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EXTINCIÓN – EL ACCIDENTE

RAMÓN HERNÁNDEZ PERIAÑEZ


NOTA DEL AUTOR

Dos años. Dos años he tardado en terminar esta novela, después de tanto tiempo
trabajando en ello. He tenido momentos buenos y malos. Momentos en los que estaba
lleno de motivación y momentos en los que quería mandarlo todo al infierno. En
realidad no se hasta donde llegará esto, dada la que está cayendo, pero no me voy a
quedar con las ganas de haceros llegar mis escritos.

Y todos los que estáis leyendo esto os habréis preguntado de qué va este libro, qué os
vais a encontrar, etc. Bueno, como bien sabréis, uno de los temas principales es la
supervivencia en un mundo Zombie, pero yo, ante todo, he intentado indagar más
allá, hacer algo diferente para que no sea otra novela del género Zombie más, sino
con otro matiz, otro objetivo. Ya lo verás por ti mismo, no quiero desvelarte nada
antes de que empieces a leer.

Solo espero que os guste mi novela y que caminéis por el mundo de los No Muertos
de la mano de los personajes que he creado, y que gocéis de su compañía tanto como
yo. No quiero entreteneros más, solo deciros que os dejo deseándoos a todos vosotros
el único motivo que me impulsa a seguir escribiendo: Que lo disfrutéis.

Ramón Hernández
PRÓLOGO

- Queridos espectadores, bienvenidos de nuevo a “La revelación”, el programa de


entrevistas más famoso de los Estados Unidos.- dijo el presentador con una sonrisa.
Las expresiones de su cara indicaban a lo lejos que llevaba tiempo queriendo hacer
esta entrevista. Hablar cara a cara con una de las personas más importantes del
mundo siempre era motivo de expectación, aún mas cuando iba a contestar cualquier
pregunta que se le formulase.- Hoy tenemos el placer de entrevistar a una de las
figuras más importantes a escala mundial, el magnate de los negocios Charlie
AllNess. Señor Charlie, por favor, pase y siéntese con nosotros.

En ese momento entró por una puerta diseñada especialmente para hacer
entradas en el programa, cubierta por una cortina color escarlata. Charlie iba trajeado
de arriba abajo, impoluto. Ya estaba entrado en años, y unas profundas ojeras
indicaban que no dormía bien. Múltiples arrugas poblaban todo su rostro, y el pelo lo
tenía color gris. Pese a todo, sonrió y saludó con la mano a todos los espectadores.
Cuando se acomodó en su asiento, el presentador empezó la entrevista.

- Bienvenido, Charlie. Espero que el viaje haya sido cómodo.


- Se ha hecho todo lo posible para ello, Denzel. Por desgracia, detesto los aviones.
Nunca llegaré a acostumbrarme a ellos.- dijo Charlie sonriendo. Todos los
espectadores le devolvieron la sonrisa. Siempre había sido un tipo simpático.
- Le comprendo, a mí tampoco me gustan mucho, sobre todo al despegar y al
aterrizar.- afirmó Denzel.- Quería preguntarle algo antes de que empecemos la
entrevista. Dígame, ¿Es verdad que, como dijo en su declaración del viernes pasado,
contestará a cada una de las preguntas que le haga? ¿Sea cual sea?
- A eso me he comprometido.- dijo Charlie mirándolo fijamente.
- Mire, he hecho un desglose de todas las preguntas que voy a hacerle, y las he
dividido en dos grandes bloques: Su vida personal y su vida profesional.
Mezclaremos los dos bloque según avancemos en la entrevista, si le parece.
- Como lo haya hecho otras veces, Denzel.- dijo Charlie con voz amable.
- Bien.- Denzel sonrió.- Usted nació en una familia humilde, con pocos recursos,
pero inexplicablemente a los veinte años era, junto a un socio suyo, el dueño de una
de las mayores empresas del país. Hay datos de su biografía por toda la red, ya sabe,
y me gustaría que los desmintiese... o los corroborase.
- Sí, Denzel, le admito que hay muchísimos datos sobre mí en internet, y le aseguro
que ni un diez por ciento son ciertos. He leído rumores extravagantes sobre mi vida y
sobre mi origen, y no paro de hacerlo porque son tales las idioteces que veo escritas
en la red que me hacen reír de manera incontrolada durante horas. Admito que
empecé con muy poco, es verdad, y tuve mucha suerte. Gracias a mi socio, Zythruel,
pude llegar a lo más alto con tan solo veinte años. Pero insisto, tuve mucha suerte y
ayuda. Además, me tocó y todavía me toda trabajar duro para mantener todo el
imperio que poseo a flote.
- Entiendo...- dijo Denzel, algo decepcionado. Esperaba que Charlie contase una gran
trama de traiciones, choques entre empresas y duelos entre empresarios.- Entre todos
sus logros empresariales, cabe destacar la línea de satélites que ha lanzado hace poco.
¿Nos puede dar algún detalle de este proyecto?
- Por supuesto. Como ya he dicho en numerosas ocasiones, son dos líneas de
satélites. La Baelnius, que ofrece una conexión en cualquier parte del mundo a
aquellos que estén conectados a la red, y la Tiraltius, que te da una imagen con
movimiento por satélite de cualquier rincón de la tierra. La peculiaridad de estas
redes es que cuando digo cualquier parte es cualquier parte. La Red Baelnius puede
darte cobertura hasta en lo más profundo de la tierra, y la red Tiraltius te puede dar
imágenes en directo de la Antártida.
- ¿Y si se conecta alguien peligroso y lo usa para fines terroristas?- preguntó el
presentador. Cada vez éste era más osado, después de las primeras preguntas. Charlie
tenía que vérselas con tipos como este casi todos los días, y sabía manejarlos.
- Para su información, solo está disponible por ahora para fines gubernamentales,
hasta que se pruebe su fiabilidad. Además, está protegido con potentes cortafuegos,
antivirus, antispyware y demás protecciones informáticas. No temas, nadie lo está
espiando mientras se ducha.- le acompañó a esta última palabra una carcajada general
del público. El presentador también sonrió.
- Es todo un alivio oír esa afirmación de Charlie AllNess. Pero éste no es el único
logro reciente de su empresa. En la actualidad está en boca de todo el mundo el
polémico tema de los Cyborgs.
- Solo lo voy a decir una vez.- Charlie interrumpió de manera algo brusca a Denzel.-
Los Cyborgs no representan un problema al mundo, sino todo lo contrario. Y me
remito a los argumentos que siempre comento cuando me preguntan sobre el tema. La
producción máxima de Cyborgs será de uno por cada diez mil habitantes. Y por
seguridad, les hemos instalado un chip en el cerebro para evitar que ataquen a ningún
humano. Esto último ha sido una medida preventiva, porque son iguales que los
humanos. Comen, beben, ríen, se emborrachan, vamos, como todo el mundo. Solo
que son máquinas. Una de las cosas que no pueden hacer es tener hijos. Reconozco
que crear vida artificial ha sido uno de mis mayores logros.

Todavía recordaba cómo hace un año empezó con este proyecto. Charlie estaba
sumido en una depresión por la reciente muerte de su hijo, y de pasada leyó un
pequeño artículo en el periódico que le llamó la atención. Un científico novel
investigaba la posibilidad de crear máquinas, o mejor dicho, máquinas humanoides
capaces de emular a la perfección a un ser humano. Dicho de otras maneras, crear
vida artificial. Fue a ver a este científico, y le pidió que le hablase de su proyecto. Lo
que oyó Charlie fue increíble. El científico, Joseph Strauss, aseguraba que con los
medios necesarios podía crear Cyborgs casi idénticos al ser humano. Charlie le dio
todos los medios que exigía, y al cabo de un año le entregó la única cosa que Charlie
le había pedido: Una copia Cyborg de su hijo. Todavía albergaba dudas en su interior
por lo que había hecho.

- Un logro increíble, de eso no cabe duda.- admitió Denzel.- Perdóneme que la haga
esta pregunta, ¿Qué le llevó a crear un Cyborg idéntico a su hijo fallecido?- a Charlie
le llevó unos segundos para empezar a contestar a esta pregunta. Era un tema que
siempre le dolía hablar de él.
- Mi hijo murió en un accidente de helicóptero en el Monte Rainier, hace dos años,
como bien sabéis. Me sentía solo como nunca me he sentido, y busqué algún modo de
llenar ese vacío en mi vida. Zythruel me habló de un científico que estaba trabajando
en la creación de vida artificial.- mintió Charlie. Le avergonzaba haber sabido de
Joseph por un simple periódico.- Vi su trabajo y le financié, con la condición de que
crease una copia exacta de mi hijo. Y después de un año, me dio lo que le pedí.
Muchos me han llamado monstruo, y otros dicen que usurpo la memoria de mi
difunto hijo con una máquina. Eso es porque no están en mi lugar. No quería sentirme
solo, y Elliot el Cyborg ha llenado el vacío que dejó mi hijo. No espero que lo
entiendan, la verdad. Los Cyborgs, como he dicho, pueden ser muy útiles. Los
trabajos a los que el ser humano está expuesto a muchos peligros, para ellos no los
son, y si se da el caso que tienen que evitar respirar, comer o beber, pueden hacerlo
por mucho más tiempo que un ser humano. No sufren enfermedades, por lo tanto se
pueden encargar de trabajos como los que se ofrecen en centrales nucleares, en la
manipulación de productos altamente contaminantes, etcétera. Los Cyborgs, en
definitiva, son un gran logro.
- Estoy con usted, Charlie. Una pregunta más. ¿Puede emular cualquier persona
difunta en un Cyborg?
- Si, por supuesto. Pero solo con el consentimiento de los familiares y con la
aprobación del gobierno. Además, necesitamos una muestra de ADN para poder
emular a la persona. A partir de esto, no es difícil si tenemos un patrón Cyborg.
- ¡Vaya, sería increíble poder vivir eternamente! ¿No, Charlie?- bromeó Denzel.
- Otra vez le digo, los Cyborgs no son clones. Son máquinas, muy parecidas a los
humanos, si, pero si muere alguien muere para siempre, no le quepa duda.
- Qué pena, ya me había hecho ilusiones. Un última pregunta, y damos por finalizada
la entrevista. ¿Se arrepiente de algo en su vida?
- Solo de una cosa. De permitir que mi hijo aprendiese a conducir helicópteros.
- Gracias por su tiempo, señor AllNess, y esperamos verle alguna vez aquí, en “La
Revelación”. Después de los anuncios, el Reality Show más famoso de los Estados
Unidos, “Center Lovers”.- y Denzel dio paso a los anuncios.

Charlie se quedó el tiempo suficiente para saludar a todos los presentes en la


sala y no parecer grosero. Rió en el momento justo, dramatizó en los momentos
adecuados, y mientras hablaba con cada uno de los presentes, concedía favores y
elogiaba a quien debía. Porque en esa sala se encontraban personas muy importantes,
tanto del gobierno como de la banca, y necesitaría de todos los apoyos posibles para
que los Cyborgs fuesen aceptados en la sociedad Norteamericana. Cuando pudo salir
sin parecer grosero, se fue andando a paso normal, a las traseras del escenario a
reunirse con el Cyborg que tanto se parecía a su hijo.

- Elliot.- dijo Charlie, sentándose a su lado.- ¿Cómo crees que ha ido la entrevista?
- No sé.- dijo Elliot, inseguro.- Has dicho lo que sueles decir en otras ocasiones... No
sé si llegarán a aceptarme como a uno mas.
- Lo harán.- le aseguró Charlie.- El temor a lo desconocido es una de las
características principales de un ser humano, siempre lo ha sido. Cuando pase un
tiempo, aceptarán que los Cyborgs sois una realidad, ya lo verás. Vayámonos a casa.

Elliot y Charlie salieron juntos del estudio de televisión, y pusieron rumbo a casa
montados en su limusina. La familia AllNess vivía en una mansión gigantesca en las
afueras de Castle Rock, en Colorado, desde hacía varias generaciones. En la
actualidad solo quedaba vivo en la familia Charlie, y por lo tanto todas las rentas y
propiedades de la familia le pertenecían a él. Sabía que sería el último AllNess vivo
que habitaría la mansión, y eso, desde que murió su hijo, le hizo sentirse triste y lleno
de dolor. Pero ya no, ahora que tenía al Cyborg. Le gustaba fingir que su hijo no
había muerto, y que estaba con él de nuevo. Pero en el fondo sabía que no era así.
Charlie estuvo todo el camino hasta Castle Rock callado y con la mirada perdida.
Elliot le miró, preocupado.

- Padre, ¿Qué te pasa?- le preguntó. El nuevo Elliot también fingía que era su hijo. O
mejor dicho, no lo podía evitar. El Cyborg tenía absolutamente los mismos recuerdos,
manías y forma de ser que el difunto Elliot, y se comportaba como tal. El nuevo
Elliot era una copia casi exacta del anterior, con el único inconveniente de que era
una copia. Su científico había hecho un gran trabajo, de eso no cabía duda.
- Nada.- dijo Charlie, no muy convencido. Cuando llegaron a los alrededores de la
mansión AllNess, Charlie prosiguió la conversación.- ¿Ves toda la extensión de
nuestro hogar, Elliot?- los alrededores de la mansión eran hectáreas de jardín con
numerosos árboles poblando la tierra. Numerosos caminos recorrían el terreno,
adornados con bancos, fuentes, parterres y otros elementos de jardín.- Casi todos los
árboles los planté cuando nació Elliot, con la esperanza de que sus hijos jugasen bajo
ellos. Ahora tú los verás crecer.

Elliot no supo qué decir, y se mantuvo callado hasta que las verjas que custodiaban la
mansión se abrieron. Mientras entraban, Elliot pudo observar que era verdad. La
mayoría de los árboles ostentaban una estatura media con respecto a la altura que
debían de tener, y comprobarlo con sus propios ojos solo lo hizo entristecerse más.
Aparcaron el coche justo enfrente de la entrada, y juntos entraron en la mansión.

- Elliot, yo me voy a mi despacho a trabajar. Tengo muchos asuntos que requieren mi


atención, y no puedo demorarlos por mucho más tiempo. Nos vemos a la hora de
cenar, ¿Vale?
- Vale, padre.- Cuando Elliot fue hacia su cuarto, Charlie entró en su despacho e
indicó a su servicio que no lo molestaran si no era por algún asunto importante. Las
horas pasaron de llamada en llamada, de reunión en reunión telefónica. Era el día a
día de Charlie AllNess, uno de los hombres más poderosos del mundo. Tenía que
controlar todos sus tinglados, empresas y fundaciones, saber cómo iban, si había que
hacer algún cambio o simplemente dar aprobaciones a planes de empresas que
conllevasen mover millones de dólares. Fue entrada la noche cuando Elliot entró en
su despacho.
- Padre, ¿Puedo hablar contigo un momento?
- Si, espera...- terminó de hablar con un empresario que estaba dispuesto a unirse al
conglomerado AllNess y fue hacia su hijo.- Dime, ¿Qué querías? Ya debe ser casi la
hora de la cena.
- Si, lo sé. Solo quería preguntarte si sabías qué es este dossier. Lo he encontrado en
mi habitación, y no sé qué demonios es. No recuerdo haberlo dejado ahí.
- A ver.- Charlie cogió el dossier. Era grueso, con mucho papel por dentro, y lo
cubría una carpeta de color marrón resistente.- No lo sé, Elliot, no me suena para
nada... ¿Porqué no lo lees e investigas un poco su contenido? Así tendrás algo que
hacer.
- Vale, Padre, eso haré.- cogió el dossier y se fue hacia su cuarto, un poco
emocionado.- ¡Te informaré de mis progresos!

A Charlie le gustaba ver feliz a Elliot, y sonrió mientras se iba a investigar algo que le
inquietaba. El dossier parecía importante, y la carpeta que cubría toda la información
era la estándar que usaban todos sus laboratorios para guardar investigaciones. Pero
lo que más le producía escalofríos era el nombre de la carpeta. “No puede haber
nombre más aterrador para un proyecto, la verdad.” pensó Charlie. Porque el nombre
que esta carpeta llevaba escribo en la portada era “PROYECTO EXTINCIÓN”
1. JOSEPH

Su vida fue una tortura. Desde pequeño dio síntomas de ser más listo que el resto,
hasta que hizo el test que confirmó que era un superdotado. Este hecho solo hizo que
su vida social se agravara más. Como avanzaba más rápido que el resto, fue objetivo
de burlas, insultos y palizas, y no tardó en encerrarse en sí mismo. Durante toda su
infancia no tuvo nunca amigos, y mucho menos cuando entró al instituto. Día a día se
enfrentaba a continuos intentos de martirizarlo. Una colleja por allí, un insulto por
otro lado... no fue una época ni bonita ni fácil para él, pero siempre fue un luchador, y
resistió. Solo, sí, pero resistió. Porque él tenía un sueño.

¿Y si por algún casual se podía de alguna manera crear personas con el mismo
intelecto que él? No habría un superdotado por cada mil habitantes, sino que habría
cien, o quinientos. El poder tener un grupo de amigos sin que le torturaran de la
manera que le habían torturado toda la vida era un sueño demasiado bonito. Desde
que se licenció en las carreras de física y biología, estuvo trabajando en un proyecto
propio para la creación de su sueño, en una destartalada nave de un polígono
industrial de Denver, su ciudad natal. Dadas las condiciones en las que trabajaba, no
avanzó mucho, y el escaso material del que disponía no le daba resultado ninguno.
Necesitaba instrumental cibernético muy caro para poder tener resultados, y material
casi imposible de conseguir, como células madre, chips nano-tecnológicos, muestras
de tejido y órganos humanos...

Casi estaba a punto de abandonar su sueño cuando apareció en la puerta de su nave el


mismísimo magnate de los negocios Charlie AllNess. Se sorprendió al verlo allí, en
su modesto laboratorio, y cuando fue hacia él, tartamudeó como un bobo.

- ¿Es usted el científico Joseph Strauss?- Dijo Charlie. Le acompañaban dos


guardaespaldas que eran tan grandes como armarios. Sus rostros eran pétreos como
una roca, igual que el de Charlie AllNess.
- U-u-usted es...- dijo Joseph, embargado por la emoción.
- Sí, soy Charlie AllNess. ¿Sorprendido?
- No sabe usted cuanto, señor AllNess.- dijo Joseph, sonriendo mientras le estrechaba
la mano.- Supongo que habrá venido a que le hable de mi trabajo.
- Supones bien. Vayamos dentro. Le doy treinta minutos para convencerme de que le
financie.
- Entendido. Señor AllNess, por favor, sígame.

Los tres lo siguieron hacia el interior del edificio. Con una sonrisa, Joseph pudo
observar lo maravillado que estaba quedando Charlie, mientras observaba todo su
trabajo. Entraron en una pequeña sala donde había una mesa sencilla de escritorio
con una mesa de oficina aparentemente cómoda, y pegadas a las paredes unas cuantas
sillas medio desvencijadas por el uso. Joseph le cedió su silla de oficina a Charlie
como gesto de amistad, y éste se lo agradeció con un gesto. Nada más sentarse en
aquella silla se dirigió a Joseph.
- Me han informado de que está trabajando en la creación de Cyborgs y dice que es
capaz de instalarlos una inteligencia artificial. ¿Puede desarrollar esa afirmación?
- Es muchísimo más que eso, señor AllNess. Podrán sin problemas pasar por seres
humanos si nadie se entera que esto se lleva a cabo. Según los cálculos, podrán sentir,
amar, soñar... hasta comer, beber y fumar. Como un ser humano, pero sin serlo.
También hemos estimado que tendrán una vida media de cien años.
- ¿Podríais emular a una persona en un Cyborg?- dijo sin miramientos Charlie. En
ese momento Joseph ya sabía lo que andaba buscando.
- Pues...- Joseph se lo pensó un poco. Sabía que lo que contestara en este momento
decidiría si este ricachón lo financiaría o no.- Si, con su ADN podríamos reproducir
su aspecto, y hasta instalar en su memoria todos los recuerdos de aquel al que quiera
reproducir. Pero esto será mejor que no lo difundamos, porque puede usarse para
fines ilícitos.
- Yo decidiré lo que se difundirá y lo que no.- le dijo de forma tajante Charlie. Joseph
se acurrucó un poco en su silla, acobardado.- No sé si lo entiende, no le estoy
financiando.- dijo Charlie con voz grave.- Le estoy comprando. Desde el momento en
el que acepte, trabajará para mí, y si lo hace bien, vivirá como un rey. A lo que
vamos, para que pague todo esto tienes que hacerme una copia de mi hijo Elliot.
- Tiene que entender, señor AllNess...- le advirtió Joseph. Ante todo, no quería tener
problemas por esto. Si la copia de Elliot no le gustaba a Charlie, estaría en problemas
gordos de verdad, y si le gustaba, quizás tendría una posibilidad de salir de este
embrollo de una pieza.- Aunque se parezca y se comporte como su hijo, con el debido
respeto, su hijo está enterrado junto a su madre.
- ¿Crees que no lo sé, insecto asqueroso?- le dijo con desprecio Charlie.- Sólo quiero
no estar solo, y ¿Con quién estar mejor que con alguien que se parezca a mi hijo?
- Con algo.-le corrigió Joseph. Nada más soltar esa frase, supo que había hecho mal.
- Se está pasando, señor Strauss.- le advirtió AllNess.- Como vuelva a importunarme
verá lo que le pasa a las personas que me desagradan.
- Disculpe, señor Allness.- dijo Joseph bajando la cabeza.
- Bien, vas aprendiendo.- dijo Charlie, dirigiéndose a Joseph como si fuese un perro.
No le gustó ese trato, pero tuvo que tragar si quería recibir los fondos que tanto
necesitaba.- ¿En cuanto tiempo tendrás el trabajo hecho?
- Si dispongo de todos los medios y puntuales, dos años como máximo.
- ¿Y como mínimo...?- dijo Charlie metiendo prisa. Joseph no quería ser abusivo en
lo que pedía por miedo a que Charlie se echase atrás, y elaboró una lista rápida de lo
que más necesitaba.
- Si me pone dos ayudantes y contrata a algunas personas que tengo en esta lista,
creo que podré en un año.- le dijo Joseph tendiendo la lista a Charlie.
- ¿Sabe qué, señor Strauss? Creo que usted es idiota. Le he dicho que dispone de
todos los medios que precise, como si pide un autobús lleno de prostitutas. Mientras
que haga su trabajo en el menor tiempo posible, y bien hecho, me importa un bledo lo
que pida. ¿Cree que no me sobra el dinero? Me limpio el culo con él. Bien. Mañana
mándame otra lista más cargada con todo lo que precise, además de estos científicos.
Todo lo que necesite, ya lo sabe. Nos vemos dentro de un año, y como no tenga el
trabajo completado, tendrá que darme explicaciones, Strauss.- dijo Charlie
despidiéndose de Strauss.

Desde entonces la vida fue de maravilla. Cumplió con el plazo exigido por Charlie, y
además, éste quedó totalmente feliz con su petición. El Elliot que creó Joseph era una
copia idéntica del Elliot original, hasta conservaba en sus recuerdos el hábito de
fumar. Charlie quedó tan maravillado con el trabajo realizado que le regaló a Joseph
un viaje e dos semanas al destino que eligiese, además de todos los gastos pagados, y
un chalet de lujo en las afueras de Denver.

Recordaba todo esto con nostalgia mientras se tomaba una copa el sábado noche, en
uno de los mejores locales de fiesta de la ciudad. Hace un año sería impensable lograr
entrar dentro, dado su estatus anterior, pero ahora eso era cosa del pasado. En estos
momentos estaba forrado de dinero, y podía entrar y asistir a los eventos que le diera
la gana. El local tenía de todo. Chicas, shows de todo tipo, y un ambiente buenísimo.
Tenían instaladas fuentes de agua dentro de la discoteca, y muchísimas plantas de
interior y decoración naturística, para dar fe al nombre del local, “El Jardín de las
Hespérides”.

Pero su sacrificio fue grande. Nada más salir los Cyborgs a la luz salieron enemigos
por todas partes. Daba igual lo positivo que eran los Cyborgs para la sociedad. Más
de la mitad de los medios de comunicación estaban en su contra, y con ayuda de
Charlie compró a muchos políticos, estrellas del espectáculo, mandos militares y
demás personas influyentes en la sociedad para que apoyasen su proyecto, además del
propio Charlie, que daba entrevistas a todo aquel que lo pidiese para corroborar el
logro que crearon entre Joseph y él. No obstante, en muchos medios de comunicación
se le tildó de crear monstruos. Le han apodado el Frankenstein del siglo veintiuno, y
algunos se han atrevido a afirmar que Joseph era el Anticristo. “La gente puede
llegar a pensar cualquier cosa”, pensó Joseph. “Es gratificante que a mis pequeños
no se les ocurrirías esas estupideces, son demasiado listos para crear fantasías de
ese calibre”.

- ¡Camarero, otra copa!- dijo Joseph a voces en una de las barras, levantando la
mano para que le viesen. Uno de los camareros se apresuró a atenderlo. En ese
momento pasó una chica muy guapa delante de Joseph.- ¡Hola, guapa! ¿Quieres que
te invite a una copa?- dijo Joseph, sonriendo de manera lasciva. Ya estaba muy
borracho. La chica no le hizo caso.- ¡Bueno, tú te lo pierdes! ¡No te necesito, soy
Joseph Strauss, uno de los hombres más ricos de todo Denver!- Joseph se posó en la
barra, ofendido. Daba igual que fuese rico, las chicas seguían sin hacerle caso. Estaba
pensando en ese momento en empezar a asistir a un sexólogo, como siempre hacía
cuando bebía unas copas de más, cuando alguien le llamó dándole unos golpecitos en
la espalda. Cuando se dio la vuelta se asustó al ver que no era la chica de antes, sino
Elliot.
- ¿Sorprendido?- dijo Elliot, que le miraba fijamente. Estaba frente a él, mirándolo
de forma divertida junto con un grupo de mentes brillantes que fue reclutando por
toda la tierra hacía unos meses. Un grupo de cerebritos, vamos. A Joseph ya no le
iban esos grupos, había estado siempre encasillado desde preescolar en los grupos de
los empollones, los pringados, etcétera, y estaba harto. Quería estar en el grupo de los
triunfadores de una maldita vez. Por eso se había negado a formar parte del grupo de
cerebritos de Elliot. Los empezó a mirar uno a uno, extrañado, y tan borracho que
tuvo que ir identificándolos poco a poco. Los recitó en su memoria. “Kurt Slain es el
pelirrojo alto y gordo, Sonya Carter es la tía rubia que está muy buena, Peter
McRivan es el del pelo castaño con cara de inocente, Igor Towalski es el tío
musculoso y rapado al uno, y Lucía Aprea es la tía morena que está buena,
hermanastra de Igor. Vaya grupito, joder...”
- La verdad es que sí.- dijo, tendiendo la mano a Elliot. Iba totalmente trajeado, todo
lo contrario que sus acompañantes. Los demás iban vestidos de negro, con una
gabardina que les cubría el cuerpo entero, un sombrero cordobés y una placa de
Sheriff del oeste que llevaba el nombre escrito de cada uno. - ¡Ja, ja, ja! Más vale que
le digas a tus marionetas que no es carnaval. ¡Si se parecen a Blade! Ja, ja, ja...
- No son disfraces.- dijo Igor protestando.- Son nuestros uniformes.
- ¿Para qué, para una convención Friki?
- ¿A que le atizo una buena leche?- dijo Ryan, levantando un puño. Joseph no se
asustó lo más mínimo.
- Tranquilo, Ryan, no hemos venido a pelearnos.- Ryan era como el lugarteniente de
Elliot, un amigo de la infancia que entró en el grupo por la amistad que tenía con el
Elliot original. En realidad no era científico.- ¡Siete copas cuando puedas, camarero!-
le dijo al camarero. Éste, al ver que era Elliot AllNess, fue rápido recorriendo la barra
para atenderlo cuanto antes.
- Elliot, dime. ¿Qué hacéis aquí? Me alegro de veros, en serio, pero este es mi tiempo
libre, y detesto hablar de negocios cuando me estoy divirtiendo. Porque habéis venido
a eso, supongo. No creo que hayas hecho un viaje de seis horas para verme.- le
comentó Joseph, medio borracho. El laboratorio donde Elliot trabajaba con su grupo
de científicos estaba situado en las afueras de Albuquerque, y el viaje era un buen
trecho.
- Ya...- Elliot omitió la indirecta de Joseph por completo. Eso lo hizo alterarse aún
mas.- Camarero, ¿podemos disponer de un reservado?
- Si, por esa sala, señor AllNess.- señaló el camarero a una puerta que había
enfrente.- Todo recto, la tercera puerta a la derecha. Es toda suya. Si necesita algo
más, solo tiene que pedirlo.
- Gracias.- Elliot cogió su copa de la mano.- Seguidme todos.
- Elliot, no voy a ir.- protestó Joseph. No quería ni oír lo que Elliot quería decirle.
- Vendrás, Joseph. Esto es muy importante. Por favor.- insistió Elliot.
- Si no me queda más remedio...- dijo Joseph, resignándose.

Joseph pidió otra copa a toda prisa dejando la que tenía en las manos medio llena, y
los siguió hacia el reservado. No tenía ni idea qué quería Elliot. Muchas veces, en el
año que tenía de vida el Elliot Cyborg, intentó por muchas maneras que formase parte
de su grupo de científicos, y Joseph se tuvo que valer de todas sus escusas para no
entrar en él. Su trabajo eran los Cyborgs, su sueño, en el que trabajaba día y noche, y
no quería abandonarlo por nada del mundo. Todos los que acompañaban en ese
momento a Elliot eran, de un modo u otro, eminencias en su campo, además de sus
amigos. No sabía en qué estaba trabajando, y no quería saberlo. Se preguntó qué le
diría en esta ocasión a Elliot para que lo dejase en paz. Cuando llegaron a las puertas
del reservado entraron todos y empezaron a buscar asiento. El reservado era una
pequeña sala en la que apenas cabían, y tuvieron que ir a pedir otras tres sillas más,
aparte de las que ya había dentro. Se notaba solo con ver la sala que normalmente se
utilizaba para cosas más... privadas, pero a Elliot le valía, y a Joseph le tendría que
valer también. Fue Elliot el que empezó a hablar, dirigiéndose a Joseph.

- Bueno, ¿Qué tal te va? ¿Sigues trabajando con los Cyborgs?


- Como si no lo supieses bien, ahora que eres dueño de las empresas de AllNess.- el
padre de Elliot, Charlie, desapareció hace unos meses en la vieja Europa, en un viaje
de negocios, sin dejar rastro. Supuso un auténtico revuelo que Elliot heredase todos
los negocios de su padre, y aún tenía problemas para que no le arrebatasen todo por
su condición de Cyborg.- ¿Has tenido alguna noticia de tu padre?
- No, ninguna.- dijo Elliot, apenado.- por lo que sabemos, desapareció en Venecia sin
ninguna pista acerca de su paradero, ni han pedido rescate, por lo que descartamos
que haya sido un secuestro. Hemos ofrecido una recompensa de cinco millones de
dolares a aquél que pueda darnos alguna pista sobre su paradero, y tengo trabajando a
doscientos detectives en su busca.
- Espero que lo encuentres, de verdad.- dijo Joseph, de manera sincera. Sentía un
gran aprecio por Elliot, pues fue su primera creación, y la llave de sus sueños. Si
Charlie AllNess no le hubiese financiado, no existiría en estos momentos ningún
Cyborg en la tierra, contando con el que tenía delante. Y Joseph sabía que ahora
pertenecía a Elliot, le gustase o no.- Me alegro que hayas venido a visitarme, hacía
tiempo que no te veía. Pero te conozco lo suficiente como para saber que esta visita
tiene un motivo.
- Tienes razón.- dijo Elliot sonriendo.- Quiero que vengas con nosotros para
participar en una investigación que tengo en curso en Hannover, Alemania.- dijo
Elliot, como si cruzar medio mundo en una investigación de la que no conocía nada
fuese un paseo por el parque.
- Mira...- empezó a decir Joseph, evitando la mirada de Elliot. Los demás también le
miraban, y Joseph se sentía algo incómodo. Desde este momento tendría que medir
sus palabras, y el alcohol no se lo ponía nada fácil.- Somos amigos, y en verdad te
aprecio, Elliot, pero tu equipo de experimentos no es una de mis prioridades ahora
mismo. Estamos trabajando en la creación de órganos artificiales para hacer
trasplantes a humanos, y con ello salvar muchas vidas. ¡Salvar vidas humanas, Elliot!
Estamos a un paso de conseguir una auténtica revolución en la historia de la
medicina. No tengo tiempo de ir contigo a hacer pinitos en ciencias. Espero que lo
comprendas.- dijo Joseph sin importarle los resoplidos, las quejas y las malas miradas
de los demás. Y no era de menos, les había dicho en toda la cara que su trabajo no
valía para nada. Elliot lo ignoró.
- Toma, lee este Dossier. Te doy media hora.- dijo Elliot, activando gracias a un
mando la música del reservado. La puso baja, para no molestar a Joseph y que leyese
el dossier a gusto.
Mientras el grupo bebía, charlaba, y hasta bailaba, Joseph se sorprendía con cada hoja
que leía. Le costaba leer bastante debido a los efectos del alcohol, y las dos chicas del
grupo no se lo ponían nada fácil. Se habían quitado las gabardinas y lucían varios
conjuntos iguales. Las dos llevaban top y minifalda, de color negro y bastante
ajustado. Joseph se estaba poniendo malo de ver como meneaban el culo. Él mismo
se obligó a concentrarse en el dossier, y cuando terminó meditó todo lo que había
leído. Al parecer, Elliot y su equipo habían creado una especie de potenciador del
rendimiento humano. Cuando este producto entraba en contacto con el organismo, el
humano suministrado con el suero multiplicaba por diez, según los datos, su fuerza y
su agilidad, pero este tratamiento tenía un problema. No había ningún sujeto que haya
sobrevivido a las pruebas. A Joseph le entró la curiosidad.

- Por lo que dice en el Dossier, - dijo Joseph dirigiéndose a Elliot.- los sujetos
mueren una vez adquiridas las habilidades que les proporciona el suero.
- No exactamente.- contestó Elliot, con el semblante serio. Los demás pararon de
bailar y le miraron con el mismo gesto, como si dijese algo espantoso. En ese
momento Elliot apagó la música.
- ¿Cómo que “no exactamente”? Si alguien se muere, se muere y punto, supongo,
¿O estoy equivocado?- Joseph estaba hablando en voz alta. Todos se quedaron
mirándolo, sin decir nada, esperando a que hablase Elliot.
- Será mejor que lo veas tú mismo. Este producto esta en fase experimental, y aún
no esta desarrollado del todo. Por eso he venido. Quiero que nos ayudes a
completarlo, o encontrar un método de que los sujetos no mueran.
- Un momento, un momento, algo no me ha quedado claro.- Joseph se acababa de
dar cuenta de que había pasado por alto un dato importante.- ¿Has probado el
producto con humanos?
- Eh, sí, con uno, en realidad.- dijo Elliot evitando mirarlo. Lo conocía suficiente
para saber que se culpaba de lo ocurrido.- Ten en cuenta que este producto, una vez
que esté desarrollado por completo podría crear un ejército de supersoldados.- dijo,
justificándose un poco.- Claro está, el producto solo estará disponible para Estados
Unidos. Imagínate que cae en malas manos... entonces, ¿nos ayudarás?
- Me gustaría, pero mi trabajo me lo impide... ya sabes, los órganos...- dijo Joseph
con tono de disculpa. Ese dossier le levantó la curiosidad, y quería saber qué era lo
que le había pasado al sujeto en el que probaron el suero.
- Te recuerdo que soy el jefe de todas las empresas de AllNess, incluida la tuya.-
puntualizó Elliot. Joseph le miró furioso. Todo lo que hablaron había sido casi teatro,
cuando Elliot, con una sola orden, podía mandarle a trabajar donde quisiese. “Creo
que me necesita de verdad. Sino, este teatro no se habría producido. Quiere contar
con mi pleno apoyo en esto.”- Ya he organizado a un equipo de científicos para que
prosiga el proyecto de los órganos hasta que vuelvas. No te preocupes, solo será un
año. Dos, a lo mucho.
- Vale, voy contigo.- dijo Joseph, resignado.- Al menos dame tiempo para recoger
mis cosas.- le pidió a Elliot.- Por cierto, hay una cosa que no me has dicho. ¿Donde
conseguiste las bases del proyecto? Porque tendrías algo con lo que empezar,
supongo.
- Por muy extraño que parezca encontré este dossier en mi casa. No tengo ni remota
idea de porqué acabaron ahí, ni como, y mi padre, antes de desaparecer, tampoco me
pudo decir qué o quién lo había escrito.- Joseph lo miró sorprendido, sin saber qué
decir. Elliot se le adelantó.- Quédate si quieres de fiesta. El avión no saldrá hasta
mañana a las tres y media de la tarde. Te estaremos esperando en el aeropuerto
internacional de Denver. ¡Y sé puntual!- Elliot y los demás se levantaron y se fueron
del reservado, dejando a Joseph allí.

No tardó en irse hacia la zona de baile, para seguir con la fiesta. Aguantó dos horas
más, y después cogió un taxi en dirección a su casa. Cuando se levantó por la
mañana-tarde, la resaca le torturó la cabeza un rato, y se dio una buena ducha para
despejarse, seguido de un buen desayuno. Cuando ya estuvo en buenas condiciones
se arregló una maleta con todo lo imprescindible, echando una última mirada a su
casa. Era un chalet en una zona de lujo en las afueras de Denver, muy espacioso, las
paredes pintadas de color carmín muy fino, con varios sillones en la sala de estar,
armarios llenos de libros de ciencia y una gran televisión HD. Su dormitorio lo
ocupaba una cama de matrimonio gigante, un armario de madera de cedro en el que
guardaba la ropa y una mesita de noche negra como la noche. Avisó a un vecino con
el que se llevaba especialmente bien para que le cuidase el jardín y le vigilase la casa
a cambio de algo de dinero al mes.

Cerrando la puerta de su casa pensó cuando la volvería a ver, si sería dentro de un año
o quizás de dos. No sabía con lo que se encontraría en Hannover, y todo el dossier de
Ellio estaba lleno de dudas y enigmas. Se convenció de que todo se aclararía una vez
viese con sus propios ojos el cadáver del sujeto de pruebas. Porque estaba muerto, de
eso seguro. Ese “no exactamente” le daba mucha mala espina a Joseph, y quería
aclarar cuanto antes esas palabras. Cogió su coche, un Chevrolet Corvette azul
marino, y condujo hasta el aeropuerto, hacia el hangar que le había dicho Elliot.
Llegó a la hora justa, y ya estaban esperándolo los siete. Cuando llegó Elliot le hizo
un ademán para que se diese prisa, y todos juntos entraron en el avión privado de
Elliot. Lo que encontró dentro le dejó sin palabras. El avión privado de Elliot parecía
una sala de fiesta por dentro.

- ¿Qué, creías que la fiesta se había acabado?- le dijo Elliot sonriendo, mientras una
camarera-azafata les preguntaba que querían tomar.
- Eh, una fanta limón, por favor.- pidió Joseph a la camarera. Ya estaba harto de
alcohol. El Elliot humano fue un fiestero auténtico, y Joseph observó con sus propios
ojos cómo la copia del Elliot original imitaba a la perfección a su original. Joseph
estaba totalmente orgulloso de su trabajo.

Una hora más tarde, estaban volando hacia Hannover, montando una fiesta en el
avión mucho mejor que a las que Joseph asistió la noche anterior. Todos se quitaron
sus “trajes de trabajo”, quedando en manga corta y estaban bailando unos con otros.
Elliot le confesó que cuando se fueron de la discoteca donde le encontraron a él
habían pasado por unas cuantas más.

- A mi también me ha costado levantarme esta mañana, Joseph.- le afirmó.- Por


cierto, toma.- Elliot se fue un momento a la parte trasera del avión, y al cabo de unos
minutos regresó con un pequeño paquete en las manos.- Es tu traje de trabajo.
Cuando estés conmigo por la calle o en ruedas de prensa y demás, tendrás que levar
el traje.- era un traje como el de los demás, con su placa de Sheriff. Joseph torció el
gesto.
- Es una broma, ¿No?- por el tono que lo miraba Elliot, no era una broma.- Está bien,
me lo pondré. Qué remedio...- protestó Joseph.- ¿Y porqué lo de los trajes? A mí me
parecen ridículos.
- La idea se nos ocurrió a Ryan y a mí. Pensamos que os identificarían mejor como
mis subordinados de mayor confianza si vestíais un atuendo único, y tras buscar
durante un tiempo, coincidimos en que este es el mejor. Y deja de quejarte ya, que
eres un aguafiestas. ¿Porqué no te diviertes un poco y bailas con tus nuevos
compañeros de trabajo?
- Bueno, no veo porqué no.- dijo Joseph mientras se ponía la gabardina de cualquier
manera. Se levantó de su asiento y dejó allí todos los otros componentes de su
atuendo, como el sombrero cordobás y la placa de Sheriff. “Ni loco me coloco una
placa de Sheriff en el traje”.

Joseph pasó todo el tiempo de vuelo bailando y charlando con las chicas del grupo,
Sonya y Lucía. Pasaron una tormenta a pocas horas de Hannover, y cuando entraron
en el continente bajaron un poco altura, y pudo ver, por desgracia bastante mal, por
primera vez en su vida el viejo continente. Hicieron una pequeña escala en Londres,
de una hora, para desentumecerse los músculos y poder tomar un poco el aire. En el
avión había un catering bastante bueno, y cenaron todos juntos justo antes de llegar a
Hannover, casi a medianoche. Joseph se había dormido después de cenar, y les costó
un poco despertarlo. Todavía sufría los efectos del alcohol.

- ¡Joseph, que no aguantas el alcohol!- le dijo Ryan en tono de burla, después de


darle un cachete en la cara.
- No, yo creo que en esa discoteca en la que estaba este payaso servían de garrafa.-
meditó Sonya.- Al rato de tomarme la copa en aquel lugar se me revolvieron las
tripas.
- A ti todas las copas que te bebes te revuelven el estómago.- dijo con desprecio
Ryan.- Pero por favor, para necesidades, el baño.
- Auu.- Sonya le dio una colleja a Ryan. Igor se rió.
- Dejad las bromas, chicos.- dijo Elliot en tono serio.- Hemos aterrizado en
Hannover, y no quiero tonterías en público. Poneos los trajes, incluido tú, Joseph. El
traje entero. Lavaos la cara, arreglaos lo que queráis, y en cinco minutos os quiero
preparados.

Cada uno fue a hacer cosas distintas. Unos a lavarse la cara, otros a vestirse con los
trajes de Sheriff, y las chicas a lavarse, maquillarse y arreglarse el pelo de manera
apresurada. Cuando estuvieron todos preparados, un minuto más de lo que les había
dado Elliot, estuvieron esperando unos segundos para que colocasen la escalera de
embarque y salir al exterior. Ya fuera, se encontraron con unos cuantos mozos de
equipaje esperando para recoger sus cosas y dos Jeeps que los llevarían hasta el
laboratorio.

No hablaron casi en todo el viaje mientras recorrían la ciudad. Salieron de Hannover


en los Jeeps recorriendo caminos de tierra y bosques, alejados de la urbe. El trayecto
duró sobre una hora, y subieron una pequeña montaña por caminos de tierra, llenos
de piedras, y las constantes herraduras les hacían frenar casi por completo.

Por fuera, el laboratorio era un gran granero en la cima de la montaña, sin que nadie
sospechase otra cosa. Joseph sabía que era una fachada para ocultar el laboratorio de
miradas indiscretas y así poder trabajar en la sombra. Bajaron de los Jeeps y siguieron
todos a Elliot dentro del granero. Dentro, la fachada del laboratorio estaba muy
maquillada para dar el pego. El suelo estaba lleno de paja y excrementos secos. En
una esquina había un montón de horcas, y encima de una mesa una hoz, dos martillos
y una caja llena de púas, sujetando unos papeles de propaganda.

Como el que no quiere la cosa, Elliot movió una tabla suelta de la pared del granero,
e inmediatamente, el suelo de al lado suyo se abrió dejando descubierta una entrada
hacia abajo en la que apenas cabía una persona. Entraron uno por uno por las
escaleras, y cuando estuvieron todos abajo, en un pequeño recibidor, se fueron
identificando en un lector de retina y en un escáner situado a la altura del pecho.
Joseph se fijó como se identificaban todos. Primero ponían los ojos en el lector y
luego decían su nombre en voz alta, mientras el escáner les leía la placa, que Joseph
supuso que tendría algo exclusivo que lo identificase con el dueño. Cuando le llegó el
turno a Joseph, hizo lo mismo que todos los demás. Puso los ojos en el lector y dijo
en voz alta y dijo.

- ¡Joseph Strauss!- la puerta tardó un segundo en reconocer su identidad.


- Bienvenido, Joseph.- dijo una voz robótica muy extraña antes de abrirse la puerta y
dejarles pasar a todos. Elliot encabezaba la marcha por el laboratorio. Dentro de
aquella sala habría unos cinco científicos aparte de ellos, limpiando probetas y
ordenando apuntes y papeles. El grupo llegó al final de la sala, donde estaba otro
científico sentado en una silla, trabajando en un ordenador.
- Hola, Klark.- le dijo Elliot. Joseph supuso que era el que estaba al mando del
laboratorio.
- ¡Buenos días, Señor AllNess! ¿Qué tal el vuelo?- Klark era un muchacho que, por
la edad, no hacía mucho que se sacó la carrera, y Joseph sabía que estaba frente a un
igual. Eso le gustó. Al menos tendría gente de su nivel en ese agujero, y no el patético
grupo con el que vino.
- Muy bien, gracias.
- Y veo que ha conseguido traer a Strauss. Pensaba que quizás no lo conseguiría.
- Pues ya ve que sí, Klark.
- Nuestro proyecto es demasiado interesante para que lo dejase pasar.- dijo Klark con
una sonrisa.
- Correcto. ¿ha ocurrido algún cambio aparente en el tiempo que hemos estado
fuera? Ya sabes, en el sujeto.
- No, señor. Sigue como siempre. Ningún cambio aparente.- dijo Klark con un tono
de decepción en su voz. Joseph estaba estupefacto. Por lo que le había dicho Elliot, el
sujeto estaba muerto. Había algo que no encajaba.
- Bien, bien.- Elliot dio unas palmadas al científico en la espalda.- Klark, manda a
alguien a por nuestras cosas afuera. Vosotros.- dijo refiriéndose al grupo.- Id a las
habitaciones a acomodaros mientras le enseño todo esto a Joseph.
- A la orden, señor.- le dijo Klark.
- Vale, Elliot.- le dijeron algunos del grupo.

Elliot le hizo una seña a Joseph para que le siguiera. Abrió una puerta de seguridad, y
pasaron a un pasillo más estrecho. Caminaban a modo de paseo, sin prisa, mientras
Elliot empezaba a detallarle todo el proyecto.

- Leíste el Dossier que te enseñé en aquella discoteca. ¿Qué te parece el proyecto?


- Pues no lo sé, Elliot. En el avión lo leí con detenimiento, y aún no me explico
muchas cosas.
- ¿Como qué, por ejemplo?
- Hay muchos elementos en la fórmula del suero que no existen, o mejor dicho, que
no aparecen en la tabla periódica.
- Si, sé a qué elementos te refieres. Y en el dossier, explicaba donde podíamos
conseguirlos. Cuando tuvimos una muestra de esos elementos en nuestro poder,
fuimos capaces de duplicarlos.
- Y aún no me has explicado cómo puede una vacuna potenciar el rendimiento
humano, matar, y que todo el mundo hable como si el sujeto fuese a resucitar.- esta
última pregunta puso a Elliot tenso.
- A ver cómo te explico...- dijo Elliot llevándose una mano a la sien.- la vacuna que
hemos creado potencia el rendimiento físico humano llegando a multiplicarlo por
diez, pero cuando llega a su potencial máximo, que está calculado de treinta a sesenta
minutos, empieza a bajar, hasta que la vacuna se convierte en virus y mata al
huésped. Y al cabo de unos minutos de su muerte, inexplicablemente, el cuerpo se
levanta y busca nuevos humanos vivos a los que infectar, porque este “virus” más
que “vacuna”, no afecta a los animales, excepto a nosotros, claro.
- Venga, hombre. Ahora me vas a decir que los muertos se levantan de sus
sepulturas...- dijo con sorna Joseph.
- Míralo tú si no te lo crees.- le dijo Elliot, señalándolo una cristalera que había
aparecido a su derecha.

Las luces de dentro estaban apagadas, y le era imposible ver lo que había en su
interior. Cuando Elliot las encendió en un interruptor que había al lado de la
cristalera, Joseph cayó hacia atrás e hizo el ademán de huir. Lo que fue una persona
estaba en medio de la sala, con la mirada perdida en el techo. Le faltaba toda la carne
de un brazo, que según los indicios que presentaba la habitación, toda llena de restos
de sangre reseca y trozos de carne podridos, parecía que había intentado comérselo.
Solo vestía una bata de hospital verde, que ya casi no era de ese color a causa de la
sangre reseca que cubría toda la bata. Con lo acartonada que estaba parecía un
chubasquero. Apenas tenía pelo en la cabeza, y carecía de labios, dejando los dientes
al descubierto, con gusanos entre las encías. Era una visión repugnante. Cuando sus
ojos se clavaron en ellos dos, unos ojos medio podridos, pero de un color
característico verde ciénaga, fue hacia ellos, y cuando se golpeó contra la cristalera,
que era blindada, cayó a plomo al suelo, pero se levantó en seguida, y empezó a
aporrear el cristal. Por lo sucio que estaba el cristal por dentro y lo machacada que
tenía la mano que le quedaba, siempre que le encendían la luz y le observaban repetía
el mismo proceso.
- Joder...- dijo Joseph, asustado.
- ¿Entiendes ahora la importancia de todo esto? Desde que empezamos la
investigación, hemos estado buscando una cura, y no hemos dado ni de lejos ningún
paso. Creo que con tu ayuda lo conseguiremos.
- Espera, ¿Cuanto tiempo lleva ya este tío dentro de la cámara?
- Unos tres meses.- dijo Elliot simplemente. Joseph se quedó estupefacto. Creía que
Elliot tendría más sentido común. Cuando se encontró con lo que llegaba a hacer el
virus, debió destruirlo todo por completo.
- Excelente. Un virus que levanta a los muertos.- le mente de Joseph estaba
colapsada.- Elliot, te sugiero que destruyas todo esto y abandones el proyecto, antes
de que sea demasiado tarde.
- Siento decirte esto, pero no puedo. El dossier tenía escritos los nombres de los que
lo escribieron, y bien pueden estar ahora trabajando en ello, como nosotros. Es
nuestro deber encontrar una cura contra este virus, para así poder luchar contra él, si
fuera necesario. He intentado buscar por toda la tierra a estos científicos, pero
parecen haber desaparecido por completo. No he encontrado ni una pista acerca de su
paradero. Eso nos lleva a dos caminos posibles. Esos hombres están muertos, o
encerrados en un búnker como nosotros trabajando en el proyecto, totalmente
incomunicados para poder conservar el anonimato. Sea lo que sea, nosotros
seguiremos con el proyecto.
- Si este virus se desata por la tierra, arderá como la pólvora. Por favor, Elliot, hazme
caso y destruye todo esto, por favor.- le suplicó Joseph.
- No será gracias a nosotros, eso te lo aseguro. Este laboratorio está hacinado al cien
por cien, para evitar que salga nadie si ocurre lo peor.
- ¿Y si sale fuera?- dijo Joseph sin intentar ocultar temor en su voz.
- Bueno, es un riesgo que tenemos que asumir. Si no somos nosotros, estoy seguro
que alguno de los que investigan estos datos como nosotros lo sacarán a la luz. Solo
es cuestión de tiempo que se sepa de ello, eso te lo aseguro. Deja de preocuparte, al
menos por ahora, y ponte a trabajar cuanto antes en una vacuna, ¿Podrás hacerlo?
- Supongo que sí...- le confirmó Joseph a Elliot, con unas pesadillas ahondando en su
mente. Por mucho que le intentase tranquilizar Elliot, mientras tenga ese ser al lado
de la habitación donde dormían, no podría estar tranquilo.
- Qué ironía, Joseph. Soy tu primera creación, y tú, mientras creas vida, yo creo la
muerte.- le comentó Elliot a Joseph mientras iban con los otros.
2. EL AYUDANTE

Llevaba dos años en ese agujero desinfectado, lleno de material de laboratorio y sin
ver el mundo exterior absolutamente para nada, ni siquiera le daban días de permiso
para salir a despejarse, ni para ver a su familia, ni para nada. Ya empezaba a estar un
poco harto de todo ese secretismo, como si hiciesen algo ilegal, y ésa era la cuestión.
Estaban trabajando en algo que podía aniquilar a toda la raza humana.

Desde que entró en aquel agujero, leyó el dossier incontables veces, hasta que se lo
empapó por completo. Era un proyecto excelente, detallado hasta el mínimo detalle.
De todo lo que estaba escrito en él, lo que más le impresionaba era el elemento con el
que trabajaban, la base de la vacuna. Era un elemento nuevo, que no se encontraba en
la tabla periódica, y que en principio no tenían manera de conseguir. Cuando la
localización del elemento en cuestión apareció una páginas más adelante, quedaron
fascinados. El elemento, según el dossier, se llamaba Xilite, y eran los restos de un
mineral que se encontraba sepultado a unos cien metros bajo tierra en mitad de la
selva amazónica. Encontraron varios kilos, y con eso pudieron trabajar para duplicar
el elemento. Todo estaba tan bien explicado en el dossier que era muy fácil seguir el
proyecto al pie de la letra. Lo único que no decía el proyecto era cómo paliar los
desastrosos efectos secundarios que provocaba la vacuna, y en eso estaban trabajando
casi desde que empezaron.

Los primeros experimentos dieron como fruto abominaciones de las que era mejor no
hablar. Todos los que habían probado ese maldito producto, mejor dicho la única
persona en la que lo habían probado se había convertido en un Muerto Viviente,
como los de las películas. Era terrorífico. Nada más que estuvo frente al primer sujeto
de pruebas, quiso dejar el proyecto, y entonces su jefe, Elliot AllNess, le recordó
amablemente cuales fueron las condiciones con las que firmó su contrato. Tuvo que
ceder y quedarse allí, por mucho que no le gustase.

Todo cambió desde que llegó Joseph Strauss, uno de los mejores científicos que
trabajaban para AllNess. Desde que entró a trabajar con ellos, el proyecto dio pasos
agigantados con respecto a los fallos que tenía la vacuna. Elliot escogió
detenidamente a los siete que componían su grupo, recorriendo todo el mundo
buscando sólo a los mejores, pero Joseph era arena de otra playa. Era un científico
brillante. Y Klark tuvo la suerte de poder trabajar codo con codo con él, siendo su
ayudante. Le asignaron como ayudante de Joseph desde que llegaron, y él aceptó de
muy buena gana la labor de ayudarlo en lo que precisase. De todo este tiempo que
estuvo trabajando con Joseph descubrió que sin duda era el mejor de los siete que
trajo Elliot consigo. Los aventajaba muchísimo, y los mayores avances los hacía él,
mientras que los otros seis daban pasos de ciego. En muchos momentos pensó que
más que científicos eran el grupo de amigos de Elliot.
Esa mañana Joseph le llamó temprano, para empezar cuando antes a trabajar. Por lo
que decía Joseph, estaba a punto de descubrir un remedio para el problema que vino
hace un año a resolver. A Joseph se le veía emocionado, como si estuviera frente a un
tesoro. Y al llevar viviendo un año con él, su ayudante se dio cuenta.

- ¿Qué ha descubierto, señor Strauss?- preguntó con interés el ayudante.


- El remedio. Lo que busca Elliot. O, al menos, creo que he rematado todos los
avances que hemos hecho en el tiempo que llevo aquí.
- Bien, vayamos cuanto antes al laboratorio.- dijo emocionado el ayudante.

Se tomó su tiempo en asearse, vestirse y ponerse su bata. Luego fue al laboratorio


privado de Joseph, que estaba sólo a unos pasos de donde tenían las habitaciones
ellos dos. Cada científico del equipo personal de Elliot disponía de un laboratorio
propio y un ayudante, mas la sala común, que servía para las reuniones generales que
tenían cada cierto tiempo para exponer sus progresos. Lo hacían así, cada uno por su
lado, para que al trabajar juntos no discrepasen a menudo, y en consecuencia, no
avanzasen nada. De este modo, solo discutían los progresos una vez por semana, y no
todos los días y a todas horas.

Cuando llegó al laboratorio Joseph ya tenía todos los datos de la investigación


repartidos de cualquier manera por la mesa. Nada más le vio entrar, Joseph le indicó
que fuese a su lado, y empezó a recitarle, como siempre, los progresos de la
investigación.

- Vamos a repasarlo todo desde el principio.- el ayudante asintió con la cabeza.-


Cuando la vacuna XN-25 entra en contacto con la corriente sanguínea, empieza a
mutar todo el organismo del sujeto para mejorar sus aptitudes físicas y mentales.
Este proceso tarda media hora, y en la media hora siguiente el virus se queda en una
fase de mini-hibernación. Cuando pasa una hora más o menos desde que la vacuna
XN-25 entra en contacto con la corriente sanguínea, entra en su fase agresiva,
deteriorando cada vez más el cuerpo y la salud del individuo hasta matarlo. Este
proceso suele durar entre dieciocho y veinticuatro horas. Una vez está muerto el
individuo, el virus usa su cuerpo para encontrar nuevos sujetos para reproducirse.
Hemos estudiado todos estos datos hasta el más mínimo detalle, y nos hemos
concentrado en elaborar una vacuna para actuar cuando está en fase de mini-
hibernación, que es en la fase en la que el virus es más vulnerable. Y... creo que he
encontrado el antídoto para poder eliminar el efecto devastador que tiene el XN-25
cuando entra en su fase agresiva.
- ¿En serio...?- le dijo su ayudante, casi sin palabras. Al fin, después de tanto tiempo,
el ayudante veía luz al final del túnel.
- Si. pero este antídoto debe inyectarse cuando el XN-25 está en su fase de mini-
hibernación. Lo que hace esta vacuna es eliminar el virus sin eliminar los cambios
que ha hecho en el cuerpo. En otras palabras, para crear un SuperHumano, primero
hay que contagiarlo, y después curarlo.
- Pero, ¿Es seguro al cien por cien?- el ayudante aún tenía dudas.
- Es seguro que no acabas con un estado irreversible como el del otro sujeto, pero...
no estoy seguro si hay algún efecto secundario. Eso lo sabremos cuando lo probemos.
Voy a llamar a Elliot.

Joseph fue a llamar a Elliot, y mientras el ayudante fue a probar la vacuna milagrosa
de Joseph. Cogió una muestra del virus, la cura milagrosa y una muestra de su sangre.
En su muestra de sangre mezcló una minúscula gota del virus, y observó con el
microscopio cómo este iba mutando las células de su muestra de sangre, volviéndolas
más fuertes y complejas. Como decían los datos, aproximadamente a la media hora,
el virus dejó de moverse, como si estuviese muerto, entre las células mejoradas de su
sangre.

En ese momento, introdujo una gota del antídoto en la muestra. Inmediatamente, el


antídoto fue eliminando el virus como una plaga de langostas, dejando las células de
su sangre con los cambios que había hecho el virus, exactamente como Joseph había
dicho. Se sobresaltó cuando Joseph le llamó desde la puerta, pidiéndole que le
acompañase a la sala de pruebas. Iba a probar la vacuna. La cuestión era que,
sabiendo en lo que el virus te convertía si no salía todo bien, quién se prestaría
voluntario. Cuando llegó a la sala de pruebas, ya estaba allí todo el equipo al
completo, incluido Elliot. Ya estaban tratando los trámites para la prueba de la vacuna
milagrosa.

- ¿Estás seguro de que es fiable?- le preguntaba Elliot a Joseph.


- Al cien por cien. Solo tenemos tenemos que probarla.- decía Joseph con total
seguridad.
- El problema es quién se atreve a hacer de conejillo de indias, sabiendo que si la
vacuna no funciona eres hombre muerto.- puntualizó Ryan.
- Es fiable, Ryan. Eso tenlo por seguro.- dijo con voz tensa Joseph. Ryan y Joseph
nunca se habían llevado muy bien, al menos mientras habían estado en el laboratorio,
pensó el ayudante de Joseph. Siempre estaban discrepando por algo.
- También hay que tener en cuenta que si funciona, el conejillo de indias será el
hombre más fuerte de la tierra. No le podemos dar ese poder a cualquiera.- comentó
Sonya, una de las chicas del equipo.- Puede que hasta se vuelva contra nosotros...
- Vamos, Sonya, no exageres.- dijo Ryan.- Yo me fío de Joseph. Propongo que se
pruebe conmigo. Estoy dispuesto a arriesgarme.
- Oye, si tú vas a ser un SuperHumano, yo no quiero ser menos.-dijo Peter.- También
quiero que se pruebe conmigo, me fío de Joseph. No me gusta admitirlo, pero es el
mejor de todos los que estamos aquí. Además, he visto los resultados que ha traído en
un dossier, y me parecen fiables.
- Yo había pensado...- dijo Joseph, dirigiéndose a todos. Si todos querían valer más a
los ojos de Elliot, serían todos los que la probasen. Así no habría favoritos.- Que la
probemos con todos nosotros, así seremos los SuperHumanos personales de Elliot. Y
si lo probamos con varias personas podremos saber si el antídoto afecta a todos igual,
para probar si hay efectos secundarios... bueno, ya sabéis, investigación. ¿Eso no es
lo que hace un científico, investigar?- se oyó un murmullo de aprobación.- Si alguien
de vosotros no quiere probarlo, está en su derecho de abstenerse de la prueba.- nadie
dijo nada.- Bien. Chico(a su ayudante siempre le llamaba chico) quiero que sigas los
pasos de toda la investigación personalmente. Con el permiso de Elliot, te nombro
jefe provisional de los ayudantes de todos mis amigos, hasta que salgamos de la
cuarentena. Cada uno estará en una sala individual, por si acaso. Cuando queráis.-
Joseph hizo un ademán para que le siguieran. Las salas de pruebas donde aislaban a
los sujetos estaban vacías, excepto una, donde estaba el primer y único sujeto en el
que habían introducido el virus, con un resultado catastrófico. Cada uno fue entrando
en su sala, junto con sus ayudantes, y lo mismo hizo Joseph, seguido del suyo.

Joseph se tumbó en la camilla, y su ayudante empezó a preparar las jeringuillas. Una


la del virus y otra, la del antídoto. También le ató con unos cinturones abrochados a la
camilla, por si acaso. No sabían cómo respondería el antídoto en los cuerpos de los
sujetos, aparte de lo que indagaron y previeron. Cuando preparó la jeringuilla del
virus, se la inyectó en el brazo derecho.

- Ocho horas y veintitrés minutos de la mañana. El virus ya ha sido inyectado en el


sujeto. Esperando posibles cambios en su forma física.- No tardó ni tres minutos en
empezar a ver los cambios en su cuerpo. Se le hincharon los músculos, y sudaba a
chorros por la frente y el torso.- Cambios en proceso. Su masa muscular aumenta y ha
crecido al menos medio metro. Realizando pruebas de audición.- el ayudante utilizó
un audífono para medir la potencia del oído.- Pruebas satisfactorias. Aumento de la
capacidad auditiva. Realizando pruebas de visión.- le puso unas gafas especiales para
medir la vista.- Pruebas satisfactorias. Aumento de la visión. Esperando el tiempo
estimado para la inyección del antídoto.- durante la media hora que estaba
programada no dejó de aumentar la musculatura, y el ayudante sospechó que en los
demás sería igual. Cuando llegó el momento, procedió con las pruebas.- Ocho horas y
cincuenta y tres minutos de la mañana. Se procede a inyectar en antídoto.- preparó la
jeringuilla con algo de tensión y se la inyectó a Joseph.

Nada más que todo el contenido de la jeringuilla entró por la corriente sanguínea de
Joseph, empezó a tener convulsiones y a echar espuma por la boca, pero su ayudante
supo que nada podía hacer, sino esperar y anotar todo lo sucedido durante el
experimento. Después de todo era un científico, no médico. Se limitó a anotar
entradas a la investigación y a rezar para que funcionase.

- Al sujeto le han empezado a dar convulsiones. Expulsa espuma por la boca. Se


intuye que el antídoto está surtiendo efecto.- dijo esto porque sabía que el antídoto lo
que hacía era matar al virus, y supuso que no sería un proceso agradable. Esperó
durante unos angustiosos tres minutos, y de repente, pararon las convulsiones. Se le
abrieron los ojos un momento, y observó que el iris se había teñido de un verde
ciénaga, del mismo color que los ojos del primer sujeto. Cerró los ojos de nuevo, y
Joseph se desmayó.

Pasaron dos días desde entonces, y el ayudante no paró en ningún momento de tomar
notas acerca de cómo Joseph, al medio día del experimento, se levantó con una
apariencia normal, hablando y comportándose normalmente. El antídoto funcionó a la
perfección, y cuando comprobó sus apuntes con los otros ayudantes concordaron
todos en lo mismo. Aparte de cambiarles el color de los ojos a un tono verde ciénaga
y aumentarles sus capacidades físicas y mentales, tenían todos un extraño efecto
secundario que afectaba a cada uno de forma diferente, y que habían catalogado
como pudieron. En ese momento estaba en la sala de reuniones esperando a Elliot
para presentar todos los apuntes del experimento. Elliot tardó un poco, pero cuando
llegó no dijo ni una palabra mientras cogía la libreta de la investigación, se sentaba y
la leía detenidamente.

- ¿Cómo que sufren de un delirio de vicios?- dijo Elliot, extrañado. Por la manera
que miraba al ayudante, creía que le estaba tomando el pelo. Nada más lejos de la
verdad.
- Es como hemos podido explicarlo mejor. Cada uno de ellos tiene una necesidad de
vicio, o demencia. Por ejemplo, según los datos, Joseph siente envidia respecto a
todo el mundo que entra en su sala, y hacia todos los que conoce. Y Ryan tiene la
necesidad de matar algo vivo cada día, creemos que es ira contenida. Y lo de Peter es
peor. Requiere mujeres todos los días en su celda para saciar sus apetitos. Tenemos
una vaga sensación de que sufren un delirio que lo combaten con algún pecado
capital.
- Eso son patrañas...- dijo Elliot, incrédulo. El ayudante intentó explicarse.
- Pero es así, señor AllNess. Al día deben satisfacer esos vicios, y si no lo hacen se
alteran y empiezan a sumirse en una locura... peligrosa, señor.
- Perfecto. Ahora he convertido a mi equipo de científicos en unos dementes.- dijo
Elliot, con amargura. Estaba muy afectado por el resultado del experimento, y se
culpaba en su mayor parte de lo ocurrido. El ayudante intentó consolarlo.
- Tampoco es tan grave, señor AllNess. Si se les satisface con esos vicios, son
personas normales, y además el virus ya no lo tienen en el cuerpo, por lo que no hay
temor de que infecten a terceras personas. ¿Quién no comete a veces lujuria, ira o
pereza?
- Bien... me pensaré si les saco de las celdas. Déjame unas horas para meditarlo.
- Claro, señor AllNess. Con su permiso, me voy a la sala de pruebas, a ver si hay
algún cambio reciente.

El ayudante se levantó de su silla, y fue hasta la sala de pruebas, sin echar la vista
atrás. El experimento, según su opinión, salió bastante bien, omitiendo que los sujetos
sufriesen de esa extraña afección. Si lo pensaba detenidamente, casi todos los
humanos normales tenían esos defectos, el amor por el oro, las mujeres, pereza,
gula... solo que ellos, los sujetos, los tenían en mayor medida. Solo había que
satisfacer sus deseos para que mantuviesen su cordura. El ayudante ya ha tomado
notas de casi todos, y la única que le faltaba era Sonya, que había dejado para el final
porque le gustaba. Cuando entró en la sala donde estaba Sonya, se dio cuenta
enseguida de a qué se decantaba ella. En una mesa había varias sortijas de plata, y
múltiples cadenas de oro. Ella llevaba puesta su bata de paciente, pero con varias
cadenas de oro colgando del cuello, pendientes brillantes colgando de las orejas y
varias pulseras de plata.

- Vaya... tu eres el ayudante de Joseph, ¿no?- le dijo Sonya, mirándolo con los ojos
color verde ciénaga que les salieron a todos en el experimento.
- Si, soy el ayudante de Joseph. Vengo a hacerte unas preguntas.- dijo sentándose en
una silla.- Es una mera formalidad, no te preocupes.
- Vale, unas preguntas. ¿Qué me darás a cambio?- dijo Sonya, acercándose a él.
- Nada. Sólo son unas preguntas.
- He visto cómo me miras.- le dijo Sonya, acerándose a él y mirando fugazmente la
esclava de plata que le colgaba de la mano derecha.- Sé que soy tu princesa. ¿No
regalarás algo de plata a tu princesa?- dijo Sonya haciendo hoyuelos y sentándose en
su regazo. Estaba empezando a sudar.
- Oye... apártate, ¿Vale? Hay que hacer las preguntas...- al ayudante se le estaba
poniendo dura.
- Solo me apartaré si me das algo de plata, que sé que tienes.- dijo Sonya, acercando
más su cara contra la suya.
- ¡Vale, vale! Toma, ¿Contenta?- se quitó la esclava de plata y se la dio. Ella se
apartó rápidamente de él y se sentó en una silla al lado, riéndose. Parecía divertirse
mucho provocando a los hombres.
- Bien. Bien.- dijo el ayudante, recuperando la compostura.- Este es tu vicio, ¿no? La
avaricia...
- Yo no lo llamaría así.- explicó Sonya.- Tengo necesidad de cosas de valor. Eso no
puede ser tan malo, ¿No?
- No, claro que no.- como imaginaba, Sonya, como todos los demás, intentaban
justificar su vicio.- Bien, te he dado algo de plata, y en teoría tienes tu demencia
satisfecha. ¿Sientes algún impulso, atacar a alguien o hacer alguna locura?
- La verdad es que no.- dijo, tras meditarlo un momento.- Yo me siento como antes
del experimento. Más fuerte, pero igual, quitando la necesidad de tener cosas de
valor.- parecía encantada con el desenlace de la investigación.
- Vale, gracias por tu colaboración.- dijo el ayudante, y se fue sin más.
- Hasta luego. ¡No olvides de traerme algo de valor!- le dijo Sonya, dedicándole una
sonrisa. El se la devolvió, de manera forzosa.

Salió de la sala en la que se encontraba Sonya, y fue hacia la sala de pruebas.


Recopilando las notas de todos los sujetos, meditó sobre el experimento mientras
esperaba la decisión de AllNess. Si se los mimaba, eran totalmente un arma letal de
combate. Aun así, el ayudante no creía que debieran salir de aquel laboratorio, por lo
menos hasta mejorar el antídoto y eliminar el problema que surgía cuando se
administraba a una persona. Esperó durante una hora hasta que llegara Elliot AllNess
con su decisión.

- Bien, chico.- Empezó a decirle AllNess.- Antes de decirte cuál ha sido mi decisión,
quiero hacerte una pregunta. ¿Tú que crees, que debería sacarlos de la cuarentena y
llevarlos conmigo o dejarlos encerrados aquí abajo?
- Pienso... pienso que si les satisface sus vicios no habrá ningún problema, pero yo,
personalmente, les dejaría en la cuarentena hasta encontrar algo para eliminar ese
delirio.
- Has dicho que si se les satisface no habrá ningún problema, ¿no?
- Si, eso he dicho.- sin que lo dijese ya sabía cual era la decisión de Elliot.
- Siento mucho decir esto, pero no creo que encontremos nada que nos ayude. Ya
sabes cuanto tiempo hemos tardado en encontrar un antídoto para la vacuna,
imagínate cuánto tiempo tendremos que emplear en encontrar un antídoto contra el
antídoto. No voy a demorar más la salida de este producto al mercado. Mañana
sácales de la cuarentena para que me acompañen a Estados Unidos, con el virus y el
antídoto para presentárselo al gobierno de los Estados Unidos. Es hora de sacarle
rendimiento al producto.
- Pero... ¿Va a sacar el virus de aquí?.- dijo el ayudante, estupefacto.
- Si, y ya hemos discutido esto muchas veces, chico. Todo está controlado para que
no ocurra una desgracia. De eso no te preocupes. Tú te irás al laboratorio de Joseph
en Denver para intentar hacer mejoras en el antídoto, sin reparar en gastos,
¿Entendido?
- Si, señor.- dijo el ayudante empezando a sudar por la frente.
- Bien. Inicia los reparativos cuanto antes.

El ayudante, con las piernas temblando, fue para anunciar a todo el equipo que los
sujetos salían de la cuarentena al día siguiente por la mañana para irse con AllNess.
Cuando los demás miembros del equipo se fueron a hacer los preparativos, el
ayudante caminó a la sala de muestras, y en un recipiente introdujo el virus, lo marcó
con la etiqueta “Virus Z” y en otro recipiente introdujo en antídoto, lo marcó con la
etiqueta “Antídoto Z”. Haciendo esto, tuvo el horrible presentimiento de que estaba
desatando el apocalipsis sobre la tierra.
3. EL LADRÓN

Luther siempre actuaba igual. Desde que a los ocho años robó su primera bicicleta,
cogió todo cuanto quiso sin pensar en las consecuencias. A veces le pillaban, pero
como en esos momentos era menor no le hacían nada, tan solo le castigaban un
correctivo para intentar doblegarlo hacia el comportamiento correcto. Estuvo una
temporada hurtando carteras en el metro de Hannover, y poco después de cumplir los
dieciocho le pillaron en pleno robo de una joyería. Como ya era mayor de edad, y
teniendo en cuenta los antecedentes que acumulaba de su anterior vida delictiva se
ganó una temporada en la cárcel.

La cárcel para él fue una tortura constante, llena de peligros y agonías. Tenía que
vigilar sus espaldas continuamente debido a los múltiples violadores y asesinos que
allí había, y vivir con miedo. En una ocasión casi le quitan la vida por un par de
cigarros. Poco después, tuvo que decidir unirse a alguna de las bandas con mayor
influencia en la cárcel para, al menos, evitar ser atacado por algún loco de los muchos
que allí estaban encerrados. Ofreció sus servicios de ladrón a uno de los líderes de
una de las bandas, y tras demostrar lo que valía, le aceptaron de buena gana.

Era verdad que sabía mucho del hurto callejero, toda su vida de dedicó a ello y era
una verdadera autoridad. Y Luther pensó, “¿Porqué no aprender cosas de mayor
nivel?” Un integrante de la banda sabía un montón de cajas fuertes y sistemas de
seguridad, y le pidió enseñanza a cambio de cigarrillos y otras cosas de intercambio.
Aquél ladrón de cajas fuertes le enseñó todo lo que sabía al ladrón de carteras, desde
abrir cajas fuertes de banco, en qué se diferenciaban unas de otras hasta burlar
sistemas de seguridad de rayos láser y detectores de movimiento, hasta cómo abrir
una cerradura súper compleja en cuestión de minutos. Cuando salió de la cárcel, un
año después por buen comportamiento, no salió con las manos vacías al menos. En
ese momento se podría dedicar a cosas de mayor nivel.

Tardó tres meses en reunir una banda organizada para planear un atraco a uno de los
mayores bancos de Hannover. Aceptaron su liderazgo enseguida, porque ninguno de
ellos sabía tanto de cajas fuertes como él. En un mes planearon el robo con sumo
detalle, aunque se encontraron con un problema grandísimo: el banco disponía de
varias cajas fuertes, y no tenían ningún modo de saber cual era la que contenía el
premio gordo. Jugarían a adivina cual es, y con suerte al día siguiente del robo serían
ricos. El día del robo se reunieron todos los participantes, que eran cinco, en su
guarida. Tenían un coche blindado, e iban equipados con fusiles de asalto, chalecos
antibalas y enmascarados. Cogieron el coche sin decir palabra y se dirigieron hacia el
banco. Por el camino no se cruzaron con ningún impedimento que les hiciese llegar a
otra hora de la planeada. Los semáforos se portaron relativamente bien y no había
ningún atasco que les dejase parados. El coche lo aparcaron enfrente de la puerta del
banco, sin temer que la grúa se llevase el vehículo. Total, no iban a tardar ni cinco
minutos.
- Bien, empieza la juerga.- dijo Luther, amartillando su arma.- No tenemos más de
cinco minutos desde que activen la alarma hasta que lleguen los maderos. Cada uno
sabe lo que tiene que hacer. Lo único que tenéis que hace es que no perder los nervios
y hacer el trabajo lo más rápido posible.

Bajaron del coche con las máscaras puestas, y entraron dentro del banco pegaron
varios tiros al aire para amedrentar al público, consiguiendo que cayesen algunos
cascotes de mármol al suelo. Dentro del banco había varios banqueros trabajando en
sus ordenadores, mas tres que estaban atendiendo a los clientes que venían a hacer
operaciones diversas, como sacar dinero, ingresarlo o firmar los papeles de alguna
hipoteca. En total contó unos once civiles, más o menos lo que calcularon que habría
a esa hora de la mañana.

- ¡Todo el mundo al puto suelo!- gritó Luther, con voz amenazante.- ¡Si seguís
nuestras instrucciones, todos los aquí presentes podrán estar dentro de unas horas en
sus casas sólo con un mal recuerdo!

Pidieron a punta de pistola a un empleado que les abriera la puerta que daba acceso a
las cámaras acorazadas. Cuando llegaron, tuvieron delante tres cámaras acorazadas
iguales, tal como habían previsto. La pregunta era en cual estaba el tesoro. Eligieron
la de la derecha, descartaron la del centro porque era la que solía escoger todo el
mundo, y donde cualquiera pondría el señuelo. Luther se puso a hacer su trabajo,
junto a todo su equipo de herramientas indispensables para reventar la puerta de la
cámara. Habían descartado volarla, porque armaría mucho jaleo y atraería a más
público, cosa que no les interesaba. Saber que tipo de cámara acorazada era les sirvió
para practicar todo lo que pudieron en la guarida y así ahorrar tiempo, y tras cuatro
angustiosos minutos, consiguió abrirla. Dentro se encontraron con un premio bastante
seco. Entre todos los billetes que había en la cámara, harían un millón de euros. Ni de
lejos era en la que tenían su dinero. Aun así, cogieron lo que había y se fueron
cagando leches.

Cuando salieron al exterior ya les estaba esperando la policía, e intercambiaron


disparos hasta llegar el coche, a unos pasos de la puerta del banco. Afortunadamente,
a su coche no se lo había llevado la grúa. En el camino hacia el coche, abatieron a
uno de sus compañeros. Fue un tiro limpio en la cabeza, y todo su cerebro adornó la
acera en diminutos trozos que se incrustaron en torno al suelo y en los cristales de la
puerta del banco. Dentro del coche, más o menos estaban a salvo, porque era
blindado. Aun así, algunas balas pusieron a prueba al coche, que tras un ametrallo
constante hicieron mella en algunas partes mientras cogían la gran avenida por la que
habían venido, huyendo a toda velocidad.

La policía les perseguía incansable por todo Hannover. Ellos planearon todo, hasta el
recorrido de la huida. Fueron hacia una calle en la que habían planeado zafarse con
un gran plan de distracción. Justo cuando pasaron ellos, un camión se estrelló contra
la calle, impidiendo que sus perseguidores les siguiesen. A los dos minutos, aparcaron
en un callejón lleno de basuras donde habían dejado aparcado un mono volumen
estilo familiar. Se quitaron todo el equipo con rapidez y lo metieron dentro del coche
blindado, activando una potente bomba que había instalada en el maletero. Se
montaron dentro de la monovolumen y se fueron con la mayor tranquilidad posible
para no levantar sospechas. Al cabo de unos minutos, una gran explosión retumbó a
tres manzanas al sur de donde estaban, atrayendo hacia sí a todos los guardias y
bomberos de la zona, olvidándose por completo de los cacos que habían irrumpido en
un banco de Hannover hacía tan solo quince minutos. Con una sonrisa en la cara de
los cuatro ladrones, se dirigieron hacia la guarida a repartir el botín.

Gracias a ese golpe, estos dos últimos años vivió bien y sin problemas. Le tocaron
doscientos mil euros del botín, y aunque no podría vivir toda la vida de eso, consiguió
vivir al menos una temporada sin tener que pringarse robando carteras en el metro.
Aun así, la policía había ido a su casa varias veces a husmear, pero sin pruebas y con
una coartada que había comprado para el día y la hora del robo, la policía dejo de
molestarle. Pero ya habían pasado dos años de eso, y el dinero se le estaba agotando.
Desde hacía unos meses estaba racionando lo que le quedaba de dinero, pero no
podría vivir mucho más sin tener que dar un golpe. Llamó a un contacto que tenía en
los bajos fondos de Hannover.

- Oye, Eberhard, busco algún trabajo. ¿Tienes algo?


- ¿Quién eres?- preguntó Eberhard con desconfianza.
- Soy Luther. El ladrón de cajas fuertes.
- Bueno... ahora no tengo nada, pero vino un tipo extraño pidiendo a un ladrón
experto hará unas dos horas. Y le dije que no tenía a nadie disponible con los
requisitos que pedía.
- ¿Y qué requisitos pedía?- preguntó Luther.
- Será mejor que te lo diga él, es mierda de gran envergadura, pero con una paga
excelente. ¿Le digo que tienes interés en su trabajo?
- Si, dile que estoy interesado.
- Bien, Luther. Espero un compensación por las molestias, ya sabes...
- Por supuesto, en cuando esté hecho el trabajo, te daré una comisión.

Luther colgó, pensando en lo que le había dicho Eberhard. Era un trabajo de gran
envergadura, pero si no lo había aceptado el mismísimo Eberhard, habría un gran
riesgo, o estaba robando a unos tipos verdaderamente peligrosos. No pasó ni una hora
hasta que le llegó una nota del trabajo. Estaba viendo la tele, comiendo una pizza que
había encargado por teléfono, cuando alguien llamó a la puerta y deslizó una nota por
debajo. Fue tranquilamente a por ella, teniendo en cuenta que aunque fuese corriendo
a la puerta, abriese e intentase comprobar quién había deslizado la nota por debajo de
la puerta, el que lo hizo ya estaría lejos. Además, si así se quería comunicar su nuevo
jefe, por él encantado. En estos negocios cuanto menos contacto, mejor. En la nota
solo estaba escrita una dirección.

“Calle Munchausen, 48. piso 3, puerta D”


Se detuvo a contemplar aquella nota arrugada que le había dejado un extraño por
debajo de la puerta. La caligrafía era poco sofisticada, y parecía escrita con prisa. No
sabía si fiarse de aquella nota. Podría ser una trampa de la policía para pillar a
incautos cacos que acudiesen como ovejas al corral donde serían apresados. Tras
meditarlo un rato viendo la tele, llegó a la conclusión de que era la única vía de
escape que tenía para evitar volver a recorrerse el metro buscando carteras. Se aseó lo
mejor que pudo, se vistió con la ropa más elegante que tenía para causar buena
impresión y, por si acaso, guardó una Glock cargada debajo del traje. Nunca sabía
con quién se encontraría. Si le encontraba la poli, no pensaba volver a la cárcel.

Tenía coche, pero podían tenerlo fichado. Hasta creía que los malditos maderos le
seguían a todas partes. Se fue andando unas calles más allá de su casa, mirando a
todos lados para comprobar si le seguían, y cogió un taxi de forma apresurada para
evitar que le siguiese algún policía, si es que le estaba siguiendo alguno en ese
momento. Hizo al taxista recorrerse medio casco urbano de Hannover. Al taxista no
parecía importarle, porque mientras corriese el taxímetro, por él como si se tiraba
dando vueltas todo el día.

Llevaban ya quince minutos dando vueltas cuando Luther se cansó y le pidió al


taxista que fuese adonde realmente quería ir. Nunca había estado en la calle
Munchausen, y se sorprendió al ver que era un barrio bastante humilde. El asfalto
estaba en malas condiciones, había bastantes mendigos y prostitutas por la calle, y
algún que otro camello esperando clientes de su preciado material. Le paró justo en el
número 48, pagó al taxista y salió para observar el edificio donde le había mandado
aquella extraña nota. Eran unos pisos que por su aspecto tenían por lo menos cien
años. Parecía estar a punto de caerse, y muchas ventanas de algunos pisos daban a
entender que llevaban deshabitados una temporada.

Entró esquivando puntales por todo el recibidor, y debajo de las escaleras creyó ver
alguien dormido entre algunos cartones. No había ascensor, y mientras subía por las
escaleras se fijó que algunos escalones eran tablas apuntaladas de cualquier manera
para evitar que la gente se cayese. Subió hasta el tercer piso, tras dos tropezones que
había tenido en aquellos traicioneros escalones, y en una caída casi se había partido
los dientes delanteros. Este trabajo empezaba a ocasionar más problemas de la
cuenta, y antes de empezar. Estuvo tentado de irse, pero pensó en el dinero que le
podría ofrecer aquél extraño, y se dijo que al menos oiría el precio. Si no le
convencía, podría rechazar el trabajo elegantemente e irse por donde había venido.

Cuando llegó a la puerta del piso que indicaba la dirección, tocó tres veces en la
puerta y esperó a que le abriese alguien. Pero nada pasó. Intentó abrir la puerta, y
para su asombro, estaba abierta. Dentro estaba muy oscuro, y solo vislumbró una
silueta al lado de una ventana.

- ¿Eres Luther?- preguntó un voz grave.


- Si, soy yo.- respondió Luther con decisión.
- Pasa, y cierra la puerta.- le dijo la voz grave.

Cuando cerró la puerta, la oscuridad le cubrió por completo. La única luz que entraba
era por las persianas, que eran de esas que se abrían y cerraban mediante cordeles. La
luz que dejaban pasar ocultaban parcialmente a su nuevo jefe, y no le dejaba ver su
rostro. Solo distinguía su silueta. Vestía una gabardina que le cubría todo el cuerpo, y
la cabeza la tenía cubierta por un sombrero muy extraño.

- Te estarás preguntando cuál es el trabajo que te quiero encargar.- le dijo su nuevo


jefe.
- Me gustaría saber primero cuanto voy a cobrar.- le dijo Luther sin tapujos.
- Claro, el pago... a tu derecha hay un maletín. Ponlo en la mesa y ábrelo.
- Bien.- cogió el maletín. Lo puso en la mesa y lo abrió. Los ojos se le abrieron como
platos. Todo el maletín estaba lleno de billetes de quinientos euros. Por lo menos
debía de haber...
- Medio millón de euros. ¿Te vale con eso?- dijo la voz grave.
- Oh... ¡Claro, claro!- dijo, casi meándose de la emoción. Con esto viviría por lo
menos diez años a todo tren. Hasta se podría montar su propia empresa, y vivir
trabajando honradamente. Sea lo que sea, tenía que aceptar.- Dígame que tengo que
hacer, lo que sea.- dijo sonriendo a su nuevo jefe.
- Es relativamente un trabajo fácil. Mañana van a transportar por avión un pequeño
frasco. Es una sustancia que quiero conseguir a toda costa. Hay dos, yo solo quiero
uno, el que tiene una etiqueta con el nombre “Virus Z”.
- ¿Qué es, señor?- preguntó Luther por curiosidad.
- Nada que a ti te importe.- le dijo tajante la voz.- Tienes toda la información en la
carpeta que hay encima de la mesa, debajo del maletín.
- Bien. Entonces no se hable más...- dijo Luther cogiendo el maletín del dinero con
ademán de llevárselo.
- No, no.- dijo la voz con un tono se risa.- Cuando termines el trabajo, me entregarás
el frasco y yo te entregaré el maletín.
- Bueno...- por un momento Luther pensó en sacar la Glock, pegar un tiro a aquél
extraño e irse con el dinero.
- Si crees que con esa patética Glock que llevas escondida en la chaqueta vas a
dispararme, es que eres más tonto de lo que Eberhard me ha dicho. Ahora, deja el
maletín sobre la mesa, o tendré que eliminarte y darle el trabajo a otra persona más
competente. Me daría lástima, en serio. Me han dicho que eres un tipo cumplidor.-
Luther dejó el maletín sobre la mesa, y cogió el dossier donde estaban todos los
datos.- Eso está mejor. Ahora vete, y mañana cuando acabes el trabajo, haremos el
intercambio.
- Un momento...- dijo Luther antes de abrir la puerta para irse a su casa.- ¿Puedo
saber a quién estamos robando ese producto?
- Claro que lo puedes saber. A la empresa AllNess. ¿Supone eso un problema?
- No... señor.- “Voy a robar a AllNess, sabía que no iba a ser fácil...”. Nadie daba
medio millón de euros así por así. Tendría que robar un producto a una de las
empresas más poderosas del mundo. No tenía nada que perder, pensó, y se despidió
del cliente mientras salía por la puerta con el dossier en las manos.

Aquel dossier tenía, según aquel tipo, todo lo que necesitaba para llevar a cabo el
trabajo. Tras estudiarlo toda la tarde en el escritorio que tenía en el salón de su casa
acompañado de dos botellas de cerveza, media pizza que le quedaba y un paquete de
cigarrillos llegó a la conclusión de que, si llevaba a cabo el plan tal como estaba
definido en el dossier, no tendría ningún tipo de problema. Cenó tranquilamente y se
acostó temprano. Se levantó a las seis de la mañana nervioso. Era el primer trabajo
que aceptaba desde el robo al banco, y estaba algo oxidado. Por un momento temió
hacer mal el trabajo, pero pronto se despejó esas dudas de su cabeza. Tenía que ser
firme y decisivo si quería que todo saliese a la perfección.

Cogió un taxi en dirección al aeropuerto para colarse vestido de limpiador. Los


limpiadores hacían el cambio de turno a esa hora, y él estaba contratado para una
sustitución temporal. En el dossier le venía el contrato de trabajo y un carnet de
identidad nuevo. A eso de las nueve de la noche su jefe le había hecho llegar a su casa
un paquete que contenía todo el material necesario para el robo, aparte de los papeles
que contenía el dossier. Así que su primer traje era un mono de la limpieza y una
peluca de pelo negro con muchas canas. Inexplicablemente, su foto del carnet falso
también llevaba puesta la peluca.

Llegó al aeropuerto a las siete menos cinco, y se presentó a la oficina de empleados


de la limpieza para presentar su contrato de trabajo y que le diesen una identificación
para ir por el aeropuerto.

- Pase.- dijo una voz con aspecto cansado desde dentro de la oficina.
- Gracias.- dijo Luther entrando en la oficina.- Me llamo Luther. Vengo a dejarle el
contrato de trabajo que me entregaron ayer para que lo firmara y me incorporara hoy
a trabajar.
- Ah, si. El nuevo fichaje. ¿Está firmado?- dijo el oficinista revisando los recuadros
de las firmas.- Bien. Pues desde aquí, vaya todo recto hasta una pequeña sala de
mantenimiento y pregunte por el señor Wolfgang. Ah, y tome su tarjeta de
identificación para poder moverte libremente por el aeropuerto. No obstante, recuerde
que en su tarjeta están bloqueados algunos accesos, pero no se preocupe, por donde
tiene que trabajar no va a necesitarlos.
- Bien, gracias.- Luther siguió todo recto y llegó a un gran almacén donde se
apilaban de manera ordenada diversos instrumentos y utensilios de limpieza. Dentro
había varios hombres y mujeres hablando, y preguntó a uno de ellos.- Hola, busco al
señor Wolfgang.
- Soy yo.- dijo uno de ellos.- Eres el novato, ¿no? Perfecto, deja tus cosas en esa
taquilla y sígueme. Te voy a indicar cual va a ser tu trabajo de esta semana.
- Bien, señor.- le dijo, yendo a la taquilla que señaló Wolfgang para dejar allí sus
cosas.

Como en el dossier estaba escrito, le mandaron a limpiar el gran pasillo principal,


donde podría vigilar hasta que se fuese el equipo de AllNess del avión y lo dejasen al
cargo de los guardias de seguridad del aeropuerto. Se puso a limpiar con normalidad
durante una hora, viendo pasar a gente apresurada hacia su avión, guardias de
seguridad dando vueltas de aquí para allá, y muchas personas sentadas en los bancos
del aeropuerto durmiendo, debido a que su vuelo se había retrasado.

Poco después de una hora de estar limpiando, pasó un grupo que venía de las pistas
de despegue. Todos menos uno iban vestidos del mimo modo. Una gabardina negra
que les cubría todo el cuerpo y un sombrero cordobés adornando su cabeza, de la
misma manera que vestía su cliente, y el grupo del que hablaba el dossier. Desde ese
momento tenía media hora muy justa para poder robar el frasco. Medio corriendo, se
fue hacia su taquilla, cogió de su mochila el traje de seguridad del aeropuerto, un
aparato desbloqueador de tarjetas y se fue al baño que tenían en el almacén de
limpieza. Conectó el aparato a uno de los enchufes que había en el baño, metió la
tarjeta de identificación y dejó que el aparato hiciese su trabajo, que consistía en
desbloquear la tarjeta que le habían dado cuando empezó a trabajar para poder usarla
en todos los accesos, salidas y entradas del aeropuerto.

Luther se metió en un baño individual, y con un poco de esfuerzo por el pequeño


espacio que tenía, se quitó el mono de limpieza y se puso el traje de seguridad del
aeropuerto. Tiró el carnet que tenía de limpiador y cogió otro del dossier, en el que
tenía que ponerse una peluca de pelo rizado y marrón claro, junto con un pequeño
bigote. Cuando salió del baño el aparato ya había expulsado la tarjeta de
identificación, y metiéndosela en el bolsillo, cogió el aparato, lo puso en la mochila y
lo dejó en la taquilla. El dossier lo rompió en mil pedazos y lo tiró en una papelera
del gran pasillo principal donde había estado limpiando.

Se encaminó hacia los hangares, concretamente al hangar 4, donde estaba estacionado


el avión. Cuando llegó, no se sorprendió cuando vio que era un avión militar
preparado para llevar poca carga a distancias muy largas. Había varios hombres de
seguridad apostados fuera con fusiles M4. Fue con decisión hacia ellos, y con un
poco de miedo. El más mínimo error y era muy posible que lo dejasen frito en el acto.
Solo tenía que actuar como ponía en el dossier, y todo iría como la seda, en teoría.

- Buenos días. Me manda el profesor Strauss para hacer una revisión de última hora
al producto, porque sospecha que puede haber sido adulterado.- dijo tal y como venía
escrito en el dossier a uno de los soldados que había allí.
- Está bien, pero me debe enseñar un documento o algo que certifique lo que me está
contando, señor.- dijo el soldado. Su compañero no dejaba de apuntarle con el rifle.
- Por supuesto, aquí tiene.- sacó unos documentos que venían también adjuntos al
dossier. Luther ni se había molestado en leerlo, ya que venían con un post-it escrito
“para los de seguridad del hangar”.
- A ver...- el soldado se puso detenidamente a leer los papeles, y tras varios minutos
alzó la mano para que bajase su arma el compañero.- Bien, puede pasar. Un vistazo
rápido y luego salga del avión.
- Gracias.- Luther entró en el avión con calma. El interior del avión solo contaba con
cuatro asientos y mucho espacio para mercancías. Por dentro no tenía ninguna
decoración, solo revestimiento de metal. Solo había una caja puesta sobre una mesa
con la tapa de cristal. Dentro de la caja se podía ver qué guardaba. Dos frascos con
líquidos de color distinto. Uno era de color violeta claro, y el otro era de color
amarillento pastoso. La caja estaba cerrada, y en ese momento comprendió porqué le
había escogido a él. Esa cerradura para alguien inexperto, le resultaría un verdadero
problema debido al poco tiempo que tenía para abrirla, apenas un minuto antes de que
los guardias empezaran a sospechar.

Sin perder el tiempo se puso manos a la obra. Sacó tres alambres con distinto grosor y
una pequeña llave hecha a mano para estos casos. Metiendo las ganzúas de la manera
correcta, e insertando la llave una vez, y otra, según el ángulo que tenía que coger
para que la cerradura cediese. Empezaba a perlarse su frente de pequeñas gotas de
sudor cuando se oyó un pequeño chasquido que le indicó que la cerradura,
finalmente, había cedido. Dentro, los dos frascos estaban puestos el uno contra el
otro, con una etiqueta marcando cada uno. El amarillo pastoso venía con una etiqueta
con la palabra “antídoto Z”, pero la que quería era la otra, la de color violeta claro.
Se preguntó qué demonios sería eso.

Se llevaba el virus, lo que quería su cliente. Y tenía un antídoto. Supuso que sería
algún tipo de arma biológica. Estuvo tentado de coger el otro frasco, pero una regla
que se impuso cuando realizaba trabajos serios consistía en solo robar lo que quería
que robase el cliente, así se evitaba problemas. Se guardó el frasco en un bolsillo
secreto del pantalón, justo en el muslo derecho. Salió del avión con total normalidad,
y despidiéndose de los soldados, se fue andando ni muy deprisa, ni muy despacio.
Pero algo pasó. Alguien llamó por un walkie-talkie al soldado con el que había estado
hablando y entró a toda prisa al avión. Luther echó a andar más deprisa hacia un jeep
que había aparcado afuera del hangar, y cuando salió el soldado ordenando su captura
Luther corrió a toda prisa hacia el Jeep. Alguien había dado un chivatazo sobre su
operación. Luther creía que aquél individuo que le había dado el trabajo sería más
discreto. Ya decía que si había tanto dinero de por medio tenía que ser un tongo.
Antes de entrar en el Jeep, sintió un dolor agudo en la pierna. Una bala le había
atravesado el muslo derecho, destrozando el frasco y llenándose toda la pierna de
aquel líquido mezclado con su sangre. De seguro que se había infectado con esa cosa,
sea lo que sea. Pero tenía cosas más inmediatas de las que preocuparse. Entró en el
Jeep, que tenía las llaves puestas, arrancó mientras le silbaban las balas por encima de
la cabeza y con un acelerón se fue a toda leche del hangar.

Salió a duras penas del aeropuerto, porque la entrada estaba parcialmente


cubierta, arrollando un coche que habían puesto en medio para impedir que pasase.
Cuando salió del aeropuerto con toda la policía pisándole los talones, sintió que su
fuerza aumentaba, veía cada vez mejor y oía mejor que nunca. Quizás a aquel frasco
le habían puesto el nombre de virus para despistar, teniendo en cuenta que cuanto
más pasaba el tiempo más fuerte se notaba. Aun así, despistar a la policía sería difícil.
En el equipo que le había dado su cliente venía un teléfono móvil con un número de
contacto por si las cosas se torcían. Llamó con el móvil al número que venía en la
agenda.

- ¡Hola! ¿Eres tú?- dijo Luther.


- Si. ¿Tienes mi entrega?
- Negativo. Me han dado un tiro en la pierna y han roto el frasco. Creo que me ha
penetrado en la sangre.
- Tranquilo, calma. ¿Sabes cual es el callejón que hay entre la calle Wyham y
Dreistaker?
- Si, sé donde está.
- Intenta despistar a la poli y ve allí cuanto antes. Habrá un coche gris aparcado justo
en medio. Monta en el asiento del copiloto.- tras decir esto, colgó.

Le costó despistar a los polis, pero en un breve periodo de tiempo, consiguió zafarse
hasta llegar al callejón. Aparcó el Jeep de cualquier manera y corrió hacia el coche
gris que había aparcado en mitad del callejón. Era un coche simple, poco llamativo, y
que llevaba al menos una semana sin lavarse. Abrió la puerta del copiloto, se sentó y
se encontró con que su cliente estaba sentado en el asiento del conductor.

Salió sin prisa del callejón, y sin mediar palabra. No era un tipo muy simpático, y
Luther no esperaba ningún tipo de agradecimiento, teniendo en cuenta el resultado de
la operación. Su cliente le llevó a la misma casa en la que se habían encontrado al
principio de todo este embrollo. Le ayudó a bajar del coche y a subir las escaleras.
Aunque le habían disparado, no se encontraba mal en absoluto. Cuando estuvieron
solos en la habitación, Luther empezó a hablar.

- Hubo un chivatazo. Alguien ha cantado. De mi parte te aseguro que no he hablado,


recuerda que el que se jugaba el culo era yo, así que ya me dirás tú.- Dijo Luther,
enfadado.
- Yo tampoco he hablado con nadie. Quizás AllNess se lo ha olido. Es un tipo muy
listo, y además, dado el valor de la carga que llevaba, yo también habría sospechado
un intento de robo.
- ¿Y qué era? Te recuerdo que seguramente me he infectado con esa cosa.
- Nada que deba preocuparte. ¿A que te has encontrado mucho mejor esta última
hora?- Luther asintió.- Bien. Dentro de unas horas quizás te encuentres un poco
mareado, pero no te preocupes, es un efecto secundario. Solo son las nueve de la
mañana, pero te conviene descansar.
- Y... ¿voy a cobrar algo por las molestias?- preguntó Luther.
- Si, claro. Con el riesgo que has corrido, recibirás alguna compensación.- le aseguró
su cliente.

Luther se fue a acostar. Se estuvo despertando y durmiendo casi todo el día, mientras
un malestar general le recorría todo el cuerpo. Esa noche durmió fatal, y no se pudo
ni levantar a mear. Por la mañana, siguió sin poder levantarse, y ahora tenía ganas de
vomitar. Al no poder ni levantar la cabeza, se vomitó encima, mientras su cliente le
miraba con total normalidad apoyado en el marco de la puerta de la habitación en la
que reposaba Luther.

- No te puedes ni mover, ¿Eh?- dijo, sonriendo.- Ya, ya lo sé. Este virus es un


cabroncete de mucho cuidado. Dentro de aproximadamente seis horas, morirás, y
resucitarás para propagar el virus que se conocerá como la mayor catástrofe a la que
se haya enfrentado el hombre. Sonríe al menos, serás el papá de todos los No
Muertos. Bueno, ahora me voy echando leches de aquí. No quiero que cuando cierren
la ciudad en cuarentena me pille dentro. Por cierto.- dijo mientras abría la puerta para
irse, cargando una mochila con sus cosas colgando del hombro.- Yo fui quien dio el
chivatazo en el aeropuerto. Eso me ahorra tener que verter el virus en algún lugar
público a riesgo de que me pillen. Tú extenderás el virus por mí. Debería darte las
gracias.- dijo, cerrando la puerta tras de si. Luther en ese momento se cagó, y casi se
meó, dado el miedo que tenía. Dentro de unas horas sería el primer muerto
caminando sobre la faz de la tierra.
4. MATTHEW

Desde pequeño tuvo una buena complexión para los deportes. Desde que casi podía
andar empezó a jugar al fútbol americano, y cuando acabó el instituto entró en una
universidad de prestigio gracias a una beca que le ofrecieron a cambio de que jugase
en el equipo, cosa que aceptó encantado. Cuando su equipo ganó la liga de fútbol
americano universitario, en parte gracias a él, le ofrecieron al salir de la universidad
que jugase en un equipo de la NFL, el Denver Broncos. Su sueño casi hecho realidad.
Nada mas salir de la universidad, le ficharon para el equipo, y nada más entrar, le
metieron en el campo el primer partido. Esa temporada no ganó la liga, pero jugó tan
bien que ya varios equipos querían hacerse con él.

Los sueños, como casi todos los sueños, se rompen con facilidad. Tras la segunda
temporada, en un partido decisivo le hicieron un placaje mal hecho que le originó una
lesión tan grave que se tuvo que retirar del fútbol americano profesional. Esto supuso
un duro golpe para él. Al menos en el año que transcurrió desde que se retiró intentó
trabajar honradamente, y no caer en los vicios de la bebida o las drogas como casi
siempre terminaban los deportistas frustrados. Y gracias a eso fue cómo un agente de
su antiguo equipo le ofreció un trabajo que le venía como anillo al dedo. Un día, y sin
avisar, el agente de los Denver Broncos se presentó en su casa.

- Hola, Matthew. Cuanto tiempo, ¿Eh?- le dijo el agente, dándole un apretón de


manos.
- Ya lo creo, señor Robinson. Me alegro de verle. ¿Quiere tomar algo?- le ofreció
Matthew, invitándolo a entrar en su casa.
- Una Coca-Cola, por favor. ¿Tienes?
- Claro.- Fue a por una Coca-Cola fresca de la nevera, y se la llevó junto con un vaso
de cristal a la pequeña mesa que tenía en el salón, al lado de los sillones.
- Gracias.- dijo Robinson, echando la Coca-Cola en el vaso y pegándole un largo
trago.- Te preguntarás a qué he venido, Mathew.
- Bueno... no creo que solo haya a venido a verme, señor.
- ¿Donde trabajas?
- En una fábrica de metal. Soy cerrajero. O por lo menos, ahora lo soy.
- Ya, ya he visto por todos los trabajos por los que has pasado. En un año, ¿Cómo es
que has cambiado tanto de trabajo?
- En unos sitios porque no encajaba, en algunos porque estaba contratado solo para
un mes o dos, y en otros, simplemente, porque eran demasiado sofisticados, y además
tenía que tener títulos y cursos de los que no dispongo en este momento.- admitió
Matthew, bebiendo de su Colca-Cola.
- ¿Bebes? Alcohol, me refiero.- matizó Robinson.
- No. bueno, de vez en cuando me tomo alguna copa.- confesó Matthew.
- Como todo el mundo. ¿Fumas?
- Nunca he fumado, señor. El deporte y fumar no son compatibles.
- Ya no eres deportista.- puntualizó Robinson.
- No me atrae fumar. Además, no dejan fumar en ninguna parte, y ya he sido
suficientemente excluido.
- Bien.- dijo Robinson repasando el informe que había traído consigo.- Esto es lo que
hay, Matthew. Te has adaptado bien a tu fracaso, y no has caído en los vicios que
suelen consumir a la mayoría de los deportistas prejubilados. Por eso te has ganado tu
nuevo trabajo, y si lo haces bien, será el definitivo.
- Le doy las gracias, pero llevo ya un mes en la fábrica y creo que el jefe está
contento conmigo.
- Me asombra tu humildad, pero dime, ¿cuanto cobras?
- Eso es personal.- Robinson arqueó las cejas.- Bien... cobro unos mil dólares al mes.
- En el trabajo que te voy a dar, saldrás con tres mil quinientos dólares al mes.
- Y... ¿De qué es el trabajo?- Matthew se interesó por el trabajo, pero tenía que tener
alguna pega.
- Guardaespaldas. Después de que hagas el curso te incorporarás al trabajo, si te
interesa.
- No sé...- lo pensó un momento. Si no aceptaba, estaría bagando de trabajo en
trabajo, viviendo al día, pero si aceptaba ya no tendría que preocuparse casi de nada.-
Vale, acepto.
- Excelente.- dijo Robinson con una sonrisa.- la academia está en Corby. El curso
dura seis meses, con todos los gastos pagados.
- Perfecto.- Corby estaba un poco lejos de Denver, a unos 360 kilómetros hacia el
este por la 70, y podría volver, muy de vez en cuando, a Denver.- Gracias por todo,
señor Robinson, y dígame cuando hago las maletas.
- Ya mismo. Te voy a llevar yo.- le dijo Robinson levantándose del sillón en el que
estaba sentado.

Mat empezó a hacer las maletas a toda prisa, de forma ordenada. Desde hacía más de
un año no estaba tan emocionado. La vida le había dado un giro en el buen sentido, y
sintió que aún quedaba un rayo de esperanza en el horizonte. Tardó unos cinco
minutos para hacer la maleta y se presentó en el salón con ella, dispuesto a irse.
Había metido lo esencial. Su neceser, mucha ropa, remudo y algunas fotos que
consideraba esenciales. Con un último vistazo se despidió de su casa, y se acordó de
algo.

- Señor Robinson, ¿Y qué pasa con la fábrica en la que trabajo? No he firmado el


despido ni nada...
- No te preocupes de eso. Lo arreglaremos todo nosotros.

Dicho esto, puso la maleta en el maletero del coche de Robinson, un Audi A6 de alta
gama negro, y montó en el asiento del copiloto. Tardaron casi cuatro horas en llegar,
parando dos veces para descansar. Robinson había sido muy amable al llevarle hasta
allí, dado el viaje que había que hacer.

Cuando llegaron, Mat se encontró con un campamento idéntico a los que usaba el
ejército para entrenar a sus soldados. Estaba a las afueras de Corby, en una zona
Boscosa. Tenía de todo: campo de tiro, otro de cuerpo a cuerpo, con paredes, suelo
cubierto por espinos para practicar el arrastre... Tenían una casa común para vivir y
un comedor común para las comidas, además de un edificio de las clases, que contaba
con una biblioteca muy completa.

En los seis meses que duró el curso le entrenaron para el combate con armas de fuego
de todo tipo, desde armas de pequeño calibre hasta rifles de alta precisión,
lanzacohetes y creación y desmantelamiento de bombas de todo tipo. También le
enseñaron un tipo de artes marciales a escoger, el Taekwondo. Los libros los tocaron
muy poco, solamente aprendieron el reglamento que influye a los guardaespaldas y
poco más. Sacó las mejores notas de su promoción, y debido a eso, el director le hizo
llamar a su despacho.

- Pasa, Mat.- le dijo el director desde el despacho.


- Gracias, señor.- Mat entró y se sentó en una silla frente a él. En estos seis meses
mejoró su físico bastante, gracias al duro entrenamiento que le exigían.
- Bien, Mat. Has sacado las más altas puntuaciones en todo: mejor tirador de la
promoción, combatiente invicto en dos de los tres torneos oficiales de lucha del
campamento... Los de arriba tienen expectativas muy grandes para ti... El curso se
acaba este viernes, os darán el título y os asignarán a una compañía de
guardaespaldas para empezar a trabajar. Pero al primero de la promoción se le suele
ofrecer algo mucho mejor.
- Y... ¿Qué se le ofrece?
- Si quieres puedes seguir el camino de los demás, por supuesto, pero esto creo que
te gustará mas. Te ofrezco hacer un curso para aprender a volar con todo tipo de
aviones y conducir cualquier vehículo de tierra.
- ¿Vehículos de tierra?
- Tanques, sobre todo, y creo que te enseñan a conducir a alta velocidad por caminos
y carreteras en mal estado, ya sabes, por si hay que sacar al protegido de alguna zona
peligrosa. Si apruebas el curso ganarás el doble de lo que podrás ganar si empiezas a
trabajar con el título que tienes. Entonces, ¿Qué va a ser?
- Haré ese curso, por supuesto. Todo lo que sea aprender...
- Excelente.- dijo el director con un sonrisa.- Por serte sincero, si lo hubieras
rechazado habrías sido el primero. Cogerás un vuelo en Denver hasta Chicago, e irás
a esta dirección. Allí es donde harás el curso. Suerte, Mat.- le dijo el director,
despidiéndose de él con un apretón de manos.

Cuando le dieron el título del curso, unos días después de la charla que tuvo con el
director, cogió su coche y fue hasta Denver. Hizo una parada en su casa, para
limpiarla un poco y arreglar todo para que no ocurriese ningún percance durante su
ausencia. Al estar relativamente cerca de Denver, durante los seis meses que duró el
curso hizo unas cuantas visitas a su casa, pero ahora se iba a Chicago, y según el
director, el curso duraba un año. Cuando lo tuvo todo listo cogió un billete de avión
hasta Chicago, y a las pocas horas se puso rumbo hacia otro curso, este de un año, el
doble que el que había hecho. Chicago era una ciudad muchísimo mas grande que
Denver, pero se acostumbraría rápido, ya que en su corta carrera como jugador de la
NFL había recorrido las principales ciudades del país, incluyendo Chicago. La sede
donde debía de hacer el curso estaba en las afueras de Chicago. Cogió un taxi desde
el aeropuerto y se puso en camino hasta la dirección que le había proporcionado el
director de la academia de guardaespaldas. Cuando llegó allí, se encontró con algo
totalmente distinto a lo que había hecho anteriormente.

Era, más bien, un pequeño aeropuerto que tenía toda clase de aviones y helicópteros,
incluidos dos cazas, además de varios tanques. Cuando se presentó ante el director de
la academia, le dio una calurosa bienvenida y le guió hasta su aula. Todos los
alumnos, o más bien casi todos ellos, eran estudiantes de universidad, o pilotos que
querían ampliar sus conocimientos. El empezaba desde cero. Desde el momento en
que llegó, estuvo estudiando día y noche, y le costaba mucho más que a los demás,
porque Mat no estaba acostumbrado a estudiar. En el otro curso apenas habían leído,
solo se habían dedicado a la práctica en general. Aun así, sacó unas notas bastante
aceptables, y controló bastante bien el manejo de todos los vehículos que tenían que
aprender a manejar.

Cuando acabó el año y se graduó, le contrataron para ser guardaespaldas del


mismísimo Elliot AllNess, el Cyborg que había tomado como a su hijo el magnate de
los negocios Charlie AllNess. Su verdadero hijo Elliot había muerto en un accidente
de helicóptero, y tras un tiempo Charlie apareció con el Cyborg que tanto se parecía a
Elliot. Más bien, era una copia exacta de su difunto hijo. Nada más unirse a Elliot
como su guardaespaldas, lo acompañó al viejo continente, concretamente a
Hannover, en Alemania, para supervisar unos proyectos que tenía allí. Le acompañó
hasta una base secreta que tenía en un monte situado al lado de Hannover, pero como
lo que había allí dentro era alto secreto, solo le dejaron entrar a la sala principal, y
esperar allí hasta que Elliot saliese de las instalaciones subterráneas. Solo tardó unas
horas en salir, y los siete científicos que le acompañaban se quedaron dentro de la
instalación. Después de esto, estuvieron unos días en Hannover disfrutando de la
ciudad antes de volver a los Estados Unidos.

Juntos viajaron por todo el país promocionando los productos de la compañía AllNess
durante un año. Súbitamente un día Elliot recibió una llamada y dijo que tenían que
partir hacia Hannover cuanto antes. Cogieron el avión privado de Elliot, y llegaron a
Hannover en unas doce horas. Fueron rápidamente hasta la base, pero cuando
llegaron Elliot le dijo que se fuese y le esperase en el hotel. Le hizo esperar dos días
sin respuesta ninguna, hasta que en el segundo día por la mañana, Elliot apareció en
la habitación donde dormía, despertando a Mat de su profundo sueño. Elliot le
informó de que tenía que proteger un producto que iba a llevar a América, que
mandarían en avión dentro de un día. Debía de ir al aeropuerto para proteger desde
allí el producto. Se preparó para ir al aeropuerto antes del anochecer para pasar allí la
noche.

Cuando bajó a la puerta del hotel, le estaban esperando dos Audi A6 blindados, y
Elliot entró en uno con tres de sus “Sheriffs”, uno de ellos sentándose en el asiento
del conductor. Elliot los llamaba Sheriffs por alguna extraña razón, pero eran, por lo
que había averiguado Mat, hombres y mujeres bastante fuertes, además de sus
científicos y sus guardaespaldas. Y todos iban vestidos de la misma forma, gabardina
negra que les cubre todo el cuerpo y un sombrero cordobés adornando su cabeza. Y
no había que pasar el detalle de que todos miden más de dos metros de altura, menos
las mujeres, que llegan al metro ochenta. Eran un total de seis, y a Mat le tocó ser el
conductor del segundo coche. Tuvieron un viaje normal, sin sobresaltos. Era la
segunda vez que veía a los famosos científicos de Elliot, pero la verdad es que lo
único que le impresionaba era su altura. Cuando llegaron a la base, le acomodaron en
una pequeña habitación con cama, mesa y su silla correspondiente, además de un
televisor y varios libros.

La base era secreta pero, según Mat, exageraban sobremanera la importancia del
producto. Si iba a proteger algo, al menos le gustaría saber qué es. Por la mañana, a
eso de las siete menos cuarto le llamaron para que se vistiera y se aseara rápidamente.
Tardó cinco minutos escasos, pero aun así, cuando salió a la superficie Elliot le metió
aún mas prisa. Subieron a un helicóptero y se pusieron rumbo al aeropuerto. Tardaron
unos diez minutos escasos, y nada más bajar del helicóptero Elliot les guió hacia un
hangar, donde había un avión del ejército esperándolos. Elliot llevaba una pequeña
caja entre las manos, y Mat supuso que eso era lo que tenían que vigilar. Cuando
Elliot se dirigió hacia él, le dijo.

- Mat, tú estás al mando. El avión partirá dentro de cuarenta y cinco minutos.


Proteged esta caja y lo que hay dentro hasta que llegue a Estados Unidos.
- Entendido, señor.- dijo Mat.

Dentro de la caja había dos frascos de distinto color. La metió dentro del avión, en
una mesa de cristal que había en la sala de carga del avión, y salió fuera para
controlar la situación, teniendo entre las manos un fusil M4. No había indicios de que
fuesen a atacar el avión ni nada parecido, pero toda precaución era poca. Elliot le
había comentado que era un producto bastante peligroso, y que necesitaba toda la
protección posible hasta que estuviese en un lugar seguro. A los veinte minutos
aproximadamente de haberse ido Elliot del aeropuerto en coche, un hombre, que
parecía un encargado de seguridad del aeropuerto, se acercó hacia ellos. Cuando este
tipo estuvo lo suficientemente cerca, se dirigió a Mat.

- Buenos días. Me manda el profesor Strauss para hacer una revisión al producto de
última hora, porque sospecha que puede haber sido adulterado.- dijo aquel hombre.
Strauss debía de ser el científico preferido de Elliot, Joseph Strauss, y además, uno de
sus Sheriffs. Pero aquél hombre le resultaba sospechoso, y además dudaba de que
estuviese diciendo la verdad. Mat a pesar de todo era un militar, y se ciñó al
reglamento.
- Está bien, pero me debe enseñar el documento que certifica que realmente es
verdad lo que dice, señor.- dijo Mat. Si este hombre estaba mintiendo, era el mejor
modo de averiguarlo. Pidiendo un papel escrito por alguien poderoso y relacionado
con lo que ha dicho o con la operación.
- Por supuesto, aquí tiene.- Aquel hombre le tendió unos papeles a Mat. Se puso a
hojearlos. Aparte de mucha palabrería, al final de todo el documento ponía en letra
bien clara:

“Por la presente, autorizo al Señor Luther Van Wuntäg, portador de este documento,
a revisar el producto a transportar, para verificar que se trata del producto original,
y que no haya sido manipulado. Firmado: Elliot AllNess.”

Impresionante. Todo esto estaba escrito a mano. Estaba seguro de que la letra y la
firma eran de Elliot, porque siendo Mat su guardaespaldas le había visto firmar
muchas cosas y escribir muchos documentos. Visto esto, le dijo a Luther.

- Bien, puede pasar. Un vistazo rápido y luego salga del avión.- dijo Mat.

Luther entró en el avión, y Mat esperó fuera junto con sus soldados. Algo no
encajaba. Mat no dejaba de pensar que algo no iba bien, como un mal presentimiento.
Luther llevaba ya dentro un minuto y medio, y Mat empezó a sospechar. Fue a abrir
la puerta, pero la puerta se abrió antes de que llegase a ella. Luther salió del avión, y
tras decirle a Mat que todo estaba bien, se despidió y se puso a caminar hacia el
aeropuerto. Una llamada del Walkie-Talkie rompió con el silencio que había dejado
segundos antes Luther entre los soldados. Mat contestó.

- ¿Si? ¿Diga?
- ¿Es usted el que está a cargo del avión que transportará el experimento de AllNess
hoy?- dijo una voz ronca desde el otro lado.
- Si, yo estoy al cargo.- Se supuso que estaban hablando de lo mismo. Elliot había
sacado el producto de un laboratorio de alto secreto.
- ¿Ha ido un hombre a revisar el producto?
- Si, ha estado echando un vistazo dentro del avión. Tenía la firma de Elliot AllNess,
y podría testificar que es auténtica.
- Sea lo que sea, ese guardaespaldas es falso. Ha robado el experimento.- dijo aquella
voz, cortando la conexión.

Inmediatamente, se guardó el Walkie-Talkie y miró dentro del avión. Estaba la caja,


pero solo había un frasco. Salió del avión a toda prisa y ordenó que atraparan al
ladrón. El ladrón ya estaba corriendo hacia un Jeep, rápidamente Mat sacó la pistola y
demostrando una excelente puntería le disparó en la pierna derecha. No quería
matarlo, porque tenía la intención de averiguar para quién trabajaba, y cómo había
conseguido ese documento. El ladrón sufrió un disparo en la pierna, pero logró entrar
en el Jeep y darse a la fuga. Maldiciendo, Mat cogió otro Jeep y le persiguió fuera del
aeropuerto por todo Hannover, interrumpiendo el tráfico allá por donde pasaban. En
algunas ocasiones dio varios golpes a algunos coches por el camino, y tiró varias
farolas. Llevaba ya una media hora tras de él cuando, súbitamente, desapareció del
mapa. Lo había perdido. Por esto seguro que le despedirían. Cuando tuvo que
elaborar su informe de lo sucedido, por sorprendente que parezca, no le despidieron.
Simplemente le pidieron el escrito que le había entregado el ladrón.

- Bien, Mat. Elliot no está aquí, vendrá dentro de unas horas, y me corresponde a mi
hacerte una serie de preguntas.- Le dijo Joseph Strauss, uno de los Sheriffs de
AllNess.
- Si, señor.- se limitó a contestar Mat.
- Bien. ¿Conocía de algo al ladrón?
- No, señor. No lo había visto en mi vida.
- ¿Los papeles le parecieron sospechosos?
- No, señor. Conozco la letra y firma del señor AllNess lo suficiente para saber que
no era una copia.
- Pero el ladrón dijo que venía de parte mía. ¿No se ha preguntado porqué no iba mi
firma impresa en el papel en vez de la de Elliot?
- Me pareció que la firma del Líder de AllNess tenía suficiente peso, señor.
- Ya... lo suponía. Tengo un trabajo muy importante para ti, si te interesa. Y tal y
como están las cosas, según las veo, creo que es una de las mayores misiones que se
le pueden asignar a alguien.
- ¿De qué está hablando?- dijo Matthew, extrañado.- No le entiendo, señor Strauss.
- Pues más vale que me entienda, soldado. Le digo que se ha desencadenado la
mayor plaga que ha asolado a la humanidad, o mejor dicho, que va a asolar, y que
usted tendrá algo que puede cambiar las cosas. No prescindo de nadie más. Si es
posible, dígame ahora si va a acceder a hacer lo que le pido.
- Aún no me ha explicado nada. Habla de una plaga...- Mat seguía sin entender nada,
y parecía que Joseph no iba a explicárselo.
- Lo verá dentro de unos días. ¿Tengo su palabra de que hará lo que le pido?
- Si no va en contra de la política de AllNess...
- Le aseguro que dentro de unos días eso importará más bien poco. Te apuntaré mi
dirección de aquí en Hannover e irás dentro de quince días. Ni uno más.
- Si, señor.
- Por cierto, una pregunta más.
- Dígame, señor.
- ¿Sabía lo que contenía la caja antes de que robaran su contenido?
- Si, había dos frascos.
- ¿Y no preguntaste lo que contenían?- dijo Joseph, arqueando las cejas.
- Mi deber es obedecer.- dijo Mat abriendo la puerta y saliendo de la estancia.- No
preguntar.
5. JOSEPH

El experimento lo cambió todo. Su forma de pensar, su forma de actuar y su visión


del mundo. Además, el curioso efecto secundario que producía la vacuna le corroía la
mente. Joseph sufría la extraña demencia de la envidia. La envidia a todo y a todos.
Todo el tiempo que estuvo en cuarentena, en secreto, trabajó en un antídoto para
aplacar su delirio. Bastaron unos días de ardua investigación antes de salir de la
cuarentena para crear un medicamento capaz de eliminar la envidia que sentía. Se
administraba por vía oral, cada doce horas. Sólo la tomaba cuando estaba rodeado de
gente, para no cometer locuras, porque las pastillas, si se tomaban de manera
prolongada calculó que, con el tiempo, podía resultar letales. Por esa razón no
informó de su descubrimiento a los demás. Quiso mantener este secreto con él, y así
también aplacar un poco la envidia, poseyendo algo que los demás no tenían.

Estaba sentado en el sillón del apartamento que alquiló cuando llegaron a Hannover
hace un año, bebiéndose un zumo de naranja y viendo las noticias, que hoy en día no
hablaban de otra cosa: el ataque masivo de un virus altamente contagioso en la ciudad
de Hannover. Vídeos y vídeos mostrando la ferocidad de los infectados corrían por la
red como la pólvora, y la reacción del mundo era aún peor, o mejor dicho la más
lógica. Habían sitiado la ciudad de Hannover, solo dejando salir a los altos cargos de
la ciudad, y abatiendo a tiros a cualquier cosa que intentase salir. Algunas zonas de la
ciudad, dado el elevado número de infectados habían sido bombardeadas, y dentro de
la ciudad los cuerpos de seguridad no daban abasto para tener el control.

Pero lo peor era cómo reaccionó el mundo ante tal catástrofe. Casi todos los países
del hemisferio norte tomaron la misma medida: cerraron sus fronteras a cal y canto y
multiplicaron por diez la producción de las fábricas de armas y munición, solo como
medida preventiva. Joseph sabía que estaban haciendo bien, teniendo en cuenta la
amenaza que se aproximaba. Dentro de unos meses esos almacenes de armas serían
un gran botín para los supervivientes.

La ciudad de Hannover fue sitiada hace diez días, cinco días después desde que
empezó todo. Joseph, mientras pasaba el rato viendo la tele calculó que con todos los
vuelos que salen de Hannover al día, seguramente ya había al menos un infectado en
los principales países del mundo. En Estados Unidos ya se habían dado casos en Los
Ángeles, Atlanta, Wasington, Nueva York y Memphis. Todas esas ciudades estaban
en cuarentena en ese momento. La situación empeoraba a cada segundo que pasaba,
pero eso a Joseph no es algo que le importase mucho. No podía hacer nada contra
eso, al fin y al cabo. Tenía un objetivo que cumplir.

Joseph citó a aquél soldado en su apartamento para mandarle una misión que quizás
cambiase el destino de la humanidad. Le iba a dar los datos de toda su investigación
para que los llevase a Estados Unidos, o a algún sitio en el que puedan seguir
trabajando con ellos. Además, los discos duros que Elliot le dio a todos ellos tenían
algo importante que debía ser protegido, algo muy peligroso. Además, había que
estudiar mucho la evolución del virus sobre la faz de la tierra, los efectos secundarios
que puede tener... aún no sabían mucho de cómo iba a afectar el virus al planeta, o si
este virus afectaba a otra especie animal en concreto. En los experimentos anteriores
con humanos probaron con distintas razas de animales, dando negativo en todas las
pruebas, afortunadamente, pero necesitaba más información. Mucha más
información, y proteger los códigos de Elliot, entre otras cosas. Esos códigos eran
demasiado importantes para que cayesen en malas manos. En realidad no sabía para
qué servían, pero intuyó que para algo muy importante. Si alguien quería reunir todos
los códigos, no se lo iba a poner fácil.

Joseph se interesó en Mat para proteger el disco duro más que todos en los que había
pensado, después de leer su ficha personal. Según esta, Mat sabía, además de
conducir vehículos normales, pilotar aviones, helicópteros y tanques. Podría
amoldarse a cualquier situación, pensaba mientras miraba la televisión, y protegería
el disco duro mejor que nadia. Al cabo de un rato llamaron a la puerta e
inmediatamente Joseph apuntó a la puerta con un revólver cargado. En los días que
corrían no era bueno distraerse ni un momento.

- ¿Quién es?- preguntó Joseph en voz alta.


- Soy Mat, señor.- contestó una voz detrás de la puerta.
- Espera, voy a abrirte.- Joseph se levantó de su sillón y fue hasta la puerta. Cuando
la abrió se encontró a Mat vestido de militar, con un fusil M4 en las manos y una
Glock enfundada en un cinturón, mas unos cuantos cartuchos de munición repartidos
por todo su traje.- Vaya, vas bien equipado.
- Por supuesto, señor. La ciudad es un auténtico descontrol. En muchos barrios no
funciona la luz, y la mitad de un barrio se ha convertido en escombros gracias a una
explosión masiva de gas. Además, hay ataques por todas partes. Toda la maldita
ciudad es un auténtico infierno.
- ¿Has venido en coche?- dijo Joseph, invitándolo a pasar y cerrando la puerta con
llave.
- Es imposible venir de otra forma, señor, si no quieres que te destripen por el
camino.
- Joder, cómo están las cosas, entonces. Bueno, aquí tienes.- le dijo dándole el disco
duro.- Tienes que llevar esto a Estados Unidos, o donde creas que estará seguro. Te
recomiendo que vayas a Kansas City, a Denver o a Pittsburg. En esas ciudades varios
de mis compañeros Sheriffs montarán bastiones, y podrás sobrevivir. Búscalos. Ellos
sabrán qué hacer con estos datos.
- ¿Y cómo quiere que haga eso? Los aeropuertos en estos momentos estarán
cerrados, o colapsados. Y no creo que puede cruzar el atlántico en barco, por lo
menos tal y como está la situación en estos momentos.
- Puedes probar a ir a París o a Granada, en España.- sugirió Joseph.
- Si es dentro del continente... Lo intentaré, se lo prometo.
- Espero que lo consigas, Mat. Tienes un helicóptero esperando en una de las azoteas
del centro de la ciudad. La que está a la derecha de la torre AllNess de Hannover.
- Si, sé cual es. ¿Usted qué hará, señor?- le preguntó Mat.
- Elliot me ha citado en la torre AllNess. Había pensado en que fuésemos juntos
hasta allí, ¿Qué opinas?
- Por mí de acuerdo, señor. Pero tendremos que conseguir otro vehículo, el que he
usado para llegar hasta aquí está averiado. He tenido que atropellar a unos cuantos
infectados para llegar hasta aquí, y me han dejado la parte delantera del coche hecha
un amasijo de hierros.
- Tengo un todo-terreno blindado en el garaje. ¿Nos vamos?
- Si, señor.

Joseph salió del apartamento seguido por Mat, sin hacer ruido, y dejó la puerta
abierta. De poco servía dejar las puertas cerradas frente a la situación en la que
estaban. Mientras bajaban silenciosamente se encontraron con un rastro de sangre
reciente que cubría parte de las escaleras. El rastro conducía hasta una de las puertas
de uno de los pisos, que estaba cerrada y con el pomo manchado de sangre. Joseph le
hizo una señal a Mat para que no hiciese ruido y siguieron bajando las escaleras como
si nada, vigilando su retaguardia. Posiblemente la persona que se encontraba tras la
puerta sería un infectado, y si disparaban contra él, podrían atraer a más de ellos y ya
nunca saldrían de allí. Las luces del edificio parpadeaban y se hacía difícil bajar por
las escaleras sin resbalarse con la sangre reciente que las cubría.

El garaje común del bloque de apartamentos no mostraba signos de lo que estaba


pasando fuera. Todos los coches estaban bien aparcados y sin cristales rotos, las
puertas abiertas o su contenido esparramado por el asfalto. Su todo-terreno era un
Jeep Grand Cherokee WK, una bestia en condiciones para poder pasar por la ciudad
sin temor a ser detenidos. Lo construyó nada más saber del proyecto, hace un año,
para prepararse para toda situación. Era una de las cosas que caracterizaba a Joseph.
Siempre estaba preparado para cualquier cosa que surgiese.

- Ten la M4 preparada.- dijo Joseph, desenvainando su mangual. Era el arma que


eligió cuando Elliot, antes de sacarlos de la cuarentena, les dio a elegir. El mangual
era un arma de origen medieval poco sofisticada. Consistía en una vara metálica en la
que iba engarzada una cadena, y al final de esta, una bola pesada con pinchos.
- ¡Joder, tú sí que estás preparado para el combate cuerpo a cuerpo!- le dijo Mat.
Joseph sonrió.
- No está de más tener un arma de mano, ¿No crees? ¡Vayámonos.- dijo Joseph,
entrando en el Jeep.

Joseph cogió un mando del salpicadero y pulsó un botón, y la pùerta del


aparcamiento se abrió lentamente junto con un chirriar agudo. Cuando estuvo
totalmente abierta, Joseph aceleró el Jeep y salió a toda velocidad. Fuera, el
panorama era desolador. Había muchos coches estrellados contra la acera, mucha
basura y cadáveres por todos lados. Se veían varios infectados por la calle, y nada
más que estos se percataban de la presencia del Jeep, iban hacia ellos dos andando
tambaleantes.
“Es peor de lo que me temía”. Pensó Joseph. La destrucción que provocaba el virus
era algo ques e escapaba de cualquier predicción. Joseph no pudo hace más que
seguir adelante y rezar por llegar cuanto antes a la torre AllNess.

Joseph era un conductor excelente, y los infectados nunca llegaban a alcanzarlos. A


veces tenían que atropellar algún infectado, y en una ocasión atropellaron tan fuerte a
uno que salpicó de sangre todo el parabrisas, cubriéndolo por completo de sangre,
impidiendo a Joseph ver a través de él. Activó los limpiaparabrisas, y tras una serie de
ráfagas de agua y muchas pasadas del limpiaparabrisas, consiguieron limpiarlo lo
suficiente para poder ver la carretera, quedando teñido de rojo. Tuvieron que dar un
rodeo hasta la torre AllNess, debido a que el puente principal que atravesaba la
ciudad había sido volado con explosivos, dejándolo partido por la mitad. En una calle
tuvieron serios problemas para pasar entre los coches estrellados, y más adelante en
un control militar, prácticamente tuvieron que pasar por encima de los sacos de arena
que componían el bloqueo. En el siguiente puente, algo, o mejor dicho, alguien, les
hizo pararse.

