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El Dios pródigo

Recuperando el centro de la fe cristiana


Timothy Keller

Traducido por
Pablo Augusto Molina Pérez

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Licenciado en Lingüística Aplicada a la Traducción, y Traductor de inglés y japonés al español

Índice de contenidos

Introducción

La Parábola

Capítulo 1

La gente alrededor de Jesús: “Todos se juntaban alrededor de él para oírlo”.


Dos tipos de personas
Porqué a la gente le gusta Jesús pero no la Iglesia

Capítulo 2

Los dos hijos perdidos:


“Un hombre tenía dos hijos”
El hijo menor perdido
El plan del hijo menor
El hijo mayor perdido

Capítulo 3

Redefiniendo el pecado:
“Cuántos años te he servido”
Dos formas de hallar la felicidad
Dos hijos perdidos
Un entendimiento más profundo del pecado
Ambos equivocados, ambos amados

Capítulo 4

Redefiniendo la perdición.
“Indignado, el hermano mayor se negó a entrar”
Superioridad e ira
Servilismo y futilidad
¿Quién necesita saberlo?

Capítulo 5

El verdadero hermano mayor:


“Hijo mío, todo lo que tengo es tuyo”
Qué necesitamos
A quién necesitamos

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Capítulo 6

Redefiniendo la esperanza:
“Se fue a un país lejano”
Nuestro anhelo de volver a casa
La nostalgia del hogar
La fiesta al final de la historia

Capítulo 7

La fiesta hecha por el padre:


“Oyó la música del baile”
La salvación es experiencial
La salvación es material
La salvación es personal
La salvación es pública
La fiesta de Babette

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Introducción

La intención de este breve libro es exponer los puntos esenciales del mensaje cristiano,
es decir, el Evangelio, por lo cual sirve como introducción a la fe cristiana a quienes no
están familiarizados con sus enseñanzas o a quienes se han alejado de ellas por algún
tiempo.
Sin embargo, este volumen no es sólo para buscadores, pues muchos creyentes que han
sido cristianos por largo tiempo creen que entienden bastante bien los fundamentos de la
fe cristiana, sin pensar que necesitan de un manual. No obstante, una de las señales de
que, tal vez, usted no comprende la naturaleza radical y única del Evangelio es que esté
seguro de que lo haga.
A veces, los que por mucho tiempo han sido miembros de la iglesia se encuentran tan
golpeados y trastornados por una nueva visión acerca del mensaje cristiano que tienen la
impresión de que han sido esencialmente “reconvertidos”. Entonces, este libro fue
escrito para los curiosos no afiliados y para los afiliados establecidos de la fe. A estos
últimos, Jesús los llama “hermanos menores” y a los otros los llama “hermanos
mayores” en la famosa parábola del Hijo Pródigo.
Además, vuelvo a esta narración familiar, hallada en el capitulo quince del Evangelio
según San Lucas, a fin de llegar al corazón de la fe cristiana. Por su parte, el argumento
y los dramatis personae[1] son muy sencillos: Primero, un padre tenía dos hijos. El
menor le pidió su parte de la herencia, la recibió, y poco tiempo después se fue a un país
lejano, donde malgastó todo en placeres sensuales y frívolos. Después, regresó
arrepentido al hogar y, para su sorpresa, su padre lo recibió con los brazos abiertos, lo
cual alienó y enfureció muchísimo al hermano mayor. Al final, la historia termina con el
padre rogando a su primogénito a que se una a la fiesta, en la bienvenida y en el perdón
dado a su hermano menor.
Aparentemente, la narración no es todo lo que cautiva. Pese a ello, creo que si
comparamos la enseñanza de Jesús con un lago, esta famosa parábola sería uno de los
lugares donde podremos ver todo hasta el fondo.
Por otro lado, se han escrito muchos y excelentes estudios sobre este texto bíblico
durante los últimos años, pero la base para mi entendimiento acerca de él fue un sermón
que oí hace más de treinta años atrás predicado por el doctor Edmund P. Clowney.
Mi forma de percibir el cristianismo cambió al escucharlo, y al pasar los años, he vuelto
frecuentemente a enseñar y a aconsejar partiendo de esta parábola. Como resultado, he
visto a personas más animadas, más iluminadas, y más ayudadas gracias a este pasaje
que a cualquier otro, cuando explicaba su verdadero significado.
Una vez viajé en altamar y pronuncié este sermón por medio de un intérprete; tiempo
después que el traductor lo escribiera para decírmelo, se había dado cuenta que la
parábola era como una flecha clavada en su corazón mientras lo predicaba, y después de
un tiempo de lucha y reflexión, aquello lo condujo a la fe en Cristo.
Además, muchos otros me han contado que el relato narrado por Cristo salvó su fe, su
matrimonio, y en algunos casos, literalmente su vida, una vez que llegaron a entenderlo.
En los primeros cinco capítulos, revelaré el significado básico de la parábola; en el
capítulo 6, demostraré cuanto nos ayuda este relato a entender la Biblia como un todo; y
en el capítulo 7, señalaré como actúa su enseñanza en la forma en que vivimos en el
mundo.
Sin embargo, no usaré el nombre más común para esta parábola: “La parábola del hijo
pródigo”, de modo que no es correcto escoger a uno de los hijos como el único centro

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de la historia; E incluso el mismo Jesús no la llama así, sino que la empieza diciendo:
“un padre tenía dos hijos”. Así que, la narración es tanto acerca del hermano mayor
como del menor, y tanto del padre como de los hijos. Y bien podría nombrarse “La
parábola de los dos hijos perdidos”
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pródigo no significa
díscolo, voluntarioso, desobediente o descarriado, sino que “desperdicia su hacienda en
gastos inútiles y vanos, sin medida, orden ni razón”. En otras palabras, es gastar todo lo
que se tiene hasta quedarse sin nada. Por tanto, es tan apropiada dentro de la historia
esta expresión para describir tanto al padre como a su hijo menor. Así, la bienvenida
que el padre le da al hijo arrepentido fue, literalmente, imprudente, puesto que se negó a
tomarle en cuenta su pecado o a exigirle una retribución. Esta respuesta ofendió al hijo
mayor y, probablemente, a la mayoría de la comunidad local.
En este relato, el padre representa al Padre Celestial, de quien Jesús enseña muy bien. A
esto, San Pablo escribe lo siguiente: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo, no tomándoles en cuenta sus pecados” (2º Corintios 5:19, Versión Reina
Valera Revisión del año1995). Aquí, Jesús nos muestra al Dios del gran gasto, el que
no es nada si no es pródigo para con sus hijos, siendo nuestra esperanza la temeraria
gracia de Dios, una experiencia de vida que cambia y el tema de este libro.

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La parábola
Lucas 15:1-3,11-32

(Basado en la Nueva Versión Internacional, con algunos versículos traducidos por el


autor)

1 Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo, 2 de


modo que los fariseos y los intérpretes de la Ley se pusieron a murmurar: “Este hombre
recibe a los pecadores y come con ellos”. 3 Él entonces les contó esta parábola…
11 «Un hombre tenía dos hijos—continuo Jesús—12 El menor de ellos le dijo a su
padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia”. Así que el padre repartió sus bienes
entre los dos.13 Poco después, el hijo menor reunió todo lo que tenía, y se fue a un país
lejano; allí vivió desenfrenadamente, y malgastó su herencia. 14 Cuando había gastado
todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. 15
Entonces fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mando a sus
campos a cuidar cerdos. 16 Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el
estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. 17 Por
fin recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo
aquí me muero de hambre! 18 Tengo que volver a mi padre y decirle: “Papá, he pecado
contra el cielo y contra ti, 19 ya no merezco que me llames tu hijo; trátame como a uno
de tus jornaleros”.20 Entonces emprendió el viaje y se fue a su padre.
Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su
encuentro, lo abrazó y lo beso. 21El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y
contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”.
22 Pero el padre dijo ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan el mejor vestido para
vestirlo. Pónganle también un anillo en su dedo y sandalias en sus pies.23 Traigan el
ternero gordo y mátenlo para celebrar un banquete. 24 Porque este hijo mío estaba
muerto, pero ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así
que empezaron a hacer fiesta.
25 Mientras tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercó a la
casa, oyó la música del baile. 26 Entonces llamó a uno de los siervos y le preguntó qué
pasaba.
27 “Ha llegado tu hermano—le respondió—y tu papá ha matado el ternero más gordo
porque lo ha recobrado sano y salvo”.
28 Indignado, el hermano mayor se rehusó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle
que lo hiciera. 29 Pero él le contestó: “¡Fíjate cuantos años te he servido sin
desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con
mis amigos! 30 ¡Pero ahora viene ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con
prostitutas, y tú mandas a matar el ternero gordo en su honor!”
31 “Hijo mío—dijo el padre—tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. 32
Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto,
pero ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”».

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1

La gente que se junta alrededor de Jesús


“Se juntaban para oírlo”

Dos tipos de personas

La mayoría de las interpretaciones de esta parábola se han concentrado en la ida y el


retorno del hermano menor—el “hijo pródigo”, lo que, sin embargo, hace que se pierda
el verdadero mensaje de la historia, pues hay dos hermanos, quienes representan dos
formas distintas de alejarse de Dios, y dos formas distintas de buscar aceptación en el
Reino de los Cielos.
Es de extrema importancia que advirtamos el contexto histórico que provee el autor para
la enseñanza de Cristo. En los primeros dos versículos del capítulo, Lucas relata que
había dos grupos de personas que habían llegado a escucharlo.
Primero, estaban los “cobradores de impuestos y pecadores”. Éstos, hombres y mujeres,
corresponden al hermano menor. No observaban las leyes morales establecidas por la
Biblia, ni las reglas de pureza ceremonial seguidas por los judíos religiosos, por lo tanto,
llevaban una “vida desenfrenada”; y como el hermano menor, “dejaron el hogar” al
abandonar la moralidad tradicional de sus familias y de la sociedad respetable.
El segundo grupo de oyentes era el de los “fariseos e intérpretes de la Ley”, quienes
eran representados por el hermano mayor. Por su parte, éstos se aferraban a la moralidad
tradicional de sus antepasados, estudiaban y obedecían las Escrituras, adoraban a Dios
con fidelidad y oraban constantemente.
Con gran economía, Lucas nos muestra la diferente manera en la que ambos grupos
responden a Jesús. El presente progresivo del verbo griego traducido “se juntaban”, da a
entender que la atracción de los hermanos menores hacia Nuestro Señor era un patrón
constante en su ministerio, lo que explica que continuamente se juntaran en torno a él,
confundiendo y enojando tanto a los religiosos como a los moralistas. El evangelista
resume la queja de éstos de la siguiente manera: “Este hombre recibe a los pecadores y
come con ellos”. No obstante, en el Antiguo Cercano Oriente, sentarse y comer con
alguien era una muestra de aceptación.
Entonces, lo que ellos decían, era: ¿Cómo se atreve Jesús a alcanzar a pecadores como
ése? ¡Esa gente nunca viene a nuestros servicios! ¡No podía declararles la verdad como
lo hacemos nosotros! ¡Sólo les dirá lo que ellos quieren oír!
Por lo tanto ¿A quién va dirigida, en esta parábola, la enseñanza de Jesús? Al segundo
grupo, a los fariseos e intérpretes de la ley; de modo que él comienza a relatar esta
parábola en respuesta a su actitud. Así que, la parábola de los dos hijos echa una larga
mirada al alma del hermano mayor, culminando con una poderosa petición para que
cambie de opinión.
A través de los siglos, al enseñarse este texto en la iglesia o en los programas de
educación religiosa, el enfoque casi exclusivo ha sido sobre la forma en que el padre
recibe libremente a su arrepentido hijo menor.

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Cuando escuché por primera vez esta parábola, me imaginaba los ojos de los oyentes
originales que derramaban lágrimas mientras se enteraban de cómo Dios los amaría y
los recibiría siempre, no importando lo que hubieran hecho.
Sin embargo, si hacemos aquello, le damos un carácter sentimental, pues los objetivos
de esta historia no son los “pecadores descarriados”, sino los religiosos que hacen todo
lo que la Biblia exige.
Ni siquiera Jesús está argumentando con los inmorales no afiliados o con morales
afiliados, sino que desea mostrarles su ceguera, estrechez, y auto justicia, y como está
destruyéndoles este tipo de cosas su alma y la vida de los que se hallan a su alrededor.
Por lo cual, es un error, entonces, pensar que él cuenta esta historia con el fin de
asegurar, básicamente, su amor incondicional a los hermanos menores.
No, los oyentes originales no estaban deshechos en lágrimas debido a este relato, sino
más bien, estaban asombrados, ofendidos, e irritados. De manera que su propósito no
era entusiasmar nuestros corazones, sino despedazar nuestras categorías.
Mediante esta parábola, Nuestro Señor desafía lo que casi todos alguna vez han pensado
acerca de Dios, del pecado, y de la salvación, revelando el destructivo egocentrismo del
hermano menor, pero condenando a la vez, en los términos más duros, la vida moralista
del hermano mayor. Además, dice que tanto los religiosos como los no religiosos están
espiritualmente perdidos, que ambas formas de vidas son un callejón sin salida, y que ha
estado equivocado todo pensamiento que ha tenido la raza humana en cuanto a como
relacionarse con Dios.

Por qué a la gente le gusta Jesús, pero no la Iglesia

Tanto los hermanos mayores como los hermanos menores se encuentran hoy con
nosotros en la misma sociedad y, a menudo, en la misma familia.
Frecuentemente, el hermano mayor dentro de una familia es el que agrada a los padres,
es el responsable, y es quien obedece a los estándares impuestos por ellos. En cambio,
el hermano menor tiende a ser el rebelde, el espíritu libre que prefiere la compañía y la
admiración de los pares; el primer hijo crece, toma un trabajo convencional, y se
establece cerca de papa y mama, en tanto que el hermano más joven se va a vivir en los
vecindarios despreciables de Nueva York y Los Ángeles.
En épocas más recientes, estas diferencias naturales de temperamento se han acentuado,
y a principios del siglo XIX, la industrialización dio origen a una nueva clase media, la
burguesa, la cual buscaba legitimidad por medio de una ética de trabajo duro y de
rectitud moral. Pero en respuesta a la percibida hipocresía y rigidez de esta clase social,
surgieron comunidades de bohemios, desde el París de Henri Murger en la década de
1840 hasta el grupo Bloomsbury de Londres, los Beats de Greenwich Village, y las
escenas de indie-rock de hoy.
Los bohemios hacen énfasis en la libertad de las convenciones y en la autonomía
personal.
Hasta cierto grado, las tan llamadas guerras culturales están terminando estos
temperamentos e impulsos en conflicto dentro de la sociedad actual; además, cada vez
más personas en el día de hoy se consideran no religiosas, o incluso, antirreligiosas; y
creen que los asuntos morales son altamente complejos, y sospechan de cualquier
individuo o institución que se atribuya autoridad moral sobre la vida de los demás.
A pesar del (o quizás, debido al) surgimiento de esta mentalidad secular, hay también un
considerable desarrollo dentro de los movimientos conservadores y ortodoxos; y

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alarmados por lo que advierten como un asalto del relativismo moral, muchos se han
organizado para “desdecirse de la cultura”, y como lo hacían los fariseos, considerar
como sombrío el punto de vista de los “hermanos menores”
Entonces, ¿De parte de quién está Jesús? En El Señor de los anillos, cuando los hobbits
le preguntan al anciano Bárbol de parte de quien estaba él, les responde: “de ninguno en
absoluto, porque nadie está del todo de mi parte… [Pero] hay, por supuesto, cosas de
cuyo lado no estoy en absoluto”. La respuesta de Jesús a esta pregunta, a través de la
parábola, es similar. Él no está del lado de los no religiosos ni de los religiosos, sino que
singulariza el moralismo religioso como una condición espiritual particularmente
muerta.
Es difícil para nosotros llevar a cabo esto actualmente, pero cuando el cristianismo
surgió en el mundo, no era llamado una religión, sino más bien la no-religión.
Imagínese a los vecinos de los primeros cristianos preguntándoles acerca de su fe. Ellos
preguntarían: “¿Dónde está su templo? En respuesta, los cristianos dirían que no
tendrían. “Pero ¿Cómo podría ser eso? ¿Dónde trabajan los sacerdotes de ustedes?”. Los
mismos cristianos habrían respondido que ellos no tendrían sacerdotes. “Pero…pero”,
los vecinos habrían preguntado voluble e irritadamente: “¿Dónde se realizan los
sacrificios para agradar a sus dioses?”. Los cristianos habrían dado como respuesta que
ya no harían sacrificios, pues el mismo Señor era el templo para cesaran todos los
templos, el sacerdote para que terminaran todos los sacerdotes, y el sacrificio para que
concluyeran todos los sacrificios.
Nadie había escuchado algo parecido a esto, de modo que los romanos los llamaron
“ateos”, pues lo que estaban diciendo los seguidores de Cristo acerca de la realidad
espiritual era único y no podía clasificarse con las otras religiones del mundo. En
consecuencia, esta parábola explica el porqué estaban absolutamente ciertos al
señalarlos como ateos.
Lo irónico de este asunto no debiera perderse en nosotros, manteniéndose tal como lo
hacemos en medio de las guerras de la cultura modera. Además, para la mayoría de la
gente, el cristianismo es tanto religión como moralismo, siendo la única alternativa para
ello (aparte de alguna otra religión mundial) el secularismo pluralista. Pero no fue así
desde el principio. El cristianismo fue reconocido como tertium quid, es decir, algo
exclusivamente distinto.
Sin embargo, el punto crucial es ese, en términos generales, que Jesús ofendía a los
religiosamente observantes, pero los que eran apartados de la observancia religiosa y
moral estaban intrigados y eran atraídos hacia él, lo cual vemos a través de los relatos
sobre la vida del Hijo de Dios en el Nuevo Testamento; y en todos los casos en que se
encuentra con un religioso y un paria sexual (tal como en Lucas 7), o con un religioso y
un paria racial (tal como en Juan 3 y 4), o con un religioso y un paria político (tal como
en Lucas 19), el paria es el que se relaciona con él, pero no así el tipo de hermano
mayor. A esto, Jesús dice a los respetables líderes religiosos: “los recaudadores de
impuestos y las prostitutas van delante de ustedes al Reino de los Cielos” (Mateo
21:31).
Así que, su enseñanza atraía consistentemente a los no religiosos, al mismo tiempo que
ofendía a los religiosos de su tiempo creyentes en la Biblia. No obstante, en la mayor
parte de los casos, nuestras iglesias en la actualidad no ejercen este efecto. La razón es
que el tipo de no afiliados a los que Jesús atraía no lo son a las iglesias contemporáneas,
ni siquiera a las más vanguardistas de las nuestras. Por el contrario, nuestra tendencia es
a mostrarnos como conservadores, muy extremistas y moralistas.
Los licenciosos y los no convencionales, o los quebrantados y marginales evitan la
iglesia, lo que solo puede significar una cosa: si la predicación de nuestros pastores y la

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práctica de nuestros miembros no tienen sobre la gente el mismo efecto ejercía Jesús,
entonces no estaremos declarando el mismo mensaje que él hablaba; y si nuestras
iglesias no están apelando a los hermanos menores, estarán más llenas de hermanos
mayores de lo que nos gustaría pensar.

