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La Teoría del General de la Acción de Talcott Parsons

Ernesto Funes (2005)

Contenidos:
P.1-6: I. Introducción
P6-14: II.Modelo tri-sistémico
P. 15-26: III. Modelo estructural-funcionalista
P. 27-30: Conclusión

I. Imtroducción

En esta clase nos vamos a referir a quien quizás haya sido el autor más influyente del siglo XX en
el campo de la teoría sociológica: el sociólogo estadounidense Talcott Parsons.

Este autor desarrolla su obra a partir de la década del '30, y hasta la década del '70 del siglo
pasado. Se halla, pues, cronológicamente ubicado en la primera generación de autores
'post-clásicos' -expresión con la que me referiré a los autores que suceden a la generación de los
‘padres fundadores’ de la tradición sociológica, que desarrollan su obra desde mediados del siglo
XIX hasta la primera década del siglo XX-. Parsons, en la década del ‘30 del siglo XX, declaró que,
por un lado, la sociología no podía simplemente inventarse desde cero, dado que ya poseía una
tradición, y una primera generación de autores fundadores, a los que debía tratarse como los
‘clásicos’ de la disciplina. Pero, por otro lado, que esa primera etapa fundacional ya había
concluido, y que a partir de ahora para pensar sociológicamente era necesario estudiar, conocer,
y pensar con los clásicos.

Por esta razón, pero sobre todo por su propio proyecto teórico, Parsons es considerado el primer
teórico post-clásico de relevancia en la teoría sociológica. Parsons ocupa un lugar de relevancia
en la historia de la sociología por muchas razones, pero entre ellas se destacan tres: a) haber
realizado el primer diagnóstico de conjunto de la obra de los autores clásicos -y por ende, del
'estado del arte' de la sociología legada por los 'padres fundadores'-; b) haber diagnosticado por
primera vez un gran problema -quizás, el gran problema- que caracteriza al estado presente de la
teoría sociológica, y c) sobre todo, haber realizado diversos intentos para encontrar una solución

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a dicho problema.

A fines de los años '30 -más precisamente, en 1937, año de la publicación de su primer libro: La
Estructura de la Acción Social- Parsons presenta un panorama de la herencia recibida de los
clásicos fundacionales de la sociología, que incluye un crudo diagnóstico del estado presente
(por cierto, aún vigente hoy) de la disciplina: la teoría sociológica clásica se encuentra dividida en
diversas escuelas, tendencias y enfoques teóricos, que se presentan como mutuamente
irreconciliables. En otros términos: la teoría sociológica no existe como tal, sino que sólo existen
‘las teorías sociológicas’, irreductibles entre sí. Las múltiples diferencias entre los enfoques
prevalecientes pueden, sin embargo, ser reagrupadas en dos grandes puntos de vista, o
'paradigmas' de la teoría sociológica, que pueden ser denominados de distinta manera:
objetivismo vs. subjetivismo, teorías 'macro-sociales' vs. teorías 'micro-sociales', o también, en
última instancia: 'teorías de la acción' vs. teorías de la sociedad, o de la totalidad, o del 'sistema'.

Esta disparidad de enfoques y perspectivas teóricas -que se remontan a los criterios


fundamentales del análisis y la explicación de los fenómenos sociales, esto es, a los 'fundamentos'
mismos del abordaje conceptual del objeto de estudio- tiene como consecuencia que el
conocimiento producido desde cualquiera de estos puntos de vista no pueda ser fácilmente
aprovechable para todos aquéllos que no comparten el mismo, sino que participan de cualquiera
de los otros abordajes paradigmáticos.

De aquí que Parsons -que, como dijimos, fue el primero en volver la mirada a la tradición legada
por los 'padres fundadores' de la disciplina, y realizar este diagnóstico de la situación presente de
la teoría hacia la década del '30 del siglo XX- fuera también el primer autor que propusiera un
intento de solución al problema de la unilateralidad e irreductibilidad de los diversos enfoques
teóricos contrapuestos: la necesidad de la formulación de una 'teoría integradora', una
'teoría general', o una 'teoría fundamental' ('Grounded Theory'), que permitiera
reconciliar e integrar los diversos abordajes, por medio de una recuperación crítica
de los aportes de cada uno, y una fundamentación conceptual y retraducción de los
conceptos, hipótesis y problemas de cada enfoque, en una formulación común. Ya en
este planteo -que constituye la formulación del que habría de ser el programa teórico parsoniano
a lo largo de cuatro décadas- nos encontramos con una de las palabritas que, como veremos,

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caracterizarán el estilo teórico de Talcott Parsons: la integración.

Así es que todo el recorrido teórico de Talcott Parsons, desde fines de los años '30 a mediados de
los '70, consistió en distintos intentos de formulación de lo que él denominara la Grounded Theory,
o también la 'Teoría General de la Acción'. Este es otro de los rasgos que otorgan su
singularidad a la obra de este autor en la historia de la sociología: si la mayoría de los clásicos de
la disciplina se caracterizan por haber formulado una gran teoría paradigmática, Talcott Parsons
no formuló uno ni dos, sino cuatro modelos teóricos distintos, destinados en cada caso a dar
cumplimiento a su programa teórico integrador. En esta clase, sin embargo, me referiré sólo a
dos de ellos -los de mayor influencia en la sociología del siglo XX-, y haré apenas algunas breves
referencias a los demás.

Ahora bien: si bien es cierto que todas las formulaciones parsonianas tuvieron un alto impacto en
la sociología de su tiempo, hubo uno de estos cuatro modelos -el tercero, que será el segundo
que trataremos nosotros aquí- con el que Parsons pareció -a sus ojos, pero también a los de la
comunidad académica internacional de esa época- haber alcanzado el éxito: esto es, haber
formulado finalmente la teoría sociológica fundamental e integral, que la disciplina requería para
transformarse finalmente en una ciencia unificada. Ese modelo, de mediados de los años '50 del
siglo XX, es conocido con el nombre de modelo estructural-funcionalista, y durante mucho
tiempo se transformó en algo así como el 'esperanto' de los miembros de la comunidad
sociológica internacional -esto es, en el lenguaje común con el que todos podían entenderse,
comunicarse y discutir-. Es así que, durante varias décadas, para muchas universidades y
academias de ciencias sociales del mundo, a la hora de enseñar la 'historia' de la sociología, se
enseñaban los 'clásicos' (Marx, Weber, Durkheim, Simmel, Pareto, Tocqueville, Comte, etc., etc.);
pero a la hora de enseñar 'teoría sociológica', lo que se enseñaba era el 'modelo
estructural-funcionalista' de Parsons. Esa teoría fue identificada en su momento con 'la sociología'
en sí. Y es por ello que, como resultado de dicha identificación, buena parte de las teorías
sociológicas posteriores -las actuales- surgieron, en su momento a partir de una crítica al modelo
parsoniano. Es así que buena parte de la teoría sociológica contemporánea puede ser considerada
como 'sociología post-parsoniana' -la cual, entre otras cosas, tiende a rechazar como
excesivamente ambicioso, o imposible, el proyecto parsoniano de crear una teoría sociológica
unificada, por lo que sólo sería posible formular 'sociologías parciales', o ‘de alcance medio’-.

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Es de interés para el autor de esta clase, por ello, destacar que el célebre ‘modelo
estructural-funcionalista’ fue sólo uno -el tercero- de los modelos teóricos formulados por Parsons
para explicar la acción humana. Aquí trataremos del mismo, pero también de otro que fue -y a mi
juicio sigue siendo- no menos relevante en la historia de la sistematización del pensamiento
sociológico clásico.