La razón por la que pararon fue el loco que estaba en medio del puente decapitando
infectados como si nada. A Joseph le sonaba aquel individuo, y se acercó un poco
más para ver quién era. Se sorprendió al ver que era Ryan, uno de sus colegas
científicos del equipo de Elliot, con una Katana gigantesca cortando cabezas a todo
infectado que iba a por él. Alrededor suyo yacían dos docenas de cadáveres sin
cabeza, y seguía como si estuviese bailando, con la katana moviéndose a su ritmo de
aquí para allá. En ese momento recordó cual era el delirio de Ryan, según el informe
de Klark. La ira, pura y dura, y para aplacarla, tenía que matar o destruir algo. Antes
del comienzo de la infección estuvo matando pequeños animales para saciar su
delirio, y su primera víctima fue el infectado que había en una sala contigua a la suya,
en el laboratorio donde se creó la vacuna. Ryan destruyó al primer infectado,
disfrutando hasta el último segundo.

Ryan estaba disfrutando de lo lindo, pero por muy bien que se lo pasara, hasta alguien
como Ryan vería que cada segundo que pasaba tenía más de ellos encima, y no pasó
por alto el Jeep que se le acercaba. Corriendo hacia ellos, abrió la puerta trasera
derecha y entró en el coche, dejando la katana en el asiento izquierdo de la parte de
atrás. Estaba cubierto de sangre reciente. Parecía un loco salido de una carnicería.

- ¡A la torre AllNess, rápido!- su cara reflejaba una locura total y absoluta, junto a
una expresión como de placer sádico. Nunca tuvo aprecio a Ryan, y ahora mucho
menos. Joseph torció el gesto mientras reanudaba la marcha.
- Ryan, sé un poco más educado...- Le recriminó Joseph.
- ¡Joder, si es el puto Tornado!.- dijo Ryan, sonriendo y dándole un golpe amistoso
en el hombro, que lo manchó de sangre. Elliot, cuando se transformaron en
SuperHumanos, les puso un nuevo nombre, y a él lo llamó Tornado. No la hacía ni
pizca de gracia.- Y llámame Sombra, joder. Para algo nos dio esos nuevos nombres
Elliot... Además, no llevas puesto el uniforme.- le recriminó Ryan(Sombra). Sombra
iba vestido con el uniforme de AllNess.
- Sabes lo que opino de los nombres y de esa mierda de traje, “Sombra”.- dijo
Joseph en tono despectivo. Empezaba a sentir un poco de envidia ante la alegría de
Sombra por tener un nuevo nombre y un nuevo traje.
- Curiosamente es lo mismo que pienso yo de ti, Tornado.- dijo Sombra sonriendo.-
De todos modos me alegro de verte. Pensaba que te habían matado en tu apartamento
del centro.- Sombra pasó su mirada a Mat.- ¿Y quién es este pelele?
- Uno de los protectores del paquete que fue robado en el aeropuerto. Mat, Sombra.
Sombra, Mat.- Joseph hizo las presentaciones, sin desviar la vista de la carretera.
- Le dije a Elliot que debíamos proteger nosotros mismos el experimento. Esos
idiotas confunden un papel para limpiarse el culo con un billete de quinientos.- dijo
Sombra con desprecio. El rostro de Mat se tensó.
- Un poco de respeto, Sombra. Siguieron el reglamento a raja tabla. Ellos no tuvieron
la culpa.- afirmó Joseph.
- ¡Eh, que estoy aquí!- dijo Mat, que sin poder impedirlo Sombra le estaba poniendo
verde.
- Ya, nadie tiene la culpa de que todos se estén convirtiendo en cadáveres que andan.-
dijo Sombra.- Simplemente, es cosa del destino. ¡Control delante! Cubre todo el
puente, no se si podremos pasar...
- Sombra, fíjate en la esquina izquierda.- le dijo Joseph. Se había estrellado un
camión de combustible entre unas vigas del puente, y amenazaba con caerse al río.
Valdría para despejar la maraña de trastos que instalaron en el puente para evitar el
paso de los infectados.- Dispara a ese tanque de gas para que nos abra un camino.
¡Pero dispara ya, joder, que nos estamos acercando!
- ¡No tengo pistola! Para rebanar cabezas me basto con mi katana.
- Y el revólver que te regaló Elliot?
- ¿Y yo qué se? Lo habré perdido por el puto camino...- dijo Sombra, ya totalmente
alterado.
- Toma.- Joseph le dio rápidamente su revólver. Sombra lo cogió, sacó medio cuerpo
por la ventanilla y disparó al tanque de gas, justo en el tapón del combustible. Con
otro disparo, consiguió que el camión explotase. La onda expansiva rompió todos los
cristales del Jeep, menos el parabrisas, que lo rompió, pero como era de seguridad
quedó pegado en el coche lleno de minúsculos cristales que les impedían ver la
carretera. Sombra no tardó en derribar de una patada el cristal hacia delante
haciéndolo caer en la carretera.
- ¡Joder, qué emocionante! Anda, pon algo de música, para mejorar el ambiente.- dijo
Sombra, sonriendo mientras enredaba con el reproductor de música. Al no aparecer
ninguna emisora de radio en antena, frustrado, rompió de un puñetazo el reproductor.
- ¡Eh, que es mi coche, cabrón! ¿Sabes lo que me ha costado?- dijo Joseph, muy
enfadado.
- Para lo que te va a durar...- comentó Sombra. Joseph puso otra vez la vista al frente,
mientras su rostro se perlaba de sudor. La demencia le estaba afectando cada vez más.

Siguieron conduciendo por la parte más afectada de la ciudad. Al frente se veía la


torre AllNess, pero aún les quedaban varias manzanas antes de llegar a su destino.
Algunos pisos de los innumerables rascacielos que poblaban esa parte de la ciudad
habían ardido, o estaban ardiendo. Se veían grandes manchas de negro por todos los
edificios, y de algunas ventanas salían llamas. De una de ellas saltó una persona
ardiendo, que cayó a unos cinco metros a la derecha de donde estaban pasando con el
Jeep.

- ¡Joder! Mirad, ha quedado como esos insectos que se estrellan en el parabrisas


cuando vas por una autovía.- dijo Sombra, riéndose.
- Sombra, te lo digo en serio. Estás loco como una puta cabra. Debimos de
sacrificarte junto al infectado del laboratorio.- le dijo Joseph sin pensar. La demencia
de la envidia estaba haciendo estragos en su mente.
- Llevo matando todo el día, Tornado, y me siento de puta madre.- soltó Sombra.-
Seguro que tienes envidia, puto envidioso...- Sombra sabía que la demencia de Joseph
era la envidia, y le estaba picando. Eso no mejoraba su estado ni lo más mínimo.
- ¡Cállate!- dijo Joseph con la cara contorsionada por la ira.
- ¡Cállate tú, a mi no me mandes callar!- Sombra estaba a punto de apuntar a Joseph
con el revólver que este le había prestado. Estaba a punto de parar el coche cuanto
intervino Mat.
- ¡Calláos los dos!- dijo Mat, zanjando la discusión. Joseph alabó la valentía que tuvo
al mandar callar a Sombra. Con lo que era capaz Sombra, Joseph pensó que Mat le
echó un par de huevos.- Faltan doscientos metros para llegar a nuestro destino, y no
quiero que tengamos un accidente por vuestras boberías.- Los dos se calmaron un
poco, por lo menos. Joseph no aguantó más y se tomó una pastilla de las que había
creado para atajar la demencia.
- Será mejor que te tomes un Alka-Seltzer, va mejor contra la colitis.- Sombra seguía
picando a Joseph, sin pensar en las consecuencias. Joseph ya lo dejó por imposible.

Tras pasar unos cuantos coches aparcados de manera brusca en la carretera, llegaron a
una plaza redonda, rodeada por una rotonda gigante. En medio de la plaza, se alzaban
dos rascacielos gigantes, uno de ellos un poco más grande que el otro. El más grande
lucía el logotipo de AllNess en la cima de su azotea, una A en forma de montaña y un
sol de color violeta saliendo de ella. Metieron el Jeep dentro de la plaza y lo
aparcaron de cualquier manera en el césped, dejando una huella de neumáticos
cruzando un parterre de hortensias. Bajaron del coche y desenfundó cada uno su
arma. Joseph tenía en la mano su mangual, Mat su M4 y Sombra su katana. Se había
guardado el revólver que le prestó Joseph en el coche. “además de sádico, ladrón.”
pensó Joseph con asco. Observaron que la torre AllNess seguía con corriente
eléctrica, pero que la de al lado no tenía. Joseph se dirigió a Mat.

- Lo siento, Mat. Te va a ser muy difícil subir por esa torre sin luz.
- ¿Es que no viene con nosotros?- preguntó Sombra.
- No, él va por otro camino. Toma una linterna, Mat, es lo único que puedo hacer
para aliviar tu ascenso.- dijo Joseph, buscando dentro del Jeep.
- Me será útil. Nos vemos, señor.- le dijo Mat a Joseph, estrechando su mano.
- No creo. Vayámonos, Sombra, esto se llenará de No Muertos en unos minutos.- le
dijo Sombra a Joseph.

Ellos dos entraron en el edificio AllNess, que parecía ajeno a todo lo que estaba
pasando. De todos modos, atrancaron la puerta para que los No Muertos que
empezaban a llegar a la plaza no entrasen en el edificio. La puerta eléctrica se abrió
normalmente, y en el vestíbulo no había rastros de sangre ni cadáveres por el suelo.
Aunque en la sala de recepción, o mejor dicho, en toda la planta baja, no había ni un
alma, todo lo contrario a cuando había estado Joseph por última vez, con todo el
vestíbulo lleno y gente yendo y viniendo por los pasillos. Fueron directos a los
ascensores, que estaban a la derecha de la sala de recepción. Había cuatro ascensores,
y pulsaron el botón del que estaba más cerca de la planta baja. La torre AllNess tenía
cincuenta y dos pisos, y podían tardar un buen rato en llegar a la planta baja si el
ascensor estaba muy arriba. Los dos entraron en el ascensor, y Joseph pulsó el botón
de la azotea. Mientras iban subiendo, Sombra le preguntó a Joseph.

- ¿Qué crees que nos quiere decir Elliot?- preguntó Sombra.


- Ante esta situación, cualquier cosa. Me imagino que querrá analizar la situación, y
nos dirá que haremos para enfrentar todo este lío que, por cierto, hemos provocado
nosotros.
- A este paso, la infección ya es imparable. Hay casos por todo el mundo en estos
momentos. Espero que Elliot tenga un buen plan...

Mientras subían a toda velocidad por el rascacielos, divisaban toda la ciudad por las
cristaleras de los pisos. La ciudad iba empequeñeciendo con cada piso que ascendían,
y los múltiples incendios junto con algunas zonas todavía con luz poblaban toda la
ciudad. Podían oír gritos a lo lejos, ráfagas de tiroteos y explosiones. El caos se
extendía por toda la ciudad, mientras ellos subían hasta la cima de uno de los pocos
rascacielos que todavía no había sufrido los efectos de la destrucción que traían
consigo los infectados. Un sonidito agudo les indicó que habían llegado a su destino,
y cuando se abrieron las puertas del ascensor una brisa les sacudió las gabardinas. El
aire que se respiraba olía a plástico quemado y a carne chamuscada.

- ¿Te apetece un poco de beicon?- dijo Sombra sonriendo. El olor a carne quemada
no era el de carne de cerdo, sino de carne humana.
- Te vuelvo a decir que estás como una cabra, pero puede que seas el ser más letal
que hay sobre la tierra. Quizás salves a muchas personas gracias a tu locura.
- Venido de ti es casi un halago.- comentó Sombra mientras caminaban hacia Elliot.

Los dos juntos anduvieron hacia el centro de la azotea, donde un helicóptero de la


compañía AllNess estaba estacionado. Al lado de él había seis personas, de las cuales
cinco llevaban los uniformes de Sheriff de AllNess.

- Pensábamos que no vendríais.- les dijo Elliot a los dos.- Si no hubieses aparecido,
Joseph, las consecuencias serían catastróficas.
- Lo sé, Elliot. Siento haber tardado más de la cuenta.- se disculpó Joseph.
- ¿Qué, es que no te alegras de verme, querido amigo?- le dijo Sombra a Elliot, sin
disculparse ni nada.
- ¿Traes los discos duros?- le preguntó Elliot a Joseph, haciendo caso omiso a
Sombra.
- Si, los traigo.- dijo Joseph, sacando una bolsa de cuero donde tenía guardados los
discos duros.
- Entonces no nos demoremos más. Os preguntaréis porqué os he mandado venir hoy
aquí, con todo lo que está pasando.- Hubo un murmullo de aprobación.- Esta
situación es insostenible. En cuestión de unos meses la mayor parte de la humanidad
se habrá convertido en cadáveres andantes, y os he hecho venir para poder salvar todo
lo que se pueda del ser humano.
- ¿A qué te refieres con “salvar todo lo que se pueda”?- preguntó Igor, que ahora se
llamaba Huracán. Su mirada era penetrante y llena de orgullo, y Joseph recordó que
padecía la demencia de la soberbia.
- A lo que he dicho. Cuando Tornado se nos unió para encontrar un antídoto a la
vacuna, le pedí que hiciese un simulacro de accidente biológico, por si la vacuna se
extendía por todo el mundo. Y con mi ayuda y la de otros expertos en evaluar
catástrofes a gran escala, hicimos un proyecto para idear la creación de bastiones que
impidiesen a los infectados aniquilar toda la raza humana. Hay siete modelos, cada
uno con sus propios atributos. Lo sé solo son planos, nunca hemos construido
ninguno, y no podemos probar su fiabilidad. Iréis cada uno a distintos lugares del
globo, e intentaréis por todos los medios que estos bastiones sean una realidad.
Seguro que nadie pone pegas cuando les digáis que sois capaces de crear un sitio
donde vivir protegidos de los infectados. Cada uno sois de lugares diferentes, y por
eso he pensado que podríais ir a vuestros hogares, y allí poder montar los bastiones.
¿Qué os parece?- hubo un murmullo de aprobación general. Uno de ellos hizo una
pregunta.
- Elliot, hay algo que no me queda claro. ¿Porqué no destruiste el virus cuando
comprobaste lo que podía pasar? Sé que no puedo decir mucho, teniendo en cuenta
que yo participé en el proyecto, pero los bocetos de la vacuna nos los mostraste ya
hechos, y la verdad, no dijiste de donde los sacaste, Elliot.- dijo Joseph, molesto. Le
repitió una y otra vez que abandonasen el proyecto, pero Elliot fue inflexible respecto
al tema.
- Os lo he dicho una y otra vez, ya no sé cómo decíroslo.- dijo Elliot, enfadado.- Yo
no era el único que seguía las investigaciones relacionadas con la vacuna
SuperHumano. Los bocetos me los encontré en el cuarto del verdadero Elliot, el que
murió en un accidente de avión. Y, como ya os he dicho, en el dossier venían escritos
otros tres nombres de colaboradores del proyecto. Tres, para ser más concretos.
Walter Woodcaster, Julian Manderbury y Zythruel Enmenus. Pero por mucho que los
he buscado, no encontré ninguna pista de alguno de ellos, y por eso creé nuestro
grupo de científicos, para llamar su atención y así atraerlos a mí. Pero no lo conseguí,
y ya que ellos trabajaban en lo mismo pensé en seguir con el proyecto, porque era
cuestión de tiempo que este virus saliese a la luz, ya sea gracias a nosotros o a esas
personas. Ahora es nuestro deber ayudar en cuanto sea posible. Por eso os envío a
cada parte del mundo, para enseñar a la gente cómo defenderse. Os aseguro que si
creáis estas fortalezas tal y como se explica en los discos duros protegerán a mucha
gente. Con esta explicación creo que he aclarado todas las dudas posibles.- cerrando
la conversación.- Tu, Sombra, irás a Denver. Es mi ciudad natal, y la tuya. Espero que
tengas suerte para proteger a la mayor gente posible.
- Claro, Elliot, eso tenlo por seguro.- aseguró Sombra. Joseph dudó que Sombra
hiciese su trabajo a no ser que conllevara matar a muchos No Muertos.
- Niebla, he pensado que podrías ir a Kansas City. Eres de allí, ¿No?
- Si, soy de allí.- afirmó Niebla, mientras se comía una bolsa de patatas fritas. Tenía
toda la gabardina llena de grasa, y además llevaba una mochila en la que se veían
bolsas de gusanitos y golosinas apretujadas dentro de ella. Niebla, Kurt Slain, padecía
la demencia de la gula. Joseph pensó cómo se tomarían los supervivientes del
apocalipsis si Niebla seguía atiborrándose cuando escaseen los suministros.- haré un
buen trabajo, Elliot.
- Eso espero. Tu, Lluvia, irás a Pittsburg. Me dijiste que tenías ganas de volver.
- Si, Elliot.- le dijo Lluvia. Tenía muchísimos collares de oro y plata colgando del
cuello, numerosos pendientes poblando sus orejas, y anillos cubriendo sus dedos.
Lluvia, Sonya Carter, padecía la demencia de avaricia. Joseph supo que Lluvia
construiría el bastión sin problemas. Su demencia era fácil de atajar.- Me gustaba esa
ciudad...
- A vosotros tres os espera un avión en Berlín para ir a Estados Unidos.- dijo Elliot
señalando a Niebla, Sombra y Lluvia.- Os soltarán en paracaídas mientras sobrevoléis
vuestras ciudades. Ahora quedáis cuatro, que irán en mi avión pasando por vuestros
hogares. Tú, Rayo, sé que odias tu lugar de nacimiento, pero tienes que ir a París.
Espero que no haya ningún problema.
- Aún recuerdo lo grandiosas que eran las mujeres de París. Estaré encantado de
volver, Elliot.- dijo Rayo, medio sonriente, mientras hojeaba una revista porno. Rayo,
Peter McRivan, sufría la demencia de la lujuria. “Puto cerdo.” Pensó Joseph.
- Me alegra saber que te entusiasme volver a París. Tormenta. ¡Tormenta!- dijo Elliot
a voces.
- ¿Eh?- dijo Tormenta adormilada.- Estaba durmiendo, joder...- Se limpió las legañas
que cubrían sus ojos. Tormenta, Lucía Aprea, sufría la demencia de la pereza. “Esta
no durará mucho. Su propia demencia acabará con ella.” Joseph sentía lástima hacia
Lucía.
- Tú irás a Granada, en España. Sé que eres de Ciudad Real, pero Granada es mucho
mas factible. No te importa, ¿No?- Tormenta ya estaba dormida. Elliot lo dejó por
imposible.
- Huracán, tú irás a Moscú.- dijo simplemente Elliot.
- Mientras no tenga que obedecer a nadie...- Huracán traspasó un una mirada de
superioridad e todos los allí presentes. Huracán, Igor Towalski, sufría la demencia de
la soberbia. “Quizás este tenga mayor éxito que ninguno. Su demencia le ayudará a
ser el mejor de todos nosotros, eso seguro.”
- Iremos en otro avión que hay en Berlín todos los que no vayan a Estados Unidos.
Tornado...
- ¿Sí, Elliot? ¿Donde voy yo?- dijo Joseph, sin saber adonde lo mandaría. Él era de
Denver, igual que Sombra, y Elliot decidió mandarle a él antes que a Joseph a su
lugar de nacimiento.
- Tu irás conmigo. Eres el mejor científico de todos, y tenemos que seguir trabajando
para mejorar la supervivencia en este apocalipsis.
- Bien. ¿Y adonde vamos?
- A un bastión que está casi construido, el mejor de todos ellos. Vamos a Nuevo Edén.
- dijo Elliot mientras todos subían al helicóptero y empezaba a surcar un cielo
cubierto de humo con olor a carne quemada y plástico.
6. MATTHEW

Se quedó mirando como se internaban en la torre los dos hombres vestidos de negro
que le habían acompañado hasta allí. Pero al final, como siempre, se quedó solo. Mat
estaba agradecido, pues Joseph le dio una oportunidad. Si no llega a estar con ellos no
habría podido salir de Hannover. Joseph, el Sheriff de AllNess que le había citado en
su apartamento, le abrió los ojos cuando todo pasó. El ataque del primer infectado, al
que él disparó en la pierna, que podría haber matado, impidiendo toda esta locura. En
estos días se había echado la culpa tantas veces que estuvo a punto hasta de
suicidarse, pensando que no merecía nada mejor. Pero lo pensó detenidamente, y al
final no lo hizo. Pensó que la propuesta de Joseph era una oportunidad de redención.
Según Joseph, ese disco duro contenía información vital para la supervivencia de la
humanidad, y entregarlo en un sitio seguro daría muchas expectativas de esperanza
para la raza humana. Eso era el faro que había brillado en el horizonte de Mat, como
un camino a seguir, cueste lo que cueste.

Joseph le citó en su apartamento a Mat en quince días, justo cuando escapó el ladrón,
y Joseph fue muy insistente en cuanto a la fecha en la que debía ir a buscarle. El día
que señaló Joseph Mat fue hasta el apartamento y juntos fueron hasta la torre
AllNess, y en el camino se encontraron con alguien más bien inesperado. Otro Sheriff
de AllNess, y estaba cortando cabezas en medio de un puente. Ni todo el
entrenamiento que Mat recibió en el arte de matar, pudo evitar sentir arcadas viendo
la facilidad como cortaba cabezas aquel verdugo que parecía salido de una película de
terror, cubierto de sangre y con una katana en la mano. Se alegró de llegar a la torre
AllNess y separarse de aquél loco. Pensándolo detenidamente, y sabiendo lo letal que
era Sombra, separarse de él le dolió un poco, porque sería un excelente apoyo en la
torre que el tenía que subir. La torre AllNess todavía brillaba la luz, todo lo contrario
que su gemela, la Wugtwerg, que carecía de suministro eléctrico. Daba la impresión
de que a cada torre le suministraba una corriente de luz diferente, y Mat supuso que
así sería.

Cuando los perdió de vista dentro de la torre AllNess, fue andando con cuidado hacia
la Wugtwerg. Las puertas eran eléctricas, una de ellas reventada, y pudo pasar sin
tener que romper el cristal, y así hacer ruido innecesario. Amartilló el arma y apuntó
hacia el interior junto con la linterna, que acopló en el arma. Una puerta reventada no
era una buena señal, y tendría que estar alerta. El vestíbulo estaba cubierto de los
cristales de la puerta eléctrica, pero aparte de eso todo parecía normal, aparte de la
ausencia total de luz, siendo como era de noche. No había rastros de sangre por el
suelo.

No había entrado nunca en aquella torre, pero en la torre AllNess si, y pensó que
serían construcciones similares. Recorrió el vestíbulo, apuntando con la linterna a
todos lados, atento a cualquier movimiento, y llegó hasta la recepción, que estaba tan
oscura como aquel siniestro edificio. Había varios papeles por el suelo, y dos sillas
volcadas. Fue hacia la derecha del vestíbulo, y fielmente a la torre AllNess, pudo ver
los ascensores al final del pasillo, donde estaban también los aseos de mujeres y
hombres. Apuntando con la linterna por todo el vestíbulo divisó algo que no le gusto
nada en absoluto. Un charco pequeño de sangre, dos metros antes de la puerta del
baño de hombres, acompañándole un goteo que se dirigía al aseo de hombres, y el
pomo de la puerta manchado de sangre. Mat quería ir a investigar, pero no lo
consideraba una buena opción. Si armaba ruido antes de pasar la planta baja, era muy
posible que no avanzase sin problemas a la azotea. Pensando en los pisos, se dio
cuenta. Iba hacia el ascensor, pero no había luz, y por lógica los ascensores no
estarían operativos. Sintiéndose como un idiota, se fue, dejando los rastros de sangre
en incógnita, sabiendo lo que se podría encontrar dentro de aquel aseo.

Fue justo a la izquierda de la recepción, donde estaban las escaleras de servicio que
nadie solía usar, pero eran la única salida posible. Se armó de paciencia, porque tenía
que subir unos cincuenta pisos. Empezó a subir escaleras, un piso tras otro, durante
cinco minutos. Cada piso que subía se cansaba más, y tuvo que hacer varias paradas
para coger aire. Sobre el piso treinta y ocho, algo en el suelo lo hizo detenerse. Un
hombre, de unos treinta y pico, que iba vestido de segurata, estaba en el suelo con
media cabeza adornando la pared, y un revólver Colt Anaconda en su mano indicaba
que se había suicidado. Le cogió el revólver y miró en sus bolsillos si tenía munición,
encontrando diez balas del .44 mágnum. Ya tenía dos armas de mano, su Glock, con
cuatro cargadores, y el revólver, que tras inspeccionarlo tenía en el barrilete del arma
cinco balas de las seis que podía cargar, mas las que encontró en los bolsillos del
segurata, un total de quince balas. Y eso sin contar con su M4 con cinco cargadores.
Iba bien armado, eso seguro.

Siguió subiendo las escaleras, dejando a aquel infeliz donde estaba. Estaba sudando a
chorros, pero cada piso que subía se animaba a seguir, hasta que al cabo de otros
cinco minutos ya solo le quedaban dos pisos. Paró para echar un pequeño descanso y
se dio cuenta de que, en cambio de todas las escaleras que había abajo, en esta parte
estaban llenas de sangre seca. Subió hasta llegar a la puerta por la que se entraba en
cada piso. Cerrada, y con cadenas. En sangre, habían pintado las palabras “NO
PASAR. DENTRO TODOS ESTÁN MUERTOS.” No quiso desobedecer e intentó
seguir subiendo, pero la escalera estaba bloqueada. Un montón de sillas, mesas y
tablones separadores de oficina cerraban el paso en la escalera.

Se sentó un poco a pensar, y ya de paso a descansar de nuevo. Sólo había dos


maneras posibles de llegar a la azotea. Intentar pasar por entre todo ese amasijo de
cosas o bajar al piso de abajo para ir por el ascensor, escalando hasta la azotea.
Intentó primero pasar por entre las mesas y sillas que impedían el paso por las
escaleras, pero era imposible. Mientras se internaba entre una mesa y unas sillas
había golpeado un cristal que se hizo añicos, y al estar el edificio en el silencio más
absoluto, los cristales hicieron un ruido espantoso, que seguramente se había
escuchado en toda esa parte del edificio. La respuesta a su ruido fue un intenso
golpeteo sobre la puerta que estaba encadenada. Primero dos golpes, y luego se
fueron uniendo más y más golpes, junto con unos gemidos siniestros que venían del
otro lado de la puerta.

Sin perder tiempo se fue a la piso anterior, donde la puerta estaba abierta. Acopló la
linterna a la M4 de nuevo y entró por aquella puerta. Dentro todo parecía normal, sin
ningún atisbo de sangre o restos que pudiesen delatar infectados en aquella sala. Pero
el instinto le traicionó. No se oía nada, excepto un sonido como el que originaban las
pisadas cuando estás bajo la lluvia y pisas un charco de barro, como de succión.
Buscó el origen del ruido, y cuando descubrió lo que lo originaba, deseó no haberlo
hecho. Un infectado estaba de rodillas, sacando las tripas a una persona y en ese
momento estaba masticándolas. La imagen hizo que Mat tuviese un intento de
vomitar. En el momento en el que apuntó al infectado con la linterna éste se volvió
hacia él. Se levantó y fue hacia Mat, tambaleándose. Mat, sin perder el tiempo,
apuntó con la Glock a su cabeza y se la voló en mil pedazos. Sonó como un
cañonazo, y Mat supo lo que significaba. Se fue corriendo por el pasillo que conducía
a los ascensores, y dos infectados salieron de una oficina hacia él.

Disparó a los dos en la cabeza, pero en otra oficina, que tenía las puertas cerradas, se
oían golpes aterradores, y solo era cuestión de tiempo de que saliesen a por él. Fue
corriendo hacia los ascensores, pero cuando llegó ya habían salido de la oficina, y no
era uno solo. Apuntando con la linterna hasta el fondo, divisó al menos siete de ellos,
yendo hacia él. Sin perder tiempo, cogió un machete que guardaba en una funda en la
pierna izquierda, y abrió las puertas con el machete. Tardó poco, pero ya les tenía
encima. Saltó hacia la pared que había dentro de las instalaciones del ascensor,
descartando los cables del ascensor, que al estar bien rociados de aceite y grasa,
harían que bajase en picado hasta el piso bajo. Las paredes de las instalaciones del
ascensor estaban llenas de cables de electricidad, en los que pudo agarrarse y no caer,
pero los infectados que le perseguían cayeron uno por uno hacia abajo, algunos dando
golpes por las paredes mientras bajaban a plomo, y otros cayendo y cogiendo
velocidad hacia el suelo. Cuando llegaban abajo, un ruido de despachurramiento lo
anunciaba. Ni siquiera se imaginó cómo había quedado el fondo del ascensor, sino
que empezó a subir, teniendo cuidado de no caerse, porque algunos de los cables
estaban algo sueltos, y no habían sido diseñados para soportar su peso.

Fueron cuatro metros de escalada, pero le habían parecido una montaña entera.
Pasando de pared en pared hacia la puerta del ascensor que daba a la azotea, cogió el
machete y se lo puso en la boca, y cuando llegó a la puerta la abrió con el machete,
sin darle muchas complicaciones. Una agradable brisa le sacudió el rostro, aunque el
olor no era muy agradable, al menos para su gusto. Un intenso olor a carne quemada
y plásticos cubría el ambiente, y se tuvo que tapar la boca con un pañuelo. Desde la
azotea divisó un montón de focos de humo, y notó alguna que otra explosión. En el
momento que salió a la azotea, un helicóptero salió de la torre AllNess, dirigiéndose
hacia el este, posiblemente hacia Berlín. Le deseó suerte al equipo de Joseph,
mirando su transporte, un helicóptero muy parecido al que vio despegar de la torre
AllNess. Fue hacia él para irse cuando antes, pero una voz lo asustó. Apuntó hacia el
origen del ruido. Era un hombre, de mediana edad, con el brazo lleno de sangre y
chorreando sudor por la frente. Estaba tirado de cualquier manera en el suelo. Supo
que todavía no era un infectado peligroso, de los que ya están muertos, porque le
empezó a hablar.

- Oye... ayúdame...
- Te han infectado.- dijo Mat con el semblante serio.- Solo es cuestión de tiempo que
te transformes en uno de ellos.
- No...- dijo aquel hombre, brotándole unos lagrimones de los ojos.- En algún lugar
debe de haber una cura... por favor, ten piedad y llévame contigo.
- ¿Piedad? - dijo, mirando a aquel hombre con lastima. Mat sacó su Glock y
apuntándolo en la cabeza, le disparó, abriendo su cabeza en mil pedazos.- Esto es
piedad.

Sin más palabras, fue hacia el helicóptero y le rompió las luces de posición y
balizamiento. Hannover estaba siendo sitiada, y seguramente nada más que viesen sus
luces en el cielo, el ejército lo derribaría. Lo puso en funcionamiento y empezó a
coger altura. La visión de Hannover llena de incendios incontrolados era impactante.
Se veían muchos focos de resistencia, pero de los que debió de haber en un momento
no quedaba ni un cuarto en esos momentos. Los infectados van ganando terreno en
toda la ciudad. Por el camino pensó mucho adonde ir con el disco duro, un sitio
seguro, que en esos momentos se le antojaba una misión imposible. A estas horas, ya
habrían cerrado todos los aeropuertos, y un helicóptero era imposible que llegase a
América desde Europa. Podría convencer a un piloto para que cogiesen un avión de
gran envergadura para ir hacia América, pero eso le llevaría mucho tiempo, sin contar
que no le dejarían entrar en la terminal a coger el avión, y además necesitaba
bastantes operarios para preparar el avión y rellenar los tanques de combustible.
También pensó en ir en barco, pero los preparativos para el viaje eran tan costosos
como los del avión, y además él no sabía nada de conducir barcos, por desgracia.

Su única opción era reclutar a un marinero que supiese manejar un barco mediano en
Cuxhaven, coger suministros e irse con él hacia Islandia. Eligió ese destino por varias
razones: era una isla remota del resto del mundo, era relativamente pequeña, y
además no tenía muchos habitantes con respecto a otras zonas del mundo. No llega al
medio millón de habitantes. Y hacia allí iría, o moriría en el intento.

Estaba saliendo de Hannover cuando vio que algo iba mal. Todas las tropas militares
estaban huyendo del bloqueo a toda velocidad. Unos minutos después de darse cuenta
de esto, una gran explosión le sacudió el avión y fijó la vista atrás del helicóptero.
Donde antes estaba situada Hannover una nube de hongo gigante se elevaba hacia el
cielo, subiendo y subiendo sin control. Hannover desapareció del mapa gracias a una
bomba nuclear.

Palideció, abrió la ventana del piloto del helicóptero y vomitó. Más de medio millón
de personas dejaron de existir en un abrir y cerrar de ojos. Esa epidemia, virus o lo
que fuese era tan peligroso como para usar armamento nuclear para erradicarlo. Si
habían tomado aquella medida desesperada la situación era aún más peligrosa de lo
que Mat creía. Sin poderlo evitar, unas lágrimas poblaron su cara, y pese a todo el
entrenamiento que había recibido, no pudo evitar conmocionarse. Pero no era el
momento de desmoronarse ahora. Tenía que llegar a Cuxhaven lo antes posible para
surcar hacia Islandia, donde podría tener una oportunidad de sobrevivir. Tardó unas
horas en poder avistar Cuxhaven, con el amanecer despuntando en el horizonte, y
aterrizó en el campo de una granja a cinco kilómetros al sur de su destino. Mat estaba
seguro que si aparecía en el aeropuerto le retendrían inevitablemente, dadas las
circunstancias, y ya nunca saldría de allí. La granja en la que aterrizó era un gran
prado en el que pastaban vacas, que huyeron en cuanto notaron el helicóptero
aterrizar, al lado de una casa en una pequeña colina rodeada de árboles.

Un hombre alto y con aspecto fuerte, de unos cincuenta años, con el pelo largo y una
barba tupida y de color gris acompañado por un perro iba hacia el helicóptero, y antes
de que Mat bajase a tierra recogiendo todo su equipo ya estaba frente a él.

- ¡Oye, forastero! ¿Qué haces aterrizando en mis tierras? Son propiedad privada.
- Tranquilo, amigo.- le dijo Mat. El anciano estaba alterado, porque probablemente
era la primera vez que un helicóptero aterrizaba en su granja.- Soy militar. Vengo
desde Hannover, donde estamos tratando una especie de altercados a gran escala.
- ¿En serio?- dijo el anciano, bastante asustado.- ¿Cuando ha partido de allí?
- Hace unas horas.- respondió Mat. No quiso decirle lo que había pasado, cómo
había acabado la ciudad.
- Entonces, ¿vio lo que pasó? Dicen que un accidente o algo parecido...- el anciano
ya se calmó.- Venga conmigo. Entremos en casa, me imagino que querrá desayunar.
Lo están diciendo en las noticias.
- Se lo agradezco.

Siguió al anciano por los prados verdes que poblaban su granja. Estaban muy bien
cuidados, y las vacas pastaban por todos sitios. Un paisaje muy rural, que a Mat le
encantó. La casa, o más bien dicho la mansión, era de construcción antigua, con
pocas ventanas y las paredes de piedra maciza. Alrededor de la casa había
innumerables parterres de muchos tipos de flores, y bastantes instrumentos de
agricultura estaban repartidos por todo el lugar. Unos cuantos gatos pasaron por su
lado cuando se encaminaban a la puerta de la casa, de madera cubierta por muchas
capas de barniz, dados con el paso de los años, y un picaporte en forma de puño
adornaba la puerta. El anciano le cedió el paso hacia el interior, como muestra de
amabilidad, y observó una casa muy bien organizada, llena de fotos antiguas e
instrumentos viejos pero bien cuidados que decoraban todas las partes de la casa. El
anciano le llevó a la cocina, donde una chica muy guapa de unos veinte años
desayunaba. Era rubia, y su pelo le caía liso hasta las caderas.

- Señor, todavía no me ha dicho su nombre.- le dijo el anciano amablemente.


- Lo siento, le pido disculpas. Me llamo Matthew, Mat.
- Yo me llamo Strom, y ella es mi hija, Zelda.
- Hola.- dijo Zelda, con cara de asustaba, mirando la televisión.

Mat se sentó en una silla, mientras Strom le servía un café y le ponía unas
magdalenas en la mesa. En la televisión estaban poniendo un informativo urgente
sobre lo último que había pasado en Hannover.

- Señoras y señores, estamos ante un accidente catastrófico y sin precedentes.- decía


el presentador, con gesto preocupado, hasta con un poco de miedo.- El pánico y la
locura, desde hace unos días, se ha apoderado de la ciudad de Hannover, como
venimos anunciando ya varios informativos, causa de un extraño virus desconocido
que, poco a poco, fue afectando a toda la población. Les volvemos a mostrar las
imágenes de un video aficionado que grabó desde la ventana de su casa.- el vídeo
mostraba cómo unos cuantos infectados atacaban sin piedad al conductor de un volvo
C30, rompiendo las ventanas del coche y metiendo las manos dentro del vehículo,
desgarrando la cara al conductor e intentando despedazarlo. La imagen era horrorosa,
y Mat se preguntó como el gobierno permitía que esas imágenes saliesen a la luz. Mat
pensó que quizás sería lo mejor, así todo el mundo se daría cuenta a qué se
enfrentaban.- Hace unas cuatro horas, el caos generalizado ha llegado hasta tal punto
que los infectados han invadido la mayor central de gas y butano de la ciudad,
provocando una gran explosión que ha destruido completamente Hannover. Antes de
nada, desde estos informativos y de parte de toda esta cadena de televisión, queremos
expresar nuestras condolencias a todos los que tuviesen familia o amigos en
Hannover.- unas lágrimas silenciosas surcaban la cara de la presentadora. Seguro que
ella también tenía familia en Hannover, o que dar esta noticia se le venía muy grande.
Anunciar la muerte de medio millón de personas se le viene muy grande a
cualquiera.- A continuación el presidente de Alemania quiere hacer unas
declaraciones.- la imagen llevó a una sala donde estaba el presidente de Alemania,
rodeado de fuerzas militares y sus mayores partidarios.- Estimados ciudadanos de
Alemania. Lo que ha sucedido en Hannover hace unas horas es la mayor catástrofe
que le ha ocurrido a Alemania desde hace muchos años, quizás, la mayor catástrofe
que le ha sucedido a nuestra nación en toda su historia. Desde aquí, quiero expresar
mi más profunda tristeza con respecto a lo que ha sucedido, y también quiero declarar
unas cuantas cosas. Aún con la explosión que ha devastado Hannover, es posible que
muchos infectados hayan escapado de la población, así que informamos sobre los
síntomas que puede tener un infectado. Sus síntomas son: mirada perdida, andares
tambaleantes y una agresividad incontrolable. Si observan a alguien con estos
síntomas, no tengan contacto alguno con el infectado en cuestión bajo ningún
concepto, y llamen de inmediato a este número que estará pegado a la pantalla de su
televisor a todas horas.
- ¿Qué opina de esto, Mat?- le dijo Strom.
- Opino que es una plaga casi incontrolable. Yo he estado allí y lo he visto. Es a lo
peor que me he enfrentado, se lo aseguro.- Mat no podía dejar de pensar en su
misión.- ¿Me puede llevar a Cuxhaven, por favor? Tengo que estar allí cuanto antes.-
le pidió Mat.
- Te dejaré un coche, pero... me tendrá que dar algo a cambio.
- Bien, lo veo justo, ¿Qué quiere?
- Quiero que mi hija vaya contigo. Me imagino que te diriges a algún sitio seguro.
- Si, a Islandia. Puede que allí no llegue la infección.- Mat ya no estaba tan seguro de
eso, después de ver cómo Hannover desapareció bajo la nube de hongo.
- ¡No! Me quedaré contigo, padre. No quiero irme sin ti...- Zelda empezó a llorar
desconsoladamente sobre la mesa, dejando los restos de su desayuno a un lado.
- Zelda, ¡Mírame! Es lo mejor. Hasta que esto se calme, ¿Vale?- Zelda se levantó de
la silla y abrazó a su padre, llorando en su hombro.- Estoy orgulloso de ti, siempre lo
he estado. Desde que murió tu madre, tú has sido la luz en mi vida. Ahora, lo
importante es que vivas. Irás con Mat. No te separes de él, parece un tipo que sabe lo
que hace.- dijo Strom sonriendo a Mat.- Ahora, ve a hacer tu maleta, y que no sea
muy grande, ¿Eh?
- Está bien.- dijo Zelda limpiándose las mejillas. Cuando subió arriba, Strom
prosiguió su conversación con Mat.
- Espero que no te importe llevar contigo a mi hija. Quiero que se salve de esa locura
que he visto en la tele.
- No tenía pensado llevar a nadie en mi viaje, pero... Usted se ha portado bien
conmigo, y además me va a proporcionar un vehículo, es lo menos que puedo hacer.
¿Usted estará bien?
- Tengo provisiones de sobra, y voy a ir dentro de unas horas a hacer una compra
gigante en un supermercado que hay en Lüdingwerth. Además, fui militar en mis
tiempos. Si alguien intenta algo contra mí, me defenderé. No te preocupes, estaré
bien.
- Entonces suerte.- le dio un apretón de manos a Strom.- La necesitamos todos. - En
ese momento bajaba Zelda con una maleta pequeña, con algunas ropas y utensilios de
aseo, mas unas cuantas fotos.
- Ya estas lista, hija? Pues dame un abrazo más, y vete de una vez.- esta vez el que
lloraba era Strom, y ella le siguió en el llanto.- Zelda, estoy orgulloso de ti. Te
pareces tanto a tu madre... cuídate, ¿Vale?
- Vale, papá. Nos volveremos a ver, ¿no?- dijo Zelda, pensando que esta era una
despedida para siempre. Y quizás estaba en lo cierto.
- ¡Claro que si! Cuando todo esto se calme, volveremos a estar como antes, cuidando
del ganado y de las fincas.
- ¿Me lo prometes?
- Te lo prometo.

Con una sonrisa en la cara de Zelda, salieron todos de la casa, y Strom le guió a una
cochera en la que tenía dos coches. Un Ford Anglia viejísimo, pero que parecía estar
en buen estado y un Volkswagen Golf azul, que le compró Strom a su hija hacía ni un
año, como regalo cuando se sacó el carnet de conducir. Ella se sentó en el asiento del
conductor, para llegar sin problemas a Cuxhaven. Mat no se sabía las carreteras, y
sería un estorbo que condujese él. Zelda dejó su equipaje en el maletero, y Mat al
solo llevar consigo lo puesto, colocó su M4 entre las piernas en el asiento del
copiloto. Arrancaron y se fueron alejando de la granja, mientras Strom y el
helicóptero aparcado en mitad de los prados de su propiedad se alejaban a cada metro
que avanzaban.

- No volveré a ver mi hogar, ¿Verdad?- preguntó Zelda, con la mirada perdida.


- Es muy posible que no.- respondió Mat. No pudo mentirla.- Lo que he visto estos
días, lo que he tenido que hacer para sobrevivir...- recordó que había volado la cabeza
de varios infectados para poder subir hasta la azotea de la torre Wugtwerg.- No creo
que nada en el mundo vuelva a ser igual después de esto.

Tardaron diez minutos largos en llegar a las afueras de Cuxhaven, y tuvieron que
parar antes de entrar en la ciudad debido a un control de los militares, que tenían
cerrado el acceso a Cuxhaven.

- Lo siento, pero Cuxhaven es de acceso restringido, hasta que la infección se


controle.
- Disculpe, ¿pero acceso restringido para quién?- preguntó Mat.
- Para todo el mundo, excepto para militares, cuerpos de seguridad de la nación y
trabajadores de empresas de seguridad.
- Trabajo para AllNess como guardaespaldas. Puedo enseñarle mi ficha.
- Bien, pero que sea rápido.- se notaba que el soldado estaba nervioso. Mat le dio los
papeles que certificaban que era lo que decía ser, los llevaba siempre encima para
atestiguar que era guardaespaldas. Más bien para evitar problemas. En las fiestas a
las que solía acudir Elliot, la seguridad era muy estricta y todo el rato estaban
pidiendo papeles para evitar posibles intrusos.- Bien, podéis pasar, pero tendrá que
prestar sus servicios a los cuerpos de seguridad que están patrullando la ciudad.
Preséntese en la comisaría del centro, allí le darán instrucciones.
- Bien, gracias.- dijo Mat. El soldado le devolvió los papeles, y prosiguieron la
marcha.

La ciudad estaba desierta, al menos las calles. Solo había controles militares por toda
la ciudad con unos cuantos soldados en cada control. Les pararon varias veces, pero
enseñó los mismos papeles que enseñó la primera vez y le dejaron proseguir la
marcha. Entre controles, tardaron media hora hasta que llegaron al puerto, también
desierto. Mat se preguntó cómo encontrar un barco para ir a Islandia, aunque ese no
era el problema, el verdadero problema era quién lo manejaría. Barcos había
muchos, pero pocos los marineros que podrían manejarlos, o más bien ninguno, por
lo menos a simple vista. Indicó a Zelda que parase en los aparcamientos que había al
lado del puerto, donde había varios coches aparcados.

Cuando aparcaron el coche, Zelda cogió su equipaje y Mat se puso al hombro su M4,
suponiendo que allí no la necesitaría. Fueron barco por barco, observando si había
alguien dentro. No tuvieron suerte en la gran parte de los barcos fondeados en el
puerto, y mientras iban recorriendo el lugar las esperanzas de que viajasen por mar se
esfumaban lentamente de la mente de Mat. Los barcos demasiado grandes para no
poder manejar entre tres personas los descartaron, y los pequeños que no podían
hacer un viaje tan largo como el que tenían planeado hacer, también los deshecharon
de su lista. Se pararon a ver uno que les gustó. Era un barco bastante grande, y
parecía muy resistente. Con una sonrisa, Mat y Zelda fueron al muelle para intentar
ver si había alguien dentro. Pero ya había alguien en el muelle. Tenía la mirada
perdida en el mar, y a simple vista no parecía peligroso, pero cuando Mat lo saludó se
dio la vuelta y vieron que le faltaba la mejilla derecha, y la camisa la tenía manchada
de sangre acartonada. Era un infectado. Fue a prisa hacia ellos, y Mat cayó en la
cuenta de que había cometido la estupidez de dejar colgada la M4 en su hombro.
Sintiéndose estúpido, sacó la Glock, la cargó y le disparó en la cabeza a unos tres
metros de distancia, consiguiendo que media cabeza ensuciase todo el muelle, y
varios pedazos cayeron sobre el agua tiñéndola de sangre y sobre el casco del barco,
salpicando de gotas de sangre donde tenía puesto el nombre. Zelda gritó y se acurrucó
en el suelo. Mat intentó calmarla, dándola un abrazo y diciéndola una y otra vez que
todo iba a salir bien.

El barco se llamaba “El pez borracho”. Después de pegar el tiro, un hombre salió a
la cubierta del barco, mirando la escena.

- ¡Gracias, buen amigo!- dijo el hombre, algo pálido.- Según las noticias, esos
enfermos son peligrosos. Hay ya algunos por aquí, en Cuxhaven, como ya sabréis...-
era un hombre mayor, con el pelo blanco como la nieve y una barba también blanca.-
Creo que no sois de aquí, ¿O si?
- No, no somos de aquí.- le dijo Mat.- Buscamos un barco que nos lleve a Islandia.
¿Nos puede hacer ese favor?
- ¡Ja! ¿Estás de broma, chico? Islandia no está a tres pasos de aquí, es un viaje de dos
semanas...
- Si el problema es el dinero, no se preocupe, le daré lo que me pida.
- ¡Vaya, eso si que es una buena noticia! - los ojos del anciano se iluminaron con
codicia.- A ver, para tal viaje tengo que acopiar el barco de provisiones, llenar los
tanques de combustible...
- Todo corre de mi cuenta, pero hágalo rápido. Diga un precio y acabemos de una
vez.- le dijo Mat, metiendo prisa, porque podían venir más infectados al oír el disparo
y el grito de Zelda.
- Bien, sin contar con los suministros serán... seis mil euros.- dijo el hombre
mirándolo con un poco de culpabilidad, como si temiese un rechazo.
- Le doy siete mil, pero vayámonos ya.
- Lo haría si pudiera, pero los suministros no los tenemos aún. Si quiere vayan a por
comida y agua, yo me encargo del combustible.
- No, Zelda se quedará con usted, no quiero que le pase nada.
- Pero...- en el poco tiempo que habían estado juntos, Zelda parecía haberle cogido
cariño a Mat.
- No, tú te quedas aquí.- dijo Mat firmemente.- Es demasiado peligroso, además, no
creo que en este momento seas capaz de disparar a un infectado, y mucho menos
acertarle en la cabeza, que es lo único que les para.

Sin rechistar mas, Zelda subió por una pasarela hacia el barco, dejado a Mat en el
muelle. Mat se quitó el fusil de la espalda y lo llevó de las manos, por si acaso. Fue
hacia el Golf de Zelda y con él, condujo al supermercado que le indicó ella en un
mapa de la zona que tenía en la guantera. Al no saberse las calles de Cuxhaven, se
desvió un par de veces, pero al final, logró ver el supermercado de lejos, en una plaza
que la coronaba una estatua de algún militar de hace tiempo, junto a un jardín
bastante bien cuidado. En su camino no se encontró con ningún infectado, ni con
controles. Pasó por un par de controles, pero estaban desiertos. Mala señal. En el
supermercado sí que se encontró bastantes soldados custodiándolo, y era
comprensible. Con esta oleada de pánico muchos tendrían la idea de saquear el
supermercado para hacerse con suministros y aguantar en sus casas evitando a los
infectados que, cada día con más frecuencia, empezaban a poblar las calles. Al lado
del aparcamiento del supermercado había un montón de cadáveres envueltos en
bolsas, seguramente de aquellos que intentaron saquear aquel supermercado y algún
infectado que intentó atacarlos. Cuando aparcó, fue hacia una de las puertas del
supermercado y uno de los soldados le dio el alto.

- Lo siento, pero el acceso a este supermercado está restringido para uso militar. -
dijo el militar encargado del mando de ese equipo.- Por favor, váyase a casa hasta que
la situación se calme. Y me tiene que dar ese arma, sea de donde sea que la haya
sacado.
- Descanse, soldado.- dijo Mat.- Yo también soy militar, trabajo para la compañía
AllNess.
- ¿Tiene algún documento que lo demuestre?
- Por supuesto.- le entregó los papeles mágicos, como Mat empezó a llamarlos. Era
enseñarlos y le dejaban en paz.- Tengo que coger algunos suministros para una
misión de vital importancia, si no le importa.
- Si, espere...- leyó los papeles de Mat.- Perfecto, creo que es quien dice ser. Pero
antes de nada, tengo que hacerle unas preguntas, si no le importa, soldado.
- Por supuesto, señor. Dígame.
- ¿Desde qué parte de la ciudad viene?
- Desde el puerto.
- ¿Y ha pasado por algún control hasta aquí?
- Si, por tres controles. Pero los tres estaban desiertos.
- ¿Desiertos...?- el soldado empezó a temblar, y el miedo se reflejó en su cara.-
¿Había indicios de batalla?
- Por raro que parezca, no. Ni una bala perdida, y ningún rastro de sangre, ni siquiera
una pista del paradero de los que custodiaron los controles en su momento.
- Oímos disparos hará una hora, no muy lejos de aquí, y hemos perdido la
comunicación con los demás controles. Venga, coja lo que tenga que coger y váyase
cuanto antes.
- Si, señor.

Mat entró en el supermercado, y cogiendo un carrito de la compra, esquivó a dos


soldados apostados por donde se pasaba hacia donde estaban todos los productos. Las
cajas registradoras estaban ocupadas por soldados, y el vestíbulo de entrada también.
Todos los soldados estaban en silencio, y se respiraba la atmósfera de un funeral. En
total, unos veinte soldados, todos con aspecto de asustados. El marinero le dio antes
de irse una lista con todo lo que coger, y calculó que tendría que echar otros dos
viajes, por lo menos. Salió por donde había entrado, era ridículo pasar los productos
por caja. No le iban a cobrar por el producto, y pasarlo por una caja registradora solo
le haría perder el tiempo. Entre coger los alimentos y meterlos en el coche, en cada
carrito se llevaba unos diez minutos, que en total fueron media hora. Lo hizo con
prisa, porque no sabía con cuanta rapidez se estaba extendiendo la infección por la
ciudad, y cuando estarían allí los infectados dando guerra. Cuando estaba
descargando el último carrito en el coche, los soldados pusieron cada de asustados, y
uno de ellos fue torpemente hacia el soldado que estaba al mando. La respuesta a su
reacción estaba a ochenta metros del supermercado. Un grupo de infectados estaba
viniendo, tambaleándose, hasta ellos. No tardaron en salir todos los soldados del
edificio, y la mitad portaban ametralladoras MG3, con la otra mitad de soldados
cargados hasta los topes de munición para las ametralladoras.

Se apostaron en diferentes puestos alrededor del supermercado y empezaron a


disparar contra los infectados. Un intenso repiqueteo de las ametralladoras retumbaba
por los alrededores, y Mat sabía que, aunque acabasen con esa multitud, vendrían
más, hasta agotar la munición. A Mat le dio igual la conclusión a la que salió, apuntó
con su M4 hacia los infectados e hizo fuego. Disparaba siempre a la cabeza,
acertando casi todas las veces. Lo suyo era volar cabezas, y titubear solo lo que haría
era hacer que cayese él también, pero no podía evitar pensar que esos seres hacía ni
una semana eran humanos que tenían sus vidas, sus preocupaciones y sus seres
queridos. Los más difíciles de eliminar eran los niños, que también abundaban entre
los infectados, y de todas las edades. Cuando se le acabó el cargador, pidió uno a
gritos.

- ¡Estoy seco!
- ¡Ahí te va!- dijo un soldado, lanzando hacia él un cargador entero.

Recargó rápidamente demostrando una habilidad impecable en el manejo de su arma,


y siguió disparando contra esos seres. Al cabo de gastar medio cargador, el capitán de
aquel puesto fue hacia él.

- ¡Eres bueno disparando!- dijo a voces el militar que estaba al mando. El sonido que
emitían las ametralladoras era infernal.- ¡Deberías ocupar una de las MG3! ¡Algunos
de mis soldados están mas verdes que el césped!
- ¡Lo siento, señor, pero tengo que irme cuanto antes!- dijo Mat, sin dejar de disparar.
- ¡Solo hasta que eliminemos a este grupo!- le pidió con súplica.- ¡Hay uno de los
soldados que desperdicia más balas de las que aprovecha!
- ¡Está bien, llévame hasta la MG3!- dijo Mat. Lo menos que podía hacer para pagar
los suministros era ofrecerles un poco de apoyo.

La MG3 que iba a usar estaba apostada encima de una furgoneta para hacer más
fuego contra la multitud. Estaba claro que el capitán había visto su eficiencia con la
M4 y quería tener a Mat en uno de los mejores puestos para poder eliminar la
amenaza que les oprimía en esos momentos. Nada más acomodarse encima de la
furgoneta, echado en el techo con la MG3, pidiendo munición para empezar a hacer
las ráfagas, la cargó con suma rapidez y empezó a abatir a los infectados. Había
usado muchas veces la M60 en entrenamiento, pero no contra blancos de carne y
hueso. El estilo era muy parecido al de la que tenía en ese momento, una MG3
Alemana, y no tardó ni cinco segundos en cogerle el truco. Debido al gran calibre de
la MG3, dos o tres disparos bastaban para convertir a un infectado en una masa de
carne en el suelo, sin poder adivinar que había sido antes. Con la MG3 era muchísimo
más eficiente que con la M4, y en poco tiempo consiguió llenar la plaza central de
cadáveres, tiñendo el césped de rojo, en vez de verde, su color original. Parecía una
escena salida del mismísimo infierno. La estatua situada en el centro del césped
estaba llena de salpicaduras de sangre, hasta con trozos de carne colgando de algunos
sitios de la estatua, y numerosas partes del cuerpo de los infectados, como piernas,
brazos, vísceras o partes de la cabeza adornaban todo el suelo. Una bala de MG3
perforó el hombro izquierdo de la estatua, haciendo caer el brazo al suelo. Cuando
acabaron con esa oleada de infectados, Mat dejó la MG3 echando humo, saltó al
suelo desde arriba de la furgoneta, y dio un estrechón de manos a todos ellos. Habían
luchado bien.

- ¡Has luchado de maravilla, se nota que eres soldado! Chicos, aprended de él, ha
eliminado tantos bichos como todos vosotros juntos.- dijo el capitán.
- Pero es que esos “bichos” eran personas, señor.- replicó un soldado.
- Tú mismo lo has dicho, “eran”. Y si quieres dialogar con ellos, puedes intentarlo,
pero no esperes que te acompañe. Bueno, amigo.- le dijo el capitán a Mat.- Nos
vendría bien un hombre como tú en el equipo, ¿Qué me dices? Aborta esa misión y
quédate con nosotros, te necesitamos.- intentó persuadir el capitán a Mat.
- Lo siento, señor, pero las órdenes son las órdenes. Espero que lo comprenda.
- Al menos lo he intentado.- le dio otro de apretón de manos a Mat, dándose por
vencido.- Espero verle pronto, soldado.
- Lo mismo digo, señor.

Sin decir más, Mat se subió al Golf y se fue por donde había venido hasta el puerto,
para no perderse y ya nunca salir de la ciudad. Pasó otra vez por los tres controles, y
nada. Ni un soldado, al menos en los dos primeros. En el tercero había un grupo de
infectados internándose en una calle estrecha que iba en dirección hacia el
supermercado en el que estuvo hace un rato, y nada más ver su coche acercarse
intentaron seguirlo, sin éxito. Un breve vistazo a la calle por donde estaban yendo los
infectados le reveló que era un grupo mucho más numeroso que el que habían
eliminado, y se dirigía hacia el supermercado. Mat no creía que sobreviviesen a ese
grupo, si no ponían pies en polvorosa. Pero tampoco dio por sentado que en ese
momento se dirigiesen hacia el supermercado. Habían visto pasar su coche, y el
puerto estaba a menos de doscientos metros, así que aceleró para llegar en el menor
tiempo posible y metió el coche en el muelle, dejándose los bajos en la maniobra. La
cara de Zelda no mostraba mucha simpatía, siendo su coche el que había dejado
hecho medio pedazos, pero en ese momento Mat no se preocupó.

- ¡Bajad! ¡Ahora, empezad a cargarlo todo!


- ¿Qué pasa? Te sentirás a gusto ahora que has destrozado mi coche...
- ¿Que qué pasa? Que se acercan más de doscientos infectados con ganas de dar
guerra. ¡Estarán aquí dentro de cinco minutos!
- Madre de Dios...- dijo Zelda, acompañada del marinero, y empezaron todos a
cargar precipitadamente todos los alimentos en la borda. Tardaron dos minutos largos,
y ya empezaban a asomarse los infectados hacia su muelle. Mat dejó que cargasen las
últimas cosas ellos, cogió su M4 y disparó ráfagas contra los infectados, cargándose a
unos cuantos, pero eran demasiados. Afortunadamente, cargaron a tiempo todo lo que
había en el coche.
- ¡Sube ya, Mat!- le gritó Zelda. Mat subió rápidamente hacia dentro del barco, pero
la pasarela se retiraba lentamente, y un infectado logró subir. Cuando Mat se dio
cuenta le derribó de una patada al agua, sonando un chapoteo seco. El marinero ya
estaba en los mandos del barco, arrancando a toda prisa. Poco a poco, iban dejando el
puerto a lo lejos, y poco después solo se vislumbraba mar abierto. Tardarían unos
meses en llegar a Islandia, pero en el horizonte se veía algo parecido a una cosa, una
cosa bella y hermosa. La salvación.
7. SOMBRA

Tenía ganas de matar. Llevaban volando durante catorce horas, y las ansias de sangre
de Sombra aumentaban a cada minuto. Hacía una hora que había espachurrado un
periquito que llevó consigo por si las ansias de sangre lo vencían, y tuvo que matarlo.
Ni por asomo sació sus ansias de sangre, pero al menos se calmó un poco, llenándose
las manos de sangre, plumas y carne aplastada.

Para llegar a Denver faltaban unas horas de vuelo, y no creía poder soportarlo más
antes de caer en la locura. Ya empezaba a sufrir los síntomas. Ligeros temblores,
sudores, y una tensión y paranoias casi incontrolables. Sentía mucha ira y odio hacia
todo el mundo. Le era inevitable, ese pensamiento abundaba en su mente, pero a los
que más tenía odio era a sus compañeros, los sheriffs de AllNess, aquellos que fueron
hace tiempo sus amigos. En especial, al que más odiaba era a Joseph, ese estúpido
subnormal que Elliot tenía en tan alta estima. Cuando Elliot los envió a Hannover
para empezar la investigación de la vacuna SuperHumano no contó con Joseph para
empezar la investigación, y no avanzaba por buen camino. Llevaban casi un año sin
progresos cuando Elliot decidió que Joseph participase en el proyecto. Hasta fueron
todos a buscarlo a Denver, encontrándole en una discoteca de Denver bebiendo y
ligando. Un completo inútil en opinión de Sombra.

Elliot no tardó en convencerlo para que participase en el proyecto, enseñándole los


datos de la investigación, que eran muy prometedores, aunque los resultados no
habían sido muy buenos. La vacuna originaba a los infectados por ella una locura
demencial, y un deseo de atacar a otros humanos bastante peligroso, y cualquier
científico que se precie aceptaría el reto de elaborar un antídoto o poder mejorar la
vacuna ya existente. En cuestión de un año, consiguió el propósito por el que había
venido, pero no había voluntarios para probar el proyecto. Él se propuso voluntario
para demostrar coraje y valor ante Elliot, que era su mejor amigo desde la infancia.
No tardaron los demás en seguirlo, y lo probaron en todo el equipo de científicos de
élite de AllNess. Pero el experimento no salió como se esperaba. Todo sufrían una
extraña demencia única en cada uno que les inducía a un vicio o alguna locura. La
suya era la ira, el odio y las ganas de matar que habían sido casi insaciables desde que
salió de aquel laboratorio, pero el propósito de la vacuna se había cumplido. Era
mucho más fuerte que cualquier humano, y era mucho más ágil que cualquier
deportista de élite.

La ira y odio hacia todo y todos, sobre todo hacia Joseph, aquél cabrón que había
creado el antídoto y mejoró el proyecto, le mataba por segundos. sin él, seguro que al
final Elliot hubiese abandonado el proyecto, es él, el puto culpable, el tiene la culpa.
¡¡CULPABLE!!!. Algún día Sombra disfrutaría destripándolo. Pero ése no era el día,
pensó mientras sobrevolaban Memphis. Rayo saltó en París, justo al lado de la torre
Eiffel, Lluvia saltó al pasar por Pittsburg, y luego soltarían a Niebla en Kansas City.
El último en aterrizar sería él. Memphis estaba medio arrasada por el caos. Divisó
varios incendios dentro de la ciudad, y comprobó que había infectados por todo el
centro. Sabía que no aguantaría sin matar hasta Denver. Le estaba ya corriendo la
adrenalina por las venas a cien por hora. Sabía que había llegado la hora de matar.

- Piloto, abre la compuerta, yo me bajo aquí.- dijo Sombra levantándose de su


asiento y poniéndose un paracaídas. Estaba listo. Podía sentir a todas sus víctimas a
cien metros más abajo.
- Este no es tu destino, Sombra. Espera tu turno para bajar, joder.- protestó Niebla,
con voz calmada. Estaba comiéndose una bolsa de patatas fritas, con el ánimo
bastante calmado. Su demencia estaba satisfecha, la de Sombra, desgraciadamente,
no.
- Cállate, puto gorrón de los cojones.- le espetó Sombra, escupiendo un poco de
saliva.- Da gracias a que tenía un periquito para saciar mis deseos, porque sino tú
hubieses sido mi almuerzo.- rugió Sombra con voz amenazadora.
- Elliot te ha ordenado que vayas a Denver, y creo que deberías seguir sus órdenes.-
le dijo firmemente Niebla. Y seguía sin entenderlo. Sombra sabía que Niebla había
sido siempre estúpido, pero no pensaba que fuese hasta ese punto.
- Lo que diga Elliot me entra por los huevos y me sale por el culo.- dijo Sombra
firmemente.- Yo voy a bajar, y si te interpones en vez de comer serás comida, tú
decides. O a lo mejor me llevo un brazo tuvo de recuerdo, para que aprendas a no
interponerte en mi camino.
- Está bien, si insistes... piloto, abre la compuerta.- dijo, sin mirar hacia ninguna
parte y siguiendo a su tarea, devorando la bolsa de patatas fritas.- Espero verte
pronto, puto sádico de mierda.
- Y yo espero que te espachurres cuando llegues al suelo en Kansas city, seboso
cabrón.- dijo Sombra, saltando del avión. El viento y la caída libre le impactaba en
todo el cuerpo, y apenas le dejaba pensar, pero eso a Sombra no le importaba.

Su único deseo era llegar abajo cuanto antes y empezar a rebanar cabezas sin control,
haciendo lo que mejor sabía hacer: matar. Cuando estaba a la altura recomendable
para activar el paracaídas, lo abrió con un estruendo y empezó a bajar suavemente
hacia el suelo. Se dirigió hacia una zona que tenían acordonada con murallas
metálicas, y que cubría una tela gigante con el símbolo de peligro biológico. Entró en
la zona acordonada, donde podría encontrar más infectados, cuando observó algo que
le sorprendió. En el otro lado de la muralla donde estaba el símbolo, había una
muralla de humanos, más bien dicho una montaña, donde unos pisaban a otros en su
mortal ascenso a la salvación, la cima de la muralla de metal, que los había
condenado como infectados. Había muchos de ellos entre la gente, atacando a todo el
que pillaban.

Cuando aterrizó, desenvainó la Katana y empezó a cortar cabezas, mientras la sangre


salpicaba su traje y su cara. En varias ocasiones creyó haber matado a gente normal,
pero no le importó. Disfrutaba con cada cabeza que cortaba como nunca, y en ese
momento se sintió feliz. Él era el portador de la muerte, y éste era su baile.

Habría unos cuantos de miles de personas intentando pasar la muralla de metal, pero
estaba bien colocada, y la muralla pese a todo el peso de la marea humana que se
amontonaba en la muralla, no cedía ni un ápice. Sombra caminó hacia una plaza
cercana, donde había menos aglomeración de infectados y gente para así poder matar
de forma más seleccionada. En medio de la plaza estaba un párroco alzando una cruz
y gritando en voz alta, sin importarle los infectados que se encontraban en su
posición. Lo más curioso de todo es que había un infectado al lado suyo, pero no le
hacía ni caso. El infectado no le atacaba. Sombra fue hacia el hombre, estupefacto.

- ¡Es el fin del mundo!- promulgaba el cura. Era alto, con el pelo gris y largo,
algunas arrugas en su rostro, y unos ojos verde ciénaga como los de los infectados. A
Sombra le recordaba a Magneto, el de la peli de X-Men.- ¡Todos sois testigos de la
ira de Dios, una grave maldición ha caído sobre esta tierra impía y llena de herejes!
¡Arrepentíos de vuestros pecados y seréis bendecidos! ¡Yo lo he hecho, y no me he
convertido en un demonio cuando uno de estos seres ha intentado convertirme!
¡Porque soy puro, y para demostrároslo, tengo un demonio aquí a mi lado, y no me
hace nada en absoluto!

Sombra no daba crédito a lo que veía. Era lo que decía ser, un infectado. Pero hablaba
normalmente y se comportaba como cualquier ser humano. Tenía la cara y las manos
llenas de ronchas, y la piel era de un color grisáceo. La única explicación lógica que
encontró en su retorcida mente fue que había algunos seres humanos, de alguna
manera, resistieron el ataque tan brutal que el virus cometía contra el sistema
inmunológico de los humanos, haciéndolos inmunes a los efectos del virus, pero
seguramente lo portaban en la sangre, y resultarían tan infecciosos como los propios
infectados, que en esos momentos en muchas partes del mundo ya los llamaban los
“No Muertos”, aunque en esos momentos ya tenían diversos nombres. “Cadáveres
andantes”, “Caminantes”, “Zombies” o simplemente “Podridos”. Tenía que hablar
con ese cura loco cuanto antes. Este ser sería un buen compañero para su viaje porque
no atraería a los infectados, porque de todas formas, era uno de ellos.

Antes de poder ir hacia él y distraído con lo que acababa de ver, no se dio cuenta de
que un No Muerto estaba frente a él, levantando el brazo para asestarle un puñetazo.
Rápidamente se puso en posición de ataque, y agarrándole el brazo con el que le
intentó atacar, se lo cortó de un tajo por el hombro, y agachándose le cortó las dos
piernas por la altura de las rodillas, consiguiendo que el No muerto cayese al suelo en
medio de un charco de sangre. Luego le pisó la cabeza, dejando una marca horrorosa
en el asfalto, una masa de cerebro y astillas de huesos, que junto con la sangre del No
Muerto y las de cientos de personas que estaban siendo devoradas en esos momentos,
pintaban todo el asfalto de rojo, ni siquiera se notaba casi el color negro que suele
tener. Siguió como si nada caminando hacia el cura cercenando cabezas a su paso,
pero nunca entreteniéndose como con el primero. La primera víctima siempre es la
que hay que disfrutar más.

Cuando llegó al centro de la plaza a la altura del cura, el No Muerto que había al lado
suyo se lanzó hacia Sombra, y Sombra le respondió con una bala en la cabeza,
desenvainando el revólver Colt Anaconda que le dio Joseph en Hannover. Sombra
pensaba que fue el mejor regalo que el puto Joseph le había hecho nunca, porque
debido a su gran calibre un tiro en la cabeza hacía que esta estallase en mil pedazos,
pareciendo fuegos artificiales. Sombra en ese momento tenía una sonrisa paranoica
dibujada en la cara debido al espectáculo que había producido el estallar de la cabeza
de ese infectado.

- ¿Qué haces, insensato? ¡Has matado a un ser humano delante de mi!- le dijo el
cura, ofendido.
- Eh, Párroco, con todos mis respetos, eh, bueno, no, sin respeto, me da igual, ese
infectado me iba a atacar, y yo he actuado en consecuencia. Y te aseguro que ese ya
no era hijo de tu Dios.
- ¡Todos somos hijos de Dios! Hasta este pobre infeliz que has matado. Por cierto,
eres el primero que me dirige la palabra en mucho tiempo...- dijo el párroco,
sonriendo.
- Espero que no te moleste. Con alguien tengo que hablar, digo yo. Bueno,
Predicador, yo ya he hecho mi Agosto.- dijo Sombra sonriendo y señalando el
reguero de cabezas cortadas que había dejado a su paso.- Parto hacia Denver, y hay
un sitio disponible en mi coche. ¿Quieres acompañarme?
- Bueno... si averiguas como salir de esta ratonera, te seguiré encantado.- dijo el
párroco, dejando claro que si él hubiese podido salir, ya estaría fuera.
- Pero con una condición. Si nos topamos con humanos no infectados, ni los toques.
Estás infectado, y puedes contagiar a más gente. Pensándolo mejor, si te soy sincero,
eso creo que ya da igual, pero no te gustará que mueran por tu mano, ¿no?
- ¡Nadie ha muerto por mi mano!- dijo el cura, otra vez ofendido por las palabras de
Sombra. “Será un compañero de viaje excelente. El santo y el diablo.” pensó.
- Si infectas a alguien, es como si lo mataras. ¿Quién te mordió?- preguntó Sombra,
por curiosidad.
- Un indigente al lado de mi iglesia. Me encerré allí para protegerme contra ese loco
cuando me di cuenta que cada vez venían más y más a rodear la iglesia en la que
decía mis misas. Me entraron unas fiebres horribles, y me quedé echado en mi cama
esperando la muerte, pero mi muerte no llegó. Me levanté y noté que estaba
recuperado, y además, aquellos que asediaban mi iglesia dejaron de hacerlo. ¡Dios me
ha bendecido!
- A mi también. Ha bendecido mi espada y me habla diciéndome que cuantos más
infectados elimine, antes entraré en el cielo.- dijo Sombra con sarcasmo.
- ¿En serio?- dijo el predicador muy serio.
- Bueno, entonces, ¿Te vienes o no?- dijo Sombra impacientándose.
- Si, claro. Pero primero tendremos que averiguar cómo salir de aquí.

En ese momento un caza pasó a toda velocidad soltando un misil que impactó contra
un edificio que tenían a unos trescientos metros. El misil hizo pedazos toda la parte
delantera del edificio, consiguiendo que las plantas superiores se derrumbasen,
generando una nube de polvo que tarde o temprano les alcanzaría y les sepultaría.
- ¡Vamos, Párroco, están bombardeando toda esta zona! Tenemos que darnos prisa.
- ¿Pero adonde vamos?- preguntó el Párroco asustado y mirando a todas partes la
destrucción y la desolación que reinaba por todos lados.
- ¡Busca una boca de alcantarilla!- dijo Sombra, pensando rápido.- ¡Por ahí nos
iremos!

La escena era horrible. Cientos de personas huyendo de la explosión despavoridas


entre los No Muertos, que ajenos a la explosión, se concentraban en su mortífero
trabajo, haciendo caer uno a uno a las pocas personas no infectadas que quedaban, y
cada vez el gentío que huía de la explosión era menor, quedando solo unos pocos,
entre ellos Sombra y el Predicador. Mientras Sombra corría, algo lo hizo casi pararse
casi en el acto. Una niña estaba siendo atacada por un No Muerto, que no tendría más
de catorce años. Sombra fue hacia ellos y apartó al No Muerto tirándolo al suelo y
pisándolo la cabeza. La niña lloraba a lágrima viva, con la mano ensangrentada. Era
rubia, con el pelo largo y ojos azules y grandes, y si no fuese por el hollín y las
manchas de sangre y polvo en la cara, seguramente sería una niña preciosa. Sombra
miró la hora. Tenía media hora para salir de allí con la niña.

- ¡Oye, que se nos echa encima la columna de polvo!- dijo el Predicador a Sombra.
- Me llevo a esta niña.- dijo Sombra, cogiéndola en brazos.- Por cierto, me llamo
Sombra, ¿Y tú?
- Tú me has puesto mi nuevo nombre, “Predicador”.- dijo el párroco.- Por cierto,
tenemos una boca de alcantarilla a dos pasos hacia enfrente tuya.
- Yo te he llamado Párroco...- protestó Sombra, mientras corría con la niña colgada
en el hombro, todavía llorando.

La tapa de la alcantarilla se abrió fácilmente, y dejó pasar al Predicador primero,


tendió a la niña al Predicador para que Sombra bajase bien. Se oyó otro impacto de
misil, más cerca de ellos, y entró rápidamente cerrando la tapa tras de si. Las
alcantarillas emanaban un olor repugnante, pero era eso, o morir arriba. Sin decir
nada, chapotearon entre toda la mierda de las alcantarillas, sin mencionar ninguna
queja. Tras unos minutos de viaje, el Predicador le habló a Sombra.

- Por cierto, gracias por salvarme. Sin duda Dios te ha mandado para que me
salvases, para poder seguir predicando el evangelio...
- No creo que sea así, pero no hay de qué. Eres un infectado que a la vez no lo está, y
eso te convierte en algo valioso. No te ofendas, pero si hubieses estado como los
demás infectados te habría cortado la cabeza sin pestañear.- dijo Sombra, como si no
fuese nada del otro mundo rebanar la cabeza a otro ser humano.
- Ya, lo sé... bueno, y ahora, ¿Hacia donde vamos?
- A salir ya de aquí, ha pasado...- Sombra miró su reloj.- Casi media hora, y no nos
queda tiempo.
- ¿Tiempo? ¿Tiempo para qué?
- Para salvar a la niña.
- ¿Porqué la has salvado a ella, entre todos los que necesitaban ayuda allá afuera?
- ¿Crees que acaso me pregunto lo que hago en cada momento?
- Pero la han mordido, y tarde o temprano se convertirá en uno de ellos. O puede que
se salve, ella es inocente y el señor protege a los inocentes.- dijo el Predicador
convencido de lo que había dicho.
- No, no creo. Tu caso creo que es bastante especial.
- ¿Y cómo pretendes salvarla?- preguntó el Predicador con curiosidad.
- Espera y verás.

Los tres llegaron a una escalerilla que daba a otra boca de alcantarilla en dirección a
la calle. Fuera se respiraba el mismo aire que en Hannover, unas horas atrás. El
Predicador arrugó la nariz y se dio cuenta qué era lo que olía, el humo de cientos de
cadáveres quemándose. El lugar al que llegaron carecía de disturbios, y daba la
impresión de que esa zona fue evacuada mucho antes del caos. Divisaron un bar a lo
lejos y fueron hacia él. Estaban echadas las rejas antirrobos, pero Sombra casi sin
esfuerzo, abrió un camino entre la verja, doblando los hierros con su superfuerza.
Rompiendo la ventana, entraron y dejaron a la niña tendida en una mesa de billar.

El bar estaba impoluto, como si nada de lo que estuviese pasando fuera le afectase.
Había varias máquinas traga-perras desenchufadas, una mesa de billar vieja en la que
a la niña, que estaba bastante asustada, y muchas mesas y sillas, mas una barra
gigante que cubría toda la pared derecha. El Predicador fue hacia la cocina e informó
a Sombra que había comida en abundancia, pero el tiempo se acababa. Después de la
hora de haber sido infectado no habría solución para la niña, salvo la muerte.

- Bueno, niña, ¿Como te llamas?- preguntó amablemente Sombra.


- Caroline.- dijo la niña con varios sollozos. Se agarraba fuertemente el brazo en la
que el infectado la había mordido.
- Bien, Caroline. Te voy a dar un poco de mi sangre, que contiene el antídoto que te
va a curar de la enfermedad que te han contagiado. Me pincharé en el dedo y tú lo
chuparás, ¿Entendido?
- Vale...- dijo Caroline, insegura.

Joseph le dijo unos días después de que la infección se extendiese por Hannover, que
si daba su sangre a un infectado durante el intervalo de media a una hora después de
ser infectado, había una alta probabilidad de curación, pero la demencia que sufría la
sufriría también al que le diese su sangre, pero con más intensidad, según los análisis.
Joseph decía que esto se debía a que su sangre, como la de todos los Sheriffs,
contenía el antídoto con el que fueron curados.

En parte, Sombra no quería que la niña sufriese la ira tanto o más de lo que la sufría
él, y la solución más lógica sería acabar con la niña para que dejase de padecer, y no
se convirtiese en una No Muerta. Pero no podía. Algo lo ataba a esa niña. En el poco
tiempo que la tuvo en brazos, profesó hacia la niña algo que no había sentido en
mucho tiempo. Amor. Amor paternal. Se quería hacer cargo de esa niña, a toda costa.
La niña sorbió su sangre y, tras unas convulsiones y un poco de espuma que le cayó
por la boca, se desmayó. El Predicador estaba atónito. Sombra sabía que habría que
esperar un día, y con una breve explicación le puso al corriente de lo que iban a hacer.
Sombra y el Predicador comieron, estuvieron un rato charlando sobre sus antiguas
vidas, cenaron y se acostaron. Por la mañana, la niña se despertó, con los ojos color
verde ciénaga, adormecida. Sombra sabía que perdería parte de su memoria, él mismo
no se acordaba de muchas partes de su vida, pero Sombra no pensó que, al ser tan
pequeña, la perdería toda.

- Do... ¿Donde estoy?- Caroline miró a Sombra.- ¿Eres mi papá?


- Si.- dijo Sombra, abrazándola como una hija. Su deseo se había hecho realidad.-
Soy tu papá.
8. EL DIARIO DE BRIAN MCSULLIVAN

Me llamo Brian McSullivan, y soy de Memphis, Tennessee, desde siempre. Vivo en


las afueras, en una pequeña casita con jardín, y tenía un perro, pero se escapó un día y
no volvió, el puto desagradecido. Si te soy sincero me la suda lo que le haya pasado,
tenía que sacarlo varias veces a pasear durante el día para que cagase y mease, y el
olor a chucho del jardín no se quitó hasta varios días después de que se fuera. No me
gustaban los perros, pero me lo regaló una amiga, y no era educado rechazarle el
regalo. Cambiando de tema, me voy a describir. A ver... tengo el pelo corto y rubio, la
cara un poco alargada, labios carnosos... yo que se, mis colegas dicen que me parezco
a Draco Malfoy, el de Harry Potter, para que te hagas una idea. A mí no me lo parece,
pero si ellos lo dicen...

Estoy empezando este diario sobre mi vida porque es una de las partes de mi terapia.
Vas a leer esto dentro de un mes y, en serio, me da igual que sepas lo que pienso.
Jódete. Hablo de mi psicólogo. El motivo de que vaya a psicólogos y de que esté en
terapia viene de un mes atrás, cuando atropellé a una señora mayor en un paso de
cebra, borracho. Esa noche me tocaba llevar el coche de fiesta, pero es que había una
tía buenísima que me estaba tirando los tejos y necesitaba un poco de ánimo tomando
una copita para envalentonarme. Se me fue un poco de las manos, no lo voy a negar,
iba tan borracho que no vi a aquella señora y, bueno, la atropellé. Más bien la di un
golpe con el faro derecho. No ha muerto, pero tendrá secuelas. A mi me han puesto
una buena multa y me han obligado a hacer trabajos sociales, mas la asistencia a
psicólogos (que corren de mi cuenta, claro) para redimirme de lo que había hecho, y
para que no lo volviese a hacer.

Bastante he pasado como para volver a beber conduciendo. He dejado a una persona
con secuelas para toda la vida, eso afecta a cualquiera. Desde entonces no he vuelto a
beber, aunque no me tocara llevar el coche. Los dos últimos fines de semana me ha
tocado a mi conducir, y no he puesto pegas, porque si yo no bebía, era comprensible
que condujese yo. Mi psicóloga me ha dicho que escriba un diario con todo lo que
pienso y siento, o cualquier cosa que se me ocurra. A mí me parece una gilipollez,
pero ella manda y lo tengo que hacer si quiero que mande un informe positivo a la
pasma.

Tengo veintiún años y soy mecánico de coches. No acabé la universidad, porque


mientras estuve en ella me pasé los dos años corriéndome juergas (je, je, je). Mi padre
tiene un taller de coches y siempre me ha apasionado el arreglar motores, poner
ruedas y todo lo que conlleva un coche. Nada más salir de la universidad, fui con mi
padre a aprender de mecánica y en unos meses ya sabía manejarme en el taller. Vivo
en Memphis, en las afueras, mi padre tiene el taller en un polígono industrial a la otra
punta de la ciudad, y tengo que cruzarla entera para ir al trabajo. Un coñazo. Vivo
solo, en un chalet que nos dejó en herencia el difunto hermano de mi padre, que
murió en un accidente de alpinismo. No tenía mujer ni hijos, y el chalet nos lo dejó a
nosotros. Le quería mucho, en serio. Hace un año que vivo en el chalet, me instalé en
él unas semanas después de enterrar a mi tío. Mi padre me dijo que me lo quedara, y
le entiendo, ellos viven en un piso bien cómodo en el centro, donde he vivido con
ellos toda la vida, y seguro que mi padre no quería que los recuerdos de su hermano
en la casa le hiciesen daño. Era mi tío, correcto, pero para mi padre era un hermano, y
es más duro.

Hoy he ido a trabajar, como todos los días, y llegaron indicios de que algo iba mal.
Lo digo porque en el taller, en vez de coches, teníamos Jeeps del ejército, varios
Humvees y nada menos que dos Strykers ( son vehículos de transporte blindados,
armados hasta los dientes). No se qué diantres hacían allí vehículos del ejército hasta
que mi padre me dijo que los pusiese a punto, sin decir nada más, ni hola, buenos
días... esas cosas que se suelen decir cuando ves a alguien por primera vez cuando
empieza el día. Bueno, yo puedo ponerles a punto, pero hay que tener en cuenta que
nunca he tocado vehículos militares, y puedo fallar, no soy un sabelotodo. Espero que
no piensen que les voy a poner a punto todo el armamento que llevaban incorporados
los vehículos. Soy mecánico, no un armero. He tenido armas en las manos muchas
veces (¿Y quién no?), y siempre me han inspirado respeto. No temor, respeto. Si las
quieren poner a punto, que lo haga alguien especializado.

Cuando le pregunté a mi padre qué hacían allí tantos vehículos del ejército se limitó a
volver a decirme que pusiese los vehículos a punto, y que no hiciese preguntas.
Estaba muy serio, hacía que no veía a mi padre así hacía mucho tiempo,
concretamente desde el día que murió mi tío. Me puse con los Humvees primero, que
puse a punto enseguida, en realidad no había casi nada que trastear. Joder, estaban en
perfecto estado, como los Strykers poco después, que eran más complejos. Eso me
llevó toda la mañana. Cuando salí del trabajo cogí mi coche, un chevrolet Cruze azul
(¿a que mola?), me dirigí en vez de a casa a un bar-restaurante que suelo frecuentar
para comer a veces, cuando no tengo ganas de hacerme algo para comer en casa. Fue
una suerte, porque si no no me habría enterado de la gran noticia que estaban
anunciando en la televisión, ya que yo no solía poner las noticias en casa.

Es un restaurante de tamaño medio, de aspecto familiar y con unas camareras


simpáticas. Vale, le estoy tirando fichas a una de las camareras, Nancy. Me gusta
bastante, y creo que un día de estos la pediré una cita, a ver si cae. Tras pedir mi
menú de siempre me fijé en lo que decían en la televisión. Hace unos días, también
me enteré por la televisión de que un loco había ido atacando a la gente por una
ciudad alemana. La vieja Europa. Aquí hay bastantes locos, pero en el viejo
continente suelen ser más originales. A éste le dio por ir mordiendo a la gente e
intentar destriparlos, hasta que le abatieron a tiros unos policías Alemanes. He de
admitir que me resultó un poco gracioso. Solo habría faltado que fuese en pelotas.
Pero en esos momentos se emitía una noticia muy distinta.

- Se suspenden todos los vuelos internacionales.- empezaba a decir el presentador.-


Esta medida ha sido tomada debido al brote de un virus especialmente peligroso que
se ha desatado en la ciudad Alemana de Hannover. Este virus es muy contagioso, y
hasta que se aclaren los sucesos acontecidos en Hannover y la plaga esté controlada,
no se podrá viajar fuera del país. Los síntomas son una agresividad incontrolada, y
tendencia al tambaleo.- El presentador estaba muy nervioso, se le notaba. ¿Qué podía
hacer que alguien como un presentador de televisión mostrase afección por una
noticia en antena, fuese la que fuese?.- Hannover está puesta en cuarentena, y varios
rumores afirman a que varios infectados han salido de la ciudad sitiada. Seguiremos
informándoles mientras se vayan aclarando los sucesos.

Después de comer, fui a casa de mis padres al centro. Ellos estaban viendo la tele
tranquilamente en el salón, y estuvimos comentando durante toda la tarde lo que
habían anunciado por las noticias, el virus ese de Hannover. Mi padre cree que es un
tipo de virus como la encefalopatía esponjiforme bovina o la gripe del cerdo, que se
les dio mucha tralla en la tele, pero que luego cuando dejaron de ser noticia y se
olvidaron de ellos casi por completo. Pero si han puesto toda una ciudad en
cuarentena, no creo que sea algo aislado. Es algo mucho más gordo, lo sé. Y no paro
de hacerme una pregunta en mi cabeza después de oír la noticia. ¿El loco ese que
salió en las noticias hace unos días no sería uno de los afectados por la plaga?

***

DÍA 2

Ayer estuve todo el día poniendo a punto más Humvees y Strykers a medida que los
soldados nos los traían. Joder, parece que se preparaban para una guerra... Sabía que
no iba a cobrar todas esas horas extras, y tampoco me quejé. Cualquiera se quejaba a
esos tíos cargados hasta los topes de armas y con una mirada seria y arrugada que
daba miedo. Seguramente estábamos poniendo a punto todos los vehículos militares
de la zona, pensé, pero mi padre me dijo que todos los talleres de Memphis estaban
igual que nosotros, poniendo a punto vehículos del ejército. Joder, qué extraño. Por lo
visto, también estaban matando a trabajar a todos los fabricantes de armas, incluidas
las marcas que no trabajaban para el gobierno, vamos, prácticamente todas estaban a
pleno rendimiento, como nunca en la historia, sobre todo creando munición. ¿Para
qué querrán tanto armamento? No tenía ni idea.

Estuve hasta muy tarde y cuando terminé, cogí mi coche y me fui a casa, sin ninguna
prisa. Por llegar un poco más tarde no me pasaría nada, teniendo en cuenta que hace
nada he atropellado a una persona por cometer una infracción. Por el camino a casa
me crucé con una caravana de vehículos del ejército, y no solo los que arreglábamos
nosotros. Había dos tanques, e iban hacia el centro de Memphis. No se qué pretendían
hacer allí con un tanque, parecía que fuesen a dar un golpe de estado. Es la primera
vez que veo un tanque de ese calibre cerca. En la comitiva iban dos M1 Abrams y tres
M2 Bradleys (Sí, en este momento estoy echando un vistazo a wikipedia, me habéis
pillado). No me daban muy buena espina, pero tampoco iba a ir tras ellos para ver
hacia donde iban a soltar tanta potencia de fuego. Esto es raro, y además, siento una
especie de temor. Algo malo está pasando o va a pasar para que estos rinocerontes
salgan a dar un paseo.

***

DÍA 3

Hoy me he levantado gracias al sonido del teléfono. ¿Quién coño me llamará a las
siete de la mañana? Somnoliento, fui corriendo hacia él antes de que se cortase la
llamada y contesté.

- ¿Hola?- dije limpiándome las legañas de la cara.


- Hijo, soy yo.- dijo su padre en tono serio.
- Ah, hola, papá. ¿Qué hora es? Me has despertado.
- Las nueve menos cinco, pero eso no es la cuestión. No hace falta que vayas al
taller para trabajar.
- ¿Por qué?- pregunté, extrañado.
- ¿No te has enterado? Todo se está desmoronando, hijo. El centro está lleno de
militares, y por lo visto planean acordonar todo el centro de Memphis. Voy a coger a
tu madre y vamos a ir a tu casa, si no te importa. Al menos hasta que todo se calme.
- Claro, papá, veníos antes de que cierren todo el centro.- Me estaba asustando. Esto
no pintaba nada bien.- Tened cuidado en el camino. Voy a comprar algo de comida
para el tiempo en el que os quedéis en mi casa, ¿Vale?
- Vale, pero no te demores mucho, y cuando hagas la compra quédate en casa. Nos
vemos dentro de una hora.

Colgué el teléfono. Me quedé conmocionado. La infección esa que estaba afectando a


Hannover había llegado, de alguna manera, a Memphis. Puede que se transmitiera por
el aire, pero en las noticias no habían dicho nada de medidas preventivas ni nada por
el estilo. Fui a asearme y, haciéndome el desayuno, puse la tele, a ver si decían algo.
En todos los canales estaban diciendo lo mismo, como comprobé. Era un comunicado
en el que aclaraban los datos de la infección.

- Estadounidenses, un hecho terrorífico y sin precedentes está asolando diversas


partes del mundo.- empezó a decir el presentador.- en varias ciudades de Estados
Unidos, y según van pasando las horas, en el resto del mundo, se han originado brotes
de la plaga que está asolando en estos momentos la ciudad de Hannover. Ahora les
daremos todos los datos que se saben con respecto a la infección. Se sabe que es
altamente contagiosa, y que se propaga mediante el intercambio de fluidos con los
infectados, como la saliva, la sangre, heces, orina y semen. Los síntomas con un
momentáneo bienestar seguido de una fiebre que se va agravando hasta ocasionar la
muerte, para en el cabo de unos minutos del fallecimiento, volver a levantarse de
forma agresiva, atacando a todo el que no esté infectado. Los infectados se destacan
del resto por sus andares tambaleantes, por su piel color grisácea y su tendencia a
atacar a los no infectados. El gobierno de los Estados unidos da total libertad para que
los ciudadanos puedan eliminar a estos infectados, sin que les afecte la ley. Esta
medida se ha tomado dada la gravedad de la situación. Si ven a algún infectado,
evítenlo a toda costa, aunque sea un amigo o un familiar, y avisen a las autoridades o
a los cuerpos de seguridad, o si tienen un arma a mano, elimínenlo. La autoridades
aconsejan que se queden en sus casas hasta que la situación se aclare, para que no
tengan que encontrarse con infectados o que le confundan con uno.- Me estaba
quedando estupefacto. Han dado permiso para matar a los infectados. La situación era
muy grave.- Ahora les diremos las ciudades que están siendo puestas en cuarentena:
Los Ángeles, Atlanta, Washington, Nueva York y Memphis.

Memphis. Mi ciudad. Me suponía que era a lo que se refería mi padre. Sin perder más
tiempo, me fui hacia el centro comercial más cercano en mi coche, armado con la
Beretta de nueve milímetros que me había regalado un amigo mío por si me
intentaban robar en casa. Nunca la he sacado del armario en el que la tenía guardada,
y por nada del mundo no iba a ir por ahí con todo ese caos desarmado. Si habían dado
permiso para matar a todo el mundo, eso era casi una anarquía en la que daba igual
que fueses infectado o no, alguien te podía dar un tiro y decir que estabas infectado.
Total, nadie lo va a cuestionar.

Fui directo al centro comercial, sin encontrarme casi nada que pudiese delatar la
gravedad de la situación, aparte de que no haber ni un alma por la calle, y casi ningún
coche circulando por las calles. El centro comercial estaba casi vacío, y lo estaban
protegiendo un grupo de militares que me revisaron antes de dejarme entrar. Estaban
muy tensos. La situación era comprometida. Compré bastantes cosas de comer, ahora
seríamos tres personas en casa, y no quería parecer poco hospitalario con mis padres.
Tras pagar en caja a una cajera bastante nerviosa, me fui directo a casa. Por el camino
oí una gran explosión en el centro, y varias ráfagas de disparos a lo lejos. Ya había
empezado la purga.

Cuando llegué a casa, una hora y media después de irme a comprar, me encontré solo.
Mis padres no habían llegado, pero seguro que no tardarían en llegar. Me senté a ver
una peli, cerrando todas las puertas de casa, por si acaso. Cuando terminé de ver la
peli, comí tranquilamente, esperando a que llegasen mis padres, pero no llegaron. Ni
por la tarde, ni por la noche. Me empezaba a impacientar. Espero que no les haya
pasado nada malo.

***

DÍA 4

Ayer me acosté tarde, esperando a mis padres. Como no llegaban, dormí en el sillón
del salón, por si llamaban al timbre. Me desperté tarde, sin que por la noche sonase el
timbre, ni nada, especialmente, aparte de varias explosiones, otra vez por el centro.
Por la tele estaban anunciando a media mañana que la situación estaba casi
controlada, pero que aún se mantenía el permiso de matar, y no solo eso. Instaban a
cualquiera que pudiese portar un arma y quisiese ayudar, que se presentase en el
puesto militar más próximo para prestarse como voluntario, y que además de
equiparle con un equipo de asalto militar, tendría derecho a comida caliente y una
cama en los puestos militares, altamente protegidos. También aseguraban que, al
terminar el control de la plaga, serán altamente recompensados los que ayudaron a
erradicarla. Si la situación estaba casi controlada, ¿Porqué pedían voluntarios para
ayudar con las tareas de contención de la plaga? Eran dos afirmaciones opuestas
totalmente.

Yo he pensado en ir a alistarme, pero sería más un estorbo que una ayuda. Nunca he
usado un arma, y al disparar seguro que gastaría muchas más balas que las que
aprovecharía. Decidí esperar a mis padres, pero no llegaban, y yo me estaba
asustando. ¿Y si habían tenido un accidente, con todos los infectados que debe de
haber en ese momento en el centro de Memphis? ¿Y si se habían convertido en uno
de ellos? ¿Y si estaban todavía en casa, demasiado asustados para salir? Tenía que
averiguar si al menos estaban en casa, pero esperaría otro día. Puede que les hayan
retenido y estén de camino, ya que si llegan a mi casa y no me ven aquí podemos
estar buscándonos mutuamente todo el día, y era más lógico que al menos esperase
un día mas. A media tarde se pasó por mi casa un colega de la infancia, Riggs, con su
mujer y su hija pequeña. Cuando llamaron al timbre fui corriendo, con el corazón
latiendo a cien por hora y fui a abrir rápidamente, pero no era prudente que, según
como estaba el panorama, abriese al primero que llamase a mi puerta. Cogí mi
Beretta, y me puse al lado de la puerta.

- ¿Quién es?- dije, con voz potente.- ¡Le advierto que estoy armado!- admito que
tenía los huevos de corbata.
- Soy Riggs, Brian. ¡Abre la puerta, por favor!- contestó la voz de Riggs.

Me pesa decir que me llevé una desilusión. Pensaba que eran mis padres. Aun así, me
alegré de ver una cara amiga. Entraron rápidamente en la casa, sin dejar ni siquiera
que les invitase, y se sentaron en el sillón más grande del salón los tres juntos. Su
mujer estaba consolando a su hija pequeña, de trece años años, que se llamaba
Caroline. Riggs empezó a contarme su aventura, más bien su pesadilla.

- Siento que te abordemos así en tu propia casa, Brian, pero no sabía donde ir.-
estaba desesperado, lo veía en su cara. Me puse serio.- Llevábamos escondidos en
casa desde hace dos días, cuando empezó todo. No tenemos muchas provisiones, y la
vida en el centro se está caldeando cada vez más. Hace dos días no parecía que fuese
nada, pero mientras pasaban las horas había más y más Jeeps y vehículos del ejército
y la policía que pasaban por nuestros pisos. Ayer, empezaron a aparecer esos seres por
nuestro barrio, y nada más aparecer, al cabo de unos minutos, rápidamente venían los
militares y los eliminaban. Se llevaban los cadáveres en grandes camiones del ejército
llenos de cuerpos sin vida, sin tapar ni nada. Los cargaban como si fuesen animales
de matadero.- su cara estaba llena de lágrimas. Era muy fuerte lo que me estaba
contando. Me lo contaba en la cocina, alejado de los oídos de su mujer y su hija.- Yo
lo veía todo desde la ventana de mi apartamento, mientras mi mujer distraía a nuestra
hija en su cuarto, para que no viese nada. Hoy las he sacado de casa, para irnos
cuanto antes a Forest Hill. Mis abuelos son de allí y nos han ofrecido irnos a su casa
hasta que todo se calme, si es que se calma. Forest Hill es una pequeña localidad al
sur de Kansas City, y está apartado así que no creo que la infección llegue hasta allí.
¿Quieres venirte?- Me preguntó Riggs. Me tentaba la oferta, pues en Memphis
reinaba un caos absoluto. Pero mis padres aún seguían en el centro de la ciudad, y no
les iba abandonar.
- ¿Sabes algo de mis padres?
- Están en tu antigua casa, ¿no?
- Eso creo. Ayer por la mañana me llamaron y me dijeron que vendrían aquí.
- Brian, ellos viven en una zona de las más dañadas por la plaga. No quiero darte
falsas esperanzas, pero no sé si estarán...
- No sigas.- le interrumpí. No quería admitir aún que mis padres hubiesen muerto.-
Lo siento, no voy a abandonar a mis padres, al menos debo saber si están bien...
- Tienen cerrado el acceso a la zona centro desde hace unas horas, nosotros salimos
justo antes de que cerraran el paso. Para entrar hay que ser militar o policía.
- Bien.- la idea que había barajado hacer ni unas horas antes al final tendría que
cumplirla.- Entonces seré militar. Están reclutando voluntarios, ¿no?
- Sí, eso he oído... Brian, es una locura. No te alistes, por favor. Deja una nota aquí
en casa que les diga a tus padres donde dirigirse si vienen, por favor. No hagas el
tonto y te pongas al pie del cañón.- intentó tentarme Riggs. No podía hacer nada, yo
ya había tomado una decisión.
- Lo siento, Riggs, no puedo dejar a mis padres atrás. Espero que lo entiendas.
- Si, lo entiendo.- dijo Riggs, dándose por vencido.- Que tengas suerte, Brian.- dijo
Riggs despidiéndose y dándome un abrazo.- Una cosa más. ¿Tienes algo de comida
para el viaje? Los supermercados están cerrados, y los custodian militares...
- Si, claro.- le dí casi todo lo que tenía de comer y beber, no lo iba a necesitar. Me
iría mañana por la mañana a enrolarme, está decidido. Se despidió de mí con otro
gran abrazo y diciéndome una y otra vez que tenía las puertas abiertas en Forest Hill
si decidía ir. Me despedí de su mujer y su hija y salí al porche a verlos partir. Espero
que lleguen sanos y salvos, y espero también que pueda ir a verlos pronto a Forest
Hill, acompañado de mis padres, aunque cada vez tenía menos esperanzas de
volverlos a ver de nuevo.

***

DÍA 6

Llevo dos días sin escribir, y los sucesos de las últimas horas me inducen a seguir
contando todos los horrores que estoy viviendo, y que sufren en estos momentos
miles de personas. Frente a todo lo que está pasando escribirlo en papel me relaja un
poco, dando fe de lo que veo y lo que siento en estos momentos. No creo que mi
psicólogo lo lea, o que alguien lo vaya a hacer dentro de un tiempo, pero quiero
dejarlo escrito. Quiero hacer una memoria de todo. A lo mejor cuando acabe todo esto
se convierte en un top ventas, y me forro.

Ayer por la mañana me levanté temprano, desayuné rápido y fui hacia el puesto
militar más cercano con todas las “armas” que había conseguido por casa. Un hacha
bastante grande que uso para cortar leña en casa para el invierno, dos martillos
pequeños por si las moscas, un machete que me encontré una vez tirado por la calle
(no tenía como demonios llegó allí, en medio de la calle, pero supuse que alguien lo
había perdido y al no estar manchado de sangre ni nada parecido me lo quedé.) y mi
Beretta. No sé, ¿Qué llevarte de casa cuando solo puedes llevarte lo qu8e puedas
cargar? Y con los infectados por la calle no conviene ir muy cargado. Me dio mucha
lástima dejar cosas como mi ordenador, mi Xbox, la televisión HD del salón... Pero
son elementos que no puedo cargar conmigo, solo espero que estén aquí cuando
vuelva, si es que lo hago algún día. Fui andando, porque no valía la pena ir en coche.
Total, el control más cercano estaba a unos cien metros de mi casa, en una pequeña
rotonda que habían cortado al tráfico.

Me presenté ante el sargento encargado del puesto, poniéndome erguido e intentando


parecer lo más militar posible. (hice gala de todo lo que he visto en las pelis de
guerra.) El sargento me cacheó y comprobó mirándome todo el cuerpo, por si tenía
mordeduras o heridas (me imagino que para comprobar que no estaba infectado con
el virus) y me indicó que fuese ante el cabo Ben. No me preguntó si tenía
antecedentes penales, si tenía un pasado delictivo o si sufría alguna enfermedad
paranoide. Nada de nada. Supongo que en estos momentos eso ya poco importa, lo
único que se requiere es que puedas portar un arma y que puedas disparar sin
problemas. Tras presentarme ante el cabo Ben, me llevó hasta el pequeño almacén
que tenían en una de las esquinas del puesto, y me dio un uniforme de campaña para
zonas urbanas (Un ACU, así lo ha llamado Ben) un rifle de asalto M16 y cuatro
cargadores. Era un arma pesada y muy imponente. Nunca he tenido un chisme de
esos en las manos, y espero que al menos me enseñen a usarlo con eficacia. Me puse
el equipo y le seguí donde ya estaban otros seis voluntarios esperando para el traslado
a otro control, supongo que más grande, y que necesitase más hombres. Deberías ver
cómo me queda el traje que me han dado. Nunca me había imaginado con uniforme
militar, y siendo sinceros, tampoco me queda nada mal. Por otra parte, no sé usar un
arma, y tampoco sé si me van a enseñar a usarla. Al menos un curso rápido, por lo
menos...

Nos subieron a los seis a un Humvee, algo apretados. Nadie protestó, y yo tampoco
iba a hacerlo, no quería pecar de quejica. Además, no creo que el soldado que
conducía estuviese de humor para escuchar mis llantos. Tardamos una media hora en
llegar hasta el puesto de control en el que estábamos destinados, que estaba muy
cerca del centro, a un kilómetro escaso. Era mucho más grande que el puesto de
control al que había ido a enrolarme y parecía más un campamento que un simple
control. Estaba amurallado con coches destrozados y con vallas metálicas. Tenían un
almacén de armas el triple de grandes que las del puesto, y había por lo menos unos
cien soldados. Era un cruce de cuatro carreteras, y en cada entrada de carretera había
apostadas varias ametralladoras fijas, dispuestas a disparar a cualquier infectado que
se acercase, como se veía que ya habían hecho. En cada calle había un montón de
cadáveres, algunos mutilados hasta tal punto que no se podía distinguir si fueron
antes un hombre o una mujer. No se habían molestado ni en retirar los cadáveres, y
un hedor a podrido y a descomposición cubría el ambiente, junto con el olor a
pólvora. Vaya tela, parecía una avanzadilla de guerrilleros en plena batalla campal.
Me recordaba a las imágenes que alguna vez salían en la tele, de las guerras que hubo
en el desierto, años atrás. Era una visión espeluznante. Cientos de cadáveres nos
rodeaban, pudriéndose a pleno sol de otoño. No sé si esto va a mejorar, o a terminar.
Por lo menos, no lo parecía.

El cabo Ben nos llevó a los seis ante el líder de aquel campamento, el sargento de
primera clase Jimbo, que nos asignó a un grupo de rescate de civiles no infectados.
Nuestro objetivo era buscar gente no infectada entre las calles del centro y sacarla de
la zona de cuarentena, y creo que era lo correcto, cuanta menos gente se infectara
menos supondrían un problema. Aún con los esfuerzos de los militares, mucha gente
era infectada y por cada persona que rescatábamos en ese momento estaban siendo
infectadas cinco, según un cabo que estaba comentándolo en el barracón de las
comidas. Por lo visto, la situación estaba descontrolada por completo. Nosotros
estamos fuera del centro, que estaba cerrado, y nos atacaban infectados. Entonces,
¿Porqué amurallar el centro si había infectados fuera? En mi opinión era una idiotez.
¿Y donde llevaban a los no infectados una vez fuera de la zona de cuarentena? La
verdad, no lo sé. Nos dejaron ir a comer antes de la ronda de la tarde, donde
saldríamos por primera vez al centro. Antes de partir, el sargento Jimbo nos dio una
charla rápida.

- ¡Todos sois voluntarios!- nos decía a todos los que llegamos en el Humvee. Nos
había reunido a todos los que habían asignado ese mismo día al campamento venidos
de todas las partes de Memphis.- No sé si alguno de vosotros ha portado un arma
alguna vez, o si ni siquiera habéis disparado a una persona. Tened en cuenta que a eso
es a lo que nos estamos enfrentando ahora. Las órdenes son acabar con todo infectado
que encontremos por nuestro camino, y rescatar al que no lo esté. Simplemente eso.
Ahora, no es tan fácil. Matar a una persona, aunque sea un infectado, no es fácil. Si
pensáis que hay una cura y que podríais ayudarlos, pararos a pensar esto. Si os
muerden, estáis jodidos, y si os atrapan varios de ellos es la muerte. Es la propia
supervivencia. Mientras nadie hable de una cura real hay que seguir las órdenes, y
desde arriba han ordenado la eliminación de los infectados. Si esa orden ha venido de
arriba me hace pensar que quizás no haya cura, así que no os engañéis creyendo que
la hay, porque eso supondría vuestra muerte. Si no sois capaces de seguir las órdenes
establecidas, será mejor que os vayáis. ¿Vais a seguir las órdenes?
- ¡Si, señor!- respondimos todos.
- Hurra. Recoged vuestro equipo. Esta tarde daréis vuestro primer paseo con el grupo
al que se os ha encomendado.
- Señor...- alcé un poco la voz. Quería saber si al menos nos iban a enseñar a usar un
arma.- ¿Nos enseñarán a usar un arma? Lo digo porque yo soy un civil, y nunca he
usado una.
- Aprenderás sobre la marcha, como todos.- dijo, de manera cortante.- Pueden
retirarse.

Será cabrón. Tendríamos que aprender sobre la marcha, a coste de nuestras vidas. O
aprendías, o te mataban. Vaya panorama, en serio. Por suerte antes de venir hacia el
control de los militares leí por encima en internet cómo se usaba un arma. Las pautas
generales son las mismas para todas, más o menos. Lo primero, quitar el seguro,
amartillar el arma y disparar, teniendo en cuenta el retroceso del arma. No sé si será
tan fácil, y creo que pronto lo averiguaré. Nos fuimos todos cada uno por nuestro
lado, con nuestro equipo, buscando el grupo con el que teníamos que ir. El grupo que
me había tocado se componía de dos civiles armados, yo y un hombre que tenía
cuatro años más que yo, y cinco militares. El civil que iba además de yo en el grupo
estaba algo emocionado por llevar un arma en la mano. Seguramente no había tenido
una nunca en las manos, y su experiencia en juegos de videoconsola como Call of
Duty o Battlefield aseguraban que aquello iba a ser una pasada. Qué equivocado
estaba. La realidad no se asemejaba a los videojuegos ni por asomo, y cuando tuviese
que disparar a un ser humano por primera vez se daría cuenta de esa cruda realidad.
Creo que también me pasará a mí. Aún no sé si seré capaz de matar a un ser humano,
por muy infectado que esté.

Nos montamos en un autobús de dos plantas reforzado por los lados y abierto por
arriba, donde tenían instaladas en las esquinas ametralladoras M240. Al piso de arriba
solo podían acceder los cuatro soldados que estaban encargados de las ametralladoras
mas un oteador, porque el piso de arriba estaba hasta los topes de munición.
Empezamos nuestra marcha por el centro lentamente, para que la gente que estaba en
sus casas pudiese avisar para que les recogiésemos. Había que tener en cuenta que la
técnica era un arma de doble filo, porque los infectados también nos oirían, y
vendrían a nuestro encuentro.

Cuando llevábamos media hora de paseo, empezaron a aparecer los primeros


infectados, que venían hacia nosotros. Salían de una tienda atraídos por el ruido del
autobúas, como yo sabía que harían. En el escaparate de la tienda estaba empotrado
un coche accidentado, con el dueño dentro del coche, pudriéndose. Del escaparate
roto era de donde salían los infectados, que eran unos doce, pero con las
ametralladoras a punto ni lograron acercarse al autobús. Después de esto, varias
oleadas nos atacaron, hasta que a las dos horas un grupo de supervivientes se acercó y
tras examinarlos los llevamos hasta el campamento, poniéndolos en cuarentena. La
cuarentena de había reducido a medio día, a estas horas ya estaba más que
comprobado que los efectos de la infección se empezaban a notar a la hora de haberse
contagiado. Después de esa recogida nos quedamos en el campamento a dormir,
estaba anocheciendo y estaba prohibido hacer paseos por la noche.
No pude dormir nada, gracias a las experiencias que tuve durante el día. Esa
ametralladora haciendo trizas a seres humanos, infectados, mientras volaban miles de
trozos de carne y hueso al aire, formando un charco de sangre en el suelo. Lloré,
porque lloré, no me importa admitirlo. Tenía miedo, miedo a lo que estaba llegando
esta situación, miedo a acabar como una de esas cosas... Una cosa es verlo en las
pelis o en los videojuegos, y otra cosa muy distinta es verlo en persona, en directo.
Estaba asustado, acostado en un saco de dormir del ejército, mientras pensaba en todo
aquello, en la locura que estaba viviendo. Por la mañana me levanté sin haber
dormido más de un par de horas.

Hoy ha sido diferente. Tras la incursión de por la mañana, los infectados nos atacaban
en grupos más grandes, de unos cincuenta. Y cuando llegamos al campamento, tras
recoger a tres supervivientes solitarios, dos hombres y un niño de trece años, nos
informaron en el campamento que tres de los ocho puestos que rodeaban la zona
centro de Memphis no daban señales de vida desde hacía dos horas. Tras ese jarro de
agua fría, comimos y volvimos a nuestra labor, con poco entusiasmo y con bastante
miedo. No creo que mis padres sigan vivos. Casi al anochecer pasamos por el barrio
en el que vivían, y me di cuenta de que era imposible que al menos siguiesen allí.
Casi toda la zona era un erial de casas quemadas hasta los cimientos.

En nuestro paseo de la tarde, pasó algo increíble y terrorífico. La gente, ya bastante


desesperada, empezó a salir de sus casas o de sus refugios en el centro, y abarrotaban
las calles, buscando infectados para eliminarlos ellos mismos. En el momento en el
que vieron esa masa de gente cabreada, otra masa de gente, algunos con
amputaciones severas, otros arrastrándose... bueno, infectados, corrieron a su
encuentro. Fue como una batalla. Al minuto, un grupo impactó con el otro, y el
sonido de los mordiscos, tajos con armas de filo o garrotazos, con algún que otro
disparo de fondo, componían una música infernal, y los soldados no disparaban sus
ametralladoras. Temían abatir alguna persona que no estuviese infectada. Al cabo de
unos minutos un grupo llevaba una ventaja significativa con respecto al otro. Muchos
infectados venían de todas partes para unirse a la refriega, mientras el grupo de
supervivientes que había organizado un ataque desesperado contra esos seres, cada
vez tenía mas bajas, hasta que solo quedaban unos veinte, que viendo lo que les
tocaba, fueron hacia nuestro autobús.

Pero los soldados que estaban en las ametralladoras estaban preparados y abatieron a
los supervivientes de la batalla. Mientras venían corriendo hacia el autobús, una
ráfaga de ametralladoras les convirtió en carne picada, como a los infectados, a los
que siguieron abatiendo después de eliminar a los supervivientes. Cuando le pedí
explicaciones al cabo responsable de nuestra caravana me dijo que era muy posible
que en la refriega casi todos los supervivientes sufrieron mordeduras o heridas por
parte de los infectados, y no podía permitirse llevar infectados a la base. Estoy
conmocionado. He visto cómo mataban seres humanos por primera vez a sangre fría,
aparte de a los infectados. Pero no era lo mismo. Aún recuerdo sus caras de dolor
cuando eran atravesados por múltiples balas y ver cómo se les apagaba la vida de sus
ojos. Gracias a Dios que no había ningún niño en el grupo, porque si llego a ver morir
a un niño así creo que no lo podría soportar. Me voy a beber media botella de whisky
antes de acostarme. Mañana será otro día. Cada hora que pasa tengo menos esperanza
de que mis padres sobreviviesen en el infierno del centro de Memphis.

***

DÍA 9

Estoy escribiendo estas líneas con los últimos rayos de sol del atardecer, mientras
siento como las oportunidades de sobrevivir a esta locura se van como el viento. Los
tres últimos días he tenido tan poco tiempo para relajarme que en algunos momentos
he llegado a creer que el estrés acabaría conmigo. Día tras día han sido una ronda de
paseos tras otra, y casi ninguna con éxito. Quiero decir, que antes de encontrar algún
superviviente teníamos que salir por patas acosados por hordas de No Muertos, un
nombre que empezaba a instaurarse para definir a los infectados, ya que por
deducción, observando cómo quedaban algunos infectados que todavía se tenían en
pie se podía ver que estaban ya muertos. Además, eso era lo que comunicaron por la
televisión hace casi una semana. Vamos, que están muertos, y requetemuertos. Hace
dos días anunciaron también que la epidemia ya era casi global. Casi todas las
poblaciones con más de medio millón de habitantes en Estados Unidos y en la mayor
parte del mundo estaban saliendo brotes de la epidemia.

La cosa se complicaba por momentos, pero nosotros seguíamos a nuestro trabajo,


intentando recoger a todos los supervivientes posibles. Pero seamos sinceros, ¿Donde
van a ir para que estén a salvo cuando casi en todas partes la infección existía? Solo
era cuestión de tiempo de que empezasen a bombardear el centro de Memphis. Y por
si no fuera poco, habíamos perdido comunicación con todos los campamentos de
militares de todo Memphis, con excepción de uno, y solo nos informaron de que iban
a retirarse de la ciudad, porque según ellos, estaba perdida. Y razón tenía, solo
quedábamos nosotros y ellos, los demás puestos habían caído. Por un momento pensé
que nuestro sargento haría lo mismo, pero no fue así. Dijo que un soldado debe
adecuarse a todas las situaciones, y que nos habían dado orden de permanecer allí, y
por muy mal que fueran las cosas, él nunca sería un desertor.

El hecho que demostró que todo estaba perdido fue hoy, sobre el mediodía. Cuando
fuimos a nuestro habitual paseo, pasamos por la muralla de metal que cerraba el
centro de la ciudad, y vimos algo que nos impactó. Gente. Montones de gente
corriendo hacia la muralla, desesperados por salir de ese infierno. No sé de donde
había salido tanta gente, en nuestros paseos solíamos traer pocos supervivientes al
campamento. Paramos el autobús en medio de la avenida y vimos cómo pasaba
aquella multitud hacia la muralla. En menos de un minuto se produjo un
embotellamiento de personas en la muralla. Unos pisando a otros, algunos ya yacían
aplastados por aquella marea humana, intentando salir del mismo infierno. La puerta
de la muralla era imposible de abrir desde dentro sin los códigos de apertura de la
puerta, que, casualmente, los teníamos nosotros pero nadie se nos paró a preguntar,
dando gracias. Hubiese servido de poco, porque en esos momentos habría sido
imposible introducir el código en el teclado, con cientos de personas sepultando la
puerta. Un hombre trajeado, con el traje manchado y sucio nos pidió paso dentro del
autobús. Tras comprobar que no le habían mordido el líder de nuestro pelotón le dejó
entrar.

- ¡Tenemos que irnos de aquí!- dijo el hombre, poniendo cara de loco.- ¡Van a
bombardear la zona!
- ¿Qué dices?- dijo nuestro Líder extrañado.- ¿Y cómo lo sabes tú?
- Lo han dicho por la radio, por eso la gente está tan desesperada por salir...
- Vale, tranquilícese.- le dijo nuestro líder.- Tenemos una tele, vamos a ponerla a ver
qué pasa.- el autobús, antes de ser preparado para incursiones militares, disponía de
una radio para entretener a los viajeros. Hasta ahora no la hemos puesto, y fue una
suerte que este autobús fuese de civiles, porque la radio, en estos momentos, nos sería
de mucha utilidad.

Pusimos la tele para tranquilizar a aquel hombre, más que para otra cosa. Si dieron la
orden de sepultar todo el centro a cañonazos, nos habríamos enterado, puesto que
somos del ejército. Al menos nos habrían dado la orden de evacuar la zona. Pero la
realidad era otra.

- Queridos radioyentes.- decía el locutor, con aspecto de cansado.- Los sucesos de las
últimas horas han dado a una serie de acontecimientos dramáticos, y a unas cuantas
medidas desesperadas. Dado el gran nivel de infección en muchas de las ciudades
más pobladas de nuestro país, y siendo antes evacuada a toda la población no
infectada, se procede a descontaminar los centros de las ciudades de Memphis, Nueva
York, Los Ángeles y Washington. Todos los que estén en los alrededores de estas
ciudades tienen que irse cuanto antes, por motivos de seguridad. Le informaremos de
las últimas novedades en unos minutos.

Nos quedamos de piedra. No sabíamos qué hacer. Nuestro líder intentó comunicarse
con el campamento, pero no contestaba nadie. Seguramente se habían ido. Un
soldado perdió los nervios.

- ¡Estamos perdidos! ¡Yo me largo de aquí!- antes de que pudiésemos impedirlo, el


soldado estaba fuera del autobús. Fue esquivando gente hacia la barricada, pero un
infectado se abalanzó sobre él antes siquiera de que llegara a la muralla humana que
por momentos se hacía más grande. Teníamos que hacer algo, y ya solo quedábamos
cinco soldados, mas el hombre de traje, que nuestro líder le empezó a llamar
ejecutivo.
- ¡Tenemos que salir de aquí!- dijo nuestro líder.- ¿Alguna idea, soldados?
- Por la puerta es imposible.- dijo uno de ellos.- Quizás por esas oficinas. Las puertas
están abiertas, y nadie parece querer ir por ese camino.
- Por ahí iremos, entonces. Coged toda la munición que podáis de vuestras armas y
vayámonos.
- ¿Puedo ir con vosotros?- dijo el ejecutivo.
- Mientras no supongas una molestia, por mí de acuerdo.- Dijo nuestro líder.- La
prioridad de nuestro pelotón era rescatar supervivientes pero si me permite decirlo
esa no es mi prioridad ahora mismo. ¿Estáis todos? Bien ¡Vayámonos!

Un soldado abrió la puerta y entre nosotros nos hicimos un corro de protección hasta
las oficinas. Las puertas estaban abiertas, destrozadas y llenas de sangre seca. No
auguraba nada bueno de lo que había dentro, pero no nos quedaba otra opción que
seguir por esa ruta, si no queríamos enfrentarnos a los infectados que empezaban a
aparecer entre el gentío. Mientras caminábamos hacia las oficinas, vi a un loco
vestido de Blade con una gran katana rebanando cabezas por doquier. En parte me
hizo gracia, y a la vez temor. Ese hombre rebanaba cabezas con una facilidad
asombrosa, como si hiciese esto todos los días. ¿Era posible que indultaran a todos
los asesinos y psicópatas de las cárceles norteamericanas y los echasen a todos a la
calle? Porque si era así éste zumbado era uno de ellos.

Entramos abriéndonos paso a tiros, ya fuese infectado o no, aquél que se nos acercaba
recibía un balazo en la cabeza. Con tanta gente que había no se podía estar mirando
si quien se acercaba a ti era infectado o no, si no querías acabar en el suelo con un No
Muerto arrancándote trozos de carne con los dientes. Por el suelo corrían regueros de
sangre, y mientras caminabas se te pegaban las botas al suelo debido a la cantidad de
sangre que había. Era demencial. Tuvimos que disparar muchas ráfagas de tiros, y yo
tuve que recargar varias veces. Aún no era un experto con las armas, pero le iba
cogiendo el truco. Cada persona que abatía me pesaba el arma cada vez más. El fusil
tenía un retroceso bastante grande, y cada ráfaga que disparaba me dolía más el
hombro. No creo que nunca me acostumbre a esto. Soy mecánico, joder, yo no entré
en el servicio militar para evitar estar en medio de una guerra. No me queda opción, y
lo llevo lo mejor que puedo, creo.

Entramos en las oficinas y cerramos las puertas lo mejor que pudimos, colocando
varias mesas de oficina en la puerta, para impedir el paso a quien fuese, tanto para
infectados como para supervivientes. Eso nosotros no lo sabíamos, y es preferible
pensar que quien golpea tu puerta en esos momentos es el enemigo. Después de
cerrar bien la entrada, nos paramos a tomar un respiro, el corazón nos palpitaba a cien
por hora por el esfuerzo de mover las mesas y la tensión acumulada tras la horrible
experiencia que habíamos vivido hace unos minutos. Nuestro líder se puso a
observarnos uno a uno, detenidamente, hasta que paró la vista en uno de ellos. Tenía
rasgado todo el brazo y lleno de sangre.

El soldado miró con terror a nuestro líder y sin mediar palabra sacó su Glock y le
pegó un tiro en la cabeza. Todos nos quedamos paralizados, y aunque sabíamos lo
que había que hacer si alguien se contagiaba del equipo, yo, por lo menos, creo que
no hubiese sido capaz ¿O si? Yo mismo sabía que estaba cambiando por dentro,
convirtiéndome en una bestia adecuada para el mundo que emergía de las
profundidades del infierno, para sustituir al otro que había antes, donde todo era más
sencillo, bonito y lleno de vida. El soldado al que había eliminado nuestro líder
apenas le conocía, solo de vista, como al resto de nuestro equipo. No los tenía mucho
aprecio a ninguno, pero aun así sentí una profunda tristeza por la muerte de nuestro
compañero. Encendimos las linternas para poder ver con claridad, y tras apuntar a
todas partes por si había algún infectado en la oscuridad, proseguimos nuestro
camino.

Seguimos avanzando por esas oficinas, llenas de sangre por todas partes, como si
fuese un matadero. Había una planta de oficina, parecida a una palmera, que estaba
llena de gotas de sangre por un solo lado, y el otro sin mancha ninguna. Seguimos
avanzando viendo cosas cada vez más horribles. Algunos de los soldados vomitaban.
Yo, sin saber porqué, no vomité. Hice algunas arcadas, pero no llegué a vomitar.

Cuando pasamos la parte principal de las oficinas, tuvimos que entrar por una puerta
a otra sala, que parecía una sala de reuniones. Una mesa grande ocupaba el centro de
la sala, llena de papeles y restos de basura. Todas las sillas estaban tiradas por el suelo
o esparcidas por la mesa. Pasamos con cuidado hacia la puerta que había en el fondo
de la sala, cuando un temblor y una explosión a lo lejos nos alertaron. Habían
empezado con la purga. Nos dimos prisa hasta la puerta que nos llevaba quizás, al
exterior. Pero no era la puerta que iba hacia el exterior. Esta puerta llevaba a un
pasillo estrecho, donde había cadáveres esparcidos por el suelo, todos con una bala en
la cabeza y una pistola en la mano. Se habían suicidado. El ejecutivo volvió a
vomitar.

- Horrible.- comentó nuestro Líder.- Tú mismo, Brian, ve cadáver por cadáver y a


todos los que tengan pistola le sacas el cargador que lleven. Nos hará falta toda la
munición posible.

Me puse rápidamente a la tarea que me encomendó nuestro Líder. No era una tarea
agradable, pero no me gustaba rebatir las órdenes del líder. Recogí quince cargadores,
de diferentes calibres. Por lo menos dos eran de otro calibre, y tras mirar
detenidamente las medidas de las balas y las pistolas que tenía, me quedé con una
pistola de cada calibre adecuado. Cuando terminé, ellos me estaban esperando al final
del pasillo. Se veía la luz del sol por la cristalera de la puerta, indicando la salida.
Nuestro líder abrió con cuidado la puerta, por si había intrusos al otro lado. Pero
nada. Ni un alma. Debía de ser fuera de las murallas. Esto demuestra lo inútiles que
fueron. Grandes murallas para cerrar las avenidas gigantescas de las ciudades y nada
para que la gente saliese por los edificios que rodeaban la zona de cuarentena. Sin
darse cuenta, el agua se les escapó de entre los dedos, sin prever que por los edificios
también podrían escaparse los infectados en busca de sus víctimas.

Los bombardeos seguían sonando, cada vez más intensos y frecuentes. Salimos a
todo correr hacia a dirección opuesta a las explosiones. Estuvimos corriendo durante
mas o menos media hora, hasta que las explosiones solo se escuchaban a lo lejos. Se
veían las llamaradas saliendo de los edificios y nubes de polvo por todos sitios.

Nuestro líder divisó una pequeña tienda que estaba cerrada, y dijo que pasaríamos la
noche allí. Tras forzar el candado puesto entre las verjas de hierro que protegían la
tienda de robos y destrozos, entramos dentro y cerramos la verja. Era una tienda de
recuerdos, llena de pequeños monederos, llaveros y demás baratijas, y por suerte en
la trastienda había una nevera con algo de comida. Había poco de comer, pero al
menos nos llenamos el estómago con algo. Todavía existía fluido eléctrico en la
ciudad, y solo era cuestión de tiempo que la luz se fuese por cualquier razón. Y sin
electricistas para reparar las averías, no volvería la luz una vez que se fuese.

Con el atardecer de un día horroroso como este, acabo estas líneas. Y seguramente
este infierno solo acababa de empezar.

***

DÍA 11

Ayer nos quedamos todo el día en esa tienda, para reponer fuerzas del susto que
tuvimos cuando cayeron las bombas. Hoy por la mañana, nada mas salir el sol hemos
partido hacia nuestro nuevo objetivo. Ayer no se habló de otra cosa. Adonde ir en este
momento, con ningún campamento operativo y ninguna ciudad a la que dirigirse,
porque todas las medianas y grandes ciudades, y las pequeñas, en estos momentos,
estarían o bien destruidas o infestadas de No Muertos. El ejecutivo no hablaba de otra
cosa. No paraba de decir que era el director de una empresa afiliada a AllNess, y que
tenía un Búnker Nuclear provisto con todo lo necesario para vivir por lo menos un
año al noroeste, entre Columbia y Jefferson City, en Missouri. Nada menos que un
viaje de más de quinientos cincuenta kilómetros, sin saber como estaban las
carreteras o cómo estarían las ciudades y pueblos por los que pasáramos.

Había que tener en cuenta que el camino más rápido era por carreteras secundarias, y
además más seguro, por las autopistas y autovías debía de haber embotellamientos
masivos que nos impedirían el paso. Vamos, muchas cosas en el aire. Pero era nuestra
mejor opción, y nos pusimos en marcha. En principio, tendríamos que buscar dos
coches, porque en total éramos siete. Yo fui con dos soldados y el ejecutivo y en el
otro coche fue el líder con otros dos soldados. Había coches abandonados por todas
partes, y no fue difícil encontrar un par de vehículos que tuviesen buena pinta. Los
dos que encontramos tenían poco combustible, y nos dirigimos hacia la estación de
servicio más cercana a llenar los depósitos.

A veces, por el camino, nos acercábamos al centro y observábamos cómo había


quedado después del bombardeo. Todo estaba chamuscado, y solo quedaban la mitad
de los edificios medio derruidos. Todo estaba lleno de polvo y cenizas, y no se oía
nada. Absolutamente nada. Solo el ruido del motor de nuestros coches. Parecía que
habían hecho una buena purga. Bueno, lo parecía. No tardó en aparecer el primer No
Muerto yendo hacia nosotros. Los efectos de la explosión le habían hecho mella, y
aunque tenía las piernas más o menos intactas, tenía todo el cuerpo chamuscado, y
carecía de brazos. En la cabeza por muchas partes se le veía la calavera asomando
entre la piel, descubriendo partes de la mandíbula y del cráneo. Se le había quemado
todo el cuero cabelludo, y se le veía casi toda la parte de arriba del cráneo. Era una
escena horrible, pero seguimos adelante sin armar jaleo. Lo que menos nos interesaba
era llamar la atención. Si había uno de ellos, podría haber más.

Era increíble que, tras una serie de bombardeos tan intensos como los que asolaron
Memphis ayer, todavía quedasen algunos en pie. Daba igual que tronase, lloviese o
que pasara un terremoto, ellos seguían estando ahí los hijoputas. Cada vez salían más
a nuestro encuentro, sin que pudiésemos hacer nada al respecto, solo seguir
circulando mientras nos alejábamos del centro, hasta que llegamos a una gasolinera al
pie de una entrada a la interestatal 55, en la entrada a West Memphis. No había nadie
en la estación, y tras echar un rápido vistazo vimos que los surtidores estaban abiertos
y la tienda a disposición de coger lo que te venga en gana. Una de dos: o es que algo
asustó tanto al dependiente que se fue dejándolo todo manga por hombro o es que en
esos momentos ya daba igual. A simple vista podíamos coger provisiones y reponer
los vehículos sin que nadie nos dijese nada, a no ser que por la zona rondasen No
Muertos, o que estén dentro de la gasolinera. Bueno, eso lo comprobaríamos ahora
mismo.

Salió nuestro líder para dirigir la entrada a la gasolinera. Ordenó silencio, y mandó a
dos de los soldados que flanqueasen la puerta. A mí me ordenó entrar con la M16
preparada para abatir cualquier posible amenaza. Todo estaba totalmente
desordenado. Varias chocolatinas estaban desperdigadas por el suelo, algunas pisadas
y estrujadas, y unas cuantas bolsas de patatas fritas abiertas a base de pisotones y
hechas añicos por todo el suelo. Aún quedaban muchas cosas de comer intactas, pero
en su total mayoría eran dulces, aperitivos y golosinas. Nada de comer consistente,
solo chucherías atiborradas de calorías y mierdas.

Entré dentro, buscando con la mirada algún indicio de peligro. Lo único que encontré
que demostraba que algo no estaba bien en aquella gasolinera eran las manchas de
sangre que había en la puerta del lavabo, que estaba bloqueado con una estantería
llena de productos para el coche. Cuando pisé una bolsa de patatas fritas que había en
el suelo, algo se movió detrás de la puerta del lavabo, y unos golpes fuertes
empezaron a amartillar la puerta desde dentro. Me asusté, y pude imaginar sin
problemas lo que había dentro. Hice una señal para que pasaran los demás y el líder,
tras ver que había un No Muerto tras la puerta, palideció un poco. Deduje que era un
No Muerto y no una persona atrapada por el sonido de los gemidos y los golpes de la
puerta. Nuestro líder ordenó que cargaran los coches de combustible rápidamente
mientras él y yo cogíamos un poco de “comida” apresuradamente de los estantes. No
tardamos más de dos minutos, lo suficiente para que el No Muerto, un hombre de
unos treinta años con un traje de dependiente de gasolinera asomase la cabeza por un
boquete que había hecho en la puerta, detrás del estante que la bloqueaba. No
queríamos hacer más ruido del necesario, y no le disparamos, pero tendríamos poco
más de un minuto para irnos. Cuando tuvimos los depósitos llenos, nos fuimos
rápidamente de esa gasolinera, dejando al No Muerto debatiéndose con los obstáculos
que le impedían salir de su encierro, y para cuando lo consiguiese ya estaríamos lejos.