Los dos hijos perdidos


“Un hombre tenía dos hijos”

El hermano menor perdido

La historia relatada por Jesús podría ser llamada, en mejores términos, la Parábola de
los dos hijos perdidos. Es de por sí un drama dividido en dos actos: el acto uno lleva el
título de “El hermano menor perdido”, y el acto dos, “El hermano mayor perdido”.
El acto uno empieza con una petición breve pero chocante: el hijo menor viene a su
padre y le dice ‘Dame la parte que me toca de la herencia’. Los oyentes originales se
habrían sorprendidos por semejante petición, y no que hubiera algo erróneo en las
expectativas del hijo con respecto a una parte de la riqueza de la familia, pues en
aquellos días, cuando el padre moría, el hijo mayor recibía una doble porción de lo que
los otros hijos heredaban; y si el padre poseía dos herederos, el mayor recibía dos
tercios de la herencia, y el menor, un tercio de ella.
Sin embargo, la partición de la herencia se producía solamente cuando el padre moría.
En este sentido, el hijo menor pedía ahora su parte, lo cual era un signo de verdadera
falta de respeto, pues al pedir esto mientras el padre aún viviera era lo mismo que
desearle la muerte. En esencia, el hijo menor estaba diciendo que quería las cosas de su
padre pero no a él. De manera que la relación con su padre ha sido un medio para llegar
a gozar sus riquezas, estando ya cansado de dicha relación. Lo que quiere es salir, y
ahora dice “Dame lo que es mío”.
La respuesta del padre es aun más sorprendente que la petición formulada. Esta
sociedad era intensamente patriarcal, donde las abundantísimas expresiones de respeto
y de deferencia hacia los mayores, y en particular, hacia los propios padres eran de
suma importancia.
En consecuencia, se esperaba que un tradicional padre de familia del Oriente Medio
respondiera excluyendo de la familia al hijo no dándole nada sino golpes; pero este
padre no hace nada parecido, sino que sencillamente “dividió su herencia entre ellos”.
Para entender el significado de esta palabra, debiéramos notar que el vocablo griego
traducido como “herencia” es bios, que quiere decir “vida”.
Por otra parte, podría haberse usado una palabra más concreta para denotar capital, pero
no fue así. ¿Cuál es la razón?
La riqueza de este padre se habría encontrado fundamentalmente en bienes raíces, y
para obtener una tercera parte de su valor en ganancias netas, habría tenido que vender
una gran parte de sus propiedades. No obstante, en nuestra cultura móvil y urbana, no
comprendemos la relación de la gente de generaciones anteriores con su tierra.
Consideremos la línea en el tema musical Oklahoma, compuesto por Rodgers y
Hammerstein: “¡Oh, sabemos que pertenecemos a la tierra, y la tierra a la que

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pertenecemos es grande!”. Fijémonos en que no dice que la tierra pertenece a ellos, sino
más bien, que ellos le pertenecen, lo cual resume exactamente como estaban unidas en
el pasado las identidades de la gente con su lugar, en otras palabras, su tierra. Así que,
perder parte de la tierra era perder parte de uno y de una parte importante de la
permanencia dentro de la comunidad.
Además, hemos sabido historias de exitosos y poderosos CEOs, tanto hombres como
mujeres, que desperdician sus carreras con el fin de atender a un niño lisiado y
necesitado. Y bien, mientras no haya un paralelo exacto, esto es lo que hace el padre.
Entonces, este hermano menor, esta pidiéndole a su padre que deshaga su vida, y eso es
lo que él hace.
Buena parte de los que oían a Jesús jamás habrían visto que un patriarca del Medio
Oriente respondiera de la misma forma que éste, ya que el padre soporta pacientemente
una tremenda perdida de honor, así como el dolor que viene de un amor rechazado. Pero
nosotros, de ordinario, cuando nuestro es rechazado, nos enojamos, tomamos
represalias, y hacemos lo que podemos de nuestro lado para disminuir el afecto hacia la
persona que lo rechaza, para que así no nos hiera demasiado. Con todo, este padre
mantiene su afecto hacia su hijo y soporta la agonía.

El plan del hermano menor

Vayamos a la escena dos del acto uno. El hijo se va a “un país lejano” y malgasta todo
lo que tiene a través de un estilo de vida sin control. Y al estar en el barro junto con los
cerdos, “recapacita” e idea un plan. En primer lugar, se dice a sí mismo que volverá a su
padre admitiendo que se ha equivocado y que ha perdido el derecho de ser su hijo. Pero
en segundo lugar, tiene la intención de pedirle que lo “lo trate como si fuera uno de sus
jornaleros”.
Esto es una petición muy específica. Los siervos trabajaban en la propiedad y vivían
allí, pero el concepto de jornaleros se aplicaba a diferentes tipos de empleados de
tiendas, personas que desempeñaban oficios y artesanos que vivían en las aldeas locales
y ganaban un salario.
Sobre este asunto, muchos comentaristas sostienen que la estrategia del hijo en cuestión
se orientaba a algo semejante, puesto que el hijo menor había deshonrado a la familia y,
por ende, a toda la comunidad. Así, tal como su padre lo describe, “estaba muerto” para
ellos.
En relación con el tema, los rabinos enseñaban que no era suficiente una apología si se
violaban las normas exigidas por la comunidad, sino que debía hacerse una restitución.
De modo que el hijo tiene la intención de decir: “Papá, no tengo el derecho de volver a
la familia, pero si me recibes como aprendiz de uno de tus jornaleros para que así
aprenda un oficio y gane un salario, al menos podré empezar a pagar mi deuda”. Ese era
su plan.
Y bien, al estar en la pocilga, el hijo menor ensaya su discurso; y cuando piensa que está
listo para la confrontación, recobra el ánimo y emprende el viaje de regreso a casa.
Llegamos a la dramática y final tercera escena del acto uno. El hermano menor llega a
la vista de la casa. Como resultado, su padre le ve y corre ¡Corre hacia él!
Por regla general, los distinguidos patriarcas del Medio Oriente no corrían. Tal vez, las
mujeres y los hombres jóvenes lo hacían, pero no los paterfamilias, quienes constituían
el pilar dignificado de la comunidad y el dueño de la gran propiedad. El no levantaría
sus vestidos y descubrir sus piernas como un niño. Sin embargo, este padre lo hace.

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Corre hacia su hijo, mostrando abiertamente sus emociones, echándose sobre él y
besándolo.
De seguro, esto casi habría tomado por sorpresa al hermano menor, quien al quedarse
atónito, intenta mostrar su plan de negocios para la restitución. Pese a ello, su padre lo
interrumpe, no solo ignorando su ensayado discurso, sino contradiciéndolo directamente
al decir: “¡Rápido! Traigan el mejor vestido para vestirlo”. De verdad, ¿Qué está
diciendo?
El mejor vestido de la casa habría sido el propio vestido del padre, signo inequívoco de
la posición restaurada dentro de la familia. Lo que el padre dice es: "No voy a esperar
hasta que pagues la deuda, ni hasta que te hayas humillado debidamente. Tampoco vas a
ganarte el camino de regreso a la familia, sino que simplemente voy a tomarte de nuevo.
Cubriré tu desnudez, tu pobreza y tus andrajos con la ropa de mi honor y de mi oficio”.
Ordena luego a sus siervos a que preparen una fiesta de celebración, con el “ternero
engordado” como el plato principal.
En aquella sociedad, la mayoría de las comidas no incluían carne, la cual se consideraba
una delicia de por sí cara, por lo que se reservaba para fiestas y ocasiones especiales,
aunque ninguna carne tenía un precio más elevado que el ternero engordado. Entonces,
dar una fiesta como esa habría sido algo que ocurriría sólo en las situaciones menos
usuales, y en las que, probablemente, se invitaría a toda la comunidad. Además, se
decían rápidamente algunas palabras, y luego había toda una fiesta llevándose a cabo,
con música y baile, todo ello para celebrar la restauración del hijo menor a la vida, a la
familia, y a la comunidad.
¡Qué escena! El padre debe tratar, sin embargo, con la condición espiritual mucho más
complicada y más venenosa del hermano mayor en el acto dos, aunque el acto uno ya
desafía la estructura mental de los hermanos mayores con un sorprendente mensaje: el
amor y el perdón de Dios pueden perdonar cualquier y todo tipo de error o de pecado.
No importa lo que uno sea o lo que haya hecho, tampoco importa si se ha oprimido
deliberadamente a personas o si se ha cometido homicidio, o incluso cuanto es lo que
haya abusado uno de por sí.
Por otra parte, el hermano menor sabía que en la casa de su padre había "comida de
sobra", pero también descubrió que había gracia de sobra. No hay, entonces, maldad que
el amor del padre no pueda perdonar y cubrir, ni pecado que sea un digno rival para su
gracia.
Así que, el acto uno demuestra la enorme prodigalidad de la gracia de Dios. De manera
que Jesús muestra al padre abalanzándose en amor sobre su hijo, no sólo antes de que
éste tenga una oportunidad de limpiar su vida y dar evidencias de un cambio de
mentalidad sino incluso antes de que pueda pronunciar su discurso de arrepentimiento,
lo que nos dice que nada, ni siquiera una abyecta contrición, merece el favor de Dios.
Como lección, el amor y la aceptación del Padre son absolutamente gratis.
Sin embargo, a pesar de toda su belleza, el acto uno no podrá ser único, ya que hay
comentaristas que, al enfocarse exclusivamente en él, concluyen que esta parábola
contradice la doctrina tradicional cristiana. Ellos dicen “Miren, no se menciona la
expiación por el pecado, ni hay necesidad de un salvador en la cruz que pague por el
pecado. Dios, es un Dios de amor universal que, sin condiciones, acepta a todos, sin
importar qué.”
Si ese fuera el mensaje, Jesús habría terminado ahí la narración. Pero no lo hizo, porque
no es así. Y mientras el acto uno nos muestra la libertad con que obra la gracia de Dios,
el acto dos nos muestra el alto costo de la misma y el verdadero clímax de la historia.

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El hermano mayor perdido

Cuando el hermano mayor se entera por medio de los siervos que su hermano menor ha
retornado y que ha sido reintegrado por su padre, se enfurece. Este es, ahora, su turno
para deshonrar al padre.
Se niega a entrar a lo que es tal vez el evento y la fiesta más grande que su padre haya
hecho, quedándose afuera y emitiendo públicamente un voto de no confianza en las
acciones emprendidas por él. Esto obliga a que el padre salga para hablar con su hijo
mayor, algo degradante cuando se es el dueño de la hacienda y el anfitrión de una gran
fiesta, para luego empezar a rogarle a que entre. No obstante, el hijo mayor sigue
negándose.
¿Por qué esta tan furioso el hijo mayor? De hecho, está particularmente molesto por el
costo de todo lo que está pasando. Entonces, dice: “Nunca me has dado siquiera un
cabrito para celebrar ¿Cómo te atreves a darle el ternero?”. A esto, el ternero engordado
es, sin embargo, un símbolo, pues lo que ha hecho el padre posee un costo mayor; y al
reincorporar al hermano menor dentro de la familia, lo ha vuelto a ser su heredero con el
consiguiente derecho a un tercio de la riqueza familiar (aunque ahora muy reducida).
Esto es, según el hermano mayor, algo deshonesto y excesivo, a lo cual añade: “Me he
matado trabajando y he ganado lo que he obtenido, pero mi hermano no ha hecho nada
para ganar algo, sino que es digno de la expulsión ¡y aún así le prodigas riquezas!
¿Dónde está lo justo?”. Esa es la razón por la que él se refiere a sus antecedentes. Y
agrega: “¡Jamás te he desobedecido! ¡Así que tengo derechos y merezco que se me
consulte acerca de esto! No tienes ningún derecho a tomar unilateralmente estas
decisiones.”
De este modo, la furia del hermano mayor lo lleva a insultar cada vez más a su padre, y
se rehúsa a dirigirse a él dentro de las elaboradas normas de respeto que, en esa cultura,
los inferiores les deben a los superiores. Por lo cual, no le dice “estimado padre”, sino
simplemente, “¡Mira!”, cuyo equivalente es “¡Mira tú!”.
Dentro de una cultura donde el respeto y la deferencia a los mayores eran sumamente
importantes, semejante comportamiento es ultrajante. Y quizás, un equivalente actual
sea un hijo que escriba una biografía explicita que destruya tanto la carrera como la
reputación de su padre.
Finalmente, llegamos al desenlace. ¿Cómo responderá el padre a la abierta rebelión de
su hijo? ¿Qué hará en tal caso? Como respuesta a estas preguntas, diremos que un
hombre de ese tiempo repudiaría en el acto a su hijo. En cambio, este padre responde
nuevamente con admirable ternura y empieza diciendo: “Hijo mío, a pesar de que me
hayas insultado públicamente, aun te quiero en la fiesta. No voy a repudiar a tu
hermano, ni tampoco quiero hacerlo contigo. Te desafío, entonces, a que te tragues el
orgullo y entres a celebrar. Bien, la elección es tuya. ¿Vienes o no?” Esto se convierte
en un llamado inesperadamente gracioso y dramático.
Los oyentes están en el borde de sus asientos. Luego, ¿Se reunirá, al fin, la familia en
amor y en unidad? ¿Se reconciliarán los hermanos? y ¿Se suavizará el hermano mayor
por medio de este extraordinario ofrecimiento y se reconciliará con su padre?
¡Perola historia termina justo cuando estos pensamientos pasan por nuestra mente! ¿Por
qué no la finaliza Jesús para decirnos a continuación lo que sucedió? Porque la
verdadera audiencia para este relato la constituyen los fariseos, los hermanos mayores.
Además, él ruega a sus enemigos que respondan a su mensaje. Pero ¿Cuál es? La
respuesta a esta pregunta surgirá cuando en el próximo capítulo nos tomemos un tiempo
para comprender los puntos principales que Jesús intenta remarcar.

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En suma, lo que hace es redefinir todo lo que hemos pensado que supimos sobre la
relación con Dios. Está, en otras palabras, dándole una nueva definición al pecado, lo
que es estar perdido, y lo que significa ser salvo.

14
3

Redefiniendo el pecado
“Cuantos años te he servido”

Dos formas de hallar la felicidad

Jesús usa como ejemplo al hermano mayor y al hermano menor para ilustrar las dos
formas básicas en las que la gente procura hallar a la felicidad y el cumplimiento: 1) La
conformidad moral, y 2) el autodescubrimiento. Cada una de ellas actúa como un lente
que muestra la visión de la vida que uno posea, o como un paradigma que moldea su
entendimiento de todo, y cada forma es una manera de encontrar significado y valor
personal, de dirigir los males del mundo, y de distinguir lo correcto de lo incorrecto.
El hermano mayor de la parábola ilustra la conformidad moral. En este aspecto, los
fariseos del tiempo de Cristo creían que, mientras ellos eran el pueblo escogido por
Dios, podían mantener su lugar en la bendición que Dios les otorgaba y, recibirían la
salvación final por medio de la estricta obediencia a la Biblia.
Hay innumerables variantes de este paradigma, pero todas ellas creen en poner la
voluntad de Dios y los pautas de la comunidad por encima del cumplimiento
individual. Desde este punto de vista, solo alcanzamos la felicidad y logramos un
mundo justo al alcanzar la rectitud moral.
Por supuesto que, a veces, podemos caer, pero entonces seremos juzgados por la manera
en que sea indigno e intenso nuestro lamento; y según esta perspectiva, debemos
siempre medirnos, aun en nuestras faltas.
El hermano menor de la parábola ilustra el camino del auto-descubrimiento. Con
relación a esto, en las antiguas culturas, algunos adoptaban este camino, pero hay
mucho más que lo hacen en el día de hoy. Este paradigma sostiene que algunos
individuos serán libres de alcanzar su propia meta y auto-actualización, sin tener en
cuenta las convenciones y las costumbres. De acuerdo con esta visión, el mundo sería
un lugar mucho mejor si se debilitan o se quitan la tradición, la autoridad jerárquica y
otras obstáculos a la libertad personal.
Ambas estilos de vida (y sus inevitables choques) son vívidamente descritos en la
clásica película Witness. En dicho relato, la joven viuda amish Rachel se enamora de un
policía decididamente no-amish, John Book.
Su suegro, Eli, le advierte de que aquello está prohibido y que los ancianos podrían
sancionarla. Luego, añade que ella actúa como si fuera una niña. Pero ella le replica:
“Yo seré quien juzgue este asunto”. Y él, fiero como un profeta, le dice: “No, ellos lo
juzgarán. Y así lo haré yo…si me avergüenzas”. Al final, ella le responde, conmovida
pero orgullosa: “A ti mismo te avergüenzas”; y le da la espalda.
Aquí tenemos un retrato conciso de las dos formas planteadas. La persona que se halla
dentro de los parámetros de la conformidad moral dice: “No voy a hacer lo que quiero,
sino lo que la tradición y la comunidad quieren que haga”. Al contrario, la que elige el
camino del auto-descubrimiento dice: “Soy yo el único que decidirá lo que es bueno o
malo para mí. Voy, de esa forma, a vivir como quiero y a encontrar mi verdadero yo y
mi verdadera felicidad”.

