semifeudal de su desarrollo histórico (Revueltas) o que te-
nía por delante la transición a una vía revolucionaria de desarrollo capitalista
(Semo), sin considerar la determinante vinculación de la estructura económico-
social nacional a una estructura superior: la economía mundial en su fase im-
perialista, bajo cuyo influjo la formación social mexicana asumió un carácter
capitalista atrasado.
Ésta, para nosotros, es la base estructural que explica la dinámica del proceso
revolucionario. Sin duda, es correcto considerar que sus tareas motoras eran
de corte democrático, y que la burguesía norteña antiporfirista hegemonizó los
inicios de la Revolución. Sin embargo, la vía de desarrollo “revolucionario” del
capitalismo mexicano estaba bloqueada, debido a que realizar la reforma agra-
ria radical –principal tarea de toda revolución democrático-burguesa–, requería
atacar los intereses de la burguesía agraria e industrial, íntimamente entrelaza-
dos con el capital extranjero, y comprometidos con el mantenimiento del orden
social existente. Frente a este bloqueo y, como resultado del mismo, la Revo-
lución no se detuvo en el derrocamiento del porfiriato, asumió una dinámica
crecientemente anticapitalista y llevó a su máxima expresión el antagonismo
irreconciliable de las clases actuantes, abriéndose la posibilidad histórica de su-
primir el régimen burgués, todo lo cual desarrollamos ampliamente en el ensayo
“Senderos de la Revolución: periodización y fases”18.

17
Idea que, como ya dijimos, fue correctamente planteada por José Revueltas, en contra de los postu-
lados clásicos del PCM.
18
Esta dinámica del proceso revolucionario, que desarrollamos en torno a la Revolución Mexicana, es
anticipatoria de lo que fue la característica fundamental de las revoluciones ocurridas durante el siglo XX
en los países de desarrollo capitalista atrasado.
200 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

Sostener la noción de que la Revolución tuvo un carácter meramente burgués reque-


ría minimizar el rol de las masas agrarias y su tendencia a la acción independiente y
subversiva, invisibilizando incluso experiencias tales como la Comuna de Morelos.
Bajo este ángulo hay que considerar lo planteado por los autores menciona-
dos, y en particular las definiciones de Enrique Semo, que limitaba el rol de las
masas rurales a empujar la “vía revolucionaria” del capitalismo. Frente a estos
planteamientos, hay que definir que los sectores más radicales llevaron adelante,
y en distintos momentos hicieron realidad, una perspectiva social y política ab-
solutamente opuesta a la que sostenían las fracciones burguesas.
Ejemplos de esto los encontramos en la acción arrolladora de los ejércitos
campesinos que aniquilaron al Ejército Federal en Zacatecas, desarticulando al
viejo Estado burgués y a su pilar fundamental, y poniendo en cuestión la do-
minación capitalista en México. Así como en el antagonismo político y social
desplegado entre el ala campesina radical y el liderazgo constitucionalista, una
de cuyas expresiones fue la Convención Militar de Aguascalientes y la posterior
confrontación armada, así como lo fueron los programas y medidas revolucio-
narias que contra los terratenientes tomaron villistas y zapatistas en las zonas
bajo su control.
De igual forma, fue la experiencia de la Comuna de Morelos de 1915 la que
derribó cualquier intento por interpretar el proceso iniciado en 1910 y la acción
de las masas agrarias, bajo el prisma de una revolución burguesa. Allí el campe-
sinado fue mucho más allá de una reforma agraria clásica (como la que realizó
la Revolución Francesa de 1789), ya que cuestionó la dominación capitalista en
el campo con formas socializantes de propiedad agraria, se basó en formas de
organización democrática de las masas rurales e instauró un poder local clara-
mente alternativo a cualquier institucionalidad burguesa.
En ese sentido, considerar los límites del campesinado como clase revolucio-
naria y la necesidad histórica de su alianza con la clase obrera –como planteaba
José Revueltas– no era contradictorio ni podía oscurecer el hecho que, bajo la
dirección zapatista, se desarrollaron acciones independientes respecto al pro-
grama y la política de la burguesía, como lo demostró la Comuna de Morelos.
Fueron precisamente esas experiencias las que planteaban la urgencia de con-
cretar dicha alianza, para darle una perspectiva de poder nacional a la lucha del
radicalismo campesino y poder así resolver las tareas motoras de la Revolución.
Si el carácter de las acciones más avanzadas del campesinado pobre fue mini-
mizado en las elaboraciones que discutimos, ello posiblemente obedeció a que en
las mismas se mostraba que la Revolución iba más allá de los límites democrático-
burgueses y adquiría una tendencia anticapitalista.
Hemos discutido hasta ahora lo referente al carácter de la Revolución y la
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 201

relación con sus tareas motoras y su dinámica. Esto nos conduce a considerar su
conclusión, que desarrollaremos en el apartado siguiente.

Las elaboraciones de Octavio Fernández en Clave / Tribuna Marxista

Durante su exilio en México, León Trotsky propició la publicación de un nuevo ór-


gano teórico, Clave / Tribuna marxista, escribiendo numerosos artículos, los cuales
no siempre aparecieron con su firma, o colaborando asiduamente a partir de la dis-
cusión de sus contenidos. La importancia de esta publicación, para los trotskistas
mexicanos y latinoamericanos de su tiempo, fue destacada por Octavio Fernández:

Se puede afirmar con una absoluta certeza que Clave fue la revista de Trotsky. Ella
nació con él y sirvió fundamentalmente a sus intereses. Del principio al fin, él la utilizó
para que sirva a sus ideas y a su trabajo. Fue él quien tuvo la idea de una revista en
castellano para la educación teórica de aquellos que comenzaban a simpatizar con el
trotskismo en América Latina y ella sobrepasó nuestras expectativas. En poco tiempo,
nosotros tuvimos tantos contactos que Clave se convirtió en el centro ideológico y el
centro de organización naciente del movimiento trotskista en América Latina19.

Y, podemos agregar, legó a una generación de marxistas latinoamericanos,


elementos para una visión de la revolución en los países de desarrollo capitalista
rezagado, plenamente alejada de cualquier mecanicismo. Esto se manifestó en
las elaboraciones sobre la Revolución Mexicana.
En Clave / Tribuna Marxista fueron publicados dos importantes trabajos,
“Problemas nacionales” y “¿Qué ha sido y a dónde va la Revolución Mexicana?”20,
escritos por Octavio Fernández y presentados en este libro. Particularmente el
último, según Olivia Gall, es el resultado de las discusiones con Trotsky.
Fernández presentó la visión de Lombardo Toledano y de Germán Parra,
que desde la revista Futuro sostenían, en relación con la Revolución, que “entre
los hombres que han iniciado este movimiento de libertad y los que lo repre-
sentan hoy, no sólo no hay divergencias ideológicas profundas, sino que no hay
diferencias desde el punto de vista práctico”. Una postura que, según Fernández,
disolvía la guerra civil que se desató al interior del movimiento revolucionario, y
que “nos presenta una revolución que se realiza, no bajo el fuego de la lucha de

19
Octavio Fernández: “Octavio Fernández recuerda” (en línea), entrevista realizada por Olivia Gall en
agosto de 1982, en boletín electrónico del CEIP, <http://www.ceip.org>. Consultado el 1 de agosto de 2010.
20
Ver parte II “Otras miradas sobre la Revolución Mexicana”, p. 231.
202 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

clases, sino en un medio análogo al que soñaban los idealistas liberales del siglo
XIX. Une a Zapata con sus asesinos, a Carranza con los obreros que hizo fusilar”.
Se trataba de una mistificación cuya intención era remontar al pasado la política
de conciliación de clases que se propugnaba en los años treinta21.
“¿Qué ha sido y a dónde va…?” se preguntaba por qué, si la burguesía triunfó,
en la medida en que reemplazó a la “aristocracia feudo-clerical” dominante du-
rante el largo periodo de Porfirio Díaz, no fueron resueltas las tareas fundamen-
tales de la revolución democrático-burguesa. La tesis central de Fernández era
que “es precisamente el retraso histórico de la Revolución Mexicana, como en el
caso de la Revolución de 1917, lo que explica el gigantesco aborto que ha sido la
Revolución Mexicana a pesar de los clamores excesivos de los lacayos criollos de
las clases dominantes”22.
Esta tesis permite profundizar la comprensión de la dinámica de una revolu-
ción, ocurrida en el interregno entre la vieja revolución burguesa, y la época de la
revolución proletaria la cual será la gran protagonista del siglo XX y XXI.
En ese sentido, la definición de “retraso histórico” incorpora la dimensión
histórico-temporal y la desincronización que se establece entre el desarrollo na-
cional y el capitalismo mundial; englobando la noción de que la vinculación de
México con la economía internacional y el incipiente desarrollo del capitalismo en
el país, generaron una estructura económica y social signada por la oposición de
la burguesía y sus representantes a resolver las tareas irrealizadas de la revolución
democrática. Fue el rasgo fundamental de una revolución democrático-burguesa
que llegó tarde a su cita histórica, y que en 1910 condujo a una confrontación de
clases que cortó, transversalmente, el bloque antiporfirista. Bajo la visión presen-
tada en Clave, y aunque la misma no fue desarrollada más ampliamente por su au-
tor, la Revolución asumió un aire “permanentista”, expresado en la continuidad de
la tormenta campesina que enfrentó a Díaz, Madero, Huerta, Carranza y Obregón.

Los límites de la acción del movimiento campesino fueron tratados por Fer-
nández, cuando afirmaba que “La base de la Revolución Mexicana ha sido el gigan-
tesco incendio campesino, pero los campesinos, incapaces de forjarse una política
y una dirección propia, no han sido más que carne de cañón sobre los que se ha
elevado la burguesía indígena totalmente nueva”23. En este sentido, el “retraso his-
tórico” se reveló también en que, si la burguesía ya no podía resolver las tareas

21
Idem.
22
Idem.
23
Idem.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 203

democráticas, el proletariado estaba insuficientemente desarrollado en el plano


político y social, y no pudo asumir un rol revolucionario. Ante la incapacidad de
las dos clases fundamentales de la sociedad capitalista, podemos decir que el zapa-
tismo llegó al punto más alto de una política campesina radical, expresada por su
programa y su independencia de las distintas facciones burguesas.
La conclusión que emerge de la definición de Clave y que descansa en la
Teoría de la Revolución Permanente es que un programa radical para el campo,
aunque pudiera imponerse localmente como en Morelos, requería, para man-
tenerse y triunfar, de la extensión a las ciudades y de la lucha por conquistar el
poder político. Y es que el liderazgo campesino radical, limitado por una visión
regionalista derivada de sus condicionantes sociales –heterogeneidad y disper-
sión geográfica– requería para ello de la acción de la clase obrera y de la alianza
obrera y campesina, que bajo una perspectiva de ruptura con la burguesía habría
extendido geográficamente el programa del Plan de Ayala y habría realizado las
aspiraciones campesinas. La concentración del poder político en manos de un
gobierno obrero y campesino y la concreción por parte de la clase obrera de
medidas socialistas como la expropiación de los capitalistas y los terratenientes,
el control de los bancos, el comercio exterior y la socialización de la industria y
los servicios bajo control obrero, hubiera garantizado el crédito necesario para
una real reforma agraria y para el desarrollo técnico del campo en provecho de
los campesinos y productores agropecuarios.
La ya citada carencia de fuerzas sociales capaces de dar una resolución al
conflicto de clases desde la óptica de los explotados y oprimidos, fue la causa
del “gigantesco aborto de la revolución”, como lo definió Fernández, expresado
en el triunfo del constitucionalismo de Carranza y Obregón, que reconstruyó el
Estado burgués e institucionalizó y expropió la Revolución.
Las elaboraciones publicadas en Clave por los trotskistas de los años treinta,
en las cuales participó el revolucionario ruso y que estuvieron basadas en su
Teoría de la Revolución Permanente, iniciaron una corriente de interpretación
de la Revolución Mexicana, alternativa a la concepción estalinista, constituyen-
do una aportación inmensa para forjar un pensamiento marxista en la América
Latina actual. Con el presente libro, nos inscribimos, tomando partido, en dicha
tradición e intentando aportar a recrearla y profundizarla.
204 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

Adolfo Gilly y la interrupción de la Revolución

La Revolución Interrumpida, escrita por Adolfo Gilly en la cárcel de Lecumbe-


rri entre 1966-197024, plantea elementos fundamentales para una interpretación
marxista de la Revolución, recuperando y aplicando categorías como la ley del
desarrollo desigual y combinado, y un análisis de la dinámica de las fuerzas so-
ciales en pugna durante la Revolución. A lo largo de este libro, incorporamos
cuestiones claves de la trascendental obra de Gilly, la cual consideramos y re-
conocemos como un punto de partida ineludible para una visión marxista de la
Revolución. Partiendo de ello es que presentaremos nuestro disenso con algunas
de las tesis de su interpretación histórica.

Con la categoría de “revolución interrumpida”, el autor buscó otorgar una


definición profunda y global de la Revolución y sus resultados. Es una categoría
cuyo principal mérito estriba en que contrastó con las definiciones propias de las
corrientes historiográficas oficiales y estalinistas.
En oposición a la idea de que la Revolución Mexicana estaba condenada a ser
el impulso del desarrollo capitalista, y que transformaba el resultado que efecti-
vamente tuvo el proceso en el único camino histórico posible, los postulados de
la obra de Gilly correctamente sostienen que su dinámica empíricamente anti-
capitalista tuvo, como uno de sus principales obstáculos, la falta de una alianza
entre la joven clase obrera y el campesinado, la inmadurez política y social de la
clase obrera para jugar un rol revolucionario.

Partiendo de esto, es que podemos plantear que el contenido que Gilly le


daba a esta categoría debe ser revisado con mayor profundidad.
Afirmaba en el apartado “Tres concepciones de la Revolución Mexicana”:

La concepción proletaria y marxista dice que la Revolución Mexicana es una revo-


lución interrumpida. Con la irrupción de las masas campesinas y de la pequeñobur-
24
Adolfo Gilly era, al momento de ser encarcelado como preso político, militante de la tendencia del
movimiento trotskista dirigida por J. Posadas, que en esos años tenía peso en algunos países de América
Latina. En los años posteriores, Gilly se incorporó a la corriente mandelista mexicana y al Partido Revo-
lucionario de los Trabajadores (PRT). En 1988, el surgimiento de la corriente democrática al interior del
PRI, dirigida por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, llevó a que un sector del PRT, liderado
por Gilly, Pascoe y otros, formara el Movimiento al Socialismo, y se incorporase a la formación del
Partido de la Revolución Democrática (PRD).
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 205

guesía pobre, se desarrolló inicialmente como revolución agraria y antiimperialista y


adquirió, en su mismo curso, un carácter empíricamente anticapitalista llevada por la
iniciativa de abajo y a pesar de la dirección burguesa y pequeño burguesa dominante.

Y continuando afirmaba “En ausencia de dirección proletaria y programa


obrero, debió interrumpirse dos veces: en 1919-20 primero, en 1940 después, sin
poder avanzar hacia sus conclusiones socialistas; pero a la vez, sin que el capita-
lismo lograra derrotar a las masas [...]”25.

En efecto, como planteamos arriba, la Revolución iniciada en 1910 adquirió ese


carácter; interpretarla como una revolución “interrumpida” era correcto en la
medida que no hubo un aplastamiento contrarrevolucionario de las masas y el
nuevo poder tuvo que retomar, a su modo y parcialmente, algunas de las deman-
das motoras de la insurgencia, quitándoles todo filo revolucionario.
Sin embargo, el autor va más allá, al considerar la definición de “interrum-
pida” bajo la idea de que el proceso iniciado en 1910, aunque no pudo encontrar
una salida a la falta de intervención dirigente del proletariado, sí:

[...] dio origen y alimentó a un ala pequeñoburguesa radical y socializante, nacionalista y


antiimperialista, que ejerció una influencia decisiva en las dos primeras fases ascendentes
(1910-1920 y 1934-1940) y que aun hoy la ejerce, como expresión política de la continui-
dad de la revolución pero también, ahora, como un puente hacia la dirección proletaria
que se está formando en esta fase y que es la condición de su culminación socialista26.

Cuando sostenía que la Revolución dio origen a “un ala pequeñoburguesa radi-
cal y socializante, nacionalista y antiimperialista” que fue “expresión política de la
continuidad de la Revolución”, Gilly identificaba las tendencias más avanzadas del
proceso revolucionario con una fracción del constitucionalismo triunfante.
Sin duda, el ala encarnada por Múgica, Cárdenas y otros oficiales fue la iz-
quierda del bando triunfador de la Revolución27. Pero establecer las diferencias
entre los distintos sectores del constitucionalismo, así como valorar en su justo
término su liberalismo radical, sus rasgos nacionalistas y las medidas progresivas
25
Adolfo Gilly: La Revolución interrumpida, México, Ediciones El Caballito, 7ma. ed., 1980, p. 398.
26
Ibidem, p. 404. Este apartado que acabamos de citar era parte de la fundamentación teórica de la con-
cepción de Adolfo Gilly pero el mismo ya no aparece en las ediciones recientes de su obra.
27
Y en determinados aspectos, en los años siguientes fue progresiva respecto a lo que fue el comunismo
estalinista. Baste analizar las posturas de Múgica frente a la Revolución Española, planteando la necesi-
dad de la reforma agraria como condición para un cambio social, o la apertura de Cárdenas al exilio de
Trotsky, priorizando una cuestión democrática frente a las presiones de la URSS y el PCM.
206 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

que puntualmente pudieran tomar, no podía ser igual a considerarlos como una
vía para la revolución proletaria.
Tras el adjetivo de “interrumpida” se encontraba entonces la idea de una con-
tinuidad entre la dinámica del proceso revolucionario y el sector “socializante”
que finalmente llegaría al gobierno en 1934 con Lázaro Cárdenas. En síntesis,
podemos decir que, aunque interrumpida, para el autor la Revolución continuó
y pervivió en un ala de la facción triunfante.
Sin embargo no hay que dejar de lado que esa ala “socializante” acompañó y
fue parte de la política del constitucionalismo, el cual asumió un carácter contra-
rrevolucionario en la medida en que derrotó las tendencias anticapitalistas des-
plegadas por el radicalismo campesino, reconstruyó el régimen de dominación
capitalista después de la debacle de Zacatecas a mediados de 1914 y finalmente
contuvo el proceso revolucionario. Si los ejércitos constitucionalistas combatie-
ron al villismo y al zapatismo, el ala jacobina integró los mismos y se subordinó a
su dirección en los momentos decisivos, más allá de que el rol principal recayera
en los obregonistas y carrancistas.

En ese sentido, esta valoración del ala “socializante” también puede encontrarse
en su análisis de la Constitución, presente en otro capítulo de su obra. Allí el autor
explicaba cómo la sanción de la misma fue posible a partir de la alianza entre el
ala centro (dirigida por Álvaro Obregón) y el ala jacobina liderada por el General
Francisco J. Múgica, “fueron esos artículos, y en especial los referentes a la cues-
tión agraria y a los derechos del trabajador, ausentes del proyecto y las intenciones
carrancistas y contrarios a éstas, los que convirtieron el proyecto de reformas al
texto de 1857 en una nueva constitución”28. Y aunque plantea el carácter burgués
de la Constitución, aunque sostiene que la política de Obregón partía de que “com-
prendía que para consolidar los triunfos militares sobre los ejércitos campesinos
era imprescindible hacer profundas concesiones”, y aunque plantea que los dere-
chos consagrados en la Carta Magna “fueron aplicados en parte o considerados
letra muerta” por los gobiernos sucesivos, se omite una definición fundamental: la
Constitución de 1917, si bien implicó un reconocimiento parcial y distorsionado
de las demandas, supuso la institucionalización de las mismas y la subordinación
del movimiento de masas a la confianza en la legislación del régimen burgués.

28
Adolfo Gilly, op. cit., p. 228.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 207

Tenemos que decir que la acción de las distintas alas del constitucionalismo,
lejos de ser continuidad de la insurgencia armada de la División del Norte y el
Ejército Libertador del Sur, representó su opuesto. En ese sentido, era correcta la
definición plasmada en la revista Clave, de que la Revolución sufrió un gigantes-
co aborto a manos de la facción triunfante, en sus distintas alas y matices.
El proceso iniciado en 1910 expresó cuestiones claves de la revolución en los
países de desarrollo capitalista atrasado, condensadas en la teoría de la Revolución
Permanente; una de ellas es la imposibilidad de que facciones de la burguesía y la
pequeñoburguesía, por más socializantes que sean, resuelvan las demandas es-
tructurales de las grandes mayorías agrarias o se conviertan en un vehículo para
ello. Durante la Revolución, la insurgencia campesina generó una fuerza opuesta
que, temerosa de las consecuencias revolucionarias de la acción de los desposeídos
y explotados, buscó encorsetar en los límites de un Estado y un régimen burgués,
al servicio de lo cual estuvo la nueva Carta Magna; y el sector “jacobino” participó
y expresó, en sus textos y en su programa, esta política.
En ese sentido, Gilly, aunque le dio a La Revolución Interrumpida una estruc-
tura muy similar a la Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky y abreva
en las ideas de la Revolución Permanente, al mismo tiempo contradice algunos
de sus postulados, cuando le adjudica a una fracción burguesa la potencialidad de
retomar, continuar y culminar la Revolución, como veremos a continuación en el
caso del cardenismo.

La postura de Gilly se profundizó en los años siguientes. Ese fue el caso de


sus elaboraciones sobre el cardenismo. Sin duda –y lo decimos para despejar
cualquier polémica falsa– el gobierno de Cárdenas fue el más progresista de los
gobiernos burgueses de su tiempo. Su acción se caracterizó por apoyarse en un
movimiento de masas que durante los años treinta protagonizó un importante
despertar de lucha y organización, y desde ahí establecer una distancia y una
cierta independencia respecto a los gobiernos imperialistas.
Esto –que Trotsky, durante su estancia en México, denominó como un bona-
partismo sui generis de izquierda– se expresó fundamentalmente en la expropiación
petrolera de 1938, así como también en una reforma agraria parcial y distintas me-
didas que le granjearon gran popularidad entre el movimiento obrero, campesino y
popular. Frente a esto, es importante recordar lo que planteaban los marxistas revo-
lucionarios a fines de los años treinta:
208 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

En la cuestión agraria, apoyamos las expropiaciones. Esto no significa, entendido co-


rrectamente, que apoyamos a la burguesía nacional. En todos los casos en que ella
enfrenta directamente a los imperialistas extranjeros, a sus agentes reaccionarios fas-
cistas, le damos nuestro pleno apoyo revolucionario, conservando la independencia
íntegra de nuestra organización, de nuestro programa, de nuestro partido y nuestra
plena libertad de crítica29.

Esta fue la perspectiva de Trotsky para medidas tales como la expropiación


petrolera; y la base para esto era la consideración de que “estamos en perpetua
competencia con la burguesía nacional, como única dirección capaz de asegurar
la victoria de las masas en el combate contra los imperialistas extranjeros”30. Esta
posición –que consideraba que las demandas de las masas sólo podían ser im-
puestas por la alianza revolucionaria de obreros y campesinos– creemos que era
diferente a la evaluación de Gilly sobre el cardenismo.
Todo esto se hace notar en la tercera parte de una de sus mayores obras El
cardenismo, una utopía mexicana, una investigación monumental y muy me-
ritoria sobre la expropiación petrolera de 1938. Gilly discutía allí con quienes
supuestamente veían en la política cardenista una acción maquiavélica:

Las contradicciones entre las fragmentarias ideas socialistas y la compleja realidad del
capitalismo mexicano y de su burocracia estatal y sindical plagaban las audaces pero
parciales e inconexas iniciativas cardenistas para avanzar pragmáticamente hacia lo
que imaginaban como una futura socialización o colectivización [...]. Este nudo no
resuelto, porque es insoluble, ha llevado a muchos críticos a sostener que tales refe-
rencias socialistas eran sólo cobertura demagógica en la que nunca creyeron de verdad
gobernantes que en realidad se proponían abrir camino al desarrollo capitalista (como
en efecto ocurrió) cabalgando y controlando un gran movimiento de masas”31.

Adolfo Gilly se refiere aquí a Arturo Anguiano, autor de una de las principa-
les obras sobre el movimiento obrero en el sexenio cardenista.
Resulta llamativo que, las menciones que pueden encontrarse en El cardenis-
mo, una utopía... sobre la estatización del movimiento obrero y su incorporación
al partido de gobierno (que fue uno de los legados del periodo cardenista), son ad-
judicadas casi exclusivamente a la burocracia sindical, la cual, en todo caso, era la

29
“Discusión sobre América Latina” en León Trotsky, Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP,
“León Trotsky, 1999, p. 114.
30
Idem.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 209

correa de transmisión, al interior de las organizaciones obreras, de la política de la


dirección burguesa que se encontraba al frente del Estado. Se deja así de lado, por
ejemplo, la particular asociación existente entre Lombardo Toledano y Cárdenas.
Éste era presentado como un militar con ideas socialistas agrarias que, por sus
propias limitaciones y en particular por la coyuntura internacional desfavorable de
1939-1940, se encontró incapacitado para romper con los límites del capitalismo y
avanzar hacia un ideario socialista realmente revolucionario.
Sin duda, sería incorrecto disolver los aspectos progresivos de la política
cardenista como una mera acción demagógica32, o considerar a Cárdenas como
una simple continuidad de los previos gobiernos posrevolucionarios. Pero esto
no puede llevarnos a omitir una cuestión clave: el gobierno cardenista resul-
tó, en los hechos, la mejor respuesta, desde el punto de vista de la defensa y el
mantenimiento del orden establecido, para enfrentar una situación signada por
un ascenso del movimiento obrero, campesino y popular. Esta respuesta tuvo
la particularidad de que se basó en un fuerte control del movimiento de masas
y que efectuó medidas puntualmente progresivas. Todo esto puede haber sido
interpretado por el propio Cárdenas como parte de su ideario nacionalista revo-
lucionario, pero su funcionalidad política en pos de los intereses históricos de la
burguesía son claros33.
Desde este ángulo de análisis, no pueden considerarse como continuidad de
la Revolución una política que se basó en la estatización del proletariado y su
incorporación al PRM, así como la división entre las organizaciones del campo y
los sindicatos, lo cual reforzó el control del Estado burgués sobre el movimien-
to de masas. Considerar estos elementos que planteamos cuestiona la supuesta
“continuidad” entre la Revolución y el “jacobinismo cardenista”.
En ese sentido, retomar los consejos de Trotsky –que éste formuló a propó-
sito del gobierno de Lazaro Cárdenas– en cuanto a mantener la independencia
política de la clase obrera y del partido revolucionario respecto a los sectores
“progresistas” o “nacionalistas” de las burguesías en nuestros países, es funda-
mental y conserva su actualidad, tanto para comprender la historia de la lucha
de clases como los nuevos fenómenos políticos que surgirán al calor de nuevos
procesos revolucionarios.

31
Adolfo Gilly: El cardenismo, una utopía mexicana, México, Cal y Arena, 1994, p. 414.
32
No es intención de este trabajo valorar las tesis de Anguiano, más allá de que consideramos muy
valiosa su obra para el estudio de la situación del movimiento obrero bajo el cardenismo.
33
Cárdenas después, se negó a apoyar a Múgica para sucederlo y dar continuidad a su proyecto “sociali-
zante”, y enfrentar a los sectores más reaccionarios que presionaban a favor de Manuel Ávila Camacho.
210 Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana Pablo Langer Oprinari

Esperamos que el análisis y las discusiones planteadas en las páginas preceden-


tes, sin duda polémicas, contribuyan a reiniciar el debate y la recuperación crí-
tica de las distintas teorías e interpretaciones de la Revolución Mexicana. Eso
constituye una fuente esencial para desarrollar, enriquecer y actualizar, en la ac-
tualidad, una interpretación anclada en el marxismo, que incorpore los avances
de la investigación historiográfica y permita comprender las tareas y las perspec-
tivas para la revolución, en el siglo que ya ha iniciado.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 211

Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata


Pablo Langer Oprinari, Jimena Vergara Ortega
y Sergio Méndez Moissen

En los ensayos previos hemos desarrollado nuestra interpretación de la Revo-


lución Mexicana. Como planteamos en la Introducción, nuestra intención ha
sido efectuar una interpretación marxista actualizando y revisando los análisis
presentados en el pasado desde esta óptica. Desde ahí es que realizamos la re-
flexión crítica en torno a una de las gestas revolucionarias más importantes de
los explotados y oprimidos de América Latina para, a partir de ello, aportar a la
construcción de una nueva tradición revolucionaria y al debate y la elaboración
de una estrategia política para la actualidad.
Es bajo esa idea que decidimos ponerle a este apartado el título en cuestión;
porque consideramos que la fracción radical encabezada por Emiliano Zapa-
ta significó el punto más alto de la Revolución, expresado en el anticapitalismo
puesto en práctica en la Comuna de Morelos, y es por ello un punto de referencia
ineludible a retomar en los combates revolucionarios del presente.
Desde esa perspectiva, es fundamental reflexionar en torno a qué elementos
puestos en juego en la Revolución mantienen su vigencia y cuáles han sido las
transformaciones de la estructura social, la lucha de clases y la subjetividad de
los explotados y oprimidos, para comprender los grandes acontecimientos con-
temporáneos e incidir sobre ellos.

Casi 100 años han pasado desde el estallido de la Revolución Mexicana. En con-
diciones muy distintas –signadas por la descomposición creciente del capitalis-
mo internacional– la subordinación económica y política al imperialismo, cuyo
ciclo había iniciado con el porfiriato, ha llegado a su cúspide. Si en 1910 encarar
las reivindicaciones planteadas por la Revolución implicaba atacar los intereses
de los capitalistas extranjeros, resolver en la actualidad las demandas campesi-
nas y obreras tiene aún más ese carácter, ante el hecho de que la mayoría de las
propiedades capitalistas están en manos del capital extranjero y protegidas por la
existencia de pactos con el imperialismo, los cuales han sido profundizados por
los últimos gobiernos priístas y panistas.
La lectura que realizamos de la Revolución Mexicana está recorrida por la
212 Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata

idea de que la burguesía, aun en sus variantes antiporfiristas y liberales, se limi-


tó a una oposición al antiguo régimen en torno a las cuestiones de democracia
política, y jugó un papel contrarrevolucionario frente al incendio campesino que
se nutrió de la demanda de tierra, el cual fuera encabezado por Villa y Zapata.
Como entonces, en la actualidad la burguesía ha asumido un rol absolutamen-
te reaccionario respecto a las demandas de las mayorías. En un país con una alta
explotación de la fuerza de trabajo, y creciente pobreza y miseria en amplios sec-
tores de las masas populares, se desarrolló una enriquecida gran burguesía cuya
particularidad es que, mientras es socia menor de los intereses imperialistas, ex-
pande su radio de influencia no sólo en México, sino también en América Latina.
Ante ello, recobra importancia la idea de que la próxima Revolución Mexicana
debe sustentarse en una alianza de las clases explotadas y oprimidas, opuesta irre-
conciliablemente a los intereses de la burguesía y sus representantes políticos, aun
de aquellos que, con un tibio tinte nacionalista, han apoyado la estabilidad de las
instituciones políticas y preservado el régimen de la propiedad privada, como es el
caso del Partido de la Revolución Democrática y sus principales referentes, como
Andrés Manuel López Obrador.
En nuestra opinión, en el presente surge una necesidad histórica similar a
la que estuvo planteada en 1910. Una de las cuestiones que recorre este libro,
orientado a analizar la dinámica de la acción de las clases explotadas, fue que la
debilidad y la juventud de la clase obrera se combinó con una inmadurez política
que le impidió superar las concepciones anarcosindicalistas y la subordinación al
constitucionalismo. Esto se constituyó en una de las principales limitaciones del
proceso revolucionario y causa fundamental de que la tendencia anticapitalista
puesta en juego por el radicalismo plebeyo campesino no pudiera llevarse hasta
el final a través de una poderosa unidad obrera y campesina, dejando finalmen-
te el poder en manos de sus verdugos, quienes edificaron el moderno estado
mexicano. A diferencia de la incipiente clase obrera de entonces, en el siglo XX
el desarrollo del capitalismo nativo fue acompañado de la transformación de
la estructura de clases y en particular de la emergencia de un proletariado con
enorme relevancia social y política, que no sólo constituye la principal clase en
términos cuantitativos, agrupando a alrededor de 45 millones de asalariados,
sino que ocupa una posición estratégica en la lucha contra la clase dominante,
como resultado de su lugar en la producción y circulación capitalista.
Junto a las amplias masas de campesinos e indígenas pobres, cuya explo-
sividad revolucionaria en la historia de nuestro país está fuera de duda, como
mostró la rebelión chiapaneca de 1994, la clase obrera se ha concentrado en las
grandes urbes y zonas industriales de México, las cuales reúnen ahora a la mayor
parte de la población del país. La clase trabajadora le da vida a las maquiladoras,
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 213

las minas, las automotrices, los servicios, el transporte y la industria en general y


tiene además un importante destacamento de proletarios agrícolas.
Las transformaciones económicas y sociales implementadas bajo el neolibera-
lismo han provocado duros cambios respecto al “viejo” movimiento obrero de las
décadas pasadas, y hoy sus filas están divididas entre aquéllos que aún conservan
algunas de las conquistas del pasado –como la sindicalización– y quienes sufren
más descarnadamente la precarización del trabajo. Sobre la actual clase obrera
se cierne cotidianamente el fantasma del desempleo, con una alta proporción de
jóvenes y de mujeres, que junto a la explotación sufren la opresión cotidiana, y que
están llamados a jugar un rol de avanzada en los futuros procesos revolucionarios.
Si en 1910 la estructura capitalista descansaba sobre una base mayoritariamen-
te rural, hoy asistimos a la creciente concentración urbana de la población, que
ha generado la emergencia de una nueva masa de pobres que pueblan los inter-
minables cinturones de miseria en la periferia de las ciudades. A la par de esta
transformación en la estructura social, si las características de la Revolución de
1910 hicieron que fuera catalogada como una gran guerra campesina en la cual los
combates del joven proletariado tuvieron un lugar secundario, durante el siglo XX
y muy particularmente en lo que va de esta centuria, asistimos a un protagonismo
indiscutible de la acción de los asalariados urbanos, el cual desarrollaremos en los
párrafos siguientes, y que echa por tierra todas aquellas teorías que propugnaban
la extinción del proletariado.
A inicios de 2006, los metalsiderúrgicos de Sicartsa, en Lázaro Cárdenas, Mi-
choacán, protagonizaron una rebelión contra la explotación patronal y la intromi-
sión del gobierno en la vida sindical, que fue duramente reprimida por el Estado
con un saldo de varios obreros muertos. La misma supuso la recuperación de mé-
todos de lucha radicales por parte del movimiento obrero industrial, largamente
acallados después de las duras derrotas sufridas por este sector durante los años ‘80
y ‘90, y mostró una tendencia –todavía tortuosa y no plenamente desarrollada– a
la entrada en escena de los trabajadores fabriles y de la industria extractiva, una
enorme fuerza social en México y que incluye a millones que no se encuentran
sindicalizados y laboran en condiciones en extremo precarias.
Ese año, la lucha de la Sección 22 del magisterio oaxaqueño –que ha sido
uno de los destacamentos de vanguardia de las últimas décadas– se generalizó
e incorporó a otros sectores obreros y populares. Emergió como dirección de la
lucha, con epicentro en la ciudad de Oaxaca, la Asamblea Popular de los Pueblos
de Oaxaca (APPO), un frente único de tendencias políticas y sindicales, susten-
tado en el poder militar de los topiles (guardias armadas) y las barricadas, todo
lo cual constituyó la base de un embrionario poder comunal que resistió duran-
te varios meses la represión estatal y los ataques paramilitares. Si lo definimos
214 Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata

como la Comuna de Oaxaca –siguiendo la definición clásica en torno al París de


1871 y al Morelos de 1915– fue porque consideramos que en sus calles surgió
un control territorial por parte de los sectores obreros y populares participantes
que se basó en las barricadas. La importancia para los explotados y oprimidos de
México es meridiana: en esos meses, la Comuna de Oaxaca tuvo la posibilidad
de ser la base de un poder alternativo de los obreros, campesinos e indígenas
pobres del estado y de convertirse en una organización basada en delegados con
mandato de las organizaciones obreras y populares1.
El año 2009 vio otro importante capítulo de lucha de los explotados de Méxi-
co, como respuesta a la extinción gubernamental de Luz y Fuerza del Centro, que
implicó el despido de 44 mil trabajadores y el intento de desaparecer a uno de
los sindicatos con mayor tradición combativa de la historia posrevolucionaria.
El Sindicato Mexicano de Electricistas nació a la vida política con la honra
de haberse opuesto al constitucionalismo carrancista en 1916. En el año 2009
y parte del 2010, las acciones del sindicato se convirtieron en el epicentro de la
situación política mexicana durante varios meses y en el polo aglutinador del
descontento. Las movilizaciones que paralizaron en varias ocasiones la zona me-
tropolitana mostraron la centralidad de la clase trabajadora organizada sindical-
mente y la tendencia a constituirse como hegemónica en la lucha en las calles.
Y, junto a ello, expresaron la necesidad imperiosa de recuperar los sindicatos y
ponerlos al servicio de la lucha, retomando la mejor tradición del movimiento
obrero y revolucionario, que es la democracia desde las bases.
Este curso ascendente de acciones protagonizadas por los trabajadores se dio
en el marco de un nuevo régimen de dominio. El mismo, surgido como resulta-
do de la transición pactada a mediados de los años noventa por los principales
partidos burgueses –PRI, PAN y PRD– con la aprobación del imperialismo, tuvo
el objetivo de desviar el descontento acumulado contra el priato en las déca-
das previas y evitar su caída revolucionaria. Fue la gran maniobra estratégica
de la burguesía mexicana para preservar las viejas instituciones, dándole mayor
protagonismo al Congreso de la Unión, y seguir garantizando la explotación de
las mayorías trabajadoras y la expoliación imperialista. Eso se consumó con la
alternancia que inauguró Vicente Fox en el año 2000, la cual, lejos de significar
un triunfo democrático para el movimiento de masas, profundizó la ofensiva
burguesa contra el mundo del trabajo, la antidemocracia y la militarización, así

1
Para profundizar sobre este fenómeno y consultar un análisis sobre la responsabilidad de las direc-
ciones sindicales y políticas véase Martín Juárez y Jimena Mendoza: “México: crisis del régimen y las
lecciones de la Comuna de Oaxaca (Dossier)”, en Estrategia Internacional núm. 24, Buenos Aires, di-
ciembre de 2006.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 215

como la subordinación económica al imperialismo estadounidense bajo la di-


rección del nuevo personal político instalado en Los Pinos. Una vez más en la
historia de México, quedó demostrado que ninguna de las alas de la clase domi-
nante puede garantizar las libertades democráticas más elementales, y que sus
instituciones están al servicio de mantener las condiciones de la reproducción
capitalista basadas en la explotación de los asalariados.
En los combates de clase, de los que planteamos algunos ejemplos emble-
máticos, y en el análisis de la política de la clase dominante y sus instituciones,
debemos buscar las conclusiones necesarias para edificar una estrategia política
que permita arrancarle el poder a la burguesía y sus agentes.

Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata significa, además de reconocer


la importancia de las facciones radicales de la insurgencia de 1910, establecer
cuáles son las condiciones y la estrategia para una transformación radical de la
sociedad en la actualidad.
En primer lugar, como planteamos arriba, el despliegue de una clase obrera
cuya emergencia puede, potencialmente, paralizar los centros neurálgicos del ca-
pitalismo mexicano, y que, a partir de soldar una poderosa alianza con las masas
rurales, tiene la capacidad de reorganizar el país sobre nuevas bases económicas
y sociales, alternativas a las que construyó la facción triunfante después de 1917.
Junto a esto, si en la década de 1910 el proletariado era joven tanto en su de-
sarrollo objetivo como en su subjetividad de clase, la potencialidad que el mismo
asume en el presente requiere de una estrategia socialista y revolucionaria. Los
procesos más recientes, descritos en las páginas previas, muestran una tendencia
convulsiva a avanzar de clase en sí a clase para sí; esto es, de no limitarse a padecer
la explotación cotidiana, sino a salir a la lucha, adoptando métodos radicalizados
y nuevas formas de organización, enfrentando tanto a la burguesía como a los
gobiernos.
Sin embargo, los duros golpes sufridos luego de cada auge de la lucha de
clases echan luz sobre el peso que tiene el reformismo en la clase obrera y en sus
organizaciones, y sobre la responsabilidad que le cabe en que la enorme energía
liberada en cada capítulo de la acción de los explotados sea dilapidada. Como el
lector recordará, en la crítica que efectuamos en torno al magonismo e incluso
al anarcosindicalismo, estaban presentes la inmadurez política del movimiento
obrero a inicios de siglo, y de las corrientes que actuaban en su seno. El presente
del movimiento obrero y las lecciones de su acción durante el siglo XX es muy
distinto: en la labor de las direcciones sindicales se evidencia que las mismas son
verdaderos agentes de la burguesía en el seno de las organizaciones obreras, que
216 Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata

sólo procuran defender los privilegios que detentan a partir de la administración


de las mismas. El origen de esta dinámica puede rastrearse en el periodo de la
Revolución Mexicana y en particular en el surgimiento de un sector reformista
referenciado con la figura de Luis N. Morones.
En ese sentido, para volver fuerza material una perspectiva socialista, es im-
prescindible la construcción de una organización revolucionaria inserta en la clase
obrera, que impulse la autoorganización de masas y que despliegue un programa
que, partiendo de las reivindicaciones inmediatas, movilice hacia la lucha por el
poder y la expropiación de las clases dominantes. Esto, como parte de una es-
trategia para la destrucción del viejo estado capitalista y la construcción de un
estado de nuevo tipo, basado en los organismos de las masas y en la planificación
democrática de la economía y la sociedad. En ese sentido, la experiencia de 1910-
1917 también enseña que, en los momentos de grandes convulsiones sociales, la
confrontación de programas, políticas y organizaciones antagónicas que expresan
intereses irreconciliables de clase, es ineludible. En el presente, impulsar una estra-
tegia revolucionaria como la que planteamos, al interior del movimiento obrero,
requerirá enfrentar la influencia de las direcciones reformistas y burguesas.
Considerar las condiciones para una nueva revolución implica entonces es-
tablecer la importancia crucial de que los explotados y oprimidos de México
cuenten con un partido revolucionario que exprese sus intereses históricos y que
sea capaz de cambiar de una vez por todas la larga historia de derrotas.
Parafraseando a León Trotsky, retomar y culminar la obra de Emiliano Zapa-
ta, punto cúlmine de un México en llamas que durante todo el siglo XX se grabó
a fuego en la conciencia de las masas, pasa por adoptar una estrategia socialista
para que la clase obrera, junto a los millones de desposeídos del campo y la ciu-
dad, encabecen y lleven al triunfo la segunda revolución mexicana. Al servicio de
ello, como un humilde aporte, está el presente libro, para que los heroicos insu-
rrectos de 1910 y las lecciones de su asalto del cielo, revivan y vuelvan a caminar
en las páginas de lucha que se escribirán en este siglo que ha iniciado.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 217

Parte II

Otras miradas marxistas


sobre la Revolución Mexicana
218
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 219

Problemas nacionales 1
Octavio Fernández

I.

El capitalismo en su etapa imperialista ha dominado la economía mundial. Al


hacerlo, lanzó a la órbita capitalista a los países más atrasados, a las colonias
y semicolonias llevando así a los rincones más apartados del planeta la
profundización de la lucha de clases. En México bajo el impulso directo de la
penetración imperialista yanqui e inglesa se inició el desarrollo industrial del país,
que comenzando en la industria extractiva y los ferrocarriles se extendió bien
pronto a la industria ligera local, de manera que la industria de transformación
estuvo desde su nacimiento deformada por el imperialismo.
En 1910 la pequeñoburguesía urbana y local y los primeros estratos de la
burguesía nativa, bajo el amparo del imperialismo yanqui vitalmente interesado en
la caída de la aristocracia porfirista2 protectora de la penetración inglesa, llevaron
adelante la revolución democrático-burguesa. Tanto ellas como el imperialismo
necesitaban y necesitan convertir una parte de los millones de campesinos
semiesclavos de la gleba en jornaleros, en asalariados, que al mismo tiempo que
sean productores de plusvalía hagan posible la existencia de un mercado interior
y mano de obra barata con su consecuente desarrollo de la industria. Necesitan
además, crear en el campo una base social de pequeños propietarios en que
apoyarse. Comenzaron así un simulacro de revolución agraria que vino a ser
válvula de seguridad para dar salida al ansia de tierra de los campesinos, que
fueron a la Revolución tras la consigna de “Tierra y libertad”.

1
Artículo fechado el 2 de abril de 1939. Publicado en tres números de Clave, Primera Época. En el
número 5, febrero del 39, las tesis I a VI bajo el título “Problemas Nacionales” en la sección “Tribuna
Libre”. En el número 6, marzo del 39, las tesis VII y VIII. En el número 7, abril de 1939, la conclusión del
artículo. Esta parte apareció bajo el título “Proyecto de tesis sobre México”, en la misma sección “Tribu-
na Libre”. Las dos primeras entregas aparecen sin autor, la última bajo la firma de Octavio Fernández.
2
Grupo de terratenientes encabezados por Porfirio Díaz. Se mantuvo en el poder desde las últimas déca-
das del siglo XIX hasta el año 1910, en que fue derrotado por la Revolución.
220 Problemas nacionales Octavio Fernández

En el año de 1910 el 2% de la población rural poseía el 80% de la tierra. Al


empezar 1938, 21 332 propietarios, o sea el 9% del total de 2 167 671 propietarios
agrarios, poseen 101 061 156 hectáreas sobre las 131 594 550 censadas, o sea el
76.7% de la tierra censada. El 81% de la población rural no posee nada. Tal es la
obra de 27 años de revolución burguesa.

II. Las clases en el campo

Grandes propietarios latifundistas: 297 poseen haciendas con valor de más de $ 700
mil y con valor total de 445.5 millones de pesos, o sea el 18% del valor total de las
propiedades en el campo. Entre ellas hay 26 predios con valor de 40 millones que no
se explotan. Estas haciendas son casi todas mayores de 10 mil hectáreas y engloban
cerca de 70 millones sobre un total de 131 millones de hectáreas censadas.
Campesinos y hacendados ricos: poseen 6 544 haciendas con valor de 50 mil
hasta 700 mil pesos y con valor total de $ 983 258 249 o sea el 37% del total del
valor de las propiedades agrarias, agrupando 20 millones de hectáreas.
Campesinos medios: poseen 35.129 predios con valores de 5 mil hasta 50 mil
pesos y con valor total de 513 millones de pesos.
Campesinos pobres: 244 108 poseen predios menores de una hectárea.
Campesinos miserables y hambrientos en extremo ya que sus parcelas son
menores de una hectárea. El rendimiento medio de cada hectárea es de 63.17
pesos y 17% de las cosechas del país se pierde.
Jornaleros: 2 780 260 jornaleros forman el germen del proletariado rural que la
revolución proletaria tendrá que despertar y poner en acción como la brigada
de choque de la lucha de clases en el campo. A ellos se agregan los numerosos
ejidatarios y pequeños propietarios que combinan el cultivo de sus parcelas con
el trabajo asalariado.

III. El movimiento agrarista

La burguesía nativa y la pequeñoburguesía han realizado una gran demagogia


sobre el problema de la entrega de la tierra a los campesinos. La realidad es que
mientras 21 332 señores de la tierra poseen el 76.7% de la tierra, millones de
campesinos sólo poseen su miseria e ignorancia. La burguesía atenta a formarse
una base social en el campo ha creado una capa de pequeños propietarios a
quienes les ha entregado algo de tierras (ejidatarios). Los resultados alcanzados
son miserables, sólo 1 422 713 campesinos han recibido tierras con una superficie
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 221

total de 19 millones 316 505 hectáreas de las cuales no llegan a siete millones las
de tierras laborables.
De ellas la mitad no se cultiva por falta de ayuda económica y por carencia de una
preparación adecuada y por las condiciones de atraso legadas por el latifundismo.
La burguesía nativa es incapaz de terminar la revolución agraria. Tanto ella
como su aparato estatal y el imperialismo se encuentran ligadas a la propiedad
agraria como uña y carne y no pueden afectarla más allá de los límites en que
lo han hecho sin afectarse simultáneamente. Las tierras que se afectan en La
Laguna pertenecían en su mayor parte a españoles e ingleses.
Además el imperialismo, el yanqui principalmente, ha ganado con las medidas
tomadas en La Laguna y Yucatán, ya que el algodón y el henequén, que son los
principales productos de esas tierras, constituyen las materias primas vegetales
más importantes que exporta México. La incorporación de esas tierras al cultivo
intensivo e industrializado, beneficia al mercado de exportación y al imperialismo.
El reparto de tierras proporciona ganancias a la burguesía nativa y a los
inversionistas. Los bancos al refaccionar a los ejidatarios vienen a ser los
usufructuarios de las ganancias que tocaban antes a los antiguos propietarios.
El reparto de La Laguna permitió al gobierno despolitizar a los trabajadores que
eran una amenaza, amenaza que desapareció al ser convertidos en pequeños
propietarios pendientes del ombligo de los banqueros nacionales y extranjeros.

IV. El problema agrario,


motor que empuja al proletariado hacia el poder

La burguesía nativa ha sido y sigue siendo incapaz de resolver el problema agrario.


Millones de jornaleros y una imponente masa de campesinos pobres, pequeños
propietarios y ejidatarios esperan la revolución para que resuelva sus problemas. La
no existencia de un partido revolucionario capaz de conducir a estos campesinos
a la lucha ha hecho posible que el Partido Revolucionario de México (PRM) y el
cardenismo capitalicen el descontento y el ansia de tierra de las masas campesinas,
utilizándolo al mismo tiempo como alimento político para el pueblo.
Todo el desarrollo de la Revolución Mexicana, incluso con sus etapas de Zapata
y demás caudillos agraristas, confirma el hecho de que los campesinos constituyen
una enorme fuerza revolucionaria, pero incapaz de hacer cristalizar una política
propia. Durante veintisiete años han marchado a rastras de la población urbana y
rural, y de los políticos profesionales emanados de la pequeñoburguesía agraria.
De que esta situación cambie depende en gran parte el futuro de la revolución
proletaria en México.
222 Problemas nacionales Octavio Fernández

Sólo el poder de la dictadura proletaria dará toda la tierra a los que inútilmente
la han esperado. El atraso semi-feudal de los millones de campesinos, su ansia de
tierra, el hambre y la miseria, las gigantescas proporciones del problema agrario
en una palabra, agudizadas hasta el extremo por el imperialismo, el atraso del
país y su carácter semicolonial, en lugar de ser factores que hagan imposible
la dictadura del proletariado, son el motor de la inevitable alianza obrera-
campesina que llevarán al poder al proletariado.
La política Stalin-Lombardista que abandona a los campesinos en manos
de la burguesía y su partido actual el PRM, es una política de saboteo y traición
a la revolución. Divorcia al proletariado de la fuerza capaz de llevarlo al poder.
Ante esa política sólo hay una correcta: trabajar incansablemente por la Alianza
revolucionaria del proletariado con y a la cabeza de los campesinos explotados;
lucha irremediable por arrancar a estos de las garras de la burguesía, del PRM y
del imperialismo, creando una vasta red de sindicatos agrícolas, bajo la influencia
del partido de la revolución socialista.

V. El desarrollo industrial

Los capitales invertidos en la industria han saltado en el quinquenio 1930-1935 de


979.5 millones a 1 872.8 millones de pesos o sea un aumento de 91%. El valor de la
producción también aumentó enormemente, pues de 900.3 en 1930 llegó a 1 718.6
millones de pesos en 1935 con aumento de 90%. En cambio el monto total de los
salario sólo subió de 181 a 212.9 en 1935 o sea un aumento de sólo 18.76%.
Paralelamente las exportaciones subieron de 458.6 a 775 millones de pesos
en el mismo tiempo y las importaciones de 180.9 en 1932 a 465.1 en 1936 con
un aumento de 156%.
Superficialmente las cifras parecen demostrar la teoría menchevique de la
consolidación de una burguesía nacional nacida del crecimiento de la industria
y del comercio interior y exterior y de una balanza comercial que aumenta la
riqueza nacional, base de la política del partido estalinista y de los reformistas
del tipo de Lombardo. “Apoyo a la burguesía nacional a quien el crecimiento y
consolidación de la economía ‘nacional’ empujan dialécticamente a un choque
con el imperialismo, deviniendo entonces en revolucionaria y antiimperialista
y colocando al proletariado como una simple fuerza de oposición y de apoyo a
la burguesía nacional”. De ellas se desprende también la teoría de la democracia
económica que deduce del aumento de inversiones, producción, exportaciones,
etcétera, un aumento ininterrumpido y progresivo del nivel de vida de los
trabajadores con tendencia a la estabilización.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 223

Tales cosas son falsas. Desde su nacimiento la burguesía fue producto de


la transformación iniciada por el imperialismo con sus inversiones de capital
en minas y ferrocarriles. Los últimos datos prueban que los Estados Unidos
refuerzan de día en día su hegemonía y que sus inversiones se concentran en las
minas, transportes, industrias de montaje, radioeléctricas y de elaboración textil.
Las inversiones de los Estados Unidos saltan de 185 millones en 1900 a más de 2
000 millones de dólares hoy día. Igualmente el papel del imperialismo inglés es
enorme y apenas va a la zaga del yanqui.
La mayor parte de los capitales invertidos corresponden a las industrias
extractivas y productoras de materias primas y semi-elaboradas. De los 1 872.8
millones invertidos, 55.3% o sea 1 036 les corresponden.
Todas ellas están en manos principalmente de capitalistas yanquis e ingleses
y su aumento progresivo prueba que México está transformándose en un grado
cada vez mayor en país productor de materias primas, en país semicolonial.
La plata, oro, plomo, cobre, antimonio y otros minerales constituyen 73% de
las exportaciones. El algodón, henequén, ixtle y cueros 20%. El crecimiento de las
industrias extractivas que proporcionan la casi totalidad de materias exportables
(93%) forman la base de la prosperidad actual del país. Sobre ellas se levantan
la “democracia” cardenista y las ilusiones en el progresismo de la facción en el
poder. Este crecimiento significa nada menos que el aumento de la penetración
imperialista y la subordinación del país cada vez más al imperialismo. La
prosperidad general con base en el crecimiento en la industria extractiva hizo
posible la “democracia” que atravesamos.

VI. El desarrollo del proletariado

El imperialismo no puede desarrollar la industria sin desarrollar al proletariado.


El crecimiento de la pequeña industria también lo aumenta y la población
se desplaza del campo a la ciudad. En 1921 la población rural era de 9 869
276, en 1930 de 11 012 091 con aumento absoluto de 1 114 815. La población
urbana es respectivamente de 4 465 504 y 5 540 631 en 1921-1930 con aumento
absoluto de 1 075 127. La población urbana creció en 2.42%. “Mientras en 1921
la población urbana era 31.05%, en 1930 era 33.47% y la rural 68.95% y 66.53%
respectivamente”.
Este crecimiento demuestra que el desarrollo es hacia el fortalecimiento de
las posiciones del proletariado. En el Distrito Federal se localiza el nudo vital
del país, su población se ha triplicado en 30 años (541 516 en 1900 y 1 229 576
en 1930) y es hoy 6.3% del total de la población del país. Si en la Revolución
224 Problemas nacionales Octavio Fernández

Mexicana iniciada en 1910 las cosas se decidieron en el campo, en el futuro las


ciudades y entre ellas el Distrito Federal con sus 165 355 proletarios industriales
(1930) (cálculo para 1937, más de 200 mil) jugarán el papel decisivo y los
campesinos vendrán a consolidar los resultados obtenidos. El Distrito Federal
será a México lo que Petrogrado fue para Rusia en 1917.
El ejército de la revolución crece. En el año de 1921 el proletariado industrial
era de 620 292 y en 1930 de 850 040 con un aumento absoluto de 230.167 (37% en
nueve años) y constituía 16.46% de la Población Económicamente Activa. Más de
300 mil proletarios trabajan en la pequeña industria cuya producción no pasa de
10 mil pesos anuales. [Hoy, por el monto de las inversiones, producción y salarios
puede afirmarse obreras se encuentran centenares de miles de domésticos (semi
proletarios) y una pequeñoburguesía urbana que en 1930 llegaba a 479 878]3.
El desarrollo industrial de los últimos años ha colocado al proletariado a
los sitios vitales de la economía. Su localización facilita enormemente su papel
de futuro líder de los millones de jornaleros, campesinos pobres y pequeños
propietarios explotados. En el campo y la ciudad los [...] domésticos (semi-
proletarios) constituyen una poderosa masa que el proletariado deberá y podrá
movilizar para la revolución.
En los últimos tres años ha habido un despertar del movimiento obrero. En
algunos casos y pese a la traición de dirección de sus líderes el proletariado ha sido
inconscientemente el impulsor de acciones en el campo (La Laguna).
Actualmente todos los trabajadores de la industria extractiva, de los
transportes y casi todos los de la industria de transformación importante están
organizados sindicalmente. En las industrias de carácter federal los trabajadores
sindicalizados pasan de trescientos mil y puede calcularse el efectivo total de los
sindicatos en más de 650 mil trabajadores. Los principales son la Confederación
de Trabajadores de México (CTM), dirigida por Lombardo Toledano y plagada por
estalinistas, que controlan a la mayoría del proletariado, la Confederación General
de Trabajadores (CGT) y la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM).

VII. Carácter anti-imperialista de la lucha

El proletariado ha sido enfrentado por el destino histórico desde sus primeros


pasos al imperialismo yanqui e inglés. La lucha en México es desde su génesis
antiimperialista. Entregados los dirigentes de las centrales obreras principales en
manos de la burguesía nativa agente del imperialismo y sin la existencia de un
partido obrero revolucionario que acaudille la lucha, ésta se estanca y no puede

3
Consta así en la redacción original.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 225

ir adelante. El único camino revolucionario es la lucha por la eliminación de la


dirección actual, reformista y traidora en la CTM, fascistizante descarada como
en el caso de la CGT reformista enmascarada como la CROM. La CTM, entregada
en manos de la sub-burguesía. La CROM, dirigida por Morones y que ha sido
instrumento reaccionario de Calles cuando sus intentonas fracasadas de junio y
diciembre de 1935. La CGT, en realidad deslizándose hacia el fascismo. Esta lucha
es imposible de consumar victoriosamente sin la formación del partido obrero
revolucionario de las masas de México que recoja la herencia del marxismo
revolucionario y luche a muerte contra el reformismo por medio de la penetración
paciente y prudente, leninista, de las organizaciones obreras creando una potente
Oposición Sindical Revolucionaria.

VIII. El fascismo

A los imperialismos yanqui e inglés les basta por el momento con la actual dictadura
militar-policiaca (bonapartista) cubierta con manto democrático. No son por
el momento partidarios del fascismo en México. En cambio Alemania, Italia y
el Japón financian en un grado cada vez mayor la formación de grupos fascistas
(Confederación de la Clase Media, Veteranos de la “democracia” que no realiza la
revolución agraria, y demócrata Mexicano, Frente Constitucional Democrático).
Para ello recogen la rebaba que han dejado los movimientos desde 1910 los ladrones
sin fortuna y los católicos fanáticos azuzados por los curas. El fascismo se apoya en
algunos sectores reaccionarios de la burguesía (Cámaras de Industria, Cámaras
de Comercio, Industriales de Monterrey, etcétera) pues éstos abrigan la ilusión de
que la acción de Hitler y Mussolini les daría la posibilidad de un crecimiento y una
consolidación que el imperialismo yanqui nunca les permitirá.
El fascismo criollo debe basarse indistintamente en un imperialismo u otro.
A falta de una gran burguesía existe el imperialismo. A falta de una pequeño-
burguesía urbana existen los campesinos que hambrientos y desesperados ya
se están cansando de la “democracia” que no realiza la revolución agraria, y que
sólo esperan a alguien que los guíe a la lucha. Puede ser por lo consiguiente,
masa de fascismo si el proletariado no sabe atraerlos hacia él. Sin embargo el
fascismo mexicano, como el de toda América Latina, será muy diferente del de
sus maestros europeos. La pequeñoburguesía citadina tiene menos experiencia
política que la europea. Por lo tanto los candidatos al fascismo tendrán que
recurrir más a los métodos militares que a la demagogia. Desde su origen, el
“fascismo” mexicano tendrá muchos más rasgos bonapartistas que los regímenes
de Hitler y de Mussolini. Por otra parte, su beneficiario no será el capital
226 Problemas nacionales Octavio Fernández

financiero “nacional” que no existe, sino el capital extranjero. En México como


en toda Latinoamérica, víctima del imperialismo el fascismo no puede ser más
que un sub-fascismo. La lucha anti-fascista aquí como en toda América Latina es
en gran parte una lucha por la realización de la revolución agraria.

IX. Carácter internacional de la lucha

La liberación de las masas del campo y de la ciudad, la liberación del país del
yugo del imperialismo y del atraso del precapitalismo, sólo es posible a través de
la lucha contra los imperialismos, yanqui e inglés, y sus agencias las burguesías
nativas verdaderos dueños de las tierras, minas, industrias y transportes. La
revolución resolverá tareas nacionales, pero su desenvolvimiento dialéctico
lleva al terreno de la revolución internacional. El proletariado de cualquiera de
los países semicoloniales de América Latina puede llegar al poder antes que el de
Norteamérica, pero para derrotar al imperialismo necesitará ligar íntimamente su
lucha a la del resto del proletariado y las masas oprimidas del continente.
La victoria final, la instauración del socialismo, sólo puede venir como
consecuencia de la instauración de la dictadura proletaria en los Estados Unidos
de Norteamérica. En la etapa que tenemos por delante, la consigna de Los Estados
Unidos Soviéticos de América Latina debe ser la que una, aliente, y levante a las
masas de estos países semicoloniales para la lucha contra el enemigo común: el
imperialismo yanqui e inglés y sus agentes, las sub-burguesías nacionales. La
revolución en la América Latina semicolonial puede ser la señal para la revolución
en Norteamérica y ambas, al final se ensamblarán coronando su triunfo por la
formación de los Estados Unidos Soviéticos Socialistas de América.
La lucha tiene que ser organizada en toda América. Hay que centralizar la
acción revolucionaria de los partidos bajo la bandera de la IV Internacional.
Ante el nacionalismo reaccionario y traidor de los estalinistas hay que alzar el
internacionalismo revolucionario que liberará a los pueblos de América.

X. El cardenismo

El ensamblamiento y la combinación de las formas económicas antiguas


y modernas, el salto por encima de las etapas intermedias y la resolución de
las tareas históricas que le corresponden a una clase por otra, constituyen en
México como en los demás países semicoloniales las características generales
de su desarrollo histórico. La independencia llevada adelante en el año de 1810
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 227

por los gérmenes de la futura burguesía, fue al final de cuentas realizada por los
terratenientes y el clero en 1821. En el año de 1857 el movimiento de Reforma en
lugar de dar paso a la revolución burguesa se coronó con el fortalecimiento del
latifundismo y su consolidación política.
En 1910 se inició la revolución democrático-burguesa. A través de ella, la
pequeñoburguesía urbana y rural que la condujo llegó a convertirse en la sub-
burguesía nacional de hoy. A partir del año de 1928 ésta se entregó políticamente
en una forma completa en manos del imperialismo yanqui. Con la crisis mundial
de 1929 los gobiernos adoptaron necesariamente las formas de dictaduras militar-
policiacas (bonapartistas) descaradas. Las deportaciones, los encarcelamientos y
los asesinatos de obreros revolucionarios y de campesinos que luchaban por la
tierra estuvieron a la orden del día. En el terreno económico se realizó un reajuste
del nivel de vida de los trabajadores mientras se declaraba la suspensión de las
dotaciones de tierras por “estar ya resuelto el problema agrario”. Tras los diferentes
presidentes que se sucedieron, solo existió la realidad de la dictadura bonapartista
de Calles y las fracciones reaccionarias del imperialismo. A la falta de repartos de
tierras, las masas fueron distraídas con una fobia anti-clerical pequeñoburguesa.
El fin del año de 1934 marca la salida de la crisis, comienza la prosperidad
económica del país y con ella el advenimiento del bonapartismo basado en la
pequeñoburguesía democrática. Los beneficios obtenidos por el imperialismo
y la burguesía nacional dieron margen para un alza de salarios, para reformas
tales como el pago del séptimo día y el salario mínimo, y para tolerar hasta cierto
grado el movimiento huelguístico que coincidiendo con la ola de huelgas norte-
americanas que se extendió hasta México. Para detener el movimiento campesino,
se recomenzó el simulacro de reforma agraria que bajo las contradicciones de la
facción cardenista hubo de hacerse más amplio.

La situación actual

Bajo esas condiciones cristalizó el bonapartismo pequeñoburgués democrático


actual, clásica democracia de país semicolonial. Una vez más a pesar de su
debilidad y su atraso el movimiento obrero demostró ser el factor progresivo
determinante y bajo su presión directa la facción cardenista rompió con la
camarilla militar policiaca de Calles, y apoyándose sobre la pequeñoburguesía
urbana y rural se desplazó cada vez más hacia la izquierda.
Los trabajadores petroleros, con su lucha contra las empresas imperialistas
empujaron al gobierno a expropiar los bienes de las compañías; expropiación que
se realizó, claro está, con todos los defectos y debilidades correspondientes a las
228 Problemas nacionales Octavio Fernández

contradicciones de clase en que se mueve el estado mexicano. La expropiación fue


posible debido a la situación de crisis del imperialismo mundial, al rompimiento
de la solidaridad anglo-yanqui que ante el México semicolonial siempre había
existido, en virtud de la guerra inminente, y al hecho de que tal como la medida
se llevó a cabo, asegura al imperialismo yanqui, la disponibilidad monopolística
del petróleo mexicano en caso de guerra.
La expropiación de las compañías petroleras ha enseñado hasta dónde pueden
llegar los sectores de la izquierda de la burguesía nativa, y dónde se detienen. El
proletariado, carente de una dirección revolucionaria tuvo que conformarse
con el papel de segundo actor y no tomó las posiciones que debía y podía haber
tomado. La administración imperialista fue sustituida por una administración
capitalista nacional, organizada a base de funcionarios sindicales burocratizados
e incorporados al carro de la burguesía. Ante ello, los trabajadores deben alzar la
lucha por la creación de Comités obreros en cada sección, comités que realicen
el control obrero de la industria petrolera, que participen en la administración y
planeamiento de la producción. De esta manera, al mismo tiempo que se sientan
las bases de un incipiente poder obrero sobre la industria, se educa, se capacita,
se encauza al proletariado hacia las futuras luchas que le darán el poder completo
sobre la industria. El gobierno actual como cualquier otro poder burgués no importa
cuán progresista sea, es incapaz de llevar adelante la expropiación a todas las demás
industrias controladas por el imperialismo. Por ello se debe levantar la consigna de
la extensión de la expropiación de las otras industrias, de la creación de comités de
fábricas y de control de la industria por los trabajadores. Tales medidas se pueden
ligar a la creación de comités de control de precios y a las consignas de toda la
tierra a los campesinos y su explotación colectiva, enfrentando al actual sistema de
crédito y refacción, el refaccionamiento planeado y racional a través de los bancos
controlados por los obreros. El no pago de indemnización es, claro está, consigna
simultánea a la expropiación de las propiedades imperialistas en el campo y la
ciudad. El apoyo a la expropiación y el empuje para llevarla adelante y transformarla
es al mismo tiempo, la actitud justa, que se complementa indisolublemente con el
planteamiento de las consignas revolucionarias antes mencionadas.
Como parte inseparable de la lucha anti-imperialista debe realizarse, so pena
de representar un papel chauvinista y reaccionario, la lucha irreconciliable por el
internacionalismo proletario y por la revolución socialista y contra los fascismos
“feroces” y los imperialismos “democráticos”, “caritativos” y defensores de la
democracia de América.
Para el estalinismo el VII Congreso de la ex-Internacional Comunista fue
un nuevo “hágase la luz”. El camino hacia el oportunismo más descarado estaba
abierto, del Tercer Período, del Plan Sexenal de Calles, Rodríguez, del fascista
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 229

Cárdenas, etcétera, pasaron a la alianza con todos, el apoyo a todos los altos y bajos
políticos, incluso los más corruptos, a cambio de puestos en la maquinaria estatal.
El minúsculo Partido Comunista saltó de unas cuantas docenas a “miles”
según afirma su voz oficial, acarreando naturalmente, la desproletarizacion
completa del partido que pasó a convertirse en una masa de ex reaccionarios,
ex católicos, pequeñoburgueses carreristas, patrioteros y sobre todo, vividores y
sinvergüenzas de toda calaña que arrastra pequeños grupos, capas de empleados,
de la burocracia estatal, aristocracia obrera y campesinos sinceros que todavía
creen que el partido todavía representa la tradición de la Revolución de Octubre
y la tradición bolchevique, que no conocen pero que presienten con instinto de
clase. El llamado PC ha llegado a ser el partido de la pequeñoburguesía carrerista,
hoy “izquierdista”, mañana derechista furiosa.
En los últimos tiempos, toda lucha seria del proletariado de la CTM ha motivado
el nacimiento de oposiciones en el seno de los sindicatos, oposiciones que desde
su aparición han sido anti-estalinistas y que en su desarrollo se transforman en
anti-marxistas, sino existe un núcleo revolucionario que encauce el coraje anti-
estalinista por la vía de la lucha por un reagrupamiento marxista revolucionario.
Son hechos que afirman irrefutablemente el ocaso del estalinismo, su liquidación
como fuerza que a despecho de todas sus traiciones y aventuras había capitalizado
la atracción que el Octubre Rojo y el marxismo-leninismo ejercen sobre las masas.
La tarea central en México como en todo el mundo es la construcción de la sección
mexicana de la CUARTA INTERNACIONAL. A través de todas las vicisitudes, de
las altas y las bajas, el movimiento de creación de los cuadros del futuro partido
tiene que realizarse.
El enemigo al frente es poderoso: la burocracia obrera de las diferentes
centrales, los pequeñoburgueses, radicalizantes, el estalinismo infiltrado por
todos los poros de la maquinaria estatal de la cual dispone para su lucha “anti-
trotskista”, la burguesía nativa, el imperialismo y los fascistas. Cúmulo de factores
adversos, pero no tan poderosos como la marcha de la historia que a la postre
los superará.
230 Problemas nacionales Octavio Fernández
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 231

Qué ha sido y adónde va


la Revolución Mexicana1
Octavio Fernández

Nunca como hoy y en ningún lado como en México la palabra revolución ha


tenido contenidos tan diferentes y ha servido para cubrir objetivos y actitudes
tan contradictorias. Hace más de 20 años que escuchamos caracterizar a la
Revolución Mexicana bajo todas las formas e intitularse como revolucionarios
a gente de todos los matices, desde las “camisas doradas” y los Laborde, hasta
los Graciano o Almazán. Todo es “la revolución”. Todos son “revolucionarios”,
desde los que venden las huelgas hasta los que actúan como agentes directos
del imperialismo. El resultado es una enorme confusión en las masas obreras
y campesinas que han podido hacer la experiencia de la transformación de la
“familia revolucionaria” de ayer a los “nuevos ricos” de hoy, de los campesinos
medios a los grandes propietarios de ahora, del pueblo armado en 1914 a la
casta militar, de los dirigentes “de izquierda” de ayer a la burocracia voraz de la
actualidad. Frente a hechos de este género, es más que nunca necesario explicar
la naturaleza de la Revolución Mexicana y apreciar si ella ha sido o no capaz de
resolver sus tareas históricas. Al mismo tiempo, es necesario indicar el camino
de la próxima etapa.
Lombardo y sus amigos ayudan tanto como pueden (lo que no es poco) a
trastornar a las masas envolviendo entre nubes a la naturaleza de la Revolución
Mexicana y a sus posibilidades, con una habladuría mística. En uno de los
editoriales de la revista Futuro (número dedicado a la revolución), se habla a
los trabajadores de la “Revolución Mexicana victoriosa”. Pero una revolución
sólo triunfa cuando ha llegado a realizar sus objetivos históricos, o cuando,

1
Artículo publicado en Clave núm. 3-4, Segunda Época, noviembre-diciembre de 1939, pp. 45-50.
Según Olivia Gall, este artículo es el resultado de una discusión con Trotsky, especialmente alrededor
del “retraso histórico” como causa del aborto de la Revolución Mexicana.
232 Qué ha sido y adónde va la Revolución Mexicana Octavio Fernández

aunque habiéndolos realizado en parte, demuestra su vitalidad y su capacidad


para resolverlos en lo que queda por resolver. ¿Cuáles son los objetivos de la
Revolución Mexicana? Lombardo, situado en un plano ideal, moviéndose en
medio de palabras huecas, realiza la consigna stalinista de la “unidad a cualquier
precio”, remontándola al pasado, y afirma: “entre los hombres que han iniciado
este movimiento de libertad y los que lo representan hoy, no sólo no hay
divergencias ideológicas profundas, sino que no hay diferencias desde el punto de
vista práctico”. Así, mete en una misma bolsa todo el polimorfismo adoptado por
la Revolución Mexicana en sus veintitantos años, con el objetivo de justificar su
“unidad” alrededor de un candidato único, a fin de “debilitar a la reacción”. Viejo
mandamás de la revolución criolla, Lombardo nos presenta una Revolución que
se realiza, no bajo el fuego de la lucha de clases, sino en un medio análogo al que
soñaban los idealistas liberales del siglo XIX. Une a Zapata con sus asesinos, a
Carranza con los obreros que hizo fusilar, Flores Magón a Calles y, naturalmente,
el fruto más importante del proceso, es Lombardo y compañía.
“¿Qué ha sido la Revolución Mexicana? ¿Cuál será su futuro?”, se pregunta, y
responde inmediatamente:

Una cosa sola, una única fuerza, un único principio, sólo un ideal: hacer de México lo
que no ha sido nunca hasta ahora; terminar con la miseria material del pueblo, terminar
con su miseria moral, terminar con la ignorancia, acabar con el privilegio y hacer de este
pueblo, un pueblo robusto, rico, sano y respetable.