Antes, mientras salíamos del caos del centro de Memphis, barajamos la posibilidad
de ir por carreteras secundarias, y tras examinar un mapa nos decantamos por la
interestatal 55. ¿Que por qué? Porque vimos que las carreteras secundarias pasaban
por varios pueblos, en algunos casos por el centro, y era poco recomendable pasar por
allí y exponerse a que un No Muerto se abalanzase contra tu coche. Bueno, también
habría problemas en la autovía, pero por lo menos era mucho más ancha que las
carreteras comarcales, y se puede maniobrar mejor.

Entramos en la Interestatal 55, que nos llevaría directos hasta nuestro próximo
destino, Bended Free. Era un pueblo que estaba a una hora de camino, todo por la
Interestatal, sin desvíos de ningún tipo. Íbamos a parar tan pronto en nuestro viaje
porque de comida de verdad andábamos muy escasos, y aunque habíamos cogido una
buena cantidad de agua teníamos que coger comida, no chucherías y dulces, y no
sabemos lo que puede pasar por el camino. Pensándolo bien, en realidad no sabíamos
como estaba el camino hasta el búnker del ejecutivo, y éste no pudo darnos mucha
información del estado del búnker, solo que él tenía el único código que abría la
puerta. Pasamos por las afueras de West Memphis, que estaba desolada por múltiples
incendios. No se veía presencia de militares en la zona, y casi toda la ciudad estaba
chamuscada. Una profunda tristeza invadió mi mente. ¿Esto es lo que nos íbamos a
encontrar por el camino, muerte y destrucción? ¿No había hecho nada el gobierno,
solo había tratado de erradicar la infección a bombazos? Seguro que habían
establecido puntos seguros, refugios, algo para proteger a la población... no me creía
mucho la historia del ejecutivo, de que había un Bunker que era suyo al lado de
Columbia. Por ahora, íbamos hacia allí, y al no tener adonde ir, era la opción más
viable.

Nos encontramos bastantes vehículos esparcidos por la interestatal, algunos con


accidentes bastante serios y a algún No Muerto que otro. Nada que nos retrasase, a
decir verdad. El caos parecía generalizado. Ahora sé que cualquier sitio al que
vayamos nos encontraríamos una situación parecida a la que vivimos en Memphis.
No es una perspectiva agradable, pero no queda más remedio que seguir, y rogar a la
suerte que nos acompañe. Tardamos menos de una hora para llegar a las afueras de
Bended Free, y nos refugiamos en un granero abandonado, fortificándolo con unos
maderos que encontramos apoyados en las paredes del granero. Sin hacer casi ruido,
nos subimos arriba y tras dejar en un montón lo que teníamos para comer picamos un
poco de todo y planeamos una incursión a alguna tienda de comestibles de Bended
Free. Si estoy vivo mañana os contaré como ha ido.
***
DÍA 12

Estoy vivo. De milagro. Algunos no han tenido tanta suerte. Si alguna vez pensé que
las cosas estaban jodidas, no sabía que podían estarlo hasta tal punto. Pero vayamos
desde el principio. Esta mañana nos levantamos temprano y repasamos el plan que
confeccionamos mis compañeros y yo la noche pasada. Era un plan sencillo: Uno de
los coches iría a la otra punta del pueblo, justo al contrario de la situación del
objetivo, una pequeña tienda de comestibles, armaría todo el jaleo posible para atraer
la atención hacia ellos para que el otro coche tuviese vía libre a la tienda sin tener
mucha presión de los No Muertos, desvalijar la tienda y después salir pitando por la
63, reuniéndose con el otro grupo en la entrada de esta carretera.

El plan no estaba muy currado, pero tenía que valer. Uno de los soldados llevó el
coche a la otra parte del pueblo, y usando el claxon atrajo hacia si a bastantes No
Muertos que empezaban a asomar por las casas. Parecía que el plan estaba dando
resultado, mientras observábamos todo desde unas vallas llenas de hiedras que había
en una casa abandonada. Teníamos el coche aparcado en el granero, y el líder mandó
a uno de los soldados a que lo trajese. Dijo que era momento de actuar. Fuimos
corriendo hacia la tienda, que estaba a unos escasos cien metros de nosotros, y
cuando llegamos nos encontramos con que estaba cerrada a cal y canto. Tenía echada
la verja de seguridad y con un candado bastante chungo de romper. Yo empecé a
trastear en el candado inútilmente, sin éxito. Lo admito, no tenía ni idea de cómo
forzar cerraduras. Soy mecánico de coches, no cerrajero.

- Vamos, que no tenemos todo el día.- dijo uno de los soldados, apartándome y
pegando un tiro al candado que se convirtió en varios cachos.

Un error. Un error que nos podría haber costado la vida, porque el sonido que
producía un tiro era un sonido mucho más intenso y seco que el del coche, y
seguramente atraería a bastantes No Muertos. El líder pareció darse cuenta de la
situación en la que nos había metido aquel inepto, y abrió la verja de un apretón hacia
arriba, dejando la puerta de la tienda al descubierto, que la abrió de una patada. Las
sombras invadían la tienda, y de ellas salió una chica apuntando al líder con una
escopeta. Estaba muy sucia, dando a a entender que llevaba por lo menos una semana
encerrada en aquella tienda, y los desperdicios de las cosas que se fue comiendo
mientras pasaban los días daban fe de ello. Era una chica rubia, y el pelo le llegaba
liso hasta la cintura, pero ahora no lo tenía muy liso. Era delgada, con unas curvas
preciosas, y además era guapísima, con unos ojos azules que hipnotizaban a
cualquiera. En ese momento no me di cuenta de esas cosas, lo digo ahora, que
estamos más tranquilos y la estoy mirando para describírosla. Me ha preguntado que
qué miro, pero me he limitado a sonreír y seguir con lo mío. Bueno, estaba
apuntándonos con una escopeta, que seguramente estaba cargada.

- Idiotas, ¿Qué hacéis? Habéis roto la verja. ¡Ahora entrarán dentro...!- la muchacha
estaba llorando mientras nos apuntaba con la escopeta.
- No se preocupe, señorita.- le dijo nuestro líder.- Cogeremos provisiones y vendrá
con nosotros a un lugar seguro.
- ¿Qué lugar seguro? No hay lugares seguros. Solo uno, el que anuncian en la radio.-
a nuestro líder se le escaparon esas últimas palabras de la chica, pero a mí no. Luego
le preguntaré por ese lugar seguro.
- No hay tiempo, señorita.- sonidos de ráfagas de disparos ya inundaban la calle,
anunciando que los No Muertos estaban viniendo hacia ellos.- ¡Vamos, coged toda la
comida que podáis y llevadla al maletero del coche, que está abierto!

No tardamos en acatar las órdenes. Hasta aquella chica que encontramos en la tienda
empezó a cargar alimentos en las manos. Solo pudimos cargar un viaje, y antes de
darnos cuenta los No Muertos ya se contaban por cientos en aquella calle. Nada más
salir y ver el panorama sabía que no podríamos salir en el coche, así que entré
corriendo a la tienda, viendo como los No Muertos se nos echaban encima. La chica
fue rápida y bajó casi de un golpe la verja, dejando fuera a todos excepto a un
soldado que había dentro de la tienda, con el pantalón cargado de orín y con la M16
temblando en las manos. Fue una suerte lo que pasó a continuación. El ejecutivo se
tiró por debajo de la verja y medio cuerpo quedó dentro de la tienda. El empezó a
suplicar la entrada, aunque ya le habían mordido en la pierna una vez.

- Por favor, dejadme entrar...- dijo el ejecutivo, con la cara llena de lágrimas y
tendiéndome la mano.
- Primero deme la contraseña del búnker. Luego le prometo que le ayudaré.- mentí.
Sino, no tendría la contraseña para entrar en el búnker del ejecutivo en mi poder.
- Vale...- se buscó rápidamente en la chaqueta, sacando un papel doblado varias
veces. Daba gritos de dolor, ya que varios No Muertos le estaban devorando las
piernas. Cuando vi que el papel era en realidad la contraseña del búnker, me dijo.-
Ayúdame...
- Claro que te ayudaré. Un trato es un trato.- saqué la pistola y le pegué un tiro en la
cabeza. Acto seguido, saqué su cuerpo fuera de la tienda de una patada y cerré
rápidamente la tienda para impedir que entrase ningún infectado. Estaba infectado, y
esa era la única ayuda que le podía dar. No podía hacer otra cosa, y me sorprende con
la frialdad que lo hice. Ahora, en frío, pienso que he actuado como un psicópata. ¿O
ya soy uno? No lo sé.
- ¡Qué haces, loco de mierda!- dijo la chica, mirando alocada lo que había hecho. Al
ejecutivo ya lo rodeaban varios No Muertos, que estaban devorando los cadáveres de
todos los que quedaron fuera.
- Estaba infectado, solo era cuestión de tiempo que se convirtiera en uno de ellos.
- Vamos arriba.- dijo la chica, aún mirándome con desconfianza.- Si no nos ven
terminan yéndose.

Yo y el soldado que quedaba la seguimos arriba. El edificio era una tienda familiar,
tenían la tienda abajo, y la vivienda por encima de la tienda. Era una casa modesta,
con tres habitaciones, dos de ellas pequeñas, un salón, una cocina y un baño. Ella se
sentó en el sillón de el medio del salón, y nosotros nos sentamos frente a ella, en unas
sillas más o menos cómodas.

- Oye... eh...- dijo la chica. Ahora me doy cuenta que no me presenté debidamente.
- Brian.
- Jessica.- hasta su nombre es bonito. Solo estoy pensando en ligármela, aún con
todo lo que está pasando. Estoy un poco salido, lo sé. Qué le vamos a hacer.- ¿Qué le
has pedido al hombre de corbata que os acompañaba?- dijo la chica, moviéndose
nerviosa en su silla, oyendo los ruidos infernales que hacían los No Muertos fuera, en
la calle.
- La llave de la salvación. Es la contraseña de un búnker protegido contra todo tipo
de peligros. Está algo lejos, pero llegaremos.- lo dije muy confiado. No llevábamos ni
dos horas de viaje y ya habían matado a casi todo el equipo, y me dí cuenta de que
me echaba muchas flores afirmando que llegaríamos al búnker sin problemas.
- Un búnker debajo de tierra creo que no es la mejor opción. ¿No habéis escuchado
la radio estos días? Desde hace un día más o menos se retransmite el mismo mensaje.
Voy a poner la radio para que lo escuchéis...- la chica puso la radio, sin dejar de
mirarnos con miedo, como si fuésemos a hacerla algo.
- Queridos radioyentes.- decía aquella voz desde la radio.- La salvación está aquí. En
Forest Hill, Missouri. Estamos construyendo un Bastión para proteger a los que
queden en pie después de esto. Acogemos a todo el que venga. Todo el que quiera ser
acogido está bienvenido a nuestra comunidad, solo exigimos a cambio que colabore
en las tareas de construcción del bastión. Venid, y seréis recompensados con un
refugio, comida y agua, pero damos una advertencia desde nuestro hogar en estos
momentos, Forest Hill. Los infectados que se acerquen o los que traigan infectados en
jaulas pensando que hay una cura para ellos, serán ejecutados junto con el infectado.
No toleramos que nada perturbe las tareas de construcción, porque vamos a
contrarreloj. Antes de que la situación se vuelva totalmente incontrolable, queremos
tener un refugio para protegernos. Que la suerte nos acompañe a todos.
- Se repite constantemente el mismo mensaje. Forest Hill... yo voy allí, o por lo
menos, eso tengo pensado. Dada la situación, no sé si llegaré de una pieza.- dijo la
chica, algo insegura.
- Es un mensaje grabado. No sabemos si los que pusieron el mensaje en antena están
ya muertos.- La contesté. Recuerdo que Riggs se dirigía hacia allí. Espero que aún
esté vivo.- ¿Vivías aquí? Me refiero, antes de la infección.- digo, cambiando de tema.
- Vivía aquí con mis padres, pero ellos...- unas lágrimas brotaban de sus ojos, y
empezó a contar su historia.- Mi madre se contagió, y cuando se transformó, mi padre
acabó con ella, pero le contagió. Mi padre, antes de transformarse salió de la tienda y
puso el candado, para protegerme, y arrastró el cuerpo de mi madre hasta el
cementerio, para que al menos ella tuviese un entierro digno. No he vuelto a saber de
él. Puede que sea uno de los que están abajo dando puñetazos contra la verja...
- Lo siento.- la consolé.- Yo tampoco tengo noticias de mis padres, puede que estén
muertos.
- Bueno... ¿Se os ocurre algún plan para salir de aquí?
- Podemos pensarlo mañana, si quieres. Estoy cansado y necesito desconectar un
rato.- dijo Clark. Confieso que yo también necesitaba recuperarme del mal rato que
habíamos tenido, y poder reflexionar un rato. Había visto morir a tanta gente estos
últimos días... creo que me está afectando, y espero estar preparado para soportar
convertirme en lo que sea, menos en No Muerto, por supuesto, pero también sé que
esta situación hará un monstruo de mí. Un monstruo maldito, seguramente tan
desalmado como los que estaban abajo golpeando la puerta. Lo pienso, pero todo da
igual, lo importante es mantenerse vivo, por lo menos. Mientras respiremos, sabré
que aún queda algo de mi alma en mí.
- Vale. Mañana idearemos un plan.- dije, zanjando la discusión.

Mañana pensaremos cómo huir de aquí, aunque no tenemos muchas opciones. Espero
poder estar escribiendo mañana en este diario. Si no lo hago, es que estaré muerto.

***

DÍA 13

Hoy nos hemos levantado, temerosos de empezar el nuevo día, pensando en lo que
teníamos que hacer para salir de aquí. Hemos confeccionado un plan casi macabro, y
suicida. Te explico: El coche estaba lleno de provisiones, al menos para los tres, pero
el problema era que estaba frente a la tienda, y esa zona estaba llena de No Muertos
debido al escándalo que montamos el día anterior. La solución, muy obvia, era
llevarlos hacia otro lugar, y no había otro camino que el que escogimos. Nada mejor
que un humano atrae a los No Muertos con tanta eficacia, así que uno de nosotros
tendría que alejar a los No Muertos del coche. Podíamos usar otro método de
distracción, pero solo atraería a unos pocos, y queríamos alejar el máximo posible de
No Muertos del coche, para que los dos que quedaban en la casa cogiesen el coche y
recogiesen al cebo. Era un plan bastante arriesgado, y una auténtica putada para quien
era el cebo. ¿A que no adivináis quien es el cebo? Yo. Me cago en la puta... Me he
propuesto como cebo por la simple razón de que Clark, tras el ataque a la tienda,
había demostrado ser un cobarde y yo no iba a dejar que Jessica hiciese de cebo. No
es que me quiera hacer el valiente y tal. Bueno, quizás un poco sí. No deben quedar
muchas mujeres en este apocalipsis, y ésta además estaba como un tren. Hacer esa
heroicidad me daría puntos, eso seguro.

Ahora también, tengo que reconocer que si llega a estar con nosotros alguien con más
cojones, le cedería el puesto con mucho gusto. Pero de poco sirve lamentarse con lo
que le toca a uno, no queda más remedio que apechugar, como con todo en la vida
mucho antes de este infierno. Entre Jessica y Clark cargaron dos mochilas con todo lo
que pudieron de la tienda, para llevar suministros de sobra, y yo me dispuse a bajar
por la escalera de incendios hasta el pequeño callejón que separaba la tienda con la
casa vecina.

Por suerte no había No Muertos en ese callejón y pude bajar sin problemas. La idea
era ir por detrás de las casas, al menos hasta doscientos metros de la tienda, y luego
salir a la calle principal y llamar la atención de los No Muertos que estaban fuera, y
alejarlos de allí. Fui por detrás de las casas intentado llamar la menor atención
posible, pero no pude evitar mirar por una ventana que estaba llena de salpicones de
sangre reseca. Por la ventana se veía el salón de una casa acogedora, y en el centro, al
lado de la ventana, había un sillón con un agujero de bala de escopeta y un anciano
sentado, sin cabeza. Por los indicios se había volado él mismo la cabeza con una
escopeta. En otros tiempos eso me habría hecho vomitar, pero en las últimas semanas
he visto tantas cosas desagradables que ni me inmuté.

Seguí saltando las vallas de los jardines traseros de las casas hasta que llegué a una
distancia aceptable, y me metí por un callejón a la calle principal, para llamar la
atención de los No Muertos.

- ¡Eh, vosotros, aquí! ¿Es que no me veis, podridos de mierda?- dije, agitando las
manos. Ya empezaban a venir, pero si al final me pillaban, quería irme con unos
sonrisa en la cara de haberles puesto a parir delante suya.- ¡Oléis peor que una mierda
reseca, hijos de puta! ¡Vamos, feos de los cojones!- les hice un calvo y me fui
corriendo hacia el lado opuesto de la tienda.

Cuando llegué a un cruce de carreteras me di cuenta de mi error. No solo había


atraído a los No Muertos del coche, sino que atraje hacia mí a todos los que había al
menos en medio kilómetro a la redonda. El silencio sepulcral que reinaba en el
pueblo hacía que cualquier ruido se oyese perfectamente a varios cientos de metros.
Me paré un segundo para observar cómo salían de los árboles y de los jardines que
rodeaban casi todas las casas de Bended Free. Me apresuré a correr siguiendo la calle
para evitar que me acorralasen, pero cada vez eran más los que me perseguían, y ellos
no se cansaban. No miré hacia atrás para no asustarme, ya que iba una gran tropa
siguiéndome los pasos, eso seguro. Los oía correr detrás mío, sabía que estaban a
punto de alcanzarme. Solo esperaba que el coche llegase a tiempo para evitarme una
muerte horrible. Pero no fue el coche lo que me salvó. Fue otro coche, si, pero no el
nuestro. Era el otro coche de la comitiva, el que cuando fuimos a atracar la tienda fue
tocando el claxon hasta el final del pueblo para atraer a los No Muertos. La verdad es
que se sorprendió al verme, y me recogió a prisa, pero aun así a los No Muertos les
dio tiempo a romper la luna de atrás.

- ¿Qué coño haces aquí, solo y con un montón de infectados detrás tuya?- dijo el
soldado, que se llamaba Tim.-¿Y los demás?
- Muertos. Rodearon la tienda y masacraron a todos, menos a Clark y a mi.
Encontramos a una chica en el establecimiento, y nos quedamos con ella hasta que se
hizo de día. Nos enseñó por radio que están haciendo un llamamiento a un pueblo, no
me acuerdo como se llamaba...
- Forest Hill. Yo también lo he oído en la radio. Estuve trasteando un rato ayer, al ver
que no veníais. ¿Tú te lo crees?- dijo Tim, mientras volvía a la interestatal, por donde
seguro pasarían Jessica y Clark.
- No mucho, o por lo menos, no creo que resistan mucho tiempo. Yo voy a seguir mi
camino hacia el búnker.
- ¿Tienes la contraseña?
- Se la quité al ejecutivo cuando le infectaron.
- Puede que Forest Hill haya aguantado, no hay que ser tan pesimista. El problema
está en que no sabemos cuanto tardaremos en llegar... antes sería un viaje de unas seis
horas, pero en estas circunstancias... vete tú a saber con qué nos encontramos en el
camino. Hace cuatro días que hemos salido de Memphis y no hemos avanzado ni una
hora, y hemos perdido a casi todo el equipo.- dijo Tim, pensando y con la mirada
perdida en la carretera. Se notaba la desesperación en su cara.- Solo quedamos tú, que
das más o menos la talla, Clark, que no vale ni para fregar el suelo, y yo, que
tampoco estoy para tirar cohetes... no sé si llegaremos, pero al menos lo intentaremos.
¿No crees?- dijo, mirándome. No le respondí como hubiese querido, eso seguro.
- Te repito que yo voy al búnker. Si tú quieres ir a Forest Hill, pues...- rebusqué en la
guantera a ver si había algún mapa de carreteras. Tras unos segundos buscando, saqué
uno bastante bueno (el que había, que era algo viejo, pero tendríamos que
conformarnos con eso) y tracé un camino hasta el búnker.- Nuestros caminos se
separan en Cabool, aquí.- le señalé en el mapa.- Está a unas dos horas de camino, si
no nos encontramos con ningún obstáculo.
- Entonces concentrémonos en llegar hasta Cabool. ¿ Y Clark y la chica? ¿Donde
están?
- Quedamos en que salían de la tienda cuando despejase de infectados la zona. Me
imagino que irán a la 63. O espero que lleguen allí sin problemas.
- Pasando ese puente y yendo recto unos trescientos metros hay una circunvalación
en la que podremos entrar en la carretera. Vayamos hacia allí, a ver si están.

El camino estaba más bien desierto, con múltiples coches abandonados sobre la acera
y algún que otro No Muerto vagando por las calles. En medio de la circunvalación
había dos puentes por los que pasaba la Carretera Federal 63, y uno de ellos estaba
derrumbado, la parte baja del puente estaba llena de vehículos quemados y un gran
camión cisterna reventado. Supongo que ese camión lleno de combustible fue el que
originó la explosión que destruyó el puente cuando tuvo el accidente. Esperamos allí
un rato hasta que vimos un coche a lo lejos en el que iban Clark y Jessica, bastante
asustados. Cuando me vieron los dos se tranquilizaron un poco, y hasta pude ver una
sonrisa en el rostro de Jessica. Era hora de irse de Bended Free, y seguir nuestro
camino.

***

DÍA 14

Hoy ha sido un día bastante movido, casi más que el día anterior, cuando tuve que
servir de cebo a unos cuantos No Muertos hambrientos. ¿Lo que pasó ayer? Nada
comparado con lo que puede pasar por el camino. La gente se está volviendo loca en
cuestión de segundos. Por comodidad, montamos todos en un mismo coche para el
viaje, y poder juntos sortear cualquier obstáculo del camino sin separarnos.. Fuimos
pasando por campos de cultivo y pequeños pueblos. A los quince minutos de viaje
legamos a las afueras de Trovedmann, una ciudad de unos siete mil habitantes, creo
recordar leer cuando pasamos por el panel que anunciaba la población. Tuvimos que
internarnos por el centro de la ciudad y salir de la 63 debido a un accidente
gigantesco que cubría toda la carretera en lo que parecía ser varios kilómetros. En un
principio no pensamos en cruzar poblaciones, a no ser que fuese estrictamente
necesario, pero por desgracia sí que lo era.

Trovedmann Parecía un pueblo fantasma, sin contar con los varios No Muertos que
había por los alrededores, que cuando notaron nuestra presencia intentaron ir a
nuestro encuentro, sin mucho éxito. No necesitábamos parar en aquella población, y
por nada del mundo pensé en hacerlo. ¿Para qué? Tenemos comida suficiente para
varios días, el depósito de gasolina lleno y la carretera delante.

Tuvimos que recorrer carreteras secundarias que estaban hechas polvo, rodeados de
vegetación y paisajes verdes. Arkansas era un estado con mucha vegetación, bosques,
ríos y lagos llenaban todo el territorio por doquier. A los diez minutos después, tras
una recta en la que no tuvimos ningún tipo de problema (aparte de que la carretera
estaba hecha un asco) pasamos por Bayner, una población de unos dos mil habitantes,
casi pegando al extrarradio de la ciudad de Jonesboro. Aun siendo una población
pequeña, la carretera por la que circulábamos estaba bloqueada nada más entrar en el
poblado, y tuvimos que girar hacia la derecha, para proseguir hacia en Noroeste por
la avenida principal. Lo que vimos al final del poblado nos inquietó. Donde debían
de estar los institutos de Baynes los habitantes (o quien sea que pasase por allí, no lo
sé a ciencia cierta) fortificaron con una muralla improvisada de chatarra, camiones y
demás utensilios los alrededores, creando un bastión sólido y capaz de proteger a
aquellos que estaban dentro. Pensé en parar para ver si nos ofrecían asilo, pero
descarté esa opción cuando aparecieron encima de un camión varios hombres
armados apuntándonos con los rifles que portaban. Por un momento pensé que nos
iban a acribillar a balazos, pero no lo hicieron. Solo miraron hacia nuestro coche
mientras nos alejábamos de su propiedad. La humanidad estaba cambiando, y se
convertía por momentos en la auténtica supervivencia del individuo, teniendo por
amenaza tanto a supervivientes como a infectados. Viendo esto, no sé si todavía en
Forest Hill les ofrecerán a Jessica, a Timm y a Clark refugio. Me entristece sabe que
ellos se arriesgaban a quedar solos, pero yo ya les ofrecí venir conmigo más de una
vez, y no voy a volver a hacerlo. Mi búnker me ofrecerá protección mientras se
asienta todo esto. Ahora hay que ingeniárselas para sobrevivir, me dije.

A los diez minutos de viaje por esa carretera llegamos a Jonesboro. La carretera por
la que íbamos, nada mas llegar a Jonesboro empezó a mostrar un panorama de coches
estrellados y accidentes bastante serios, pero pudimos pasar y atravesar poco a poco
la ciudad, por los coches accidentados por el camino estaban apartados y dejaban
paso para poder circular. Alguien fue apartándolos para dejar paso. ¿Quién? No lo sé,
ni me importa mientras podamos pasar gracias a ellos. Desde el vehículo en el que
viajábamos se podían distinguir bastantes barrios calcinados por las llamas. También
se distinguían varias zonas que habían amurallado y protegido. No sé si allí, en
Jonseboro, una ciudad de unos sesenta mil habitantes les funcionaría tan bien como a
los de Bayner. En Jonseboro debían de ir los No Muertos en grupos más numerosos
que a los que seguro se enfrentaban en Bayner.

Nosotros seguimos nuestro camino, sin internarnos en la ciudad más de lo necesario,


donde todo era muy impredecible. Te podías encontrar tanto con una calle cortada
como con una calle atestada de No Muertos, edificios derrumbados, etcétera. Vamos,
con cualquier cosa, y no creo que tentar a la suerte más de lo que ya hacemos sea una
buena idea. Teníamos combustible y suministros de sobra, y no necesitábamos entrar,
al menos por ahora.

En una de las circunvalaciones nos encontramos un problema serio, el primer


problema de verdad desde que salimos de Bended Free. Un grupo de hombres
armados cerraba el paso, y varios adornos que me llamaron la atención me sugirieron
que no eran amistosos. En un cartel luminoso situado encima de ellos colgaban por lo
menos diez cadáveres desnudos, algunos ya descomponiéndose, y me fijé en un
detalle. Casi todos eran mujeres. Qué extraño. Sólo había dos hombres colgados, los
demás cadáveres eran de mujeres, aparentemente jóvenes. Era algo difícil determinar
su edad dado el grado de descomposición que presentaban. Y, por supuesto, la
carretera estaba cortada con unos cuantos coches modificados, en los que desecharon
la parte de atrás e instalaron ametralladoras fijas del ejército. Nos dieron el alto, y
como era la única opción que teníamos, paramos.

Un hombre vestido de militar fue hacia nosotros con un fusil M16, y además iba
sonriendo de manera paranoica. Esto no me gusta nada. Antes de llegar aquél
hombre, me dijo Jessica.

- Si el hombre nos intenta quitar los suministros yo le entretendré, tu le matas y


Clark, tu aceleras a tope, ¿De acuerdo?- Clark era el que conducía.
- Bien.- le dije. Vaya con Jessica. Sí que era calculadora, y peligrosa. A mí no se me
habría ocurrido ese plan, tipo peli de acción macabra. “Yo le mato”, como si hiciese
esto todos los días. Bueno, me di cuenta que desde que empezó la infección, así era.
- Va-vale.- dijo Clark tartamudeando un poco. Estoy seguro de que estaba a punto de
mearse encima. No tengo ni la más remota idea de como un idiota semejante llegó a
formar parte del ejército. Me imagino que como yo, se alistó hace bastante poco. Yo
al menos daba la talla, o eso creo. Por lo menos no la estoy cagando a cada problema
que se nos presenta. Me pregunté porqué no estaba conduciendo yo.
- Buenos días. ¿Qué tal están?- dijo amablemente aquel hombre.- Me temo que les
voy a tener que pedir que salgan del vehículo.
- Lo siento, pero tenemos prisa. Por si no se ha dado cuenta, el mundo se está
desmoronando.- le dije, lo más amablemente que pude.
- Me temo que no ha entendido la gravedad de la situación.- dijo aquel hombre
mirando de arriba abajo a Jessica.- No quedamos con ese bombón.- dijo señalando a
Jessica.- y con vuestros suministros. Si os resistís, os matamos y punto. Y si no os
resistís, podréis proseguir vuestro camino y aquí no ha pasado nada. Claro está, sin la
chica.- dijo con una sonrisa.

Le miré fijamente. Si hay miradas que matan, una de ellas era la que yo le estaba
echando a aquel tipo. La situación era no solo para matarlo, sino para descuartizarlo
por completo. Tenía unas ganas de salir del coche y hacer papilla a ese tipo que no sé
ni como no salté al momento. Entonces intervino Jessica.

- Bueno chicos, me quedo aquí. No vale la pena discutir con estos machitos. Ven a
mi ventanilla, soldado.- le dijo Jessica al hombre, que sonreía de manera idiota al
hombre.

Aquella era la señal. Esperé paciente a que el soldado fuera hasta la ventanilla de
Jessica. El hombre, como un bobo fue hacia ella y empezó a enseñarle la entrepierna,
mientras se sobaba las tetas, sonriendo. Jessica interpretaba bien su papel, el de
fulana cachonda. Reconozco que a mí también me estaba poniendo a tono. Deseché
rápidamente esas emociones y me concentré en mantener el control. Lentamente
saqué la Glock cargada que tenía en la guantera de la puerta, y rápidamente le metí
una bala en la cabeza, por la sien, salpicando a Jessica de sangre. Clark pegó un
acelerón y salimos disparados hacia el bloqueo, mientras los otros hombres que
componían el grupo nos dispararon y llenaron de agujeros de bala el coche.
Impactamos con una furia demoledora en el bloqueo que montaron aquellos
animales, abriéndonos camino. Tuve que quitar de varias patadas la luna delantera, ya
que se había hecho mil pedazos y no se veía nada. Seguro que el golpe dañó el motor
de nuestro vehículo, pero no era momento de parar y ponerse a trastear en el motor.
Nos estaban siguiendo en dos coches disparándonos de vez en cuando. Nosotros
estábamos bajando velocidad.

- Clark, ¡Acelera, joder!- pero Clark no estaba para acelerar.

Manaba abundante sangre de su boca, y tenía dibujadas varias rosas de sangre en el


pecho. No creo que sobreviviese a tal ensalada de tiros. En la situación en la que
estábamos, tuve que tomar una decisión bastante macabra. Abrí la puerta del
conductor y lo saqué del coche de varios empujones con el pie. Cayó como un
maniquí en el asfalto, y nada más salir dio un gran bote en el suelo, impactando de
lleno en la luna delantera del vehículo que nos seguía. El conductor del vehículo dio
un par de bandazos y se salió de la carretera, dando vueltas de campana. El otro
coche que nos seguía paró a auxiliar a sus compañeros. Como mucho les llevaríamos
unos cinco minutos cuando emprendieran la marcha para atraparnos.

Hoy no era nuestro día de suerte. Además, algunos disparos dieron en la parte
delantera, dañando al motor del coche, y al rato de nuestro encuentro con aquellos
delincuentes del capó empezó a salir un humo negro como el carbón y con un par de
sacudidas el coche se paró, dejándonos tirados en medio de la carretera.
Tenía que pensar algo, rápido. Estaba anocheciendo, y necesitábamos refugio. Y por
una vez en ese día nos sonrió la suerte. A la derecha de la carretera entre unos árboles
se divisaba el tejado de una casa de campo junto con un granero inmenso. Les
indiqué que cogiesen todo lo que fuese de valor del vehículo y fuimos corriendo
hacia la casa. Ni tuvimos cuidado de no tropezarnos con ningún No Muerto, pero
afortunadamente no nos encontramos con ninguno. La casa de campo era, pues eso,
una casa de campo, pero moderna. Era de color blanco, con paredes de ladrillo, y el
tejado de color gris oscuro. Tenía unos parterres con flores de múltiples colores
rodeando la casa, y pese a que habían pasado casi dos semanas del primer brote de la
infección, los parterres estaban perfectamente cuidados. Pronto supe por qué. Un
hombre bastante alto, con abundante pelo gris cubriendo su cara y sosteniendo una
escopeta entre las manos salió de la casa apuntándonos con aquella escopeta.

- ¿Qué hacéis aquí?- dijo el hombre con voz amenazante.- Esta es mi propiedad
¡Largo!
- Discúlpenos que hayamos entrado en su terreno, pero la cuestión es que nos
persiguen unos bandidos, y nos han intentado matar...- dijo Jessica, con voz asustada.
- Ya basta.- dijo el hombre.- ¿Y cómo no llamáis a la policía?
- ¿Pero qué...?- este tío o estaba loco, o es que vivía sin radio, Tele y esas cosas que
se usan para la comunicación mundial.- ¿No sabe lo que está pasando?
- Bueno, algo he oído por la radio... por cierto, me llamo Chuck. ¿Entramos dentro?
- Si, por favor.- le dije, con los otros dos siguiéndome. Dejamos las cosas en el
recibidor y Chuck nos invitó a sentarnos en el salón, mientras él nos traía un café.
- Les pido disculpas por mi comportamiento de antes. Hay que ser precavido, ya
saben. Por cierto, ¿No os habrán mordido, arañado, o algo por el estilo? En la radio
dicen que, si es así, es posible que no sobreviváis a eso. Y puedo dar fe de ello, os lo
aseguro.
- No, no nos han mordido... Chuck, ¿Usted sabe algo de lo que está pasando? Me
refiero si sabe la magnitud del problema. Se ve que usted no ha salido de este lugar
desde hace algún tiempo.- le preguntó Jessica. Tim estaba absorto en la conversación,
con la mirada perdida. Estaba afectado por lo que había pasado no hace ni unas horas,
y me pregunté si no estaba cansado de esto. Seguro que descansando unas horas en la
casa de Chuck, se encuentra como nuevo. O no. sea lo que sea, tendremos que
proseguir, se encuentre como se encuentre.
- Más o menos. No sois los únicos que entráis así en mi propiedad en la última
semana. Los que llegaban de paso como vosotros me contaban cosas extrañas, algo
así como que una infección estaba asolando todo el país. No me lo creía hasta que lo
vi yo mismo. Todos los que venían de algún que otro modo, estaban infectados. Iban
enfermando, hasta que llegaba un punto en el que no se podían ni mover, y los iba
llevando al granero. El día después allí dentro solo se escuchaban ruidos extraños y
gemidos aterradores. No abrí la puerta por miedo...
- Hizo bien, Chuck.- le dije.- Si llega a abrir las puertas Le habrían descuartizado
como si fuese un animal, se lo aseguro.- en ese momento se oyó un ruido fuera y se
vieron varios focos de linterna.
- Esperad aquí.- nos dijo Chuck, saliendo afuera por la puerta trasera.
Al cabo de unos segundos se oyeron ladridos de perros, gritos y desgarrones. Chuck
debía de tener unos cuantos perros y se los había echado a los que nos perseguían.
Gracias a que no nos los soltó a nosotros cuando llegamos antes, sino ahora seríamos
carne picada. Al rato llegó Chuck tranquilamente como si hubiese sacado a los perros
a pasear en vez de a destrozar gente.

- Ya está, problema solucionado. Si queréis pasad aquí la noche, para que descanséis.
- Se lo agradecemos, señor Chuck.- dijo Jessica.
- Un momento, tú me suenas de algo...- dijo Chuck, mirando fijamente a Jessica.
- Puede, soy de Bended Free.
- Ah, ya me acuerdo. Eres la hija de Smitie, que tiene una tienda allí.- dijo Chuck,
sonriendo.- Me paso a menudo por Bended Free, es un sitio que me gusta. Si tuviese
dinero, me iría a vivir allí, pero así están las cosas.
- Je, je, je...- Sonreí. Era agradable ver hablar a dos personas como si no pasara nada,
como si fuese una conversación normal de antes de la plaga. Me pacería haber pasado
media vida en aquel mundo maldito, y las cosas normales como las conversaciones
entre gente de otros pueblos comentando cosas de gente que seguramente está muerta
se me antojaban lejanos, como de otra época.

Me estaba durmiendo, creo que voy a dejar de escribir por hoy. Estoy tan cansado que
seguramente duermo del tirón diez horas seguidas...

***

DÍA 15

Al día siguiente me levanté bien entrada la tarde. Vamos, lo que dije en la anterior
entrada, he dormido doce horas seguidas. Supongo que el cansancio de todos estos
días de tensión me hizo dormir tanto tiempo seguido, y aún creo que no me he
recuperado del todo. De todas maneras, tenía que continuar la marcha, esperando que
el próximo descanso sea tan reparador como este. Cuando llegué al salón de aquella
casa tan rústica estaban sentados en el salón los tres, hablando. Cuando me vieron
bajar me saludaron y me invitaron a comer un poco. Ellos ya habían comido hacía un
rato, y siguieron hablando después de que yo llegara al comedor. Comí
tranquilamente, y después me uní a la conversación. Tim y Jessica estaban intentando
convencer a Chuck para que viniese con nosotros, pero se negaba en rotundo.

- Os lo agradezco, de veras, pero me quedaré en mi granja. Aquí solo vivo bien, y no


creo que esos monstruos me molesten. Os dejaré mi camioneta para que viajéis hacia
donde quiera que vayáis.
- Y si pasa algo, ¿Cómo huirá usted?- le preguntó Tim. Supe con la expresión en la
cara de Chuck que no pensaba huir. Si llegaban aquellos seres, lucharía contra ellos
hasta su último aliento. Profesé un profundo respeto hacia aquel viejo.
- Tengo un caballo espléndido, y además, casi no conduzco mi camioneta. Y por
supuesto, no voy a abandonar bajo ninguna ciscunstancia a mis pobres animales. No
se hable más. No voy a ir, y no hay nada que me cambie de opinión. Ahora hablemos
de vuestro viaje. Brian, me han dicho tus amigos que tienes un destino diferente al de
ellos. Me han dicho que vas a Bossland, ¿Cierto?
- Si, señor. Allí es donde está el búnker, según el papel que el ejecutivo me dio.- le
dije.
- A ver...- dijo Chuck, examinando un mapa que tenía extendido en la mesa. Era un
mapa muy preciso de todo el estado de Arkansas, Missouri, Kansas y Oklahoma.-
Vuestros caminos deberían separarse aquí, en Cabool.- Señaló una población bastante
al norte de aquí, el mismo que había indicado yo a Clark en Bended Free.- Está a
unas dos horas y media. Antes de llegar a Cabool habrá una intersección. Tú, Brian,
tendrás que salirte y seguir por la 63, a la derecha de la circunvalación, y vosotros dos
tendréis que seguir la 60. Brian lo tiene fácil, siguiendo esta carretera hasta Bossland
solo cruzas dos poblaciones un poco grandes, pero vosotros vais a tener que cruzar
varias poblaciones pequeñas y la ciudad de Springfield. Es bastante grande, pero
espero que no tengáis problemas. Nada más cruzar Springfield os metéis en la
interestatal 44 hasta este cruce. Os lo señalaré en el mapa, pero os aviso. Hasta Forest
Hill vais a pasar varias poblaciones, aunque si lo que decís es cierto es posible que
hayan evacuado a toda la población de los alrededores. Que tengáis suerte, pero si
queréis que os dé mi opinión, haríais bien en seguir a Brian.
- Gracias, pero iremos a Forest Hill.- dijo Jessica.- Además, tengo un militar que me
defiende.- dijo señalando a Tim, que en ese momento sonreía. Mi momento para
ligarme a Jessica había pasado, eso más o menos lo sabía. Me dolía muchísimo, pero
a pesar de todo perder la oportunidad de ligarme a Jessica no me importó. Bueno,
tengo una punzada de envidia hacia Tim. En dos horas seguramente ya no los
volvería a ver nunca, o quizás los volvería a ver, pero seguramente los veré
convertidos en No Muertos. Madre mía lo que estoy pensando. Mejor que quite esos
pensamientos de mi mente.
- Bueno, será ,mejor que emprendáis el viaje mañana, de día.- nos aconsejó Chuck.-
No es prudente que, tal y como están las cosas, viajéis de noche. Además, cuando
lleguéis a Cabool tendréis que conseguir otro coche para Brian. Así que descansad
hasta mañana.

Los tres seguimos de buena gana el consejo de Chuck. Esa tarde llovía y nos
quedamos sentados hacia la ventana del salón viendo cómo la lluvia caía sin saber
cómo el mundo humano se estaba desmoronando, sin afectarle lo más mínimo a la
Tierra. La lluvia seguiría cayendo haya humanos o no, al fin y al cabo. Casi no
hablamos, y cuando llegó la cena fuimos todos a cenar juntos, como una familia.
Intenté disfrutar de estas cosas, ya que cuando llegase a mi refugio particular estaría
solo hasta que muriese, o se acabase la comida y saliese para encontrarme con lo que
fuera. Cenamos tranquilamente y nos fuimos todos a acostar. Mañana sería un día
movidito.

***
DÍA 16

Hoy nos hemos levantado temprano, para preparar el viaje. Cargamos toda la comida
que Chuck nos pudo dar en su camioneta, una Dodge Ram. Era grandísima, y además
estaba casi nueva. Se notaba que Chuck la usaba poco. En la finca, seguramente
prefería ir montado en su caballo que en el asiento de este mastodonte. Nos
despedimos de Chuck con un saludo afectuoso y fuimos hasta donde estaba nuestro
antiguo coche para recoger lo que dejamos allí que no pudimos transportar con
nosotros en la huida hacia la casa de Chuck. Nos encontramos con algo mas que eso.
El coche en el que llegaron los que intentaron matarnos en Jonesboro estaba allí, al
lado del nuestro, y con las llaves puestas. Tras debatirlo un rato, Tim y Jessica se
quedaron con el coche de los criminales, porque tenía instalada una ametralladora en
la parte de atrás y ellos eran dos, la podrían manejar si las cosas se ponían feas.

Ellos conducían delante de mí, con la ametralladora a punto para abatir cualquier
amenaza que se cruzase en nuestro camino. Pero no nos encontramos nada. En todo
el camino hacia Cabool, pasamos por varias poblaciones y en todas vimos No
Muertos, pero no había tantos por la carretera para que nos supusiesen un problema.
En todo el recorrido por las poblaciones, coches aparcados de cualquier manera
dibujaban toda la carretera, algunos estaban en tal estado que costaba imaginarse qué
coches eran antes de estrellarse. De vez en cuando veíamos montones de cadáveres
que los supervivientes fueron quemando a lo largo de la autopista. El olor a carne
quemada todavía permanecía en el aire. Por lo menos alguien se había encargado de
limpiar la carretera. ¿Pero quién? No lo sé.

Y a ese alguien nos lo encontramos en las afueras de un pueblecito que estaba a una
hora de Cabool. Era una concentración de caravanas compuesta de unas cincuenta
personas. Supervivientes. Yo me asusté un poco, porque todavía recordaba el
encontronazo con los criminales de antes y eso me hacía desconfiar bastante de otras
personas. Pero a lo lejos se veían mujeres y niños por el campamento, y nos
acercamos. No creo que gente que tenía niños y parecían familias fuesen peligrosos.
Aparcando nuestros coches al lado de sus caravanas, y fuimos hacia ellos. Algunos se
asustaron, y otros, los que se encargaban de proteger el campamento, nos apuntaron
con sus rifles, pero al ver que no éramos No Muertos, dejaron de apuntarnos. Un
hombre algo mayor vestido de vaquero se dirigió hacia nosotros.

- Buenos días.- dijo simplemente aquel hombre. Era de estatura media, con el pelo
blanco cortado a estilo cazuela, y una barba espesa también de color blanco.
- Buenos días.- respondimos los tres.
- ¿Hacia donde os dirigís?- nos preguntó el hombre.
- Hacia Forest Hill. ¿Y vosotros?- le preguntó Tim.
- ¿Habéis oído el mensaje de la radio? También nos dirigimos allí, pero han dejado
de emitir hace dos días.
- ¿Cómo?- le preguntó Jessica. Estaba atónita. Reconozco que yo también lo estaba.
Parecía que ya no existía ningún lugar seguro.
- El mensaje ha dejado de sonar en la radio hace dos días.- repitió aquel hombre, de
forma serena. Parecía no afectarle la desaparición de la emisora que anunciaba una
salvación.- Nosotros lo escuchábamos cada hora, por si cambiaban el contenido del
mensaje. Pero hace dos días, sobre las nueve de la mañana, dejó de sonar. No
sabemos qué ha pasado, pero aun así nos dirigimos hacia allí. No tenemos otro
destino más fiable al que ir.
- ¿Y no tenéis alguna idea de lo que puede haber ocurrido?- pregunté. En mi interior
solo brillaba una idea de lo que podría haber pasado, y no era precisamente un cuento
de rosas.
- No sé, puede que ya no necesiten más refugiados, y que sean suficientes para
construir el bastión. Puede que se hayan quedado sin electricidad por alguno de los
miles de motivos que pueden ocurrir en estas circunstancias, o puede...- el hombre se
calló.
- O puede que estén muertos.- terminé. Era lo que yo pensaba.
- De momento nos aferraremos a la idea de que siguen vivos. Iremos de todas
maneras a Forest Hill, mientras no sepamos a ciencia cierta como están por allí.
- Bueno, si nos lo permitís os acompañaremos.- le dijo Tim.
- Claro, no hay problema. Por cierto, me llamo Harry. Harry Stourkart.- dijo Harry,
con una sonrisa y tendiéndonos la mano a los tres.
- Yo soy Brian.
- Y yo Jessica.
- Tim.
- Bien, ya empezamos a conocernos. Partiremos dentro de una hora, si queréis
desayunar con nosotros...
- Nos encantaría.- le dijimos los tres.

Fuimos a desayunar con casi todo el grupo, que en ese momento estaba desayunando.
Había diez niños, ocho adolescentes, y lo demás eran ancianos y mujeres. Harry nos
explicó que los hombres estaban vigilando por si se acercaban No Muertos. En total,
cuarenta y ocho personas. Harry nos explicó que el venía de Shreveport, y que habían
ido uniéndose a su viaje los demás por el camino. Nos dijo que él era el líder del
grupo, y que se encargaba de organizarlo todo, desde las paradas hasta las órdenes
individuales a cada persona, para que todos tuviesen un cometido. Era un grupo
organizado, y nos dijo que si íbamos con ellos, tendríamos que acatar las órdenes que
él nos diera. Nosotros estuvimos de acuerdo, por lo menos yo, ya que nos
separaríamos al cabo de unas horas. Nos dieron de desayunar un vaso de chocolate
caliente y dos rosquillas. Se notaba que estaban racionando todos los suministros.

- Bueno, ¿y de donde venís?- preguntó Harry, dando un trago a su chocolate.


- Nosotros dos de Memphis.- le dije.- Y a Jessica la recogimos en Bended Free, una
población que está al lado de Memphis.
- Por vuestros trajes veo que sois militares...- dijo Harry, mirándonos de arriba abajo.
- Bueno, yo si, pero él no.- dijo Tim.- Brian era voluntario. Escapamos de Memphis
por los pelos. Además, perdimos a casi todos los que éramos al principio, cuando
paramos en Bended Free.
- Todos hemos perdido a alguien. Hay niños pequeños en este grupo que son
huérfanos, y alguien los ha adoptado sin pensárselo. Y algunos padres han perdido a
sus hijos... cada uno se aferra a alguien. Yo, por ejemplo, me aferro a mi hija, que
perdió a su marido en Texarkana. Nos atacó un grupo numeroso de No Muertos y a él
le atraparon. Tuve que acelerar y no echar la vista atrás, mientras mi hija me
suplicaba que volviese, pero ella sabía tan bien como yo que su marido estaba
muerto. Johnny no se sacrificó en vano, ya que su hija pequeña y su mujer se
salvaron. Todos aquí nos aferramos a alguien, aunque no sea de nuestra misma
sangre, como vosotros... ¿Me equivoco?
- No... no te equivocas.- le dije. Tenía razón. Nos teníamos los tres y nos
defendíamos juntos. La verdad es que para mí Jessica y Tim son casi como hermanos.
Aunque dentro de poco me iré al búnker, y como Harry, me iré sin echar la vista
atrás. Les había dicho que se viniesen, pero si no querían, allá ellos.
- ¡No Muertos!- dijo un hombre que vino corriendo al corro donde todos estaban
desayunando.- ¡A tres minutos al oeste de aquí!
- Bien, que no cunda el pánico.- dijo Harry, calmando a la gente.- Que todos recojan
el campamento, nos vamos cuanto antes. Ayudadnos a recogerlo todo.- Nos dijo, más
bien nos ordenó Harry, pero lo hicimos encantados. Recogimos todas las cosas que
había al lado de la hoguera y varias tiendas de campaña que tenían montadas. En
menos de tres minutos ya estábamos montados cada uno en su vehículo y reanudamos
la marcha acompañados de siete caravanas.

Los No Muertos, unos veinte, llegaron adonde teníamos hace unos minutos el
campamento poco después de reanudar la marcha hacia. Aun teníamos que pasar por
dos poblaciones hasta llegar a Cabool, y me limité a seguir en la manada de
caravanas hasta mi destino. East Plants estaba en llamas y nos costó atravesar la zona,
que estaba cargada de humo y cenizas, y ese olor ya tan familiar a carne quemada
inundaba el ambiente. No sé como había acabado esa ciudad así, pero estaba ardiendo
casi en su totalidad.

Afortunadamente no tuvimos ningún accidente dada la situación, y al rato pasamos


East Plants, dejando una gran nube de humo atrás. No sabía como se habían tomado
la situación de aquella ciudad que hacía nada seguro que fue hermosa, pero en ese
momento era un infierno. Si había supervivientes en esa urbe, seguramente lo estarían
pasando mal ahora mismo. Al rato llegamos a otra población, Tillow Autumns, más
bien pasamos al lado, pero el panorama era totalmente diferente al que habíamos
visto antes. Estaba desierta. Absolutamente desierta. Ni rastro de gente, ni de No
Muertos, ni de nada. Estaba la ciudad intacta, y desde unos prismáticos que tenía en
mi mochila vi que no había ni rastros de batalla ni de saqueo en toda la ciudad. Muy
extraño. Ya faltaba poco hasta Cabool, el lugar donde nos separaríamos.

En poco más de quince minutos llegamos a Cabool, que también estaba como Tillow
Autumns, aunque aquí si que había algo de batalla. Algunas casas estaban medio
derruidas, y de podía divisar desde la carretera un centro comercial que habían
desvalijado por completo. Los carritos de la compra estaban tirados de cualquier
manera por el aparcamiento, y bolsas de basura y plástico inundaban todos los
alrededores. Habían reventado las puertas principales y se notaba que entraron con las
furgonetas dentro para cargar cuanto antes. El convoy hizo un alto, y dejándome
paso, yo seguí la carretera federal 63 a la derecha mientras ellos irían por la 60 a la
izquierda. Me habían dado comida y agua para dos días, así que en suministros no
andaba mal, eso si no tenía que retrasarme por alguna circunstancia. Rezaba para que
no fuese así. Tuve un impulso de dar la vuelta y seguir al convoy que se dirigía a
Forest Hill, pero me corregí mentalmente. No tenían muchas posibilidades de
supervivencia, eso seguro. Con la que está cayendo, lo mejor es esconderse bajo
tierra y salir cuando todo se asiente un poco. Me quedan dos horas y media de
camino, así que terminaré de escribir todo lo que suceda hoy por la noche, cuando
llegue a Jefferson City.

***

Vaya día. Todavía tiemblo de la tensión acumulada en la última hora. Pero


empecemos desde el principio. Seguí con mi camino en solitario desde Cabool. Pasé
por varios pueblecitos y por una ciudad sin problemas, hasta llegar a Jefferson City.
Estaba en las afueras de la ciudad cuando barajé los problemas que podía tener al
cruzarla. El primero: los No Muertos. El segundo: los embotellamientos de las calles.
El tercero: el único puente que cruzaba el río de Jefferson City, el Missouri. Los No
Muertos seguramente me darían problemas, y los cortes en las calles muchos más,
pero si el único puente que cruzaba el río estaba destruido, aunque fuese solo un trozo
estaba jodido, ya que no podría pasar si no era en barca, y dudaba que hubiese alguna
disponible.

Con bastante miedo me dispuse a cruzar Jefferson City. Pasé varios puentes que
atravesaban la carretera, algunos en perfecto estado y otros medio derrumbados por
algunos accidentes, como una monovolumen que había volado desde el puente hasta
la carretera por la que iba, quedando hecha una bola de hierro, llena de sangre reseca.
Había dos cadáveres en avanzado estado de putrefacción dentro del vehículo. Me
alerté un poco, pero ya estaba casi acostumbrado a los cadáveres. Como si hubiese
pasado la vida viendo cadáveres. El problema llegó en un cruce de carreteras que
había justo al lado de la entrada de la ciudad. Estaba lleno de coches estrellados, y
algunos No Muertos asomaban sus cabezas desde los coches que les aprisionaban.
Algunos tenían puestos los cinturones de seguridad, pero eran tan tontos que seguían
intentando salir sin des-abrochárselo.

Afortunadamente, había una salida a la derecha para poder pasar por ese cruce.
Parecía que habían movido los coches manualmente para hacer un paso. Eso podía
significar que había supervivientes en Jefferson City, o podía significar que había
asaltadores, o podían significar muchas cosas, me dije. Lo que me faltaba, que
perdiese la cabeza antes de llegar a mi refugio. Giré a la derecha y luego a la
izquierda, para volver a incorporarme a la 63 lo antes posible. Pasé por un colegio y
por un edificio cubierto de cristaleras, que en ese momento algunas, o mejor dicho,
casi todas estaban estalladas. De algunas caían regueros de sangre seca, y en otros
estaban clavadas varias personas a la altura del corazón, pudriéndose al sol.

Nada mas pasar el edificio de cristaleras, giré a la izquierda para incorporarme a la 63


para cruzar el puente. La gran circunvalación que llevaba al puente estaba llena de
coches estrellados, y algunos puentes estaban destruidos, pero pude pasar
perfectamente, aunque a poca velocidad. Divisé el puente que cruzaba el río a lo
lejos, y para mi satisfacción estaba intacto. ¡Podría pasar hasta Bossland, donde
estaba el búnker del ejecutivo! Después de esto solo quedaban unos veinte minutos
para estar a salvo, al menos por una temporada.

Pero el puente estaba tomado. Lo ocupaban un buen número de hombres armados y el


bloqueo era impenetrable, no como el de Jonesboro, que era más bien una chapuza.
Corriendo, metí el diario en una bolsa de plástico para que no se mojara y me lo
guardé en un bolsillo interior de mi ropa, por un instinto misterioso sabía que me
tocaría ir al agua, vivo o muerto. También me guardé mi hacha, por si acaso. Fui
frenando hasta encontrarme con ellos, que ya me apuntaban con sus armas. Un
hombre alto, vestido con un esmoquin y muy bien arreglado se iba acercando cada
vez más a mi coche. Tenía el pelo negro y liso hasta la parte superior del cuello, ojos
marrones y muy bien afeitado.

- Buenos días, buen señor.- me dijo aquel hombre.- Yo me pregunto, ¿Qué hace aquí
un hombre en una camioneta, solo, y yendo hacia no se sabe donde?
- Voy hacia el norte, donde la plaga aún no ha llegado.- mentí.- O eso dicen...
- No, creo que vas hacia Bossland, ¿Me equivoco?.- dijo el hombre, con una sonrisa.
¿Cómo lo sabía?.- Me llamo Sparky, y trabajo para el Trípode. Sal del coche, por
favor.
- Bien.- le obedecí. Aquel hombre me había intrigado. No me sonaba lo que era el
Trípode, y además aquel tío sabía que me dirigía a Bossland, y quería saber como lo
había averiguado. Aquél cabrón me tenía por los huevos, sabiendo donde estaba mi
refugio.- Me llamo Brian.
- Me da igual.- respondió Sparky de manera grosera.- Verás, Brian, tengo un serio
problema.
- Bueno, en este momento creo que todos tenemos un problema, Sparky.- dije,
sabiamente. La cara de Sparky se puso en tono serio, intimidatorio.
- Jejeje.- me sonrió.- Bueno, este es el problema. Tú ibas con un grupo de cuatro
personas, que se saltaron un control en Jonesboro y matasteis a dos de mis hombres,
¿No es cierto?
- ¿Cómo sabes eso?- Maldita sea. Eran hombres de este tipo, Sparky. Que pequeño
era el mundo, joder...- Esos hombres pretendían violar a nuestra compañera, quitarnos
nuestros suministros y matarnos. ¿Usted qué habría hecho?
- Eso último no me lo contaron, Brian. Antes de matarte, te aseguro que tomaré
cartas en el asunto con respecto a eso. No somos salvajes, a pesar de lo que piensen
muchos de nuestros muchachos... Me lo comunicaron por teléfono. Por muy raro que
parezca, los móviles siguen funcionando, admito que no sé hasta cuando. Después de
que los móviles caigan, tendremos que piratear el Baelnius.- dijo Sparky, más bien
meditando para él mismo. Me acordé que la rama de satélites Baelnius era una de las
dos que AllNess hace unos años soltó al espacio, que tenía como fin poder
comunicarse con cualquier parte del mundo que tuviese acceso a la red Baelnius.-
También me comunicaron dos días después que os unisteis a un convoy que iba hacia
Forest Hill. Tengo infiltrados en el convoy, por eso lo sé, pero al que quieren muerto
es a ti, ya que mataste de un disparo en la cabeza al hermano pequeño del líder del
control, pero no te preocupes de tus amigos, no están en peligro. Aun así, no quiero
mancharme las manos hoy. Me siento... sentimental.- dijo Sparky, haciendo una
pantomima romántica.- Atarle las manos y las piernas, chicos.- dos de sus lacayos me
ataron las manos y las piernas con unas sogas, y la verdad, empezaba a asustarme.-
Bueno, Brian, creo que te vas a mojar un poco.- dijo Sparky, sonriendo. Maldito
cabrón.- ¡Adiós!- y me empujó hacia el agua.

Sentí cómo el aire que generaba mi cuerpo al caer oprimía mi pecho, llenándome de
terror. Si la caída hasta el río no me mataba, el agua se encargaría de ello. Pegué un
gran golpe en el agua cuando caí, que me atontó un poco unos segundos, pero
reaccioné rápido, y sacando del bolsillo de atrás el cuchillo que aún llevaba encima
desde que salí de mi casa en Memphis, empecé a cortar las cuerdas, mientras me
hundía poco a poco en las profundidades del Missouri. Tardé bastante en cortar las
cuerdas de mis manos, más de lo que hubiese querido, y pataleando con insistencia,
debido aque me ahogaba, salí a la superficie. Ya había tragado un poco de agua, y la
primera bocanada de aire me sentó como si fuese gloria. Nadé rápidamente hacia la
orilla y cuando llegué, me di el lujo de quedarme un rato tirado, descansando. Estaba
empapado de agua y cansado, pero no pude permitirme más de dos minutos de
descanso, ya que los cabrones del puente vieson que me había salvado y se disponían
a ir a por mí. Más bien, a rematarme.

Fui corriendo hacia la carretera y busqué un vehículo disponible. El que sea. Había
varios coches abandonados, pero sin las llaves, o con el morro delantero hecho
añicos. Y además estaba el problemón de los No Muertos, que estaban empezando a
aparecer tras notar mi presencia. Tenía que pensar rápido. Vi un bulto rojo al final de
la calle, y sentí una corazonada. Tenía que ir allí a averiguar que era. Cuando iba
llegando, averigüé que era una moto de cross, y además tenía las llaves puestas. Si es
que la suerte a veces me sonríe. La arranqué y me fui a toda velocidad de allí, sin
mirar atrás.

Me metí campo a través por caminos de tierra, hasta que a la hora y media llegué a
Bossland. Estoy escondido en una pequeña casa de las afueras, y mañana me voy a
poner a buscar ese búnker, a ver si es real o no. Tengo la situación exacta de donde
está, y espero encontrarlo pronto. Sino, iré a Forest Hill, aunque con una moto como
esta no sé si llegaré, debe estar a unas tres horas de camino, por lo menos. Recemos
para que el búnker exista.
UN AÑO DESPUÉS
9. SOMBRA

En un año, el mundo entero cambió tanto como si pasasen cien. Las ciudades
sucumbieron a la infección, los estados, los gobiernos... todo lo que el ser humano
creó en miles de años de historia se evaporó como un suspiro, y sólo quedaron unos
cuantos miles sobreviviendo en un mundo hostil y peligroso. Por todo el globo
muchos grupos de supervivientes crearon fortalezas y bastiones para poder
defenderse contra la mayor amenaza a la que se haya enfrentado el ser humano, los
No Muertos, unos seres sedientos de carne humana y deseosos de acabar con lo que
quedaba de la raza. Muchos lo consiguieron, y resistían a la muerte en sus refugios.
Otros muchos eran personas errantes que vagaban por los restos de la civilización
sobreviviendo gracias a los despojos de las ciudades en ruinas, saqueando lo que aún
era útil.

Uno de estos errantes era Sombra, un antiguo Sheriff de AllNess. Desde que todo
empezó, hará un año, no dejó de vagar por el yermo, destruyendo No Muertos y
saqueando los alrededores de las grandes urbes, junto a su hija, Aurora. No dejaron de
hacerlo en ningún momento, solo parando a descansar unos cuantos días en un
bastión, otros cuantos días en otro, viajando de sitio en sitio, de lugar en lugar, pro
todo Estados Unidos. Una vez, incluso llegaron hasta Winnipeg, en Canadá.

En esos momentos estaban en Bossland, una pequeña localidad situada al sur de


Columbia, en Missouri, buscando algo que en La Roca, uno de los mayores bastiones
de NorteAmérica, le encomendaron encontrar. Bossland era una localidad tranquila,
medio desierta, en la que algún No Muerto pululaba por las calles, sin
aglomeraciones de ellos. No les costó limpiar el pueblo, buscando. Cuando Sombra
se cansó de limpiar el terreno, paró su vehículo en las afueras, y miró las indicaciones
que le dio el líder de La Roca para ayudarlo en su búsqueda.

- Papi, ¿Qué haces? Estoy empezando a aburrirme.- dijo Aurora, molesta.


- A ver... según esto, el agujero está en las afueras de Bossland, justo al lado del lago
Ferguson... justo aquí.- dijo señalando un viejo mapa de carreteras.
- Pues vamos ya, joder, me estoy cansando de dar vueltas.
- Será mejor que no me irrites, Aurora. Sabes lo insoportable que me pongo cuando
alguien me aprieta las tuercas.- dijo Sombra intimidando a Aurora con la mirada.
- Lo siento, papi.

Los dos se dirigieron hacia el punto que Sombra marcó en el mapa, y se detuvieron
en la entrada de una finca, donde alguien hace tiempo se estrelló con una moto.
Sombra la inspeccionó, y entre sus restos encontró un pequeño cuaderno envuelto en
plástico, protegido de la intemperie.

- Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí?- Ya estaba anocheciendo, y Sombra se alegró de


haber encontrado algo, tras todo un día de búsqueda.
- ¿Qué es, papi?- dijo Aurora, que también lucía una sonrisa satisfecha de haber
encontrado algo.
- A ver...- aquel hombre lo abrió, y empezó a leerlo.- Vaya, vaya... es un diario. Y es
de hace un año, cuando empezó la plaga. - Tardó un rato, y cuando terminó de leer le
comentó a la niña.- Aurora, según este diario, hay un búnker cerca de aquí. ¿Quieres
que lo busquemos? Será como buscar el tesoro.- su padre la sonrió.
- ¿Hay chocolate dentro de ese agujero?- preguntó Aurora, emocionada.
- Por supuesto. Al menos hay una tableta esperándote.- mintió Sombra.
- ¡Busquemos entonces ese agujero, papi! Pero matemos antes unos cuantos
podridos, pooorfiiii.- le suplicó la niña.
- Está bien. Eres una glotona.- le dijo su padre.
- Como tú, papi.

Y juntos, dándose la mano, se dirigieron a Bossland a matar unos cuantos No


Muertos antes de buscar el búnker, porque Sombra, al leer ese diario sabía
exactamente donde se encontraba.
10. ALTAIR

El sol abrasaba la cabina donde estaban acomodados, en un avión del ejército. Altair
se llevó una botella de agua a la boca y echó un pequeño trago. Se la guardó, y volvió
a repasar por enésima vez los planos que le dio Elliot AllNess cuando le informó de
los detalles de la misión. El plano marcaba a 40 kilómetros al oeste de El Cairo una
posición justo en un carretera en la que se estrelló un avión lleno de suministros, unos
días después del comienzo de la plaga. Elliot los envió para recuperar un disco duro
del avión en el que venían los archivos de las rutas de vuelo de todos los aviones del
mundo ese día.

Si Elliot estaba en lo cierto, ese avión les diría en qué país habían descargado
suministros todos los aviones que volaron el día en que Hannover fue borrada del
mapa. Todos los viajes en avión desde entonces se dedicaban exclusivamente al
reparto de suministros, hasta que poco a poco, casi toda la raza humana desapareció,
y Elliot se intuía que todos los suministros fueron a parar a un lugar en concreto.
Altair tenía la sospecha de que Elliot buscaba algo más que comida, agua o
medicinas. De eso tenían suficiente en Nuevo Edén, y no valía la pena recorrer medio
mundo para unos cuantos miles de toneladas. Solo en el transporte machacarían tanta
gasolina como la necesaria para labrar todos los campos que rodeaban al bastión
durante al menos dos años. No, tenía que haber otros motivos, seguro.

Nuevo Edén era un bastión inexpugnable, situado en una península al norte del lago
Tanganika, en el centro de África. Su construcción empezó mucho antes del
apocalipsis, y en principio el objetivo de este complejo fue servir de almacén
gigantesco de metales pesados. Una vez empezó el apocalipsis la corporación
AllNess redirigió esas instalaciones para poder alojar a los miles de personas que en
esos momentos huían de la infección. En un tiempo récord evacuaron las poblaciones
cercanas, y más tarde construyeron en ellas granjas de cultivo para poder alimentar a
la población de Nuevo Edén. También construyeron diversos puertos de pesca para
poder sustentarse gracias al lago. En definitiva, no les faltaba ni comida ni agua, y
vivían holgadamente sin pasar penurias. Para lo que sí hacían incursiones de
suministros era para conseguir medicinas, que sí escaseaban en Nuevo Edén.

Altair no sabía porqué le mandaron a por un disco duro a tantos kilómetros de


distancia, y tampoco se preguntaba el porqué. Nunca lo hacía. Antes del comienzo de
la plaga, Altair era coronel del ejército de Egipto, y con una buena carrera militar. Fue
uno de los pocos que sobrevivió de Egipto cuando la plaga asoló el país. Cuando
llegó a Nuevo Edén, aún estaba en construcción, y tuvo que ayudar de peón de
albañil, de electricista y unas cuantas cosas mas. Cuando estuvo totalmente
reconstruido, Elliot le nombró miembro de la brigada de Operaciones Especiales,
junto a otros once hombres y mujeres. Les entrenó para luchar contra los No Muertos,
y en cuestión de dos meses estuvieron listos para cumplir misiones fuera de Nuevo
Edén.
En una misión altamente peligrosa, unos meses atrás, en la que tenían que proteger a
los constructores que reforzaban la seguridad de un pozo petrolífero, salvó a tres de
sus compañeros de una muerte segura abatiendo con una ametralladora a un grupo de
No Muertos que casi estaban encima de ellos. Ese día murió el líder de la brigada de
Operaciones Especiales, y Elliot, tras estudiar su carrera militar y sus logros, le dio el
liderazgo del grupo. Desde entonces cumplieron misiones similares, protegiendo
pozos petrolíferos para reforzarlos contra las hordas de No Muertos. El petróleo era
un elemento indispensable para la vida, tanto como la comida y el agua, y debía ser
protegido a toda costa.

Esta misión era bastante diferente. Nunca, en ninguna misión viajaron tan lejos al
norte. El plan era el siguiente. Soltarían a todo el equipo en el punto señalado con dos
Jeeps, cogerían el paquete e irían a toda pastilla hasta el aeropuerto de El Cairo, que
según el satélite estaba desierto.

Una luz verde indicó en la cabina que era el momento del salto. Se veía desde el cielo
el avión partido por la mitad esparcido por la carretera. El calor que emanaba del
desierto impactó a Altair en toda la cara, mientras caía a toda velocidad hacia la
arena. Antes de llegar al suelo activó el paracaídas y cayó suavemente en el suelo.
Cogió su rifle de asalto AK 47 y se revisó el equipo. Tenía un traje hecho de una fibra
anti-mordeduras y cortes de color violeta y con el símbolo de AllNess en el pecho.
Por todo el traje tenía cinturones con cuchillos, cargadores y una botella de agua. Era
el equipamiento estándar del grupo de Operaciones Especiales de AllNess. Los demás
aterrizaron a unos metros al lado suya, y quitándose los paracaídas fueron andando
hacia el avión.

Estaba partido a la mitad, semienterrado en la arena del desierto, que poco a poco
sepultaba los restos del avión. La carretera apenas se veía gracias a la arena del
desierto que también la engullía. Altair estaba seguro que dentro de un año más,
desaparecerían en la profundidad de las dunas. Cuando llegaron a la cabina de los
pilotos pudieron ver que dentro yacían el piloto del avión y su ayudante, secos como
un palo. Parecían momias, y no se veía rastro de líquidos o gusanos. Las altas
temperaturas del desierto impidieron que afloraran los gusanos y demás rasgos de
putrefacción de los cadáveres, pero tras un año a la intemperie, Altair no esperó
encontrar nada de aquello en los cuerpos. Empezó a dar órdenes sin perder el tiempo.

- Bolts, Jack, id por el Jeep. Mohammed, Khathúm acompañadme y cubrid la entrada


del avión. Entraré a comprobar que el paquete está donde debe.
- ¿Por qué entrada, señor? El avión está casi enterrado.- dijo Khathúm.
- El avión también está partido por la mitad. Entraremos por la partición. En marcha.

Bolts y Jack fueron hacia donde había caído el Jeep para arrancarlo y recoger a los
demás cuando recogiesen el paquete. Dentro del avión entró bastante arena con el
paso del tiempo, pero aún estaban los asientos de los pasajeros, desocupados y
pudriéndose a la intemperie de este desierto. Eso le dio a Altair mala espina, debía
estar lleno de cadáveres, siendo un avión comercial. Había varios envoltorios de
comida por el suelo, medio descompuestos, y la puerta de la cabina del piloto estaba
entreabierta, dejando pasar algo de luz hacia el interior del avión. Las ventanillas de
los pasajeros estaban casi enterradas por completo, y supuso que en la otra parte del
avión irían parte de los suministros de los que le habló Elliot. Altair no esperaba
encontrar nada de utilidad salvo el disco duro, teniendo en cuenta que los calores del
desierto habrían hecho papilla los alimentos.

Abrió la cabina del piloto con un chirriar bastante desagradable, y empezó a buscar
en la cabina aquel disco duro que le había dicho Elliot. Ignoró los cadáveres que
estaban sentados en la cabina, y tras un rato de búsqueda lo encontró. Estaba en una
pequeña bolsa de cuero debajo del asiento de copiloto. Cuando lo cogió y se dispuso
a salir afuera, un grito desgarrador salió de la apertura por la que entró en el avión.
Altair fue corriendo hacia la apertura, con el rifle a punto, y vio un No Muerto que
estaba devorándole el cuello a Mohammed. Khathúm había huido hacia el Jeep,
dejando a su compañero a merced de los No Muertos. Tendría que informar de eso,
porque como consecuencia de su error había muerto Mohammed. El No Muerto le
arrancó medio cuello de un mordisco. Antes, eso supondría su muerte, y además no
había cura si te mordían. El traje de AllNess era resistente, pero solo para mordeduras
leves, si uno de ellos se te echaba encima como le pasó a Mohammed, estas perdido.

Pegó un tiro en la cabeza al No Muerto y a Mohammed, para evitar que siguiera


sufriendo. Salió corriendo del avión con la adrenalina en las venas y la imagen que se
encontró fue desoladora. Cientos de manos emergían de la arena, intentando salir de
ella. Algunos No Muertos ya habían salido de la arena cuando el Jeep se le acercó a
toda velocidad y le recogió. Altair más bien saltó a la parte de atrás mientras una
mano intentó arrastrarlo hacia el fondo de la arena. El Jeep se alejó a toda velocidad
de aquel sitio, siguiendo la poca carretera que quedaba a la vista que conducía hacia
la ciudad de El Cairo.

- Señor, ¿Lo ha conseguido?- le dijo Jack a Altair.


- Si.- se sacó el disco duro de su chaqueta, mirándolo detenidamente. Era un disco
duro normal de los que se vendían en cualquier centro comercial, solo que era de
cuarenta Terabytes, y protegido por una bolsa térmica especial, para que las altas o
bajas temperaturas no friesen los circuitos. Debía de tener mucha información que les
vendría de perlas, y se lo volvió a guardar en la chaqueta.- Khathúm.- se dirigió al
soldado que le había abandonado en el avión.- Después de esta misión quedas
relevado de tus funciones y tendrás una suspensión de sueldo de tres meses. AllNess
decidirá si mereces algún castigo penal.
- Si, señor.- dijo Khathúm con la cabeza agachada. Sabía que se lo merecía.
- Señor, una pregunta. ¿Por qué arriesgar la vida por un disco duro? No nos dijeron
el por qué de esta misión.- Dijo Bolts.
- Ni a mí tampoco.-dijo Altair. Elliot le advirtió de ello antes de comenzar la misión.
“No me preguntes qué hay en el disco duro, porque no te voy a responder. Nadie debe
saberlo, ni tus hombres ni tú. Es información muy vital para mí, no debo dejar ningún
cabo suelto. Espero que lo comprendas.” Altair no lo comprendía, pero él no era de
los preguntones. Recibió órdenes, que era lo único que necesitaba.- A mi me
ordenaron recuperar un disco duro y eso es lo que he hecho. Mi deber no es
preguntar, sino obedecer. ¿Qué tal va el Jeep?- le preguntó a Bolts, que iba
conduciendo.
- Perfecto, señor. Ni un problema por ahora, anda perfectamente.
- Bien, sigue conduciendo. Yo me voy a echar un rato.

Aún faltaba al menos media hora para llegar al aeropuerto de El Cairo, y Altair
intentó dormir un poco en la cabina del Jeep, pero no pudo ni estar a gusto. El calor
sofocante hacía que sudase a chorros y eso sin contar los mosquitos y demás bichejos
voladores que le estaban molestando la siesta. Además, estaba la muerte reciente de
un miembro de su equipo. Maldito Kathúm. Altair esperaba que Elliot le diese un
castigo ejemplar, para que los aspirantes al equipo de Operaciones Especiales
supiesen donde se estaban metiendo, nada más ni nada menos que en la élite de
Nuevo Edén, y que tenían que dar la talla bajo todas circunstancias.

Al cabo de diez minutos desistió de dormir un poco y miró el horizonte, esperando


divisar la ciudad de El Cairo. Poco a poco se iban apareciendo las siluetas de los
edificios a lo lejos. La operación se planeó todo calculando hasta la más mínima
variación, y un helicóptero los estaba esperando al principio de la carretera que
entraba a El Cairo. Al llegar al aeropuerto, unos mecánicos de AllNess arreglaron un
helicóptero de los muchos que había en el aeropuerto, para que no tuviesen que
atravesar la ciudad por tierra. Por tierra, y encima por una ciudad tan grande y tan
densamente poblada, era un camino muy peligroso, casi suicida. Según los últimos
datos existentes, El Cairo tenía más de diecisiete millones y medio de habitantes al
comienzo de la plaga, sin contar a los miles de refugiados que llegarían de otras
zonas, pensando que en El Cairo estarían más seguros. Sería una locura intentar pasar
por tierra. Montaron en el helicóptero a prisa porque se estaban acercando bastantes
No Muertos a las inmediaciones, atraídos por el ruido del helicóptero. Cuando el que
lo pilotaba vio que faltaba Mohammed, ni se molestó en preguntar.

Se dirigió hacia el aeropuerto sin decir palabra, mientras Altair y su equipo observaba
la ciudad de El Cairo. Había partes que parecían que no había pasado el tiempo, y
otras que eran auténticos infiernos. Barrios enteros ennegrecidos por las llamas, y
varias zonas en las que parecía que cayeron bombas, tiempo atrás. El único cambio
positivo que observó Altair fue que la típica nube de humo que siempre estaba
encima de la ciudad brillaba por su ausencia, dejando un cielo azul sin una nube a la
vista. No tardaron ni diez minutos en llegar al aeropuerto y al sitio donde estaba
aparcado su avión. Allí estaban disparando unos cuantos soldados a los No Muertos,
que se apilaban en las verjas que los separaban del avión y sus defensores. Parecía
que estaba a punto de derribarse la verja. El piloto del helicóptero se dio cuenta, y
aterrizó con bastante prisa prisa, dando un golpe fuerte en el suelo, casi
desestabilizando el helicóptero.
- ¡Habéis legado a tiempo! ¡Venga, entrad, están a punto de derribar la verja!- les
dijo uno de los soldados que estaba disparando hacia la verja, derribando a unos
cuantos No Muertos al suelo.

Ya había un piloto en la cabina del avión iniciando el despegue cuando se derrumbó


la verja y los No Muertos fueron en dirección hacia el avión. Pero este ya estaba
despegando con todos los soldados del equipo de Operaciones Especiales dentro,
rumbo a Nuevo Edén. Altair fue a por su ordenador para hacer un informe de la
misión. Siempre, después de cumplir su objetivo, elaboraba un informe detallando el
transcurso de la operación para presentárselo luego a Elliot.

24 de Junio del año 2.039


El Cairo, Egipto
Misión Nº 97
Recogida de datos.
Equipo de Operaciones Especiales
AllNess Corporation
Sargento Altair Ahmad

La operación de dividió en dos flancos: El aeropuerto y el avión accidentado.

Aeropuerto: Al llegar al aeropuerto el aterrizaje fue un éxito, y la manipulación


de un helicóptero para transportar a los soldados del punto de recogida en las afueras
de El Cairo también fue un éxito. La reparación del helicóptero duró 3´59 minutos,
menos del tiempo estimado. La presencia de No Muertos era alta, y se gastó casi toda
la munición existente. En el aeropuerto no hubo bajas.

Avión accidentado: Todos los soldados aterrizaron sin problemas en paracaídas,


justo en el punto marcado en el que se encontraba el avión accidentado. La presencia
de No Muertos en el avión era nula, a simple vista. Se procedió a la recuperación del
paquete, que estaba en el sitio previsto y concordaba con la descripción recibida en
Nuevo Edén. Cuando se recuperó el paquete, una marea de No Muertos empezó a
emerger de la arena. En este ataque hubo una baja y un desertor ocasional. El soldado
Khathúm abandonó a su compañero a merced de los No Muertos, corriendo hacia el
Jeep y haciendo caso omiso a las voces de socorro del soldado Mohammed, que
resultó abatido. La retirada del lugar fue relativamente fácil, y el viaje hasta el punto
de recogida duró 28´35 minutos. En el viaje hasta el aeropuerto divisamos toda la
ciudad de El Cairo, con varios barrios calcinados por las llamas y algunos
aparentemente en buen estado. El despegue desde el aeropuerto transcurrió sin
problemas.

Resultado: El paquete ha sido recuperado. Una baja y una deserción


momentánea. Pido para el soldado Khathúm el cese de su rango como Soldado de
Operaciones Especiales y una suspensión de sueldo de tres meses. El castigo penal lo
dejo en manos del Presidente Elliot AllNess.
El viaje en avión hasta el Nuevo Edén duró cinco horas, y aterrizaron en el
Aeropuerto Perfidia, situado en el suroeste de Nuevo Edén. Nada más llegar, se
sometieron a un análisis de sangre por si habían contraído el virus. Cuando
comprobaron que no estaban infectados, todos salieron hacia la sede de Elliot, el
edificio Charget, en el barrio Nexus. Era uno de los cinco rascacielos que existían en
Nuevo Edén, y el más alto.

El edificio Charger, además de la residencia de Elliot, era el corazón político y


financiero del bastión. La torre tenía la forma del símbolo de AllNess, una gran A que
emulaba la forma de una montaña con un sol magenta saliendo de ella. Cuando llegó
a la torre, se dirigió a la gran recepción situada en la planta baja del edificio, y pidió
audiencia con Elliot. Esperó sentado en una pequeña sala de espera acomodado en un
sillón y leyendo el periódico semanal de Nuevo Edén. En el periódico no ponían nada
fuera de lo corriente, sino noticias de sucesos más bien sociales y culturales en los
distintos sectores que estaba dividida la ciudad de Nuevo Edén. No le gustaba mucho
el periódico, y lo que solía mirar era qué película iban a emitir por la noche en la
televisión. También tenían televisión, con dos canales. Uno de noticias, que emitía de
las doce de la mañana a las tres de la tarde, y de las nueve a las diez de la noche. El
segundo canal lo usaban para emitir series de televisión de antes del apocalipsis y
películas. Tenían una colección de unas mil películas, y en sus viajes Altair intentó
recuperar más para colaborar en la televisión. A Altair le encantaban las películas,
sobre todo de misterio e intriga.

Le llamaron en cinco minutos y una recepcionista le pidió que subiera en el ascensor


hasta la oficina del señor AllNess. Cuando entró en la oficina, Elliot estaba mirando
por la cristalera gigante que adornaba toda su estancia la ciudad. Estaba como
siempre. Su esmoquin negro con el símbolo de AllNess en el pecho, peinado con el
pelo hacia atrás, bigote y perilla muy recortada, y una sonrisa tímida que inspiraba
confianza hacia los demás. Aunque eso sí, era un cyborg, y siempre tendría el mismo
aspecto.

- ¡Altair! He visto cómo llegabais en el avión. Espero que haya sido un viaje ameno.-
estrechó la mano a Altair.- Está bien, a ver ese informe primero.
- Si, señor, aquí tiene.- Altair imprimió el informe antes de ir a la Torre AllNess.
Siempre, después de una misión, el informe se lo presentaba en papel directamente a
Elliot.
- Bien.- dijo, leyendo el documento.- Vaya, eso no me lo esperaba.- terminó de leer
el documento y miró a uno de los soldados que custodiaban su oficina.- Soldado
Higgins, vaya a la residencia del soldado Khathúm, de Operaciones Especiales, y
deténgalo. Tendrá una pena de cárcel de tres meses mas lo impuesto por el sargento
Altair.- El soldado se fue a cumplir sus órdenes.- Altair, no podemos permitirnos
tener endebles en Operaciones Especiales, tú bien lo sabes, y mira lo que te ha
pasado. Diste el visto bueno a aquellos hombres.
- Lo sé, señor. No vi que Khathúm no valía. En el entrenamiento demostraron mucha
valentía, pero hasta que no tienes a un No Muerto en la cara frente a ti no sabes si
valen para este cometido. Sugiero que la fase final del entrenamiento se modifique y
que sea una experiencia directa con los No Muertos. Es la única solución posible a
este problema, señor.
- Si, supongo que es lo mejor. Por cierto, ¿Tienes el disco duro? En el informe dices
que lo habías recuperado.
- Por supuesto, señor. Aquí tiene.-Altair se sacó el disco duro de la pequeña mochila
en la que lo guardó, y de lo dio a Elliot.
- Perfecto. Si, creo que es este.- dijo Elliot con una sonrisa.- Este pequeñín nos dará
datos suficientes como para encontrar un tesoro, Altair.
- Señor, ¿Está seguro que tiene esos datos que busca? Es más, ¿Está seguro de que
funciona?- Altair dudaba de ello. El disco duro estuvo medio a la intemperie un año
entero, soportando las altas temperaturas del desierto.
- No estoy seguro de nada hasta que haya revisado el disco duro junto con Tornado.
Te doy una semana libre y tres mil créditos para que te tomes unas buenas
vacaciones.- La moneda de Nuevo Edén era el crédito, una moneda que inventó Elliot
a comienzos del apocalipsis, que equivalía a dos dólares y medio, más o menos.
Altair sabía que muchos bastiones alrededor del mundo, sobre todo los que tenían
influencia de los Sheriffs de AllNess, usaban la misma moneda.- Dentro de una
semana contactaré contigo.
- Si, señor. Gracias, señor.

Sin decir más, Altair se fue hacia su casa en el distrito de Yathos, la zona más lujosa
de todo Nuevo Edén. Ese distrito se componía en su mayoría de chalets preparados
con todos los lujos del momento, o más bien de los mejores lujos que se disponía en
Nuevo Edén, situado justo en la punta de la península, y con acceso a la orilla del
lago. Disfrutaban de electricidad sin restricciones, la mejor comida sin restricciones y
varios bares de copas y locales de alterne. Pero Altair quería estar solo en su casa,
esperando a que Elliot le llamase para otra misión. No tenía ganas de nada, desde que
perdió a toda su familia en los primeros días de la plaga. En Nuevo Edén llamaban a
esos días, más bien a los primeros meses desde que todo empezó a desmoronarse, “El
Apocalipsis”, debido a que en esos meses se perdió al noventa por ciento del total de
la población mundial, según los análisis más benévolos. Los que quedaron vivos se
enfrentaban a un problema tras otro, problemas que desde hace tiempo la humanidad
no se había enfrentado: la escasez de alimentos y demás cosas, como medicamentos,
agua, refugio... Lo más importante y por lo que más se pagaba en los bastiones eran
la comida, el agua, la gasolina, los medicamentos y la electricidad. Cosas que antes
de la plaga eran muy sencillas de conseguir, y casi nadie las daba mucha importancia.
“Nadie es consciente de lo que tiene hasta que lo pierde”, pensó Altair.

Algunos bastiones tenían algún excedente de estos productos, y comerciaban con


otros bastiones cediendo excedentes y reclamando productos que escaseaban en sus
bastiones. Altair sabía que este intercambio de suministros se llevaba con mucho auge
en NorteAmérica y Europa, donde había varios bastiones expandidos por todo el
territorio. Nuevo Edén tenía excedentes de todo menos de una cosa: Alimentos. En
estos momentos estaban buscando nuevos mercados que tuviesen excedente de
alimentos para comerciar. El problema era que casi ningún bastión tenía excedentes
de ningún producto, y que el bastión más cercano a ellos era el bastión de
Antananaribo, en Madagascar, una isla libre de No Muertos.

Altair estaba meditando todo esto en su casa, bebiéndose una botella de Whisky.
Llevaba toda la semana de borrachera en borrachera, todas en su casa. Al quinto día
dejó de beber, porque quería encontrarse en buena forma para cuando lo llamase
Elliot. Echaba de menos a su familia, a sus padres y a su mujer... no se había
recuperado del todo, y lo único que lo despejaba era estar en una misión, con la
mente ocupada. Tres días después de dejar de beber Elliot lo llamó a su teléfono fijo.

- ¿Si?- dijo Altair, todavía con algo de resaca.


- Altair, soy Elliot.
- Dígame, señor.
- Ya tengo destino para tu equipo. Reúne a tus soldados y ven cuanto antes a la torre
AllNess.
- Si, señor.

No le dijo nada más, y como buen soldado, Altair llamó uno a uno a su equipo. Bolts
estaba en su casa, dándole el biberón a su hija de tres meses. Bolts también perdió a
toda su familia en “El Apocalipsis”, pero conoció a Yasmina unos meses después en
Nuevo Edén y rehízo su vida. Altair todavía no había conseguido recuperarse. A Jack
fue más difícil de encontrarlo. Tras llamar a su casa, su hermana le dijo que se había
ido al “Paraíso Rosa”, uno de los mejores locales de alterne del distrito Yathos. Llamó
al teléfono del local, y tras dar su nombre le pasaron a la habitación en la que estaba
con una prostituta. Menudo pillo. Le contestó que iría a la Torre AllNess en media
hora, y Altair no protestó. Si iban a ir lejos, más vale que se quedase a gusto, ésta
podría ser la última ver que fornicase.

Altair fue a buscar a Bolts andando. Eran vecinos, desde que se conocieron en el
equipo de Operaciones Especiales de AllNess fueron uña y carne. Para Altair, era lo
más parecido a un hermano en Nuevo Edén. Bolts era de el Congo, y antes del
apocalipsis fue militar, como Altair. El chalet de Bolts estaba a tres chalets a la
izquierda del suyo, todos casi idénticos. Fueron andando juntos a la torre AllNess, y
tras pasar varios controles de los distritos, llegaron a la la zona de los rascacielos.
Elliot los esperaba en su despacho, y cuando entraron vieron que Elliot no estaba
solo, sino que había dos hombres y una mujer más en su oficina. Altair se extrañó. Él
era quien organizaba su equipo, sometiendo a los candidatos a un test de combate y
psicología, minuciosamente analizado por él.

- Buenas tardes, chicos. ¿Qué tal la semana?- les preguntó Elliot amablemente.
- Bien, señor.- respondió Altair.- Me he quedado en casa toda la semana,
reflexionando para la próxima misión.
- Como siempre, entonces.- le respondió Elliot con una sonrisa. Sabía que desde que
llegaba de una misión hasta que partía a la siguiente bebía todo el tiempo. A Elliot no
se le escapaba una.- Supongo que la mayoría de tu paga se la has dado a Bolts.
- Él lo necesita más que yo, señor.
- Siempre le digo que se lo quede.- respondió malhumorado Bolts.- Pero insiste tanto
que termino cogiendo el dinero.
- ¿Y qué tal tu hija, Bolts? Amanda, creo que se llama.- le preguntó Elliot a Bolts.
- Muy bien, señor, gracias por preocuparse. Está creciendo sin problemas, y tiene
medicamentos suficientes y atención médica. Es gracias a Altair que tiene tantos
cuidados.- dijo Bolts agradeciéndoselo a Altair.
- Bien, me alegro.- dijo Elliot, finalizando la conversación. - Ya hemos analizado el
disco duro, y tenemos datos suficientes para mandaros a un lugar en concreto. Pero
antes, dejadme que os presente a vuestros nuevos compañeros. Este hombre tan alto
es Suléiman, esta entrenado en casi todas las artes de combate y es un experto en
armas de fuego de corto alcance.- Suléiman era un armario. Medía sus buenos dos
metros y era todo músculo.- Esta chica se llama Kira. es una experta en artes de sigilo
e infiltración. Además, sabe usar katanas y armas de ese estilo con mucha maestría.-
Kira era una chica que aparentaba unos veinte años, muy atractiva, con un pelo negro
y rizado que le caía hasta media espalda. Pero había algo en esa chica que no le
gustaba a Altair. Algo no encajaba con esa chica.- Y este otro es un lugarteniente mío,
uno de los Sheriffs de AllNess, y el único que tengo a mi disposición en este
momento. Es un maestro en casi todas las artes de combate, y además su agilidad,
fuerza y destreza es diez veces mayor que la de un ser humano normal y corriente.-
Altair nunca había visto a uno de los famosos Sheriffs de AllNess, y ahora que estaba
frente a uno no lo decepcionó. Tornado, averiguó en su mente memorizando las veces
que Elliot le mencionó en su presencia. Este hombre medía un poco más que
Suléiman, pero su musculatura no era tan marcada. Llevaba puesta una gabardina
negra y un sombrero cordobés negro y algo deteriorado. Cuando le miró, vio que sus
ojos eran color verde ciénaga, del mismo color que los de los No Muertos. Realmente
era un ser siniestro.- Se llama Tornado, por si no lo he dicho.
- Un placer conocerlos.- dijo Altair.- Ahora estáis bajo mi mando, y si queréis
progresar tendréis que seguir mis órdenes. Lo digo también por usted, Sheriff.-
Joseph y Altair se fulminaron con la mirada. Joseph se tomó una pastilla que sacó del
bolsillo. Altair tenía entendido que los Sheriffs eran SuperHumanos, y se preguntó
para qué necesitaba medicarse.
- Bueno, vayamos a los puntos de la misión.- dijo Elliot, cortando ese momento algo
tenso.- Altair, en el disco duro, después de revisarlo, encontramos mucha más
información de la prevista, que nos ha podido facilitar donde está un maletín con
unos archivos muy importantes, que decidirán el destino de la raza humana. Son unos
archivos que nos facilitarán proteger a todos los humanos que quedan vivos en todo
el globo terráqueo.
- ¿Y en qué país está ese tesoro, si puede saberse?

Elliot dirigió una sonrisa a todos mientras se disponía a dar el nombre de la ubicación
del tesoro.
- España.
11. STUART

Una luz blanca se extendía en su mente mientras abría los ojos por primera vez. Una
masa pringosa cubría todo su cuerpo desnudo mientras hacía los primeros
movimientos de su existencia intentando salir de la cámara en la que estaba
encerrado. Cuando consiguió abrir la puerta de la cámara, cayó al suelo en un
momento de desequilibrio. Poco a poco fue adquiriendo control sobre su cuerpo y el
entorno que le rodeaba. Era un pequeño laboratorio poco iluminado, en el que las
luces de emergencia eran las únicas que daban luz, mas un ordenador en el centro que
aún estaba encendido. Al lado de ese ordenador había un altavoz que empezó a
hablarle.

- Sujeto Zero, por favor, acércate al ordenador.- le dijo una voz robótica. Él se
acercó, temeroso de lo que podría pasar.- Bien, coloque su ojo derecho en la apertura
central del ordenador, por favor.- él hizo caso a la voz.

Nada más colocar el ojo en aquel agujerito, un rayo láser violeta inundó su retina y un
torrente de información empezó a inundar su mente. Primero le llegó información de
la plaga, sobre cómo había arrasado el mundo y los diversos refugios y bastiones que
podía haber o que existían en Estados Unidos. Luego llegó la información de
supervivencia. Desde cómo arreglar un coche de mil maneras posibles, hasta la
preparación de armas y utensilios de millones de cosas. A los pocos segundos el
ordenador dio paso a la información personal. Se llamaba Stuart, era un Cyborg, y su
creación y reanimación tenían un propósito: buscar un gran almacén de Cyborgs
enterrado en Atlanta, Georgia, con el fin de reanimar a todos los Cyborgs allí
enterrados, que podían ser unos veinte mil. Mientras esperaba a que cargase toda la
información su cabeza, no dejó de preguntarse el porqué de su cometido. Toda la
historia de la humanidad, desde sus orígenes hasta la actualidad, la supo en unos
segundos, gracias a lo que era, un Cyborg.

Cuando se terminó de cargar toda la información, Stuart apartó el ojo del ordenador,
que inmediatamente se apagó, dejando solo las luces de emergencia operativas.
Buscó algo con lo que vestirse y fue hasta la puerta situada al final de un pasillo en
aquella sala. Estaba cerrada, pero de una patada abrió la puerta y la desplazó varios
metros hacia afuera. Era un Cyborg, y su fuerza, agilidad y demás triplicaba a la de
un ser humano corriente. Al salir, la luz del sol bañó su cuerpo. Stuart era calvo,
como casi todos los Cyborgs, y lo poco que había encontrado para vestirse en aquella
sala apenas le servía. Solo llevaba puesta una bata de laboratorio. Sintió el calor
cuando estuvo fuera, y estupefacto, miró a su alrededor.

El panorama que se encontró era desolador. La mayoría de los edificios estaban


semiderrumbados, y un buen tomo de escombros inundaba todas las calles. La
naturaleza empezaba a abrirse paso por la ciudad, y varios árboles ya emergían de los
sitios más recónditos. Una imagen totalmente diferente a la que tenía en su cabeza.
Supo que estaba en la antigua ciudad de Denver, en Colorado, porque reconoció las
ruinas de uno de sus edificios más grandes, el Republic Plaza. Era una imagen
totalmente diferente a la que poseía en la cabeza, una Denver poblada, llena de vida
y ruido, coches y gente. Mientras caminaba por la calla adyacente al laboratorio, las
dos imágenes se colapsaban, la antigua y la nueva, y no sabía decir cuál era real. Se
intentó despejar la cabeza y se concentró en el presente, por mucho que le doliese.

Cuando ordenó sus ideas, se fijó en aquellas cosas. Parecían humanos, pero Stuart
sabía que no lo eran. Eran los cuerpos muertos de las víctimas de la plaga, que por
alguna razón que el ordenador no le explicó, todavía andaban y se movían, dispuestos
a atacar a los humanos supervivientes. Pese a todo, no pudo evitar ir a intentar hablar
con alguno de ellos. Fue hacia uno en particular que tenía solo un brazo. La ropa que
vestía estaba podrida, y su cuerpo lo tenía manchado de sangre reseca.

- Disculpe, ¿quiere que le ayude?- le preguntó Stuart. Aquel ser seguía con la mirada
perdida en el cielo, haciendo caso omiso a lo que decía Stuart. Fue a tocarle, pero casi
ni le tocó cuando aquel ser le apartó la mano de un manotazo con el brazo que le
quedaba. El ordenador también le informó de que aquellos seres no le harían daño
alguno, porque Stuart era un máquina, por mucho que se pareciese a un ser humano.
No pudo evitar asustarse, y corrió un poco, alejándose de él.

Dejó a aquel infeliz donde estaba y fue hacia el punto seguro más cercano, que sabía
su localización gracias al ordenador. Cuando se extendió la plaga, el gobierno
organizó puntos seguros en casi todas las ciudades NorteAmericanas con el fin de
proteger a los No Infectados, pero de eso hacía ya más de un año, si las fechas del
ordenador estaban correctas. Stuart dudó que ese punto seguro estuviese operativo
dada la gran masa de No muertos que había en la zona, pero aun así fue a
comprobarlo. Siguió caminando hacia el norte por calles atestadas de No Muertos,
pasando entre ellos como si nada. A los veinte minutos de estar andando encontró en
un pequeño barrio una tienda de ropa intacta, con el escaparate sucio, pero el interior
prácticamente sin destrozar. Era una tienda de ropa de chaquetas y esmóquines de
boda. Stuart se hartó de mirar y finalmente se decantó por un esmoquin blanco con el
pantalón negro y unos mocasines negros. Además, era uno de los trajes que mejor
estaban conservados.

Siguió caminando con esa indumentaria durante otros veinte minutos hasta que llegó
al punto seguro de Denver. Un inmenso Cráter de por lo menos doscientos metros de
diámetro estaba pintado como una diana en el centro del amurallado que rodeaba el
punto seguro, y miles de esqueletos lo rodeaban. El cráter también estaba lleno de
huesos y calaveras. Stuart, sin poder evitarlo, dejó que unas lágrimas silenciosas
cayeran por sus mejillas, porque aunque en realidad no era un ser humano, estaba a
poco camino de serlo. Viendo esto, se preguntó si aún quedaba algún humano vivo
sobre la faz de la tierra.

Cuando se recuperó, fue a buscar algún concesionario de coches en las afueras para
poder viajar. Ahora tomó camino hacia el oeste, que era la zona que parecía menos
afectada por la hecatombe en todo Denver. Intentó bordear la ciudad, teniendo en
cuenta que el centro sería un caos de elementos destrozados y material urbano
desperdigado por las avenidas. Además, estaba algo asqueado de ver tanto No Muerto
rodeándolo. Algunos daban verdadero asco. Estuvo caminando sin prestar atención a
los No Muertos durante casi una hora, mirando a todos lados a ver si encontraba
algún concesionario. También revisaba todos los coches que se encontraba por la
calle, pero sin ningún resultado. A casi todos les fallaba la batería, o tenían una fuga
en el depósito que les dejó secos tiempo atrás. Stuart confiaba en que en algún
concesionario tuviese aún algún coche útil. Si tenía que ir andando tampoco le
importaba, sabía que no se cansaría ni tendría necesidades de comida o bebida. Pero
era un viaje largo y necesitaba saber si aún quedaba alguien vivo, cuanto antes.

Cuando llegó a las afueras, en un polígono industrial pasó por varios concesionarios
de coches, pero la mayoría estaban saqueados, sin coches o literalmente en ruinas. Al
ver saqueados algunos concesionarios, la esperanza le invadió la mente. Eso
significaba que podían existir grupos de supervivientes, porque el polígono industrial,
al estar en las afueras, era menos peligroso de saquear. Cuando casi abandonó toda
esperanza de ir en coche, su mirada se cruzó con un pequeño concesionario intacto.
Era un concesionario de coches de segunda mano de todas las marcas, la mayoría
viejos coches que estaban en venta a precios bastante bajos. La mayoría de los
coches, al estar expuestos al aire libre, estaban ya bastante deteriorados, y de todos
los que examinó ninguno podía moverse. Cuando se dio cuenta de que ninguno le
podría llevar a ningún sitio, fue a mirar en la oficina del concesionario, un pequeño
edificio de planta baja y bastante pequeño. La puerta estaba abierta, y dentro solo
había papeles tirados y basura descomponiéndose en el suelo.

La oficina tenía tres puertas. La entrada, una pequeña puerta que iba a un servicio en
el que había un retrete y un lavabo, y otra puerta que estaba cerrada. Stuart se fijó,
antes de entrar en la oficina que había un pequeño taller anexionado a esta. No le dio
importancia hasta ese momento, y pensó que quizás hubiese algún coche dentro. Fue
hasta la puerta y la abrió con un potente chirriar de las bisagras. Era un taller bastante
amplio, donde había diverso material para la reparación de coches, y en medio del
taller, un DeLorean gris bastante viejo, aparentemente en buen estado. Stuart estuvo
un rato trasteando en el vehículo y con alegría descubrió que lo único que tenía que
arreglar para que se pusiese en marcha era cambiarle la batería y las ruedas. Estuvo
trabajando un rato a buen ritmo y cuando terminó se echó un rato a dormir hasta el
siguiente día, porque una cosa que sí necesitaban hacer los Cyborgs como los
humanos era dormir. Los Cyborgs necesitaban al menos tres horas de sueño por cada
dos días, mucho menos que un ser humano.

Se echó en un sillón de la oficina que estaba medio podrido por el paso del tiempo, y
durmió por primera vez en su vida. Apareció en un pasillo de paredes blancas,
parecido al que solía haber en los laboratorios. Sentía miedo y temor por no saber lo
que le aguardaba tras cada puerta. Su padre le dijo que en ese lugar existían
monstruos que le harían daño, pero no tenía nada que temer. Los monstruos estaban
encerrados, y no le atraparían. Stuart tuvo la mala suerte de perderse, y por eso tenía
miedo. Era un curioso, y nada más llegar al edificio, empezó a recorrer las salas
corriendo y brincando, como el niño que era. Se arrepentía de haberlo hecho, y esperó
en ese pasillo a que alguien le encontrase. Al rato, llegó su salvador. Un hombre alto,
esbelto y muy guapo, con cabellos de color oro. No aparentaba más de veinticinco
años, pero su rosto parecía antiquísimo, como si su aspecto no correspondiese a su
edad.

- Chico, ¿Te has perdido?- le dijo el hombre.


- Si...- dijo Stuart, cabizbajo.- quería ver a los monstruos que están encerrados, pero
no quiero hacerlo solo...
- Tranquilo.- dijo el hombre, dándole la mano.- Yo te enseñaré a los monstruos.
- ¿Y me harán daño?- preguntó Stuart, con voz temblorosa.
- Mientras esté aquí contigo, no tendrás nada que temer.- le aseguró el hombre.

Stuart se despertó sobresaltado, con una película de sudor frío cubriendo su frente.
No sabía si lo que soñó era una pesadilla o no. Sin darle mucha importancia, se
dispuso a prepararse para su viaje. Se tomó su tiempo para ponerse en marcha, y
cuando abrió el portón del taller se montó en el DeLorean y arrancó el coche. El día
anterior ya lo arrancó una vez para probar, después de todos los arreglos, para ver si
funcionaba. Tendría que pasar por una gasolinera para llenar el depósito, así que se
fue mirando por el radio de las afueras hasta que encontró una gasolinera medio
deshecha, y vio con alegría que los surtidores parecían en buen estado. Aparcó
delante de un surtidor y llenó el depósito hasta el tope, sin problema ninguno. Dentro
de la gasolinera había varios No Muertos, pero ellos no le hicieron caso ni el a ellos
tampoco.

Tras entrar en la gasolinera esquivando a los No Muertos, fue a recoger algún plano
de las carreteras, si encontraba alguno en buen estado. En un estante había decenas de
ellos, intactos gracias a su envoltorio de plástico, y cogió varias cosas que creía que le
serían útiles si se encontraba con algún campamento o fortaleza en la que hubiese
gente. Cogió casi todos los mapas en buen estado, todo el tabaco que había en un
estante, mecheros, varias botellas de vino y unas cuantas revistas y libros (los que
estaban en buen estado) y los cargó en el asiento del copiloto del DeLorean.

Cuando se montó en el DeLorean, antes de arrancar abrió un mapa de carreteras y se


puso a mirarlo. La única ciudad que de verdad le convencía era Kansas City, que
según el ordenador, a unos cien kilómetros al sur se había montado uno de los puntos
seguros más fiables de todos los Estados Unidos. Pero sería un viaje de casi diez
horas. Él lo soportaría sin pestañear, pero sabía que el DeLorean no lo aguantaría.
Tras examinar el mapa con detenimiento, decidió que pararía en Mesalinas, por la
interestatal 70, con un viaje de aproximadamente seis horas y media. Dejó el mapa
doblado en la guantera y arrancó el coche, incorporándose en la interestatal 70.

El viaje hasta Mesalinas fue sin sobresaltos. La interestatal 70 estaba llena de


vehículos estrellados por doquier, y Stuart tuvo que rodear diversos embotellamientos
que había en la interestatal. Algunos solo eran coches parados y abandonados de
cualquier manera, algunos con rastros de sangre, y otros eran auténticos accidentes.
Uno que le llamó la atención constaba de un camión estrellado con la carga haciendo
de presa en mitad de la interestatal y un montón de coches estrellados en un accidente
masivo. Algunos de los conductores de esos coches no llevaban puestos los
cinturones de seguridad, y lo que quedaba de sus cuerpos yacía empotrado en las
lunas traseras de los vehículos que iban delante de ellos.

Fue antes de llegar a Mesalinas lo que de verdad le sobresaltó. En medio de la


interestatal, un hombre de unos cincuenta años ataviado con un traje de párroco
bastante deteriorado por el uso y cargado con una mochila bastante grande, donde
seguro llevaba sus suministros. El párroco iba andando hacia Mesalinas por la
interestatal, y Stuart aminoró la marcha, deseoso de hablar por primera vez con un ser
humano. Cuando llegó al paso de aquel hombre, este se detuvo y Stuart detuvo el
coche también. Salió del DeLorean y se puso a mirar a aquel extraño, que tenía los
ojos del mismo color que los No Muertos, verde ciénaga, su cara estaba llena de
granos y su piel de un color grisáceo. En fin, un No Muerto. “Qué decepción”, pensó
Stuart. Pero ese ser empezó a hablarle.

- Buenos días, señor...- dijo el párroco.


- Stuart, me llamo... Stuart.- dijo, bastante impactado.- Eres uno de ellos, un No
Muerto...
- Ja, ja, ja. Cosas peores me han llamado.- dijo el párroco, sin dejar de sonreír.- No,
soy un Homo Mortis. Estoy infectado, pero mi sistema inmunológico ha doblegado al
virus. Por esa razón los No Muertos no me atacan ni me hacen caso alguno. Supongo
que con ese comentario tan inverosímil eres un Cyborg recién reanimado.
- Si...- Stuart no sabía qué decir. Era la primera conversación que tenía con un ser
vivo.
- Está bien, hijo, yo te ayudaré. Voy hacia Kansas City. Si ese es tu camino, te
agradecería que me llevases contigo.
- Por supuesto, monte al coche. Por cierto, no me ha dicho su nombre.
- ¿Mi nombre? Puedes llamarme Predicador.- dijo aquel párroco con una sonrisa,
mientras se hacía sitio dentro del DeLorean.
12. BRIAN

Siempre huía de ellos en sus sueños. En el sueño que lo atormentaba todas las noches,
corría de una manada de No Muertos hacia un montículo gris situado en una colina al
lado de un lago, con las pocas cosas que le quedaban de su viaje por el centro de
Estados Unidos hacia su salvación. La colina estaba rodeada de un vallado metálico
de dos metros de altura con el símbolo de AllNess dibujado en la alambrada, y
cuando llegó a él empezó a escalarlo a trompicones, sin pensar siquiera que la puerta
podía estar abierta. Los No Muertos le fueron ganado terreno desde que se estrelló
con la moto y casi los tenía encima. No había escalado la verja cuando los No
Muertos empezaron a zarandearla y a intentar agarrarlo con sus manos frías y
muertas. Casi estuvo a punto de caer sobre ellos y convertirse en su nuevo menú, pero
gracias a un poco de suerte pasó al otro lado y cayó de espaldas contra el suelo.

Con la boca lena de sangre, fue hacia la entrada del edificio semienterrado que había
dentro del vallado, rezando para que fuese el búnker del ejecutivo. Si no era así,
estaba perdido. Una gran puerta de acero blindado custodiaba la entrada al búnker. En
el centro de la puerta había un panel con un teclado y un botón de encendido. Pulsó el
botón enseguida, viendo por lo menos a cincuenta No Muertos que se congregaron
alrededor de la verja y que no tardarían en entrar al perímetro. Una voz robótica sonó
de un altavoz por encima de la puerta.

- Bienvenido, superviviente. Ha sido seleccionado de entre todos los


Estadounidenses por alguna habilidad en concreto que sin duda domina para
contribuir al nuevo mundo que surgirá del apocalipsis. Estará dentro de este búnker
disfrutando de la comodidad y el refugio que este ofrece en el periodo de un año, que
es el tiempo estimado de duración de las reservas alimenticias del búnker. Que
disfrute de su estancia en uno de los refugios más seguros del mundo.

Cuando terminó la charla de bienvenida en la pantalla salió una palabra y se encendió


el teclado. “Código”, ponía. Brian se sacó el papelito que le quitó al ejecutivo e
introdujo el código en el teclado. Con un sonido afirmativo y la palabra código
correcto, la puerta de abrió, dejando paso al interior del búnker. Pero en ese preciso
momento los No Muertos tiraron la puerta de la verja y se dirigían a buen paso hacia
Brian. De un portazo, cerró la puerta del búnker, mientras los No Muertos se
estrellaban en ella con un sonido viscoso, como si se hubiesen roto algo en el
impacto. Nada más cerrar la puerta, la voz robótica volvió a sonar en el vestíbulo.

- Superviviente, en este vestíbulo tiene ropa adecuada para su estancia, con varios
remudos de cada prenda.- justo cuando la voz dejó de hablar, las luces del interior del
búnker se encendieron, y Brian observó que estaba en un pequeño vestíbulo donde, a
su izquierda, había unas taquillas con ropa.

Brian cogió algo de ropa limpia, y buscó el servicio para ducharse. El servicio estaba
a la derecha, y constaba de un plato de ducha, un lavabo y un bidé. Dentro había
diverso material de aseo, como toallas, varios botes de pastas de dientes y cepillos, y
jabón de ducha con champú. Todo perfectamente marcado con el símbolo de AlNess,
que Brian reconocería hasta a cien kilómetros gracias a las veces que tuvo que verlo
desde que empezó todo. Se duchó tranquilamente, sin prisa ninguna y sin pensar
siquiera que los bichos que estaban fuera lograrían entrar si él no quería.

Desde entonces estuvo solo. Esa pesadilla le acosaba desde entonces, aquellos seres
salidos del inframundo persiguiéndolo en todos sitios. Sus cuerpos fríos y podridos
estirando sus manos para descuartizarlo, y esa imagen que le hacía despertar de la
pesadilla. Aquella muralla humana de Memphis, intentando salir del infierno, cuerpos
aplastados ante tanto gentío, oyendo sus gritos de desesperación ante una muerte
clara. El hedor a sangre, heces y orina. Todos los días cuando se despertaba
sobresaltado de sus pesadillas le inundaba aquel olor.

Y él. Brian al principio creyó que era una sombra, algo que no era nada, pero eran sus
temores, un ser que le recordaba todo lo malo que le había pasado. “Todos los que te
seguían han muerto por culpa tuya. Solo quedas tú, el último conejo atrapado en una
madriguera de la que nunca saldrá. Aquí te encerraste, y aquí te quedarás. Tu
cuerpo descansará aquí por toda la eternidad, Brian McSullivan.” Intentaba no hacer
caso a ese ser, y dedicó el tiempo en hacer algo para no oír aquella voz. Sabía que
estaba perdiendo la cordura, y solo era cuestión de tiempo que acabase pirado por
completo. No era un pensamiento esperanzador.

Al principio intentó llevar una cuenta del tiempo que llevaba en el búnker, pero tras
contabilizar dos meses perdió el interés, y al estar dentro del búnker perdió la noción
del día y la noche, y de los días, de los meses... “¿Cuanto tiempo ha pasado? ¿Meses,
años? No lo sé, no sé si soy el único ser vivo que queda... Solo estamos yo y los
muertos de ahí fuera...” Poco a poco la locura fue fraguándose más y más en su
mente, y con el paso del tiempo lo único que hacía era dar vueltas por el pequeño
búnker en el que estaba atrapado y ver pasar las horas. Al poco tiempo, aquel ser
empezó a hostigarlo más. “El mundo ha acabado, Brian McSullivan, y tú eres el
único superviviente de un mundo lleno de muertos, toma ya una decisión, Brian. O
sal fuera y lucha como un hombre, o muere ya como un topo para reunirte de una vez
con tu gente. Solo estás aplazando lo inevitable, Brian McSullivan, y lo sabes.” No
hizo caso a la voz, sabía que era una voz fabricada por su locura, pero cada vez se
volvía más insistente. Aun así, mantuvo como pudo la cordura que le quedaba en la
mente y no intentó suicidarse ni salió a la aventura, pero no podía dejar de
preguntárselo.

¿Qué había pasado con el mundo? ¿Seguiría alguien vivo? ¿Estaría Jessica a salvo, o
convertida en una No Muerta? En el poco tiempo que estuvo al lado de ella, casi
incluso la llegó a amar. La echaba de menos, tanto como el mundo que había dejado
atrás. Muchos días se ponía a llorar de manera descontrolada, sin nada ni nadie que le
consolase.
Pero desde hacía un tiempo se enfrentaba a un problema bastante grande. Aunque el
búnker tenía un suministro independiente de agua debido a una corriente subterránea
que pasaba debajo del búnker y electricidad gracias a las placas solares que había en
la superficie, la comida le empezaba a escasear, y cuando contabilizó lo que le
quedaba, calculó que tendría para menos de un mes, y racionándolo bien. Al final,
como aquel ser predijo, tuvo que tomar una decisión. Cuando se le acabase la comida
saldría al exterior, para enfrentarse a lo que le esperara fuera.

Pero no hizo falta esperar más de dos días después de contabilizar lo que le quedaba
para comer. Brian estaba sentado en la misma silla en la que se sentaba casi siempre,
cuando un golpe fuerte sonó en la puerta del búnker, en la parte de arriba. El
estruendo le sobresaltó, y cayó de la silla. Los No Muertos estaban intentando entrar
en el búnker a la fuerza, como siempre. Brian nunca creyó que lo consiguieran, una
puerta blindada como esa no puede arrancarse de sus goznes si no es con un camión
tirando de ella. Otro golpe, mucho más fuerte, proseguido por un crujido del asfalto y
un posterior ruido de caída en seco. Brian supuso que al final, los No Muertos
consiguieron de alguna manera abrirse camino hasta él. “Es imposible.” se dijo
Brian. Se levantó y miró hacia la escalera. “Mejor así, Brian. Morirás como un
héroe.” le decía la voz. “Cállate, puta zorra. No tengo tiempo de que me des la vara,
maldita psicópata.” dijo Brian en voz baja, mientras cogía su hacha del armario. De
todo su armamento, era lo único que le quedaba. Perdió todo el equipo en la huida
hacia el búnker cuando el cabrón de Sparky le detuvo en aquel puente de Jefferson
City de las afueras de Bossland.

Hasta perdió su diario. Su querido diario. Quizás si lo llega a tener con él la locura
que invadía su mente no existiría. En él escribió todo lo sucedido desde que empezó
todo hasta que llegó a Bossland, y solo esperaba que alguien lo encontrase para que
supiese por el horror que había pasado, pero en ese momento tenía problemas más
urgentes que atender. Oía pisadas de al menos dos de ellos arriba, donde estaba la
pequeña sala de bienvenida. Sudaba a chorros, con el hacha esperando a que bajasen
en caída, teniendo en cuenta que los No Muertos eran tan tontos que no sabían ni
bajar escaleras ni escalar. Solo sabían arrastrarse, y mal, por las calles y casas donde
habitaban como bestias al acecho, esperando que algún vivo se asomase para acabar
con él.

Para su sorpresa, se oyó un bajar de escaleras lento, pero constante. Y no se oían


gemidos. Bajó un poco la guardia, manteniendo el hacha en sus manos, asiéndola
firmemente. A los pocos segundos, una figura empezó a asomarse por las escaleras.
Era un hombre, de unos veinticinco años, medía algo más dos metros de altura, y
vestía una gabardina negra que le cubría todo el cuerpo y un sombrero cordobés
bastante roto. Tenía barba de dos días, y una cara de lunático en exceso, demasiado
para el gusto de Brian, y unos ojos verde ciénaga, como los de los No Muertos. Brian
se puso otra vez en guardia, mientras aquel hombre le miraba con una sonrisa,
observándolo. Tras él bajó otra persona, una niña que no podía tener más de dieciséis
años, ataviada con una pequeña gabardina como la del hombre, pero sin sombrero, y
con una melena rubia bastante bonita, que le caía hasta por debajo de los hombros,
con una piel lisa y clara como si fuese de porcelana. Si no fuera este momento ni este
lugar, Brian solo vería a una niñita adorable vistiendo un traje negro. Aunque la
muchacha era guapísima, también tenía los ojos del mismo color que el hombre.
Cuando la niña estuvo al lado suyo, el hombre sacó algo de su bolsillo. Su diario.

- Toma, creo que esto se te ha caído fuera, ¿Me equivoco?- dijo el hombre con una
sonrisa, lanzando el diario a Brian, que lo cogió en el aire.

Brian estaba sin palabras, y lo único que hizo fue mirar a aquel hombre con gesto
extraño. ¿Cómo encontró su diario? ¿Y qué hacía un No Muerto hablando? Brian
pensó que al final perdió completamente la cabeza, pero también sabía que esta
situación era jodidamente real.

- Bueno, ¿Vas a cogerlo o no?- dijo ese ser, molesto. Brian cogió el diario entre sus
manos, atesorándolo. No creía que lo volvería a ver. Volvió a sentarse en la misma
silla, y cuando tuvo valor para hablar, su voz sonó ronca, debido a que llevaba sin
hablar ya mucho tiempo, casi ni se acordaba de la última vez.
- ¿Cuanto tiempo he estado aquí?- preguntó con voz ronca.
- Según tu diario, que es del apocalipsis, casi un año y medio. Y por lo que veo se te
están acabando las reservas de comida...- dijo aquel hombre, observando su despensa.
- Papi, aquí no hay chocolate.- protestó la niña, poniendo cara de enfado- Me dijiste
que en este agujero habría mucho chocolate...- dijo la niña, protestando.
- Aurora, tranquilízate. Ten un poco de respeto a este señor. Lleva encerrado mucho
tiempo y creo que merece algunas respuestas.
- A mí no me parece un señor, más bien una lombriz...- dijo Aurora con una mueca
en la cara.
- Si, creo que tienes razón.- dijo su padre sonriendo malignamente.- Bien, señor
Lombriz, como he dicho, seguro que tendrás mucha preguntas.
- ¿Cómo has encontrado mi diario?- Brian preguntó lo primero que se le vino a la
cabeza.
- Por casualidad. Estábamos buscando suministros en Bossland para llegar a La Roca
sin problemas cuando vimos tu moto estrellada al lado de la carretera. Nos entró
curiosidad en saber si todavía seguías vivo. Has tenido suerte, no solemos desviarnos
de nuestro objetivo.
- ¿La Roca?- preguntó extrañado.- ¿Qué ha pasado con el mundo desde que estoy
aquí encerrado?- Brian dio por sentado que todo desapareció con la plaga, pero
parecía que no era así. Estaba ansioso por las respuestas que le daría ese personaje de
cómic.
- Esa es una historia muy larga, Lombriz. Te la resumiré todo lo que pueda. Por
cierto, me llamo Sombra. Y esta pequeña de aquí es Aurora.- dijo Sombra, señalando
a la niña. Brian dudó que el verdadero nombre de Sombra fuese ese, pero no dijo
nada.- Sabes bien lo que pasó cuando empezó todo, tú viviste los primeros días del
apocalipsis, cuando todo, poco a poco se fue yendo a la mierda. Algunas zonas,
gracias a nosotros, los Sheriffs de AllNess, se fortificaron, o se construyeron desde
cero. Hay muchísimos asentamientos por todo Estados Unidos, pero los más grandes
son los que hemos construido los Sheriffs. Son tres. Nuevo Pittsburg, asentamiento
construido en la misma ciudad de Pittsburg.- dijo, llevando una cuenta.- Puerto Libre,
que está justo en la antigua Atlantic City, y La Roca, que está situada a unos cien
kilómetros al sur de Kansas City. Yo me dirijo a La Roca, como te he dicho antes.
Tengo asuntos que atender allí. Supongo que te querrás venir.- le dijo a Brian.
- Si, por supuesto, pero tengo otra pregunta.- le parecía sorprendente que tanta gente
sobreviviese, y no podía quedarse allí esperando la muerte. Lucharía por su vida.
- ¿Solo una, Lombriz?- dijo Sombra, sonriendo.
- ¿La Roca esa no está al lado de un pueblo llamado Forest Hill?
- Si, justo al lado. Como oíste en aquella transmisión de radio. Me he tomado la
molestia de leerme el diario.- dijo, señalando el diario de Brian, que tenía entre las
manos
- Bien, vayámonos.- dijo Brian, levantándose de su silla. Después de más de un año
encerrado, estaba ansioso por salir.- ¿Hay No Muertos en los alrededores?
- Los había. Pero esa no es la cuestión. Fuera es de noche, y yo no viajo casi nunca
de noche. Espero que lo entiendas, Lombriz. Si no te importa nos quedamos a pasar
la noche en tu humilde morada. Aurora, ve por algo para cenar. En El Ataúd hay algo
de comer. Anda, ve.- dijo, apremiando a la niña. Fuera podría haber más No Muertos,
y Sombra mandaba a la pequeña Aurora a por la comida, cuando alguno de esos seres
podría hacerla pedazos. Había algo que se le escapaba a Brian, eso seguro, pensó.
- ¿El Ataúd?- preguntó Brian extrañado. Se imaginaba a Sombra cargando un ataúd
con sus objetos personales por todo Estados Unidos.
- Mi coche. Mañana lo verás.- dijo Sombra con una sonrisa.
- Papi, ¿Por qué tengo que ir yo?- dijo Aurora protestando.- Ve tú, o que vaya
Lombriz...
- Yo te mando a ti, y Lombriz no sabe donde está el vehículo, además, no ve por la
noche ni la mitad de bien que tú.
- Si vas.- le dijo Brian. Se acordó en ese momento que guardó una tableta de
chocolate para cuando tuviese que salir, y en ese momento lo que más importaba era
agradar a sus invitados.- Te doy una tableta de chocolate que me queda en el
refrigerador.
- ¿Porqué no lo has dicho antes, Lombriz? ¡Estoy aquí en un minuto!- dijo Aurora,
pegando un salto por encima de las escaleras y llegando al piso de arriba en un salto.
Una niña normal no podía hacer eso ni por asomo, pensó Brian.
- Es muy eficaz cuando hay un premio de por medio. Estará aquí en un minuto. Dos,
a lo sumo.
- ¿Y cómo puede hacer eso? Lo de saltar, me refiero...
- Esa es una larga historia, demasiado larga para contarla aquí y ahora. Quizás algún
día...
- ¿Y cuantos habitantes hay en La Roca?
- Unos treinta mil. Es una ciudad amurallada y dividida en zonas. La Roca es un
círculo perfecto, dividido en tres anillos, y en el centro está la zona desde donde se
administra el poder y los suministros. Antes, durante la construcción de La Roca,
mandaba uno de mis amigos Sheriffs, Niebla. Pero le destituyeron por gorrón, gracias
a su demencia. Los Sheriffs tenemos una demencia que si no satisfacemos nos
volvemos locos. Niebla padecía la demencia de la Gula.- explicó Sombra al ver la
cara de Brian.- Mientras él se ponía hasta el culo de comer los ciudadanos pasaban
mucha hambre, y en época de escasez, los excesos de ese tipo no están bien vistos.
Unos dicen que le han matado, otros dicen que anda por ahí, buscando apoyo en otros
Bastiones. A mí, la verdad es que me la suda.- dijo Sombra con desprecio.- Desde
hace medio año más o menos, se erigió como líder un anciano común y corriente que
era líder de un convoy de caravanas.- a Brian le dio un vuelco el corazón. ¡Si Harry
estaba vivo, es posible que Jessica también! En ese momento pudo recordar el rostro
de Jessica, y cuanto anhelaba verla otra vez.- Harry, creo que se llama. Y hay que
admitir que gobierna muy bien. Nos llevamos más o menos bien, y en la búsqueda de
Sparky estamos los dos de acuerdo. Es uno de los criminales más buscados de este
tiempo, aquí en América. Yo le busco por motivos personales, y creo que tú también
tienes motivos para ajustar cuentas con él.- dijo Sombra señalando su diario.
- ¿Tú por qué le buscas?- le preguntó Brian a Sombra. Todavía se acordaba de cómo
lo persiguió por los alrededores de Jefferson City, después de intentarlo ahogar en el
río Missouri.
- Me robó un aparato que usamos los Sheriffs de AllNess para recibir órdenes desde
Nuevo Edén. Es un aparato muy valioso, porque aparte de ser GPS, es un disco duro
lleno de datos de supervivencia, y muchos datos de la historia de la humanidad.
Además, no se cómo pero es capaz de predecir el tiempo, con un margen de error
bastante alto, por supuesto. El puto aparato me ha salvado de que varios tornados me
hiciesen volar por los aires la pasada primavera. Lo malo de Sparky es que se mueve
mucho, y es difícil cazarlo en un sitio concreto. Llevo buscándolo ya unos nueve
meses.
- ¿Y porqué le buscan en La Roca?
- Es un criminal, y además es responsable de la caída del Bastión de Dallas, el
cabrón dejó las puertas abiertas a los No Muertos porque los habitantes del bastión no
se doblegaban a su voluntad. Bueno, esta charla de historia me está dando ganas de
cenar. Voy a esperar arriba a que llegue Aurora, y después colocaré la puerta del
búnker bien, por si acaso.
- ¿Crees que el poner la puerta donde estaba sin ningún tipo de sujeción los va a
detener?
- No, pero al menos los oiremos llegar, ¿No te parece?
- Podrías haber llamado a la puerta...- protestó Brian.
- Ya, ¿y tú crees que me habrías abierto?

Brian sabía que no. Creería que es un síntoma más de la locura que le azotaba en
aquel búnker, un producto más de su imaginación. Sombra subió arriba de un salto y
colocó la puerta justo antes de que llegase Aurora, con una bolsa de plástico llena de
comida. Cuando bajó, tiró la bolsa en el suelo de cualquier manera y puso las manos
en cazo, pidiéndole a Brian el chocolate prometido. Brian se levantó de la silla y fue
hacia la cámara frigorífica y, sin buscar nada, ya que había bien poco dentro de esa
cámara, cogió una tableta de chocolate congelada y se la dio a Aurora. Aún estando
helada, Aurora rompió el envoltorio con muy poco cuidado y empezó a devorar el
chocolate como si fuese su último día en la tierra.

- Es su perdición. El chocolate.- dijo Sombra sonriendo.- Llevaba días sin probar un


trocito. Calma, Aurora, que te va a saber a poco y luego te vas a arrepentir.- dijo
Sombra sonriendo mientras cogía la bolsa que trajo consigo Aurora. En ella había
varias latas de albóndigas con guisantes, unos zumos de naranja y unas galletas
artesanales. Los repartió con Brian dejando algo a Aurora, pero viendo como devoró
el chocolate no estuvo seguro de si Aurora comería algo después de haberse dado el
atracón. Sombra y Brian empezaron a comer tranquilamente, después de haber
calentado las albóndigas en un fuego que preparó Sombra en la pequeña cocina del
búnker, y cuando Aurora terminó el chocolate empezó con su ración de albóndigas.
Esa niña comía por demás, pero estaba en época de crecer, y Brian no lo atribuyó a
nada anormal.
- Bueno, Sombra, esto...- Brian quería preguntarle más cosas del apocalipsis, pero no
sabía cómo o qué preguntarle.
- Quieres saber más detalles del Apocalipsis, ¿No? Para evitar más preguntas, te
contaré con detalle lo que sé desde el principio. Todo empezó en Hannover,
Alemania. En la vieja Europa. Robaron el virus SuperHumano del avión que lo
transportaría hasta Estados Unidos.
- ¿Cómo que “virus SuperHumano”?- Brian estaba atónito. No eran superhumanos
los que ahora vagaban por toda la faz de la tierra.
- La vacuna constaba de dos fases. El contagio del virus y el antídoto, que tenía que
suministrarse al infectado entre la media hora y la hora después de haber sido
contagiado. Así conseguiría ser un SuperHumano. Diez veces más de reflejos,
resistencia y agilidad que cualquier humano corriente. Yo y Aurora somos
SuperHumanos. Pero todo tiene un precio. Los dos sufrimos la demencia de la ira,
ella con más intensidad que yo, no se realmente por qué. De un modo u otro, el
ladrón que robó el virus se infectó y, sin haberse inyectado la vacuna, a los dos días
salió por la calle atacando a todo el que se cruzaba por su camino. Nosotros
estábamos alerta por si aparecía el ladrón, sabíamos que intentaría hacer negocio con
el virus, pero lo que nos encontramos fue a un infectado que ya había extendido el
virus por media ciudad. A muchos de los que mordió eran turistas, y cuando
regresaron a sus ciudades de origen llevaron el virus consigo. A los quince días,
cuando la situación en Hannover era incontrolable, ya estaban surgiendo brotes del
virus por todo el mundo. Cuando la mayor parte de las fuerzas políticas Europeas
sabían a lo que se estaban enfrentando, tomaron una medida desesperada. Una de
muchas que se tomarían en los días del apocalipsis. Volaron Hannover en pedazos
con un ataque nuclear, e intentaron erradicar los pocos supervivientes No Muertos
que quedasen del ataque. Fue una medida inútil, la epidemia ya era global en esos
momentos.- Sombra contaba esa historia como si fuera un cuento, sin que le afectase
lo más mínimo.
- Vaya...- Brian estaba quedando atónito con la historia. Sombra vivió todo en
primera página, desde el principio.
- Yo viajé en avión desde Berlín hasta Estados Unidos. Elliot me encomendó
construir un bastión para proteger a toda la gente que pudiera en Denver, pero la
locura invadía mi mente y aunque mi destino era Denver, salté en Memphis.
- Eh, ¡Yo soy de Memphis! Salí de allí en cuando bombardearon la zona... Un
momento... ¡Tú eres el zumbado que vi cortando cabezas en aquella plaza, junto al
párroco!
- Me he leído tu diario, ¿recuerdas? Luego viajé por todo Estados Unidos, intentando
ayudar a los supervivientes que iban quedando, pero cada vez eran menos. El
gobierno de los Estados Unidos decidió crear puntos seguros en un intento de
proteger a la población, pero, al estar tan densamente ocupados terminaron cayendo
ante los No Muertos. Los bastiones que sobrevivieron fueron los que tenían de mil a
diez mil supervivientes, no más grandes. La Roca, al principio solo albergaba un par
de miles de personas, pero tras varias ampliaciones y reformas han podido llegar a los
treinta mil. Es el lugar más poblado de los Estados Unidos, sin contar el cementerio
de Mortis de Atlanta. Lo demás son o grupos errantes que vagan de un lado a otro con
la muerte persiguiéndolos a todos sitios o pequeños bastiones de no más de cien
personas, o como mucho, mil. Bueno, ya hemos terminado de cenar, así que creo que
es hora de dormir, Lombriz. Buenas noches.- dijo Sombra, yéndose a la habitación
que había junto a la de Brian.
13. ALTAIR

Nada más tener los datos del disco duro en la mesa, Elliot AllNess, junto con todo su
equipo de científicos y grandes cargos militares idearon una estrategia para poder ir
hasta España y conseguir los archivos que tanto quería tener en su poder. Elliot sabía
que uno de sus Sheriffs, Tormenta, estaba en España y en los días del apocalipsis
ayudó a mantener el orden. Con la ayuda del disco duro que Elliot le regaló, pudo
construir bastiones y fortalezas por todo el sur de España. Además de todos los
bastiones que consiguió construir en la Península, protegió las islas Canarias y
Baleares, asegurándose puntos seguros cien por cien libres de la plaga. Y para
asombro de Elliot, pudo rescatar de Madrid a la familia real Española, ganándose así
el título de Virreina de la península, otorgándola el poder sobre toda la península
ibérica bajo el control del rey, cómodamente instalado en las islas Canarias.