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Nuestra sociedad occidental esta tan profundamente dividida entre estos dos
acercamientos que, apenas alguien concebirá vivir de una forma u otra. Si uno critica o
se distancia de una, todos suponen que habrá elegido el seguir la otra, ya que cada uno
de estos acercamientos tiende a separar el mundo en dos grupos básicos.
Por un lado, los conformistas morales dicen: “Los inmorales—quienes hacen ‘las cosas
a su pinta’—son el problema para el mundo, y los morales son la solución”. Y cada lado
dice: “Nuestra forma es la forma en que pondremos en orden al mundo, y si ustedes no
están con nosotros, están contra nosotros”.
¿Concluiremos que todos caen en una u otra categoría? Nuestra respuesta es sí y no,
pues una gran cantidad de personas poseen temperamentos que los predisponen a una
vida de conformidad moral o a una de auto-descubrimiento. Sin embargo, algunos van y
vienen, procurando, en primer lugar, una estrategia, y luego, la otra en diferentes
momentos de su vida.
Muchos han intentado seguir el modelo de la conformidad moral, hallando que los ha
oprimido y, en un dramático giro, se han vuelto hacia una vida de auto-descubrimiento.
Otros se hallan en la trayectoria opuesta.
Algunos combinan ambos acercamientos en la misma personalidad. Por ejemplo, hay
algunos hermanos mayores observadores de lo tradicional que, como válvula de escape,
mantienen una vida secreta de comportamiento de hermano menor. En casos como
estos, la policía gasta en operaciones destinadas a atrapar a depredadores sexuales que
buscan a adolescentes por Internet, cazando por lo general en sus redes a personas muy
religiosas, en las que se incluyen muchos eclesiásticos.
Una vez más, hay muchos muy librepensadores e irreligiosos al mismo tiempo, tanto en
su estilo vida como en su punto de vista, que se refieren a los conservadores religiosos
con toda la auto-justicia y todos los aires de superioridad de los peores fariseos.
A pesar de estas variantes, siguen habiendo dos actitudes primarias relacionadas con la
forma de vida, y el mensaje de Jesús es que ambas están erradas; por lo tanto, la
parábola que relata nos ilustra una alternativa radical.

Los dos hijos perdidos

En el acto uno, en la persona del hermano menor, Nuestro Señor hace una descripción
del pecado que nadie reconocería. Aquí, el joven humilla a su familia y vive una vida
disoluta y desenfrenada, está completamente fuera de control, y se halla alienado de su
padre, quien representa a Dios dentro de la historia.
Alguien que viviera una vida así, sería quitado de la presencia de Dios, tal como habrían
estado de acuerdo todos los que oían la parábola.
En el acto dos, no obstante, el enfoque se encuentra en el hermano mayor. Este es
fastidiosamente obediente a su padre y, por ende, por analogía, a los mandamientos de
Dios; está absolutamente bajo control y es lo suficientemente auto-disciplinado. De
modo que tenemos dos hijos, uno catalogado de “malo” según las reglas
convencionales, y otro de “bueno”; pese a ello, los dos se hallan lejos del padre.
Este último debe salir a invitarlos para que vengan a la fiesta de su amor, por lo cual, en
esta parábola no hay un solo hijo perdido, sino dos.
Pero el acto dos llega a una conclusión impensable. Jesús, el contador de historias, deja
deliberadamente al hermano mayor en su estado de alienación. El mal hijo entra a la
fiesta hecha por su padre, al contrario de lo que hará el bueno; el amador de prostitutas
es salvado, pero el hombre de rectitud moral sigue estando perdido. En consecuencia,

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casi podremos enterarnos de que los fariseos quedan boquiabiertos cuando la historia
llega a su fin, siendo ésta un total revés de todo lo que habían enseñado alguna vez.
Por su parte, Cristo no la deja simplemente así, sino que la historia se vuelve aun más
perturbadora. Nos hacemos, luego, la pregunta: ¿Por qué no entra el hermano mayor? A
lo cual, da de por sí la razón: “Porque nunca te he desobedecido”. Por ende, el hermano
mayor no está perdiendo el amor de su padre a pesar de su bondad, sino por causa de
ella; no son sus pecados lo que crea la barrera entre él y su padre, sino el orgullo que
alberga en sus antecedentes morales; y no es su error, sino su justicia lo que le impide
participar en la fiesta del padre.
¿Cómo podría ser esto? La respuesta es que los corazones de los hermanos, y las dos
formas de vida que representan, se parecen mucho más de lo que inicialmente aparentan
ser.
¿Qué deseaba más el hijo menor en la vida? Se había molestado al tener que formar
parte de los bienes de su familia bajo la supervisión del padre. El quería tomar sus
propias decisiones y ejercer un redimido control de la porción de las riquezas que a él le
correspondía. Pero, ¿Cómo lo obtuvo? Por medio de un osado juego de poder, llegando
a ser un flagrante desafío a las reglas establecidas por la comunidad, y convirtiéndose en
una declaración de total independencia.
Por otro lado ¿Qué deseaba más el hijo mayor? Si meditamos en ello, nos daremos
cuenta de que quería lo mismo que su hermano. Como resultado, estaba tan resentido
del padre como el hijo menor. También deseaba los bienes de su padre más que a éste
mismo. Con todo, mientras el hermano menor se había ido lejos, el hermano mayor
permaneció cerca y “nunca desobedeció”. Esta era su método de ejercer control, siendo
ésta su implícita exigencia: “¡Nunca te he desobedecido! Debes hacer cosas en mi vida
según como quiero que se hagan”.
Los corazones de ambos hermanos eran iguales. Ambos estaban resentidos de la
autoridad del padre, y buscaban formas de lograr escapar de ella; y cada uno de ellos
deseaba estar en una posición en la que pudieran decirle qué hacer. En otras palabras,
los dos se rebelaron, aunque uno lo hizo por ser muy malo, y el otro, por ser
extremadamente bueno. En suma, ambos estaban lejos del corazón del padre, estando
así perdidos.
¿Se da cuenta usted, por cierto, de lo que enseña Jesús? Ninguno de los hijos amaba al
padre por lo que era, sino que lo usaban para sus fines egoístas más que amarlo,
disfrutarlo y servirlo por consideración a él. Esto significa que puede usted rebelarse
contra Dios y alejarse de él, ya sea al transgredir sus mandatos o al cumplirlos
diligentemente.
El mensaje es perturbador: la cuidadosa obediencia a la Ley de Dios puede servir como
estrategia para rebelarse contra él.

Un entendimiento más profundo del pecado

Con esta parábola, Nuestro Señor nos da un concepto mucho mayor de “pecado” que
cualquiera de nosotros tendría si no lo proveyera. La mayor parte de la gente piensa del
pecado como la falta en cumplir las reglas de conducta impuestas por Dios, aunque no
siendo menos que eso, la definición que le da Jesús va más allá.
En su novela Wise Blood, Flannery O’Connor dice de su personaje Hazel Motes que
“había en él una convicción profunda, oscura y sin palabras de que la manera de evitar a
Jesús era evitar el pecado”. Esto se convierte en un discernimiento profundo. Por lo
tanto, usted puede evitar a Jesús como Salvador al cumplir todas las leyes morales. Si lo

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hace así, entonces tiene “derechos”. Dios le debe oraciones respondidas, una buena vida
y un pasaje al cielo cuando muera. De modo que no necesita de un Salvador que lo
perdone por gracia, pues es usted su propio Salvador.
Semejante actitud es claramente la del hermano mayor. Entonces, ¿Por qué está tan
enojado con el padre? Porque tiene la impresión de que tiene el derecho de decirle al
padre la manera en que debieran distribuirse los vestidos, los anillos, y el ganado de la
familia. De la misma forma, los religiosos viven generalmente vidas muy morales, pero
su meta es ejercer influencia sobre Dios, controlarlo, ponerlo en una posición donde
piensan ellos que les debe. Por tanto, a pesar de todo su fastidio ético y de toda su
piedad, verdaderamente se están rebelando contra su autoridad. Y si como el hermano
mayor, cree usted que Dios debe bendecirlo y ayudarlo porque ha trabajado con tanto
esfuerzo, a fin de obedecerlo y de ser una buena persona, entonces Jesucristo es, quizás,
su ayudador, su ejemplo, e incluso su inspiración, pero no es su Salvador. En
consecuencia, usted esta sirviéndose a sí mismo como su propio Salvador.
Bajo los patrones completamente distintos de comportamiento de los hermanos, la
motivación y el objetivo que se persiguen son lo mismo; ambos usan al padre de
diferentes formas para alcanzar las cosas en las que su corazón se ha fijado. De hecho,
lo que ellos creían que los haría felices y satisfechos eran las riquezas y no el amor del
padre.
Al final de la historia, el hermano mayor tiene una oportunidad de gozarse con el padre
al entrar a la fiesta, pero su negativa marcada por el resentimiento muestra jamás ha sido
su meta la felicidad del padre; y cuando el padre reintegra al hijo menor, hasta el
disminución de la parte del hijo mayor dentro de la propiedad, queda al descubierto el
corazón del hermano mayor, de modo que éste hace todo lo que puede para herir y
resistir a su padre.
Si usted, así como el hermano mayor, intenta controlar a Dios por medio de su
obediencia a él, entonces toda su moralidad es sólo un medio de usarlo para hacer que él
le dé en vida las cosas que realmente desea. Un ejemplo clásico de esto es el trato que el
joven Salieri hace con Dios, en la obra de Peter Shaffer, Amadeus:

Ofrecería secretamente la oración más orgullosa, de la que un niño podría pensar:


“¡Señor, hazme un gran compositor! ¡Déjame celebrar tu gloria a través de la música,
que yo mismo sea celebrado! ¡Hazme famoso por el mundo, querido Dios! ¡Hazme
inmortal! ¡Que la gente, después de morir, hable de mí con amor por lo que escribí! A
cambio de mi voto, te daré mi castidad, mi industria, mi humildad más profunda, y cada
momento de mi vida. Y ayudaré a mi prójimo en todo lo que pueda. Amén y amén”.

El comienza una vida bajo este voto hecho a Dios, aleja sus manos de mujeres, trabaja
diligentemente en su música, enseña sin cobrar a muchos músicos, e incansablemente
ayuda a los pobres. Por lo que se ve, su carrera va bien creyendo que Dios cumple su
parte del trato. Entonces Mozart se hace presente, con dones musicales muy superiores a
los de Salieri; obviamente, Dios le ha concedido ese genio. De hecho, el segundo
nombre del músico austríaco, Amadeus, significa “amado por Dios”, y no obstante, es
un “hermano menor” vulgar y desenfrenado.
Además, el talento que Dios ha vertido con tanta prodigalidad sobre Mozart, precipita
una crisis de fe en el corazón de hermano mayor del músico italiano, por lo que sus
palabras se relacionan notablemente con las de su contraparte de la parábola:

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Era incomprensible…Aquí estaba yo negando toda mi lujuria natural a fin de merecer el
don de Dios, y allí estaba Mozart entregándose a lo suyo en todos los rumbos, aunque
listo para casarse, y sin siquiera un reproche.

Finalmente, Salieri le dice a Dios: “desde ahora somos enemigos tú y yo”, y desde ese
instante, trabaja con el fin de destruir a Mozart. Tristemente, en la obra de Shaffer, Dios
está callado, distinto al padre de la parábola relatada por Jesús que alcanza a rescatar al
hermano mayor, aun cuando éste empieza a sumirse en la amargura, en el odio, y en la
desesperación que definitivamente consume a Salieri.
Por otra parte, los diligentes esfuerzos que hace el músico italiano para ser casto y
caritativo se revelaron finalmente hasta ser totalmente egoístas. Así, Dios y los pobres
eran solo instrumentos útiles, pues decía que estaba sacrificando su tiempo y su dinero
por el bien de los pobres y para la honra de Dios, pero no había verdaderamente
sacrificio involucrado. Él lo hacía para su propio bien, para alcanzar fama, fortuna y
autoestima. En cuanto a esto, Salieri decía: “Me gustaba a mí mismo…Hasta que él
vino: Mozart”. Cuando se dio cuenta de que el servicio que rendía a Dios y a los pobres
no le estaba dando la gloria que deseaba con tanta intensidad, su corazón se volvió cruel
y asesino. Pronto, el respetable y moral Salieri se muestra capaz de maldad mayor que
el vulgar e inmoral Mozart.
Y mientras el Mozart de Amadeus es irreligioso, el devoto Salieri es el que termina en
un estado de mayor alienación de Dios, así como ocurre dentro de la parábola narrada
por Jesús.
Esta estructura mental puede presentarse de una forma más sutil de lo que era en la vida
del músico italiano. Yo conocí a una mujer que había trabajado por muchos años en el
ministerio cristiano. Pero cuando le sobrevino una enfermedad de carácter crónico en la
edad madura, aquello la sumió en la desesperación. A la larga, en lo profundo de su
corazón se dio cuenta de que Dios le debía una vida mejor, después de todo lo que ella
había por él. Tal suposición hizo que fuera extremadamente difícil que saliera del hoyo,
aun cuando lo hiciera. Sin embargo, la clave para su mejoría era reconocer la
mentalidad de hermano mayor que había en ella.
Los hermanos mayores obedecen a Dios para ganar cosas, no obedeciéndole por ser
Dios, a fin de parecerse a él, de amarlo, de conocerlo, y de deleitarse en él. De manera
que la gente religiosa y moral podrá estar evitando a Jesús como Señor y Salvador tanto
como los hermanos menores que afirman que no creen en Dios, definiendo lo correcto y
lo errado para sí mismos.
Por lo tanto, aquí se halla la nueva y radical definición que Jesús da acerca de lo que
está mal en nosotros, pues casi todos definen el pecado como el quebrantamiento de un
conjunto de normas. En cambio, Nuestro Señor nos muestra que un hombre que no haya
violado virtualmente nada de la lista de transgresiones morales puede, espiritualmente,
estar exactamente tan perdido como la persona más libertina e inmoral. ¿Por qué?
Porque el pecado no es sólo la transgresión de reglas establecidas, sino también el
ponerse en el lugar de Dios como Salvador, Señor y Juez, así como los dos hijos que
procuraron destituir al padre dentro de sus vidas.
El joven Salieri lo habría objetado duramente si alguien le hubiera dicho que estaba
haciendo esto, pues al ser casto y caritativo no hacía la voluntad de Dios sino la suya,
¿No lo honraba a Dios ni se sometía a él? Pero al intentar ponerlo en su deuda y ejercer
control sobre él mediante las buenas obras que hacía, en vez de confiar en su pura
gracia, estaba actuando como su propio Salvador. Y, al volverse cruelmente amargo
contra Mozart, estando seguro de que Dios estaba siendo injusto, se ponía en el lugar
de Dios el Juez.

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Así que, hay dos formas para que usted sea su propio Señor y Salvador: una es
transgredir todas las normas morales y establecer su línea de comportamiento, y otra,
obedecer todas las normas morales y ser muy, pero muy bueno.

Los dos equivocados, los dos amados

Jesús no divide al mundo en las “buenas personas” morales y en las “malas personas”
inmorales, sino que nos muestra que todos se dedican a un proyecto de auto-salvación,
usando a Dios y a los demás a fin de obtener poder y control para sí mismos. De
diferentes formas lo estamos haciendo, y aun cuando ambos hijos están equivocados,
sin embargo, el padre se preocupa por ellos y los invita a que vuelvan a su amor y a su
fiesta.
Esto significa que el mensaje del Señor, que es “el Evangelio”, se convierte en una
espiritualidad absolutamente distinta. De hecho, su evangelio no es religión o no-
religión, tampoco es moralismo o relativismo, ni tampoco es conservadurismo o
liberalismo. Ni siquiera está a medio camino en un espectro considerado entre dos
polos, sino algo completamente diferente.
El Evangelio marca una diferencia con los otros dos acercamientos: dentro de su visión,
todos están mal, todos son amados, y a todos se los llama a reconocer esto y a cambiar.
Por el contrario, los hermanos mayores dividen al mundo en dos: “Los buenos (como
nosotros) están dentro, y los malos, que son el verdadero problema con el mundo, están
fuera”. Por su parte, los hermanos menores, si bien no creen en Dios, hacen lo mismo al
decir: “No, los tolerantes y abiertos de mente están dentro, y los intolerantes y estrechos
de mente, que son el verdadero problema con el mundo, están fuera”.
Pero Cristo afirma: “los humildes están dentro y los orgullosos fuera (véase Lucas
18:14), de manera que los que reconocen que no son particularmente buenos o abiertos
de mente se acercan a Dios, puesto que el requisito previo para recibir la gracia de Dios
es admitir que uno la necesita; y los que piensan que están bien, gracias, se alejan de él.
La presente cita bíblica lo expresa de este modo: “…respeta al humilde, pero los
orgullosos tendrán que mantenerse lejos” (Versión La Biblia al Día).
Cuando un periódico planteó la interrogante “¿Qué está mal en el mundo?”, según se
cree, el pensador católico G.K. Chesterton respondió escribiendo una breve carta:
“Estimados Señores: Soy yo. Sinceramente suyo, G.K. Chesterton”. Esta es la actitud de
alguien que ha entendido el mensaje de Jesús.
Además, aunque ambos hijos estén mal y ambos sean amados, la historia no termina de
la misma forma para cada uno de ellos. Entonces, ¿Por qué Nuestro Señor construye la
historia de tal forma, que uno sea salvo y restituido a una recta relación con el padre y el
otro no lo sea? (En la ultima parte, no cuando finaliza la narración). Tal vez el Señor
intenta decirnos que, mientras están erradas ambas formas del proyecto de auto-
salvación, no es igualmente peligrosa cada una de ellas en particular.
Se nos revela ahora una de las ironías de la parábola. La huida del hijo menor del lado
de su padre es más que obvia, pues lo deja literal, física y moralmente. Por otra parte,
aunque el hijo mayor permaneciera en casa, éste se hallaba ciertamente más distante y
más alejado del padre que su hermano, ya que se rehusaba a aceptar su verdadera
condición, ofendiéndose terriblemente por la sugerencia de que se estuviera rebelando
contra el amor y la autoridad del padre, a pesar que en grado sumo lo estaba haciendo.
Y como el hermano mayor se cierra cada vez más a lo que está pasando, el ser un
fariseo del tipo de hermano mayor es una condición espiritualmente desesperada.
Entonces, la manera de responder de una persona religiosa, si sugiere usted que la

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relación de ella con Dios está equivocada, es: “¿Cómo se atreve a decir eso? Estoy cada
vez que abren las puertas de la iglesia”. En efecto, Jesús dice: “Eso no es lo
importante”, dándonos a conocer que nadie había enseñado antes algo como esto.

