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4 Dictada mediante decreto-ley del 15 de julio de 2008. V. G.O. Extraordinaria Nº 5.891 del 31 de
julio de 2008.
5 Ver G.O. Extraordinaria Nº 5.637 del 7 de abril de 2003.
6 Ver G.O. Nº 37.347 del 17 de diciembre de 2001.
7 Ver decreto-ley Nº 6.266 del 22 de julio de 2008 en GOE Nº 5.891 del 31 de julio de 2008.
8 Artículo 29 de la ley derogada y artículo 29 del decreto-ley vigente.
9 Ver Renato Alessi, Instituciones de Derecho Administrativo, Tomo I, Barcelona, 1960, pp. 43 y
45.
aquéllos son casi las mismas que ahora se prevén para los institutos públicos12. Estaríamos
entonces en presencia -simplemente- de un cambio de denominación, dada la similitud entre
el instituto autónomo y el instituto público.
B.- La tesis anterior puede quedar desvirtuada con los siguientes argumentos:
a.- El decreto-ley, a pesar de referirse en forma genérica a los institutos públicos en su
artículo 96, sin embargo, en el artículo 101 prevé la figura de los institutos autónomos como
una categoría jurídica distinta.
b.- El artículo 119, ordinal 3º alude a los “institutos públicos, institutos autónomos y
demás entes descentralizados”. De la redacción de la norma aparecen entonces como entes
diferenciados.
De acuerdo con lo expuesto, institutos públicos e institutos autónomos se presentan co-
mo dos categorías jurídicas distintas, en un mismo nivel, sin que del articulado del decreto-
ley aparezca el criterio diferenciador. Ahora bien, lo lógico hubiese sido que los institutos
públicos se hubieren previsto como un género donde se encontraran comprendidos los si-
guientes subtipos, a saber: institutos autónomos; universidades nacionales, el Banco Central
de Venezuela como “persona jurídica de derecho público, de rango constitucional, de natura-
leza única”13; y las sociedades anónimas creadas por ley como el Banco Industrial de Vene-
zuela14 y el Banco Agrícola de Venezuela15.
Sin embargo, no es ésta la intención que surge de la nueva normativa en relación a las
entidades públicas. Mas bien debe ponerse de manifiesto la tendencia -a través de las recien-
tes regulaciones de entes que ya no son calificados como institutos autónomos pero tampoco
como institutos públicos- a una mayor sujeción del organismo público a la Administración
Nacional Central, tal como ocurre con el Instituto Nacional de la Vivienda16; el Instituto
Nacional de los Espacios Acuáticos, calificado como ente de gestión de las políticas que dicte
el Ministro de adscripción17; el Instituto Nacional de Desarrollo de la Pequeña y Mediana
Industria, el cual debe ejecutar los políticas y estrategias, dentro del ámbito de su competen-
cia, que le dicte el Ejecutivo Nacional a través del Ministro respectivo18; el Instituto Nacional
de Canalizaciones, también ente de gestión de las políticas del órgano rector (el ministro)19.
En fin, igual ocurre con el Instituto Nacional de Turismo y el Instituto de Ferrocarriles del
Estado20.
Cabría entonces preguntarse si, aun cuando tampoco sean calificados como institutos
públicos, es ésta la característica que pretende asignársele a los mismos: una mayor sujeción
al nivel central. De ser ésta la situación, la supresión del término “instituto autónomo” -en
esas regulaciones concretas de cada ente- presenta connotaciones específicas dentro del ámbi-
to de la descentralización funcional: El mayor sometimiento de la entidad pública al nivel
central.
Y como, a su vez, la figura del instituto autónomo, de rango constitucional, ha quedado
preservada al estar regulada en el propio decreto con rango de Ley Orgánica de la Adminis-
tración Pública y, además, lo señala expresamente su Exposición de Motivos (se mantiene
“…en plena vigencia la figura de los institutos autónomos prevista en el texto constitucio-
nal”), podría llegarse a la conclusión de que la figura “institutos autónomos”, quedaría reser-
vada -al parecer- a entes dotados de una menor sujeción al nivel central. Los institutos públi-
cos se diferenciarían de los institutos autónomos en el grado de sujeción al órgano de ads-
cripción.
2. Las empresas del Estado como personas jurídicas de derecho público
El artículo 102 del decreto con rango de Ley Orgánica de la Administración Pública ca-
lifica a las empresas del Estado -contra toda la tradición legal, doctrinal y jurisprudencial-
como personas jurídicas de derecho público, a pesar de que son constituidas, tal como lo
señala la misma disposición, de acuerdo a las normas de derecho privado.
Luego, el citado artículo 102 se encuentra en contradicción con el artículo 29, ordinal
1º del referido decreto-ley, conforme al cual los entes descentralizados funcionalmente con
forma de derecho privado –en contraposición a los entes descentralizados funcionalmente
con forma de derecho público- “están conformados por las personas jurídicas constituidas de
acuerdo a las normas de derecho privado…”, a menos que se haya querido establecer una
disociación entre el carácter público de la personalidad del ente y la forma jurídica adoptada,
disgregación que es contraria a la interpretación que surge del artículo 29, en el cual forma
jurídica y naturaleza de la personalidad aparecen asimiladas y es por ello que las fundaciones
y las asociaciones y sociedades civiles del Estado, al adoptar una forma jurídica de derecho
privado, se tienen como personas jurídicas de derecho privado.
Además, si las empresas del Estado son personas jurídicas de derecho público quedan
por tanto dotadas de potestades públicas; pueden dictar actos administrativos y, en fin, la
distinción entre entes descentralizados funcionalmente con forma de derecho privado y entes
descentralizados funcionalmente con forma de derecho público21 queda entonces desvirtuada.
Muy por el contrario, la justificación de la figura empresas del Estado obedece a la ne-
cesidad de acudir a formas organizativas propias del derecho privado –la sociedad mercantil-
ya que es a través de ellas como el Estado puede realizar determinadas actividades en una
forma más eficaz. Es eso, precisamente, lo que justifica la existencia de este tipo de entes, su
sometimiento de principio al Derecho Mercantil y la ausencia de potestades y prerrogativas
públicas22.
III. CONCLUSIÓN
Deberá quedar claramente delimitada, en una futura legislación, la distinción que pre-
tende establecerse entre institutos públicos e institutos autónomos y el exacto sentido que
quiere dársele a los primeros. Además, la calificación de las empresas del Estado como
personas jurídicas de derecho público debe ser objeto de revisión, pues todo indica que
debe mantenerse la distinción entre dos tipos de entes, tal como se presente en el artículo
29 del tantas veces mencionado decreto-ley con rango de Ley Orgánica de la Administra-
ción Pública.
22 No ignoramos que la Sala Plena de la entonces Corte Suprema de Justicia, en su sentencia del 20
de noviembre de 1979 (Repertorio Forense Nº 4.786 del 26 de enero de 1980) calificó al Centro
Simón Bolívar C.A. como un establecimiento público y la Sala Político Administrativa de la mis-
ma Corte Suprema de Justicia catalogó a SIDOR como entidad pública (sentencia del 23 de octu-
bre de 1973 en Doctrina de la Procuraduría General de la República, 1973, p. 438), lo cual deri-
va, a nuestra juicio, de una errónea asimilación entre el carácter público de un organismo y su en-
cuadramiento dentro de la Administración Pública.