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El Diálogo en El Aula I
El Diálogo en El Aula I
El diálogo es un hecho humano que, como lo sostiene Freire (1970), cobra sentido si está
vinculado con un proceso de acción-reflexión orientado a la transformación del sujeto y su
realidad. Frente a este planteamiento, es inevitable pensar en la escuela puesto que en ella
pareciera que predomina la antidialogicidad, el monólogo y la palabra intrascendente que sólo
sirve dentro de los propios espacios del aula. El aula se muestra como “un lugar cerrado a la
palabra” (Zambrano, 1986, p. 32). Cuando la escuela coarta la palabra del alumno, le niega el
pensamiento y al negarle el pensamiento le niega su estar en el mundo, convirtiéndolo en un ser
minusválido:
Estamos aquí ante la “pedagogía bonsái” llevada a cabo en las escuelas en las que de
forma sutil se va cortando la raíz principal del sujeto representada en su pensamiento,
imposibilitando, así, su pleno desarrollo, su capacidad de creación y re-creación. Como plantean
Zemelman y Quintar, la pedagogía bonsái:
…consiste en hacer seres humanos muy armoniosos pero chiquititos, sin fuerza, sin
capacidad de presión, ni demanda, sin capacidad de imaginación, ni de proyecto, y
por lo tanto sin capacidad de construir nada, capaces simplemente de obedecer
eficientemente instrucciones” (ob. cit., p. 128).
Ese sujeto minimizado, conforme, sucumbe ante la palabra vacía “…de la cual no se
puede esperar la denuncia del mundo, dado que no hay denuncia verdadera sin compromiso de
transformación, ni compromiso sin acción” (Freire, 1970, p. 104). Ante la palabra vacía que lo
niega, se debe apostar por la palabra auténtica, trascendental, que posibilite miradas, modos de
comprensión; que propicie el mirar y vivir de un modo distinto.
Pérez Esclarín (2000) propone una escuela que eduque el corazón, los ojos, los oídos, las
manos, la espiritualidad; este autor habla de una escuela que celebre la subjetividad, esa
subjetividad que ha demostrado en la práctica que “…cuando uno recupera los ojos de los sujetos
que están enfrente, mirándonos… ve claro que no es lo mismo manejar a Foucault o a Habermas
que mirar al otro que me colocar y me exige estar en la realidad (Zemelman y Quintar, 2005, p.
118)”. La escuela que se proyecta debe acoger “la legitimización de la realidad como anclaje para
empezar a pensar el mundo con el otro, y sobre todo para poder hacer un uso crítico de la teoría
desde nuestro propio contexto” (ob. cit., p. 118).
No basta con brindar educación a todas las personas. Una educación integral de
calidad implica educar también a toda la persona. La educación tradicional sólo se
interesa por la cabeza del alumno, y de ella sobre todo la capacidad de memorizar
y repetir. El resto del cuerpo lo soporta porque no tiene otro remedio, pero si
pudiera diseccionar a los alumnos, haría todo lo posible para que trajeran a la
escuela sólo sus cabezas y dejaran en la casa el resto de sus cuerpos. Así no
molestarían o molestarían menos (p. 106).