Redefiniendo la perdición

“Indignado, el hermano mayor se negó a entrar”

Ira y superioridad

Con frecuencia, Jesús habla del pecado y de la salvación bajo las metáforas de ser
“perdido” y “encontrado”. El capítulo 15 del Evangelio según San Lucas, contiene tres
parábolas que menciona Nuestro Señor a los líderes religiosos: la primera es acerca del
pastor que descubre que una de sus ovejas se ha perdido; la segunda, es sobre una mujer
que se encuentra con que se ha perdido una de sus monedas; y, como ya lo hemos visto,
la tercera se relaciona con dos hijos que, de diferentes maneras, están perdidos.
En otra parte, Jesús resume su ministerio como una operación de rescate, al venir “a
buscar y a salvar lo que se ha perdido” (Lucas 19:10).
¿Qué significa ser espiritualmente perdido? Dentro de la parábola referida, la perdición
del hermano menor está claramente definida cuando termina en la pocilga; ha huido de
los amigos, del dinero y de los recursos por su conducta desenfrenada, indisciplinada y
necia, llevándolo a un colapso total; al llegar a ese punto, el hermano menor se da
cuenta de que “ha perdido el rumbo”, y vuelve para rehacer su vida.
Sin embargo, en esta parábola, Jesús quiere que distingamos otra forma de perdición,
más sutil pero no menos devastadora; y luego que tengamos la definición más profunda
del pecado que nos da Jesucristo, debiéramos reconocerla, siendo crucial que lo
hagamos. A ésta la llamaremos “la perdición del hermano mayor”, la cual trae al mundo
tanta miseria y rivalidad como la otra que ya hemos analizado. Entonces, un juicio más
serio sobre el hermano mayor nos ayudara a reconocer sus características.
Vemos que el hermano mayor “se indignó”, pues todas sus palabras destilaban
resentimiento. De manera que, la primera señal de que tiene usted un espíritu de
hermano mayor es que, cuando su vida no es lo que desea, no solo se halla triste sino
también muy amargado y enojado. De hecho, los hermanos mayores creen que si viven
una buena vida, debieran tener una buena vida, y que Dios les debe una vía fácil si se
empeñan en vivir de acuerdo con las normas establecidas.
Entonces, ¿Qué ocurre si usted es un hermano mayor y le está yendo mal en la vida? Si
cree que ha vivido según las pautas morales impuestas, se enfurecerá con Dios, ¡Pues
pensará que no merece una cosa así, después de todo el esfuerzo que ha hecho para ser
alguien decente! Sin embargo, ¿Qué sucede, si le está yendo mal en la vida cuando sabe
que no está llegando a los niveles morales exigidos? Bueno, se enojará mucho consigo
mismo y se llenará de odio a sí mismo y de dolor interno; y al alcanzarlo las
circunstancias adversas, no estando usted seguro de que si su vida ha sido lo
suficientemente buena o no, quizás oscile miserablemente entre los polos de “¡Te odio!”
y “¡Me odio!”.

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Además, la incapacidad de manejar el sufrimiento que poseen los hermanos mayores
surge del hecho de que su observancia moral se orienta a los resultados. En
consecuencia, no viven la buena vida para deleitarse en las mismas buenas obras, sino
como métodos pensados a fin de controlar el medio en el que se hallan.
Elisabeth Elliot narra una historia apócrifa (es decir, que no se encuentra en la Biblia)
sobre Jesús que da a entender la diferencia entre un egoísmo que se orienta a los
resultados y la fidelidad que nace del amor:

Un día, Jesús dijo a sus discípulos: “Me gustaría que tomaran una piedra”, sin dar
siquiera una explicación. Así que, los discípulos buscaron una para llevársela, y Pedro,
como era el tipo práctico, sacó la más pequeña que podía encontrar. Después de todo,
¡Jesús no dio ninguna regulación de que tamaño y forma debía ser! De modo que la
guardó en su bolsillo. Luego dijo Jesús: “síganme”, dirigiéndolos en un viaje. Cerca del
mediodía, Jesús los hizo sentarse, hizo señas con sus manos, y las piedras se
convirtieron en pan. Les dijo: “Es tiempo de almorzar”.
En pocos segundos, el almuerzo de Pedro se había acabado, y cuando el almuerzo había
terminado, Jesús les ordeno que se pusieran de pie. Les volvió a decir: “Me gustaría que
tomaran una piedra”. Pero esta vez, Pedro dijo: “¡Ahá! ¡Esta vez lo lograré!”. Por tanto,
buscó por todos lados y vio una piedra grande. La levantó para ponerla sobre su espalda,
lo cual le causó dolor y lo hizo tambalearse al caminar. Pero él decía: “¡No puedo
esperar la cena!”. Luego dijo Jesús: “síganme”, dirigiéndolos en un viaje, junto con
Pedro, quien apenas se podía sostener. Cuando estaban cerca de la hora de la cena, Jesús
los llevó a la orilla de un río. Allí les dijo: “Arrojen las piedras al agua”. Así lo hicieron.
Entonces Pedro y los demás lo miraron enmudecidos. Y Jesús suspiró diciéndoles: “¿No
recuerdan lo que les pedí que hicieran? ¿Para quién llevaban la piedra?”

Como Pedro, los hermanos mayores esperan que se les pague por su bondad, y si no se
hace aquello, hay rabia y confusión. De manera que, si usted piensa que tanto la bondad
como la decencia son el camino para merecer una buena vida de parte de Dios, comerá
con ira, ya que la vida jamás es como deseamos; siempre tendrá la impresión de que a
usted se le ha debido más de lo que está obteniendo; y siempre verá a alguien que está
haciendo más que usted en un determinado aspecto de su vida. Entonces dirá: “¿Por qué
éste y no yo? ¡Después de todo lo que he hecho!”. Como resultado, su falta es este
resentimiento, causado no por la prosperidad del otro, sino por su esfuerzo en controlar
la vida mediante su desempeño. En consecuencia, la fuerte contracorriente de
indignación que esto cause, no lo transformará, quizás, en un homicida, tal como lo
haría Salieri, pero le hará perder constantemente su posición en varios aspectos.
También vemos que el hermano mayor tiene un fuerte sentido de su superioridad, por lo
que señala que, cuan mejor es su antecedente moral que el amor de las prostitutas. En un
lenguaje despectivo (“Este hijo tuyo…”), no querrá más a su hermano como tal.
Además, los hermanos mayores basan su concepto de sí mismos en ser trabajadores
esforzados, en ser morales, en ser miembros de un grupo de elite, o en ser
extremadamente inteligentes y astutos. Esto los lleva a sentirse superiores a los que no
tienen las mismas cualidades. De hecho, la comparación competitiva es el medio
principal en que ellos alcanzan un sentido de significación propio. Como ejemplo, el
racismo y el clasismo son solo diferentes versiones de esta forma del proyecto de auto-
salvación, y esta dinámica se vuelve excepcionalmente intensa cuando los hermanos
mayores se enorgullecen de todo por su correcta religión.
Entonces, si un grupo cree que Dios los favorece por su particular y verdadera doctrina,
por su forma de culto y por su comportamiento ético, su actitud hacia los que no poseen

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estas cosas será hostil, ocultándose su auto-justicia bajo la afirmación de que sólo se
oponen a los enemigos de Dios. Por lo tanto, cuando usted ve al mundo bajo esta óptica,
se hace fácil justificar el odio y la opresión, es decir, todo en el nombre de la verdad.
Así ha escrito Richard Lovelace:

“La gente que no está segura de que Dios la ama y la acepta por medio de Cristo,
además de su actual alcance espiritual, está inconsciente y radicalmente insegura…Su
inseguridad se muestra en el orgullo, en una aserción fiera y defensiva de su propia
justicia, y en una defensiva crítica hacia los demás, llegando a odiar naturalmente a
otros estilos culturales y a otras razas, a fin de afirmar su propia seguridad y de
descargar su ira reprimida”.

La auto-justicia del hermano mayor no solo genera clasismo y racismo, sino que a nivel
personal crea un espíritu juzgador y no perdonador, de modo que éste no podrá perdonar
a su hermano menor por la manera en que debilitó el lugar de la familia dentro de la
sociedad, deshonrando el nombre de ésta, y disminuyendo su riqueza. Además, destaca
el hecho de que el hermano menor haya estado con “prostitutas”, mientras él ha estado
viviendo una vida limpia dentro del hogar. Por lo cual, en su corazón dice “¡Nunca haría
algo tan malo como eso!”; y puesto que no se ve a sí mismo como parte de un grupo
común de pecadores, se encuentra atrapado por su amargura. Así que, resulta imposible
perdonar a alguien si usted se siente superior a él o a ella.
Si usted no controla su carácter, y ve a otros que se descontrolan exactamente de la
misma forma que usted, tiende a perdonarlos, ya que sabe que no es mejor que ellos.
Entonces, piensa: ¿Cómo podré juzgarlos cuando soy tan malo?
No obstante, como la antipatía y el pecado de los hermanos mayores hacia Dios están
muy ocultos bajo capas de autocontrol y comportamiento moral, no tienen problemas
para sentirse prácticamente superiores al resto. Por ejemplo, si ven a gente que miente o
chismea sobre sus esposas, o incluso no oran a Dios, los miran en menos.
Según ellos, si esa clase de personas los injuria, los hermanos mayores creen que su
historial inmaculado les da el derecho de estar muy ofendidos y de recordarle siempre
su maldad al malhechor.
Un clásico ejemplo de esto es el matrimonio de un alcohólico. En repetidas ocasiones,
el alcohólico le falla a su familia en formas dramáticas. Y como resultado de lo que
sufre, la esposa del adicto desarrolla con frecuencia una gran cantidad de
autocompasión y de auto-justicia, sacándolo de apuros y enrostrándole constantemente
el historial de pecados que tiene. Esto lleva a que el alcohólico se odie a sí mismo, lo
cual es parte del por qué bebe. El resultado de esto es un ciclo seductor y destructivo.
A lo mejor, con tal de afirmar su imagen, el hermano mayor necesitaba de un hermano
crónicamente rebelde para criticarlo, y así, el presumido hermano mayor sólo hiciera
más difícil que el menor admitiera sus problemas y cambiara su vida; y cuando el
hermano menor sale de su mal, y el padre le da la bienvenida, el hermano mayor se
percata de que el patrón ha sido roto, y su furia es llevada al extremo.
Si el hermano mayor hubiera conocido su corazón, habría dicho: “Soy egocéntrico y una
angustia para mi padre en mi forma, así como hermano lo es en la suya. Por lo tanto, no
tengo el derecho de creerme superior”. Entonces, habría tenido la libertad para darle a
su hermano el mismo perdón que su padre dio. Pero los hermanos mayores no se ven a
sí mismos de esta manera. Por lo demás, su ira es una prisión debido a sus propios
actos.

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Servilismo y vacío

Otra señal de los que tienen una mentalidad de “hermano mayor” es el descontento y la
obediencia basada en el temor. Como resultado, el hermano mayor se jacta de su
obediencia al padre, pero deja que su motivación y actitud subyacente se deslice cuando
dice: “Cuantos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes”.
Para estar seguros, ser fiel a algún compromiso implica un cierto grado de
responsabilidad; y habitualmente no tenemos ganas de hacer lo que debemos, pero de
alguna manera lo hacemos por el bien de la integridad. No obstante, el hermano mayor
muestra que su obediencia hacia el padre no es sino absoluta responsabilidad, por lo
cual no hay amor o alegría ni premio alguno al ver que se le complazca.
De la misma forma, los hermanos mayores son exigentes en su observancia de las
normas éticas, y en el cumplimiento de todas las responsabilidades de carácter familiar,
comunitarias y cívicas. Pero aquello se vuelve una labor servil y carente de alegría.
Por lo demás, la palabra “esclavo” tiene fuertes alusiones de ser obligado o apremiado
más que de ser acercado o atraído, ya que un esclavo trabaja por temor, por el miedo a
las consecuencias impuestas por la fuerza, lo cual lleva a la raíz de lo que mueve a un
hermano mayor.
Fundamentalmente, aquellos viven una buena vida sobre la base del temor, no por amor
ni por alegría.
Un amigo que asistía a un prestigioso programa de MBA me contó una vez sobre el
curso de ética de negocios que allí tomó. El profesor aconsejaba por dos razones las
prácticas honestas en los negocios. En primer lugar, si uno mentía o engañaba, podía ser
pillado y, sería malo para los negocios. Y en segundo lugar, si las personas de la
compañía saben que trabajan en un negocio honesto, que levantará la moral, hacen que
los empleados de uno sientan que están sobre la competencia. Obviamente, estas son
buenas razones para ser honesto, pero este llamado estimula solamente los motivos del
temor, de que podrían perder beneficios y orgullo, y de que se creyeran superiores a
otros que se hallan a su alrededor. El consejo en cuestión era: “Di la verdad, porque está
a tu favor”.
Sin embargo, ¿Qué sucede cuando inevitablemente usted llega a situaciones, en las
cuales le costaría mucho decir la verdad? O ¿Qué ocurre cuando decir una mentira, en
particular, sería extraordinariamente provechoso para usted? En estos aspectos, se
esfumará la motivación que tiene para la honestidad. Como ejemplo, algunos de los
escándalos colectivos más grandes de la última década han involucrado a devotos y
prominentes miembros de la iglesia.
Entonces, la obediencia de hermano mayor solo conduce a una observancia esclavizante
y a regañadientes a la letra de la ley, puesto que es una cosa el ser honesto y evitar las
mentiras por el bien de uno, pero otra es hacerlo para la honra de Dios, por el bien de la
verdad y por el amor a los que nos rodean. Además, alguien motivado por el amor más
que por el temor, no solo obedecerá la letra de la ley, sino que con fervor escogerá
nuevas vías de llevar a cabo un negocio, con integridad y transparencia.
Por otra parte, la honestidad nacida del miedo no hace nada por erradicar la causa básica
de la maldad en el mundo, o sea, el egocentrismo radical del corazón humano. Si hay
algo que decir, la moralidad basada en el temor lo fortalece, ya que en lo primordial, los
hermanos mayores son morales exclusivamente para su beneficio, pues tal vez sean
amables con otros y serviciales con los pobres, pero a un nivel más profundo, lo hacen
más bien para que Dios los bendiga, dentro de la versión religiosa del concepto de
hermano mayor, o así podrán pensar de sí mismos como personas virtuosas y
caritativas, dentro de la versión secular del mismo.

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Tenemos aquí una historia que ilustra este asunto:

Hubo una vez, que un jardinero cultivó una enorme zanahoria. Así que, se la llevó a su
rey y le dijo: “Mi señor, esta es la zanahoria más grande que haya cultivado o que
cultivaré. Por tanto, deseo presentársela en señal de mi amor y de mi respeto por usted”.
El rey fue tocado y discernió el corazón de aquel hombre, y mientras éste daba la
espalda para irse, el rey le dijo: ¡Espera! Tú eres claramente un buen mayordomo de la
tierra. Yo poseo una parcela de tierra cerca de la tuya. Deseo dártela libremente como
un regalo para que la puedas cultivarla”. Y el jardinero se admiró, se deleitó, y volvió
regocijándose para su casa.
Pero había un noble en la corte del rey, que por casualidad había oído todo esto, y dijo:
“¡Por mi vida! Si eso es lo que tienes por una zanahoria, ¿Qué será si le dieras al rey
algo mejor?”. De manera que al siguiente día, el noble se presento ante el rey
conduciendo un potro negro. Luego se postró y dijo: Señor mío, crío caballos y este es
el caballo más grande que he criado o que criaré. Por tanto, deseo presentárselo como
un signo de mi amor y de mi respeto por usted”. Pero el rey discernió su corazón y le
dijo gracias, tomo el caballo, y tan solo lo despidió.
El noble quedó perplejo, por lo cual dijo el rey: “Déjeme explicarle. El jardinero me
daba la zanahoria, pero usted se daba a sí mismo el caballo”.

Tal vez los hermanos mayores hagan el bien a otros, pero no por gozarse en las obras, o
por amor a la gente, ni siquiera por agradar a Dios; no están verdaderamente
alimentando al hambriento ni vistiendo al pobre, sino que se están alimentando y
vistiendo a sí mismos. En consecuencia, no solo se mantiene intacto el egocentrismo
fundamental del corazón, sino que además, es nutrido por el moralismo basado en el
temor, lo cual puede brotar y brota de maneras sorprendentes. Entonces, ¿Por qué cree
usted que muchas iglesias están plagadas de peleas y chismes? O ¿Por qué muchas
personas morales tienen vidas aparentemente limpias, y luego caen en los más
escandalosos pecados? Porque hay un gran egoísmo bajo un disimulado altruismo.
Además, tanto las responsabilidades morales como las religiosas representan una muy
pesada, y con frecuencia, una aplastante carga. Este es el motivo por el que, a veces, los
hermanos mayores muy morales hacen estallar sus vidas hasta el extremo de impactar a
todos los que los conocen, desechando las cadenas de sus obligaciones y comenzando a
vivir como hermanos menores.
Y, la última señal de la mentalidad de hermano mayor es una falta de seguridad del
amor del padre. A este respecto, el hijo mayor dice: “Nunca me hiciste una fiesta”. No
hay aquí baile o fiesta sobre la relación del hermano mayor con su padre. Entonces,
mientras usted intente obtener la salvación al controlar a Dios por medio de la bondad,
jamás estará seguro de que haya hecho lo suficientemente bueno para él, sino que
simplemente está inseguro de que Dios lo ama y se deleita en usted.
¿Cuáles son las señales de esta falta de seguridad? Ya hemos mencionado una de ellas.
Cada vez que algo anda mal en su vida, o una oración no está siendo respondida, usted
se admira si es debido a que no está actuando correctamente en tal o cual área. Otra
señal es que la crítica proveniente de otros no solo lo hiere, sino que es devastadora para
usted, siendo este el resultado de que su percepción del amor de Dios es abstracta y
ejerce poco poder en su vida, y necesita usted la aprobación de los demás con tal de
afirmar su sentido de valor. Asimismo, se sentirá irresueltamente culpable, ya que al
hacer algo que está mal, la consciencia lo atormenta por largo tiempo, aun después de
haberse arrepentido, pues como no está seguro de que se haya profunda y
suficientemente arrepentido, se mortificará por lo que ha hecho.