Antes de comenzar con el análisis de los dos modelos teóricos parsonianos más destacados,
vamos a ver qué es aquello que todos ellos tienen en común. Por un lado, ya lo hemos visto, el
responder al proyecto de formulación de una teoría sociológica integradora, que supere las
antinomias entre subjetivismo y objetivismo, y de la teoría de la acción vs. la teoría de sistemas.
Lo que se propone estudiar Parsons es la estructura y el funcionamiento de la acción humana,
en general, y lo hará, como veremos, con el herramental teórico que le proporciona la teoría de
sistemas.

Pero la ambición teórica de Parsons no se detiene allí: también se propone encarar el muy audaz
proyecto de formular lo que se conoce como una teoría de la sociedad. Para comprender este
concepto lo primero que se debe saber es que no es lo mismo una teoría sociológica que una
'teoría de la sociedad', sino que más bien éstas últimas son un subtipo de las primeras. Si bien de
las primeras hay muchas, las segundas son pocas. Una teoría de la sociedad se propone pensar la
sociedad como un todo, en todas sus dimensiones y en todas sus partes, comprendiendo sus
diversas relaciones. Esto es, apunta a pensar la sociedad como una totalidad. Por lo que no sólo le
interesa saber qué es o como opera la política, o la economía, o la familia, o la cultura, o la
educación, el arte o la religión; sino, fundamentalmente, qué relación hay entre todas estas
dimensiones componentes de la sociedad, y como entre todas conforman una sociedad.

Como se puede apreciar, no es fácil formular una 'teoría de la sociedad', y en verdad pocos lo han
intentado. Los primeros proyectos provienen de la filosofía. El caso más representativo es el
modelo presentado por Hegel en la tercera parte de la Filosofía del Derecho (1821), con su
célebre distinción entre familia-sociedad civil-Estado. Bajo la influencia de este autor, quizás el
antecedente teóricamente más destacado de formulación de una teoría de la sociedad en el siglo
XIX sea el de Karl Marx, con su modelo de 'base y superestructura'. Pero el primer autor que

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encara en el siglo XX -esto es, en una época 'post-clásica'- y en el contexto de la sociología
académica, el proyecto de formulación de una teoría de la sociedad a partir del aporte de la
tradición sociológica, fue Talcott Parsons. Posteriormente, como dijimos, este proyecto fue
abandonado por excesivamente ambicioso, aunque hacia la década del '80 del siglo pasado fue
recuperado por algunos teóricos alemanes especialmente destacados (J- Habermas, N. Luhmann),
en lo que podría denominarse un revival neo-parsoniano de la teoría sociológica.

Así es que Parsons se propone integrar los diversos aportes teóricos de la sociología y de otras
disciplinas, a los fines de formular una 'teoría de la sociedad' que permita pensar la sociedad
como una totalidad; apuntando a la vez a superar la oposición entre subjetivismo y objetivismo, o
entre 'teoría de la acción' y 'teoría de sistemas'. Sin embargo, pronto podremos apreciar que el
modo en que Parsons encaró esta superación es muy curioso, en dos sentidos.

Por lo pronto, porque Parsons realiza esta 'superación' por medio de una integración entre ambos
enfoques, que los recupera a los dos. Es decir: al mismo tiempo que apunta a formular una 'teoría
de la sociedad', la otra gran obsesión parsoniana fue la de poder explicar 'qué es una acción'.
Toda su teoría, desde el punto de vista del objeto, se presenta a sí misma como una 'teoría de la
acción', ya que su objeto analítico de estudio fue, desde el principio al fin, siempre el mismo: la
'acción social'.

Uno podría pensar que, con esta elección del problema fundamental y el objeto de estudio,
Parsons está tomando partido abiertamente por las 'teorías de la acción' en contra de las de
'sistemas'. Pero si desde el punto de vista del 'objeto' su elección recae en la acción, desde el
punto de vista del 'marco teórico' de análisis, su perspectiva será casi desde el principio la teoría
de sistemas. Para entender esto de un modo simple podemos citar al célebre sociólogo
alemán Niklas Luhmann, que fue alumno de Parsons, y que cuenta que en sus cursos éste solía
repetir una frase (que no aparece en sus libros), que es a la vez muy simple, y sintetiza
claramente el enfoque parsoniano. La frase, curiosa por su engañosa sencillez, dice simplemente:
'Action is System': 'la acción es un sistema'. Por lo que Parsons se propone encarar el estudio
de la acción humana tratándola como si ella fuera un tipo de sistema, y por ende, con el
andamiaje intelectual de la teoría de sistemas.

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Esta formulación parsoniana, que constituye la estrategia teórica de este autor, nos obligará por
lo tanto a tener que discutir en esta clase, no sólo qué es una acción, sino también algo que en
general se presenta como mucho más oscuro y difícil para el estudioso, como es la cuestión de
'qué es un sistema'. Aquí lo haremos del modo más sencillo que nos resulta posible, y que resulte
a la vez comprensible, y tan preciso como resulte necesario.

Por último, debemos mencionar que, en sus distintos modelos y formulaciones, Parsons se
mantuvo siempre fiel a un criterio muy específico de explicación e interpretación de la acción y el
orden social, que consiste en sostener que tanto una como el otro se explican, en última instancia,
a partir de la eficacia de ciertos símbolos -especialmente normas y valores culturales
compartidos– que permiten ordenar, ya sea a la acción individual, ya a las prácticas e
instituciones del orden social. Es por esto que el enfoque de T. Parsons puede ser caracterizado
como un tipo de exolicación culturalista; específicamente de tipo normativista.

Bien, una vez hecha esta introducción, nos disponemos a iniciar el análisis de los modelos
parsonianos. Pero antes de entrar en materia, haremos una breve presentación cronológica de los
cuatro modelos teóricos mencionados, para que se comprenda mejor la evolución de este autor.
Lo haremos por medio del siguiente cuadro:

Modelo Año Obra Marco teórico/influencia


T. Voluntarista de la Acción 1937 La Estructura de la Acción Social M. Weber (T. de la Acción)
Modelo Trisistémico 1951 El Sistema Social /H.U.T.G.A. E. Durkheim (T. de la Soc.)
Estructural-Funcionalismo 1953 The Working Papers in Soc.Th. Biología; T.G.S.
Modelo Cibernético 1966 Societies Cibernética; informática

II. El ‘Modelo Trisistémico’

El primero de los modelos parsonianos que estudiaremos en esta clase corresponde a lo que se
suele denominar el ‘período intermedio’ de la obra de este autor, y se lo conoce con el nombre de
‘modelo tri-sistémico’. Es durante este período que toman forma algunos de los problemas,
argumentos y conceptos clásicos de este autor. Este modelo es presentado en dos obras clásicas,
que Parsons publica en 1951: El Sistema Social; y Hacia una Teoría General de la Acción (en

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colaboración con otros autores).

