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valores de la familia
Esta semana, un presidente de
derecha anunció su apoyo al
matrimonio igualitario. Lo que hace
algunos años hubiera sido
impensable, hoy es inevitable.
Es que este no tiene por qué ser un asunto de izquierdas contra derechas. La
primera vez que el matrimonio igualitario fue propuesto en la portada de un medio
tradicional fue en 1989, cuando Andrew Sullivan, un entusiasta partidario de
Ronald Reagan y Margaret Thatcher, escribió “un argumento conservador por el
matrimonio gay”, en The New Republic.
Así ocurrió con la igualdad de derechos para todos los niños, la ley de divorcio, el
fin de la censura y el aborto en tres causales. Una amplia mayoría ciudadana
respaldaba esas reformas, contra una minoría agazapada en su poder de veto.
Hasta que la marea fue incontenible, el dique se rompió, y Chile pudo avanzar.
Algunos sostienen que “el matrimonio es entre un hombre y una mujer”, lo que es
una constatación, no un argumento para mantener esa discriminación, que ya fue
abolida en prácticamente todos los países democráticos y desarrollados que
miramos como ejemplos a seguir.
Otros dicen que “el matrimonio siempre ha sido entre hombre y mujer”. Eso es
inexacto: hay múltiples evidencias de uniones entre personas del mismo sexo en
la Europa precristiana, la antigua China, los bucaneros (el “matelotage”) y otras
sociedades. Y si es por mantener tradiciones de larga data, ¿tendríamos que
haber seguido prohibiendo los matrimonios entre personas de distinta raza o
diferente religión? ¿O permitiendo que hombres adultos se casen con niñas?
Otros afirman tener “la firme convicción” de que el matrimonio debe reservarse a
heterosexuales. Pero tener una convicción no permite coartar los derechos de
otros. Dicho en simple: si tiene esa “firme convicción”, entonces no se case con
una persona del mismo sexo.