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Pero, el síntoma más claro de esta falta de seguridad es, a lo mejor, una vida carente de
oración; y aunque los hermanos mayores sean diligentes en la oración, no hay maravilla,
sorpresa, intimidad, o siquiera gozo en sus conversaciones con Dios. Piense ahora en
tres tipos de personas: un socio en un negocio que no le gusta, un amigo con quien
disfruta haciendo cosas, y alguien del cual está enamorado o enamorada (según sea el
caso). Primero, las conversaciones que sostiene con el socio se orientarán absolutamente
hacia el objetivo, por lo que no tendrá interés en comentarios frívolos. Y luego, al hablar
con su amigo, quizás abra su corazón con respecto a ciertos problemas que está
teniendo.
Pero con su enamorado o enamorada, sentirá un fuerte impulso para hablar de lo que
encuentra hermoso en él o en ella.
Estos tres tipos de discursos son análogos a las formas de oración que han sido
denominadas “petición”, “confesión” y “adoración”, cuanto más se dirija la
conversación hacia lo personal, y hacia la afirmación y la alabanza, mientras más
profunda sea la relación amorosa.
Tal vez los hermanos mayores sean disciplinados en observar horas regulares de
oración, pero sus oraciones se asocian casi totalmente con una recitación de necesidades
y de peticiones, no con una alabanza espontánea y alegre. De hecho, no pocos hermanos
mayores, debido a su religiosidad, no tienen mucha vida privada de oración en, al
menos, las cosas que no andan bien en sus vidas, por lo que se dedican mucho a ella,
hasta que las cosas vuelven a estar mejores, revelando esto que su meta principal dentro
de la oración es controlar su medio más que profundizar en una relación íntima con
Dios, que los ama.

¿Quién necesita saber esto?

¿Por qué es importante saber que Nuestro Señor exponga la perdición del hermano
mayor como si fuera tan mala y destructiva como la del hermano menor?
Por un lado, los hermanos mayores del mundo necesitan desesperadamente mirarse en
este espejo. De hecho, Jesús dirigió básicamente esta parábola a los fariseos, a fin de
mostrarles quienes eran y urgirles a que cambiaran. Como lo dijimos, el hermano menor
reconoció que estaba lejos del padre, pero no lo hizo así el mayor, siendo aquello la
razón de que sea tan peligrosa la perdición del hermano mayor. Además, los hermanos
mayores no van a Dios ni le piden que los sane de su condición, pues no ven nada malo
en aquélla, lo cual podrá ser fatal para ellos. Si sabe usted que está enfermo, tal vez vaya
a un médico; y si no sabe que lo está, no lo sabrá, sino que morirá.
Por otro lado, los hermanos menores del mundo también necesitan desesperadamente
ver esto, pues al ver nosotros la actitud del hermano mayor de la historia relatada,
empezamos a darnos cuenta de una de las razones por las que, en primer lugar, el
hermano menor deseaba irse.
Con respecto a esto, en la actualidad hay muchas personas que han abandonado algún
tipo de fe religiosa, porque ven claramente que las religiones más importantes están
simplemente llenas de hermanos mayores, llegando a la conclusión que la religión es
una de las más grandes fuentes de rivalidad y de miseria en el mundo. Y, ¿Qué supone
eso? Cristo lo dice mediante esta parábola: ellos tienen razón.
Además, la ira y la superioridad de los hermanos mayores, que da origen a la
inseguridad, al miedo, y al vacío interno, puede crear un enorme cuerpo de personas
oprimidas por la culpa, dominadas por el miedo y espiritualmente ciegas, lo cual es una
de las grandes causas de injusticia sociales, guerra y violencia.

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Para la gente que ha vuelto la espalda a la religión, resulta típico pensar que el
cristianismo sea una religión más, pues han estado en iglesias rebosantes de tipos de
hermanos mayores. Ellos dicen: “el cristianismo es solo otra religión”. Pero Jesús
manifiesta lo contrario: “No, no es cierto”.
Todos saben que el Evangelio de Cristo nos llama de la vida licenciosa del hermano
menor, pero pocos se dan cuenta de que, al mismo tiempo, condena al moralista
hermano mayor.
Nuestras grandes ciudades están llenas de hermanos menores que huyeron de iglesias en
zonas de importancia decisiva que eran dominadas por hermanos mayores.
Cuando me mudé a Nueva York a fines de los años ochenta para empezar una nueva
iglesia, creí que me encontraría con mucha gente del tipo secular que no estaba
familiarizada con el cristianismo. Lo hice, pero para mi sorpresa conocí a muchas
personas que habían nacido en iglesias y dentro de familias devotas, y que habían
venido a Nueva York para alejarse de ellas tanto como fuera posible. Después de cerca
de un año de ministerio, teníamos doscientas o trescientas personas que asistían a los
servicios.
Me preguntaron: “¿Quiénes vienen a su iglesia?”. Después de reflexionar, respondí que
era cerca de un tercio de no creyentes, un tercio de creyentes, y un tercio de creyentes
“que se recuperaban”, es decir, de hermanos menores.
Conocí a tantos de estos últimos que habían sido heridos y ofendidos por hermanos
mayores que ni ellos ni yo estábamos seguros de que si mantenían la fe cristiana o no.
Los ejemplos más comunes de esto que vi, eran los jóvenes adultos que habían llegado
de sectores más conservadores de los Estados Unidos para obtener sus títulos
académicos en una escuela de Nueva York. En esta ciudad hallaron al tipo de persona
de las que se les advirtiera por años, aquella de visiones liberales sobre temas como el
sexo, la política, y la cultura.
Sin embargo, a pesar de lo que se les había llevado a creer, éstos eran amables,
razonables, y abiertos de mente; y cuando los estudiantes empezaron a experimentar un
cambio en su punto de vista, hallaron que muchos que regresaban a casa, especialmente
en las iglesias, respondían de manera hostil e intolerante. Pronto, junto con su fe, habían
rechazado su anterior visión, ya que los hermanos mayores los habían transformado en
hermanos menores.
No obstante, descubrimos que los hermanos menores estaban dispuestos a venir a
nuestra iglesia, pues veían que hacíamos una clara distinción entre el Evangelio y el
moralismo religioso, proveyendo aquello una oportunidad en la cual podían, desde una
nueva perspectiva, explorar el cristianismo.
Es natural para los hermanos menores pensar que el hermano mayor y el cristianismo
son exactamente lo mismo. Pero Nuestro Señor afirma que no lo son, puesto que en su
parábola cambia la estructura religiosa, que es uno de los principales problemas para el
mundo. Luego nos explica: “¿Podrían abrirse a la posibilidad de que el Evangelio, el
verdadero Cristianismo, sea algo muy distinto de la religión?”, lo cual le da esperanza a
muchas personas de que hay una vía para conocer a Dios que no conduzca a las
patologías del moralismo y de la religiosidad.
Hay un tercer grupo de personas que necesita entender el concepto de perdición del
hermano mayor, ya que hay, de hecho, una gran diferencia entre un hermano mayor y
un cristiano verdadero y creyente en el Evangelio. Pese a ello, existen de igual modo
muchos cristianos genuinos que muestran actitudes de hermanos mayores. Por tanto, si
usted vino a Cristo por ser un hermano menor, está siempre el peligro de recaer
parcialmente en adicciones u otros pecados de hermano menor; pero si se ha vuelto
cristiano por ser un hermano mayor, con más facilidad puede aun caer de nuevo tanto

27
en actitudes de hermano mayor así como en debilidad espiritual; y si no ha comprendido
cabal y profundamente el Evangelio, volverá a ser condescendiente, condenatorio,
ansioso, inseguro, descontento y a estar enojado todo el tiempo.
Por otra parte, los hermanos mayores tienen una corriente oculta de ira hacia las
circunstancias de la vida, mantienen rencores por largo tiempo y amargura, miran en
menos a personas de otras razas, de diferentes religiones, y de distintos estilos de vidas;
sienten la vida como una labor aplastante y sin alegría, tienen escasa intimidad y gozo
dentro de su vida de oración, y poseen una gran inseguridad que los hace demasiado
sensibles a las criticas y al rechazo, aunque sean fieros e inmisericordes para condenar a
los demás. ¡Qué cuadro más terrible tenemos aquí! Y sin embargo, la vía rebelde del
hermano menor no es, obviamente, una mejor alternativa.
La mayoría de los que siguen la filosofía de la satisfacción individual y del auto-
descubrimiento no transforman, como este hijo menor, sus vidas en un naufragio; y la
mayoría de los religiosos que piensan que Dios los salvará por sus esfuerzos morales, no
son miserablemente tan crueles ni están tan enojados como este hijo mayor. ¿No está,
acaso, exagerando Jesús? La respuesta es no, sino que explica que, mientras la mayor
parte de la gente no llega a estos extremos, cada actitud hacia la vida tiene las semillas
de su propia destrucción en ella, lo que atrae a sus adherentes hacia el destino espiritual
que muy bien describe él.
En consecuencia, la parábola presentada por Nuestro Señor genera algo de crisis para el
que oye reflexivamente, exponiendo vívidamente ambas vías espirituales del mundo, es
decir, las formas básicas que ofrece cada una de ellas para hallar la felicidad, para
relacionarse con Dios, y para tratar con nuestros problemas. Con todo, las expone como
si estuvieran profundamente equivocadas, como si fueran un callejón sin salida; y
claramente desea que adoptemos una actitud radicalmente opuesta, pero ¿Cuál? ¿Dónde
la encontramos?
Obtendremos la respuesta al darnos cuenta de que Cristo deliberadamente ha excluido a
alguien de esta parábola, haciendo esto para que lo buscáramos y, al hallarlo,
encontremos al fin nuestro camino a casa.

28
5

El verdadero hermano mayor

“hijo mío, todo lo que tengo es tuyo”

Lo que necesitamos

¿Qué necesitamos para liberarnos de las esposas de nuestra particular clase de


perdición, si aquella es de hermano mayor o de hermano menor? ¿Cómo podrá
cambiarse la dinámica interna de nuestro corazón: de una de temor y de ira a otra de
alegría, amor, y gratitud?
Lo primero que necesitamos es el iniciador amor de Dios. Notemos, entonces, como
viene el padre a cada uno de sus hijos para expresarle su amor, a fin de hacerlos pasar a
su casa. Además, no espera a su hijo menor en la terraza de su casa, golpeando sus pies,
y murmurando: aquí viene este hijo mío. ¡Después de todo lo que ha hecho, sería mejor
que fuera una verdadera vileza! Pero no hay un solo indicio de tal actitud, sino corre
hacia él y lo besa, antes que su hijo confiese lo que ha hecho. Entonces, no es
arrepentimiento lo que produce el amor del padre, sino más bien lo contrario. Es el
pródigo cariño lo que genera más fácilmente la expresión de remordimiento de parte del
hijo en cuestión.
El padre también va hacia el airado y resentido hermano mayor, rogándole que entre a la
fiesta.
Este cuadro es una espada de doble filo, pues muestra que incluso los más religiosos y
morales necesitan de la iniciadora gracia de Dios, de que ellos están perdidos; y muestra
que hay esperanzas, aún para los fariseos.
Este último ruego del padre es particularmente admirable cuando nos acordamos de la
audiencia con la que contaba Jesús, ya que se estaba dirigiendo a los líderes religiosos
que van a entregarlo a las autoridades romanas, con el fin de que lo ejecuten. No
obstante en la historia, el hermano mayor no recibe una dura condena, sino una amante
suplica para que se vuelva de su ira y de su auto-justicia. De manera que Cristo está
tratando de convencer a sus más mortales enemigos.
Él no es un fariseo con respecto a los fariseos; tampoco es autosuficiente con relación a
la autosuficiencia; ni tampoco debiéramos serlo nosotros. Pues, no solo ama él a los de
vida desenfrenada, sino también a los religiosos endurecidos.
Por otro lado, no podremos encontrar a Dios, a menos que él nos busque antes, sino que
debiéramos recordar que puede él hacerlo así, de diferentes maneras. Hay veces en que
Dios “salta” sobre nosotros dramáticamente, tal como lo hace con el hijo menor, y así
tenemos un claro sentido acerca de su amor; y a veces, tranquila y pacientemente
discute con nosotros aunque sigamos rechazando, tal como en el caso del hijo mayor.
¿Cómo dirá que si él está ahora obrando en usted? si comienza usted a estar consciente
de su perdición y se halla a si mismo deseando escapar de aquella, debiera darse cuenta
de que ese deseo no es algo que usted pudiera haber generado dentro de sí, ya que
semejante proceso requiere de ayuda (es decir, de Dios); y si está ocurriendo, es un buen
indicador de que él está de su lado.

29
De esta parábola, aprendemos además que nuestro arrepentimiento debe ser más
profundo que simplemente lamentarse por los pecados propios. Cuando el hermano
menor vuelve, tiene una larga lista de males por los que expresará remordimiento. A
este respecto, pensamos acerca del arrepentimiento: “si quieres estar bien con Dios,
muestra la lista de pecados y dile cuanto lo lamentas por cada uno de ellos”.
De hecho, el arrepentimiento no es menos que eso, pero tampoco es mucho más, puesto
que el método de la lista no basta para dirigirse a la condición del hermano mayor. Por
lo demás, el hijo mayor está perdido, fuera de la fiesta del amor paternal, aunque no
tenga casi nada en su lista de malos comportamientos.
El dice: “Jamás te he desobedecido”, y el padre no lo contradice, lo cual se constituye
en la forma en que Jesús nos muestra que, en relación con las reglas morales, es libre de
faltas. Así que, ¿Cómo se salva una persona que está perdida, aunque no tenga pecados
en la lista?
Permítame ser cuidadoso, para así evitar aquí un malentendido. Esta historia es una gran
metáfora sobre el pecado y la salvación, pero literalmente no forzaremos los detalles en
particular. Ni Nuestro Señor ni ningún autor de la Biblia insinúan que algún ser humano
sea perfecto, sin pecado o sin faltas, excepto el propio Jesús. En cambio, el punto es que
ello se convierte en una distracción para concentrarnos solamente en nuestras
deficiencias específicas del comportamiento.
Al pecar, los fariseos se sienten muy mal y se arrepienten, pudiendo castigarse a sí
mismos y lamentar su debilidad; cuando terminan, no obstante, siguen siendo
hermanos mayores, ya que el remordimiento y el lamento son solo una parte del
proyecto de auto-salvación. En consecuencia, el arrepentimiento farisaico no profundiza
lo suficiente para llegar al verdadero problema.
¿Cuál es ese problema? El orgullo por sus buenas obras, más que el remordimiento por
sus malas obras, mantenía al hijo mayor fuera de la fiesta de salvación. Entonces, el
problema del hermano mayor es su auto-justicia, la forma de usar sus antecedentes
morales para colocar a Dios y a los demás en su deuda con el objeto de controlarlos y
exigir que hagan lo que él quiere. De hecho, su problema espiritual es la radical
inseguridad que proviene de basar la imagen de sí sobre los logros y realizaciones,
debiendo así afirmar su sentido de justicia al humillar a otros y al hallar faltas. Es tal
como lo expresaba uno de mis profesores del seminario: la principal barrera entre los
fariseos y Dios es “no sus pecados, sino sus condenables buenas obras”.
Entonces, ¿Qué haremos para ser salvos? Bueno, para encontrar a Dios, debemos
arrepentirnos de lo malo que hemos hecho, pero si eso es todo, tal vez siga siendo usted
un hermano mayor. En efecto, para llegar a ser verdaderamente cristianos, debemos de
la misma manera arrepentirnos de los motivos que tuvimos para no hacer algo bueno.
Los fariseos se arrepentían sólo de sus pecados, pero los cristianos se arrepienten,
además, por las mismas raíces de su justicia. Además, debemos aprender a como
arrepentirnos del pecado que está bajo todos los demás pecados y bajo toda nuestra
justicia: el de procurar ser nuestro propio Señor y Salvador. Y además, debemos admitir
que hemos puesto nuestra última esperanza y nuestra última confianza en otras cosas
más que en Dios, y que tanto en nuestra maldad como en nuestra justicia hemos estado
intentando evadir a Dios o controlarlo, a fin de apoderarnos de tales cosas.
Solo al ver usted el deseo de ser su propio Señor y Salvador, al yacer bajo sus pecados y
su bondad moral, que está a punto de entender el Evangelio y ser un cristiano; cuando se
percata usted de que el antídoto para el ser malo es el ser bueno no es sólo ser bueno,
halla en el extremo; y si prosigue, cambiará todo: como se relaciona con Dios, usted
mismo, los demás, el mundo, su trabajo, sus pecados, y sus virtudes. Eso pasa a
denominarse nuevo nacimiento, porque es en extremo radical.

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Sin embargo, esto nos lleva solamente al límite del mensaje de Cristo, no a su centro.
Esto nos dice de qué hemos de volvernos, no a qué, ni a quién.
Hemos visto que requerimos el amor iniciador del padre, y su arrepentimiento
evangélico más profundo. Pero hay más cosas que necesitamos, para así entrar a
participar del alegre festival de la salvación.