Hasta aquí, estos son ideales parecidos a los que se encuentran en la cabeza de
un liberal, de un charro nacionalista o de un burgués piadoso, sin hablar de la de
Lombardo. Vuelve a lo que ha sido realizado y dice:

No sólo no ha sido cumplida (esta tarea), sino en muchos aspectos, ni siquiera ha


sido comenzada.

¿Cómo es posible hablar de triunfo realizado? Porque no se trata de cuestiones


menores, ya que, él mismo declara:

No hemos acabado con el aspecto semi-feudal de nuestro país; no hemos terminado


con los caciques; no hemos puesto fin a los vicios del pasado; no hemos terminado con
las fuerzas que tratan de desviar los más caros ideales del pueblo; no hemos acabado
con los bajos salarios, con las rentas miserables; no hemos terminado con los millones
de hombres, mujeres y niños con los pies desnudos; no hemos culminado con tantos
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 233

millones que viven en cuchitriles como bestias salvajes; no hemos terminado con la
ignorancia de las masas; no hemos acabado con nuestros prejuicios ni incluso con
tantas fuerzas importantes, internas y externas a nuestro suelo que siempre son un
obstáculo para el progreso de México.

¿De quién es la culpa? Es muy simple; “es culpa de la contrarrevolución”. ¿Explicar


de dónde proviene? No, sería necesario explicar que la dialéctica del desarrollo de
los elementos revolucionarios los ha transformado en contrarrevolucionarios y los
frena para la realización de los objetivos de “su” revolución.
Germán Parra, un amigo de Lombardo, se ha decidido a hablar un poco más
que este último, en el mismo número de Futuro y dice esto:

La Revolución Mexicana es una revolución burguesa, cuyo fin es transformar en capi-


talista a la forma feudal de la producción.

A lo que es necesario agregar que es el mismo proceso que celebra la burguesía


en el poder consolidando al estado burgués. Y más adelante:

Ha sido la obra de la clase burguesa, para expropiar a los grandes propietarios, echar
del país a la burguesía internacional e imponer a nuestro aparato económico la forma
capitalista de producción.

Sonrojándose un poco, se acuerda que debe ayudar a Lombardo y agrega:

Si es verdad que, en esta última etapa, la clase obrera, habiendo llegado a la edad
adulta, actúa en conformidad con sus propios intereses, prepara así el camino para la
victoria del socialismo.

La Revolución Mexicana ha triunfado en la medida que la burguesía del país ha


tomado el lugar de la aristocracia feudo-clerical de la época porfiriana: en la medida
en que la producción capitalista se extiende cada vez más a todos los sectores del
país. Pero ¿las tareas fundamentales con respecto a los intereses populares han sido
realizadas? El mismo Lombardo afirma crudamente que no. ¿Cuáles son las causas?
La sangre derramada, el sacrificio y el heroísmo de las masas, no han faltado durante
más de veinte años. El mismo Parra hace inconscientemente una afirmación que
recela en germen la explicación de este hecho:

La Revolución Mexicana es…una de las últimas revoluciones burguesas.


234 Qué ha sido y adónde va la Revolución Mexicana Octavio Fernández

Esta es la clave: es precisamente el retraso histórico de la Revolución Mexicana,


como en el caso de la Revolución de 1917, lo que explica el gigantesco aborto que
ha sido la Revolución Mexicana a pesar de los clamores excesivos de los lacayos
criollos de las clases dominantes.
El intento de revolución democrático-burguesa realizado en tiempos de Juárez
llevó a un refuerzo paradójico de las clases feudo-clericales, debido, ante todo, a la
ausencia de una base industrial suficiente, hecho que ha determinado la existencia
de una burguesía apenas perceptible. El movimiento de 1910 presentó el caso típico
de las revoluciones burguesas en los países atrasados, semicoloniales de América
Latina. La burguesía indígena nacida al calor de ella, impotente de nacimiento y
orgánicamente ligada por un cordón umbilical a la propiedad agraria y al campo
imperialista, ha sido incapaz de resolver las tareas históricas de su Revolución. La
base de la Revolución Mexicana ha sido el gigantesco incendio campesino, pero
los campesinos, incapaces de forjarse una política y una dirección propia, no han
sido más que carne de cañón sobre los que se ha elevado la burguesía indígena
totalmente nueva. Al pasar de mano en mano, de Soto y Gama a Obregón, de
Calles a Graciano Sánchez, los millones de campesinos miserables no han visto
resolver su situación, ni por las distribuciones realizadas por Cárdenas, y menos
aún por la voraz burocracia que podría denominarse “ejidista”. La salida no está
en la Revolución Mexicana que ya ha vencido, porque ella ha creado nuevos
explotadores, pero la próxima, será, en cierto sentido, burguesa en la medida en
que destruirá totalmente el feudalismo en el campo, dando toda la tierra a los
campesinos, pero será proletaria porque llevará al poder a los obreros expulsando
a las clases actualmente dominantes.
La Revolución Mexicana, como revolución burguesa, debía liberar al país del
yugo imperialista. Su historia es un encadenamiento de concesiones, forzadas
e inevitables a veces, ventas repugnantes al imperialismo mezcladas con
intentos impotentes de rebelión y con las grotescas contorsiones de los agentes
imperialistas, como Lombardo, que danza con los aires de Wall Street. Ayer, él
creía que se iba a la guerra y ofrecía entonces la sangre de los obreros y campesinos
mexicanos al imperialismo “democrático” yanqui. Hoy, él ve que va a ser neutro
y La Habana los ve reclamar la neutralidad; mañana, “Yankeeland” irá a la guerra
y Lombardo retomará su puesto de reclutador de carne de cañón, ajustando el
paso a los pequeños ladradores del stalinismo. Lombardo es uno de los casos
típicos de estos frutos de la Revolución Mexicana, lo que explica, por otro lado,
que Futuro bautice como “victoria” lo que Lombardo dice imprudentemente que
“no ha sido cumplida, y en numerosos aspectos, ni siquiera ha comenzado”.
La situación económica y política de México en la que las posiciones yanquis
se refuerzan día a día, a pesar del carácter progresista que se le pueda acordar a
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 235

las medidas de tipo de la expropiación petrolera, demuestra de manera irrefutable


que en México y en América Latina, las burguesías indígenas que llegaron al
poder a continuación de la revolución del tipo mexicano son, y no pueden no
serlo, a pesar de sus apetitos nacionalistas, simples apéndices del imperialismo. Lo
demuestra bien la forma bajo la cual se prepara a aceptar las maniobras yanquis
de establecer el dólar como moneda latinoamericana tipo. Nacidas tardíamente,
confrontadas a una penetración imperialista, y al retraso del país, no pueden
resolver con éxito las tareas que sus equivalentes en los países avanzados han
realizado ya hace mucho tiempo. En el futuro, únicamente el proletariado
encabezando a los campesinos y el pueblo pobre, será capaz de realizar hasta sus
últimas consecuencias las tareas de la revolución democrático-burguesa (agraria
y antiimperialista). No como agente de simple impulsión, sino como clase en el
poder; será el verdadero realizador de la Revolución Mexicana.
El desarrollo mismo de esta tarea, el hecho de la evolución actual de la
economía mundial y de la situación política y social, lo conducirá inevitablemente
a realizar acciones que serán los primeros pasos de la revolución socialista.
Así, la Revolución Mexicana no es socialista ni lo será, pero, en su conjunto,
terminará con la toma de poder por el proletariado, se transformará sin solución
de continuidad en revolución socialista. Esperar aún una etapa independiente
de revolución agraria y antiimperialista después de veintinueve años de la
Revolución Mexicana y asignar al proletariado la misión de impulsarla, fijándole
la revolución proletaria como “objetivo final”, sólo pueden hacerlo los centristas
confusos, encumbrados aún con el estalinismo del Tercer Período. En la
práctica, esto conduce al apoyo y a la colaboración con el Estado “democrático”
y la burguesía “progresista” en la lucha contra la “reacción”. La perspectiva
marxista es otra: o el proletariado toma el poder, y se da la revolución proletaria,
o las tareas de la revolución democrático-burguesa (revolución agraria y
antiimperialista) no serán realizadas. Es en función de esta perspectiva que se
aborda la lucha cotidiana, con su programa transitorio de reivindicaciones (control
de la producción, comités revolucionarios de lucha contra la carestía de la vida,
escala móvil de salarios, administración obrera, tierra a los campesinos, ninguna
participación en la guerra, etcétera). En política, la ceguera es muy peligrosa, tanto
más cuanto que, si en oposición a la traición abierta, es bien intencionada. Hay
dos cabezas: oportunismo y aventurerismo ultraizquierdista. Uno y otro abren el
camino de la derrota.
236 Qué ha sido y adónde va la Revolución Mexicana Octavio Fernández
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 237

La guerra de clases
en la Revolución Mexicana
(Revolución permanente y auto-organización de las masas)1
Adolfo Gilly

1. Introducción

No es un buen método –o es el “buen y viejo método apriorístico”, como diría


irónicamente Engels– comenzar por clasificar a la Revolución Mexicana, por
ponerle nombre o etiquetas. La discusión sobre la interpretación de la revolución
no se puede encerrar en la disputa de sus nombres: democrática, burguesa,
popular, antiimperialista, campesina; o de sus secuencias: concluida, derrotada,
victoriosa, inconclusa, interrumpida, permanente. Nombrar viene después: lo
primero es comprender qué fue la Revolución.
Esto es lo que trataremos de hacer, investigando cuáles fueron sus
determinaciones fundamentales, cómo ellas se combinaron, cuál fue su movimiento
anterior y en qué resultado global desembocaron. Sólo el carácter concreto de
esta totalidad y su movimiento, pueden dar la base material en la cual sustentar
el nombre de clase de la Revolución Mexicana, su carácter de clase específico, que
es siempre una combinación, porque producto de combinaciones desiguales son
las formaciones económico-sociales en las cuales ocurren las revoluciones reales.

2. Fuerzas componentes y determinantes

Como punto de partida, concebimos la esencia de toda revolución en los


términos en que la generaliza Trotsky: “La historia de las revoluciones es para
nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en
el gobierno de sus propios destinos”. Desde este punto de vista, ésa fue también

1
Este texto fue publicado originalmente en Interpretaciones de la Revolución Mexicana, Adolfo Gilly,
Manuel Aguilar Mora, et al., México, 1979, Editorial Nueva Imagen-UNAM. Prólogo de Héctor Agui-
lar Camín. Se reproduce aquí con la autorización del autor. [N. del E.].
238 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

la esencia de la Revolución Mexicana, su rasgo último y definitorio. Ella aparece,


ante todo y sobre todo, como una violentísima irrupción de las masas de México,
fuera de la estructura de la dominación estatal y contra ella, que altera, trastorna
y transforma de abajo a arriba todas las relaciones sociales del país durante diez
años de intensa actividad revolucionaria. Esa actividad tiene un motor central:
la Revolución se presenta como una gigantesca guerra campesina por la tierra,
que llevada por su propia dinámica pone en cuestión el poder y la estructura
del Estado, controlado hasta entonces por un bloque de poder en el cual la
hegemonía indiscutible la detentaban los terratenientes.
La base de masas de los tres principales ejércitos revolucionarios: el de Obregón,
el de Villa y el de Zapata (dejamos en el plano secundario que siempre ocupó el
ejército de ese general sin honor y sin conocimientos militares que se llamó Pablo
González), la constituyó el campesinado insurrecto2.
Ciertamente, fueron diferentes las relaciones de esas tres fracciones militares
con el Estado de los terratenientes y de la burguesía mexicanos. El obregonismo
era un desgajamiento de ese Estado (como lo era en su conjunto el carrancismo),
que tenía su base material y de continuidad histórica con el pasado en el aparato del
Estado de Sonora3 y que aspiraba a transformar al Estado nacional, reorganizándole
a su imagen y semejanza (imagen que, dicho sea de paso, fue transformándose ella
misma y tomando forma en el fragor de los diez años revolucionarios).
El villismo, cuya base de campesinos y trabajadores se nutría de una región
donde estaban mucho más desarrolladas que en el Centro y el Sur las relaciones
salariales y capitalistas en el campo, tampoco enfrentaba programáticamente, en
sus objetivos últimos, a ese Estado. Quería la tierra, quería la justicia, pero no las
imaginaba fuera del marco de las relaciones capitalistas de producción que habían
ido creciendo durante toda la época de Porfirio Díaz. Aunque Villa y Madero
se proponían objetivos diferentes, el maderismo de Villa no era una argucia o
una astucia, sino la expresión del sometimiento ideológico del campesinado a la
dirección de una fracción de la burguesía y, en consecuencia, a su Estado.
El zapatismo no se planteaba, obviamente, la cuestión del Estado ni se
proponía construir otro diferente. Pero en su rechazo de todas las fracciones
de la burguesía, en su voluntad de autonomía irreductible, se colocaba fuera del
Estado. Su forma de organización no se desprendía o se desgajaba de éste: tenía

2
Es una tarea iniciada por varios, pero, a mi conocimiento, aún no concluida satisfactoriamente por nadie,
la de hacer una sociología de los ejércitos revolucionarios, y en particular de la División del Norte. A finales
de los años sesenta, Carlos Monsivais anotaba en uno de sus ensayos: “Aún no se ha escrito la saga de la
División del Norte”.
3
Véase el notable estudio de Héctor Aguilar Camín: La frontera nómada, México, Siglo XXI, 1977.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 239

otras raíces. Y quien está fuera del Estado, si al mismo tiempo decide alzar las
armas, se coloca automáticamente contra el Estado.
Nada de esto era claro para las tres fracciones militares, que no razonaban
en términos de Estado, sino de gobiernos. Las tres podían entonces coincidir en
el antiguo grito transmitido por la tradición nacional: “¡Abajo el mal gobierno!”,
y las tres entender con ello cosas diferentes. Esa diferencia residía sobre todo
en qué hacer con la tierra. Y como la base de masas de la Revolución daba la
lucha por la tierra y la base de los tres ejércitos se movilizaba antes que nada por
la tierra y no por la paga (aunque la paga contara en el constitucionalismo), es
natural que al radicalizarse la lucha revolucionaria, la fracción más extrema en
esa lucha por la tierra influyera sobre la base de masas de las otras. Esto, sumado
a la defensa por los terratenientes de sus propiedades y de su Estado, contribuyó
a que la vasta insurrección en la cual, inicialmente, sólo una minoría estaba fuera
del Estado, acabara enfrentando a ese Estado que defendía la propiedad de los
terratenientes con las armas en la mano y quebrando su columna vertebral: el
Ejército Federal. La lucha contra el “mal gobierno” acabó así en una insurrección
contra la clase dominante, los terratenientes, y toda su estructura estatal.
El porfiriato, como es ya generalmente reconocido, fue una época de intenso
desarrollo capitalista del país. En ella se van articulando y combinando constantemente
relaciones capitalistas y relaciones precapitalistas, pero cada vez más sometida la
masa de éstas –mayoritarias, si se las hubiera podido medir cuantitativamente– al
dinamismo de aquéllas. El régimen porfirista fue, bajo su aparente inmovilidad
política, una sociedad en intensa transición, la forma específica que adoptó en
México el período de expansión del capitalismo en el mundo de fines del siglo XIX y
comienzos del XX, en el cual se formó y se afirmó su fase imperialista y monopolista.
Ese desarrollo del capitalismo en México bajo el porfirismo, combinó bajo una
forma específica dos procesos que en los países avanzados se presentaron separados
por siglos: un intenso proceso de acumulación originaria y un intenso proceso
de acumulación capitalista (reproducción ampliada). Evidentemente, ambas
formas de acumulación se combinan en todas partes, todavía hoy. Pero aquélla
es absolutamente secundaria y se opera, por así decirlo, en los intersticios de ésta,
como un resabio que la lógica del sistema no puede eliminar4. En el porfiriato, por

4
“La acumulación originaria del capital y la acumulación del capital por la producción de plusvalía son, en
efecto, no solamente dos fases consecutivas de la historia de la economía, sino también procesos econó-
micos concomitantes. [...] El crecimiento internacional y la extensión del modo de producción capitalista,
desde hace dos siglos, constituyen por lo tanto una unidad dialéctica de tres: elementos: a) la acumulación
corriente del capital en la esfera del proceso de producción ya capitalista; b) la acumulación originaria del
capital fuera de la esfera del proceso de producción ya capitalista; c) la determinación y la limitación de
240 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

el contrario, la acumulación originaria –madre de las antiguas guerras campesinas


europeas, la de Thomas Münzen en Alemania, la de Winstanley y sus diggers
en Inglaterra, la del Captain Moonlight en Irlanda–, bajo la forma brutal de las
compañías deslindadoras y de la guerra de las haciendas contra los pueblos, fue
un rasgo dominante del período, al servicio del cual estuvo toda la potencia del
Ejército Federal y todas las argucias de jueces, abogados, funcionarios, políticos,
intelectuales, profesores, caciques y sacerdotes. Este proceso fue acompañado,
estimulado y luego crecientemente dominado por el desarrollo de las industrias:
minera, petrolera, textiles, alimenticia (entre ellas, la azucarera), henequenera, en
la figura de cuyos trabajadores se mezclaban inextricablemente la “libre” coerción
capitalista del salario con las coerciones extraeconómicas de las relaciones de
producción precapitalistas. El peón acasillado era un ejemplo típico de esta doble
coerción integrada en una sola explotación, así como a nivel de la acumulación del
capital las haciendas azucareras o ganaderas eran ejemplos de la combinación de
ambos procesos de acumulación en forma masiva y en una misma empresa.
La construcción de los ferrocarriles, orgullo del régimen porfiriano, expresó
concentradamente esta combinación. Ellos se extendieron expropiando tierras
de las comunidades para tender sus vías, incorporando a los campesinos así
despojados como fuerza de trabajo para su construcción, desorganizando sus
formas de vida y de relación tradicionales y arrastrándolos al turbión mercantil
del capitalismo. El avance de las vías férreas está constelado de insurrecciones
campesinas –algunas registradas, muchas otras no– en defensa de sus tierras y
de su modo de vida, todas reprimidas, todas derrotadas, ninguna –como se vería
finalmente en 1910– definitivamente y para siempre vencida.
Los campesinos sufrían este proceso combinado de acumulación como un
despojo de sus tierras y una destrucción de sus vidas, de sus relaciones entre sí
y con la naturaleza, de sus ritmos vitales, de sus tradiciones. Era una potencia
inhumana y hostil que penetraba arrasando, sometiendo, destruyendo cuanto
les era querido y constituía su identidad social. Y esa potencia se materializaba,
además, en el ejército federal, ese monstruo que mediante la leva se construía
con la propia carne campesina.
El campesinado resistió constantemente ese proceso. Lo resistió como
campesino comunitario despojado y lo resistió como peón o como trabajador
asalariado. Resistió en su doble carácter combinado. Y la antigua materia de las

la segunda por la primera, es decir, la lucha competitiva entre la segunda y la primera”. Ernest Mandel:
“La estructura de la economía capitalista mundial” en Le troisiéme âge du capitalisme, tomo I, cap. 2, París,
Unión Genérale d’Editions, 1976, pp. 88 y 90. [Hay traducción en español de este capítulo en la revista Crí-
tica de la Economía Política, núm. 1, México, Ediciones El Caballito, octubre-diciembre de 1976].
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 241

guerras campesinas, la resistencia a la penetración brutal del capitalismo, se


combinó con la nueva materia de las luchas obreras, la resistencia a la explotación
asalariada. De esa combinación única, nacida de un proceso también combinado
en forma específica y única, nacieron la explosividad, el dinamismo y la duración
extraordinarios del movimiento de masas de la Revolución Mexicana. Es
fundamentalmente el campesinado quien hace saltar desde abajo toda la lógica
del proceso de desarrollo capitalista. No puede impedirlo ni sustituirlo por otro
diferente, pero lo interrumpe y lo cambia de sentido, altera las relaciones de
fuerzas entre sus representantes políticos. Y así como él, el campesinado, se
había visto envuelto en el turbión económico y social del desarrollo capitalista,
respondió envolviendo al capitalismo en el turbión social y político de su propia
guerra revolucionaria.
La Revolución Mexicana oficial, la de Madero, la del Plan de San Luis, la
que empezó el 20 de noviembre de 1910, en realidad terminó el 25 de mayo
de 1911 cuando, después de los acuerdos de Ciudad Juárez, Porfirio Díaz se
embarcó en el Ypiranga. Quienes la continúan, haciendo saltar finalmente los
acuerdos entre el porfirismo y el maderismo, son los campesinos. El foco de
esa continuación está en el zapatismo. Detrás de la brecha que éste mantiene
abierta, se precipitan todas las masas. Y con ellas, se precipitan y convergen
todas las determinaciones de la historia mexicana sin las cuales es imposible
explicar el fantástico dinamismo de la Revolución; una historia constantemente
fracturada por irrupciones de las masas, en la cual los periodos de continuidad y
estabilidad no aparecen como la conclusión de las rupturas anteriores sino, por
el contrario, como periodos de acumulación de las contradicciones que preparan
las rupturas por venir.
Detrás de la irrupción campesina, se precipitan y convergen en la Revolución
de 1910 desde el espíritu de frontera del norte hasta la persistencia de la
memoria de las comunidades del sur y del centro, desde las guerras de masas de
Hidalgo y Morelos hasta la expulsión del imperialismo francés por los hombres
de Juárez, desde el fusilamiento de Maximiliano hasta las múltiples y anónimas
sublevaciones locales, desde el desgarramiento exterior de la guerra del año
1847 hasta el desgarramiento interior de la guerra del yaqui. Es inútil buscar
en todo esto los factores económicos, que sólo en última instancia –decían
Marx y Engels– determinan los hechos históricos. Y sin embargo, todas esas
determinaciones son también decisivas para dar a la Revolución Mexicana su
carácter único en la formación y la síntesis de la nación5.

5
Comentando los escritos de Marx sobre la revolución española, dice Michel Löwy: “En fin, la lección meto-
dológica esencial que se desprende de estos escritos de Marx es que el proceso histórico se halla condicionado
242 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

Otras determinaciones, las de la situación mundial, influyeron también sobre


el gran estallido de 1910. Ellas son conocidas: la Revolución de 1905 en Rusia;
la crisis mundial del capitalismo en 1907 que afectó gravemente a la economía
mexicana tanto en su actividad industrial como en sus exportaciones y en el nivel
de los precios internos; la serie de revoluciones populares (en el sentido que Lenin
da a la palabra: burguesas por su programa y sus objetivos de clase, populares
por la amplia intervención de las masas en ellas) en Portugal, Turquía, China;
los preparativos de la guerra mundial; el crecimiento y el auge del sindicalismo
revolucionario de los Industrial Workers of the World (IWW), los wobblies, en
Estados Unidos. Todos estos procesos incidieron, en medida diferente, sobre la
sociedad mexicana y se combinaron con una crisis de la transición en el Estado
burgués. Esta transición estaba determinada por el ascenso de un nuevo sector de
la burguesía que pasaba de terrateniente a industrial (sin dejar de ser propietaria
de tierras), uno de cuyos prototipos era precisamente la familia Madero, sector
que buscaba una transformación en los métodos de dominación del Estado, para
acordarlos con las transformaciones económicas sufridas por el país. Esa crisis,
que era producto del nivel del desarrollo capitalista favorecido y organizado por
el Estado porfiriano, tomó la forma política de la crisis interburguesa que opuso
al maderismo, como movimiento nacional, al régimen de Porfirio Díaz.
Tal vez una de las razones que explican la aspereza con que se enfrentaron las
dos fracciones de la burguesía, sea el hecho de que no se sentían amenazadas por
el proletariado en su dominación estatal. La clase obrera, sin duda, había crecido
junto con la industria bajo el régimen porfiriano, había organizado sociedades
de resistencia y sindicatos, había intensificado el número y la frecuencia de sus
movimientos de huelga desde principios del siglo. Bajo su influencia social, un
ala del liberalismo, la de Ricardo Flores Magón, había abrazado las concepciones
del anarquismo y proclamaba, con el programa del Partido Liberal Mexicano de
1906, los ideales de la revolución social. Pero los movimientos de la clase obrera
misma, por resueltos que pudieran haber sido sus métodos de lucha frente a la
represión estatal, nunca pasaron del nivel económico. El proletariado mexicano,
en ninguno de sus sectores importantes, se proponía cambiar el régimen del
trabajo asalariado y luchar por el socialismo, sino mejorar su situación económica
y social dentro del régimen capitalista imperante. El hecho de que en México no
existiera un partido socialista de la Segunda Internacional (como los había, por
ejemplo, en el primer decenio del siglo, en Argentina, Chile y Uruguay) no era,
en último análisis, la causa de esa situación, sino más bien su reflejo. El hecho,

no sólo por la base económica, sino también por los hechos del pasado (sociales, políticos o militares) y por la
praxis revolucionaria de los hombres en el presente”, en Dialéctica y Revolución, México, Siglo XXI, 1976, p. 49.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 243

en cambio, de que muchos de sus militantes de vanguardia y organizaciones


sindicales adoptaran la ideología anarquista no significa que esa ideología fuera
compartida por su base sindical, sino simplemente que ella reflejaba, al nivel
de esa vanguardia, su reciente origen artesano o incluso el peso efectivo de los
sectores artesanales en la formación de los sindicatos de esa época.
Lo cierto es que todo esto significaba una ausencia de intervención y de
organización política independientes del proletariado en relación con la burguesía,
lo cual hacía sentir a ésta que podía ir relativamente lejos en sus disputas interiores
sin riesgo de que esto diera lugar a una iniciativa política autónoma de su enemigo
histórico, el proletariado. Lo que ella no veía, en cambio, lo que no podía ver,
era que las condiciones de esa iniciativa se escondían en la innumerable masa
campesina, para ella simple sujeto de expoliación y explotación. En esa ausencia
de autodeterminación política está la explicación del papel político secundario
desempeñado por la clase obrera durante todo el curso de la Revolución. No cambia
esto, pensamos, el caso importante pero aislado de Regeneración y de la corriente
magonista. La ideología del magonismo era producto de un proceso de transición
combinado en el pensamiento de una parte de la vanguardia obrera y de un sector
de la pequeñoburguesía radical hacia las ideas socialistas. Pero luego de sus fracasos
iniciales en sus insurrecciones de Palomas, Viesca y Baja California –todas ellas
teñidas de las persistentes utopías de la frontera–, el papel del magonismo en la
Revolución, en las fuerzas reales que la encarnaron, combatieron sus batallas y
determinaron su curso y sus resultados, fue completamente marginal. En pleno
proceso revolucionario donde son las armas las que resuelven los conflictos y
despejan las incógnitas, ninguna cantidad de manifiestos y de análisis políticos
pueden sustituir la presencia de la fuerza material de hombres armados sin la cual
las ideas no pasan jamás de los papeles, es decir, no alcanzan a cambiar el mundo.
La facción burguesa de Madero contaba, por el contrario, con las aspiraciones
democráticas de la pequeñoburguesía, cuyo crecimiento en las ciudades había
acompañado al del capitalismo. Una buena parte de su clientela política provenía
de ese sector, que se reconocía en las propuestas de democracia política y de
mayor participación en los asuntos del gobierno que simbolizaba el maderismo.
El conjunto de este proceso del cual surge la relación de fuerzas sociales
entre las clases al comienzo de la Revolución y en su curso mismo, estaba además
sobredeterminado por una lenta definición de las clases, característica de la
formación social mexicana, cuya razón debe buscarse no sólo en la abigarrada
combinación de relaciones capitalistas y precapitalistas encarnadas en costumbres,
relaciones y tradiciones inmemoriales y recientes, sino también en el hecho de
que el desarrollo del capitalismo significó para México perder, primero, la mitad
del territorio nacional y enfrentar, segundo, menos de veinte años después, una
244 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

nueva invasión extranjera para reducir la nación al rango de colonia. Esto ha


hecho que la solidaridad de nación se sobreponga fuertemente sobre la división
en clases, y que la burguesía, como clase dominante, pueda capitalizar en su
provecho esa solidaridad identificando su causa con la de la nación, oscureciendo
así las relaciones de explotación a los ojos de las clases subalternas y deteniendo
o postergando el desarrollo de la autoidentificación y definición de éstas; es decir,
el desarrollo de su solidaridad de clase que debería ser un producto normal del
desarrollo de las relaciones de explotación capitalistas.

3. La clave de la Revolución: el zapatismo

Entre este conjunto de factores sociales, ¿cuál fue el determinante en el curso, la


extensión en el tiempo y en el espacio, y la violencia que adquirió el movimiento
revolucionario? Es preciso plantear esta pregunta pues muchos de ellos estaban
también presentes en otros países latinoamericanos o de desarrollo similar al
de México en esa época y, sin embargo, no dieron como resultado un estallido
de ese tipo. A los ya enunciados, podemos agregar otros factores que pesaron
pero de los cuales no puede decirse que hayan cambiado en forma decisiva el
panorama: por ejemplo, la vecindad con Estados Unidos que daba un “santuario”
capitalista democrático a los revolucionarios del norte y les permitía proveerse
de armas modernas y relativamente abundantes; o la tradición de intervención
masiva de la población en los conflictos económico-sociales de México. Pero
éstas y otras son formas, no contenidos, y aquella pregunta sólo puede ser
satisfactoriamente respondida si se encuentra una cualidad o condición que esté
ya en los protagonistas mismos de la Revolución, en las grandes masas que le
dieron su cuerpo y su sustancia.
Si observamos la línea que marca la Revolución desde 1910 a 1920, veremos
una constante: la única fracción que nunca interrumpió la guerra, que tuvo que
ser barrida para que cejara, fue la de Emiliano Zapata. Después de los acuerdos
de Ciudad Juárez, a fines de mayo de 1911, todas las facciones revolucionarias,
al llamado de Madero, depusieron las armas: la Revolución había triunfado,
Don Porfirio había caído. Todas, menos la de Zapata: la Revolución no había
triunfado, la tierra no se había repartido. Los zapatistas se negaron a entregar
las armas y a disolver su ejército; se dieron su programa, el Plan de Ayala,
en noviembre de 1911, y continuaron tenazmente su combate. Resultado
evidente: entre mayo de 1911(caída de Porfirio Díaz) y febrero de 1913 (asesinato
de Madero), es decir, durante un año y nueve meses, sólo el Ejército Libertador
del Sur mantuvo la continuidad en armas de la Revolución Mexicana, combatido
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 245

por el mismo Ejército Federal y el mismo Estado que antes encabezaba Díaz y
ahora presidía Madero. La revolución burguesa maderista, concluida y hecha
gobierno, reprimía a la revolución campesina zapatista, que proseguía sin
interrupción la lucha por la tierra.
Es plenamente evidente que si no hubiera sido por la continuidad de la lucha
zapatista, allí mismo se habría cerrado la Revolución Mexicana y ésta habría
pasado a la historia como una más de las muchas revoluciones de América Latina:
algunas batallas a principios de 1911 y el subsiguiente relevo en el poder de una
fracción de la burguesía por otra. Ahora bien, ¿qué es lo que explica, por un lado,
la tenacidad y, por el otro, el éxito de los campesinos zapatistas en mantener
solos contra todos lo que Marx llamaba la permanencia de la revolución?6
La explicación no está simplemente en el programa agrario: otros sectores
campesinos siguieron a Madero en pos de la tierra y aceptaron suspender la
lucha armada. No está tampoco en el hecho de tener las armas: otros también las
poseían y las devolvieron. La tierra era el objetivo general de los levantamientos
armados campesinos. La propiedad terrateniente, siendo todavía entonces el eje
de la acumulación capitalista –no su sector más dinámico, que se situaba en la
industria– y de la acumulación originaria, era el centro de gravedad económico
de la formación social; amenazarla, ponía en peligro el sistema entero. Pero el
gobierno maderista contaba todavía con medios y con legitimidad (consenso)
ganada en su lucha contra el porfiriato, como para poder recuperar ese objetivo
en las promesas de su programa y postergar la amenaza al sistema mientras se
consolidaba el Estado después de la crisis de la sucesión presidencial.