También calcularon los problemas que podían surgir sobre la marcha, teniendo en
cuenta que Madrid fue uno d ellos primeros puntos de la península en sucumbir ante
la plaga, y se estimó que en la zona residían al menos tres millones de No Muertos,
una cifra más que desalentadora. Con este dato, se podía deducir que el aeropuerto no
fue saqueado, y que el maletín con los datos seguía conde cayó el día que lo dejaron
allí. Aun así, era un objetivo inalcanzable si al menos no se sabía donde estaba
exactamente, ya que en el aeropuerto había muchas zonas de descarga. Pero Elliot ya
se percató de ese problema, y tras conectarse a los satélites que la empresa AllNess
tenía dando vueltas a la Tierra desde antes del apocalipsis, el anillo de satélites
Tiraltius, consiguió construir un plano con todo detalle de la ciudad de Madrid, no el
antiguo, sino uno que mostraba qué carreteras y autovías estaban aún operativas, la
presencia de No Muertos en cada zona... todo lo necesario para evitar todos los
problemas posibles.

Unas semanas después de tener esos datos, dio comienzo la operación “Fruta del
Edén”, bautizada así por el mismo Elliot. La operación constaría de dos equipos. Uno
que iría en vehículos hacia el oeste, hasta la ciudad de Luanda, en Angola, y subirían
en uno de los cargueros repleto de petróleo que había fondeados en el puerto. Ese
equipo constaba de unos doscientos marineros, algunos auténticos expertos en
cargueros, por si tenían que hacer alguna reparación o si surgía algún problema, mas
cincuenta militares que se encargarían de defender el convoy. Cuando cogiesen el
carguero, pondrían rumbo a España, concretamente al puerto de Santa Cruz de
Tenerife, en las Islas Canarias. Se estimaba que tardarían en llegar un mes, más o
menos, dando tiempo al equipo de Altair para conseguir el maletín. Esa mañana,
Altair fue llamado junto con el líder del equipo de mar ante Elliot, para darle los
detalles de su misión.

- Bien, caballeros, ya saben por qué les he citado. Empezaremos por usted, Almirante
Yashím. Estas son las órdenes. Irá al frente de varios convoyes, compuestos por cien
camiones de combustible cargados de petróleo. Usted irá en el primer convoy, para
supervisar las tareas de colocación del combustible en el petrolero y para supervisar
los arreglos necesarios en el buque. En total serán veinte convoyes de cien tráilers
cada uno, que en total suman cuarenta y ocho mil toneladas de combustible que irán a
España. La población de Luanda era de casi siete millones de habitantes, según las
estimaciones, y es muy posible que haya una presencia muy fuerte de No Muertos.
Por lo tanto, distribuiréis por toda la ciudad Antenas Taxer (Las antenas Taxer emiten
un sonido agudo que tras muchos estudios realizados por AllNess atraen eficazmente
a todos los No Muertos en un radio de un kilómetro, con una eficacia del 99,30%)
para que los No Muertos no os den muchos problemas. Cuando el petrolero esté listo,
navegaréis por toda la costa Africana hasta las Canarias, donde se os organizará para
distribuirlo por todos los bastiones que tenemos en España y Francia.
- Así se hará, señor.- respondió Yashím con un saludo militar.
- Altair.- dijo Elliot, dirigiéndose a su líder de Operaciones Especiales.- Tú tendrás
que recorrer el área más peligrosa. Irás en avión con tu equipo hasta el norte de
Cáceres, para desde allí ir hasta Nueva Alhambra, donde reside Tormenta. El motivo
de que desembarques tan lejos de Nueva Alhambra es porque quiero viajes por todo
el centro-sur de España y me traigas un informe detallado de cómo es el modo de
resistencia de los últimos reductos de España, para poder compararlos con nuestro
modo de vida. Quiero informes detallados de prácticamente todo. Si se comunican
entre ellos, sus excedentes y escaseces de suministros básicos, su modo de hacer
justicia... Bueno, ya me entiendes...
- Si, señor. Así se hará, señor.- Contestó Altair con un saludo militar. Una de las
cosas que caracterizaban a Altair y a su equipo era el no hacer preguntas y el seguir
las órdenes a raja tabla, sin poner ninguna pega.
- Tendrás varios suministros para intercambiar y una carga de gasolina de veinte
toneladas, para que los supervivientes estén más dispuestos a ayudaros. Además, si os
queda algo de combustible cuando lleguéis a Nueva Alhambra, quiero que se lo
entreguéis a Tormenta como tributo de buena fe. Los datos del vuelo serán
transmitidos a tu aviador. Ah, y quiero que en estas dos semanas que os quedan para
iros aprendáis algo de Español, lo necesitaréis. Yashím.- dijo Elliot dirigiéndose al
Almirante.- Tú saldrás dentro de dos semanas con el primer convoy. Te seguirán
varios equipos con helicópteros que se ocuparán de la instalación de las antenas Taxer
por toda la ciudad. Altair.- dijo Elliot dirigiéndose a Altair.- Tú despegarás dentro de
tres semanas para llegar a media mañana a España. Reúne a tu equipo cuanto antes, y
preparaos para el viaje.

Esas fueron las últimas palabras de Elliot, y todavía sonaban en la cabeza de Altair,
mientras cruzaban toda la península en un Airbus A330 tres semanas después. Habían
pasado ya por varias ciudades plagadas de No Muertos, observando como las
solitarias urbes ya medio desaparecidas gracias a la intemperie estaban llenas de No
Muertos, y condenadas a la desaparición. Su destino era el norte de Cáceres, un valle
llamado Valle del Ambroz, y tendrían que aterrizar en la autovía que lo atravesaba,
contando con la pericia del piloto para conseguir que no se estrellasen. Todo el
equipo de Altair sabían que, una vez aterrizado el avión, sería completamente
imposible que despegase en el asfalto de la autovía. También sabían por boca de
Elliot que cerca había un bastión que construyó Tormenta, y Elliot les había sugerido
que en primer lugar fuesen allí.

- Oye, Tornado.- dijo Altair.- ¿Tú crees que nos recibirán bien en ese bastión?
- ¿Cual?- dijo Joseph, mientras miraba hacia las montañas del Valle del Ambroz, allá
a lo lejos. No faltaba ni un minuto para que aterrizasen.
- Ese que está situado al lado de nuestra pista de aterrizaje improvisada.
- ¿No te has preguntado porqué vamos a recorrer toda España elaborando un informe
para AllNess?
- No sé, querrá información, supongo.- Altair no debatía mucho las órdenes que se le
asignaban.
- La razón es el misterioso silencio de Tormenta desde hace unos meses. Haze
tiempo que no sabemos nada de ella, y cuando intentamos contactar con su disco
duro, no nos coge la llamada.
- ¿Porqué crees que será?- preguntó Altair.
- Hay tres razones. Una, esté muy ocupada. Dos, que hayan sucumbido ante los No
Muertos. Y tres, puede que quiera ir por solitario, o que se haya unido al Trípode.
- Espero que haya estado muy ocupada.- dijo Altair. Si había sucumbido ante los No
Muertos, ellos también lo harían, y si se había unido al Trípode, eran hombres
muertos. El Trípode es una de las organizaciones que se ha creado después del
apocalipsis, y son enemigos mortales de AllNess y de todo lo que representa.

Cuando el GPS indicó al piloto que estaban llegando a su destino, empezó a perder
altura y velocidad, disponiéndose a aterrizar. Cada segundo que pasaba el paisaje se
volvía más grande ante sus ojos, hasta que casi veía los árboles rozar las alas del
avión. En el último momento tuvo que coger algo de altura porque casi se estrella
contra un puente que atravesaba la autovía. Hubo un momento de tensión, ya que la
parte de atrás casi da contra el puente, pero otro problema estaba justo enfrente. Un
panel fijo de pórtico estaba situado justo delante del puente y el ala derecha del avión
se lo llevó por delante. Afortunadamente, el ala no se partió del todo, y pudo
continuar con su aterrizaje, haciendo una maniobra peligrosa tras otra. El avión se
detuvo justo delante de otro puente que había a un kilómetro más o menos del puente
en el que casi se estrellan. Tras recuperar el aliento, el equipo se reunió en el centro
del avión esperando órdenes de Altair, portando armas de fuego. El ruido que
originado por el avión al aterrizar seguramente se habría oído a cinco kilómetros a la
redonda, y en esos momentos estarían viniendo hasta ese punto todos los No Muertos
de los alrededores. En unas horas, el sitio donde ahora estaban se convertiría en una
zona caliente.

- ¿Estamos todos ilesos?- preguntó Altair, mientras todos asentían con la cabeza,
todavía con el miedo en el cuerpo. Y no era para menos, habían estado a punto de
morir. Altair tuvo el horrible presentimiento que esa no sería la única vez que viese a
la muerte tan de cerca en este viaje.- Bien. Bolts, Jack, salid y dad una vuelta para
asegurar el perímetro. Suléiman, Kira, ofrecerles fuego de cobertura y cubridlos en su
incursión. Betsy, Karl, Monty, vosotros quedaos dentro del avión. Las órdenes de
Elliot son que os quedéis siempre resguardados y no participéis en las refriegas,
vuestra labor es de conducir, nada más. Joseph... Usted acompáñeme junto con un
mapa de esta zona a buscar en las gasolineras próximas, a ver si con suerte quedase
algún camión de combustible operativo.

Todos siguieron las órdenes de Altair y mientras los dos equipos hacían una batida
por la zona Altair y Joseph se pusieron a estudiar el mapa, debajo del sol del verano.
El calor emanaba del asfalto como de una parrilla, y Altair empezó a sudar.

- Según los informes de AllNess, hay dos gasolineras justo enfrente de nosotros, a
unos cientos de metros a la izquierda y a la derecha. Creo que deberíamos
inspeccionar ambas y, si no hay suerte, probar en las gasolineras que estén más cerca,
y así sucesivamente hasta encontrar dos camiones para el transporte del combustible.-
dijo Altair, tildando sus palabras como una orden. Joseph ignoró el tono de orden que
tuvo en toda la frase.
- Yo tengo una idea algo distinta que la tuya. Si no tenemos éxito en estas
gasolineras, creo que no lo tendremos en todas las que busquemos cerca. Voto por ir a
la ciudad más cercana y buscar en instalaciones de gasolineras más grandes, donde es
muy probable que haya lo que necesitamos.
- ¿Y cómo pretendes burlar a los No Muertos, dime?- dijo Altair, enfadado.- En las
ciudades es donde mayor peligro hay, eso creo que ya lo sabes.
- Tendrían que ir en grupos de dos, que no llamasen mucho la atención. Tú y yo, por
ejemplo. Somos los hombres más curtidos aquí, no se si piensas lo mismo.
- Te diré lo que pienso, que ya he tomado una decisión con respecto a lo que se va ha
hacer. Según el mapa, además de estas dos gasolineras que hay cerca, hay una en
Bañomayor, al norte, y otra en Villares, al sur. Iremos primero a la de Bañomayor y
luego a la de Villares. Si no hay éxito, iremos tú y yo a hacer una batida en la ciudad
de Plasencia.
- Si, señor.- contestó secamente Tornado, sacando una pastilla y tragándosela. Aún
no sabía porqué Tornado se medicaba, y prefería no saberlo. No se llevaban muy bien
los dos, pero cumplían ordenes, y cooperaban, aunque sea a disgusto.

Altair y Joseph observaron el terreno. El paisaje estaba lleno de árboles en las dos
partes de la autovía, y una torre de propaganda de Repsol indicaba donde estaba
situada una de las gasolineras. Se fijó que era un valle bastante amplio, con grandes
montañas flanqueándolo. A su derecha, montañas repletas de Castaño y Roble
deleitaban a la vista con un suculento paisaje. Por primera vez en mucho tiempo,
Altair disfrutó de un paisaje que no conllevase la presencia de los No Muertos,
viendo la naturaleza en estado puro.

Al cabo de un rato al sol de la mañana, apareció por un lado de la autovía el grupo de


reconocimiento, pero extrañamente con las manos en alto. Eso alertó a Altair y a
Joseph, portando rápidamente en las manos dos AK, y cargándolas esperaron a que
llegasen los cuatro soldados. Los seguían otras dos personas apuntándolos con
escopetas, mas otro hombre que les seguía, que tenía toda la pinta de ser el líder. Iba
vestido con una camiseta blanca y bastantes cinturones porta-cuchillos se ajustaban a
su torso y cintura. Uno de ellos lo portaba en la espalda lleno de pequeños cuchillos.
Tenía un revólver en la mano, y lo llevaba bajado. Su aspecto intimidaba hasta al más
valiente de los soldados. La cabeza la cubría un sombrero de vaquero de color gris
oscuro y unos ojos de color marrón penetrantes. Lo que más impresionaba de su
aspecto era la cicatriz en su cara, que empezaba en la ceja derecha y terminaba al
final de la parte izquierda de su mandíbula. Ese hombre fue hacia ellos apuntando con
precisión su revólver hacia Altair.

- Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?- dijo aquel hombre con sorna.- Unos extraños, que
parecen un grupo de asalto, de intenciones desconocidas.- el hombre calló un
momento, fulminando a Joseph y a Altair con la mirada. Altair supo desde ese
momento que tendrían que ir con pies de plomo hasta que finalizasen las
negociaciones. Existían dos opciones posibles. Si servían a Tormenta como bastión
del norte de esa provincia, todo iría como la seda, si Tormenta no servía al Trípode,
como Joseph pensaba. Si no, esos hombres podían actuar de mil maneras. El hombre
siguió hablando.- Más os vale que digáis rápido quienes sois y a quien servís, porque
mis hombres son de gatillo fácil.- Altair pudo captar el tono de amenaza en el que
hablaba ese hombre.
- Buenos días. Me llamo Altair, y somos enviados desde Nuevo Edén para hacer una
valoración del terreno.- dijo Altair, con el tono más amistoso que pudo.
- Tormenta no me ha informado de esta operación. Si sois enviados de Nuevo edén
tendréis algo que lo demuestre, ¿Me equivoco?- a Altair no le cabía ya ninguna duda.
Eran aliados de Tormenta, y eso hizo que Altair suspirase de alivio. Lo que menos
quería era nada más empezar la travesía era ir dejando un rastro de sangre por el
camino.
- Si, claro. Aquí tiene el documento que lo certifica.- Altair fue a echar mano del
bolsillo para sacar el documento, cuando aquel hombre le apuntó a la cabeza con el
revolver, acercándose unos pasos hacia él. Altair se paró en seco.
- ¡Ojo con las manos! Saca el papel poco a poco, despacio, que pueda prever cada
movimiento que hagas, si no quieres que adorne con tus sesos el casco del avión.-
Atlair sacó el documento lentamente, atendiendo a las exigencias del hombre.
Cuando lo tuvo en la mano, se lo tendió. Tras leerlo detenidamente, levantó la mano y
sus hombres bajaron las armas. El ambiente se destensó un poco. -¿En serio que sois
de Nuevo Edén?- dijo, taladrándolos con la mirada. Observó el avión en el que
habían venido, donde estaba grabado el símbolo de AllNess.- ¿Os dais cuenta de
cómo me habéis dejado la autovía?- dijo el hombre, señalando los restos del avión.
En el aterrizaje, el avión perdió muchas piezas por el camino, y en ese momento
obstaculizaba casi por completo la autovía.- Me costará arreglar todo este embrollo,
pero lo haré, qué le vamos a hacer.- en ese momento, miró a Joseph, y luego se
dirigió a Altair.- Más le vale decirle a su amigo que deje de apuntar a mis hombres,
porque en este momento tiene fijada la mira de dos francotiradores en el pecho. No
creeríais que iba a venir casi descalzo.- dijo sonriendo, señalando a la torre de
propaganda de Repsol y a una torre de telefonía al oeste de aquí.

Altair tuvo muy claro qué le había dicho. Tenía francotiradores apostados por el
terreno que vigilaban todos sus movimientos. Una manera bastante segura de
moverse sin temor a ser atacado, ya sean No Muertos o bandidos. Todos los
alrededores de su bastión los tenía vigilados con precisión milimétrica, y Altair supo
sin mucha dificultad que si se movía una mísera rata en todo el valle, ese hombre se
enteraría. Aquel hombre empezó a hablar de nuevo.

- Perdonadme, creo que he sido un poco grosero con vosotros. ¡No quiero que os
llevéis una mala imagen de la hospitalidad de los Extremeños!- dijo, echándose unas
carcajadas.- Me llamo Ambroz y soy el líder de este pequeño asentamiento.
- Yo soy Altair, líder del grupod e Operaciones Especiales, y mis hombres son Jack,
Bolts, Kira, y Suléiman.- dijo Altair señalando a sus hombres.- Dentro estan Karl,
Monty y Betsy, que son nuestros conductores, y éste es Tornado.
- ¡Vaya, un Sheriff de AllNess!- dijo Ambroz, tendiéndole la mano. Tornado se la
aceptó sin entusiasmo.- ¿Y qué os trae por estos lares, amigos?- dijo Ambroz,
dirigiéndose de nuevo a Altair.
- Vamos hacia Nueva Alhambra, y tenemos que pasar por todos los bastiones que
queden en pie, para elaborar un informe para AllNess. El señor Elliot tiene mucho
interés en saber cómo le han ido las cosas a España.
- Perdona que te corrija. “Virreino de España”. Cuando el apocalipsis estaba en todo
su esplendor, el Rey decidió que Las Canarias eran un lugar más seguro para
gobernar sus territorios, y nombró a Tormenta Virreina de la Península para que se
ocupase del control de España.
- Ya, tenemos todos los datos de ese cambio de gobierno. Ambroz, por casualidad,
¿Nos puede proporcionar transporte para los suministros que tenemos?- preguntó
Altair, con la esperanza de que Ambroz pudiese ahorrarlos el viaje hacia los pueblos
de alrededor.
- Depende de lo que quiera, señor...- dijo Ambroz, esperando oír el nombre de Altair.
Altair se enojó bastantes. Desde que empezó a hablar con Ambroz, repitió su nombre
varias veces, y éste no se acordaba.
- Altair Ahmad.
- Con Altair me vale.- dijo Ambroz. Se notaba que era un hombre simple y directo.-
Entremos si le parece en su avión para negociar, ¿Vale?- dijo Ambroz de forma
educada.
- Por supuesto, acompáñeme.- le dijo Altair a Ambroz. Los dos entraron en el avión,
seguidos de cerca por Joseph.
- Oye, no me voy a comer a tu amo.- dijo Ambroz a Joseph con sorna.- Altair, tienes
un perro magnífico, ¿No crees?- dijo Ambroz con descaro. Altair sonrió por lo bajo.
- Cuidado con esa lengua, campesino, o la perderéis.- dijo Joseph con el rostro
contorsionado por la rabia. Ambroz siguió sonriendo, sin dejarse intimidar.
- ¡Era una broma, hombre! Joder, no tienes sentido del humor... Anda, vamos, Clint
Eastwood.- dijo Ambroz, haciendo un ademán con la mano para que entrase.

Altair le llevó hasta la zona de carga donde tenían suministros para intercambiar y
comerciar hasta Nueva Alhambra. Además de gasolina, tenían unos cincuenta libros
de habla hispana, diez cartones de tabaco y treinta kilos de diversos medicamentos.
Ambroz empezó a curiosearlo todo con sumo interés, hasta que al cabo de unos
minutos se dirigió a Altair.

- Os felicito, tenéis material suficiente para legar a Nueva Alhambra, claro está, si no
os dejáis timar por el camino. Ahora la pregunta es, ¿Qué necesitáis?
- Déjeme pensar...- Altair pensó un rato lo que necesitaba, y se lo dijo rápidamente.-
Necesito dos camiones de transporte de combustible, un camión para transportar los
suministros, munición y comida para dos semanas.
- Lo suponía.- le dijo sonriendo Ambroz.- Lo que pides no escasea por aquí, al
menos la mayor parte. Un camión que funcione aún, es un milagro encontrarlo, y sí,
se pueden arreglar, pero las piezas son muy difíciles de conseguir. Como sea, habéis
tenido suerte, y casualmente dispongo de todo lo que necesitáis. Bueno, de casi todo.-
se corrigió Ambroz.- De camiones ando algo escaso, pero dispongo de dos camiones
de combustible y un camión de transporte operativos. Ten en cuenta que me cuesta
desprenderme de ellos, son todo un tesoro en estos tiempos. La comida no es ningún
problema, como verás cuando vayamos acercándonos al bastión, pero la munición sí
que lo es. Tengo la justa, y no me puedo desprender ni de un cartucho. Pero sé a
quien le sobra, y con gusto os diré donde podéis contactar con mi amigo para que os
surta de munición. Bueno, en todos los casos - dijo Ambroz cerrando la
conversación.- lo que pedís costará cinco mil litros de gasolina mas cinco kilos de
medicamentos, a nuestra elección.
- ¿En serio?- dijo Altair. Era un precio bastante elevado, tenía que bajarle el
porcentaje tanto como fuera posible. Cinco mil litros de gasolina era un cuarto del
total que tenían disponible, que les volaría de un plumazo. Los medicamentos le
daban igual, tenían de sobra para comerciar, pero el número de la gasolina fue lo que
más le dolió. Altair intentó regatear.- Señor Ambroz, tenga en cuenta que cinco mil
litros es un cuarto del total que tenemos de gasolina. Había pensado más bien
cederles con gusto mil quinientos litros.
- Ja, ja, ja.- dijo Ambroz riéndose.- Tienes pelotas, pero no me insultes, chico. ¿Mil
quinientos litros? Con eso no tengo ni para una calada, joder... Te estoy dando dos
camiones de combustible, ¿Sabes lo que valen en los demás bastiones? Uno de estos
operativo es prácticamente imposible de encontrar. Podría conseguir perfectamente
tres mil litros de gasolina en cualquier bastión por un mastodonte de estos, y tú te vas
a llevar dos.- Altair se quedó callado. Ambroz meditó un momento su respuesta, hasta
que al final dijo.- Bien, haremos una cosa. Te rebajo la tarifa a tres mil litros y diez
kilos de medicamentos si me haces un... favor.
- ¿Qué favor?- Altair supo que no sería ningún recado de pacotilla.
- Escucha, hace unos días recibí una llamada del líder del bastión de Granadilla, a
unos veinte kilómetros de aquí.- Altair supuso que tenían pirateada la red Baelnius,
para poder comunicarse entre ellos.- Me ha informado que hace dos días envió a un
equipo de recogida de suministros a un pueblo cercano, Zarzatina, y no han vuelto.
En teoría Zarzatina está limpia, como todos los pueblos alrededor del bastión, y me
ha dicho que va a mandar otro equipo. He pensado que podríais ir vosotros a
Zarzatina a investigar esta desaparición. ¿Qué te parece? Y además podrás elaborar
un informe más grueso para tu jefe, visitando Granadilla. Todo en un paquete. ¿Qué
me dices? ¿Hay trato? A no ser que la fama que tenéis los súper hombres de AllNess
solo sean humo.- dijo Ambroz eso último de broma, tendiéndolo la mano.
- Eh...- Altair lo pensó un segundo. Los suministros les saldrían bastante más baratos,
podrían visitar otros bastiones y elaborar un informe mucho más detallado. Si se
negaban, seguramente Ambroz no bajaría su primera tarifa, y de un plumazo se
quedarían sin un cuarto del total de gasolina que tenían para comerciar, y eso sería un
duro golpe. Además, si iban solo por la autovía que bajaba al sur seguramente no
entrarían en muchos bastiones, y su informe sería pésimo. La solución estaba bien
clara.- Acepto, señor Ambroz.- dijo Altair, dándole la mano.
- Bien, eso me gusta.- dijo Ambroz sonriendo.- Y llámame Ambroz a secas. Todos lo
hacen.
- Está bien, Ambroz.

Los tres salieron del avión, con Karl, Monty y Betsy, sus conductores, y fueron junto
a todos los soldados, que estaban hablando tranquilamente. Sabían que los
francotiradores que tenía apostados Ambroz velarían por su seguridad. Ambroz dio
una voz a sus hombres para que le siguieran, y Altair hizo lo mismo, siguiendo a
Ambroz. Los soldados de Altair eran en total nueve. Seis soldados, los dos pilotos del
avión y un conductor de refuerzo. Subieron por la salida de la autovía y vieron de
lejos la gasolinera a la que tenían pensado si Ambroz no llega a aparecer. Desde lejos
solo se veía el contorno del edificio, y parecía en buen estado, desde la lejanía.
Pasaron un puente que atravesaba la autovía, y que los llevaba al otro lado, donde
otro edificio gigante, la otra gasolinera, quedaba más a la vista que la anterior. Esta
vez se fijó en un detalle. Aunque el edificio estaba en buen estado, un gran edificio
blanco con un gran aparcamiento para camiones, todo lo que podía existir que fuese
útil no estaba. Los aparcamientos, que en su día serían una estructura metálica,
habían desaparecido, y el único rastro que quedaba de ellos eran unos tacos de hierro
pegados al hormigón y un montón de virutas de metal alrededor. La gasolinera no era
de menos. Todo lo que en su día sería metal, cristal o derivados brillaba por su
ausencia, dejando solo los surtidores y las paredes de la gasolinera allí. No había
ningún coche, pero sí muchos cristales rotos por el suelo.

Ambroz hizo caso omiso al desastre de aquella gasolinera y siguieron caminando.


Para asombro de Altair, todos los campos alrededor del pueblo estaban sembrados, y
en una ganadería situada a unos cien metros a la izquierda de la carretera por la que
bajaban estaba llena de vacas y cerdos. Sin que Ambroz se lo dijese, Altair ya sabía
cuál era su labor aquí. A los pocos minutos de marcha hacia el pueblo, Atlair se le
acercó a Ambroz.

- Ambroz, ¿Puedo hacerle una pregunta?


- Claro, Altair. Dime.
- ¿Qué tienes montado aquí? He visto campos sembrados y una ganadería llena de
ganado. ¿Qué mas tienes que me sorprenda?
- Ya lo verás, amigo mío. Ya lo verás.
14. STUART

Un sol abrasador hacía sudar a chorros a Stuart sobre ese polígono industrial situado
al norte de la localidad de Mesalina, en Kansas, una población que antes del
apocalipsis albergaba a casi cincuenta mil habitantes. Varios No Muertos andaban por
sus inmediaciones, ajenos a la presencia de Stuart y el Predicador, que descansaban
en una nave de aquel polígono, resguardándose del calor. Prepararon aquella nave
para estar más cómodos el día que descansarían antes de seguir el camino, y aunque
Stuart no estaba cansado, el Predicador le dijo que llevaba andando hace días desde
Denver.

- Mi cuerpo ya no está para muchos trotes, amigo.- le dijo el Predicador.- Tengo


cincuenta y dos años, y ya estoy algo viejo. Por favor, descansemos un poco, solo por
un día.

A Stuart no le importó hacer un parón de un día, para así poder hacer preguntas al
Predicador. Estaba seguro que el ordenador no le dijo todo lo que necesitaba saber, y
prueba de ello era el Predicador. El ordenador no le dijo nada relativo a personas
inmunes al virus. Los inmunes al virus, o mejor dicho los Mortis, no se convertían en
No Muertos, pero estaban infectados, y podían contagiar a otras personas. Por otra
parte, podían caminar entre los No Muertos sin temor a ser despedazados, por lo que
tenían el poder de saquear cualquier edificio o lugar, por muchos No Muertos que
haya en sus inmediaciones. Los Mortis y los humanos normales no convivían, por
temor al contagio, y por esa razón sufrían persecución en algunas zonas, y les tenían
prohibido acercarse a los bastiones humanos, pudiendo recibir con toda seguridad un
tiro en la cabeza si se acercaban lo suficiente para que los francotiradores tuviesen
diana.

Cuando llegaron al polígono industrial, lo registraron a fondo y tras llevar varios


colchones algo deteriorados a una de las naves, dieron un repaso al polígono
buscando algo para comer. Buscaron minuciosamente unas horas, y encontraron un
almacén de alimentos casi intacto. Cogieron varias latas de salchichas envasadas y
unas botellas de agua embotellada (los productos frescos estaban totalmente
podridos) y fueron al refugio que construyeron para resguardarse del calor. Cuando se
pusieron a comer, Stuart saboreó la primera comida de su vida. Un torbellino de
sabores le inundaba la boca mientras masticaba aquellas salchichas que el Predicador
calentó en un fuego improvisado. Después de comer, probó un poco de agua, y la
sensación de que entraba vida en su cuerpo fue intensa. El agua, aunque sin ningún
tipo de sabor, sentaba incluso mejor que las salchichas. El Predicador salió al coche
sonriendo, contento al ver lo que estaba disfrutando Stuart con la comida y trajo una
de las botellas de vino. La descorchó y tras dar un largo trago, se la tendió a Stuart.

- Toma, prueba esto. Vas a ver como te gusta.- dijo sonriendo el Predicador. Stuart en
ese momento no se dio cuenta de pensar en los efectos que podría tener esa bebida en
su organismo.
- Vale.- Stuart cogió la botella y le dio un trago. Sintió que le abrasaba la garganta y
escupió la mayor parte del contenido.
- Ja, ja, ja.- dijo el Predicador soltando una carcajada.- Eres un principiante, tómalo
con más calma. Cuando te acostumbres al sabor, entonces podrás darle buenos tragos.
- Eso se avisa, capullo.- le dijo Stuart algo enfadado. Aquel párroco le tomó el pelo
como a un tonto. Esta vez le dio un trago más pequeño y lo saboreó. Al pasar por su
garganta notaba un escozor por todo su esófago y luego en el estómago, pero tras el
primer trago, los siguientes eran más llevaderos, y de manera sorprendente, el escozor
desaparecía y cada sorbo era mucho mejor que el anterior.
- Ten cuidado, no te vayas a emborrachar. Anda, pásate la botella.- le dijo el
Predicador cogiendo la botella de las manos de Stuart.- Es mejor que estés sobrio, no
es conveniente que te conviertas en un alcohólico.
- No sé de qué me estás hablando, Predicador.- Stuart recibió mucha información de
antes del apocalipsis, pero no pudo averiguar en su mente el significado de
emborracharse.
- No sé si los Cyborgs pueden emborracharse, pero te aseguro que dentro de cinco o
diez minutos lo descubriré. Ahora me voy a echar una siesta, no me molestes, ¿vale?
Duerme si quieres un rato.

Pero Stuart no tardó en despertarlo. Se sentía extraño. Una valentía muy extraña y
unos calores generales inundaban su cuerpo, y se asustó.

- Predicador, predicador.- dijo Stuart agitándolo.- Me encuentro extraño, sudo mucho


y siento como... euforia.
- Eso es que te está afectando el alcohol, no pasa nada. Ahora déjame dormir, joder.-
dijo el Predicador, molesto.

Stuart le dejó en paz. Cada minuto que pasaba, se sentía más extraño y más contento,
feliz y valiente. Salió tambaleándose fuera de la nave y se puso a bailar entre unos
cuantos No Muertos, con una de las botellas de vino descorchada en la mano,
pegándola tragos ocasionales, sin dejar de sonreir. Solo estaba él y la botella. Cantaba
y bailaba entre los muertos, imaginándose que eran personas normales, y el mundo tal
y como podía verlo antes del apocalipsis. El polígono industrial estaba bastante lleno
de gente, que trabajaba en sus naves industriales, y de cuando en cuando aparcaba
algún camión para llevarse mercancía hacia otro destino. Stuart solo sonreía y seguía
en su mundo. Estuvo bailando sin parar varias horas, hasta que un tropezón de
cemento en la acera le envió de cabeza al suelo, y volvió a la realidad. Estaba
anocheciendo, y el Predicador le llamaba a voces desde la nave en la que estaban
instalados. Fue corriendo hacia la nave y entró corriendo.

- Lo siento, Predicador, es que estaba ido...- y aún lo estaba. Entró en la nave


tambaleándose.
- Si, lo comprendo. La primera borrachera es especial, pero comprenderás que no te
de más vino, al menos por ahora. Vas muy borracho...- dijo en tono de reprimenda,
como si Stuart tuviese la culpa. ¿Quién le dio de beber aquél licor demoníaco?
- Lo siento.- dijo Stuart con un tono de culpabilidad.
- No pasa nada. Vayamos a cenar, anda. Tenemos unas latas de sardinas que parecen
tener buena pinta.
- Iré, pero no quiero comer. No tengo hambre. Además, no lo necesito.
- Ya, ya sé que no lo necesitas, pero disfrutas de la comida, creo. Si quieres que se te
asiente el estómago y se te pase la borrachera antes tienes que comer.- dijo El
Predicador, tentándolo.
- Está bien, pero dame un poco de agua antes, por favor.- Stuart estaba sediento
después de la borrachera, sin saber por qué.

El Predicador había hecho un fuego y se sentaron alrededor. El Predicador comía


lentamente, saboreando aquellas sardinas acompañándolas con vino. Aquella bebida
diabólica le hizo perder la cabeza a Stuart, y tras lo que había pasado no tenía
ningunas ganas de volver a probar esa bebida en su vida. Cogió una botella de agua y
se la bebió casi de un trago, disfrutando de aquél líquido mágico. Cuando terminaron
la cena, Stuart le preguntó a el Predicador, sentados junto al fuego.

- Predicador, ¿Cuantos refugios quedan en todo el mundo?


- ¿Todos? No lo sé, aquí en Estados Unidos hay muchísimos campamentos y
fortalezas, pero no hay más de mil habitantes en cada una de ellas, y en la mayoría no
pasan de los cien. Hay tres bastiones enormes que son los que más población reúnen.
La Roca, Nuevo Pittsburg y Puerto Libre. Nosotros estamos cerca de La Roca, el más
grande de todos.
- Entonces, ¿Vamos a La Roca?
- Si nos asomamos por La Roca, a mi me volarían la cabeza, te recuerdo que soy un
Morti, y a ti te reclutarían para el ejército de La Roca. Tienes que saber que después
del Apocalipsis no quedaron muchos Cyborgs operativos, y los pocos que quedan
están muy solicitados. No, iremos hacia Atlanta. ¿Te parece?
- ¡Atlanta!- Stuart se acordó de que tenía que ir allí.- Tengo que ir allí, Predicador.
Tengo que averiguar si todavía existe un almacén de Cyborgs muy grande situado en
esa ciudad...- Dijo Stuart. El destino quiso que se cruzara con aquel Predicador, que
de manera sorprendente se dirigía a la misma ciudad que Stuart. El Predicador le
serviría de guía para llegar a Atlanta sin perderse.
- No sé... yo he vivido en Atlanta un tiempo, y nadie ha hablado de tal almacén. La
ciudad fue reformada casi en su totalidad después de que la bombardearan en los
tiempos del apocalipsis. Los Mortis tuvieron mucho trabajo que hacer durante meses
para restaurar la ciudad. Hablan de Cyborgs sedientos de sangre que viven en las
alcantarillas, pero creo que es un cuento para asustar a los niños.
- ¿Y eso se contaba antes del apocalipsis?- dijo Stuart, extrañado.
- No, eso es posterior. La mayoría de los Mortis del país nos hemos reunido allí para
vivir, sin molestar ni a los No Muertos ni a los humanos normales. Hay casi tres
millones de habitantes, y además aceptan a los Cyborgs. Podrás preguntarle al líder
de la ciudad, Cadmus Van Tall. Si ese almacén existe, seguramente lo sabe. Es lo
único que te puedo decir respecto a eso.
- Y... ¿Cómo era el mundo antes del Apocalipsis?- preguntó Stuart, con voz tímida.-
Ya sabes, dispongo de información, pero no es lo mismo si alguien te lo cuenta.
- Je,je, je...- el Predicador sonrió y empezó a contarle.- A ver, antes el mundo, por lo
menos para los humanos, era, vamos a decir mucho menos peligroso, porque el
mundo sigue siendo igual de difícil. La gente tenía sus trabajos, se divertía... y
también había crímenes, delitos y demás maldades. Es como está el ambiente en
Atlanta, ya lo verás. Somos Mortis, y podemos vivir como lo hacían antes los
humanos sin peligro a que nos maten los No Muertos.

Siguieron hablando durante un buen rato, o al menos era el Predicador quien le


hablaba a Stuart. Le contaba cómo era el mundo antes del apocalipsis, cuando todo
era más sencillo, y la mayor preocupación de los Estadounidenses y de todo el mundo
eran cosas normales, como buscar un puesto de trabajo, encontrar pareja o si su
equipo de su deporte favorito ganaba el campeonato nacional. También le habló de
Dios, y de su antigua labor en Memphis. El Predicador ya era párroco antes de la
infección, y dirigía una de las iglesias más numerosas de Memphis. Llevaba a cabo
muchas obras de carácter social, y daba de comer a muchos mendigos y de indigentes
que lo necesitaban. Era muy tarde cuando se acostaron para descansar. Stuart se
acostó pensando en el viaje que iban a hacer, de nada menos que unos mil kilómetros.
Se levantarían muy temprano para proseguir su camino hasta Kansas City, donde
irían a uno de los refugios que el Predicador tenía por varias ciudades a lo largo de
Estados Unidos.

Cuando se levantaron, usaron varias botellas de agua para asearse y tras cargar algo
de comida en el DeLorean, pusieron rumbo hacia Kansas City. Llegarían en tres
horas, pasando por varias poblaciones, y por suerte según el Predicador las carreteras
hasta Kansas estaban limpias. La primera ciudad grande por la que pasaron era
Junction City, y Stuart la contempló como había contemplado Denver. Con mucha
tristeza de ver la sombra de una humanidad casi en total extinción. Las casas ya
empezaban a sufrir el paso del tiempo que llevaban vacías y sin cuidar, y la
naturaleza se iba abriendo poco a poco paso por lo que en su día fue una ciudad de
más de veinte mil habitantes. Desde allí no los veían, pero Stuart sabía que habría
miles de No Muertos recorriendo las calles con pasos torpes y mirada perdida.
Pasaron de largo, y el Predicador ni siquiera prestó atención a todo lo que estaba
viendo Stuart. El ya estará acostumbrado a ver toda esta desolación, pensó.

- Predicador, ¿Por cuantas ciudades como esta pasaremos antes de llegar a Kansas?
- Sólo por Topeka y Lawrence, a una hora de aquí. Por suerte Junction City la hemos
pasado por un lado. La interestatal 70, que es por la que circulamos, atraviesa Topeka,
y en varios tramos la interestatal es puente, ¿Sabes lo que te intento decir?
- Que en algunas zonas puede que el puente esté derrumbado.
- Más o menos. Yo diría que es muy probable que sea así. Podemos cruzar la ciudad
y pasarla atravesando calles e ir probando. Luego nos volvemos a incorporar a la
interestatal y asunto solucionado.- dijo el Predicador.
- No, Predicador. Nosotros no sabemos lo que hay dentro de la ciudad. Puede haber
cualquier cosa, vete tú a saber. Recuerda que los No Muertos no son la única cosa que
puede matar a un hombre. Es muy probable que haya cristales rotos por todas partes y
puede que tengamos un reventón en alguna rueda, y tendríamos que ir caminando, o
que nos sorprenda algún derrumbe. En una ciudad en ruinas, moverse es un continuo
peligro.
- Si, tienes razón.- admitió el Predicador.- No me gustaría ir a Kansas andando, la
verdad.
- ¡Pero si ibas andando cuando te encontré!- protestó Stuart. Cuando encontró al
Predicador caminaba solo por la carretera, visiblemente debilitado por la caminata y
vagando sin rumbo fijo. Eso sí, con una determinación férrea en su rostro.- ¿Y de
donde venías, por cierto?
- De Colorado Springs. Me quedé sin gasolina en Dalton, y tuve que abandonar mi
coche e ir a pie. Llevaba andando un par de días cuando me encontraste.
- ¿Y qué hacías en Colorado Springs, si puede saberse?
- Venía de una misión de paz, o al menos eso creía. Buscamos otros bastiones Mortis
para intercambiar suministros, y ofrecer asilo en Atlanta. Nosotros tenemos mucha
comida, pero el petróleo y los medicamentos escasean bastante, y los encargados de
la búsqueda de suministros tienen que recorrer todo el país buscando proveedores de
productos que escaseen, para comerciar con ellos, y aunque no hay muchos, tenemos
trato con algunos humanos, a los pocos que no les importa tratar con Mortis.

El Predicador, según le dio a entender a Stuart, era un buscador de recursos. La


verdad, ya se lo imaginaba Stuart, dado en el estado en el que lo había encontrado,
como un nómada andando en tierras desconocidas. No hablaron mucho en el trayecto
hasta Topeka, y cuando llegaron, Stuart se encontró con la misma imagen de antes.
Edificios medio en ruinas, mucha basura desperdiciada por las calles y miles de esos
seres vagando sin rumbo. Era una suerte que no los atacasen a ellos, y si esos seres
llegan a identificarlos como presas no saldrían de Topeka vivos. Cada momento que
pasaba se sorprendía más de como muchos humanos sobrevivieron al apocalipsis.
Stuart estaba seguro que una marea de No Muertos aniquilaría cualquier protección
que pudiesen tener un grupo de supervivientes. Sabía que estaba equivocado, porque
según el Predicador había numerosos bastiones por todo Estados Unidos.

Cuando iban entrando en Topeka, se encontraron con un problema. Los dos carirles
de la interestatal se unían al llegar a Topeka, pero los separaba una pared de hormigón
que el DeLorean seguramente no podía traspasar sin que se hiciese pedazos el motor.
El Predicador lo ignoró, pero Stuart pensó en silencio en el problema que se les venía
encima. Si en algunas partes el puente estaba derrumbado por el carril que circulaban,
tendrían que dar media vuelta y pasar por el infierno de la ciudad. Los primeros
minutos de la travesía por Topeka, fueron muy despacio, ya que había diversos
coches por la carretera esparcidos de cualquier manera e innumerables cristales
inundaban el asfalto.

El puente de la interestatal que cruzaba toda la ciudad comenzó nada más pasar por
las primeras casas de Topeka, y un mar de casas rodeadas de árboles inundó el paisaje
durante varios minutos, hasta que entraron al centro de la ciudad, donde la
devastación reinaba por todas partes. Coches estrellados, camiones reventados por
explosiones incontroladas y una capa de polvo fino que lo cubría todo. Y ese olor. Era
la primera vez que Stuart lo olía con tanta intensidad. El olor de la muerte. Olía,
aunque en muy poca medida a podrido. Ya había pasado un año desde que esa ciudad
de convirtiese en un cementerio viviente, y Stuart supuso que el olor a muerto fue
menguando con el tiempo, teniendo en cuenta que los seres que ahora andaban por las
calles parecía que no sufrían el proceso de putrefacción como un cadáver normal. Y
es que no eran cadáveres corrientes, andaban como si estuviesen vivos.

- Stuart, cuidado, que empieza a haber puentes.- el Predicador sacó a Stuart de sus
pensamientos y lo volvió a introducir en la carretera. Después de una intersección,
llegó el primer puente. Estaba en buen estado, aunque un coche reventó la pared de
hormigón del puente y cayó abajo, quedando el coche hecho un acordeón. Aún se
podían distinguir las manchas de sangre por lo que quedaba del coche, y una mano
asomaba de una de las ventanillas, podrida y con los huesos de los dedos quedando a
la vista.

Cruzaron unos cuantos puentes más hasta el gran puente que cruzaba un río que
atravesaba la ciudad. El Predicador se equivocó en decir que había puentes
derrumbados, y ninguno les supuso problema para cruzarlo, aunque el problema les
vino en el puente principal, el que cruzaba el río. El río pasaba por debajo del puente,
con su agua limpia y cristalina bajando tranquilamente hacia donde desembocaría. En
los tiempos antes del apocalipsis ese agua habría estado más sucia, pero en ese
momento bajaba limpia como la de un arroyo virgen. En los tiempos del apocalipsis,
el ejército intentó volar el puente con misiles, pero erraron en el disparo y habían
volado sólo la mitad. La mitad por la que iban circulando. A medida que se
acercaban, observaron que el muro de hormigón que separaba la interestatal en dos
desaparecía parcialmente, así que podían pasar a la otra parte. Cuando llegaron a la
zona que fue bombardeada, Stuart se fijó en el amasijo de hierros que salía de debajo
de la carretera, doblados hacia un lado por el efecto de la explosión. Aunque Stuart se
preguntaba cómo el piloto del avión había fallado un tiro tan fácil, tampoco le
importó. Por su culpa, él y el Predicador podían caer al fondo. Cruzó al otro carril de
la interestatal, con el ruido de fondo de protestas del DeLorean por hacerlo pasar por
los escombros de hormigón dispersos por toda la carretera. La otra parte de la
interestatal no estaba mejor. Más bien dicho, estaba a punto de derrumbarse.

- Bueno, entonces, ¿Qué hacemos?- preguntó el Predicador.


- Yo voto que nos arriesguemos. Si pasamos lentamente, puede que el puente no se
queje.
- Al revés. Si vas a pasar, pasa a toda velocidad, para que el puente ni se entere de
que hemos pasado, y si se derrumba, que estemos bien lejos cuando eso suceda.
¡Acelera!

Stuart aceleró a tope el DeLorean, y con un rugido potente fueron a toda velocidad
hacia el puente medio hecho pedazos. El primer contacto con la parte destrozada del
puente hizo que crujiese, y a medida que iban pasando el puente iba cediendo para
caerse en pedazos al fondo del río.

- ¡Acelera más, joder, que nos vamos abajo!- le apremiaba el Predicador.

Pero Stuart hizo caso omiso a sus protestas. Siguió acelerando todo lo que pudo al
DeLorean mientras el puente iba cediendo, y al final dio un bote hacia la parte segura
mientras el puente destrozado caía hacia el río, produciendo un sonoro chapoteo.

- Joder, se me han puesto los huevos de corbata. ¿A ti no?- dijo el Predicador.-


Bueno, espero que no tengamos más contratiempos hasta llegar a Kansas City.

Por suerte, no tuvieron ningún otro problema por el camino. En una hora llegaron a
Kansas, que ofrecía el mismo paisaje desolador que en todos los sitios. Un paisaje
arrasado por aquél virus que asoló la humanidad hace más de un año. Si lo que le
había dicho el Predicador era cierto, al sur de Kansas City existía un gran bastión a
salvo de los No Muertos, donde convivían miles de personas, sin preocuparse de
cubrirse las espaldas continuamente, esperando a que un No Muerto acabase con su
existencia. El Predicador le llevó por toda una Kansas arrasada y llena de No
Muertos, y Stuart se dio cuenta de que esta ciudad ofrecía un paisaje más desolador.
Muchos barrios ardieron hace tiempo hasta los cimientos, y muchas zonas se veían
totalmente arrasadas por bombardeos que en su día destruyeron barrios enteros,
dejándolos hechos amasijos de escombros. En el centro financiero de la ciudad
todavía estaban los rascacielos, ajenos a que los humanos que antes correteaban por
sus entrañas se habían convertido en muertos andantes. La mayoría de los cristales de
los rascacielos estaban reventados y unas cortinas medio podridas asomaban por
todas partes. Stuart veía aquellos imponentes rascacielos desde la interestatal por la
que iban, que estaba semidestrozada y llena de vehículos abandonados. De vez en
cuando se encontraban con algún No Muerto, pero este no les hacía caso y ellos a él
tampoco. Stuart llegó a la conclusión de que estos seres se guiaban por su olfato, y ya
que ellos no olían a humano (el Predicador era un Mortis y él era un Cyborg) para
aquellos seres no tenían ningún interés.

- Predicador, ¿Adonde vamos exactamente?


- A un refugio que tengo al sur de Kansas City. Una iglesia que limpié y aprovisioné
hace tiempo. Allí estaremos unos días hasta que continuemos nuestro viaje hacia
Atlanta. Además, necesitamos encontrar gasolina para el DeLorean.

Stuart siguió conduciendo tomando nota de las indicaciones del Predicador. Siguieron
circulando por la interestatal hasta que el Predicador le dijo que se saliese por una
salida que había casi en el otro extremo de la ciudad. Fueron hacia el sur pasando por
barrios con casas rodeadas de árboles, donde la maleza iba ganando terreno y
metiéndose en las casas. En algunas se imaginaban escenas desgarradoras, donde
estaban las ventanas de las casas rotas y llenas de sangre reseca. También había
algunos restos de cadáveres esparcidos por los jardines, en avanzado estado de
putrefacción. Y ellos. Los No Muertos, rondando por todos sitios. En algunas partes
había concentraciones de ellos bastante grandes, de unos cientos, más o menos.

Estuvieron circulando unos minutos por esa calle hasta que llegaron a una carretera
solitaria a lado de un bosque, por donde circularon un rato hasta que llegaron a una
zona amurallada con trozos de metal, coches abandonados, y cualquier cosa que
sirviese para hacer un muro. El Predicador le indicó que parase en la puerta del
recinto, una puerta construida con muchas planchas de metal soldadas. El Predicador
bajó del DeLorean y fue a abrir la puerta, que simplemente estaba cerrada con una
vara de metal encajada entre las dos aperturas de la puerta. Cuando Stuart metió el
coche, el Predicador cerró otra vez la puerta, pero esta vez metió la vara de metal por
dentro, para evitar que alguien o algo abriese la puerta desde afuera. Subieron una
carretera hasta una iglesia situada en la cima de la colina, y tras parar el coche,
cogieron toda la comida que llevaban en el DeLorean y entraron dentro. La iglesia
estaba bastante limpia, y tenía una parte de ella acondicionada para dormir y comer.

- Esta iglesia estaba llena de cadáveres cuando un amigo y yo llegamos aquí. La


limpiamos, enterramos a todos en el cementerio que hay al lado de la iglesia y la
acondicionamos para que fuese un refugio, por si pasábamos por Kansas. La iglesia
tiene aspecto de no haberse utilizado desde hace un tiempo, así que puedo deducir
que mi amigo no ha pasado por aquí. Bueno, voy a rezar por nuestra llegada sanos y
salvos. Si me quieres acompañar...
- Vale. Nunca he rezado, y quiero saber cómo se hace, pero no creo que tu Dios
proteja a los cyborgs...
- Dios nos protege, y quiere a todas sus criaturas como hijos suyos que son...
- Yo no soy una criatura de Dios.- le dijo Stuart.- Soy una criatura del hombre.
- Y el hombre es una criatura de Dios.- dijo el Predicador

Fueron hacia el altar, y el predicador se arrodilló. Stuart lo imitó, mientras miraban a


los ventanales de la iglesia por donde entraba la luz del día.

- Repite conmigo...

“El señor es mi pastor, nada me falta.


En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el camino justo,


haciendo honor a su nombre.

Aunque pase por un valle tenebroso,


ningún mal temeré,
porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.

Me preparas un banquete
enfrente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu amor y tu bondad me acompañan


todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del señor
por años sin término.”
15. BRIAN

- ¡Vamos, despierta, Lombriz!- unas manitas zarandeaban a Brian de un lado a otro


de su cama instándolo a que se levantase. Cuando abrió los ojos, albergaba la
esperanza de que los sucesos del día anterior fuesen productos de su imaginación,
pero cuando oyó a una niña dar voces en la sala de estar del búnker y una voz
masculina regañando a la otra voz, supo que no era así.

Sombra y su hija Aurora llegaron el día anterior trayéndole noticias y una posibilidad
de salvación. Los suministros de Brian llevaban escaseando ya varias semanas, y solo
era sido cuestión de tiempo que llegase el momento de salir, y solo. Al principio
temió a aquellos dos seres, pero poco a poco se alegró de que le buscasen entre las
ruinas de Bossland, intrigados por saber si el autor de el diario mugriento que
encontraron al lado de una moto estrellada seguía vivo. Cuando se levantó de la cama
en ropa interior, Sombra entró en su cuarto.

- Lombriz, más te vale que te asees un poco y te vistas. Nos vamos en una hora.-
nada más decir esto, cerró la puerta y dejó a Brian solo. Con torpes movimientos
cogió algo de ropa limpia de su armario y fue al baño. Se dio una ducha generosa sin
escatimar en agua caliente. Ya no le importaba racionar el gas butano, porque
seguramente no volvería por aquel sitio. Tras una ducha que sentó como la gloria, se
secó el pelo y se afeitó la tremenda barba que le poblaba toda la cara. Cuando terminó
de afeitarse, se miró al espejo. Hacía ya bastante tiempo que no lo hacía. Tenía la cara
alargada, unos labios medio finos, nariz media y ojos azules. El color de su pelo era
rubio y largo, debido a que llevaba más de un año sin cortárselo. Tendría que decirle a
Sombra que se lo cortase.
- Oye, Sombra.- le dijo Brian, saliendo de su cuarto ya vestido y aseado.- ¿Me cortas
el pelo, por favor?
- Que lo haga Aurora. Le gusta cortarme a mi el pelo. ¿Se lo cortarías a Lombriz?
- ¡Claro, Papi! Me gusta cortar pelo.- la niña parecía encantada con cortarlo el pelo,
aunque Brian no se fiaba mucho. Con desconfianza y temiendo que le cortase la
cabeza con las tijeras, Brian tuvo que dejarla trabajar.

Se sentaron en el baño para hacer la tarea, y Aurora, armada con una tijera, empezó a
cortar allí y allá, mientras Brian la miraba desde el espejo. Viéndola trabajar, parecía
tener mucha maña con la tijera, y además se la veía concentrada. Se notaba que
estaba disfrutando cortando el pelo a Brian. Al rato, Aurora paró de cortar.

- Lombriz, te lo he cortado como a mi papi, mira a ver si te gusta.


- Bien...- Brian se miró al espejo detenidamente. Se lo había dejado corto, y casi sin
ningún fallo. Brian quedó satisfecho.- Gracias, Aurora. Y dejad de llamarme Lombriz
tu padre y tu...
- Es que eres una Lombriz...- protestó Aurora, yendo hacia su padre con ganas de
desayunar.
- Está bien...- Seguramente se tendría que quedar con ese mote para siempre, y no
había nada que pudiese hacer al respecto.- En fin...

Salió del baño a la sala de estar donde le esperaba su desayuno, unas galletas junto
con un vaso de sucedáneo de café. Se lo tomó en silencio y cuando acabó, Sombra le
indicó que cogiese sus cosas y saliesen al exterior. Como Brian llegó allí casi con lo
puesto, lo único que cogió fue su hacha, que le había acompañado desde Memphis, y
salió junto con Sombra y Aurora a la superficie. Sombra de una patada hizo saltar la
puerta del búnker hacia el exterior, y un mar de luz invadió el vestíbulo que conducía
hacia el exterior. Sombra y Aurora ni se inmutaron, pero Brian se tapó los ojos
protegiéndose de la luz solar. Hacía más de un año que no estaba en la superficie, y le
costaba acostumbrarse. Al rato de estar al aire libre, fue abriendo los ojos lentamente,
intentando ver lo que le rodeaba.

El vallado que rodeaba seguía donde estaba, más o menos. Parte de el vallado estaba
caído y cubierto de mala hierba, y varios No Muertos esparramados por el suelo
indicaban la matanza que tuvo lugar allí el día anterior, cuando Sombra y Aurora
entraron en el búnker a hacerle una visita. Un campo de hierba con algunos árboles
punteando por todo el horizonte se extendía por todo lo que abarcaba la vista.

- Lombriz, antes de irnos, he pensado en darte unas clases rápidas de autodefensa,


¿Qué te parece?
- Bueno, creo que no me vendrán mal.- admitió Brian.

Sin decir más, Sombra salió de la verja y buscó dos palos largos. Aurora y Brian
salieron también del perímetro del búnker. Brian todavía temía que rondasen No
Muertos en las inmediaciones, pero Sombra parecía estar muy seguro de que nadie
les molestaría. Le tiró uno de los palos a Brian, que cogió en el aire.

- Bien, atácame. El golpe más fuerte que tengas.- Brian agarró el palo con las dos
manos y fue directo hacia Sombra. Le intentó dar un golpe para cortarle la cabeza,
pero Sombra lo paró con mucha facilidad.- No golpeas mal, pero tienes que mejorar.
Practicaremos durante una hora más.

Brian estuvo golpeando con aquel palo a Sombra hasta que no pudo más, siguiendo
las indicaciones que le gritaba de vez en cuando. Más o menos a la hora de estar
entrenando sin parar, Sombra le dijo que entrenase con Aurora, que cogió el palo que
tenía Sombra y empezó a golpear a Brian. Al estar cansado, casi no podía parar los
golpes de Aurora, y aunque ella le daba con el palo en las piernas y en los brazos,
antes de tocarle con el palo bajaba la velocidad y solo le tocaba con él, sin hacerle
daño. Estaba claro que esa niña era peligrosa con un arma. Después de estar otra hora
con Aurora, Sombra les dijo que parasen y Brian cogió aire. Estaba bastante cansado
y lleno de sudor. En ese momento resoplaba de rodillas en el suelo.

- No está mal, al menos para poder defenderte de camino a La Roca. También hay
que tener en cuenta que los No Muertos no se defenderán del mismo modo que
hemos hecho mi hija y yo. Te daré una katana que tengo libre en el Ataúd, de eso no
te preocupes. Y un consejo. Cuando tengas a un No Muerto delante, espera que se
acerque. Luego, de un tajo le cortas la cabeza. Es lo mejor contra esos seres. Por eso
te he insistido en que golpees a mi cabeza. Y que no te arañen ni te escupan. Si
aunque sea una gota de sus fluidos entra en contacto con uno de los orificios de tu
cuerpo estás perdido. Venga, vayámonos. Ya casi es la hora de comer, tenemos que
irnos ya si queremos llegar antes de que anochezca a un refugio que tengo en Kansas
City.

Brian siguió a Sombra y a Aurora por el campo, dirigiéndose hacia una carretera que
iba hacia Bossland. Sombra intentó imaginarse cómo era el refugio que tendría
Sombra en Kansas City, pero no pudo. Con aquel hombre te podías esperar cualquier
cosa. Cuando llegaron a la carretera, se dirigieron hacia un grupo de casas que había
al oeste, y en una de ellas, una casa ya bastante deteriorada con el paso del tiempo,
vislumbró un gran Hummer negro aparcado fuera del garaje. Cuando se acercó más,
pudo observarlo con más detenimiento. El Hummer estaba ensanchado al menos el
doble de su tamaño original, y armado hasta los dientes. En la parte delantera del
coche había instaladas numerosas armas cortantes. Cuatro hojas de radial gigantes
asomaban por encima y debajo de los faros, y un cono metálico de al menos medio
metro asomaba desde el centro de la parte delantera del Hummer, donde
habitualmente solían tener las insignias del fabricante los coches. Este cono, a su vez,
estaba lleno de puntas, y por si no fuera poco aquella picadora de carne, tenía
instaladas dos moto-sierras a los dos lados del capó. Y la guinda del pastel, una
ametralladora pesada MG 3 instalada en el techo del Hummer.

- Brian, me complace presentarte al Ataúd. Tengo muchas ganas de que lo veas en


acción.
- ¡Papi, mira!¡Dos podridos!- dos No Muertos salieron de una casa cercana y se
dirigían tambaleantes hacia ellos. Aurora, en vez de temor, mostraba emoción, como
si fuese algo que le diese placer.- ¿Puedo encargarme de uno, porfiiii?- suplicó la
niña.
- Está bien, pero deja uno para Lombriz. Tiene que estrenarse.
- Ya he matado algún que otro No Muerto, gracias...
- Tienes que estrenarte, llevas más de un año sin ver sangre. Hazlo, joder. Tienes que
desvirgarte.- dijo Sombra sonriendo, y lanzando una katana a sus manos, que Sombra
sacó de la parte trasera del Ataúd. - Aurora, enséñale como se hace.
- Sin problema, papi.- dijo Aurora, corriendo hacia el No Muerto más cercano.

El ataque de la niña fue letal y rápido. Esquivó un intento del No Muerto por
agarrarla con sus frías manos y pegando un salto, se subió en su espalda y le clavó un
cuchillo en todo el ojo derecho, y cuando lo sacó un borbotón de sangre negra
empezó a manar por donde había insertado el cuchillo. Saltando al suelo y con las
manos llenas de sangre, fue hacia su papi, y se puso a observar cómo Brian mataba a
su presa. Brian no quería hacerlo, pero sabía que no tenía alternativa. También sabía
que no estaba preparado. Aun así, fue hacia el No Muerto y de un tajo le cortó la
cabeza, y el No Muerto se desplomó al suelo. Tras el baile que hizo la cabeza en el
aire, haciendo saltar gotas de sangre por todo el suelo, Brian tuvo la imprudencia de
mirar el cuerpo del No Muerto que había eliminado. Del cuello le salía un líquido
verde oscuro asqueroso, y empezó a dar arcadas.

- Que va, que va...- dijo Sombra entre risas, divirtiéndose por la situación en la que
se encontraba Brian.
- Cómo me apetecería comerme un buen bocadillo de mortadela relleno de
mayonesa...- dijo Aurora sin piedad.

Eso fue la gota que colmó el vaso. Brian se puso de rodillas a vomitar al lado del
cadáver del No Muerto decapitado. Cuando terminó, lo único que pudo decir entre las
risas de aquellos dos fue un insulto.

- Sois unos cabrones.- dijo, incorporándose mientras sacaba un pañuelo para


limpiarse la boca y los ojos, que le lagrimeaban.
- Venga, Lombriz, no te lo tomes a mal. Imagina que esto te pasa rodeado de
podridos. No te hubiese gustado lo que vendría a continuación, créeme. Mira, ahí
vienen otros cuatro. Estos son para mi.- dijo Sombra.
- Papi, compártelos, glotón.- dijo Aurora enfadada.
- Está bien, dos para ti y dos para mi.- dijo Sombra, como si de cromos se tratasen.
La demencia de Sombra y Aurora asustaba a Brian. Por lo que entendía, decapitar No
Muertos era para ellos un juego.

Brian se sentó en una roca y se puso observar cómo con una facilidad asombrosa se
encargaban de los No Muertos. Aurora se los cargó lanzando con precisión
milimétrica varios cuchillos a sus cabezas, y a los dos les acertó en el ojo derecho.
Parecía que era su firma, como la de un asesino en serie. Sombra mató al primero de
un tajo bestial que le cortó la cabeza, y al otro le rompió de una patada la rótula y lo
hizo ponerse de rodillas. Cuando le tenía en posición, le voló la cabeza de una patada,
demostrando tener una fuerza sobrehumana. Brian hizo otro ademán de vomitar, pero
no echó nada.

- Bueno, vayámonos. Aquí ya nos hemos entretenido demasiado.- dijo Sombra,


yendo hacia el Ataúd. Brian montó en la parte de atrás. Aunque pareciese un tanque,
por dentro era poco espacioso pero sin dejar de ser cómodo. Por dentro era totalmente
negro, igual que el exterior.

Sombra arrancó el Ataúd y empezó a conducir dirección Kansas City. Les quedaban
varias horas hasta Kansas, y en ese transcurso de tiempo Brian se puso a observar por
la ventana todo lo que les rodeaba. La ciudad de Columbia estaba a unos diez
minutos en coche, y a la velocidad que circulaba Sombra no tardaron en llegar.
Sombra se debía conocer bien el estado de la carretera, iba a unos cien kilómetros
hora sin pestañear por carreteras esquivando coches estrellados y controles de
carretera con una precisión muy exacta. Era imposible que ese control al volante lo
tuviese por puro azar. Este camino Sombra ya tenía que habérselo recorrido varias
veces después del comienzo de la plaga.

Columbia era un cementerio. Los edificios estaban medio derrumbados, y desde la


interestatal 70 se veían miles de esos seres recorriendo las calles. Unas lágrimas
silenciosas se asomaron por su mejilla, viendo un mundo que ya no les pertenecía a
ellos. Les pertenecía a los No Muertos, que vagaban libres por el mundo, sin temor a
nada, y ellos, los humanos, tenían que esconderse siempre, siempre huyendo
hostigados por los No Muertos. Lamentablemente, ese parecía ser su destino. Cuando
pasaron Columbia el viaje fue más bien aburrido. Antes de pasar un puente que había
cruzando un río, Sombra se dirigió a Brian.

- Oye, Lombriz, tenemos que parar un momento. Tengo que echar una meada y
llenar de sopa al Ataúd.
- Por mí, sin problema.- dijo Brian, con algo de temor en su voz.

Las gasolineras le inspiraban temor después de que entrasen en una al principio de su


viaje hacia el búnker, pero sabía que no tenían alternativa. Sin gasolina no irían lejos,
y por esa razón no protestó mientras salían de la interestatal dirección a aquella
gasolinera. La gasolinera estaba llena de papeles y basura por fuera, y parecía estar
desierta. Un coche abandonado en uno de los surtidores tenía las puertas abiertas y
manchadas de sangre reseca, cosa que puso a Brian en alerta. Sombras se fijó que
Brian estaba tenso, y le intentó tranquilizar.

- Tranquilo, ya he parado alguna vez que otra por aquí. Ya limpiamos esta zona en
otra ocasión, pero es posible que haya algún podrido en las inmediaciones. Ten
preparada la katana que te he prestado, solo por si acaso. E intenta no mearte encima,
¿Vale?

Sin decir más, Sombra paró el Ataúd en uno de los surtidores y bajaron del coche.
Brian bajó con la katana en las manos, mirando a todos lados por si aparecía algún
No Muerto. Sombra se puso a llenar el depósito del Ataúd y Aurora fue hacia Brian.

- Lombriz, ¿Te apetece explorar el interior de la gasolinera? Puede que haya algo de
chocolate...
- Por mí como si hay millones de dólares tirados por el suelo.- dijo Brian con sorna.-
No tengo ningún interés en entrar.
- Vamos, Lombriz.- le dijo, cogiéndole de la mano.- La recogida de suministros es
algo muy importante.

La mano de Aurora le arrastraba hacia la tienda de la gasolinera, sin que pudiese


hacer nada para evitarlo. La fuerza de Aurora era increíble. Todavía no sabía de
donde sacaban tanta fuerza aquellos dos, aparte de saber que eran SuperHumanos, lo
que sea que significase eso. Sombra no le explicó aún lo que significaba eso, pero le
aseguró un par de veces que esas habilidades les salvaron la vida en más de una
ocasión. La entrada estaba destrozada y el suelo lleno de cristales rotos. El interior de
la gasolinera estaba totalmente desvalijado, y tras una búsqueda rápida llegaron a la
conclusión de que no encontrarían nada útil. Justo después de salir por la puerta hacia
el Ataúd, un No Muerto salido de la nada, tropezó con Brian y lo hizo caer al suelo,
con el No Muerto encima de él. Fue un segundo, y casi le cuesta la vida. De una
patada, Aurora le apartó de Brian y tras lanzarle un cuchillo al ojo derecho cayó con
un ruido sordo al suelo como un harapo y no se volvió a levantar.

- A ver si abres más los ojos, Lombriz.- le dijo tranquilamente Aurora. Era increíble
con la tranquilidad con la que vivían aquella situación, como si fuese lo más normal
del mundo. Brian estaba furioso por ver cómo aquella niña había jugado con su vida
de esa manera.

Todavía con el susto en el cuerpo, Brian se montó en el Ataúd Tiritando. Sombra le


siguió una vez llenó el depósito del vehículo y reanudó la marcha. Al ver la cara de
Brian, Sombra se imaginó que algo había pasado.

- ¿Qué ha pasado en la tienda, Aurora?- le preguntó Sombra a su hija, tras ver la cara
que tenía Brian. Estaba más blanca que la Navidad.
- Nada, que nos hemos encontrado a un No Muerto y por casi mata a Lombriz.- dijo
Aurora con desprecio por la falta de habilidad de Brian.
- A ver si espabilas, Lombriz.- le regañó a Brian, cuando este estaba pensando que
iba a regañar a Aurora por su imprudencia de llevarle a la tienda.- Bueno, me imagino
que te acostumbrarás con el tiempo.
- Si, claro.- dijo Brian enfadado.- Ella fue la que me llevó hasta la gasolinera, yo no
quise ir.
- Tendrás que ser un poco más valiente si quieres sobrevivir.- se limitó a decir
Sombra. - ¿Y encontrasteis algo de valor, Aurora?
- No, papi, porque nos fuimos antes de registrarla por completo. Lombriz se cagó
encima.- dijo Aurora con desprecio.
- Da igual. ¿No recuerdas que esta gasolinera ya la saqueamos hace un tiempo?
Fuimos nosotros los que hackeamos los surtidores para poder sacar gasolina,
¿Recuerdas?
- Ah, es verdad...- dijo Aurora, decepcionada. Hubo un rato de silencio mientras
recorrían la interestatal dirección Kansas.

Aurora enredaba en el reproductor de música, cambiando de canción continuamente y


bailando. Esa niña, en definitiva, estaba loca. Había eliminado a un No Muerto y ni se
inmutaba, como si eso fuese su pan de cada día. Toda la interestatal estaba rodeaba de
árboles, y Brian disfrutó de un paisaje bonito. Numerosos vehículos abandonados
poblaban la carretera, y cruzaron varios accidentes aparatosos, con algún que otro No
Muerto rondando por las inmediaciones del accidente. En uno de estos accidentes
Brian se fijó que en uno de los coches estaba apresado un No Muerto, intentando salir
desde que hace más de un año se estrelló en ese accidente masivo. Las imágenes que
se le colaban en su cabeza viendo en lo que se había convertido su mundo lo estaban
destrozando por dentro, pero aguantó. No le quedaba otra. Al rato, Sombra prosiguió
la conversación.

- Además de las clases prácticas, creo de debes saber unas cosas generales.
- ¿Como qué?- preguntó Brian.
- Pues como se mueven los No Muertos, las clases que hay...
- ¿Es que hay clases?- esta información a Brian le dejó perplejo. Solo faltaba que
entre los No Muertos existiesen algunos que fuesen más peligrosos.
- A ver, empecemos por lo primero. Generalmente, el No Muerto común se mueve
sin rumbo, pero algunos se desplazan en manadas por todo el país, guiándose por un
líder de manada. No suele pasar, pero es posible. Yo me encontré con una manada en
el Cañón del Colorado hará mes y medio.
- ¿Cómo?- eso no podía ser verdad.- ¿Y cuantos No Muertos pueden formar una
manada?
- Más o menos desde unas decenas hasta varios millares. La manada por la que pasé
tendría perfectamente unos diez mil. Pero el Ataúd la atravesó como si fuese
mantequilla.- dijo Sombra sonriendo.- Esas manadas, como casi todo en la vida,
tienen varios puntos débiles. A estas manadas las guía un líder de manada, el cual sus
sentidos de orientación están súperdesarrollados. Él los guía hacia cualquier
movimiento o cualquier rastro de olor humano. Ese es el punto débil de las manadas.
Si eliminas al guía, la manada se dispersa en unos kilómetros, y además esto es
facilísimo, porque va en cabeza. Los grupos de exterminio de los bastiones suelen
usar helicópteros con ametralladoras para diezmar a la multitud y luego eliminan al
guía. Es una manera muy sencilla de eliminar un buen número de No Muertos de un
ataque, teniendo en cuenta que van en tropel.
- La hostia.- dijo Brian, deseando no encontrarse nunca con ninguna de esas
manadas.
- Otro tipo de No Muertos son los gorilas. Éstos sí son peligrosos. El virus ha mutado
sus cuerpos hasta tal punto que son auténticos armarios. Una vez Aurora y yo
matamos a uno que medía sus buenos cuatro metros. Son fuertes de cojones, y hasta
pueden levantar coches y tirártelos encima, seguro que puedes imaginarte lo
peligrosos que son. También me hablaron en La Roca que había algunos No Muertos
que su cerebro no se había achicharrado del todo y sabían usar armas de mano, hasta
algunos sabían artes marciales, pero yo todavía no me he topado con ninguno de esos,
hasta no sé si creérmelo. Quizás era un Mortis fingiendo ser No Muerto. A esos
animales a veces se les va la cabeza algo más que de costumbre.- dijo Sombra,
riéndose de su propio chiste.
- ¿Mortis?- dijo Brian extrañado por la palabra.
- Los Mortis son infectados que su sistema inmunológico pudo con el virus. En otras
palabras, son portadores del virus, pero hablan, comen y piensan igual que nosotros.
En los bastiones no les dejan entrar, hasta hay partidas de caza que se encargan de
matar Mortis.
- Veo que el mundo, en algunos aspectos sigue igual. Si algo es diferente, siempre
habrá gente que lo intente eliminar o que lo discrimine.- Brian estaba asqueado. Los
Mortis no tuvieron la culpa de ser infectados, pero aun así los cazaban como
animales.
- Recuerda que son tan infecciosos como los No Muertos, y lo que puede pasar si
infectan a alguien dentro de un bastión.- a Brian se le erizaron los pelos de la nuca.

Tardaron una hora y media en llegas a Kansas City. Era la primera ciudad grande que
veía desde que se encerró en el búnker. Desde lejos los rascacielos del centro
financiero se veían a la luz del día como si el tiempo no hubiese pasado y estuviese
lleno de gente trabajando, pero Brian sabía que no sería así. Si lograban acercarse
más, verían las múltiples ventanas de estos gigantes rotas, con cortinas asomando por
sus ventanas. En algunas partes de la ciudad el fuego había devorado barrios enteros.
Y muchas casas eran un amasijo de escombros. Parecía que la habían...

- ¡Bombardeada! ¡Han bombardeado la ciudad, como en Memphis...!- esta imagen le


recordó a su ciudad, y cómo escapó a duras penas de aquél bombardeo. Todavía oía
en su cabeza los gritos de socorro y en sus pesadillas aún se le aparecía una imagen
de aquella montaña de gente, pidiendo su ayuda.
- Muchas ciudades fueron bombardeadas durante los días del Apocalipsis, en un
intento desesperado de controlar la plaga. Lo que no sabían es que ya estaba fuera de
todo control.
- Por cierto, ¿Adonde vamos exactamente?
- Un amigo y yo montamos un refugio en esta ciudad para cuando estuviésemos de
paso. Está hacia el sur. Te gustará, y además viene que ni al pelo el ambiente.

Brian no supo a qué se refería hasta que estuvieron allí. Salieron de la interestatal un
kilómetro antes de llegar al centro de Kansas City, y siguieron hacia el sur un rato por
carreteras pequeñas y rodeadas de árboles. Al rato, Sombra paró en una puerta de
metal rodeada por una muralla de coches abandonados y diversos objetos. En
definitiva, lo que fuese para hacer un muro sólido para impedir la entrada de No
Muertos. Sombra se bajó del coche junto a Brian para ir hacia la puerta, pero estaba
cerrada por dentro.

- ¡Qué buena noticia! Mi amigo está por aquí, qué sorpresa. Te va a sorprender, ya lo
verás.

De un salto, Sombra pasó hacia el otro lado y abrió la puerta, dando a Brian una barra
de metal y diciéndolo que cerrara cuando “metiese el Ataúd en el cementerio”.
Parecía una frase en clave, que Brian no comprendió. Cuando Sombra metió el
Ataúd, Brian cerró la puerta y montó en el vehículo. Subieron una colina hasta llegar
a una cima donde había una iglesia. Ahora comprendía lo que quiso decir Sombra.
Pararon justo delante de la puerta de la iglesia, pero Sombra no salió del vehículo.
Quería que la persona que estaba dentro de la iglesia saliese, para ver si era su amigo
o no. en pocos segundos, salió un hombre vestido de párroco, con una escopeta en las
manos. Al ver el Ataúd, bajó el arma y los saludó, mirándolos con aquellos ojos verde
ciénaga inconfundibles. Los de un No Muerto.
16. ALTAIR

Altair y su equipo siguieron caminando hacia aquel pueblo. No tardaron nada en ver
el principio del núcleo del poblado, que eran unas cuantas naves industriales
desmanteladas y un restaurante a la derecha, también desmantelado. En la explanada
del restaurante estaban estacionados varios camiones y vehículos, casi todos
militares, mas tres camiones de combustible. Aquello debía de ser el almacén de
vehículos, al menos el de los pesados. Siguieron caminando sin decir nada al menos
cinco minutos, hasta que llegaron a un puente que cruzaba un pequeño riachuelo. A la
derecha vieron una pequeña ganadería con unas veinte vacas lecheras, pastando
tranquilamente.

Siguieron caminando por la carretera que atravesaba el pueblo, y Altair observó que
todas las casas estaban desmanteladas, sin nada útil salvo las paredes. Más o menos
por la mitad del pueblo pasaron por otro puente mucho más grande que el anterior.
Nada mas pasar el puente, giraron a la izquierda, internándose en el pueblo. Un
parque a la derecha parecía ser lo único que respetaron del mobiliario del pueblo. Los
columpios estaban inmóviles, oxidándose poco a poco bajo el sol de Agosto. Ambroz
les llevó a una plaza rodeada de casas y algunos bares, pero Ambroz no hizo ademán
de pararse. Fue hasta una calle al fondo de la plaza en dirección a la izquierda, y
cuando fueron a cruzar la calle se encontraron con una puerta gigante, y el suelo
cubierto de una capa de un polvo blanco.

- Ambroz, ¿Qué es esto?- dijo Altair señalando al suelo.


- Cal viva. Actúa como repelente para los No Muertos. Un paso en esta sustancia y se
echan para atrás.- dijo, sonriendo.
- ¿Cómo sabes eso?
- De casualidad. Probé por lógica, sé que la cal viva ayuda a la desintegración de
cadáveres.- todo el equipo de Altair le miró atónito. Al decir esto dio la impresió0n de
que antes del apocalipsis fue un asesino en serie.- ¡Qué! ¡He enterrado a muchos
perros!- dijo Ambroz, protestando. - Lo que iba diciendo, una vez le tiré un saco de
cal viva a uno de ellos y no veas cómo se retorció. Desde entonces tenemos todas las
entradas cubiertas de cal. Ahora sí, pasad por esta franja que hay sin cubrir, la cal
daña bastante la piel humana.- dijo Ambroz, señalando un pequeño caminito
serpenteante situado en medio de la calle hacia la puerta. Miró hacia la puerta, pero
no había nadie a la vista. La cara de Ambroz cambió a un tono serio e intimidatorio. -
Esperad.- dijo Ambroz, y tras coger una pequeña piedra la tiró hacia la puerta,
produciendo un sonido metálico. Nada más golpear la pierda sobre la puerta, salió al
descubierto un chaval joven portando un AK.- ¿Qué, de puto picnic?- el soldado no
contestó, totalmente avergonzado.- ¿Qué esperas, que te de una puta medalla? ¡Abre
de una maldita vez, joder!

Altair se quedó pasmado por cómo trató al vigilante de la puerta, pero comprendió
perfectamente lo sucedido. Tenía que ser autoritario para que todo el mundo le
respetase como líder. Pasaron por el caminito sin cal, y cruzaron hacia el centro del
pueblo. Había una calle a la derecha, pero estaba amurallada con un muro bien grueso
de hormigón, una buena cantidad de cal en el exterior y un soldado vigilando el muro.
Las casas de esa zona estaban intactas, bien cuidadas y limpias, todas como se
debieron ver en otros tiempos. Había varias mujeres y hombres por la calle, ocupados
sus quehaceres. Se cruzaron con varios niños jugando a un juego muy parecido al
sharita que jugó de pequeño en Egipto. Ambroz le dijo que se llamaba rayuela, y que
en estos momentos era la principal diversión de los niños de ese bastión, incluyendo
la comba y la peonza.

Ambroz les guió hacia una plaza, donde estaba el antiguo ayuntamiento, y varios
portales de casas, todos restaurados, limpios y con varios niños, esta vez jugando con
peonzas. Había un bar abierto en aquella plaza, y en el ayuntamiento colgaban tres
banderas. Una la reconoció como la de España. Otra, con tres franjas de distinto
color, verde, blanco y negro no la conoció, y Altair supuso que sería la de la zona.
Había otra, la de AllNess, una A con forma de montaña y un sol magenta entrando en
ella por la derecha.

- Bienvenidos al Bastión del Valle de la abundancia, caballeros.- dijo Ambroz,


alzando las manos.- Vayamos primero a los negocios, luego si queréis podéis tomaros
algo en Nueva Unión. Corre de mi cuenta, no os preocupéis por pagar. ¿De acuerdo?
- Entendido, señor Ambroz.

Entraron en el ayuntamiento, que lo custodiaban varios soldados que, tras ver a


Ambroz, ni siquiera preguntaron. Aquel hombre debía de ser muy importante si
inspiraba tanto respeto en las tropas, aunque a Altair y a sus hombres los estaba
tratando con cortesía y amabilidad. Subieron por unas escaleras hasta unas modestas
oficinas, donde había varios oficinistas con los ordenadores liados. Altair no supo qué
demonios hacían, ya que la información, tal y como estaba el mundo, era imposible
que viajase con la misma rapidez que antes. Ambroz los guió a una habitación al
fondo a la izquierda, que era el antiguo despacho del alcalde del pueblo. Ambroz se
sentó en un cómodo sillón rojo de cuero detrás de la mesa del despacho, y les indicó
que se sentasen en varias sillas al lado de la mesa. Como no había para todos,
tuvieron que ir a buscar varias sillas más.

- Rojo, Salchicha, pueden retirarse.- le dijo Ambroz a los soldados que les habían
acompañado todo el camino.

Altair casi suelta una risita al oír los nombres de los soldados. ¿Rojo? ¿Salchicha?
Esos nombres se los puso Ambroz, seguro. La cuestión era el porqué. Si llega a tener
oportunidad, Altair pensaba preguntárselo. Al dar retirada a sus soldados, Altair supo
que Ambroz daba a entender que confiaba en el y su equipo.

- Bien, he pensado en hacerles un salvoconducto que les permita entrar en todos los
bastiones hasta Nueva Alhambra sin problemas. Eso sí, tened en cuenta que esto sólo
sirve para los bastiones controlados por el Virreino de España. Hay bastantes rebeldes
por todo el territorio Español, por desgracia. Sabemos que El Trípode opera aquí en
España, sobre todo por el centro de la península. Tormenta me ha dicho que también
operan en NorteAmérica, y que son bastante peligrosos. Yo puedo dar fe de ello, me
he enfrentado ya bastantes veces con esos capullos, sobre todo por suministros.
También he tenido noticias de que existe un grupo de “Templarios” al lado de Sevilla,
pero creo que es un rumor falso. Os haré el salvoconducto en un momento...- sacó un
portátil y empezó a escribir en él. Tardó varios minutos en terminar de escribir, y tras
meter el archivo en un pendrive se fue a otro cuarto donde Altair supuso que tendrían
una impresora. Al minuto, vino con un papel algo caliente que tendió a Altair.

20 de Julio del año 2.039


Valle de la Abundancia.

Señor Ambroz
Líder del Valle de la Abundancia
Virreino de España

Por la presente, autorizo a Altair Ibn-Ahmad y a su equipo de Operaciones


Especiales, enviados desde Nuevo Edén por AllNess, a visitar todos los Bastiones y
fortalezas sin pago de ningún tipo, hasta su destino en Nueva Alhambra, por el poder
que me ha sido conferido por la Virreina de España, Tormenta, y a su vez por los
reyes de España.

- Simple y claro. Nos vendrá muy bien este documento, Señor Ambroz. Mil gracias.
- Espero que esto os valga para no tener que pagar un peaje en ningún bastión
nuestro, por lo menos en los bastiones controlados por el Virreino. Tened en cuenta
que si queréis suministros los tendréis que pagar, ya sea con salvoconducto o sin él.
- Eso es evidente, Señor Ambroz. Y gracias otra vez.- le dijo Altair con una sonrisa.
- No hay de qué, Altair. Los amigos de AllNess son mis amigos. Bueno, ¿Y qué os ha
parecido mi fortaleza? No os he oído decir nada.- dijo Ambroz, sin mirar a nadie en
especial.
- Nos ha parecido increíble el cómo sobrevivís aquí, con tan poca protección.- dijo
simplemente Altair.
- ¿Eso te parece? ¿Qué tenemos poca protección?- dijo Ambroz, arqueando las cejas.
- Bueno, creo que un poco de cal y un muro de hormigón no es mucha defensa.
- Si eso es lo único que tenemos habríamos caído hace ya mucho tiempo.- respondió
Ambroz, con aire molesto. Se había tomado ese comentario por algo menos que un
insulto.- Tenemos dos observadores que ya os presenté en nuestro encuentro en la
autovía.- Altair se acordó de cómo señaló la torre de antenas y el cartel gigante de
Repsol. - Además, todo el campo en dos kilómetros a la redonda está poblado de
cámaras con sensor de movimiento, y eso sin contar con el anillo de minas que rodea
el pueblo. Además, tenemos preparados cuatro autobuses reforzados por si hay que
salir por patas. Estamos preparados para lo que pueda pasar, se lo aseguro.- dijo
Ambroz, hinchando el pecho de orgullo.- Además, los No Muertos hasta ahora solo
han llegado de la zona de Plasencia, sin incluir a los que ya había en los pueblos
cercanos, que ya eliminamos hace tiempo.
- ¿Y eso? - preguntó Altair, extrañado. Los No Muertos no acostumbraban a atacar
desde un punto, sino que venían de todas partes y arrasaban cualquier resistencia
humana desde todos los puntos posibles.
- Porque este valle está protegido por montañas, y los No Muertos detestan el frío y
los terrenos escarpados. Los pueblos de alrededor los hemos limpiado de No Muertos
hace ya unos meses, por eso tenemos casi la absoluta certeza de que por aquí no van a
aparecer los No Muertos en mucho tiempo, o mejor dicho, nunca.- Ambroz sonrió,
satisfecho. Estaba claro que aquel hombre no dejaba nada al azar.
- ¿Cómo sabes tanto sobre los No Muertos? Ni en AllNess conocemos tantas
debilidades de esos seres...- En AllNess podían intuir que los No Muertos detestaban
el frío, y los sistemas montañosos también suponían que serían un problema para
ellos, debido a que andaban torpemente y cualquier resbalón los enviaba otra vez al
principio de la montaña, pero lo de la cal era algo que se les escapó hasta a los
científicos más brillantes de Nuevo Edén.
- Verá, señor Altair, yo estudio a mi enemigo a fondo. Y algo como los No Muertos,
que son el mayor enemigo al que se ha enfrentado la humanidad, no hay que
tomárselos a la ligera. Cualquier defensa que se tenga contra ellos puede suponer un
paso entre la vida y la muerte.- dijo Ambroz, cerrando el tema.-¿Porqué no se quedan
esta noche a dormir? No es seguro viajar por la noche, eso me imagino que lo sabréis,
¿No?
- Si, eso se intuye.
- Bien, pues quédense en mi residencia. Está a unos kilómetros alejada del pueblo,
pero es tan segura como este bastión.
- Será un placer, Señor Ambroz.- Altair creyó que no sería conveniente rechazar la
invitación, porque sería una descortesía hacia su anfitrión.
- Bien, yo tengo que terminar de escribir unos archivos para Las Casas de la Colina,
mientras termino si quieren dense una vuelta por las tiendas y en una media hora me
esperan en el bar, ¿Hecho?
- Hecho, Señor Ambroz.- le dijo Altair dándole la mano. Mse preguntó qué era Las
Casas de La Colina. Altair supuso que sería otro bastión, y se dijo que le preguntaría
a Ambroz más tarde. Con una sonrisa, Ambroz se despidió del equipo de Altair.

Bajaron las escaleras del ayuntamiento y salieron al exterior. Tras un intenso debate,
en el que cada uno quería ir a un sitio distinto, Altair les dijo a todos.

- Basta de discutir. Nos separaremos, cada uno que vaya donde quiera, claro está,
dentro del perímetro. En media hora quiero veros en aquel bar.- dijo Altair señalando
al único bar que había en toda la plaza.
Cada uno se fue por su lado, ya que había varias tiendas de distintos productos. Había
una tienda de recuerdos pequeña, una tienda de productos comestibles, el bar y una
tienda, la más grande de toda la plaza, que vendían todo tipo de productos de segunda
mano, o mejor dicho, del antiguo mundo. Altair fue a esta, a ver si conseguía algo que
mereciese la pena conservar, como una foto de algún monumento, algún libro que no
tuviese, o alguna película que aún no haya visto. Entró en la tienda, que por fuera la
tenían pintada de rojo, y le sorprendió todos los tipos de productos que había allí
dentro. Un montón de tipos de barajas de cartas, cofres de monedas de todo tipo,
algunos libros, un estante lleno de fotos de diversos lugares, gafas de sol, diversos
aparatos electrónicos, cuadros... la lista era interminable. En un pequeño mostrador
estaba sentado un anciano calvo que parecía simpático, e invitó a Altair a pasar.

- ¡Pasa, pasa! - dijo el anciano sonriendo.- Puedes mirar todo lo que quieras, amigo.
Por cierto, me llamo Franc.
- Altair, encantado.- Dijo Altair.- Estoy buscando películas en DVD o Blu-Ray, no sé
si tienes...
- Oh, lo siento, pero en este momento no tengo ninguna. Cuando consigo alguna, me
las quitan de las manos enseguida.- dijo Franc, sonriendo a modo de disculpa.
- Ya...- dijo Altair decepcionado.- ¿Y fotos de monumentos y esas cosas?
- Si, de eso tengo bastante. ¿Algo más?
- Pues... no sé, alguna moneda de por aquí, para llevarme de recuerdo...
- Lo digo para que ahora me digas lo que tienes. Yo llevo el trueque la mayoría de las
veces, pero acepto también créditos de AllNess.
- Espere un momento, por favor...- Altair empezó a sacar las cosas de la mochila.
Sacó varias joyas, monedas y algunos paquetes de tabaco. También cogió tres libros,
que sabía que no le iban a comprar, porque eran de temática zombie, y ese tema en
ese momento era tabú, al menos en Nuevo Edén. Aun sabiendo esto, los sacó y los
puso sobre la mesa.- También llevo créditos encima.- Altair tenía unos cien créditos
en billetes de veinte y seiscientos en billetes de cien, pero inmediatamente supo que
lo que le interesaban a aquél hombre eran los libros de Zombies.
- ¡Vaya! La trilogía entera de Apocalipsis Z. Nunca he tenido en mis manos un
ejemplar del segundo. Son los libros más solicitados que hay, y ningún libro de
Zombies me dura más que unas horas, y pagando una suma desorbitada de objetos...
¿Cómo habéis conseguido estos ejemplares, allá en Nuevo Edén? Tenéis pinta de ser
Africanos, supongo que allí está Nuevo Edén...-aventuró a decir Franc.
- Tenemos varias imprentas en la ciudad y para esta misión nos editaron bastantes
libros en español, para comerciar. Entonces, ¿Los quieres?- preguntó Altair
extrañado. Aún no se creía que quisiese estos libros.
- Por estos tres libros te llevas lo que quieras, pero déjame que te haga una oferta que
no podrás rechazar, te lo aseguro.- Franc se fue hacia uno de los estantes y sacó una
carpeta bastante gruesa de color gris.- Esta carpeta contiene postales y fotos de casi
todos los monumentos importantes de España, y de todas las ciudades Extremeñas.
Ten en cuenta que este Dossier vale dos mil créditos, y te lo estoy dejando por solo
tres libros... Échale un vistazo.- le propuso Franc.
- Vale, gracias. Por cierto, ¿Cómo cuesta tanto? Solo son unas cuantas fotos...- Altair
empezó a hojear aquella carpeta.
- Porque son originales, señor. El que hizo este Dossier fue por esas ciudades, antes
del apocalipsis. No son meras fotocopias.
- Entiendo...- en el Dossier había monumentos hermosos, y estaban ordenados por
importancia. Al principio, los monumentos más importantes de España, varias
catedrales gigantescas y algunas ruinas romanas, y luego por comunidad autónoma.
El dossier estaba completísimo, y para Altair era una joya.- Trato hecho. Me encanta
este dossier.
- Bien entonces.- dijo Franc, guardándose los libros en un estante. Altair guardó sus
cosas en la mochila.
- ¿Porqué le interesan tanto esos libros? A mucha gente allá en Nuevo Edén le
inspiran temor, teniendo en cuenta que todo eso ahora es muy real.
- Justo por ese motivo. En este momento los libros relacionados con los Zombies,
que en su momento fueron creación de la imaginación de un artista, ahora son
auténticas guías de supervivencia, que ayudan a los supervivientes a eso, a sobrevivir.
Muchos han seguido técnicas que han leído en esos libros, como ir vestido con un
traje de neopreno o cubrirse de restos humanos para pasar inadvertido entre unos
cuantos No Muertos. Puede ser increíble, pero la mayoría de las técnicas que usan los
supervivientes de esos libros para sobrevivir son muy efectivas, amigo.
- Vaya, no lo he pensado de ese modo...- El traje de Operaciones Especiales que
llevaba puesto Altair era un traje súper avanzado creado por AllNess que le protegía
de mordeduras y además eliminaba casi por completo el olor a sudor y a humano. Se
preguntó si Elliot no habría leído todos esos libros antes de crear sus equipos de
combate.- ¿Y qué me puedes decir del Señor Ambroz?- tenía que preguntar a varias
fuentes para ver si aquel señor Ambroz era de fiar. Al fin y al cabo, Altair era un
militar, y no solía dejar nada al azar, como Ambroz. En estos momentos Altair estaba
seguro de que Ambroz estaría haciendo lo propio. Conectarse al Baelnius para
ponerse en contacto con AllNess y comprobar si el equipo de Altair era quienes
decían ser. No le guardaba rencor por ello, porque Altair estaba haciendo exactamente
lo mismo.
- Él ya vivía aquí de toda la vida cuando comenzó el apocalipsis. Yo también, junto
con mi hermano, Eddie y su familia, que están en las Casas de la Colina y Yurdi,
junto a toda su familia, que están en el bastión de Granadilla.
- ¿Casas de la Colina?- preguntó Altair.- Ya he oido nombrar eso a Ambroz, pero no
me ha explicado qué es.
- Las Casas de la Colina es un bastión de reciente construcción situado al sur de la
ciudad de Plasencia, a unos cuarenta kilómetros de aquí. Es un bastión grande, que
alberga a unas tres mil personas.
- Vaya, no sabía que los bastiones aquí fuesen tan grandes.- tres mil personas eran
muchas cabezas que alimentar, sin tener en cuenta el bullicio que montarían. Seguro
que disponía de más defensas que este bastión.- ¿Y qué tienen que ver ellos con el
señor Ambroz?- preguntó Altair, sin tener ni idea de quienes eran Eddie y Yurdi.
- En que ellos, Ambroz y yo junto a nuestras familias somos los únicos
supervivientes de este pueblo, y cuando tuvo lugar la evacuación fuimos los únicos
que nos quedamos con Ambroz aquí, para sobrevivir. Pero los primeros meses a decir
verdad, me quedé encerrado en una habitación de un piso donde vivía Ambroz, y
afortunadamente no me enteré de mucho. Será mejor que os lo explique él. Si sois de
Nuevo Edén seguro que os invita a cenar a su mansión, si no lo ha hecho ya. Le
debemos mucho, y me consiguió este trabajo, además de conseguirle los puestos en
los que están Eddie y Yurdi, pero tenéis que saber una cosa.
- ¿El qué?
- Que es implacable con sus enemigos, y muy estricto con sus hombres. No intentéis
nada contra él si queréis salir bien parados.
- No vamos a intentar nada contra Ambroz, eso te lo aseguro. Y gracias por el aviso.
Ambroz debe ser un líder ejemplar.
- Tormenta le ofreció ser líder de las Casas de la Colina, pero no quiso. Prefirió
quedarse aquí. Y nadie sabe por qué, a decir verdad. Tuvo el poder casi en la mano y
lo rechazó. Nadie en su sano juicio renuncia a tales comodidades, teniendo en cuenta
que allí se vive de lujo y sin preocupaciones...
- Bueno, le dejo.- dijo Altair, viendo que el anciano empezaba a delirar un poco.
Salió de la tienda con gesto satisfecho y nada más salir se cruzó con dos de sus
soldados, Suléiman y Kira.
- Señor.- le contestó Kira.
- ¿Donde están los demás?- les preguntó Altair.
- En aquél puesto.- dijo Kira señalando un pequeño puesto de artículos variados en el
centro de la plaza.- Jack está regateando el precio de una revista porno. Será guarro...
- Déjalo. Si se la quiere cascar, que se la casque, mientras que lo haga en privado...-
dijo Altair mirando su reloj de la muñeca.- Bien, os quedan unos diez minutos . Yo ya
voy al bar. Por cierto, ¿Y Tornado? No le veo en ese puesto.
- A Tornado sí que no le hemos visto desde que hemos salido del despacho de
Ambroz. Tranquilo. Aparecerá cuando usted ha dicho, Señor.- le dijo Suléiman.

Altair fue solo al bar del bastión, y los demás fueron a la tienda donde él había estado
anteriormente. El bar era bastante amplio, con una barra que cruzaba desde la puerta
del bar hasta casi el final, donde había varias mesas y una barandilla que daba paso a
una pista de baile gigantesca donde se amontonaban víveres de todo tipo, sobre todo
alimenticios. Ese bar lo usaban tanto como para bar y almacén general. Una camarera
rubia, que rozaba los veinte años y que además era guapísima, se dirigió a él.

- Tú vienes con el grupo nuevo, ¿No? Tienes derecho a dos vasos de lo que quieras,
como cortesía. Si quieres más, pregunta y te diré precios.
- Tomaré un whisky solo, gracias.
- ¡Claro, aquí tiene!- dijo la camarera, sirviéndole un Whisky de una botella llena de
polvo. Era evidente que esos licores no los pedían allí a menudo, porque serían muy
caros.
- ¡Oye, tú!- dijo un hombre bajito sentado en una de las mesas. Estaba medio
borracho. Intentaba llamar la atención de Altair, pero la camarera se adelantó a hacer
las presentaciones.
- Le presento a Philip, nuestro guía turístico. Seguro que tiene historias que puede
que le interese escuchar, por una cerveza.- le dijo a Altair.
- ¡Sobre todo me sé historias de Ambroz!- dijo Philip.
- Justo son esas historias las que quiero escuchar. Camarera, póngale algo de beber a
nuestro amigo.- la camarera le puso una cerveza en la barra, que Ambroz llevó a la
mesa de Philip junto con su Whisky.
- Bien, ¿Qué historia quieres que te cuente?- preguntó Philip.
- Alguna auténtica, si es posible.- dijo Altair con una sonrisa.- ¿Sabes por casualidad
cómo se hizo esa cicatriz en la cara?
- Vaya, esa no me la se. Nadie sabe cómo se hizo esa cicatriz horrible, pero me sé
una muy interesante. ¡La conquista de Fermenteros!
- Cuéntame esa, parece interesante.- le pidió Altair.
- Claro... A ver como empiezo... hace unos seis meses, Tormenta vino en una de sus
muchas visitas, creo que la última que hizo a este bastión. Ambroz y ella estuvieron
discutiendo cuantos sitios cercanos podían haberse convertido en refugios y en estos
momentos necesitasen ayuda. Además, Tormenta planeaba construir nuevos bastiones
más al norte para quitar densidad de población a las saturadas Islas Canarias, que en
esos momentos estaban hasta arriba de refugiados y era casi imposible vivir. Ambroz
le habló de un pequeño pueblo de no más de trescientos habitantes, situado en el
sureste de la provincia de Salamanca, donde pasó varios años de su niñez, en un
colegio interno situado en la entrada del pueblo. Según Ambroz, todos los pueblos
alrededor de este, Fermenteros, estaban casi deshabitados y era muy probable que en
la época del Apocalipsis fuesen evacuados, o puede que aún siguiesen esas personas
allí, porque dada la escasa población de los pueblos cercanos, había una posibilidad
de que la infección no llegase. Sea como sea, Tormenta, Ambroz, y sus dos mejores
soldados, Rojo y Salchicha, fueron en un Hummer del ejército hacia Fermenteros.-
dicho esto, Philip paró para coger aire, ventilándose media cerveza de un trago.
Luego, prosiguió con su relato.
- Lo que encontraron allí fue, más o menos, lo que pensaban encontrarse. El pueblo
estaba totalmente deshabitado, a simple vista, y al ir al colegio se encontraron con
unos cincuenta No Muertos. Vamos, todo el profesorado, que se quedó allí en la
época del apocalipsis. De los alumnos, nada, o casi nada, mejor dicho. Cuando
Ambroz y los demás limpiaron todo el colegio, se encontraron con unos veinte
alumnos encerrados en uno de los dormitorios comunes. Se habían hecho un fortín en
una parte y habían esperado a que alguien viniese a rescatarlos. Esos niños les
contaron que llevaban allí desde el comienzo de todo, y que habían sobrevivido
gracias a una cuerda improvisada con las sábanas de las camas, y habían podido ir de
vez en cuando a por comida y agua a la cocina. Ambroz empezó las tareas de
construcción del bastión y en un mes, gracias a aquellos chicos y a lo que recordaba
del territorio de su época como estudiante en ese colegio, lograron construir un
bastión inexpugnable. También prepararon los campos de alrededor para poder
cultivar en ellos. La última vez que hablé con Ambroz del tema, me dijo que había
unos cinco mil habitantes en ese bastión, y que la población no dejaba de aumentar.
- Y esos niños... ¿Qué fue de ellos?- preguntó Altair, fascinado por la historia. Solo
cuatro personas consiguieron limpiar un colegio en el que había unos cuarenta No
Muertos sin ninguna baja. Una auténtica proeza.
- Casi todos se quedaron en el colegio, y aún siguen allí. No tienen adonde ir, y ahora
el bastión de Fermenteros es su hogar. Solo dos se fueron, un pequeño chico que tenía
a su familia en Gran Canaria, y una chica, de dieciocho años, muy guapa, rubia...- le
hizo un gesto con la mirada señalando a la camarera, que en estos momentos estaba
sonriendo en ese momento. Obviamente estaba escuchando toda la conversación,
porque eran en ese momento sus únicos clientes.
- ¡Vaya, chica...!- dijo Altair, algo avergonzado.- Eh... ¿Y tu familia?
- Vagando con la mirada perdida en el centro de Madrid, supongo... Me vine porque
quise, no tenía ya nada que me atase a Fermenteros. Nunca me gustó, la verdad, y le
cogí odio al lugar los seis meses que estuve encerrada en aquella habitación con los
demás, viendo como nuestros profesores se habían convertido en No Muertos.
- Vamos, Lyanna, no mientas. Sé de buena tinta que siempre has querido ligarte a
Ambroz, has intentado emborracharlo en más de una ocasión.- dijo Philip. Lyanna se
ruborizó.
- Bueno, sí, me gusta, ¿Y qué? Soy una mujer que le gustan los hombres, qué
rareza... Además, Ambroz es fuerte, varonil, y un líder ejemplar. Todas las mujeres
quieren ser su pareja.- dijo Lyanna.
- ¿Y yo? ¿No te gusto yo? Yo también soy varonil, y fuerte.- dijo Philip. Altair estaba
seguro de que esa no era la única vez que se lo había preguntado.
- ¿No me has entendido lo que he dicho? “Hombres”.- dijo, enfatizando la última
palabra. Hubo una carcajada en general. Pero Philip no que quedó por rendido, y
siguió intentando minar a Lyanna.
- Al menos yo no tengo que emborrachar a las chicas para acostarme con ellas...-
Altair vio a la legua que eso era un golpe bajo.
- Claro, llevas sin acostarte con ninguna desde cuando, ¿La Prehistoria? Y además,
Ambroz no bebe alcohol. A decir verdad, nunca lo he visto beber ni siquiera una
cerveza.
- ¿En serio?- dijo Altair, que ya se había terminado el Whisky.- No sé entonces cómo
aguanta en este mundo loco sin beber un trago de vez en cuando...
- Por eso mismo no bebo, Altair. Para mantener la cordura en todo momento.-
Ambroz estaba apoyado en el respaldo de la puerta. No sabía desde cuanto tiempo
llevaba ahí. Había aparecido como una sombra. Lyanna se ruborizó y Philip le saludó
con la mano.
- Lyanna, ponle otro whisky a nuestro amigo, es el líder del grupo.- Se sentó en un
taburete al lado de Altair mientras Lyanna, silenciosa y sonriendo a Ambroz, les
servía a Altair un whisky y a Ambroz un vaso de agua embotellada.- Altair, ¿Te
gustan las historias que cuenta Philip?
- Si, son entretenidas, y parecen auténticas.
- Sí que lo son. El bastión de Fermenteros es el segundo bastión más grande que hay
ahora en la Península, con seis mil habitantes. Si quiere puede visitarlo cuando me
haga el encargo de Zarzatina mañana. Yo mismo les guiaré hasta él.
- Gracias, Ambroz, es usted muy considerado.
- Todo lo contrario, es todo un honor trabajar junto al equipo de Opercaionnes
Especiales de AllNess.- Altair no se sorprendió de que Ambroz supiese quiénes eran.
Esta media hora habría estado hablando con Tormenta, y esta revelación lo
confirmaba.- ¿Qué le ha parecido nuestro hogar, señor Altair?
- Muy bien organizado, además de limpio de No Muertos, que no es poca cosa, y un
sistema de comercio bastante aceptable. Pero aún me queda una cuestión.
- Dígame cuál es, señor Altair.
- ¿Cómo ha montado todo esto con tan pocos hombres? Le ayudó Tormenta, ¿Es así?
- Esta noche en la cena se lo explicaré, o por lo menos le diré cómo monté todo este
tinglado. En mi residencia. Os alojaréis esta noche allí y mañana partiréis hacia
Zarzatina.
- Gracias, Señor Ambroz.- volvió a decir Altair.
- Bien, entonces no se hable más.- dijo Ambroz bebiéndose su vaso de agua.- Le
propongo que nos hagamos una foto de recuerdo, de su equipo y yo, si no le importa.
Podrá añadirla a su dossier, si le parece.
- Por supuesto, vayamos. - dijo Altair matando su copa de un trago. Ya estaba
bastante acostumbrado al alcohol, y aquella copa de Whisky casi ni la notó.

Ambroz y Altair salieron a la plaza, donde ya estaba esperando todo su equipo al lado
de tres Hummers del ejército. Estaban todos, incluido Joseph. Altair se separó de
Ambroz y fue directamente hacia Joseph.

- ¿Donde cojones has estado? - le espetó Altair.- No sé como estás acostumbrado a


hacer las cosas con Elliot, pero aquí el que mando soy yo. Quiero saber donde estás
en cada momento, como si estás cagando o meando, o cascándotela, me da igual.
Eres mi responsabilidad, espero que me hayas entendido.
- Si, señor.- le dijo Tornado, tomándose una de sus pastillas. Altair se le quedó
mirándolo, intentando atisbar la mentira.
- Así me gusta. Ahora dime, ¿Donde has estado?
- Investigando la zona, señor. Todas las casas fuera de este perímetro están
desmanteladas, y aparte de varias fosas comunes de hace bastante tiempo, no hay
rastro de No Muertos.
- Así que esa es tu labor, ¿no?
- Soy un experto explorador, si eso es lo que quieres decir. Puedo investigar una zona
y evaluar los posibles peligros de alberga.
- ¿Algún peligro en la zona del que nos debamos preocupar?
- Solo uno, señor. Estamos a merced de ese Ambroz.- dijo de forma simple Tornado.
- ¿Cómo que estamos a su merced? Explícate.- eso a Altair no le había sonado muy
bien.
- Pues que si quiere encerrarnos, matarnos, robarnos, lo que quiera, puede hacerlo. Si
intentamos escapar nos iríamos sin nada, porque el combustible y los suministros
todavía no están cargados en los camiones, y eso sin contar a los dos francotiradores
que tiene apostados en la autovía, mas el anillo de minas que recorre el pueblo.
- ¿Desconfías de él?- le dijo Altair. Ahora comprendía la utilidad de Joseph. Sin
saber cómo, Joseph salió del perímetro del pueblo protegido y fue a comprobar si lo
de las minas era verdad, además de mirar si estaban en sus puestos los
francotiradores. Era un gran explorador.
- Desconfío de todo el mundo, señor, pero creo que no nos hará ningún daño. Aun
así, más nos vale estar alerta.
- Tomaré nota, Joseph. Gracias por tu trabajo.

Altair y Joseph fueron juntos hacia donde estaban los demás, ya posando para la foto,
y diez sonrisas se quedaron congeladas en un trozo de papel, como recuerdo de que
habían pasado por uno de los últimos bastiones de Extremadura, el bastión del Valle
de la abundancia, aunque el verdadero nombre del pueblo desapareció hace tiempo
de las bocas de los que en ese momento vivían allí, y solo se reflejaba en los carteles
de principio y fin de poblado situados en cada punta del pueblo. Ahora se llamaba a
todo el lugar el Valle de la Abundancia.
17. ALTAIR

Después de hacerse la foto montaron en los Hummers y salieron por otra muralla,
situada en la parte norte de la plaza, y circularon a paso lento por la calle principal,
pasando por una pequeña plaza con una iglesia, intacta. Siguieron circulando unos
metros y luego giraron hacia la izquierda, por una calle que salieron hasta la carretera
por la que llegaron anteriormente al pueblo. Ambos vehículos tenían conductores, y
todo el equipo de Altair se acomodó en aquellos Hummers sin preocuparse por
conducir. Nada más entrar en la carretera, se salieron por otra situada enfrente, que
parecía dirigirse al campo. Por esta carretera se veían campos enteros sembrados, sin
nada que dejar al abandono. Vieron edificios dispersos por los campos, que antes del
apocalipsis fueron casas de verano y chalets, ahora eran casas de aperos, donde
guardaban todos los instrumentos necesarios para la agricultura y la ganadería. En los
minutos que llevaban circulando por esta carretera, no vieron nada de campo sin
aprovechar, ya sea con ganado o con siembra de verano. Cruzaron un pequeño puente
medieval, que atravesaba un río bastante caudaloso, y después llegaron a un triángulo
de árboles.

- Antes esto era un parque donde jugaban los niños, en mi infancia, luego después
fue cayendo en el abandono por la ausencia de niños.- Les explicó Ambroz. El parque
tenía aún varios árboles grandes, columpios y unas diez barbacoas, que a simple vista
parecía que se habían usado más bien poco.- Lo reformaron hará unos veinte años,
pero la verdad, se usó bastante poco.

Después de pasar aquel triángulo, Los Hummers los llevaron por una carretera aún
más pequeña, cubierta de campos llenos de alcornoques y de ganado. Sobre todo de
mucho ganado. Esta zona seguramente era la reservada para ello. Tras llevar unos
minutos por esa pequeña carretera, vieron un gran anillo de cal que la cruzaba, y
seguramente antes de eso, había un anillo de minas alrededor de la mansión de
Ambroz, pero la carretera no podían minarla, por razones obvias.

Nada más cruzar el anillo de cal, se encontraron frente a una muralla de cemento de
tres metros y unas puertas verdes reforzadas. En la cima de la muralla había un
soldado apostado en una ametralladora, pero tras verlos hizo una señal y abrieron las
puertas de hierro. Al ver lo que había dentro, Altair y su equipo quedaron fascinados.
Un jardín excesivamente cuidado lleno de árboles gigantes cubría el paisaje, y en el
fondo una gran mansión, pero era más bien un palacio. La entrada estaba construida
de granito, muy parecido a las construcciones antiguas, y tenía la pinta de ser otra
iglesia, pero Altair sabía que no era así. Toda la pared estaba pintada de blanco, y
múltiples ventanas decoraban toda la fachada. Era gigantesco. Todo estaba cuidado al
máximo, y cada detalle trabajado con esmero. Era como estar en un paraíso.

- Bueno, ¿Qué os parece?- dijo Ambroz con una sonrisa.


- Esto es impresionante, Ambroz.- dijo Altair, que iba en su Hummer junto con Kira
y Bolts.
- Con esta mansión en tu poder debes de tener a todas las chicas haciendo cola,
¿Eh?- dijo Kira, de manera pícara.- Tienes todo lo que se desea de un hombre en
estos tiempos, y además eres mono.
- Eres algo impertinente, ¿No crees, chica?- dijo Ambroz, tomándose a risa lo que
acababa de decir Kira. Omitió por completo el piropo.- Tengo una idea. Si queréis,
antes de la cena podemos dar una vuelta por el jardín, y así os lo enseño todo.
- Sería un honor, Señor Ambroz.- dijo Kira, ruborizada.
- Llámame Ambroz a secas. Eso de señor no me gusta mucho, ahora que nos
conocemos mejor. Porque somos amigos todos, ¿No?
- Por supuesto, Ambroz.- dijo Altair, dándole la razón.

Sin decir más, bajaron del Hummer y pusieron los pies en tierra. Siguieron a Ambroz
por un jardín muy cuidado y podado con precisión para hacer formas increíblemente
bellas. La sensación de frescura era muy agradable gracias a las diversas fuentes que
tenía Ambroz en funcionamiento.

- Ambroz, ¿Quién arregla el jardín?- dijo Bolts, mientras pasaban por debajo de un
puente natural de ramas de Platanero.
- Yo. Soy jardinero, o lo era antes del apocalipsis.- todos le miraban incrédulos. No
podían creer que un simple jardinero pueda llegar a ser jefe de un bastión.- ¿Qué? A
mí me gusta, y encima me entretengo. Dirijo toda la agricultura, pero la ganadería la
lleva un amigo mío, Anelka. Se le dan mejor que a mí los animales. Y además, los
dos tenemos bastantes trabajadores como para que solo tengamos que organizar y
poco más. Así que me dedico a lo mío, ya sabéis.
- Esto es increíble, Ambroz...- dijo Altair. Era una auténtica proeza crear un sitio de
tanta tranquilidad estando el mundo como estaba.
- No os confundáis, esto ya estaba antes del apocalipsis. Lo único que he hecho ha
sido fortificarlo y mantenerlo.

En ese momento llegó un soldado en un jeep a toda pastilla, llevando a una persona
encadenada. Altair se olió que algo malo había pasado. El soldado que conducía salió
del coche y fue corriendo hacia Ambroz.

- ¡Señor!- el soldado hizo un saludo militar. Ambroz se lo devolvió, con gesto serio.-
Un soldado ha intentado robar un camión de combustible de nuestros invitados,
cuando los estábamos cargando.
- ¡Maldición! Lo ha intentado solo, ¿No? Lo habéis atrapado.- los ojos de Ambroz
echaban chispas. Altair nunca lo había visto tan enfadado, y los demás también
mostraban signos de temor en sus ojos, sobre todo el soldado que vino a traer la
noticia.
- Si, señor. Lo tenemos en el Jeep.
- ¿Habéis avisado a Miguel? Le necesito ahora mismo.
- Está de camino, señor.
- Bien. llévalo a las celdas, y cuando llegue Miguel le mandas a la sala de justicia.
Miguel es el que está a cargo de la justicia y los castigos para los infractores de la
ley.- dijo Ambroz dirigiéndose a Altair y a su grupo.
- ¿Y cómo impartís justicia?
- Dentro de un rato lo veréis. En primer lugar quiero pediros perdón por lo que ha
pasado. Si ese malnacido llega a cumplir su objetivo ahora mismo os habríais
quedado sin la mitad de vuestro combustible...
- No ha sido culpa tuya, Ambroz. No tienes nada por lo que disculparte.- le aseguró
Altair.
- Normalmente los castigos a ladrones y demás delincuentes se los dejo a Miguel,
pero este lo voy a atender yo personalmente.- dijo, dando a entender que su caso
recibiría más atención que los robos a los que solían ocuparse en ese bastión.

Entraron en la mansión de Ambroz, y un recibidor bastante simple dio paso a


bastantes salones grandes llenos de sillones, cuadros, mesas, y bastantes muebles
llenos de libros. Había tres salas como esa, con todo bastante ordenado y limpio. En
una de las salas Altair creyó ver algunos cuadros antiguos y obras de arte de algún
museo español, como el Cristo en la Cruz, de Zurbarán. Le sonaba tanto porque tenía
ahora mismo una foto de ese cuadro con su nombre en el dossier que le compró hace
un rato a Franc. En mitad del edificio había una escalera de caracol que llevaba al
piso superior, donde había muchísimas habitaciones, la mayoría de ellas convertidas
en oficinas. Una sala al final de la parte derecha era la sala de justicia. Era una sala
grande llena de bancos de iglesia y al final, una zona más alta con dos sillas gigantes
y abajo de esas sillas, una silla de hierro forjado toscamente. Ambroz indicó al grupo
de Altair que se sentara en los bancos que quisieran, y él se sentó en la silla pequeña
de las dos situadas en la zona alta. Estuvieron esperando en silencio por lo menos
media hora, hasta que alguien abrió la puerta. Era un tipo alto vestido de militar y con
una insignia de hierro con forma de dos hachas cruzadas. Era alto, con el pelo medio
largo y rubio.

- Ambroz, traemos al reo.- dijo el soldado.


- Gracias, Miguel, ponedlo en la silla de acusación.
- Si, señor.- Miguel hizo un gesto para que trajesen al acusado. Dos soldados traían
esposado a otro, cabizbajo. Sentaron al acusado en la silla de hierro que había al pie
de las otras dos, y Miguel se sentó en la silla más grande al lado de Ambroz.
- Reo, se te acusa de intento de robo a nuestros invitados, unos enviados de Nuevo
Edén que desde que llegaron no han mostrado signos de hostilidad en ningún
momento, es más, han mostrado buenas intenciones y ganas de colaborar con
nosotros. ¿Algo que decir, acusado?- dijo con voz amenazadora Ambroz. Miguel
estaba allí sin hacer nada. Ambroz dijo que se encargaría personalmente y que así lo
habían acordado él y Miguel.
- Soy inocente de todo lo que se me acusa...- dijo a la desesperada.
- Sabes que si mientes el castigo se dobla, ¿No?- dijo Ambroz con voz amenazante.-
Te lo voy a preguntar una vez más. Una única vez. ¿Algo que decir, acusado?
- Que...- se lo estaba pensando mejor. Le habían pillado con las manos en la masa, y
había testigos.- lo siento, de veras.- dijo el acusado mirando a Altair y a su equipo.
- Algo es algo.- dijo Ambroz.- Me sorprende que aún haya gente que intente joder a
los demás, y más me sorprende que lo hagan estando yo cerca.- le estaba echando un
sermón al acusado.- ¿Sabes lo que me cuesta protegerte? ¿Vestirte, alimentarte?
Todos aquí se sacrifican, pero aún hay algunos que se creen más listos que los
demás.- Ambroz se puso a leer su ficha. La ficha de residente del acusado.- Dado que
es tu primer delito, el castigo es mínimo, pero el delito lo has cometido contra unos
invitados, y por esa razón te condeno a la pena normal por robo. Diez latigazos y seis
días en el calabozo con la ración mínima de alimentos. La próxima vez que cometas
un robo se te cortará una mano y se te expulsará del bastión. Quedas advertido.

Miguel y Ambroz se levantaron de sus sillas, y dos soldados se llevaron al acusado a


las celdas que había en la cárcel del bastión del valle de la abundancia, que estaban en
el antiguo edificio del ayuntamiento. Miguel salió de la sala con los soldados y el
acusado, pero Ambroz se quedó con Altair y los demás y les indicó que le siguieran.
Salieron fuera de la mansión y les guió a la parte de atrás, donde había varios
cadalsos con horcas y tres o cuatro troncos gruesos adheridos al suelo. En uno de
ellos estaba atado el acusado, con la espalda al descubierto. El verdugo miró a Miguel
y tras éste hacerle un gesto afirmativo, el verdugo empezó a atizarlo con el látigo.
Nada más al segundo latigazo, el acusado empezó a sangrar por la espalda y en los
siguientes latigazos gotas de sangre volaron en todas direcciones a cada impacto de
látigo. Los gritos del acusado eran desgarradores, y al noveno latigazo se desmayó.
Nada más terminar la sentencia, los pusieron en una camilla y se lo llevaron.

- ¿No cree que son un poco exagerados estos castigos, Ambroz?- preguntó Altair, con
el corazón todavía latiendo furiosamente al compás de los latigazos con los que
sentenciaron al ladrón.
- Bueno, estamos en tiempos exagerados.- se limitó a decir Ambroz.- Vamos a cenar,
si les apetece.

Siguieron a Ambroz hacia una gran pérgola donde había una mesa redonda de
mármol bastante decorada, con abundantes sillas de madera. Les indicó que se
sentasen, y Ambroz se sentó en la silla más grande y lujosa. Un camarero fue
inmediatamente a tomarlos nota. Éste estaba ataviado con un traje de camarero de
restaurante, pulcro y limpio.

- Jorge, tráenos el primer plato, por favor.


- Si, señor.- El camarero se fue y Ambroz se dirigió a Altair.
- Siento este incidente, si hay algo que pueda hacer para contentarlos dígamelo.-
volvió a decir Ambroz. Altair estaba cansado de tanta disculpa.
- Vamos, Ambroz, olvídalo.- le saltó Altair.- Has actuado rápidamente impidiendo
que nos robasen, con eso basta.
- Vale, está bien.- dijo Ambroz con una sonrisa.- Espero que os guste la comida,
amigos.

Jorge apareció con varios ayudantes que traían el primer plato, que consistía en varios
boles con abundante ensalada, unas bandejas gigantes con entremeses y una gran
sopera llena de sopa con abundante grasa. Altair probó de todo, menos los
entremeses, y todo le pareció estupendo. En Nuevo Edén no se pasaba hambre, pero
la comida estaba bastante racionada, así que no podías comer lo que querías, además
nada estaba tan fresco como aquello, que parecía recién sacado del campo, y Altair
sospechó que así era. La abundancia de los platos a Altair le fascinaba, no había visto
tanta comida encima de una mesa desde antes del Apocalipsis. Altair estaba feliz en
ese momento, más feliz de lo que había estado casi desde que empezó todo.

- Ambroz, en serio, esta comida está buenísima. Muchas gracias por este banquete,
en serio.- le dijo Altair, con una sonrisa.
- Si, es verdad, la comida es exquisita.- dijo Kira.- No había probado nada tan fresco
desde el Apocalipsis. Tú si que sabes ganarte a los invitados.- dijo Kira con una
sonrisa insolente, intentando llamar la atención de Ambroz.
- Gracias por vuestros halagos, en serio. Ya sabéis, es lo que tiene vivir donde se cría
el ganado y se siembra la cosecha. Que tienes todo el producto fresco a tu
disposición. No os llenéis mucho, que es el primer plato. Ahora llega el segundo.
- ¿Qué? ¿En serio?- dijo Altair, pensando que esta era toda la cena. Y había mas.
Vaya con Ambroz.

Jorge, con ayuda de varios camareros, traían un surtido de carne de ternera estofada
con abundantes verduras, filetes en salsa y pescado frito y asado. Altair era un
fanático de la pesca, y se extrañó mucho al no reconocer esa pieza.

- Ambroz, ¿Qué tipo de pescado es este?


- Trucha de río. Están riquísimas, ahora que no hay nadie que contamine el agua,
aunque todavía queda mucha mierda en el río. Una de las cosas que agradezco al
Apocalipsis es la ausencia casi total de contaminación. Te aconsejo que la pruebes.

Altair probó la trucha y el sabor le encantó. Era, con diferencia, la comida más
abundante y rica que había comido en mucho tiempo. Ambroz sacó un paquete de
cigarrillos y ofreció a todos los comensales. Casi nadie fumaba, solo Kira y Jack.
Cuando ellos cogieron un cigarro cada uno, Ambroz se lo guardó sin coger uno. Jorge
y sus ayudantes recogieron todos los platos y trajeron una jarra de zumo de naranja
para que se sirviesen lo que quisieran. Todos se sirvieron un vaso, y lo bebieron
tranquilamente mientras Kira y Jack se fumaban el cigarro.

- Entonces, ¿Os ha gustado la cena?


- Riquísima.- dijeron todos.
- Me alegro que os gustase. Ahora Jorge os enseñará vuestras habitaciones. Mientras,
me gustaría hablar con Altair y Tornado.

Todos siguieron a Jorge, y Ambroz, Altair y Tornado fueron con ellos hasta las
escaleras, donde los tres tomaron otro camino. Fueron hacia una escalera que bajaba a
un sótano, alumbrado por varias velas. Disponían de luz eléctrica pero Ambroz dijo
que por la noche la intentaban usar lo menos posible por dos razones. El consumo
debía ser mínimo porque las instalaciones eléctricas eran modestas, y segundo, que la
luz atraía a los No Muertos como a las polillas. En el sótano había numerosos libros,
mapas de España y de sus comunidades autónomas. Ambroz rebuscó un rato entre
varias carpetas hasta que encontró lo que buscaba. Era un papel bastante limpio y
poco usado.

- Tomad. Es un mapa actual de Zarzatina.


- ¿Actual?- le preguntó extrañado Altair. Altair lo abrió y vio un entramado de calles
que es lo que debía de ser el pueblo, pero estaba corregido. Muchas calles las tachaba
una equis, y bastantes redondeles abundaban por todo el mapa, algunos tachados.
- ¿Es fiable?- le preguntó Tornado.
- Bastante. Se hizo hace un mes. Me lo trajo un explorador del bastión de Granadilla
a cambio de unos suministros especiales. Mirad.- dijo Ambroz, señalando el mapa.-
las equis son calles cortadas, intransitables. Los redondeles es donde hay posibles
suministros pero que aún no han sido saqueados. Los redondeles con una equis ya
han sido saqueados. Y ahora os tengo que decir una cosa, muy importante. Hace unas
horas me ha llamado desde el bastión de Granadilla mi colega Yurdi. Me ha dicho que
ha llegado a Granadilla un soldado del pelotón que vais a buscar, bastante herido, y lo
único que ha podido decir antes de morir es donde estaban los demás atrapados. Justo
aquí.- señaló el mapa y marcándolo les ubicó donde en teoría estaba el equipo al que
tenían que rescatar, porque era evidente que necesitaban un rescate.- Llegó al bastión
de Granadilla infectado y ha muerto a la hora de llegar. Tomad. Un teléfono móvil.
Solo hay un número, el de mi oficina. Tenemos conexión con la rama de satélites
Baelnius, no tendréis ningún problema en avisarnos si la cosa se tuerce. No os
preocupéis por los suministros, cuando completéis la misión mandaré a vuestros
compañeros conductores a las Casas de la Colina. Os doy mi palabra.
- Está bien, confiaremos en su palabra, señor Ambroz. Nos ha tratado muy bien, y
eso es lo mínimo. Por cierto, ¿Cómo es que tenéis conexión al Baelnius?
- Te estás olvidando que la Virreina de España es una Sheriff de AllNess, y los
satélites pertenecen a AllNess ¿No es de lógica?- dijo Ambroz sonriendo.- Ahora
vayamos a dormir, mañana va a ser un día ajetreado. Os enseñaré vuestras
habitaciones. Si no os importa prefiero que salgáis pronto hacia Zarza, ya que el
tiempo cuenta, pero sería una descortesía no dejaros descansar un rato. Os llamaré
dentro de unas horas.

Sus habitaciones eran espléndidas, con muebles de madera hechos manualmente, sin
maquinaria. Las camas eran cómodas y mullidas, y esas horas de sueño a Altair le
sentaron de maravilla. No había salido casi el sol cuando Ambroz ya les estaba
llamando. Se asearon rápidamente y se vistieron. La mañana era fresca, y en la puerta
de la mansión les esperaba un BMR blindado.

- Cuidadme este pequeño, que le tengo mucho cariño. A mi me ha salvado la vida


varias veces.
- No se preocupe, se lo devolveremos de una pieza, Ambroz.
- Eso espero. ¡Buena suerte, y si necesitáis ayuda no dudéis en llamarme!
Eso fue lo último que les dijo Ambroz, mientras cogían el camino hacia Zarzatina.
Tenían que ir por donde habían venido a la mansión de Ambroz e ir hacia el pueblo.
Luego, seguir la carretera que atravesaba el pueblo. Después, Ambroz les dijo que
había carteles que lo indicaban, y no necesitaban ni mirar el mapa que les dio del
norte de Cáceres, ahora si, cuando llegaran a Zarza si que tendrían que usar el mapa
corregido de la población. Tardaron en llegar a Zarza unos quince minutos, y
abriendo el mapa se guiaron hasta donde les indicó Ambroz que estaba el equipo del
bastión de Granadilla, el Ayuntamiento de Zarzatina. El problema, cuando llegaron al
ayuntamiento, era que estaba rodeado de cientos de No Muertos.
18. BRIAN

Era un párroco. De tantas personas que murieron en el Apocalipsis, y de tan pocas


que debían ser inmunes, tenía que serlo un párroco. “Bueno, al menos al mundo
todavía no le faltará la fe” pensó Brian. También cabía la posibilidad de que le
surgiese la fe durante el apocalipsis. Aun así, era ya mayor, de unos sesenta años, con
el pelo largo y gris. Tenía una expresión amable y buena, sin contar los numerosos
granos que cubrían su cara y esos ojos verde ciénaga de los No Muertos.

- No pensaba encontrarte aquí, Predicador.- le dijo Sombra, estrechándole la mano.


- Yo tampoco esperaba verte en este refugio, Sombra.- después de saludar a Sombra,
fue a Aurora.- Y mi pequeña, ¿Cómo está?- le dijo el Predicador a Aurora.
- Como siempre, viejo. ¿Has visto a la Lombriz que hemos encontrado?- Dijo
señalando a Brian.
- No soy una lombriz, y te repito por enésima vez que no me gusta que me llaméis
así.- le dijo Brian enfadado a Aurora, que en ese momento se reía. Sabía que Sombra
y Aurora le llamarían Lombriz para siempre, pero no quería que se convirtiese en su
mote.- Me llamo Brian.- le dijo al Predicador tendiéndole la mano. El Predicador no
se la dio.
- Llámame Predicador. Todos lo hacen. - Dijo sonriendo.- Pues sí que eres una
Lombriz, es más, juraría que no has salido de debajo tierra desde antes del
Apocalipsis...
- Estuve refugiado en un búnker hasta hace unos días, si... ¿Como has podido
averiguarlo?
- A nadie en su sano juicio le intentaría dar la mano a un Mortis, amigo. Te puedo
infectar muy fácilmente. Sombra y Aurora son inmunes, pero tú no. Eso es algo que
mejor tengas en cuenta. No todos los Mortis son tan amigables como yo, por
desgracia. La mayoría de los humanos los dan caza, y no se toman muy bien que los
traten como animales... Deberíamos entrar. Os presentaré a un amigo.

Entraron con el Predicador en la iglesia, que estaba totalmente limpia y cuidada.


Tenía una zona donde estaban colocados todos los suministros esenciales para la
supervivencia, un montón de armas y algunos bidones de combustible. Sombra y el
Predicador, en el tiempo que estuvieron juntos recorriendo el país, prepararon un
refugio seguro y aprovisionado para cuando pasasen por Kansas City, y Brian se
imaginó que en muchas ciudades de Estados Unidos hicieron lo mismo. El Predicador
les llevó al fondo de la iglesia, donde estaba un hombre alto, con el pelo muy corto y
de color pelirrojo y la cara muy simple, que llevaba puesto un esmoquin de color
blanco con pantalón negro. Parecía un mafioso de los años treinta. Cuando les miró,
Brian reconoció esa mirada. En el taller de su padre, antes del apocalipsis, hizo
apaños a varios cyborgs y los reconocía muy bien. Ese ser no era humano, era un
cyborg.

- Os presento a Stuart, un buen hombre que me recogió cuando me dirigía aquí. Si no


es por él, quizás ya no estaría vivo.
- Eres un cyborg, ¿No?- le preguntó Brian.
- Espero que eso no sea un problema.- replicó Stuart. Este Cyborg debía de haber
sido reanimado recientemente, pensó Brian, porque las facciones de la cara y el pelo
le estaban tomando forma. Brian, gracias a su experiencia con Cyborgs, sabía que ese
proceso duraría al menos los cinco días posteriores a la reanimación del Cyborg.
- No, claro que no... me llamo Brian.- Stuart sí que le dio la mano.
- Yo soy Sombra, y esta es mi hija Aurora.
- Perfecto, ya nos conocemos todos.- dijo el Predicador, sonriendo.- Creo que es hora
de comer algo, ¿No?

El Predicador fue hacia la zona de suministros y cogió varias latas de sardinas y


guisantes y las repartió entre todos. Las abrieron y se pusieron a comer todos. Brian
sabía que el cyborg no necesitaba comer, pero que disfrutaba tanto comiendo como
un ser humano. Cuando terminaron de comer, Sombra le preguntó al Predicador.

- ¿Alguna novedad, Predicador? Hacía meses que no te veía.