A quién necesitamos

Lucas 15 nos informa en los versículos del 1 al 3 que Jesús no ha contado una, sino tres
parábolas a los fariseos, quienes se quejaban por su fraternización con los pecadores. La
primera parábola se llama La parábola de la oveja perdida. En esta, un hombre dirige un
rebaño de cien ovejas, pero una de ellas se pierde. En vez de aceptar esta perdida, el
pastor va su búsqueda hasta que la encuentra. Entonces, llama a todos para decirles:
"Alégrense conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido.” (Versículo 6).
La segunda parábola se denomina la parábola de la moneda perdida. En esta historia,
una mujer tiene diez monedas en la casa, pero pierde una. Sin embargo, no la da por
perdida, pues “¿No enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta
encontrarla? (Versículo 8) Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les
dice: “Alégrense conmigo; ya encontré la moneda que se me había perdido (Versículo
9).” La tercera parábola es el relato que hemos estado estudiando: la parábola de los dos
hijos perdidos.
Las semejanzas entre las tres historias narradas son muy evidentes. En cada una de ellas,
algo se ha perdido: una oveja, una moneda, y un hijo; en cada una de ellas, quien pierde
algo, lo recupera; y cada una de las narraciones finaliza con una nota de alegría festiva y
de celebración cuando lo perdido es recuperado.
Con todo, hay una gran diferencia entre la tercera parábola y las dos anteriores. En las
primeras dos, alguien “sale” y busca diligentemente lo que se ha perdido. Los
buscadores no dejan que nada los distraiga o los detenga. Y cuando llegamos a la tercera
parábola, sabiendo de la situación en la que se encuentra el hijo perdido, estamos
totalmente preparados para esperar que alguien vaya en su búsqueda. No obstante, nadie
lo hace, lo que resulta impresionante, porque Cristo lo dijo en serio para que así fuera. Y
al relacionar tan estrechamente las tres parábolas, está invitando a quienes escuchan con
atención, a fin de preguntarles: “Bueno, ¿Quién debía haber salido a buscar al hijo
perdido?”. Por lo demás, Jesucristo conocía detalladamente las Escrituras, sabiendo que
en el mismo comienzo de ellas, se cuenta otra historia sobre un hermano mayor y uno
menor: Caín y Abel. En aquélla, Dios le dice al resentido y orgulloso hermano mayor:
“Tú eres el que debe cuidar a tu hermano”.
Edmund Clowney relata la historia verdadera de un joven que fue soldado de los
EE.UU. desaparecido en acción durante la Guerra de Vietnam. Cuando la familia no
tenía noticias sobre él por medio de los canales oficiales, el hijo mayor voló a Vietnam
y, al arriesgar su vida, buscó a su hermano desaparecido tanto en las selvas como en los
campos de batallas. Además, se dice que, a pesar del peligro que existía, nunca fue
herido, porque los que estaban en ambos bandos se habían enterado de su dedicación y
respetaron su búsqueda. E incluso algunos lo llamaron, simplemente, “el hermano”.
Esto es lo que el hermano mayor de la parábola debiera haber hecho. En tal caso, habría
dicho: “Padre, mi hermano menor ha sido un necio, y ahora su vida está en la miseria;
pero iré a buscarlo y lo traeré a casa. Y si se acabara la herencia, como así lo espero, a
costa mía lo presentaré de nuevo a la familia”.

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De hecho, es sólo a costa del hermano mayor que el hermano menor podrá serlo. Pues,
tal como lo dijo Jesús, el padre había dividido su propiedad entre ellos antes de que el
hijo menor se fuera. Todo había sido asignado: el hijo más joven había recibido su
tercera parte, la que fue totalmente gastada. Ahora, cuando el padre le dice al hermano
mayor “Hijo, todo lo que tengo es tuyo”, le está diciendo la verdad en su sentido literal,
porque cada peso que quedaba de la propiedad familiar es del hermano mayor. Es decir,
cada vestido, cada anillo, y cada becerro engordado es suyo por derecho.
Con el paso de los años, muchos lectores han llegado a una conclusión superficial de
que la restauración del hermano menor no implicó reparación o costo alguno, señalando
que el hijo menor deseaba hacer restitución pero que el padre no se lo permitió, pues el
ser aceptado nuevamente en la familia fue sencillamente gratis. Esto, según lo que dicen
ellos, muestra que el amor y el perdón debieran ser incondicionales y sin precio.
Eso es una simplificación exagerada. Por ejemplo, si alguien rompe la lámpara que
usted posee, podría exigir que se la pague. Sin embargo, la alternativa es que lo perdone
y la pague usted mismo (o se vaya dando de golpes con los muebles en la oscuridad).
Imagínese una situación más grave, específicamente que alguien haya dañado
seriamente su reputación. Como en el caso anterior, tiene dos opciones: podría hacer
que pague por esto yendo a otros, criticándolo y arruinando su buen nombre como una
forma de restaurar la suya; o podría perdonarlo, asumiendo la tarea más difícil de
explicarle correctamente los hechos, sin difamarlo. Si bien el perdón es gratis e
incondicional para el perpetrador, hay un costo para usted.
Por otra parte, la misericordia y el perdón deben ser gratis para el malhechor; pues si él
o ella han de hacer algo para merecerlo, entonces no es tal. Pese a ello, el perdón
siempre conlleva un costo para el que lo otorga.
Mientras el acto uno de la parábola nos mostraba como es sin precio el perdón del
padre, el dos nos da una idea de su costo. La restauración del hermano más joven era si
pago para él, pero conllevó un enorme costo para el hermano mayor, ya que el padre no
podía solamente perdonarlo, pues ¡alguien tenía que pagar! De hecho, el padre no
podría reincorporar al hijo menor, excepto a costa del hermano mayor. No había otra
forma de hacer las cosas. Pero Jesucristo no puso en la relato a un verdadero hermano
mayor, es decir, a alguien que estuviera dispuesto a pagar un costo, a fin de buscar y de
salvar lo que se había perdido. Como resultado, parte el alma saber que el hermano
menor tenga a un fariseo en vez de un hermano.
Tampoco hacemos lo contrario.
Además, al poner Jesús en la historia a un imperfecto hermano mayor, nos invita a
imaginarnos a uno verdadero y a desearlo vivamente.
Ya lo tenemos. Pensemos en la clase de hermano que necesitamos: uno que no solo
vaya al país para hallarnos, sino que recorra cielo y tierra; uno que esté dispuesto a
pagar no solo una finita cantidad de dinero, sino que al infinito costo de su propia vida,
para traernos a la familia de Dios, porque nuestra deuda es altísima.
Ya fuera como hermano mayor o como hermano menor, nos hemos rebelado contra el
padre. Merecemos, entonces, alejamiento, aislamiento y rechazo. El tema específico de
la parábola es que el perdón siempre involucra un precio, pues alguien debe pagarlo.
De manera que, para el hermano menor no hay otra forma de retornar a la familia a
menos que el hermano mayor lleve por sí mismo el costo. Así, nuestro verdadero
hermano mayor pagó la deuda, en la cruz, en nuestro lugar.
Allí nuestro Señor fue desnudado de su vestido y de su dignidad, para que pudiéramos
nosotros ser vestidos de una dignidad y de una posición que no merecíamos. En la cruz
fue tratado como un despreciado, para que pudiéramos ser devueltos a la familia de
Dios libremente por gracia. Y allí bebió él la copa de la eterna justicia, para que

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tuviéramos la copa de la alegría del Padre. No hay, entonces, otra forma de que el Padre
Celestial nos traiga de vuelta a casa, excepto a costa de nuestro verdadero hermano
mayor.
¿Cómo podrán ser cambiadas las obras internas del corazón: de una dinámica de temor e
ira a otra de amor, alegría y gratitud? Aquí lo tenemos: usted necesita ser llevado por la
perspectiva de lo que cuesta traerlo a casa. De hecho, la diferencia clave entre un fariseo
y un creyente en Jesucristo es la motivación interna del corazón, ya que los fariseos son
buenos, pero por la necesidad alimentada por el temor a fin de controlar a Dios. Ellos,
por tanto, no confían verdaderamente en él ni lo aman.
Para ellos, Dios es un jefe exigente, no un padre amoroso. Al contrario, los cristianos
han visto algo que ha transformado sus corazones conduciéndolos hacia Dios, de modo
que lo amarán Allí y descansarán en el Padre.
La aclamada película extranjera Tres estaciones es una serie de viñetas acerca de la vida
en el Vietnam de la postguerra. Una de las historias es sobre Hai, un conductor de
bicicleta (una bicicleta-rickshaw), y Lan, una prostituta. Ambos tienen deseos profundos
e incumplidos. Hai está enamorado de Lan, pero ella está fuera del alcance de su precio.
Además, Lan vive en una agobiante pobreza y anhela vivir en el hermoso mundo de los
elegantes hoteles donde trabaja, pero en los cuales nunca pasa la noche. Y además,
espera que el dinero que gana al prostituirse sea el medio de escape, pero al contrario, el
trabajo la embrutece y la esclaviza.
Luego Hai participa en una carrera de bicicletas y gana el primer premio. Con el dinero
obtenido, lleva a Lan al hotel, paga por la noche y el salario de ella. Y luego, para
sorpresa de todos, le dice que solo quiere verla durmiendo. En vez de usar el poder que
le dan sus riquezas para tener relaciones sexuales con ella, lo invierte en adquirir un
lugar para ella por una noche dentro del mundo normal, a fin de satisfacer su deseo de
pertenecer. Al principio, Lan encuentra muy problemática semejante gracia, pensando
que Hai lo ha hecho para ejercer control sobre ella. Pero al ser evidente que empleaba él
sus facultades para servir más que por usarla, aquello empieza a transformarla, haciendo
imposible que vuelva a una vida de prostitución.
Jesucristo, quien tuvo todo el poder en el mundo, nos vio esclavizados por las mismas
cosas que pensábamos que nos liberarían. De modo que se despojó de su gloria y se
hizo siervo (Filipenses 2); y dejando de lado las ilimitaciones e inmensidades de su ser,
y al costo de su vida, pagó la deuda por nuestros pecados, obteniendo para nosotros el
único lugar en el que nuestros corazones podrán descansar: en la casa de su Padre.
El saber que hiciera esto, nos transformará desde adentro hacia afuera, así como el
desinteresado amor de Hai lo hizo por Lan. ¿Por qué no desearía usted ofrecérselo a
alguien como ella? De verdad, el amor desinteresado destruye la desconfianza de
nuestros corazones hacia Dios, la que nos mueve a ser hermanos menores o hermanos
mayores.
El autor del himno “Sublime gracia”, John Newton, escribió otro himno que tradujo
perfectamente esto:

Nuestro placer y nuestro deber,


Aunque antes opuestos,
Desde que hemos visto su belleza,
Estamos unidos para no separarnos más

En pocas palabras, Newton subraya nuestro dilema. La elección antes de que nos
parezca que nos apartemos de Dios y persigamos los deseos de nuestro corazón, así
como el hermano menor; o reprimamos el deseo y cumplamos con nuestra

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responsabilidad moral, así como el hermano mayor. Pero el costoso y sacrificante amor
de Cristo en la cruz, cambia eso, dándonos cuenta de que el amor, la grandeza, el
consuelo, y el honor que hemos estado buscando en otras cosas, lo tenemos aquí. Lo
hermoso elimina, de la misma forma, nuestro temor. Ya que si el Señor del Universo
nos ama lo suficiente para experimentarlo por nosotros, ¿De qué tendremos temor?
Hasta el grado de que “veamos su belleza”, seremos libres del temor y de la necesidad
que crea tanto a los hermanos menores como a los hermanos mayores.
El poeta William Cowper, amigo de John Newton, trata con esta idea en otro himno:

Ver la Ley por Cristo satisfecha,


Y oír su voz perdonadora,
Convierte a un esclavo en un niño
Y el deber en elección.

Por lo demás, no dejaremos nunca de ser hermanos menores o hermanos mayores hasta
que reconozcamos nuestra necesidad, descansemos por fe, y veamos maravillados la
obra de nuestro verdadero hermano mayor: Jesucristo.

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6

Redefiniendo la esperanza

“Se fue a un país lejano”

Nuestra nostalgia por el hogar

Es importante que leamos la parábola del hijo perdido dentro del contexto del Evangelio
según San Lucas, capitulo 15, aunque el relato tiene un contexto aun mayor. De hecho,
si lo leemos a la luz del extenso tema del exilio y del retorno al hogar explicado por la
Biblia, entenderemos que Jesús nos ha dado más que una conmovedora historia de
redención individual, pues nos ha vuelto a contar la historia de toda la raza humana,
prometiéndonos nada menos que la esperanza para el mundo.
En la parábola dicha por Nuestro Señor, el hermano menor se va a un país distante
esperando tener una mejor vida, pero se decepciona. Como resultado, empieza a
extrañar el hogar, recordando la comida que había en casa de su padre. Así lo hacemos
todos.
El concepto de hogar ejerce una poderosa influencia sobre la vida humana. Por ejemplo,
los estadounidenses nacidos en el extranjero gastan miles de millones de dólares por año
en visitar a las comunidades en las que nacieron. Por otra parte, los niños que jamás
hallan un lugar donde crean que pertenecen, llevan consigo mismos una incapacidad de
afecto en su adultez. Y además, muchos de nosotros tenemos buenos y cariñosos
recuerdos de los tiempos, de la gente, y de los lugares donde pensábamos que
verdaderamente estábamos en casa. Sin embargo, si tenemos alguna vez la oportunidad
de volver a los lugares que con tanto afecto recordamos, generalmente nos
decepcionamos. Si les doy otro ejemplo, mi esposa Kathy, por treinta y nueve años,
pasa los veranos con su familia en una casita de campo destartalada a orillas del lago
Erie. Los mismos recuerdos de aquel lugar alimentan el espíritu de Kathy. Pero el
regresar a la actual y ya ruinosa propiedad, se convierte en una desgarradora
experiencia, puesto que no será distinto si alguien la compra y construye sobre ella
nuevos departamentos; y una visita al lugar siempre le entregará un sentido de pérdida.
Por lo demás, hogar es un poderoso pero a la vez un concepto elusivo, ya que los fuertes
sentimientos que lo rodean revelan un profundo anhelo que se encuentra dentro de
nosotros por un lugar que calza con nosotros, donde podemos estar, o quizás, hallarnos.
Sin embargo, pareciera que ningún lugar verdadero o familia verdadera satisface estas
añoranzas, pese a que muchas situaciones las incitan. En su novela titulada Una paz
separada, el personaje principal de John Knowles descubre que las mañanas de verano
en New Hampshire le dan “un sentimiento tan desesperanzadoramente prometedor que,
me quedaría en mi cama para así tomar precauciones contra él…Deseaba estallar en
lagrimas de puñaladas de alegría sin esperanza, o de promesa intolerable, o porque esas
mañanas eran muy llenas de belleza para mí”. Y John Steinbeck, en su novela titulada
Este de Edén, de modo semejante, dice acerca de las montañas de California Central de
que quería él “subir a las colinas casi como deseas tú subir al regazo de una amada
madre”.
Los recuerdos del hogar parecen ser poderosamente evocados por ciertas visiones,
sonidos, e incluso olores. Pero solo excitan un deseo que no pueden satisfacer. Por

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ejemplo, muchas personas de mi iglesia me han compartido de cuan decepcionantes les
son tanto Navidad como Acción de Gracias. Además, se preparan para las vacaciones
con la esperanza de que, finalmente, en este año, el que la familia se reúna en ese
importante lugar, le entregue la experiencia de calidez, alegría, consuelo y amor que
desean de ello.
Hay una expresión alemana que da a entender este concepto, Sehnsucht. Los
diccionarios le señalarán que no hay en español un sinónimo sencillo, denotando una
profunda nostalgia o anhelo, pero con una alusión trascendente. En relación con esto,
C.S. Lewis fue el que más escribió acerca de esta “nostalgia espiritual” en su famoso
sermón “El poder de la gloria”. Aquí, se refiere a muchas experiencias semejantes como
las descritas por Steinbeck y Knowles, diciendo a continuación:

Nuestro recurso más común es llamarlo belleza, comportándose como si hubiera


resuelto la materia.
El recurso empleado por Wordsworth debía identificarlo con ciertos momentos de su
propio pasado. Pero es todo esto un engaño. Y si Wordsworth hubiera vuelto a tales
momentos del pasado, no habría descubierto la cosa misma, sino sólo el que la recuerda;
lo que recordaba, saldría para ser en sí un recuerdo. Los libros o la música en la que
pensamos de que la belleza se encuentra allí, nos traicionará si confiamos en ellos; no
estaba en ellos, solo venía por medio de ellos, y lo que venía por medio de ellos era el
anhelo. Estas cosas: la belleza, las memorias de nuestro pasado, son buenas imágenes de
lo que realmente deseamos; pero si por la cosa misma están erradas, se convierten en
ídolos mudos, que quiebran los corazones de sus adoradores. Pues no son ellas la cosa
misma…Ahora despertamos para encontrar…Hemos sido meros espectadores, pues la
belleza ha sonreído, pero no para darnos la bienvenida; su cara se ha vuelto en nuestra
dirección, pero no para vernos. Tampoco hemos sido aceptados, recibidos, o
admitidos…

Nuestra nostalgia vitalicia, nuestro anhelo de ser reunidos con algo en el universo, del
cual nos sentimos aislados, para estar dentro de una puerta que hemos visto desde
afuera, no es un mero y neurótico capricho, sino el índice más real de nuestra real
situación.