6
Marx no hablaba de la revolución campesina, sino de la transformación de la revolución burguesa en re-
volución proletaria. Ésta, sin embargo, era su lógica: cuando los demócratas lleguen al poder llevados por la
revolución “los obreros deberán llevar al extremo las propuestas de los demócratas que, como es natural, no
actuarán como revolucionarios, sino como simples reformistas. Estas propuestas deberán ser convertidas
en ataques directos contra la propiedad privada. [...] La máxima aportación a la victoria final la harán los
propios obreros alemanes cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posi-
ción independiente de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeñoburgueses
les aparten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado.
Su grito de guerra ha de ser: la revolución permanente” (Karl Marx: “Mensaje del Comité Central a la Liga
de los Comunistas”, marzo de 1850, publicado en Marx-Engels, Obras Escogidas, tomo I, Moscú, Editorial
Progreso, 1973, p. 189).
Marx ubicaba en la organización independiente de la clase consecuentemente revolucionaria la clave de la
permanencia o de la continuidad de la revolución abandonada por los demócratas burgueses que la enca-
bezan en su primera fase. Veremos bajo cuáles formas transfiguradas aparece –o no– esta condición en el
curso de la Revolución Mexicana.
246 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

La clave de toda revolución es que las masas decidan por sí mismas, que puedan
“gobernar sus propios destinos”, fuera de las decisiones y de las imposiciones del
Estado de las clases dominantes. Para esto lo decisivo no es que tengan dirección,
programa o armas: todo ello es necesario, pero no es suficiente. Lo decisivo es
que tengan una organización independiente a través de la cual puedan expresar las
conclusiones de su pensamiento colectivo y ejercer su autonomía.
La clave de la resistencia permanente del sur, es que allí existía esa
organización. Eran los pueblos, el antiguo órgano democrático de los campesinos
comunitarios, el centro de deliberación y de decisión donde habían resuelto por
su cuenta, durante cientos de años, sus problemas locales y con el cual habían
organizado, a partir de la Conquista, la resistencia tenaz e innumerable contra
el despojo de tierras primero, y contra las consecuencias de la explotación
terrateniente después; es decir, contra la acumulación originaria y contra la
explotación capitalista. Los campesinos, sin duda, no hacían distinción entre
ambos procesos, por lo demás inextricablemente unidos en la realidad. Se
les presentaban mezclados como una sola opresión. Con esa organización la
resistían. La vieja organización comunal de los pueblos, o sus resabios cada
vez más evanescentes, indudablemente habría terminado por ser disuelta por
la penetración de las relaciones mercantiles y por el desarrollo del capitalismo
en el campo. Pero la Revolución estalló antes de que ese proceso de disolución
hubiera llegado a su término y tomó su forma específica precisamente porque
todavía no había llegado a él.
Los pueblos, todavía vivos como centro de vida comunal de los campesinos en su
resistencia de siglos al avance de las haciendas, fueron el organismo autónomo con
que entraron naturalmente a la Revolución los surianos. Todo eso se resumía en el
grito con que Otilio Montaño proclamó la insurrección del sur: “¡Abajo haciendas
y viva pueblos!”. Era un grito político, profundamente revolucionario, porque para
los oídos campesinos hablaba no sólo de la recuperación y el reparto de las tierras,
sino también de la conquista de la capacidad de decidir, arrebatada a las haciendas
como encarnación local del poder omnímodo del Estado nacional y entregada a los
pueblos, al sencillo y claro instrumento de autogobierno de los campesinos.
Esa organización, además, era invisible para los opresores. Pasaban a su lado
y no la veían, porque se confundía con la vida misma de esos campesinos cuya
capacidad de pensamiento colectivo menospreciaban. Ella estaba fuera de la lógica
mercantil de la mentalidad burguesa y terrateniente, porque su funcionamiento
no se basaba en, ni tenía nada que ver con la sociedad de los propietarios iguales
de mercancías, con el reino mercantil del valor de cambio, sino que provenía de
una antigua tradición (ciertamente ya esfumada) de asociación de productores,
iguales en el trabajo, no en la propiedad. Los gobernantes, los terratenientes, los
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 247

funcionarios y los mayordomos no podían ver la relación interior de los pueblos


aunque la tuvieran ante sus ojos: tenía una transparencia total para su mirada de
opresores. Era una especie de clandestinidad abierta de masas de los campesinos.
La palabra catrín designaba a cuantos quedaban fuera de ella.
La clave del sur reside entonces, a nuestro entender, en que la lucha por la tierra,
iniciada bajo el llamado tibio de Madero, encontró en el curso de la Revolución
una forma de organización independiente del Estado y de sus fracciones políticas,
propia de los campesinos, anclada en su tradición, abierta a la alianza con los
obreros (aunque ésta no llegara a realizarse), y al mismo tiempo, un germen de
alianza obrera y campesina encarnada en la figura misma del campesino-proletario
de los campos azucareros y de los modernos ingenios de Morelos.
Todo eso se resume en esa verdadera declaración de independencia
programática y organizativa que es el Plan de Ayala (el cual, para trascender
al plano nacional, tuvo por fuerza que legitimarse invocando a una de las
fracciones burguesas dirigentes). Mucho se ha discutido sobre quién redactó el
Plan. Basta leerlo para darse cuenta: no importa de quién fue la mano que lo
puso en el papel; quienes lo pensaron y lo elaboraron fueron los campesinos.
Es su lógica la que está en sus artículos: el Plan de Ayala huele a tierra. Su eje
central es lo que los juristas llaman la inversión de la carga de la prueba. En todas
las reformas agrarias burguesas, incluidas la vagamente prometida por Madero
y la ley carrancista de 1915, se dispone que los campesinos deben acudir ante
los tribunales para probar su derecho a la tierra poseída por el terrateniente y
que, oídas ambas partes, el tribunal decidirá (naturalmente, cuando y como le
plazca). En el Plan de Ayala se dispone que la tierra se repartirá de inmediato
y que posteriormente, serán los terratenientes expropiados quienes deberán
presentarse ante los tribunales para justificar el derecho que invocan a la tierra
que ya les ha sido quitada. Es decir, al principio burgués de “primero se discute y
después se reparte”, los campesinos surianos opusieron el principio revolucionario
de “primero se reparte y después se discute”. En el primer caso, la carga de la
prueba recae sobre los campesinos; en el segundo, sobre los terratenientes. Esta
inversión radical constituye una subversión de la juridicidad burguesa. Aunque
para algunos pueda parecer una exageración, es allí, al nivel de las abstracciones
jurídicas, donde podemos encontrar mejor sintetizado y generalizado el carácter
empíricamente anticapitalista del movimiento revolucionario de los pueblos
zapatistas, cuyo partido en armas era el Ejército Libertador del Sur.
El Plan de Ayala, primer antecedente de las futuras leyes políticas de la
sociedad de transición al socialismo en México, decía que en un punto del país, el
estado de Morelos, la insurrección campesina había escapado a la lógica estricta
de la subordinación a los intereses de una de las fracciones burguesas dirigentes,
248 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

como sucede invariablemente en todas las revoluciones burguesas con base


campesina. La concreción material de esa declaración de independencia fue la
negativa a entregar las armas luego de los acuerdos de Ciudad Juárez y a abandonar
el control sobre el territorio ocupado por el ejército zapatista. Ambas decisiones
expresaban la lógica y el pensamiento de los pueblos, de cuyas formas de discusión
y funcionamiento tradicional recibieron la legitimación y el consenso.
En torno a esos dos ejes del Sur, el programático y el organizativo, terminó
por girar toda la guerra de los campesinos mexicanos. Ellos determinaron, en
el auge de la revolución entre la Convención de Aguascalientes y la ocupación
campesina de la Ciudad de México en diciembre de 1914, el centro de gravedad
de todos sus movimientos, aún de los más alejados del foco zapatista.
Para comprender el alcance de esta determinación, hay que ver la vastedad
de la guerra civil mexicana en su momento culminante. En 1914 no eran sólo los
destacamentos bajo los mandos más o menos regulares de los constitucionalistas y
los zapatistas quienes estaban en armas. En realidad, incontables bandas campesinas,
a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, organizadas espontáneamente en los
pueblos más distantes bajo los jefes naturales del lugar, integradas por los hombres
más jóvenes o más resueltos, se habían incorporado a la bola, habían salido de la
inmovilidad y el tiempo lento del campo profundo para sumarse al movimiento
vertiginoso de los ejércitos revolucionarios, dentro de ellos, en torno de ellos o con
pretexto de ellos. Hay que tratar de imaginar lo que fue esa conmoción del país en sus
capas más profundas –ésas que nunca podían hablar ni decidir y que durante siglos,
en apariencia, sólo habían vivido en el estado de fuerza de trabajo–, para alcanzar
a discernir hasta dónde ella transformó completamente al país y a sus gentes, hasta
dónde el pueblo campesino mexicano se rehizo a sí mismo en la revolución. Un
atisbo de esto –pero sólo un atisbo– aparece en novelas como Los de Abajo o, mucho
mejor, en crónicas como las de John Reed o las de Nellie Campobello. En haber
sabido poner allí su mirada y su capacidad de investigación histórica reside tal vez el
mérito mayor del insustituible libro de John Womack sobre la Revolución suriana7.
Como bien lo señala Armando Bartra8, en esa idea rectora del zapatismo: que
las masas decidan, está su coincidencia con la prédica antiestatal del magonismo.

7
Pueden encontrarse en la Revolución Mexicana y en su fracción zapatista la expresión de la dialéctica
de las revoluciones y de su ala extrema, la que se empeña en proclamar la permanencia de la revolución,
generalmente derrotada cuando empieza el reflujo y, no obstante, anunciadora de la marea del futuro:
Francia 1789 y Babeuf; París 1848, las jornadas de junio y el Mensaje de Marx de marzo de 1850; Rusia
1917 y la Oposición de 1923; China 1927 y la tendencia de Mao; España 1936 y las jornadas de mayo 1937
en Barcelona, y la lista podría continuar... Pero éste es, en realidad, un tema que exige desarrollo aparte.
8
“En la insistencia de los ‘liberales’ por las reivindicaciones económicas, y en la expropiación de la
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 249

Aquí está, al mismo tiempo, un desencuentro trágico en la Revolución, que


contribuyó a encerrar al zapatismo en la práctica revolucionaria campesina e
impidió al magonismo trascender al nivel superior de la práctica revolucionaria
concreta de masas. Flores Magón no aceptó la oferta de Zapata, en septiembre
de 1914, de publicar su periódico Regeneración en territorio zapatista, en las
imprentas controladas por los surianos y con papel producido por la Papelera San
Rafael, expropiada por el Ejército Libertador del Sur. Aunque esto no podía evitar la
derrota posterior y tal vez la muerte –la muerte vino lo mismo, pocos años después,
en la cárcel gringa de Leavenworth–; aunque sólo pocos números del órgano
liberal hubieran alcanzado a ser publicados en esas condiciones verdaderamente
únicas y excepcionales, imborrable habría sido la huella que este acontecimiento
revolucionario habría dejado en la tradición histórica de México.
La debilidad teórica del magonismo, implícita en su concepción anarquista,
se tradujo en esta indecisión ante dicha práctica. Había que jugarse el todo
por el todo en 1914, había que jugarse el destino con Zapata. No lo hizo. No
fue, sin duda, a causa de una falta de valentía, que los magonistas tenían hasta
para regalar, sino falta de visión concreta, nacional, de la historia universal;
única forma, por lo demás, en que ésta se expresa en la realidad de nuestra
época. El pensamiento revolucionario del magonismo giraba en el vacío sin
alcanzar a engranar con los rudos y toscos dientes de la gran rueda del turbión
revolucionario de los campesinos mexicanos. ¿Pero es que el método de análisis
que deriva del programa abstracto del anarquismo –o de sus sucedáneos
contemporáneos– permitía ver la realidad entre la tremenda confusión del
polvo, la sangre y las patas de los caballos? Esta incapacidad del radicalismo
magonista trae a la mente el éxito contrario del marxismo radical de Lenin para
comprender al campesinado ruso; su famoso “análisis concreto de una situación
concreta”, cuya garantía de fidelidad a los principios –en oposición antagónica a

gran propiedad territorial, la apropiación de las fábricas por los propios trabajadores y, sobre todo, en
el llamado a que estas transformaciones se llevaran a cabo por el propio poder de las masas armadas
en la medida en que avanzaba la revolución, no podemos ver sólo el reflejo de la consigna anarquista
que llama a abolir la propiedad y la autoridad. Desde el punto de vista político, esta línea representa la
concepción de un proceso de masas realmente revolucionario en la medida en que promovía que fueran
las propias masas, el pueblo en armas, quien ejerciera el poder y llevase a cabo democráticamente las
transformaciones sociales. Esta cuestión, más que consideraciones ideológicas, constituía la piedra de
toque y el punto de deslinde táctico entre las corrientes conciliadoras y reformistas que aspiraban a un
cambio de grupos en el poder y a una serie de ajustes políticos desde arriba, y las fuerzas realmente
revolucionarias, cualquiera que fuera su ideología y programa, calif íquense de liberales o agraristas,
llámense sus líderes Emiliano Zapata, Francisco Villa o Ricardo Flores Magón”. (Armando Bartra: Rege-
neración/1900-1918, México, Ediciones Era, 1977, pp. 29-30).
250 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

la falsificación que de esa frase han hecho todos los pragmáticos– reside en que,
en el método leninista, ese “análisis concreto” está siempre bajo la guía de un
criterio rector inflexible: el interés histórico del proletariado.
La trayectoria del zapatismo es, en la Revolución Mexicana, la forma concreta
de ese fenómeno presente en todas las revoluciones: la doble revolución, la
revolución en la revolución, la vía por la cual las masas persisten en afirmar sus
decisiones más allá de las inevitables mediaciones de las direcciones, el camino
de su autonomía y su autogobierno organizado. Para poder medir los alcances
últimos de esa Revolución campesina específica que fue la Revolución Mexicana,
hay que seguir los pasos del zapatismo. Esa trayectoria se sintetiza y alcanza su
cénit, aún a través de todas las imperfecciones y las incompleteces (sic), en una
conquista sin precedentes y sin igual en la misma revolución, cuyos alcances
trascienden más allá de su derrota: el autogobierno campesino de los pueblos de
Morelos, lo que hemos llamado la Comuna de Morelos9.

4. Combinación, dinámica
y periodización de la revolución

La revolución burguesa –que es la que en definitiva da su forma y su programa


al triunfo del movimiento revolucionario– se desarrolla combinada con esta
revolución de los campesinos. Cuando decimos “combinada”, no nos referimos al
hecho de que tenía una base de masas campesina, pues éste es un rasgo normal de
toda revolución burguesa en un país agrario. La expresión “combinada” alude al
hecho de que una parte de la revolución campesina –caso específico de la Revolución
Mexicana– era relativamente independiente en programa y en organización y, al
serlo, tendía un puente –frágil, sin duda, pero real– hacia una dirección proletaria
que estaba ausente. Esto explica sus contactos con el magonismo a nivel nacional
y la carta de Zapata sobre la Revolución Rusa, pequeño y aparentemente fugitivo
pedazo de papel, cuyo significado, como signo, sólo puede apreciarse en este
contexto. Esto explica la figura singular de Manuel Palafox y la curva de su destino
personal en la Revolución suriana. Sólo una dirección obrera habría podido afirmar
la independencia, la autonomía, el autogobierno de la Revolución del sur. No niega
la existencia de estas condiciones en forma tendencial, incluso embrionaria, en la
Revolución zapatista, el hecho de que no encontrara aquella dirección obrera. Ésta,
por otra parte, no podía haber sido jamás la garantía infalible de la victoria, porque

9
Adolfo Gilly: “La Comuna de Morelos”, en La Revolución interrumpida, op. cit.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 251

ese tipo de garantías no existen en la historia, pero sí la condición para que aquellas
tendencias pudieran manifestarse en forma explícita y plena. La transmisión
histórica de la experiencia de autogobierno zapatista habría sido entonces mucho
más directa, y no cifrada como en realidad fue.
A la inversa, la inexistencia de aquella dirección tampoco fue la causa única y
determinante de la derrota que, por lo demás, en definitiva sólo fue parcial medida
a escala histórica, aunque la comuna morelense haya sido arrasada hasta sus
cimientos. Fue en cambio la causa de que los zapatistas tuvieran que replegarse
nuevamente a buscar salidas en las alianzas burguesas; y de que Genovevo de la O,
para volver a entrar en México con sus hombres después de la muerte de Zapata,
no encontrara otra vía que hacerlo cabalgando junto a Obregón en 1920, es decir,
aliándose con éste para derrotar al ala de Carranza y su veleidades restauradoras.
(Por eso no se puede hablar de simple derrota de los campesinos en general y en
abstracto, sin tener en cuenta que el triunfo de Obregón, no el de Carranza, es el
balance definitivo –1920– del ciclo revolucionario iniciado en 1910.)
La idea de la combinación de la revolución expresa el hecho de que en el seno
del mismo movimiento revolucionario, a partir de la negativa zapatista a entregar
las armas, se desarrolló una verdadera guerra civil, con altibajos y ritmo propio,
cuya lógica y cuya dinámica es preciso explicar y no etiquetar. Es el curso de la
lucha de clases en el interior de la Revolución Mexicana, en el cual la fracción más
cercana al interés histórico del proletariado –aunque no fuera su representante– es
el zapatismo y no, por supuesto, los Batallones Rojos aliados al constitucionalismo.
Esto no significa que los campesinos del sur luchaban por el socialismo, programa
del cual no tenían ni idea. Ellos luchaban por la tierra (lo cual implicaba, no hay
que olvidarlo, una concepción específica sobre la organización colectiva de su vida
diferente de lo que la aspiración a esa misma posesión de la tierra significaba para,
digamos, los campesinos de Francia en 1789). Era la lógica de su movimiento la
que iba en el sentido de los intereses históricos del proletariado. Por eso tendía
a buscar una alianza con una dirección proletaria completamente ausente del
horizonte nacional mexicano de esos años.
Prácticamente, en todo el curso de la Revolución hay siempre dos guerras:
una guerra política y una guerra social de clases. A partir del golpe huertista, la
segunda se radicaliza constantemente bajo el impulso del movimiento ascendente
de las masas. Tomando como base estas consideraciones, podemos intentar
una periodización de la Revolución Mexicana que siga la línea del ascenso, la
culminación y la declinación de la intervención y de la capacidad de decisión efectiva
de las masas en el movimiento, es decir, que responda al criterio metodológico que
concibe a la revolución como “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de
sus propios destinos”. Podemos así distinguir los siguientes períodos:
252 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

1. Desde el Plan de San Luis Potosí y el 20 de noviembre de 1910 hasta los acuerdos
de Ciudad Juárez y la elección de Francisco I. Madero a la presidencia
(mayo-junio de 1911). La Revolución se presenta como una lucha entre dos
fracciones de la burguesía, en la cual el sector que intenta apoderarse del
control del Estado acude a la movilización de las masas en su apoyo.
2. Desde el Plan de Ayala (noviembre de 1911) hasta el golpe de Victoriano
Huerta y el asesinato de Madero (febrero de 1913). Es el período en el cual
la actividad revolucionaria es mantenida exclusivamente por la fracción
zapatista. El maderismo dispersa a las fuerzas armadas que movilizó,
asume el control del Estado burgués y de su ejército, y enfrenta con éste
a la Revolución campesina, mientras introduce algunas reformas políticas
democráticas en el Estado.
3. Desde el Plan de Guadalupe (marzo de 1913) hasta la batalla de Zacatecas
(junio de 1914). La Revolución vuelve a extenderse como una nueva crisis
interburguesa, en un nivel superior al de la inicial, entre la fracción de
Huerta (que tuvo el apoyo de casi todos los gobernadores de los estados, con
excepción de Coahuila y Sonora) y la encabezada por Venustiano Carranza.
Esta lucha, en la cual se organizan y triunfan los ejércitos constitucionalistas,
culmina con la destrucción del Ejército Nacional por la División del Norte en
Zacatecas. La Revolución suriana sigue mientras tanto su curso propio, que
se entrelaza con el anterior pero conserva su lógica particular.
4. Desde la Convención de Aguascalientes (octubre de 1914) hasta la ocupación
de México por los ejércitos campesinos (diciembre de 1914). El movimiento
de las masas revolucionarias armadas alcanza su cúspide. Es posiblemente
el momento en que es mayor el número de hombres armas en mano en los
ejércitos y bandas revolucionarias. Se unen villistas y zapatistas, atrayendo
hacia sí a un sector pequeñoburgués radical del constitucionalismo y
controlando así la Convención de Aguascalientes. Queda sellada la ruptura
con el ala de Carranza y Obregón, y se abre una nueva etapa de enfrentamiento
armado entre las facciones revolucionarias. La Convención aprueba el Plan
de Ayala. Ella se presenta como la más auténtica encarnación jurídica de
la revolución; verdadero nudo de sus contradicciones, sus fuerzas y sus
irresoluciones; espejo de sus grandes sueños imprecisos y de sus trágicas
carencias teóricas y políticas. Con la bandera de la legalidad revolucionaria
de la Convención, la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur,
ocupan la capital del país, e intentan establecer su propio gobierno nacional.
El ejército de Carranza y Obregón, debilitado por la fuerza de atracción
social de los ejércitos campesinos en ascenso, se repliega sobre la costa de
Veracruz. Desde el Norte hasta el Centro, todo el país está dominado por
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 253

los convencionistas, mientras los constitucionalistas conservan sólo algunos


puertos en el Pacífico y en el Atlántico (Tampico y Veracruz), parte de
Veracruz y la península de Yucatán.
5. Desde las batallas del Bajío (abril-julio de 1915) hasta el Congreso Constituyente
de Querétaro (diciembre 1916-enero 1917). La incapacidad de las fracciones
campesinas para organizar el Estado nacional; la inestabilidad y la defección
posterior de las débiles tendencias pequeñoburguesas que los apoyaron
(Eulalio Gutiérrez, Lucio Blanco, Martín Luis Guzmán); la radicalización del
constitucionalismo y sus leyes agrarias, obreras y administrativas (es decir, su
capacidad para reorganizar el Estado, un gobierno y un ejército); el comienzo
del cansancio y la desilusión de las grandes masas campesinas –diferentes de
sus vanguardias más politizadas incorporadas a los ejércitos villistas y zapatista–
ante la no resolución de sus problemas y los sufrimientos de la guerra civil, son
todos factores convergentes que determinan el inicio del reflujo de la marea
revolucionaria, el paulatino repliegue de las masas y el avance de las fuerzas
burguesas y pequeñoburguesas organizadas bajo la bandera constitucionalista.
Bajo esa influencia, la Casa del Obrero Mundial se inclina definitivamente hacia
el constitucionalismo y firma el pacto de los Batallones Rojos dirigido contra
los ejércitos campesinos. Obregón derrota a la División del Norte en las cuatro
batallas sucesivas del Bajío y a fines de 1915 ésta ya ha sido completamente
destruida. El zapatismo se repliega sobre el estado de Morelos y allí, siguiendo su
tempo propio, lleva a su momento culminante su experiencia de autogobierno, su
ensayo de Comuna campesina. A la derrota del villismo sigue el enfrentamiento
abierto de Carranza con el movimiento obrero y la derrota de la Casa del
Obrero Mundial en la fracasada huelga general de julio de 1916, lo cual acentúa
el descenso de la Revolución. Calles recomienza en Sonora la represión contra
los yaquis y dicta medidas de exterminio contra la misma tribu que en 1913
había apoyado al movimiento de Obregón esperando recuperar sus tierras. Los
revolucionarios en el poder, al mismo tiempo que se preocupan en reorganizar el
Estado dictando la Constitución de Querétaro, retoman en nuevas condiciones
la vieja guerra del Estado contra los campesinos y se vuelven en todas partes
contra aquellos de sus aliados populares que quieren hacer inmediatamente
efectivas las promesas que los llevaron a tomar las armas: zapatistas, villistas,
yaquis, obreros, gente pobre de México…La guerra mundial, mientras tanto,
aísla a México entero en sus propios problemas.
6. Desde el Congreso de Querétaro hasta el asesinato de Zapata (abril de
1919). Apoyándose en el “pacto constitucional”, busca afirmarse la fracción
burguesa, que continúa su política de reincorporar al Estado una buena parte
del personal de funcionarios y administradores del viejo Estado porfiriano
254 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

(no hay, por lo demás, otros), mientras la fracción pequeñoburguesa se


repliega con Obregón. Aquella, una vez más, como antes Madero, se desgasta
en la guerra contra el último bastión organizado de la Revolución campesina,
los zapatistas de Morelos. Cuando finalmente este bastión se disgrega con el
asesinato de su jefe, la suerte de su antagonista, el carrancismo, también está
sellada: en la lucha contra la revolución en retirada, su aislamiento social
ha llegado al punto máximo. En noviembre de 1919 ese curso lo lleva al
fusilamiento del general Felipe Ángeles. Álvaro Obregón prepara su regreso.
7. Desde el Plan de Agua Prieta (abril de 1920) hasta la presidencia de Obregón
(diciembre de 1920). Sobre la derrota del ala radical de la Revolución, la
de Emiliano Zapata, y el agotamiento de las fuerzas de su ala derecha y
conservadora, la de Venustiano Carranza, en el empeño por aplastar a aquélla,
asciende finalmente la estrella de Álvaro Obregón, el general revolucionario
invicto que con el apoyo del ejército, asume el poder cuando las masas,
fatigadas, se repliegan. El pronunciamiento obregonista abre una nueva
pugna armada interburguesa en la Revolución declinante, que se cierra con
el asesinato de Carranza y la entrada de Obregón a la capital, flanqueado por
el general Pablo González, el verdugo del zapatismo, y el general Genovevo
de la O, el principal jefe campesino sobreviviente del ejército zapatista:
imposible un símbolo más transparente del juego de equilibrios típicamente
bonapartista en que se apoya el nuevo poder de Obregón. Villa rinde sus
armas, Obregón es elegido presidente y asume el cargo en diciembre de
1920. La Revolución ha terminado.

5. La cuestión del Estado

El resultado final de la Revolución se definió sobre todo al nivel del Estado.


La Revolución destruyó el viejo Estado de los terratenientes y la burguesía
exportadora, el Estado sancionado en la Constitución liberal de 1857, y
estableció un nuevo Estado burgués –la Constitución de 1917 garantiza, ante
todo, la propiedad privada–, pero amputado de la clase de los terratenientes, caso
único en toda América Latina hasta la Revolución Boliviana de 1952. Se cortó
la vía de transformación de los terratenientes en burguesía industrial (como en
cambio ocurrió en Argentina, Uruguay, Chile y otros países de América Latina)
y ésta tomó un nuevo origen, especialmente en la pequeñoburguesía capitalista
que utilizó el aparato estatal como palanca de la acumulación de capital
(combinándose, por supuesto, con los restos de la clase terrateniente).
Ya desde 1915 el Estado que Carranza empezó a reorganizar integró en
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 255

su personal a una buena parte de los funcionarios del viejo Estado porfiriano,
especialmente al nivel de las administraciones municipales. Por otra parte, los
lazos de continuidad con aquel Estado se mantuvieron a nivel de dos entidades
de la Federación: Sonora y Coahuila. Pero el Estado de la Revolución Francesa
también hereda el personal y el aparato del Estado absolutista, y en cierto modo
continúa su tarea centralizadora y la lleva a su culminación. Y, sin embargo,
también lo destruye y lo niega10.
El corte entre el Estado porfiriano y el Estado posrevolucionario es
terminante. Consiste en lo siguiente: el Ejército Federal fue destruido y fue
sustituido por un nuevo ejército, en el cual –aquí sí– no fueron asimilados ni
integrados los altos oficiales del viejo ejército. Ésta es la esencia del corte en la
continuidad del Estado, el cual, según la síntesis de Engels, está constituido en
último análisis por los “destacamentos de hombres armados”.
Ese ejército fue destruido en la batalla de Zacatecas. Y esa destrucción fue
realizada, por añadidura, por un ejército de campesinos dirigido por un general
campesino, Pancho Villa, que tomó Zacatecas desobedeciendo las órdenes de
Carranza. De ahí la condena al limbo de la historia que ha sufrido el general
Ángeles, quien “traicionó” a su clase poniendo sus conocimientos militares –
secretos de casta– al servicio del ejército revolucionario de los campesinos
insubordinados contra las órdenes de Carranza.
El ejército fue destruido. Esto no ocurrió en Argentina con Perón ni en Chile
con Allende: el ejército de Pinochet es el mismo que el de Allende y el de Frei. Allí
reside el carácter radical del asalto de la Revolución Mexicana contra el Estado,

10
No es inútil citar nuevamente el famoso pasaje de Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte:
“Este Poder Ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa
maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército
de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo
de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la deca-
dencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar [...] La primera Revolución Francesa,
con su misión de romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y provinciales
para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta
había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de
servidores del poder del gobierno [...]. Pero bajo la monarquía absoluta, durante la primera Revolución, bajo
Napoleón, la burocracia no era más que el medio para preparar la dominación de clase de la burguesía. Bajo
la restauración, bajo Luis Felipe, bajo la república parlamentaria, era el instrumento de la clase dominante,
por mucho que ella aspirase también a su propio poder absoluto”. (Las cursivas son mías, A. G.). Es clara
la dialéctica ruptura/continuidad que Marx desarrolla en su razonamiento sobre el Estado y su personal
burocrático, aún en el caso de una revolución social clásica como la francesa que marca el paso del poder
de una clase dominante a otra y la sustitución de un Estado por otro.
256 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

aunque luego el Estado reorganizado fuera nuevamente un Estado burgués.


Y si eso fue posible, fue porque antes, en el momento decisivo, los zapatistas
conservaron sus armas y su autonomía. La confluencia de ambas fuerzas en
Aguascalientes marca el apogeo de la Revolución.
Otro habría sido el método de Carranza, si Villa no se hubiera insubordinado
y tomado Zacatecas. Esto no es mera conjetura. Ese método se puso a prueba
en la entrada de Obregón en la Ciudad de México a mediados de agosto de
1914, cuando en los acuerdos de Teoloyucan los restos del gobierno huertista
rindieron la plaza y entregaron el poder al general Obregón –es decir, a un jefe
responsable de su misma clase–, el cual se apresuró a reemplazar a los soldados
federales por soldados constitucionalistas en los puestos de avanzada dirigidos
contra las fuerzas zapatistas. Así como en Zacatecas hubo ruptura, en Teoloyucan
–que no habría existido sin Zacatecas– hubo continuidad. Pero la Convención
de Aguascalientes salió de Zacatecas, no de Teoloyucan, y esa fue la verdadera
convención revolucionaria, aquélla donde convergieron todas las fracciones y
donde se sancionó la ruptura con el Estado anterior que en los hechos se había
producido con la derrota del Ejército Federal. En la Convención de Aguascalientes,
contra la terca oposición de Carranza que siempre los consideró “bandidos” (y
según su coherente punto de vista de clase tenía razón), entraron con plenos
derechos los zapatistas sin disolver su ejército ni su organización, es decir, sin
deponer los instrumentos de su autonomía frente al Estado.
Se dirá que el Estado mexicano no se reorganizó a partir de Aguascalientes
sino de Querétaro. Es cierto. Pero Querétaro se produjo más de un año después
de la ruptura de Aguascalientes, y sin esta convención no habría habido aquel
congreso, ni éste hubiera tenido el mismo carácter. Querétaro es en cierto modo
la continuidad que ha incorporado –pero no suprimido– la ruptura: todo esto se
refleja, pese a todo, en la Constitución de 1917, que no es la que quería Carranza,
sino la que modificaron los “jacobinos”.
En las mismas clases que componen la formación social hay una continuidad,
sin duda. Pero hay también una alteración profunda de las relaciones entre
ellas, no solamente al nivel de la transferencia del poder, sino también al de
una gigantesca transferencia de propiedad agraria, y no tanto a los campesinos,
sino a la nueva burguesía ascendente entrelazada con la clase terrateniente en
declinación a partir del momento en que pierde las mágicas y todopoderosas
palancas del Estado. Una nueva fracción de las clases poseedoras asciende al
poder apoyándose en los métodos revolucionarios de las masas y organiza el
Estado conforme a sus intereses y teniendo en cuenta sobre todo las nuevas
relaciones entre las clases.
El rasgo fundamental de esa reorganización no está, a nuestro entender,
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 257

en el artículo 27 de la Constitución, pese a su innegable importancia. Está en


el artículo 123. El artículo 27 fija los marcos para arreglar los problemas de la
propiedad agraria, es decir, la cuestión capital en el estallido de la Revolución.
Pero el artículo 123 se refiere a la cuestión capital del futuro, no del pasado:
las relaciones del Estado con el movimiento obrero. Da los marcos para la
integración del movimiento obrero en el Estado, que comenzará en su nueva
fase a través del moronismo. Es el pacto que el Estado ofrece al proletariado a
condición de que se someta a su ordenamiento jurídico. A través del artículo
123, es el Estado –y no la organización autónoma de la clase obrera– quien da el
programa por el cual luchará el movimiento obrero en la república que surge de
la Constitución de 1917. Por eso el carácter “precursor” y “avanzado” de dicho
artículo, sancionando conquistas que tardarán decenios en pasar a la realidad
–algunas siguen todavía siendo sólo promesas–, significa, en los hechos, fijar al
movimiento obrero organizado los objetivos por los cuales habrá de luchar, por
los cuales es lícito organizarse y que puede esperar conquistar dentro del Estado
y con el apoyo de éste.
Esto no quita –al contrario, es una de las condiciones para que el pacto
funcione– que el movimiento obrero vea al artículo 123 como una auténtica
conquista producto de sus luchas y, más aún, que efectivamente lo sea, como
lo son el sufragio universal y el derecho de organización sindical. El artículo
123 no es una trampa, es una conquista real y muy avanzada para su tiempo.
La trampa está en presentarlo como el programa histórico sobre el cual debe
organizarse el movimiento obrero, en sustitución de la perspectiva de su
organización independiente del Estado para luchar por el socialismo11. Es por
eso que el artículo 123 constituye la pieza jurídica clave de la estabilidad de la
república burguesa, no contra los intentos restauradores de las viejas clases
decaídas y derrotadas en la revolución, sino contra los proyectos revolucionarios
de organización independiente de la clase que puede proponerse en el futuro
arrebatar el poder a la burguesía: el proletariado.
Sin que pueda caber la menor duda, lo que surge de la Constitución de 1917,
por las relaciones de propiedad que ésta sanciona y preserva, es una república
burguesa, un Estado burgués. Esto en lo que se refiere al carácter de clase del

11
Del mismo modo, para dar un ejemplo actual, la trampa de los eurocomunistas no consiste en defender
las conquistas democráticas de los obreros europeos –conquistas reales logradas por la lucha de masas–
sino en presentarlas como la vía al socialismo y en concebir la lucha por el socialismo como un proceso de
ampliación y extensión constante de la democracia burguesa parlamentaria, y como un proceso de crecien-
te auto-organización del proletariado y los trabajadores con su propio programa de clases y sus organismos
democráticos de deliberación y decisión.
258 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

Estado: ese carácter no puede sino definirse con el nombre de la clase dominante
a cuyos intereses sirve fundamentalmente –no exclusivamente– el Estado. Por
eso el lenguaje marxista dice “Estado feudal”, “Estado burgués” o “Estado obrero”
cuando quiere aludir inconfundiblemente a su carácter de clase12.
Pero Estado no es lo mismo que gobierno. Un Estado burgués por su
connotación de clase, puede tener diversos tipos de régimen de gobierno,
desde la dictadura fascista hasta la república parlamentaria, del mismo modo
como puede tener diversos regímenes de gobierno un Estado obrero o un
Estado feudal, sin que por ello cambie su carácter de clase. Por eso, al calificar
de “bonapartista” al régimen surgido de la Revolución Mexicana, no se alude
al carácter de clase del Estado ni se está inventando un nuevo tipo de Estado
que no es ni burgués ni obrero. Se está hablando de otra cosa diferente: de su
sistema de gobierno. Quien no comprenda esto, estará haciendo una polémica
falsa contra la utilización de una categoría tan vieja como el método marxista,
que el marxismo revolucionario ha mantenido siempre actual en su instrumental
teórico para precisar el carácter específico de regímenes muy diversos entre sí.
¿Por qué es bonapartista el régimen que Obregón instaura después del
pronunciamiento de Agua Prieta? En esencia, porque se alza por encima de una
situación de equilibrio posrevolucionario entre las clases y asciende al poder
estatal apoyándose en varios sectores de clases contrapuestas, pero para hacer
la política de uno de ellos: la consolidación de una nueva burguesía nacional,
utilizando fundamentalmente la palanca del Estado para afirmar su dominación
y favorecer su acumulación de capital. Obregón sube apoyado por el ejército,
que ve con desconfianza las tentativas de restauración de Carranza; por los
campesinos zapatistas a través de Gildardo Magaña, que esperan el cese de la
represión carrancista y el reconocimiento legal de algunas de sus conquistas
revolucionarias que Carranza les niega; por los obreros de la CROM a través de
Luis N. Morones, que también se oponen a Carranza y conf ían en la aplicación
del pacto del artículo 123; por buena parte de la pequeñoburguesía urbana,
que busca la estabilidad y el cese de las conmociones revolucionarias, y sólo
lo ve posible a través de alguien capaz de mediar con obreros y campesinos;
por una parte de las clases poseedoras –industriales y aun terratenientes–, que
también buscan la estabilidad y el cierre del ciclo revolucionario para reflotar
sus negocios, y ven que el carrancismo es incapaz de asegurar esa perspectiva.
Por razones diferentes, y aun antagónicas, Obregón –como sus antecesores
clásicos, Napoleón Bonaparte (el tío) y luego Luis Bonaparte (el sobrino), en

12
Lo cual, dicho sea de paso, demuestra la pobreza teórica –o la cerrazón política– de quienes han
abolido o consideran tabú la categoría marxista clásica de “Estado obrero”.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 259

condiciones diversas– es llevado al poder alzándose en equilibrio por encima


de esas fracciones de clase, para desarrollar una política típicamente burguesa13.
Con una peculiaridad, sin embargo, en relación con sus modelos. Marx inicia
su Dieciocho Brumario con la frase famosa: “Hegel dice en alguna parte que
todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como
si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra
como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de
1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío”. La peculiaridad
de Obregón es que combina, a la vez, la tragedia y la farsa, el sobrino y el tío,
Napoleón I y Napoleón “el Pequeño”, en una sola figura que va desde su brazo
manco a sus ojillos sonrientes –brazo del general Napoleón Bonaparte, ojos de
su sobrino Luis Napoleón– en una ambigüedad de fondo que es la misma del
régimen del cual es fundador y modelo indiscutible.
Este juego de fuerzas contrapuestas da como resultado una gran
preponderancia del aparato político, que se alza en apariencia por encima
de las clases para administrar como “cosa propia” el Estado burgués y aplicar
su proyecto de desarrollo capitalista. Pero puede hacerlo porque la fracción
vencedora es a la vez la representante y la directora de un ala de la Revolución, no
de la contrarrevolución. De ahí proviene su legitimidad ante las masas y el hecho
de que la memoria histórica de éstas rechace hasta hoy toda interpretación de la
Revolución que la conciba como una derrota pura y simple de sus aspiraciones,
mientras desconf ía invenciblemente de quien quiere presentarla como un
triunfo completo del pueblo mexicano. La llamada “burguesía revolucionaria”

13
Trotsky definió al gobierno mexicano, en la época de Cárdenas, como “bonapartista sui generis”
(véase “La Administración obrera en la industria nacionalizada” y “Los sindicatos en la época del impe-
rialismo”, en León Trotsky, Escritos varios, México, Editorial Cultura Obrera, 1973). Estos análisis han
servido de guía teórica al movimiento trotskista latinoamericano desde entonces para comprender a
regímenes como el de Perón en Argentina o el de Villarroel en Bolivia, para citar ejemplos ya clásicos,
a quienes los Partidos Comunistas en su momento calificaron de “fascistas”. En mi libro La Revolución
interrumpida (y en su antecedente inmediato, la defensa política presentada ante los tribunales mexi-
canos en junio de 1968), utilizo los análisis de Trotsky y la categoría de “bonapartismo” para definir el
carácter del régimen de Obregón y de sus sucesores. En general, todas las tendencias del trotskismo
coinciden en considerar como una variante del bonapartismo a los gobiernos surgidos de la Revolución
Mexicana. Ninguna de ellas, sin embargo, pone en duda el carácter de clase burgués del Estado mexi-
cano ni –mucho menos– utiliza la expresión “revolución bonapartista”, incongruente en sí misma. En
buena teoría marxista, ambos términos se contraponen, ya que “bonapartismo” se refiere esencialmente
a un régimen político que surge de determinado equilibrio –prerrevolucionario o postrrevolucionario–
en la relación de fuerzas entre las clases, y “revolución” alude, en esencia, a una ruptura violenta de
todo equilibrio en esa relación de fuerzas. Los Bonapartes no hacen revoluciones: dan golpes de Estado.
260 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

no obtiene el consenso para su régimen en cuanto burguesía capaz de dirigir la


nación (como Napoleón y la burguesía francesa), sino en cuanto “revolucionaria”
heredera de la tradición y del mito de la revolución, que explota a su favor. En
esa ideología de la Revolución Mexicana, en ese mito que legitima al poder
burgués, queda atrapada la conciencia de las masas en todo el período posterior.
Pero como todos los mitos, éste tiene raíces en la realidad –y raíces no lejanas,
en este caso–, aunque sus ramas, su follaje y sus flores adormecedoras crezcan
frondosamente en el aire viciado de las ideologías estatales.
El Estado de la nueva burguesía se impuso sobre las masas pero quedó
dependiente de su apoyo y su consenso. Las masas que hicieron la Revolución no
triunfaron. Pero tampoco fueron vencidas. Esta contradicción explica y atrapa a
todo el sistema estatal alzado y desarrollado en la época posterior y es un resorte
oculto en cada una de sus contradicciones interiores.