- Bastantes novedades, Sombra, y ninguna buena. No sé ni por donde empezar...
- Empieza desde la última vez que nos vimos, así no perderás detalle.- le animó
Sombra.
- A ver, la última vez que nos vimos fue en Cincinatti. ¿No?
- Correcto, viejo.
- Sabes que no me gusta que me llamen “viejo”.- le replicó.- Después de Cincinnati
fui a Atlanta, a la capital de los nuestros, y he estado allí hasta hace tres semanas,
dirigiendo una iglesia en el centro. Lo que se rumoreas por las calles no es nada
bueno, Sombra, sobre todo para la supervivencia del ser humano corriente.
- ¿A qué se refiere con la capital de los nuestros, Predicador?- le preguntó Brian. Esa
frase le sonaba a chino.
- A la capital de los Mortis. Atlanta reúne a casi todos los nuestros que sobrevivieron
al Apocalipsis, unos tres millones.- Se volvió hacia Sombra.- Se comenta que los
humanos no hacen más que atacar a las caravanas de aprovisionamiento Mortis, y que
causan bastantes bajas. Están pensando en atacar los bastiones humanos y reclamar lo
que dicen que es suyo. Chorradas del nuevo Chamán del líder, Akavalpa. Se las
arregló para mandarme a la otra punta del país en misión de paz y así poder manejar
al líder de los Mortis a su antojo.
- ¿Misión de paz?- dijo Sombra sonriendo.- Bueno, es evidente. Eres religioso.
¿Quién mejor que tú para difundir la paz?
- Lo único que quería Akavalpa era quitarme de en medio.- replicó el Predicador.-
Según el le llegó un rumor de que había un pequeño asentamiento de Mortis en Grand
Junction, pero cuando llegué allí no había más que una ciudad fantasma y cientos de
No Muertos, y regresé, pero tuve un pequeño accidente en Denver y me quedé sin
vehículo, hasta que me recogió Stuart. Akavalpa se va a llevar una sorpresa cuando
me vea llegar. Bueno, a lo que iba. Los Mortis están muy cabreados, Sombra, y es
muy posible que en poco tiempo puedan atacar algún bastión. No creo que sean
rivales para La Roca, pero asentamientos más pequeños... pueden arrasarlos
fácilmente, Sombra.
- ¿Y qué quieres que haga yo?- dijo, como si no le importase lo que les pasara a esos
pequeños asentamientos.
- Que te acerques lo menos posible a Atlanta, para no cabrear a los Mortis. No te
tienen mucho cariño que digamos. También se rumorea que los discos duros de los
Sheriffs de AllNess contienen información que vale su peso en oro, así que será mejor
que tengas cuidado. Hay mucha gente que quiere echarle el guante a tu disco duro.
- Es más que un disco duro, y me temo que ya no lo tengo, Predicador. Me lo ha
robado Sparky.
- Maldito perro asqueroso. Creía que era trigo limpio.- dijo el Predicador furioso.-
¿Y qué vas a hacer con respecto a eso?
- Voy a La Roca a buscar información sobre su paradero. Llevo buscando varios
meses a ciegas y me he hartado. Hay algunos delincuentes de por allí que a lo mejor
saben donde se esconde.
- Puede que no lo encuentres, se mueve más que una rata, Sombra... es posible que
en La Roca tengan información caducada.
- De todos modos voy a probar suerte. No me queda otra.
- Bueno, te deseo suerte. Quedaos aquí esta noche. Nosotros vamos a estar un día
mas y luego partiremos hacia Atlanta.

El Predicador hizo un fuego en una chimenea que construyeron en una esquina de la


iglesia, y asaron un par de conejos que fue a cazar Sombra por la tarde, para comer
algo de carne fresca. Se fueron los dos, Sombra y Aurora mientras el Predicador,
Stuart y Brian se quedaron charlando sobre los viejos tiempos. Brian le contó al
Predicador a qué se dedicaba antes del Apocalipsis y su vida, en general. El
Predicador le dijo que era párroco de una iglesia en Jonesboro, y Brian le dijo que era
de Memphis. Estuvieron hablando toda la tarde sobre Memphis, sobre su gente, sobre
los sitios que merecía la pena visitar de esa bella ciudad. Casi al anochecer llegaron
Sombra y Aurora cargados con los conejos, y cenaron carne fresca. Hacía mucho
tiempo que Brian no comía nada fresco, y la comida le sentó de maravilla. Cuando ya
fue de noche, se pusieron a dormir, haciendo guardias por si acaso. Brian, Sombra y
Aurora atraían a los No Muertos, y tendrían que vigilar que ningún No Muerto los
atacase.

Los sueños de Brian, como siempre, estuvieron plagados de No Muertos y paredes


humanas llenas de sangre, y se despertó por la mañana empapado en sudor frío. Brian
sabía que esas pesadillas lo perseguirían para siempre. Ya estaban despiertos todos
cuando Brian se levantó. Los cuatro estaban desayunando té y unas galletas algo
rancias que Sombra llevaba en el Ataúd. Cuando Brian se les acercó le ofrecieron un
vaso de té y unas cuantas galletas que se las comió en silencio. Cuando terminaron de
desayunar, cogieron sus cosas y montaron en el ataúd, acompañándoles por el camino
el Predicador y Stuart. Cuando llegaron a la puerta que les separaba del exterior, los
dos se acercaron al Ataúd. El Predicador fue hasta la ventanilla de Sombra.

- Bueno, amigo, espero que nos veamos pronto.- le dijo el Predicador,


despidiéndose.- Me alegro de haberte conocido, Brian. Cerraremos la puerta cuando
salgáis. Hasta pronto.

Sombra se despidió con un movimiento de cabeza y salieron del refugio de Kansas


City. Estuvieron conduciendo un rato hacia el sur hasta que Sombra se dirigió a
Brian.

- Oye, si no te importa, vamos a espachurrar unos cuantos No Muertos antes de ir a


La Roca. Necesitamos saciarnos un poco antes de estar unos días entre los humanos.
- Como quieras.- dijo Brian distraídamente mientras miraba por la ventanilla el
paisaje que los rodeaba.

Sombra tomó un camino que iba hacia la zona centro de la ciudad. Aunque Brian no
podía poner objeciones, porque el Ataúd no era suyo y además no le harían caso,
protestó un poco por lo peligroso que podía llegar a ser.

- Nada me va a cambiar de opinión, Lombriz. Cuando lleguemos a La Roca es


posible que no salgamos en unos días, y tenemos que tener algo de acción mi hija y
yo para mantenernos cuerdos.
- ¿Me vas a explicar de una puta vez esas ansias por matar?
- Está bien. No sé ni por qué coño me molesto en ocultártelo... ¿Sabes de donde
proceden los Sheriffs?
- Ni sé de donde proceden, ni sé cuantos son, ni nada.
- En total somos siete, si todavía no ha muerto ninguno. En los comienzos del
Apocalipsis, antes incluso de que se desatase todo esto, se investigó a fondo el virus
SuperHumano, que es lo que ha causado todo esto. El virus, sin el antídoto, crea a los
No Muertos, pero con un antídoto, nos crea a nosotros, los Sheriffs. Tenemos diez
veces más aptitudes físicas que un humano normal, pero el antídoto tiene un grave
efecto secundario. Una demencia concreta, que si no se satisface, te puede llevar a la
locura. Mi demencia es la ira, y el daño a los demás me motiva. Uso a los No
Muertos para desfogarme, y da resultado. ¿Te basta con esa explicación, Lombriz?
- Si, claro...- Brian casi no entendió nada. Poco a poco iban llegando al centro, y los
No Muertos eran cada vez más numerosos. No faltó mucho para encontrarse un
embotellamiento de No Muertos en la cale por la que iban. Parecía un concierto, con
todos los No Muertos apiñados mirando al unísono. Nada más sentir su presencia, se
dirigieron hacia el ataúd.
- Bien, ¿preparados?- se veía que Sombra estaba emocionado.- Aurora, enciende los
motores de las picadoras y del antisangre.
- Si, papi.- contestó Aurora con una voz cantarina. Pulsó varios botones en un panel
de mandos del asiento del copiloto. Inmediatamente, unos sonidos de varios motores
empezaron a inundar todo el coche, produciendo un sonido ensordecedor. Brian miró
hacia el capó y vio que los discos que había por encima y debajo de las luces del
ataúd estaban girando a toda velocidad, preparados para machacar. La punta del
centro del ataúd también giraba salvajemente, capaz de destripar a cualquier ser al
mínimo contacto. Un sonido de unos potentes ventiladores también resonaba en el
aire, aunque Brian no sabía de donde venía.- ¡Listo, papi!
- ¡Vamos allá!

Sombra aceleró el Ataúd dejando un rastro negro en el asfalto y el olor a goma


quemada cubría el ambiente. Nada más impactar con la marea de No Muertos que
había delante, empezaron a saltar trozos de carne y sangre por el aire. Con aquel
impacto contra la marea de carne debería de haberse llenado la luna delantera del
ataúd de sangre, pero una potente corriente de aire impedía que llegase la sangre al
cristal. Habían instalado unos potentes ventiladores encima de la luna delantera para
evitar que se llenase de sangre y les fuese imposible ver nada.

- Hay un cubo a tu lado, por si acaso.- dijo Sombra entre risas.

Conforme iban avanzando, las risas de los dos fueron más potentes, hasta que una
risa general les dominó. Disfrutaban de cómo el ataúd cortaba como la mantequilla a
todos esos No Muertos. Trozos de cerebro, sangre, huesos y carne volaban por los
aires. Uno de los No Muertos se había clavado en la lanza, y las tripas le salían
volando poco a poco mientras se convertía en carne picada. Brian no aguantó más y
vomitó en el cubo. Estuvieron varios minutos por esa calle masacrando No Muertos
hasta que los dos lunáticos pensaron que era suficiente y tomaron una carretera que
iba hacia el sur. Las picadoras estuvieron activadas varios minutos hasta que salieron
de la ciudad. Faltaba una hora más o menos para llegar a Forest Hill, así que Brian se
relajó e intentó dormir un rato, intentando quitar de su mente por lo que había pasado.
Habían eliminado a unos cien No Muertos en unos minutos con ese vehículo infernal.
Era un instrumento mortífero que a Brian le infundió un respeto absoluto. No había
entrado ni una gota de sangre dentro del vehículo, y casi no se había manchado la
luna delantera de sangre, lo que le convertía en un bunker andante. No había casi
riesgo de accidente, y los No Muertos prácticamente no podían tocarlos. Al cabo de
media hora, Sombra se dirigió a Brian.

- Qué, Lombriz, ¿te has divertido?


- Me divertiré cuando lleguemos a La Roca y os pueda perder de vista para siempre.
- Vaya, qué pena. Cuando veas la situación que hay en La Roca quizás cambies de
opinión.
- ¿Por qué? Es un sitio seguro, ¿No?
- Si, es un sitio seguro, pero las condiciones de vida no son muy satisfactorias.
Cuando lleguemos a La Roca te haré una oferta. Depende de ti si la aceptas o no.
- Papi, no me dirás que se a a venir con nosotros...- protestó Aurora.- Si es un inútil...
- Con un poco de entrenamiento es posible que nos sea útil, Aurora.

Brian estaba enfadado de cómo lo estaban tratando. ¡Una niña de diez años le había
llamado inútil! Lo único que deseaba en ese momento era perder de vista a esos dos
locos cuanto antes. Al cabo de otra media hora llegaron a Forest Hill, o lo que
quedaba de ella. No había ni árboles, ni casas, ni nada. Solo quedaban los cimientos
de las casas y el asfalto que rodeaba las calles. Absolutamente nada.
- Sombra, ¿Donde está Forest Hill? ¿Qué ha pasado aquí?
- ¿De donde te crees que han sacado los suministros para crear La Roca? Todos los
pueblos de alrededor están como este. Había que sacar material de algún sitio, ¿No
crees?
- Ya, supongo...

Salieron de Forest Hill y se dirigieron al este. Nada más salir de Forest Hill, todo el
campo estaba sembrado y en algunas partes se veía ganado en granjas. En unos
minutos, una muralla gigantesca apareció enfrente de ellos. Abarcaba hacia donde
alcanzaba la vista, y Sombra, al ver lo impresionado que estaba Brian, comenzó a
explicarle.

- La muralla mide de altura unos ocho metros, y de anchura tiene unos cuatro. La
muralla hace una circunferencia de unos ocho kilómetros y todos los campos a la
redonda están sembrados con cultivos y ganadería, aunque alimentar a treinta mil
personas no es tarea fácil. Bueno, bienvenido a La Roca.- dijo Sombra con una
sonrisa.
19. ALTAIR

- ¿Pero qué coño...?- dijo Jack, asombrado por lo que estaba viendo.

Había unos cuantos cientos de No Muertos rodeando el antiguo Ayuntamiento de


Zarzatina, sin prestar atención a su llegada. Estaban enfrente de toda aquella multitud
de No Muertos y ninguno de ellos siquiera giró la cabeza hacia el BMR,
completamente con la mirada fija hacia el Ayuntamiento, cuando lo normal era que
muchos de ellos fuesen a atacarlos, gracias al ruido que emitían.

- Hay un montón de ellos...- dijo Kira. Era su primera misión fuera de Nuevo Edén y
nunca había visto No Muertos más que en fotos.
- Según Ambroz el equipo está dentro de ese edificio, el problema es entrar. Y hay
que averiguar porqué los No Muertos no nos atacan, y porqué están aquí. Según
Ambroz este pueblo estaba limpio.- dijo Altair.- Daremos un rodeo por el edificio a
ver si encontramos el origen de ese comportamiento.

Dieron marcha atrás y fueron bordeando un parque asalvajado donde había una
iglesia intacta. Al parecer el paso del tiempo no la afectaba casi. “Las construcciones
antiguas son mucho más resistentes que las endebles construcciones modernas.”
pensó Altair. Aparte de los alrededores del ayuntamiento, no había presencia de No
Muertos en ningún lugar. Estaban todos congregados en torno a aquel edificio, como
esperando algo que seguramente no sucederá. Dieron la vuelta y se dirigieron otra
vez hacia el ayuntamiento, por otra calle. Cuando estaban llegando al final de la calle
que desembocaba en la carretera principal, alguien desde una casa cercana les
empezó a disparar con una ametralladora fija al BMR.

- ¿De donde cojones vienen esos disparos?- dijo Bolts, bastante alarmado.
- ¡De esa casa de allí! ¡Tenemos que refugiarnos en algún sitio!- dijo Suléiman.
- ¡Jack, ponte en la ametralladora y dispara hacia el origen de los disparos!

Jack subió a la ametralladora del BMR y disparó hacia el edificio que señaló Altair,
llenando de agujeros los alrededores de la ventana de donde surgían los disparos.
Altair dio un acelerón y estrelló el BMR en una farmacia que tenían a la izquierda. Se
metieron hasta el fondo de la farmacia y salieron en tropel del BMR. Altair organizó a
todo el equipo en el fondo de la farmacia para evitar los disparos que aún sonaban y
que estaban haciendo trizas el exterior de la farmacia. Altair no pudo evitar fijarse
que la farmacia estaba totalmente desvalijada.

- ¿Qué cojones era eso?- dijo Bolts.- ¡Es la primera vez que me devuelven los
disparos desde que empezó el Apocalipsis!
- ¿Eso? Seguramente es alguien que no le ha gustado un pelo que estemos aquí.- dijo
Altair.- ¡Tenemos que subir a los pisos superiores para estar a su nivel! ¡Vamos!

La farmacia era un negocio familiar y en la misma farmacia había unas escaleras que
llevaban hacia el piso superior, donde antes vivía la familia que regentaba el negocio.
Toda la casa estaba vacía, solo quedaban las ventanas y las paredes, presentando el
mismo aspecto que vieron desde su llegada a España. El desvalijo total de las casas,
recogiendo cualquier cosa de valor para aprovisionar los bastiones.

- Bolts, ¿tienes tu francotirador?


- Siempre, señor.- dijo Bolts, desenfundando un francotirador Dragunov modificado.
- Mira hacia el tejado del ayuntamiento y dime lo que hay.- dijo Altair. Ya sabía lo
que podía haber en él, pero quiso asegurarse.
- Si, señor.- Bolts se puso la mirilla en el ojo izquierdo y estuvo unos segundos
mirando hacia el tejado del ayuntamiento. De repente se quitó de la mirilla.- ¡Hay un
Taxer instalado en el tejado del ayuntamiento, señor!
- Lo que me suponía, por eso los No Muertos no nos hacen caso. Están absortos con
el reclamo del Taxer. El Táxer los mantiene en suspenso, pero si alguien se acerca
demasiado a los No Muertos seguro que le atacan. La pregunta es, ¿Quién coño ha
instalado ese dispositivo en el tejado del edificio? ¿Y quién coño tiene nuestra
tecnología? La tecnología AllNess contra los No Muertos no ha salido de Nuevo
Edén, que nosotros sepamos...
- ¿Que quién ha instalado el Taxer?- dijo Kira.- Muy fácil. Los que nos están
disparando. ¿Que quién tiene nuestra tecnología? Cualquiera puede haber filtrado los
datos de investigación de AllNess, Altair. Los No Muertos no son el único enemigo
que existe. La mayoría de las veces los humanos son más peligrosos que los No
Muertos.
- Bien, ¿Y qué sugieres que hagamos?
- Desactivar el Taxer.- dijo simplemente Kira. Altair se quedó como si le hubiesen
contado un chiste malo.
- Como si fuera tan fácil. Ya de paso podemos ponernos a bailar con los No Muertos,
y dibujarse una diana en el pecho para facilitar las cosas a los tiradores que están
disparándonos...- dijo Altair con sorna.
- Podemos hacer otra cosa. Puedo ir hasta el Taxer y desactivarlo.
- ¿Si? ¿Como?- preguntó Altair, pensando en cómo demonios iba a desactivar el
Taxer sin que la destripasen los No Muertos.
- Los No Muertos no me atacarán porque soy... una Cyborg.- dijo Kira, bajando la
cabeza.

La noticia sorprendió a Altair. Desde el principio Altair supo que había algo raro en
aquella mujer, lo sintió desde que la vio por primera vez. Ni siquiera era una mujer,
sino una máquina. Pero no era momento de explicaciones.

- Eso cambias las cosas bastante. Llamaré a Ambroz, a ver si puede echarnos un
cable.- cogió el móvil que le dio Ambroz y llamó al único número de la lista de
contactos.
- Dime, Altair.- le dijo Ambroz desde el otro lado del teléfono.
- Eh, hola, Ambroz, mira, es que tenemos un problema.- dijo Altair nervioso, sin
saber explicarse. Todavía no entendía muy bien el idioma español.
- ¿Cual?
- El edificio que nos has señalado está rodeado de No Muertos, atraídos por un Taxer.
¿Sabes lo que es un Taxer?
- Si, me lo explicó Tormenta hace unos meses. Es un aparato que atrae a los No
Muertos como moscas, ¿No?
- Correcto. Y alguien ha instalado uno de esos en el tejado del ayuntamiento. No
tenemos ni idea de quién lo ha instalado ahí. ¿Tú dispones de esa tecnología?
- Ni de coña, amigo. Eso es tecnología AllNess, y que yo sepa según Tormenta no ha
salido de Nuevo Edén. ¿Cómo puede haber uno ahí?
- Vale, eso confirma que son los tiradores que nos están presionando con fuego de
ametralladora los que lo han puesto ahí.
- ¿Os están disparando?- dijo Ambroz, casi a voces.
- Pues si, y...- Ambroz le cortó.
- ¿Donde estáis?
- En una farmacia que hay al lado del ayuntamiento, en la zona...- Ambroz colgó.
- Bien, Ambroz viene hacia aquí, pero tenemos que pensar en desactivar ese Taxer.
Seguramente los soldados que venimos a rescatar están dentro, y cuanto más tiempo
pase, menos posibilidades hay de que estén con vida., puede haber heridos entre ellos.
- ¿Y no podrían ser los que nos han disparado?- Preguntó Bolts.
- Si estuvieses atrapado en una marea de No Muertos, ¿Dispararías a quien puede
sacarte de aquí? Además, no sabemos de donde ha venido ese Taxer. Bien, Kira,
¿Puedes ir entre los No Muertos sin que te ataquen, subirte al tejado y hacer pedazos
el Taxer?
- Sin problema, señor. Los No Muertos solo atacan a humanos.
- Entonces sal por la puerta trasera de esta casa, ve por una de las calles hasta llegar
al ayuntamiento y hazte pasar por un No Muerto. No queremos que te hagan picadillo
con esas ametralladoras, ten en cuenta que desde aquí no podemos cubrirte. Toma,
una carga explosiva para cuando llegues al Taxer. Activa la cuenta atrás y sal cagando
leches, porque cuando el Taxer estalle descargará una onda eléctrica que te puede
afectar bastante.- Altair contribuyó en la creación del Taxer, y sabía todos sus
entresijos, como que no podían freírlo a balazos desde donde estaban porque tenía
una coraza metálica protectora.
- Si, señor.- Kira se fue bajando las escaleras y desapareció.
- Bien. Bolts, coge la ametralladora del BMR y trátela aquí arriba, con toda la
munición que encuentres dentro. Cuando ese Taxer se desactive, esto va a ser un
infierno. Bloquead todas las puertas y accesos que haya a este edificio.

Esperaron a que Bolts fuese a por la ametralladora, seguido por Jack. Bolts subió la
ametralladora y Jack un montón de ristras de munición, que colocó a un lado de la
ventana junto a la ametralladora. Esperaron unos cinco minutos hasta que por una
calle a la derecha apareció Kira, tambaleándose como un No Muerto. De cerca se
veía que estaba “viva”, o al menos que no era una No Muerta, pero de lejos no se
distinguía, y los tiradores no se percataron del engaño. Fue lentamente abriéndose
paso hasta una ventana del ayuntamiento, apartando No Muertos con cuidado. Era
increíble lo que estaba haciendo. De haber sido un humano común y corriente en ese
momento estaría siendo despedazada, pero ellos no la hacían ni caso, y dejaban que
los apartase sin problemas. Cuando llegó a una ventana desde la que podía dar un
salto hasta el tejado, se paró, cogió impulso y subió rápidamente antes de que los
tiradores se diesen cuenta. Fue agachada hacia el Taxer, y puso la carga al lado de él.
Fue entonces cuando salió a correr.

- ¡Un minuto para la masacre, chicos!- Altair esperó cuarenta segundos.- ¡Bolts,
coloca en posición la ametralladora de la ventana! ¡Jack, de compañero con Bolts
para la ametralladora! ¡Suléiman, Joseph, de tiradores desde las otras ventanas!-
Altair cargó su M4 y fue a la otra ventana con Suléiman.- ¡Preparados, cinco, cuatro,
tres, dos, uno!

En ese momento, una explosión surgió del techo del ayuntamiento generando una
onda eléctrica, inofensiva para el ser humano, pero letal para las máquinas. Nada más
surgió la explosión, los cientos de No Muertos que estaban en trance mirando el
Taxer salieron de su estado y empezaron a moverse en todas direcciones. Unos pocos
se pusieron a golpear las puertas del ayuntamiento, sabiendo que había humanos
dentro. Algunos fueron en dirección a ellos, y los demás fueron poco a poco
dispersándose. Algunos también fueron hacia la zona de los tiradores, pero no
abatieron ningún No Muerto. Nada más que empezaron a acercarse los primeros No
Muertos a su posición, Bolts activó la ametralladora y empezó a disparar a los No
Muertos. Cada No Muerto que entraba en contacto con una ráfaga de ametralladora,
se convertía en un montón de carne destrozada, y poco a poco la carretera que
separaba la casa en la que estaban de la zona del ayuntamiento empezó a llenarse de
carne podrida, huesos rotos y regueros de sangre negruzca que empezaba a correr por
las cunetas. Por cada dos que eliminaban, aparecían cuatro más, y en poco tiempo
empezaron a desesperarse.

- ¡Apuntad con precisión, chicos! ¡Calculo que habrá unos doscientos No Muertos, y
tenemos balas suficientes para ese número, lo que tenéis que hacer es gastar lo menos
posible!- ¿donde coño está Ambroz? Se preguntó Altair, mientras veía cómo les iban
ganando terreno los No Muertos, y la desesperación empezó a dominarle, creyendo
que Ambroz les había abandonado.
20. AMBROZ

Ambroz vio como se iban con el BMR que le salvó la vida tantas veces, en sus
innumerables incursiones a Plasencia y a los pueblos que le rodeaban, y pensó si lo
volvería a ver. No debía haber permitido que fuesen ellos solos, además, Yurdi le
llamó a él personalmente desde el bastión de Granadilla para que fuese Ambroz en
persona a salvar al equipo de Juan, debido a que todos los equipos de rescate que
mandaron en los dos días siguientes a la desaparición, solo volvió un soldado
infectado, que en su lecho de muerte pudo decir la ubicación del equipo al que tenían
que rescatar. Además, era personal. Era el equipo del hijo de Yurdi, su mejor amigo.
Después de lo que hizo en los comienzos del Apocalipsis para mantener a las familias
de Yurdi y Eddie tendría que volver a demostrar que estaba dispuesto a arriesgarlo
todo por ellos. Aunque a veces se arrepentía de no haber escuchado a Yurdi. “Búscate
a una mujer, y ten una familia. No hay nada en el mundo mejor que eso”. Apartó esos
pensamientos de su mente y empezó a dar órdenes.

- Miguel, dile a los conductores del equipo de Altair que pueden llevarse los
camiones hasta Las Casas de la Colina. He llamado a Eddie diciéndole que van para
allá. Que queden estos suministros bajo la protección de Eddie, ¿Entendido?
- Si, señor.

Ambroz no dijo nada más y se puso a pasear, pensando en lo que debía hacer, si ir a
prestar apoyo al equipo de Altair o quedarse y esperar. Se sentó un rato mirando
cómo bajaba el agua de una fuente que tenía en el jardín hasta que sonó su móvil. Lo
miró. Altair.

- Dime, Altair.
- Eh, hola, Ambroz, mira, es que tenemos un problema.- le dijo Altair. Parecía
nervioso, y Ambroz se temió lo peor.
- ¿Cual?- Ambroz pensó por un segundo que el equipo del hijo de Yurdi había
desaparecido, o muerto.
- El edificio que nos has señalado está rodeado de No Muertos, atraídos por un Taxer.
¿Sabes lo que es un Taxer?
- Si, me lo explicó Tormenta hace unos meses. Es un aparato que atrae a los No
Muertos como moscas, ¿No?- Tormenta se lo explicó vagamente en una de sus visitas
hacía unos meses.
- Correcto. Y alguien ha instalado uno de esos en el tejado del ayuntamiento. No
tenemos ni idea de quién lo ha instalado ahí. ¿Tú dispones de esa tecnología?
- Ni de coña, amigo. Eso es tecnología AllNess, y que yo sepa según Tormenta no ha
salido de Nuevo Edén. ¿Cómo puede haber uno ahí?
- Vale, eso confirma que son los tiradores que nos están presionando con fuego de
ametralladora los que lo han puesto ahí.
- ¿Os están disparando?- dijo Ambroz, casi a voces. No podía comprenderlo. ¿Quién
les iba a disparar? En ese momento cayó en la cuenta. Los putos lacayos del
“Trípode”.
- Pues si, y...- Ambroz le cortó.
- ¿Donde estáis?
- En una farmacia que hay al lado del ayuntamiento, en la zona...- Ambroz colgó.
- ¡Quiero ahora mismo diez soldados y tres Jeeps modificados para velocidad, ahora
mismo, joder!
- Si, señor.- varios soldados se apresuraron en cumplir sus órdenes. En dos minutos
estuvieron en formación diez soldados mientras Ambroz iba hacia su casa corriendo
para ponerse su equipo. Se puso los múltiples cinturones que cubrían su cuerpo
cargados de munición y pequeños cuchillos y pistolas, por si acaso. Cogió su
revólver, su M4 con lanzagranadas y fue corriendo hacia la formación.
- Bien, putillas, nos toca rescatar a un equipo que ha quedado atrapado en las ruinas
de Zarza, sin apoyo de ningún tipo, así que coged vuestras armas y vayamos a sacar a
esas nenas del infierno. ¡Vamos, joder, moved vuestros gordos culos a los Jeeps,
putas de mierda!

Los soldados se apresuraron a cumplir las órdenes de Ambroz, sabiendo que si no lo


hacían recibirían un castigo. Ambroz era duro con sus soldados, pero era porque el
mundo también era más duro, y los que se internaban en “tierra de muertos” tenían
que ser duros de verdad. Montaron a toda prisa en los Jeeps y fueron a toda prisa
hacia las ruinas Zarzatina. Pasaron a toda velocidad por el Bastión de la Abundancia,
por la nacional hacia Zarza. La carretera estaba en muy buen estado, y varios coches
que quedaron en medio por la época del Apocalipsis fueron apartados para que no
obstaculizasen el tráfico. Tardaron en llegar a Zarza unos siete minutos, entrando por
la carretera secundaria que iba hasta la zona de los institutos. Ambroz contó con el
factor sorpresa para atacar a los tiradores que estaban hostigando al equipo de
Ambroz. Ambroz se conocía Zarza como la palma de su mano, y sabía que tendrían
que internarse por las calles centrales del pueblo para llegar a las traseras de la casa
donde sabía que estaban los tiradores. Fueron por la carretera por la que siempre iba
al Ayuntamiento, o mejor dicho, la más fácil y sencilla de seguir. Pararon a escasos
veinte metros de la casa, y salieron en silencio de los Jeeps. A los soldados se los veía
nerviosos, cosa que Ambroz ignoró.

- Bien, un grupo que se quede cuidando los Jeeps y otro grupo que me siga.
Entraremos por la puerta delantera. Hay una puerta trasera por la que se puede entrar,
que es por la que esperan que entremos, y es obvio que les queremos sorprender, ¿No,
putos abobados?- dijo Ambroz con ira. Muchos de los soldados de su equipo estaban
como en trance.
- ¿Vamos a pasar entre los No Muertos?
- No seas gallina, los No Muertos están asubnormalados con el Taxer, no te harán
nada.- Ambroz sabía que si se acercaban lo suficiente a un No Muerto,
independientemente del Taxer, les atacaría, pero no lo dijo en voz alta.- Vamos,
joder...

Ambroz iba en cabeza del equipo encargado de asaltar la casa, y afortunadamente no


se toparon con ningún No Muerto cerca de la casa, el más cercano estaba a unos diez
metros. Algunos calificarían que eso es cerca, pero con el Taxer en funcionamiento,
era lejos. Los No Muertos ni se dieron cuenta de su presencia. Ambroz intentó abrir la
puerta, pero estaba cerrada. Sacó una llave maestra e intentó abrirla, teniendo en
cuenta que muchísimas veces no le funcionaba, pero tuvo suerte, y la puerta se abrió.
La mayoría de las veces reventaba la puerta con algún explosivo, pero en esos casos
valía más la rapidez que el sigilo, y esta vez el sigilo era indispensable. Entraron en la
casa donde casi todas las paredes estaban tiradas, y subieron lentamente las escaleras.
Arriba había varios hombres, como esperando a algo. En el momento en que iba a
detener a aquellos hombres, una explosión sacudió el aire, afuera donde estaba el
Taxer. Tras este susto, los tiradores apuntaron hacia Ambroz y sus hombres, pero
demasiado tarde. Ambroz y dos de sus hombres que ya estaban en el piso de arriba,
que abrieron fuego y llenaron de puntos rojos los cuerpos de los tres soldados,
cayendo al suelo abatidos.

- Atrancad la puerta de abajo, han destruido el Taxer. Los No Muertos van a empezar
a venir a nuestra posición. Rojo, Salchicha, poneos con la ametralladora, pero no
disparéis hasta que os lo ordene. Voy a atrapar a los que hay en el piso superior.-
Ambroz subió las escaleras corriendo, pero casi pasa por la puerta cuando unos
disparos lo hicieron retroceder.
- Eh, Ambroz, no esperaba verte por aquí.- dijo una voz desde dentro de la
habitación. Ambroz estaba fuera pegado al pomo de la puerta, dispuesto a entrar y
disparar a todo bicho que hubiese dentro.- Sabía que mandarías a los de AllNess a
hacer el trabajo sucio, así que los tendí una emboscada. Tienen algo que el Trípode
quiere.
- Me suda la polla lo que el Trípode quiera. El equipo de recuperación desapareció
hace unos días, y el equipo de AllNess aterrizó ayer. Tenía un vago presentimiento
que esto era obra tuya, Dex. Qué pena que te haya salido como el culo.
- ¿En serio piensas eso? Solo quería conocer a esos tipos, y sabíamos que iban a
venir desde que en Nuevo Edén planearon la operación, gilipollas. Diles que nos
volveremos a encontrar, Ambroz.
- No si yo te mato antes.- dijo Ambroz, sacando una granada de mano, quitando la
argolla y esperando hasta el último segundo para lanzar la granada adentro de la
habitación.

La granada, nada más entrar, estalló y convirtió la habitación en un montón de


escombros. Miró a ver si se había cargado a Dex, pero como bien sabía, escapó antes
de que tirase la granada dentro de la habitación, dejando a dos soldados para
asegurarse de que Ambroz no le persiguiese. Estos yacían en la habitación, muertos y
con algunas partes del cuerpo mutiladas. Ambroz sabía que no merecía poner
hombres tras Dex, porque se conocía toda la zona al dedillo, y no quería arriesgar la
vida de sus hombres en una misión con tan poca probabilidad de éxito. Bajó abajo y
vio a sus hombres sin usar la ametralladora.

- ¿Pero qué hacéis, putos inútiles? Disparad de una puta vez, o yo mismo os tiraré
afuera para que seáis el almuerzo de esos No Muertos.
- Señor, usted ordenó que no disparásemos hasta que lo ordenase.- dijo Salchicha,
molesto.
- Si, es verdad.- reconoció Ambroz.- Bien, pues poneos a eliminar No Muertos y
llevad una cuenta. El que más elimine tendrá ración doble hoy.
- ¡Si, señor!- dijeron los dos soldados, poniéndose cada uno en una ametralladora.
- Bueno, empezamos a fumigar el campo...- Ambroz cogió un Walkie-Talkie que
tenía en uno de sus cinturones.- Equipo de Jeeps, contesten, cambio.
- Equipo de Jeeps, le escuchamos alto y claro, cambio.
- Equipo de Jeeps, procedan a limpiar la zona de No Muertos, número de cabezas
aproximado, unas doscientas. Cambio y Corto.- Ambroz dio órdenes a el equipo de
desinfección, pero tenía que avisar a Altair de que ya había eliminado a los tiradores
y se disponían a limpiar la zona, y marcando el número en el móvil llamó a Altair. -
Altair, ¿Estás bien?
- ¿Como coño voy a estar bien? Tú no apareces, nos estamos quedando sin munición
y los tiradores han empezado a ametrallar No Muertos...
- Ya hemos tomado el puesto de los tiradores, Altair. Los que estamos disparando
somos nosotros.
- Vaya, no veas cómo me tranquiliza saber eso. Por un momento creí que nos habías
abandonado a nuestra suerte.
- Yo no soy así, Altair. Además, el equipo del bastión de Granadilla todavía sigue
atrapado en el ayuntamiento, y hay que rescatarlos a toda costa.
- ¿Algún plan, Ambroz? Ten en cuenta que nosotros estamos atrapados en esta casa,
y andamos escasos de munición, no sé vosotros...
- Por nosotros no te preocupes. Ahora un equipo de Jeeps va a limpiar la zona, solo
disfruta del espectáculo.
- Gracias, Ambroz.
- No, gracias a ti por jugaros el pellejo en una misión que tenía que haber hecho yo.-
Ambroz colgó.

Como casi todas las casas fueron desmanteladas, no había sillas ni nada para sentarse,
y Ambroz simplemente se apoyó en la pared con el cuerpo, sacó un cigarro y se fumó
uno mientras oía tiros y sonidos secos cuando caían cuerpos al suelo. Tras diez
minutos, miró por la ventana y vio que casi todo estaba despejado. Con una sonrisa
preguntó a los soldados que había con él.

- ¿Quién la eliminado más No Muertos de los dos?


- Yo, señor.- dijo Salchicha, con una sonrisa en la cara.
- Bien, salchicha, tienes hoy ración doble. Ahora, coged todas las armas que haya de
los tiradores y vayámonos al ayuntamiento.

Junto a su equipo, bajó y desatrancó la puerta, saliendo a la calle. El hedor a muerte,


carne podrida, sangre, heces y orín era asfixiante, pero Ambroz ya estaba
acostumbrado. Casi siempre iba de líder en las misiones más peligrosas, donde se
encontraban con muchísimos No Muertos. Pasó sin prestar atención por la carretera,
uniéndose al equipo de Altair, que salía de la farmacia con el BMR.

- Tú, capullo.- le dijo Ambroz a Altair.- Me has rayado el BMR, te tendré que pasar
la factura.
- Cosas que pasan, pero te la aceptaré, si no queda más remedio.- Dijo Altair con una
sonrisa. Ambroz se lo decía de broma, y Altair se la captaba enseguida. Sería un buen
soldado con Ambroz, pero sabía que estaba a las órdenes de AllNess.
- No te preocupes. Vamos a liberar a los hombres de Yurdi.- Ambroz no mencionó
que el líder del equipo era Yurdi, para que no pensasen que se lo tomaba como algo
personal. Ambroz había pensado en cada uno de los soldados de ese equipo, por
mucho que su prioridad fuese rescatar al hijo de Yurdi.

Fueron hasta las puertas, que estaban atrancadas bastante bien, a pesar de los
múltiples golpes que dieron los No Muertos a las puertas, mientras trataban de
acceder al interior. Era evidente que Dex quiso mantener vivo al equipo del Bastión
de Granadilla para que sirviesen como carnaza al equipo de AllNess. Los alrededores
de la puerta estaban llenos de cadáveres de No Muertos, y pasando por encima de
ellos, Ambroz golpeó con su arma en la puerta reforzada.

- Chicos, soy Ambroz, he venido a rescataros.


- ¡Ambroz, es una trampa!- dijo una voz desde dentro.- ¡Vete ya de aquí!
- Hemos eliminado a los tiradores que había en la zona y a los No Muertos. Anda,
abrid la puerta.
- No podemos, está atrancada. La cerraron desde fuera.
- Dex, maldito hijo de puta...- dijo Ambroz en voz baja.- Bien, entonces apartaos lo
que podáis de la puerta, vamos a embestirla.
- Vale, Ambroz.- oyeron pisadas alejarse desde dentro del ayuntamiento.
- Voy a coger el BMR y a arrollar la puerta. Apartaos.- dijo a todos los allí presentes.
Aún se oían tiros lejanos procedentes de los Jeeps que seguían limpiando la zona.

Ambroz fue hacia el BMR que sacaron de la farmacia y aparcaron en medio de la


calle. Antes de entrar, un No Muerto de los pocos que quedó en pie se levantó del
suelo y fue hacia Ambroz, que rápidamente desenfundó su revolver y le voló la
cabeza, sin siquiera mirarlo. Montó y lo arrancó tranquilamente, como si hiciese eso
todos los días. Ambroz ya estaba muy familiarizado con aquel BMR que le salvó la
vida ya en numerosas ocasiones. Fue hacia la puerta a una velocidad buena y la
embistió, destrozándola e incrustando la puerta en el interior del ayuntamiento. Luego
tiró marcha atrás hasta que quedó fuera del Ayuntamiento y salió corriendo del BMR.
Fue hacia dentro y se encontró con tres soldados. Por suerte, uno de ellos era el hijo
de Yurdi, Juan.

- ¡Tío Ambroz!- dijo Juan. Era un hombre bajito, de unos veinticinco años, con el
pelo negro y muy tupido.- ¡Sabía que vendrías! Temía que esos cabrones os
matasen...
- Bueno, no ha sido así. Esos idiotas no serían capaces ni de matar a un puto No
Muerto.- dijo Ambroz dando un abrazo a Juan.- Yo también temía que os hubiesen
matado.
- Por suerte, quedamos nosotros.- dijo Juan, mirando hacia Altair y sus hombres.- Me
llamo Juan Koshlovich.
- Encantado de conocerte.- dijo Altair. Los demás respondieron con un saludo.
- Os acompañaré hasta el bastión de Granadilla, no quiero correr más riesgos.
Además, hace tiempo que no veo a tu padre, tu madre y tus hermanas. ¿Qué tal están?
- Pues como siempre, ya sabes... Ambroz, esos hombres nos tendieron una
emboscada y mediante presión nos guiaron hasta aquí... Creo que esperaban a estos
hombres.- dijo Juan, señalando al equipo de Altair.
- Ya me lo contarás en casa, Juan. Oh, por cierto, te presento al grupo de Operaciones
Especiales de AllNess. Altair, Jack, Bolts, Joseph, Kira y Suléiman. Fueron los
primeros en llegar aquí, y nos han sido de mucha ayuda.- dijo Ambroz señalando a
cada uno. Juan saludó a todos.- Ahora vete a los Jeeps y monta en alguno, partiremos
en breve.
- Si, Ambroz.- dijo aquel chico, saludando con la mano a todos los presentes.

Juan fue con los dos soldados que quedaban del equipo a los Jeeps y les dieron algo
de comer mientras se acomodaban en los asientos.

- Me temo que es hora de separarse, amigos. No hace falta que vayáis al bastión de
Granadilla, y tendremos que posponer esa visita a Fermenteros, es más, os
aconsejaría que bajaseis cuanto antes hacia Nueva Alhambra. Los que os atacaron son
del Trípode, a su jefe le conozco. Se llama Dex y es uno de los líderes del Trípode en
España. Por lo visto sabía de vuestra llegada, quienes erais y creo que sabía hacia
donde os dirigíais. Me dijo que quería una cosa que teníais en vuestro poder. Tiene
que ser importante, no me dijo qué era. ¿Tenéis alguna idea?
- Querrá mi disco duro.- dijo Tornado. Ambroz le miró. ¿Qué disco duro?.- Pero me
temo que no lo tengo desde el comienzo del Apocalipsis. Se lo dí a otro protector.
Sospechaba que tarde o temprano nos los intentarían robar, porque el poder que
contienen es muy grande, y entregándoselo a otra persona ajena a los Sheriffs al
menos uno de los discos duros estará seguro. Nadie sabe la identidad del poseedor de
mi disco duro, salvo yo, y además, cada disco duro en sí solo es una pieza que se
completa cuando los tienes todos. No hay problema, Ambroz. No creo que nos
vuelvan a molestar, y si es así, no conseguirán lo que quieren.
- No sé que coño tramáis, pero no creo que hayáis venido a España solo por placer.
Creo que os traen negocios, ¿Me equivoco?
- No, no te equivocas. Venimos a por un artefacto que se encuentra en Madrid. No te
puedo contar más, es alto secreto.- dijo Altair, sintiendo no poder explicarle más a
Ambroz.
- Bueno, vosotros sabréis. Está claro que el Trípode no sabe que ya no tienes ese
disco duro, y estoy seguro de que os seguirán atacando hasta que lleguéis a Nueva
Alhambra. Más os vale tener cuidado, por lo menos hasta que lleguéis a Andalucía.
No tienen casi poder en la zona sur de España. Tenéis los suministros en Las Casas de
la Colina, siguiendo la autovía a unos siete kilómetros de Plasencia. Eddie os dejará
pasar, no te preocupes. Es uno de mis mejores amigos, y hasta puede que os preste
algunos soldados, él dispone de más hombres que yo... Bueno, espero que nos
veamos pronto, amigos.- Ambroz tendió la mano a Altair y se la estrechó.

Ambroz, sus hombres y los hombres del Bastión de Granadilla se quedaron


observando cómo se iban en el BMR de Ambroz en dirección hacia las Casas de la
Colina. Cuando se perdieron de vista, Ambroz fue hacia Juan.

- Juan, ¿Cuantos hombres erais?


- Siete, Ambroz. Uno se ellos fue infectado y cuando se transformó lo encerramos en
una sala. Ninguno nos atrevemos a eliminarlo, era amigo nuestro...
- No te preocupes, pero os lo advierto. Nunca dudéis, son los No Muertos o vosotros,
y ellos tienen las de ganar, te lo aseguro.- Ambroz entró en el ayuntamiento y oyó
golpes en una puerta al fondo a la derecha. La abrió de una patada tirando al No
Muerto al suelo, y sin pestañear, le voló la cabeza al No Muerto. Salió como si nada
y siguió hablando con Juan.- Indicad a mis hombres en un mapa por donde más o
menos están todos los caídos, e intentaremos recuperar todos los cuerpos para poder
enterrarlos con dignidad.
- Gracias, Ambroz.
- No tienes que dármelas. Ahora vayámonos a casa.- Ambroz fue hacia sus hombres
y empezó a dar órdenes.- Salchicha, quedas al mando. Tomad este mapa, está
marcado con la posición donde cayeron los hombres del equipo de Juan. Recuperad
los cuerpos y cuando lo hagáis llevadlos al bastión de Granadilla.

Ambroz montó en uno de los Jeeps con lo que quedaba del equipo de Juan y se
fueron en dirección al bastión de Granadilla.

- Dime, Juan, ¿Qué coño hacíais en Zarza?


- Buscando suministros, Ambroz. Sabes que no hemos limpiado a fondo todo el
pueblo, y siempre nos hacen falta suministros. Además, Zarza estaba limpia de No
Muertos. ¿Cómo íbamos a saber lo que ese cabrón nos guardaba?
- ¿Donde os pilló?
- En una plaza que hay por encima de la zona de bares. Tuvimos que salir corriendo
calle abajo cuando esa marea de No Muertos nos atacó. Cuando nos metimos en el
ayuntamiento, esos, entre los No Muertos, aparecieron y atrancaron las puertas.
¿Cómo es posible?
- En el grupo de Dex... casi todos son Mortis. No quise decírselo a Altair para no
preocuparle.
- Pues sí que les ha caído una buena. Siendo Morti, puede ir y pasear por donde se le
antoje.
- Es mucho peor que eso. Con todo lo que he averiguado en esos días, cada vez estoy
llegando a una conclusión más oscura.
- Dime Ambroz, ¿En qué estás pensando?
- En que debemos prepararnos cuanto antes. La guerra por el control del mundo está
a punto de comenzar.
21. STUART

- Entonces, ¿Qué te ha parecido Sombra?- le preguntó el Predicador a Stuart poco


después de que se fueran, sentado en un banco fuera de la iglesia.
- Me ha parecido un hombre extraño. ¿También es un Mortis? Tiene los ojos del
mismo color que el tuyo, al igual que su hija.
- No es su hija. La adoptó, por así decirlo, al comienzo del apocalipsis. Y en cuestión
a sus ojos, sí, fue infectado, pero una vacuna creada al comienzo del Apocalipsis lo
convirtió en lo que es: un SuperHumano.
- ¿Y por qué no se comercializó la vacuna? Se podrían haber salvado muchas vidas
inocentes...- Stuart no podía creérselo. Existía una vacuna y no se facilitó en ningún
momento a nadie el suministro de la misma.
- Porque es inestable.- empezó a explicarle el Predicador.- La vacuna frena en seco al
virus entre la media y la hora de haberse contagiado, pero provoca un tipo de
demencia extraña a quien lo toma. Por ejemplo, Sombra padece la demencia de la ira,
y tiene que matar cada cierto tiempo para saciar su locura, al igual que su hijita.
Imagínate que existiesen cientos o miles como Sombra, yendo y viniendo por todo el
mundo, matando. Sería perfecto mientras haya No Muertos, pero, ¿Y cuando
acabasen con todos? Hay que tener en cuenta que Sombra, al igual que los demás
Sheriffs tienen diez veces más fuerza y agilidad que cualquier humano.
- ¿Y todos padecen de ira?
- No, Sombra me ha dicho que cada uno de ellos padece un tipo de locura diferente.
No me ha explicado cuales, pero imagínate. Por eso no se comercializó la vacuna. Lo
mejor, como le he dicho a Sombra, es que lo destruyeran todo en cuanto averiguaron
qué hacía el virus, y quizás nada de esto habría pasado...
- ¿Y qué te dijo Sombra?
- Que pensaron en ello, pero que AllNess le dio razones por las que se debía
continuar la investigación.
- ¿Qué razones?- No había ninguna razón para seguir trabajando en algo que
supusiese la extinción del ser humano. Para Stuart, sencillamente, era inconcebible.
- No me las dijo, pero me imagino que tendrían peso, porque sino no habrían seguido
trabajando en el proyecto. ¡Qué preguntón estás hoy!- dijo el Predicador en forma de
regañina falsa a Stuart.
- Es que todo me resulta sospechoso, nada más.- Toda esa información todavía bullía
por la cabeza de Stuart, mientras intentaba asimilarlo todo.
- Stuart, piensa que nada que podamos hacer podrá cambiar lo que pasó, o lo que
pasará. El destino está en manos de Dios, y él nos guía por su camino, ya te lo he
dicho.
- Espero que mi camino no sea demasiado malo...- dijo Stuart, bajando la cabeza. En
realidad no sabía cómo, ni porqué, fue reanimado, un año y medio después del
comienzo de la plaga, aparte de ir hacia Atlanta. Stuart albergaba esperanzas de que
en esa ciudad encontrase las respuestas que tanto buscaba.
- Tranquilo, cuando lleguemos a Atlanta, Cadmus responderá a todas tus preguntas,
es muy sabio. Claro está si no le sigue el cabrón de Akavalpa dando la murga.
- No te llevas nada bien con Akavalpa, ¿Eh?- dijo Stuart, sonriendo.
- No, claro que no, dice que la era de Dios ha pasado, y que hay que pensar más en la
tierra que en el cielo, y blablabla...
- Bueno, Predicador. Voto por que comamos y nos vayamos ya dirección a Atlanta,
aunque le hayas dicho a Sombra que nos quedaríamos un día más.
- Si, creo que sí...- dijo el Predicador tras haberlo meditado un rato.- Ya me estaba
acostumbrando a este sitio, y cuanto más te acostumbres, más te cuesta dejarlo, ¿O
no?
- Supongo.- dijo Stuart, encogiendo los hombros.- Vayamos a comer, creo que queda
algo de los conejos que cazó Sombra.

Entraron en la iglesia y comieron tranquilamente sin decir palabra. Después de


comer, limpiaron el refugio y lo recogieron todo por si necesitaban volver algún día.
Cargaron en el DeLorean bastante comida para el viaje y se quedaron un rato mirando
la iglesia que les había acogido durante unos días, en la que habían estado
completamente a gusto. Tras un rato observando la iglesia, se montaron en el
DeLorean y salieron del refugio cerrando las puertas.

- Stuart, antes de nada, tenemos que echarle gasofa al DeLorean. Tendremos que
parar en una gasolinera.
- ¿En cual?- Stuart no conocía Kansas, y no tenía ni idea de donde estaban las
gasolineras. No habían empezado el viaje y ya tenían problemas para proseguir.
- Tranquilo, yendo por esta carretera a dos kilómetros tienes una.

Gracias a que el Predicador sabía del terreno, sino sí que tendrían un problema, a
saberse donde habría una gasolinera operativa. Stuart estaba seguro de que tarde o
temprano encontrarían alguna, pero Stuart no quería estar dando vueltas por una
ciudad medio arrasada y sin saber qué podías encontrarte por el camino. El
Predicador había sido un compañero además de agradable, muy útil. A los varios
minutos de viaje tras esquivar varios coches y algunos No Muertos que había por la
calzada, encontraron la gasolinera de la que había hablado del Predicador. Estaba
bastante destartalada, con todos los cristales rotos y completamente saqueada. Los
surtidores seguían en su sitio, aunque Stuart, al ver lo limpia que estaba la gasolinera,
no creía que quedase ni una gota de combustible.

- Predicador, ¿Crees que aquí queda algo aparte de ratas?


- Cuando estuvimos aquí hace varios meses Sombra, Aurora y yo ya estaba así, y los
surtidores estaban intactos. Sombra se las arregló para que escupiesen gasolina, y ya
no se aventuran los grupos de exploración tanto dentro de las ciudades, a no ser que
pasen muchas necesidades. En todo caso, solo nos queda probar si queda algo, ¿No?

Aparcaron el coche justo enfrente de un surtidor, el Predicador se bajó del coche,


cogió la manguera y se puso a llenar el depósito, como si lo hiciese todos los días.
Stuart se fijó en que el Predicador no había dudado de que allí habría gasolina.
Cuando terminó de llenar el depósito dejó la manguera colocada en el surtidor y se
subió al coche, ignorando al No Muerto que estaba dentro de la tienda de la
gasolinera.

- Bueno, vayámonos. Aquí hemos terminado.


- Parece ser que este camino no es la primera vez que lo recorres...
- Y si Dios quiere, no será la última.
- Por cierto, ¿por qué camino vamos a ir a Atlanta? Noto que vamos hacia el sur.
- Sería más rápido tomar la interestatal 70 hasta St. Louis, y luego tomar varios
cruces hasta Nashville, para llegar a Atlanta, pero la ruta que vamos a tomar es mas
segura. Iremos hasta Memphis, luego a Birmingham y Atlanta. La ruta es más segura
porque St. Louis es prácticamente inaccesible. Cerraron todos los accesos a la ciudad
haciendo murallas improvisadas de vehículos y otros utensilios.
- Y por la ruta que vamos a ir no estarán igual las ciudades.- se aventuró a adivinar
Stuart.
- Pues no, Stuart. Ya he pasado muchas veces por Memphis después del Apocalipsis
y me sé una ruta que se puede hacer sin problemas. No te preocupes.

Empezaron a circular hacia el sur, siguiendo una carretera que poco a poco cedía a la
naturaleza. Por muchas partes ya despuntaban algunos hierbajos por el centro de la
carretera, y ni los vehículos pudriéndose al sol del verano ni los No Muertos que
rondaban por allí y por allá podían impedirlo. Tarde o temprano, la naturaleza
reclamaría su sitio. Conducía el, así que no había problemas de cansancio, malestar, o
distracciones. Él era un Cyborg. El dormir, aunque le era necesario, no lo era tanto
como para los humanos, y tras haber dormido bien durante los días anteriores, podía
estar conduciendo durante días, semanas incluso. Comer para él simplemente era
placer, y beber, igual, aunque sí que tenía que beber algo de agua de vez en cuando.
El comportarse como un ser humano haciendo las cosas que hacían ellos era de su
elección. No tenía que comportarse como un ser humano, pero lo hacía. Quería
parecerse a uno.

Con todos estos pensamientos rondando por su mente, el Predicador se echó a dormir
un rato, y casi habían hecho seis horas de camino y estaba anocheciendo cuando vio
hacia el sur algo parecido a una nube que impactaba en tierra.

- ¡Predicador, despierte! ¡Creo que eso es un tornado!


- ¿Eh? ¿Qué...?- el Predicador miró hacia el tornado, que en esos momentos estaba
arrasando un pequeño pueblo que había en el sur.- ¡Salte de esta carretera en cuanto
puedas, hay que buscar refugio cuanto antes! ¡Mira, allí! Salte por ese desvío a la
derecha.

Stuart salió por el desvío a la derecha a toda velocidad, notando la fuerza del tornado
cada vez más cerca. De vez en cuando miraba el tornado y veía todo lo que arrastraba
a su paso: coches, tablas, bolsas de plástico, ventanas... y No Muertos, cientos de No
Muertos. Bailaban como fardos alrededor del tornado, volando algunos bastante para
luego salir despedidos hacia alguna parte.
- ¡Allí hay una casa! ¡Aparca en el garaje, vamos!

Stuart entró derribando la puerta del garaje de un golpe y salieron a toda velocidad.
Entraron en la casa y desde la ventana se pudo ver que el tornado estaba a nada de
arremeter contra ellos. El viento casi le cegaba.

- ¡Vamos, Stuart, vamos! ¡Por aquí se va al sótano!

Siguió al Predicador por unas escaleras al sótano, y tras cerrar la puerta todo quedó a
oscuras, se resbaló y se cayó por las escaleras, quedando tumbado en el suelo,
mientras el tornado devoraba trozos de la casa sobre la que estaban, como un goloso
impaciente en un cumpleaños antes de que se empezase la tarta.
22. BRIAN

La muralla aumentaba de tamaño a medida que se iban acercando a La Roca, y Brian


cada vez estaba más nervioso. Aurora, en cambio, tarareaba una canción infantil cutre
que habría aprendido cuando fue niña, y en ese momento aparentaba cualquier cosa
menos inocencia. La carretera seguía hasta la muralla, y una gran puerta de acero los
bloqueaba el paso.

- Es hora de aparcar, Lombriz. Cuando salgamos, sígueme y haz lo que te diga, si no


quieres morir.
- Entendido.- Al oír la palabra morir le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, y al
salir del Ataúd le temblequearon las piernas. Con el temor a ser asesinado en el
cuerpo, siguió a Sombra hasta la gran puerta que bloqueaba el paso a uno de los
bastiones más grandes de la humanidad después del Apocalipsis.

La puerta era de acero blindado, sin detalle, y en medio de la puerta estaba anclada
una pantalla bastante grande, que en ese momento solo emitía interferencias. Justo
debajo de la pantalla había un mando de teclas, y un tubo pequeño. Sombra fue hacia
el teclado y pulsó un botón verde situado justo a la derecha del teclado. Casi al
instante, una cara se proyectó en la pantalla. Era un viejo, de pelo largo, desgreñado y
blanco, con numerosas cicatrices por toda la cara.

- Vaya, Sombra, hacía tiempo que no te pasabas por aquí.- dijo el viejo.- ¿Por donde
has andado? Mejor no contestes, prefiero no saberlo... ¿A qué has venido?
- Vengo a pasar unos días, y a ver a Harry, si no te importa.
- Pues sí que me importa, cabrón. Sabes que no te puedo dar un permiso para pasar
hasta la Zona Centro, no así como así. Quizás con algún incentivo...- “Vamos, un
soborno.” pensó Brian. Era agradable que, pasase lo que pasase con la humanidad,
muchas cosas nunca cambiarían.
- Bueno, viejo, también he pensado en ello. Te he traído unos regalos.- Sombra le
enseñó unos cuantos cartones de tabaco y una bolsa llena de monedas de oro.
- Joder, sí que es un regalo en toda regla...- el viejo se lo pensó un rato, y tras
meditarlo dijo.- Bien, a cambio de eso, te doy un pase para todas las secciones de La
Roca, pero solo por ser tú, ¿Eh? No vayas corriendo la voz. Y otra cosa. Solo tú, tu
demonio y tu amiguito solo tendrán acceso al primer anillo.
- El pase será para los tres. Venga, Dwain... ¿Desde hace cuanto que nos conocemos?
- Je, je...- Dwain sonrió.- está bien. Para la niña y el chico también. Pero tu amigo
debe hacerse el escáner y tiene que darme sus datos para prepararle la identificación
correspondiente como nuevo ciudadano de La Roca.
- Como exige el protocolo.- dijo Sombra, inclinando un poco la cabeza.
- Correcto.- la cara de Dwain desapareció de la pantalla.
- Brian, mete el dedo en ese tubito, anda...- le dijo Sombra, señalando el tubo que
había frente a ellos.
- Bueno, si tengo que hacerlo...- cuando metió el dedo en el tubito sintió una pequeña
punzada y acto seguido lo retiró. Cuando lo hizo, una puerta surgió de la grande de
acero y entraron dentro.

Sombra, Brian y Aurora entraron en un gran pasillo de alto y ancho como la gran
puerta que flanqueaba la entrada, y largo como tres tráilers, por lo menos. Se notaba
que era una antesala de entrada para inspeccionar los camiones de mercancías y que
no entrasen con productos contaminados por el virus, o alguna cosa ilegal.

- Tú tienes que entrar por esa puerta.- Sombra señaló a Brian una puerta situada en el
fondo de la pared de la derecha.- Nosotros pasaremos por esa.- Sombra señaló esta
vez a una puerta enfrente de ellos, anexionada a otra puerta de acero blindada como
por la que entraron en al gran pasillo.- Te esperaremos fuera. Haz todo lo que te digan
y todo saldrá bien, Lombriz. Ah, y dale su paga.- Sombra le dio una bolsa con los
objetos acordados, dos cartones de tabaco y la bolsita llena de oro.

Sombra y Aurora salieron por la puerta, y Aurora le sonrió en el último segundo. Eso
no le gustó a Brian, esa niña estaba loca, y si sonreía no auguraba nada bueno. Entró
por la puerta que le dijo Sombra, y dentro le esperaba el hombre que vio en el
televisor. Estaba sentado a la mesa de un despacho, y enfrente de él había otra silla.

- Siéntese, por favor, y deje el regalo de Sombra sobre la mesa.- dijo Dwain. Brian,
en silencio, se sentó en la única silla que había libre en la sala, dejando el soborno
encima de la mesa.- Bien, le voy a hacer unas preguntas, solo de rutina. Usted me
contesta, yo elaboro el informe y luego le doy su identificación. ¿Me ha entendido?
- Si, le he entendido.
- Bien, primera pregunta. ¿Cómo se llama?
- Brian McSullivan.
- Nombre completo, por favor.
- Brian Earl McSullivan.
- ¿Lugar de donde procede?
- Soy de Memphis, pero he estado el último año metido en un búnker.
- Interesante...- dijo Dwain, mirándole fijamente a los ojos. Sonrió y siguió con el
cuestionario.- ¿Tiene familia?
- En este momento, creo que no.- toda la familia de Brian residía en Memphis, y
estaba casi seguro de que no salieron de allí con vida en los comienzos del
apocalipsis.
- Puede mirar si habitan en La Roca en la oficina del censo, que está en la Zona
Centro. Por ahora, vamos a poner que no. ¿Grupo sanguíneo?
- Be positivo.
- Bien... ¿En qué trabajaba antes del Apocalipsis?
- Mecánico de coches.
- Ya vale. Tengo toda la información que necesito. Ahora le diré como va todo. Tiene
derecho a una habitación para vivir, que yo le asignaré. Sólo podrá acceder al
segundo anillo, aunque hoy pueda acceder a todos los anillos por cortesía de Sombra.
Puede volver a trabajar de mecánico, sus derechos serán la ración normal de comida y
cincuenta créditos a la semana. No obstante, puede optar por ser soldado de las
patrullas de aprovisionamiento. La ración de comida diaria es bastante mejor y de los
suministros extras que recojas sólo tendrás que pagar una cuota del veinte por ciento
de lo que traigas.
- ¿Puedo decidir más tarde?
- Cuando se vaya Sombra de La Roca, quiero una respuesta. Por ahora estás señalado
como invitado, señor McSullivan. Dele el pase de entrada a Sombra.- Dwain le tendió
unos papeles a Brian, que recogió junto a los suyos.- Puede irse.

Brian salió por la puerta que le señaló Dwain, antes dándole su cartilla de datos.
Cuando salió de aquella sala, La Roca se extendió por su vista como la pólvora. La
avenida principal por la que salió se componía de un montón de casas casi pegadas
una con otra, aprovechando todo el espacio posible. Toda la calle estaba llena de
gente entretenida en sus quehaceres. Lucían un vago aspecto de hambre, pero por lo
general parecían nutridos. Sólo la calle principal era lo suficientemente grande como
para que pasaran vehículos, y la mayoría de las casas, de dos pisos y construidas hace
menos de un año, eran para uso humano. Había pocas tiendas, y bastante gente estaba
trabajando en el mantenimiento de la ciudad. Brian siguió a Sombra por la calle
principal. La mayoría de la gente, al verle se apartaba o miraba hacia otro lado, con
temor. Por lo que conocía a Sombra sabía que estaba loco, pero no que inspirara tal
temor en las personas.

- Bueno, Lombriz, ¿Qué te han dicho? Supongo que lo de siempre. Tu nombre,


blablablá, en qué trabajabas y todo eso.- dijo Sombra con parsimonia.
- Si, y me han dado la opción de...
- Dedicarte a lo que hacías antes del apocalipsis o ingresar en las patrullas de
aprovisionamiento.- le cortó Sombra.- Si aceptas el otro trabajo, el de mecánico,
tienes que saber que la ración de comida diaria es una mierda. Para vivir
medianamente bien tienes que salir a dar una batida de provisiones al menos una vez
cada dos meses. Además, trabajarás todos los días menos el domingo, así que
prepárate para eslomarte por nada, amigo...

Aurora se puso a reír. A Brian sí que no le hizo ninguna gracia. Tenía dos opciones. O
hacía batidas de aprovisionamiento regularmente, arriesgándose a morir en el intento,
pero comiendo bien y más o menos protegido, o se quedaba en La Roca y se
preparaba para trabajar como nunca en su vida, y por una ración asquerosa de comida
al día. En ese momento recordó algo...

- Sombra, ese hombre, Dwain me ofreció cincuenta créditos al día. ¿Qué son los
créditos, la moneda de La Roca?
- Mejor dicho, es la moneda de todos los bastiones donde AllNess tiene influencia.
Se lleva bastante, pero lo que más fuerza tiene es el trueque. Por eso traigo cosas del
exterior, porque con ellas puedo conseguir una fortuna, por lo menos para vivir a todo
lujo mientras esté aquí. Tranquilo, he traído cosas suficientes para que vivamos a todo
lujo un par de días. Y... tenemos que hablar de una cosa. Te ofrezco que vengas
conmigo como ayudante. Tendrás una parte de los beneficios, y te aseguro que vivirás
de puta madre, exceptuando el problema de los No Muertos. Por la noche quiero tu
respuesta. Si me acompañarás por todo Estados Unidos o si te quedas en La Roca. Tú
decides, amigo.

Siguieron caminando por la calle repleta de gente, esquivándolos como si fuesen la


peste. Al rato de estar caminando, llegaron a otra muralla muy parecida a la que
rodeaba La Roca, algo más pequeña. Brian supuso que sería la entrada al primer
anillo. Una puerta exactamente igual a la que cruzaron para entrar en La Roca era la
entrada el segundo anillo, y un guardia armado la custodiaba.

- Vaya, Sombra, cuanto tiempo. Habrás untado a Dwain para que te dé el pase total,
supongo.
- Como siempre, para qué variar. ¿Te tengo que enseñar el pase o nos ahorramos esa
formalidad?
- Anda, pasa, capullo.- dijo el guardia haciendo un gesto con la mano para que
pasasen.

El soldado les abrió la puerta para personas y pasaron al primer anillo. Éste era
bastante diferente al segundo. Las calles eran igual de pequeñas, pero mejor
preparadas y cuidadas. En la avenida principal por la que iban en ese anillo había un
parterre central con muchísimas flores, árboles y un césped muy cuidado. Las casas
también parecían muy lujosas,todas construidas a estilo contemporáneo. A Brian le
dio la sensación de caminar por una ciudad del año mil novecientos. Brian se fijó que
las personas que vivían en ese anillo vestían algo mejor y estaban un poco más
nutridas que las del segundo anillo. Existían muchas más tiendas que en el primer
anillo, y en casi todas había un cartel pegado bastante grande, y en su centro tres
letras grandes pegadas entre sí rodeadas con fuego destacaban sobre el papel. MOM.

- Mira, papi, es un nuevo cartel de MOM.- dijo Aurora señalando el cartel que había
visto Brian. Fueron hacia el cartel para verlo.

¡NUEVO MOM!
HOY, ESTADIO DEL CENTRO, 9:00 P.M.
CON LOS CONCURSANTES:
ANGUS “EL TORTURADOR”
STEVIE “PERROLOCO”
MINA “CORTAPICHAS”
CLAUS “BARBAMOJADA”

- ¿Qué coño es esto, Sombra? Parece un cartel de lucha libre.- le dijo Brian.
- A ver cómo te explico... es un concurso de pruebas de riesgo en el que quien gane,
se gana la libertad y cincuenta mil créditos. Digo libertad porque suelen ser presos los
participantes. Gente que ha cometido crímenes graves, tienen la oportunidad de
ganarse la libertad y no dar palo al agua en todo lo que les quede de vida. A veces los
cogen seleccionados, cuando no se presenta ningún voluntario. Ahora sí, tienen que
tener unas aptitudes físicas buenas para que aguanten las pruebas.
- ¿Y en qué consisten las pruebas?
- Básicamente, tienen que pasar unos obstáculos y esquivar a varios No Muertos. Las
pruebas las suelen cambiar de MOM a MOM, para que la gente no se aburra, ya me
entiendes.
- ¿Siempre hay un ganador?
- Creo que desde que empezó todo esto solo han pasado todas las pruebas dos
concursantes.- dijo Sombra, tras meditarlo unos segundos.- Date cuenta que suelen
ser criminales bastante odiados, y suelen poner trampas bastante difíciles de evitar
para que no ganen. Mi sueño es traer a Sparky al MOM... Si no lo mato antes por el
camino, claro.- dijo Sombra sonriendo. Aurora también sonrió.
- ¿Y no pueden participar civiles en el concurso?
- Hasta ahora creo que nadie se ha prestado voluntario para participar... venga,
vayamos a la zona centro.

Dejaron el cartel de MOM atrás y siguieron caminando por el primer anillo de La


Roca, mucho más lujoso que el segundo. Esa zona era bastante más pequeña que el
segundo anillo, y no tardaron nada en llegar a la puerta de acceso a la zona centro.
Era exactamente igual que las otras puertas por las que habían pasado, y tras pasar
por la puerta que custodiaban esta vez cinco soldados, a sus ojos quedó la zona
centro. Ésta zona era lujo por completo. Todas las casas eran chalets grandísimos
hechos de mármol blanco como la nieve. Eran un total de cincuenta chalets rodeando
una plaza cubierta de un jardín con bastantes árboles, y en el centro un gran palacio,
el triple de grande que los chalets, hecho también de mármol, pero con la
construcción de otro estilo que los chalets. Éste edificio era una copia, al menos por
fuera, de la casa blanca, eso sí, algo más alta.

- Querido Lombriz, déjame presentarte la zona centro, donde viven los peces gordos
de La Roca.
- Es interesante... ver que, aunque la humanidad casi se ha extinguido por completo,
los pocos que quedan siguen siendo igual de estúpidos.- dijo, al ver tanto lujo,
mientras en casi todo el mundo los supervivientes tenían que vivir en auténticas
basuras para poder ver el siguiente día.
- Ja, ja, ja. Es lo mismo que pienso yo, pero no te equivoques, esto lo construyó
Niebla, el Sheriff que creó La Roca. Cuando lo derrocaron, el consejo decidió no
derrumbar la zona centro y habitarla, para los altos cargos que se encargan de llevar
un control administrativo del bastión. Venga, vamos a ver a Harry.

Brian también tenía ganas de ver a Harry para comprobar si era el mismo Harry con
el que hizo un trozo del recorrido que le llevó a aquel búnker, para preguntarle si
Jessica seguía viva. Mientras estuvo bajo tierra se preguntó mucho por ella, si al final
sobrevivió al viaje hacia Forest Hill, y si debió ir con ella para protegerla. Un hombre
trajeado custodiaba la puerta de entrada, pero nada más ver a Sombra y Aurora se
apartó para dejarlos pasar.
- Sombra, el señor Harry le espera en su despacho. Usted no puede pasar.- le dijo a
Brian.
- Tranqui, viene conmigo, y creo que a Harry le gustará verlo.
- Bien, pero no quiero problemas, ¿Vale, Sombra?
- No te preocupes...

Entraron dentro a un pasillo que les llevaba a una gran sala rectangular en la que
había una escalera gigante que iba hasta una ventana más arriba, con los barrotes de
oro, que parecía puro, y luego se partía en dos hasta el segundo piso. Sombra y
Aurora empezaron a subir por las escaleras y Brian los siguió. Fueron por la escalera
de la izquierda y luego hasta dos puertas más adelante, donde había un cartel que
ponía: “Harry Stourkart, Alcalde de La Roca. Despacho.” Sombra llamó a la puerta.

- Pase.- dijo una voz desde dentro. Sombra y Aurora entraron, con Brian
siguiéndoles.
- Harry, te traigo lo que me pediste.
- ¡Vaya! ¡Así que seguías vivo, Brian!- le dijo Harry. Harry lucía el mismo aspecto
que en su memoria, con el pelo cortado a cazuela, completamente blanco, y una barba
blanca como la nieve. Lo único diferente era el traje de etiqueta que vestía. Harry se
levantó de su asiento y fue hasta Brian, tendiéndole la mano. Después de esto, se
dirigió hacia Sombra.- Gracias por traerlo, Sombra. Te aseguro que serás
recompensado.
- Pero entonces... tú y... yo...- Brian no podía creérselo. No fue coincidencia que
Sombra lo encontrara, ni mucho menos. Harry le dijo donde podía encontrarlo, más o
menos, y Harry le prometió una recompensa por encontrarle. Si Harry no llega a
mandar a Sombra a recogerlo, probablemente Sombra jamás habría pasado por
Bossland y él en esos momentos estaría muerto, o a un paso más de la locura.-
Gracias, Harry. No sé que hubiera sido de mí si no llegas a mandar a Sombra para
recogerme.
- Sospechaba que en estos momentos tus reservas de comida estarían escaseando, y
mandé a Sombra para ver si aún seguías vivo. Más bien tu rescate ha sido una
petición de otra persona, Brian. Pasa por esa puerta, hay alguien que quiere verte.

Fue hacia una puerta que había a la derecha del despacho de Harry. Era una puerta
que llevaba a otro despacho más pequeño que seguramente era el del secretario o
secretaria de Harry. Cuando abrió la puerta, Se encontró con una chica rubia con pelo
liso hasta la cintura y unos ojos azules hermosos. Jessica.

- Brian...- Jessica se levantó y fue a abrazarlo.- Sabía que aún estabas vivo, lo sabía.-
Estaba llorando.
- Vamos, tranquilízate.- Brian la devolvió el abrazo. Tras un rato, se separaron, y
Jessica, con una sonrisa fue al despacho de Harry.
- Señor Harry, ¿Puedo tomarme un descanso, por favor?
- ¡Claro, Jess! Creo que vosotros dos tenéis mucho de qué hablar.
Sombra y Aurora se quedaron en el despacho de Harry, y Brian y Jessica salieron
afuera, al jardín de la mansión de Harry. Se pusieron a pasear lentamente, y Jessica
empezó a contarle todo lo que pasó desde que se separaron en Cabool.

- La caravana siguió su marcha unos cuarenta minutos hasta que pasamos por
Seymour, donde tuvimos un percance del que casi no salimos. La carretera por la que
circulábamos pasaba al lado del pueblo, y estaba colapsada por un accidente masivo.
Tuvimos que callejear por el pueblo, y la mitad de las caravanas del convoy se
quedaron atrapadas en medio de Seymour, ya sea porque se estrellaron o porque las
manadas de No Muertos que había los acabaron deteniendo. Brian, Tim murió allí. Lo
siento.
- Vaya...- Tim fue el único soldado que sobrevivió junto a él de su pelotón en
Memphis, y en el tiempo que estuvieron juntos le cogió mucho aprecio. Le dolió
mucho la noticia, y tras medio minuto de silencio dejó que Jessica siguiese con su
relato.
- Después de eso, pasamos por varias poblaciones, pero sin problemas. La ciudad de
Springfield la rodeamos para evitar que nos sucediese lo mismo que en Seymour, y
fuimos por carreteras secundarias hasta llegar a Forest Hill. Lo de después ya es una
larga historia, y poco interesante. Construimos el bastión en un par de meses,
repeliendo las oleadas de No Muertos que algunas veces llegaban aquí. Las
eliminábamos a base de tiros, y luego, poco a poco se formó lo que estás viendo. ¿Y
tú qué?
- Bueno, al separarnos en Cabool seguí hasta Jefferson City, y me encontré con un
amigo de los cabrones que habían intentado matarnos en Jonesboro.
- ¡No me digas! ¿Y cómo sigues vivo?
- Porque fueron tontos. En vez de pegarme un tiro, me ataron las manos y me tiraron
al río que pasa por allí, lo que ellos no sabían es que guardaba una navaja para
emergencias, y con un poco de paciencia corté las cuerdas y escapé. Cuando se dieron
cuenta de que yo seguía vivo, ya era tarde. Aun así, tuve tiempo de escapar a duras
penas, hasta que llegué al búnker, y hasta ahora, que me rescató Sombra.
- ¿Y ahora qué vas a hacer? Te quedarás, supongo. Puedes quedarte en mi casa, si
quieres. Vivo en el primer anillo, y tengo espacio de sobra.
- Pues no lo sé.- Brian no quería hacerse el duro ni nada de eso, la proposición
privilegiada de Jessica en el primer anillo le atraía demasiado, pero también tenía que
valorar la oferta de Sombra, y debía de contárselo. Detestaba tener secretos para
Jessica.- Sombra me ha ofrecido acompañarlo y ser su ayudante. Por lo que me ha
dicho Sombra, para vivir bien tienes que arriesgar tu vida igualmente en incursiones
fuera, así que...
- Si, es verdad, Sombra no se equivoca. Pero solo tendrás que ir pocas veces, y con
Sombra estarás en peligro continuamente. Yo cobro un buen sueldo, más el tuyo
podemos vivir bien hasta sin salir nunca de aquí. Y tienes que saber una cosa muy
importante, Brian.- el gesto de Jessica se puso muy serio.
- ¿El qué?
- Cada cierto tiempo Sombra viene y elige a un ayudante, y le promete lo mismo que
te habrá prometido a ti. Buena alimentación, suministros que podrá vender aquí para
hacerse una fortuna y vivir del cuento. Brian, más vale que sepas que Sombra
siempre que viene se va con un ayudante, pero vuelve si él. Ningún ayudante le ha
durado más de un mes. Piénsalo bien si quieres ir con Sombra o no. Bueno, creo que
ya hemos abusado del permiso que me ha dado Harry. Voy a volver a la oficina.
- Eh, Jess.- Brian estuvo pensando en ello desde que supo que Jessica estaba viva.-
¿Te apetecería ir al MOM ese esta noche? Y ya que estamos, podíamos cenar juntos.
- Si, ¿Porqué no?- dijo Jessica, sonrojándose. - me sé un sitio perfecto para que
cenemos. ¿Nos vemos a las siete en mi casa? Está saliendo por la puerta sur, y
después gira a la derecha, y...
- Para, para, que soy nuevo... ¿podemos quedar en algún sitio más conocido?
- Por ejemplo, la puerta de acceso por la que has entrado a la zona Centro. Quedamos
allí, ¿Vale?
- Vale, entonces.
- Me alegro de que hayas venido.- dijo Jessica con una sonrisa entrando en la
mansión de Harry. Se quedó un rato en las nubes, soñando despierto. Después de
tanto tiempo, al fin la suerte le había sonreído. Iba a quedar con una chica guapísima,
y Brian creía que ella se sentía atraído por él, por lo menos eso sospechaba. El
también se sentía atraído por ella, desde que la conoció en Bended Free.
- Despierta, Romeo.- Sombra apareció de repente y le asustó.- Que, ¿Te la vas a
tirar?
- Pues... ¿Y a ti que te importa?- dijo Brian, enojado.
- La verdad, nada. Por cierto, Harry quiere que subas. Te espero aquí.
- Lombriz está enamorado, Lombriz está enamorado.- canturreaba Aurora bailando
una danza grosera mientras Brian entraba en la mansión de Harry. Brian subió
rápidamente hacia el despacho de Harry, y llamó a la puerta.
- Pase.
- Harry, me ha dicho Sombra que me querías ver.- dijo Brian entrando en el
despacho.
- Si, te tengo que decir unas cosas antes de que te vayas.
- ¿Me vaya?- dijo Brian sentándose en una de las sillas que había en el despacho de
Harry.
- Te vas a ir con Sombra, ¿No?
- Aún no he decidido qué hacer. He pensado en quedarme aquí con Jessica.- admitió
Brian.
- No quería presionarte pero... no tienes elección. Tienes que ir con Sombra.
- ¡Estupendo! ¡De puta madre!- Brian en ese momento estaba cabreado, y Harry
intentó suavizarlo.
- A ver, déjame que te explique... hace una semana, Sombra se pasó por La Roca para
buscar un nuevo ayudante, pero no lo encontró. Nadie quería acompañarlo, por
muchas riquezas que ofreciese. La gente valora más su vida que cualquier cosa, y
Sombra ya ha tenido muchos ayudantes que no han regresado, tantos que la gente se
ha dado cuenta que quien va con él no regresa nunca. Así que vino adonde mí y me
pidió uno personalmente. Y le dije que quizás tú estuvieses vivo, en el búnker, y que
si habías logrado sobrevivir un año encerrado allí, seguramente soportarías ser su
ayudante. Dijo que con gusto iría a comprobar si estabas vivo, pero lo hizo con una
condición. Si estabas vivo tendrías que ser su ayudante. Pero yo le puse otra
condición. Si ibas a ser su ayudante tendría que protegerte, y si quería volver a entrar
en La Roca tendría que traerte vivo.
- ¿Y cree que eso me a a salvar?
- Puede que sí, puede que no. Lo siento, Brian, eran sus condiciones, y conozco a
Sombra lo suficiente para saber que no cede ante nadie.
- ¿Y no podías haber enviado a otro, no sé, a algún grupo de soldados?
- Lo hice. Hace tres meses, mandé una expedición de diez soldados a buscarte, pero
ninguno regresó. El único que podía salvarte era Sombra.
- Ya veo...- Antes que nada, Harry usó hasta el último recurso para salvarlo hasta que
solo le quedó Sombra. Y Sombra cumplió al traerlo a La Roca. Ahora tendría que
cumplir él.- Voy a decirle a Sombra que soy su nuevo ayudante.
23. STUART

Llevaban allí un día, esperando. Más bien Stuart estaba esperando a que el Predicador
se recuperase del mal trago que pasaron gracias al tornado devastador que les pasó
por encima hace unos días. Ya no era un chaval y aquella carrera que tuvieron que
echar hasta la casa, mas la posterior caída al fondo del sótano hicieron estragos en
aquel hombre. Muchas veces el Predicador insistió en que Stuart siguiera la marcha
sin él, pero Stuart no iba a dejarlo. No podía. Aquel anciano ha sido su único
compañero en la vida, y la situación en la que se encontraban creó un fuerte vínculo
con él.

Cuando llevaban dos días de espera, el Predicador le dijo a Stuart que se encontraba
mejor y que sería más sensato moverse hacia Memphis. Cuando salieron de aquel
sótano, se encontraron con que la casa ya no estaba, y múltiples árboles arrancados
poblaban el suelo, mas los restos de ellos. Los No Muertos de un pueblo cercano o
mejor dicho, sus restos mortales cayeron espachurrados al suelo mientras el tornado
los elevaba y luego los escupía hacia la tierra, dejándolos hechos polvo. Por todo el
horizonte despuntaban brazos, piernas, algún torso, y algunos totalmente
espachurrados contra el suelo como moscas en el parabrisas de un coche. Era una
escena aterradora. Stuart le buscó algo al Predicador para que se apoyase y
empezaron a caminar siguiendo la carretera.

Fueron al pueblo destrozado por el tornado y la devastación era increíble. La mayoría


del pueblo estaba más o menos intacto, pero por donde el tornado había hecho más
estragos se veían casas medio volatilizadas, o convertidas en un amasijo de
escombros. Todas las calles estaban llenas de tablas rotas, cascotes, coches
destrozados, basura y trozos de cristales. Y restos humanos. Muchos restos humanos.
El olor a podredumbre y mierda era asfixiante y a Stuart le costaba respirar. La
imagen era horrorosa, pero no había tiempo de lamentarse. La naturaleza era
implacable, pensó Stuart. De las pocas cosas que vio desde que le activaron, esa era
con mucha diferencia la más impresionante, y por primera vez sintió algo que no ha
sentido nunca: miedo. En ese momento descubrió que los No Muertos no eran el
único problema al que se podían enfrentar.

Stuart insistió al Predicador en que se sentara mientras él buscaba suministros para


que prosiguiesen la marcha, porque sin suministros no llegarían muy lejos. Su
DeLorean voló por los aires con la mayor parte de la casa donde se refugiaron, y
tendría que probar suerte a ver si encontraba otro vehículo operativo. Dejó sentado al
Predicador en un banco del centro del pueblo, y Stuart se puso a buscar. Estuvo
buscando varias horas, y solo encontró coches averiados, casas destrozadas y algo de
comer. En las casas que estaban intactas había comida, pero estaba podrida desde
hacía por lo menos un año. Solo en una casa encontró varias latas de guisantes y una
lata de salchichas. Siguió otra hora buscando, y por suerte encontró una fuente
natural. Memorizó donde estaba situada la fuente y se puso a buscar varias botellas
de plástico vacías para llevar agua para el Predicador. Cuando encontró algunas
dentro de un cubo de basura con el interior amarillento, fue hasta la fuente, las lavó,
llenó las botellas y fue hacia donde estaba el Predicador. En el camino se encontró
con varios No Muertos, pero aparte de eso no pasó nada excepcional.

Tardó varios minutos en llegar adonde estaba el Predicador, y cuando llegó este
estaba dormido, cansado de estar yendo de un lado a otro. Stuart tenía ganas de llegar
a Atlanta. No para obtener respuestas para él, sino para que el Predicador descansase.
Le zarandeó con cuidado un poco, y este se levantó somnoliento.

- ¡Vaya, Stuart!- dijo el Predicador, algo azorado.- Como empezabas a tardar, eché
una cabezadita, espero que no te haya molestado.
- Por supuesto que no me ha molestado, Predicador. Tiene que descansar.
- Ya... descansar. Ojalá, Stuart... ¿Qué has conseguido?
- Unas cuantas latas de comida y unas botellas de agua natural.
- Excelente. ¿Qué tal estaban los coches?
- No encontré ninguno que funcionase, por desgracia.
- Lo suponía. Tendremos que andar hasta el siguiente pueblo, qué se le va a hacer.
Este tornado es muy posible que haya afectado al pueblo más cercano, Kamroth
Spring, y no creo que haya nada de valor allí. Tendremos que dirigirnos al sur hacia
Furdy. Espero que allí haya un coche en condiciones, y suministros. Por lo menos es
muy posible que Furdy esté intacto. Andando tardaremos en llegar unas seis horas.
Será una caminata larga, pero no hay remedio, tendremos que ir andando.- Era
mediodía cuando empezaron la marcha, y se tiraron casi todo el camino sin hablar.

Stuart vio de lejos Kamroth Spring, y como dijo el Predicador reinaba la misma
desolación que cundía en Thayer, de modo que siguieron caminando sin siquiera
parar. Todo el camino hasta Furdy fue más o menos bello, a ambos lados de la
carretera la cubría un buen número de árboles y parecía como si estuvieses andando
por la naturaleza, en su pleno esplendor, sin saber que aquellos que recorrían hace
años esa carretera con sus vehículos estaban todos muertos, y nunca se volvería a usar
como antes. Iban andando por un mundo salvaje, donde los últimos gritos de la
humanidad se fundían en imágenes de coches accidentados de vez en cuando o
cadáveres ya casi descompuestos por medio de la carretera, y como siempre, alguno
de ellos con la mirada perdida al cielo.

- Es bonito el paisaje, ¿No?- dijo Stuart.


- Si no fuera por los vehículos que de vez en cuando vemos destrozados en medio de
la carretera, sí que sería bonito. Imagínate que esos No Muertos reaccionan a nuestra
presencia, ¿Qué pasaría?
- Que no podríamos hacer este viaje en estas condiciones, Predicador. Estás herido
en la pierna, sin contar tu edad, y además andamos escasos de suministros, y sin
armas. No tendríamos ninguna posibilidad.
- Ten en cuenta que a eso se enfrentan los humanos corrientes día a día. Si no fuese
por los bastiones que crearon los Sheriffs, la humanidad en este momento no existiría,
prácticamente. El trabajo de un Sheriff es ir por todo el terreno asignado creando
bastiones por todos sitios. O eso es lo que me dijo Sombra. Que él iba por todo
Estados Unidos enseñando a la gente a sobrevivir. Es una labor bastante dura, pero la
acepta con entusiasmo. Y date cuenta que ellos, los Sheriffs, están inmunizados, pero
no llevan el virus en la sangre y por tanto los atacan los No Muertos.
- Y supongo que a mí no me atacarán porque soy una máquina.
- Correcto. Por mucho que te parezcas a un humano, eres una máquina.

Siguieron caminando durante dos horas, y el sol encima de ellos los fue debilitando
poco a poco. Mejor dicho, al Predicador le iba debilitando poco a poco, y cada vez
caminaba más lento. Stuart le daba agua frecuentemente, pero nada aliviaba su
cansancio. Cuando llevaban tres horas de camino, el Predicador ya no podía más, y
le dijo a Stuart.

- Stuart, es inútil, no puedo seguir. Sigue tú sin mí, soy un estorbo.- le hizo un
movimiento con la mano para que prosiguiese.
- Te olvidas de que soy una máquina.- Stuart no iba a dejar allí al Predicador para
que muriese. Era al primer humano con el que se cruzó en su vida y para Stuart era
como un padre.- Te montaré a burro e iré corriendo. Te recuerdo que no me canso.

Stuart montó a burro al Predicador y siguieron su camino hasta Furdy. Tardaron dos
horas en llegar a Furdy, Stuart fue casi todo el camino desde que cogió al Predicador
corriendo a bastante velocidad, y no se cansaba ni lo más mínimo. Estaba empezando
a agradecer ser un Cyborg, porque las condiciones en las que se encontraban los
humanos corrientes eran muy duras, y pronto se dio cuenta de porqué pocos
sobrevivieron después de que todo el horror se desencadenara. No solo existía el
peligro de los No Muertos, sino que estaban los peligros de siempre. Podían morir
por falta de alimento y bebida, de cansancio, o por falta de atención médica. O por la
misma naturaleza en sus formas más horrorosas, como tornados, terremotos, calor o
frío extremo. El mundo cambió solo para poner una traba más a la supervivencia de
la humanidad, solo que esta era la más peligrosa de todas. La que aniquiló de un
plumazo a casi toda la raza, irónicamente, fue la propia humanidad.

Cuando llegaron a Furdy se encontraron con un pueblo desierto, sin No Muertos y


prácticamente sin nada. El Predicador se durmió en su espalda a mitad de camino, y
tuvo que zarandearlo para que se levantara y viera lo que había. La carretera por la
que venían cruzaba el pueblo, y una fila de tiendas a ambos lados de la carretera se
extendían a sus pies. Y ni un solo No Muerto. Había muchos, pero pudriéndose en el
suelo y con una bala en la cabeza.

- Alguien con mucha fuerza de soldados y armamento ha estado aquí, Stuart. Y creo
que sé lo que estaban haciendo. Miremos las tiendas, a ver si hay algo que nos pueda
ser útil.

Todos los restaurantes que encontraron estaban vacíos, solo quedaban las sillas,
comida podrida y pocas cosas más. Los asaltantes se llevaron hasta los utensilios de
cocina. La gasolinera que encontraron la revisaron a fondo por si llegaban a tener un
coche y hubiese que repostar. Estaba vacía, totalmente seca. También se llevaron
todo, hasta las revistas y los periódicos de la última vez que hubo reparto.

- Vaya, no dejan ni las moscas, ¿Eh, Predicador?


- Esto lo ha hecho un equipo de recogida de suministros. Suelen coger todo lo que
vale, lo meten rápidamente en camiones de carga y salen pitando. Vamos a ver si
podemos averiguar de qué bastión era este equipo de recogida. No sé, me pica la
curiosidad.

El Predicador, ayudado por la muleta que le preparó Stuart en las afueras de Furdy
fue mirando cadáver por cadáver a ver si encontraba algún indicio de a qué bastión
pertenecía el equipo de recogida de suministros que dejaron Furdy seca. Había
muchos cadáveres tirados por la calle, y el Predicador no tuvo escasez de ellos para
investigar. Tras un rato, El Predicador desistió y admitió que la procedencia de aquel
grupo sería un misterio.

- Stuart, ¿Cuantos suministros nos quedan?


- Lamentablemente solo una botella de agua, Predicador.
- Sigamos hasta Bollnut Ridge. Es algo más grande que este pueblo, y tendremos
más oportunidades de conseguir suministros. Con la velocidad que tú llevas de
camino llegaremos a Bollnut Ridge en dos horas. ¿Te importa llevarme a burro, por
favor?
- ¡Claro que no, Predicador! Pero se va a hacer de noche.
- Entre la noche viajaremos más frescos.
- Tienes razón. Venga, vámonos.

El Predicador montó a burro en Stuart y comenzó a correr por la dirección que le


marcó el Predicador. Poco a poco iba anocheciendo, y cuando llevaban ya una hora
de marcha era noche cerrada.

- Predicador, ¿Cómo es que te sabes tan bien esta zona?


- Yo tenía una parroquia en Jonesboro, una de las muchas a las que iba a predicar.
Cuando todo empezó, la mayoría de las personas se dirigieron a las ciudades más
grandes, pensando que allí obtendríamos refugio. Yo me presenté en una iglesia que
tenía un amigo mío en Memphis para ofrecer mis servicios, pero allí ya cundía el
caos. Un vagabundo me mordió dentro de la iglesia, y me infectó. No sé como, yo
creo que fue obra de Dios, que me salvé y mantuve la cordura. Me convertí en Morti,
no como casi todos, que se convertían en seres salvajes. Fue una época difícil, Stuart.
Es una suerte que no la hayas vivido.

Siguieron el camino sin decir nada. Stuart se imaginó aquel horror. La gente chillando
y gritando por las calles, ríos de sangre cubriendo las calles, niños perdidos, ancianos
en el suelo tirados, y todo el mundo sufriendo mientras los No Muertos se encargaban
de instaurar el silencio. Debió de ser horroroso. Antes de llegar a Bollnut Ridge, algo
se cruzó en su camino. Eran unas luces de un Jeep, que cada vez se les acercaban
más. Cuando estuvieron a unos metros de Stuart y el Predicador, pararon en seco.
Bajaron dos hombres y las apuntaron con unas M4.

- ¡Identificáos, o dispararemos!- dijo una voz autoritaria.


- ¡Tranquilos, solo somos dos errantes que quieren seguir su camino!- dijo el
Predicador a voces.
- Eso lo decidirá el jefe.- el tipo cogió un móvil que tenía en el bolsillo e hizo una
llamada.
- Tienen conexión a la red de satélites Baelnius. Eso no me gusta.- le dijo en voz baja
el Predicador a Stuart.
- El jefe ha dicho que os levemos ante él.
- Vale, no hay problema.- dijo Stuart con calma.- ¿Puedo saber el nombre de vuestro
jefe?
- ¿Por qué no?- dijo aquel hombre con una sonrisa.- Se llama Sparky.
24. ALTAIR

La autovía por la que se dirigían hacia las Casas de la Colina presentaba muy buen
estado, además de una limpieza absoluta. Los múltiples camiones y coches que
posiblemente bloquearon esa autovía en la época del Apocalipsis estaban apartados
en la cuneta para que no estorbaran.

- Vaya con Ambroz. Es un tipo con recursos, ¿Eh?- dijo Suléiman.


- Vaya que sí.- dijo Altair.- Si no fuera por el lío en que nos metió en aquel pueblo,
diría que ha sido muy amable con nosotros. ¿Cómo andamos de munición?
- Bajo mínimos.- dijo Suléiman, repasando lo que les quedaba.- Y Ambroz no nos
pudo dar nada de munición, por desgracia. Dijo que en las Casas de la Colina nos
darían algo de munición.
- No creo que nos den nada gratis. Y Ambroz nos dio un permiso sólo para pasar, no
para que nos ayuden. Solo espero que no sea cara la munición.
- Ten por cuenta que en los tiempos que corren, seguro que lo será.- soltó Joseph.
Estaba limpiando su Mangual, que usó con precisión y fiereza en aquel poblado,
decapitando bastantes No Muertos. Las habilidades de combate de Joseph quedaron
suficientemente demostradas allí, eliminando No Muertos con una facilidad pasmosa
gracias a su arma mortal. El mangual que portaba, con la gran bola de pinchos que
tenía, pulverizó tantas cabezas o más que cualquier arma de fuego.

Siguieron conduciendo con cuidado el BMR por la autovía hasta pasar por debajo de
un puente, o lo que quedaba de él. Éste se derrumbó hacía mucho tiempo, gracias a
lo que parecía una explosión de un transporte de gasolina, y los supervivientes de la
zona limpiaron la autovía de cascotes y piedras para que se pudiese circular con
normalidad. Siguieron circulando autovía hacia abajo cuando a los cinco minutos,
más o menos, pudieron ver la ciudad de Plasencia a lo lejos, silenciosa, inerte. La
urbe lucía un vago aspecto de abandonada, y comprobaron que era casi idéntica a la
mayoría de las ciudades actuales. Algunos barrios calcinados por los incendios
ocurridos durante el apocalipsis, muchos edificios semiderruidos, y el abandono.

Un kilómetro antes de llegar se fijaron en unas jaulas extrañas que decoraban todo el
paisaje, y Altair se preguntó qué demonios serían esas cosas. A los pocos minutos se
encontraron con una gran muralla compuesta de cemento, restos de metal y coches
rellenos de piedras. El muro era de cuatro metros de altura y cubriría un radio de
quinientos metros, según las aproximaciones de Altair. Cubría toda la intersección, y
varios edificios poco altos asomaban por todo el interior del muro. Por toda la
superficie el muro había instaladas muchísimas ametralladoras, al menos una cada
dos metros, y a su alrededor cientos de ristras de munición, y en el centro un soldado
vigilante que aguardaba la llegada de No Muertos. Cuando llegaron a la gran puerta
que custodiaba la autovía por la que circulaban, una gran puerta de acero que debía
de tener varios centímetros de grosor, un soldado asomó la cabeza por ella, y les
apuntó con un Cetme.
- ¿Quienes sois? Explicaos o seréis carne para los buitres.- dijo aquel soldado con
voz amenazante.
- Tranquilo, amigo, Ambroz mandó traer aquí unos camiones llenos de combustible
que son nuestros, solo deseamos pasar y comprar algo de munición. Tengo un
certificado que lo demuestra.
- Típico de Ambroz, tanto puto papel... pasádmelo atado a una piedra.

Altair fue a buscar una piedra a la cuneta de la autovía, ató el documento a ella y lo
lanzó al otro lado de la puerta. El soldado desapareció unos segundos para examinar
el documento, y les abrió la puerta.

- Antes de entrar tengo que hacerles una revisión rutinaria, si no les importa.
- No, adelante.- dijo Altaitr, dándose la vuelta para ver la reacción de sus hombres.
Ninguna. Sabían que algo así podía pasar. Ambroz no les hizo una revisión, o mejor
dicho, se la hizo silenciosamente, durante el camino a su bastión, esperando ver los
efectos en ellos del virus.
- Solo tenéis que meter el dedo en este aparato, que nos dice si estáis contagiados
con el virus. Notaréis un pinchazo, pero no os preocupéis, no es nada. Y por supuesto
estos aparatos están totalmente desinfectados.

El soldado abrió la puerta y salió con una caja de aparatos que parecían pequeños
tubos de plástico. Detrás suyo había por lo menos cinco hombres apuntándoles con
fusiles de asalto. El ambiente era tenso, por muchas sonrisas que lanzase el soldado
que levaba los aparatos. Les Dio un aparato a todos, y fue uno por uno empezando
por Altair viendo cómo metían el dedo en aquel aparato. Altair metió el dedo en el
aparato y sintió un pequeño pinchazo, seguido de una luz verde. El soldado sonrió y
le quitó el aparato. Altair supuso que la luz verde era que no estaba infectado, porque
todos dieron luz verde, menos Tornado, que no dio ninguna luz. El cacharro,
simplemente, no hizo nada.

- Tú eres un Sheriff de AllNess, ¿verdad?- le dijo el soldado a Tornado.


- Si. Soy Tornado.
- A Tormenta también le pasaba eso cuando usaba el identificador. Vuestra sangre es
diferente a la del resto, por eso el identificador no la reconoce. Aun así, por lo que
dice Tormenta sois inmunes. Vaya suerte.- dijo el soldado, mirando a Joseph
descaradamente de arriba abajo.
- Entonces, ¿Nos vais a vender munición y a dejarnos pasar cuanto antes hacia
Nueva Alhambra? Hemos tenido problemas en el camino, y Tormenta querrá
enterarse cuanto antes de la situación.- dijo Altair, apremiando al soldado.
- Por mí os dejaría pasar para que os perdieseis de mi vista cuanto antes. No me
gustan los forasteros, solo traen problemas.- dijo el soldado, de forma maleducada.-
Además, tenemos conexión con el Baenius, así que apuesto a que ahora Ambroz le
está contando todos los detalles de vuestro “problema”.- Ese tipo estaba poniendo de
los nervios a Altair, y como no le perdiese de vista cuanto antes, podría cometer una
locura y cerrar la boca de un guantazo a ese chulo de mierda.- Pero queréis munición,
y además el señor Eddie ha dicho que quería proponeros algo que, quizás os
convenga... ¡Martinez!- llamó a otro soldado, que vino casi al instante.
- ¡Si, señor!- hizo el saludo militar y se quedó tieso como una tabla.
- Escolta a estas personas a la casa del señor Eddie. ¡Vamos!
- ¡Si, señor! Caballeros, seguidme.- dijo Martinez.
- Pero el vehículo...- dijo Altair. Ambroz se lo dejó a su cuidado, y no quería que le
pasara nada.
- No te preocupes por el BMR. Por lo que veo es el de Ambroz, se lo dejaré en el
aparcamiento para que lo revisen y luego se lo haré llegar. ¡Venga, piráos de una vez,
Eddie tiene prisa por veros!

Siguieron a Marínez por aquel bastión, observando todo lo que les rodeaba. No era
nada parecido al de Ambroz. Todas las construcciones eran casi recientes, y no tenían
más de un piso. Muchas eran casi solo de paneles de metal, cartones y piedra, con
una construcción bastante aceptable. A Altair le recordaba a una Favela de Río de
Janeiro, que había visto en numerosos documentales.

La gente parecía bien alimentada, a pesar que alrededor del bastión solo había
campos salvajes sin nada sembrado. De eso seguramente de encargaba Ambroz, de
dar de comer a toda aquella población. Cuando llegaron a la casa de Eddie, en el
centro del bastión, vieron que no era diferente, ni mejor hecha, ni más lujosa. Era una
casa más que de no ser por el gran cartel que la coronaba, que ponía “Líder de Las
Casas de la Colina” no podrían haber adivinado donde vivía aquel hombre. El
soldado llamó a la puerta dos veces, y casi al momento apareció un chaval de más o
menos siete años, de pelo negro, liso y sonriente.

- Hola, Jimmy. ¿Puedes decirle a papá que venimos a verlo?- dijo Martínez al chico.
- ¿Quienes son?- dijo Jimmy con voz inocente.
- Son unos extranjeros que vienen de muy lejos, Jimmy. Tenemos que ver a papá.
- Vale, se lo diré...- Jimmy se fue algo asustado, y en pocos segundos apareció un
hombre de poco pelo negro, de mediana estatura y con el semblante serio. La cara
expresaba bondad y tranquilidad, y unos párpados algo caídos. Y atrás de el,
refugiado detrás de su pierna, Jimmy. Antes de decir nada los miró atentamente.
- Así que vosotros sois el famoso equipo de Operaciones Especiales de AllNess.
Hace unas horas han llegado dos camiones llenos de combustible y un camión lleno
de suministros... supongo que son vuestros, ¿No?
- Si necesitan algo de lo que dispongamos estamos dispuestos al intercambio.
Ambroz nos dijo que no andas escaso de munición, y la necesitamos urgentemente.
- Hablemos de esto dentro, por favor. Me imagino que querréis comer algo.- propuso
Eddie, y todos entraron en la casa. La casa de Eddie era muy modesta, y tenía en sí
pocas comodidades y lujos con respecto a la mansión de Ambroz, que parecía un
palacio. Antes de nada, todos fueron al salón y Eddie les buscó sillas a todos, para
que se sentaran. Luego, Eddie se sentó también y les dijo. - Voy a ser directo.
¿Cuantos medicamentos tenéis?
- 27 kilos.- Altair ya sabía lo que necesitaba Eddie. Medicamentos, y Altair tuvo el
presentimiento de que veintisiete kilos no serían suficientes. No se equivocaba.
- Me temo que con esa cantidad no tenemos ni para un café. - dijo Eddie, moviendo
la cabeza a un lado y a otro, en gesto negativo.- ¿Cuanto queréis de munición?
- En principio, con cincuenta cargadores de 5,56 milímetros, veinte granadas de
mano, treinta cargadores de 9 milímetros, ocho chalecos antibalas y algún arma de
repuesto, creo que podremos apañarnos.
- ¿Creéis que podréis apañaros?- dijo Eddie, arqueando las cejas. Altair sabía que
pidió munición de forma exagerada, pero por pedir, mejor hacerlo en condiciones.-
Me has pedido munición como para asaltar una ciudad entera, y te quedas tan
tranquilo.
- Nos ha atacado el Trípode en Zarzatina, y Ambroz nos ha dicho que es muy posible
que vuelvan a hacerlo por el camino. No quiero que nos pillen con los pantalones
bajados. Le aseguro, Eddie, que salir ahora al mundo abierto no es como un paseo por
el parque.
- 27 kilos de medicamentos no pagan ni un cuarto de toda la munición. Pero la tengo
sin problemas, y os podría dar también algún lanzacohetes y un rifle francotirador
con munición de sobra.- la última frase la dejó caer como si no quiere la cosa, dando
a entender que tendrían que hacerle algún tipo de favor. Eddie sonrió.
- Está bien. ¿Qué quieres? Dígamelo sin rodeos, señor Eddie. Usted habla sin rodeos,
¿No?
- Por supuesto.- contestó Eddie con una sonrisa.- Medicamentos. Ni más ni menos.
- ¿Y qué quiere que haga? ¿Que me los invente?- dijo Altair, ya bastante cabreado.
- Sé donde quedan aún varias toneladas de medicamentos. Hemos saqueado todas las
farmacias de Plasencia, mas los centros médicos, pero hay un sitio que se nos resiste.
El hospital Virgen del Puerto. Hemos mandado ya varios equipos, el último hace un
par de días, y ninguno ha regresado. Han desaparecido sin dejar rastro.
- ¿No ha pensado que esa zona esté completamente infestada de No Muertos?- dijo
Altair, de forma irónica. Era evidente que los habían destrozado los No Muertos.
- Claro que hemos pensado en ello, pero el anillo de satélites Tiraltius nos da una
imagen limpia de la zona. Ni un No Muerto en las inmediaciones del hospital. Una
vez que entran al edificio, ya no salen, amigo. Y siendo vosotros un equipo de
Operaciones Especiales de la mismísima AllNess, creo que podrán manejar la
situación y decirme qué está pasando. Les daré toda la munición que piden y lo que
les comenté del lanzacohetes y el francotirador si me traen esos medicamentos. ¿Le
hace?- preguntó Eddie.
- Si no hay más remedio...- dijo Altair, algo cabreado. No llevaban ni tres días en
España y tuvieron que sacarles las castañas del fuego a dos grupos de supervivientes.
“Estos Españoles. Putos aprovechados...” pensó Altair. - ¿Tiene alguna idea de qué
puede haber en el interior de ese hospital, aparte de No Muertos?- dijo Altair. Si iban
a ir allí, por lo menos ir con una vaga idea de lo que se van a encontrar.
- Si, más o menos. Los No Muertos están en cabeza de la lista, que haya un grosor de
ellos en el interior del hospital tan grande que sea imposible avanzar dentro. Puede
que también sea un grupo de supervivientes que se ha atrincherado dentro del hospital
y matan a todo el que intenta hacerse con esos suministros, o puede que sea un grupo
de Mortis. Si es un grupo de Mortis, tened cuidado. Esos seres están casi más locos
que los propios No Muertos.
- Lo tendremos en cuenta, Eddie.
- Bien, entonces. Ah, y gracias. No sabéis el favor que no estáis haciendo. Tenemos
aquí enfermos que necesitan urgentemente las medicinas. Voy a comer. ¿Queréis
venir conmigo o preferís un sitio más personal para vosotros.
- No nos importa si comemos contigo, Eddie.

Acompañaron a Eddie hasta el comedor y comieron con su familia. Un gesto muy


bueno, el invitarlos a comer en su propia casa, junto a su familia. Si Altair fuese
Eddie, los habría indicado donde comer fuera y evitar que estos desconocidos, sin
saber mucho de ellos, pudiesen tomar como rehén a su familia y conseguir la
munición a la fuerza. Pero Altair y su equipo no era un grupo de delincuentes ni
mucho menos, y no iban a cometer tal locura. Eddie intuyó que no les iban a hacer
daño, o que tenía algún tipo de seguro. Por supuesto, en ese momento cayó. Sus tres
conductores, los que llevaban los camiones no aparecieron desde que entraron en las
Casas de la Colina.

- Señor Eddie, ¿Donde están mis hombres? Los que conducían los camiones, me
refiero.
- Están haciendo una inspección rutinaria a los camiones, no se preocupe por ellos.
Si van a viajar hasta el sur de España es mejor que les hagan un chequeo, para evitar
que tengan una avería por el camino. Puede ser fatal, se lo aseguro.- Eddie, al ver que
la respuesta a Altair no le pareció suficiente, intentó tranquilizarlo.- Tranquilícese,
Altair, están bajo mi protección. No les va a pasar nada, limítese a centrarse en su
misión. Va a atravesar la ciudad de Plasencia, y creo que tiene que tener la mente
despejada.
- Papá, ¿Es verdad que estos son guerreros muy fuertes?- preguntó Jimmy. Su
hermano Nacho, dos años mayor que él, se quedó mirando a su padre.
- Si, son guerreros muy fuertes. Según lo que me han dicho hace una hora por
teléfono, han salvado a tío Ambroz en Zarza de unos No Muertos, ¿Verdad?
- Bueno, no es para tanto. Es mejor decir que él nos salvó a nosotros...- dijo Altair,
como cumplido.

Tras esto, comieron en silencio. La comida era de menor calidad que la de Ambroz,
pero estaba buena de todos modos. En esa comida hubo mucha abundancia de frutos
secos, patatas y aceitunas, con algo de carne. Cuando terminaron de comer, todos
ayudaron a retirar los platos de la mesa y la familia de Eddie se retiró a la sala de
estar. Eddie fue a por unos planos, y empezó a hablar a todos los allí presentes.

- Éste es un plano de Plasencia, corregido. Debéis seguir el camino marcado para


llegar al hospital, sin variaciones de ningún tipo, a ser posible. No os desviéis ni una
calle, porque como lo hagáis, ya sea solo por una calle o por dos, puede que ya no
salgáis más de la ciudad de Plasencia. Y este otro plano.- dijo Eddie sacando otro
plano y poniéndolo encima del plano de Plasencia.- Es del hospital, y está marcado
donde están almacenados todos los medicamentos. Os he escrito en el mapa el
camino más rápido para llegar a los medicamentos, solo tenéis que seguir el recorrido
y tener cuidado de lo que haya dentro. Solo me queda una cosa que deciros. Suerte.
Os sugiero que os quedéis hoy aquí y que vayáis mañana por la mañana
tranquilamente, para que os dé tiempo a estudiar los planos, y así no tener ningún
problema si los perdéis. Os los llevaréis, por supuesto, pero conviene que los
memoricéis todos, por si alguien se pierde que al menos sepa por donde va. Ahora,
idos, tengo que atender asuntos de administración...
- Vale, Eddie, gracias por atendernos.- le dijo Altair tendiéndole la mano.
- A vosotros por hacernos este gran favor.

Salieron de la casa de Eddie algo malhumorados por lo que les acababan de cargar.
Una incursión a una ciudad cercana, y encima a un hospital. Un marrón muy gordo.

- ¿Nos quedaremos hoy descansando aquí, señor?- le preguntó Jack.


- Si, supongo. Es ya por la tarde y no pienso arriesgarme a que quedemos dentro del
hospital por la noche. Id a dar una vuelta a ver como viven por aquí. Recordad que
tenemos que hacer un informe detallado, que luego llevaremos a Nuevo Edén.

Altair fue por su propio camino, y empezó a inspeccionar el bastión. El bastión , por
lo que veían sus ojos, fue construido después del Apocalipsis en esta intersección de
carreteras que llevaba hacia los cuatro principales puntos cardinales. Estaban en un
punto estratégico muy importante en la zona. Hacia el norte y al sur, podían tomar la
A-66 y de este a oeste la autovía EX-A1, dos autovías con carriles extensos y con
pocas posibilidades de estar colapsados. Podían ir donde quisieran desde su bastión,
y todo el que subiese desde el sur, o bajase del norte, pasaría por allí, y tendría que
pagar un impuesto para pasar. Había un puente que atravesaba toda la intersección, y
Altair vio que había muchas casas fijadas a las vigas del puente, y unas pegadas a las
otras, para ayudarse a estar de pie. Muchas casas estaban hechas de piedra y metal,
utilizando los elementos del entorno, pero había algunas que eran hechas de ladrillo,
cemento y yeso, como antes del Apocalipsis. Había una que parecía hecha con
piedras gigantes de granito. Cada casa estaba hecha de una manera, y se notaba que
no había un albañil jefe ni una cuadrilla que se encargase de esas tareas, que eran los
propios habitantes quienes las construían. Estuvo paseando un buen rato, observando
todo el asentamiento, hasta que se hizo de noche y se fue a casa de Eddie, para que le
indicase donde iban a dormir. Eddie y su familia ya estaban cenando cuando llegó
Altair.

- Disculpe, señor Eddie, pero me preguntaba donde nos alojaremos yo y mi equipo.


- Oh, lo siento. Se me olvidó decírselo, discúlpeme.- dijo Eddie, levantándose de su
asiento en la mesa.- ¡Martínez!- llamó Eddie.
- ¡Si, señor!- dijo el soldado Martinez, que apareció casi en el acto. Altair creyó que
era un fantasma. Nada más que alguien lo llamaba, aparecía por arte de magia. “Los
Españoles no dejan de sorprenderme”, pensó Altair.
- Enséñale a Altair cuales van a ser sus aposentos.
- Si, señor.- dijo Martínez.- Por aquí, señor.- le dijo Martínez a Altair.
Altair siguió a Martínez por las calles del asentamiento hasta que llegaron a una gran
puerta de metal custodiada por varios hombres. Encima de la puerta ponía: “Salida
NorEste.” Al lado de esa salida había varias casas iguales, hechas en su mayor parte
de metal.

- Aquí es, señor Altair.- dijo Martínez señalando a la casa de la izquierda.- Dentro de
un rato les traerán la cena a la sala de estar del edificio. Da igual si estáis presentes o
no, os dejarán la comida en la mesa y os la podréis comer cuando queráis. Hasta
luego, señor Altair.
- Hasta luego, Martínez.

Lo primero que tenía que hacer Altair, antes de ir a la casa asignada, era buscar a su
equipo, que estaba desperdigado por todo el asentamiento. Tardó en encontrarlos, y
tras preguntar a un par de personas que estaban sentadas en hamacas a las puertas de
sus casas, le terminaron diciendo donde estaba su equipo. Todos estaban en el bar del
asentamiento, un sitio pequeño pero acogedor. Todos estaban charlando y riendo.
Tenía suerte de tener un equipo tan unido. Fue hacia ellos y les dijo en voz alta.

- Veo que vosotros ya habéis cenado.


- No, señor, solo estábamos tomando algo, y...- dijo Jack, a farfulleos.
- No te preocupes, Jack, solo estaba bromeando.- dijo Altair sonriendo.- Venga,
vayámonos, nos han asignado una casa para hoy y nos han dejado la cena en la casa.
Tenemos que planear la incursión de mañana.

Todos se levantaron en silencio, y despidiéndose de la camarera siguieron a Altair


hasta la casa que les asignó Eddie. Cuando llegaron a ella, todo ya estaba casi a
oscuras, y no había ninguna luz encendida en el bastión. Así no verían nada, pero si
no veían ninguna luz encendida, Altair supo que lo hacían por seguridad. Este
asentamiento no era como el de Ambroz, que estaba protegido por las montañas. Este
asentamiento estaba expuesto por todos los sitios a ataques de No Muertos, aunque
también había que tener en cuenta que este asentamiento estaba también mejor
protegido. La muralla era más alta y mas gruesa, y por toda la muralla había
muchísimos nidos de ametralladoras, sin contar con los ocho anillos de cal que
rodeaban el asentamiento. Y estaban también esas jaulas extrañas. Tenía que
preguntar a Eddie qué demonios eran esos cacharros. Estaba bien protegido, de eso
no cabía duda.

Cuando entraron en la casa, primero se preocuparon por asearse todos y cenar. Les
tenían de cena una tortilla con espárragos a cada uno, acompañada con un trozo de
queso con pan reciente, mas una manzana para cada uno. Una buena cena. Se notaba
que Eddie quería que estuviesen fuertes para mañana, Altair sabía que el y su equipo
eran su última esperanza para conseguir medicamentos. Comieron en silencio
disfrutando de la comida, y cuando terminaron Altair sacó los dos mapas y los puso
sobre la mesa, al lado de una vela pequeña encendida.
- Bueno, chicos, a ver qué tenemos...- Miró el mapa de Plasencia detenidamente y
dijo.- Siguiendo el mapa que nos ha dado Eddie, podremos llegar a ese hospital sin
casi entrar en núcleo urbano. No veo ningún problema a simple vista, al menos hasta
llegar al hospital, teniendo en cuenta que el mapa de Eddie sea fiable. El problema
será al llegar al hospital, a ver...- Altair sacó el mapa de las entrañas del hospital.-
Según este mapa, todas las entradas están bloqueadas menos la entrada principal.
Visto esto no nos queda otra, tendremos que entrar por esa. También cabe la
posibilidad de que entremos por la fuerza reventando alguna de las puertas que están
atrancadas, pero no lo veo como una opción. No quiero alertar de nuestra presencia
antes de lo previsto.- paró un momento para coger aire.- Desde la puerta principal, la
sala de los medicamentos está justo en la otra punta, y subiendo a la primera planta.
Nos dirigiremos cuanto antes a las escaleras, y de las escaleras hasta la sala de
medicamentos, atentos a cualquier eventualidad. Necesitaremos bastante munición, al
menos de armas de mano. Tened en cuenta que es un sitio cerrado, y el espacio juega
en nuestra contra. Habrá que avanzar despacio y muy atentos por si hay que
retroceder posiciones. Antes está nuestra vida que los medicamentos, eso que no os
quepa duda. Llevaremos dos mochilas cada uno, que nos proporcionará Eddie.
Haremos dos viajes desde la sala hasta el coche, lo más rápido posible, y saldremos
de allí a toda leche para hacer la entrega e irnos de aquí cuanto antes.
- Señor, si los equipos que han mandado ya no han regresado, habrá alguna razón,
¿No cree? Además de las que nos ha contado Eddie.
- Lo he pensado, si.- dijo Altair con gesto obvio.- Aparte de lo que nos ha comentado
Eddie, no se me ocurre nada. No hay No Muertos en la zona, ni de día ni de noche,
todo lo contrario a lo que suele suceder en las inmediaciones de los hospitales, si
tenemos en cuenta que fueron de los primeros sitios en caer en los comienzos del
apocalipsis. Suelen salir de las casas por la noche, les gusta la luz de la luna. No se
por qué, pero es así. Y solo puede haber una razón de la ausencia de No Muertos en
un hospital. Que alguien se los esté cargando. Ahora no os olvidéis de una cosa muy
importante. La mayor fuerza de los No Muertos es su número, la de los humanos es
su inteligencia. Si somos más inteligentes que el ser o seres que están dentro del
hospital, les venceremos. ¿Alguna pregunta antes de acostarnos?- nadie dijo nada.-
Bien, mañana a primera hora iremos hacia el hospital. Dormid todo lo que podáis. -
Tenían una habitación con seis camas, una para cada uno.

Se echaron e intentaron dormir, aunque casi ninguno pudo. El silencio de la noche se


mantuvo, y Altair bebió un trago de una botella de aguardiente que guardaba para
ocasiones especiales, y esta era una ocasión en la que necesitaba dormir. Al rato de
beber el trago, se relajó y pudo dormir unas horas.
25. BRIAN

Brian bajó las escaleras en silencio, pensando en lo que le diría a Sombra, y en cuanto
se reiría y burlaría a su costa. Le engañó desde el principio, llevándole hasta La Roca
con la posibilidad de separarse de él, pero sabiendo que le tenía por las pelotas. Le
trajo hasta La Roca como un cordero obediente hasta el matadero. Por lo que dijo
Harry, no había ninguna posibilidad de cambio, tendría que ser su aprendiz y ya está.
No había más que hablar. Cuando salió del edificio de Harry, Sombra se le quedó
mirando, expectante. Aurora estaba distraída mirando como se movía una mariposa.

- ¿Qué?- dijo Brian malhumorado.


- ¿Qué de qué?- dijo Sombra sonriendo y cruzado de manos.
- ¿Qué quieres que te diga? No me has dejado elección. No tengo más remedio que
ser tu... acompañante, o aprendiz, o como quieras llamarlo.- dijo Brian, con mucho
enfado.
- No te preocupes, no te arrepentirás. Vivirás mejor que casi todos los que viven
aquí, eso te lo aseguro.
- Si, te creo, ¿Pero por cuanto tiempo?- Brian lo insinuó sin miedo ni temor.
- Ya, sé que te habrán dicho que los secuaces que suelo llevar conmigo en mis viajes
no suelen volver... pero contigo tengo un seguro, algo... que garantiza que no morirás,
no te preocupes.
- No veas cómo me alivia saber eso.- dijo Brian con sorna.- ¿Adonde nos dirigimos?
- Vayamos primero al Pollo Engrasado, uno de los bares más populares del segundo
anillo. Te gustará.- dijo Sombra, con una sonrisa.
- ¿Ese no era el barrio chungo?
- Buscamos a gente chunga.- dijo Sombra, mirando a Brian a los ojos. Lo que
faltaba, pensó Brian. Por si no fueran poco los No Muertos, también buscaban
humanos que podrían llegar a ser peor incluso que los No Muertos. Todo mejoraba
por momentos.
- Entiendo...- Brian siguió a Sombra hasta la puerta de salida de la Zona Centro,
donde se puso a hablar con el segurata.
- Buenas, tenemos permiso del señor Harry para llevarnos uno de los coches
eléctricos que usan para circular por la ciudad, si no le importa.- Sombra le tendió un
papel que debía de ser la solicitud de recogida del vehículo.
- Bien, parece original.- dijo el segurata observando el papel con mucho ojo.- Tiene
cinco horas de autonomía, y una recarga de diez minutos. Tiene que devolverlo a las
nueve de la noche, o antes, y pueden recogerlo a las ocho por la mañana, los días que
sea válido el permiso. Y por favor, Sombra, devuélveme este intacto, ¿Vale?- le pidió
el hombre de seguridad.
- Lo tendremos en cuenta. Vamos, Aurora, Brian.
- Si...- dijo Brian. Se quedó estupefacto. Era la primera vez que Sombra le llamaba
Brian. Seguramente Sombra no quería que que Lombris se convirtiese en su apodo en
La Roca. “Lombriz” era un término despectivo que usaban Sombra y Aurora para
divertirse a costa de Brian.
Estaban yendo por un aparcamiento lleno de coches exactamente iguales. Eran
coches pequeños, con una carrocería blanca total, una placa con un número, varias
ranuras con enchufes, y cuatro puertas, sin maletero.

- ¡Venga, montad! No tenemos todo el día...- dijo Sombra, montando en el coche, y


dejando la mochila en los asientos de atrás.- Brian, monta delante.
- Bien, Sombra.- Brian se sentó delante. Los asientos eran poco cómodos, pero
tendría que conformarse. Tampoco estaría mucho tiempo metido en esa caja de
zapatos.- ¿Por qué me lamas Brian? Nunca me has llamado así, por mi nombre, me
has llamado...
- Sé como te he llamado, Brian, y seguramente Aurora te lo siga llamando siempre,
eso de Lombriz...- Sombra había empezado a conducir siguiendo la gran avenida del
primer anillo.- Pero eso era cachondeo, y ahora eres mi socio. Todos los botines que
consigamos irán a medias, independientemente de lo que encontremos. Me refiero a
los beneficios, como ahora. Lo que hay en mi mochila nos dará todo lo que hemos
venido a buscar, eso te lo aseguro.

Sombra siguió conduciendo por el segundo anillo con tranquilidad, sin observar su
entorno, todo lo contrario que Brian. Era la primera vez que estaba en la civilización
desde que todo empezó, y quería tomar detalle para cuando se tuviese que volver a ir,
y dejar de nuevo la seguridad que ofrecían esos muros. Brian estaba seguro de que
Sombra se iría cuanto antes para proseguir la búsqueda de Sparky, y para saciar su
demencia. Cuando llegaron al paso entre el primer anillo y el segundo, se abrieron las
puertas automáticamente, y entraron en el gran pasillo que aguardaba entre anillo y
anillo. La segunda puerta no se abrió, y entró un guardia para comprobar quienes
eran. Una vez hubo mirado en el interior del vehículo y distinguió a Sombra, se fue y
abrió la segunda puerta.

Fueron conduciendo hasta la mismísima puerta del Pollo Engrasado, un local bastante
grande, y también bastante destartalado. Era un gran edificio de cuatro plantas, las
dos últimas hechas de planchas de metal, y el tejado hecho de madera y tejas de
arcilla. La pared estaba pintada de color carne lleno de puntitos, emulando la piel del
pollo desplumado, y un gran cartel de metal hecho toscamente lo componían unas
grandes letras:

“EL POLLO ENGRASADO


ANTES BIEN ASADO.”

- Qué, ¿Te gusta?- dijo Sombra, con una sonrisa. Aurora también sonreía.
- Bueno, al menos se lo curran para llamar la atención.- admitió Brian. - ¿Qué tipo de
local es?
- Uno donde suelen venir todos los sinverguenzas. Es en el único lugar donde pueden
saber algo de Sparky. ¿Donde vas a ir a buscar a un sinverguenza sino es donde
residen muchos de ellos? Ve detrás de mí, y no te separes. Aquí no son muy
amistosos con los extraños.- le advirtió Sombra.
Siguió a Sombra y Aurora hacia el interior del bar abriendo una puerta parecida a las
de los míticos Saloons del oeste. Nadie se fijó en Sombra ni en su grupo mientras
avanzaban por las mesas donde estaban sentados los clientes del bar, inmersos en sus
cosas, sin prestar atención a nada más que su copa. Algunos estaban tan borrachos
que si se ponían de pie caerían en el intento una y otra vez. Fueron hacia la barra y
Sombra se puso a hablar con el camarero, muy juntos.

- Oye, ¿Donde está Tomm? Tengo asuntos que tratar con él.
- Espere...- cogió un teléfono que había debajo de la barra.- Jefe, Sombra está aquí
y... si, bien... entendido, jefe.- colgó.- Le está esperando, Sombra. Tomm ya estaba
enterado de tu llegada, y se preguntaba cuanto tardarías en venir por aquí. Vaya por
esa puerta y entrará en un pasillo, la tercera puerta de la derecha. Y no se equivoque,
las demás puertas son privadas.
- Descuida.- dijo Sombra, yendo hacia la puerta que le indicó el camarero. Aurora y
Brian le siguieron.

Entraron en un pasillo con las paredes color rojo oscuro, y con varias puertas a ambos
lados, numeradas. De una de esas puertas salían ruidos de embistes y gemidos, junto
con el chirriar de una cama.

- Sombra, ¿No será esto lo que pienso que es?- dijo Brian, con cara de asombro.-
Tiene toda la pinta de ser un lupanar.
- No seas guarro y concéntrate en nuestra puerta.- Aurora se rió.
- Pero, ¿este es el ambiente apropiado para una niña?- dijo Brian, señalando a
Aurora.
- Aurora hace tiempo que dejó de ser una niña. Es lo que tiene el virus
SuperHumano.- dijo Sombra sonriendo. Aurora también estaba sonriendo.- Seguro
que hasta está cachonda. Es aquí.

Sombra abrió la puerta que le dijeron en la barra. Brian esperó encontrarse una cama,
una puta o algo relacionado con el sexo, teniendo en cuenta que estaba en una casa de
putas. Pero nada de eso. En esa habitación había de todo menos lo que estaba
pensando. Había pequeñas montañas de libros raros, armas, munición extraña,
objetos pequeños y bonitos, y sobre todo joyas y oro.

- Sombra, cuanto tiempo... Oí que habías vuelto.- Dijo un hombre de mediana edad
que estaba sentado en medio de la sala junto a una mesa de oficina. Tenía el pelo
negro, largo y rizado, ojos pequeños y de color marrón, y de complexión gruesa.-
Espero que me traigas lo que te pedí.
- Espero que tengas lo que te pedí yo, Tomm.
- Lo tuyo está, de eso no te preocupes.- Dijo Tomm, haciendo un ademán con la
mano.- A ver lo que me has traído.
- Lo que me pediste.- Sombra sacó de la mochila un libro medio grande, negro y con
una cruz de color oro en medio. Una biblia.
- Ah, espléndido, Sombra. Joder, eres tan eficiente...- Con una sonrisa, Tomm fue a
cogerla, pero Sombra no se la dio.
- ¿Y lo que yo te pedí?
- Aquí está, impaciente...- dijo Tom malhumorado, sacando una pequeña pistola con
muchas venas azules recorriendo todas las partes del arma. Era la pistola más rara que
había visto Brian en su vida. Parecía de origen alienígena.- Pistola de Plasma
AllNess, última generación. Tiene una capacidad de veinte disparos, y se recarga con
oxígeno del ambiente. Tarda un segundo en recargarse. La célula de plasma que lleva
en el interior dura dos mil recargas, más o menos. ¿Es la que tú buscabas? Espero que
sea esta, joder, me ha costado una fortuna...
- Si, no te preocupes, esta es la que buscaba.- Sombra la examinó y le dio la biblia a
Tom. Luego le dio la pistola a Aurora, que la recogió con entusiasmo.- Era su regalo
de cumpleaños.
- Gracias, papi.- dijo Aurora, sonriendo a Sombra.
- También te pedí otros productos... ¿me los has conseguido?- le dijo Tomm.
- Si, pero serán caros...- Sombra metió otra vez la mano en la mochila y sacó unos
pequeños paquetitos de plástico transparente con semillas en su interior. Dentro de
esos paquetitos había unos papeles que venían varias frases, que sería una explicación
del tipo de planta que obtendría por plantar la semilla, y en la otra cara del papel, el
dibujo de una hoja de cannabis.
- Si, si, estas semillas...- Tomm se puso a examinarlas detenidamente.- Si, estas
semillas son buenas. Entonces, ¿Cuanto quieres por ellas?
- ¿Sin rodeos?- dijo Sombra.
- Sin rodeos.- dijo Tom, esperando su contestación.
- Tres entradas en el palco principal del MOM de hoy y diez mil créditos.
- Siempre pides mucho, Sombra, pero qué le vamos a hacer...- dijo, quejándose
Tomm.
- Vamos, joder, si el gramo de maría está a cien créditos, y te he dado quince
semillas. Le vas a ganar por lo menos el triple.
- Ya, ya...- dijo Tomm, sonriendo, y por primera vez miró a Brian.- ¿Es tu nuevo
ayudante?
- Sí. Este creo que va a ser más eficiente que los otros.
- Mientras te dure más tiempo vivo...- dijo Tomm, torciendo el gesto. - Tomm se
levantó de la silla y cogió un papel de una estantería.- Si consigues algo de estos
productos, ya sabes donde estoy. Es la lista de demandas de este mes.

SE BUSCA

Shelby Mustang gt500 (Coche) 50.000 Cr.


Semillas Nerium Olleander (plantas) 300 Cr./Semilla
Iphone 11 (Operativo) 2.000 Cr.
Ipod Touch (Operativo) 2.800 Cr.
Biblia (Libro) 6.000 Cr.
Drácula, Bram Stöker 1ª Edición (Libro) 3.200 Cr.
Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes (Libro) 800 Cr.
Saga Canción de Hielo y Fuego (Libros) 3.000 Cr.
El Corán (Libro) 6.000 Cr.
Screaming Eagle (vino) 12.000 Cr.

- Gracias, Tomm, viejo amigo.- Sombra le dio la mano, y cogió un sobre con los diez
mil créditos y otro sobre con las tres entradas de MOM. También echó un vistazo al
papel de Se Buscas, que se guardó en el bolsillo, por si acaso se topaban en sus viajes
con alguna cosa de esas.- Otra cosa, ¿No sabrás donde puedo encontrar información
sobre el paradero de Sparky?
- Bueno, sí que sé algo, pero no será gratis.
- Lo suponía.- Sombra metió la mano en un bolsillo de la mochila y sacó otro
paquetito con tres semillas de maría dándoselas a Tom.
- Vas a tener suerte, Sombra, porque ayer estuvo un tipo en el bar que vino de fuera
de La Roca, solo.- empezó a contar Tomm, acercándose a Sombra y hablando en voz
baja.- Pasó los controles y lo primero que hizo fue venir aquí a emborracharse, y en
su pedo contó a los cuatro vientos historias sobre cómo ayudó a Sparky en el yermo a
conquistar el bastión de la República de Bayner hace unos meses. Quizás no sepa
nada, o quizás sí. Puede que sea pura bravuconería, pero yo probaría por esa fuente.
Es lo único que puedo decirte.
- ¿Donde se hospeda?
- En la Tumba Cómoda, sigues por esta calle a la derecha y llegarás a una pequeña
plaza. El edificio gris con forma de lápida. Se llama Vinnie. Por cierto, no me has
dicho tu nombre, chico.- dijo Tomm mirando a Brian.
- Brian McSullivan.- dijo Brian tendiéndole la mano.
- Espero que dures más que los anteriores, chico.- dijo Tomm sonriendo.- Aunque
eso le digo a todos los que trae Sombra. je, je, je.
- Nos vamos, payaso.- dijo Sombra.- espero verte pronto, Caraculo.
- Y yo a ti, pinche cabrón. Espero que me traigas alguno de esos productos, sabes que
pago bien por ellos.