Siempre debemos tener presente que uno de los problemas fundamentales que recorren todo el
desarrollo teórico de Parsons es poder explicar ‘qué es una acción’, a partir de un análisis
pormenorizado de sus ‘componentes’, o factores constitutivos. En el ‘modelo tri-sistémico’
Parsons asumirá la posición teórica de que una acción no es un elemento simple e
indescomponible, y por lo tanto un ‘átomo’ o partícula elemental de los fenómenos sociales, sino
que en realidad toda acción es el producto o resultado del cruce o entrelazamiento de tres
dimensiones o registros constitutivos, a los cuales él denominará ‘sistemas’. Estos tres sistemas
son, para Parsons, el sistema cultural (símbolos), el sistema social (reglas/instituciones), y el
sistema de la personalidad (motivos):

T. Parsons – Modelo Trisistémico

Durante este período, Parsons entiende por la palabra ‘sistema’ un conjunto ordenado,
compuesto de determinados componentes específicos, que excluyen todo otro elemento que no
corresponda a la definición de dicho conjunto. Así, si todo sistema social se compone de
‘interacciones sociales’, o también de ‘instituciones sociales’ (es decir, de interacciones ordenadas,
regidas por normas), y un sistema de la personalidad se compone de ‘motivos’ u ‘orientaciones’
para la acción, eso entre otras cosas significa que, del mismo modo que una personalidad no se
compone de interacciones (o de símbolos), un sistema social no se compone de ‘personas’ (que

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son ‘conjuntos ordenados de motivos’), sino de interacciones reguladas entre personas. Las
personas no forman parte del sistema social, simplemente porque forman parte de otro
sistema, el sistema de la personalidad -que se halla en el ‘entorno’ (el ‘afuera’) de los
sistemas sociales y culturales-. Cada uno de los sistemas forma parte del ‘entorno’ de los otros
dos.
Por ende, al decir que toda acción empírica y concreta es el resultado del entrecruzamiento de
tres ‘sistemas’ (cultural, social, y de la personalidad), lo que Parsons nos está diciendo es que
ninguno de estos tres factores -motivos, símbolos, instituciones- por sí solo y con exclusión de los
demás, puede explicar una acción; sino que por el contrario, toda acción parte, por un lado, de
motivos individuales que forman parte de nuestra personalidad (necesidades, sentimientos,
inclinaciones, deseos, intereses, fines, etc.); pero se ordena y coordina con las de los demás, en
virtud de reglas y prácticas que dependen del contexto normativo, o de la situación social en la
que el individuo se encuentre participando en determinado momento (de tal modo que no todas
las inclinaciones o deseos que pueda tener una persona en un determinado momento y lugar, los
puede simplemente realizar en ese momento y ese lugar, dado que existe, además de un
contexto físico, un ‘contexto normativo’, que restringe la posibilidad actual de ciertas conductas);
motivos y reglas que, a su vez, sólo tienen sentido para el individuo y el grupo o contexto social si
son consideradas significativas, y culturalmente válidas; esto es, si resultan de la expresión de
ciertas pautas culturales compartidas por la comunidad.

Así, el hecho de que ciertas conductas sean consideradas ‘buenas’ o ‘malas’, ‘justas’ o ‘injustas’, o
ciertas expresiones lingüísticas sean consideradas ‘verdaderas’ o ‘falsas’, ‘correctas’ o ‘incorrectas’,
o ciertos comportamientos, o gestos, o expresiones artísticas sean vistas como ‘bellas’ o ‘feas’,
etc., dependerá, en última instancia, de acuerdos o consensos de naturaleza cultural.

Por lo tanto, toda acción es el resultado de tres dimensiones constitutivas, que al estar ordenadas
por leyes propias, son tratadas por Parsons como ‘sistemas’: el sistema cultural (conjunto
ordenado de pautas culturales o simbólicas, con sentido o significación válida para una
comunidad); el sistema social (conjunto ordenado de relaciones sociales, o de interacciones; pero
Parsons aclara que decir: ‘un conjunto ordenado de relaciones sociales’ es lo mismo que decir una
institución, cuyos componentes elementales se denominan ‘roles’); y el sistema de la
personalidad (dado que una ‘personalidad’ no es más que un conjunto ordenado de ‘motivos’ u

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orientaciones para la acción).

Por ello, no toda acción de un individuo, aunque pueda estar motivada subjetivamente, es
‘correcta’ desde un punto de vista social o normativo, sino tan sólo aquéllas acciones que se
ajustan a lo que Parsons denomina un conjunto de ‘expectativas recíprocas legítimas’, esto es, a
lo que las demás personas, en una determinada situación social, consideran un comportamiento
esperable por parte del individuo en esa situación. Aquella acción de un individuo que se
corresponde con las expectativas que los demás tienen de él en un contexto normativo (una
institución) determinada, es lo que se denomina el ‘rol’ de ese individuo en dicho contexto social.
El desempeño o cunplimiento de un rol es la realización de las acciones esperadas en un contextto
normativo determinado. Pero esto significa a la vez decir que las ‘expectativas’ -esto es, lo que los
demás esperan del individuo, o lo que el individuo espera de los demás, en una determinada
situación social– están por su parte justificadas sólo en base a un cierto criterio de validez, que
vuelve a esas expectativas ‘justas’, o ‘legítimas’. Y estos criterios de validez de las expectativas
recíprocas derivan, finalmente, del sistema cultural.

Yo no espero de mis amigos que se comporten del mismo modo que lo hace mi jefe, o de mi
médico o el cajero del banco, lo mismo que espero de mis padres. Simplemente porque la relación
social que me vincula a cada uno de ellos es distinta en cada caso, y porque las situaciones
sociales en las que participo con ellos son distintas, y ello condiciona mis relaciones: no es la
misma la situación normativa -esto es, el conjunto de reglas– vigente en mi familia, que en la
oficina, o en un aula, o en un consultorio médico, o una reunión de amigos. Esto implica, entre
otras cosas, que hay cosas que yo puedo hacer con mis amigos, y que no puedo hacer, ni con mi
jefe, ni con mis padres, ni con mis alumnos, o profesores. Actuar del mismo modo con mi esposa
que con mis empleados, sería actuar de un modo ‘incorrecto’, y ellos me lo harían notar, dado que
en cada situación social -tanto mi esposa, como mi jefe, o mis amigos, o mis alumnos– alientan
respecto de mí y mis acciones para con ellos ciertas ‘expectativas legítimas’, que están
culturalmente validadas. Una acción incorrecta acarrea sanciones -una llamada de atención, un
castigo, un reproche, una crítica, un murmullo reprobatorio, una sonrisa o burla, etc.-

El hecho de que participemos de ‘sistemas sociales’ -conjuntos de relaciones sociales ordenadas-


implica que cada uno de nosotros ya sabe de antemano qué esperar de los demás, y que puede y

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es esperable -y que no es esperable- que ocurra en una situación social determinada. Las
expectativas son, así, tanto reguladoras como ordenadoras de la conducta propia y ajena. Si no
hay ‘expectativas’ -si no sé qué puede pasar- no sé cómo comportarme, ni qué pueden hacer los
demás. En una situación social no ordenada, reina la incertidumbre, el temor y la desconfianza
recíproca, y la probabilidad de la manipulación, la agresividad y la violencia.

Ahora bien, para comprender mejor todo esto es necesario destacar aquí que, si bien el gran
problema de Parsons es el de poder explicar qué es una acción, en este período en particular a
este problema se suma otro no menos complejo, que es el de poder resolver lo que él denominó
como el problema de la doble contingencia de la acción social. Esto es, cómo es posible
explicar la interacción social, a partir de la premisa que nos dice que todo individuo es un sujeto
libre en lo que hace a sus iniciativas de acción -esto es, es el autor de sus propios fines para la
acción-. Si todos los individuos actúan racionalmente tratando de perseguir y realizar sus propios
fines, ¿cómo es posible que exista la sociedad, y no mejor el ‘estado de naturaleza’ hobbesiano en
el que cada uno trata de dominar a los demás, concluyendo en una guerra de todos contra todos?
A esta cuestión Parsons la llama ‘el problema hobbesiano del orden’, o también, como hemos
visto, el problema de la ‘doble contingencia de la acción social’.