6. Los nombres de la Revolución:


ruptura y continuidad

Podemos llegar ahora a la cuestión de los nombres de la revolución sabiendo que


de lo que se trata, en definitiva, no es de ponerle un nombre, sino de definirla
teóricamente. Y la teoría no puede ignorar esta extrema complejidad de la
realidad, pero tampoco tiene porqué rendirse agnósticamente ante ella.
Por sus objetivos programáticos y sus conclusiones, la Revolución Mexicana no
sobrepasó los marcos burgueses. En ese sentido, no es ilegítimo ubicarla entre las
revoluciones burguesas democráticas. Pero si nos quedáramos allí, ignoraríamos
su especificidad de masas, su lógica interior de revolución permanente, los rasgos
que la llevaban a sobrepasar esos límites y su ubicación en la historia universal
en la frontera entre las últimas revoluciones burguesas y la primera revolución
proletaria, la de octubre de 1917 en Rusia. Haríamos lo contrario de lo que hicieron,
entre otros, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, al analizar en su complejidad
en movimiento la Revolución Rusa de 1905, sin encerrarse en la querella de los
nombres. Más aún, lo primero que tenemos que decir es que como revolución
burguesa está incompleta (como todas las revoluciones burguesas de este siglo en
los países dependientes) porque la burguesía no ha cumplido ni puede cumplir sus
tareas fundamentales: fundamentalmente, no ha resuelto el problema de la tierra
ni el de la independencia nacional. No ha realizado la nación burguesa, ni puede
hacerlo ya en la época del imperialismo y del capitalismo declinante.
Por la dinámica interior del movimiento de masas, por la “irrupción violenta de
las masas”, particularmente en su fracción más radical, la revolución superaba los
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 261

marcos burgueses y adquiría un sentido potencial y empíricamente anticapitalista.


Esto se expresó, aún con todos sus límites, en la legislación zapatista y en su alianza
con el magonismo. A falta de dirección obrera, este contenido no podía desarrollarse
ni manifestarse en toda su plenitud; pero quedó presente en la conciencia y en la
experiencia histórica de las masas, que fueron sus portadores y protagonistas, y
marcó en parte a la izquierda jacobina de la democracia pequeñoburguesa, tanto
en la Convención como en Querétaro. Hay que pensar que era apenas 1916, y que
la Revolución Rusa de 1917 era todavía cosa del futuro.
Es esta dinámica la que quedó, no incompleta, sino interrumpida, dejando
en las masas un sentimiento de revolución inconclusa que, si los revolucionarios
marxistas no saben explicarlo, lo utiliza la burguesía como alimento de sus
mistificaciones ideológicas. Decimos interrumpida porque obviamente no
continuó, pero tampoco fue dispersada, aplastada ni vencida, en cuyo caso
el régimen posterior no habría necesitado ser bonapartista, sino que hubiera
expresado en forma directa y sin mediaciones la dominación de la burguesía, tal
como lo concebía y como trató de imponerlo tenazmente Carranza, o como soñó
establecerlo al principio Madero.
La idea de la interrupción de la Revolución –el término puede ser otro
equivalente; lo que interesa es el concepto– es una respuesta al siguiente problema
fundamental de la historia contemporánea de México: saber si un abismo,
una ruptura completa e histórica separa a la futura revolución socialista de la
experiencia y las conquistas de la Revolución Mexicana; o si lo que ésta ha dejado
en la conciencia organizativa y en la experiencia histórica de las masas mexicanas
puede integrarse y trascrecer en los contenidos anticapitalistas de la revolución
socialista. Según la respuesta que se dé a este problema, surgen dos concepciones
diferentes de las tareas presentes y futuras de los revolucionarios en el país.
Indudablemente, la idea de la simple continuidad de una revolución
victoriosa es una idea burguesa, ingrediente básico en todas las mistificaciones
de la burguesía en el poder, para asegurarse el consenso de las masas. Pero
dar por simplemente derrotadas a las masas en la Revolución es una idea
ultraizquierdista –es decir, propia de una ideología pequeñoburguesa– que pasa
por encima de la experiencia y la conciencia reales acumuladas en las masas,
y deja entonces a éstas a merced de la mistificación burguesa (que tiene esa
base real) y en los límites en que la ideología oficial del Estado las encierra. Es
imposible, entonces, organizar la ruptura de la conciencia de las masas, que no
puede partir sino de su experiencia, con el Estado de la burguesía que se ampara
en el mito de la Revolución Mexicana.
La organización de la revolución socialista supone una ruptura con ese mito,
no una continuación de la vieja Revolución Mexicana, porque supone una ruptura
262 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly

con el Estado burgués engendrado por esta Revolución. Significa una nueva
revolución; pero sus premisas se nutren de las tradiciones de masas de la anterior.
Es a ese nivel donde se establece la continuidad, mientras al nivel programático
se opera la ruptura. Sin esta comprensión de los dos niveles, que corresponde a la
combinación de la Revolución Mexicana ya analizada, no se puede comprender
la combinación en movimiento de ruptura y continuidad, que es la esencia de
todo trascrecimiento de la conciencia de las masas desde un nivel programático
a otro superior, en este caso, desde el nivel nacionalista y revolucionario al
nivel socialista. Allí reside la cuestión esencial de toda revolución: organizar la
conciencia y, en consecuencia, la actividad de las masas. Pero esto no es posible si
se ignoran sus experiencias pasadas o se miden erróneamente sus conclusiones.
Por eso la importancia de un juicio preciso sobre la Revolución Mexicana para
cualquier proyecto revolucionario socialista presente y futuro.
En un plano más general, toda tarea organizativa de ese tipo requiere
comprender en toda su dimensión la conciencia y la experiencia adquiridas y
acumuladas por las masas y por la nación. El pueblo de México aprendió en su
propia historia que la revolución es violenta; ésa es la enseñanza del villismo y
del zapatismo. Su vanguardia obrera necesita hacer suya, en sus formas actuales
de organización, la lección fundamental del zapatismo: es necesario organizar a
la clase obrera y a las masas fuera del Estado, independientemente de éste; son
necesarios los órganos de decisión que representen y garanticen la autonomía de
la clase obrera y de las masas: es necesario el programa revolucionario de clase
que exprese esa autonomía.
La Revolución Mexicana modeló de abajo a arriba a este país. Forjó y
templó, en el sentido más extenso de la palabra, el carácter, la decisión, la
conciencia, las tradiciones del pueblo de México. Las masas que salieron de la
tormenta revolucionaria en 1920 no eran las mismas que la desencadenaron
en 1910: habían derribado varios gobiernos; habían destruido la clase de sus
opresores más odiados, los terratenientes; habían ocupado con sus ejércitos
revolucionarios la vieja capital de los opresores; habían derrotado, humillado y
destruido a su ejército, el mismo que por tantos años había sido el símbolo de la
represión y el terror contra las masas; habían ejercido formas de autogobierno;
habían ocupado y repartido tierras; habían enviado a sus jefes militares a la
Convención. En una palabra, habían irrumpido en la historia por primera vez,
tomando violentamente en sus manos, mientras la Revolución ardió, el gobierno
de sus propios destinos.
Ningún revolucionario puede preparar el futuro de México si no estudia,
comprende, asimila e incorpora al programa de la revolución socialista esa
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 263

experiencia y esas conclusiones colectivas de las masas del país. Ésta es nuestra
preocupación, no una discusión académica sobre nombres, por la interpretación
marxista de la Revolución Mexicana. Creemos que es esta misma preocupación
la que nos reúne a todos en este debate.
264 La guerra de clases en la Revolución Mexicana Adolfo Gilly
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 265

Estado y Revolución en el proceso mexicano


Manuel Aguilar Mora

Breves notas introductorias

Este texto es el de una conferencia impartida en un ciclo realizado en la


Facultad de Economía de la UNAM en junio de 1977 en el que participé jun-
to con Adolfo Gilly, Arnaldo Córdova, Armando Bartra y Enrique Semo.
Fue organizado por Salvador Martínez Della Roca, mejor conocido como
el Pino, con el título de “Interpretaciones de la Revolución Mexicana”, mis-
mo título del libro que dos años después reprodujo las cinco conferencias
“en versiones ampliadas y corregidas”. Pero en realidad sólo cuatro de sus
autores pudieron realizar tal corrección y ampliación de sus trabajos, pues
en mi caso, por muy diversos motivos, me fue imposible hacerlo.
Por lo tanto, el presente texto que se publica en esta obra reproduce
tal cual la conferencia que pronuncié hace más de treinta años. Fue un
texto que, junto con los otros cuatro trabajos, disfrutó de una gran popu-
laridad desde el momento en que la editorial Nueva Imagen los publicó
en 1979, realizándose después más de veinte reediciones del mismo. Para
su actual republicación sólo he corregido una serie considerable de erra-
tas y redondeado frases que estaban incompletas o eran confusas.
266 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

Con motivo del Centenario de la Revolución Mexicana que oficial-


mente celebran los herederos directos de los contrarrevolucionarios de
entonces, pues eso son en gran medida los panistas y muchos de los priís-
tas que más que nunca son más institucionales que revolucionarios, no es
gratuito ni mucho menos recordar y difundir el verdadero contenido de
ese movimiento matriz, para bien y para mal, del México del siglo XX. Por
eso no hay más que felicitar a los inspiradores y ejecutores de la presente
edición, los compañeros y compañeras de la nueva editorial Armas de la
Crítica, por la publicación de este libro con un conjunto de materiales
marxistas que enfocan a profundidad el contenido y desarrollo de este
hito histórico tanto de nuestro país como de América Latina.
¿Qué puedo agregar a lo dicho hace más de tres décadas? Mucho y
muy poco, al mismo tiempo. Muy poco porque la visión que expone la
conferencia, a saber, entender a la Revolución Mexicana con los concep-
tos del materialismo histórico, se mantiene firme, prácticamente intacta
después de tantos años. Mucho, porque es también mucho lo que se ha
publicado y ha enriquecido el conocimiento de la Revolución Mexicana
durante el tiempo que ha transcurrido desde entonces. Pero rehacer el
texto o escribir uno nuevo no haría justicia al presente trabajo que se
sostiene por sí mismo. En otros textos míos ya publicados y que estoy
preparando, expongo y expondré algunas de las conclusiones que enri-
quecen lo planteado hace treinta años.
Aquí sólo quisiera aprovechar la ocasión para saldar una deuda que
tengo con la defensa de mi trabajo, así como hacer algunas pertinentes
aclaraciones que permitan entender mejor el contexto en que fueron es-
critas las páginas siguientes.
El ensayo, en general, fue bien recibido y evaluado positivamente por
la mayoría de sus lectores. Mas hubo uno en especial, doctor en historia
de la Universidad de Cambridge y eminente sabio inglés que se ha dedi-
cado a estudiar la Revolución Mexicana, autor de trabajos considerables
entre los cuales en primerísima línea se encuentra precisamente su His-
toria de la Revolución Mexicana, libro agotado desde hace décadas. Por
supuesto, se trata de Alan Knight, quien en una crítica a este texto hizo
una referencia burlona a mi caracterización de la formación social del
campo del México porfiriano, como “feudocapitalista”1.

1
Alan Knight: “La Revolución Mexicana: ¿burguesa, nacionalista o simplemente ‘una gran rebelión’?”,
en Cuadernos Políticos, núm. 48, México, octubre-diciembre de 1986.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 267

Afortunado o no, el término “feudocapitalista” era (y lo sigue sien-


do) para mí un intento de caracterizar la formación social complejísima
del México del porfiriato. Mi conocimiento de la concepción de la ley
del desarrollo desigual y combinado, de raigambre marxista y cincelada
magníficamente con la teorización de León Trotsky a partir de las lec-
ciones de las revoluciones rusas, me permitía entender la combinación
que dentro de un proceso de penetración y hegemonía cada vez mayores
del capitalismo en el México de fines del siglo XIX y principios del XX ha-
cían de la estructura socioeconómica del porfiriato una abigarrada red de
relaciones contradictorias capitalistas y precapitalistas. Precapitalistas, o
sea, relaciones de servidumbre (el peonaje acasillado), de cuasi esclavitud
(como el trato a los indios yaquis secuestrados de Sonora y enviados a las
plantaciones tropicales del sureste e incluso muchos de ellos exportados
para trabajar en los ingenios de Cuba) y tantos otros casos parecidos.
La obvia actitud hostil de Knight con respecto al marxismo, según él
una disciplina que prácticamente no tiene nada de “científico”, explica su
desdén ante este intento de los marxistas por entender la complejidad del
México prerrevolucionario como un país en donde las clases gobernantes
ejercían su dominio del modo más cruel e inhumano. Era el México bár-
baro del socialista estadounidense John Kenneth Turner que en esos años
colaboraba con los magonistas.
Knight debió leer las citas que hago de los análisis de Friedrich Katz
quien, como lo hacen otros investigadores, explica de modo creíble la si-
tuación de servidumbre prevaleciente en el campo mexicano dominado
por las haciendas porfiristas. Veinte años después Katz, en su monumen-
tal biograf ía de Pancho Villa ratificó este análisis y lo vinculó directamente
a la explicación del surgimiento del poderoso movimiento revolucionario
que fue el villismo. Es realmente extraño que el escrupuloso historiador
británico que es Knight no aprecie la vigencia, dentro de las peculiarida-
des mexicanas, de la ley del desarrollo desigual y combinado en México
durante los años previos de la Revolución, tal y como en el mismo mo-
mento histórico era vigente, de acuerdo con las peculiaridades rusas, en el
país donde se gestaba la primera revolución socialista de la historia.
Como se aprecia desde el mismo título del texto, mi intención no sólo
era detenerme en el análisis macrohistórico interpretativo del proceso
revolucionario de 1910-19, matriz del México contemporáneo, sino que
intenté aproximarme también al tratamiento de su consecuencia funda-
mental, el nuevo régimen que surgió en 1917 y específicamente en 1920:
el enigmático y camaleónico estado de “la revolución hecha gobierno”
268 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

que culminó en el imperio del PRI, ese típico y “muy mexicano” engendro
a la vez “revolucionario” e “institucional”. El texto fue sólo una aproxima-
ción, una especie de incursión en las playas de un océano de interpreta-
ciones, polémicas y teorías que colman bibliotecas y hemerotecas y que
siguen siendo una cuestión candente en la política cotidiana del país.
Pero ya desde ésta, que fue una de mis primeras exposiciones siste-
máticas de la teoría del bonapartismo mexicano, el debate reverbera en
sus páginas. Durante el ciclo mismo de las conferencias, como se puede
apreciar más adelante, debí aclararle a Arnaldo Córdova su errónea in-
terpretación de la concepción general del bonapartismo en Marx así
como de su aplicación a la experiencia mexicana de Trotsky, quienes
nunca consideraron al bonapartismo como revolucionario sino todo
lo contrario. Fue tan evidente la malinterpretación que hacía el profesor
Córdova que también Adolfo Gilly dedicó en su texto algunas líneas para
polemizar con él sobre el particular. Después, por mi parte, he escrito
abundantemente sobre el tema empezando con los dos tomos de El bona-
partismo mexicano, (Juan Pablos, primera edición, 1982) y más reciente-
mente en mi libro El escándalo del Estado / Una teoría del poder político
en México, (Fontamara, 2000).
Más aún, cito al final de ensayo un párrafo de uno de los documentos
programáticos del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que
recién acababa de fundarse en 1976 y del cual era yo entonces uno de sus
miembros dirigentes. El objetivo de la cita era mostrar la importancia que
tenía la caracterización correcta del régimen bonapartista no sólo para mí
en particular, sino para enfatizar como el nuevo partido se armaba teóri-
camente lo mejor posible para comprender al Estado que enfrentaba en su
lucha revolucionaria.
Hoy la situación es diferente y sólo me restaría reconocer aquí que
todavía debemos una explicación exhaustiva del proceso de decadencia
del longevo régimen de los bonapartes priístas cuya crisis final comenzó
con el fraude electoral de 1988 que llevó a la presidencia a Carlos Salinas
de Gortari y que terminó en el año 2000 con la transición electoral pacta-
da con el Partido de Acción Nacional (PAN). La tarea ante nosotros es des-
cifrar la evolución del “nuevo régimen democrático” cuyos dos gobiernos
panistas han demostrado que todavía están lejos de haber superado por
completo la herencia del corporativismo y los mecanismos característi-
cos del tradicional sistema priísta.
La hibridez y malformación del nuevo “régimen democrático” lo han
puesto rápidamente en crisis. Primeramente en 2006 cuando el presi-
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 269

dente Vicente Fox debió recurrir a otro gigantesco fraude electoral para
lograr imponer una sucesión presidencial “a modo”, es decir, poniendo en
la silla presidencial a uno de su partido. Esto último determinó que desde
su inicio el gobierno de Felipe Calderón, con la pesada carga ilegítima de
su origen, sacara al ejército de sus cuarteles para emprender una “gue-
rra contra la delincuencia del narcotráfico” que cada vez más muestra su
verdadero carácter de una ofensiva intimidatoria y represiva contra una
población cuyo descontento aumenta.
La pertinencia candente de esta interpretación teórica para la acción
política revolucionaria es evidente en este momento histórico próximo
a las elecciones presidenciales del 2012 en las que el pueblo trabajador
está confrontado ante una aparentemente fatal disyuntiva: o seguir pa-
deciendo la devastación de los gobiernos de la derecha clerical panista o
volver a ser las víctimas de la dominación del decrépito PRI, cuyo regreso
vengativo sería de temerse.
El nuevo movimiento socialista revolucionario que está surgiendo en
México, todavía disperso, pero que el proceso de la lucha de clases hará
que sus mejores elementos converjan cada vez más hacia la unificación de
sus fuerzas, tiene en su seno los acervos de lucidez y profundidad capaces
de lograr el desciframiento de la compleja situación por la que atraviesa
la recomposición de la dominación capitalista en el país. De esa tarea
depende, en gran medida, la correcta derivación de las líneas políticas
revolucionarias conducentes para forjar el programa y la organización
de la alternativa independiente, democrática y socialista absolutamente
necesaria para garantizarla victoria de las futuras luchas populares.

Septiembre de 2010

Este trabajo estará dedicado a precisar uno de los aspectos fundamentales del pro-
ceso revolucionario mexicano. A saber, el del Estado surgido de la Revolución, sus
nexos con ella, sus contradicciones internas, su historia, su caracterización y su
perspectiva, pues, a casi sesenta años de que surgió, sigue vigente en la actualidad.
Tanto en el capítulo de Adolfo Gilly como en el de Arnaldo Córdova, se ha
presentado un panorama socioeconómico amplio y verídico de las fuerzas sociales
presentes en el proceso. Armando Bartra, por su parte, ha explicado detallada y
magistralmente las razones por las cuales la alternativa proletaria se frustró, fue
incapaz de fusionarse con la fuerza más dinámica y poderosa de la Revolución y
acabó abriendo la puerta a las soluciones burguesas. Mi esfuerzo se concentrará en
270 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

demostrar la dinámica de esta Revolución y sus nexos internos que resultaron en


concreto en el “Estado revolucionario mexicano”, el cual políticamente surgió a raíz
del golpe de Estado del grupo sonorense que se abanderó con el llamado “Plan de
Agua Prieta” en 1920, aunque, ideológicamente, tiene sus fuentes tanto en la Con-
vención de Aguascalientes de 1914 como en el Congreso Constituyente de 1917.

La Revolución Mexicana fue una revolución permanente, expresión de una


sociedad trabajada a fondo por el desarrollo desigual y combinado

En efecto, la Revolución Mexicana se dio en un contexto histórico-interna-


cional en el que el ciclo de las revoluciones democrático-burguesas había llegado
a su fin y en que se iniciaba el ciclo de las revoluciones proletarias. La experiencia
de 1848-1849 condujo a Marx y Engels a la conclusión de que la burguesía de Eu-
ropa occidental había agotado sus potencialidades revolucionarias totalmente.
En 1871, la Comuna de París sancionó en la práctica la madurez del proletariado
europeo para hacerse cargo de la hegemonía del proceso revolucionario, que, en
esas circunstancias, culminaría en la dictadura del primero.
En los países atrasados y determinados todavía por relaciones de producción
con muchos elementos precapitalistas, feudo-capitalistas o capitalistas insufi-
cientemente desarrollados, las tareas de la revolución burguesa fueron estudiadas
a fondo y resueltas en la práctica por la obra de Lenin, Trotsky y los bolcheviques,
herederos en las condiciones del imperialismo, del marxismo revolucionario. La
solución dada por los bolcheviques permanece, sesenta años después de realiza-
da, insuperada y confirmada al mismo tiempo por las revoluciones triunfantes
así como por las contrarrevoluciones realizadas en el llamado “Tercer Mundo”.
Sintetizando, esa concepción puede definirse de la siguiente manera:

a) El imperialismo, última etapa del capitalismo, exacerba las tensiones de una


estructura económica mundial resultante de la ley de desarrollo desigual y com-
binado. La economía mundial es una realidad que determina las economías na-
cionales, las cuales pasan a ser expresiones, contradictorias o no, de la primera.
b) El imperialismo forja un enjambre económico jerarquizado en el cual existen
las formaciones dominantes y las dominadas, las centrales y las dependientes.
c) La penetración del capitalismo en las economías precapitalistas o capi-
talistas atrasadas adquiere rasgos sumamente contradictorios. En primer
lugar, el poderío financiero de los países centrales destruye la posibilidad
del avance de las burguesías dependientes. Los países avanzados obstacu-
lizan el progreso de los atrasados, incluso en condiciones capitalistas. Los
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 271

capitalistas extranjeros se apoderan de los recursos más importantes en el


renglón de las materias primas, concentrando la producción a la exporta-
ción. Así, al mismo tiempo que el imperialismo incorpora a todos los países
al mercado mundial, preserva en su interior una estructura económica que
impide –hace muy dif ícil y cuando la permite, la subordina totalmente–, la
industrialización y la modernización de los países atrasados.
d) Este desarrollo desigual y combinado implica una estructura social extre-
madamente peculiar. La burguesía nacional se debilita hasta llegar a depen-
der fundamentalmente del imperialismo extranjero. En cambio el proletaria-
do, debido a que surge no sólo por motivos internos, sino fundamentalmente
por la inversión de capital extranjero, se desarrolla con mayor fuerza2.

En la conformación de este mercado mundial del imperialismo es necesa-


rio distinguir varias etapas. Etapas que se relacionan con los diversos ciclos por
los que ha atravesado el centro imperialista, primero directamente vinculado a
Europa Occidental y después de la Primera Guerra Mundial, ligado ante todo a
Estados Unidos. En la actualidad atravesamos un tercer período en el que el de-
sarrollo desigual ha quitado al imperialismo yanqui la hegemonía absoluta que
disfrutaba hace tres o cuatro décadas.
En la estructura misma del capitalismo de los países dependientes sucedió un
cambio fundamental que selló su destino como países periféricos: al dominar el ca-
pital extranjero los procesos fundamentales de acumulación de capital en los países
subdesarrollados, éstos fueron sometidos a un papel complementario del desarrollo
de la economía de los países imperialistas. Esta situación complementaria explica
el que estos países hayan sido hace 50 años fundamentalmente agroexportadores y
sean hoy países que experimentan cierto grado de industrialización, ante todo en las
ramas de los productos no duraderos: aparatos domésticos, automóviles, etcétera.
La estructura de la economía mexicana durante el porfiriato fue conformada
de acuerdo con los ejes centrales descritos del surgimiento del imperialismo.
Ernest Mandel, en su libro El capitalismo tardío, afirma que “la directa interven-
ción del capital occidental en el proceso de acumulación originaría del capital en
los países subdesarrollados estuvo determinada en un grado significativo por la
presión compulsiva de este capital a organizar la producción capitalista de mate-
rias primas en gran escala”3. Y prosigue precisando aún más:

2
Jacques Valier: “Impérialisme et révolution permanente”, en Critiques de l'économie politique, núm.
4-5, julio-diciembre de 1971, París, pp. 4-9.
3
Ernest Mandel: “La estructuración del mercado imperialista”, en El capitalismo tardío, Ediciones Era,
1979, México, pp. 272-279.
272 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

La producción capitalista de materias primas en los países subdesarrollados significó,


sin embargo, una producción capitalista bajo condiciones socioeconómicas de pro-
ducción muy precisas.
La enorme cantidad de mano de obra barata disponible en los países subdesarrollados
hacía poco ganancioso usar capital fijo a gran escala. La máquina moderna no podía
competir con esta mano de obra barata. En el ámbito de la agricultura, por tanto, esto
condujo esencialmente a una economía de plantación, esto es, a un capitalismo prein-
dustrial, el capitalismo del período de las manufacturas.
La ventaja de la nueva plantación comparada con la economía de plantación precapi-
talista residía, ante todo, en la introducción de una división de trabajo elemental entre
los trabajadores manuales, una mayor disciplina de trabajo y una organización y un
sistema de contabilidad más racionales. En la esfera de la minería, es verdad, el modo
de producción capitalista de materias primas en los países subdesarrollados sí implicó
la introducción de la maquinaria capitalista y el inicio del capitalismo industrial. Pero
aquí, también, los bajos precios de la mercancía mano de obra, las proporciones gigan-
tescas del ejército industrial de reserva y el desahucio relativo del proletariado en estas
condiciones, cambió el centro de gravedad del capital de la producción de plusvalía
relativa, ya dominante en el Occidente, a la producción de plusvalía absoluta4.

He aquí analizados los factores condicionantes de la formación económica del


México durante el porfiriato. Un país convertido en una gigantesca plantación desde
las haciendas henequeneras de Yucatán hasta los latifundios ganaderos de Chihua­
hua, pasando por los campos tabacaleros y cafetaleros del Valle Nacional y las estan-
cias e ingenios azucareros de Morelos, Veracruz y Puebla. Si a este panorama agre-
gamos las minas del centro y norte del país, concebiremos con realidad el inmenso
territorio que albergaba a la masa de peones, mineros semiproletarizados insertos en
un sistema capitalista preindustrial, abundante de relaciones sociales precapitalistas.
El impacto de la demanda de materias primas durante el porfiriato puede
apreciarse sumariamente en la siguiente estadística de los cinco productos más
importantes de la agricultura tropical:

ARTÍCULO 1877 1910

Caucho 27 7 443 Aumento de la producción, 1877-1910 (ton)

Café 8 161 28 014 FUENTE: El Colegio de México,

Tabaco 7 504 8 223 Estadísticas económicas del porfiriato:

Henequén (sisal) 11 383 128 849 Fuerza de trabajo y actividad económica

por sectores,
Azúcar 629 757 2 503 825 México, 1961, pp. 71-83.

4
Ibidem, p. 284.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 273

François Chevalier, en su análisis detallado de la economía morelense duran-


te el porfiriato, describe con pluma incisiva las transformaciones de los ingenios
en el agro hasta entonces dominado por las viejas comunidades indígenas, las re-
sistencias de las “repúblicas de indios” que habían logrado atravesar casi inmuta-
bles por el secular recorrido colonial e independiente cuyas tierras expropiadas
estaban siendo transformadas en grandes empresas agroindustriales trabajadas
por peones acasillados5.
Consideramos que el resorte último y la clave misma de la Revolución, de su
estallido y desarrollo, se encuentran precisamente en lo anterior. O sea en el con-
flicto existente en México desde la misma Independencia pero que la penetración
imperialista –expresada por la dictadura porfirista en la superestructura política–,
exacerba y tensa hasta hacerlo estallar irremisiblemente, entre una masa campe-
sina de siervos semiproletarizados y la burguesía nacional e imperialista, la cual
debe imponer el capitalismo en el país a costa de la expropiación masiva de las
comunidades indígenas y demás sectores campesinos, para crear un proletariado
y para realizar, en el caso de la burguesía autóctona, la acumulación originaria. La
Revolución Mexicana expresa, a este nivel, el fracaso de la vía capitalista impuesta
por el imperialismo debido a la resistencia campesina o, mejor, la resistencia de la
masa semiproletarizada del campo mexicano de 1910.
Una ojeada sobre la estructura de la fuerza de trabajo en el campo, esto es, de
la abrumadora mayoría de los trabajadores mexicanos, nos lleva a citar el trabajo
interesante y preciso del historiador Friedrich Katz titulado “Las condiciones de
trabajo en las haciendas de México durante el porfiriato: modalidades y tenden-
cias”. En él se señalan tres regiones en el sur, centro y norte del país, las cuales,
dentro de las diversas particularidades, se distinguían a grandes rasgos por las si-
guientes características: la creciente demanda, ante todo exterior, de productos
agropecuarios, unida a una inversión extranjera en aumento en todo el país pero
en especial en el Sur (capital yanqui, alemán, español, cubano y francés), generó
un notable aumento de peonaje por endeudamiento (acasillado), con modalidades
muy parecidas a la esclavitud. Por el contrario, en el Norte, estas mismas causas tu-
vieron un efecto contrario: el peonaje por endeudamiento disminuyó y, en algunos
casos, desapareció por completo. Las razones fueron que el aislamiento geográfico
y la falta de industrias en el Sur propiciaron el aumento del peonaje por endeuda-
miento, mientras que en el Norte, la proximidad con Estados Unidos y la creciente
demanda de brazos en las minas y en la industria debilitaron el peonaje acasillado6.