Parece que hay, entonces, un sentido, en el que todos somos como el hermano menor.
Todos estamos en el exilio, siempre extrañando el hogar; siempre estamos viajando,
pero nunca llegando; las casas y familias que actualmente habitamos, son solo posadas a
lo largo del camino, pero no son el hogar. Este concepto sigue evadiéndonos.
¿Por qué sería tan poderoso “hogar”, y aun tan elusivo para nosotros? Podremos hallar
la respuesta mientras examinamos uno de los temas más penetrantes de la Biblia; y la
experiencia que hemos estado describiendo, es la huella en nuestras almas de este relato
más extenso.
Al comienzo del libro de Génesis, conocemos la razón de por qué la gente se siente
como exiliada, como si no estuviéramos en el hogar; se nos ha dicho que hemos sido
creados para vivir en el jardín de Dios; que ese era el mundo que había sido construido,
un lugar en el que no había separación del amor, ni deterioro n tampoco muerte. Eran
todas estas cosas, pues había vida delante de Dios, es decir, en su presencia. Allá,
debíamos adorar y servir a su infinita majestad, y para conocer, disfrutar, y reflejar su
infinita belleza. Ese era nuestro hogar original, el verdadero país para el que fuimos
hechos.

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Sin embargo, la Biblia nos enseña que, tal como está dicho en la parábola narrada por
Jesucristo, Dios era el “padre” de aquel hogar y, nos enojamos por su autoridad;
deseamos vivir sin que Dios interfiriera en nuestras vidas, y así nos apartamos, llegamos
a alejarnos de él, y perdimos nuestro hogar por la misma razón que el hermano menor.
El resultado fue el exilio.
Las Escrituras nos dicen que, desde ese momento, hemos estado vagando como
exiliados espirituales. En otras palabras, hemos estado viviendo en un mundo que ya no
cuadra con nuestros anhelos más profundos.
Pese a que añoramos cuerpos que “corran y no estén cansados”, hemos llegado a estar
sometidos a la enfermedad, el envejecimiento y la muerte; aunque necesitemos un amor
que dure, todas nuestras relaciones están sujetas a la inevitable entropía del tiempo,
desintegrándose aquéllas en nuestras manos; incluso la gente que permanece fiel a
nosotros muere y nos deja, o morimos nosotros y los dejamos; y aunque deseemos
hacer una diferencia en el mundo a través de nuestro trabajo, experimentamos una
frustración sin fin, ya que nunca llevaremos a cabo de manera completa y cabal nuestros
sueños y esperanzas. Tal vez trabajemos duro para re-crear el hogar que hemos perdido,
pero, dice la Biblia que éste existe solamente en la presencia del Padre Celestial, de la
que hemos huido.
Este tema, por otra parte, se termina una y otra vez en la Biblia. Después del exilio de
Adán y Eva de su hogar más importante, su hijo Caín fue obligado a vagar sin descanso
por la tierra por asesinar a su hermano Abel; después que Jacob engañara a su padre y a
su hermano, huyó exiliándose por muchos años; después de eso, José, el hijo de Jacob y
su familia fueron llevados de su patria a Egipto, debido al hambre que había. Allí, los
israelitas fueron esclavizados hasta que, liderados por Moisés, retornaron a la patria
ancestral. Cientos de años más tarde, David, antes de que fuera rey, vivió como fugitivo
al que se le daba caza; y finalmente, toda la nación de Israel volvió a ser exiliada,
llevada cautiva a Babilonia por el rey Nabucodonosor.
No es coincidencia de que una historia tras otra contenga el patrón del exilio, pues el
mensaje de las Escrituras es que la raza humana es una banda de exiliados que intentan
volver al hogar, de modo que la parábola sobre el hijo pródigo (expresión antigua para
referirse al hijo perdido, nota del traductor) es acerca de cada uno de nosotros.

La dificultad del retorno

“Hogar”—dijo célebremente Robert Frost—es donde, cuando has de ir, deben


admitirte” (“La muerte del hombre contratado”). Sin embargo, el hermano menor sabe
que no es inevitable un retorno exitoso. ¿Por qué? La razón es que sus pecados han
creado una barrera, sin saber de qué manera puede ser rota esa muralla; además, sabe
que podría ser rechazado y obligado a permanecer en el exilio. De la misma forma, la
Biblia nos muestra cuán grandes son las barreras, como raza humana, para nuestro
regreso al hogar.
Durante el exilio babilónico, los profetas de Israel predijeron un gran retorno y vuelta al
hogar por la gracia de Dios. Finalmente, al pueblo de Israel se le permitió que
abandonara Babilonia y regresara a su patria, si bien una minoría de judíos volvió de
veras a Palestina, y allí, siguieron estando bajo la dominación persa. Luego, una
potencia mundial tras otra invadió y controló Israel: primero Grecia, después Siria, y
por último Roma.
La gente seguía oprimida. De hecho, todos los pequeños éxodos y pequeños retornos al
hogar que relata la Biblia fracasaron al fin para lograr el último y completo regreso que

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los profetas prometieron y que todos esperaban con ansias. ¿Por qué? Una de las
razones era la debilidad dentro de los seres humanos. Israel en particular, y la raza
humana en general, estaban aun enlodados en egoísmo, orgullo y pecado. Entonces,
estamos oprimidos por conflictos en nuestros corazones, así como por constantes
batallas y guerras con las naciones vecinas. Como resultado, necesitamos un cambio
radical en nuestra misma naturaleza.
La segunda razón es la debilidad que rodea a los seres humanos, habiendo más relación
con el estado de “exilio” que con el mal moral del hombre. De acuerdo con la Biblia,
vivimos en un mundo natural que está caído, pese a que no fuimos creados para un
mundo de enfermedades y de desastres naturales, es decir, un mundo en que todo se
deteriora y muere, incluyéndonos nosotros. Y tal como existe, este mundo no es el
hogar que ansiamos; pues un retorno verdadero y final significaría un cambio radical, no
solo en la naturaleza humana, sino también en la misma estructura del mundo material.
¿Cómo podrá efectuarse algo semejante?
Durante el ministerio de Jesús, muchos en Israel se dieron cuenta que a pesar de haber
retornado de Babilonia, la nación seguía estando en el exilio. La injusticia y la opresión,
la pérdida y la aflicción dominaban aún la vida nacional, no habiéndose ya producido el
retorno final al hogar. Por lo tanto, muchos comenzaron a pedir esto a Dios en oración,
si bien lo concibieron como una liberación nacional y política para Israel. Se pensaba
que el Mesías, el rey que redimiría a la nación hebrea, sería una figura de gran fuerza
militar y de gran poder político; vendría a su pueblo, sería reconocido y recibido por él,
y entonces, lo conduciría hasta la victoria.
En dicho momento apareció Jesús, declarando que presentaba “el Reino de Dios”
(Marcos 1:15); la gente se reunía con ansias a su alrededor, con el fin de observarlo y de
oírlo, pero nada acerca de él se ajustaba a lo que esperaba. El no había nacido en un
palacio tras una cortina real, sino en el pesebre de un establo, sobre la paja, lejos del
hogar.
Durante su ministerio vagó, sin establecerse en algún lugar, diciendo: “Las zorras
tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del
hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mateo 8:20). Permaneció completamente
fuera de las redes sociales del poder político y económico; tampoco buscó obtener
credenciales académicas o religiosas; por último, al final de su vida, fue crucificado
fuera de las puertas de la ciudad, lo cual era un poderoso símbolo de rechazo de parte de
la comunidad, una potente señal del exilio. Y mientras moría, dijo: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46), un dramático grito de abandono y
desamparo espiritual.
¿Qué había sucedido? Cristo no había venido simplemente a liberar de la opresión
política a una nación, sino a salvarnos a todos del pecado, del mal y de la muerte en sí.
Vino a traer hogar a la raza humana. Por tanto, no vino en fuerza, sino en debilidad;
vino y experimentó el exilio que nosotros merecíamos; fue expulsado de la presencia
del Padre, siendo echado a las tinieblas, la desesperación máxima de la alienación
espiritual, en nuestro lugar; y tomó sobre sí mismo toda la maldición de la rebelión
humana: el desamparo cósmico, para que así pudiéramos ser bienvenidos en nuestro
verdadero hogar.

La fiesta al final de la historia

Jesús no solo murió, sino que también se levantó de la tumba al tercer día, quebrando
así el poder de la muerte (Hebreos 2:14): “Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de

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las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su
dominio” (Hechos 2:24).
Y como él pagó con su muerte la pena por nuestros pecados, obtuvo la victoria sobre las
fuerzas de la muerte, la destrucción y el desorden, que impiden al mundo el ser nuestro
verdadero hogar. Pero un día volverá, a fin completar esta victoria.
Con relación a este tema, el profeta Isaías escribe:
“Su Dios vendrá… vendrá a salvarlos. Se abrirán entonces los ojos de los ciegos y se
destaparán los oídos de los sordos; saltará el cojo como un ciervo, y gritará de alegría la
lengua del mudo… Y volverán los rescatados por el SEÑOR, y entrarán en*Sión con
cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanzarán la alegría y el
regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido” (Isaías 35)

Al final del relato acerca de los hijos pródigos, hay una fiesta de regreso al hogar. De la
misma manera, en la parte final del libro de Apocalipsis, hay una fiesta: la “cena de las
bodas del Cordero” (Apocalipsis 19).
Bien, el Cordero es Cristo, quien fue sacrificado por los pecados del mundo, para que
pudiéramos ser perdonados y luego ser llevados a casa. Además, la fiesta tiene lugar en
la Nueva Jerusalén, la Ciudad de Dios, que desciende de los cielos para llenar la tierra
(Apocalipsis 21-22). Se nos ha dicho también que la misma presencia de Dios se
encuentra en esta ciudad, y también está, de modo extraordinario, el árbol de la vida,
cuyas hojas efectúan ahora “la salud de las*naciones” (Apocalipsis 22:2). Por su parte,
este árbol de la vida se hallaba en el Jardín del Edén. Y al concluir esta historia, toda la
tierra se ha vuelto de nuevo en el Jardín de Dios. En consecuencia, la muerte, la
destrucción y el sufrimiento se han ido; y las naciones ya no están en guerra, pues “Él
les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor,
porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apocalipsis 21:4)
A diferencias de los fundadores de otras religiones importantes, da esperanza para la
vida común del hombre. De hecho, nuestro futuro no es una forma de conciencia etérea
e impersonal; tampoco flotaremos en el aire, sino más bien, comeremos, abrazaremos,
cantaremos, reiremos y danzaremos en el Reino de Dios, en grados de poder, de gloria y
de alegría que, en el presente, no podemos imaginar.
Efectivamente, Nuestro Señor hará que el mundo sea otra vez nuestro perfecto hogar;
por lo cual, ya no viviremos al “Este del Edén”, siempre vagando y nunca llegando.
Entonces, llegaremos, y el padre nos encontrará, nos recibirá en sus brazos, y nos traerá
a la fiesta.

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7
La fiesta del padre

“oyó la música del baile”

Si creemos en el Evangelio, descansando en la obra que hace Jesús, y recibimos una


nueva identidad y una nueva relación con Dios, ¿Qué hay después? ¿Cómo viviremos
nuestras vidas cuando las vivimos basándonos en su mensaje acerca del pecado, de la
gracia, y de la esperanza?
En las predicciones hechas por el profeta Isaías con relación al cielo nuevo y a la tierra
nueva, éste declara que, como todos los regresos a casa, este último será caracterizado
por la fiesta más importante (Isaías 25). Asimismo, Nuestro Señor representa
constantemente la salvación al traerla como si fuera una fiesta; y a sus seguidores les
decía: “muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con
Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8:11).
Además, dejó una comida, la que hoy llamamos la Cena del Señor o Eucaristía, como
un signo de su gracia salvadora. Y por supuesto, la parábola de los hijos perdidos, la
cual es narrada por Jesucristo, termina en una fiesta que representa el gran festival de
Dios cuando finaliza dicha historia.
¿Por qué lo expresa de esta manera? Lo hace así, porque no hay otra forma mejor de dar
a entender vívidamente lo que significa el tener una vida basada en su obra salvadora; y,
existen cuatro maneras de experimentar una fiesta que corresponda a las formas en que
nuestras vidas sean moldeadas por el mensaje evangelístico de Cristo el Señor.

La salvación es experiencial

Una fiesta es un lugar donde nuestros apetitos y nuestros sentidos—la vista, el olfato, la
audición, y el gusto—son satisfechos. Se nos ha contado en Juan 2 de que Jesús asistía
a una recepción con motivo de una boda, donde el vino se había acabado rápidamente.
Tanto los novios como “el maestresala”, lo que podríamos llamar “el maestro de
ceremonias”, estaban en riesgo de ser socialmente humillados. Sin embargo, en su
primer ejercicio de poder divino, el Señor convirtió en vino varios y grandes
receptáculos de agua. Y de manera admirable, el evangelista Juan llama a este milagro
una “señal”, un significado de lo que se relacionaba con el ministerio de Cristo. ¿Por
qué sería esto su acto inaugural? ¿Por qué, para comunicarnos lo que había venido a
hacer, elegiría el transformar en vino 150 galones de agua, a fin de que una fiesta
siguiera su curso?
Le respuesta es que Jesús venía a traer la alegría del festival. El es el verdadero
“Maestro de Ceremonias”, el Señor de la Fiesta; y tal como lo hemos visto, llevó él por
nosotros, en nuestro lugar, el castigo de nuestros pecados. En consecuencia, los teólogos
cristianos han hablado sobre el aspecto jurídico de la salvación provista por Nuestro
Señor. Dicho en otras palabras, él nos asegura el veredicto legal de “inocentes”, de
modo que ya no somos responsables de nuestros delitos. No obstante, la salvación no
solo es objetiva y legal, sino también experiencial y subjetiva. Por otra parte, la Biblia
insiste en usar un lenguaje tocante a los sentidos con respecto a la salvación,
llamándonos a “probar y a ver” que el Señor es bueno, no solo a creerlo y a aceptarlo.

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Sobre este particular, en su famoso sermón titulado “Una luz divina y sobrenatural”,
Jonathan Edwards dice:

“Hay una diferencia entre creer que Dios es santo y lleno de gracia, y tener en el
corazón un nuevo sentido del amor y de la belleza de aquella santidad y gracia. Pues, la
diferencia entre creer que Dios es lleno de gracia y probar que Dios lo es, es tal como
tener una fe racional en que la miel es dulce y poseer el real sentido de su dulzura”.

La salvación que nos da Jesucristo es una fiesta, y por lo tanto, al creer en su obra y al
descansar en lo que ha realizado por nosotros por medio del Espíritu Santo, se hace
patente en nuestros corazones. Su amor es como miel, o como el vino. Y más que creer
que ama, podremos llegar a sentir la realidad, la belleza y el poder de su amor, ya que su
amor se hará real para usted más que el amor de cualquier otra persona, pudiendo
encantarlo, estimularlo y consolarlo. Eso lo levantará y lo liberará del miedo como
ninguna otra cosa lo haría.
Esto marca la diferencia, ya que si está usted lleno de culpa y de vergüenza, no necesita
solamente creer en el concepto abstracto de la misericordia de Dios, sino que deberá
sentir, como si lo fuera, la dulzura de su misericordia en el paladar del corazón;
entonces sabrá que ha sido aceptado. Y si está usted lleno de de ansiedades y de
preocupaciones, no solo necesita creer que Dios toma el control de la historia, sino que
deberá ver, con los ojos del corazón, su deslumbrante majestad. Así sabrá que él tiene
todo en sus manos.
¿Es posible tener, en realidad, esta clase de experiencias? Algunos la encuentran más
difícil que otros, porque son de un temperamento más racional y controlado. Otros,
según creo yo, están tan hambrientos de experiencias místicas que ven cada intuición y
toda emoción fuerte como si fuera una “palabra del Señor”. En breves términos, la
mayoría de nosotros están muy ansiosos o no lo suficiente para lo que ofrece Jesús.
Pero, lo que ofrece es el acceso a la presencia del Padre. Por ahora, aquello es sólo un
anticipo, y sufre altibajos con el paso de los años, mientras oramos y buscamos su rostro
con la ayuda del Espíritu Santo. Aun así, está disponible.
El himnólogo Isaac Watts habla de esto en las siguientes líneas:
“El monte de Sión da miles de sacros placeres antes que alcancemos los campos
celestes, o que caminemos por las calles de oro”.