Sombra, Aurora y Brian se fueron despidiéndose con un saludo de Tomm. Salieron


del bar sin llamar la atención y fueron en la dirección que les indicó Tomm. Llegaron
a una plaza rectangular, que era un centro lleno de comercios y hoteles. Había
negocios de diversas cosas, sobre todo de venta. Vendían comida fresca, collares y
joyas, libros, y hasta instrumentos electrónicos. Había varios hoteles y pensiones,
pero el que más llamaba la atención era el que les dijo Tomm, La Tumba Cómoda.
Era un edificio de cinco pisos, cada piso con varios balcones, y pintado de gris. El
tejado era también gris e imitando el pico de una lápida. Debajo del tejado había unas
grandes letras gigantes que componían el nombre del hotel. Ellos fueron directamente
allí, sin mirar siquiera las tiendas. Entraron en un vestíbulo muy decorado, con
plantas de interior bien cuidadas y con sillas cómodas de terciopelo rojo. Fueron a
recepción, donde había una joven recepcionista con una sonrisa en la cara.

- Bienvenidos a la tumba cómoda, donde en los días que estáis hospedados


descansaréis en paz. ¿Qué desean?
- Eh, buenas, tengo un paquete para el señor Vinnie.- mintió Sombra.- ¿Me puede
decir en qué habitación está hospedado?
- Si, pero tengo que avisar al señor Vinnie de que vais arriba...
- Es una sorpresa de su novia, señorita.- dijo Sombra en voz baja, simulando
secretismo. Aurora se movía de forma extraña, como actuando, pero no lo hacía muy
bien, y tenía pinta de paranoica.- No puede saberlo... se arruinaría la sorpresa.
- ¿En serio? ¿Y donde está el paquete?- dijo con voz astuta la recepcionista.
- Aquí.- Sombra la puso su revólver en el gaznate.
- Segundo piso, habitación 23.- dijo la recepcionista, con una mirada de terror.
- Gracias por su colaboración, señorita. Y como le avise, a él o a la policía, la
destripo como a un No Muerto junto a toda su familia, téngalo en cuenta si tiene el
impulso de coger el teléfono para hacer una llamada de socorro.
- De-descuide.- tartamudeó la recepcionista. Sombra dejó a la recepcionista cagada
de miedo, y subieron al primer piso.
- Aurora, tú ve por la escalera de incendios. No queremos que se nos escape.
- ¿Por qué no voy yo?- dijo Brian, queriendo colaborar. Si iba a ser el ayudante de
Sombra, era lo que tenía que hacer, ayudar.- Soy más grande y le puedo impedir
mejor el paso.
- No, no pienso correr riesgos. Aurora lo hará mejor.

Aurora se fue al final del pasillo, saliendo por la ventana a la escalera de incendios y
empezó a subir las escaleras metálicas. Sombra y Brian subieron las escaleras
principales con sigilo, hasta la puerta de la habitación 23. Sombra llamó a la puerta.

- Señor Vinnie, ¿Está en casa? Tenemos que hablar con usted.- Se oyeron pasos
apresurados por la habitación. Sombra hizo saltar la puerta de una patada, pero Vinnie
ya estaba saliendo por la ventana. Cuando salió a la escalera de incendios, volvió a
entrar en la habitación, pero volando y de un golpe estallando la ventana en mil
pedazos. Cayó en el suelo junto con un montón de trozos de cristal de la ventana,
junto a quejidos y algún que otro llanto.
- ¡Y vuelve a entrar por la ventana la sabandija asquerosa!- canturreó Aurora desde la
escalera de incendios, y de un salto entró también en la habitación.
- Vinnie, Vinnie, Vinnie.- dijo Sombra, cogiendo a Vinnie por el cuello y
levantándolo en el aire.- Has estado fardando de ser un buen amigo de Sparky, y las
personas saben donde están sus amigos, ¿No es cierto? Más te vale que me digas
donde está nuestro amigo Sparky, porque sé que sabes donde está, ¿Me equivoco?
- ¡Te equivocas!- dijo Vinnie, sollozando. Era un chaval de unos veinte años, flaco,
rubio y con muchas pecas en la cara. Parecía una rata.- ¡No se nada, puto Sombra,
más vale que me dejes ir, si no...!
- ¿ Si no qué? Mira, ¡Mira!.- dijo Sombra, llevando la vista de Vinnie hacia Aurora.
Aurora portaba un machete que tenía pinta de estar muy bien afilado. Sus ojos
echaban chispas de alegría. Parecía...- Está excitada. Necesita sangre, y creo que voy
a dejar que te corte las pelotas.
- ¡Si, papi! Por favor, déjame...- Aurora empezó a suplicar por las pelotas de Vinnie.
Era una escena surrealista, pero era real. Brian estaba alucinando. Aurora se adelantó
y le hizo un corte en la pierna. Empezó a sangrar, y Vinnie lanzó un grito.
- Aurora, no seas impaciente, joder. Espera a que te toque tu turno, ansiosa.- Sombra
se había olvidado de que tenía a un ser humano entre los dedos, y se puso a discutir
con Aurora por su ansia. Vinnie se orinó encima, y un reguero de orín empezó a hacer
un charco en el suelo. Sombra notó el olor, y dejó de discutir con Aurora.
- ¿Me vas a contar ahora lo que quiero saber?
- ¿No me matarás?- dijo Vinnie, con voz aterrada.
- No.
- Bien... Sparky está en un asentamiento al sureste de Jonesboro, la República de
Bayner. Pretende estar allí unos días para luego partir hacia Puerto Libre.
- ¿Qué quiere hacer en Puerto Libre?
- No lo sé, pero creo que es algo gordo. Ha lanzado avisos a todos los bastiones que
controla para que lleven efectivos y armas a Puerto Libre. Creo que pretenden invadir
Europa, yo que sé, solo soy un simple soldado.
- Bien, gracias por la información.- Le dijo, tirándolo en un sillón de la habitación.-
Aurora, tienes un minuto.- dijo Sombra indicando a Brian que saliese de la
habitación.
- Di... Dijiste que no me matarías.- dijo Vinnie, sollozando.
- Y no te voy a matar. Lo hará Aurora.- Dijo Sombra, sonriendo mientras salía de la
habitación junto a Brian. Acto siguiente, dentro de la habitación se oyeron gritos y
cuchilladas, y a los pocos segundos solo cuchilladas. Cuando pasó un minuto, salió
Aurora cubierta en sangre y con un aspecto bastante satisfecho.- Anda, ve al baño de
la habitación y lávate un poco, no puedes salir así por la calle.

Tardó unos cinco minutos en darse una ducha rápida y lavar un poco las ropas que
tenía, porque estaba totalmente cubierta de sangre. Cuando salió del baño, volvió a
ser la niña que Brian conoció en aquel búnker. Una niña de pelo rubio que le llegaba
casi hasta la cintura y la cara angelical de una niña. Lo único que la diferenciaba de
las otras niñas eran esos ojos verde ciénaga de los No Muertos.

- ¿Te ha gustado, Lombriz?- dijo Aurora, muy contenta.- ¡Me sé más trucos de
magia, si quieres que te los enseñe!
- Venga, vayámonos.- dijo Sombra, andando a buen paso hacia las escaleras.-
Tenemos que encontrar alojamiento, y ya ha pasado la hora de comer.

Salieron del hotel en dirección al Pollo Engrasado, donde habían dejado el vehículo
que les prestaron en el Anillo Central. Por la calle caminaba poca gente, menos de la
que esperaba ver Brian.

- Sombra, ¿Cómo es que hay tan poca gente por la calle?


- Es la hora de la comida reglamentaria, y todo el mundo se apunta a una comida
gratis, aunque sea una mierda.
- Ya, supongo...- Brian en ese momento, mientras se alejaban de la Tumba Cómoda,
se le ocurrió una cosa.- ¿Has pensado en cómo deshacerte del cadáver de Vinnie? No
creo que el asesinato esté permitido dentro de estos muros.
- Y no te equivocas. Se encargarán de limpiar el apartamento los hombres de Tomm,
y seguro que me lo cobre la próxima vez que vengamos por aquí. ¿Crees por un
momento que no nos están vigilando? Ten por seguro que así es.

Brian se sintió un poco paranoico y miró hacia todos lados, para ver si podía localizar
a los espías de los que hablaba Sombra. No vio a nadie sospechoso, y tras una mirada
rápida, desistió. Se estaba comportando como un idiota. Cuando llegaron al coche,
montaron y fueron casi directos al Primer Anillo, donde las cosas eran diferentes.
Había mucha más gente por las calles, indiferentes a la comida reglamentaria que
estaban dando en ese momento. Una vez más, otro signo de las diferentes condiciones
de vida a las que se atenían unos y otros. Ellos fueron callejeando un rato, hasta que
llegaron a otra plaza como en la que estuvieron anteriormente en el Segundo Anillo,
toda llena de comercios y hoteles. Estos hoteles eran más grandes y lujosos, y las
tiendas también. Vendían productos más lujosos y nuevos, y existían más tiendas que
en aquella plaza mugrienta donde estaba situada La Tumba Cómoda.

Aparcaron delante de un hotel hecho totalmente de piedra, y pintado como si


estuviese chapado en oro, con múltiples palmeras y un césped decorando la parte
delantera del hotel, con parterres de flores de muchos colores inundando el césped.
Era un sitio bastante preparado y lujoso. Ni se imaginaba cuanto costaría pasar una
noche en ese hotel. Sombra se disponía a entrar, y Brian le siguió. En la puerta había
un hombre abriendo las puertas a la gente, trajeado y con buen aspecto. Cuando ellos
se disponían a entrar, les abrió la puerta a un lujoso recibidor, con el nombre del hotel
en letras doradas en el techo del recibidor. “El sueño de Apofis”. Un nombre bonito,
pensó Brian. La sala de recepción era una gran sala con una mesa redonda donde por
dentro de desplazaban los recepcionistas atendiendo a los clientes, y todo de color
oro. Cuando llegaron los tres a la mesa, una chica alta, morena y delgada fue a
atenderles.

- Bienvenidos al sueño de Apofis, ¿En qué puedo atenderles?


- Buenos días, queremos una habitación para tres, por favor.- dijo Sombra de manera
educada.
- ¿Para cuantos días?
- Dos días.
- El precio por persona y día es de 150 créditos sin menú. Con menú 250 créditos.
¿Le interesa?
- Vale, sin problema. Con menú.
- Entonces serán mil quinientos créditos, por favor.
- Si, claro...- Sombra sacó 750 créditos y pagó a la recepcionista. Brian se quedó
alucinado. El dinero que le dijeron que ganaría en tres meses Sombra se lo fundió en
dos días.- Y otra cosa, ¿Donde podemos comprar algo de ropa para poder lavar las
que tenemos puestas?
- Tiene varias tiendas en esta misma plaza, señor.
- Nos da igual qué ropa sea, con tal de que nos quede bien. Que la elija alguien del
hotel, si no hay inconveniente.
- Claro que no. Les subiremos algo para que se vistan, con el coste.
- Claro, claro.
- Aquí tiene la llave, señor. Tercer piso, habitación 312.
- Gracias.

Sombra se fue hacia las escaleras y los demás lo siguieron. Subieron por unas
escaleras alfombradas con terciopelo dorado y barandilla también dorada, hasta que
llegaron al tercer piso. Las puertas de las habitaciones eran también doradas, o mejor
dicho, todo era dorado. A Brian empezaba a resultarle molesto. Pero cuando entraron
en su habitación se le quitaron todas las molestias. Era un apartamento muy
espacioso, cubierto de mármol blanco, con varios muebles llenos de libros y DVDs,
una televisión de pantalla plana de cuarenta pulgadas y varios sillones de color
blanco, en la sala de estar. El comedor se componía de una mesa de madera con
varias sillas también de madera junto a una nevera y un mueble bar. El apartamento
tenía una gran terraza donde había un jacuzzi y varias hamacas, junto a un armario
con toallas y albornoces. Las dos habitaciones eran espaciosas, y una de ellas tenía
dos camas. Había un único baño, compuesto por una ducha, un retrete y un lavabo,
todo en perfecto estado. Lo más lujoso con lo que Brian se ha encontrado en mucho
tiempo. Sombra no escatimaba en gastos, y la vida que prometía no eran solo
promesas, sino que era un hecho en si, mientras se alojasen en bastiones humanos,
claro.

- Me voy a duchar.- dijo Sombra.- Cuida de Aurora mientras me ducho, ¿Vale?- le


dijo Sombra a Brian.
- Sé cuidarme sola, papi.- protestó Aurora. Brian se fijó en la tele, y le preguntó a
Sombra.
- ¿Hay algún canal en esta ciudad, Sombra?- preguntó Brian. Sería muy agradable
ver la tele por primera vez en un año y medio.
- Si, creo que hay dos. Uno que emiten a unas horas concretas y que trata de noticias
de la ciudad, y otro en el que emiten películas y series de la época anterior al
Apocalipsis. Si quieres zapear un rato, tú mismo.- dijo Sombra, metiéndose en el
baño.- Cuando llegue la ropa, me la traes al baño, Brian.
- Entendido.- Brian se sentó en el sillón central justo delante de la tele, y se empezó a
oír el sonido de la ducha. Aurora fue hacia el teléfono que había en una mesilla al
lado de la tele.
- Eh, ¿Recepción? ¿Pueden ordenar a alguien que me suban una tableta de
chocolate? Gracias.- dijo Aurora, colgando el teléfono.
- Cuando termine Sombra vamos a pedir algo de comer, no deberías hartarte a
chucherías antes de comer, niña.
- Haré lo que me salga del coño, Lombriz.- dijo, y empezó a desnudarse. Cuando se
quedó en pelota picada, Brian apartó la vista. Era una niña.- Parece como si nunca
hubieses visto a una mujer desnuda, Lombriz.- dijo Aurora en tono despectivo.
- Eres una niña, no una mujer.- la corrigió Brian.- Vístete, joder.
- ¡No soy ninguna niña! Tengo catorce años, mas los cinco que me añado por ser
SuperHumana, diecinueve. Me voy al jacuzzi a relajarme un poco. Cuando traigan la
ropa, me la traes a mi también. Y cuando llegue la tableta de chocolate, ni se te ocurra
no llevármela.

Dicho esto, Aurora se fue a la terraza a darse un baño en el jacuzzi, y Brian se puso a
zapear. Solo había dos canales, y tuvo que intercalar entre uno y otro. En el de las
series, estaban echando una película de disparos, y en el otro estaban dando un
reportaje sobre MOMs anteriores. Emitían escenas bastante sangrientas de cómo
habían muerto los aspirantes al gran premio de ediciones anteriores. Justo cuando
estaban emitiendo una escena donde moría un aspirante devorado por varios No
Muertos, llamaron a la puerta. Brian se fue a ver quién era, y vio que era un botones
joven que llevaba ropa para los tres, ajustada a sus tallas, y una tableta de chocolate.
Dando una propina al botones, fue a darle primero a Aurora sus cosas. Aurora estaba
canturreando dentro del jacuzzi, y ni se inmutó cuando Brian le dejó sus cosas al
lado. Después fue al baño donde Sombra se estaba duchando, y le dejó las cosas
dentro. Luego volvió al sillón y se puso a ver el reportaje que era muy interesante,
aunque un poco sangriento. Sin darse cuenta, se quedó dormido.

Cuando se levantó, tenía a Sombra sentado al lado suyo y viendo la tele. Estaban
echando una serie de los noventa de comedia, y Sombra se estaba riendo de una
gracia que hizo en ese momento su protagonista, y Aurora estaba durmiendo en el
sofá de al lado. Tenían puesta la ropa que les trajo el botones, y no le encajaba en la
imagen que tenía de ellos dos. Sombra llevaba una camiseta gris y unos vaqueros
grises, y aurora una falda rosa con una camiseta de Hello Kitty. Ahí dormida con ropa
corriente parecía una niña normal, sabiendo de sobra que no lo era. Dudaba que fuese
la hija natural de Sombra, porque éste solo aparentaba tener unos veinticinco años, y
no se parecían en nada, al menos en el aspecto físico. Nunca le preguntó a Sombra
las circunstancias en las que en algún momento de su vida adoptó a Aurora, pero
pensándolo mejor prefería no saberlo. Y ahora que lo pensaba... esa niña, ahora
vestida de manera normal, le recordaba a otra niña que vio justo antes de
desencadenarse el Apocalipsis... se parecía mucho a Caroline, la hija de Riggs, su
mejor amigo. Tendría que pedir explicaciones a Sombra más tarde.

- Ya te has levantado, dormilón.- dijo Sombra.- Anda, come algo, debes estar
hambriento. He dejado algo de papeo en la nevera.
- ¿Qué hora es?- dijo Brian, somnoliento.
- Las cinco y media, vaquero.
- ¡Mierda! Tengo que ducharme y prepararme, he quedado con Jessica para cenar.
- Ja, ja, ja.- Sombra se empezó a reír.- Entonces supongo que nos veremos en el
MOM. Quedamos a las ocho y media en la puerta del estadio, ¿Entendido?
- Si, si...- dijo, cogiendo su nueva ropa y entrando en el baño. Esa noche sería
especial. Esperaba que el MOM ese no fuese tan sangriento como en la tele, y que
Jessica y el conectaran como el pensaba.
26. ALTAIR

Se levantaron muy temprano, con la primera luz del alba, y se vistieron y asearon en
silencio. Iban a entrar en una ciudad seguramente atestada de No Muertos, y puede
que algunos del equipo, o el equipo entero, no sobreviviese a esta incursión. Salieron
al fresco de la mañana, disfrutando cada segundo de la seguridad del bastión, y todos
notaron que a cada segundo que pasaba era un segundo menos de lo que le faltaba
para salir afuera, hacia Plasencia. Hacia una muerte segura.

- Revisad el equipo.- les ordenó a todos. Disponían de dos Jeeps, cortesía de Eddie, y
bastante munición para sus armas. También les dio de algo de comida y agua por si
acaso tenían que parapetarse en algún refugio improvisado.
- Equipo completo, señor.- dijo Suléiman.
- Entonces vayámonos.- dijo Altair.- Jack, Bolts, conducid los Jeeps.- Tornado, tú ve
en el otro Jeep, y en caso de que nos separásemos, te nombro líder de ese equipo.

En unos minutos partieron hacia Plasencia por otra carretera diferente de la que
llegaron a las Casas de la Colina, más vieja que la anterior. No tardaron en llegar a
una gran rotonda y Altair miró el mapa. Según lo que estaba indicado, tenían que salir
por la primera salida a la derecha, y luego seguir la misma carretera hasta que
pasasen Plasencia y llegasen a una presa, sin tocar siquiera el casco urbano de la
ciudad. Cuando pasaron la rotonda, siguieron esa carretera, que estaba llena de
vehículos accidentados, y tuvieron que esquivar en más de una ocasión varios
montones de vehículos hechos añicos, apartándose de la carretera con cuidado para
pasar el bloqueo. Una vez les salió un No Muerto de detrás de una maraña de
vehículos, y les pegó un susto de muerte. El vehículo en el que iba Altair dio unos
bandazos y casi se estrellan con un vehículo abandonado.

- ¡Atentos!- dijo Altair enfadado, por el walkie-talkie.- No hemos venido de picnic,


joder... ¡Mirad hacia todas las esquinas, y si sale un No Muerto, no le disparéis a
menos que sea necesario! No queremos llamar la atención, ¿Entendido?- Dijo Altair
bien alto al walkie-talkie, para que lo escuchasen todos.
- ¡Si, señor!- dijeron todos al unísono.
- Espero que sí, equipo. Espero que sí.- dijo Altair, mientras se acercaban a
Plasencia.

Poco a poco, se dibujaban a lo lejos los primeros edificios de Plasencia, y la tensión


aumentaba. Pasaron justo al lado de varias naves del polígono industrial, algunas
derruidas, otras intactas al paso del tiempo, y se empezaban a vislumbrar grupos de
No Muertos de diez, veinte de ellos o más. Niños, adultos, ancianos... todos andando
sin rumbo fijo, sin saber qué hacer. Algunos los veían pasar, y andaban en un intento
inútil de seguirlos en la lejanía, pero ellos sabían que nunca les alcanzarían, ya que
estaban bastante lejos para que pudiesen seguir su rastro. Pasaron por varias rotondas,
algunas llenas de coches siniestrados, y algún que otro No Muerto, pero sin
complicación ninguna. Cuando pasaron la zona del polígono industrial, Altair vio una
serie de casas a ambos lados de la carretera por la que circulaban.

- Atención, veo una serie de casas. Si hay grupos de No Muertos, ceñiros al plan.
Pasad de ellos y esquivarlos. No disparéis si no es necesario. Un disparo con el
silencio que hay se oiría a varios kilómetros, y alertaríamos sin querer de nuestra
presencia a cerca de cuarenta mil No Muertos. Quiero que tengáis eso último en
cuenta antes de disparar.

Cuando llegaron a la primera casa, se cruzaron con el primer grupo numeroso de No


Muertos. Un grupo de unos treinta, que nada más verlos fueron hacia ellos. Los dos
Jeeps los esquivaron con facilidad, pero uno de ellos se agarró al parachoques trasero
del vehículo de Altair.

- ¡Acelera!- dijo Altair.

Aceleraron la marcha, y el No Muerto, agarrado al parachoques, empezó a hacerse


añicos por el roce se su cuerpo en la carretera, dejando trozos de su cuerpo por todo
el asfalto, hasta que quedó tan destrozado que se soltó, quedando hecho un montón de
carne uniforme. Altair observó todo el proceso sin hacer nada, sabiendo que se
soltaría. Sería todo un descuido haberle disparado, cuando antes indicó a sus soldados
que no lo hiciesen. Pasaron por varias zonas de casas, que se pudrían al sol del
verano. Altair sabía que si llegan a pasar más cerca del núcleo urbano de Plasencia la
situación habría sido distinta. Si en las afueras se encontraron con grupos de treinta
No Muertos, ni quería imaginarse lo que se podría encontrar en el centro de la ciudad.
A lo lejos, en el centro de la ciudad veía las puntas del tejado de una gran Catedral,
ajena a todo lo ocurrido en aquella urbe, mientras que los descendientes de sus
creadores estaban muertos. Dentro de unos años, posiblemente, la naturaleza
devoraría aquellas orgullosas construcciones humanas y las enterraría en el olvido.
Altair apartó aquellos pensamientos entristecedores de su mente y se concentró en la
misión. No podía cometer muchos errores, o conduciría a todos a la tumba.

Pasaron Plasencia, y según el mapa, tendrían que pasar una presa que se encontraba
al noreste de la ciudad, para luego volver por una carretera que antes del apocalipsis
fue poco más que un camino para cabras, y sería más segura que la mayoría de las
carreteras que entraban en Plasencia. Después estaba marcado lo que parecía un
camino de tierra que conducía hasta el mismo hospital. Una ruta bastante segura con
respecto a las otras rutas posibles. Antes de llegar a la presa, vieron al lado de ella
una urbanización de chalets de campo.

- Equipo, extremad las precauciones.- dijo Altair antes de llegar a la urbanización.

Altair se fijó que los habitantes construyeron una muralla alrededor de la


urbanización. La muralla estaba compuesta en su mayor parte de piedra rellena con
cemento. Una buena muralla, solo que no creía que existiese nadie vivo dentro.
Además de una muralla, se necesitan muchísimas mas cosas para sobrevivir. Comida,
agua, medicamentos... la lista era corta, pero nada de lo escrito en ella sobraba. Si una
de las cosas de la lista te faltaba, tarde o temprano sufrirías las consecuencias, y en la
mayoría de los casos era la muerte. También pensó que en esa urbanización podría
encontrarse lo que eliminó a los soldados de Eddie. Todo era posible. Y Altair decidió
echar un vistazo, a ver con qué se encontraba. Nada podía ser peor que todo con lo
que se enfrentó ya. En una ocasión recordó que derribó a un No Muerto que medía
sus buenos cuatro metros de altura, sin antes haber descargado dos cargadores hasta
arriba de munición, en las afueras de Lusaka, en Zambia. También barajó la
posibilidad de encontrarse con que dentro podría haber un enjambre de No Muertos,
y cuando llegaron a la puerta de la urbanización, pegó un buen golpe a la puerta y
esperó a ver si oía pies arrastrándose. Lo que vio fue algo diferente. En la gran puerta
de hierro había una rendija por la que se asomaron unos ojos, y al verlo, la rendija se
cerró rápidamente. Había supervivientes dentro de la urbanización.

- ¡Oigan! ¡Eh!- dijo Altair, sorprendido por lo que habían encontrado.- Como no
abran o contesten, tiraremos la puerta a cañonazos, ustedes deciden.- amenazó Altair.
- Vale, vale.- dijo una voz desde dentro.- ¿Qué queréis? No hemos hecho nada para
ganarnos sus amenazas, señor. Si queréis suministros más os vale ir a las Casas de la
Colina, allí pueden daros lo que necesitéis. Aquí nos mantenemos a duras penas con
lo que tenemos...
- No se preocupen, tenemos suministros de sobra. Lo que queremos es información.
- ¿Qué información?- dijo la voz que había detrás de la puerta.
- ¿Sabéis lo que ocurre en el hospital de Plasencia? Desde las Casas de la Colina han
mandado equipos para recoger medicamentos y ningún equipo ha vuelto...
- Si, eh, varios equipos han pasado a lo largo de este mes en esa dirección, pero
ninguno ha vuelto a pasar. Bueno, solo pasó un soldado.
- ¿Y sabéis que le ocurrió a ese soldado?- si existía un testigo de lo sucedido en el
hospital, tendrían que encontrarlo a toda costa. Sería su única pista para saber qué
horrores se ocultaban en aquella mole de cemento.
- Sí que lo sabemos, está aquí con nosotros. Ahora le llamo.- Tardó unos minutos en
traer al soldado, pero siguieron sin abrir la puerta. Solo oyó una voz diferente detrás
de la puerta.
- ¿Qué es lo que queréis saber? Si queréis que os acompañe a ese hospital, vais listos.
No voy a salir bajo ningún concepto. Yo me quedo en este asentamiento, no pienso
volver a las Casas de la Colina.
- A nosotros nos da igual. Solo queremos saber a qué os enfrentasteis en el hospital
para que tantos equipos no sobrevivieseis a las incursiones.
- Os contaré de buena gana todo lo que sepa, con la condición de no informar a
Eddie de que sigo vivo.- propuso el soldado. Por Altair como si se pegaba un tiro. La
vida del soldado no le interesaba en absoluto, ni lo que quisiese hacer con ella el
propio soldado.
- De acuerdo, entonces.
- No son los No Muertos los que nos atacaron, cuando llegamos al hospital estaba
desierto, por fuera y por dentro. Tal y como había dicho Tormenta, tras una
exhaustiva vigilancia de los alrededores gracias a los satélites Tiraltius...- Empezó a
decir el soldado.- Había varios cadáveres pudriéndose en las inmediaciones, pero tras
un extenso barrido no encontramos ni un solo No Muerto, al menos fuera. Era muy
extraño, teniendo en cuenta que es un hospital, y cuando esto empezó, se colapsaron
todos de infectados... Aun así, entramos en el edificio principal, donde se suponían
que estaban los medicamentos. Pero poco a poco, por el camino, fueron
desapareciendo soldados del equipo, y una risa fría nos acompañaba a todas partes...
cuando solo quedábamos tres, me asusté y salté por una ventana al exterior.
Estábamos en el primer piso, y la caída fue relativamente poco peligrosa. En la caída
me torcí el tobillo, cogí el Jeep que teníamos y me fui a toda leche. Me estrellé cerca
de aquí, pero tuve suerte y la gente de este asentamiento lo vieron, y me acogieron.
Les debo la vida, y me quedaré con ellos para ayudarlos en todo lo que pueda. Espero
que lo comprendáis.
- Es usted un hombre de honor, soldado, no me cabe duda. Pero, ¿No tiene alguna
idea de qué era eso que os atacó?
- Bueno, déjeme que piense... puede ser un lunático, o un No Muerto evolucionado,
o... un Mortis, quizás. No sé... le he estado dando muchas vueltas a la cabeza, y no he
conseguido sacar nada en claro. Solo os diré una cosa. Si vais al hospital, vuestra
prioridad es acabar con ese ser primero.
- Lo tendremos en cuenta.
- Ah, y metedle una bala en la cabeza de parte de mi equipo, por favor.
- Tranquilo, lo haremos. También os dejaremos a vosotros algunas medicinas, seguro
que las necesitáis.
- Sería toda una ayuda, amigo. Por cierto, no le he preguntado su nombre.
- Altair, encantado.
- Gracias, Altair. Me llamo Adrián, y espero volver a verles.
- Adiós, Adrián. Estaremos aquí en un par de horas.- dijo Altair, sin estar seguro de
poder cumplir su promesa.

Montaron rápidamente en el Jeep y siguieron por el camino indicado en el mapa que


les proporcionó Eddie. circularon por una carretera situada por encima de la presa y
pasaron al otro lado del río que cruzaba Plasencia. La carretera que les llevó de vuelta
a Plasencia era pequeña pero sin nada que obstaculizase el paso. Cuando llegaron al
borde del núcleo urbano de Plasencia el recorrido que estaba dibujado en el mapa les
guiaba por un camino de tierra hasta el hospital, para ahorrarse toda la zona de
urbanizaciones que había entre el hospital y ellos en ese momento. El camino de
tierra que les llevó al hospital so se veía apenas, y en más de una ocasión casi se
pierden en ese bosque de alcornoques y encinas, sin contar a varios No Muertos que
les aparecieron en medio del campo, con la mirada perdida y el cuerpo bastante
deteriorado. Parecía que si estaban en terrenos más salvajes, como bosques, dehesa,
arena... vamos, algún terreno que no esté urbanizado, sus cuerpos sufrían mayor
deterioro. Eso le dio que pensar a Altair si quizás aquellos seres no eran eternos, sino
que tenían una “duración”, por llamarlo de alguna manera, pero pronto apartó esas
ideas de su mente, no tenía ni las ganas ni los medios para demostrar su teoría.

A los pocos minutos de entrar en el camino de tierra el hospital Virgen del Puerto
surgió ante ellos como un coloso. El hospital se componía de varios edificios que
estaban unidos por múltiples galerías y pasillos, construidos en varias fases a lo largo
de los años. Uno de los edificios estaba semi derruido por varias explosiones que
parecían producidas por varios reventones de los depósitos de combustible del
hospital. Altair, tras su estudio minucioso del hospital vio un helicóptero clavado en
una de las ventanas de la quinta planta de el mismo edificio donde se produjeron los
reventones.

- Todos, fuera.- dijo Altair, ordenando que parase el Jeep.- Tenemos que revisar la
situación. En el interior del hospital habita un ser que seguramente nos dé problemas.
Podemos dar por sentado que se lo conoce palmo por palmo el hospital. Por esa razón
el factor sorpresa está descartado, más bien será él el que nos sorprenda a nosotros, y
tendréis que tener los ojos bien abiertos. También tendrá trampas instaladas por todo
el hospital, y tened por seguro que es una máquina de matar, viendo cómo están de
limpios los alrededores del hospital. No hay No Muertos en ningún sitio, por lo
menos que yo vea. Y claro está, hay que tener en cuenta que es un ser inteligente, no
como los No Muertos a los que solemos enfrentarnos. ¿Ideas para cargarse a este
bicho?
- Podemos separarnos en dos grupos, así haremos más daño.- sugirió Suléiman.
- Es una posibilidad. ¿Donde puede estar escondido dentro del hospital?
- Pues... en alguna sala, supongo.- dijo Tornado.- Creo que su mayor ventaja es
situarse cerca de la sala de medicinas, porque sabe que los humanos que se pasen por
aquí irán a esa sala, y se concentra atacando en ese perímetro. Pero hay que tener en
cuenta que esa puede ser su debilidad, porque nosotros en este momento sabríamos
donde está, si fuese cien por cien seguro.
- Pero no es seguro al cien por cien que esté en ese lugar, ¿no?
- No, no es seguro al cien por cien, pero hay una alta probabilidad de que esté allí,
esperando a su próxima víctima.
- Bien, entonces veamos...- Altair sacó el mapa del hospital y extendiéndolo en el
capó del Jeep hizo un gesto con la mano para que todos se acercasen.- Tornado, tú
guiarás un grupo por la entrada de urgencias, la que se ve desde aquí. Yo guiaré a un
grupo por la entrada principal, de carnada. Nosotros atraeremos la atención de el
hombre, o lo que sea eso y Tornado, tú con tu equipo, sin que note vuestra presencia,
os encargaréis de eliminarlo, con un francotirador. Intentaremos conseguir que se
acerque a las ventanas de la primera planta, al lado de la sala de medicamentos.
¿Entendido?
- Si, señor.- dijo Tornado, tomándose una de sus pastillas.
- Bien. Kira, Suléiman, id con Tornado y servidlo de apoyo. Jack, Bolts, conmigo.-
Altair estaba demasiado familiarizado con Jack y Bolts como para ponerles en su
equipo. Se separaron del equipo de Tornado y fueron en dirección a la puerta
principal.

La puerta principal estaba lena de coches, unos encima de otros, en una montaña de
hierros retorcidos imposible de escalar si no querías desangrarte por el camino.
Viendo aquella estampa, buscaron entre el amasijo de hierros algún hueco para pasar.
Escalaron un pequeño muro, saltaron a un camino de hormigón situado al otro lado, y
con un vistazo rápido inspeccionaron la zona. La muralla de coches era
impenetrable, pero seguro que si se observaba detenidamente se podría encontrar
alguna recoveco para pasar. Tras unos segundos mirando hacia todos lados, Altair vio
una furgoneta aprisionada en la esquina derecha, pegada a la pared y sepultada por
varios vehículos. Tenía la puerta abierta, y a simple vista se podía pasar por dentro de
la furgoneta sin problema hacia el otro lado. No vio muchos cristales rotos dentro de
la furgoneta, pero había múltiples manchas de sangre por los asientos, ya bastante
desgastados por estar a la intemperie.

- Pasaremos por dentro de la furgoneta, y cuidado con haceros heridas. Hay muchas
manchas de sangre y suciedad, y ya sabéis lo que puede pasar si tenéis una herida
abierta, no hace falta que os lo recuerde.

Fueron pasando uno por uno, con cuidado, para no herirse mientras pasaban, hasta
que al cabo de un minuto,cruzaron todos. Fueron andando con sigilo hasta las puertas
del edificio principal del hospital. Las puertas eran de cristal reforzado que se abrían
automáticamente al pasar en otros tiempos, y ahora se encontraban hechas añicos en
el suelo, condenadas eternamente a no funcionar jamás. la entrada estaba llena por
todos lados de agujeros de bala y manchas de sangre, mas algunos cadáveres por el
suelo en avanzado estado de descomposición. El vestíbulo central era un depósito de
cadáveres. Estaba lleno de cuerpos en diversos estados de descomposición, y el olor
era insoportable. Avanzaron unos pasos pisando cadáveres, sin poder evitarlo. Era
casi imposible no pisar alguno, y sin quererlo las botas que levaban puestas quedaron
llenas de pringue, bilis seca y carne podrida. Debía de haber al menos doscientos
cadáveres en aquel vestíbulo.

Siguieron por un pasillo en la izquierda de donde estaba, recorriendo el camino del


mapa que les dio Eddie, y caminaron silenciosamente por un pasillo con algunas
camillas de hospital que estaban ocupadas por cadáveres putrefactos tapados con
mantas, desprendiendo olor a podredumbre. A pesar de la escasa luz de la que
disponían dentro del hospital, les proporcionaba algo de visión para poder ir
caminando sin tropezarse, ya que el pasillo, además de las camillas se encontraron
diverso material de hospital tirado por el suelo, pudiéndose tropezar a cada paso. El
hospital presentaba más evidencias de la ausencia humana a la que estaba sometido,
presentando múltiples grietas por todas las paredes del edificio, que seguramente con
el paso del tiempo y sin que ningún humano lo reparara (casi toda la humanidad eran
No Muertos) tarde o temprano se derrumbaría. Altair estaba alerta a cualquier ruido o
movimiento que oyese cerca mientras caminaban por aquel pasillo, pero aparte del
ruido producido por sus pasos, no escucharon nada. Al final del pasillo les esperaba
una puerta grande que se abría a ambos lados. La puerta estaba cerrada por una barra
de metal. Altair sospechó.

Altair sabía que se estaban adentrando a una trampa, una de la que quizás no saldrían
vivos, cuando ya varios grupos de Eddie no consiguieron lo que ahora intentaban
ellos. Nunca su equipo se había enfrentado a tal situación, y sabía que iba a ser difícil
dar caza a ese ser, o seres. Pero eran el equipo de Operaciones especiales de AllNess,
eran la élite. En este tipo de situaciones era donde debían de demostrar su valía, y
Altair no iba a rendirse fácilmente.

Con cuidado, Altair apartó la barra de metal de la siguiente puerta, esperando algo
que les indicase que era una trampa, porque obviamente, lo era. De eso estaba seguro,
y nada más apartar la barra de metal supo que había cometido un error. En el mismo
instante que quitó la barra anclada a la puerta, una cuerda saltó hacia atrás, y se oyó
como se abría una puerta unos metros por detrás de ellos. Acto seguido, unos ruidos
de pies arrastrándose y saliendo de aquella puerta que se abrió iban acercándose poco
a poco a ellos.

- No perdamos el control. Todos adentro, venga.- dijo Altair a los demás, abriendo la
puerta que desbloqueó. Cogió también la barra de metal, para intentar bloquear la
puerta por el otro lado. Abrió la puerta y dejó pasar a los demás primero, cerrando la
puerta tras de sí con la barra. En ese momento se encontraron en una sala bastante
espaciosa y con poca luz. Los No Muertos que salieron a su encuentro en el pasillo
anterior estaban empezando a dar golpes en la puerta que Altair bloqueó.- Bien,
tenemos que darnos prisa. Según el plano, tenemos que ir por un pequeño pasillo a la
izquierda de esta puerta y luego subir unas escaleras al primer piso. ¡Y atentos a
cualquier cosa que nos tenga preparada ese capullo!

Justo cuando se disponían a ir hacia el pasillo indicado en el mapa, una risa fría
resonó en la sala, justo como la que describió aquel soldado. Se oyó como un
desgarro y una caída en seco al suelo de algo pesado. Altair encendió su linterna
hacia el foco del ruido y la imagen que alumbró la luz de la linterna le horrorizó. En
el suelo había cuatro No Muertos intentando levantarse, todos con heridas en las
manos y los pies. El suelo alrededor de ellos estaba lleno de sangre seca, con aspecto
más o menos reciente, y encima de ellos había cuatro cruces de metal con aperturas
en las puntas, llenas de sangre. Los No Muertos empezaban a ir en dirección hacia
ellos, y Altair empezó a dar órdenes.

- Yo me encargo de los dos de la derecha. Jack, tú del del centro, y Bolts, tú del de la
izquierda. ¡Ahora!- todos amartillaron el arma con rapidez y dispararon un solo tiro
en la cabeza de los No Muertos, y cayeron como fardos muertos en el suelo. En el
proceso de eliminación de los No Muertos hicieron bastante ruido, y Altair supo que
debían de darse prisa. Gracias a los disparos alertaron a todo el edificio de su
presencia. En esos momentos se oían ruidos por todo el hospital, dando a entender
donde estaban todos los No Muertos de las inmediaciones. Sin saberlo se habían
internado en una ratonera infernal.- ¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder, coño!

Fueron corriendo hacia la puerta que les indicaba el mapa, y Altair la abrió de una
patada, corriendo por el pasillo seguido de Jack y Bolts. Sus jadeos al correr
resonaban en sus oídos, y sabía que no estaban tomando precauciones contra aquel
ser, pero no había tiempo. Se les acababa. No podían saber cuantas trampas o No
Muertos les tenía preparado aquel psicópata, solo avanzaban corriendo hacia las
escaleras, apuntando con sus M4 hacia todas las puertas que veían por el camino.
Justo antes de llegar a las escaleras, Altair vio una cuerda tensa en medio del pasillo,
indicando una trampa. Los demás ni se la olieron. Solo pudo ver a cámara lenta como
los demás estaban a punto de comerse aquella sentencia de muerte.

- ¡Cuidado con la cuerda...!- No sabía si Jack y Bolts le oyeron, pero él saltó la


cuerda. Bolts la saltó, pero Jack no la vio. Nada más destensar la cuerda, de una
puerta a la derecha salió disparado hacia el pasillo un bloque lleno de pinchos que
impactó contra el torso de Jack de lleno, empotrando su cuerpo moribundo en la
pared, llenando de sangre caliente el pasillo.
- ¡Joder, Jack!- dijo Bolts, parando para socorrer a Jack.
- ¡No hay tiempo, está muerto, mierda!- Altair casi perdido los estribos por la pérdida
de Jack. Ni recordaba a cuantas misiones fueron juntos, y volvieron juntos. Esta vez
no sería así. En lo más recóndito de su mente, su instinto de supervivencia se activó e
intentó recuperar el control, con la sangre fría que acumuló en tantos meses de
misiones, en las que eliminó un total de casi diez mil No Muertos. -¡Vamos!

Siguieron corriendo por las escaleras hacia el primer piso, mientras unas lagrimas
silenciosas corrían por las mejillas de los dos. Perdieron a Jack, después de tanto
tiempo, y en una misión que ni siquiera era la que vinieron a cumplir. Por desgracia,
no era tiempo para lamentarse, tenían que encargarse de el hijo de puta que hizo eso.
Le notaban correr unos metros delante de ellos, y tras un vistazo rápido al mapa,
Altair le dijo a Bolts.

- Bolts, sigue adelante, que piense que le seguimos. Yo voy a intentar atajar por otro
camino y sorprenderlo.
- Entendido.- Bolts siguió caminando por el pasillo, más lento que Altair para que
pudiese llegar al pasillo desde la otra parte y atraparlo.

Siguiendo el mapa, fue por otro pasillo a la izquierda, rápidamente pero en silencio,
como aprendió gracias a Elliot en Nuevo Edén. No hacía ningún ruido mientras
avanzaba, y las puertas de las salas iban pasando por su vista mientras caminaba
sigilosamente por ese pasillo. Por el suelo vio bastantes cristales rotos y material
tirado por el suelo, pero nada de No Muertos o algún indicio de que en esa planta
existiese alguno de ellos. Los ruidos que empezaron a surgir por todo el hospital
cuando utilizaron sus armas casi no se oían, y los No Muertos que vivían allí dentro
volvieron a su estado de pasividad, hasta que algo o alguien los atrajese.

Más adelante veía la luz del día a través de la pared del hospital, que en ese momento
no existía. El tiempo y la naturaleza, o la explosión que hace tiempo destruyó parte
del edificio tiraron la pared. En el edificio de al lado estarían Joseph y su equipo,
esperando para intervenir contra el ser que vivía en el hospital, o eso esperaba. Siguió
adelante hasta que llegó a la pared derruida, y siguió un pasillo pequeño a la
izquierda que le llevaría hacia donde estaba Bolts persiguiendo al ser. Nada más
llegar al principio del pasillo lo vio.

Era un hombre pequeño y desnutrido, lleno de mugre y ataviado con un taparrabos


sencillo y negro de suciedad, y con muchísimos granos recorriendo todo su cuerpo.
Era calvo, le faltaban casi todos los dientes y nada más que le vio, ese ser le dedicó
una mirada de profundo terror, con aquellos ojos verde ciénaga de los No Muertos.
Un Mortis en toda regla. El Mortis se sorprendió al verlo, y fue corriendo a cuatro
patas hacia él. Altair disparó una ráfaga hacia él, pero no le dio ni de lejos. El Mortis
le dio un golpe que lo tiró al suelo, mandando su M4 al otro lado del pasillo, y se
lanzó sobre él. Altair lo derribó de un puñetazo en la mandíbula y fue corriendo hacia
su arma. El Mortis le dio una patada en la pierna izquierda y cayó al suelo. En ese
momento Altair supo que no tendría tiempo para llegar hasta la M4, y rápidamente
desenfundó el machete que tenía en uno de los cinturones de su pecho y cuando se
volvió a abalanzar sobre Altair le clavó el machete en el hombro, y aprovechando el
impulso de las dos piernas mandó al Mortis al otro lado del pasillo, donde la pared
del hospital ya no existía.

El Mortis empezó a levantarse lentamente, y se sacó el cuchillo del hombro junto a


un ruido de succión. Cuando el Mortis estaba dispuesto a volver a por Altair, varias
ráfagas de disparos vinieron de fuera y convirtieron al Mortis en un montón de carne
destrozada, llenando de gotas de sangre alrededor suyo. El equipo de Tornado le
salvó el culo, pero no había tiempo que perder. Fue donde estaban los restos del
Mortis y buscó con la mirada a Joseph y su equipo. Los vio en el edificio por el que
los mandó entrar, en la tercera planta.

- ¡Tornado!¿Me oyes?- dijo Altair a voces.


- ¡Alto y claro!
- ¡Bajad abajo e id cogiendo los medicamentos que os tiremos para llevarlos al Jeep!-
Altair solo veía a Tornado y a Kira, y se preguntó donde estaría Suléiman. En ese
momento, Tornado dio un gran salto desde donde estaba hacia Altair. Era un salto de
por lo menos diez metros de longitud, pero Tornado lo hizo como si nada, con Kira
detrás, que siendo una Cyborg podía dar ese salto sin problemas. En ese momento
comprobó un poco del verdadero poder de los Sheriffs.
- ¿Donde está la sala de los medicamentos?- preguntó Joseph.
- A ver...- dijo Altair. Mirando el mapa, comprobó que era una puerta blindada que
estaba a unos metros a la derecha de su posición. En ese momento se oyeron ráfagas
de disparos que disparaba Bolts contra los No Muertos de la planta baja. Los podridos
finalmente llegaron a su nivel.- ¡Tenemos que darnos prisa!
- Altair, yo voy a recoger medicamentos. Te aconsejo que vayas a ayudar a Bolts.- le
dijo Tornado, yendo hacia la sala de los medicamentos.- ¿Y Jack?
- Ha caído. ¿Y Suléiman?
- Más bien ha desaparecido sin dejar rastro.
- Caído, entonces.- dijo Altair, yendo hacia Bolts. Estaba disparando a un grupo
bastante numeroso de No Muertos que avanzaba hacia ellos. No se veía el fondo del
pasillo con todos los No Muertos que eran, y Altair empezó a disparar junto con
Bolts, que se le veía un poco asustado. Altair sabía que a ráfagas de disparos, tarde o
temprano llegarían hasta ellos, teniendo en cuenta que el poder de los No Muertos era
el número. Una turba lo suficientemente grande podía derribar cualquier foco de
resistencia, por muchas armas que tengan. Lamentablemente, aquella era la realidad.
- ¡Escucha, Bolts, voy a tirar unas cuantas granadas! ¡Cuando las lance, nos metemos
en la sala que hay a mi derecha!- Altair cogió tres granadas de un cinturón que tenía
en el pecho, y quitando la argolla a las tres a la vez, las tiró contra los No Muertos. Se
metieron corriendo en una sala que tenían al lado llena de camillas y esperaron la
explosión. Esta llegó a los pocos segundos, destrozando la parte donde cayeron las
granadas, reventando todos los cristales por todo el pasillo y consiguiendo derrumbar
parte del pasillo por donde venían los No Muertos. El ambiente se llenó de polvo, y
empezaron a caer cascotes sobre ellos.
- ¿De donde vienen tantos No Muertos?- preguntó Bolts.- ¡El hospital estaba vacío
cuando entramos!
- Supongo que cuando hemos abierto la sala de los medicamentos se desbloquearon
todas las cerraduras de las jaulas donde tenía el Morti a los No Muertos. El cabrón
tenía muy bien preparado este hospital para que fuese una trampa mortal. ¡Vamos!

Altair y Bolts salieron corriendo de la sala donde se cobijaron de la explosión llenos


de polvo y tosiendo, mientras todo lo que anteriormente existía a su alrededor se
derrumbaba poco a poco. Corrieron hacia la pared derruida por donde Tornado estaba
bajando todos los medicamentos en mochilas y bolsas hasta el suelo, preparados para
saltar abajo. En ese momento apareció Tornado con cuatro grandes mochilas de
médico repletas de medicamentos.

- Son las últimas. Deberíamos irnos ya, no creo que las granadas que les habéis
tirado los retengan mucho. Saltad.- dijo Tornado, señalando el suelo un piso más
abajo desde donde estaban. Tornado recaudó quince mochilas llenas de
medicamentos, más o menos unos trescientos kilos. Por suerte dentro de la sala de
medicamentos encontraron siete mochilas más, y pudieron cargar con todas las
medicinas sin problemas.
- No sé, está muy alto...
- Vamos, no seáis gallinas.- dijo Tornado, saltando abajo con demasiada facilidad.
Altair y Bolts lo imitaron. Altair cayó bien, pero Bolts tuvo la mala suerte de torcerse
el tobillo.
- ¡Mierda, joder...!- gritó Bolts.
- ¡Vamos, apóyate en mí!- dijo Altair, recogiendo a su amigo y andando todo lo
rápido que podían hacia el Jeep. Cuando estaban a medio camino de una ventana a su
lado empezaron a salir No Muertos, que caían como fardos desde el piso por el que
salieron al exterior. Algunos ya se estaban levantando para proseguir su marcha
maldita.
- Déjame aquí, Altair, voy a hacer que nos cojan a los dos.- dijo Bolts, serio. Estaba
dispuesto a sacrificarse, pero Altair no se lo iba a permitir.
- ¡Y una mierda, Bolts, vamos a salir todos de aquí, joder...!- ya había perdido a
varios soldados en esta misión, y Altair se dijo que no perdería a nadie más-
¡Tornado, Kira, cubrid nuestro avance!
- ¡Sí, señor!- Tornado cargó a toda prisa las mochilas de medicamentos en el Jeep y
fue a toda prisa hacia ellos.

Sacó de una funda que tenía una bola de hierro llena de pinchos junto a una cadena
bastante larga, y cuando estuvo al alcance de los No Muertos que salían por la
ventana, empezó a voltear la bola de hierro por encima de su cabeza y golpeando en
la cabeza a todo No Muerto que se cruzaba en su camino. Tornado era un ser
mortífero y no dejó que ningún No Muerto pasase por encima de el. Altair montó a
Bolts en un Jeep sobrecargado de mochilas de medicamentos. Apenas cabían ellos en
el Jeep. La única que parecía cómoda era Kira, y porque era la conductora.

- ¡Vamos, Tornado!- le gritó Altair. Tornado dejó un montón de No Muertos atrás


dirigiéndose hacia él, mientras de un salto se montaba en el Jeep.

Kira aceleró a fondo y se fueron por el mismo camino en el que vinieron, dejando el
hospital atrás. Mientras avanzaban por el camino de tierra, de vez en cuando se oían
pequeños derrumbamientos del hospital. Las granadas que lanzó Altair hicieron más
estragos de los que creían. Se guardó silencio en el viaje, por la pérdida de dos
compañeros, y en esos momentos lo estaban asimilando. Cuando llegaron al
asentamiento donde vivía el soldado perdido de las Casas de la Colina, solo bajó
Altair para darles una bolsa de medicamentos.

- No teníais por qué hacerlo, pero estos medicamentos salvarán a mucha gente de
aquí. Si hay alguna cosa que pueda hacer por vosotros...
- No te preocupes, Adrián. Tenemos ya todo lo que necesitamos para llegar a Nueva
Alhambra. Nos vemos.- dijo Altair despidiéndose. Tenían prisa de llegar a las Casas
de la Colina para seguir su camino hacia el sur.

Cuando llegaron a las Casas de la Colina, nadie les estaba esperando, y su llegada
alertó a todo el asentamiento. Les abrieron rápidamente y les recibieron con vítores y
saludos afectuosos. Cuando llegaron al centro de las Casas de la Colina, les estaba
esperando Eddie. Nada más bajar todos del Jeep, fue hacia Altair. Al ver que no
estaba todo el grupo, preguntó.

- ¿Cuantas bajas?- preguntó Eddie con gesto serio.


- Dos, y un herido. Se va a tener que quedar aquí.
- ¡No!- dijo Bolts. Quedarse atrás no era nada bueno, significaba que posiblemente
se quedaría allí años hasta que surgiese la oportunidad de volver a Nuevo Edén.
- Lo siento, Bolts, pero tu salud es lo primero. Te prometo que en cuanto cumplamos
con nuestra misión te vendré a buscar yo mismo.
- Vale.. me fío de tu palabra, Altair.
- Cuidaremos de él, no te preocupes.- dijo Eddie de manera afectuosa.- Y lamento
vuestra pérdida. Tendréis toda la munición prometida y nuestro eterno
agradecimiento.
- Te agradecemos que cumplas tu palabra, Eddie, pero tenemos que irnos cuanto
antes. Es mediodía y queremos aprovechar todas las horas de luz posibles.
- Si, lo entiendo, pero al menos venid a mi casa a comer algo rápido, debéis de estar
cansados. Además, tengo que haceros otra petición, si no os importa.
- De acuerdo, entonces.- Altair ya se estaba cansando de la jeta que tenía aquel
personajillo. No solo perdieron a dos buenos hombres, sino que encima les quería
pedir otro favor. Altair estuvo tentado de dejar plantado a Eddie en ese mismo
momento, pero se acordó que ellos también servían a AllNess, y se guardó su enojo.

Altair y su equipo siguieron a Eddie hacia su casa, mientras todos los habitantes de
las Casas de la Colina les seguían y les daban la mano, agradeciéndolos que les
trajesen las medicinas que tanto necesitaban. Cuando entraron en la casa de Eddie,
había una mesa con dos platos y comida.

- Vosotros dos.- dijo Eddie señalando a Bolts y a Kira.- Si no os importa, quiero


hablar con Altair y el Sheriff a solas.
- En absoluto.- dijo kira.
- Por mí bien...- dijo Bolts.
- Seguidme, por favor.

Altair no pudo evitar desconfiar de Eddie, dejando solos a Kira y Bolts en manos de
sus hombres, que podían hacer con ellos cualquier cosa, pero inmediatamente lo
tachó de su mente. Ambroz se portó estupendamente con ellos, y Eddie era amigo
íntimo de Ambroz. Era imposible que intentase nada contra ellos. Le siguieron hasta
su sala de estar del piso de arriba, donde les esperaba el almuerzo. Se sentaron y
comieron en silencio, sin que Eddie dijese nada. Altair se preguntaba qué diablos iba
a pedirle Eddie. Como fuese otra misión mandaría a Eddie a tomar por el culo, sin
miramientos. Justo cuando terminaron de comer los guió hasta su despacho, donde se
sentaron en unas sillas de terciopelo muy cómodas. La mesa de Eddie estaba llena de
papeles y justo atrás suyo Altair vio una mesa alta que estaba llena de fotos, casi
todas de antes del Apocalipsis. Su familia, amigos, gente que conoció a lo largo de su
vida... en este momento casi todos muertos. Altair se fijó en varias fotos que parecían
recientes, en las que posaban un hombre y una mujer juntos en varios paisajes. En un
puente sobre un río, abrazados juntos posando para la foto, otra en una colina al lado
de un estanque y otra más en esa misma casa. El hombre le reconoció. Era Ambroz.
Y la mujer era una chica de mediana estatura, con una cortina de pelo negro hasta la
cintura, muy guapa. Lo que más le inquietó de aquella chica eran sus ojos, del color
verde ciénaga de los No Muertos.

- ¡Vaya! No sabía que Ambroz tenía novia... es guapa.- dijo Altair, señalando las
fotos para que Tornado se fijase.
- ¡Eh! Conozco a esa chica... ¡Es Tormenta! Ahora comprendo muchas cosas...- dijo
Tornado, pensativo. Altair intentó ahondar en la mente de Tornado, aun sabiendo que
no podía hacer tal cosa. No obstante, quiso saber en qué pensaba Joseph. En la foto
no mostraba nada fuera de lo corriente, solo a dos personas abrazándose. Quizás un
poco con demasiado cariño para ser conocidos simplemente.
- Da la casualidad de que por ese motivo os he traído a mi despacho. El cargo de
Tormenta como Virreina de España la impide venir aquí, con Ambroz. Por si no lo
sabéis, soin pareja de manera extraoficial. Lo mantienen en secreto, pero a mí no me
engañan. Además cuando se lo pregunté a Ambroz me lo confirmó, pero que esto
quede entre nosotros...- dijo Eddie. No quería que Ambroz se enterase que había
revelado su secreto al equipo de Altair.
- Descuida, eddie. Aún no nos ha dicho qué quiere.- dijo Altair, apremiando la
conversación.
- He pensado que como Tornado es un Sheriff de AllNess, podría sustituir a
Tormenta como Virreina de España para que puedan estar, Ambroz y ella juntos en el
Bastión de la Abundancia. Eso es lo que quería pediros, si podéis hacerlo. Ambroz se
merece ser feliz. Si no llega a ser por su rápida actuación en la época del Apocalipsis,
muchos de los que estamos vivos hoy no estaríamos aquí. Bueno... ¿Qué me decís?
- Le digo que no va a ser problema, Eddie.- dijo Tornado.- Da la casualidad de que
me enviaron con el equipo de Altair a España con ese propósito, el de suplantar a
Tormenta como Virreina de España. Hace un tiempo que no contesta a las llamadas, y
por lo visto nos han llegado noticias de que ha estado enferma bastante tiempo, o al
menos no la ha visto nadie. Es muy extraño, porque soy científico y sé que a los
Sheriffs no nos afecta casi ninguna enfermedad humana. Nuestro sistema
inmunológico es casi indestructible, por eso me resultó extraño que haya estado
enferma. Cuando llegue a Nueva Alhambra, Tormenta podrá venir aquí con Ambroz,
te lo prometo.
- ¡Un momento!- dijo Altair bastante alterado.- Así que era por eso que Elliot te
asignó a mi equipo. ¿Y los demás qué? ¿Tienen algo que ocultar también? Más te
vale que haya más comunicación entre nosotros, sino vamos a tener un problema muy
gordo.
- Elliot me ordenó que no dijera nada, al menos hasta llegar a la península. - dijo
Tornado, sin alterarse como Altair.- Luego me pareció que no tenía mucha
importancia porqué vine a España, y no dije nada sobre el tema. Te pido disculpas por
no contarte nada, lo siento de veras. Kira y Suléiman fueron los que mejor puntuación
sacaron en las pruebas. Bueno, Kira no, fue seleccionada por ser Cyborg, y ya has
visto lo útil que es tener en el equipo un Cyborg.
- Si, bueno...- Altair detestaba que le ocultasen cosas, y además cosas tan importantes
como esas.- Pero que no vuelva a pasar.- Advirtió.
- ¡Entonces todo arreglado!- dijo Eddie con una sonrisa.- Cuidaremos a Bolts como
si fuese uno de los nuestros, eso tenlo por seguro.
- Muchas gracias, Eddie.
- Es lo menos que puedo hacer. ¿Os hace falta algo más, antes de que os vayáis?
- Nos has dado munición, creo que con eso...- Altair en ese momento se acordó de
una cosa.- ¿No tendrás un mapa fiable para llegar a Nueva Alhambra?
- ¡Claro que sí! Esperad...- empezó a rebuscar entre sus archivos hasta que encontró
varios mapas.- Aquí tenéis uno de España, marcado con la ruta, y aquí uno de Sevilla.
Hay que seguir una ruta específica para no pasar por medio de la ciudad. Está
marcada, no os preocupéis. Aparte de eso, es ir por autovía todo el camino, no creo
que tengáis problema...
- Gracias por todo, Eddie. ¡Y dale recuerdos a Ambroz cuando lo veas!- dijo Altair,
despidiéndose de Eddie.
- Tranquilo, se los daré. Y que tengáis un buen viaje.

Y en cinco minutos estaban yendo con todo el cargamento de suministros hacia el sur
de España, mientras las casas de la Colina se perdían en la distancia.
27. MATTHEW

“Este último año ha sido de locos.” pensó Mat. Desde que partió de Cuxhaven en
barco estuvo en un estado de nerviosismo constante, sin saber lo que pasaría al
siguiente día en la travesía por mar en el barco de aquel borrachuzo. Temió cada
segundo del viaje no llegar a Islandia a salvo, pero tras dos semanas y media de
navegación, llegaron a la ciudad de Reykjavik. Les sorprendió una tormenta a
cincuenta kilómetros al norte de las Islas Feroe, que casi los manda al fondo del mar.
Después de la tormenta, al amanecer, tuvieron medio día de duro trabajo por la borda,
y entre Mat y el capitán del barco pudieron conseguir que no se fuesen a pique.
Cuando pasaron el temporal, debatieron si parar en aquellas islas a ver si habían
sobrevivido a la infección, y llegaron a la conclusión de no parar, por si acaso. Si la
infección llegó a las islas, cosa que era muy posible, parar sería un error. Las islas
Feroe, dado su pequeño tamaño y su situación con respecto al globo terráqueo, era
mucho más posible que a los supervivientes como ellos se les ocurriese la idea de
refugiarse allí, con la consecuencia de poder llevar sin saberlo infectados a la isla y
conseguir que ya no fuesen un sitio seguro. Islandia estaba mucho más lejos, y era
más posible que la infección todavía no afectase a la isla.

En Reikjavik les recibieron con temor, pues conocían lo ocurrido en toda la tierra, y
Mat, gracias a un traductor del idioma, explicó de donde venía y con qué propósito.
Les llevaron ante el mismísimo presidente de Islandia y Mat explicó con sumo detalle
por todo lo que pasaron hasta llegar allí.

Nada más que Mat tuvo acceso a un ordenador estudiaron detenidamente el disco
duro que le dio Joseph e iniciaron un protocolo de emergencia, y todas las
poblaciones de Islandia se dotaron de una gran muralla e inspecciones a todos los
habitantes para prevenir la infección, con unos resultados del cien por cien de
eficacia, o sea, ningún infectado. En esos días llegaron a las costas de Islandia
muchos barcos, y tuvieron que poner en cuarentena a todos aquellos que quisiesen
formar parte de los habitantes de la isla. En total, llegaron unas dos mil personas del
continente, junto con cien infectados, que eliminaron gracias a los protocolos de
cuarentena.

Dado que Islandia era casi independiente en todos los sentidos, tanto en el sector
energético como en el sector de agricultura y ganadería, ningún habitante pasó ni
hambre ni sed, y el último año fue para los Islandeses casi igual que el anterior,
quitando el hecho de que casi todos los productos de exportación dejaron de llegar,
como la Coca-Cola, la gasolina, películas, series televisivas, productos alimenticios
únicos de algunos países del sur... El mundo era en ese momento un yermo lleno de
muerte y destrucción, y ya no existía nadie que comercializase con esos productos.
Pero por mucha escasez que hubiese de esos productos, los Islandeses se sentían
afortunados por sobrevivir al Apocalipsis con tan pocas víctimas entre los suyos.

A Matthew, gracias el excelente trabajo con el que contribuyó a la supervivencia de la


isla, lo nombraron supervisor jefe del protocolo de emergencia, y su trabajo consistía
en ir de localidad en localidad una vez cada dos meses a revisar cómo llevaban la
protección de las localidades. Además, disponía de ver los datos del disco duro
cuando quisiese. Al fin y al cabo era suya gracias a Joseph, y nadie quería quitarle
algo que fuese de su propiedad.

A los varios meses del primer brote, los Islandeses se dieron cuenta de que no podrían
acoger a más personas de fuera si no querían ver cómo peligraba su subsistencia. Una
de las primeras medidas que se habían tomado después de aprobar el amurallamiento
de todas las localidades de Islandia fue el no aceptar a ningún barco más procedente
del exterior, ya fuese con infectados o sin ellos. Todo barco que se acercase a cinco
millas náuticas de la costa recibía un aviso, y si en el plazo de un minuto no
respondían o no surgía ningún cambio en su ruta, se procedía al bombardeo y
hundimiento del barco. Varios barcos intentaron entrar en Islandia, y casi todos dieron
la vuelta, menos alguno que hacía caso omiso a las advertencias de los guardacostas.
Todos esos barcos fueron hundidos, y aunque mucha gente no apoyaba esta decisión,
no se decía nada sabiendo cuales podían ser las consecuencias de dejar desembarcar a
las múltiples avalanchas de refugiados que atestaban aquellos barcos.

En Reikjavik, un año después del comienzo de la plaga, se enteraron de que las Islas
Feroe también sobrevivieron al Apocalipsis, para sorpresa de Mat, pues pensó parar
allí en su viaje para repostar. Islandia, desde que supo la noticia, ayudó a sus vecinos
para llevar mejor la escasez de suministros en aquellas islas. Cada mes les enviaban
un barco repleto de alimentos, sin cargos de ningún tipo. El objetivo en esos
momentos era ayudar, y eso los Islandeses lo hacían muy bien. Mat, en el poco
momento que llevaba en Islandia, pudo descubrir la amabilidad y la simpatía de
aquella gente, y después de un año viviendo en aquellas islas, se sintió como un
Islandés más.

Matthew y Zelda se casaron al poco tiempo de llegar a Islandia, en el viaje hacia la


isla se enamoraron y decidieron casarse nada más llegar. Como regalo de bodas, el
gobierno de Islandia les dio un lujoso apartamento en la zona centro de Reykjavik.
Había pasado un año y medio desde que empezó el Apocalipsis, y casi nada desde
que llegaron a aquel apartamento había cambiado. Ese día Mat se levantó de la cama,
se aseó y se preparó para ir a trabajar. Hoy empezaba su ronda por toda Islandia, que
duraría una semana. Zelda se levantó de la cama y lo miró desde la puerta de la
habitación con una sonrisa. Llevaba puesto un camisón rosa claro y una barriga
grandísima apretaba el camisón. Zelda estaba embarazada de siete meses. El la miró
también con una sonrisa.

- ¿Qué tal te has levantado?- preguntó Mat.


- Me ha despertado él, ya sabes.- el bebé ya pataleaba dentro de su interior. Nacería
en unas semanas.- Será un niño espléndido, seguro.
- Eso no lo pongas en duda, cariño.- Fue hasta ella y la besó. Desayunaron juntos en
la cocina, y cuando terminaron de desayunar Mat se fue a vestir para irse a su viaje de
trabajo.- Seguramente no esté aquí para el nacimiento del niño, y espero que me
perdones por ello.- dijo, acariciando la barriga de Zelda. El niño dio una pequeña
patadita, que Mat sintió. Zelda puso una pequeña mueca de dolor.
- Es tu trabajo, lo entiendo.- dijo Zelda. Siempre había comprendido que Mat tuviese
que hacer ese viaje por toda Islandia, sin poner ninguna pega. Nunca habían tenido
ninguna discusión, y siempre que había un problema habían sabido hablar y llegar a
una solución entre los dos. Mat se sentía muy afortunado por tenerla.- Pero ten
cuidado, ¿Vale?
- Tu padre se sentiría orgulloso de ti.- dijo Mat.
- Lo sé, pero... me gustaría saber qué fue de él.- dijo Zelda bastante triste.
- Te prometo que si algún día hacemos incursiones al continente, intentaré ir a la
granja a ver qué pasó. A lo mejor escapó, nunca se sabe.
- Gracias por darme esperanzas, cariño.- dijo Zelda, besándolo. En ese momento
sonó el teléfono.
- Voy a ver quien es.- dijo Mat. Fue hasta el teléfono y lo cogió.- ¿Diga?
- ¿Mat? ¿Señor Matthew?
- Si, soy yo.
- El presidente le convoca en su residencia de Reykjavik.
- Pero voy a empezar mi ronda por todo el país...
- No se preocupe por eso. Lo hará otro. Tiene otra misión, lo ordena el presidente.
Preséntese en su residencia dentro de una hora.
- Si, señor.- dijo Mat, extrañado con esta nueva orden.
- ¿Quién era?- preguntó Zelda desde la cocina.
- Alguien que hablaba en nombre del presidente. Me convoca en su residencia dentro
de una hora. No se qué querrá, la verdad.- Admitió Mat. Era muy extraño que alguien
lo llamara en nombre del Presidente. Siempre que quería algo de él, lo llamaba por
teléfono en persona, y con gesto afable. Este hombre le habló con tensión en su voz, y
con un tono que no admitía discusión. Muy extraño.
- Date prisa, no le hagas esperar, ¿Vale? Ya sabes como es. Luego me cuentas qué te
quería.
- Bien...- dijo Mat, dando un beso de despedida a Zelda.

Mat bajó hasta el aparcamiento subterráneo, donde tenía su bici con la que se
desplazaba por toda la ciudad. El ahorro energético era primordial, y casi toda la
gente que vivía dentro de la ciudad se desplazaba en bici. Nada más salir sintió el frío
helador que siempre reinaba en la isla, dada su cercana situación al Polo Norte.
Desde que llegó allí no recordaba ningún día sin su abrigo. Tardó media hora en
llegar a la residencia del presidente, un gran palacio amarillo y con un gran jardín
situado en una zona verde del centro de Reikjavik. Cuando estuvo ante las grandes
puertas de la mansión enseñó su carnet de identidad a unos guardias que estaban
apostados en la entrada y le dejaron pasar. El presidente, según le dijo aquel hombre
tan borde, le esperaba en una sala de reuniones en la planta baja. Por dentro el palacio
estaba todo forrado de madera, al menos las paredes, y el suelo era de granito pulido.
Todo estaba lleno de cuadros y vio, como siempre, muchos mayordomos yendo de
acá para allá en sus quehaceres diarios en el palacio. Cuando llegó a la sala que le
indicaron, llamó a la puerta.

- Pase.- Le dijo la voz del presidente desde dentro. Era un hombre de unos cincuenta
años, calvo y con un bigote recortado de color gris. Era bajito y flaco, y lucía un traje
de etiqueta bastante elegante. Mat lo conocía bastante, y sabía que era buena persona.
Por lo menos a él por ahora no le trataba mal.
- Señor, me han llamado hace una media hora para que me presenta ante usted.
- ¡Por supuesto! Me imagino que querrás saber por qué ahora, cuando estás a punto
de empezar tu ronda por el país para ver si todo se está haciendo correctamente.
- Sí que me lo pregunto, la verdad.- admitió Mat, encogiendo los hombros.
- Claro, claro... Siéntate.- dijo el presidente Jòn. Mat se sentó en una de las sillas
aterciopeladas que había en el despacho de Jòn, enfrente de él.- Te he citado para
darte una nueva misión, algo bastante diferente. Sabes que no hemos establecido
comunicación alguna con nadie desde el apocalipsis, excepto con las Islas Feroe, con
las que mantenemos una fuerte amistad.- Mat asintió.- Finalmente, alguien ha
decidido ponerse en contacto con nosotros. Reino Unido ha sobrevivido al
apocalipsis, y quiere establecer una alianza con nosotros. Yo mismo les he dicho que
lo único que queremos es que nos dejen en paz, pero insisten. Me han prometido
cincuenta mil toneladas de petróleo a cambio de nuestra amistad. Solo eso. Nada más
a cambio. ¿Qué opinas, Mat?
- Que no necesitamos ese petróleo, pero que nos haría la vida más fácil. También eso
me huele a chamusquina. ¿Porqué nos iban a dar petróleo solo por ser amigos? Es
ridículo. Ahora, más que nunca, creo que ese líquido cuesta una gran fortuna, y darlo
regalado... Me parece extraño.
- Correcto, por eso he aceptado en mandar a alguien a conocer los propósitos que
tienen con respecto a nosotros. He contactado con ellos y les he dicho que hoy mismo
mandaría un avión con un emisario para concertar los términos de nuestra alianza. He
pensado en ti, Mat. Sé que tienes un gran currículo como guardaespaldas, y unos
conocimientos excelentes de cómo funcionan los militares. Coincidirás conmigo en
que en estos momentos de escasez de efectivos eficientes eres único.
- Lo sé. Pero por favor, señor, mi hijo está a punto de nacer y... quiero estar cuando
nazca. Espero que lo comprenda.
- Lo siento, Mat, pero solo tengo gente que chapurrea el inglés, y siendo tu lengua
original... además eres militar, y te entenderás mejor con ellos. Te prometo que
estarás aquí como mucho en una semana. Solo es entablar unos pactos y blablablá,
nada de lo que preocuparte. Zelda creerá que estás dando tu paseo por la isla, y
además estarás con ella en menos tiempo. Vamos, no me defraudes, Mat. Siempre me
has servido fielmente.
- Lo haré, señor, si es su voluntad.- dijo Mat, con voz monocorde.
- Lo es. Tendrás una paga extra por eso, si te sirve de consuelo. Además, he pensado
un buen regalo para el crío cuando nazca. Estarás aquí en nada, y celebraremos su
nacimiento por todo lo alto, ¿Qué me dices?
- Vale, señor.- dijo Mat sonriendo.- Le tomo la palabra.
- Tu vuelo saldrá en media hora.- dijo Jòn, sonriendo y tendiendo a Mat la mano.- Te
llevarán al aeropuerto en coche, deja aquí tu bici. Alguien se encargará de llevártela a
casa.

El coche le esperaba aparcado en la acera que rodeaba el palacio, justo enfrente de la


entrada. El vehículo era un Yaris gris que lo conducía un hombre grande con traje
negro y mientras se alejaba de la mansión, el presidente salió afuera y se despidió con
la mano de Mat. El camino hasta el aeropuerto fue corto, al no existir casi vehículos
circulando por la ciudad, y solamente tuvieron que esquivar varios grupos de bicis,
que en esos momentos era el vehículo de transporte principal de la isla. El aeropuerto
también estaba muy silencioso, porque ya llevaba más de un año sin salir ningún
avión. Todavía mantenían los aviones a punto como el primer día por si tenían que
disponer de ellos. Nunca se sabe, y menos en estos tiempos de constantes peligros. A
Mat lo guiaron hasta un avión pequeño y bastante raro y que parecía tener pocas
plazas. Un símbolo, también extraño adornaba el casco del avión, tres triángulos
unidos con un círculo en el centro y otro rodeando los triángulos, donde cada
triángulo apuntaba al círculo central, y una gran Te ornamentada en medio del
símbolo.

- ¿Qué significa ese símbolo?


- Usted es Mat, ¿No?.- dijo un hombre uniformado de negro y con ese mismo
símbolo adornando su pecho izquierdo.- Sígame, por favor. Es el símbolo del
Trípode, la bandera que ha unido a medio mundo contra la epidemia. Reino Unido
forma parte del Trípode, y si la entrevista que tenga con el primer ministro de Reino
Unido sale como es previsto es muy posible que Islandia forme parte de él, con todas
las ventajas que eso supone.- Le explicó aquel hombre.

Entraron en el avión, que se componía de diez asientos, muy lujosos y espaciosos. El


avión despegó rápidamente y en un momento, según lo que vio Mat alcanzaron una
velocidad asombrosa.

- ¿Qué es este avión?- preguntó Mat. Nunca había visto un avión ir a tal velocidad.
- Es un nuevo modelo de avión supersónico que sirve para viajes largos con pocos
viajeros. Se ha aligerado peso y modificado para que pueda alcanzar más velocidad
que los antiguos aviones supersónicos. Además tiene una autonomía mucho más
grande, casi el doble que los aviones antiguos. Y son mas seguros. Póngase cómodo.
Tardaremos una hora más o menos en llegar a Londres. Si necesita algo solo tiene
que pedirlo, señor Matthew.

Mat se sentó en uno de los asientos del centro, solo, siendo el único pasajero del
avión junto con dos guardias de seguridad y el piloto. A los tres cuartos de hora
empezaron a ver tierra, el piloto aminoró la marcha y descendió un poco.

- Llegaremos en quince minutos, señor Matthew. Ahora estamos frente a la costa de


Escocia.

Mat miró por la ventanilla de su asiento y se puso a observar el paisaje con unos
prismáticos que le prestó uno de los soldados. Desde el avión, gracias a los
prismáticos, veía granjas con animales y granjeros en sus quehaceres diarios, y
pueblos ajetreados rodeados por una muralla. Pasaron por pequeñas ciudades, llenas
de gente, y algunos coches circulando. Desde que vio la primera ciudad, no paró de
observar pequeñas ciudades por donde pasaban, todas amuralladas, lo más extraño es
que veía gente tanto dentro como fuera de las murallas. Mat no pudo distinguir si
llevaban escolta o si no. Era asombroso.

- Disculpa.- le dijo al hombre que le atendía.- ¿Llevan escolta ahí abajo los que salen
de las murallas?
- Normalmente no. Nosotros estamos más cerca del continente y tuvimos que tomar
medidas más drásticas.
- ¿Como cual?
- A ver...- dijo aquel hombre, intentando recordar.- Se tomaron muchas, pero una de
ellas, yo creo que la más acertada, fue bombardear todos los puertos cercanos a
nuestras costas, para evitar que llegasen los infectados por barco. Todos los puertos
del norte de Francia y los Países bajos son un montón de cenizas. Si no llegamos a
hacer eso nos habría sido imposible impedir que miles de barcos asediasen nuestras
costas, y en los que seguro había cientos de infectados. Por lo que tengo entendido,
vosotros también habéis eliminado algún que otro barco. Vaya, casi hemos llegado,
ahí está Londres.

Mat no necesitó utilizar los prismáticos para ver la gran urbe que se extendía a sus
ojos. Debían de vivir allí por lo menos ocho millones de personas.

- ¿Cómo...cómo podéis mantener esto? Es... ¡Imposible!


- Muy fácil. Racionando los alimentos y cultivando toda tierra fértil que hay en la
isla, haciendo alguna que otra incursión al continente... también mandamos a mucha
gente a repoblar bastiones que tenemos por todo el mundo. Las islas no pueden
mantener a la población de la isla sin tener suministros del exterior. Actualmente hay
la mitad de población que antes del Apocalipsis, unos treinta millones de habitantes.
Por eso queremos entablar relaciones con otros países que se hayan librado del
Apocalipsis. Podemos ayudarnos mutuamente, ¿Comprende?
- Si, comprendo...

Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow, con unas fuertes medidas de seguridad, y


el hombre que habló con Mat casi todo el camino le dijo que no se separase de él en
todo momento. Un montón de periodistas, guardias de seguridad y empleados del
aeropuerto les seguían, y se separaron de ellos cuando montaron en un Chevvrolet
Captiva negro que les llevaría hasta su destino. Estaban cruzando todo Londres
cuando Mat le preguntó.

- ¿Donde vamos exactamente?


- Al palacio de Westminster. Es la residencia actual de nuestro nuevo primer
ministro, Lord Walter. Seguro que le cae bien, es un buen hombre.
- Seguro.- dijo Mat.

Pasaron por toda la urbe de Londres, casi sin tráfico, y con mucha gente recorriendo
las calles, montados bicis o utilizando transportes que no requerían petróleo, como
vehículos eléctricos. Pasando un puente divisaron el gran palacio de Westminster, tal
como Mat lo vio innumerables veces en fotogracías, sin ningún cambio. Era un
edificio sorprendente, grandísimo y bello. La torre del reloj se erguía orgullosa hacia
el cielo, y la Torre Victoria también despuntaba hacia las nubes, imparable. Mat se
sentía afortunado de visitar un patrimonio de la humanidad que aún estaba en poder
de los humanos, quizás el único que no estaba asediado por los No Muertos.
Aparcaron cerca de la Torre Victoria, y su ayudante le guió por todo el palacio hasta
las dependencias del primer ministro. El palacio era tan extenso como parecía por
fuera, sin duda. Mat, calculando el tiempo mentalmente, notó que el camino hacia las
dependencias del primer ministro duró más que el viaje del aeropuerto al palacio.

Con un gesto en la mano su acompañante le indicó a Mat que entrase sin llamar. Las
dependencias del primer ministro, o lo que vio de ellas mientras abría la puerta, eran
espléndidas. Mat se encontró segundos después en un salón muy decorado con
jarrones, sillones y demás cosas, y todas las paredes estaban cubiertas de librerías
llenas de libros de todo tipo. Lord Walter estaba sentado en uno de los sillones, y no
se le veía, pero cuando sintió que Mat estaba dentro de la habitación se levantó y
pudo verlo con claridad. Era un hombre un poco obeso, pasados los cincuenta, con
pelo largo y color marrón con bastantes canas, junto con una barba tupida y rizada del
mismo color que su cabello. Vestía un esmoquin negro y tenía un clavel puesto en
uno de los bolsillos de la chaqueta. Nada más verlo sonrió. Parecía un buen hombre.

- Celebro que haya venido, señor Matthew. Por favor, siéntese.- Le señaló uno de los
sillones al lado del suyo.
- Gracias, señor.- Mat se sentó en uno de los sillones.
- Entonces, ¿Qué tal les va a los Islandeses, Mat?- dijo Lord Walter, ya sentados los
dos.- Tengo entendido que muy bien, incluso mejor que a nosotros, sus vecinos
Ingleses.- dijo Lord Walter con una sonrisa.
- No exagere, señor...- Y Mat le contó todo lo relativo a Islandia, desde cómo
mantenía la economía hasta los progresos y adecuaciones de la agricultura, ganadería
y pesca. Y por supuesto, le habló del disco duro con el que gracias a los datos que
guardaba en su interior sobrevivieron al apocalipsis.- Me lo dio Joseph, de la antigua
AllNess, y gracias a él hemos podido sobrevivir todos estos años.
- ¿El disco duro de Joseph, el Sheriff de AllNess?- dijo Lord Walter, mirándolo
atentamente.
- Si, supongo... ¿Hay algo de malo en ello?
- ¡Nada de eso, es una excelente noticia! Tengo también entendido, corrígeme si me
equivoco, que andáis algo escasos de petróleo. Para alimentar un país de sesenta
millones de habitantes hemos tenido que hacer un racionamiento severo en cuestión
al petróleo y demás suministros, y enviar gente a otros bastiones en los territorios del
Trípode, pero estoy dispuesto a darte sesenta mil toneladas de petróleo sin refinar.
- Es una gran suma. ¿Cómo le queda tanto petróleo después de que haya pasado un
año del apocalipsis?- preguntó Mat. Esa pregunta se la hgizo innumerables veces en
todo el viaje. ¿Donde ha podido conseguir Lord Walter tanta cantidad de petróleo? Y
encima desprenderse de él sin pestañear...
- Tengo alguien que me lo suministra. Dejémoslo ahí.- dijo Lord Walter con una
sonrisa.
- ¿Y qué quiere a cambio?- la pregunta del millón, pensó Mat.
- Dos favores, por parte de ti. Uno, que vayas en avión hasta España, al Aeropuerto
de Barajas, cuando nos llegue la señal. Tenemos que recoger a un gran amigo mío en
cuanto cumpla unos cuantos tratos. ¿Sabes pilotar un avión pequeño?- le preguntó
Lord Walter.
- Sin problema, señor. Pero, ¿Por qué yo? Seguro que tiene a gente más especializada
a su disposición...
- Es cierto, pero quiero que vayas tú. El Gran Líder seguro que quiere conocerte en
persona. Es el hombre más importante del mundo actual, te lo garantizo... Y además,
podrás entablar amistad con él, con las ventajas que eso supone.- A Mat le estaba
empezando a mosquear eso de las ventajas que suponen las cosas... no paraban de
repetirlo aquellos tipos. Pero ir a recoger a alguien y traerlo de vuelta como si fuese
taxista era un juego de niños.
- Bueno, no veo porqué no hacerle este pequeño favor.
- ¡Excelente! Y dos. Cuando llegues quiero hacerme una copia de los datos de tu
disco duro, si no te importa.
- En absoluto, señor. Todo sea por el bien de la humanidad. Pero solo después de que
vuelva, si no hay inconveniente.
- Por supuesto, por supuesto que no hay inconveniente...- dijo Lord Walter con una
sonrisa, y estrechando la mano a Mat.- Hasta que nos llegue el aviso, te quedarás
como huésped mío, en este palacio. Tendrás una habitación para ti solo y comerás y
cenarás conmigo todos los días. No te preocupes de nada, el aviso tiene que llegar en
un par de días, vas a ver como nos lo pasamos bien. ¡Ben!- Entró el ayudante de
Mat.- Enséñale a Mat sus aposentos y luego dale un paseo por la ciudad. Quiero que
disfrute de su estancia en Londres.
- Si, señor. Señor Matthew, acompáñeme, por favor.- dijo aquel ayudante tan
educado.
- Adiós, Lord Walter.- dijo Mat, muy agradecido.
- Hasta luego, Mat.- se despidió Lord Walter.

Nada más salir Mat de la habitación de Lord Walter, éste se fue hasta su ordenador, y
empezó a teclear rápidamente en el. Tardó varios minutos, y gracias a su conexión
con la red Baelnius, contactó con el Gran Líder.

- Espero que me molestes por algo importante, Walter. Tenemos problemas en


España, y acaban de llamarme para darme las malas noticias. Estoy un poco enojado,
te recomiendo que lo que digas sea música para mis oídos...- dijo el Gran Líder con
voz amenazadora.
- Vaya que si es música, señor. La mejor que puede escuchar en estos momentos,
créame.
- ¿Y bien?- dijo el Gran Líder, impaciente.
- Ya he forjado una alianza con Islandia.
- ¿Y qué me quieres decir con esto, gordo estúpido? Es lo que te ordené hacer. Si
aceptaban bien y si no, eliminar el problema. No veo qué tiene eso de importante,
Lord Walter.
- Es que hay más, señor. ¿Qué Sheriff está persiguiendo Dex en España?
- A Tornado, ¿Por qué?
- ¿Ese Tornado no será por casualidad Joseph Strauss?
- ¡Qué listo eres!- dijo el Gran Líder con desprecio.
- ¿A que no tiene su disco duro?- dijo Lord Walter con una sonrisa.
- ¿Cómo... como coño sabes eso?- dijo el Gran Líder, asombrado de que Lord Walter
poseyese esa información.
- Porque al hombre que han enviado desde Islandia lo tiene, me lo dijo. El disco duro
de Joseph, lo llamó. No sé como, pero lo tiene, según él. ¿Usted qué opina, señor?
- Que no tiene ninguna razón para mentir. Es muy probable que sea así.
- Y además he hecho un trato. Le doy un poco de petróleo y luego me dejará hacer
una copia de su disco duro, sin reservas.
- Por eso eres uno de los pilares el trípode. Eres un negociador nato, Walter. De un
plumazo, Islandia nos apoya, conseguimos un asentamiento casi imposible de
alcanzar y conseguimos uno de los discos duros que custodian los Sheriffs.

Y en ese momento, Lord Walter se empezó a reír a carcajadas, y el Gran Líder le


siguió, riéndose los dos al unísono.
28. BRIAN

Mientras se vestía de forma apresurada con la ropa que le trajeron los del hotel, Brian
había decidido quedar con Jessica en la puerta del Sueño de Apofis, para no tener que
perderse por La Roca y llegar tarde a su cita, y cuando se vistió completamente, antes
de asearse, llamó a Jessica por teléfono para decirla donde se alojaban. Brian pensó
que era mucho más fácil que Jessica fuese a buscarlo, porque se conocía mejor la
ciudad que él, que corría el riesgo de perderse nada más dar dos vueltas. El atuendo
de Brian resultó ser una camisa blanca de botones y unos vaqueros grises oscuros
bastante elegantes, mas unos zapatos negros. Bajó a la puerta a esperar a Jessica, que
no tardó mucho en llegar andando. Brian se quedó mudo de lo súper arreglada que
estaba Jessica. Brian nunca la había visto tan arreglada, su pelo rubio liso le caía
hasta la cintura, su vestido de cuerpo entero era de color crema brillante, y la falda
del vestido le llegaba hasta la mitad de los muslos. Jessica miró con sus ojos azules a
Brian, que estaba como una estatua.

- ¡Al menos di algo!- dijo Jessica, sonriendo.


- Estás... estás guapísima.- dijo Brian, trabándose.
- Muy original. Anda, acompáñame.- dijo Jessica, entrelazando su brazo izquierdo
con el brazo derecho de Brian.

Jessica guió a Brian por el primer anillo, recorriendo una gran avenida llena de gente
comprando en las tiendas, y algunos la saludaban. Por lo que vio Brian, Jessica era
muy conocida, dado que vivía en la zona centro y era la secretaria de Harry. Una
señora mayor paró a Jessica para hablar.

- Jessica, hija mía, ¿Qué tal estas?


- Muy bien, señora O´Conner. Veo que usted también está bien.
- Si, hija mía. Me voy recuperando de la espalda, más o menos. ¿Y quién es este
chico tan apuesto?- dijo la señora O´Conner, sonriendo.
- Se llama Brian. Le conocí hace un tiempo, y Sombra lo ha vuelto a traer de vuelta
desde donde estaba refugiado.
- Sombra... - dijo la anciana, aterrada.- Ten cuidado con ese hombre, hijo mío, es la
muerte personificada.
- Descuide, señora.- dijo Brian, restando importancia a su compañero Sombra.
- Ya basta, señora O´Conner. Está asustando a Brian.- dijo Jessica mirando a Brian,
que empezaba a sentirse un poco incómodo.
- Está bien, chico, espero que sepas lo que haces. Es una buena chica.- le dijo a
Brian.- ¿Y adonde vais? ¿No vais a ver el MOM?
- Iremos después. Vamos a cenar al Brisa Azul.
- Muy romántico, si. Que se os dé bien, chicos.- y la señora O´Conner siguió su
camino.
- ¿Tanto miedo da Sombra a toda la gente de por aquí?- preguntó Brian a Jessica.
- No es eso, es que...- Jessica estaba buscando la palabra correcta.- El hijo de la
señora O´Conner, Logan, fue uno de los que Sombra se llevó como ayudantes, y
como sabes, ninguno regresó. Sombra le dio a la señora O´Conner veinte mil créditos
y el nombre del lugar en el que perdió a su hijo.
- ¿Y donde lo perdió?
- Por lo que dice Sombra, en las afueras de Denver. Estaba buscando datos de la
investigación de Joseph Strauss acerca del virus que ha destruido la tierra casi por
completo, vete tú a saber para qué fines.

Siguieron caminando un rato hasta que llegaron al restaurante que mencionó Jessica a
la anciana. Era un restaurante muy lujoso, todo decorado por fuera con luces de neón
azules. Entraron y se sentaron en una mesa reservada, y pidieron algo del menú para
cenar. Sombra le prestó antes de salir del hotel mil créditos por si acaso, para que
pagase la cena y los gastos que pudiese tener con Jessica.

- No te preocupes, me lo podrás devolver.- le dijo Sombra en la habitación del hotel.-


Con lo que se gana estando a mi lado, ya verás lo fácil que es.

Estuvieron un rato esperando a que llegase el primer plato, y cuando lo colocaron en


la mesa empezaron a comer despacio y en silencio. Al terminar el primer plato, Brian
le dijo a Jessica.

- Estás muy callada, Jess.


- No, es que... no me puedo creer que estés aquí. Sabía que estabas vivo, pero algo en
mi interior me decía que habías muerto. No sabía qué creer, y al cabo de un tiempo le
insistí mucho a Harry para que mandase un equipo a ver si estabas vivo o no. Cuando
el equipo no regresó, dejé de insistir a Harry. Habían muerto cinco hombres para ver
si estabas vivo o no, cuando a los tres días de eso llegó Sombra, y luego te trajo. Me
siento muy feliz de que hayas sobrevivido.- En ese momento Brian la cogió la mano.
Ella sonrió. Cuando terminaron la cena Jessica prosiguió la conversación.
- Nos queda una hora antes de que empiece el MOM. ¿Quieres hacer algo hasta
entonces?
- No sé, tu eres la experta en La Roca, yo soy un visitante. ¿Qué me recomienda la
dama?
- Por ejemplo, dar un paseo por el parque de la zona centro. Es un parque precioso,
los árboles todavía no son muy grandes pero es agradable dar un paseo por una de las
pocas cosas bonitas de esta cloaca.
- Estoy de acuerdo contigo.- dijo Brian sonriendo. Pagó la cuenta, 150 créditos y
fueron hasta la zona centro.

El jardín estaba en la zona suroeste de la Zona Centro, justo detrás de unos cuantos
chalets. Era un jardín bastante grande, teniendo en cuenta el tamaño de la zona
centro, y estaba muy bien trabajado. Había muchas especies distintas de árboles, y el
césped estaba recién cortado. Había bancos por todas partes, y múltiples papeleras
para mantener el parque limpio. Se estaba poniendo el sol, y Jessica le indicó a Brian
que se sentasen en un banco que estaba al lado de un estanque pequeño donde había
varios patos dándose un baño. Nada mas sentarse, Jessica le dijo.

- Ojalá te quedases en La Roca. Pero nada de lo que pueda decir o hacer te hará
cambiar de opinión, ¿No?
- Si pudiera me quedaría, te lo digo en serio. Que sea el ayudante de Sombra, por
desgracia, era una de las condiciones que puso Sombra para que fuese a por mí, y
tengo que cumplir. Eso dijo Harry, que le dio su palabra a Sombra para que fuese así.
- No sabía que el rescatarte te ataría a Sombra de ese modo. Lo siento.- dijo Jessica,
bajando la cabeza.
- No tienes porqué disculparte. Si Sombra no llega a ir a buscarme, probablemente
ahora estaría muerto, o algo peor...-dijo Brian, con la mirada perdida en el estanque.-
Las cosas han salido así, de nada sirve lamentarse. Además, no pienso estar con
Sombra para toda la vida. Cuando tenga la oportunidad, me quedaré aquí, contigo.

Jessica no le dejó decir nada más, y se abrazaron mirando los patos que nadaban en el
estanque, ajenos a todo lo que estaba pasando. Era una noche fresca de verano, en lña
que apetecía estar al aire libre, por lo que ni se dieron cuenta de que el MOM estaba a
punto de comenzar hasta que sonó el reloj de Jessica. Se levantaron y fueron
agarrados de la mano al estadio. El estadio era circular y sin duda el edificio más
grande que había visto en La Roca. Debía de ser de grande como un estadio de fútbol
americano, y su estructura era muy parecida. Por todas las paredes había carteles de
MOM, y una buena cola para entrar esperaba enfrente a una de las puertas del
estadio. Tardaron cinco minutos en llegar al principio de la cola, donde estaban
Sombra y Aurora. Aurora estaba chupando una gran piruleta llena de colores
brillantes. Le miraba enfadada.

- ¿Donde estabas, Lombriz? ¡Te has retrasado!- Le replicó Aurora, mientras Sombra
le entregaba su entrada.
- ¿Porqué te llama Lombriz?- le preguntó Jessica mientras caminaban por un pasillo
hasta las gradas del estadio.
- Es una larga historia.- dijo Brian, quitando hierro al asunto. No le interesaba
contarle porqué Sombra y Aurora le asignaron ese horrible mote.

Sombra les guió hasta un palco de unas cincuenta personas, donde se sentaban a ver
el MOM casi todos los más altos cargos de La Roca. Conseguir unas entradas en el
palco principal era casi imposible debido a su escaso aforo, pero Sombra, gracias a
sus contactos, conseguía entradas en ese palco casi siempre que organizaban un
MOM y estaba en el Bastión. En el estadio cabían unas dos mil personas, aunque por
fuera parecía que podía albergar por lo menos veinte mil personas. Para sorpresa de
Brian, cuando entraron dentro vio que casi todo el estadio era zona de juego, o mejor
dicho, un campo de obstáculos.

A su derecha vio una gran arena, parecida a un círculo de antiguos gladiadores,


seguido de un circuito de tierra y de un cenagal artificial. Por último, en la parte
izquierda del estadio había un alto redondo con cuatro cuerdas atadas a una viga,
donde arriba de la viga colgaba una caja de oro. En el centro del estadio se erguía una
gran plataforma redonda que parecía una jaula. Estaba tapada, y alrededor de la jaula
divisó un balcón metálico, donde cuatro hombres vestidos con ropa rapera saludaban
al público. De pie, encima de la jaula vio a un hombre vestido con un traje de etiqueta
de color dorado, sonriendo y mirando hacia el público, dando vueltas a si mismo.
Esperaron hasta la hora asignada para dar comienzo al espectáculo. En el momento
en el que dieron las nueve, aquel hombre empezó a hablar por un micrófono. Pudo
verlo mejor gracias a unas pantallas grandísimas ancladas al techo del estadio, para
que todo el mundo viera con claridad lo que pasaba abajo en el campo de obstáculos.

- Damas y caballeros, ¡Bienvenidos a una nueva edición de MOM!- El estadio se


llenó de vítores y voces de aclamación.- Gracias, gracias. Como siempre, quiero
hacer una breve introducción para todos, en especial para los primeros que asisten a
una edición de MOM. Los podridos han asolado el mundo, convirtiéndolo en un
yermo en el que solo sobreviven los más fuertes, como aquí en La Roca, uno de los
pocos faros que le queda a la humanidad. Aunque el mundo haya cambiado, las leyes
siguen siendo básicamente las mismas, y quien comete un delito es castigado
severamente. Pero aquí en La Roca nos dijimos. ¿Porqué nos limitamos simplemente
a que el condenado cumpla una condena y no le damos la oportunidad de redimirse?
¿Porqué vamos a llenar cárceles de presos que tendrían que ser alimentados, minando
los suministros de La Roca sin dar palo al agua? ¡Dijimos que teníamos que hacer
algo al respecto, algo nuevo! Así nació el MOM, damas y caballeros.- Se oyeron
aplausos generalizados en todo el estadio.- Y ahora, sin más dilación, ¡los
compositores del himno de MOM, Boot Fogg, Sr. Red, Dypress y Fire Dude, los
raperos más famosos de toda la ciudad de La Roca!- Se oyeron aplausos, silbidos y
aclamaciones por todo el estadio.
- ¿Siempre da el mismo discurso?- preguntó Brian a Jessica.
- Lo cambia un poco cada MOM, pero sí, suele decir lo mismo. Ese es Darius
McGrath, el presentador de los juegos de MOM, y el jefe de todo este tinglado. Es
una de las personas más ricas de La Roca, y tiene una casa en la zona centro.
- ¿Y los tíos que ha nombrado después?
- Ahora van a empezar a cantar su canción.- dijo Jessica, con voz monocorde. No se
la veía muy a gusto en ese ambiente.

Los cuatro raperos cantaban con micros ajustados en la cabeza, y en las manos
llevaban grandes fusiles de combate. Empezaron a turnarse y cantaron una canción
bastante obscena en la que evocaban lo especial que era la gente de La Roca por
sobrevivir al Apocalipsis y una ristra de insultos y humillaciones dedicadas a los No
Muertos. Los cuatro raperos estaban en el balconcillo que sobresalía de la jaula de los
No Muertos, y estos, como locos, intentaban agarrarlos. Cuando terminaron la
canción, cargaron las armas y ametrallaron a los No Muertos de la jaula, quedando en
su interior un montón de carne picada.

- ¡Ya se ha hecho el sacrificio!- Dijo Darius, emocionado.- Ahora os haré una breve
explicación del recorrido de esta edición. Los jugadores saldrán al estadio en la zona
de gladiadores, donde habrá tres llaves con las que podrán salir de allí, y uno de ellos
tendrá que quedarse dentro de la arena. Luego les sigue una carrera con obstáculos y
acto seguido un baño por el lodo y en el caso de que alguno llegue al final, solo
tendrán que subir una cuerda y recoger el premio. ¡La ansiada libertad y cincuenta
mil créditos fresquitos!- El estadio retumbó con las voces de aclamación de la gente.-
Y ahora, las presentaciones de los concursantes de esta temporada.
- Mina Cortapichas!- dijo Darius, mientras salía a la línea de salida al lado de la zona
de gladiadores una chica pelirroja bastante atractiva. Su cara expresaba terror. Brian
intuyó que Mina preferiría estar en cualquier lugar menos en este.- Mina es una
mutiladora que se dedicaba a la prostitución y que cortaba las partes nobles de los
osados que querían contratar sus servicios sexuales.- Hubo un abucheo generalizado.
- ¡Stevie Perroloco!- dijo Darius y un hombre flacucho, lleno de pelo gris y muy feo
salió y se puso al lado de Mina. Éste parecía no tener miedo, más bien parecía
nervioso, como asustado de otra cosa.- Stevie, por muy gracioso que parezca, es un
violador de animales que sodomizaba a las mascotas de la gente de La Roca. En total
ha sodomizado a sesenta perros y veinte yeguas.- El estadio estalló en carcajadas, y
algunos le tiraron algunas guarrerías a Stevie, probablemente los dueños de aquellos
perros y yeguas que fueron violados. A Brian también le pareció gracioso, y no pudo
evitar esbozar una sonrisa.
- ¡Angus el Torturador!- dijo Darius. Un hombre bastante alto y fornido apareció en
escena, con cara de pocos amigos. Angus se veía a la legua que no tenía miedo,
mirando de forma desafiante a todos los presentes del estadio, matándolos con la
mirada.- Angus es un torturador a sueldo que se dedicaba a arrebatar fortunas y
objetos valiosos mediante la tortura.- la gente lo abucheó, pero no le tiró nada. Le
tenían bastante miedo como para hacerlo.
- ¡Y por último, y no por ello menos importante, Claus Barbamojada!- dijo Darius, y
por donde habían entrado salió un armario de hombre. Medía sus buenos dos metros
de atura, y era todo músculo. Era calvo, con multitud de tatuajes, y la expresión de su
cara daba miedo. Tenía casi la misma expresión que Angus, pero con más rabia. Tenía
la cara roja y miraba de reojo a Stevie.- Claus es un asesino que mediante su fuerza
bruta tenía una auténtica red de criminales por toda La Roca, que conseguía mantener
unida gracias a la fuerza y la intimidación.- la gente a este ni le abucheaba, ni le
tiraba cosas. El estadio por un segundo se hizo el silencio. Estaba claro que este
personaje infundía miedo.
- Yyyyyyy ¡empezamos la nueva temporada de MOM! ¡Matar o Morir! ¡Tú decides!

Los cuatro concursantes saltaron al estadio de los gladiadores, y todos buscaron un


arma de las muchas que vieron por el suelo tiradas de cualquier manera. Eran armas
de mano, como hachas, espadas, mazas y armas así, ningún arma de fuego, para no
facilitar las cosas a ninguno de ellos. Uno de los cuatro tendría que morir en esa arena
y los creadores del concurso no querían que se convirtiese la arena en una ensalada de
tiros. Perdería gracia el espectáculo que todo se acabase en la primera prueba.

- Brian, ¿Ves encima del palco una cabina grande de color amarillo, allí?- dijo
Sombra, señalando hacia atrás.
- Si...- era una cabina bastante grande, donde vio a gente entregando dinero y
recibiendo papeles. Brian estaba seguro de que era la zona de las apuestas.
- Toma estos cinco mil créditos, y apuestas todo a Mina.
- Yo apostaría por el Claus ese...- dijo Brian, seguro de que si ganaba alguien sería el.
- No, apuesta por Mina, a todo.- dijo Sombra firmemente. Parecía saber que ganaría
Mina, la chica con cara de miedo. Brian pensó que Sombra se había vuelto más loco
de lo que estaba.
- ¿A todo?- dijo Brian extrañado.
- La apuestas se suelen hacer por las pruebas que crees que va a pasar el luchador por
el que apuestes, y yo creo que va a ganar. ¡Anda, ve corriendo antes de que baje el
porcentaje de las ganancias, o cierren la cabina!
- ¡Date prisa, puta Lombriz!- dijo Aurora, metiéndose un puñado de palomitas que le
había comprado Sombra en la boca. Jessica la lanzó una mirada asesina.

Brian fue corriendo entre los espectadores del palco principal hasta la sala de
apuestas, y una chica joven y atractiva le atendió.

- ¡Hola!- dijo la chica.


- Buenas, quiero apostar cinco mil créditos a Mina.
- ¿Hasta donde?- preguntó la chica.
- ¿Cómo que hasta donde?
- Hasta qué prueba crees que llegará, digo.
- A todo.
- Bien, tú sabrás...- Dijo la chica, meneando negativamente la cabeza. Vio en el panel
de apuestas que casi nadie apostó por Mina, y que casi todas las apuestas pararon en
Claus. No sabía que pretendía Sombra apoyando a la pequeña Mina, pero como era
su dinero, hizo lo que le pedía. Brian llegó a tiempo para ver cómo Claus gritaba a los
otros concursantes.
- Vaya, parece que Claus les está dando órdenes a los otros, veamos qué dice.- dijo
Darius, consiguiendo mediante una orden que las cámaras del estadio de gladiadores
se pusieran en las pantallas gigantes.
- ¡Apartaos del combate, cucarachas!- dijo Claus señalando a Mina y a Angus.- No
os metáis, si sabéis lo que os conviene. Voy a destripar a este puto violador de
animales. ¡Violó a mi perro! Y ahora voy a arrancarle la cabeza y a cagar en ella.
- ¡Sí, parece que va a haber un combate individual, damas y caballeros!- el estadio
rugió de emoción.- Claus se quiere cobrar venganza por lo que le hizo Stevie a su
mascota.

Stevie, con una pequeña hacha en la mano, empezó a correr de Claus por toda la
arena, mientras éste, con una gran maza entre las manos, corría hacia él. Mina y
Angus se quedaron inmóviles, observando la pelea como si fuesen otro espectador
más. Al final Stevie se cansó de correr de Claus, y en un momento de descuido
tropezó al suelo. Claus vio la oportunidad y golpeó con la maza hacia la cabeza de
Stevie, que en el último momento se apartó por los pelos. Intentó zafarse de Claus,
pero este rápidamente le dobló la rodilla de una patada, consiguiendo que Stevie se
pusiese de rodillas, y poniéndose de pie lanzó un golpe con la maza hacia la cabeza
de Stevie, convirtiéndola en mil pedacitos que volaron hacia todas partes y tiñeron de
rojo la arena. Claus escupió hacia el cadáver y acto seguido, se bajó la pretina y
empezó a orinar sobre el cadáver. A Sombra le estaba dando un ataque de risa. Brian
estaba asqueado. No podía entender cómo los habitantes de La Roca llamaban a eso
diversión. Era repugnante. Mina y Angus cogieron una llave cada uno del pedestal
situado en el centro de la arena y se fueron hacia la siguiente prueba.

- Claus nos vuelve a demostrar que es un asesino sin escrúpulos, damas y caballeros.
Ahora los concursantes pasarán a la prueba de la carrera.
- Sombra, ¿Cómo pueden permitir esto? Es... muy sangriento, ¿No crees?
- Bueno, a la gente le gusta, ¿No?- dijo Sombra, recuperándose de la risa.- Y no
permiten a los menores asistir al estadio.
- Ya...- dijo Brian señalando a Aurora.
- Ella es diferente, ya lo sabes. ¡Mira, ya han empezado a correr por el circuito!

Los concursantes recorrían esprintando todo el circuito con las armas que cogieron en
el suelo de la arena. El circuito era un camino de tierra desigual, sin casi obstáculos.
De vez en cuando salía al encuentro del grupo algún No Muerto, pero lo eliminaban
fácilmente. Corrían con ganas y se les veía algo asustados. Cuando llegaron al final,
un grupo bastante numeroso de No Muertos apareció y Mina y Claus se echaron
atrás. Angus, de forma estúpida, vio un rifle M4 en el suelo y de forma alocada, cogió
el rifle y apuntó hacia los No Muertos. Cargó y esperó a que estuviesen cerca para
disparar, para no perder ni una sola bala. Cuando apretó el gatillo, a pocos metros de
ellos, sonó un sonido seco. El cargador estaba vacío.

- Vaya, ha caído en la trampa como cualquier vulgar ratón.- se burló Darius


McGrath, mientras sonaba una musiquita de game over por todo el estadio.- Creo que
este es el final de Angus.- dijo Darius.

Angus soltó un grito desesperado e intentó evadirse. Demasiado tarde. Varios No


Muertos se abalanzaron sobre él y empezaron a destrozarlo. Mina y Claus
aprovecharon ese momento para irse hacia la salida del circuito mientras los No
Muertos destripaban a Angus. Superando todas las expectativas, Mina seguía viva, de
momento.

- Damas y caballeros, la segunda prueba de esta temporada del MOM se ha saldado


con una víctima más, y vamos a la penúltima prueba, ¡La ciénaga maldita!

Cuando Mina y Claus llegaron a la ciénaga, se quedaron mirándola antes de


adentrarse en ella. Seguro que había No Muertos entre el lodo, pero no tenían
ninguna alternativa más que meterse dentro y pasar a la última prueba. Lentamente se
adentraron en la ciénaga, que les cubría más o menos hasta la cintura. Mientras
andaban por la ciénaga, miraron compulsivamente hacia todos lados por si se movía
algo entre el lodo, para estar prevenidos por si salía algún No Muerto de sus
profundidades.

- ¿Quién sabe si hay algo debajo del lodo, espectadores? Nuestros concursantes van
con pies de plomo, por si acaso. Hacen bien, porque puede haber cualquier cosa
debajo de la ciénaga. Y cuando digo cualquier cosa... ¡Es cualquier cosa!

Casi al legar al final, algo se movió debajo del lodo, pero se movía demasiado deprisa
para que fuese un No Muerto. De repente, algo salió del agua y atacó a Claus,
agarrándolo de la pierna y arrastrándolo por toda la ciénaga. Parecía...

- ¡Un caimán, sí, damas y caballeros, en esta edición hemos tenido la idea de meter
algún peligro diferente aparte de los No Muertos! Estarán conmigo en que está bien
que no solo los No Muertos sean un problema para nuestros concursantes. La propia
naturaleza es mucho más peligrosa que los podridos, damas y caballeros.

El caimán arrastró a Claus por toda la ciénaga, mientras éste lanzaba alaridos de
dolor. Por todos sus medios mantuvo la sangre fría, agarró con fuerza un cuchillo que
había recogido en el circuito y se lo clavó en un ojo al caimán, hasta el fondo. El
caimán le soltó con un quejido, y tras moverse un poco, derramando sangre caliente
por toda la ciénaga, quedó inmóvil, muerto. Mina ya estaba fuera, y cuando Claus
salió, la soltó un guantazo que la tiró al suelo.

- Esto por no echarme una mano con el caimán, puta asquerosa.- Mina se quedó en el
suelo un momento, y se levantó con la boca sangrando.
- ¡Vaya, Claus parece enojado por la huida de Mina! Yo tendría cuidado, Claus, esta
tía es peligrosa. Ha cortado alguna que otra parte noble de muchos hombres.- Darius
soltó una risita, que se convirtió en una carcajada general por todo el estadio.

Juntos fueron al cuadrilátero de la última prueba, donde tendrían que competir


escalando hasta llegar hacia el ansiado premio. El porqué dejó Claus viva a Mina era
todo un misterio para Brian. Podría haberla dejado seca de cualquier manera, y así
ahorrarse el tener que competir con alguien por el premio gordo.

- Sombra, ¿Por qué Claus no ha matado a Mina?- Preguntó a Sombra. Si alguien


podía ahondar en la mente de un asesino, ése era el.
- Lo encuentra más entretenido. Si sólo fuese él el que escalase, sería un juego
demasiado fácil para un asesino como Claus, y no quiere permitirse que la gente
piense que es débil, y matar a Mina con tanta facilidad. No, prefiere ganarla delante
de todo el estadio, para demostrar su fuerza y poder, y también, demostrar un poco de
compasión dejando vivir a Mina.- dijo Sombra, sin apartar la vista del estadio. Brian
vio al asesino que era en sus ojos. Volvió a mirar al estadio.
- ¡Damas y caballeros, estamos ente un hecho sin precedentes! ¡Dos concursantes
han llegado a la prueba final, lo nunca visto en MOM, uno de ellos superando todas
las expectativas! ¡Ahora tendrán que escalar compitiendo entre ellos hasta llegar a la
amada libertad! ¡Venga, que empiece la escalada!
Los dos subieron cada uno a una cuerda y empezaron a escalar. Eran unos ocho
metros de escalada, y pronto se vio quién llegaría primero. Mina era muchísimo mas
delgada que Claus, y escalaba mejor y mas rápido. Claus también se dio cuenta, y
empezó a escalar más rápidamente hasta llegar cerca de Mina, y éste, de manera sucia
la dio un puñetazo en las partes íntimas. Esta se agarró a la cuerda y se retorció, pero
no se cayó, y con rabia vio cómo Claus la adelantaba. Cuando estaba llegando al
final, pasó algo muy extraño. Claus apartó la mano rápidamente de la cuerda, se
desestabilizó y cayó al suelo con un ruido sordo, llenando de sangre todo su entorno.

- Vaya, esto sí que no nos lo esperábamos. Claus resbaló y ha caído al suelo.- dijo
Darius con decepción, mientras Mina cogía el cofre dorado y la ayudaban a bajar los
hombres de Darius.
- Vaya palurdo, ¿No?- comentó Brian a Sombra y Jessica.
- ¿Palurdo?- dijo Sombra, sonriendo.- No, le han tendido una trampa.
- ¿Cómo que una trampa? Yo creo que se ha caído.- dijo Brian con voz segura. Era
evidente. Las prisas de Claus por alcanzar la cima antes que Mina le traicionaron, no
había otra explicación posible.
- Has creído en eso como todos los aquí presentes, pero yo, que tengo una vista
superior a la de un ser humano corriente, he visto otra cosa. ¿Tú qué has visto,
Aurora?- preguntó Sombra a Aurora.
- He visto pequeños alfileres al final de la cuerda. Por eso se ha caído, Lombriz.- dijo
Aurora, con la boca manchada de chocolate y con una tableta en la mano.
- Pero, ¿Por qué harían eso? Eso es trampa, joder...
- Claus es un asesino que ha matado a mucha gente respetable en La Roca, ¿Crees
que permitirían que saliese impune en un concurso de mierda? Creía que eras algo
listo, Brian...
- Pero el concurso es para eso, ¿No? Para dar una oportunidad a los criminales o yo
que sé...
- El concurso es para entretener a la gente, y si acaso, de vez en cuando, ayudar a un
criminal más o menos decente a ganar una temporada. Mina era una prostituta
forzada, por lo que sé. Algún cliente se pasaría con ella y no lo aguantaría más. Por
eso aposté por ella. Además, ¿Sabes su nombre completo?
- No.
- Minerva Soarcinthya Slain. Sí, la hermana del Sheriff Niebla, mi compañero. Me
juego lo que quieras a que han llegado a una especie de pacto para amañar todo el
concurso y salir viva de todo esto.
- Vaya...- la hermana de Niebla, un Sheriff de AllNess. Ahora Brian comprendió
porqué la habían dejado ganar.- ¿Y en todas las temporadas hay un ganador?
- Para ser sinceros, en casi ninguna edición. He estado en muchos MOMs, pero este
es en el primero que veo ganar a alguien. Es espectáculo, nada más. Brian, no te
comas la cabeza.

Mientras Sombra y él hablaban, Mina había cogido el paquete que contenía los
cincuenta mil créditos y la sacaron un momento del escenario para que se arreglara
un poco para la entrega del cheque con su libertad, y la vida de comodidades en el
Primer Anillo de La Roca. Darius estuvo hablando durante cinco minutos hasta que
Mina apareció escoltada hasta el palco principal donde estaban ellos, solo que unos
asientos más abajo, donde estaba Harry con el cheque de la libertad. Darius estuvo
hablando un rato del transcurso de todo el MOM, haciendo un análisis preciso que
seguramente le estaban pasando por el pinganillo, y luego Harry le dio el cheque a
Mina. Arreglada parecía una chica normal, de unos veinte años, pelo largo y pelirrojo,
con un buen atractivo y grandes senos. Vamos, un bellezón de mujer, sin una pizca de
felicidad en su rostro. Ni el haber ganado la libertad y dinero suficiente le granjeaban
satisfacción. Brian pensó que había cosas que ni el dinero ni las comodidades podían
reparar. Desgarros del alma insanables y que perdurarían ahí para siempre. En ese
momento Brian sintió lástima por esa chica.

- Sombra, ¿A los concursantes del MOM los obligan a participar? Ya sabes lo que te
digo.- le preguntó Brian.
- Cuando hay muchos aspirantes, no. Cuando no hay aspirantes suelen condenar a
aquellos criminales que den la talla para el MOM a unos castigos bastante severos,
para que se presenten voluntarios en MOM. Las sentencias suelen ser duras, y todo el
mundo que comete un crimen, normalmente se apunta a la lista de aspirantes.
Prefieren tener una oportunidad, y además los cincuenta mil créditos que te dan por
ganar te aseguran casi la vida aquí en La Roca. Bueno, vayámonos, ahora seguro que
televisan en las pantallas antiguos MOMs para dar más vida a este espectáculo. Te
habrás dado cuenta que dura más bien poco.
- ¿ Y para esto hemos pagado una pasta?- protestó Brian.- Vaya mierda de
espectáculo, la verdad...
- Ya lo sé, pero en algo tengo que gastarme el dinero. ¿Para qué quiero yo el dinero,
que estoy casi siempre fuera de los bastiones recorriendo el mundo? Para nada. El
dinero no me dará de comer, de beber o un sitio seguro allá fuera. Será mejor que
asimiles eso cuanto antes, Brian.- dijo Sombra con gesto serio.

Jessica y Brian siguieron a Sombra hacia la cabina de las apuestas, donde pidió a
Brian el ticket de su apuesta. Tras entregarlo le dieron quince mil créditos, el total de
lo ganado con la apuesta que hizo por la débil Mina, que nadie imaginó que ganaría
una edición de MOM. Siguieron a Sombra a la calle, donde todavía no vieron mucha
gente, pues estaban dentro del estadio apurando el MOM al máximo.

- Eh, Sombra.- le llamó Jessica.- Si no te importa, Brian dormirá en mi casa hoy.


- A mí me da igual.- Brian estaba callado, sin esperarse lo que Jessica dijo.- Una
cosa, mañana salimos hacia Jonesboro, más te vale que descanses.
- No te preocupes, Sombra.
- Que te lo pases bien, Lombriz...- dijo Aurora, mirándolo pícaramente.

Los dos grupos se separaron, y Brian y Jessica se dirigieron hacia el Primer anillo. Ya
era bastante de noche cuando llegaron a la portal del hogar de Jessica, un apartamento
en un paseo del Primer anillo.
- Jessica, ¿No te aburre el MOM? A mí me ha resultado muy aburrido. No ha durado
ni una hora, y además es muy sangriento.- dijo Brian mientras subían a su
apartamento.
- No es el MOM en sí lo que llama a la gente, es lo que viene después. Después del
MOM ya has visto que dedican otra hora en recordar otros MOM y luego, fuera del
estadio hay una fiesta que dura hasta el amanecer. Y además se juega mucho en las
apuestas, y se gana mucho dinero.- dijo Jessica mientras entraban en su apartamento.-
Acomódate, es tu casa.- dijo Jessica mientras dejaba su bolso en el salón e iba hacia
la terraza. Brian la siguió. Era verano, y se estaba a gusto fuera, tomando el fresco de
la noche.- Brian se sentó junto a ella, abrazándola.- Brian, ¿Cuando te volveré a ver?
- No sé, puede que dentro de un mes, o dentro de un año. Voy a intentar que Sombra
me deje en paz en el plazo de un año, como mucho. Llegaré a un trato con él, no te
preocupes. Volveré.
- Espero que sí, Brian. Te he echado mucho de menos.
- Y yo a ti, Jess. Y yo a ti.

Por la mañana temprano, lo despertó el timbre de la casa sonando una y otra vez.
Todavía se encontraba en la terraza, acurrucado junto a Jessica. La apartó con
delicadeza y fue corriendo para abrir la puerta. Sombra y Aurora le esperaban en la
puerta del apartamento, sonriendo.

- Qué, ¿Se te han pegado las sábanas?- dijo Sombra, sonriendo. Iba vestido de la
misma manera en que los vio por primera vez, con la gabadrina negra y el sombrero,
y Aurora con un vestido parecido, pero sin sombrero.- Vamos, vístete, no tenemos
todo el día. Cuanto antes lleguemos a por Sparky, mucho mejor. Quiero destripar a
ese perro sarnoso y curar sus tripas en salmuera.
- Si, ahora me visto.- Fue corriendo por el apartamento de Jessica, y se vistió
rápidamente. Jessica, gracias al ruido, se levantó.
- ¿Te vas ya, entonces?
- Si, me voy. Nos veremos tan pronto como pueda, Jess.- dijo, mirándola. Pudo ver la
tristeza en sus ojos, mirando cómo se iba. Brian cerró la puerta del apartamento y se
fue con Sombra y Aurora, sin echar la vista atrás.

Mientras salían a buen ritmo de La Roca en el Ataúd, se quedó mirando cómo esa
gran ciudad se perdía en la distancia, y él se volvía a adentrar en el terreno de los No
Muertos, una vez más. Podía haber tenido una vida con Jessica en La Roca, paseando
por sus entrañas de edificios, sonriendo, planeando casarse y tener hijos... en cambio,
se dirigía con Sombra al yermo basto y peligroso que ahora era Estados Unidos, y no
sabía si la volvería a ver, que era lo más seguro. Moriría sirviendo a Sombra, y sería
pasto de los buitres, como mucho, en dos meses, eso seguro. No se lo había
comentado a Jessica, porque Brian no quería asustarla con sus divagaciones. Por lo
menos se pudo despedir de ella, pensó.

- Estás muy callado, Brian.- Dijo Sombra. Brian se había sentado en el asiento de
delante, y a Aurora para entretenerla puso una película en una pantalla que tenía en
los asientos de atrás, junto con una tableta de chocolate.- Oye, no te enfades conmigo.
¿Sabes lo complicado que es conseguir un buen ayudante? Todos los ayudantes que
he tenido cuando ha llegado el momento de la verdad se han rajado o se han meado
encima. Tú, según tu diario, has mantenido la sangre fría en situaciones muy
similares a las que yo paso continuamente.- dijo, intentando animar a Brian.
- No es eso, es que... Podría tener una vida aquí con Jessica.
- ¿Eso crees?- dijo Sombra con voz despectiva.- dentro de unos meses, cuando llegue
el invierno, esto será un caos, te lo aseguro.
- ¿Y eso?
- Anoche, mientras estabas con Jessica, hablé con uno de mis contactos cercanos al
gobierno de La Roca, para que me ofreciese una perspectiva diferente de la situación.
Por lo que me ha dicho, los suministros cada vez escasean más, y lo que encuentran
en el yermo la mitad de las veces ya está caducado o podrido. Este invierno, cuando
no haya ni para dar de comer a la mitad de las personas que hay ahí dentro, te puedes
imaginar.
- Aun así preferiría arriesgarme a vivir aquí.- dijo Brian, enfadado.
- ¿Y qué propones?
- Sólo estaré contigo como mucho un año, Sombra. Quiero tener una vida, quiero
estar con Jessica. No sé si lo comprendes, pero si te tuvieses que separar de tu hija,
¿Te gustaría?- dijo Brian con rabia.
- No, supongo que no... está bien. Un año y luego podrás volver con Jessica, si
quieres. Te lo prometo.
- Bueno, algo es algo.- dijo Brian.- Vayamos a por Sparky, tengo ganas de coger ya a
ese cabrón.
- ¿Tú tienes ganas de matarlo?- le preguntó Sombra.
- Caro que sí. Me tiró de un puente con las manos atadas y luego me persiguió por
todo el norte de Jefferson City para cazarme.
- Me pido el torso para apuñalarlo. Tú quédate con la cabeza si quieres.- Brian pensó
que Sombra estaba loco, como las mil veces que ya lo había pensado. Brian miró por
la ventanilla hacia la carretera, que en estos momentos pasaban por las ruinas de
Forest Hill.
- Mejor mátalo tú, se te da mejor. Me echaré un rato, si no te importa. Nos quedan
seis horas para llegar a Jonesboro.

Brian se durmió en su asiento del Ataúd mientras circulaban de camino a Jonesboro,


pasando por pueblos desiertos con algún que otro No Muerto y por carreteras
secundarias.

- Eh, Brian, despierta.


- ¿Eh?- dijo Brian somnoliento. Mientras estuvo dormido el sol avanzó bastante en el
cielo, y Aurora estaba recostada en su asiento de atrás.- ¿Donde estamos?- dijo
limpiándose los ojos.
- Al lado de Bollnut Bridge, a veinte minutos de Jonesboro.
- Podrías haberme despertado antes, joder...- dijo Brian molesto. Cogió una botella
de agua y bebió un trago para enjuagarse la boca.
- Necesito que te pongas al volante, he visto un control más adelante.
- ¿Y no estará desierto, por casualidad, o con algún que otro podrido?- dijo Brian,
pensando en lo más evidente. Los controles militares que se formaron en la época del
Apocalipsis en un inútil intento de atajar la infección estarían abandonados desde año
y medio, por lo menos.
- No, me refiero a un puesto de control de humanos.
- ¿Y cómo es eso posible?
- ¿Tú crees que los No Muertos portan ametralladoras?
- Ni de coña, eso seguro.
- Pues estos sí lo hacen, y parecen humanos.- Brian se puso al volante, Sombra sacó
su Colt Anaconda y abrió una escotilla que había en el techo del Ataúd.

Cuando llegaron al control los soldados que custodiaban la zona empezaron a


disparar, y Sombra, con una puntería excelente, atravesó la rodilla de un disparo a
uno de ellos, a otro le mutiló completamente la mano izquierda, y a otro le voló la
cabeza. Cuando los tres que quedaban averiguaron quién era el que iba a por ellos,
montaron en un Jeep e intentaron huir. Rápidamente Sombra quitó la anilla a una
granada y la tiró con fuerza hacia el Jeep. La coló justo en el asiento del piloto, y los
hizo volar en mil pedazos. Brian comprobó en unos pocos segundos lo letales que
podían llegar a ser los Sheriffs de AllNess.

- Para, Brian, tengo que interrogar a estos amigos.- Aurora se despertó gracias al
ruido, y había bajado antes que Sombra del Ataúd. Desenfundó rápidamente sus
machetes y fue hacia el que tenía la rodilla hecha pedazos y empezó a acuchillarlo
una y otra vez, llenándose la gabardina de sangre caliente. La niña ni se molestó en
interrogar al hombre. Sombra fue hacia el que tenía la mano hecha una bola de carne,
le cogió por el pecho y empezó a amenazarlo. - ¿Qué coño hacíais aquí montando un
control? ¿Sabíais que venía a por Sparky, putas ratas? ¿Eh? ¿EH?
- ¡No, por favor! ¡Solo estábamos montando control por si aparecían más, el
religioso dijo que aparecerían más...!
- ¿Qué religioso? Explícate si no quieres que te destripe aquí mismo.- Cada segundo
que pasaba le agarraba más fuerte de la pechera, la mirada de Sombra se volvía más
paranoica, y Brian estaba seguro de que tenía que recurrir a todo su auto control para
no matarlo hasta que no cantase.
- Ayer noche encontramos a un religioso y a un amigo suyo, un tío con el pelo corto
y pelirrojo...
- ¿Donde los tenéis?- Brian en ese momento supo quienes eran los prisioneros. Stuart
y el Predicador.
- Están en una celda, en Bayner...
- Gracias por la información.- Dijo Sombra, abriéndole dos costillas del pecho y
arrancándole el corazón, llenando todo el suelo de sangre.
29. SOMBRA

Desde siempre supo quién era, y para qué estaba ahí. Todo comenzó cuando se
convirtió en SuperHumano, y murió para volver a nacer convertido en un monstruo
sediento de sangre. Por un tiempo no supo su cometido, hasta que unos meses
después, ya entrado el apocalipsis, pudo leer un pequeño relato escrito por un Mortis
loco en una visita que hizo a Atlanta. Recordaba cada palabra, cada línea del escrito.

“Él nació antes del despertar, antes de que nosotros caminásemos por la tierra,
cuando deberíamos estar bajo ella. Surgió de la nada, mutando en bestias feroces de
grandes colmillos, y el frío que trae consigo es mortal, pues con solo una pasada te
manda definitivamente al otro mundo. Y cuando todo esté en calma, llegará él, para
juzgar con su espada a todos los condenados. Él es el señor de la guerra, es la
mismísima muerte personificada en un ser mortal, y cuando todo el apocalipsis se
asiente, se irá para tomar partido en el Juicio Final.”

Sombra se lo creía todo al pie de la letra. Él era la Muerte, que juzga con la espada
todo el mal que se cruza en su camino, pues el mal solo se puede derrotar con un mal
mayor. Cuando llegaron a las afueras de la pequeña localidad de Bayner dejó sus
elucubraciones para más tarde.

- Bayner debe ser ese pueblo. Y ahí es donde debe estar el bastión.- dijo Sombra,
señalando una muralla bastante trabajada desde la carretera por la que se dirigían al
pueblo. Brian no la veía bien, pero ahí estaba, según Sombra.- Desde aquí iremos a
pie, no quiero que se percaten de nuestra presencia.

Sombra anduvo por delante, rastreando el terreno, mientras Brian y Aurora


caminaban por detrás. Anduvieron por campos secos llenos de pastos donde ya
ningún ganado se zampaba toda la cosecha, y las malas hierbas crecían sin control.
Cuando llegaron a una gran antena que en esos momentos estaba doblada de formas
muy extrañas, Sombra hizo parar a los otros con un gesto de mano.

- Venid aquí, tenemos que planear la incursión.- dijo Sombra, mirando


detenidamente el bastión. Estaba situado al principio del pueblo, asentado en las
antiguas escuelas e instituto de Bayner. Sombra se fijó en el depósito donde
guardaban el combustible.- ¿Veis ese depósito de gasofa adosado al muro del bastión?
- Si...- dijo Brian, buscándolo con la vista.
- Toma esta carga de dinamita y ponla en el depósito. Y toma este aparato. Cuando
suene, quiero que detones la dinamita. Eso sí, lárgate una vez que la hayas colocado
si no quieres freirte junto al depósito. ¿Podrás hacerlo?
- Sin problema, Sombra.- dijo Brian, con una sonrisa. Sombra tenía la sensación de
que sería el mejor ayudante que ha tenido. Y quizás, con el tiempo, podría llamarlo
amigo. No tenía uno desde que se separó de Elliot al comienzo del Apocalipsis.
- Cuando detones la dinamita, id inmediatamente al Ataúd y esperadme allí.
- ¿No necesitas ayuda?
- No, tranquilos. Yo solo me muevo en silencio, y quiero que todo el plan salga como
tengo previsto.
- ¿Qué plan?- preguntó Brian extrañado.
- El que llevo formando en mi cabeza desde hace un rato. ¡Ahora piráos de una puta
vez!- dijo Sombra, haciendo un ademán con la mano para que se fueran.

Sombra vio cómo se dirigían hacia el depósito de combustible agachados y sin hacer
ruido. Se fijó que Brian llevaba su hacha en la mano, por si acaso, y Aurora había
desenfundado la pistola que Sombra le regaló en La Roca. Era la razón por la que
quería ayudante, la razón por la que siempre llevaba a alguien para enseñarle todo lo
que sabía. Si algún día le pasaba algo, quería que alguien pudiese cuidar de su hija.
La demencia que corroía su mente se multiplicaba en Aurora por dos, y si no se la
sostenía podía llegar a cometer muchas locuras o podría a llegar a tener tendencias
suicidas. Necesitaba a alguien para que la cuidase si él caía. Y sabía que Brian era el
definitivo. Si era necesario, le daría su sangre para convertirlo en un SuperHumano
como él.

Sombra empezó a caminar alrededor de la muralla, aguzando el superoído para


identificar la voz de Sparky, una voz que conocía muy bien. Sparky fue su primer
ayudante, y la primera persona que le plantaba cara sin temor. Estuvo andando por la
muralla un rato, intentando oír la voz de Sparky pasando por conversaciones de toda
la gente que había dentro del bastión, desde soldados hasta mujeres y niños. Cuando
casi dio toda la vuelta a la muralla, a unos cien metros de la posición de Brian y
Aurora la oyó. Estaba a unos quince metros hacia el norte. Miró por encima de la
muralla para ver si había algún guardia, y tras no ver ninguno cerca de un salto llegó
a la cima.

El bastión era algo deprimente y triste. Estaba hecho de chatarra en su mayor parte y
la suciedad reinaba por todos sitios, daba hasta casi pena la forma en la que vivían,
entre suciedad y miseria. Desde la muralla, Sombra veía a la gente, andar de un lado
para otro haciendo sus tareas diarias, y detectó un atisbo de tristeza en la gente, como
si estuviesen asustados o intimidados por algo o alguien. Una señora lo vio. Sombra
temió que diese la voz de alarma, pero le sonrió y siguió su camino. A Sombra le
pareció muy extraño, y temió que fuese una trampa, pero ya era muy tarde para
echarse atrás. Brian esperaba su señal y como diese marcha atrás no habría otra
oportunidad de atrapar a Sparky. Saltó de tejado en tejado en silencio hasta la casa de
la que procedía la voz de Sparky.

Cuando estuvo encima del tejado, intentó analizar cuantas personas había en la casa.
Por lo que hablaba Sparky, las pisadas que oía y el ambiente que se respiraba por la
chimenea debía de haber tres soldados con él, hombres todos. Uno de ellos fumaba, y
los otros dos habían follado hacía unas horas. Había cuatro hombres en aquella
habitación, y optó por entrar por la chimenea. Bajó con cuidado de no caer de golpe,
y cuando estuvo a medio camino desenvainó la katana. No quería usar armas de
fuego y dar la voz de alarma. Quería que fuese una charla privada entre Sparky y él,
no quería enfrentarse a un tiroteo contra sus hombres, y menos arriesgar vidas
inocentes en el proceso. Los habitantes de aquel bastión se merecían paz, por lo
menos todavía tenían derecho a eso. Ese perro, Sparky, tenía mucho que responder
por sus actos. Antes de bajar de la chimenea, pulsó el botón del aparato que le dio a
Brian para que tuviese una señal para detonar la dinamita. Esperó unos segundos para
oír la explosión, y cuando sonó el estallido bajó de la chimenea. En ese momento los
soldados de Sparky estaban distraídos.