5
Francois Chevalier: “Un factor decisivo de la revolución agraria en México: la insurrección de Zapata,
1911-1919”, en Cuadernos Americanos, CXIII, núm. 6 (noviembre de 1960), pp. 167-187.
6
Friedrich Katz: “Condiciones de trabajo en las haciendas de México durante el porfiriato: modalidades y
274 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

En el centro del país, en cambio, las tendencias fueron contradictorias. Como


la región más poblada y sujeta a una tradición secular, el centro experimentó la
tradicional expansión de las haciendas a expensas de las comunidades. En el porfi-
riato, la expansión de los latifundios llegó a un punto crítico. La expulsión masiva
de los indios de sus tierras resultó sumamente contradictoria, lo que hizo surgir
un tejido social mucho más complejo que en las otras dos regiones. Por su parte,
la abundancia de mano de obra era un freno para la aparición de formas esclavis-
tas, e incluso minaba la institución pivote de la hacienda del altiplano, el peonaje
acasillado. Sin embargo, las relaciones sociales y políticas chocaban con esa ten-
dencia debido tanto a la ausencia de una salida industrial del empleo de la fuerza
de trabajo, como a la necesidad política de la oligarquía hacendaría de mantener
su hegemonía. La contradicción era tanto más fuerte y el anacronismo del tingla-
do político tanto más evidente, en la medida en que al encargarse la hacienda del
centro de abastecer ante todo el mercado interno de víveres, quedaba marginada
de las grandes ganancias del sector agroexportador tanto del Sur como del Norte.
A fines del porfiriato tuvo lugar un proceso contradictorio en el centro del
país. La pérdida de incentivos de todo este sector que no participaba de las super-
ganancias agroexportadoras se tradujo, en un momento dado, en su contrario, o
sea en la elevación de los precios de los cereales que comenzaron a escasear y que
propició la decadencia del sistema hacendario en su conjunto. En ese momento, la
presión sobre todo de la masa recientemente desposeída de tierra resultó irresisti-
ble7. La aldea, la comunidad se defendieron, y en su reacción defensiva produjeron
la revolución social.
Fue esta estructura socioeconómica la que creó el escenario en donde se de-
sarrolló el proceso revolucionario. Para analizar éste y comprenderlo en toda su
amplitud y profundidad es necesario, sin embargo, tener en cuenta las premisas
metodológicas ya expuestas en este libro por Adolfo Gilly. En efecto, para ana-
lizar la dinámica de la Revolución, una vez disecada la anatomía social y econó-
mica que en última instancia la produjo, es necesario pasar del nivel estructural
objetivo al nivel superestructural subjetivo, es decir, debemos trasladarnos del
espacio sociológico y económico al propiamente político.
Es la política, después de todo, la que explica el proceso revolucionario en
concreto, pues la revolución es básica y simplemente una espectacular lucha de
clases. La revolución no es sino la voluntad consciente, la acción transformado-
ra que subjetivamente pone en marcha a esa “locomotora de la historia” como
la definió Marx. Y aquí las tradiciones populares, las formas organizativas y la

tendencias”, en La servidumbre en México en la época porfiriana, México, Sep Setentas, 1976, p. 40.
7
Eric Wolf: Las luchas campesinas del Siglo XX, México, Siglo XXI, 1969, p. 37.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 275

resistencia a las fuerzas antipopulares de todo tipo, hasta llegar a las porfiristas,
son las que determinaron el estallido y el desarrollo revolucionarios. Son las que
explican, a fin de cuentas, el por qué fue en México y no en otro país de América
Latina, en donde se produjo la más formidable oposición a la penetración impe-
rialista antes de la Revolución Cubana. Es la incorporación de este aspecto subje-
tivo en el análisis de la revolución lo que permite hacer a éste global y, por tanto,
consecuente con los intereses del proletariado; determinación y criterio de crite-
rios para permanecer en el ámbito de una concepción marxista revolucionaria.
El carácter permanente de la Revolución Mexicana encuentra su fundamento
en el hecho de que su fuerza motriz principal la constituyó esta masa semiproleta-
rizada y campesina que se incrustó al principio en la fisura que el sector liberal de
Madero hizo en el aparato dirigente al lanzarse a una insurrección armada contra
la dictadura de Díaz y que lo desbordó después cuando Madero, fiel a sus intereses
de clase, pactó con el ancien régime para enfrentarse a sus antiguos aliados campe-
sinos. La operación maderista definió a la perfección los deseos y las limitaciones
del sector burgués liberal y modernizador, ante todo norteño, que entró en contra-
dicción con el régimen autocrático de Díaz. Subjetivamente, si el maderismo hu-
biera dominado el proceso revolucionario (y básicamente incluyo al carrancismo
en la misma corriente), la Revolución Mexicana se habría quedado en una reforma
política muy profunda, pero totalmente encuadrada dentro de un régimen y unas
relaciones de clase sustancialmente semejantes a las del porfirismo.
El carácter permanente de la Revolución Mexicana fue dado por el desborda-
miento político de las masas semiproletarizadas del campesinado que emprendie-
ron la resolución de las tareas democrático-burguesas en una forma plebeya, dado
el hecho de que la burguesía estaba simplemente en contra de resolver tales tareas
(como fue el caso de los sectores oligárquicos, los mayoritarios que fueron fieles
a Díaz hasta el final y que apoyaron después el golpe de estado restauracionista
de Victoriano Huerta) o era conciliadora y titubeante, acabando en capituladora
(como el grupo liberal de Madero, minoritario dentro de la clase dirigente).
Este fenómeno, precisamente, fue destacado desde 1848 por Marx y Engels.
Existen muchas citas que podrían ser traídas aquí para mostrar que los dos clá-
sicos constataron desde ese entonces la impotencia y pusilanimidad de la bur-
guesía alemana ante las tareas burguesas de la revolución. Objetivamente Marx
y Engels reconocían el carácter burgués de dichas tareas, pero subjetivamente
tanto preparaban al proletariado para forjar una alianza con la burguesía para
resolverlas, como advertían al primero de los titubeos crecientes de la última,
titubeos que acabaron en impotencia y cobardía absolutas.
Ya Daniel Guérin nos ha mostrado en su notable y enjundioso estudio sobre
la gran Revolución Francesa de 1789, el carácter dual del enfoque marxista de la
276 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

revolución que se expresa incluso en su análisis histórico8. Ha señalado cómo,


aun en la revolución burguesa por excelencia, el empuje y la presión de los bras
nus y sansculottes, los sectores plebeyos más próximos a un proletariado de una
sociedad burguesa todavía no industrializada, fueron determinantes para obligar
a la burguesía a avanzar, y cómo en diversas ocasiones fue el desbordamiento de
las soluciones, incluso jacobinas, por parte de los dichos sectores, lo que garan-
tizó la derrota de los monárquicos y feudales. Aún más, Guerin muestra que en
todos los casos en que el ala más avanzada de la Convención encabezada por
Robespierre, resistió e incluso reprimió la fuerza de los bras nus y sansculottes,
la revolución burguesa dio marcha atrás, lo cual condujo, después de todo, al
Thermidor y, después, al primer bonapartismo, el de Napoleón I. Igualmente se-
ñala Guerin en su obra, ejemplo de aplicación del método marxista a un proceso
revolucionario, cómo aún en plena etapa de la revolución burguesa clásica, la
masa plebeya de París, encabezada por Hébert y sus compañeros, logró en 1794
protagonizar los primeros embriones de democracia proletaria, de tipo conse-
jista (en el siglo XX el sistema soviético de 1905 y de 1917)9. Finalmente, sobre
el particular, no hay que olvidar que Marx señaló que los enragés (“rabiosos”) de
Jacques Roux y Leclerc, a pesar de estar condenados al fracaso, constituían el ala
más avanzada de la Revolución Francesa10.
Este enfoque dual del marxismo en el juicio de una revolución, si no es
comprendido cabalmente, conduce a una visión mecánica y pasiva, típica de las
interpretaciones socialdemócratas y estalinistas, en el caso de que se olvide el
aspecto subjetivo o a una visión voluntarista, típica de las corrientes ultras en el
caso de que se pase por alto la función objetiva. Sólo así podemos explicarnos
cómo las masas expropiadas y arrojadas al yugo de la servidumbre, al latigazo
de la esclavitud, a la zozobra del desempleo y a la inseguridad de la vida rural
impregnada del despotismo de los rurales y los federales, constituían el elemento
altamente inflamable que prendió en Revolución la disidencia del ala maderista
con el bloque hegemónico en desgaste del porfirismo. Sólo así es posible definir a
la Revolución Mexicana como permanente, comprendiendo que fue un proceso
continuo en el que las masas al tomar conciencia, por elemental que sea, de la
opresión del hombre por el hombre, al sacudirse de la cabeza a los pies el yugo
secular de la explotación, iniciaron una marcha en la que, como señaló Lenin, “se
da el transcrecimiento de la revolución burguesa en revolución proletaria”. Una

8
Daniel Guérin: La revolution française et nous, La Taupe, Bruselas, 1969, pp. 11-17.
9
lbidem, pp. 89-97.
10
Karl Marx y Friedrich Engels: The Holy Family or Critique of Critical Criticism, Moscú, 1956, p. 161.
[Hay traducción española: Karl Marx y Friedrich Engels, La Sagrada Familia, México, Ed. Grijalbo, 1967].
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 277

marcha que profundiza su sendero, en el cual no hay ningún anuncio que señale,
como ciertos teóricos de hecho plantean:

¡ ATENCIÓN!
¡REVOLUCIÓN BURGUESA!
¡PROHIBIDO IR MÁS LEJOS!

Es dentro de esta concepción marxista clásica como podemos explicar por qué
en México el proceso de la Revolución, debido a que no fue detenido ni derrotado
en la forma en que lo han sido otras revoluciones, “aunque híbrido, confuso, medio
ciego y medio sordo” (Trotsky dixit), logró conquistas sustanciales que cambiaron
el panorama de la formación social mexicana. En México, como país atrasado, con
un proletariado industrial muy minoritario y políticamente preparado de modo
insuficiente para unir al campesinado y tomar el poder, no podía, necesariamente,
concluirse la revolución democrática11. Si agregamos que las insuficiencias socia-
les y estructurales del proletariado se reflejan, aunque no mecánicamente, en su
propia dirección más avanzada, a saber, el magonismo, se puede ver con más cla-
ridad por qué el proceso revolucionario quedaría incompleto.
No es necesario añadir más al análisis riguroso de Armando Bartra sobre el
magonismo, que en general compartimos. Basta decir que esta ausencia prole-
taria, de su partido dirigente, no significa que la Revolución fue menos revolu-
cionaria, que el empuje campesino se dio con menos intensidad. No hay nada
fatalista en esta verificación. Lo dramático fue que todo ese empuje vital no fue
concentrado en una victoria histórica de carácter socialista, como la que se daría
contemporáneamente en Rusia en 1917. Significa que el proletariado debe po-
nerse a tono con la dinámica revolucionaria de sus aliados campesinos naturales,
que varias veces lo han sobrepasado en la historia de México.
A estas alturas no es posible dejar de señalar una divergencia sustancial que
tenemos tanto con la concepción de la Revolución Mexicana del profesor Arnal-
do Córdova como del profesor Enrique Semo, ambos autores reconocidos por su
amplio y profundo estudio de la cuestión12.

11
Dice Trotsky: “En un país atrasado semicolonial o colonial en que el proletariado esté insuficiente-
mente preparado para unir al campesinado y para tomar el poder, no se puede llevar a su conclusión la
revolución democrática”: en Permanent Revolution, Nueva York, 1963, p. 155. [Hay traducción españo-
la, La revolución permanente, Juan Pablos, México, 1979].
12
Arnaldo Córdova: La ideología de la Revolución Mexicana, México, Era, 1974. Enrique Semo: “Acerca
del ciclo de las revoluciones burguesas en México”, en Socialismo, núm. 3, 3er. trimestre de 1975.
278 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

En efecto, el profesor Córdova ha señalado en el capítulo II de este libro que:


“En la Revolución Mexicana se cumplieron todas aquellas leyes de la revolución
burguesa”13. Ya hemos visto que esas leyes, desde el punto de vista marxista son
enfocadas dualmente. En el caso del profesor Córdova, obvio es decirlo, el aspec-
to objetivista, por llamarlo de algún modo, es el subrayado. Para él, el proceso
revolucionario no condujo a un cambio sustancial de la sociedad mexicana: “la
antigua clase dominante, nacional y extranjera, siguió siendo la misma después
de la Revolución”. Lo cual define a ésta como una simple “revolución política”,
como afirma en su libro La ideología de la Revolución Mexicana. En síntesis, una
“revolución política burguesa”.
Irónicamente, la definición subestima el aspecto político del asunto. Sostener
que la clase “dominante” posterior a la Revolución siguió siendo la misma evade
por completo, precisamente, la cuestión del dominio, del poder, del Estado. Aquí
no estamos ante un problema meramente estadístico consistente en demostrar
cuántos grupos del “núcleo hegemónico de la antigua clase dominante” lograron
sobrevivir al huracán revolucionario. Seguramente algunos lo lograron. Pero,
entonces, se trata de una sobrevivencia singular, particular, pues al nivel general,
clasista, sin duda alguna, el "núcleo hegemónico" de la clase dominante durante
el porfiriato fue batido en toda la línea en la lucha de clases de 1910-1917, en la
contienda política que lo enfrentó a las masas campesinas proletarizadas. Nos
confrontamos ante una concepción del Estado distinta: para nosotros el Estado,
ante todo, es el ejército, la policía, el aparato represivo, coercitivo clasista que fue
aplastado por los ejércitos campesinos de Villa, Zapata e incluso también por los
de Obregón y Carranza. Y, para nosotros, el derrumbe de ese Estado significó
el derrumbe de una clase social, a saber, la clase dirigente del porfiriato, la clase
terrateniente y sus aliados oligárquicos de las ciudades.
El profesor Córdova señala inmediatamente después de afirmar lo anterior,
que fue el cardenismo el que arrebató y eliminó “los centros de poder econó-
mico y político de esta parte fundamental de la nueva clase dominante”. Lo que
sin duda es un fenómeno bastante curioso: un huracán campesino no liquida
a los latifundistas, pero las reformas cardenistas bastan para eliminarlos como
“núcleo hegemónico” tanto del porfirismo como de la “nueva clase dominante”
(¡ !). Estas milagrosas transformaciones suceden siempre que, a pesar de que se
mencionan, en el fondo se consideran absolutamente secundarias las luchas de
las masas en tanto reales motores de la revolución. Y ello sucede a pesar de la
verificación del profesor Córdova del desbordamiento clasista de las luchas de

13
El autor hace referencia a la obra Interpretaciones de la Revolución Mexicana, publicada por Editorial
Nueva Imagen.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 279

Villa y Zapata de los canales reformistas, desbordamiento que no tiene para él


más que la justificación del surgimiento del “reformismo social” como el verda-
dero actor del drama revolucionario. ¡¡Zapata y Villa como los antecesores de los
“reformistas sociales” pequeñoburgueses que pulularon en México durante los
años veinte y treinta del siglo XX!!
El poder dual que surgió de la Revolución, que elocuentemente se expresó en
diciembre de 1914 con la entrada de Villa y Zapata, a la Ciudad de México y que
quedó fijo plásticamente en la foto, posiblemente la más famosa de la Revolución,
de los dos caudillos revolucionarios sentados en dos sillas “presidenciales” en el
Palacio Nacional así como la huida de Obregón y Carranza a Veracruz, son en la
visión del profesor Córdova, meras anécdotas absolutamente carentes de signifi-
cado político porque objetivamente, lo que a la postre contó fueron los proyectos
de Obregón y Carranza, y, en cambio, los de Zapata y Villa estaban destinados al
fracaso, aunque fueran al mismo tiempo, según nuestro profesor, precursores de
cierto “reformismo social”(¡¿!).
Ahora bien, sin otro propósito que el de un debate político a fondo, dentro
del espíritu más respetuoso posible, cabe preguntar, desde un punto de vista
metodológico, a saber, desde el aspecto subjetivo de la cuestión, como marxista,
¿de qué lado se hubiera puesto el profesor Córdova en la Revolución Mexicana
en el caso de participar en ella con las posiciones que sostiene? Evidentemente,
no del lado de Zapata y Villa para no hablar del de Flores Magón. En cambio, es
obvio decirlo, el verdadero enfoque marxista señala a éstos como los sectores
más avanzados. Si hubo marxistas revolucionarios en México en 1910-1917, es-
tamos seguros de que lucharon al lado de los zapatistas, villistas o magonistas.
En el caso del profesor Semo, existe igualmente un enfoque objetivista que
tiene el agravante de estar fundamentado en la concepción etapista de la re-
volución, la cual considera que las revoluciones burguesas están separadas por
estancos de las proletarias. En su artículo “Acerca del ciclo de las revoluciones
burguesas en México”, el profesor Semo sostiene:

Al terminar el ciclo de las revoluciones burguesas, en México se inicia la época de prepa-


ración de una revolución que sólo puede ser dirigida por la clase obrera[...]. Surgiendo en
pleno ciclo de revoluciones burguesas (¡ ?), la clase obrera participa en la revolución de
1910-1917 y en el período de reformas de 1935-1940. En ambas ocasiones –sobre todo
en la última– constituye una de las fuerzas motrices más importantes del proceso. Sin
embargo, sus expresiones independientes son débiles y no logra plantearse la lucha por
la hegemonía. En ambos movimientos se halla presa de la ideología pequeñoburguesa14.

14
Enrique Semo, op. cit., p. 74.
280 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

El profesor Semo avanza un tramo importante al considerar, a diferencia de


muchos otros ideólogos ligados como él a los partidos comunistas, que hoy ha
terminado el “ciclo de las revoluciones burguesas”. En los casos de Chile y Uru-
guay, para nombrar sólo los más grotescos, todavía hoy sus direcciones se plan-
tean, a pesar de los numerosos ejemplos que muestran su carácter reaccionario,
una alianza con sectores fundamentales de las burguesías de esos países. Sin
embargo, la afirmación del teórico del Partido Comunista Mexicano (PCM), tiene
un contenido devastador para su propia corriente. Así es, pues cuando pregunta-
mos sobre cuál fue la “ideología pequeñoburguesa que aprisionó al proletariado
mexicano” en 1935-1940, período en que su papel fue más importante, todos los
testimonios señalan que fue la ideología sostenida por Lombardo Toledano, apo-
yado en toda la línea por el PCM, en ese entonces dirigido por Hernán Laborde
y Valentín Campa. Es decir, la ideología, la política y la práctica del estalinismo.
Lo que el profesor Semo debe apreciar es que lo que él llama “ideología pe-
queñoburguesa” constituía de hecho la concepción “proletaria” garantizada por
la mismísima III Internacional, que en los años treinta, impulsada por Stalin y la
burocracia soviética, sancionó y forjó la concepción frente-populista de alianza
y conciliación con la burguesía.
Tal y como lo hemos dicho en otra parte:

‘Alguien ha dicho que si Dios no existiera habría que crearlo’. Los mencheviques ru-
sos no poco lucharon para hacer una realidad la “burguesía democrática” que sólo
existía en sus sueños por “occidentalizar” a Rusia. Los estalinistas mexicanos (de los
años treinta) tuvieron mejor suerte. Consecuentes hasta la ignominia con su teoría
de la revolución por etapas, moldearon la realidad según sus postulados. ¿Que en los
años treinta las fuerzas revolucionarias las constituían los obreros y campesinos? ¿Que
la burguesía nacional brillaba por su notoria ausencia en el campo revolucionario y
cuando emitía un gruñido era para atacar a Cárdenas? ¿Que la realidad chocaba di-
rectamente contra su teoría? ¿Que no había el sujeto-histórico capaz de desempeñar
el papel “progresista” en favor de la “liberación nacional” dentro de los límites del “ca-
pitalismo nacional”? Pues entonces había que cambiar la realidad, crear esa clase con
las propias manos o, en todo caso, dándole todas las oportunidades: un movimiento
revolucionario encauzado en cuerpo y alma a hacer de nuestro país un modelo del
capitalismo democrático; un movimiento obrero organizado verticalmente y encade-
nado de pies y manos al carro gubernamental; una ideología “nacionalista”; un sentido
de orgullo por la “originalidad” de la experiencia mexicana, en fin, la posibilidad de
hacer un capitalismo surgido de la última “revolución democrático-burguesa” de la
historia y la única de América Latina. Los estalinistas mexicanos hicieron todo lo que
estuvo a su alcance para justificar su teoría en la realidad. Para ellos, consecuentes
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 281

estalinistas, hasta su existencia misma estaba en cuestión con tal de hacer realidad
la teoría. ¿Que la teoría puesta en práctica implicaba su desaparición como partido?
Tanto peor para el partido15.

Y sólo lo anterior explica que Hernán Laborde propusiera fundir al Partido


Comunista Mexicano con el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), antecesor
del PRI, ya que en la teoría y la práctica de los frentes populares “la unión del
pueblo alrededor del PRM”, era la cuestión clave como lo afirmó en el su discurso
en Moscú en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935.
Es esta visión esquemática del ciclo de la “revolución burguesa” la que hay
que criticar a fondo. Sin tal crítica, todo intento de superación de los errores
estalinistas suena a falso, a un paso adelante y dos atrás.
En fin, consideramos que nuestro enfoque global, tanto subjetivo como obje-
tivo, es el que permite un mejor análisis y explicación del proceso revolucionario
en. México. Es el único que nos puede señalar por qué un curso económico, el
determinante en última instancia, tomó un camino y no otro. Y para precisar
esto, por cierto, es necesario acceder al nivel de los sectores subjetivos: las fuer-
zas políticas, los partidos, las ideologías, los dirigentes, etcétera. Es decir, para
hablar en una forma poco usual en el marxismo, reivindicarnos la responsabi-
lidad moral de los actores de la lucha de clases, en especial del lado proletario.

La fuerza peculiar del campesinado semiproletarizado mexicano

La crisis económica del sistema capitalista mundial de 1907, que se extendió


a 1908, afectó duramente a la economía del país, produciendo un desempleo aún
mayor, entre otras razones por la expulsión de muchos mexicanos que trabaja-
ban en Estados Unidos16. Al nivel nacional la presión sobre las tierras de las ha-
ciendas se incrementó, hasta romperse el conjunto de relaciones que mantenía
el status quo porfirista con motivo de la insurrección maderista.
Toda la clave de la Revolución Mexicana está en la definición de esta fuerza
campesina semiproletarizada, que se expresó ante todo en el Morelos de Zapata
y en la Chihuahua de Villa, pero cuyo impacto se hizo sentir con más o menos
intensidad desde Sonora a Yucatán.

15
Manuel Aguilar Mora: La crisis de la izquierda en México (orígenes y desarrollo), México, Juan Pablos
Editor, 1978, 192 pp., p. 60.
16
Friedrich Katz, op. cit., pp. 60 y 71.
282 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

La evaluación marxista del campesinado ha mejorado grandemente desde


los tajantes primeros enfoques de los propios Marx y Engels. Durante el siglo XX
debido, por cierto, al triunfo de las revoluciones rusa, china, etcétera, las cuales,
junto a la mexicana, tuvieron como principal masa de apoyo de sus transforma-
ciones al campesinado, el estudio y comprensión de los ascensos de este último
han sido notables. Un estudioso profundo de las insurrecciones campesinas en
la historia, Barrington Moore, ha dicho correctamente:

Resumiendo, las causas más importantes de las revoluciones campesinas han sido la
ausencia de una revolución comercial en la agricultura conducida por las clases diri-
gentes agrarias y la sobrevivencia consecuente de las instituciones sociales campesinas
en la era moderna en que son sometidas a nuevas tensiones y compulsiones. [...] Por
sí mismos los campesinos no son capaces de realizar completamente una revolución.
[...] Los campesinos tienen que tener líderes de otras clases. Pero no basta la dirección.
[...] De hecho las insurrecciones campesinas han sido más frecuentemente reprimidas
de lo que han triunfado. Pero cuando triunfan, “los campesinos han suministrado la
dinamita para echar abajo el viejo edificio del ancien régime”17.

Barrington Moore y Eric Wolf, entre los más destacados analistas del campe-
sinado, señalan de manera abundante cómo, en la actualidad, las insurrecciones
campesinas tienden a adoptar un contenido netamente anticapitalista. En el caso
de México ha sido, ante todo, el estudio exhaustivo de la insurrección zapatista el
que ha permitido comprender lo anterior. Tanto Sotelo Inclán, como Chevalier y
Womack, han destacado el aspecto no disoluble en el maderismo y el carrancis-
mo –las corrientes democráticas burguesas de la revolución–, del zapatismo18.
En sus estudios sobre el villismo, Friedrich Katz también ha observado el ca-
rácter no únicamente democrático-burgués de los vaqueros, pastores y agriculto-
res semiproletarizados de los ejércitos villistas. Incluso más, la estructura del gran
latifundio norteño y su acceso mucho más avanzado a la empresa agrocapitalista,
condicionaron una mentalidad, en ciertos aspectos, más cercana a las ideas demo-
cráticas radicales modernas que la de los campesinos del sur más vinculados a la
tradicional comunidad campesina. En efecto, el villismo expropiaba las haciendas
en su conjunto, pero no las dividía sino que se entregaban al “Estado”. A través de
estas expropiaciones era posible mantener a los ejércitos villistas y a los familiares

17
Barrington Moore Jr.: Social Origins of Dictatorship and Democracy, Londres, Penguin, Harmond-
sworth, 1969, pp. 477-479.
18
John Womack: Zapata y la Revolución Mexicana, Siglo XXI, 3ª edición, 1970. Jesús Sotelo Inclán:
Raíz y razón de Zapata, México, El Colegio de México, 1973.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 283

de los soldados pues, como dice Katz, “mujeres y niños acompañaban a los soldados
y eran alimentados por ellos. Nada es más característico de los ejércitos revolucio-
narios mexicanos que las ‘soldaderas’, mujeres-soldado que acompañaban por mi-
llares al ejército, fuerza que no era tanto militar sino una real ‘migración popular’”19.
La máquina guerrera de la División del Norte, provista de las mejores armas
conseguidas en la frontera a cambio de ganado y otros productos, no fue una
fuerza burguesa. Al contrario, fue el yunque en que se estrelló y fue aplastado el
fiero ejército burgués porfirista. Los golpes asestados por esta poderosa fuerza
militar, dirigidos contra la burguesía porfiriana, impusieron una nueva relación
de fuerzas en el país; cambio que se expresaba en las invasiones de tierra, en las
expropiaciones de facto de los latifundios, en la imposición de nuevas relaciones
de clase en el agro mexicano que el espíritu restauracionista del carrancismo
no pudo liquidar, a pesar de su represión sangrienta del zapatismo y el villismo.
Ante esta dura derrota política de la burguesía, el proyecto democrático-bur-
gués representado por Carranza no lograba sustanciarse. La burguesía, sin haber
desaparecido ni mucho menos, como clase social se encontraba a la defensiva, de
ninguna manera capacitada para gobernar. De esta forma, el trabajo revolucio-
nario del campesinado, a pesar de aparentar el trabajo de Sísifo, es aprovechado,
al nivel político, por la capa de origen pequeñoburgués, alrededor de Obregón,
Calles, De la Huerta, Maycotte, Alvarado, Hill y demás militares jacobinos que,
a pesar de ser sustancialmente diferentes del zapatismo y el villismo, habían po-
dido confluir parcialmente con ellos en la Convención de Aguascalientes. Esta
capa intermedia prevaleció como capa hegemónica en una situación en que las
clases fundamentales estaban agotadas o carecían de proyectos realistas y reali-
zables. Sobre los cadáveres, de un lado, de Zapata y Villa y, de otro, de Madero
(en el golpe de Huerta) y Carranza (en el golpe de estado de 1920 de los sono-
renses), Obregón y sus compadres, con su séquito de licenciados y maestros,
representaban los guías de una nación en el impasse.
Liquidados Zapata y Villa, el campesinado –que a pesar de lo anterior no
podía ser aplastado completamente– debía promover a nuevos dirigentes, los
cuales necesariamente fueron los vinculados a Obregón y sus compadres. Aun-
que representantes de un proyecto distinto y, con relación al de Zapata, contra-
rrevolucionario, el grupo sonorense representaba, a los ojos campesinos, por lo
menos una garantía contra la restauración burguesa a la porfiriana. Sin duda,
es en esta dialéctica de la derrota-victoria parcial del campesinado en donde se
encuentran todos los enigmas posteriores de la Revolución y su principal conse-
cuencia, el nuevo “Estado revolucionario”.

19
Citado por Eric Wolf: Las luchas campesinas del siglo XX, México, Siglo XXI, 1969, pp. 59-60.
284 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

En primer lugar, es en esta derrota-victoria parcial en donde yace el desarrollo


posterior de la reforma agraria y la vía específica que tuvo en México. Esta vía
no fue ni “junker” ni “farmer”, para citar los dos cursos propuestos por Lenin en
sus estudios sobre el campesinado. En México, la vía “ejidal” ha significado, de
hecho, el reconocimiento de que el campesinado había recuperado la tierra y que
el Estado, y no el terrateniente o la burguesía, sería el encargado de tratar con él
para apropiarse de su excedente para canalizarlo hacia la industria a cambio de
un mejoramiento sustancial de sus condiciones materiales. Sesenta años después
de la guerra campesina, el balance del ejido es dramático. Ello no obsta para reco-
nocer que el campesinado ejidal y el pequeño propietario no han sido totalmente
desprovistos, pues después de todo mantiene el usufructo de la tierra, a pesar de
los embates del neolatifundio, ampliamente ayudado por el propio Estado. Sin em-
bargo, la vía “ejidal”, a diferencia de las vías “farmer” y “junker”, no ha sido sólo un
canal para la “modernización” agraria (léase, aburguesamiento rural). Sin duda al-
guna, el ejido continúa siendo una conquista campesina a defender, trampolín del
que partirá la próxima revolución agraria que debe completar el trabajo de Zapata.

El régimen de la Revolución: el bonapartismo mexicano

La ausencia de claras alternativas democrático-burguesas y socialistas, así como


el impasse social de las dos clases que las encarnaban, determinó el surgimiento
del régimen del grupo sonorense, de neto carácter bonapartista.
El fracaso carrancista se debió a la ausencia de una clase capaz de apoyar su
proyecto civilista liberal burgués. A pesar de su tributo verbal a las reformas de
1917 plasmadas en la Constitución, Carranza, una vez consolidado supuestamente
en el poder, se declaró contra las inversiones agrarias y las huelgas obreras. Obre-
gón, en su lucha contra el viejo presidente para llegar al poder, encontró eco en
todos los sectores de la población agredidos y reprimidos por Carranza. Incluso,
irónicamente, encontró por lo menos la neutralidad del imperialismo que no logró
consolidar una relación aceptable con Carranza. En especial el gobierno estadouni-
dense, intentó lograr un acuerdo con el nuevo grupo hegemónico, ante todo tenien-
do en cuenta los ricos yacimientos petroleros amenazados con ser expropiados.
El pretexto para dar el golpe contra Carranza fue el intento de imposición
por éste de un desconocido como candidato, el diplomático amigo del presi-
dente, Bonilla, como su sucesor. Evidentemente, Obregón y sus compadres se
consideraban con títulos más legítimos de herederos del poder. Trotsky definió
con claridad el régimen que surgió a continuación con la definición clásica: “apo-
yándose sobre la lucha de los dos campos, [el bonapartismo] ‘salva’, con la ayuda
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 285

de una dictadura burocrático-militar, a la ‘nación’”20.


Una de las principales polémicas sobre la naturaleza bonapartista del régimen
mexicano, polémica que ha llegado hasta la Comisión Federal Electoral en la cual
el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles increpó al profesor Octavio Ro-
dríguez Araujo, en la primera sesión de la serie de comparecencias de la reforma
política en la que participaban los partidos políticos registrados y que aspiran a
serlo21, se refiere al nombre mismo de bonapartismo. Se pone en cuestión el nom-
bre por su origen francés, relacionado a una experiencia específica de ese país en
el siglo XIX. Pero es fácil eliminar esta objeción. El bonapartismo, en el marxismo,
tiene todas las cartas de naturalización de un concepto político general, como los
conceptos dictadura militar, fascismo, democracia, etcétera. Lo peculiar del bo-
napartismo es su destino mucho más agitado que los conceptos señalados. Nadie
cuestiona el carácter italiano del origen del fascismo y, evidentemente, sólo un
loco podría afirmar que el origen milenario del concepto griego de “democracia”
lo descalificaría como el nombre de la meta política más buscada de los pueblos.
Para Marx y Engels, y después para Lenin y Trotsky, el sistema bonapar-
tista de gobierno era una alternativa tan válida como la democrática, la militar
y la fascista, dentro de las posibilidades del Estado capitalista en su evolución.
A diferencia de la democrática, la alternativa bonapartista era despótica y au-
toritaria. A diferencia de la fascista, su autoritarismo no llegaba a los niveles
totalitarios que impedían la existencia de la más elemental forma de organiza-
ción democrática y obrera. El régimen bonapartista representaba un régimen de
“transición”, en el cual las fuerzas fundamentales se confrontaban más o menos
equilibradamente y cuya duración dependía de la duración misma de tal situa-
ción de las fuerzas sociales. Una “transición” bonapartista, así, podía durar lo
mismo unos meses que alargarse un cuarto o medio siglo22. Trotsky, inclusive,

20
León Trotsky: “Où va la France?”, en Ecrits 1928-1940, t. II, París, 1958, p. 7. [Hay traducción al
español en línea en la página del Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”.
“¿Adónde va Francia?”, versión digitalizada de la traducción publicada por Editorial Pluma, en Bogo-
tá.] En otra parte Trotsky define así al bonapartismo: “En ello reside la función más importante del
bonapartismo: al elevarse por arriba de los campos beligerantes para proteger el orden y la propiedad,
reprime por medio del aparato militar-policiaco a la guerra civil, impidiéndola o no permitiendo su
reanimación”, “La tragedie de la classe ouvriére allemande” y “La révolution espagnole”, en Ecrits 1928-
1940, t. III, París, 1959, p. 335. [Hay traducción al español en línea en la página del Centro de Estudios,
Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”. “La tragedia de la clase obrera alemana” y “La Revo-
lución Española”, versiones digitalizadas de la traducción publicada por Editorial Pluma, en Bogotá.]
21
Reforma Política, Gaceta informativa de la Comisión Federal Electoral, núm. 1, 28 de abril de 1977, p. 16.
22
Manuel Aguilar Mora: “De Echeverría a López Portillo: del crepúsculo a la noche del bonapartismo”,
en El bonapartismo mexicano II / Crisis y petróleo, México, Juan Pablos, 1982, p. 145-50.
286 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

extendió la aplicación de la forma de gobierno bonapartista hasta el primer Es-


tado obrero, la Unión Soviética, el cual, con el estalinismo, adquirió los rasgos
de un bonapartismo23.
En el caso mexicano la aplicación del concepto requiere especificaciones.
Toda experiencia política es inédita y ello exige un análisis concreto del bonapar-
tismo mexicano de acuerdo con sus peculiaridades. Resalta a la vista inmediata-
mente la larga duración de esta experiencia y su extraordinaria estabilidad. Pero
estos rasgos no deben sorprendernos si consideramos la fuente revolucionaria
que los explican, justifican y originan al mismo tiempo. Un proyecto empíri-
co con Obregón, adquiere sus instituciones con Calles (surgimiento del partido
oficial, básicamente), logra impulsar un vasto plan reformista con Cárdenas y,
después de muchos conflictos, es aceptado, reforzado e incluso propagandizado
por el imperialismo a partir de Miguel Alemán. Durante 25 años (de 1934 a 1959)
disfrutó, además, del apoyo consecuente de la izquierda marxista (estalinista)
existente en el país, básicamente alrededor del Partido Comunista (PCM) y el
lombardismo, el movimiento alrededor de Vicente Lombardo Toledano. Sólo a
partir de los años sesenta se ha comenzado a conformar una oposición de iz-
quierda al régimen, pero, ante todo, vinculada a los sectores medios.
La clase obrera, la fuerza políticamente capaz de presentar una alternativa
clasista diferente, fue entregada atada de pies y manos por su dirección estalino-
lombardista al Estado, el cual implementó con el sucesor de Lombardo, Fidel Velás-
quez, en la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), el sistema de control
charro. El campesinado, desde 1920, no ha dejado de combatir y presionar para
conseguir más tierras, más créditos, más técnica y más atención a sus necesidades.
Desde 1968, en todo el país se siente la presencia de un nuevo sector masivo que
ha impugnado y desafiado la política oficial: el estudiantado. Pero en síntesis, las
clases sociales en México, hasta muy recientemente sólo tenían la oportunidad de
expresarse políticamente en el cuadro oficial, en su cemento priísta.
El régimen bonapartista marcó indeleblemente al Estado moderno burgués,
de tal forma que en México se puede hablar justificadamente de un sistema bo-
napartista estructural. No sólo la función bonapartista encarna en un hombre
que, periódicamente, se renueva; el sistema de gobierno todo, jerarquizado y
autoritario, reproduce en el rincón más apartado la función que a nivel nacional
corresponde al presidente24.
La relación de la burguesía con su Estado bonapartista es uno de los aspectos
más importantes y enigmáticos de su desarrollo. Desde 1920, el Estado expropió

23
León Trotsky: La Revolución traicionada, México, Juan Pablos, 1972, cap. XI.
24
Manuel Aguilar Mora, “De Echeverría a...”, op. cit., pp. 32-33.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 287

políticamente a la clase a la cual se debe y sirve fundamentalmente. La fortale-


ció y consolidó económicamente, sexenio tras sexenio, hasta convertirla en la
segunda burguesía más fuerte del subcontinente latinoamericano. Pero la rela-
ción política paternalista del Estado con respecto a la burguesía ha constituido
el talón de Aquiles de la misma. Hoy, más rica que nunca, apenas comienza a
balbucear el lenguaje de la política que monopolizó la burocracia bonapartista
durante 60 años25.
La negociación con el imperialismo, el control de las masas obreras, la neu-
tralización vía reformas del campesinado, el fomento de la cultura oficial a través
del sector de intelectuales, permiten al Estado sostener su posición hegemónica
frente a una burguesía tradicionalmente pobre en su expresión política. Mas el
poderío económico de la burguesía no es vano. Hoy presenciamos con claridad
que lo que no hicieron sus voceros más representativos (Vasconcelos, el Partido
de Acción Nacional, Almazán, Henríquez Guzmán, etcétera) al nivel de la po-
lítica, el capital lo está haciendo aceleradamente: filtrar y “aburguesar”, por así
decirlo, el equipo gobernante a sus niveles más altos.
Pero 60 años de régimen bonapartista no han sido gratuitos. Durante esa
trayectoria, la “sociedad civil”, para expresarnos con un término de moda, se en-
cuentra marcada por esa mezcla de populismo y violencia, paternalismo y auto-
ritarismo que han definido a la formación política. La única manera de acceder a
niveles políticos maduros, que eliminen al sistema tradicional, es la exacerbación
de la lucha de clases; la madurez, en especial, del proletariado como clase políti-
ca, consciente y revolucionaria.
El mutis del bonapartismo será la señal de la irrupción de la lucha de clases
revitalizadora y enérgica, por tanto tiempo amordazada por el bozal burocrático.
Engels definió certeramente:

La característica del bonapartismo tanto con respecto a los obreros como a los capita-
listas, es que les impide luchar entre ellos. Esto es, defiende a la burguesía frente a los
ataques violentos de los obreros, favorece las pequeñas escaramuzas pacíficas entre las
dos clases, arrebatándoles al mismo tiempo, tanto a unos como a otros, todo espacio
de poder político. Sin derechos a asociación, sin derecho de reunión, sin libertad de
prensa. El sufragio universal, bajo la presión de la burocracia, hace imposible toda
elección de la oposición. Es, en fin, un régimen policiaco[...]26.