La respuesta que dio Parsons a este problema, en parte, ya ha sido anticipada por nosotros
anteriormente. Consiste en la postulación de la existencia de lo que él denominó un ‘consenso
normativo subyacente’. Esto es, en la idea de que son las mismas las normas culturales que el
individuo incorpora a su personalidad mediante el proceso de socialización (aprendizaje), que las
normas y valores culturales que son institucionalizados como ‘expectativas recíprocas legítimas’
del ordenamiento social. El orden social es posible porque los distintos miembros de la sociedad
comparten las mismas normas y valores, provenientes del mismo sistema cultural. Y si son las
mismas las normas y valores que ordenan la personalidad del individuo, que las que ordenan las
relaciones sociales, los actores sabrán de antemano cómo interactuar al encontrarse unos con
otos. El consenso normativo subyacente constituye así el fundamento del orden social.

Esta idea del ‘consenso normativo subyacente’, y de un conjunto de normas y valores


compartidos por los miembros de una sociedad, que permiten regular y coordinar sus relaciones
mutuas, es lo que justifica la prioridad explicativa que Parsons otorga al sistema cultural sobre los

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otros dos:

Jerarquía de los Sistemas de Acción, y relaciones entre los mismos:

Hemos dicho que el sistema cultural es un conjunto ordenado de pautas o patrones culturales de
distinto tipo (cognitivos: ciencia, filosofía, mitos, religión; expresivos: lenguajes, criterios y teorías
estéticas, disciplinas artísticas; evaluativos: normas, valores, criterios éticos y morales). En última
instancia se trata de patrones simbólicos compartidos (originados en la convivencia
intergenercional, y reproducidos por medio del aprendizaje y las costumbres y tradiciones), que
tienen la capacidad de dar sentido a la experiencia y la acción humanas. Ahora bien, ¿qué es el
sentido?, o, de otro modo: ¿cuál es la eficacia o la contribución -qué hace, para qué lo
necesitamos– del sentido?

Es sabido que no existe comunidad humana carente de una cultura, esto es, que no se relacione
por el mundo por medio del sentido. Y esto -como lo ha demostrado la antropología cultural,
cuyos argumentos recoge Parsons aquí– porque el ser humano necesita de la mediación del
sentido para relacionarse con el mundo. Los hombres no se relacionan con el mundo
‘directamente’, sino por medio de símbolos culturales. Gracias a ellos, el mundo deviene para el
hombre una realidad significativa, algo que él puede, de un modo u otro, comprender. Si los

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hombres no pudieran comprender su mundo, sus acciones y experiencias, no podrían pensar, ni
podrían actuar. Pero todo esto es debido a que gracias al sentido, el mundo se ordena (o mejor
dicho: el sentido ordena la comprensión del mundo, y la relación del hombre con el mundo, la
naturaleza, y los demás hombres).

El sentido ordena nuestra relación con el mundo. Ésa es su eficacia específica, o su ‘función’.
Debido a esta eficacia ordenadora, el sistema cultural adquiere la preeminencia explicativa que
tiene para Parsons. El sistema cultural, como vimos, es un ‘conjunto ordenado de símbolos’ o un
‘patrón cultural’. Los símbolos, que ordenan, tienen la propiedad (que estudian disciplinas como la
lingüística, la semiótica, etc.) de estar ellos mismos ya previamente ordenados, y funcionar en
base a reglas de combinación, sustitución, articulación y remisión recíproca, entre otras. El
sentido ordena porque él mismo -o mejor dicho, los símbolos- están siempre previamente
ordenados (operan siempre ordenadamente ‘como una estructura’).

Perosi el sentido ‘ordena’ al mundo, no es difícil imaginar cuál podría ser el resultado del hecho de
que la cultura -el conjunto de patrones simbólicos cognitivos, expresivos, y evaluativos– de
alguna manera puediera ‘entrar’ en los otros dos registros: el de la subjetividad individual, y el de
las relaciones o interacciones sociales.

Si la cultura ‘entrara’ con su eficacia ordenadora (estructuradora), en estas otras dos dimensiones
humanas, las mismas quedarían ordenadas (ordenada): la multiplicidad de necesidades y
mociones subjetivas se transformarían en un sistema ordenado de motivos u orientaciones de
acción -es decir, en un sistema de la personalidad-; la multiplicidad de expectativas recíprocas
interindividuales, o de relaciones entre los individuos, se transformarían en interacciones sociales
ordenadas, o en conjuntos de expectativas recíprocas legítimas (o ‘instituciones’) -esto es, en un
sistema social-.

Pues bien: esto es precisamente lo que ocurre: que el sistema de la personalidad se


constituye a medida que la subjetividad ‘desordenada’ de un bebé es ‘socializada’ por medio del
aprendizaje de pautas culturales (el lenguaje, las normas de conducta, etc.); y que el sistema
social se forma por medio del ordenamiento de las expectativas recíprocas, y de las interacciones,
a medida que las normas y valores culturales se transforman en regla de conducta práctica que

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rigen a las relaciones sociales; es decir, a medida que éstas se institucionalizan.

Se denomina ‘proceso de socialización’ del individuo, al ordenamiento de la subjetividad


individual por medio de pautas culturales compartidas por una comunidad. Se denomina
‘proceso de institucionalización’ al ordenamiento de las interacciones por medio de esas
mismas pautas culturales que socializan al individuo. El resultado de dichos procesos es, en un
caso la constitución de la personalidad individual; en el otro, la formación de interacciones
sociales regidas por normas legítimas, esto es, de instituciones sociales. Así es como el sistema
cultural, al ‘incorporarse’ a la subjetividad y las interacciones, las constituye en sistemas
(‘conjuntos ordenados’), de la personalidad (motivos), y sociales (interacciones),
respectivamente.

La relación entre personalidad y cultura se halla mediada, así, por el proceso de socialización. La
relación entre sociedad y cultura, por su parte, se halla mediada por el proceso de
institucionalización. Pero, ¿cómo se denomina, y en qué consiste, la relación entre individuo y
sociedad, o mejor dicho, entre el sistema de la personalidad y el sistema social?

Esta relación tiene dos aspectos: la asignación y la integración. Por un lado, por medio de los
procesos de asignación, las distintas personalidades individuales son asignadas a -distribuidas
entre– los distintos roles sociales; y a su vez se distribuyen recursos (económicos, sociales,
jurídico-políticos, culturales) entre los mismos (surgen así las distintas posiciones de status
-riqueza, prestigio, poder– que diferencian a individuos y grupos). Por otro lado, estos diversos
roles económicos, sociales, políticos, profesionales, etc., deben ser coordinados entre sí, y sus
actividades reguladas de algún modo compatible con la supervivencia del conjunto. A este
segundo proceso -que en los sistemas sociales más complejos, como una sociedad entera,
supone alguna jerarquía de poder, e instituciones de gobierno y toma de decisiones centralizada–
se lo denomina proceso de integración.

Para finalizar con este modelo retomaremos, entonces, la hipótesis principal mencionada más
arriba: el problema del orden social (la ‘doble contingencia de la acción social’) se resuelve para
Parsons en virtud de un proceso mediante el cual, al menos idealmente, las pautas culturales -en
especial las normas y los valores– que ‘socializan’ al individuo, son las mismas (porque

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pertenecen al mismo sistema cultural, o a la tradición de la misma comunidad) que las que se
‘institucionalizan’ como reglas ordenadoras de las relaciones e interacciones sociales.