- ¿Qué coño ha sido eso?- dijo Sparky a sus soldados. Se puso a mirar por la ventana,
intentando averiguar el origen de la explosión.- ¡Que alguno vaya a averiguar qué ha
pasado en el depósito de gasolina del bastión!
- No va a ser necesario, putos mierdas.- rugió Sombra, mientras empuñaba la katana
y le cortaba la cabeza a dos de sus soldados, esparciendo chorros de sangre caliente
por las paredes. El último intentó huir, pero le lanzó la katana y se la clavó en todo el
pecho, y el soldado cayó al suelo con un ruido sordo. En un momento llenó toda la
habitación de gotas y chorros de sangre, incluido él mismo. El rostro de Sparky pasó
de la rabia al miedo, y cayó al suelo de la impresión que le supuso poder ver a
Sombra
- Maldita sea, ¿De donde apareces? ¿Sabes qué? A lo mejor eres una Sombra de
verdad. Te confieso que me preguntaba cuándo aparecerías. Te ha costado un año
encontrarme, al menos me cabe de consuelo que te he frustrado mucho al escaparme
de entre tuis dedos muchas veces.- dijo Sparky, sonriendo.
- Sí, me has frustrado mucho.- dijo Sombra con rabia.
- Supongo que has venido a matarme.
- A lo mejor, si, bueno, claro que he venido a matarte, para qué vamos a mentir. Pero
ahora ese no es tu problema.- dijo Sombra, tirándolo contra una pared.- Dame mi
disco duro, o tendremos problemas, perro. No veas los métodos que he aprendido de
tortura desde que nos vimos por última vez. Con ellos podría hacer sufrir hasta a un
No Muerto.- dijo, sonriendo. No necesitaría mucha persuasión para empezar a hacer
su trabajo. Estaba deseando que Sparky le diese una pequeña razón para hacerlo.
- ¿Y para qué coño quieres el disco duro, Sombra?- dijo Sparky riéndose.- Solo tiene
mierda de la humanidad y todo eso, no te va a servir de mucho teniendo en cuenta
cómo llevas la vida de Sheriff. Solo eres un puto errante que se pasa el tiempo yendo
de bastión en bastión y matando todo lo que pillas por tu camino.
- Elliot me ordenó proteger ese disco duro, y eso es lo que hago. Si alguien me pide
algún dato, se lo doy si lo creo conveniente. No tiene que ver si lo vaya a usar o no,
Elliot me pidió protegerlo, y lo hago.
- ¿El mismo que te convirtió en un monstruo?- dijo Sparky, mirando a Sombra con
cara de asco. Sombra se preguntó por qué le miró así, Él mismo era otro monstruo,
viendo esclavizó a la gente de Bayner.
- Elliot no hizo eso, y además no es algo que vaya a traer luz a esta situación... ¿Y
porqué los quieres tú, rata? Si tuvieses este bastión como Dios manda, quizás
comprendería para qué lo quieres, pero no es así. Esto es un puto establo para
esclavos. ¿Porqué lo quieres?- dijo Sombra, a voces. El disco duro tenía algo más
importante que la información sobre la humanidad, eso seguro.- ¿Qué tiene el disco
duro que lo haga tan especial?
- ¿Es que no lo sabes?- preguntó Sparky, extrañado.- ¿Elliot no confió ese secreto a
su mejor amigo? Qué decepción, Sombra. Cuando estuvimos en Cincinatti, creí que
lo protegías sabiendo el poder que contenía.
- ¿Y qué poder contiene? ¡Vamos, me estoy hartando de tus juegos inútiles, perro
sarnoso!- dijo Sombra, arrancando la Katana del cuerpo de uno de los soldados,
provocando un sonido de succión bastante desagradable, que ni inmutó a Sombra. No
creía a Sparky, pero tenía que escucharlo. Podía haber algo de verdad en lo que decía.
- Si te lo digo, tenemos que sellar un trato. Yo te lo digo, y me dejas irme. Tranquilo,
ya nos volveremos a encontrar, y espero que entonces nos encontremos en igualdad
de habilidades. Si no aceptas el trato, mátame y te quedas con la intriga. ¿Qué, tienes
miedo a que nos volvamos a encontrar y te derrote?- dijo Sparky tentándolo.
- No...- Sombra estaba recurriendo a todo su auto control para no destripar a Sparky
allí mismo. Pero tenía que saber. Tenía que averiguar qué hacía a los discos duros de
los Sheriffs tan especiales, porque aunque se podían comunicar con AllNess teniendo
conexión al Tiraltius en cualquier sitio y lugar, tenían un GPS actualizado al instante
gracias a la red Tiraltius y eran una mini estación meteorológica, no le parecía
suficiente para considerarlos algo poderoso. Solo le quedaba una salida para
desentrañar el misterio, una salida que no le gustaba ni por asomo.- Venga, acepto el
trato. Pero la próxima vez que nos encontremos, lucharemos a muerte. De eso que no
te quepa la menor duda.
- Como quieras, Sombra... a ver cómo empiezo...- Sombra se dio cuenta de que
Sparky quería ganar tiempo para que llegasen sus soldados e incumplir en trato.
- Date prisa, o anulo el trato de una pasada.- dijo, agarrándole con fuerza el cuello.
- Está bien, está bien... ¿Te acuerdas de las dos partidas de satélites que lanzó la
compañía AllNess antes del Apocalipsis?
- Si, la red de satélites Baelnius de comunicaciones, que te permite, si tienes
conexión a los satélites, comunicarte en cualquier parte del mundo con otra persona
que tenga también acceso, y la red de satélites Tiraltius, que si tienes acceso a los
satélites, te ofrece una imagen de ese mismo momento del punto que quieras de la
tierra, hasta he oído que graba movimiento, por muy extraño que parezca, y así
puedes ver lo que pasa con detalle en cualquier parte del mundo.
- Correcto, Sombra. Pero entre estas dos gamas de satélites se lanzó otro, el Nexus.
¿A que no te imaginas qué hace?
- Pues no.- aunque Sombra se lo imaginaba.
- Te lo voy a decir de manera simple. Es un satélite cargado de bombas nucleares y
armas biológicas. Unas cincuenta, de distintas magnitudes. ¿Te imaginas volar una
ciudad entera de una pasada, sin siquiera poder evitarlo de ningún modo? ¿O
aniquilar a todos los humanos de un bastión lanzando un arma química, para luego
repoblarlo con gente de nuestra orden, el Trípode? Con el poder de ese satélite,
dominaremos el mundo, Sombra.- dijo Sparky, sonriendo. Todo esto pintaba más mal
de lo que Sombra se hubiese llegado a imaginar.- Pero es inútil sin los códigos de
lanzamiento. Cada Sheriff tenéis un código en vuestros discos duros, y cuando
alguien los reúna todos, tendrá el poder del Nexus, y quien intente derrocar al Trípode
sufrirá exterminio, Sombra. Toma el disco duro. Sé que no me dejarás irme con él.
Cuando nos volvamos a encontrar, lucharé por esos códigos, y te venceré.- Sparky le
dio el disco duro a Sombra. A Sombra le resultó sospechoso que Sparky le diese el
disco duro tan fácilmente, así que lo examinó, por si había borrado el código. Tras
verificar que era su disco duro y que llevaba el código de lanzamiento, se dirigió a
Sparky.
- ¿Cuantos discos duros tenéis?- le dijo Sombra.
- He respondido a tu pregunta. Ahora cumple tu parte del trato y déjame ir, o vete tú.
- Más vale que te vayas tú, Sparky.- a Sombra le fastidió no saber más, cuántos
discos duros tenían y cuantos les faltaban, pero un trato era un trato, y Sombra era un
hombre de honor.- Los habitantes de tu bastión se te han revelado.

Era verdad. La explosión llevó a todos los soldados hacia el origen, y los habitantes
aprovecharon ese momento de confusión para abalanzarse contra los pocos guardias
que quedaban en la plaza del bastión, justo delante de la casa de Sparky. Les
arrebataron las armas y unos pocos de civiles armados se disponían a asaltar la casa
en la que estaban Sombra y Sparky. Parecía que la gente llevaba esperando ese
momento desde hacía mucho tiempo. Al ver eso Sparky, se dirigió a Sombra.

- Te sentirás orgulloso de lo que has hecho, cabrón.- dijo con ira.- Me iré, pero esta
me la pagas, sucio mierda.
- Como sigas insultándome en la cara te mato. Ahora lárgate, puta alimaña.- dijo
Sombra, haciendo un ademán despreciable con la mano.

Dedicando a Sombra una mirada de odio profundo, se fue por unas escaleras hacia la
azotea, donde tenía un helicóptero. Sombra bajó a la planta baja y se encontró con los
asaltantes que venían a por Sparky. Casi todos reconocieron a Sombra.

- Sombra, ¿Tú eres quien ha causado la explosión?- dijo el que parecía ser el líder.
Parecía latino, y tenía una expresión fuerte y de euforia. Seguro que llevaba
esperando el momento de revelarse contra los soldados que los esclavizaban desde
hacía mucho tiempo.
- Si. Tenéis otra vez el mando del bastión, caballeros.
- ¿Y Sparky?
- Se me ha escapado el muy cabrón. Tengo que irme rápido de aquí, si quiero
seguirlo la pista. Si me disculpan...
- Claro, Sombra. Antes de que te vayas, quería darte las gracias de parte de todos los
habitantes de la República de Bayner. Tendremos que arreglar la brecha en la muralla
inmediatamente, y es muy posible que hayas atraído a todos los No Muertos que hay
en dos kilómetros a la redonda, pero si he de serte sincero, prefiero que nos
enfrentemos a los No Muertos a seguir oprimidos por esos esclavistas.
- ¿Esclavistas?- dijo Sombra extrañado.- Creía que eran del Trípode.
- Una cosa no quita a la otra, Sombra. Nos tenían a todos esclavizados y se
dedicaban a coger gente errante y esclavizarla. Hemos liberado a tres personas que
habían apresado hace unas horas.
- ¿No serían un párroco y un Cyborg los que estaban presos?
- ¡Sí! He estado hablando con ellos y parecen buena gente. ¿Eran amigos tuyos?
- Si, sobre todo el párroco. Hemos vivido mucho juntos, ese viejo y yo.
- Nos alegra haber ayudado a un amigo tuvo. Y ya sabes, Sombra, si algún día
necesitas ayuda, estamos a tu entera disposición. Por cierto, me llamo Ernesto.
- No hay de qué, Ernesto. Bueno, creo que he hecho mi buena acción del día. Nos
vemos pronto, amigos.- dijo Sombra, saliendo de la casa y yendo rápidamente hacia
el Ataúd, donde le estaban esperando Brian y Aurora.

Salió saltando la muralla y fue lo más rápido que pudo hasta el Ataúd. Allí estaban
Brian y Aurora esperándolo. Sombra montó en el Ataúd cogiendo un bocadillo de la
mochila, y empezó a comérselo.

- Y... ¿Qué tal ha ido?- preguntó Brian.


- No le molestes mientras come, Lombriz. Lo detesta.- Le previno Aurora a Brian.
- Bien, bien.- y Brian esperó a que Sombra se terminara el bocadillo. Luego, Sombra
se dirigió a él.
- He encontrado a Sparky. Le he dejado vivir, porque me ha dado información muy
útil. Me han dicho los residentes de ese bastión que el Cyborg y el Predicador han
escapado.
- Me habría encantado saludarlos.- dijo Brian.
- Y a mí también, pero creo que ellos van a Atlanta, y nuestros caminos son distintos.
- ¿Qué información te ha dado Sparky?- dijo Brian, apremiando a Sombra.
- Ya lo discutiremos cuando estemos en Nuevo Pittsburg. Tenemos que ir lo más
rápido que podamos hasta allí.
- ¿Y qué cojones haremos en Pittburg? Sabrás que está a tomar por culo de aquí,
calculo que por lo menos a trece horas de camino, si la carretera está en buen estado.
- ¿Te acuerdas que te dije que existían más bastiones aparte de La Roca? Nuevo
Pittburg es uno de ellos, el tercero más grande para ser precisos. Y puede que Lluvia
tenga más respuestas, o por lo menos sabremos si todavía tiene su disco duro. Se está
preparando algo gordo, y quiero saber con exactitud qué es.

Y arrancando el Ataúd, Sombra, junto con Brian y Aurora pusieron rumbo a Nuevo
Pittsburg.
30. STUART

Estaban atrapados. Aquellos malditos cabrones les pusieron esposas en las manos y
los ataron con ellas en el remolque de uno de los Jeep. No sabían hacia donde se
dirigían, solo sabían que era un bastión del que era líder un tal Sparky. El Predicador
parecía conocerle, y cuando estuvieron ya sentados en la parte de atrás del Jeep en el
que iban montados, le preguntó.

- Predicador, ¿Quién es Sparky?- dijo Stuart, en un susurro para que no le oyesen los
captores.
- Uno de los mayores criminales que hay vivos por América del Norte, Stuart. Del
que hablamos Sombra y yo hace unos días, cuando estábamos en el refugio de Kansas
City.
- ¿Sois de Kansas?- dijo un hombre que estaba encadenado al lado suya. Tenía un
aspecto horrible, mucho peor que el aspecto que lució el Predicador en el primer
encuentro que tuvo con él. La ropa la tenía llena de grasa y suciedad y casi no se
distinguía el color original de la ropa. Tenía una barba bastante larga y un pelo negro
y con la parte delantera de punta. Su mirada era seria y calculadora. A Stuart le dio
pinta de criminal.- Vaya, no conocía a nadie de Kansas que hubiese sobrevivido al
Apocalipsis. Me llamo Jackie O´Donnovan. Vale, sí, el apellido en este momento no
importa mucho, pero me gusta recordarlo. ¿Quienes sois?
- Yo soy Stuart y este es el Predicador. ¿Eres Morti?
- No, pero veo que él si.- dijo Jackie, apartándose un poco del Predicador.- Por mí no
hay problema, mientras que no se me acerque mucho. Por seguridad, ya sabes...
- Entiendo.- dijo Stuart. El Predicador guardaba silencio.- ¿Y de donde vienes tú?
- De ninguna parte, para ser exactos. He estado vagando sin rumbo y en solitario
desde que cayó el bastión en el que viví al principio, en Los Ángeles, California.
Desde entonces he estado de allá para acá. Me he recorrido Estados Unidos de punta
a punta, coleguilla.- dijo sonriendo. La situación parecía divertirlo.- Me apresaron en
Paragold, unos kilómetros al este de donde os han apresado a vosotros.
- ¿Y qué hacías allí?- preguntó Stuart. Era muy extraño que una persona sola
estuviese en un pueblo seguramente atestado de No Muertos.
- Jugando al parchís.- dijo Jackie con tono de burla. Stuart se quedó mirándolo
fijamente.- ¡Buscando suministros, Cyborg! ¿Qué otra cosa iba a hacer en un pueblo
lleno de Malditos?
- ¿Malditos?- no creía que los No Muertos estuviesen malditos, más bien parecía otro
mote que les impusieron los humanos.
- Malditos, No Muertos, Podridos, Caminantes, Zombies... da igual cómo los llames.
Atacan en manadas y son lo más peligroso que en este momento existe caminando
sobre la tierra, te lo aseguro. Son hasta peores que estos sacos de basura, y mucho
más guapos.- dijo señalando a sus captores.- ¿Usted qué opina, reverendo...?
- Está dormido.- dijo Stuart.- Han sido unos días difíciles. Nos pilló un tornado en el
sur de Missouri. Sobrevivimos de milagro.
- ¡Joder! Y yo que pensaba que no tenía suerte, tío. ¿Y viste Malditos volando por el
cielo, junto a los coches, las tablas y esas cosas que suelen volar por los aires cuando
pasa un tornado?
- Si, parecían maniquíes. Y no veas cómo quedaban cuando se estampaban en el
suelo.- dijo Stuart en tono serio.
- ¡Ja, ja, ja!- dijo Jackie partiéndose de risa.- Hasta habría merecido la pena verlo
aunque tuvieses que dejar pasarte un tornado por encima. Oh, oh.- dijo Jackie,
poniendo gesto serio. Por algo que Stuart no entendía, a Jackie no parecía importarle
estar a merced de unos bandidos. Hasta parecía haber vivido esa situación con
anterioridad.- Ya llegamos.

Antes de llegar a lo que parecía ser el bastión pasaron una ciudad de largo, y llegaron
a lo que parecía un bastión bastante destartalado, según lo que pudo ver Stuart. Era de
noche, y no había luces encendidas salvo la de los faros de los Jeeps. Sus captores,
tras dar una contraseña, les abrieron las puertas y los Jeeps empezaron a desfilar hacia
el centro del bastión. No había nadie por las calles excepto soldados de aquí para allá,
vigilando. Cuando llegaron a la plaza del bastión, pararon y unos soldados les bajaron
de malas maneras.

- ¡Bienvenidos a la República de Bayner, putos animales!- les dijo uno de ellos,


dándole una patada a Stuart, tirándolo al suelo. El Predicador estaba adormilado, pero
siguió a Stuart con la cabeza agachada. Allí en la plaza sí que había luz, sólo la
suficiente para no alertar a los No Muertos, y se veían todos perfectamente. Jackie
también bajó del Jeep, sonriendo y con gesto desafiante.
- Eh, este es un Morti.- dijo uno de los soldados señalando al Predicador.- Más nos
vale pegarle un tiro en la cabeza, antes de que infecte a alguien...
- Será un Morti, pero puede trabajar como los demás. Sparky dijo que daba igual si
eran Mortis o no.
- Este no está ni en condiciones de trabajar, estúpido, es un puto viejo que no
aguantará ni un asalto.
- Entonces mátalo, y terminemos de una vez.
- ¡No!- dijo una voz que salía de la casa más grande de la plaza. En ese momento
salió un hombre alto, trajeado y con el pelo negro y largo peinado hacia atrás.
- Sparky, me preguntaba cuando aparecerías...- dijo el Predicador. Stuart miró al
Predicador extrañado.
- La vida no te sonríe, viejo amigo. La última vez que nos vimos fue en Cincinatti,
cuando Sombra intentó matarme, cosa que no consiguió, como es obvio. Me acuerdo
perfectamente. Sobreviví a duras penas.- dijo, examinando a Stuart y a Jackie.-
Encerrarlos juntos. Ya se me ocurrirá qué hacer con ellos.- dijo Sparky, entrando otra
vez en el edificio.

Varios soldados cogieron a los tres prisioneros y los guiaron a una casa hecha de
metal forjado custodiada por una puerta de barras metálicas. El interior constaba de
una sola habitación, llena de excrementos y mugre. Los metieron a empujones dentro
y con una mirada de desprecio, el guardia cerró la puerta con llave. Los tres se
ensuciaron rápidamente, y Jackie dijo en voz baja.
- Bueno, hay que ir planeando una huida, ¿No creéis? Por ahora nos tendrán aquí,
pero no creo que sea por mucho tiempo.
- Si, pero antes el Predicador me tiene que contestar a unas preguntas.- dijo Stuart,
taladrándolo con la mirada.
- Ya sé lo que quieres saber, Stuart. Te preguntas si fui compañero de Sparky, si
alguna vez fuimos amigos. Sombra y yo lo fuimos, poco después del apocalipsis.
Hicimos varios trabajos juntos y ganamos mucho dinero y suministros, hasta que un
día Sparky le robó el disco duro a Sombra en Cincinatti, donde casi lo atrapó. Por
desgracia, Sparky escapó, y Sombra siguió buscándolo por su cuenta. Yo me quedé
un tiempo en la ciudad para luego partir hacia Atlanta. Cuando encontramos a
Sombra en Kansas seguía buscando a esa rata. Ahora nos ha atrapado, y como no
pensemos en algo, moriremos a manos de estos monstruos. No les importa ensuciarse
las manos con sangre humana, como bien habéis notado.
- Eso no justifica que trabajaseis con él. Es un criminal.- le reprochó Stuart.
- En ese momento no lo sabíamos. Como Sombra, yo creía que era legal. Ahora,
¿Podemos pensar en algo para salir de aquí?

Tras inspeccionar la celda donde estaban encerrados, Stuart comprobó que todo el
lugar estaba reforzado con una pared metálica de gran grosor. El único punto débil
que vieron fue la puerta, que era de barrotes, típica de las prisiones.

- Venid los dos.- dijo Stuat al Predicador y a Jackie.- La única manera que se me
ocurre de salir es romper las barras de la puerta y salir luchando. Por lo que he visto,
no hay otra manera.
- ¿Y cómo se supone que vas a hacer eso?- dijo Jackie, puntuando con la vista a
Stuart en fuerza.
- Soy un Cyborg, puedo hacer eso y mucho más. Solo nos queda solucionar el
problema de los guardias, ya se me ocurrirá algo.
- Vale, como quieras.- dijo Jackie, recostándose en un montón de paja que había en el
suelo.- Mientras tanto, yo voy a dormir algo, estoy cansado.

Debían de ser más de las doce de la noche, y el Predicador, sin haber conseguido
encontrar una solución para eliminar sigilosamente a los cuatro guardias que
custodiaban la puerta, también se fue a dormir. Stuart se quedó apoyado en la verja,
fingiendo dormir y vigilando a los guardias de la puerta. Stuart era un Cyborg, no
necesitaba dormir, y podía aguantar despierto días enteros sin cansarse. Los guardias
eran humanos y podían cansarse con facilidad, y ese sería momento podría atacar.
Pero no eran tontos, como pronto se dio cuenta Stuart. A la hora les vinieron a
relevar, y por lo tanto, les tendrían vigilados de manera eficaz. Desde ese momento se
estuvo machacando la cabeza para averiguar cómo salir de allí sin llamar la atención.

Salió el sol, y por mucho que pensaba no encontró una solución a su problema. Las
horas pasaron como cuentagotas, y no se le ocurría nada. “¿De qué sirve tener un
cerebro de Cyborg, si luego no responde cuando de verdad lo necesitas?” se dijo
Stuart, totalmente impotente, sin moverse del sitio en el que se sentó hace horas. El
Predicador y Jackie siguieron durmiendo hasta mediodía, y nada había variado hasta
entonces. Les trajeron una jarra de agua, pero aparte de eso no les dijeron ni una
palabra, ni siquiera una mirada. Los trataban como si no existiesen. Stuart se fijó que
avanzando la mañana salía gente a hacer sus tareas diarias por el bastión, desde barrer
la puerta de su casa a ir a por su ración de comida del día, arreglar alguna falta en las
murallas o salir a por suministros. Era la primera vez que veía tantos humanos desde
que comenzó su existencia. Se quedó observándolos con curiosidad hasta que una
gran explosión lo sacó de su nube, y despertó al Predicador y a Jackie.

- ¿Qué coño ha pasado?- dijo el Predicador, algo asustado.


- Algo ha explotado, no sé...- Stuart vio como todos los guardias se apresuraban a ir
hacia el origen de la explosión, incluidos los que custodiaban su celda. La gente se
metió en sus casas, asustada- Chicos, creo que es nuestra oportunidad de pirarnos de
aquí.- dijo Stuart, agarrando los barrotes de la celda y tirando con todas sus fuerzas.
Con unos segundos de forcejeo, Stuart arrancó la puerta y la tiró a un lado de la
celda.

Nada más salir, Stuart se dirigió hacia la muralla, y desde allí pensaba recorrer el
perímetro de la misma hasta encontrar una salida. Cuando vieron la muralla,
corrieron hacia ella más rápido, para llegar cuanto antes, y en ese momento salieron
de una calle unos diez hombres armados, que caminaban hacia ellos. Era inútil
resistirse. Los tres se pararon, esperando que los detuvieran. Uno de ellos miró a
Stuart a la cara un momento, y milagrosamente pasaron de largo. Stuart se intuyó que
estaba sucediendo una rebelión en aquel asentamiento, y no reparó en preguntar.

- Disculpen, ¿Donde podría conseguir un vehículo?- Stuart se sonó ridículo, y no


esperaba que le preguntasen.
- Sigue hasta la muralla, wey, y luego gira a la izquierda hasta que encuentres el
aparcamiento.- dijo un soldado.
- ¡Gracias!- dijo Stuart, sorprendido de que le hubiesen contestado.

Stuart siguió corriendo por el camino que le indicó aquel hombre, seguido por Jackie
y el Predicador. Al Predicador le costaba seguir su paso, pero no era momento de
demorarse, ya que el sonido de disparos y explosiones empezó a retumbar por todo el
asentamiento. Solo era cuestión de tiempo que una de las facciones dominase a la
otra, y si los que resultasen vencedores fuesen sus captores estarían en un serio
aprieto. Estuvieron corriendo varios minutos hasta que llegaron a un aparcamiento
lleno de vehículos al lado de una gran puerta metálica que daba al exterior. Stuart se
puso a puentear uno de los Jeeps.

- ¡Jackie, abre la puerta para que podamos salir nada más que tenga a punto este
Jeep!
- ¡Ahora mismo!- Jackie se fue a encargar de la puerta, seguido por el Predicador,
con aspecto de cansado.
Cuando puenteó el vehículo, comprobó los niveles de gasolina y de aceite. El nivel de
aceite parecía el óptimo, pero de gasolina andaban algo escasos. Fue a echar un
vistazo rápido al aparcamiento, y vio una pequeña montaña de bidones de gasolina.
Fue hacia donde estaban los bidones, y destapó algunos comprobando que eran
gasolina. Destapó algunos que eran diésel, que descartó al instante: el Jeep era de
gasolina. Cuando tuvo barios bidones de gasolina, rellenó el depósito del Jeep
rápidamente derramando bastante por el suelo, sin que le importase mucho. Cerró el
depósito de forma apresurada y se puso en marcha recogiendo al Predicador y a
Jackie fuera. Nada más salir Stuart con el Jeep cerraron las puertas, para que en el
caso de que se encontrasen No Muertos en los alrededores no arrasasen el bastión.
Cuando estaban a un kilómetro del asentamiento, vieron un helicóptero que se alejaba
en el horizonte.

El Predicador le daba instrucciones mientras conducía para que no se desviase en su


camino hacia Atlanta, y en una hora pasaron por Memphis, donde según el
Predicador, en la época del apocalipsis volaron todos los puentes que pasaban por el
Misisipi, y que unos meses después reconstruyeron uno de ellos para facilitar el paso,
sabiendo que no había ningún puente que cruzase el río en kilómetros a la redonda.
Stuart intentó sacarle al Predicador el nombre de los reconstruyeron, pero el
Predicador le explicó que no se sabía exactamente quién lo hizo. Vamos, un auténtico
misterio y una bendición para los que pasasen por allí. Durante horas pasaron por
pueblos desiertos, o mejor dicho, con No Muertos vagando por ellos, sin destino y sin
nada que les atase a esta vida, salvo la muerte. Algunos de ellos notaban su presencia,
cosa que Stuart no había visto desde que existía. La razón era que Jackie no era un
Mortis ni un Cyborg. Era un humano normal y corriente, y su presencia activaba a
aquellos seres. Cuando estaban pasando por Birmingham, Stuart le preguntó.

- Oye, ¿Y adonde te dejamos, Jackie? No has dicho casi nada desde que salimos de
Bayner.
- Eh, llevo algún tiempo solo, y quiero algo de compañía. Si no os importa, os
acompaño, por lo menos un tiempo.
- ¡En absoluto, creo que serás un compañero excelente! Antes de nada quiero que
sepas que vamos a Atlanta, no sé si sabes qué significa.
- Si, sé lo que significa. Es el Cementerio de América del Norte, ¿No? Mientras vaya
con vosotros, creo que no hay problema. ¿Usted qué cree, Predicador?
- No creo que haya problema, mientras no te separes de nosotros. Allí los humanos
no son bienvenidos, y si te extravías puede que acabes en una fosa, sin ánimo de
ofender.
- Lo entiendo, Predicador. Mientras estemos en Atlanta seré vuestra sombra.

Quedaban dos horas hasta llegar a Atlanta, y el Predicador se durmió un rato,


mientras que Stuart estuvo interrogando a Jackie sobre su vida y lo que hacía antes
del apocalipsis. Jackie evadía las respuestas con respecto a su vida, pero contestaba
de buena manera a las preguntas sobre cómo era la vida antes del infierno en el que
vivían actualmente. Las dos horas pasaron volando, y cuando estaban a punto de
llegar a Atlanta casi había anochecido. El Predicador ya llevaba un rato despierto, y le
dijo a Stuart.

- Vamos a parar en ese pueblo, no es seguro entrar en Atlanta de noche. Cuando


amanezca, iremos a ver a Cadmus. Quizás sepa algo sobre el almacén ese de Cyborgs
que estás buscando. Me entristece que nuestros caminos se separen en Atlanta. Has
sido un buen compañero, Stuart.
- Nuestros caminos no se separan, Predicador, solo quiero respuestas, acallar este
sentimiento que tengo dentro, el de encontrar esos Cyborgs. Cuando encuentre
respuestas, seguiré contigo, Predicador, si no te importa.
- Ya veremos lo que dice Cadmus.- dijo el Predicador, sonriendo.- Hasta entonces,
mejor no anticipemos nada.

Y tras un prolongado silencio, entraron en aquel pueblo, montaron un refugio seguro


y durmieron hasta el día siguiente.
31. ALTAIR

- Joder, qué calor hace...- dijo Karl mientras conducía el camión de suministros hacia
Nueva Alhambra. Llevaban en la carretera unas horas, y ya circulaban por el sur de
España, en Andalucía.
- No creo que Betsy y Monty atrás, con los camiones de combustible lo estén
pasando mucho mejor.- le replicó Altair.- Y ten en cuenta que llevamos en la carretera
unas siete horas. Tranquilo, está anocheciendo, y me imagino que hará algo más de
fresco por la noche. Estamos llegando a Sevilla, ya solo nos quedan cuatro horas más.
- Claro, como tú no vas conduciendo... yo tengo un calor de cojones.- repitió Karl.
- ¿De donde procedes tú? Me refiero a antes del apocalipsis.- le preguntó Altair,
harto de oír quejas.
- De Pescara, Italia. Pero allí también hace calor en verano.
- Yo me crié en las calles del Cairo, chaval, el calor para mí no significa nada. Por lo
que a mí respecta, ahora hasta hace fresquillo. Deja de quejarte como una niña y
sigue conduciendo, no quiero que tengamos un accidente.

Altair estaba exprimiendo a los conductores al máximo, y tras oír a Karl sus protestas
meditó si debían descansar o no. Siete horas en la carretera, sumando el calor y el
cansancio que les originó el asalto al hospital, era un tirón muy largo que podía tener
consecuencias.

- Joder, no debimos dejar a Bolts atrás, señor.- le dijo Karl a Altair mientras veían
cómo el sol desaparecía en el horizonte, dejando paso a la noche.
- No ha muerto, está recuperándose del accidente que tuvo. Cuando se recupere, yo
mismo iré a por él y regresaremos a Nuevo Edén, ¿Verdad, Tornado?
- Claro que sí, Altair. ¿Tú qué opinas, Kira?- Kira no respondió. Estaba dormida.
- Para ser un Cyborg duerme mucho.- dijo Altair.- Despertarla, vamos a pasar por
Sevilla, y creo que antes del Apocalipsis era una ciudad muy habitada. ¿Pero qué...?-
Una gran explosión los sorprendió, en ese momento sin saber de donde procedía.
Cuando miraron para atrás una gran bola de fuego y humo negro anunciaba que uno
de los camiones de combustible había explotado, por razones desconocidas. Todos los
pasajeros del camión de suministros le decían a Karl que parase.- ¡No, sigue! No hay
nada que hacer por el conductor del camión, es una tontería parar.- Altair no sabía
porqué explotó el camión de combustible, esos camiones estaban muy bien
preparados para soportar las altas temperaturas sin que afectase al combustible que
llevaban dentro. O Ambroz no lo reparó lo suficiente o no previó que el combustible
pudiese de alguna manera estallar. Un cohete pasando a toda velocidad y directo
hacia el otro camión de combustible disipó sus dudas con respecto a lo que hizo
estallar el primer camión de combustible.- ¡Karl, para, rápido! ¡Nos atacan!- cuando
paró Karl el camión salió de un salto de la cabina del copiloto cargando su M4.

Joseph y Kira, que se había sobresaltado de su sueño por las explosiones, bajaron
corriendo del camión de suministros. Joseph se anticipó y tiró fuera de la parte de
atrás del camión una caja de cargadores de 5´56 para tener munición contra los
atacantes. Saltó a tiempo del camión, antes de que otro cohete pasara volando y
convirtiese el camión de suministros en una bola de fuego y cenizas.

- ¡Joder, hijos de puta!- dijo Altair, cubriéndose en el guardabarros. Lo que les


rodeaba era campo bastante llano, y con un vistazo rápido detectó rápidamente a sus
agresores, que estaban a cien metros de frente suyo y al lado de un alcornoque. En
ese momento les disparaban ráfagas de tiros, y ellos se cubrían, devolviendo los
disparos.- ¿Alguien tiene granadas para la M4? Mi M4 tiene lanza-granadas
incorporado.
- ¡Si, aquí tienes!- Joseph le lanzó varias granadas para su M4 y empezó a disparar
granadas contra el grupo que les atacaba, con poca precisión, teniendo en cuenta la
distancia a la que estaban los atacantes. Una de las granadas impactó contra el
alcornoque, fundiéndolo en una masa de fuego. Siguieron disparando un buen rato,
intercambiando disparos. El olor a pólvora y sudor reinaba en el ambiente, y los
guardabarros de la autovía estaban llenos de agujeros. Casi habían gastado toda la
munición que tenían y no les quedaba mucho con lo que atacar. Altair se estaba
planteando la retirada, cuando abatieron a Karl. Un tiro en la cabeza lo dejó seco y
cayó al suelo con un ruido sordo.
- ¡Karl, no!- Fue corriendo adonde estaba, sabiendo que ya era demasiado tarde para
salvarlo. Miró alrededor y se fijó en el caos que reinaba en el ambiente, con su frente
perlada de sudor. Ya solo quedaban tres de los nueve que partieron de Nuevo Edén.
Uno de ellos era un Cyborg, y otro era un SuperHumano. Altair era solo un humano,
superviviente, sí, pero nada más eso, y temió su muerte, por primera vez desde que
perdió a su familia. Era eso lo que le mantuvo vivo misión tras misión, que le daba
igual vivir que morir, desde que perdió a su familia en la época del apocalipsis. En
ese momento, en el momento que esperaba la muerte, se acordó de su mujer, y de su
hijita, Ghina. Nunca se perdonaría el haberlos perdido, nunca. Mientras pensaba estas
cosas y el sudor le recorría la cabeza, se dio cuenta que llevaba varios minutos sin
disparar una sola bala, y que ya les habían rodeado a los tres. Un golpe en la nuca lo
dejó inconsciente.

Se despertó con la mirada borrosa y mareado. Cuando recuperó un poco el


conocimiento empezó a reconocer el entorno. Estaban en una plaza, atados a unos
postes en un cadalso de madera, y con el cielo perlado de estrellas y los alrededores
iluminados con antorchas. Tornado y Kira estaban despiertos, y su mirada no
presagiaba nada bueno. Altair miró a Tornado intentando hacerle gestos para ver si
tenía algún plan, y un gesto negativo de Tornado hizo que Altair mirase lo que le
rodeaba. La plaza estaba llena y mucha gente vestía trajes blancos adornados con una
cruz roja plasmada en el torso. Los Templarios de los que le habló Ambroz sí que
existían, a pesar de todo. La mayoría de ellos portaban espadas y escudos como
antaño, y casi todos los hombres tenían barba. Uno de ellos, bastante anciano y que
en vez de un arma portaba un bastón y un cuaderno, recitaba en voz alta.

- ¡Hermanos míos, hoy hemos encontrado a estos impíos pasando por nuestros
dominios, con posesión del líquido de Satán y productos claramente antirreligiosos, y
por si fuera poco, entre ellos hay una máquina infernal, esas que se hacen llamar
Cyborgs!- Altair imaginó que el líquido de Satán se refería a la gasolina. Estos tíos
estaban locos. Un rugido de indignación resonó en la plaza.
- ¿Cual es la pena que recomienda su señoría?- dijo uno de los Templarios que
estaban sentados en un palco. Altair supuso que serían los que les juzgaran. Eso era
un puro trámite, pensó Altair. Todos ellos estaban cortados por el mismo patrón, y eso
garantizaba la culpabilidad de Altair y su gente.
- Muerte en la horca y para la Cyborg fusilamiento y quema. Ha entrado unos de esos
seres infernales en nuestro sitio sagrado y hay que purificar el ambiente. ¿Qué me
dicen, mis señores?- dijo el anciano. Todos sin excepción asintieron.- Así sea.
Mañana en la madrugada estos reos se unirán a los otros en la hora del
ajusticiamiento.
- ¡Un momento, dejen que...!- dijo Tornado a la defensiva. El verdugo, que hasta
ahora no había movido una pestaña fue hasta Tornado y le cerró la boca de una
patada, consiguiendo que empezase a sangrar por la nariz.
- ¡Cállate, impío, tú no tienes derecho a hablar!- dijo el verdugo, quedándose en el
cadalso por si alguno de ellos trataba otra vez de decir algo.
- Permiso para hablar, señorías.- Uno de los jueces que estaban sentados en el palco
de acusación se levantó de su silla. Era muy alto, de unos dos metros, fuerte y
musculoso, con una mirada muy seria e intimidatoria y una barba incipiente, de color
negro azabache. Lo que más le llamó la atención a Altair fue el espadón que portaba
aquel hombre, un espadón de al menos un metro y medio. Los demás le miraron con
cara de enfado.
- Permiso para hablar a Roberto Cid. Tienes la palabra.- dijo el anciano que presidía
a todos los demás.
- Estos señores no han hecho nada malo, mis hermanos. Disculpadme que sea tan
franco, pero es así. Los hemos atacado en medio de la nada, sin que nos provocasen
de modo alguno, y les acusamos según nuestras creencias, no las suyas. Y les
recuerdo que empleamos armas de fuego contra ellos, siendo claramente objetos
creados por Satán...
- Cid, te estás pasando...- dijo el anciano, con el rostro contorsionado por la rabia.
Altair agradeció de corazón que hablase por ellos aquel hombre, cuando nadie más
allí lo hizo.
- Siento que mis señorías piensen así, solo pido justicia para estos pobres pecadores.
Y hay que tener en cuenta que tienen toda la pinta de ser hombres de AllNess, y lo
que menos queremos en estos momentos es una guerra con ellos.
- Lo que queremos o dejemos de querer no te compete, Cid. Ya se ha tomado una
decisión. Si sigues teniendo tendencias herejes, te acusaré de desacato, y serás tan
criminal como ellos.- el Cid, viendo que no podía hacer nada, se sentó, derrotado.
Después, el verdugo habló.
- ¡Bien, meted a los reos en una celda, aún nos queda un caso de adulterio y dos
casos de robo hoy...!

El verdugo desató a los tres y los volvió a atar a uno con otro, para que formasen una
fila india atados de las manos, con el verdugo detrás instigando a los tres para que
andasen a buen paso. Los llevó por una calle bastante estrecha, pasando por casas
pequeñas y antiguas. Un gato salió corriendo cuando se dio cuenta de la presencia del
grupo. Al final de esa calle había un edificio que parecía de construcción posterior al
apocalipsis y que tenía toda la pinta de ser la cárcel municipal, viendo que las
ventanas estaban cubiertas de barrotes. el verdugo los metió dentro del edificio, y los
introdujo en una de las numerosas celdas situadas en el vestíbulo de entrada del
edificio.

- ¡Ahora quedaos ahí sin montar ruido, si no queréis sufrir!


- ¡Oye, podríais darnos un poco de agua para refrescarnos, al menos!- se quejó Altair,
ya harto de que lo tratasen como un animal.
- Sería un desperdicio de agua, porque en la madrugada vais a morir, impíos...

Y el verdugo se fue dejándolos dentro de la celda, sin agua ni comida. La celda era
pequeña, nada más que cuatro paredes sin ventana. Ya era de noche, y no se veía más
que la oscuridad. Tenían que trazar un plan para salir de allí.

- Tornado, Kira, ¿Me oís?- dijo Altair en voz alta.


- Si.- respondieron los dos.
- ¿Alguna idea de cómo salir de aquí?
- Varias, pero ninguna válida en estos momentos.- dijo Tornado.- Tirar la puerta
abajo alertaría a los guardias. Si tuviese mis ganzúas podría haber forzado la puerta
en silencio y salir a explorar este bastión arropado por la oscuridad, pero mis ganzúas
se quedaron en el camión de suministros. Y no nos olvidemos que no tenemos ni
armas, ni vehículos ni suministros. Podríamos tardar en llegar a Nueva Alhambra
hasta semanas.
- ¿Entonces qué propones? Por lo que dijiste eres un buen estratega, ¿No?
- Propongo que cuando nos vengan a recoger para llevarnos al cadalso y ejecutarnos
eliminemos silenciosamente a los guardias que vengan a por nosotros y salgamos
pitando.
- Qué original.- se produjo un silencio incómodo que Altair interpretó como enfado.-
Está bien, es lo único que tenemos, y es una buena idea. ¿Mejor así?
- Si, mejor.- dijo Tornado.- Voy a dormir un poco. Si se te ocurre una idea mejor, no
dudes en exponerla.

Estuvieron varias horas sin hablar. Joseph se durmió. Altair no podía dormir, y estuvo
pensando todo el tiempo en la cantidad de hombres que perdió en esta misión. En las
misiones que le asignaban en Nuevo Edén no solía perder hombres, y por eso se ganó
el liderazgo de las Operaciones Especiales. Había que tener en cuenta que esta misión
fue con diferencia la más complicada, y que viajaron hasta España sin casi hacer un
estudio del terreno, sin mapas actuales, ni coordenadas de ningún tipo. Era normal
que esta misión tuviese tantas bajas, ya que no sabían que podían encontrar en
cualquier esquina. Debían de ser más de la medianoche, y Kira trató de llamar su
atención.
- Altair, ¿Conocías bien a los conductores de los camiones?
- Han conducido para mí durante decenas de misiones, Kira. Los conocía bastante
bien. ¿Y tú a Suléiman y a Tornado?
- Lo conocí el día que nos presentó Elliot a tu equipo. Al que más conozco es a
Tornado y porque es mi creador. El me hizo.- dijo Kira, sin inmutarse.
- ¿Cómo que te hizo?
- Soy una Cyborg, a mí me crean, no nazco. Y me creó Tornado, si así me
entiendes...
- Lo siento.- dijo Altair por el poco tacto que había tenido.- Espero no haberte
ofendido.
- No, tranquilo. Soy diferente, eso es algo con lo que tendré que vivir siempre.
- ¿Porqué nos ocultaste que eras una Cyborg?
- Elliot me lo ordenó. Dijo que no quería que desconfiaseis de mí desde el primer
momento. Sabes muy bien que poca gente confía en nosotros.
- Sí, por desgracia lo sé.- en Nuevo Edén, aparte de Elliot AllNess, todo Cyborg se
miraba con desconfianza, como si fuesen los causantes de todo el desastre mundial.
Nada más lejos de la realidad.

Altair hizo caso a Kira e intentó dormirse. Dio varias vueltas en su cama
improvisada, y a los diez minutos se durmió. Soñó que lo subían a un cadalso lleno
de sangre y que en vez de matarlo lo obligaban a ver cómo cientos de No Muertos
destripaban a su familia. Los gritos de su familia se fundían con los suyos, y solo
esperaba que todo eso acabase para reunirse con su familia en el mundo de los
muertos. Entre los gritos, todo lo que rodeaba su sueño explotó en una gran bola de
fuego y se levantó empapado de sudor. Lo que le había despertado era el sonido de
explosiones y ráfagas de disparos que se oían por todas partes.

- Pero, ¿Qué coño pasa?- dijo Altair sobresaltado. Entraba poca luz por la puerta
principal del edificio, la suficiente para saber que estaba amanecido.
- No lo sé, el tiroteo ha empezado hace medio minuto.- dijo Joseph, sobresaltado.

Se oían gritos por todas partes, y en ese momento ya no se oían explosiones, solo
ráfagas de disparos. Altair barajó dos opciones posibles sobre lo que podía estar
pasando. Había tenido lugar un motín protagonizado por aquellos que no aprobasen la
doctrina de esta gente, como Roberto Cid, o alguien de fuera había llegado para
exterminarlos. Altair no sabía que pensar, y cada segundo que pasaba miraba a la
puerta para ver entrar a su salvador o a su verdugo. Pasaron diez minutos, con cada
vez menos disparos hasta que todo cesó. A los pocos minutos de que las balas dejasen
de disparar, un hombre encapuchado apareció al lado de la puerta, en el exterior.
Llevaba un papel y unas llaves en las manos y Altair supo que ese era el verdugo. El
“verdugo” se puso delante de ellos y en vez de abrir la puerta y atarlos los unos con
los otros, les tiró dentro de la celda las llaves y el papel a los pies. Después de hacer
eso, se fue sin decir palabra.

- ¡Un momento, espera!- dijo Altair, sin ningún éxito. Sabiendo que nunca lo
alcanzaría descartó el perseguirlo. Cogió el papel y la llave, y abriendo el papel leyó
la única frase que estaba escrita en el papel.- “Por cortesía del Señor Ambroz”. ¿Qué
pensáis vosotros?
- Tiene pinta de ser una trampa.- dijo Kira.- Ambroz no habría exterminado a toda
esta gente, eso te lo aseguro.
- ¿Una trampa para qué?- preguntó Joseph.- Si nos quisiesen eliminar nos tienen aquí
encerrados, y nos han dado las llaves para que nos vayamos. Propongo que salgamos,
pero con cuidado.
- Decidido, entonces.- dijo Altair, abriendo la puerta de la celda con la llave.

Salieron con cuidado, cubriéndose en las paredes y observando bien su entorno.


Salieron al exterior, y un olor fuerte a madera quemada y carne chamuscada les
inundó las fosas nasales hasta casi el punto de vomitar. Todo el ambiente estaba lleno
de humo y polvo, y solo se oía el ruido de algunos derrumbamientos. Mientras
recorrían las calles de aquel pueblo, empezaron a encontrarse con los restos de la
masacre que tuvo lugar allí haría unos cuantos minutos. Había mucha gente muerta
tirada por el suelo, y todas las calles estaban llenas de manchas de sangre. Parecía un
matadero. Cuando llegaron a la plaza, el desastre era total. En el cadalso donde les
iban a ejecutar estaban empaladas todas las cabezas de los Templarios que les
juzgaron hará unas horas, y en una pared divisaron una fila de personas tirada en el
suelo. La pared estaba llena de estampones de sangre, lo que indicaba que a esas
personas las ejecutaron como a animales. Altair se obligó a mirar al suelo, que estaba
cubierto de personas. Muchas de ellas eran niños, con la mirada perdida y la mayoría
con una bala en la cabeza, siendo los menos afortunados los que estaban con las
tripas adornando el suelo, los que habrían tardado unos minutos en morir. Altair sintió
lástima por toda esa gente, que habían muerto como animales. Al lado del cadalso
vieron un helicóptero en perfecto estado. Altair supo al instante que lo habían dejado
allí para ellos.

- En serio, ¿Creéis que esto lo ha hecho Altair?- dijo Kira, finalmente.- Tiene pinta
de que han matado a todo el mundo, incluyendo a niños y ancianos...
- Ambroz no ha hecho esto, estoy seguro.- dijo firmemente Altair.
- Entonces, ¿Quién puede haber sido?
- Ni idea, pero será mejor que cojamos el helicóptero y vayamos a Nueva Alhambra.
Quizás allí tengan respuestas.
- Espero que sea así, porque estas personas, por muy chiflados que parezcan, no hay
derecho en asesinarlos de esta manera. No deseaba este infierno a estas personas,
Altair.- dijo Tornado.

Se subieron corriendo al helicóptero y con una última mirada al infierno que dejaban
abajo se pusieron en camino hasta Nueva Alhambra.
32. BRIAN

- ¡Vamos, Brian, tenemos cinco minutos!- dijo Sombra mientras salían a toda
velocidad del Ataúd, portando un M4 cada uno. Estaban frente a una antigua joyería
en las afueras de Morgantown, a una hora al sur de Pittsburgh. Sombra reventó la
puerta de la joyería de una patada y Brian entró corriendo con una mochila vacía.
Tenían que desvalijarla lo más rápido posible.
- ¿Lo de siempre?- preguntó Brian, mientras divisaba lo que tenía a su alrededor. La
joyería estaba intacta, como casi todas las que encontraron desde que partieron de la
República de Bayner en dirección a Nuevo Pittsburgh. La gente ya no le daba valor a
las joyas, reliquias olvidadas que reflejaban el ego y la prepotencia del ser humano.
En estos momentos cualquier mendrugo de pan en buen estado valía más que
cualquier diamante.
- Si, oro y piedras preciosas. Y date prisa, en esta zona me parece que hay una buena
aglomeración de No Muertos.

Sombra y Aurora se quedaron fuera, decapitando a todo No Muerto que se acercaba.


Brian rompía de forma apresurada con una pequeña maza todo escaparate que parecía
tener oro o piedras preciosas, cogiendo todo lo que había en su interior de una pasada
y metiendo todo en la mochila. Llevaba dos minutos de faena cuando Sombra y
Aurora empezaron a usar las armas de fuego. Eso le indicó a Brian que le quedaba un
minuto escaso, tal vez dos.

- ¡Vayámonos ya, esto se vuelve incontrolable!- le gritó Sombra desde afuera del
establecimiento.
- ¡Un momento, ahora voy!- Brian cargó la mochila a las espaldas, amartilló su M4 y
salió de la tienda apuntando a varios No Muertos que se acercaban a ellos. Había por
lo menos cien No Muertos que se acercaban hacia ellos con pasos tambaleantes, y al
final de la calle se veía que muchos más se acercaban. Si no se metían pronto en el
Ataúd tendrían un problema muy serio.

Cuando los tres estuvieron juntos fuera de la joyería, se abrieron camino hacia su
vehículo, pasando por la pila de cadáveres que les rodeaban gracias a Sombra y
Aurora. Sin querer, Brian pisó varias manos muertas, tripas y sangre que había por
toda la calle desperdigados. Sin poder evitarlo, se le ensuciaron las zapatillas, y Brian
torció el gesto de asco. Subieron corriendo al techo del Ataúd por una ventana, donde
estaba anclada una ametralladora pesada. Una mano intentó agarrarlo desde la calle
mientras se subía en el techo del ataúd, y con una patada se desprendió de ella.
Cuando estuvieron todos dentro, Sombra arrancó y salieron a toda velocidad hacia
Nuevo Pittsburg. Estaban en las afueras de Morgantown cuando Sombra le preguntó
por el botín, como las innumerables veces que hicieron el mismo procedimiento
desde que salieron de la república de Bayner en dirección a Nuevo Pittsburg.

- ¿Cuanto has recogido?


- Déjame ver...- dijo Brian echando un vistazo al interior de la mochila.- por lo
menos medio kilo de oro, trescientos gramos de plata y algunas piedras preciosas.
- Tenemos suficiente, o eso creo, con todo lo que hemos recogido por el camino.-
analizó Sombra.
- ¿Me vas a decir de una vez porqué necesitas joyas? Te recuerdo que ahora este tipo
de material carece de valor.
- No adonde vamos, te lo garantizo. Si queremos la atención de Lluvia, tenemos que
llevarla tanta cantidad de joyas como sea posible.- comentó Sombra.
- Sigo sin entender porqué nadie se interesaría en el oro o las piedras preciosas en
estos momentos...
- A ver cómo te explico...- Sombra estaba buscando las palabras para explicarse.-
Lluvia es como yo, una Sheriff. Y como yo, tiene una obsesión, una demencia. Ese
fue uno de los efectos secundarios cuando nos inyectaron las vacunas de
SuperHumano. Una demencia, una obsesión. Una locura. Llámalo como quieras.
- Por lo que dices todos los Sheriffs sufrís algún tipo de obsesión.- dijo Brian
reflexionando.- ¿Y cual es la tuya?
- Ya te lo he explicado antes, eso solo demuestra que no me haces ni puto caso.- dijo
Sombra, enfadado.- Me defrauda que aún no lo hayas descubierto.- dijo Sombra,
mirándolo.
- Eh... ¿La locura total y absoluta?- intentó averiguar Brian.
- Más o menos. La ira, tal y como suena. Y la mitigo matando, por eso disfruto tanto
haciéndolo, como Aurora. El problema de Aurora es que la sufre con más intensidad,
porque ella no recibió la vacuna SuperHumano, sino que la di mi sangre para que no
se transformara en una No Muerta.
- ¿Si le das tu sangre a un infectado evita que se transforme?- dijo Brian sorprendido.
- Si se la doy entre la media hora y la hora después de ser convertido, si. Es mi
seguro por si te infectan. Por eso accedí al trato que me ofrecía Harry en La Roca. El
problema es la demencia que acarrea convertirse en un SuperHumano. Tienes que
“desfogarte” cada veinticuatro horas más o menos, si no quieres volverte loco. Y
Aurora cada doce horas ya está nerviosa. Es algo con lo que tendrás que convivir toda
la vida, Brian. Ser un SuperHumano tiene sus inconvenientes, y sus ventajas. Serás
una de las personas más poderosas de todo el planeta.
- Casi que paso. Quiero seguir siendo un humano normal y corriente, gracias.
- Te comprendo.- dijo Sombra, con la mirada perdida en el horizonte.- Yo también
habría mandado experimento a la mierda si llego a saber los inconvenientes que
tendría.- Sombra estuvo por lo menos una media hora sin hablar, con la mirada fija en
la carretera. Aurora se durmió atrás y estaba hecha un ovillo en el asiento derecho.
- ¿Cuanto falta para llegar, Sombra?
- Unos diez minutos. Nuevo Pittsburg te va a encantar. No es tan grande como La
Roca, ni mucho menos, tendrá unos diez mil habitantes, pero con un cierto matiz
diferente. Tiene unas defensas diferentes a las de La Roca. Es mejor que tú lo veas,
no quiero adelantarte nada.- dijo Sombra con una sonrisa.

Sombra siguió conduciendo mientras se acercaban a la antigua ciudad de Pittsburg,


en la que antes del apocalipsis vivieron trescientas mil personas. Nada más entrar en
la ciudad empezaron a aparecer los primeros grupos de No Muertos, atraídos por el
ruido del Ataúd. Nada más verlos, Sombra activó las múltiples armas del Ataúd,
haciendo más ruido. Un montón de sierras y radiales penetraban en los grupos de No
Muertos con los que se cruzaban y el Ataúd los atravesaba como si fuesen
mantequilla, dejando un rastro de sangre, vísceras y carne podrida por todo su
camino.

Tardaron un rato para llegar a uno de los puentes que conducían hacia el centro de
Pittsburg, que era donde parecía que estaba situado el bastión. El puente al que fue
Sombra tenía una gran puerta de acero adosada a la entrada, y varios soldados
apostados en una torreta por dentro de la puerta. Nada más ver el Ataúd, abrieron las
compuertas asegurándose con un rápido vistazo que la zona estaba libre de No
Muertos y dejaron pasar al Ataúd cerrando las puertas tras de si.

- Sombra, ¿Qué tal va la cosa?- le dijo uno de los soldados, sonriendo. Parecía muy
contento de ver a Sombra.
- Bastante bien, Justin. Os dejo el Ataúd aquí, como siempre. Voy a ver a Lluvia.
- Lo suponía. Lluvia nos dijo que vendrías un día de estos.- Afirmó Justin.
- ¿En serio?- dijo Sombra extrañado.- Bueno, da igual, ¿Nos podéis llevar hasta la
entrada de los puentes?
- Claro, sin problema. Os llevaré en mi ranchera.- dijo Justin, mirando a Brian.- Por
cierto, ¿Donde está Logan, tu antiguo ayudante?- preguntó Justin mientras montaban
en la ranchera.
- Eh, tuvo un accidente en una misión en la que tuvimos que ir a Little Rock,
Arkansas.- explicó Sombra. Aurora se reía a escondidas.- Cállate.- dijo Sombra
irritado en un susurro dirigido hacia Aurora. Se calló al instante.
- Vaya, me caía bien, en serio. ¿Este es tu nuevo ayudante?- preguntó Justin mientras
conducía por el puente y se acercaban al centro de Pittsburg.
- Si, y es muy eficiente. Es un superviviente nato, estuvo solo dentro de un búnker un
año entero antes de que lo rescatase.
- Tienes suerte.- le dijo Justin a Brian.- No viviste lo peor de esta locura. Los
primeros meses fueron los más horribles. Hasta que no se terminaron de construir las
protecciones del bastión nadie pudo dormir tranquilo, y eso sin contar a todos los
seres queridos que ha perdido la gente. Todo el mundo ha sufrido pérdidas, y el más
afortunado tiene a algún miembro de su antigua familia con vida. - relataba Justin.-
Algunos, como yo, lo perdimos todo. No queda nadie que conozca de antes del
apocalipsis con vida. Mis hermanos, mis padres, tíos, amigos... la mayoría de ellos
están convertidos en No Muertos, recorriendo las calles de un pueblecito al sur de
Charleston, en West Virginia. Yo estaba aquí en Pittsburg en un viaje de negocios, y
eso me salvó...
- ¿En qué trabajabas antes del apocalipsis?- preguntó Brian.
- Agente de seguros. Estaba negociando con una compañía de seguros de Pittsburg
para que se anexionara a nuestra empresa. Me tiré los dos meses posteriores del
comienzo de la plaga en el centro.
- Vaya...- Brian se imaginó lo duro que debía de haber sido estar en el centro de esta
gran cuidad mientras todo el mundo se desmoronaba y pensando que tú serías el
siguiente. Analizando todo lo que vio desde que salió de aquel búnker, llegó a la
conclusión de que el había pasado un año cómodo y placentero en aquel puñetero
hoyo.
- Ya hemos llegado.- dijo Justin parando la ranchera al final del puente.- Os deseo
suerte con Lluvia. En la última semana ha recibido muchas visitas, y ya empieza a
cansarse de tantas molestias. Hasta luego, chicos.- dijo Justin y cuando los tres
bajaron de la ranchera se fue en dirección opuesta, hacia el control del puente donde
le encontraron.
- Este tío cada vez me aburre más.- dijo Sombra, mientras caminaban hacia la
entrada al centro. La entrada estaba amurallada, sin puertas, con varios ascensores
que subían varios metros hacia arriba, al lado del puente de la carretera. Eso le resultó
a Brian muy extraño.- Siempre que traigo un nuevo ayudante cuenta la misma
historia. Venga, subamos al ascensor.- Todos subieron al ascensor, Sombra pulsó un
único botón dentro del ascensor, y los llevó a la cima de la muralla, donde había un
puente que les llevaba hasta el rascacielos más próximo. Por debajo del puente Brian
solo divisó una cosa. Alambres de pinchos, y algunos cadáveres en avanzado estado
de descomposición. Brian juró que uno de ellos se movía.
- Pero, ¿Qué coño es esto, Sombra?
- Es verdad, no te he explicado...- se disculpó Sombra, mientras Aurora los seguía
observando atentamente los cadáveres que se disecaban al sol del mediodía.- Quería
que lo vieses antes. Todo el suelo de este bastión está cubierto de alambre de espino,
y los rascacielos se comunican por puentes enlazados entre ellos. Este bastión está
situado en un triángulo de tierra, dos de los tres lados hacen frontera con los ríos
Allegheny y Monongahela, y la parte que tiene frontera con tierra la han arrasado en
una recta de medio kilómetro, llenando toda la zona de alambre de espino y minas
antipersona. Solo se puede pasar por ese infierno mediante unos caminos que
hicieron, con muchas curvas y cuestas, para que los No Muertos lo tuviesen chungo
para llegar al bastión.- Brian vio cómo todos y cada uno de los rascacielos de la zona
financiera de Pittsburgh estaban unidos por puentes de metal. Una obra magnífica.-
Como ves, cada uno se las ha ingeniado de distintas maneras para sobrevivir.
- ¿Y de donde sacan la comida y el agua?- preguntó Brian. Esas dos cosas eran los
suministros más preciados que podían existir en esos momentos, más que cualquier
cosa, todo lo contrario a antes del apocalipsis.
- Están asociados con un grupo de Mortis a treinta kilómetros de aquí. Ellos les
suministran la comida a cambio de munición o petróleo, depende de lo que tengan
para intercambiar aquí.

Estuvieron hablando un rato, sin darse cuenta de por donde caminaban hasta que
llegaron al primer rascacielos. La entrada era un arco de medio punto que entraba al
edificio en forma de túnel, y dentro se bifurcaba en varias escaleras y ascensores.
Sombra le llevó recto hacia otro puente muy similar al que cruzaron, y que les llevaba
a un gran rascacielos muy acristalado que al reflejo del sol parecía bañado en oro, y
que en la azotea se divisaban cuatro puntas gigantes en cada esquina. Era un edificio
espléndido, pensó Brian, mientras entraban en otro túnel parecido al anterior que se
internaba en el edificio. Sombra no siguió caminando por el túnel, y fue hacia uno de
los ascensores. Pulsando el botón de llamada del ascensor, estuvieron esperando unos
segundos hasta que llegó. Entraron los tres en el ascensor, que era bastante grande y
cómodo.

Mientras subían sonaba una melodía de fondo pegadiza y entretenida, que Aurora
canturreaba de forma rítmica. Brian pensó que si se la sabía, era posible que no fuese
la primera vez que montaban en aquel ascensor. El ascensor les subió hasta la planta
más alta, y un sonido agudo les indicó que las puertas se abrían ante ellos. La planta
más alta del edificio parecía haber sufrido una reforma posterior al apocalipsis. La
planta estaba totalmente acristalada, paredes y suelo, y Barian vio varias columnas
redondas rodeando la sala, que parecían estar bañadas en oro.

En el centro de la sala, Brian observó un altillo bastante grande rodeado de cosas que
antes del apocalipsis fueron de gran valor: pequeños montones de monedas de oro,
maletines llenos de billetes de mil dólares, cuencos llenos de diamantes, etcétera,
etcétera. Parecía la guarida de un dragón. Y el centro de esa montaña de joyas, dinero
y cosas valiosas lo coronaba un trono de oro incrustado de piedras preciosas de todo
tipo, y en él estaba sentado una chica atractiva, de pelo rubio rizado y largo hasta la
cintura, con cara de malas pulgas. En el trono estaba esculpida la cara de la chica, por
lo que pudo observar Brian, por lo que estaba hecho a medida de la dueña. La chica
vestía un traje negro bastante ajustado, una falda muy corta y un escote exagerado,
destacando sus grandes senos. Esta chica los miraba con curiosidad.

- Intenta no mirarla mucho a las tetas, se enoja muy fácilmente. Ella es Lluvia, mi
compañera Sheriff.- le susurró Sombra a Brian al oído. Asintió de forma débil, para
que la chica no se diese cuenta de la advertencia que le dio Sombra.
- Sombra, sabría que vendrías algún día de estos. Últimamente he tenido muchas
visitas, más de las que me gustaría.- dijo Lluvia con voz aburrida.
- Porque atiendas la visita de un viejo amigo no te pasará nada, Lluvia. ¿Y cómo
sabías que iba a venir?- repuso Sombra.
- Siempre que hay movimiento de personajes importantes por el yermo y las cosas se
empiezan a complicar, inevitablemente apareces tú. Eres como la puta peste, sin
ánimo de ofender. ¿Y quién es este chico tan apuesto?- dijo Lluvia, mirando a Brian
con sus ojos verde ciénaga. Brian sin querer la miró las tetas. Ella torció el gesto.- Da
igual. Y también os acompaña la pequeña Aurora, mi niñita preferida.
- Cállate, puta, veo que sigues enseñando las tetoncias esas que tienes como si fueses
una fulana.- replicó Aurora. Sombra la dio un codazo.
- Y veo que tú sigues siendo tan educada como siempre. Como a mí me gusta.- dijo
Lluvia, sonriendo.- Perfecto, perfecto. Ahora dime, ¿Por qué estás aquí, Sombra?
Seguro que vienes a pedirme algo, conociéndote como te conozco. Y como sé que me
conoces, espero que hayas traído algo con lo que satisfacerme.
- Si, claro.- dijo Sombra, lanzando su mochila hacia ella, que cogió en el aire. Lluvia
se puso a mirar en su interior con curiosidad.- Por ese regalito que te he traído, quiero
conexión a los satélites Tiraltius para localizar a Sparky, mas un equipo para matarlo
y exterminar a todo el que esté con el o lo haya ayudado o que me mire mal. ¿Puedes
hacerlo?
- No me insultes, Sombra, claro que puedo hacerlo.- dijo Lluvia haciendo un sonido
despectivo. Brian se dio cuenta que Lluvia era todo prepotencia.- Pero ten en cuenta
que para localizar a Sparky, puede que tardemos una semana, sin contar con que se
mueve más que una rata, y luego también hay que tener en cuenta el tiempo que
tardemos en ir hasta donde esté situado, con muchas probabilidades de que haya
huido antes de que lleguemos. Ya estuviste hace un tiempo pidiéndome lo mismo, y te
dije que no podía ser.
- Vaya, qué pena.- dijo con voz de pena Sombra.- Entonces devuélveme mi mochila,
y lo buscaremos por nuestra cuenta...
- No he terminado de hablar, Sombra.- dijo Lluvia con ira, y agarrando la mochila
con más fuerza.- ¿Quieres la ubicación de Sparky? Por suerte sé donde está, y te
ayudaré de buena gana a cargártelo. Me han dicho donde está hace unas horas, uno de
mis subordinados. Sparky está en Puerto Libre, allí es donde tienes que ir.
- ¿Y cómo lo sabes?- dijo Sombra, asombrado.- Nos hemos cruzado con él hará día y
medio, y no dijo nada de hacia donde se dirigía.
- Es una larga historia.
- Tenemos tiempo.
- Está bien, te lo contaré con pocas palabras. Hará dos días apareció por aquí un
trotamundos que me ofrecía un kilo de diamante blanco por mi disco duro, y se lo
vendí.- explicó Lluvia. Sombra la interrumpió.
- ¿Qué? El disco duro fue un regalo de Elliot.- dijo Sombra a voces. Parecía muy
cabreado. Brian se dio cuenta que, según lo que le dijo Sombra sobre su conversación
con Sparky en la República de Bayner, el Trípode ya tenía uno de los siete discos
duros de AllNess. El de Sombra, por fortuna, lo recuperaron de las manos de Sparky.
- Cállate y déjame terminar, me estás enojando... ¿Puedo seguir? Vale, gracias. Antes
de vendérselo hice una copia, estúpido.- dijo de manera insultante a Sombra. A
Sombra se le contorsionó la cara de rabia. Brian sabía que estaba tirando de todo su
auto-control para no decapitar a Lluvia allí mismo.- Desde el primer momento, supe
que esa persona no era de fiar, pero quise seguirle el juego. La existencia de los
discos duros que Elliot nos dio a los Sheriffs es un secreto que solo sabemos unos
pocos. Mandé un espía a seguirlo cuando se fue, y hará unas horas me dijo donde
había parado. En Puerto Libre. Le ordené que se refugiase en un puesto alto al lado
del bastión y esperase a la llegada de un helicóptero para recogerlo. No pasaron ni
cinco minutos y me volvió a llamar. Me dijo que había llegado un grupo de
helicópteros a Puerto Libre, y que entre los ocupantes se encontraba Sparky. Con esa
información se puede dar por sentado que Puerto Libre pertenece al Trípode, y hay
que quitárselo de las manos a toda costa. Puerto Libre es uno de los bastiones mejor
situados para enlazar con Europa, en estos momentos, y puede tener unas
consecuencias desastrosas para nosotros que siga en poder de esos mierdas. ¿Con
todo esto he contestado a tu pregunta, Sombra?- dijo Lluvia con voz melosa.
- Lo único que has hecho al soltar este puto discurso es poner más dudas en mi
cabeza, joder. Por lo menos tengo un destino, Puerto Libre. No nos vamos con las
manos vacías.
- ¿Y qué dudas tienes, Sombra? Espera, espera que lo adivine.- dijo Lluvia
lacónicamente.- ¿Porqué Sparky está en Puerto Libre? ¿Qué trama el Trípode?
¿Cuantos discos duros tienen?
- Un momento...- al oír todas esas preguntas que estaba formulando Lluvia se dio
cuenta.- Tú sabes algo, o casi todo, conociéndote. Ya puedes empezar a cantar,
Lluvia.- dijo Sombra con voz amenazadora.
- Sabes de sobra que a mí no sirve que me intentes intimidar, Sombra. Y también
sabes que soy tan fuerte o más que tú.- dijo Lluvia, pasando la mano al lado del
mango de una guadaña grandísima que había apoyada en su trono. El filo parecía
hecho de diamante.- Me da que aún no has soltado todos los juguetes, y que te estás
guardando lo mejor para el final.
- No te equivocas... guardaba este anillo para una emergencia, y no se me ocurre
ninguna mejor que esta, así que toma, míralo.- Sombra le lanzó el anillo a Lluvia, y
observándolo detenidamente, su rostro se iluminó. Era un anillo de un diamante
bastante grande, y de color rosa. Brian nunca había visto nada parecido.
- ¡Un diamante rosa! ¡Es espléndido!- dijo Lluvia, con los ojos abiertos como platos.
Se lo puso en uno de sus dedos.
- Se llama Graff Pink, y lo conseguí en uno de mis viajes, hace tiempo. Un experto
en La Roca me dijo que era uno de los diamantes más caros del mundo, antes del
apocalipsis. Pensé que te gustaría.
- Vaya que si me gusta, Sombra. Gracias, en serio.- dijo, sonriendo.- Te has portado,
Sombra, y te voy a decir todo lo que sé sobre el asunto, desde el principio. Es una
historia larga, y te pido que tenas paciencia y escuches con atención.
- ¿Qué historia? No entiendo nada...
- No entiendes nada porque aún no he empezado, joder... Y por cierto, saboréala
porque me ha costado un huevo unir todas las piezas, eso te lo garantizo. Todo
empieza sobre el año 2.035, con la muerte de Elliot AllNess. Al humano, me refiero.
Tú eras amigo íntimo suyo, ¿Cierto?
- Si, desde la infancia. No sé que tiene que ver eso con todo esto...- dijo Sombra,
extrañado. Brian escuchaba con atención, y Aurora hace rato que sacó una consola
portátil que tenía en el bolsillo y se puso a jugar en ella.
- Tranquilo, todo llegará. Algunas cosas son conjeturas que hice cuando tuve toda la
información, tras estudiarla detenidamente. Bien, sigo con el relato. Antes de la
muerte de Elliot, se lanzaron las dos gamas de satélites AllNess, sabes ya muy bien
para qué sirven, poniendo a la corporación en la rama más alta de poder del gobierno
de los Estados Unidos. Todo fue viento en popa hasta la muerte de Elliot, que hizo
que su padre, Charlie, construyese gracias a nuestro amigo Joseph, un Cyborg
idéntico a Elliot, con su personalidad y la mayoría de sus recuerdos. Y a los pocos
meses, Elliot nos juntó a todos con un proyecto de un virus mutagénico bastante
agresivo y nos aseguró que podíamos entre todos crear un antídoto y así crear el
primer SuperHumano de la tierra. Bien sabes lo que pasó después, y en qué nos
convertimos. El efecto secundario tan devastador que nos corrompe por dentro. ¿Y si
te dijese que todo fue una conspiración para extender el virus sobre toda la faz de la
tierra?
- Te diría que es muy probable, porque eso fue lo qué pasó.- dijo Sombra, bastante
convencido.
- Si, correcto, pero, ¿Quién organizó todo? ¿No te has parado a preguntarte esa
cuestión?
- La verdad es que no. lo que pasó pasó, y punto.
- No lo entiendes. La expansión del virus fue el primer paso de algo más grande,
Sombra, y nosotros somos cómplices de todo. Hace unos meses, un espía que tengo
en Arabia hizo una foto del líder del Trípode, la organización secreta que organizó
todo el complot.- Lluvia tiró una foto hacia Sombra, que recogió en el aire.
- ¿Pero qué coño...?- en la foto aparecían dos personas. Un hombre mayor vestido
con un traje de gala llena de medallas, algo gordo y bajito, con pelo gris y un bigote
abundante y también gris, y al lado, un hombre alto vestido de negro como los
Sheriffs, y con la cara al descubierto.- Es... es Elliot, el verdadero Elliot... por lo que
veo, no murió en aquel accidente...- Sombra se había quedado sin palabras. Miraba
atónito a la foto, como si no pudiese creer lo que veía.- ¿Porqué crees que lo hizo?
- Poder, sumisión, conquista. No sé porqué lo hizo, ni qué planes tiene para los que
han sobrevivido por todo el mundo, a saber... Lo que sí podemos suponer es que no es
nada bueno, Sombra. Supongo que simuló su muerte para poder trabajar en la
sombra, y crear el Trípode sin problemas. Sabemos que tiene bastiones pequeños por
toda NorteAmérica, Arabia y África. El Trípode lo componen tres personas, y
conocemos a dos de ellos. Elliot, el humano, por supuesto, Lord Walter Woodcaster,
de Reino Unido, que ahora ostenta el cargo de Primer Ministro, y un tercero que
estoy intentando averiguar quién es. No sé si tiene algo gordo preparado para
NorteAmérica, pero creo que las respuestas se hallan en Puerto Libre. Tenemos que
actuar cuanto antes.
- Entonces cuanto antes vayamos a Puerto Libre, mejor. Estoy muy desequilibrado
con todo esto, y lo mejor que puedo hacer para despejarme es un poco de acción.
- Nada más tomes el control de Puerto Libre volverás aquí. Tenemos que
comunicarnos con Tormenta y saber qué está pasando por España.
- ¿Y qué está pasando por España? Creo que lo que ocurra al otro lado del charco no
es de nuestra incumbencia.
- Sí que lo es. Tanto ellos como nosotros somos de la UBAN. Por lo visto van a ir a
asaltar el Aeropuerto de Barajas, y Tormenta sospecha que es una trampa del Trípode.
En estos momentos está organizando varios equipos de tierra y de aire para el asalto.
Me ha dicho que me informará frecuentemente de los progresos.
- ¿Te hablas mucho con Tormenta?
- Bastante. ¿Sabes que ha tenido un hijo?
- ¡No jodas! ¿Eso es posible? Tornado dijo que uno de los efectos secundarios muy
posibles del antídoto era la esterilidad.
- Seguro que Tormenta pensaba eso cuando se tiró a ese tío...- dijo maliciosamente
Lluvia.
- ¿Y quién es?
- No sé, un paleto de un pequeño bastión perdido en una provincia de España,
Estrebaldura, o algo así...
- Dale mi enhorabuena.- dijo Sombra, alegrado de al menos oír una buena noticia.
- No hay tiempo para gilipolleces. Tenemos asuntos entre manos, y cuanto antes
empecemos, mejor.
- No estoy más de acuerdo.- asintió Sombra.
- Comeréis, dormiréis un rato y partiréis dentro de cinco horas con el equipo que
tengo preparado, en avión.
- Ja... lo tenías todo preparado, ¿No es cierto?- dijo Sombra, poco sorprendido.
- Como si no me conocieras, Sombra, como si no me conocieras...- dijo Lluvia,
bajando del pedestal en el que estaba y acompañándoles a comer.

Brian comió rápido y se fue a acostar en el dormitorio que le asignaron, al lado del
que dieron a Sombra. Entró en un sueño intranquilo gracias a toda la información que
acababa de recibir, del gran complot que estaba fraguándose por el control de la
tierra. En ese momento sintió miedo de saber donde se había metido, y las pesadillas
invadieron su mente en la que podía ser la última vez que dormía para poder luego
despertar. Lo único que le esperaba en Puerto Libre era el sueño eterno, eso lo sabía
bastante bien, y la sombra que estuvo acompañándole desde que salió del búnker se
cernió sobre todo su cuerpo, como si de la muerte se tratase. Se despertó empapado
de sudor, y se encontró con Sombra a su lado, zarandeándolo.

- Venga, vístete y vayámonos, hay que irse. ¿Estás preparado?- dijo Sombra, con el
semblante serio.
- Si.- dijo Brian, decidido a ir a por todas.- Estoy preparado.
33. ALTAIR

- Aquí torre de control de Nueva Alhambra a helicóptero no identificado. Manifieste


sus intenciones o abriremos fuego.- dijo una voz firme desde la radio.
- Buenos días, Torre de Control. Me llamo Altair, soy el capitán del equipo de
Operaciones Especiales de AllNess, no sabemos si Tormenta está al tanto de nuestra
llegada.
- Si, lo está, pero esperábamos que llegaran por tierra, Capitán.
- Hemos tenido una serie de complicaciones, torre de control. Le explicaremos a
Tormenta todos los detalles, si no hay inconveniente.
- Entendido. Tienen permiso para aterrizar en la pista tres.- el hombre cortó la
transmisión.

Buscaron la pista tres mientras de lejos veían Nueva Alhambra. Altair buscó en el
cuaderno de postales que le compró a Franc en el Bastión de la Abundancia la
Alhambra, para encontrar todas las diferencias con respecto a la Alhambra actual.

Por lo que vio mientras observaba la foto, ensancharon la antigua fortaleza, creando
otra muralla que cubría los terrenos de la zona sureste, para aumentar el terreno del
bastión, que era más o menos cuatro veces más grande de lo que originalmente había
sido el palacio de la Alhambra. La antigua muralla fue reconstruida y por lo que
observó estaba revestida de acero, y a cada cinco metros vio instalada una
ametralladora fija, y en cada torre vio instalado un antiaéreo. Lo que más le fascinó a
Altair fue la mole de antiaéreo que tenían instalada en en el palacio de Carlos V, que
cubría todo el redondel del centro del edificio.

Todo estaba reconstruido de manera distinta a los otros bastiones que Altair vio por
España. Ambroz aprovechó las estructuras del pueblo, la piedra y el ladrillo con los
que estaban construidos las casas para crear su bastión, Eddie se valió de los
escombros de la periferia de la ciudad de Plasencia para construir su bastión, y la
mayoría de las casas estaban hechas de planchas de metal, madera y plástico, y los
Templarios, bueno, los Templarios casi no modificaron la estructura del pueblo en el
que instauraron sus dominios, sin contar los cinco anillos de zanja que hicieron
alrededor del poblado, cosa que a Altair le pareció una idea más que acertada. Altair
se sorprendía que gente como esa sobreviviese al apocalipsis.

Nueva Alhambra estaba reconstruida con materiales nuevos, y varios edificios de seis
y siete plantas empuntaban hacia el cielo en la parte sureste de la ciudad, junto a
muchísimos edificios de tres y cuatro pisos que se asomaban por la muralla. Los
edificios eran todos del mismo color, un gris azulado, y las calles parecían estar
asfaltadas. Era uno de los bastiones más preparados para la vida de los que estuvo,
incluyendo Nuevo Edén.

La pista de aterrizaje, situada fuera de las murallas de Nueva Alhambra en la parte


noreste de la ciudad en lo que pareció ser un campo de olivos antes del apocalipsis,
les esperaba un grupo de militares con un convoy de varios Humvees, y mientras
aterrizaban permanecieron inmóviles en su sitio. Cuando las hélices del helicóptero
dejaron de moverse, bajaron con cautela a la pista de aterrizaje, portando sus armas.
Uno de los militares del grupo que les estaba esperando fue hacia ellos.

- Bienvenidos a Nueva Alhambra, soy el Teniente Coronel Ignacio.- dijo un hombre


alto, musculoso y con la piel aceitunada. Tenía gesto serio, que a la vez expresaba
bondad.
- Hola, soy Altair, líder del equipo de Operaciones Especiales de AllNess.- los dos
hicieron un saludo militar.- Los dos soldados que me quedan son Kira y Tornado, que
es un Sheriff de AllNess.
- Un honor.- dijo Ignacio.- Nos informaron que eran un buen grupo. ¿Cómo es que
sois solo tres?
- Hemos tenido muchas bajas, señor. Lo mejor es ir cuanto antes a ver a Tormenta
para explicarle la situación.
- Entonces no perdamos más tiempo. Síganme, por favor.

Montaron en los Jeeps escoltados por la comitiva que vino a recibirlos y fueron a
gran velocidad hacia Nueva Alhambra. Les pasaron unas botellas de agua para que se
refrescaran un poco, un detalle que Altair agradeció con una sonrisa. Cuando les
apresaron los Templarios no tuvieron la decencia de darles ni un poco de agua, y
estaban débiles, por lo menos él. Tornado era un Sheriff de AllNess y Kira una
Cyborg. Altair era un humano normal y corriente, y no pasó muy bien la escasez de
bebida y comida.

Cada vez se acercaban más a las grandes murallas de Nueva Alhambra rodeados de
un bosque de árboles. Tardaron minuto escaso en llegar a Nueva Alhambra, y una
gran puerta de acero se abrió ante ellos. Entraron en una gran sala donde Altair vio a
varios hombres vestidos con trajes de laboratorio y nada más entrar todo el convoy se
pusieron uno por uno a hacer pruebas para verificar que no estaban infectados. Era
una de las cosas que siempre hacían en todos los bastiones, de una manera u otra.
Comprobar que no estaban infectados. Cuando el médico dio luz verde, el convoy
prosiguió la marcha hacia el centro del bastión.

Por dentro, la ciudad era hasta más impresionante que por fuera. Se cruzaron con
decenas de personas, de allí para allá, haciendo una cosa u otra. Casi todos tenían un
traje de color azul marino, y una insignia en la izquierda del pecho.

- ¿Cómo es que todos tienen la misma vestimenta, señor?- preguntó Altair a Ignacio.
- No todos, Altair. La mayoría si. Les identifica como trabajadores del bastión, y la
insignia a qué trabajo se dedica. La mayoría de los trabajos se han asignado con
respecto a lo que hacía cada persona antes del apocalipsis. Si fuiste constructor,
constructor tienes que ser, por la simple razón de que no tenemos casi gente
especializada en la mayoría de los trabajos especializados. Por ejemplo, lo que más
nos hace falta son médicos y técnicos informáticos. Los pocos que tenemos están
hasta arriba de trabajo, y son bien recompensados. Tenemos bastantes personas
intentando aprender de los libros que hemos recuperado de las universidades, pero
hace falta tiempo para que consigan dominar la materia.

En ese momento llegaron a la antigua fortaleza de la Alhambra y aparcaron en la


entrada al complejo, que habían reformado con una nueva muralla de acero. Acto
seguido empezaron a caminar por un jardín rodeado de Cipreses.

- Por cierto, también me han contado que habéis conocido a Ambroz.- dijo Ignacio,
cuando llegaron a un cruce de caminos. Ignacio les guió por el camino de la
izquierda.
- Si, le conocimos. Es un personaje... misterioso.- dijo Altair, sin saber cómo definir
a Ambroz. Cruzaron un puente por encima de un gran foso, por donde vieron a varios
soldados haciendo guardia. En la puerta de entrada al otro lado también vieron a
varios guardias, que tras fijar la vista en Ignacio hicieron un saludo militar y les
dejaron seguir adelante.
- Me alegra saber que está bien.- dijo Ignacio mientras recorrían un paseo empedrado
que los guiaba hacia el centro de la Alhambra. Más adelante Atair se fijó que muchos
edificios dentro de los terrenos de la muralla eran de reciente construcción, como
unos pisos construidos a su izquierda, donde antes estaban situadas las ruinas de unos
edificios antiguos.- Es mi primo. Cuando todo empezó, creí que cayó por los No
Muertos, mientras yo zarpaba de camino a Gran Canaria. Partimos desde el Puerto de
Santa María, con unos cuantos habitantes de Aldeanovinos. Milagrosamente, habían
llegado desde allí y se encontraron por casualidad conmigo. En el caso de que no los
hubiera encontrado, posiblemente estarían convertidos en No Muertos en estos
momentos. Ahora están en Gran Canaria acomodados. Bueno, ellos me contaron que
Ambroz se había quedado en el pueblo.

Ignacio les estaba relatando todo esto mientras caminaban a buen paso hacia la
antigua Alhambra. Pasaron por un parterre gigantesco de cipreses que emulaban la
forma de puentes y después llegaron a una plaza, donde Atair vio una iglesia y varios
edificios que parecían antiguos hoteles, que en esos momentos eran las residencias de
los habitantes del bastión.

- Cuando me enteré de que Tormenta creó este bastión, me ofrecí para llevar a un
grupo de militares hasta aquí, y darle apoyo de combate contra los No Muertos. Tras
unos meses, la convencí para que fuésemos hacia el norte, concretamente hacia
Extremadura, para crear varios bastiones y rescatar a la gente que todavía podía estar
viva. No hace falta decir lo que pasó después, pues habéis visto los bastiones que hay
dispersos por toda esa comunidad autónoma.

Poco a poco Altair vio cómo se acercaban al palacio de Carlos V, donde estaba aquel
cúmulo gigantesco de cañones. Le venció la curiosidad, y mientras se acercaban, le
preguntó a Ignacio sobre lo que vio dentro de ese patio mientras sobrevolaron la
zona.
- ¿Qué es lo que tenéis montado en el interior del palacio de Carlos V? Cuando
aterrizábamos, no pude evitar fijarme en esa monstruosidad.
- Es el mayor antiaéreo construido en la historia de la humanidad. Dispone de ocho
armas antiaéreas Oerlikon de 35 milímetros, y tres lanzaderas de misiles tierra-aire.
- ¿Porqué tanta protección aérea?- preguntó Altair, extrañado. El problema más
grande al que se enfrentaba la humanidad solía atacar por tierra, a no se rque ya
hayan aprendido a pilotar aviones, cosa que Altair dudaba muchísimo.
- Por el maldito Trípode. Hace unos meses nos atacaron usando tres cazas de
combate, y sufrimos una brecha en la zona norte de la muralla. Nada más repeler al
grupo de combate del Trípode, construimos el antiaéreo.

El interior de aquella mini ciudad del pasado impresionó mucho a Altair, que no
estuvo ante tanta magnificencia y belleza en un paisaje desde mucho antes del
apocalipsis. El palacio de Carlos V parecía ser el edificio más grande de todo el
recinto, y Altair esperó que les condujese hasta la puerta de entrada de aquel coloso,
pero para su asombro, pasaron de largo la gran puerta de madera del palacio. Rodeó
el edificio y siguió caminando por un camino relleno de piedra lisa, dejando a la
izquierda el gran palacio que tanto le gustó a Altair. Bajaron por unas escaleras hasta
una entrada a unas salas con el techo cubierto de madera decorada. Nada más entrar
en esa zona, sintió ir de nuevo a su hogar. Todo tenía decoración tipo musulmana, y
casi todas las puertas y ventanas estaban decoradas por caracteres muy familiares
para él. Por lo que decía Ignacio, estaban cruzando los palacios Nazaríes. Altair
absorbió con los ojos todo detalle.

Altair se fijaba en todo, impresionado del gran trabajo que hizo Tormenta con ese
bastión. Todo lo que estaba viendo lo redactaría con detalle en un elaborado informe
que luego presentaría a Elliot, dándole un excelente en la actuación de Tormenta en la
construcción de ese bastión. Viendo este paraíso, se planteó la idea de pedir a Elliot
que lo dejase quedarse allí como representante de AllNess.

Casi se tropieza con una piedra cuando entraron en un patio que estaba totalmente
rodeado de columnas de mármol acabadas en arcos, y en el centro, una gran fuente de
la que salía algún tipo de animal. Altair juraría que eran leones. De la fuente salían
cuatro riachuelos formando una cruz en medio del patio.

Ignacio les guió hacia una sala a la derecha desde donde estaban, y llamó a la puerta
de la sala, una puerta hecha recientemente, y un soldado salió de la puerta,
indicándoles que pasaran. Dentro había instalada luz eléctrica, que reflejaba unas
paredes sumamente decoradas y de color oro. En la sala que daba al final del pequeño
pasillo en el que estaban, vieron un altillo, y detrás de esa fuente un trono en el que
estaba sentado una mujer de mediana estatura, de pelo negro largo y liso, mientras la
luz del día entraba a raudales por un balcón muy ornamentado que estaba situado
justo detrás de ella. Llevaba puesta ropa ajustada corta, ya que en ese momento
estaba empezando a hacer calor ahí dentro. Estaban en pleno verano y era normal que
tan al sur de España hiciese ese calor. La ropa de la mujer era de color negro, dando a
entender que como Tornado, era una Sheriff. Nadie en su sano juicio llevaría ropa
negra con ese calor. Los Sheriffs estaban hechos de otra pasta, eso era evidente. En
ese momento estaba bebiéndose una gran taza de café solo, y cuando todos estuvieron
enfrente de ella, les dio la bienvenida.

- Trormenta, le presento al Equipo de Operaciones Especiales de AllNess.- dijo


Ignacio en voz alta.
- Bienvenidos a Nueva Alhambra, amigos míos.- dijo Tormenta, sonriendo.- Me han
hablado muy bien de vosotros, y además, os agradezco que ayudarais a Ambroz y a
Eddie en sus problemas. Eso es algo que espero compensarles de algún modo. Pero,
¿Solo quedáis vosotros tres?- dijo Tormenta, con gesto serio.
- Nos apresaron al lado de Sevilla, Tormenta.- Altair la explicó todo lo sucedido, y
cómo se habían levantado en la madrugada alertados por los disparos y le dio todo
detalle sobre cómo quedó aquel bastión.- En el papel que nos dio aquel hombre decía
que la matanza la perpetró Ambroz.
- Eso es imposible, Altair. Toda la fuerza de Ambroz se concentra en el norte de
Cáceres, y si en realidad os quisiese haber ayudado, habría mandado un pelotón de
hombres hacia el sur para protegeros, con vosotros. Y eso sin contar con la matanza
que me estás describiendo. Tal acto solo lo puede hacer un desalmado. Matar a
mujeres y niños inocentes... eso no lo haría Ambroz, te lo aseguro. Investigaré este
acto de terrorismo con todos los medios a mi alcance, de eso no te preocupes. Los
Templarios eran enemigos nuestros, es verdad, pero nada justifica el aniquilarlos de
esa manera.- Tormenta se fijó en Tornado.- ¡Tornado, cuanto tiempo sin verte! ¿Cómo
te va en Nuevo Edén?
- Bastante bien, Tormenta. Elliot está algo decepcionado por cómo te has tomado
estos meses. Te has desvinculado de todo más de lo necesario. Me ha mandado a
España para relevarte como líder de AllNess en España. Espero que no haya rencores
por esto.
- No, no te preocupes, ya me imaginaba que pasaría algo así. Más tarde, en privado,
te explicaré el porqué de mis ausencias, Joseph.
- Vale, pero nada cambiará la decisión de Elliot.
- No pasa nada. Pero me podré quedar en la península, ¿No?
- Si, supongo. Tendrás que consultarlo con Elliot.
- Lo haré. Ahora hablemos de temas más importantes. Habéis venido a España para
que os ayude a asaltar Barajas, para recuperar un artefacto de suma importancia para
Elliot. Ya he estado haciendo los preparativos desde que llegasteis a España, y está
todo planificado. Hemos recogido imágenes con el Tiraltius y muestran que los
alrededores del aeropuerto están atestados de No Muertos. Desde las Casas de la
Colina va a ir un grupo de cazas y helicópteros para despejarlo lo mejor posible para
que no tengamos muchos problemas cuando encontremos el artefacto.
- ¿Y tenéis ese tipo de material en las Casas de la Colina? Yo no he visto ningún caza
o helicóptero en aquel bastión.- dijo Tornado.
- Eddie tiene todos los pájaros en un descampado al lado del bastión, de eso no os
preocupéis. Irá otro equipo, por tierra, de unos cien hombres para proteger el convoy.
La misión es sencilla. Llegáis al aeropuerto, buscáis ese artefacto, que en teoría está
en una caja de gran pila que hay en el centro del aeropuerto, y cuando lo encontréis,
salís cagando leches de allí. Os estarán apoyando todo el tiempo varios helicópteros
desde el aire, y en tierra se os unirá un equipo de las Casas de la Colina. Por cierto,
yo iré con vosotros.
- Lo siento, Tormenta, pero no puedes ir.- dijo Tornado, sin dar importancia al
asunto.- Recuerda que has sido relevada de tus funciones.
- Y mi función es gobernar la península, cosa que en Barajas no voy a hacer. Ahora,
disfrutad de esta fortaleza. Podéis dar una vuelta por ahí, hay muchas cosas bonitas
por todo el lugar.
- Bien.- dijo Altair, ya que estaba todo claro.- Gracias por su hospitalidad, Tormenta.
- De nada, Altair. Tornado, ¿Puedo hablar contigo ahora, si no te importa?
- Eh, Tormenta...- dijo Altair. Tormenta omitió en su plan una cosa muy importante.
- Dime, Altair.
- ¿Cuando asaltaremos Barajas?
- Mañana al amanecer.
34. STUART

Se levantaron temprano para presentarse ante Cadmus Van Tall, el líder del
Cementerio de Atlanta. Stuart se quedó despierto toda la noche para proteger el
campamento porque Jackie, al ser un humano, atraía a los No Muertos. Stuart nunca
los había visto concentrarse así alrededor de una estructura, esperando a que ellos
saliesen al exterior. Siempre, desde que salió del laboratorio en el que nació, los No
Muertos le ignoraron completamente, como si fuese uno de ellos. Todavía se
sorprendía al verlos, con la mirada perdida y con el cuerpo medio podrido, esperando
fuera de la casa. Stuart estuvo observándolos toda la noche, sin cansarse. No
golpeaban las puertas atrancadas de la casa en la que los tres se atrincheraron, ni
intentaban entrar. Sabían que había alguien vivo dentro, o más bien lo sospechaban,
pensó Stuart. Si esos seres supiesen con certeza que había un humano dentro de la
casa seguramente se pondrían a aporrear las puertas y ventanas hasta que cediesen y
pudiesen entrar dentro.

Cuando empezó a asomar la luz solar en el cielo, Stuart levantó en silencio a el


Predicador y a Jackie, que dormían en una habitación en la planta de arriba. El día
anterior hicieron una limpieza apresurada en la casa, para que fuese medianamente
habitable. Dentro de la casa se encontraron con varios cadáveres en el salón, al lado
de una pistola y todos con un tiro en la cabeza. Jackie y el Predicador sacaron los
cadáveres de la casa con una normalidad increíble, como si hiciesen eso todos los
días, sin ningún tipo de asombro. Stuart todavía se sobrecogía en esas situaciones, y
sabía que nunca se acostumbraría a ello. En la cocina encontraron algo de comida
enlatada, y esa noche tuvieron algo que cenar.

Se levantaron en silencio de las camas, sin armar ruido y bajaron a la planta baja.
Jackie y el Predicador esperaron al lado de una ventana, y Stuart salió rápidamente
cayendo sobre unos cuantos No Muertos. Los No Muertos no le hicieron ni caso, y
Stuart, apartándolos con la mano fue hacia el Jeep que estaba aparcado delante de la
puerta, lo arrancó y atropellando a varios de ellos se puso justo encima de la ventana.
Los dos saltaron encima del Jeep y acelerando a toda velocidad se alejaron de aquel
poblado.

En quince minutos de viaje llegaron a Atlanta, y cuando más se acercaban a la ciudad


más dudas tenía Stuart de si su “almacén” de Cyborgs existía. ¿Y si ese almacén era
producto de su imaginación, y no era más que un desvarío de su mente? Desde su
nacimiento en aquel laboratorio, esa sensación, ese deseo que llegar a Atlanta lo
dominó como nada lo había hecho hasta entonces. Eso era algo que lo asustaba. Hasta
pensaba que había nacido con ese propósito, el de llegar a aquel depósito para activar
todos los Cyborgs y restaurar el mundo tal y como era antes.

- Stuart, ¿Estás bien?- le preguntó el Predicador, que iba sentado en el asiento del
copiloto. Jackie estaba rellenando una sopa de letras de un cuaderno de pasatiempos
que encontró en la casa, y en ese momento estaba muy entretenido.
- Sí, solo... estoy pensando, nada más...
- Cuando lleguemos a Atlanta se aclararán todas tus dudas, no te preocupes. Ahora
escúchame. Estamos a punto de llegar a el control de la 70. Pase lo que pase, déjame
hablar a mí.

Se estaban acercando a la ciudad poco a poco, y Stuart observó que todos los campos
que rodeaban la ciudad estaban cuidados y en algunos se formaban grandes cultivos.
En otros campos, cercados, vio grandes masas de ganado pastando. Si todos los
alrededores de la ciudad estaban igual de explotados en agricultura y ganadería como
los campos por los que estaban pasando debía de haber una gran masa de población
viviendo en aquella ciudad.

- Predicador, ¿Cuantos habitantes tiene este bastión?- le preguntó Stuart.


- ¿Bastión? Yo lo llamaría ciudad. Los No Muertos no nos atacan a los Mortis, no
nos tenemos que proteger de ellos como los humanos normales. Ahora sí, no los
dejamos andar por la ciudad, es evidente. Además, no es común, pero tenemos algún
que otro trato con humanos, y sus vidas peligrarían si caminasen No Muertos entre
nosotros, ¿No crees? Y ten en cuenta que nos parecemos un poco a los No Muertos, y
si los No Muertos están dentro de nuestras murallas sería un caos.- dijo, sonriendo.
- Aún no me has respondido a mi pregunta.
- Hay poco más de dos millones y medio. No te sorprendas, Stuart. Los Mortis
pueden vivir en cualquier sitio sin ser molestados por los No Muertos. Eligieron
Atlanta como podíamos haber elegido otra ciudad. Podemos hacerlo, y lo hacemos.
En estos momentos tan críticos para la humanidad, la unión es la mejor arma contra
la extinción, amigo mío.
- Ya, seguro. Dímelo a mi cuando los No Muertos finalmente acabaron de atravesar
las murallas del bastión de Los Ángeles. Todavía recuerdo los gritos de la gente y el
olor a carne chamuscada.- dijo Jackie, con voz sombría.- Cuanto más grande sea el
bastión, inevitablemente atrae a más de esos putos demonios, Stoo. Como no tenga
un buen muro, por lo menos de metro y medio de grosor, no hay nada que hacer. El
único bastión que promete aguantar las hordas de No Muertos indefinidamente es La
Roca.
- ¿Has estado en La Roca?- le preguntó Stuart. El Predicador no le habló mucho de
La Roca, ya que siendo un Mortis no podía acercarse ni cien metros. Stuart dudaba si
la había visto alguna vez.
- Si, una temporada.- admitió Jackie.- La vida es muy cara en La Roca, Stoo. No
estás ni un mes, y si quieres vivir más o menos bien tienes que jugarte el culo en una
de sus incursiones de recogida de víveres. Yo le dije a eso que una mierda, prefiero
protegerme solo. ¡Qué coño digo, prefiero estar con gente que no atraiga a esas
bestias, como vosotros! Ya viste que ni golpearon las puertas mientras estábamos
refugiados en esa casucha.
- ¿No siempre es así?
- Si llegamos a estar cinco humanos en ese casucho, no hace falta más, habrían
golpeado puertas y ventanas, quizás sin llegar a romperlas. Cuantos más humanos
hay concentrados, con más furia atacan los No Muertos. Será por el olor, yo que coño
se... Un amigo mío estaba escribiendo un pequeño libro, como una guía de
protección. “El mundo después del Apocalipsis. Guía para la supervivencia”. No sé
si la llegó a completar, nos separamos cuando cayó el Bastión de Los Ángeles, y lo vi
unos meses más tarde en La Roca. No lo he vuelto a ver desde entonces, pero seguro
que en estos momentos está hasta arriba de deudas de juego.- Stuart notó que estaba
haciendo a Jackie revivir recuerdos bastante desagradables, y siguió atendiendo a la
carretera, viendo cómo el gran conglomerado de edificios del cementerio de Atlanta
se acercaba a ellos.
- Ya sabes, Stuart, déjame hablar a mí.

Cuando se acercaron al control de la 70 , Stuart empezó a frenar. El control era una


estructura sólida, parecido a las estructuras de las fronteras entre países. El control lo
custodiaban varios soldados vestidos con trajes militares. Nada más que los vieron
llegar, cinco soldados se pusieron delante de la entrada, apuntándolos con fusiles AK.
Cuando el Jeep se detuvo totalmente, uno de los soldados fue hacia ellos. Era un
soldado alto, cubierto de granos, como todos los Mortis, y rapado casi al cero. Debía
tener unos veinticinco años, y nada más que vio quienes había dentro del Jeep, fue
hasta la ventanilla del copiloto y se dirigió al Predicador.

- ¡Vaya, Predicador! No le esperábamos tan pronto.- dijo el soldado. Hizo un gesto


para que sus soldados bajasen sus armas y se recuperase la normalidad.
- He tenido un golpe de suerte. Tengo que hablar inmediatamente con Cadmus, es
urgente.
- Cadmus está reunido con Akavalpa. Y llevas contigo a un Cyborg y a un
muñequito. Con el Cyborg no hay problema, pero el muñequito... sabes que el acceso
de muñequitos en Atlanta está muy restringido.
- Tranquilo, no se separará de nosotros, prometido.
- Está bien, puedes pasar. Ten en cuenta que no nos responsabilizamos de lo que le
pueda pasar dentro.
- Descuida.- dijo el Predicador, y Stuart arrancó el Jeep. El soldado ordenó que los
demás se apartasen de la entrada.
- Y otra cosa... mi hijo nació hace un par de días. ¿Podrás bautizarlo, por favor?
- Claro, sin problema. ¿Sabes donde está mi iglesia, en el centro?
- Si, lo sé.- asintió el soldado.
- Mañana a las doce de la mañana. Y no faltes, por favor. Tengo bastantes
compromisos.
- Descuide, no faltaré. Hasta luego.- dijo el soldado despidiéndose, y les dejó paso.
- Vaya, Predicador, eres famoso por aquí.- dijo Stuart sonriendo.
- Solo un poco. Ahora tira recto hasta el centro, ya te iré indicando.
- Un momento, quiero saber una cosa.- dijo Jackie, mientras seguían circulando por
la ciudad.- ¿Porqué coño llaman muñequitos a los humanos?
- Ja, ja, ja.- el Predicador se reía.- es una historia muy graciosa, que me contaron en
el cementerio de Cincinatti... Un grupo de Mortis empezó a llamaros así porque,
según ellos, parecíais muñequitos de lego corriendo por toda la ciudad, mientras
escapáis de los No Muertos, y vuestros bastiones parecen grandes figuras de Lego. Y
desde entonces, todos los Mortis empezaron a llamaros muñequitos, en venganza al
nombre que nos habíais puesto vosotros. El nombre de Mortis nos lo pusieron los
humanos.- Stuart estaba absorbiendo toda esa información como si fuera una esponja,
y se sentía satisfecho por la gran capacidad de acumulación de datos que tenía gracias
a su condición de Cyborg.

Al control le siguió un gran puente de la interestatal que entraba en la zona centro de


la ciudad, y desde la misma interestatal a ambos lados pudo observar grandes barrios
de casas intactas y sin presentar el aspecto desolado que reinaba en todos los sitios
por los que Stuart pasó durante su viaje. Se imaginó como era la vida en aquella
ciudad que parecía anclada en el pasado, donde la plaga todavía no había llegado. Fue
bonito pensar que, de alguna manera, en algunos lugares del globo toda la desolación
y muerte que reinaba en todas partes no existía.

Cuando llegaron al núcleo urbano, el Predicador le indicó que saliese de la


interestatal, y entraron en la zona financiera, llena de rascacielos. Los rascacielos
también se veían bien cuidados, sin cristales reventados ni partes de rascacielos
derrumbadas. Nada de destrucción, basura o suciedad. Empezaron a recorrer las
calles, llenas de gente yendo de un lado para otro. Stuart vio desde desde gente
normal y corriente, vestida con monos de trabajo, niños, mujeres hasta hombres y
mujeres vestidos de etiqueta y portando maletines.

La vida en esa ciudad era lo más parecido a los datos que tenía Stuart sobre la vida
antes del apocalipsis que todo lo que había visto hasta entonces. Al ver eso, Stuart
sintió dentro de sí una felicidad absoluta al saber que la humanidad no estaba perdida.
Allí mantenían la sociedad y la economía de antes del apocalipsis, al parecer sin
ninguna variación.

Al pasar por un restaurante de comida rápida se dio cuenta, definitivamente, de que


esa ciudad era exactamente igual a las de antes del apocalipsis. Los precios estaban
en dólares americanos, pero con un añadido.

- Predicador, ¿Qué significa “solo se aceptan dólares marcados”?


- A ver... en los comienzos del apocalipsis, sabes que la mayor parte de la humanidad
se fue al garete. Todos los bancos guardan cantidades millonarias de dinero, y solo
hay que ir a un banco a cogerlas, sin ningún tipo de complicación, no te olvides que a
los Mortis los No Muertos no nos atacan. Había que crear una nueva moneda o hacer
algo con la que ya existía, porque todo el mundo tenía mucho dinero, pero poco
producto. La idea se le ocurrió a Akavalpa, ya te he hablado de él.
- El que te caía mal.- afirmó Stuart.
- Je, je.- sonrió el Predicador.- Se le ocurrió la idea de marcar los billetes que ponía
en circulación para así tener un control sobre la moneda. De esa manera se han
asegurado ser ricos y vivir del cuento. Marcan los billetes que ellos deciden, y hacen
negocio con ellos. Por ejemplo, un viajero les trae varios millones de dólares y se
quedan con una buena porción a cambio de darles legalidad dentro de la ciudad.
Como ves, la corrupción sigue en auge, como antes del apocalipsis.
- Si, es una pena que la mierda siga aflorando aún después de todo lo que ha
pasado...- dijo Jackie, sonriendo.
- Gira aquí, es un poco más adelante, al lado de ese parque.

Stuart siguió adelante y se encontró con un gran edificio blanco, con innumerables
ventanas y remates en la piedra llenando la fachada de detalle. La entrada principal
estaba muy trabajada, con cuatro columnas distribuidas homogéneamente en la
entrada, dividiéndola en tres grandes puertas de color marrón. Al bajar del coche, el
Predicador les dijo a los dos.

- Bienvenidos al ayuntamiento de Atlanta, caballeros.

Los tres anduvieron hasta la puerta de entrada, custodiada por cuatro soldados
armados, y nada mas verles acercarse les dieron el alto.

- Tranquilos, chicos, soy el Predicador. El señor Cadmus querrá verme.


- Eso lo decidirá el, Predicador. Lo siento, pero tendrá que esperar.- el soldado casó
un walkie talkie y lo encendió.- Señor, ha llegado el Predicador con tres personas.-
paró de hablar.- Si, son un Muñequito y creo que un Cyborg. Bien, señor, entendido.-
el soldado apagó el walkie talkie.- Podéis pasar, ya sabes donde está el despacho de
Cadmus.- el soldado les dejó pasar.
- Gracias, soldado.- el Predicador indicó a Stuart y Jackie que le siguiesen. El
vestíbulo era una gran sala en la que había innumerables puertas que daban paso a
oficinas, y enfrente de ellos cuatro ascensores. el Predicador fue directo a los
ascensores, y cuando estuvieron dentro de uno, pulsó el botón del piso cuarto.- Esto
me resulta sospechoso, chicos. Desde que Akavalpa es el Chamán de Atlanta,
Cadmus nunca me ha recibido al instante. Estad alerta, ¿Vale?
- Eso siempre, Predicador.- le contestó Stuart con voz firme.

Cuando se abrió la puerta del ascensor, accedieron a un pasillo bastante más pequeño
que el anterior, lleno de puertas que también daban acceso a oficinas. Empezaron a
andar por ese pasillo, sin parar y con algo de prisa, pensó Stuart siguiendo los pasos
del Predicador. Stuart recogió todo detalle de aquel edificio, y se quedó bastante
inquieto viendo cómo tecleaban cientos de manos los teclados de los ordenadores que
vio en aquella planta, ajenos al horror y la desesperación que reinaban por todo el
mundo.

- Es aquí.- dijo el Predicador, parándose en una puerta bastante más elaborada que
las demás, y más grande. Esta oficina a diferencia de las demás, que tenían cristaleras
por ventanas, las paredes eran de mármol, y la puerta era de color negro con mucho
detalle. El Predicador llamó al timbre situado a la derecha de la puerta.
- ¿Quién es?- dijo una voz desde un interlocutor que había encima del timbre.
- Soy el Predicador.
- Pasa.- dijo la voz.

Los tres entraron en un gran salón lleno de alfombras de color rojo, varios sillones
rodeando una mesa de color dorado en medio de la sala y al final, un gran sillón
detrás de una mesa gigante de madera donde estaban dos hombres, uno sentado en el
gran sillón y otro a su derecha, de pie. Atrás de ellos Stuart observó unas grandes
librerías que llegaban hasta el techo llenas de libros. El lujo estaba por todos sitios,
por lo menos dentro de aquella habitación.

- Vaya, vaya, Predicador. Pensábamos que tu misión te llevaría más tiempo.- dijo
mostrando una gran sonrisa el hombre que estaba de pie. Era un hombre de mediana
edad, con pelo negro corto y con perilla. Era alto y tenía cara de espabilado. A Stuart
desde el primer momento no le inspiró confianza.
- Dios estuvo de mi parte, Akavalpa. Sé que por lo menos tú no esperabas que llegara
tan pronto.
- ¿Y eso por qué, Predicador?
- Porque el lugar al que me mandasteis es un osario. Para que veas quien es más
fuerte, si tus “evidencias” o la voluntad de Dios.
- Ya, claro, Dios te salvó.- dijo Akavalpa, con ironía. El Predicador rechinó los
dientes- Y nadie lo duda, Predicador, nadie lo duda.
- Predicador, me gustaría saber cómo has vuelto tan pronto de tu viaje y quienes son
los que te acompañan.- dijo el hombre que estaba sentado en la mesa. Era un hombre
que rozaba la cincuentena, de peso medio, alto y con el pelo medio gris medio rubio.
Tenía la mirada firme y seria, que intimidó un poco a Stuart. Lo que más
impresionaba de su aspecto era la gran parte que le faltaba de cabello, lo que parecía
un bocado en la parte izquierda superior del cráneo.
- Si, señor Cadmus, estaré encantado de contarle.- el Predicador empezó a relatar
todo su viaje desde que partió de Atlanta, meses atrás. Stuart pillaba pocas cosas, y
solo atendía un poco cuando el Predicador entraba en detalles interesantes. Por lo que
decía, tuvo un encuentro con unos Mortis caníbales en Nueva Orleans, una jauría de
perros estuvo a punto de devorarlo en San Antonio y unos cazadores de Mortis casi lo
cazan en Albuquerque. Contó cómo se encontró la ciudad a la que fue enviado, Grand
Junction, desierta y llena de No Muertos, todo lo contrario a lo que dijo Akavalpa y
por lo que fue mandado allí. Los dos escuchaban con atención. Akavalpa tenía una
mirada inquietante, de misterio, calculadora. Cadmus miraba fijamente al Predicador,
absorbiendo todo detalle. El Predicador siguió con su relato, pasando por una Denver
arrasada en su camino dirección a Kansas.- Estaba muy deshidratado y desnutrido
cuanto Stuart me encontró. Se quiso unir a mi viaje de vuelta, y hablando me contó
que salió de Denver.
- ¿Del laboratorio de Joseph Strauss, por casualidad?- dijo Akavalpa.
- Si, creo que sí...- dijo Stuart. Ese hombre sabía algo.- ¿Cómo sabe que nací en ese
laboratorio?
- Por dos sencillas razones. En Denver no hay ninguna instalación de creación de
Cyborgs aparte de esa, y porque la zona donde está el laboratorio de Joseph Strauss
no fue bombardeada. ¿Cuándo naciste?
- Hará una semana, más o menos.
- Bienvenido a la vida, entonces.- dijo Akavalpa con una sonrisa.- ¿Y porqué has
venido a Atlanta? Tienes la suerte de poder ir a cualquier parte del país sin que los No
Muertos estén acosándote a cada paso.
- No sé, era el camino del Predicador, y no me quería separar de él. También he
venido a Atlanta buscando un antiguo almacén de Cyborgs. Tengo la sensación de
que está aquí, en alguna parte.
- ¿Y porqué lo buscas?
- No lo sé...- dijo Stuart, cabizbajo. Todavía no sabía la razón de ello. Era frustrante.-
¿Para poder restablecer todo lo que era la humanidad antes del apocalipsis?
- ¿En serio? Suerte con eso, si es que existe la suerte. Por si no te has dado cuenta, la
humanidad está casi extinta.- sentenció Akavalpa.- Para que la humanidad llegue a la
tasa de población que tenía hace un año, tienen que pasar al menos cien, y teniendo
en cuenta que no haya No Muertos dispuestos a causar bajas, al menos entre los
muñequitos. Los Mortis no tenemos ese problema, como sabrás, y por esa razón
tenemos a casi todas las mujeres de la ciudad embarazadas para aumentar la
población. Casi todas tienen pareja, pero no pienses que aquí a las mujeres se las trata
como ganado. Tanto los hombres como las mujeres saben que el aumento de la
natalidad es algo necesario...
- Siento interrumpiros, pero quiero seguir con mi relato y...- dijo el Predicador, un
poco enfadado.
- No hay tiempo, Predicador. Este Cyborg ha venido aquí con un propósito, y es
mejor que se le informe cuanto antes.

Todos, incluso Cadmus, miraban a Akavalpa. Por cómo le miraban, nadie sabía de
qué estaba hablando.

- Más vale que te expliques, Akavalpa, no tengo tiempo para tus acertijos.- le
recriminó Cadmus.
- Claro, señor. ¿Se acuerda del gran almacén de Cyborgs que hay construido a dos
manzanas de aquí?
- Lo recuerdo perfectamente. No hemos podido abrirlo con nada, y eso me fastidia
muchísimo, lo sabes muy bien.- dijo Cadmus, gruñendo.
- Si, lo sé.- dijo con una sonrisa.- Y creo que enfrente de nosotros tenemos la llave.
Hemos superado todas las cerraduras, dispositivos de seguridad y demás, menos el
último. Un escáner de retina. Es imposible de abrir, lo hemos intentado todo. Cyborg,
dices que sientes algo como que debías venir aquí, ¿No es cierto?
- Si, es algo extraño. No se cómo explicarlo.
- Es porque no puedes. Naciste para un propósito, o eso creo, y ese “sentimiento” que
tienes no es más que una orden que dejó tu creador en tu mente para que cumplieras
cuando nacieses, y hasta que no la cumplas no estarás tranquilo.
- ¿Y qué sugieres que hagamos, Akavalpa?- le preguntó Cadmus.
- Que el Cyborg vaya cuanto antes a la puerta del almacén de Cyborgs y lo active. Si
estoy en lo cierto, podrá abrir la puerta y activar a los Cyborgs que haya en el interior.
Por el tamaño que tiene desde fuera, puede que haya un par de miles.
- ¡Espera, Akavalpa!- dijo Cadmus, mirando a Stuart. Akavalpa se calló al instante.-
Cyborg, si quieres entrar a ese almacén tienes que darme un tributo, algo para
compensar la pérdida que vamos a tener. Pensábamos utilizar esos Cyborgs para
expandirnos. Quiero al menos mil Cyborgs para mí. Ese es el trato, Cyborg.
- ¿Y cómo quiere que haga eso?- dijo Stuart enfadado.- los Cyborgs, una vez
activados, tienen el poder del libre albedrío, y pueden hacer lo que ellos consideren
oportuno, dentro de las leyes.
- ¿Qué leyes?- dijo Cadmus con desprecio.- Solo hay una ley que prevalece siempre,
pase lo que le pase a la humanidad. La ley del más fuerte, y qué casualidad, ahora el
más fuerte soy yo.- dijo, señalándose a sí mismo. Stuart apretó los puños.- Mil
Cyborgs, ese es el trato. Lo tomas o te arranco un ojo de la cabeza y voy yo mismo.
- No me intimida, señor Cadmus. Soy un Cyborg, recuérdelo.- dijo Stuart con tono
amenazador.
- ¡Basta, caballeros!- dijo Akavalpa levantando las manos.- Se están comportando
como burros. Tengo una idea. Nos dejarás aquí mil Cyborgs si quieren quedarse por
ellos mismos. ¿Qué opina de eso, Cyborg?
- Me parece un trato aceptable.- dijo Stuart, tras meditarlo unos segundos.- Y dejen
de llamarme Cyborg como si fuese un perro, por favor. Me llamo Stuart.
- Como gustéis, Stuart.- dijo Cadmus, recostándose en su sillón.- ¿Aceptas el trato,
entonces?
- Si, acepto.- dijo Stuart, a regañadientes.
- Bien. Akavalpa, guíalos hasta el almacén y que empiecen a ello.
- Creo que el Predicador sabe donde se encuentra el almacén, ¿O me equivoco?
- No te equivocas. Cadmus, podemos ir sin la ayuda de Akavalpa.- sentenció el
Predicador.- Cuando esté todo en orden, volveremos a pasarnos por aquí para cerrar
el trato, Cadmus. Hasta luego.

El Predicador indicó a los dos que lo siguieran, y salieron del ayuntamiento con un
Stuart cabreado y un Jackie pensativo, analizando todo lo que se dijo dentro del
despacho de Cadmus. El Predicador caminaba en silencio, y Jackie empezó a a hablar
con Stuart.

- Stuart, ¿Te has dado cuenta?- preguntó Jackie.


- ¿De qué?- dijo Stuart cabreado. Nunca había estado tan furioso.
- De cómo ese Akavalpa actuaba e influenciaba a Cadmus. Y lo que sabía sobre ti,
como si supiera que algún día vendrías. Me resulta... sospechoso.
- A mí también. Creo que sabe más de lo que dice, hasta sospecho que nos
adentramos en una trampa. Si sucede algo extraño, por poco que sea, tendremos que
ir a pedirle explicaciones a Akavalpa...
- Ten cuidado con lo que dices.- dijo el Predicador, mientras caminaban por un
parque muy frondoso al lado del ayuntamiento.- Akavalpa es el segundo hombre más
poderoso de toda Atlanta, no creo que puedas siquiera tocarle antes de que por lo
menos veinte soldados se te echen encima. Habrá que pensar cómo llegar hasta él si
nos ha engañado...
- Ya, supongo...- dijo Stuart, y siguieron caminando.
Caminaron durante unos minutos por ese parque, lleno de árboles y vegetación. Todo
ello estaba bastante cuidado, como antes del apocalipsis, sin suciedad y destrucción.
Stuart vio a varias personas haciendo deporte en el parque, y algunas sentadas en
bancos o en el césped con un libro en la mano. Stuart miraba aquello como si fuese
algo del otro mundo, algo que era prácticamente impensable en los tiempos que
corrían, y atesorando esas imágenes con todas las que había guardado de Atlanta, en
lo más bonito de sus recuerdos. Echaría de menos esa ciudad una vez que se fuera.

Cuando pasaron el parque por el que estuvieron caminando los últimos cinco
minutos, quedaron enfrente de una gran pirámide, tan grande como las pirámides de
Egipto, solo que ésta era metálica y más grande. Debía de medir sus buenos cien
metros de altura, y de diámetro debía de andar en cien metros escasos. Era de forma
redonda, sin ningún lado, sin entradas de aire, ni ventanas ni nada por el estilo. De
abajo arriba se dividía en grandes planchas de metal que parecían unidas con
soldadura. Era un edificio muy raro e inquietante, y Stuart lo estuvo mirando durante
un rato.

- Seguidme, la entrada está por aquí.- dijo el Predicador. Stuart ni le miró.- ¡Vamos!-
le gritó a Stuart, que salió de su trance.

Siguieron al Predicador hasta la parte sur de la pirámide, donde se encontraron con


una gran puerta adosada en la parte baja de la estructura. Los Mortis de Atlanta
abrieron varias puertas hacia adentro, por lo menos tres. La primera tenía por lo
menos diez candados y cerraduras diferentes adosadas y abiertas, en la segunda un
panel con un teclado numérico, y la tercera un ruedín como los de las cajas fuertes de
las pelis. El último, como se comentó en el despacho de Cadmus, tenía un escáner de
retina en el centro de la puerta.

- Creo que debería pasar yo solo, por si acaso. Puede que el almacén tenga
protecciones por dentro si intenta entrar alguien que no sea Cyborg.- comentó Stuart a
Jackie y al Predicador.
- Está bien, Stuart, pero si surge algún problema llámanos. Estamos aquí para
ayudarte.- le dijo el Predicador apoyándolo. Stuart entró solo pasando por todas las
puertas que abrieron los Mortis, hacia la última, con el escáner de retina.

Con algo de miedo, puso el ojo izquierdo en el escáner, y sintió como una luz roja le
cegaba el ojo durante unos segundos, y luego se apagó. La misma voz robótica que le
habló el día que nació se dirigió a él por segunda vez.

- Bienvenido, Stuart. Por fin has llegado a tu destino.- Stuart miró hacia la fuente del
sonido. Encima suyo vio una pequeña televisión de donde salía una imagen de una
cara robótica, de color violeta y sin ninguna facción en la cara, ni pelo. Era la cara
más extraña que había visto nunca.
- Eh, no sé que decir, gracias.- dijo Stuart, azorado.
- Pasa cuanto antes, Stuart. Hay cosas que hacer.

Stuart se estaba preguntando qué cosas habría que hacer cuando se abrió la gran
puerta metálica que impedía el paso al interior del recinto. Dentro todo era oscuridad,
por lo menos en ese momento, y poco a poco, tras abrir la puerta, se fueron
encendiendo luces por todo el interior. Cada luz que se encendía alumbraba cientos
de Cyborgs, hasta que al cabo de varios minutos todas las luces estuvieron
encendidas.

Por dentro era una gran pirámide, donde por cada varios metros se instalaba un piso
con el suelo de cristal, dejando ver lo que había por toda la muralla. Stuart vio ante él
cientos, miles de Cyborgs. Había varios pisos subterráneos llenos de Cyborgs, mas
todos los pisos situados hacia arriba de la muralla. En el piso bajo, en el que estaba,
había al menos quinientos Cyborgs, colocados perfectamente de pie y en una fila
perfecta. Todos eran réplicas perfectas unos de otros, y clavados a Stuart, al menos al
Stuart que salió de Denver. Él sabía que era idéntico a todos ellos, y eso lo entristecía.
Copias exactas que él, como máquinas salidas de fábrica. En el centro de la sala
divisó un gran ordenador y varias mesas de trabajo. Fue corriendo hacia el centro del
piso bajo. Cuando llegó al gran ordenador central, de una de las múltiples pantallas
que poblaban el gran ordenador, salió la cara robótica de nuevo.

- Siéntate.- le dijo la voz robótica. Stuart se sentó en una silla al lado de la mesa.
- Gracias.- dijo simplemente Stuart. Estaba observando todo el conglomerado de
pantallas situado encima de la mesa, y su mirada se cruzó con un pequeño espejo que
solían utilizar las mujeres antes del apocalipsis para retocarse, y por segunda vez en
su vida se vio la cara. Para su asombro, era totalmente diferente a la última vez. Su
cara cambió de manera drástica. Tenía la cara algo más ancha, los labios más finos, la
nariz algo más grande, los ojos azules y cejas poco pobladas. Lo que más le
sorprendió es la mata de cabello rojo que le creció en la cabeza. Quedándose muy
sorprendido, la voz robótica le habló.
- ¿Sorprendido de tu cambio?- la cara que aparecía en los monitores le sonrió.- Es
una de las peculiaridades de los Cyborgs que no tienen un ADN específico. En su
primera semana de vida cambian su aspecto hasta que se ajusta a la personalidad que
han tomado. Te preguntarás porqué estás aquí, Stuart.
- Creo que sé lo que he venido a hacer, lo que no sé es el porqué.- le replicó Stuart.
Ya se estaba cansando que lo tuviesen manipulado.
- ¿El porqué? Es muy sencillo. Todos estos Cyborgs que hay aquí deben ser
liberados, Stuart, como tú lo fuiste en aquel almacén de Denver. Tu nacimiento no ha
sido una casualidad, alguien te ha encendido para que cumplas un propósito. Por eso
eres el único que tenía la llave para acceder a este almacén. Por eso la importancia de
tu nacimiento, y de instalarte una, como decirte, obligación de venir aquí y renacer a
todos tus hermanos. Tú eres la segunda fase del Proyecto Extinción, Stuart. Pon tu
ojo derecho en aquel escáner de retina para que empiece el renacimiento. No te
demores más.
Stuart puso el ojo derecho en un pequeño escáner de retina que había a la izquierda
de la mesa, conectado a toda la maquinaria que la rodeaba. Nada más tomar los datos
el escáner del ojo de Stuart, sonó un gran ruido que indicaba que se estaba abriendo la
pared de metal de la pirámide hacia afuera. Stuart miró hacia la pared y pudo ver
cómo salían las grandes planchas de metal hacia el exterior y se colocaban de tal
manera que todos los Cyborgs pudiesen salir hacia afuera. Cuando las planchas
quedaron paradas, todos los ojos de los Cyborgs se encendieron con un ruido agudo,
y empezaron a desfilar hacia afuera. Cada Cyborg iba equipado con un traje negro
ajustado y de una sola pieza junto a varios cinturones con munición y un fusil M23
Excelsior de AllNess. Era todo un espectáculo ver desfilar a todos los Cyborgs hacia
afuera, todos a una. Al ver a los Cyborgs y observarlos un poco, Stuart notó que algo
iba mal.

Él, en Denver, se despertó anonadado y sin rumbo, asustado y nervioso. Estos


Cyborgs parecían más robots que Cyborgs. Si actuaban así es que algo o alguien
estaba controlándolos mediante un programa de control mental, sin que ellos
pudiesen evitarlo. Los Cyborgs, por desgracia, tenían parte de su cerebro hecha
mediante chips electrónicos y se les podía controlar con un programa informático
instalado en su cerebro antes de su nacimiento. Por ley, antes del apocalipsis, los
pocos Cyborgs que pusieron en la sociedad disfrutaban del libre albedrío, solamente
instalándolos las leyes básicas para proteger al ser humano. Era un delito muy grave
manipular la mente de un Cyborg, o al menos lo era antes de que la sociedad se fuese
al garete, como casi todo lo que había antes del apocalipsis. Y sospechaba que lo que
los controlaba no debía de ser alguien bueno. Sus sospechas se confirmaron cuando
oyó las primeras ráfagas de disparos y a la gente gritando.

- ¿Cuantos Cyborgs hay en este almacén?- dijo Stuart con la boca seca.
- Veinte mil. Y ya están empezando a descontaminar el país, como se planeó cuando
se desató la plaga. Ésa era tu misión. Limpiar el mundo de infectados para asegurar la
supervivencia de la especia humana.
- ¿Y aquellos que son inmunes?
- Portan el virus, así que son tan peligrosos como los infectados. Son daños
colaterales.

Stuart no sabía que hacer. Esa maldita máquina, desde su nacimiento, le utilizó como
un transporte para la llave que desencadenaría una guerra a escala mundial. Los
Mortis echarían la culpa de esto a los humanos, y atacarían con más fiereza los
bastiones de los humanos. Tenía que hacer algo, y lo único que se le ocurría era
intentar eliminar el programa que tenía controlado a los Cyborgs. El sonido de las
ráfagas de disparos retumbaba por toda la pirámide mientras tecleaba en el ordenador
central de la mesa.

- ¿Qué intentas hacer, Stuart?- le dijo la máquina, casi enfadada.- se supone que tú
tienes que liderar a los Cyborgs contra esas abominaciones. Ahora, ¡Desaparece de mi
vista, Cyborg!
- No sin antes darles el libre albedrío a mis hermanos.- dijo casi a voces Stuart,
tecleando rápidamente y pasando de menús de códigos en menús de códigos.
- ¿Y cómo lo vas a hacer, eh?- dijo la cara robótica, riéndose.
- Te olvidas de una cosa muy importante. Cuando me pasaste todos los datos de la
humanidad el día que nací, también me pasaste datos de protección de Cyborgs,
incluyendo distintas maneras de desactivar estos burdos programas de control.- dijo
Stuart con una sonrisa triunfante.
- No... ¡No puedes hacer nada, tienes que seguir las pautas del Proyecto!- dijo con
voz asustada.- Si haces lo que piensas hacer, los desperdigarás por toda América, a su
gusto, y condenarás a la humanidad a la extinción...
- Eso no es cierto. Conseguiré liberarlos, y podrán hacer lo que quieran con sus
vidas.
- Solo eres un mierda de Cybrog, por mucho que quieras a los humanos nunca te
aceptarán... ¡Nunca serás uno de ellos, puta máquina...!
- Cállate de una puta vez, zorra de mierda.- dijo Stuart pulsando a la tecla de enter,
consiguiendo que el ordenador se apagase. Con un solo movimiento destruyó aquel
programa diabólico del ordenador consiguiendo que desapareciese de la mente de
todos los Cyborgs del exterior. Los disparos cesaron, y Stuart buscó la escalera que
subía hasta la planta más alta. Era una escalera hecha de cristal, como todas las
plantas de la pirámide. Subió corriendo, de dos escalones en dos escalones, hasta la
planta más alta. Salió a la superficie y de un salto llegó hasta el césped que poblaba
los alrededores de la pirámide, ahora vacía.

La desolación que dejaron los Cyborgs tras ellos era total. Todos los alrededores de la
pirámide los arrasaron a sangre y fuego, y casi todos los edificios estaban en llamas.
Stuart volvió corriendo al interior de la pirámide y buscó algo con lo que
comunicarse con todos los Cyborgs que en esos momentos rodeaban la pirámide,
confusos. Tras buscar unos minutos en una parte donde tenían todas las herramientas
de la pirámide, encontró un altavoz grande. Eso usaría para comunicarse con todos
sus hermanos. Salió corriendo de nuevo y se encontró con Jackie, que le estaba
esperando en la entrada de la pirámide.

- Stuart, todo se ha ido al infierno...- dijo, lleno de hollín y con la cara pintada de
negro.- Tus amigos han arrasado todos los alrededores en un suspiro. Me imagino que
los has parado tú.
- Si, era una trampa. Me han engañado como a un tonto...- dijo Stuart, bajando la
cabeza. Todos los Cyborgs estaban rodeándolo, y el parque se llenó de cabezas calvas
miraban. Todos buscaban respuestas, y Stuart tendría que dárselas.- Busca a
Akavalpa. Cuando estuvimos con él, sabía mucho de mí y de este almacén de
Cyborgs. Sácale las respuestas como bien te parezca. ¿Puedes hacer eso por mí?
- Puede que esté muerto, Stuart.- le informó Jackie.- El ayuntamiento fue arrasado en
la matanza.- Stuart le fulminó con la mirada.- Iré a comprobarlo de todas formas.
¿Alguien me acompaña?- dijo al unísono. Dos Cyborgs se le unieron, deseosos de
hacer algo. Todos los Cyborgs a su alrededor guardaban silencio.
- Hermanos y hermanas.- empezó a decir Stuart.- Hoy hemos sido testigos de cómo
los humanos pueden manipularnos para que, sin poder impedirlo, participemos en sus
actos de muerte y destrucción. No sé si en vuestras mentes os dieron información
sobre el apocalipsis, y de cómo ha quedado la humanidad tras ese horrible suceso.
Mi intención es restaurar la sociedad del pasado, junto con más cosas, para intentar
darle a la humanidad una segunda oportunidad. No somos monstruos o máquinas
manipulables. Tenemos tanto libre albedrío como cualquier otro ser vivo, y por lo
tanto nos tienen que tratar por igual. Todos somos iguales. Todos somos hermanos.
Yo nací hace unas semanas escasas, y todo lo que he visto por Estados Unidos me
entristece. Aun así, no es motivo de desesperación. En nuestras manos está el
proporcionarle a la humanidad una nueva oportunidad, un nuevo amanecer. Elegiré
una ciudad para que la restauremos con nuestra fuerza e intelecto, y en ella
sembraremos las semillas de un nuevo comienzo para el ser humano. Iremos desde
aquí a pie. Quien quiera participar en mi plan, que me siga. Quien no quiera, es libre
de irse, yo no le obligaré a venir. Pero sabed que en la ciudad que reconstruyamos
seréis bienvenidos siempre.

Stuart se quitó el altavoz de la boca y se fue a paso ligero hacia la salida norte de la
ciudad. Todos, sin excepción, le seguían. Los veinte mil en pleno. Cuando llegasen a
la tierra prometida, tendría que nombrar altos cargos, pero hasta ese momento podría
ser el único líder. Pasó por toda la ciudad, y mientras recorrían las calles, todos los
Mortis se escondían en sus casas, asustados de ellos. Tenían motivos, pensó Stuart.
Los Cyborgs arrasaron todo el centro de la ciudad sin mediar palabra y sin motivo
alguno. Anduvo hacia la gran puerta norte con aspecto triste, ya que los Mortis le
miraban como si fuese un monstruo. Los guardias de la puerta norte, nada más verlos,
salieron a correr. Cuando estaban a unos kilómetros de Atlanta, recorriendo la
interestatal 85, le alcanzó una moto vieja en la que iba montado Jackie, seguido de los
Cyborgs que le acompañaron.