¿Qué mejor definición podríamos dar del sistema mexicano que haga una

25
Idem.
26
Karl Marx y Friedrich Engels: Ecrits militaires, París, L’Herne, 1970, p. 357.
288 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

descripción más acabada que ésta del viejo Engels, acuñada hace un siglo?
Resta, finalmente, poner algunos puntos sobre las íes. En efecto, el profesor
Córdova ha dedicado parte de su capítulo a impugnar la caracterización aquí
planteada del gobierno mexicano. Con el afán de precisar, cito textualmente el
párrafo del profesor Córdova: “Trotsky escribió pocos años antes de morir que
el régimen de la revolución mexicana era ‘bonapartista’, y los trotskistas nos si-
guen hablando de una revolución ‘bonapartista’.” Esta primera cita sólo merece el
siguiente comentario: ¿dónde, entre los escritos trotskistas, el profesor Córdova
encontró esa caracterización de la revolución como “bonapartista”? Es correcto
que consideramos al régimen de la Revolución Mexicana como tal, pero hemos
explicado ya en esta conferencia nuestra concepción de la Revolución Mexicana
como permanente, como una revolución democrático-burguesa que fue desbor-
dada varias veces por fuerzas anticapitalistas que apuntaban, sin conseguirlo, a
un proyecto diferente al burgués, sin ser estrictamente socialista.
Más adelante, el profesor Córdova, citando textualmente un párrafo de
Trotsky, hace una conclusión abusiva. El texto de Trotsky es el siguiente:

En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero desempeña un papel de-


cisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía nacional respecto del papel del
proletariado nacional. Esto da origen a condiciones especiales del poder estatal. El
gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía na-
cional y el proletariado relativamente poderoso. Esto confiere al gobierno un carácter
bonapartista sui generis, un carácter distinto27.

El profesor Córdova, a continuación señala: “De acuerdo con Trotsky, la par-


ticularidad del Estado mexicano consiste por tanto en que había logrado colo-
carse, por decirlo así, por encima de las clases”. Y más adelante continúa:

Que el Estado se coloque por encima de las diferentes fracciones de la clase dominante
y de todas las clases sociales, porque sólo así puede dirigirlas a todas y sólo así puede
ejercer el dominio sobre el conjunto de la sociedad, no autoriza en modo alguno a
afirmar que el Estado sea ‘neutral’ frente a las clases sociales mismas (‘ni burgués ni
proletario’). Ésta es una de las mayores falacias que encierra la tesis del ‘bonapartismo’.
Todo Estado es un Estado de clase.

En primer lugar, es evidente, por la propia cita de Trotsky criticada por el


profesor Córdova, que el primero se refiere al gobierno de Cárdenas como “un

27
León Trotsky: El programa de transición y otros escritos, México, Editorial Cultura Obrera, 1973, p. 168.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 289

gobierno con carácter bonapartista sui generis” y no al Estado mexicano. Las


conclusiones que el profesor Córdova saca de la teoría del bonapartismo de
Trotsky son erróneas, tal y como se puede comprobar con sólo leer un poco
más adelante de la cita proporcionada, correspondiente al escrito “La industria
nacionalizada y la administración obrera”, en el que habla de la expropiación
petrolera mexicana y la administración obrera que la siguió. Se dice allí: “Estas
medidas permanecen enteramente dentro del dominio del capitalismo de Estado
[...]” Y con más contundencia, Trotsky agrega: “El gobierno burgués mismo ha
llevado a cabo la nacionalización y se ha visto obligado a pedir la participación
de los obreros en la administración de la industria nacionalizada”28.
Es claro, pues, que no hay nada de una “supuesta neutralidad” del gobierno
bonapartista, ni de un Estado sin carácter de clase. Después de todo, Trotsky no
abandonó jamás la teoría clasista del Estado del marxismo y el leninismo, lo cual
nos sorprende ponga en duda un conocedor del marxismo como es el profesor
Córdova. Posiblemente éste se refiere en sus críticas a una importante corriente
política mexicana que, en efecto, aceptando la concepción del gobierno bona-
partista mexicano, revisa su carácter de clase. Nos referimos al “nacionalismo
revolucionario”, uno de cuyos exponentes, el compañero Antonio Gershenson,
expone en su reciente libro, El rumbo de México, una concepción ambigua en la
que no queda claro si se adhiere a la teoría leninista del Estado como “órgano de
opresión y de dominación social de una clase sobre otra u otras”29.
Para redondear esta aclaración sin que quede la menor duda, me permitiré
citar un párrafo de los documentos del Congreso de Fundación de 1976 del Par-
tido Revolucionario de los Trabajadores:

El bonapartismo mexicano es de carácter burgués y, en último término, profunda-


mente reaccionario. Esto no significa que en 1920 Obregón volvió el péndulo a una
situación contrarrevolucionaria anterior a 1910. Tampoco quiere decir que la burgue-
sía se identifique plenamente con él o con algunas de sus medidas que a veces pueden
incluso, contar con el total repudio de la clase capitalista nacional (la reforma agraria
que afectó a los latifundistas) y del imperialismo (la expropiación petrolera)30.

El presente capítulo tiene un objetivo: promover aún más una comprensión


marxista de nuestra madre, la Revolución Mexicana, y de su principal consecuen-

28
Ibidem, pp. 169-170.
29
Antonio Gershenson: El rumbo de México, México, Ed. Solidaridad, abril de 1976.
30
“Tesis del PRT sobre la Revolución Mexicana (pasada y futura)” en Resoluciones del Congreso de Fun-
dación del PRT, México, 1977, pp. 15-16.
290 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

cia, el Estado capitalista bonapartista, surgido dialécticamente de ella. Como los


militares en las batallas, los políticos revolucionarios deben delinear su estrate-
gia de acuerdo con el conocimiento preciso de sus enemigos. Con el análisis de
su origen, funcionamiento y anatomía, quisiéramos contribuir al mejor conoci-
miento del poder en México. Después de 1968, es evidente que se ha iniciado la
declinación histórica de este sistema de dominación tradicional. Vivimos hoy su
agonía. Ella se da en el marco descrito antes. A pesar de lo poderoso que aparece,
el régimen bonapartista se asienta en unos cimientos que empiezan a moverse.
Son las sacudidas que anuncian nuevas gestas revolucionarias en México: en esta
ocasión, con mucho mayores probabilidades de éxito, completarán la obra que
los trabajadores dirigidos por Zapata y Villa iniciaron. No sólo aplastar al Estado
capitalista, sino levantar sobre sus ruinas el Estado obrero mexicano, con una
vocación internacionalista que lo vincule a la lucha por la Federación Socialista
Latinoamericana.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 291

Parte III

Memorias de la Revolución
292 Estado y Revolución en el proceso mexicano Manuel Aguilar Mora

Manifiesto
La Junta Organizadora del Partido Liberal
Mexicano al Pueblo de México

Mexicanos:

La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano ve con simpatía vuestros esfuerzos
para poner en práctica los altos ideales de emancipación política, económica y social, cuyo
imperio sobre la tierra pondrá fin a esa ya bastante larga contienda del hombre contra el
hombre, que tiene su origen en la desigualdad de fortunas que nace del principio de la
propiedad privada.
Abolir ese principio significa el aniquilamiento de todas las instituciones políticas,
económicas, sociales, religiosas y morales que componen el ambiente dentro del cual se
asfixian la libre iniciativa y la libre asociación de los seres humanos que se ven obligados,
para no perecer, a entablar entre sí una encarnizada competencia, de la que salen triunfan-
tes, no los más buenos, ni los más abnegados, ni los mejor dotados en lo f ísico, en lo moral
o en lo intelectual, sino los más astutos, los más egoístas, los menos escrupulosos, los más
duros de corazón, los que colocan su bienestar personal sobre cualquier consideración de
humana solidaridad y de humana justicia.
Sin el principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el gobierno, necesario
tan sólo para tener a raya a los desheredados en sus querellas o en sus rebeldías contra los
detentadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la Iglesia, cuyo exclusivo objeto
es estrangular en el ser humano la innata rebeldía contra la opresión y la explotación por
la prédica de la paciencia, de la resignación y de la humildad, acallando los gritos de los
instintos más poderosos y fecundos con la práctica de penitencias inmorales, crueles y
nocivas a la salud de las personas y, para que los pobres no aspiren a los goces de la tierra y
constituyan un peligro para los privilegios de los ricos, prometen a los humildes, a los más
resignados, a los más pacientes, un cielo que se mece en el infinito, más allá de las estrellas
que se alcanzan a ver.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 293

Capital, autoridad, clero: he ahí la trinidad sombría que hace de esta bella tierra un pa-
raíso para los que han logrado acaparar en sus garras por la astucia, la violencia y el crimen,
el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas y del sacrificio de miles de generaciones
de trabajadores y un infierno para los que con sus brazos y su inteligencia trabajan la tie-
rra, mueven la maquinaria, edifican las casas, transportan los productos, quedando de esa
manera dividida la humanidad en dos clases sociales de intereses diametralmente opues-
tos: la clase capitalista y la clase trabajadora; la clase que posee la tierra, la maquinaria de
producción y los medios de transportación de las riquezas, y de la clase que no cuenta más
que con sus brazos y su inteligencia para proporcionarse el sustento.
Entre estas dos clases sociales no puede existir vínculo alguno de amistad ni de fraterni-
dad, porque la clase poseedora está siempre dispuesta a perpetuar el sistema económico, po-
lítico y social que garantiza el tranquilo disfrute de sus rapiñas, mientras la clase traba­jadora
hace esfuerzos por destruir ese sistema inocuo para instaurar un medio en el cual la tierra,
las casas, la maquinaria de producción y los medios de transportación sean de uso común.

Mexicanos:

El Partido Liberal Mexicano reconoce que todo ser humano, por el solo hecho de venir a la
vida, tiene derecho a gozar de todas y cada una de las ventajas que la civilización moderna
ofrece, porque esas ventajas son el producto del esfuerzo y del sacrificio de la clase traba-
jadora de todos los tiempos.

El Partido Liberal Mexicano reconoce, como necesario, el trabajo para la subsistencia, y, por
lo tanto, todos, con excepción de los ancianos, de los impedidos e inútiles y de los niños,
tienen que dedicarse a producir algo útil para poder dar satisfacción a sus necesidades.

El Partido Liberal Mexicano reconoce que el llamado derecho de propiedad individual es


un derecho inicuo, porque sujeta al mayor número de seres humanos a trabajar y a sufrir
para la satisfacción y el ocio de un pequeño número de capitalistas.

El Partido Liberal Mexicano reconoce que la autoridad y el clero son el sostén de la iniquidad
capital, y, por lo tanto, la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano ha declarado
solemnemente guerra a la autoridad, guerra al capital, guerra al clero.

Contra el capital, la autoridad y el clero, el Partido Liberal Mexicano tiene enarbolada


la bandera roja en los campos de la acción en México, donde nuestros hermanos se baten
como leones, disputando la victoria a las huestes de la burguesía, o sea maderistas, reyis-
tas, vazquistas, científicos; y tantas otras cuyo único propósito es encumbrar a un hombre a
la primera magistratura del país, para hacer negocio a su sombra sin consideración alguna
a la masa entera de la población de México, y reconociendo, todas ellas, como sagrado, el
derecho de propiedad individual.
294 Manifiesto La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano al Pueblo de México

En estos momentos de confusión, tan propicios para el ataque contra la opresión y


la explotación, en estos momentos en que la autoridad, quebrantada, desequilibrada, va-
cilante, acometida por todos sus flancos por las fuerzas de todas las pasiones desatadas,
por la tempestad de todos los apetitos avivados por la esperanza de un próximo hartazgo;
en estos momentos de zozobra, de angustia, de terror para todos los privilegios, masas
compactas de desheredados invaden las tierras, queman los títulos de propiedad, ponen
las manos creadoras sobre la fecunda tierra y amenazan con el puño a todo lo que ayer era
respetable: autoridad y clero; abren el surco, esparcen la semilla y esperan, emocionados,
los primeros frutos de un trabajo libre.
Éstos son, mexicanos, los primeros resultados prácticos de la propaganda y de la ac-
ción de los soldados del proletariado, de los generosos sostenedores de nuestros principios
igualitarios, de nuestros hermanos que desaf ían toda imposición y toda explotación con
este grito de muerte para todos los de arriba y de vida y de esperanza para todos los de
abajo: ¡Viva Tierra y Libertad!
La tormenta se recrudece día a día: maderistas, vazquistas, reyistas, científicos, dela-
barristas os llaman a gritos, mexicanos, a que voléis a defender sus desteñidas banderas,
protectoras de los privilegios de la clase capitalista. No escuchéis las dulces canciones de
esas sirenas, que quieren aprovecharse de vuestro sacrificio para establecer un gobierno,
esto es, un nuevo perro que proteja los intereses de los ricos. ¡Arriba todos; pero para llevar
a cabo la expropiación de los bienes que detentan los ricos!
La expropiación tiene que ser llevada a cabo a sangre y fuego durante este grandioso
movimiento, como lo han hecho y lo están haciendo nuestros hermanos los habitantes de
Morelos, sur de Puebla, Michoacán, Guerrero, Veracruz, norte de Tamaulipas, Durango,
Sonora, Sinaloa, Jalisco, Chihuahua, Oaxaca, Yucatán, Quintana Roo y regiones de otros
estados, según ha tenido que confesar la misma prensa burguesa de México, en que los pro-
letarios han tomado posesión de la tierra sin esperar a que un gobierno paternal se dignase
hacerlos felices, conscientes de que no hay que esperar nada bueno de los gobiernos y de que
La emancipación de los trabaja­dores debe ser obra de los trabajadores mismos.
Estos primeros actos de expropiación han sido coronados por el más risueño de los éxitos,
pero no hay que limitarse a tomar tan sólo posesión de la tierra y de los implementos de agri-
cultura: hay que tomar resueltamente posesión de todas las industrias por los trabajadores de
las mismas, consiguiéndose de esa manera que las tierras, las minas, las fábricas, los talleres,
las fundiciones, los carros, los ferrocarriles, los barcos, los almacenes de todo género y las casas
queden en poder de todos y cada uno de los habitantes de México, sin distinción de sexo.
Los habitantes de cada región en que tal acto de suprema justicia se lleve a cabo no tie-
nen otra cosa que hacer que ponerse de acuerdo para que todos los efectos que se hallen en
las tiendas, almacenes, graneros, etcétera, sean conducidos a un lugar de fácil acceso para
todos, donde hombres y mujeres de buena voluntad practicarán un minucioso inventario
de todo lo que se haya recogido, para calcular la duración de esas existencias, teniendo en
cuenta las necesidades y el número de los habitantes que tienen que hacer uso de ellas, des-
de el momento de la expropiación hasta que en el campo se levanten las primeras cosechas
y en las demás industrias se produzcan los primeros efectos.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 295

Hecho el inventario, los trabajadores de las diferentes industrias se entenderán entre


sí fraternalmente para regular la producción; de manera que, durante este movimiento,
nadie carezca de nada, y sólo se morirán de hambre aquellos que no quieran trabajar, con
excepción de los ancianos, los impedidos y los niños, que tendrán derecho a gozar de todo.
Todo lo que se produzca será enviado al almacén general en la comunidad del que to-
dos tendrán derecho a tomar todo lo que necesiten según sus necesidades, sin otro requi-
sito que mostrar una contraseña que demuestre que está trabajando en tal o cual industria.
Como la aspiración del ser humano es tener el mayor número de satisfacciones con el
menor esfuerzo posible, el medio más adecuado para obtener ese resultado es el trabajo
en común de la tierra y de las demás industrias. Si se divide la tierra y cada familia toma
un pedazo, además del grave peligro que se corre de caer nuevamente en el sistema capi-
talista, pues no faltarán hombres astutos o que tengan hábitos de ahorro que logren tener
más que otros y puedan a la larga poder explotar a sus semejantes; además de este grave
peligro está el hecho de que si una familia trabaja un pedazo de tierra, tendrá que trabajar
tanto o más que como se hace hoy bajo el sistema de la propiedad individual para obtener
el mismo resultado mezquino que se obtiene actualmente, mientras que si se une la tierra
y la trabajan en común los campesinos, trabajarán menos y producirán más. Por su­puesto
que no ha de faltar tierra para que cada persona pueda tener su casa y un buen solar para
dedicarlos a los usos que sean de su agrado. Lo mismo que se dice del trabajo en común
de la tierra, puede decirse del trabajo en común de la fábrica, del taller, etcétera; pero cada
quién, según su temperamento, según sus gustos, según sus inclinaciones podrá escoger el
género de trabajo que mejor le acomode, con tal de que produzca lo suficiente para cubrir
sus necesidades y no sea una carga para la comunidad.
Obrándose de la manera apuntada, esto es, siguiendo inmediatamente a la expropiación
la organización de la producción, libre ya de amos y basada en las necesidades de los habi-
tantes de cada región, nadie carecerá de nada a pesar del movimiento armado, hasta que,
terminado este movimiento con la desaparición del último burgués y de la última autoridad
o agente de ella, hecha pedazos la ley sostenedora de privilegios y puesto todo en manos de
los que trabajan, nos estrechemos todos en fraternal abrazo y celebremos con gritos de júbilo
la instauración de un sistema que garantizará a todo ser humano el pan y la libertad.

Mexicanos:

Por esto es por lo que lucha el Partido Liberal Mexicano. Por esto es por lo que derrama
su sangre generosa una pléyade de héroes, que se baten bajo la bandera roja al grito pres-
tigioso de ¡Tierra y Libertad!
Los liberales no han dejado caer las armas a pesar de los tratados de paz del traidor Ma-
dero con el tirano Díaz, y a pesar también, de las incitaciones de la burguesía, que ha tratado
de llenar de oro sus bolsillos, y esto ha sido así, porque los liberales somos hombres conven-
cidos de que la libertad política no aprovecha a los pobres, sino a los cazadores de empleos; y
nuestro objeto no es alcanzar empleos ni distinciones, sino arrebatarlo todo de las manos de
la burguesía, para que todo quede en poder de los trabajadores.
296 Manifiesto La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano al Pueblo de México

La actividad de las diferentes banderías políticas que en estos momentos se disputan la


supremacía, para hacerla que triunfe, exactamente lo mismo que hizo el tirano Porfirio Díaz,
porque ningún hombre, por bien intencionado que sea, puede hacer algo en favor de la clase
pobre cuando se encuentra en el poder; esa actividad ha producido el caos que debemos apro-
vechar los desheredados, tomando ventajas de las circunstancias especiales en que se encuen-
tra el país, para poner en práctica, sin pérdida de tiempo, sobre la marcha, los ideales sublimes
del Partido Liberal Mexicano, sin esperar a que se haga la paz para efectuar la expropiación,
pues para entonces ya se habrán agotado las existencias de efectos en las tiendas, graneros,
almacenes y otros depósitos, y como al mismo tiempo, por el estado de guerra en que se habrá
encontrado el país, la producción se habrá suspendido, el hambre sería la consecuencia de la
lucha, mientras que efectuando la expropiación y la organización del trabajo libre durante el
movimiento, ni se carecerá de lo necesario en medio del movimiento ni después.

Mexicanos:

Si queréis ser de una vez libres no luchéis por otra causa que no sea la del Partido Liberal
Mexicano. Todos os ofrecen libertad política para después del triunfo: los liberales os in-
vitamos a tomar la tierra, la maquinaria, los medios de transportación y las casas desde
luego, sin esperar a que nadie os dé todo ello, sin aguardar a que una ley decrete tal cosa,
porque las leyes no son hechas por los pobres sino por señores de levita, que se cuidan bien
de hacer leyes en contra de su casta.
Es el deber de nosotros los pobres trabajar y luchar por romper las cadenas que nos
hacen esclavos. Dejar la solución de nuestros problemas a las clases educadas y ricas es po-
nernos voluntariamente entre sus garras. Nosotros los plebeyos; nosotros los andrajosos;
nosotros los hambrientos; los que no tenemos un terrón donde reclinar la cabeza; los que
vivimos atormentados por la incertidumbre del pan de mañana para nuestras compañeras
y nuestros hijos; los que, llegados a viejos, somos despedidos ignominiosamente porque ya
no podemos trabajar, toca a nosotros hacer esfuerzos poderosos, sacrificios mil para destruir
hasta sus cimientos el edificio de la vieja sociedad, que ha sido hasta aquí una madre cariñosa
para los ricos y los malvados, y una madrastra huraña para los que trabajan y son buenos.
Todos los males que aquejan al ser humano provienen del sistema actual, que obliga
a la mayoría de la humanidad a trabajar y a sacrificarse para que una minoría privilegiada
satisfaga todas sus necesidades y aun todos sus caprichos, viviendo en la ociosidad y en el
vicio. Y menos malo si todos los pobres tuvieran asegurado el trabajo; como la producción
no está arreglada para satisfacer las necesidades de los trabajadores sino para dejar utili-
dades a los burgueses, éstos se dan maña para no producir más que lo que calculan que
pueden expender, y de ahí los paros periódicos de las industrias o la restricción del número
de trabajadores, que proviene, también del hecho del perfeccionamiento de la maquinaria,
que suple con ventaja los brazos del proletariado.
Para acabar con todo eso es preciso que los trabajadores tengan en sus manos la tierra
y la maquinaria de producción, y sean ellos los que regulen la producción de las riquezas
atendiendo a las necesidades de ellos mismos.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 297

El robo, la prostitución, el asesinato, el incendiarismo, la estafa, productos son del sis-


tema que coloca al hombre y a la mujer en condiciones en que para no morir de hambre se
ven obligados a tomar de donde hay o a prostituirse, pues en la mayoría de los casos, aunque
se tengan deseos grandísimos de trabajar, no se consigue trabajo, o es éste tan mal pagado,
que no alcanza el salario ni para cubrir las más imperiosas necesidades del individuo y de
la familia, aparte de que la duración del trabajo bajo el presente sistema capitalista y las
condiciones en que se efectúa, acaban en poco tiempo con la salud del trabajador, y aun con
su vida, en las catástrofes industriales, que no tienen otro origen que el desprecio con que la
clase capitalista ve a los que se sacrifican por ella.
Irritado el pobre por la injusticia de que es objeto; colérico ante el lujo insultante que
ostentan los que nada hacen; apaleado en las calles por el polizonte por el delito de ser
pobre; obligado a alquilar sus brazos en trabajos que no son de su agrado; mal retribuido,
despreciado por todos los que saben más qué él o por los que por dinero se creen supe-
riores a los que nada tienen; ante la expectativa de una vejez tristísima y de una muerte de
animal despedido de la cuadra por inservible; inquieta ante la posibilidad de quedar sin
trabajo de un día para otro; obligado a ver como enemigo aun a los mismos de su clase,
porque no sabe quién de ellos será el que vaya a alquilarse por menos de lo que él gana, es
natural que en estas circunstancias se desarrollen en el ser humano instintos antisociales y
sean el crimen, la prostitución, la deslealtad, los naturales frutos del viejo y odioso sistema
que queremos destruir hasta en sus más pro­fundas raíces para crear uno nuevo de amor,
de igualdad, de justicia, de fraternidad, de libertad.
¡Arriba todos como un solo hombre! En las manos de todos están la tranquilidad, el bienes-
tar, la libertad, la satisfacción de todos los apetitos sanos; pero no nos dejemos guiar por direc-
tores; que cada quien sea el amo de sí mismo; que todo se arregle por el consentimiento mutuo
de las individualidades libres. ¡Muera la esclavitud! ¡Muera el hambre! ¡Viva Tierra y Libertad!

Mexicanos:

Con la mano puesta en el corazón y con nuestra con­ciencia tranquila, os hacemos un for-
mal y solemne llamamiento a que adoptéis, todos, hombres y mujeres, los altos ideales del
Partido Liberal Mexicano. Mientras haya pobres y ricos, gobernantes y gobernados, no
habrá paz, ni es de desearse que la haya porque esa paz estaría fundada en la desigualdad
política, económica y social, de millones de seres humanos que sufren hambre, ultrajes,
prisión y muerte, mientras una pequeña minoría goza toda suerte de placeres y de liberta-
des por no hacer nada.
¡A la lucha!; a expropiar con la idea del beneficio para todos y no para unos cuantos,
que esta guerra no es una guerra de bandidos, sino de hombres y mujeres que desean que
todos sean hermanos y gocen, como tales, de los bienes que nos brinda la naturaleza y el
brazo y la inteligencia del hombre han creado, con la única condición de dedicarse cada
quien a un trabajo verdaderamente útil.
298 Manifiesto La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano al Pueblo de México

La libertad y el bienestar están al alcance de nuestras manos. El mismo esfuerzo y el


mismo sacrificio que cuesta elevar a un gobernante, esto es, un tirano, cuesta la expropia-
ción de los bienes que detentan los ricos. A escoger, pues: o un nuevo gobernante, esto es,
un nuevo yugo, o la expropiación salvadora y la abolición de toda imposición religiosa,
política o de cualquier otro orden.

¡Tierra y Libertad!

Dado en la ciudad de los Ángeles,


estado de California, Estados Unidos de América,
a los 23 días del mes de septiembre de 1911.

Ricardo Flores Magón


Librado Rivera
Anselmo L. Figueroa
Enrique Flores Magón

Fuente: Jesús Silva Herzog: Breve historia de la Revolución Mexicana / Los antecedentes y la etapa maderista, México D.F.,
Fondo de Cultura Económica, 2000.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 299

Plan de Ayala

28 de noviembre de 1911

Plan Libertador de los hijos del Estado de Morelos afiliados al Ejército Insurgente que
defiende el cumplimiento del Plan de San Luis, con las reformas que ha creído convenien-
te aumentar en beneficio de la Patria Mexicana.

Los que subscribimos, constituidos en Junta Revolucionaria, para sostener y llevar a cabo
las promesas que hizo la Revolución del 20 de noviembre de 1910, próximo pasado, de-
claramos solemnemente ante la faz del mundo civilizado, que nos juzga, y ante la Nación
a que pertenecemos y amamos, los propósitos que hemos formulado para acabar con la
tiranía que nos oprime y redimir a la patria de las dictaduras que nos imponen, las cuales
quedan determinadas en el siguiente Plan.

1.° Teniendo en consideración que el pueblo mexicano acaudillado por Don Francisco I.
Madero fue a derramar su sangre para conquistar sus libertades y reivindicar sus de-
rechos conculcados, y no para que un hombre se adueñara del Poder violando los sa-
grados principios que juró defender bajo el lema de “Sufragio efectivo, no reelección”,
ultrajando la fe, la causa, la justicia y las libertades del pueblo; teniendo en considera-
ción que ese hombre a que nos referimos es Don Francisco I. Madero, el mismo que
inició la precitada Revolución, el cual impuso por norma su voluntad e influencia al
Gobierno Provisional del expresidente de la República, Lic. Don Francisco L. de La
Barra, por haberle aclamado el pueblo su Libertador, causando con este hecho reite-
rados derramamientos de sangre, y multiplicadas desgracias a la Patria de una manera
solapada y ridícula, no teniendo otras miras que satisfacer que sus ambiciones perso-
nales, sus desmedidos instintos de tirano y su profundo desacato al cumplimiento de
las leyes preexistentes emanadas del inmortal Código de 57 escrito con la sangre de los
revolucionarios de Ayutla.
Teniendo en consideración: que el llamado Jefe de la Revolución libertadora de Méxi-
co C. Don Francisco I. Madero, no llevó a feliz término la Revolución que tan glorio-
samente inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en pie la mayoría de
poderes gubernativos y elementos corrompidos de opresión del Gobierno dictatorial
de Porfirio Díaz, que no son, ni pueden ser en manera alguna la legítima representa-
ción de la Soberanía Nacional, y que por ser acérrimos adversarios nuestros y de los
principios que hasta hoy defendemos, están provocando el malestar del país y abrien-
300 Plan de Ayala

do nuevas heridas al seno de la Patria para darle a beber su propia sangre; teniendo
también en cuenta que el supradicho señor Francisco I. Madero, actual Presidente de
la república trata de eludir el cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación en
el Plan de San Luis Potosí, ciñendo las precitadas promesas a los convenios de Ciudad
Juárez, ya nulificando, encarcelando, persiguiendo o matando a los elementos revolu-
cionarios que le ayudaron a que ocupara el alto puesto de Presidente de la república
por medio de sus falsas promesas y numerosas intrigas a la Nación.
Teniendo igualmente en consideración que el tantas veces repetido sr. Francisco I.
Madero ha tratado de acallar con la fuerza brutal de las bayonetas y de ahogar en san-
gre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la
Revolución llamándoles bandidos y rebeldes, condenándolos a una guerra de extermi-
nio, sin conceder ni otorgar ninguna de las garantías que prescriben la razón, la jus-
ticia y la ley; teniendo igualmente en consideración que el Presidente de la república,
señor Don Francisco I. Madero, ha hecho del Sufragio Efectivo una sangrienta burla
al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo en la Vicepresidencia
de la república al Lic. José María Pino Suárez, o ya a los gobernadores de los estados
designados por él, como el llamado General Ambrosio Figueroa, verdugo y tirano del
pueblo de Morelos; ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico,
hacendados feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución proclamada por
él, a fin de forjar nuevas cadenas y de seguir el molde de una nueva dictadura, más
oprobiosa y más terrible que la de Porfirio Díaz, pues ha sido claro y patente que ha
ultrajado la Soberanía de los Estados, conculcando las leyes sin ningún respeto a vidas
e intereses, como ha sucedido en el estado de Morelos y otros, conduciéndonos a la
más horrorosa anarquía que registra la historia contemporánea; por estas considera-
ciones declaramos al susodicho Francisco I. Madero inepto para realizar las promesas
de la Revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales
burló la fe del pueblo, y pudo haber escalado el poder; incapaz para gobernar, por no
tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la Patria por estar
a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean sus libertades, por complacer
a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan, desde hoy comenzamos a
continuar la Revolución principiada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los
poderes dictatoriales que existen.
2.° Se desconoce como Jefe de la Revolución al C. Francisco I. Madero y como Presidente
de la república, por las razones que antes se expresan, procurando el derrocamiento
de este funcionario.
3.° Se reconoce como Jefe de la Revolución libertadora al ilustre C. General Pascual Orozco,
segundo del caudillo Don Francisco I. Madero, y en caso de que no acepte este delicado
puesto, se reconocerá como Jefe de la Revolución al C. General Emiliano Zapata.
4.° La Junta Revolucionaria del estado de Morelos manifiesta a la Nación bajo protesta:
Que hace suyo el Plan de San Luis Potosí, con las adiciones que a continuación se
expresan, en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios
que defiende hasta vencer o morir.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 301

5.° La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos, no admitirá transacciones ni compo-


nendas políticas hasta no conseguir el derrocamiento de los elementos dictatoriales
de Porfirio Díaz y Don Francisco I. Madero; pues la Nación está cansada de hombres
falaces y traidores que hacen promesas como libertadores pero que al llegar al poder,
se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.
6.° Como parte adicional del Plan que invocamos hacemos constar: que los terrenos, mon-
tes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de
la tiranía y de la justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles des-
de luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas
propiedades, de las cuales han sido despojados por la mala fe de nuestros opresores,
manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión y los
usurpadores que se crean con derecho a ellos, lo deducirán ante tribunales especiales
que se establezcan al triunfo de la Revolución.
7.° En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más
dueños que del terreno que pisan sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar
en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar
monopolizados en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se ex-
propiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios a los poderosos
propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos,
colonias, fundos legales para pueblos, o campos de sembradura o de labor, y se mejore
en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos
8.° Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al
presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y las dos terceras partes que a ellos les
correspondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y
huérfanos de las víctimas que sucumban en la lucha por presente Plan.
9.° Para ejecutar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se aplicarán
leyes de desamortización según convenga; pues de norma y ejemplo pueden servir las
puestas en vigor por el inmortal Juárez, a los bienes eclesiásticos que escarmentaron a
los déspotas y conservadores, que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo
ignominioso de la opresión y del retroceso.
10.° Los jefes Militares Insurgentes de la república que se levantaron con las armas en la
mano a la voz de Don Francisco I. Madero, para defender el Plan de San Luis Potosí,
y que ahora se opongan con fuerza armada al presente Plan, se juzgarán traidores a la
causa que defendieron y a la Patria, puesto que en la actualidad muchos de ellos, por
complacer a los tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho, o soborno están
derramando la sangre de sus hermanos que reclaman el cumplimiento de las promesas
que hizo a la Nación Don Francisco I. Madero.
11.° Los gastos de guerra serán tomados conforme a lo que prescribe el Artículo XI del
Plan de San Luis Potosí, y todos los procedimientos empleados en la Revolución que
emprendemos, serán conformes a las instrucción que determina el mencionado Plan.
12.° Una vez triunfada la Revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una Junta
de los principales Jefes revolucionarios de los distintos Estados, nombrará o designará
302 Plan de Ayala

un Presidente interino de la república, quien convocará a elecciones para la nueva


formación del Congreso de la Unión, y este a la vez convocará a elecciones para la
organización de los demás poderes federales.
13.° Los principales Jefes Revolucionarios de cada estado, en junta, designarán al Goberna-
dor Provisional del estado a que corresponden, y este elevado funcionario convocará a
elecciones para la debida organización de los Poderes públicos, con el objeto de evitar
consignas forzadas que labran la desdicha de los pueblos, como la tan conocida de
Ambrosio Figueroa en el Estado de Morelos, y otros que nos conducen al precipicio de
conflictos sangrientos sostenidos por el capricho del dictador Madero y el círculo de
científicos y hacendados que los han sugestionado.
14.° Si el Presidente Madero y otros elementos dictatoriales, del actual y antiguo régimen,
desean evitar inmensas desgracias que afligen a la Patria, que hagan inmediata re-
nuncia del puesto que ocupan, y con eso en algo restañarán las grandes heridas que
han abierto al seno de la Patria; pues que de no hacerlo así, sobre sus cabezas caerá la
sangre derramada de nuestros hermanos.
15.° Mexicanos: considerad que la astucia y la mala fe de un hombre está derramando
sangre de una manera escandalosa por ser incapaz para gobernar, considerado que
su sistema de gobierno está agarrotando a la Patria y hollando con la fuerza bruta de
las bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para
elevarlo al Poder ahora las volveremos contra él por haber faltado a sus compromisos
con el pueblo mexicano y haber traicionado la Revolución; no somos personalistas,
¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!

Pueblo Mexicano: Apoyad con las armas en la mano este Plan, y haréis la prosperidad
y bienestar de la Patria.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.


Ayala, noviembre 28 de 1911

GENERALES: Emiliano Zapata, José T. Ruiz, Otilio E. Montaño, Francisco Mendoza, Jesús
Morales, Eufemio Zapata, Próculo Capistran. CORONELES: Agustín Cázares, Rafael Sán-
chez, Cristóbal Domínguez, Santiago Aguilar, Feliciano Domínguez, Fermín Omaña, Pe-
dro Salazar, Gonzalo Aldape, Jesús Sánchez, Felipe Vaquero, Clotilde Sosa, José Ortega,
Julio Tapia, N. Vergara, A. Salazar. Teniente Coronel Alfonso Morales. CAPITANES: Manuel
Hernández H., José Pineda, Ambrosio López, Apolinar Adorno, José Villanueva, Porfirio
Cazares, Antonio Gutiérrez, Pedro Vúelna, O. Nero, C. Vergara, A. Pérez, S. Rivera, M. Ca-
macho, T. Galindo, L. Franco, J. M. Carrillo, S. Guevara, A. Ortiz, J. Escamilla, J. Estudillo,
F. Galarza, F. Caspeta, P. Campos y Teniente- A. Blumenkron.