Por eso, para un enfoque de tipo normativista como éste, si surgiera algún desajuste entre las
orientaciones subjetivas, las aspiraciones, necesidades o deseos, de los individuos, y las
satisfacciones proporcionadas por medio de los procesos de asignación de recursos a los distintos
roles sociales -si surgiera alguna forma de ‘insatisfacción’, ‘anomia’, ‘alienación’, ‘frustración’,
‘rebeldía’, etc.-, debería examinarse, en cada caso, qué proceso falló: el de socialización (falló la
familia, que estaba fragmentada; o la escuela, con maestros desmotivados o mal pagos, etc.); el
de institucionalización (las reglas sociales no reflejan fielmente los contenidos normativos o
expresivos de las pautas de la cultura en cuestión; se produce un desajuste entre instituciones
caducas y nuevos valores), el proceso de asignación de recursos entre los roles, de recompensas
a los desempeños de rol, o de coordinación/integración de las instituciones. En algunos casos la
responsabilidad puede ser familiar, o educativa; en otros puede ser “social”, o jurídico-política;
pero en ningún caso puede ser de naturaleza ‘individual’, ya que la subjetividad del individuo, al
igual que las instituciones sociales, son en última instancia un producto de la internalización de
patrones culturales colectivamente compartidos.

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III. El ‘modelo estructural-funcionalista’

Se conoce con este nombre a la más célebre e influyente de las formulaciones teóricas de T.
Parsons. Sin embargo, él no lo llamaba así, sino más bien ‘el paradigma de las cuatro funciones’,
o también ‘el modelo de intercambio sistémico’. Por su parte, sus alumnos acuñaron un nombre
con el que frecuentemente se lo reconoce en la bibliografía, que deriva de las iniciales de las
cuatro funciones que pronto presentaremos: el ‘esquema A.G.I.L.’.

Respecto del ‘modelo tri-sistémico’ podemos observar que se operan importantes cambios
conceptuales. Los tres más destacados son:

 Los sistemas no se definen ya por lo que son, o por sus ‘componentes’, sino por lo que
hacen, esto es, por sus funciones. Se trata, por tanto, de un enfoque funcional de los
componentes de la acción.
 Los sistemas -que, como vimos, se definen por sus respectivas funciones– ya no son tres,
sino cuatro. Esto a su vez deriva de que:
 Parsons durante este período rompe con los marcos teóricos inspirados en la teoría
sociológica (Weber en su primer modelo, Durkheim en el segundo), para basarse en
modelos de análisis basados en las ciencias naturales, y en particular en la biología.
Pero a la vez, y en relación con esta disciplina, incorpora ahora sí, plenamente, los
criterios de la ‘teoría general de los sistemas’. Por ende este modelo tiene un sesgo
teórico fuertemente sistémico. Se trata, entonces, de un enfoque sistémico-funcionalista.

El resultado de todo esto será un modelo teórico explicativo de la acción que apunta a dar cuenta
de cuáles son los pre-requisitos funcionales , o imperativos sistémicos, de toda acción. Dicho de
un modo más simple, si pensamos que una acción es un determinado tipo de sistema, debemos
pensar cuáles son los cuatro problemas básicos que un sistema debe poder resolver, para poder
ser llamado un ‘sistema de acción’ -o una acción, desde el punto de vista de la teoría de sistemas-.
Para que un sistema pueda ser llamado un ‘sistema de acción’ debe cumplir con cuatro funciones
determinadas. Si falta alguna de las cuatro, si son cinco o más, o si son otras cuatro funciones,
entonces ése no es un sistema de acción. Por lo tanto estas cuatro funciones definen a todo
sistema de acción. Las cuatro funciones constituyen los componentes constantes de todo sistema

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de acción, y su relación y orden constituyen la ‘estructura’ de la acción. Tenemos, por tanto una
estructura cuyos componentes son funcionales: se trata, por ello, de un análisis
estructural-funcional de la acción.

Estas cuatro funciones -que deben estar presentes en todo sistema que sea un ‘sistema de
acción’– son:

 A: Adaptación (Adaptation) : Todo sist. de acc. debe adaptarse a su ambiente


 G: Logro de Metas (Goal Attainment): todo sist. de acc. debe realizar metas
 I: Integración (Integration): todo sist. de acc. debe mantener cohesionadas sus partes
 L: Mantenimiento de Pautas Latentes (Latent Pattern Maintenance) : todo sist. de acc.
debe mantener su identidad a lo largo del tiempo

Ahora bien, ¿cuál de todas estas funciones constituye el agregado novedoso, que hace que los
sistemas ahora pasen a ser cuatro en lugar de tres?

Para comprenderlo debemos primero repasar, aunque sea someramente, qué es un sistema para
la Teoría General de los Sistemas.

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La palabra ‘sistema’ tiene diversos significados -o mejor dicho, es usada de distintas maneras–
que conservan todos al menos dos núcleos básicos de sentido. La palabra ‘sistema’ hace
referencia, y conecta, dos ideas: ‘relación’, y ‘orden’. En otros términos, lo más elemental que
podemos decir de un sistema es que es un tipo de relación entre distintos elementos, objetos o
sucesos cualesquiera: una relación ordenada. Y como hablamos de una multiplicidad ordenada de
objetos, elementos o sucesos, podemos también decir que un sistema es un ‘conjunto ordenado’
de tales elementos.

Así, para dar un ejemplo: si vaciamos los cajones de la cocina y tiramos todo su contenido al piso,
ahí tenemos un conjunto variado de elementos, pero totalmente desordenados. En ese caso no
podemos hablar de ese montón de cosas como de un ‘sistema’. Pero cuando observamos que
cada uno de los cajones de la alacena se ‘especializan’, uno en guardar cuchillos, otro para los
tenedores, otro para las cucharas de sopa, otro para las cucharitas, etc., vemos que los utensilios
de cocina se hallan ‘ordenados’, y la alacena en su conjunto está ordenada. Rápidamente
veremos una relación muy ‘sistemática’ entre sus elementos. Lo mismo podemos decir de un
placard ‘bien ordenado’, una biblioteca ‘bien ordenada’, una caja de herramientas ‘ordenada’, un
escritorio ‘ordenado’, etc. En todos los casos podemos decir que su dueño es muy ‘ordenado’, o
muy ‘sistemático’. Lo mismo podriamos decir cuando leemos un libro de texto o un manual, o
escuchamos una clase o conferencia, y vemos que el autor o el expositor va pasando de un tema
al otro de tal modo que las relaciones entre lo que se dijo antes y lo que se dice después es clara
y comprensible: diremos que ese autor o expositor es muy ‘sistemático’ en su exposición; esto es,
muy ordenado.

Podemos entonces dar una primera definición, elemental, de ‘sistema’, diciendo que un sistema
es una relación ordenada y definida -es decir, no cualquier relación, sino ésa y no otra– entre
diversos elementos:

Sistema: Ro(x; y) [relación ordenada entre x e y]

Pero, si miramos ese conjunto de elementos como una unidad, o un ‘todo’, también podremos,
entonces, llamar ‘sistema’ a la relación ordenada que hay, no entre dos elementos de ese
conjunto o ‘todo’, sino entre cada elemento del conjunto, y el Todo del que forma Parte. Así:

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Sistema: Ro (x/T); Ro (p/T) [relación ordenada entre el elemento y el Todo; relación
ordenada entre la parte y el Todo]

En biología, a la relación entre un órgano y el organismo del que forma parte se la denomina la
‘función’ de dicho órgano (esto es: qué hace como contribución al mantenimiento del Todo; qué
problema de existencia o subsistencia del organsmo resuelve).

Ahora bien, precisamente la biología servirá como matriz para el surgimiento de una ‘Teoría
General de los Sistemas’, que se puede aplicar a los más diversos campos.

Pero un criterio básico de dicha teoría general -tomado claramente de la biología– es que todo
sistema empírico siempre se halla ‘situado’, esto es, en un entorno o ambiente. No hay
sistema sin ambiente, o sin un entorno en el que se halla situado. Pero a partir de este criterio
surge una nueva forma de definir a un sistema: ya no como una relación entre elementos, o la
relación entre cada elemento y el todo del que forma parte; sino como una relación entre el
sistema y su ambiente o entorno.

