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LA INFALIBLE RECETA DE

COMO CRIAR A LOS HIJOS


Por Guillermo Torres López (*)

Nadie nos enseñó como criar a nuestros vástagos, puesto que suponíamos que
por el sólo hecho de reproducirnos traíamos la información incorporada en
nuestro código genético. En estas épocas de crítica generalizada se nos
enrostra que no supimos criar a los hijos. Fruto de ese prurito son las reglas
que un amigo me mandó y cuya autoría de seguro se ignora y que hoy
comento, pues no estoy muy de acuerdo con ellas.

El artículo que comento privilegia la función de las madres, cual si los varones
fuéramos sólo fuente de semilla y ya nada tuviésemos que ver con el fenómeno
“criar”. De allí que arranca con un consejo a las malas madres (ese es el
nombre del artículo que comento) que dice “No cedas a los caprichos de tus
hijos, pueden pensar lo peor de ti ahora, pero te lo agradecerán más tarde.”
Como toda afirmación tiene algo de verdad y mucho de mentira. Los hijos
permanecen con nosotros, latinoamericanos, vinculados de por vida a la
familia. En cambio, los gringos en general son expertos en deshacerse de los
hijos a los 18 o antes. Los ingleses prefieren entregar sus cuidados a otros en
sus famosas escuelas privadas donde son internados. De los asiáticos se poco,
salvo que los japoneses buscan hijos exitosos en el ciclo escolar.
De tanto recorrer américa del sur, tengo la sensación que los padres quedan
contentos con que el hijo trabaje, a la hija no le pegue el marido, que los nietos
estén sanos y no hay una fijación que vaya más allá. Las mamás sobre todo,
aman rodearse de los pollos, luego de los adolescentes y luego de hijas e hijos
en etapa de hacerse viejos. He leído que en países que supuestamente se
desarrollan –Chile por ejemplo- esto se va perdiendo, cuando era lo único
bueno de nuestro supuesto subdesarrollo.
Los padres sí sabemos que fuera del hogar es otro cantar y que la vida no es
fácil. Cada hijo es diferente y uno tiene sus predilectos. Y no lo nieguen pues
es lo natural, Lo mismo ocurre en nuestra función de abuelos. Si no fuera así
no seríamos humanos.
Los caprichos de los hijos, no siempre son caprichos. Yo era pre adolescente y
ya entendía algo de lo que se debía de usar en mí vestir. Mi padre,
tradicionalista, aborrecía esas modas de mocasines, sweaters de colores
subidos y pelo un poquito largo. Yo no me atreví a enfrentarlo y fue una de mis
hermanas la que lo hizo. Él reaccionó furibundamente, y le dijo “harás de tu
hermano un maricón”, pero cedió a mis caprichos del momento y me compró la
ropa a la moda. No he cambiado de sexo a la fecha y la verdad, esas
novedades del transgénero no me atraen, pero la exigencia de estar como mis
compañeros en ropa y figura no fue una excentricidad, pues a esa edad lo
vemos como una necesidad básica.
Volvamos a las reglas que supuestamente nos harán buenos padres. Dice la
receta: “Asegúrate de que tus hijos se acuesten a dormir a una hora
razonable.” Mis amigos de niñez compartida eran básicamente dos, los
hermanos Cors, Felipe y Pilar. Una tarde de juegos preguntamos ¿verdad que
ustedes a la ocho ya están acostados? - ¡pero si lo mismo dicen nuestros
papás de ustedes! – fue la respuesta inmediata. Esperamos con ansias la
noche de ese día para espetarles nuestra revelación que los habíamos pillado
en su truco y que rechazábamos el engaño para acostarnos temprano. Mi
madre con cinco hijos, su amiga Tola Cors con cuatro, de seguro esperaban
que llegara la noche para que el sueño de los críos las liberara de esa carga
dura que es el educar a la parvada.
Ya de padre daba gracias porque mi hijo no lloraba en la noche. Gastón era un
modelo y yo así lo creía. Tarde me enteré que el niño chillaba de noche, pero
con el sueño pesado de padres jóvenes que se acuestan tarde y con música,
no lo escuchábamos.
Otra de las reglas de este recetario para la mala madre (se supone que hay
que hacer lo contrario para no serlo) dice “No les sirvas postre a tus hijos todos
los días. Las golosinas deben guardarse para ocasiones que lo ameriten. Esto
es lo que las hace especiales”. La verdad que esta afirmación es tan tonta que
creo que fue el motivo de escribir estas líneas. Las mamás y papás saben que
el niño acepta comer, sobre todo los más chiquitos, por el postre, que no tiene
que ser golosinas, basta las frutas y sus derivados. En mi casa la reina de los
postres era la macedonia, es decir un tuti fruti, como llamaríamos ahora. La
pelea diaria de la sopa me llevó a reclamar a mi mamá porqué me daba sopa
en plato grande y postre en plato pequeño, pidiendo que invirtiera la regla.
En perspectiva, era evidente que al ser el menor y varón era el más querido.
Ese día, que sólo tenía de especial el que me daban el gusto, la macedonia
llegó en plato sopero. No recuerdo ya si comí sopa, pero bajo ese régimen de
mimos, crecí con amor a la familia, amor al formar a mis hijos -ahora ya
adultos- y no soy más malo que el resto de los humanos por los continuos
postres. El colofón de esta historia postula que sea su corazón el que lo guíe
en este difícil arte de educar a nuestros herederos y no las recetas de internet.

*El autor es papá y abuelo cariñoso y sigue del mismo sexo que al nacer.

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