Fuente: Jesús Silva Herzog, Breve historia de la Revolución Mexicana, tomo I, México, F.C.E., 1962.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 303

PERIÓDICO OFICIAL
DEL GOBIERNO CONSTITUCIONALISTA
DEL ESTADO DE CHIHUAHUA
AÑO 1, CHIHUAHUA, 21 DE DICIEMBRE DE 1913, NÚM. 2

Decreto relativo a la confiscación de bienes

GRAL. FRANCISCO VILLA, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista en el Estado de Chi-
huahua, y conforme el Plan de Guadalupe Gobernador Provisional del mismo estado; de
acuerdo con las facultades extraordinarias de que me hallo investido, he tenido a bien
decretar lo que sigue:

Teniendo suficientes pruebas relativas a la intervención que diversos capitalistas del estado
han tenido en las últimas dificultades que ha tenido que resolver nuestra Patria, causan-
do, por la natural defensa contra las expoliaciones, cuartelazos y traiciones, numerosas
víctimas que entre huérfanos y viudas lloran actualmente la desaparición de quienes eran
el sostén de esos seres inocentes cuya culpa sólo ha sido el envidiable patriotismo con que
han sostenido la dignidad de nuestra Patria, y hallándose también, entre esos malamente
enriquecidos, quienes han defraudado por mil medios el erario público por más de medio
siglo de dominación por el engaño y por la fuerza, creo, en justicia, que es llegada la hora
de que rindan cuentas ante la vindicta pública, formándose a su tiempo los procesos ante
quienes deban dilucidarse todas las responsabilidades que han contraído ante el pueblo
mexicano. Y como ya en ocasiones anteriores se ha probado plenamente que la posesión
de sus intereses sólo ha servido para comprar traidores y asesinar mandatarios cuya exce-
siva bondad sirvió de incentivo a sus maldades, necesario es, para salvar a nuestra naciona-
lidad, cortar el mal de raíz, teniendo que llevar a cabo, además de otros procedimientos de
salud pública, conforme se vayan haciendo necesarios, la confiscación de bienes pertene-
cientes a los mexicanos que han comerciado con la vida humana, y que son los inmediatos
causantes del derramamiento de sangre.

Por tales motivos, que justifican nuestra actitud ante la dignidad del mundo entero, de-
creto lo siguiente:
304 Decreto sobre confiscación de bienes expedido por el General Francisco Villa

PRIMERO.- Son confiscables y se confiscan en bien de la salud pública y a fin de garantizar


las pensiones de viudas y huérfanos causados por la defensa que contra los explotado-
res de la Administración ha hecho el pueblo mexicano y para cubrir también las res-
ponsabilidades que por sus procedimientos les resulten en los juicios que a su tiempo
harán conocer los Juzgados especiales que a título de restitución de bienes mal habidos
se establecerán en las regiones convenientes, fijando la cuantía de esas responsabili-
dades, destinándolos íntegros para esos fines, los bienes muebles e inmuebles y docu-
mentaciones de todas clases pertenecientes a los individuos Terrazas (Luis) e hijos,
hermanos Creel, hermanos Falomir, José María Sánchez, hermanos Cuilty, hermanos
Luján, J. Francisco Molinar y todos los familiares de ellos y demás cómplices que con
ellos hubieran mezclado en los negocios sucios y en las fraudulentas combinaciones
que en otros tiempos llamaron políticas.

SEGUNDO.- Una ley reglamentaria que se dictará al triunfo de nuestra causa determinará
lo relativo a la equitativa distribución de esos bienes pensionando primeramente a las
viudas y huérfanos cuyos miembros hayan defendido la causa de la justicia desde 1910;
en segunda se tendrán en cuenta los defensores de nuestra causa para el reparto módico
de esos terrenos; se cubrirán al erario los fraudes cometidos por los individuos citados,
por la falta de pago de contribuciones en los muchos años que tal cosa hicieron, y se
restituirán también a los legítimos y primitivos dueños, las propiedades que valiéndose
del poder les fueron arrebatados por esos individuos, haciéndose así plena justicia a
tanta víctima de la usurpación.

TERCERO.- Todos los bienes confiscados serán administrados por el Banco del Estado,
quien llevará cuenta minuciosa, correctamente documentada, de ingresos y egresos
que hubiere por tal motivo.

Dado en Palacio de Gobierno al 21 de diciembre de 1913.


General Francisco Villa, Gobernador Militar del Estado.-
S. Terrazas, Secretario.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 305

Ley Agraria del General Francisco Villa


24 de mayo de 1915

Francisco Villa, general en jefe de Operaciones del Ejército Convencionista, a los habitan-
tes de la república hago saber:
Que en virtud de las facultades extraordinarias contenidas en el Decreto de 2 de febrero
del presente año, expedido en la ciudad de Aguascalientes, y de las cuales estoy investido, y

CONSIDERANDO
Que siendo la tierra en nuestro país la fuente, casi la única de la riqueza, la gran
desigualdad en la distribución de la propiedad territorial ha producido la consecuencia de
dejar a la gran mayoría de los mexicanos, a la clase jornalera, sujeta a la dependencia de la
minoría de los terratenientes, dependencia que impide a aquella clase el libre ejercicio de
sus derechos civiles y políticos.
Que la absorción de la propiedad raíz por un grupo reducido es un obstáculo cons-
tante para la elevación de los jornales en la justa relación con la de los artículos de pri-
mera necesidad, prolonga así la precaria situación económica de los jornaleros y los
imposibilita para procurar su mejoramiento intelectual y moral.
Que la concentración de la tierra en manos de una escasa minoría es causa de que
permanezcan incultas grandes extensiones de terreno y de que, en la mayoría de éstos,
sea el cultivo tan deficiente que la producción agrícola nacional no basta a menudo para
satisfacer el consumo; y semejante estorbo a la explotación de los recursos naturales del
país redunde en perjuicio de la mayoría del pueblo.
Que la preponderancia que llega a adquirir la clase propietaria en virtud de las cau-
sales anotadas y bajo el amparo de gobiernos absolutistas favorece el desarrollo de abusos
de todo género que obligan finalmente al pueblo a remediarlos por la fuerza de las armas,
haciéndose así imposible la evolución pacífica del país.
Que por estas consideraciones ha venido a ser una apremiante necesidad nacional
el reducir las grandes propiedades territoriales a límites justos, distribuyendo equitativa-
mente las excedencias.
Que la satisfacción de esta necesidad ha sido una solemne promesa de la Revolución;
y por tanto, debe cumplirlas sin demora el Gobierno Provisional emanado de ella, conci-
liando en lo posible los derechos de todos;
Que una reforma social como la que importa la solución del problema agrario, que no
sólo afecta a todo el país sino que trascenderá a las generaciones venideras, debe realizarse
bajo un plan sólido y uniforme en sus bases generales, rigiéndose por una misma ley;
306 Ley Agraria del General Francisco Villa

Que la Ley Federal no debe sin embargo contener más que los principios generales
en los que se funda la reforma agraria dejando que los Estados, en uso de su soberanía,
acomoden esas bases a sus necesidades locales; porque la variedad de los suelos y de las
condiciones agronómicas de cada región requieren diversas aplicaciones particulares de
aquellas bases; porque las obras de reparto de tierras y de las demás que demanda el de-
sarrollo de la agricultura serían de dif ícil y dilatada ejecución si dependieran de un centro
para toda la extensión del territorio nacional; y porque las cargas consiguientes a la reali-
zación del reparto de tierras deben, en justicia, reportarlas los directamente beneficiados y
quedan mejor repartidos haciéndolas recaer sobre cada región beneficiada.
Que no obstante la consideración contenida en el párrafo anterior para exonerar a la
Federación del supremo deber de cuidar que en todo el territorio nacional se realice cum-
plidamente la reforma agraria y de legislar en aquellas materias propias de su incumbencia,
según los antecedentes jurídicos del país que complementan la reforma.
En tal virtud he tenido a bien expedir la siguiente:

Ley Agraria General

Artículo l°. Se considera incompatible con la paz y la prosperidad de la República la exis-


tencia de las grandes propiedades territoriales. En consecuencia, los gobiernos de los
Estados, durante los tres primeros meses de expedida esta Ley, procederán a fijar la
superficie máxima de tierra que, dentro de sus respectivos territorios, pueda ser poseí-
da por un solo dueño; y nadie podrá en lo sucesivo seguir poseyendo ni adquirir tierras
en extensión mayor de la fijada, con la única excepción que consigna el artículo 18º.
Artículo 2°. Para hacer la fijación a que se refiere el artículo anterior, el Gobierno de cada
Estado toma en consideración la superficie de éste, la cantidad de agua para el riego,
la densidad de su población, la calidad de sus tierras, las extensiones actualmente cul-
tivadas y todos los demás elementos que sirvan para determinar el límite más allá del
cual la gran propiedad llega a constituir una amenaza para la estabilidad de las institu-
ciones y para el equilibrio social.
Artículo 3°. Se declara de utilidad pública el fraccionamiento de las grandes propiedades
territoriales en la porción excedente del límite que se fije conforme a los artículos
anteriores.
Los Gobiernos de los Estados expropiarán, mediante indemnización, dicho
excedente, en todo o en parte, según las necesidades locales. Si sólo hicieren la expro-
piación parcial, el resto de la porción excedente deberá ser fraccionada por el mismo
dueño con arreglo a lo prescrito en el inciso IV artículo 12º de esta Ley. Si este frac-
cionamiento no quedare concluido en el plazo de tres años, las tierras no fraccionadas
continuarán sujetas a la expropiación decretada por la presente Ley.
Artículo 4°. Se expropiarán también los terrenos circundantes de los pueblos de indígenas
en la extensión necesaria para repartirlos en pequeños lotes entre los habitantes de los
mismos pueblos que estén en aptitud de adquirir aquéllos, según las disposiciones de
las leyes locales.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 307

Artículo 5°. Se declara igualmente de utilidad pública la expropiación de los terrenos necesa-
rios para fundación de poblados en los lugares en que se hubiere congregado o llegare a
congregarse permanentemente un número tal de familias de labradores, que sea conve-
niente, a juicio del gobierno local, la erección del pueblo; y para la ejecución de obras que
interesan al desarrollo de la agricultura parcelaria y de las vías rurales de comunicación.
Artículo 6°. Serán expropiadas las aguas de manantiales, presas y de cualquiera otra proce-
dencia, en la cantidad que no pudiere aprovechar el dueño de la finca a que pertenez-
can, siempre que esas aguas pudieran ser aprovechadas en otra. Si el dueño de ellas no
las utilizare, pudiendo hacerlo, se le señalará un término para que las aproveche, bajo
la pena de que si no lo hiciere, quedarán dichas aguas sujetas a expropiación.
Artículo 7°. La expropiación parcial de tierras comprenderá, proporcionalmente, los de-
rechos reales anexos a los inmuebles expropiados, y también la parte proporcional de
muebles, aperos, máquinas y demás accesorios que se necesiten para el cultivo de la
porción expropiada.
Artículo 8°. Los gobiernos de los Estados expedirán las leyes reglamentarias de la expro-
piación que autoriza la presente y quedará a su cargo el pago de las indemnizaciones
correspondientes. El valor de los bienes expropiados, salvo en el caso de convenio con
el propietario, será fijado por peritos nombrados uno por cada parte y un tercero para
caso de discordia. Éste será designado por los primeros peritos y si no se pusieran de
acuerdo, por el juez local de Primera Instancia. En todo caso en que sea necesario
ocurrir al tercer perito, se fijará el valor definitivo de los bienes expropiados, toman-
do la tercera parte de la suma de los valores asignados, respectivamente, por los tres
valuadores.
Artículo 9°. Si la finca en que se verifique la expropiación reportare hipotecas u otros gra-
vámenes, la porción expropiada quedará libre de ellos mediante el pago que se hará
al acreedor o acreedores de la parte del crédito que afectare a dicha porción, propor-
cionalmente, y en la forma en que se haga el pago al dueño. Si hubiere desacuerdo
acerca de la proporcionalidad de la cancelación, será fijada por peritos. La oposición
del deudor al pago se ventilará en juicio con el acreedor sin suspender la cancelación,
depositándose el importe del crédito impugnado.
Artículo 10°. Se autoriza a los gobiernos de los estados para crear deudas locales en la
cantidad estrictamente indispensable para verificar las expropiaciones y sufragar los
gastos de los fraccionamientos a que se refiere esta Ley, previa aprobación de los pro-
yectos respectivos por la Secretaría de Hacienda.
Artículo 11°. Los gobiernos de los estados no podrán decretar la ocupación de las propie-
dades objeto de esta Ley, ni tomar posesión de los terrenos expropiados, sin que antes
se hubiere pagado la indemnización correspondiente en la forma que disponga la Ley
local; pero podrán decretar las providencias convenientes para asegurar los muebles
necesarios de que habla el artículo 7º. Los dueños de las fincas que puedan considerarse
comprendidos en esta Ley, tendrán obligación de permitir la práctica de los reconoci-
mientos periciales necesarios para los efectos de la misma Ley.
Artículo 12°. Las tierras expropiadas en virtud de esta Ley se fraccionarán inmediatamen-
308 Ley Agraria del General Francisco Villa

te en lotes que serán enajenados a los precios de costo además de gastos de apeo,
deslinde y fraccionamiento, más un aumento de diez por ciento que se reservará a la
Federación para formar un fondo destinado a la creación del crédito agrícola del país.
Compete a los estados dictar las leyes que deban regir los fraccionamientos y las adju-
dicaciones de los lotes para acomodar unos y otras a las conveniencias locales; pero al
hacerlo, no podrán apartarse de las bases siguientes:

I. Las enajenaciones se harán siempre a título oneroso, con los plazos y condiciones
de pago más favorables para los adquirentes en relación con las obligaciones que
pesen sobre el Estado a consecuencia de la deuda de que habla el artículo 10º.
II. No se enajenará a ninguna persona una porción de tierra mayor de la que garantice
cultivar.
III. Las enajenaciones quedarán sin efecto si el adquirente dejare de cultivar sin causa
justa durante dos años la totalidad de la tierra cultivable que se le hubiere adjudi-
cado; y serán reducidas si dejare de cultivar toda la tierra laborable comprendida
en la adjudicación.
IV. La extensión de los lotes en que se divida un terreno expropiado no excederá en
ningún caso de la mitad del límite que se asigne a la gran propiedad en cumpli-
miento del artículo 1º de esta Ley.
V. Los terrenos que se expropien conforme a lo dispuesto en el artículo 4º. se fraccio-
narán precisamente en parcelas cuya extensión no exceda de veinticinco hectáreas
y se adjudicarán solamente a los vecinos de los pueblos.
VI. En los terrenos que se fraccionen en parcelas se dejarán para el goce en común de
los parcelarios los bosques, agostaderos y abrevaderos necesarios.

Artículo 13°. Los terrenos contiguos a los pueblos que hubieren sido cercenados de éstos a
título de demasías, excedencias o bajo cualquiera otra denominación y que habiendo
sido deslindados no hubieren salido del dominio del Gobierno Federal, serán fraccio-
nados desde luego en la forma que indica el inciso V del artículo anterior.
Artículo 14°. Los gobiernos de los Estados modificarán las leyes locales sobre aparcería en
el sentido de asegurar los derechos de los aparceros en el caso de que los propietarios
abandonen el cultivo de las labores o de que aquéllos transfieran sus derechos a un
tercero. Los aparceros tendrán en todo caso el derecho de ser preferidos en la adju-
dicación de los terrenos que se fraccionen conforme a esta Ley o por los propietarios
respecto de las parcelas que hubieren cultivado por más de un año.
Artículo 15°. Se declaran de jurisdicción de los Estados las aguas fluviales de carácter no per-
manente que no formen parte de límites con un país vecino o entre los estados mismos.
Artículo 16°. Los gobiernos de los Estados, al expedir las leyes reglamentarias de la presente,
decretarán un reavalúo fiscal extraordinario de todas las fincas rústicas de sus respectivos
territorios y se tomará como base de los nuevos avalúos el valor comercial de las tierras, se-
gún su calidad, sin gravar las mejoras debidas al esfuerzo del labrador. Sólo quedarán exen-
tos del impuesto los predios cuyo valor resulte inferior a quinientos pesos oro mexicano.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 309

Artículo 17°. Los gobiernos de los Estados expedirán leyes para constituir y proteger el
patrimonio familiar sobre las bases de que éste sea inalienable, que no podrá gravarse
ni estará sujeto a embargos. La transmisión de dicho patrimonio para herencia, se
comprobará con la simple inscripción en el Registro Público de la Propiedad, del cer-
tificado de defunción del jefe de la familia y de su testamento o en caso de intestado,
de los certificados que acrediten el parentesco. Se considerará parte integrante del
patrimonio familiar todo lote de veinticinco hectáreas o menos adquirido en virtud de
los fraccionamientos que ordena esta Ley.
Artículo 18°. El Gobierno Federal podrá autorizar la posesión actual o adquisición poste-
rior de tierras en cantidad mayor que la adoptada como límite, según el artículo 1º, en
favor de empresas agrícolas que tengan por objeto el desarrollo de una región, siempre
que tales empresas tengan carácter de mexicanas y que las tierras y aguas se destinen
al fraccionamiento ulterior en un plazo que no exceda de seis años. Para conceder
tales autorizaciones se oirá al gobierno del estado al que pertenezcan las tierras de que
se trate y a los particulares que manifiesten tener interés contrario a la autorización.
Artículo 19°. La Federación expedirá las leyes sobre crédito agrícola, colonización y vías
generales de comunicación y todas las demás complementarias del problema nacional
agrario. Decretará también la exención del Decreto del Timbre a los títulos que acre-
diten la propiedad de las parcelas a que se refiere esta Ley.
Artículo 20°. Serán nulas todas las operaciones de enajenación y de fraccionamiento que
verifiquen los Estados contraviniendo las bases generales establecidas por esta Ley.
Cuando la infracción perjudicare a un particular, dicha nulidad será decretada por
los tribunales federales en la vía procedente conforme a la Ley de Administración de
justicia del Orden Federal.

Dado en la ciudad de León,


a los veinticuatro días del mes de mayo de 1915.

Francisco Villa. Al C. Lic. Francisco Escudero,


Encargado del Departamento de Hacienda y Fomento. Chihuahua.

Fuentes:
—Gloria Villegas Moreno y Miguel Angel Porrúa Venero (Coordinadores), Margarita Moreno Bonett: De la crisis del mo-
delo borbónico al establecimiento de la República Federal.
—Enciclopedia Parlamentaria de México, Instituto de Investigaciones Legislativas de la Cámara de Diputados, LVI Legis-
latura, México, 1era. ed., 1997. Serie III, documentos, volumen I, Leyes y documentos constitutivos de la nación mexicana,
tomo III, p. 334.
310

Ley Agraria
26 de octubre de 1915

El Consejo Ejecutivo, en uso de las facultades de que se halla investido, a los habitantes de
la república mexicana, hace saber:

CONSIDERANDO: que en el Plan de Ayala, se encuentran condensados los anhelos del pue-
blo levantado en armas, especialmente en lo relativo a las reivindicaciones agrarias, razón
íntima y finalidad suprema de la Revolución; por lo que es de precisa urgencia reglamentar
debidamente los principios consignados en dicho Plan, en forma tal que puedan desde
luego llevarse a la práctica, como leyes generales de inmediata aplicación.

CONSIDERANDO: que habiendo el pueblo manifestado de diversas maneras su voluntad


de destruir de raíz y para siempre el injusto monopolio de la tierra para realizar un estado
social que garantice plenamente el derecho natural que todo hombre tiene sobre extensión
de tierra necesaria a su propia subsistencia y a la de su familia, es un deber de las Autori-
dades Revolucionarias acatar esa voluntad popular, expidiendo todas aquellas leyes que,
como la presente, satisfagan plenamente esas legítimas aspiraciones del pueblo.

CONSIDERANDO: que no pocas autoridades, lejos de cumplir con el sagrado deber de ha-
cer obra revolucionaria que impone el ejercicio de cualquier cargo público en los tiempos
presentes, dando con ello pruebas de no estar identificados con la Revolución, se rehúsan
a secundar los pasos dados para obtener la emancipación económica y social del pueblo,
haciendo causa común con los reaccionarios, terratenientes y demás explotadores de las
clases trabajadoras; por lo que se hace necesario, para definir actitudes, que el Gobierno
declare terminantemente que considerará como desafectos a la causa y les exigirá res-
ponsabilidades, a todas aquellas autoridades que, olvidando su carácter de órganos de la
Revolución, no coadyuven eficazmente al triunfo de los ideales de la misma.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 311

Por las consideraciones que anteceden, y en atención a que el Consejo Ejecutivo es la auto-
ridad suprema de la Revolución, por no estar en funciones actualmente la Soberana Con-
vención Revolucionaria, decreta:

Artículo 1°. Se restituye a las comunidades e individuos los terrenos, montes y aguas de que
fueron despojados, bastando que aquellos posean los títulos de fecha anterior al año de
1856, para que entren inmediatamente en posesión de sus propiedades.
Artículo 2°. Los individuos o agrupaciones que se crean con derecho a las propiedades
reivindicadas de que habla el artículo anterior, deberán aducirlo ante las comisiones
designadas por el Ministerio de Agricultura dentro del año siguiente a la fecha de la
reivindicación y con sujeción al reglamento respectivo.
Artículo 3°. La Nación reconoce el derecho tradicional e histórico que tienen los pueblos,
rancherías y comunidades de la república, a poseer y administrar sus terrenos de co-
mún repartimiento, y sus ejidos, en la forma que juzguen conveniente.
Artículo 4°. La Nación reconoce el derecho indiscutible que asiste a todo mexicano para
poseer y cultivar una extensión de terreno, cuyos productos le permitan cubrir sus
necesidades y las de sus familias; en consecuencia, y para tal efecto de crear la pequeña
propiedad, serán expropiadas por causa de utilidad pública y mediante la correspon-
diente indemnización, todas las tierras del país, con la sola excepción de los terrenos
pertenecientes a los pueblos, rancherías y comunidades, y de aquellos predios que, por
no exceder del máximum que fija esta ley deben permanecer en poder de sus actuales
propietarios.
Artículo 5°. Los propietarios que no sean enemigos de la Revolución, conservarán como
terrenos no expropiables, porciones que no excedan a la superficie que, como máximo,
fija el cuadro siguiente:

Clima caliente, tierras de primera calidad y riego 100 Has.


Clima caliente, tierras de primera calidad y de temporal 140 Has.
Clima caliente, tierras de segunda calidad y de riego 120 Has.
Clima caliente, tierras de segunda calidad y de temporal 180 Has.
Clima templado, tierras de primera calidad y de riego 120 Has.
Clima templado, tierras de primera calidad y de temporal 160 Has.
Clima templado, tierras pobres y de temporal 200 Has.
Clima templado, tierras pobres y de riego 140 Has.
Clima frío, tierras de primera calidad y de riego 140 Has.
Clima frío, tierras de primera calidad y de temporal 180 Has.
Clima frío, tierras pobres y de riego 180 Has.
Clima frío, tierras pobres y de temporal 220 Has.
Terrenos de pastos ricos 500 Has.
Terrenos de pastos pobres 1000 Has.
Terrenos de guayule ricos 300 Has.
Terrenos de guayule pobres 500 Has.
312 Ley Agraria del General Manuel Palafox

Terrenos henequeneros 300 Has.


En terreno eriazo del norte de la república,
Coahuila, Chihuahua, Durango, Norte de Zacatecas
y Norte de San Luis Potosí 1500 Has.

Artículo 6°. Se declaran de propiedad nacional los predios rústicos de los enemigos de la
Revolución.
Son enemigos de la Revolución, para los efectos de la presente Ley:
a. Los individuos que, bajo el régimen de Porfirio Díaz, formaron parte del grupo de políti-
cos y financieros que la opinión pública designó con el nombre de “Partido Científico”.
b. Los Gobernadores y demás funcionarios de los Estados que, durante la administra-
ción de Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta, adquirieron propiedades por medios
fraudulentos o inmorales, abusando de su posición oficial, apelando a la violencia
o saqueando el tesoro público.
c. Los políticos, empleados públicos y hombres de negocios, que, sin haber perteneci-
do al “Partido Científico” formaron fortunas, valiéndose de procedimientos delic-
tuosos, o al amparo de concesiones notoriamente gravosas al país.
d. Los autores y cómplices del cuartelazo de la Ciudadela.
e. Los individuos que en la administración de Victoriano Huerta desempeñaron pues-
tos públicos de carácter político.
f. Los altos miembros del Clero que ayudaron al sostenimiento del usurpador Huerta;
por medios financieros o de propaganda entre los fieles; y
g. Los que directa o indirectamente ayudaron a los gobiernos dictatoriales de Díaz, de
Huerta y demás gobiernos enemigos de la Revolución, en su lucha contra la misma.

Quedan incluidos en este inciso todos los que proporcionaron a dichos gobiernos, fon-
dos o subsidios de guerra, sostuvieron o subvencionaron periódicos para combatir la Re-
volución, hostilizaron o denunciaron a los sostenedores de la misma, hayan hecho obra
de división entre los elementos revolucionarios, o que de cualquiera otra manera hayan
entrado en complicidad con los gobiernos que combatieron a la causa revolucionaria.

Artículo 7°. Los terrenos que excedan de la extensión de que se hace mención en el artículo
5° serán expropiados por causa de utilidad pública, mediante la debida indemnización,
calculada conforme al censo fiscal de 1914, y en el tiempo y forma que el reglamento
designe.
Artículo 8°. La Secretaría de Agricultura y Colonización nombrará comisiones que, en
los diversos estados de la república y previas las informaciones del caso, califiquen
quiénes son las personas que, conforme al artículo 6º de esta Ley, deben ser conside-
radas como enemigos de la Revolución, y sujetos, por lo mismo, a la referida pena de
confiscación, la cual se aplicará desde luego.
Artículo 9°. Las decisiones dictadas por las comisiones de que se ha hecho mérito, quedan
sujetas al fallo definitivo que dicten los Tribunales especiales de tierras que conforme
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 313

con lo dispuesto por el Artículo 6º del Plan de Ayala; deben instituirse, y cuya organi-
zación será materia de otra Ley.
Artículo 10º. La superficie total de tierras que se obtenga en virtud de la confiscación de-
cretada contra los enemigos de la causa revolucionaria, de la expropiación que deba
hacerse de las fracciones de predios que excedan del máximo señalado en el artículo
5º de esta Ley, se dividirá en lotes que serán repartidos entre los mexicanos que lo
soliciten, dándose la preferencia, en todo caso, a los campesinos. Cada lote tendrá una
extensión tal que permita satisfacer las necesidades de una familia.
Artículo 11º. A los actuales aparceros o arrendatarios de pequeños predios se les adjudica-
rán éstos en propiedad, con absoluta preferencia a cualquier otro solicitante, siempre
que esas propiedades no excedan de la extensión que cada lote debe tener conforme lo
dispuesto por el artículo anterior.
Artículo 12º. A efectos de fijar la superficie que deben tener los lotes expresados, la Se-
cretaría de Agricultura y Colonización nombrará comisiones técnicas integradas por
ingenieros, que localizarán y deslindarán debidamente dichos lotes, respetando, en
todo caso, los terrenos pertenecientes a los pueblos y aquellos que están exentos de
expropiación conforme al artículo 5º de esta Ley.
Artículo 13º. Al efectuar sus trabajos de deslinde y fraccionamiento, las expresadas comi-
siones decidirán acerca de las reclamaciones que ante ellas hagan los pequeños pro-
pietarios que se consideran despojados en virtud de contratos usurarios; por abusos o
complicidad de los caciques o por invasiones, o usurpaciones cometidas por los gran-
des terratenientes. Las decisiones que por tal concepto se dicten, serán revisadas por
los Tribunales especiales de tierras, que menciona el artículo 9º de esta Ley.
Artículo 14º. Los predios que el Gobierno ceda a comunidades o individuos, no son ena-
jenables, ni pueden gravarse en forma alguna, siendo nulos todos los contratos que
tiendan a contrariar esta disposición.
Artículo 15º. Sólo por herencia legítima pueden transmitirse los derechos de propiedad de
los terrenos fraccionarios y cedidos por el Gobierno a los agricultores.
Artículo 16º. A efecto de que la ejecución de esta Ley sea lo más rápida y adecuada, se con-
cede al Ministerio de Agricultura y Colonización, la potestad exclusiva de implantar
los principios agrarios consignados en la misma, y de conocer y resolver en todos los
asuntos del ramo, sin que esta disposición entrañe un ataque a la soberanía de los esta-
dos, pues únicamente se persigue la realización pronta de los ideales de la Revolución,
en cuanto al mejoramiento de los agricultores desheredados de la república.
Artículo 17º. La fundación, administración e inspección de colonias agrícolas, cualquiera
que sea la naturaleza de éstas, así como el reclutamiento de colonos, es de la exclusiva
competencia del Ministerio de Agricultura y Colonización.
Artículo 18º. El Ministerio de Agricultura y Colonización, fundará una inspección técnica
ejecutora de trabajos que se denominará Servicio Nacional de Irrigación y Construc-
ciones, que dependa del Ministerio citado.
Artículo 19º. Se declaran de propiedad nacional los montes y su inspección se hará por el
Ministerio de Agricultura en la forma en que la reglamente y serán explotados por los
314 Ley Agraria del General Manuel Palafox

pueblos a cuya jurisdicción correspondan, empleando para ello el sistema comunal.


Artículo 20º. Se autoriza al Ministerio de Agricultura y Colonización, para establecer un
banco agrícola mexicano de acuerdo con la reglamentación especial que forme el ci-
tado Ministerio.
Articulo 21º. Es de la exclusiva competencia del Ministerio de Agricultura y Colonización,
administrar la institución bancaria, de que habla el artículo anterior, de acuerdo con
las bases administrativas que establezca el mismo Ministerio.
Artículo 22º. Para los efectos del artículo 20º de esta Ley, se autoriza al Ministerio de Agri-
cultura y Colonización para confiscar o nacionalizar las fincas urbanas, obras materia-
les de las fincas nacionales o expropiadas, o fábricas de cualquier género, incluyendo
los muebles, maquinaria y todos los objetos que contengan, siempre que pertenezcan
a los enemigos de la Revolución.
Artículo 23º. Se declaran insubsistentes todas las concesiones otorgadas en tratos celebra-
dos por la Secretaría de Fomento, que se relacionen con el ramo de Agricultura, o por
ésta, en el tiempo que existió hasta el 31 de diciembre de 1914, quedando al arbitrio
del Ministerio de Agricultura y Colonización revalidar las que juzgue benéficas para el
pueblo y el Gobierno, después de revisión minuciosa y concienzuda.
Artículo 24º. Se autoriza al Ministerio de Agricultura y Colonización, para establecer en la
República escuelas regionales, agrícolas, forestales y estaciones experimentales.
Artículo 25º. Las personas a quienes se les adjudiquen lotes en virtud del reparto de tierras
a que se refieren los artículos 10º, 11º, y 12º de la presente Ley, quedarán sujetas a las
obligaciones y prohibiciones que consigna el artículo siguiente.
Artículo 26º. El propietario de un lote está obligado a cultivarlo debidamente y si durante
dos años consecutivos abandonare ese cultivo sin causa justificada, será privado de su
lote, el cual se aplicará a quien lo solicite.
Artículo 27º. 20% del importe de las propiedades nacionalizadas de que habla el artículo
22º de esta Ley, se destinará para el pago de indemnizaciones de las propiedades ex-
propiadas tomando como base el censo fiscal del año 1914.
Artículo 28º. Los propietarios de dos o más lotes podrán unirse para formar Sociedades
Cooperativas, con el objeto de explotar sus propiedades o vender en común los pro-
ductos de éstas, pero sin que esas asociaciones puedan revestir la forma de sociedades
por acciones, ni constituirse entre personas que no estén dedicadas directa o exclusi-
vamente al cultivo de los lotes. Las sociedades que se formen en contravención de lo
dispuesto en este artículo serán nulas de pleno derecho, y habrá acción popular para
denunciarlas.
Artículo 29º. El Gobierno Federal expedirá leyes que reglamenten la constitución y funcio-
namiento de las referidas sociedades cooperativas.
Artículo 30º. La Secretaría de Agricultura y Colonización expedirá todos los reglamentos
que sean necesarios para la debida aplicación y ejecución de la presente Ley.
Artículo 31º. El valor fiscal actualmente asignado a la propiedad, en nada perjudica las
futuras evaluaciones que el fisco tendrá derecho a hacer como base para los impuestos,
que en lo sucesivo graven la propiedad.
México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la Revolución 315

Artículo 32°. Se declaran de propiedad nacional todas las aguas utilizables y utilizadas para
cualquier uso, aun las que eran consideradas como de jurisdicción de los Estados sin
que haya lugar a indemnización de ninguna especie.
Artículo 33°. En todo aprovechamiento de aguas se dará siempre preferencia a las exigen-
cias de la agricultura, y sólo cuando éstas estén satisfechas se aprovecharán en fuerzas
u otros usos.
Artículo 34°. Es de la exclusiva competencia del Ministerio de Agricultura y Colonización,
expedir reglamentos sobre el uso de las aguas.
Artículo 35°. De conformidad con el decreto de 1º de octubre de 1914, se declaran de plena
nulidad todos los contratos relativos a la enajenación de los bienes pertenecientes a los
enemigos de la Revolución.

Artículos transitorios

Primero. Quedan obligadas todas las autoridades municipales de la república a cumplir y


hacer cumplir, sin pérdida de tiempo y sin excusa ni pretexto alguno, las disposiciones
de la presente Ley, debiendo poner desde luego a los pueblos e individuos en posesión
de las tierras y demás bienes que, conforme a la misma Ley, les correspondan, sin per-
juicio de que en su oportunidad las Comisiones Agrarias que designe el Ministerio de
Agricultura y Colonización hagan las rectificaciones que procedan; en la inteligencia de
que las expresadas autoridades que sean omisas o negligentes en el cumplimiento de su
deber, serán consideradas como enemigas de la Revolución y castigadas severamente.
Segundo. Se declara que la presente Ley forma parte de las fundamentales de la república,
siendo, por tanto, su observancia general y quedando derogadas todas aquellas leyes
constitutivas o secundarias que de cualquier manera se opongan a ella.

Dado en el salón de actos del Palacio Municipal, a los veintidós días del mes de octubre de
mil novecientos quince.
Por tanto, mandamos que se publique, circule y se le dé su debido cumplimiento.

Reforma, libertad, justicia y ley.


Cuernavaca, 26 de octubre de 1915

Manuel Palafox, Ministro de Agricultura y Colonización.


Otilio E. Montaño, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Luis Zubiria y Campa, Ministro de Hacienda y Crédito Público.
Jenaro Amezcua, Oficial Mayor, encargado de la Secretaría de Guerra.
Miguel Mendoza L. Schwerfegert, Ministro de Trabajo y de Justicia.
Estados Unidos Mexicanos, Consejo Ejecutivo.

Fuente: Ramón Martínez Escamilla: Escritos de Emiliano Zapata. México. Editores Mexicanos Unidos, 432 pp., pp. 245-255.
316

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320

México en llamas (1910-1917)


editado por Armas de la Crítica,
se terminó de imprimir en octubre de 2010
en Litográfica Ingramex, S.A. de C.V.,
Centeno 162-1, Col. Granjas Esmeralda, México, D.F.
Para su composición se utilizaron las familias tipográficas
Trajan Pro, para títulos, y Warnock Pro para cajas de texto
en un puntaje de 9/12 y 8/11.
La edición consta de 1 000 ejemplares
en papel bond ahuesado de 90 g.

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