S= Ro (S/E)

El problema fundamental de referencia pasa a ser ahora de qué manera el sistema se relaciona
con su ambiente o entorno. Obviamente que, tratándose de sistemas vivientes, esta relación será
de tipo dinámica y activa. Este tipo de relación entre sistema y ambiente recibe el
nombre de Adaptación.

Esta relación entre sistema y entorno tiene para la Toería General de Sistemas (TGS) una
característica: es altamente problemática. El entorno siempre le genera problemas de
supervivencia material al sistema, y éste sobrevive sólo si puede resolver esos problemas. ‘Vivir’,
así, significa, para los ‘sistemas orgánicos’, lo mismo que resolver problemas. Cuando el sistema
no puede resolver esos problemas, muere o deja de existir y funcionar.

Y de la biología la TGS extraerá la idea de que dicha relación adaptativa -esa constante capacidad

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de resolver problemas- se base en un permanente intercambio de insumos y productos
entre el sistema y su ambiente -un intercambio sistémico que permite al sistema ‘adaptarse’ y,
por medio de la obtención de recursos, estabilizar su existencia en un ambiente cambiante,
problemático y hostil-. Por ello mismo, el sistema, a los fines de ‘adaptarse’ al entorno, toma
recursos del mismo, los modifica, y genera ‘productos’ -esto es, para ‘adaptarse’, el sistema
‘adapta’ el entorno a sus propias necesidades de supervivencia-.

Muy bien, habiendo hecho este breve repaso por el concepto de ‘sistema’, podemos ahora
retornar a Parsons. Espero que haya quedado claro que son precisamente estas ideas las que
nuestro autor busca incorporar, en este período, a su análisis de la acción en términos sistémicos.

Y también que, precisamente, la nueva función que ahora aparece, y que antes no había tenido
en cuenta, es la función adaptativa de los sistemas de acción. Algo que debemos retener todo el
tiempo a partir de ahora es que, con esta incorporación, aparece lo que podemos denominar la
‘dimensión material’ de la acción, que Parsons había hasta entonces descuidado. Antes teníamos
tres sistemas: el cultural (símbolos -normas, valores-); el social (instituciones), y el personal
(motivos). Todos ellos factores simbólicos, relacionales o subjetivos. Pero faltaba tener en cuenta
que toda acción requiere contar con, o disponer de, los recursos materiales necesarios para
operar. Es esta dimensión la que aparece ahora, cuando Parsons incorpora la dimensión
adaptativa de la acción.

Muy bien: tenemos las cuatro funciones, que son ahora los cuatro componentes estructurales de
toda acción (‘el esqueleto’ de la acción, podríamos decir; o, apelando al título de su primer libro:
‘la estructura de la acción social’). Toda acción se compone de estas cuatro funciones. Pero como
en cada tipo de acción prevalece alguna de ellas sobre las demás, en base a las cuatro funciones
será posible distinguir cuatro sistemas de acción:

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En los sistemas orgánico-conductuales la acción consiste en una mera conducta adaptativa
al ambiente externo (no mediada por símbolos culturales, sino genéticamente). Estos sistemas
son los organismos vivientes (animales y plantas), que no realizan ‘acciones’, sino sólo conductas
o comportamientos. El ser humano, en la medida en que es también un organismo biológico,
posee un componente sistémico orgánico-conductual (esto es, además de ‘actuar’, realiza
también conductas orgánicamente pautadas).

Los sistemas de la Personalidad son aquéllos en los que prevalece la realización de metas,
propósitos o fines (esto es, en los cuales su ‘conducta’ ya no se guía predominantemente por los
genes o el instinto, sino por su subjetividad, estructurada culturalmente -por lo que no es una
‘conducta’, sino una ‘acción’-). Se trata, evidentemente, de los ‘seres humanos’, no vistos como
entes biológicos, sino como sujetos autónomos que se orientan por representaciones
intencionales. Sin los seres humanos no habría ‘acciones’ en el mundo, ya que no habría ‘fines’.

Los sistemas de acción en los que el principal problema a resolver es el de mantener coordinadas
o cohesionadas a sus distintas ‘partes’ componentes, son los sistemas sociales. En ellos
prevalece, pues, la función de integración.

Por último, existen ciertos tipos de sistemas de acción -esto es, de componentes de toda ‘acción’–
que aseguran que las modificaciones que los sistemas de acción sufran a lo largo del tiempo
(fundamentalmente derivadas de problemas adaptativos) no sean tan drásticas que le impidan al
sistema reconocerse a sí mismo como una unidad. Esto es, que cumplen la función de estabilizar
una identidad del sistema a lo largo del tiempo. Precisamente ésta es la ‘función’ que Parsons

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reconoce como característica de los sistemas culturales: mantener una estabilidad simbólica
‘subyacente (latente)’, a pesar de los cambios ‘de superficie’ que pudieran sobrevenir.

Bien: hasta aquí hemos definido las cuatro funciones, y los cuatro sistemas de acción que se
derivan del predominio de cada uno. Ahora veremos cómo Parsons analiza el sistema social.

Lo primero que debemos decir es que Parsons analiza el sistema social del mismo modo que lo
hace con los otros tres: aplicando a cada uno de ellos el ‘paradigma de las cuatro funciones’. Esto
significa que cada uno de los sistemas de acción: el orgánico, el de la personalidad, el social o el
cultural, puede descomponerse en cuatro subsistemas, cada uno de los cuales debe desempeñar
alguna de las cuatro funciones (A, G, I, o L). Y cualquiera de esos cuatro subsistemas orgánicos,
personales, sociales o culturales, puede a su vez también ser analizado, aplicándole el paradigma
de las mismas cuatro funciones. Las cuatro funciones son, así, universales, y se aplican a todos
los niveles de análisis. Constituyen, pues, una estructura estable (la estructura de los sistemas
de acción). Es por ello, como ya dijimos, que el modelo parsoniano fue llamado modelo
‘estructural-funcionalista’.

Lo segundo que debemos mencionar -o mejor dicho, recordar de lo que ya hemos mencionado al
referirnos al ‘modelo tri-sistémico’– es que todo sistema social (desde una interacción simple,
pasando por grupos u organizaciones -‘subcolectividades’, los llama Parsons-, hasta una sociedad)
es una relación social ordenada, esto es, una institución. Si hemos de analizar un sistema social
cualquiera en sus componentes funcionales, debemos recordar que todos ellos -cuatro, en base al
análisis funcional parsoniano– consisten en sub-sistemas o componentes institucionales.

Lo tercero que debemos mencionar es que, si bien, como mencionamos recién, los ‘sistemas
sociales’ son muy variados (familias, comunidades, escuelas, empresas, universidades, partidos
políticos, iglesias, etc. etc.) Parsons escogerá como ejemplo para mostrar cómo se aplica el
‘esquema A.G.I.L.’ al análisis de un sistema social, el sistema más grande de todos, y que abarca
y contiene a todos los demás: esto es, una sociedad. Una ‘sociedad’ es un tipo de sistema social,
que posee un alto grado de autonomía funcional, ya que todos los demás le están subordinados a
su interior, y hacia fuera sólo se relaciona con otros sistemas de la misma jerarquía (es decir,
otras sociedades), y con los entornos de toda sociedad -personalidades, organismos, la

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naturaleza en su conjunto, y los patrones simbólicos culturales de la acción.