- ¡Jackie!- Stuart se alegró de verlo. Era lo más parecido a un amigo que tenía,
incluido el Predicador.- Por cierto, ¿Donde está el Predicador?
- Stuart... murió en la matanza. Lo siento.- Jackie llevaba su biblia en las manos.
Stuart bajó la cabeza, y unas lágrimas silenciosas recorrieron su cara. Fue el primer
ser humano con el que estableció una conversación, y compartió muchas cosas con él,
como su primera borrachera, compañía, rezos... nunca lo olvidaría, nunca...
- Tenemos que seguir, el lo querría.- dijo Stuart levantando la cabeza, con los ojos
rojos y la cara mojada. Era la primera vez que lloraba, y sabía que no iba a ser la
última. La vida es sufrir y sufrir, y aunque tengas momentos de felicidad, la
verdadera paz está después de la muerte. Agarró fuertemente la biblia que había
heredado del Predicador y siguió caminando.- ¿Qué has averiguado de Akavalpa?
- Ya te contaré en privado.- dijo Jackie, en voz baja.
- ¿Y donde nos vas a llevar a todos?- dijo un Cyborg que le siguió de cerca desde la
pirámide.
- Buena pregunta.- dijo Jackie.
- He estado pensándolo... y la mejor ciudad para empezar de nuevo y darle a la
humanidad una segunda oportunidad es... Nueva York.
35. BATALLA DE BARAJAS

Un sol abrasador pegaba en la explanada donde Eddie tenía todos sus aviones, y en el
centro, unos cien soldados perfectamente colocados en formación esperaban el
discurso del líder de la expedición: Ambroz. Allí se encontraban Eddie y Bolts, los
capitanes de los escuadrones de los cazas y los helicópteros. Bolts se encargaría de
liderar los helicópteros, mientras que Eddie se ocuparía de dar órdenes a los dos cazas
que tenían, solo para emergencias. Yurdi estaba también allí, para despedirse. Ambroz
le dejaba como líder de todo el norte de Extremadura, con lo que demostraba ante
todos la confianza que depositaba en Yurdi.

- Soldados. Compañeros. Amigos.- empezó su discurso Ambroz.- Hoy iremos para


dar apoyo en tierra, y sobre todo en el aire, al equipo que se encargará de recuperar
un artefacto que está en el aeropuerto de Barajas. Por lo visto, es algo capaz de
declarar la balanza a nuestro favor, y derrotar al Trípode de una vez por todas. La
mayoría me conocéis, otros menos. A todos nos une lo mismo: la supervivencia. Las
cosas que hemos tenido que hacer, cosas horribles para sobrevivir. No os avergoncéis
de ello. Hoy quizás eliminemos a muchos No Muertos que en su día fueron personas
que reían, cantaban, amaban y sentían. Ya solo son cadáveres andantes, y no podemos
hacer nada por ellos. Por quien sí podemos hacer es por quienes aún viven, por todos
a los que queremos. ¡Hoy lucharemos por nuestros padres, por nuestros hijos, por
nuestras mujeres o maridos, y para no quedar en el olvido como unos cobardes que se
refugiaron en sus bastiones sin hacer nada por sobrevivir! ¡Hoy lucharemos por la
supervivencia! ¡Que viva la raza humana, por hoy y por siempre!- finalizó Ambroz,
levantando hacia el cielo su M4.

Le siguió un coro de vítores y alabanzas, junto con un grito de victoria.

- Vamos, subámonos a los aviones y no hagamos esperar más ese artefacto, sea lo
que sea.

Todos empezaron a subir a los aviones, entusiasmados por el discurso de Ambroz.


Yurdi y Eddie fueron hacia él.

- Menudo discurso, Ambroz.- le dijo Eddie, felicitándolo.


- Gracias, Eddie. Llevaba un día preparándolo, pero no lo digas muy alto.- confesó
Ambroz.
- ¿Sigues pensando que no debería acompañaros, Ambroz?- le dijo Yurdi en tono
serio.
- Hace unos días te dije que era una decisión inamovible, y lo sigue siendo. Necesito
a alguien de confianza aquí, para que todo no se vaya al traste. Compréndelo, Yurdi,
por favor. Puede que algunos no volvamos, entre los que me incluyo.
- Más te vale volver, Ambroz. Has sobrevivido a muchas cosas y me salvaste la vida,
tanto a mi familia como a la familia de Eddie. No soportaría que te volvieses a
sacrificar por nosotros, quedándome yo aquí sentado sin hacer nada.
- Vas a estar haciendo muchas cosas, Yurdi. Hasta puede que el Trípode ataque
alguno de estos bastiones en nuestra ausencia, y quiero que estés preparado,
¿Entendido?
- Si, por supuesto...- Yurdi ya veía imposible que Ambroz le permitiese ir con ellos.-
Puedes contar conmigo, viejo amigo.
- Eso está mejor. Estaremos aquí en unos días, cuando tengamos los suministros en
nuestro poder.
- Tened cuidado, ¿Vale?- dijo Yurdi, abrazándolos a los dos.
- Tranquilo, lo tendremos.- dijo Eddie, tranquilizándolo.
- Si, tío, joder... No te preocupes por nada.

Se separaron y Eddie y Ambroz cogieron caminos diferentes. Ambroz montó uno de


los Airbus y Eddie se fue hacia uno de los helicópteros. Primero despegaron los
Airbus, que eran los más grandes y luego los cazas. Les siguieron los helicópteros,
que rodeaban el convoy aéreo. Tardaron varias horas en llegar a la periferia de
Madrid, sin ningún contratiempo, sobrevolando varias poblaciones y ciudades
devastadas y silenciosas. Ambroz se entretuvo por el camino leyendo un periódico de
antes del apocalipsis, cosa que hacía siempre antes de una misión de peligro. El piloto
les avisó que en unos minutos sobrevolarían el aeropuerto de Barajas, y Ambroz se
empezó a preparar. Se puso en los oídos un pinganillo para comunicarse con todo el
escuadrón y se puso un paracaídas.

- ¿A qué estáis esperando, putillas ineptas?- dijo Ambroz, como siempre solía
dirigirse a las tropas cuando estaban trabajando.- Poneos los putos paracaídas si no
queréis ser una mancha roja en el asfalto del aeropuerto.

Todos se apresuraron en ponerse un paracaídas cada uno y coger sus armas.

- Bien, capullos, gracias por no hacerme repetirlo dos veces. Llegaremos al


aeropuerto en unos minutos, a la señal saltaremos hacia donde esté situado el equipo
de Nueva Alhambra. Me han informado de que acaban de llegar al aeropuerto. Desde
que pisemos el suelo tendremos media hora para buscar el artefacto y luego pirarnos
lo más rápido posible de Madrid. El equipo de los helicópteros nos apoyará desde el
aire con las ametralladoras junto con los cazas. Iremos en grupos de diez, y bajo
ninguna circunstancia quiero que nadie se separe de su equipo, si no quiere correr el
riesgo de que lo alcance una ráfaga de ametralladora. Nuestro trabajo es proteger a
los encargados de la protección del equipo de Nueva Alhambra, o de ayudar en las
tareas de búsqueda, como se tercie. A la señal, todos en fila para saltar al vacío hacia
el aeropuerto.

Ambroz se quedó de pie lo que quedaba del trayecto hasta el aeropuerto de Barajas.

***

Un gran convoy compuesto de tráilers y de carros de combate se acercaba lentamente


al aeropuerto de Barajas mientras un sol abrasador les hacía a los ocupantes de los
vehículos sudar a chorros. Altair, Tornado y Tormenta iban en un Jeep justo en el
centro del convoy, ya preparándose para la acción.

- Sigo sin aprobar que vinieses, Tormenta.- dijo Tornado, bastante enojado.
- ¿Qué pasa? ¿Crees que no puedo luchar porque soy mujer?- dijo Tormenta,
mientras se bebía una bebida energética de un trago.- Lucho mejor que tú, y lo sabes.
- Te sorprendería saber lo que he mejorado.- dijo Tornado con voz amenazante.
- Callaos los dos, estamos llegando al aeropuerto.- dijo Altair, cogiendo un pinganillo
y poniéndoselo en el oído contactó con Ambroz.- Ambroz, el equipo de tierra esta
llegando al aeropuerto, ¿Cuál es tu posición?
- También estamos llegando al aeropuerto, equipo de tierra. Saltaremos en cinco
minutos a tierra, cuando hayan hecho una pasada los helicópteros.
- Entendido, equipo de aire. Esperaremos en la entrada a que hagan una pasada los
helicópteros.- Altair se quitó el dedo del pinganillo.- Ambroz está a unos minutos del
aeropuerto.
- ¿Han tenido problemas en el viaje?- preguntó Tormenta a Altair.
- No lo parece, si no me lo habría contado.

En unos minutos llegaron a las puertas del aeropuerto, unas verjas de hierro que
daban acceso a las terminales, donde se suponía que estaba escondido el artefacto en
un gran montón, por las imágenes del satélite. Según los datos que habían reunido,
esperaban una fuerte presencia de No Muertos porque en la época del apocalipsis, el
aeropuerto se colapsó en un intento desesperado de huir de Madrid, y se estimaba que
al menos habría allí unos tres mil No Muertos. Los helicópteros harían varias pasadas
para eliminar todos los que pudiesen y luego entrarían los siete BMR que tenían para
limpiar a fondo la zona, todo esto en un tiempo estimado de cinco minutos.
Estuvieron parados unos minutos en la puerta, sin que ningún No Muerto apareciese.
Eso ya era extraño y todo el convoy estaba nervioso. Que ningún No Muerto no
apareciese no presagiaba nada bueno, según sus datos. En ese momento vieron pasar
los helicópteros de Ambroz a toda velocidad hacia el centro del aeropuerto, y
empezaron a hacer pasadas, sin soltar ninguna ráfaga de disparos.

***

- Líder de la bandada a colibrí verde, ¿Cuál es la situación en la charca?- dijo


Ambroz poniéndose el dedo en el pinganillo mientras se acercaban al aeropuerto.
- No hay presencia de ranas en la Charca, líder de bandada.- respondió Eddie.-
Permiso para retirarnos y dejar paso al equipo de tierra.
- Permiso concedido, colibrí verde. Dad un rodeo a la charca a ver si encontráis algo
que nos diga donde han ido las ranas.- Ambroz cortó la conexión.

La información que acababa de recibir le puso en alerta. ¿Ningún No Muerto dentro


del aeropuerto? Eso era una de las cosas más extrañas que había oído desde que
comenzó el apocalipsis, y casi estaba seguro de que se adentraban en una trampa.
Seguramente el Trípode estaba detrás de todo, y también estaba seguro de que le
preparaban más sorpresas una vez estuviera en tierra.

- Colibrí Verde a líder de la Bandada, responda.- le dijo Eddie desde el pinganillo.


- Te escucho, Colibrí Verde.- respondió Ambroz. Tenían el aeropuerto casi a sus pies
y tendrían que saltar en breve. Casi todos los soldados reflejaban miedo en sus caras.
Ambroz escuchaba atentamente a Eddie.
- Hemos avistado varios Táxeres alrededor de la charca con unas quinientas ranas
rodeando cada uno. Pido permiso para empezar a abatirlas.
- Negativo, Colibrí Verde. Los Táxeres se encargan de mantener a las ranas
ocupadas, y si por accidente destrozáis algún Taxer las ranas que estén rodeándolo se
desperdigarán por toda la charca.
- ¿Tienes alguna idea de quién los ha puesto ahí?
- Lo más seguro es que el Trípode lo haya hecho, y que nos está reparando más
sorpresitas, Colibrí Verde. Estad atentos y empezad a hacer pasadas por la charca,
inmediatamente después que saltemos los paracaidistas. No quiero ningún accidente,
¿Entendido, Colibrí Verde?
- Captado, Líder de Bandada.

Ambroz fue hasta la salida del avión, donde saltarían en paracaídas hacia el suelo del
aeropuerto. Había una luz roja a su derecha, y avisó a todos los soldados que iban en
el avión.

- Bien, capullos, ya sabéis el procedimiento. Cuando se encienda la luz verde vamos


saltando de uno en uno. ¿Quién se ha meado encima?- preguntó Ambroz con cara de
asco. Un olor a orín inundaba el avión, y muchos soldados hicieron gestos de asco.
- Yo...- dijo un soldado con cara de miedo al final de la fila. La mayoría se apartaron
de él un poco, como si pudiese contagiarlos el miedo que debía de estar pasando.
- Mecagüen la puta...- dijo Ambroz con desprecio.- Creí haber dicho a Eddie que me
diese soldados, no nenazas...- murmuró Ambroz.- Rojo, Salchicha. No os separéis de
mí, os quiero cubriéndome en todo momento. Y a los demás.- dijo subiendo la voz.-
Ya sabéis, ataques en formación de círculo, y no quiero que nadie se separe del grupo
en el que esté. Y si os muerde un No Muerto ya sabéis qué tenéis que hacer, porque
sino personalmente lo haré yo. ¡Luz verde! ¡Ready to Roll!- dijo Ambroz casi en un
grito saltando al vacío. La caída era de unos doscientos metros y el paracaídas se
activaba nada más salir del avión.

Ambroz manejó los mandos para aterrizar al lado de donde estaba la gran montaña de
contenedores donde debía de estar el artefacto. Ya estaba allí el equipo de tierra, y
mientras aterrizaban todos sus soldados, fue hacia donde estaba Altair y su equipo.
De todo el equipo de Altair solo vio a Altair, Tornado y Kira. Había perdido a muchos
hombres, y eso le entristecía, y le hacía recordar la foto que se hicieron en el bastión
de la Abundancia todos juntos, hará una semana. Entre ellos vio a su novia, Tormenta.
No le gustó nada verla allí, pero tenía que guardar las apariencias. Ella era la Virreina
de España y él un simple agricultor de un pueblecito del Norte de Cáceres. Ella le
dijo, cuando empezaron a salir, que hasta que no pudiesen vivir juntos no difundirían
su noviazgo. Solo sabían de su relación algunas personas, como Eddie y Yurdi.
Saludó agachando la cabeza a Tormenta, que le devolvió el saludo, y se dirigió a
Altair.

- Altair, lamento sus pérdidas. Esos soldados siempre serán recordados, se lo


garantizo.
- Gracias, Ambroz. ¿Y cómo está Bolts?
- Al mando de unos de los Cazas.- a Altair no le agradó la noticia. Ambroz se
esperaba una reacción así, y se había preparado para ella.- Insistió mucho en que le
dejásemos comandar uno de los cazas, y se negó a enseñar a los pilotos si no le
cedíamos uno, espero que lo entiendas. Y ten en cuenta que es un soldado, como tú.
Que te dejen atrás significa que no vales nada.
- Si, supongo que sí...- Altair tuvo que aceptar el hecho de que su viejo amigo Bolts
estaba en la batalla.- ¿Qué te parece el panorama que hay aquí, Ambroz?
- Extraño, sin duda. Tenemos que estar preparados para lo que nos guarda el Trípode,
porque seguro que esto es una trampa. Si no necesitásemos tanto recuperar ese
artefacto, habría abortado la misión. Tormenta, ¿puedo hablar con usted a solas un
momento?
- Por supuesto, Señor Ambroz.- Tormenta le hizo un ademán con la mano para que lo
siguiese.- Altair, empieza a abrir los contenedores y a buscar ese artefacto.
- ¿Qué aspecto tiene?
- Por lo que me ha dicho Elliot, es parecido a un ordenador portátil con el símbolo de
AllNess.
- Rojo, Salchicha, vosotros organizad la protección del equipo de tierra.- dijo
Ambroz mientras se alejaba seguido de Tormenta.
- Sí, señor.- los dos hicieron un saludo militar y se fueron hacia todos los soldados
que se habían despojado de sus paracaídas.

Los dos anduvieron hasta que encontraron un sitio donde nadie los veía, y Tormenta
se lanzó a Ambroz, besándolo. Éste le devolvió el beso con pasión, y no se separaron
al menos en un minuto.

- Ambroz, te he echado tanto de menos...- dijo Tormenta, volviéndolo a besar.


- Y yo también a ti, amor...- dijo, abrazándola. Hacía más de cinco meses que no
estaban juntos, y Ambroz no se quería separar de ella. Hasta le daba igual que los
demás supiesen de su relación con Tormenta.
- Tengo que darte una buena noticia. Cuando finalice esta misión, haré un último
viaje a Nueva Alhambra y luego me iré a vivir contigo, definitivamente.
- ¿En serio? ¿Y eso?- preguntó Ambroz. Todavía seguían abrazados.
- Tornado ha venido a sustituirme como Virrey de España, y la verdad, no sé como
no ha venido antes. Llevo queriendo dejar el puesto desde que te conocí.
- Entonces ya somos pareja, ¿No?- dijo Ambroz, mirándola fijamente.
- Si, somos pareja.- dijo, besándolo. En ese momento apareció Altair, corriendo y sin
aliento. No se sorprendió al verlos, y eso le pareció extraño a Ambroz.
- Oye, no es lo que piensas, esto...
- No hacen falta explicaciones, Ambroz. Hay cosas más importantes que discutir.-
dijo, tomando aire.
- ¿Como qué?- dijo Ambroz bruscamente.
- Como una cosa importante de los contenedores de suministros. Que están vacíos,
por ejemplo.
- ¡¿Como?!- dijo Ambroz a voces.
- Están más secos que una momia, no hay absolutamente nada.
- Mierda.- ahora sí que estaban en un lío. Tenían que irse de allí cuanto antes, ya que
si el Trípode les preparaba otra desagradable trampa, perderían vidas por nada.-
¡Vamos, todos a los camiones!

En ese momento una explosión cercana les indicó que estaban bajo ataque.

***

Todo estaba planeado al sumo detalle. La trampa preparada sería la perdición de los
líderes de AllNess en España. Las órdenes del Gran Líder eran precisas: preparar el
aeropuerto para que todos los soldados de Tormenta entrasen sin problemas en el
aeropuerto, y cuando se pusiesen a tiro, reventarlos con todo el armamento
disponible. También tenían orden de buscar el artefacto que quería AllNess, si es que
todavía estaba allí.

Dex llegó al aeropuerto de Barajas unas horas antes que los equipos de Nueva
Alhambra y las Casas de la Colina, y tras calcular el tiempo que le quedaba para
prepararlo todo se apresuró a cumplir con su cometido.

- Suléiman, coge a un equipo y coloca los Táxeres alrededor del aeropuerto, esto está
infestado de No Muertos.
- Sí, señor.- dijo Suléiman, llevándose un equipo de soldados junto al tráiler en el que
llevaban los Táxeres. Suléiman era un espía del Trípode que se mantuvo en el
anonimato con el equipo de Altair para robarle su disco duro a Tornado, y cuando
descubrió que este ya no lo poseía, abandonó al equipo de Operaciones Especiales de
AllNess a la mínima oportunidad que tuvo.

La presencia de No Muertos en la zona era muy alta, y Dex pudo verlos


desperdigados por todo el aeropuerto. Esperó a que los Táxeres funcionasen
correctamente, porque sino todo se iría al garete. El plan era muy sencillo. Despejar
todo el aeropuerto de No Muertos para que los dos equipos en pleno quedasen juntos
en la pila de cajas vacías donde pensaban que estaba el artefacto, y luego atacar.
Según lo que sabían, sería la primera batalla entre humanos desde que el virus se
extendió por la faz de la tierra.

Dex se acomodó en la limusina que le llevó hasta allí, una limusina blindada llena de
comodidades en el interior. En ese momento un No Muerto con un solo brazo empezó
a golpear su ventanilla violentamente, y Dex, molesto, se puso en otro asiento y subió
la música del coche. El No Muerto siguió golpeando la ventanilla, llenándola de
sangre putrefacta por lo menos cinco minutos, hasta que algo lo hizo reaccionar. Miró
al cielo, y empezó a buscar algo con la mirada, hasta que se quedó mirando un punto
fijo hacia el sur y se fue. Ya estaban activando los Táxeres, y Dex se impacientó un
poco. Al cabo de diez minutos, se presentó Suléiman con aspecto cansado, y abrió la
puerta de la limusina de Dex para que saliese.

- ¿Cómo ha ido todo?- preguntó a Suléiman mientras salía de la limusina.


- Todos los Táxeres colocados, y cinco bajas.- informó Suléiman.
- ¿Los mordieron?
- Si, señor, y tuve que ejecutarlos, porque no querían hacerlo por sí mismos.
- Bien hecho, Suléiman. Si les infectaron serían más un problema que otra cosa.
¿Encontrasteis el artefacto?
- No hay nada en los cajones, ni una sola rata. Sea lo que sea que está buscando
AllNess, ya no está ahí.- A Dex eso le pareció muy extraño. Si AllNess no cogió ese
artefacto, y nosotros tampoco, ¿Quién lo hizo?
- ¡Maldición! Vayamos cuanto antes a informar al Gran Líder, nos está esperando en
al Torre Principal de Control.

Montaron en un Jeep para que los llevase allí lo más rápido posible, porque el tiempo
corría en su contra. Estaba previsto que los dos equipos llegasen en cuestión de media
hora. Atravesaron a toda velocidad por los caminos por donde antes circulaban los
aviones y aparcaron de un derrape en la puerta de la torre de control. Entraron
corriendo y subieron las escaleras metálicas de la torre de tres en tres. Antes de entrar
en la sala de control llamaron a la puerta, y un soldado altísimo y muy musculoso
abrió la puerta, y les indicó que pasaran dentro.

La sala estaba limpia de elementos electrónicos y demás chatarra ahora inservible. El


gran ventanal de la torre de control estaba destrozado, y Dex tuvo el presentimiento
de que era así como se libraron de todo el material, tirándolo por la ventana. De pie, y
al lado de los grandes ventanales de la torre, estaba mirando al aeropuerto nada
menos que el Gran Líder, Elliot AllNess. El humano, por supuesto.

- Lo conseguisteis, os felicito.- dijo, apartando la mirada de los ventanales y


mirándolos fijamente a los dos. Elliot AllNess casi no se diferenciaba de su copia
Cyborg, excepto en varios aspectos. Tenía unas cuantas arrugas más en su rostro, era
tres palmos más alto y dos veces más musculoso y tenía el iris de los ojos del color de
la sangre. Dex nunca había visto un iris de ese color. No era normal.
- Gracias, señor.- dijo Dex, bajando la cabeza. Suléiman lo imitó.
- ¡Vaya, tú eres el espía que tenía en Nuevo Edén!- dijo Elliot, señalando a
Suléiman.- ¿Cómo está mi querido Clon?
- Eh, bien, señor. Él no tiene ni idea de su existencia, señor.
- Y ésa será su perdición. Cuando llegue el momento, iremos a Nuevo Edén y
destruiremos a esa horrenda máquina. ¿Están todos en sus posiciones?- Preguntó
Elliot a Dex.
- Sí, Gran Líder. Cuando todos estén comprobando los suministros los atacaremos.
- Recordad bien esto, nuestro objetivo es Tormenta. Tienes que hacer que te siga
hasta aquí, para yo poder someterla, y cuando tenga su disco duro desactivaremos los
Táxeres que rodean el aeropuerto y dejaremos que se encarguen los No Muertos de
los restos.
- ¿Y qué hará con Tormenta?
- La mataré en cuanto tenga lo que he venido a buscar.

La operación de asalto al equipo de AllNess tenía un único objetivo: arrebatarle su


disco duro a Tormenta. La recuperación del artefacto ese que venían a buscar
Tormenta y sus equipos carecía de importancia para Elliot. Con el disco duro de
Tormenta, ya tendría tres discos duros, y esperaba quitarle el cuarto al conductor del
avión que lo sacaría de allí, por cortesía de Lord Walter desde Reino Unido.

- Como ordene, Gran Líder.- dijo Dex con una reverencia.- ¿Y cómo saldremos de
aquí?
- Lord Walter me ha enviado un avión para recogerme y llevarme hacia Reino Unido.
Allí terminaré los últimos trámites para dar por concluida la segunda fase del
Proyecto Extinción, y anunciar el tiempo de espera para el Trípode hasta que llegue el
momento de empezar la fase tres.
- ¿Y en qué consiste la fase tres, Gran Líder?- preguntó Dex.
- No querrás que te fastidie la sorpresa, Dex. Te enterarás a su debido tiempo.
- Sí, Gran Líder.
- No pierdas más el tiempo, y ve a trabajar de una puta vez, Dex. Están a punto de
llegar.

Dex salió con prisa de la torre, seguido de Suléiman. Fueron hacia donde estaban
todos los soldados que componían el batallón de ataque, y empezó a dar órdenes.

- ¡Soldados!
- !Sí, señor!- dijeron todos al unísono.
- El grupo de asalto que vaya con Suléiman al punto asignado para comenzar el
ataque cuando dé la orden, y el equipo de artilleros que venga conmigo, vamos a
montar el mortero.

Dex fue hacia el norte, mientras el equipo de Suléiman se alejaba hacia el oeste,
desde donde atacaría su equipo. Cuando montaron el mortero, se escondieron en un
edificio al lado de donde tenían instalado el mortero, para evitar que los viesen los
helicópteros. Dex sacó sus prismáticos y estuvo un rato mirando hacia el montón de
cajas vacías de suministros, la trampa que prepararon para los ineptos de Nueva
Alhambra y para el cabrón de Ambroz. Desde que estaba al mando de el Trípode en
España, Ambroz fue continuamente un jodido grano en el culo, fastidiando una
operación tras otra, y se dijo a sí mismo que eso tenía que acabar. Se jugaba todos los
bastiones de España a que Ambroz iría al mando del equipo de Las Casas de la
Colina. Si era así, Dex se aseguraría de que este aeropuerto fuese su tumba. Un ruido
de motor retumbó por todo el aeropuerto, alertando a las tropas de Dex, que miraban
a todos lados buscando el origen del ruido.

- Tranquilos, es el equipo de aire de Nueva Alhambra.- les dijo Dex, ajustando los
prismáticos. También había llegado el equipo de tierra, que aparcó justo al lado de las
cajas vacías de suministros, como vaticinaron. Estaban buscando entre las cajas, y vio
cómo iban corriendo de una caja tras otra, encontrándolas vacías.- ¡Ahora es el
momento! ¡Vamos, vamos!- todos salieron del edificio en el que estaban escondidos y
fueron corriendo hacia el mortero. Cargaron un cohete de mortero en el arma y
dispararon hacia los contenedores vacíos de suministros.

***

- ¡Mierda, nos están atacando con fuego de Mortero!- dijo un soldado, guareciéndose
en un contenedor de suministros.
- Líder de la bandada a Canario marrón, responda.- dijo Ambroz mientras se cubría
en uno de los Jeeps.
- Te escucho, líder de la bandada.- dijo Bolts.
- Busca al equipo de mortero que nos está masacrando y bórrelo del mapa con unos
cuantos misiles. Que no queden supervivientes.
- Captado, líder de la bandada.

Ahora tocaba esperar. Bolts no tardó más de medio minuto en detectar al equipo de
mortero y lanzar unos cuantos misiles. Unas explosiones lejanas lo avisaron de que el
equipo de mortero ya no existía. Salió de atrás del tráiler amartillando su M4 y
reuniéndose con todos sus soldados.

- ¿Estáis todos bien?- preguntó Ambroz. No parecía haber bajas.


- Si, si...- dijo un soldado, con el cuerpo lleno de polvo.- han destruido un Jeep, pero
nada más.
- ¡Grupo de soldados a las tres!- dijo un soldado que se había subido a un contenedor
de suministros. Nada más decir esto, una bala de francotirador hizo estallar la parte
izquierda de su cabeza, esparramando sesos, sangre y trozos de hueso por todo su
alrededor.
- ¡Venga, todos al ataque, no quiero ver a nadie tocándose los huevos!- dijo Ambroz
a voces.- Rojo, Salchicha, acompañadme a uno de los Humvees, les vamos a dar una
sorpresita a esos perros.

El equipo de tierra trajo consigo al aeropuerto cuatro Humvees equipados con


ametralladoras, cargadas de munición hasta arriba, para que en el viaje desde Nueva
Alhambra hasta el aeropuerto tuviesen cubiertas las espaldas, pero por muy raro que
parezca, no habían tenido que utilizar ni una bala. Rojo y Salchicha montaron en los
asientos delanteros, mientras que Ambroz se acomodó en la ametralladora, dispuesto
a usarla contra los soldados que les estaban atacando. Todos los soldados que
componían los dos equipos, el de Nueva Alhambra y Las Casas de la Colina
centraron su atención en atacar al centenar de soldados que cada vez se acercaban
más a ellos.

- ¡Vamos, Rojo, arranca de una puta vez, coño!- dijo Ambroz, metiendo la mano
dentro del Humvee y dándole una colleja. Rojo arrancó y fue a toda velocidad hacia
el centenar de soldados que, nada más verlos, les empezaron a disparar.- ¡Eh, hijos de
puta, saludad a mi amiguita!

Ambroz lanzaba ráfagas de disparos contra la tropa enemiga, convirtiendo en masas


de carne picada a los soldados que abatía. El problema era que ellos también tenían
vehículos articulados. Dos rancheras a las que acoplaron de manera artesanal
ametralladoras en la parte de atrás fueron al encuentro de Ambroz.

- ¡Acelera, vamos a atraerlos hacia nosotros para que los helicópteros puedan
cargárselos!- dijo Ambroz a Rojo. Se fueron a toda velocidad hacia la zona norte del
aeropuerto, consiguiendo que las dos rancheras les siguiesen. Cada vez las tenían más
cerca, y las ráfagas de tiros que les mandaban cada vez tenían más puntería. Ambroz
tuvo que agacharse en la última para evitar que le volasen la cabeza.- ¡Líder de la
bandada a Colibrí verde, responda!
- ¡Colibrí Verde esperando órdenes!- dijo Eddie, desde su helicóptero.
- ¿Ves las dos rancheras que nos siguen? ¿Puedes quitárnoslas de en medio?
- Sin problema, Líder de la Bandada.- respondió Eddie.

Desde el Humvee observaron cómo uno de los helicópteros bajaba de altitud y cubría
a disparos a una de las rancheras, convirtiéndola en una bola de fuego.

- Una de ellas eliminada, vamos a por la segunda.


- Más vale que te des prisa, porque han sacado un RPG y nos están apuntando ahora
mismo.- dijo Ambroz. En ese momento se oyó un silbido y Ambroz vio a cámara
lenta cómo el cohete se acercaba más y mas a ellos.-¡Tuerce el volante, ahora! - Dijo
Ambroz a la desesperada.

Rojo torció el volante hacia la izquierda, pero no lo hizo justo a tiempo, y el cohete
estalló justo al lado de ellos. En el último momento Ambroz saltó del Humvee,
volando por los aires unos segundos. El Humvee dio unas cuantas vueltas de
campana y quedó a unos diez metros de donde cayó Ambroz. Se quedó tendido en el
suelo unos segundos, y se incorporó con dolores. Se había hecho una herida en el
brazo izquierdo. Fue cojeando hacia el Humvee siniestrado, buscando con la mirada
la ranchera que les hizo volar por los aires, y lo único que encontró fue otra bola de
fuego casi idéntica a la anterior, una masa de hierros hechos añicos. Eddie se cargó
las dos rancheras, aunque algo tarde. Cuando llegó al Humvee ya estaban saliendo de
él Rojo y Salchicha, sus dos compinches.

- ¿Estáis bien, capullos?


- Solo tenemos unas cuantas magulladuras, Ambroz, no se preocupe.- dijo Salchicha.
- Me alegro. Venga, vayamos otra vez al combate.
- Si quiere matar algo más, Señor Ambroz, más le vale darse prisa, el combate está a
punto de acabar.- dijo Salchicha, mirando hacia el sur.
- ¿En serio?- dijo Ambroz, y buscando dentro del Humvee encontró unos
prismáticos, que por suerte no se habían roto en el accidente.

Oteó el horizonte y comprobó lo que dijo Salchicha. Del gran grupo que les atacó,
solo quedaban pequeños grupos dispersos que se concentraban en la huida. Miró con
los prismáticos hacia la torre de control y vio que había alguien allí dentro. Enemigo,
porque por lo que sabía, no era de los suyos. Miró hacia abajo y unas cuantas
personas aparecieron ante sus ojos, corriendo hacia la torre, concretamente dos. Una
de ellas la conocía bien, y la otra algo menos. Lo que le sorprendió era verlo allí, con
ese mierda. Uno de ellos era su enemigo Dex, el miserable que estuvo haciéndole la
vida imposible el último medio año, y el otro era un hombre que en teoría murió en el
hospital de Plasencia, Suléiman, uno de los soldados de Altair. A estos dos personajes
los perseguían otros dos. Uno de ellos era Altair, y otro era Tormenta. Nada más verlo
tiró los prismáticos al suelo.

- ¡Vamos, tenemos que ir tras ellos, tenemos que proteger a Tormenta!- dijo Ambroz
a Rojo y Salchicha, mientras corrían hacia la torre de control.

***

- ¡Vamos, seguid disparando!- dijo Tormenta mientras ella misma portaba un rifle
HK y disparaba contra la tropa de soldados que cada vez se acercaba más a ellos.
- ¡Son demasiados, joder!- le dijo Altair, también disparando ráfagas muy precisas.-
Espera, tengo una idea.- dijo Atlair, rebuscando en la parte trasera del Jeep en el que
habían venido. Sacó un arma muy rara que Tormenta no conocía. Parecía un rifle
pequeño, pero no tenía pinta de ser un fusil o ametralladora.
- ¿Qué coño es eso?- preguntó Tormenta.
- ¡No tenía pensado utilizarlo, pero dadas las circunstancias...!¡Es un XM25, uno de
los mejores lanzagranadas que existen!

Altair empezó a disparar con el XM25 hacia el grupo de soldados que venían hacia
ellos, causando un efecto devastador. Cada impacto de bala que causaba el XM25,
hacía volar por los aires a varios hombres, junto con miles de gotas de sangre, trozos
de carne y alguna que otra pierna, brazo o parte del cuerpo. Era un arma letal. En
poco tiempo consiguió diezmar las filas del grupo que les atacaba. Aunque los
atacantes causaron bastantes bajas en las filas del equipo de Tormenta, tras usar el
XM25 ganaron ventaja sobre ellos, consiguiendo que se batieran en retirada.
Quedaban todavía unos treinta, que iban hacia el lugar de donde vinieron, todos
menos dos personas. Altair conoció a las dos.

- ¡Tormenta, son Dex y Suléiman!


- Conozco a Dex, pero ¿Quién es Suléiman?
- Un traidor, por lo que veo.- Altair dejó el XM25 en el Jeep de donde lo sacó, y tras
coger de nuevo su M4 fue tras ellos.
- ¡Eh, espérame, Altair! ¿Adonde vas?
- ¡Tras esos dos cabrones! ¡Seguro que son los cerebros de esta operación, y tenemos
que saber si tienen el artefacto que estaba aquí!

Tormenta siguió a Altair, corriendo a toda velocidad hacia la torre de control principal
del aeropuerto. Por la decisión con la que iban hacia la torre se podía decir que sabían
donde iban, y que habían planeado el ir allí cuando las cosas se torciesen para ellos.
Cuando entraron en la torre, no se molestaron ni en cerrar la puerta, y Altair pensó
que podría se runa trampa, en la que estaban cayendo como tontos. Por desgracia, no
se podían parar a comprobarlo, y tendrían que arriesgarse. Entraron corriendo en la
torre y subieron por unas escaleras metálicas hasta lo más alto, donde la entrada
estaba abierta de par en par. Cuando entró Altair por la puerta, una gran pistola surgió
del interior de la sala, y apretando el gatillo, convirtió al cabeza de Altair en miles de
trozos de carne, cerebro, pelo y sangre, y cayendo a plomo en el suelo, quedó
inmóvil. Altair había muerto.

Tormenta intentó huir y tropezó al lado de la puerta, cayendo al suelo. El que disparó
a bocajarro a Altair salió de la sala, y cogiendo a Tormenta por el brazo con mucha
facilidad, la llevó al interior de la sala, concretamente hacia uno de los ventanales que
estaban sin cristales, reventados por el anterior desalojo de la sala. Tormenta no podía
creerse quién era la persona que la atrapó con tanta facilidad. Tenía una fuerza
descomunal, y no la dejaba casi resistirse. Cuando le miró a la cara, le devolvió la
mirada nada menos que Elliot AllNess.

- ¿Sorprendida de verme, Tormenta?- dijo Elliot, sonriendo.- No te confundas, no


soy el Cyborg que conociste en el pasado. Soy el auténtico. Ahora déjame ver...-
Tormenta se había quedado sin palabras. Elliot buscó un rato en sus bolsillos sin
ningún pudor, a veces metiendo la mano en sus partes íntimas.- Aquí está. Gracias
por traérmelo, en serio.- dijo Elliot, enseñando su disco duro ante sus ojos.- Ya
tenemos lo que buscábamos, vayámonos.- dijo Elliot a sus dos compinches, soltando
a Tormenta al vacío. Lo último que vio fue la cima de la torre de control alejándose
más y mas de sus ojos, y tras un fuerte golpe en la espalda y la boca llena de sangre,
cerró los ojos esperando la muerte.

***

Ambroz vio a cámara lenta como Tormenta caía al vacío desde la torre de control, sin
poder hacer nada. Se quedó paralizado, impactado por lo que acababa de ver. No
podía ser cierto, no podía ser posible. Ya no era la Virreina de España, y se iba a ir a
vivir con el después de esta incursión. Todo lo que podían haber sido, hecho y sentido
se desvaneció en unos segundos, para toda la vida. Ya nada tenía sentido para él.
- ¡Señor, sale alguien de la torre!- Ambroz miró con ira la entrada de la torre, y vio
salir a tres personas. Dos de las que habían entrado las conoció, y la tercera le sonaba
de algo, pero en ese momento no pudo saber de donde. Solo tenía en mente matar a
uno de ellos, y a por ese iría. Nada más salir de la torre de control unas cuantas
explosiones sonaron por varias partes del aeropuerto. Ambroz se imaginó lo que
había estallado.
- Rojo, Salchicha, iros corriendo hacia donde estén todos los supervivientes de la
batalla e iros cagando leches, esto se va a llenar de No Muertos en breve.
- ¿Y qué hará usted, señor?- preguntó Salchicha.
- Voy a por Dex. El ha matado a Tormenta, y yo lo mataré a el. ¡Ahora al puto tajo,
coño!- gritó Ambroz mientras corría a toda velocidad hacia los tres cabrones que
salieron de la torre desde donde cayó Tormenta al vacío. Ellos le vieron llegar, y el
que no conocía habló con Dex, que tras intercambiar unas cuantas palabras, dos se
fueron y dejaron a Dex para que se enfrentase a Ambroz.- ¡Vaya, vaya, pensaba que
no tendrías huevos a enfrentarte a mí en un combate singular!
- ¡Vaya que si los tengo! He estado esperando este momento desde que empezaste a
meter las narices en mis asuntos, paleto.- respondió Dex, andando a pasos lentos y en
círculo, mientras Ambroz hacía lo mismo, esperando cualquier movimiento brusco
que anunciase el comienzo de la pelea.
- Si, soy un paleto y un puto salvaje, y no veas como voy a disfrutar sacándote las
tripas, cucaracha de mierda.
- No hablarás tanto cuando te meta los cojones en la boca, maricón.

Ambroz esperó pacientemente a que Dex cometiese algún pequeño error, pero al ver
que era tan calculador como él, Ambroz decidió asestar el primer golpe. Dex lo
esquivó y le propinó un puñetazo en la barriga, dejándolo sin aliento. Ambroz le
agarró de la pierna izquierda y tiró al suelo a Dex. Aprovechando la caída le dio una
patada en la espalda. Dex se arrastró por el suelo, separándose de Ambroz, y mirando
hacia el lado opuesto al que estaba Ambroz, profirió un grito de terror. Se acercaban a
ellos por lo menos doscientos No Muertos a toda velocidad. Ambroz también los vio,
y miró hacia todas las direcciones del aeropuerto. La visión era espeluznante.

Por todas partes divisaban No Muertos, que despertaron del letargo al que les
sometieron los Táxeres instalados al lado del aeropuerto, y ahora vagaban a sus
anchas por todo el lugar. El equipo de Tierra de Ambroz ya se fue hace rato, y estaban
ellos dos solos. Al ser la única carne fresca de todo el aeropuerto, estaban atrayendo
hacia ellos a todos los No Muertos que había al menos en varios kilómetros a la
redonda, y la situación era bastante comprometida. Olvidando a Dex, buscó con la
mirada algún punto alto, para poder evadir a los No Muertos y pedir extracción por
aire. Un poco al sur vio un montón de cajas de suministros vacías, que serían
perfectas para subir a ellas y evitar convertirse en comida para No Muertos. Empezó
a correr hacia la salvación. Los No Muertos ya estaban bastante cerca de él, sin contar
que Dex le seguía los pasos, aterrado por aquella marea de No Muertos. Cuando le
faltaban unos metros para llegar a la montaña de cajas, un No Muerto se abalanzó
sobre él, y rápidamente sacando el revólver le metió el cañón en la boca y se la voló
en mil pedazos.

Se guardó el revólver y de un salto subió a la primera caja. Con un poco de esfuerzo,


consiguió subir a la última caja, bastante alejada del suelo, y por lo tanto de los No
Muertos. Dex no tuvo tanta suerte, y subía a duras penas por las cajas, quitándose a
los No Muertos de él a patadas. Cuando llegó a la última caja, Ambroz le estaba
esperando.

- Eh, Ambroz, no te lo tomes como algo personal, ¿Eh? ¡Somos enemigos, joder!-
dijo a la desesperada.- ¿Qué querías, que te diese la mano y que fuésemos amigos y
ya está? No me jodas, los No Muertos nos han rodeado, no me tires al vacío, por
favor.
- Qué extraño. Creía que todos los del Trípode erais putos Mortis de mierda.- dijo
Ambroz, sonriendo. Estaba disfrutando como nunca.
- No, no, eso es un puto mito, para haceros creer que podíamos hacer lo que
quisiésemos en cualquier momento...- la voz de Dex sonada aterrada, y hasta él
mismo sabía que Ambroz lo haría caer al vacío.- ¡Al menos, ten la misericordia de
matarme si me tiras al vacío!
- Más quisieras. ¡Esto es por Tormenta, jodido cabrón!- Y de una patada en la cabeza,
lo arrojó al suelo. Nada más caer, los No Muertos se pelearon por él, destripándolo,
arrancándole las tripas, las piernas, junto con sus gritos de terror, que cesaron al cabo
de unos segundos.- Líder de la bandada a Colibrí verde, responda.- dijo Ambroz
tranquilamente como si no pasase nada.
- Colibrí verde a líder de la bandada. Creíamos que habías caído, líder de la bandada.
- Más quisieras.- repuso Ambroz.- Estoy a doscientos metros al sur de la torre
principal de control, rodeado de ranas. ¿Puedes venir a por mí?
- Por supuesto. Estoy allí en un minuto.

Ambroz se sentó en la caja de suministros y sintió el metal caliente debajo de él.


Hacía mucho calor en aquel aeropuerto, y después de la tensión de la batalla Ambroz
empezó a sentirlo con más intensidad. Se palpó los bolsillos y sacó un paquete de
Chester, se puso un cigarrillo en la boca y se lo fumó tranquilamente. Solo fumaba
después de una incursión o una batalla, y no le sentó muy bien la primera calada.
Había visto morir a Tormenta, a muchos de sus soldados, amigos suyos... ya todo le
daba igual. Por una vez que tuvo una relación seria con una mujer, había muerto, y
toda oportunidad de ser feliz se desvaneció en unos segundos. Una escala le dio en la
cabeza, y mirando arriba, Eddie le saludó desde su helicóptero.

Ambroz le alzó la mano para que esperase, le dio unas últimas caladas al cigarrillo y
con puntería lo lanzó hacia un No Muerto, dándole en pleno ojo derecho. Subió la
escala con rapidez, y se sentó en los asientos del helicóptero, al lado de una
ametralladora fija.

- Ambroz, lo siento por Tormenta. Sé lo mucho que la querías, y ten por seguro que
los responsables lo pagarán con sus vidas.
- Eddie, ya me he cargado a Dex. Todo ha acabado.
- No, Ambroz. Esto no ha hecho más que empezar, te lo aseguro. Están persiguiendo
por todo Madrid una aeronave ultramoderna. Es la única nave enemiga que ha salido
del aeropuerto, lo que nos hace suponer que van en ella peces gordos del enemigo.
¿Tienes alguna idea de quién puede ser, si es que es alguien importante?
- Puede...- A Ambroz no le costó pensar mucho para intuir quienes podían ir en el
avión.- Ese hombre y Suléiman... ¡Vamos, llévame hacia donde esté esa aeronave!
- ¡A toda pastilla!- dijo Eddie.- ¡Ambroz, agárrate!

Empezaron a ir a toda velocidad, cruzando edificios y rascacielos, arriesgándose


muchas veces a estrellarse con alguno. Hubo un momento muy tenso cuando pasaron
al lado de un rascacielos en el que hace tiempo encerraron en la azotea a decenas de
No Muertos, y estos, al oír el sonido del helicóptero, empezaron a saltar al vacío
hacia el origen del ruido. Uno de ellos casi impacta contra las hélices del helicóptero,
y tuvieron que virar en el último segundo.

- ¡Mira, allí está!- dijo Eddie, señalando hacia abajo, en una gran avenida, dando
bandazos.
- Sitúate justo delante de él, que no tenga oportunidad de acelerar.- dijo Ambroz,
sudando como un pollo dentro del helicóptero.- ¿Tienes algún lanzacohetes?
- Por suerte sí, con unos cuantos cohetes.- dijo Eddie, un poco atemorizado.
Seguramente estaba imaginando lo que Ambroz iba a intentar hacer.- Debajo de tu
asiento lo tienes todo.

Ambroz buscó debajo de su asiento y cargó el lanzacohetes. Cogió los tres cohetes
que había de repuesto, los metió en una riñonera especial para guardar cohetes
situada junto a ellos, se la puso y buscó un arnés con unas cuerdas, para colgarse del
helicóptero. Al colgarse del helicóptero casi se cae en varias ocasiones, y a punto
estuvo de que se le cayese el lanzacohetes. Mientras iban a toda velocidad por la gran
avenida que sobrevolaban, disparó el lanzacohetes apuntando a la nave, que en el
último momento viró un poco y se desvió de la trayectoria del lanzacohetes. El cohete
estalló sobre un bloque de pisos que hizo añicos el sitio del impacto. Cargó de nuevo,
y volvió a repetir el proceso. La nave volvió a esquivar con mucha facilidad el
cohete, consiguiendo que impactase contra un rascacielos, volando por los aires gran
parte de la fachada donde había impactado.

- ¡Mierda, joder!- se quejó Ambroz de la poca precisión que tenía el lanzacohetes.-


¡Tenemos que hacerlo pasar por un sitio cerrado para que podamos tener un tiro
claro!- Ambroz miró hacia el frente. A lo lejos vio las torres KIO.- ¡Hazlo pasar por
las torres KIO, Eddie. Allí intentaremos hacer un tiro certero!- poco a poco se fueron
acercando más y más a las torres KIO.- ¡Eh, cuidado con esa viga gigante!- a punto
estuvo Eddie de estrellarse con una gran viga dorada de unos cien metros que había
en una rotonda justo al lado de las torres KIO. La nave esquivó la viga fácilmente,
siguiendo el camino que seguía el helicóptero. Cuando pasaron por las torres KIO,
Ambroz esperó a que la nave estuviese a punto de pasar por las torres, y disparó un
cohete, impactando de lleno en la nave, consiguiendo que se estrellase en la torre
izquierda.- ¡Toma matraca!- dijo Ambroz con una señal de triunfo. Subió al
helicóptero, y ascendieron para irse a la base más cercana del Virreino de España,
Yipers, al norte de Toledo.
- ¡Hurra, Ambroz! ¡Lo hemos conseguido! Ahora vayámonos hacia el bastión de
Yipers a celebrarlo. Hemos ganado, al menos esta batalla.- dijo Eddie, sonriendo.
- Quizás hayamos ganado esta batalla.- dijo Ambroz, con la mirada perdida en el
cielo.- Pero yo... yo lo he perdido todo.
36. MATTHEW

Matthew disfrutó de una lujosa estancia en el palacio de Westminster los tres días que
estuvo en Londres, esperando la orden de volar hacia España, donde recogería a un
contacto de Lord Walter para traerlo de vuelta a Reino Unido. Lord Walter fue en
todo momento muy amable con Matthew, y se sentía culpable por no comentarle que
no tenía el disco duro precisamente en ese momento, lo tenía en un armario guardado
en su casa de Reykjavik, junto a todas las cosas que trajo encima suyo cuando huyó
de Europa en los días del Apocalipsis.

En la mañana del tercer día, un lacayo de Lord Walter le llamó con prisa y le dijo que
tenía que presentarse ante Lord Walter en cinco minutos. Se arregló lo mejor que
pudo y fue corriendo hasta el despacho de Lord Walter, donde le estaba esperando
sentado en su escritorio.

- Señor Matthew, ha llegado el día. Hoy tendrás que cumplir una de las partes del
trato que acordamos cuando llegaste aquí. Tendrás que volar hasta el aeropuerto de
Barajas y esperar a que mi amigo monte en el avión, para traerlo aquí. Tendrás que
aterrizar el avión y situarlo justo al lado de la torre principal de control. Mi amigo ha
pedido que aterrices ahí con la mayor precisión posible, para que pueda ir hasta el
avión sin problema, ya sabes...- dijo Lord Walter refiriéndose a los No Muertos.
- ¿Habrá mucha presencia de No Muertos?- preguntó Mat, intentando que no se le
notase un tono de preocupación.
- Están encargándose de eso, no te preocupes. Tú no saldrás del avión en ninguna
circunstancia, a no ser que te lo ordene mi amigo. No sé si irá acompañado. Tú oigas
lo que oigas, veas lo que veas, no bajes del avión y no hagas preguntas, ¿Entendido?
- Sí, señor.- respondió Mat. Era lo que mejor se le daba, cumplir órdenes.
- Bien, ve al aeropuerto de Heathrow, allí te indicarán con qué pájaro vas a volar
hasta España.

Salió del palacio de Westminster y una escolta le llevó a toda velocidad hasta el
aeropuerto de Heathrow, que estaba fuertemente vigilado por militares. Uno de los
escoltas presentó un documento que certificaba quienes eran y qué habían venido a
hacer al aeropuerto, y el guardia les dio paso. Condujeron hasta un hangar bastante
grande donde Matthew vio una nave de tamaño medio. Parecía bastante ligera, y Mat
dudó que una nave tan pequeña fuese capaz de llegar hasta España sin repostar. Al
lado de la nave estaba un mecánico revisando unas notas, y Mat le preguntó cuáles
eran las especificaciones técnicas de la nave.

- Disculpe, ¿Usted cree que esta nave puede llegar sin problemas a España?-
preguntó Mat.
- Por supuesto, y además en menos tiempo que cualquier otra aeronave. Es de última
tecnología, señor. Su depósito de queroseno no es de lo único que se alimenta este
monstruo. Tiene placas solares por todo el casco bastante potentes, además de un
núcleo de Plasma X-454. Con el depósito lleno y las placas funcionando a pleno
rendimiento, esta nave le puede llevar perfectamente a Estados Unidos.
- ¿En serio?- dijo Mat.- Me temo que no tenemos tiempo, tendré que arriesgarme y
confiar en su palabra. ¡Nos vemos a la noche!- dijo Matthew, despidiéndose de todos
los presentes, y pensando si los volvería a ver.

Durante el viaje se asustó mucho. Este viaje podía ser solo de ida, y ni siquiera sabía
que se iba a encontrar en aquel aeropuerto. Por un momento pensó en Zelda, y en el
hijo suyo que iba a nacer, o que había nacido. Puede que nunca lo viese, que no
estuviese presente cuando empezase a crecer, ponerle nombre, oírle decir papá... por
un momento pensó en dar media vuelta y volver a Islandia, y lo habría hecho si no
fuese tan buen soldado. Cumplir órdenes era primordial, más que cualquier cosa, y
cuando Mat acepaba una orden, un viejo sexto sentido le impedía echarse atrás y
desertar. Se tranquilizó como pudo y estuvo observando cómo el mar se extendía ante
sus ojos. Cuando llegó a la costa norte de España, bajó de altura para observar aquel
país. En su tiempo, antes del apocalipsis, era un próspero país de unos cuarenta y
cinco millones de habitantes, con muchas ciudades grandes y mucha historia. Ahora
era un desierto, como casi todo el mundo.

Sobrevoló varias ciudades desiertas hasta que llegó a una Madrid silenciosa, y lo hizo
en un tiempo récord. Una hora y cincuenta y cinco minutos. Cuando llegó al
aeropuerto, aterrizó con cuidado donde le indicó en un mapa Lord Walter y, como
Matthew esperaba, se encontró el aeropuerto lleno de No Muertos. Nada más
aterrizar, cientos de ellos rodearon la nave y empezaron a golpearla con las manos
desnudas, dejando manchas de sangre por todo el casco. Lord Walter había pensado
en ello, y blindó el avión para evitar que sufriera daños debido a los No Muertos.
Durante la hora siguiente, sacó un libro que cogió prestado de la biblioteca personal
de Lord Walter, y se puso a leer tranquilamente, ignorando los martillazos que daban
afuera los No Muertos. A la hora de espera en el aeropuerto sin que pasase nada
especial, surgieron de la nada varios camiones y un convoy de Jeeps que pasaron a
toda velocidad hacia la otra punta del aeropuerto.

No sabía quienes eran, y se los estuvo espiando desde que llegaron dentro de la nave.
Sacaban con mucha prisa unos grandes aparatos, parecidos a antenas de telefonía en
miniatura, y un equipo de soldados custodiaba cada una de ellas a distintas partes del
aeropuerto. Matthew no sabía qué estaban haciendo o qué demonios eran esos
aparatos, o esos soldados, y se limitó a observar. Al rato volvieron los equipos de
soldados sin aquellos aparatos misteriosos, y tras verificar todos los equipos que
colocaron los aparatos, o eso supuso Matthew que discutían, uno de ellos pulsó un
botón y, milagrosamente, los No Muertos que rodeaban su nave se fueron poco a
poco, hacia ningún punto en concreto, siguiendo algo, un sonido, una llamada, un
color... Matthew no lo sabía, y pensó que seguramente aquellos aparatos eran los que
atraían a los No Muertos.

No tardó el aeropuerto en vaciarse ni cinco minutos, y aquellos soldados se fueron a


un hangar situado al sureste de su posición, esperando algo. Unos pocos fueron hacia
el norte, con otro objeto en las manos, que parecía muy pesado. Mat pensó qué sería
lo que estaban haciendo, qué era lo que se tramaban. No se le ocurrió nada en los
cinco minutos siguientes, y se limitó a seguir mirando el hangar en el que se
internaron. A los treinta minutos, más o menos, apareció una comitiva de vehículos
militares, Jeeps y algún que otro Humvee, seguido de unos cuantos helicópteros
desde el aire. Toda esta comitiva aparcó al lado de una montaña de grandes cajones
metálicos, salieron de los vehículos y esperaron, mirando al cielo.

Mat, por inercia, también miró, y en ese momento pasó un Airbus militar dejando una
estela de paracaídas tiñendo el cielo, bajando lentamente hacia tierra. Todo lo que
estaba pasando era muy extraño, y Mat tuvo el horrible presentimiento de que iba a
ver una masacre. Al minuto pasaron varios cazas, y unos cinco helicópteros
empezaron a dar vueltas en torno al aeropuerto. Cuando todos estuvieron en tierra, se
pusieron a buscar entre los contenedores. Nada más abrir un par de ellos, cundió la
alarma. Desde la nave Mat vio claramente que estaban vacíos. Parecía un hervidero
de hormigas, todos corriendo de lado a lado. Una explosión sacó a Mat de su
anonadamiento. Cayó al lado de donde estaba el grupo de los suministros, y
seguidamente otro bombazo. Los estaban bombardeando con fuego de mortero.

Mat tuvo el impulso de salir de la nave y ayudar, y entonces recordó lo que le dijo
Lord Walter: “ Tú oigas lo que oigas, veas lo que veas, no bajes del avión y no hagas
preguntas.” ¿Y si estaban atacando al grupo del contacto? ¿Y si no sobrevivía al
ataque? Al final decidió no intervenir, y hacer caso a Lord Walter. El grupo que
estaba en los cajones se defendía bastante bien. Uno de sus cazas había arrasado el
nido de mortero, y un loco subido a un Humvee estaba disparando ráfagas muy
certeras hacia un grupo de unos cien soldados que corrían en tropel hacia el grupo
que estaba en las cajas. Al rato el Humvee fue disparado hacia Mat, seguida de dos
Rancheras, bastante hostigada. Al poco tiempo de la persecución, uno de los
helicópteros derribó una de las rancheras, pero sin tiempo para evitar que la segunda
derribase la ranchera en la que estaba montado el loco, que dio unas vueltas de
campana.

Al minuto desvió por un momento la vista hacia la torre de control, desde la que oyó
un disparo fortísimo. Alguien por dentro estaba sujetando por el cuello a una chica,
que lanzó al vacío, cayendo en unas cuantas cajas metálicas, idénticas a las del grupo
de las cajas, que en ese momento se estaba dispersando. Algo lo estaba impulsando a
salir fuera, a ver cómo estaba la chica. Vio con sus propios ojos ese día tanta muerte
y destrucción que le era inhumano dejar ahí a esa chica, a merced de la muerte. Podía
estar viva, y necesitar ayuda.

Omitiendo todo ese rollo del deber por primera vez en su vida, salió portando un AK
47 y fue corriendo hacia el pequeño montículo de cajones metálicos sobre el que
cayó la chica. Lo que quedaba de los dos grupos se estaba dispersando rápidamente,
y solo quedaban dos hombres luchando a unos cien metros al sur de donde estaba.
Cuando Mat los miró, dejaron de luchar y miraron hacia el oeste. Los dos salieron a
correr hacia otro montículo de cajas metálicas que había al lado de ellos. Mat miró en
la dirección a la que miraron aquellos dos hombres y lo que vio le hizo correr
también, hacia el montículo de cajas en el que cayó la chica. Un tropel de No
Muertos se dirigía hacia ellos, incansables. Los aparatos que les retenían, por alguna
razón, dejaron de funcionar, rompiendo el hechizo que los mantenía en trance lejos
del aeropuerto. Muy a su pesar, vio como su nave despegaba sin él, dejándolo en
tierra. El contacto debía de saber pilotar la nave, ya que sino no habría podido ni
despegar.

Cuando subió, caja por caja hasta la cima, ya estaban rodeados de No Muertos, con
las manos apuntando hacia él. Resoplando y empapado de sudor, los miró. Estaban
casi todos en avanzado estado de descomposición, medio secos, afectados por un año
y medio a la intemperie en el horno que debía ser aquel aeropuerto ahora en verano.
Era el mediodía y hacía un calor sofocante. Miró hacia la chica, que se había hundido
varios centímetros en el metal debido al golpe que sufrió. La tomó el pulso y se
alegró de que siguiese viva. Debía tener unos veintiún años, era guapísima, y tenía el
cabello largo y negro como la noche. Vestía un traje negro, algo ligero debido al
calor. Intentó despertarla, y al ver que estaba inconsciente, la bajó un piso más abajo
para ocultarse dentro de una caja y protegerse del sol del mediodía. Cuando
estuvieron acomodados dentro de una de las cajas, Mat se cerró en sus pensamientos.

¿Volvería a ver a Zelda? ¿Vería alguna vez a su hijo? Había hecho una estupidez, de
eso no cabía duda, pero también hizo una buena obra. No podía dejar abandonada a
una persona a su suerte, en medio de toda esa catástrofe. Lord Walter podía haberle
avisado donde se estaba metiendo, había visto como otra vez los hombres se mataban
entre sí por cosas que deberían olvidar ya. Y se acordó de una vez que estuvo
charlando con uno de sus profesores del campamento de guardaespaldas.

- Da igual lo que pase, lo que ocurra.- le dijo a Mat.- La guerra nunca cambia.
Siempre habrá guerra, hasta que no quede ningún ser humano sobre la tierra lucharán
y morirán por motivos que podrían arreglar simplemente hablando. Prefieren usar las
armas. Recuerda esto siempre, Mat. El hombre es un lobo para el hombre. La guerra,
pase lo que pase, nunca cambia.

Y cuanta razón tenía. Ahora mismo, cuando la humanidad estaba casi extinta, esas
palabras retumbaron en su cabeza mientras pasaban las horas en aquel aeropuerto,
únicamente habitado por cientos de No Muertos, que en esos momentos les rodeaban
a su nueva amiga y a él. Al anochecer, la chica se removió y despertó.

- ¿Qué... qué ha pasado?- preguntó la chica, mientras se levantaba gimiendo de


dolor.
- Te tiraron desde la torre que hay enfrente de nosotros, ¿Recuerdas?- preguntó Mat.
- ¿Y tú qué haces aquí?- le preguntó.
- Me llamo Mat, y vi cómo caías... espera, tú eres una científica de Elliot... Ahora te
recuerdo...
- ¿Mat? ¿El Guardaespaldas de Elliot?
- ¡Sí!- afirmó Mat.- Tú eres Lucía, ¿Cierto?
- Ahora me llamo Tormenta. Tenemos que pensar cómo salir de aquí.
- He estado pensando en eso desde que estamos aquí. Estamos rodeados.- dijo Mat,
señalando a los No Muertos que había rodeándolos, que cada momento que pasaba
aumentaban su número. En ese momento, debían de ser unos ciento cincuenta.
- ¿Eso crees?- dijo Tormenta, mirando hacia todos lados.- A ver... desde allí vino el
grupo que nos atacó, por lo tanto debe haber allí vehículos suyos, porque han muerto
más de la mitad de ellos. Agárrate a mí, voy a dar un salto bastante grande que nos
llevará a unos cincuenta metros de esta pila de metal.
- ¿Puedes hacer eso?
- Soy una SuperHumana. Claro que puedo.

Desde que Tormenta se despertó una creciente desconfianza surgió del interior de
Mat. No sabía de qué parte estaba Tormenta, no sabía quienes se habían matado entre
ellos en una batalla sin sentido hacía medio día, y ni siquiera sabía de qué parte
estaba él.

- ¿Te vas a sujetar o no?- le dijo Tormenta, impaciente.


- Si, claro...

Sujetó a la cintura de Tormenta, y esta dio tal salto que llegaron al tejado de la torre
de control, y con otro salto fue de la torre de control al suelo, quedando una marca en
el asfalto.

- Oye, chica, te habrás preguntado que quién soy y esto...


- Mira, no es momento ni lugar para decidir si somos enemigos o no. Creo que el
objetivo, por ahora, es sobrevivir.- dijo Tormenta mientras corrían hacia el hangar
donde se suponía que había vehículos de tierra. Cuando entraron en el hangar, se
encontraron por lo menos con cinco Jeeps. Tormenta escogió uno que tenía una
ametralladora fija, montó en él y arrancó el Jeep, saliendo a toda velocidad del
hangar y esquivando a los No Muertos, que se habían acercado bastante a su
posición. Mientras recorrían la A-6 saliendo de Madrid Mat habló.
- ¿Me vas a contar de una vez qué hacías allí y qué coño ha pasado?- preguntó Mat,
tras un silencio muy prolongado de Tormenta.
- Mira, no sé quién eres. No me suenas de nada, y a todos los soldados que teníamos
nosotros en Barajas, sin excepción, los conocía, al menos de vista. Eso quiere decir
que has venido con nuestro enemigo.
- No, a ver...- Mat se llevó la mano a la cabeza, e intentó explicarse.- Vengo de
Islandia, con una escala en Reino Unido. Vengo de parte del Trípode, para recoger a
una persona y llevarla de vuelta a Reino Unido.
- ¿Qué sabes del Trípode?- le preguntó Tormenta.
- Poca cosa, la verdad. Lo único que sé del Trípode es que es como un nuevo ideal, o
imperio. No me han explicado mucho.
- El Trípode es la causa por la que han muerto hoy aquí tantas personas. El Trípode
en estos momentos está causando problemas por todo el mundo a los pocos
supervivientes que quedamos, Mat.
- No...- Mat se quedó sin palabras.- ¡No sabía nada, en serio! ¡Creí que estaba
haciendo lo correcto, lo juro!
- Lo sé, Mat. Tranquilo, no te voy a hacer daño ni nada parecido. Quiero que te unas
a mí. Hay un complot muy grande forjándose en estos momentos, y necesito tu
ayuda.- le pidió Tormenta.
- Claro, por supuesto. Puede contar conmigo, Tormenta.
- Gracias. Por ahora, iremos a un bastión que construimos Ambroz y yo, hace un
año. Este bastión es el mejor protegido y aprovisionado en armamento militar que
existe ahora en España, y creo que estaremos seguros. Nad amás llegar dearé la orden
de que mi llegada se mantenga en secreto. Todos creen que he muerto, y mejor que
sea así. La emboscada que nos tendieron en Barajas demuestra que hay espías
infiltrados entre nosotros.
- ¿Y donde está ese bastión?- preguntó Mat.
- Está a dos horas de aquí, en un pueblecito en el centro de la provincia de
Salamanca, al lado del pantano ded Santa Teresa. El bastión se llama Fermenteros.

Y juntos fueron hasta el bastión de Fermenteros, a prepararse para una de las cosas
que mejor sabe hacer la humanidad: La Guerra.
37. BATALLA DE PUERTO LIBRE

Brian se levantó esa mañana temprano, para prepararse para el asalto a Puerto Libre.
Todo Nuevo Pittsburg estaba en alerta, y los preparativos para el asalto tenían al
bastión en pleno trabajo. Sombra y Aurora estaban por todos sitios, dando órdenes y
revisándolo todo. Cada hora que pasaba Sombra se impacientaba más y se mostraba
más paranoico, dada su demencia. Llevaba ya más de un día sin matar, y estaba
empezando a afectarle. Cuando levantó a Brian lo zarandeó con violencia,
consiguiendo que cayese de la cama, asustado.

- ¿Qué coño te crees que haces?- dijo Brian en el suelo, enojado.


- Levantarte de la puta cama, ¿O es que no lo ves?- dijo Sombra, con una mirada
paranoica. Aurora estaba detrás suya, también muy impaciente por salir de cacería.-
¡Vamos, partimos en diez minutos!

Sombra salió como una exhalación de la habitación, dejando a Brian en el suelo. El


asalto se haría mediante el aire, y habían conseguido cinco aviones C-17
Globemaster III para el transporte de las tropas, que serían 500 soldados. Caerían
sobre Puerto Libre en dos horas, justo en el centro del Puerto, donde ahora residían
los altos cargos del Bastión, según la información de que disponía Lluvia. Montarían
un perímetro de defensa alrededor del centro del puerto, y un pequeño equipo se
encargaría de limpiar todo el edificio donde estaban los altos cargos de Puerto Libre.
La operación tenía que hacerse en el menor tiempo posible y con el menor ruido, para
no alertar de su presencia. Si se juntaban todas las tropas del bastión, unos cinco mil
soldados, tendrían serios problemas. Se levantó rápidamente y se puso su uniforme.
En ese momento recordó como un año y medio atrás se puso su primer uniforme,
cuando se alistó por primera vez y ayudó al ejército a controlar la plaga en Memphis,
su ciudad natal.

Vistiéndose, buscó su equipo de combate. Le dieron una M4A1 modificada con un


lanzagranadas incorporado y una mirilla que se podía quitar y poner, además de un
uniforme militar. Al lado del arma, estaba su vieja hacha, la que se llevó de su casa
cuando empezó la plaga. Ya había matado a muchos No Muertos con ese hacha, y
dejarla atrás no sería justo. Se la colocó en el cinturón a modo de espada y se fue
corriendo hacia el transporte que les llevaría hacia el aeropuerto de Pittsburg.

***

Sombra estaba impaciente. Podía sentirlo en las venas. Llevaba un día sin matar, y la
mente empezaba a darle vueltas. Andaba de un lado hacia otro cerca del convoy que
les llevaría hasta el aeropuerto de Pittsburg, donde cogerían varios aviones militares
que les llevarían hasta Puerto Libre. Lluvia no le contó cómo había conseguido los
aviones para el ataque, y la verdad, tampoco le importaba. En ese momento lo único
que quería era salir de allí cagando leches hacia la batalla.
- ¡Vamos, joder!- dijo Sombra, dando una patada a una papelera y mandándola a la
otra parte del río que había al lado del rascacielos donde estaban.- ¿Porqué no nos
vamos de una puta vez?- fue hacia el soldado más próximo, para recibir respuestas.
El soldado retrocedió, asustado.
- Señor, tiene que llegar Lluvia para despedirse, y también tiene que llegar su
compañero.
- ¿Todavía no está aquí ese puto inútil?- dijo, refiriéndose a Brian. Que le hiciesen
esperar le estaba comiendo por dentro.
- Ya estoy aquí, Sombra.- dijo Brian, equipado y listo. Todavía llevaba el hacha que
cogió de su casa. Qué enternecedor.
- Monta en uno de los vehículos, rápido. Nos vamos.- dijo Sombra. Brian corrió
hacia uno de los Humvees que les llevarían hasta el aeropuerto.
- Pero, señor, aún no ha venido Lluvia a desped...- Sombra interrumpió al soldado.
- ¡Me la suda! ¡Venga, vayámonos!- dijo Sombra dando la orden.
- Tranquilo, Sombra. Ya estoy aquí.- dijo Lluvia detrás suyo.- Siento no ir contigo.
Como comprenderás, tengo que proteger este bastión...
- Ahórrate tus penosas disculpas.- le espetó Sombra.- No creas que te voy a dar un
besito de despedida.
- Tampoco lo quiero. Suerte en el asalto.- dijo, yéndose.

Todos entraron en los Humvees y se fueron por el puente por el que entraron Sombra,
Brian y Aurora por primera vez. El Ataúd lo dejó atrás, después del asalto volvería a
por él. No le agradaba dejarlo atrás, era como uno más del equipo, pero para esta
misión no le haría falta. La misma interestatal por la que circulaban les llevaría hasta
el aeropuerto, y no tendrían que hacer ningún desvío. No habría muchos problemas
en el viaje, y según los soldados de Lluvia la interestatal la despejaron hacía un mes
de coches destrozados y No Muertos.

- Papi, tenemos que hablar.- le dijo Aurora a Sombra. Estaban sentados en el


Humvee con algunos soldados de Lluvia, y algunos escuchaban con atención. A
Aurora poco le importó.
- No sé de qué, hija.- respondió Sombra. Estaba demasiado ocupado pensando en
cuanta gente mataría dentro de unas horas. No lo decía en voz alta, pero para Sombra
le era más gratificante matar humanos que No Muertos. La sangre de los humanos
era caliente, mientras que la de los No Muertos era fría como el hielo, y cuando
mataba humanos podía sentir su miedo, mientras que de los No Muertos solo recibía
un vacío profundo y negro.
- De cómo proteger a Lombriz en Puerto Libre. Ten en cuenta que como volvamos
sin él a La Roca no nos dejarán entrar. Esto es una batalla, no simples incursiones en
las que entramos y salimos entre unos cuantos No Muertos medio tontos.
- Si, tienes razón...- admitió Sombra.- En la batalla, quédate cerca de el para
protegerlo. Yo tengo que ir a por el líder de Puerto Libre y a por los altos cargos que
residan allí. Haz lo que tengas que hacer para que sobreviva. Ya me entiendes...
- Papi, si le doy mi sangre que contiene el antídoto, ¿No se convertirá en uno de
nosotros?- Aurora miraba fijamente a Sombra.
- Es un riesgo que estoy dispuesto a asumir. Y creo que quizás le afecte diferente,
teniendo en cuenta que yo te curé a ti y... Bueno, si hace falta, dale de tu sangre para
que no se convierta en un No Muerto.
- ¡Vale, papi! Será emocionante.- dijo Aurora, mientras llegaban al aeropuerto de
Pittsburg.

***

- ¡Vamos, todo el mundo! ¡A los aviones! - dijo un soldado que salió del primer
Humvee de la comitiva, instigando a todo el mundo para que saliese con rapidez de
los Humvees.- ¡Tenemos cinco minutos hasta que nos empiecen a acosar los No
Muertos!

Brian salió de su Humvee, y fue corriendo hacia uno de los aviones, junto con todos
los que iban con él. Dos aviones del ejército les llevarían al asalto de Puerto Libre, y
luego harían el asalto desde tierra. Sombra le llamó desde el otro avión, justo el
contrario al que se dirigía Brian. Dio la vuelta y fue hasta el avión donde Sombra y
Aurora estaban montados, y se sentó a su lado.

- ¿Preparado, Brian?- le dijo Sombra, sonriendo.


- Nací preparado, Sombra.

Tardaron dos horas en llegar al cielo de Puerto Libre, pasando por algunas ciudades
arrasadas hace tiempo. El viaje fue extremadamente aburrido, nadie hablaba y el
nerviosismo y la tensión afloraban por cualquier cosa. Brian se quedó mudo en su
asiento, esperando el momento de llegar. Estaba asustado, y nervioso. Movía de un
lado a otro su M4, y enredó un rato con el hacha. Vio como Sombra espachurraba una
botella de agua, furioso, y la tiraba al suelo con fuerza. Sombra estaba impaciente por
llegar, eso se le notaba en la cara. Cuando empezaron a sobrevolar Puerto Libre,
Sombra se dirigió a Brian.

- ¿Te has tirado alguna vez de paracaídas?- Brian le miró extrañado.- No sé ni para
qué pregunto... Te habrás leído al menos el manual, ¿No?
- Como todo el mundo, supongo.
- Entonces no hace falta que te diga qué tienes que hacer.- Sombra fue a prepararse
para el salto. Cuando pasaron justo por el puerto del bastión, empezaron a saltar
todos de los aviones.

Brian en el último momento estuvo a punto de echarse atrás, y se armó de valor para
saltar. Cuando llegó su turno, cerró los ojos y saltó. Una gran ráfaga de viento le
golpeó y cayó en picado durante unos segundos mientras se abría el paracaídas. Un
súbito golpe le indicó que el paracaídas se había abierto, y abrió los ojos. Un mar de
paracaídas con personas le rodeaba en medio de la noche, mientras abajo el bastión
de Puerto Libre dormía plácidamente. Había pocas luces, y a simple vista no se
distinguía si las personas que andaban en el suelo bajo sus pies eran No Muertos o
personas normales.

Brian aterrizó en una plaza muy lujosa, enfrente de un casino gigantesco, y mientras
se desasía del paracaídas Sombra reunió a todos los soldados en silencio, y dijo por
sus auriculares.

- Todos tenéis planos del bastión. Nuestro objetivo es el Taj Mahal, donde residen
todos los altos cargos de Puerto Libre. Poned los silenciadores en vuestras armas, y si
por el camino se os cruza alguien, abatidlo antes de que dé la alarma.

***

Sparky daba vueltas en círculo en su despacho, donde pensaba lo que hacer. Desde
que habían aterrizado todos los soldados de AllNess en Puerto Libre, esperaba que
entrasen por su puerta a cargárselo. Era una idiotez dar la alarma en todo el bastión,
de noche no encontrarían ni un alfiler en una ciudad casi sin luz. Lo que sí hizo fue
redoblar las tropas que protegían el edificio, para así poder hacer frente a los soldados
de AllNess. Pero todavía se sentía inquieto. Llamó a uno de sus mayordomos.

- Ve a buscar a Niebla, en seguida.- le dijo Sparky. Hacía medio año el Gran Líder le
encomendó al Sheriff Niebla que fuese el lugarteniente de Sparky y Líder de Puerto
Libre. Cuando echaron a Niebla del bastión de La Roca, tuvo que unirse al Trípode si
quería sobrevivir.
- Sparky.- dijo Niebla cuando entró en el despacho.

Niebla medía unos dos metros y medio, y tuvo que agachar un poco la cabeza para
entrar por la puerta. Y era puro músculo. En los nueve meses que estuvo en Puerto
Libre se pasó la mayor parte del día entrenando y haciendo ejercicio, y la otra parte
comiendo. La demencia de Niebla era la Gula, y para no acabar gordo como un
hipopótamo tuvo que seguir esa rutina. En esos momentos debía de pesar por lo
menos doscientos kilos, o sino más, todo músculo. Tenía una gran cabellera pelirroja,
y ojos azules.

- Sombra viene a por mí, y a por ti.


- ¿Te crees que no lo sé, idiota? Solo era cuestión de tiempo que atacasen este
bastión. Somos del Trípode, ¿Recuerdas? Los malos...
- ¿Qué malos ni qué pollas?- replicó Sparky, enfadado.- Somos unos hombres,
porque hacemos lo que hay que hacer para sobrevivir en este mundo loco. Me da
igual, no te he llamado para debatir si somos los malos o no. Quiero que cojas el
helicóptero de la azotea y te vayas al puerto, organices la flota de barcos que tenemos
y que te vayas cuanto antes a la República Libre del Caribe.
- ¿Y qué quieres que haga en la República Libre del Caribe?- dijo Niebla con
desprecio.
- ¿No está claro, atontado? Apoyo, alianza... como quieras llamarlo, me da igual.
- No creo que lo consiga, son muy cerrados. Recuerda que ya lo intentamos antes, y
nos pidieron una cantidad exagerada de petróleo.
- Accede al precio y que nos apoyen, el Gran Líder puede darnos el petróleo que
queramos. Lo más importante ahora es no perder el dominio en NorteAmérica.
Cuando caiga Puerto Libre, que seguramente será esta noche, todos los demás
bastiones que tenemos Estados Unidos irán cayendo como moscas. Yo me quedaré
aquí, para intentar que no nos quiten el bastión.
- Suerte, amigo.- le dijo Niebla, dándole la mano.
- Gracias.- dijo simplemente Sparky devolviéndolo el saludo.

***

- ¡Vamos, más rápido!- dijo Sombra mientras corrían por las calles de Puerto Libre,
en las que solo se encontraron con unos cuantos guardias. La luz escaseaba en las
calles y tuvieron que usar gafas de visión nocturna para poder ver con claridad por
donde pisaban. Todo el batallón se paró en seco.
- ¿No es ese el edificio, Sombra?- Brian señaló un edificio gigantesco que tenían
delante. Era un edificio de por lo menos treinta plantas, de color blanco, y con unas
letras gigantes y rojas coronando la cima, en las que ponía “Taj Mahal”.
- Si, ese es. Seguidme, ya estamos cerca.- dijo Sombra, mientras apremiaba la
marcha. Justo antes de llegar a la entrada principal del Taj Mahal, un helicóptero salió
de su azotea, dirigiéndose al puerto.- ¡Mierda, Sparky se escapa! Brian, ¿puedes
hacerme un favor?
- Depende.- contestó simplemente Brian.
- Lidera tú al grupo de asalto y hazte con el control del edificio, yo voy a por Sparky.
- Está bien...- A Brian no le gustó la idea de que Sombra se fuese, pero Sparky podría
escaparse, y no se podían permitir ese lujo.- Si necesitas ayuda, ya sabes, usa los
auriculares. Vamos, Aurora.
- Te sigo, Lombriz.- dijo Aurora, sin dejar de mirar hacia la dirección en la que se fue
su padre.

Sombra fue corriendo hacia el puerto, siguiendo la estela del helicóptero. Se cruzó
con varios soldados, que mató con su katana, dejando un reguero de cuerpos sin
cabeza por su camino. El puerto en esos momentos estaba en pleno movimiento, y
Sombra se acercó sigilosamente. Casi todos los barcos que había en el puerto se
estaban preparando para zarpar, y sintió mucho movimiento de operarios cargando
los barcos con alimentos y suministros.

Sombra fue avanzando hasta el carguero donde aparcó el helicóptero utilizando


técnicas de sigilo que fue aprendiendo con el tiempo, mientras entraba y salía de
ciudades asediadas por los No Muertos. Cuando llegó en frente de donde estaba el
carguero, de un salto subió a la cubierta, hacia el helicóptero. Cuando estuvo al lado
del helicóptero, una voz que no había oído desde hace tiempo atrás le dio la
bienvenida.

- ¿Qué tal, Sombra? Cuanto tiempo, ¿No te parece?- dijo Niebla, sonriendo. El rostro
de Sombra se torció de ira.- Me parece que no me espachurré contra el suelo cuando
aterricé en Kansas City.

***

- ¡Vamos, seguidme todos!- dijo Brian mientras se acercaban a las puertas del Taj
Mahal. Vieron dos soldados custodiando la puerta, y nada más verlos, les dispararon
con las armas todavía equipadas con silenciadores. Por desgracia, la presencia de
soldados dentro del edificio era muy alta, y varios de ellos vieron cómo caían en el
suelo abatidos sus compañeros. Los pocos segundos que les dieron de advertencia
mientras subían las escaleras hasta la entrada bastaron para que se cubriesen para
proteger la entrada.
- ¡Joder, Lombriz, les hemos alertado! Ahora sí que será difícil entrar en el edificio
sin hacer saltar la alarma.- le criticó Aurora.
- Entonces entraremos a la antigua. ¡Bombas de humo!- dijo Brian en alto. Se puso la
mascarilla y todos los soldados que lo rodeaban le imitaron. Cuando dos de los
soldados al lado de Brian tiraron las bombas de humo en el interior del edificio,
esperaron a que surtieran efecto. Al cabo de varios segundos empezó a salir humo de
la entrada, que tenía puertas giratorias como las de los grandes almacenes.- ¡Venga,
todo el mundo dentro! No perdamos el tiempo.

Entraron con cuidado, sin armar ruido para no revelar su presencia a los soldados que
atestaban el vestíbulo de entrada al Taj Mahal. El plan era entrar con un grupo de
treinta soldados, y los demás que se quedasen a proteger la entrada para que no los
atacasen por la retaguardia. Cuando entraron, fueron eliminando a los soldados que
estaban tirados por el suelo, semiinconscientes gracias a las bombas de humo.
Cuando pasaron la nube, múltiples ráfagas de disparos empezaron a volar entre ellos,
y tuvieron que esconderse en una sala del hotel, que estaba a la izquierda. En ese
momento estaban en el piso bajo, de camino al ascensor.

- ¡Vamos, devolvedlos el fuego, necesitamos pasar por ahí!- dijo Brian, gritando.
- No creo que necesitemos cruzar ese camino, Lombriz.- le dijo Aurora, señalando al
fondo de la sala. En ese momento se dio cuenta de donde estaban. Estaban en la sala
de la limpieza, donde lavaban las sábanas y demás ropa del hotel. En esa sala había
un pequeño montacargas para transportar la ropa y las sábanas de los otros pisos.-
¡Vamos, monta! No tenemos mucho tiempo antes de que tengamos a todos los
militares del bastión en las puertas del edificio! Tenemos que hacernos con el control
antes de que eso pase.
- Por supuesto.- dijo Brian mientras los dos esprintaban hacia el montacargas,
dejando a un soldado como líder del grupo. Saltaron dentro del montacargas y Aurora
pulsó el botón de la azotea.- ¿Por qué vamos a la planta más alta?- preguntó Brian
mientras subían a paso lento por las entrañas del edificio.
- Porque estoy segura de que en esa planta están los altos cargos del bastión, y creo
que Sparky ha tenido que dejar a alguien al mando. Simplemente lo matamos o
hacemos que rinda el bastión.
- Si, así de sencillo.- dijo Brian con sarcasmo.

Cuando llegaron a la última planta y salieron del ascensor, todo era silencio. Con las
armas en la mano, empezaron a caminar por el pasillo, mirando en todas las puertas
para ver si veían alguna con algún nombre relevante. Todas parecían iguales,
chapadas en oro, con un número en lo alto de la puerta. Las paredes del pasillo
estaban decoradas con numerosos tapices de color rojo, y el suelo lo cubría una
alfombra sedosa y negra como la noche. Caminaron por los pasillos durante unos
segundos, hasta que llegaron a uno que estaba cubierto de soldados.

- Lombriz, vamos a hacer una cosa.- le propuso Aurora.- Tú no lo has visto cuando
hemos mirado por ese pasillo lleno de soldados, pero yo, gracias a mis poderes, he
visto el nombre de la puerta que están custodiando, y es la de Sparky. Yo voy a
cargarme a todos esos mierdecillas, mientras que tú entras en la habitación que hay al
lado de la de Sparky y entras por el techo, que es imitación de escayola, no te costará
romperlo.
- ¿Estás segura de poder con todos esos mastodontes?- dijo Brian dubitativo. Todos
eran auténticos armarios.
- Por supuesto, será un paseo por el parque.- aseguró Aurora.- ¡Vamos, no perdamos
más tiempo!- Aurora salió actuando como solo ella sabía.- Hola, me he perdido.
Busco a mi papi...- dijo Aurora dirigiéndose a los soldados, llorando de mentira.
- ¡Cuidado, es la niña que va con ese Sheriff, Sombra! Los vi la última vez que
estuve en La Roca...- aseguró un soldado.
- Que no, es una niña perdida. Ven aquí, te ayudaremos a encontrar a tus padres.- dijo
otro soldado. Cuando el soldado se acercó, Aurora desenvainó la pistola que le dio
Sombra en La Roca y le voló la cabeza. En ese momento empezó la carnicería. Fue
una batalla de arma blanca, porque los soldados tenían miedo de usar sus armas y
acabar disparando a sus compañeros. Brian aprovechó el momento y de una patada
derribó la puerta contigua a la de Sparky.

Dentro no había nadie, y observó de pasada la habitación. No había visto tanto lujo
desde antes del apocalipsis, ni siquiera en La Roca. Los muebles estaban chapados en
oro, y había estanterías cubiertas de libros nuevos. En el salón, la parte de la
habitación en la que estaba, le rodeaban sillas lujosas recubiertas de terciopelo rojo, y
una mesa central, chapada en oro. Brian se asqueó de tanto despilfarro, y fue hasta la
pared que daba a la habitación de Sparky. Subió a un armario y rompió el falso techo
con la culata de su M4. Se metió a rastras por el falso techo y empezó a arrastrarse
lentamente, llenándose de polvo todo el cuerpo. Cuando sintió que alguien estaba
debajo del techo, rompió otra vez el falso techo y se tiró hacia el suelo. Rápidamente
se incorporó y apuntó hacia la única persona que estaba en la habitación: Sparky.

- Vaya, eres tú. Si, me acuerdo de tí...- dijo Sparky con desprecio, apuntándolo con
un revólver como el que tenía Sombra, un Colt Anaconda.- Oí que al final encontraste
un refugio... y que después de un año, te incorporaste al servicio del puto Sombra.
- Venga, tira tu arma. Solucionemos esto como hombres.- le retó Brian.
- Si, ¿Porqué no?- Sparky tiró su revólver al suelo. Brian tiró su M4 también.- Ese
revólver me lo dio Sombra cuando estuvimos juntos en Cincinatti. Yo fui su primer
ayudante, ¿No te lo ha dicho?- dijo Sparky, sonriendo de forma malévola.- Solo te
diré una cosa antes de matarte. Me arrepiento de no haberte matado cuando te
encontré en aquel puente en Jefferson City.

***

- Vaya, vaya, vaya...- dijo Sombra, mirando de arriba abajo a Niebla.- Pensaba que
hace tiempo te lincharon los habitantes de La Roca.
- Tal fue su intención.- dijo Niebla, cabreado, mientras la brisa marina agitaba sus
capas. Los dos vestían igual, con sus trajes de Sheriffs.- Pude escapar en el último
momento, y fui hasta Fort Worth, Texas, donde estuve un tiempo, sobreviviendo
como podía, saqueando grandes almacenes y eso. Un día, cuando ya había saqueado
la mayoría de los centros comerciales, recuerda cual es mi demencia, apareció
alguien del Trípode, y me acogió. No tenía ninguna alternativa, era eso o morir solo.
Espero que me comprendas y no cometas una locura. Juntos podemos unirnos y ser
más fuertes, si me permites volver a unirme a la UBAN. El Trípode tiene un gran
bastión en Waco, a una hora y media de Fort Worth, y muchos más por toda
NorteAmérica. Sé su ubicación, Sombra. El Gran Líder me habló de los discos duros,
y me pidió el mío. Por desgracia, lo perdí en el la rebelión de La Roca, en la que tuve
que huir. Pero aun así me permitió estar con él. No es un hombre realmente malo,
pero no me gustan sus métodos...
- Que te den por culo a ti y que le den doblemente por culo al Gran Líder.- espetó
Sombra.
- Vamos, Sombra, por favor, entra en razón.- le suplicó Niebla.- Los dos seremos
mucho más fuertes, y podremos derrotar de una vez por todas al Trípode aquí en
NorteAmérica. Recuerda que los dos somos científicos de Elliot. Hazlo al menos en
recuerdo a lo que una vez nos unió como amigos.
- Yo desayuno cientificuchos como tú y en este momento tengo hambre.- gruñó
Sombra. Estaba totalmente fuera de sí.
- Veo que nada de lo que diga hará que resolvamos esto pacíficamente...- dijo Niebla,
desenvainando su gran maza.- Siento que pienses así.
- Esto me gusta más, ya me estaba cansando de tanta cháchara.- dijo Sombra,
desenvainando su katana.

Dieron vueltas, haciendo círculos entre los dos sobre la cubierta de metal, cuando un
movimiento de Niebla alertó a Sombra. Niebla saltó hacia Sombra, y éste, en vez de
usar la katana, le cogió de la pechera y le lanzó contra la pared de metal del
destructor, haciéndola pedazos. Niebla salió rápidamente para propinarle un puñetazo
en el pómulo, mandándolo a cuatro metros de distancia.

- ¡Eh, ten cuidado de destrozar ni barco! Es un destructor de clase Arleigh Burke.


- ¿Sabes qué?- dijo Sombra con desprecio, levantándose del suelo.- Me la suda.
Sombra cogió la katana y atacó de lleno a Niebla. Niebla levantó su maza y paró el
golpe. Estuvieron enzarzados devolviéndose golpes de maza y katana durante un rato,
y un súbito temblor casi los tira al suelo. El destructor se había puesto en marcha
hacia el océano, aumentando la velocidad.

- ¡Maldito seas, Niebla, te destriparé!- dijo Sombra, ya bastante alterado.


-. No creo, Sombra. Espero que la próxima vez que nos encontremos seamos amigos
de nuevo.- dijo Niebla, lanzando la maza hacia Sombra. Sombra, de un tajo, la
desvió, pero lo que no pudo desviar fue el gran puñetazo de Niebla en toda la cara,
mandándolo volando hasta el puerto, donde cayó sobre unos cajones de almacenaje,
haciendo volar todo el contenido en mil pedazos, y quedando medio inconsciente en
el sitio.

***

Sparky lanzó un puñetazo hacia la cara de Brian, que esquivó por los pelos. Brian
aprovechó el momento para darle a Sparky un puñetazo en el estómago, que lo quedó
retorcido y gimiendo de dolor. Brian le intentó dar una patada en la cabeza a Sparky,
pero éste cogió su pierna con fuerza en el aire y le empujó hacia un mueble lleno de
libros, y el impacto hizo que muchos de ellos cayeran al suelo. Uno de los libros dio
en la cabeza a Brian, que le quedó los ojos llenos de estrellitas.

Sparky aprovechó para darle una patada en la cara, bañando de sangre los libros que
no cayeron al suelo con el impacto anterior. Sparky le estuvo dando puñetazos por
todo el cuerpo, acorralado en aquella estantería. Brian se cansó, cogió un libro y atizó
en la cabeza a Sparky con él. Brian comprendió a base de golpes que Sparky sabía
más de lucha cuerpo a cuerpo que él, y tenía que hacer trampa. Aporreó la cabeza de
Sparky varias veces hasta que le quedó medio atontado, se tiró al suelo, cogió el
revólver de Sparky y le apuntó, pero Sparky ya había sacado una Beretta de uno de
sus cinturones que tenía por todo el cuerpo.

- Fin de la partida, asqueroso.- dijo Sparky, con toda la cara llena de sangre.-
Veremos quién dispara primero.- dijo con una sonrisa. En ese momento su sonrisa se
torció. Una katana apareció por su pecho desde la espalda, llenando todo el suelo de
sangre, pero Sparky no parecía darse por rendido. Sacó una pequeña pistola, que no
parecía una pistola de balas, apuntó contra Brian y disparó un dardo.
- ¡Au!- dijo Brian. Sintió que algún tipo de veneno penetró en sus venas. Brian sintió
miedo.
- Ahora no te mataré yo, sino que te matará esta pequeña...¡Cof, cof!- Sparky tosió
sangre.- Es el virus SuperHumano lo que te he inyectado, media mierda...- dijo, y
cayó al suelo muerto.
- Oh, no. oh, no.- dijo Aurora, con una expresión de miedo, yendo hacia Brian.-
Lombriz está infectado...
- Mátame, por favor. No quiero convertirme en uno de ellos...- suplicó Brian. En ese
momento sabía que iba a morir.
- Papi me lo dijo... si te infectabas... ¡Tú espera media hora, Lombriz, solo eso!
- ¿A qué espero, a convertirme?- dijo Brian, pero sabía que no tenía elección. Era
coger la pistola y suicidarse, cosa que sabía que no podía hacer, o esperar la media
hora que le había dicho Aurora. Esperó en silencio, mientras notaba cómo el virus
corría por sus venas. Cuando pasó media hora, Aurora se levantó, cogió su katana y
se hizo un corte en la mano.- ¡Eh! ¿Pero qué haces?- dijo Brian, confuso.
- No digas nada y abre la boca.- dijo simplemente Aurora.
- ¿Para qué?
- ¡Tú ábrela!

Brian abrió la boca y Aurora le metió la mano. Brian intentó quitar la mano de
Aurora, pero buena parte de su sangre ya estaba dentro de su gaznate. Aurora le tapó
la boca y la nariz y le obligó a tragar. Pasados unos segundos, toda la cabeza le dio
vueltas y quedó inconsciente.

***

Cuando despertó, no quiso abrir los ojos, y sintió todo lo que le rodeaba. Por primera
vez desde que empezó todo, no sentía dolor, pena o miedo. Todos sus sentimientos en
ese momento eran agradables, y poco a poco abrió los ojos. Cuando vio lo que le
rodeaba se impresionó. Estaba tendido sobre hierba fresca y limpia, y un cielo claro
se extendía ante sus ojos. A su derecha pudo ver a lo lejos una montaña gigantesca,
medio cubierta de nieve. El Monte Rainier. Recordaba haber ido de vacaciones una
vez cuando era pequeño con sus padres. Fue una de las épocas más bonitas de su
vida. Se alegró muchísimo de encontrarse en ese lugar.

Cuando se incorporó, vio que estaba vestido con una túnica blanca como la nieve, y a
pesar de estar sentado en la hierba la túnica no estaba sucia. No tenía ninguna herida,
ni nada que le indicase el cómo debía de estar, magullado y con diversas heridas
gracias a la batalla con Sparky. El cielo lo sobrevolaban unas criaturas muy parecidas
a los humanos, con alas blancas. Parecían ángeles. Había mucha gente a su alrededor,
cada vez acercándose más a él. Cuando estaban cerca, los fue reconociendo. Su
padre, su madre, primos, tíos... toda su familia en pleno. También había otras
personas, como Christine, su ex novia, y Riggs, su íntimo amigo que vio por última
vez a comienzos del apocalipsis.

- ¿Estoy... muerto?
- Sí, en estos momentos lo estás, Brian.- le dijo Christine, sonriendo de manera triste.
- Vaya... Creía que la sangre de Aurora me convertiría en un SuperHumano.
- Lo que ha querido decir Chris es que ahora estás muerto, pero tú volverás, como lo
hizo Caroline.- dijo Riggs.
- ¿Caroline también volvió?- preguntó Brian, extrañado.
- ¿Ya no te acuerdas de quién es Aurora? Aurora es mi hija, Brian.- “Aurora, antes de
ser quien ahora es, fue la hija de Riggs, es verdad”. Recordó Brian.- Quiero que
cuides de ella, Brian. Sombra lo está haciendo bien, pero una ayuda no le vendría
mal.
- Claro... Claro que lo haré.- dijo Brian.- ¿Y esto es el cielo?
- Así lo llamamos los humanos, pero su verdadero nombre es Antika, el plano
espiritual donde van todas aquellas personas que han tenido un alma blanca. No sé
como explicarte bien... Yo tampoco lo comprendo muy bien, todavía.- le dijo su
padre.- Me alegro de verte, pero tienes que volver. Nos veremos de nuevo cuando
llegue el momento.
- Padre... No quiero irme. Aquí se está tan bien...- dijo Brian. Miró en ese momento a
su madre.
- Tienes que volver, Brian. Me alegro de que hayas sobrevivido a todo lo que ha
pasado. Estoy muy orgullosa de ti.- dijo su madre, sonriendo. Se abrazaron los tres,
padre, madre e hijo, llorando. Cuando se separaron, Christine se acercó a él.
- Ahora tienes que volver, Brian. Despierta...- cuando dijo esas palabras Christine, su
mente fue apagándose hasta volver a quedar totalmente en oscuridad.
- ¿Qué...?- Brian estaba despertando, de un sueño muy febril. Sombra y Aurora
estaban al lado suyo, con gesto serio.
- ¿Qué sientes?- le preguntó Sombra.-¿Tienes ganas de matar, de comer hasta
inflarte, de dormir...?
- No...- dijo Brian, con tremendo alivio.- No siento nada.

***

Sombra, Brian y Aurora caminaban por la arena de la playa de Puerto Libre, tres días
después del ataque. En el ataque redujeron a los altos cargos del Trípode y los
obligaron a dimitir, dando el poder a unos cuantas personas poderosas de la UBAN,
que en mayor parte llegaron del bastión de Nuevo Pittsburg, entre otros. Le quitaron
al Trípode uno de sus mayores bastiones en toda América, y estaban bastante
satisfechos del trabajo realizado.

Pero no todo fueron victorias. Brian tuvo que pagar esta conquista dejando su
condición de Humano, y en ese momento era un SuperHumano, como Sombra y
Aurora. Los cambios que predijo Sombra que podría tener, de forma inexplicable, no
los tuvo, y de eso estaban hablando en ese momento, mientras paseaban entre las olas
del océano Atlántico.

- Lo único que se me ocurre, Brian, es que Aurora haya actuado como filtro del
antídoto, consiguiendo que no te afecte nuestra demencia, lo que supone una gran
noticia, ¿No crees?
- ¿Crees que no me pasará nada malo?- preguntó mirando a Sombra. Ahora tenía los
ojos color verde ciénaga.
- Aún es pronto para decirlo, no sé...- dijo Sombra, pensando.- Puede que los efectos
vengan más tarde, o puede que no los tengas, no lo sé... como Aurora, sois
especímenes únicos, no hay nadie con vuestras características. Pero de eso no era lo
único de lo que quería hablarte.- dijo Sombra, agachándose.
Cogió un gran tronco de deriva clavado en la arena de la playa e intentó golpear a
Brian con él. Brian se protegió con el brazo, y el impacto hizo que el tronco se
convirtiese en millones de astillas, que decoraron toda la playa. Brian corrió hacia un
gran hierro que vio incrustado en la arena, y tirando de él, lo sacó, y descubrió que el
hierro estaba anclado a una gran plancha de cemento, que podía pesar sus buenos
doscientos kilos. Sonriendo, mientras Sombra corría hacia él, se la tiró, derribando a
Sombra al suelo. Sombra levantó la mano para pedirle que parara.

- Está bien, Brian. Te has hecho fuerte, eso seguro.- dijo Sombra, levantándose del
suelo.- Tu técnica aún es algo basta, pero con el tiempo mejorarás, gracias al
entrenamiento que vamos a empezar. Nos quedaremos en Puerto Libre unos meses.
- ¿Y Lluvia?- preguntó Brian. Las órdenes que les dio Lluvia antes de irse de Nuevo
Pittsburgh eran reconquistar el bastión, y unos días después volver con ella.
- Que le den por culo a Lluvia, que buena falta le hace.- soltó Sombra, Aurora se rió.-
Ahora lo importante es tu entrenamiento. Aurora, dame el paquete.- dijo Sombra a
Aurora.
- ¡Si, papi!- dijo Aurora emocionada. Había estado todo el camino callada, como
esperando algo.
- Toma, ábrelo.- dijo Sombra con una sonrisa. Brian abrió el paquete y contempló un
traje idéntico al de Sombra.- Ahora eres un Sheriff, y tendrás un nuevo nombre.
Aurora y yo estuvimos pensando toda la noche en qué nombre darte, hasta que a
Aurora se le ocurrió uno muy bueno y nos quedamos con él.
- Bueno, ¿y cual es ese nombre?- dijo Brian, mientras se vestía con el traje de
Sheriff.
- Ciclón.
38. EL RENEGADO

Todo empezó con el accidente. Aquél fatídico día en que fue con su padre a visitar un
laboratorio lleno de experimentos, que tenían como fin ayudar a la humanidad a
avanzar en el camino de la evolución, ocurrió todo. Gracias a un descuido suyo, se
extravió y se contagió de un virus altamente mortal, en XN-25. Elliot solo tenía
doce3 años, y era un rebelde incondicional, e hizo caso omiso a las advertencias de su
padre de que se quedara a su lado.

El virus XN-25 era único. La cepa del virus la encontraron en las profundidades de la
selva del Amazonas, a trescientos metros de profundidad. Era, por muy extraño que
parezca, un mineral vivo, o por lo menos así estaba cuando lo encontraron. No tardó
en morir más de dos días después de salir a la superficie. Fue en ese tiempo cuando el
XN-25 entró en contacto con el organismo de Elliot, produciendo en su cuerpo una
mutación en cadena de todo su ADN.

Elliot cambió, sobre todo en su mente. Se hizo más ágil y más fuerte, y sobre todo, el
virus le dio “la verdad”, o así creyó el que era. Veía las cosas de manera muy
diferente al resto de los humanos. Donde cualquiera podía ver,l por ejemplo, un árbol,
Elliot contemplaba una semilla, un árbol jóven, o un tronco. Podía ver más allá de
todo, y vislumbrar la verdad del mundo. Ésa era la demencia que acarreó la infección
del virus en su organismo, y cuando vio lo corrupto y cruel que era el mundo con sus
nuevos ojos, se planteó de manera seria cambiarlo de manera que él controlara todo,
y así llevar a la humanidad hacia la verdad.

El plan lo estuvo elaborando durante mucho tiempo, para que nada fallase. Simuló su
muerte para poder trabajar en la sombra y crear el Trípode, y al año de estar
“oficialmente” muerto, hizo que su padre se enterara del trabajo de Joseph Strauss y
que le clonase. Elliot dejó un dossier con los archivos del virus en que se convirtió
una ver el mineral estaba muerto, y simplemente esperó a que el clon siguiese con el
proyecto.

Todo salió como estaba planeado, y el clon reanudó sus investigaciones, llegando a
extremos en los que solo podía soñar. El clon consiguió crear una vacuna contra el
virus, y así creó a los Sheriffs. Poco después, éste planeó transportar el producto a
Estados Unidos, y en ese momento fue cuando atacó. Liberó, gracias a un ladrón, el
virus por una ciudad Alemana, y desde allí se extendió por todo el mundo, excepto en
los lugares en los que estableció sus bases.

Esos lugares son Reino Unido, que gracias a que son islas, se pueden proteger de
manera más fácil que el continente, y además estaban en una posición privilegiada
con respecto a Europa. Allí dejó al mando a Lord Walter Woodcaster, un Lord de la
cámara de los comunes, que nada más surgir la plaga pasó a ocupar el lugar del
Primer Ministro .
Australia, que también era una isla, se la otorgó a Lord Julian Manderbury, un
coronel del ejército de Australia, que pasó a ser el presidente del país, incluyendo
todas las islas que consiguieron proteger del apocalipsis, entre las que se incluyen las
islas de Nueva Zelanda, y la mayor parte de las islas de Oceanía.

Él gobernó todo desde su sede en Dubái, en el edificio más alto del mundo, el Burj
Khalifa. Elliot protegió la península Arábiga, que al tener tres cuartas partes
protegidas por agua, era mejor defendible que el resto del continente asiático. Aun
así, le costó llegar a un consenso entre todos los países que allí existían. Por suerte,
pudo aliar a todos contra un enemigo común antes de que causara bajas dentro del
territorio.

Recordaba todos sus éxitos mientras escapaba de aquel aeropuerto abandonado en la


periferia de Madrid. Minutos antes tiró al vacío a la Sheriff Tormenta por la ventana
sin ningún tipo de remordimiento, después de robarle algo que en realidad le
pertenecía. Seguro que ella le reconoció, y seguro que supo que él no era el Cyborg
que hace tiempo conoció, sino el verdadero Elliot AllNess. Pero eso ya no importaba,
porque esa puta de mierda estaba muerta. Nadie sobrevive a una caída como esa.
Quizás si un SuperHumano. Eso lo hizo dudar, e hizo un ademán para ir a comprobar
si estaba muerta de verdad, mientras caminaba hacia el avión que le llevaría hasta
Reino Unido, y luego hacia Dubái, haciendo escala en otro bastión del Trípode en
Alejandría.

Todo se estaba llenando por momentos de No Muertos, y no pudo a comprobar si


estaba muerta o no. Lo tuvo que dar por sentado. A Elliot no le gustaba dejar las cosas
al azar, y pensando llegó a la conclusión de que a veces era inevitable. Se veían
helicópteros rondando por todo el aeropuerto, y supo que en el avión no podría salir
con vida. Miró con curiosidad a Suléiman. Era el único soldado que le quedaba, y le
hizo apremiar el paso hasta el avión. Sabía qué avión era porque Lord Walter plasmó
el símbolo del Trípode en el casco de la nave.

- Entra, y dile al piloto que salga un momento.- Elliot no se iría montado en el avión,
pero no dejaría que uno de los discos duros, que según Lord Walter poseía el piloto
del avión, se perdiese con él en una gran bola de fuego cuando lo hiciesen reventar. A
los pocos segundos Suléiman salió, muy nervioso y con cara de aterrado.
- ¡No está el piloto, Gran Líder!¡No está!
- ¡¿Cómo que no esta?! ¡¡Mierda!!- Elliot dio una patada a un bloque de cemento,
mandándolo a la otra parte del aeropuerto. Elliot era un SuperHumano auténtico, y
tenía bastante más fuerza que los Sheriffs.- Está bien, no perdamos la calma.- Había
perdido el disco duro, o por lo menos ese disco duro. Seguramente habría una copia
del disco duro en Islandia, y se hizo creer que así sería. Su problema más inmediato
era salir del aeropuerto, y tenía que crear a una distracción.- ¿Sabes manejar el avión?
- Si, sé manejar aviones y naves de combate.- afirmó Suléiman.
- Tienes que irte. No me puedo irme sin el piloto, tiene algo que me pertenece.
- Pero morirá aquí, Gran Líder.- dijo, con el semblante serio.
- Ve, sálvate tú.- mintió Elliot.- ¡Vamos!

Suléiman entró corriendo en la nave, y despegó en un momento. Elliot se quedó


mirando cómo dos helicópteros lo seguían. Sonrió. Suléiman estaba perdido, pero
eran daños colaterales. Por nada del mundo pondría más en riesgo su operación, da
igual lo que tuviese que sacrificar para que todo funcionara. Lo haría sin dudarlo ni
un segundo.

- Idiota...- Y se fue en dirección al hangar donde el equipo de Dex guardó los Jeeps y
demás vehículos. Habían muerto muchos soldados, y sobrarían vehículos para poder
elegir sin problema.

Cuando llegó, vio varios No Muertos en los alrededores, y sacando una gran Katana
de su vaina cercenó las cabezas de los No Muertos que se le pusieron por el camino.
Cuando entró en el hangar, se encontró con varios soldados que se arrastraron hasta
los vehículos, intentando escapar. Esta matanza fue obra de Elliot, y eso le ponía la
mar de contento. Nunca lo admitiría delante de nadie, que el sufrimiento ajeno le
gustaba. Pensó que tal vez esa sería su demencia, como los burdos Sheriffs de
AllNess, aún sabiendo que no era así. Eligió un Quad que vio entre los Jeeps, que
sería perfecto para llegar a su destino: el aeródromo de cuatro vientos, donde había
una nave muy parecida a la que le vino a buscar, de alta tecnología y con una
autonomía de vuelo muy grande.

Con el Quad circulando a toda velocidad, salió del aeropuerto y en cuanto pudo cogió
la M-40, que le llevaría directamente hasta cuatro vientos. Desde el anillo de satélites
Tiraltius descubrieron que esa autopista era la única que estaba en buen estado de las
muchas que recorrían Madrid. No tenía ningún puente destruido, ni embotellamientos
tan grandes que no pueda pasar ningún vehículo, y era más o menos segura. Recorrió
toda la autopista rodeado de un Madrid devastado hace tiempo por el virus más letal
que haya sufrido la humanidad, y el silencio sepulcral que reinaba en el ambiente era
antinatural, donde antes a todas horas se oían coches, máquinas y sobre todo, gente.

Pero eso a Elliot poco le importaba. Él fue el causante de la plaga, y ése, su objetivo.
Él pensaba que era como un agricultor que usaba un producto fito-sanitario para
eliminar la plaga y los parásitos que dañaban la cosecha, protegiéndola. Él protegía la
tierra de lo que más la hizo daño en su vida: el ser humano. Dentro de poco, cuando
se completase el Proyecto Extinción, controlaría la humanidad para guiarla por el
camino de la salvación, protegiendo a la tierra y a los humanos por igual.

Cuando llegó a cuatro vientos, sacó un aparato muy parecido a los ambientadores de
los coches, y pulsando un botón empezó a desprender un olor característico que haría
que los No Muertos no se le acercasen. Era una de sus últimas invenciones, para
poder andar con seguridad en territorio atestado de No Muertos.

Anduvo con paso decidido por todo el aeródromo y fue hacia donde sabía que estaba
la nave. El aeródromo estaba lleno de No Muertos, y entrar allí sin ese aparato habría
sido un suicidio en toda regla. Caminó entre ellos como si nada, apartando a los que
le impedían el paso, que tenían la mirada perdida en el cielo. Los No Muertos no
hacían absolutamente nada para impedirle que pasara entre ellos, ajenos a que era
diferente. Llegó al hangar, y abrió el gran portón que lo cerraba, quedando ante él la
nave que guardó en ese hangar durante tanto tiempo. Sonrió, fue corriendo hacia la
nave, y de un salto, subió al casco y abrió una escotilla, metiéndose en el interior.

Encendió los mandos de la nave y salió al exterior. Por fortuna, estas naves de última
tecnología habían sido modificadas para que se impulsasen mediante un combustible
de plasma, impidiendo que los No Muertos, gracias al aire que originaban las
antiguas turbinas se introdujeran dentro de las turbinas por la succión del aire y las
hiciesen estallar. Fue atropellando No Muertos mientras se posicionaba en la pista de
despegue, y acelerando al máximo, surcó a toda velocidad el cielo de Madrid.

Decidió que iría directo a Alejandría, sin pasar por Reino Unido. La desaparición del
enviado de Lord Walter le hizo sospechar, y cuando tuviese ocasión pediría
explicaciones a Lord Walter sobre lo ocurrido. Alejandría era uno de los bastiones
más grandes del Trípode fuera de Arabia. La Alejandría actual tenía dos millones de
habitantes, y la ciudad estaba protegida con veinte anillos de minas rodeando la
ciudad, junto con veinte zanjas de dos por dos metros llenas de ácido y una muralla
de granito como defensa final rodeando la ciudad, con miles de armas inteligentes
poblando la cima de la muralla. No obstante, había varios caminos para poder pasar
por esas defensas y llevar alimentos y utensilios necesarios para la vida, ya que
alimentar a dos millones de personas no era nada fácil. Se podía pasar por mar, pero
había que tener cuidado con las innumerables redes de contención de cadáveres que
había debajo del agua, y había que tener en cuenta que toda la playa estaba llena de
alambre de espino, y una pequeña muralla cerraba el paso. Toda precaución era poca
en estos tiempos, pensó Elliot.

Antes del apocalipsis evacuaron totalmente la provincia de Faiyumhàdd, y poco


después del apocalipsis, Elliot mandó un grupo de cinco mil personas para que las
zonas de cultivo las dotaran de protección como si fuese un bastión, para poder
cultivar en ellas sin tener problemas con los No Muertos, y así alimentar a la
población de Alejandría.

Alejandría cambió mucho desde que el apocalipsis convirtió en un infierno toda la


tierra, y la gente iba y venía por la ciudad sin temor a los No Muertos, sabiendo que
allí estaban protegidos y más o menos bien alimentados.

Aterrizó en el aeropuerto El Nouzha, el único aeropuerto que estaba operativo, y una


comitiva de soldados le recibió con armas, apuntando a la nave. Pero cuando salió de
la nave y vieron quién era, se pusieron rectos e hicieron un saludo militar. Elliot fue
hacia el soldado que más rango tenía, y le dijo.
- Soldado, llévame ante Hadar.
- Sí, señor. Sígame, señor.- dijo el soldado, guiándolo hasta un Jeep del ejército y,
montando en él, salieron del aeropuerto.

Hadar era el líder del bastión, nombrado personalmente por Elliot cuando crearon el
bastión de Alejandría. Era uno de los mayores partidarios del Trípode y defendía sus
principios con mano de hierro. Cuando llegaron a la residencia de Hadar, un gran
edificio a pie de costa y que tenía acceso a ella, él los recibió con una sonrisa. Era
uno de los pocos accesos a la playa que había en toda Alejandría. El soldado le llevó
hacia la playa, donde estaba Hadar con su familia comiendo. Nada más ver a Elliot,
Hadar se levantó y fue a saludarlo.

- ¡Gran Líder!- dijo Hadar, estrechándole la mano.- Por favor, siéntese con nosotros a
comer.
- Más tarde, Hadar. ¿Podemos ir a la sala de reuniones?- dijo Elliot.
- Por supuesto.- Hadar fue a disculparse con su familia, y volvió con Elliot.- Gran
Líder, sígame.

Elliot siguió a Hadar, que le guió hasta un vestíbulo completamente hecho de mármol
blanco, donde había un gran recibidor hecho de granito, y justo a la derecha varios
ascensores de color dorado y muy decorados. Hadar entró en uno y Elliot lo siguió.
Hadar pulsó el botón que los llevaría al piso donde estaba la sala de reuniones. El
ascensor subió seis pisos, mientras los dos se mantenían en silencio. El ascensor paró
con un sonidito indicándolos que podían salir sin peligro, y las puertas doradas se
abrieron dando paso a un gran pasillo lleno de cuadros, mesillas de plata y oro y
espejos relucientes enmarcados en plata y piedras preciosas. Anduvieron por el
pasillo, hasta llegar a una gran puerta hecha de madera de wenge y con un pomo de
oro. Entraron dentro sin llamar. Una gran sala con una mesa alargada de madera de
nogal, junto con veinte sillas muy trabajadas hechas también de madera de nogal con
cojines de terciopelo rojo oscuro quedó entre ellos, y sentándose Elliot en la silla
principal, en una de las puntas de la mesa, le dijo a Hadar.

- Contacta con Lord Walter, Lord Julian y con Sparky.


- Sí, señor.- Hadar puso una cámara pequeña en tres asientos al lado de Elliot, y
sentándose en uno de los sitios más cercanos a Elliot, sacó un ordenador y empezó a
teclear rápidamente en él. Al cabo de cinco minutos, tres imágenes salieron de las
cámaras y se posaron en los asientos, emulando la figura de tres personas.
- Caballeros.- empezó Elliot a hablar.- Os he convocado a una reunión de emergencia
para informaros sobre el Proyecto Extinción, y cómo debéis actuar hasta ahora.-
Todos permanecían en silencio.- Como sabéis, he estado en la incursión que he hecho
junto a los equipos de España en Madrid, para conseguir el disco duro de Tormenta,
cosa que he conseguido.- Todos prorrumpieron en aplausos. Elliot levantó una mano
para hacerlos callar, de forma educada, para que viesen que agradecía sus aplausos.-
No obstante, hubo un problema. Lord Walter me informó de que el piloto que me
sacaría de allí tenía el disco duro de Tornado, y de que me lo daría sin problemas.
Tenía pensado coger su disco duro y hacerlo volar solo, para servir de señuelo para
las tropas de Tormenta...- dijo tranquilamente, como si la vida de Mat no valiese
nada.- Pero no estaba, y tuve que usar a uno de los espías que tenía en Nuevo Edén
para servir de señuelo.
- ¿No estaba Mat, señor?- preguntó Lord Walter.- Es muy extraño, le di las órdenes
bien claras, quedarse en el av...- pero Julian le cortó.
- A ti no te hace caso nadie, eres un mierda.- le espetó Julian.- No eres capaz ni de
que un bobo cumpla tus órdenes.- Sparky se rió.
- ¡Callaos los dos, coño!- dijo Elliot enfadado. Estaba harto de que estos dos
estuviesen como el perro y el gato.- Lord Walter, ¿Tienes algún indicio de que tuviese
una copia exacta del disco duro de Joseph?
- Estoy seguro de que no llevaba el disco duro encima, y de que sigue en Islandia.
Registramos su habitación en una de sus visitas a los monumentos de Londres y
cuando intentamos que nos lo enseñase dijo una y otra vez que lo tenía en la
habitación. Es muy posible que no lo llevase encima, Gran Líder.
- Perfecto. En cuanto puedas, atacas Islandia con todo lo que tengas y consigues el
disco duro, junto con su rendición y anexión al Trípode mediante conquista.
- Pero, señor... puedo conseguirlo sin derramar sangre...
- Me da igual, tú ataca Islandia. ¿No tendrás ningún inconveniente?- preguntó Elliot,
amenazador.
- No... señor.- dijo Lord Walter agachando la cabeza.
- A los demás, os daré varias órdenes. Tú, Sparky, desde ahora y con efecto
inmediato te nombro líder absoluto del Trípode en América. Te encargarás de estar
con los sentidos alerta cuando Sudamérica avance hacia el norte de los Estados
Unidos.
- ¿Y eso, señor?- preguntó Sparky.
- Tengo espías en el sur de América, y me han informado de que dentro de unos
meses invadirán Estados Unidos, para unir todo el continente en un mega-imperio
Americano. Eso no debe ocurrir. Si tienes que apoyar a la UBAN en todo lo que
precisen, que así sea, pero por intermediación de otra persona. Tú estás en busca y
captura, y no queremos que te ejecuten, ¿No?
- No, claro que no.- respondió inmediatamente Sparky.
- Bien. Para ti, Julian, tengo una tarea que te encantará. Te la contaré en cuanto
llegue a Australia dentro de un mes.- Sparky se movía nervioso en su asiento, y
parecía estar recibiendo noticias en donde estaba. Ellos no podían oírlo, ya que
Sparky era una imagen y solo escuchaban las palabras que salían de su boca.- ¿Qué
cojones te pasa, Sparky?
- Señor, con sus disculpas me tengo que ir, están atacando Puerto Libre.- su voz
sonaba aterrada.
- Bien, entonces. Espero que defiendas bien uno de nuestros mejores bastiones en el
norte de América.- y cuando Elliot le dijo esto, la imagen desapareció.
- ¿Usted cree que ese inepto sea capaz de defender un bastión de algo que no sean
No Muertos?- dijo Julian con desprecio.
- Realmente no, pero tiene que intentarlo.- dijo Elliot levantándose de su asiento.-
Puede que perdamos América, y eso me hace tomar la decisión de empezar la última
fase del Proyecto Extinción. Cuando la fase esté completa, dentro de unos meses,
toda la tierra será nuestra, con los discos duros o sin ellos.
EPÍLOGO

El apocalipsis no había afectado a todos por igual. Cuando todo surgió, la mayoría de
los países cayeron gracias al pánico y el desorden, pero no todos. Algunos resistieron
las hordas de No Muertos que invadían sus fronteras. Las islas, sobre todo, tuvieron
mejor las cosas, dadas sus fronteras naturales, y casi todas las islas del mundo
separadas de los continentes pudieron sobrevivir, algunas montando nuevos sistemas
políticos y otras manteniendo los que había. Algunos países del continente lograron
sobrevivir, como China, pero no sin sufrir pérdidas.

En la primera semana posterior al primer brote, muchas ciudades Chinas cayeron


presa del pánico y los infectados, y fue lo que pasó en la semana anterior lo que salvó
el país. Un científico Chino descubrió, gracias a las muestras del virus que le
suministraron, que muchas personas eran inmunes al virus, teniendo una ventaja
descomunal contra los infectados, pero por desgracia, eran portadores del virus. En
ese mismo momento, el ejército Chino se movilizó e hizo análisis de sangre en los
días siguientes a la mayoría de la población China, descubriendo que había unos cien
millones de Chinos que era inmunes. Obligaron a todos los inmunes a infectarse, para
poder proteger a los que no lo eran.

Esta operación se hizo en tres días, y evitó que el país sucumbiera al desastre. Un año
y medio después del comienzo de la plaga, todo pueblo y ciudad Chino estaba
amurallado, y cada ciudad dividida en dos anillos. Uno, el anillo exterior, en el que
vivían los ahora llamados Mortis, y el anillo central, en el que vivían los No inmunes.
Los Mortis actuaban como escudo para proteger a los No Inmunes, y dio unos
resultados excelentes. En los dos anillos se vivía igual, solo que separados. Muchas
personas tuvieron que dejar atrás a su familia porque unos eran inmunes y otros no, y
eso había causado muchos conflictos, como el de Keng Sunn Pil, un Sargento
Primero del ejército Chino, que intentó escapar con su prometida hacia otro lugar.
Cuando los detuvieron, perdonaron a Keng, y a su novia la llevaron al anillo central,
reteniendo a Keng para infectarlo. Keng era un morti, y no lo castigaron porque era
muy valioso. Keng era militar, y además Morti. Era un valioso elemento que debía de
mantenerse.

De eso había pasado un año y medio, y desde entonces no volvió a ver a su


prometida. Él, antes del apocalipsis, vivía en la ciudad de Guanzhou, al SurEste de
China, y cuando tuvieron todo organizado para la protección del país, lo destinaron a
Chongqing, como Sargento Mayor. No fueron muchos los soldados del ejército Chino
que eran Mortis, y tuvo que instruir a muchos hombres que no habían usado armas en
la vida.

Estaba orgulloso de su trabajo, desde que todo empezó pasaron por su instrucción al
menos diez mil hombres, de todas las edades, para proteger todos los alrededores de
Chongqing. Un día especialmente lluvioso, que estaba en el patio de su casa, unos
pisos al sudoeste de Chongqing, vino a llamarlo un soldado.
- Hola, ¿Sargento Mayor Sunn?- le preguntó el soldado.
- Si, soy yo.- dijo Keng, dando una honda calada a un cigarro que se estaba fumando.
- Tiene que presentarse ahora mismo en el anillo central, para una reunión de estado
- ¿Yo?- preguntó Keng, extrañado.- ¿Y qué quieren de mí? Solo soy un Sargento
Mayor...
- Su deber es cumplir órdenes, no hacer preguntas.- dijo severamente el soldado.
- Soldado, más vale que no me toques los cojones.- dijo, levantándose de un salto,
muy alterado. Intentó calmarse un poco, y luego habló.- Está bien, llévame hacia allí.

Keng dio una honda calada a su cigarrillo, y lo tiró a un charco de agua, mientras
caminaban bajo la lluvia hacia un Humvee que le transportaría hasta el anillo central,
donde estaba restringida la entrada a todos los Mortis. Que él entrara en el anillo
central era una situación excepcional y que se hacía con rigurosos procedimientos de
seguridad, para evitar contagios. Tardaron varios minutos en llegar al control de
seguridad de la muralla que daba paso al anillo central y en todo el trayecto no
cruzaron ni una palabra. Keng todavía estaba resentido y con mucho odio por lo que
le hicieron. Le arrebataron a su prometida y le convirtieron en un Morti, además de
ajusticiarlo por intentar escapar. No había conseguido encontrar pareja en su anillo, y
tampoco la buscó. Estaba enamorado de su prometida, y eso no iba a cambiar nunca.
Nada más pasar al anillo centro, una escolta de Humvees los llevó hasta el edificio
que se convirtió después del apocalipsis en la residencia de los altos cargos de toda la
provincia, el Chongqing World Trade Center. Nada más bajar del Humvee, un grupo
de soldados ataviados con trajes NBQ (Nuclear-Bacteriológico-Químico) se pusieron
al lado suyo y lo escoltaron por todo el edificio.

Dentro todo estaba reformado. Habían preparado todo el edificio para albergar todos
los datos administrativos de la provincia, y estaba lleno de oficinistas, torres llenas de
carpetas y archivos, y muchos ayudantes de oficina ajetreados. Los soldados que lo
escoltaban le guiaron hacia uno de los ascensores. Cuando todos se acomodaron
dentro del ascensor, uno de los soldados pulsó el botón de la planta más alta, y
cerrándose las puertas empezaron a subir rápidamente por las entrañas del edificio.

Keng se preguntaba una y otra vez para qué lo querrían. Hace unos años cometió un
acto de traición, y su honor quedó manchado para siempre. Solo su condición de
Morti impidió que lo expulsaran del ejército y que lo condenaran a la cárcel, o a la
pena de muerte. No imaginaba para qué lo querrían, ni quería saberlo. No quería
ayudar a esos cabrones que le hicieron tanto daño, y si le necesitaban para alguna
cosa, entonces los tendría entre sus redes. En ese momento, mientras subían, lamentó
no haberse cambiado para ir más presentable ante quien sea que se iba a presentar.
Tenía las botas llenas de barro, y apestaba un poco a sudor y tabaco, sin contar la
barba de dos días que ya tenía.

Cuando llegaron a la planta más alta, los soldados le guiaron por un vestíbulo
cubierto de terciopelo por el suelo, y de banderas de china por todas las paredes. Solo
anduvieron un poco por el vestíbulo cuando los soldados se pararon ante una puerta
de madera muy barnizada, casi negra. Uno de los soldados le abrió la puerta, y le
indicó que pasara. Dentro todo era de color gris oscuro, y una mesa alargada cubría
casi toda la estancia. Alrededor de ella estaban sentados por lo menos veinte hombres
trajeados, los altos cargos de Chongqing, supuso.

- Bienvenido, Sargento Mayor Keng Sunn Pil.- le dijo un anciano que estaba sentado
casi al fondo de la mesa.- Se habrá estado preguntando para qué, de entre todos los
militares Mortis que hay en esta región, le hemos llamado precisamente a usted, dado
su historial.
- Si, me lo he preguntado bastantes veces, señor, pero no he encontrado respuesta a
eso.- dijo abiertamente Keng, mientras tomaba asiento. Encendió un cigarro y
empezó a expulsar humo por toda la sala, sin siquiera preguntar si tenía permiso para
fumar.
- Claro, claro...- admitió el anciano. Se puso a hojear un dossier que tenía en la
mano.- Según esto, antes del apocalipsis, cuando vivía en Guangzhou, usted solo
acabó con unos criminales que intentaban violar a su pareja, ¿Es eso cierto?
- Si, señor...- admitió Keng. De la manera que lo dijo parecía un elogio, pero esperó a
ver su reacción.
- También está escrito que escuchó un aviso de una aldea que estaba siendo atacada
por infectados, unas semanas después del comienzo apocalipsis, y que usted solo
cogió un autobús y evacuó a los supervivientes del poblado, ¿Es eso cierto?
- Si, señor.- en ese momento Keng supo que el anciano le estaba elogiando.- pero no
sé adonde pretende llegar.
- Este es nuestro hombre, caballeros.- dijo el anciano, con voz firme.
- Un momento.- dijo Keng, tomando una voz más amenazadora.- ¿Y si yo no quiero
ser su hombre, anciano? Le recuerdo el “incidente” en el que me arrebataron a mi
prometida, seguro que pone eso también en el maldito dossier.
- ¡Mas te vale que te dirijas a mí con respeto, chico! ¡Soy el presidente de China!-
dijo el anciano, levantándose de su asiento. Keng se ruborizó un poco.
- El... el presidente...- Keng se asustó. Si estaba ante el Presidente de China,. Era un
asunto muy, muy gordo. Se disculpó como pudo.- Lo siento, señor, no lo sabía...
- No te preocupes, ahora ya lo sabes.- dijo el Presidente, sentándose de nuevo.-
¿Estás dispuesto a ser nuestro hombre, Keng? Seguro que tendremos algo con lo que
recompensarte.
- Seguro que no, señor... lo único que quiero es a mi prometida.
- Y tendrás a tu prometida, eso te lo garantizo.- dijo el anciano con una sonrisa.
- ¿Cómo... cómo es posible?- preguntó Keng. Ella no era Morti, y si solo la besaba,
la mataría en cuestión de horas.
- Hace unos meses interceptamos a un mensajero del Trípode, camino de Australia.
Llevaba una especie de cura, que según las indicaciones, debe suministrarse entre la
media y la hora después de haberse infectado la persona, para que pueda sobrevivir.
Ahora estamos intentando clonar el producto.
- Pero, ¿No lo han probado aún, para comprobar que sea fiable?- preguntó Keng. Si
no lo habían probado no sabría qué efectos secundarios que seguramente tenía.
- Estamos cien por cien seguros de que es fiable, de eso no te preocupes. Entonces,
¿Trato hecho? Podrás volver a estar con tu prometida cuando cumplas con la misión
que te vamos a encomendar.- le aseguró el Presidente.
- Si me lo asegura, señor presidente... Soy su hombre.
- Te lo aseguro. Y aceptados los términos de ambas partes, te nombro Mariscal de
Campo a efecto inmediato.- dijo, de manera contundente el Presidente.
- Pero señor... Aún no me ha contado cuál será mi misión.
- Estaba a punto de contártelo...- dijo el Presidente, sacando otro dossier de un
archivador que estaba detrás suyo. Lo hojeó y prosiguió hablando.- Nos han
informado que en América, un almacén de Cyborgs ha sido encendido, provocando
que estas máquinas, en cuestión de varios minutos, matasen a por lo menos cinco mil
Mortis, según los datos que tenemos. La información es muy confusa, todavía no
sabemos con exactitud qué pasó, aún estamos averiguando los efectosd que tendrá
esto en el mapa político actual de ese continente. Lo que sí sabemos es que en el sur
de América se está formando un conglomerado de facciones que se uniran en causa
común contra Norteamérica, y posiblemente, luego ataquen aquí, en China. Por eso,
hemos tomado la decisión de invadir Europa, para desde allí conquistar América, y
asegurarnos que no haya ataques contra nuestro país. Tal y como están las cosas, no
podemos arriesgarnos a que destruyan lo que tanto nos ha costado proteger.
- Pero señor... ¿no sería más fácil invadir Estados Unidos por la costa Este?-
preguntó Keng.
- No, no es tan fácil. Perdimos casi toda nuestra flota en la época del Apocalipsis
gracias a la desesperación de la gente por huir de la civilización.- Keng se movió
incómodo. Él, junto a su prometida, eran de los que habían intentado huir por mar,
como la mayoría.- estamos intentando reconstruir nuestra flota, pero todavía andamos
algo mal. Además, corremos el riesgo de encontrarnos con la armada Latina,
frustrando así nuestros planes y diezmando nuestras tropas en alta mar. No obstante,
otro grupo que saldrá dentro de tres días navegará por mar hasta el archipiélago de las
Azores, donde aseguraremos esas islas para poder tener un buen asentamiento entre
Europa y América, y así poder desde allí invadir lo que más nos convenga, según el
éxito que tengan ustedes en su misión. Liderará un ejército de cincuenta mil hombres,
mas maquinaria y todo lo que se precise para su misión. Irán a pie, pasando por toda
China. Entrarán en Kazajstán, y luego irán hasta el bastión de Dayaneskaia, que está a
40 kilómetros al sur de Moscú, donde reina un aliado nuestro. Allí recibiréis más
órdenes. Su misión consiste en firmar la rendición de Europa, mediante los medios
que tenga a su alcance para conseguirlo. ¿Cree que está a la altura de las
circunstancias?- preguntó el Presidente.
- Espero estarlo, señor.
- Seguro que lo estará, cuando llegue el momento. Hay que planificar todo con sumo
cuidado, y reunir el equipo y los hombres. Familiarícese con las lenguas más
habladas de la Unión Europea y la geografía, hasta, por lo menos, dentro de dos
semanas. Hasta entonces no recibirá más instrucciones.

Keng, sin decir nada más, salió escoltado, con una sonrisa en los labios, hacia su
casa. Tenía dos semanas para prepararse, y cuando cumpliese la misión, volvería a
ver a su prometida. La vida le empezaba a sonreír.

FIN
PRÓLOGO 003
JOSEPH 008
EL AYUDANTE 020
EL LADRÓN 027
MATTHEW 037
JOSEPH 044
MATTHEW 054
SOMBRA 067
EL DIARIO DE BRIAN MCSULLIVAN 074
SOMBRA 111
ALTAIR 113
STUART 122
BRIAN 127
ALTAIR 135
STUART 143
BRIAN 152
ALTAIR 160
ALTAIR 171
BRIAN 178
ALTAIR 184
AMBROZ 188
STUART 195
BRIAN 199
STUART 208
ALTAIR 213
BRIAN 221
ALTAIR 231
MATTHEW 245
BRIAN 254
SOMBRA 267
STUART 273
ALTAIR 279
BRIAN 285
ALTAIR 294
STUART 300
BATALLA DE BARAJAS 313
MATTHEW 329
BATALLA DE PUERTO LIBRE 335
EL RENEGADO 347
EPÍLOGO 354
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