Sumando las dos últimas observaciones, veremos que el ejercicio que Parsons nos invita a hacer
consiste en analizar el sistema social ‘sociedad’ aplicando el paradigma de las cuatro funciones,
para determinar cuáles son sus subsistemas funcionales. Como estos serán a su vez sub-sistemas
sociales, ellos consistirán en distintos tipos de instituciones sociales. Por lo tanto, gracias al
‘esquema A.G.I.L.’ lo que haremos será clasificar los distintos tipos de instituciones sociales, de
acuerdo con la función que cumplen. Lo más básico que ya sabemos de antemano, es que, si los
sistemas sociales son conjuntos ordenados de relaciones sociales, la ‘sociedad’ es un tipo de
sistema social que consiste en el conjunto ordenado de todos los sistemas sociales: esto es, un
conjunto ordenado de instituciones. Los distintos tipos de instituciones se derivan
analíticamente de las cuatro funciones del ‘esquema AGIL’ parsoniano. Lo que significa que el
modelo de las cuatro funciones proporciona un criterio sistemático para clasificar los distintos
tipos de instituciones sociales.

Pues bien, una vez dicho esto, nos disponemos por fin a analizar el sistema social ‘sociedad’. El
resultado, en virtud de la aplicación del ‘esquema A.G.I.L.’, es el siguiente:

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El sistema social ‘sociedad’, al igual que todo sistema de acción, debe cumplir con funciones
adaptativas, de alcance de metas, integradoras, y de mantenimiento de los patrones que
preservan la identidad a pesar de los cambios de superficie (esto es, de un modo ‘latente’). A
medida que una sociedad se hace más compleja, estas cuatro funciones tienden a diferenciarse
cada vez más entre sí, dando lugar a instituciones especializadas en el cumplimiento de cada una.

Al pensar en las funciones ‘adaptativas’ de la sociedad, y las instituciones encargadas de darles


cumplimiento, debemos recordar qué significa ‘adaptación’. Vimos que con esta función se
designan las operaciones de intercambio de recursos, insumos y productos, entre el sistema y su
entorno, a fin de asegurar su existencia material. Si bien esto ya nos está indicando de qué tipo
de instituciones y subsistemas sociales se trata, para comprenderlo mejor deberíamos

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preguntarnos: ¿cuál es el entorno, o ambiente, de una sociedad? Esta pregunta tiene, no una,
sino dos respuestas. La primera: el entorno de la sociedad es lo que está afuera de la sociedad,
o de lo social. Esto es: lo que no es social. ¿Y qué es, en última instancia, aquello que no es social,
y ni siquiera ‘humano’ (del orden de la acción)? La respuesta es: la naturaleza (el ‘entorno físico’
del mundo social). Por lo que la función adaptativa de los sistemas sociales, y en particular de la
sociedad, consiste en el intercambio de recursos, insumos y productos, con la naturaleza, a fin de
que la sociedad pueda seguir existiendo. A esta actividad la denominamos ‘industria’, ‘trabajo’, o
‘producción’ (transformación de la naturaleza para satisfacer necesidades humanas), y, como
sabemos, la misma se halla mediada por la tecnología disponible.

La segunda respuesta, quizás más intuitiva, a cuál es el entorno de una sociedad, es: las otras
sociedades. Aquí, la adaptación de un sistema social consiste en sus relaciones de intercambio
con otros sistemas sociales; y en el caso de la sociedad, con otras sociedades. A este tipo de
actividades lo denominamos ‘comercio’.

El resultado de este análisis es que una sociedad debe desarrollar prácticas e instituciones que le
permitan intercambiar recursos, insumos y productos, tanto con la naturaleza (producción) como
con las otras sociedades (comercio). Se trata, claramente, de instituciones económicas, o de
un modo más completo, tecno-económicas. El subsistema económico de una sociedad
consiste, así, en el conjunto de prácticas, relaciones e instituciones que le permiten a una
sociedad cumplir con sus funciones adaptativas respecto de su entorno o ambiente, natural y
social.

Ahora bien: todo sistema de acción, incluyendo a los sistemas sociales, debe a su vez cumplir con
funciones de ‘realización de metas’, o ‘logro de fines’. También, por ende, una sociedad; y en
la medida que se trate de una sociedad cada vez más compleja y diferenciada, esto implica que la
misma desarrollará instituciones específicas para el cumplimiento de esta función. Al conjunto de
estas instituciones lo denominamos el ‘sub-sistema político’ de una sociedad, ya que el
mismo consiste en los mecanismos y procedimientos orientados a la toma de decisiones
colectivas, y al aseguramiento de su implementación. Esto implica tanto a las instituciones de
gobierno, como a la legislación, los tribunales de justicia, los organismos de seguridad, etc. etc.

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Al igual que todo sistema de acción, el sistema social sociedad requiere del mantenimiento o la
preservación de su identidad, a fin de que el mismo pueda reconocerse a sí mismo a lo largo
del tiempo, a pesar de los cambios. Toda sociedad posee por ello, además de instituciones
políticas y económicas, instituciones culturales, como las universidades y academias, las
iglesias, los museos, las bibliotecas, los teatros, etc.

Ahora bien, aquí debemos hacer una aclaración: el ‘sistema general de la acción’ posee cuatro
subsistemas, uno de los cuales se denomina ‘sistema cultural’ (los otros son, como sabemos: el
sistema orgánico-conductual; el sistema de la personalidad, y el sistema social). Pero, al
descomponer al sistema social ‘sociedad’ en sus subsistemas, nos encontramos con que el mismo
también tiene un ‘sub-sistema cultural’. ¿Qué diferencia hay entre los dos?

LA respuesta es muy sencillo: debemos recordar, además de la función que cumplen (que en
ambos casos es la misma), cuáles son sus componentes (lo que ya vimos, al estudiar el ‘modelo
tri-sistémico’). En el caso del sistema cultural de la acción, el mismo se compone de patrones
culturales (símbolos cognitivos, expresivos y evaluativos). En el caso del sistema social de la
acción, el mismo se compone de interacciones reguladas, o instituciones.

Gracias a esta diferencia, podremos responder fácilmente la siguiente pregunta: ¿las religiones
forma parte del sistema cultural, o del sistema social de la acción? La respuesta es: del sistema
cultural de la acción, pues consisten en un conjunto de representaciones y símbolos. Las que
forman parte del sistema social son las iglesias y sectas, ya que las mismas son instituciones.

Del mismo modo podemos decir: la ciencia no forma parte de la sociedad. Tampoco el arte. Ya
que ellos -al igual que las religiones- son ‘patrones culturales’, conjuntos ordenados de símbolos.
Lo que sí es un componente de la sociedad son las universidades e institutos de investigación
-instituciones científicas-, y los museos o teatros -instituciones culturales-. Todo esto se debe a
que la sociedad se compone de instituciones, no de símbolos (que forman parte del sistema
cultural).

Y, por último, nos queda por analizar una función: la de ‘integración’. Todos los sistemas
sociales se especializan en el cumplimiento de esta función, incluyendo obviamente a la sociedad.

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Pero, como todos también deben cumplir con las cuatro funciones, deben existir cierto tipo de
instituciones sociales que se especialicen en esta función: la de incorporar nuevos ‘elementos’ a la
sociedad, socializarlos, y convertirlos en miembros plenos de la misma; además de fomentar todo
tipo de vínculos asociativos. ¿Cuáles son estas instituciones? En principio, y para el caso de todas
las sociedades, las familias. En segundo lugar, y para el caso de la sociedad moderna, la escuela.
Ambas cumplen la función de integración para el caso de las nuevas generaciones que se
incorporan a la sociedad. Para el caso de los miembros adultos, finalmente, todo tipo de
instituciones que les permiten a los miembros de la sociedad, relacionarse y crear vínculos entre sí:
clubes de barrio, asociaciones diversas, grupos de todo tipo, por un lado; las normas e
instituciones jurídicas, por otro; y los medios de comunicación de masas -tan relevantes en las
sociedades modernas-; pero incluso instituciones que en principio parecen de otro tipo, como
parroquias, sindicatos, o partidos políticos, dado que, además de su función cultural, económica,
o política, les permiten a las personas ponerse en contacto unas con otras, y establecer lazos de
solidaridad.

A Parsons le costó en un principio darle un nombre conceptual a este ‘sub-sistema integrador’


de la sociedad (el ‘sub-sistema I del Sistema I de la acción’). Pero finalmente, en el último período
de su obra, lo bautizó con el nombre de ‘Comunidad Societal’. Y además dijo que el mismo
consiste en ‘el núcleo de la sociedad’, ya que dicha comunidad es la que establece las condiciones
de membrecía o pertenencia a la sociedad -esto es, las condiciones de ciudadanía-.
Parsons analizó los componentes de la ‘comunidad societal’, y estableció que son cuatro: una
colectividad, subdividida en diversos ‘roles’ ocupacionales, que se mantiene unida por un
sistema normativo común, compuesto por normas y valores. En una sociedad moderna como
la nuestra, la comunidad societal contiene múltiples ‘sub-colectividades’ con normas y valores
propios, pero que conviven bajo instituciones que aseguran el pluralismo cultural y una condición
de membrecía social y jurídica -esto es, de ‘ciudadanía’– común.

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IV
Para terminar, mencionaré brevemente tres argumentos del ‘último Parsons’:

El primero, relativo a lo que en su último modelo Parsons denominó la ‘jerarquía cibernética’


del control social, que consiste en reordenar a los cuatro sub-sistemas del sistema social, de
acuerdo con su mayor o menor grado de ‘información’ (esto es, a su carácter, más simbólico,
o más material). Según el principio de la jerarquía cibernética: “los sistemas con más
información controlan a los que tienen menos información”. De acuerdo con esto, en
última instancia el sistema cultural controla a todos los demás, porque es el que posee
más información (el que está ‘más alto’ en la jerarquía cibernética). Y, claramente, la economía no
puede controlar nada -ya que es ‘pura materia’ carente de información-. En todo caso, como
sistema social de acción, su ámbito de control es la naturaleza material (que carece
completamente de información). Pero el sistema económico no sólo no controla a ninguno de los
otros tres, sino que tiene que ser controlado por un sub-sistema que se encuentre por encima
suyo en la jerarquía cibernética: claramente, por el sistema político. El sistema político debe
controlar al sistema económico -y no a la inversa-. Pero, ¿y quién controla a la política? De
acuerdo con la jerarquía cibernética, la comunidad societal (la colectividad de todos los

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ciudadanos); que a su vez, como vimos, se halla controlada en última instancia, por sus propias
tradiciones culturales.

Pero a su vez Parsons propone una ‘contra-jerarquía’ cibernética, según el principio que dice
que: ‘los sistemas con menos información condicionan a los que tienen más
información’. Por lo tanto, la cultura, que lo controla todo, no condiciona nada. Ella se halla
condicionada por la comunidad, a fin de actualizar o realizar sus normas y valores; la comunidad
societal se halla a su vez condicionada por las decisiones políticas; y finalmente, el desarrollo
económico, tecnológico y material, es lo que condiciona las posibilidades históricas de todo lo
demás.

Segundo: un argumento que posteriormente habría de ser recuperado más tarde a fines del
siglo XX, es el que desarrolla Parsons con su teoría de los ‘medios de intercambio
generalizados’, o ‘lenguajes sistémicos’. Brevemente, el mismo sostiene que para que un
subsistema social pueda alcanzar un cierto grado de autonomía y autorregulación respecto del
conjunto de la sociedad, debe desarrollar un ‘lenguaje’ propio, apto para coordinar actividades
específicas. El ejemplo paradigmático es el dinero: éste es para Parsons un lenguaje, que sólo
transmite y comunica información económica (los precios de las transacciones), dejando afuera
del mismo todo aquello que no se pueda formular en forma de precios, o de dinero. La economía
moderna comienza a adquirir el grado de autonomía social y auto-regulación que la caracteriza,
cuando las operaciones económicas dejan de realizarse por medio del lenguaje común, y se
generaliza para las mismas el uso del dinero (surgimiento del mercado autorregulado).

Otro ejemplo que da Parsons es el del poder: para Parsons, el ‘poder’ es un lenguaje sistémico
que sólo transmite ‘órdenes’ por medio de la gramática del lenguaje jurídico y burocrático,
desarrollado en la modernidad. Este lenguaje es refractario a todo tipo de demanda, planteo, o
crítica que no pueda formularse en sus propios términos, por lo que proporciona al Estado
moderno un alto grado de autonomía respecto de la población -y de la cultura, la moral, la religión,
etc. etc.– en todo lo concerniente a la toma de decisiones colectivamente obligatorias.

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Y el último argumento del ‘último Parsons’, al que me quiero referir, es su teoría de la
evolución. La misma apunta a responder una de las grandes preguntas -y críticas– que se le
hacían a Parsons, relativa a su modelo explicativo del cambio social (ya que siempre se
consideró a su teoría una ‘teoría del orden’, que excluye el conflicto por privilegiar el ‘consenso
normativo’; y de sesgo ‘conservador’, dada la importancia que le da a la cultura y la ‘preservación
de la identidad’ del sistema).

Parsons, en sus últimos libros -de mediados de los ’60 y principios de los ’70 del siglo XX– elabora
una original teoría de la evolución social a gran escala, basada en la aplicación de su ‘esquema
A.G.I.L.’ de las cuatro funciones. Brevemente, funciona así:

 Todo cambio social tiene su origen en problemas adapatativos o materiales (A)


por parte de la sociedad -esto es, problemas tecnológicos o económicos-. La incapacidad
del sistema social para seguir operando en condiciones de restricción material, lo fuerzan
a buscar mecanismos de ‘incremento adaptativo’;
 Si el problema se relaciona con la adaptación y la escasez de medios materiales, la
solución vendrá por el lado de la ‘realización de metas’ (G). Por medio de un proceso
de ‘diferenciación funcional’ (la ‘división del trabajo social’ de Durkheim), esto es, por
medio de la progresiva especialización de las tareas, un sistema se vuelve cada vez más
capaz de resolver más problemas diferentes al mismo tiempo.
 Si el problema era de adaptación al entorno material, y la solución consiste en una
progresiva diferenciación institucional; esta misma solución ‘sistémica’ genera nuevos
problemas de integración en el plano de la comunidad: pues al surgir nuevas actividades
y ‘funciones’ sociales, surgen nuevos grupos e identidades sociales, diferenciadas y
especializadas en nuevas actividades igualmente importantes. Estos nuevos grupos
relevantes requieren de un aseguramiento de las condiciones de membrecía o pertenencia
a una comunidad societal ampliada y más compleja. A este problema de los derechos de
ciudadanía (política, económica, social) lo conocemos como problema de la inclusión (I).
 La resolución del problema de la inclusión social requiere, entre otras cosas, de cambios
culturales (L) que permitan ampliar los criterios de la membrecía social. Se trata del
pasaje de criterios particularistas a universalistas en lo relativo al significado de los valores.

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A este proceso cultural Parsons lo denomina ‘generalización de los valores’.

Como se puede apreciar, el modelo de las cuatro funciones se reveló altamente productivo para
Parsons, a la hora de abordar el problema del cambio, lsus vínculos con os problemas de
subsistencia material, y la evolución societal. Con estos últimos argumentos concluimos esta clase
que pretendió dar cuenta de los principales argumentos del primer proyecto de integración y
sistematización de todo el campo de la teoría sociológica heredera de la tradición clásica, de
mediados del siglo XX.

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