La salvación es material

Una comida es una experiencia física. Jesús dejó una comida: la Cena del Señor, para
que fuera recordada; y el objetivo final de la historia es una comida: la Cena de las
Bodas del Cordero (Apocalipsis 19). Además, el Cristo resucitado comió con sus
discípulos cuando se encontró con ellos (Lucas 24:42-43; Juan 21:9). Pero, ¿Qué
significa todo aquello? Un signo de que, para él, este mundo material importa.
El libro de Génesis nos dice que cuando Dios hizo al mundo, miró la creación física y la
llamó “buena”, señalando que ama y cuida del mundo material. Y el hecho de que
Jesucristo resucitara y prometiera nuevos cielos y nueva tierra, muestra claramente que
sigue preocupándose de él. Por lo cual, este mundo no es simplemente un teatro para
relatos de conversión individual, para ser desechado al fin cuando nos vayamos al cielo.
Al contrario, el propósito más importante de Jesús no es solo la salvación individual y el
perdón de pecados, sino también la renovación de este mundo, el fin de la enfermedad,
de la pobreza, de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte. De manera que, el clímax

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de la historia es una fiesta, no una forma superior de consciencia incorpórea. En
consecuencia, Dios creó al mundo con todos sus colores, sus gustos, sus luces y sus
sonidos, es decir, con todas sus formas de vida que viven en sistemas interdependientes.
Por ahora el mundo está estropeado, manchado y quebrado, pero el mismo Dios no
descansará hasta que lo haya ordenado.
Si el mundo material fuera solo una ilusión, tal como afirma la filosofía oriental, o solo
una copia temporal de lo real, tal como lo sostiene Platón, lo que sucede, entonces, en
este mundo o en esta vida carecería de importancia. Como resultado, lo que toca al
alma o al espíritu sería lo importante.
Sin embargo, Cristo no fue sencillamente salvado “en espíritu”, sino también resucitado
en cuerpo; además, Dios hizo al espíritu y al cuerpo, y los redimirá. De modo que todo
lo relacionado con el ministerio de Nuestro Señor demostró este hecho, pues no solo
predicó la palabra, sino que igualmente sanó al enfermo, alimentó al hambriento y se
preocupó por las necesidades de los pobres.
En Mateo 25, el Señor describe como será el Día del Juicio. Allí, muchos estarán y lo
llamarán “Señor”, pero asombrosamente dice él que, si no hubieran atendido al
hambriento, al refugiado, al enfermo y al preso, entonces no lo han servido (Mateo
25:34-40).
Esto no se contradice con lo que hemos oído del propio Jesús en la Parábola del hijo
pródigo. De hecho, no está diciendo que sólo los trabajadores sociales entrarán al Reino
de los Cielos; más bien, que el inevitable signo de que usted sabe que es un pecador
salvado por la verdadera y costosa gracia es una conciencia social sensible y una vida
que se vierte en obras de servicio hacia los pobres. En cuanto a esto, los hermanos
menores son muy egoístas, y los mayores, muy autosuficientes para preocuparse de
ellos.
Luego, el cristianismo es tal vez la más materialista de todas las religiones del mundo:
los milagros realizados por Jesús no son tanto violaciones del orden natural, sino una
restauración del mismo; Dios no creó un mundo con ceguera, lepra, hambre y muerte; y
los milagros de Nuestro Señor eran signos de que un día se abolirían todas estas
corrupciones de su creación. Por lo cual, los cristianos pueden hablar de salvar el alma y
de construir sistemas sociales que provean calles seguras y hogares cálidos dentro de la
misma cláusula: con integridad.
Además, Cristo aborrece en extremo el sufrimiento, la injusticia, el mal y la muerte;
vino y lo experimentó para derrotarlo, y un día, para limpiar al mundo de aquello. Y al
saber todo esto, los cristianos no serán pasivos frente al hambre, a la enfermedad y a la
injusticia.
Karl Marx y otros han acusado a la religión de ser “el opio del pueblo”, es decir, un
sedante que hace a la gente pasiva hacia la injusticia, porque habrá “de aquí a poco
tiempo más, pastel en el cielo”.
Puede aquello ser verdad respecto de algunas religiones que enseñan que este mundo
material carece de importancia o es ilusorio. Pero el cristianismo enseña que Dios odia
tanto el sufrimiento y la opresión que estaba dispuesto a involucrarse en ello, y a luchar
contra ello. Y al ser comprendido adecuadamente, la fe cristiana no es, por ningún
motivo, el opio del pueblo; sino que se parece más a las sales aromáticas.

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La salvación es personal

Una comida provee de crecimiento por medio de la nutrición. Entonces, la Cena del
Señor, llamada también Comunión o Eucaristía, representa el desarrollo constante en la
gracia de Dios. Y a fin de crecer y de sobrevivir, el individuo debe comer y beber con
regularidad, siendo lo que tenemos que hacer con el Evangelio de la gracia de Dios:
hemos de apropiárnoslo personalmente, haciéndolo cada vez central para todo lo que
vemos, pensamos y sentimos. Esa es la manera de crecer espiritualmente en sabiduría,
amor, gozo y paz.
La religión actúa sobre el principio de “Yo obedezco, entonces soy aceptado por Dios”.
Pero el principio básico operativo del Evangelio es “Yo soy aceptado por Dios,
entonces obedezco”.
Como hemos visto, creer en el Evangelio es el modo en que una persona hace, antes
bien, conexión con Dios. Aquello nos da una nueva relación con Dios y una nueva
identidad. Sin embargo, no debemos pensar que una vez que se crea en él, el cristiano
ha terminado con el mensaje evangélico.
La percepción fundamental que tenía Martín Lutero sobre este asunto era que “religión”
es el modo erróneo del corazón humano. Por ejemplo, su computador trabaja
automáticamente de modo erróneo, a menos que intencionalmente le ordene que haga
algo distinto. Así, el reformador alemán dice que aún después de haberse convertido
usted al Evangelio, su corazón volverá a actuar sobre otros principios, a menos que, de
manera deliberada y repetitiva, lo ajuste al modo evangélico.
Habitual e instintivamente, aparte de Dios y de su gracia miramos otras cosas tales
como nuestra justificación, nuestra esperanza, nuestra significación y nuestra seguridad;
además, creemos en un solo nivel en el Evangelio, pero no en niveles más profundos; y
además, la aprobación humana, el éxito profesional, el poder y la influencia, y la familia
y la identidad con el clan sirven como la confianza funcional de nuestro corazón más de
lo que Cristo ha hecho, y como resultado, seguimos siendo llevados por el miedo, la ira
y la falta de auto-control hasta un grado extremo.
Mediante el simple poder de la voluntad no podrá usted cambiar tales cosas, ni por
aprender los principios bíblicos y ni por intentar llevarlos a cabo; solo podremos
cambiar de manera permanente cuando llevemos el evangelio a un grado más profundo
dentro de nuestro entendimiento y de nuestro corazón. Y debemos, por decirlo así,
alimentarnos del Evangelio, digerirlo y hacerlo parte de nosotros. De esa forma
crecemos.
Pero, ¿Cómo actúa esto? Se manifiesta de diferentes maneras. A lo mejor, usted desea
ser más generoso con su dinero, lo cual no ocurrirá por el solo hecho de ejercer presión
sobre su voluntad para así hacerlo. Al contrario, debiera usted reflejarse en las cosas que
lo retienen de dar de una manera más radical.
Para muchos de nosotros, tener mucho dinero es una forma en la que podemos ganarnos
el respeto y la aprobación de los demás, y una manera de sentir que tenemos el control
de nuestra vida; además, el dinero no llega a ser solo un objeto, sino algo en lo que
nuestro corazón pone su confianza y esperanza. Veamos cómo el apóstol San Pablo, en
su epístola dirigida a la Iglesia de Corinto, ayudó a sus miembros a crecer en la gracia
de la generosidad. Él, no ejerce presión directamente sobre las emociones, contándoles
historias acerca de cómo sufren los pobres y de cuánto más tienen que los que sufren,
sino que dice: “Ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico,
por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser
ricos” (2º Corintios 8:9). Lo que expresa es: “Piensen en lo valiosa que es la gracia de
Cristo hasta que deseen dar como él lo hizo”.

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Por otra parte, quizás anhele fortalecer su matrimonio. En Efesios 5, Pablo se dirige a
los esposos, pero en especial, a los maridos. De hecho, muchos de los que leían al
apóstol habían llevado de su trasfondo pagano malas actitudes a sus matrimonios,
puesto que, en la sociedad predominante de la época, el matrimonio era visto
principalmente como una transacción comercial, debiendo uno casarse tan bien como
pudiera, para así alcanzar un status social y económico. En cuanto a la gratificación
sexual, esta se buscaba en otros lados. Y asimismo, se les enseñaba a los hombres a
despreciar a las mujeres y a no relacionarse con ellas como sus amigas o iguales a ellos.
Sin embargo, el apóstol desea animar a los maridos a que no sean fieles solamente en el
plano sexual, sino también a que estimen y honren a sus mujeres, ayudándolas a crecer
personal y espiritualmente. Eso se convertía en una actitud totalmente nueva hacia el
matrimonio.
Pero fíjese cómo el apóstol San Pablo intenta motivar a sus lectores. Y nuevamente, no
amenaza ni solo exhorta, ni tampoco exalta a algún ejemplo que sea digo de imitar. Por
el contrario, retrata vívidamente la salvación otorgada por Nuestro Señor como un amor
sacrificial y conyugal: “Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y
se entregó por ella… para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin
mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección”. Jesús no nos ama porque seamos
hermosos, sino que hemos llegado a ser hermosos por su amor sacrificial, siendo él para
nosotros el mejor cónyuge, y nosotros su “novia”, en el Evangelio.
Para la avaricia, la solución radica, en el Evangelio, una reorientación hacia la
generosidad de Cristo, donde vertió por nosotros sus riquezas. De manera que usted no
debe preocuparse por el dinero, porque su cruz confirma el cuidado que Dios tiene por
usted, dándole toda la seguridad que necesita. Además, el amor y la salvación de
Nuestro Señor le confieren a usted un status destacado, uno que el dinero no podrá
darle. Y, la solución a un mal matrimonio es la reorientación, en el Evangelio, hacia el
radical amor conyugal del Señor. Por lo tanto, el versículo que dice “No cometerás
adulterio” tiene sentido dentro del contexto del amor conyugal de Jesús, especialmente
en la cruz, donde le fue a usted completamente fiel, y solo cuando lo conozca, el amor
conyugal del Señor lo hará verdaderamente fuerte contra la lujuria. De modo que, el
amor de Cristo es satisfactorio, alejándolo a usted de acudir a la sexualidad con el fin de
obtener lo que solamente el Hijo de Dios puede darle.
¿Cuál es el punto? Lo que lo hace a usted fiel o generoso no es un redoblado esfuerzo
para seguir las normas morales, sino más bien, todo cambio proviene de profundizar su
entendimiento de la salvación otorgada por Cristo y de vivir de los cambios que dicho
entendimiento crea en su corazón. El resultado es que la fe en el Evangelio reestructura
sus motivaciones, el entendimiento de sí mismo, su identidad y su visión respecto del
mundo; pero sin un cambio en el corazón, la conformidad del proceder con las reglas
será pasajera y superficial.
El Evangelio no es, entonces, el ABC de la vida cristiana, sino el A la Z de la misma.
Además, nuestros problemas aparecen debido a que no volvemos de continuo al
Evangelio para insertarlo y ponerlo en práctica, siendo esa la razón por la que Martín
Lutero escribió: “La verdad del Evangelio es el tema original de toda doctrina
cristiana…Lo más necesario es que conozcamos bien este tema, lo enseñemos a otros, y
se lo inculquemos constantemente.
He oído que las personas objetan: Espere, ¿sugiere usted que a fin de crecer en Cristo,
siga diciéndose a sí mismo que con cuanta gracia es amado y aceptado? No parece que
eso sea el mejor medio de progresar. Tal vez fuera negativa la motivación religiosa,
¡Pero al menos era efectiva! Usted sabía que debía obedecer a Dios, porque si no lo
hacía, no respondería sus oraciones ni lo llevaría al Cielo. Y si quitara este miedo y

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hablara tanto acerca de la libre gracia y de la aceptación inmerecida, ¿Qué incentivo
tendrá para vivir una vida buena? Pareciera como que esta forma de vivir según el
Evangelio no producirá seres que sean tan fieles y diligentes para hacer la voluntad de
Dios sin cuestionamientos”.
Pero si al haber perdido usted todo temor del castigo, ha perdido igualmente el incentivo
para vivir una vida en obediencia, entonces ¿Cuál fue, en primer lugar, su motivación?
Podría haber sido solamente el temor. Y ¿Qué otro incentivo hay? El amor agradecido y
respetado.
Hace algunos años atrás, conocí a una mujer que empezó a asistir a la Iglesia
Presbiteriana el Redentor, la iglesia donde soy pastor. Ella decía que había ido a una
iglesia en formación, habiendo escuchado siempre que Dios nos aceptaba sólo si éramos
lo suficientemente éticos y buenos, pero nunca había oído el mensaje que ahora estaba
oyendo: de que somos aceptados por Dios mediante la pura gracia a través de la obra de
Cristo, sin importar lo que hagamos o lo que hayamos hecho. A este respecto, opinaba:
“¡Es una idea que da miedo! Es muy buena, pero da miedo”.
Me quedé intrigado, y le pregunté qué era tan terrible de la libre e inmerecida gracia. Su
respuesta fue algo así: “Si fuera salva por mis buenas obras, habría en ese caso un límite
para lo que Dios me pidiera o me hiciera llevar a cabo. Sería como una contribuyente
con derechos, habría cumplido con mi deber y merecería un cierto nivel de vida. Pero si
es cierto que soy una pecadora salvada por la pura gracia, al precio infinito de Dios, no
hay, entonces, nada que pueda pedirme”. Así, vio de inmediato que la maravillosa
enseñanza de la salvación por gracia, que supera a lo que se cree, tenía en sí dos
extremos. Por una parte, aparta el temor servil, pues Dios nos ama libremente a pesar de
nuestras faltas y defectos. Sin embargo, también admitió que si Jesús había hecho esto
por ella, no pertenecía a sí misma, sino que había sido comprada con precio.
Al pasar los años, he oído a muchos decir: “Bueno, si creyera que he sido salvo por pura
gracia, y no por mis obras, ¡Podría entonces vivir como quisiera!”. No obstante, esto es
vivir como si la parábola relatada por Nuestro Señor tuviera solamente un Acto 1 y no
un Acto 2.
Sí, la gracia de Dios es gratuita, pero también es de gran valor, infinitamente costosa.
En torno a esto, Dietrich Bonhoeffer quedó consternado al ver que muchos en la Iglesia
Alemana capitularon ante Hitler a principios de los años treinta. En respuesta, escribió
su gran obra El costo del discipulado, advirtiendo allí acerca de los peligros de lo que
llamó “gracia barata”, enseñanza que hace énfasis sólo en que la gracia es gratuita, de
manera no importa cómo vivamos. El decía que la solución no era volver al legalismo,
sino en enfocarse en cuán seriamente toma en cuenta Dios el pecado y en qué modo
podría salvarnos de éste al costo infinito para él. Y al comprender este asunto,
debemos dar y daremos nueva forma a nuestra. Por lo cual, no podremos vivir de una
forma cobarde y egoísta, sino que lucharemos por la justicia y nos daremos en sacrificio
por nuestro prójimo, y no nos preocuparemos por el costo que implica seguir a Cristo
cuando lo comparemos con el precio que pagó por nuestro rescate.
Un texto bíblico que obliga a esto es la parábola del sembrador, en Mateo 13. El
predicador de la palabra, más bien dicho, del evangelio, es comparado con un
sembrador de semillas; hay allí tres grupos de personas que “reciben” y aceptan el
evangelio, pero dos de ellos no generan vidas cambiadas; una clase de personas no tiene
la paciencia ni la resistencia para manejar el sufrimiento, mientras que otra, sigue
teniendo una vida ansiosa y materialista; pero el único grupo que genera una vida
cambiada no es el que se ha esforzado más o ha sido más obediente, sino “el que oye la
palabra y la entiende” (Mateo13:23). Bonhoeffer insistía en que tales personas, cuyas
vidas permanecían sin ser cambiadas por la gracia de Dios, no entendían el costo de ésta

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y, por lo demás, no comprendían verdaderamente el evangelio; tenían una idea general
del amor universal de Dios, pero no un real entendimiento de la seriedad del pecado y
del significado de la obra de Cristo en nuestro favor.
Al final, la antigua formula pronunciada por Martín Lutero añade con precisión lo
siguiente: “Somos salvos por la fe sola [no por nuestras obras], pero no por la fe que
permanece sola”. De hecho, nada de lo que hacemos merece la gracia y el favor de
Dios, pues creemos que nos lo ha dado en Jesucristo, y lo recibimos por fe; pero si de
verdad creemos y confiamos en el que en sacrificio se entregó por nosotros, nos
transforma en personas que, en sacrificio sirven a Dios y al prójimo.
Y si decimos “Creo en Jesús”, pero no afecta a nuestro modo de vivir, la respuesta no es
que necesitemos añadir un duro esfuerzo a nuestra fe, hasta tal punto de que no hayamos
entendido o hayamos creído efectivamente en Jesús.

La salvación es comunal

Por naturaleza, realizar una fiesta es comunal. Ninguna reunión, encuentro familiar, una
boda, u otro acontecimiento social significativo es completo si falta una comida. Luego,
cuando invitamos a comer a alguien, dicha invitación es para relajarse un poco y para
que unos y otros se conozcan. Y luego, en no pocas culturas, el intento de comer con
alguien significa que se le está brindando amistad.
Por otra parte, vivimos en una cultura en la que los deseos e intereses individuales
adquieren importancia sobre los de la familia, del grupo o de la comunidad. Como
resultado, un alto porcentaje de personas desea alcanzar un crecimiento espiritual sin
perder su independencia de una iglesia o de cualquier otra institución organizada, siendo
esto, frecuentemente, el significado tras las declaraciones usuales tales como: “Soy
espiritual, pero no religioso”, y, “Me gusta Jesús, pero no el cristianismo”.
Muchas personas que están espiritualmente buscando, han tenido malas experiencias
con las iglesias. De modo que no quieren nada más con ellas, sino que se interesan en
una relación con Dios, pero no si deben participar de una organización determinada.
Por lo demás, he explicado en este libro por qué las iglesias, y todas las instituciones
religiosas, son habitualmente tan desagradables, pues están llenas de hermanos mayores.
Pero el alejarse de ellas porque hay hermanos mayores, no es sino otra forma de auto-
justicia. Además, no hay motivos para que usted crezca espiritualmente separado de la
participación dentro de una comunidad de otros creyentes. No puede usted, entonces,
vivir la vida cristiana sin un grupo de amigos cristianos, sin una familia de creyentes en
la cual halle un lugar.
C.S. Lewis formó parte de un famoso círculo de amigos llamado los Indicios, el que
incluía a J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos, y también al autor Charles
Williams, quien muriera inesperadamente luego de la 2ª Guerra Mundial. En su libro
Los Cuatro Amores, Lewis escribió una impactante meditación sobre su muerte en un
ensayo titulado “La Amistad”:

En cada uno de mis amigos hay algo que solo algún otro amigo puede hacer resaltar del
todo. Ya que por mí mismo, no soy lo suficientemente liberal para hacer entrar al
hombre en actividad. Quiero otras luces que la mía para mostrarle todas sus facetas. Y
ahora que Charles [Williams] ha muerto, no volveré a ver la reacción de Ronald
[Tolkien] hacia una broma de éste. Pues, lejos de tener más de Ronald, de tenerlo “para
mí”, ahora que Charles se ha ido, tengo menos de él…En esto, la Amistad exhibe una
gloriosa “cercanía por semejanza” al Cielo mismo, donde las multitudes de los benditos

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(la cual ningún hombre puede contar) aumentan la complacencia que todos nosotros
tenemos de Dios. Porque cada alma, al verlo en su camino, comunica sin duda alguna
esa única visión a todo el resto. Aquello, dice un antiguo autor, es la razón de que los
serafines de la visión de Isaías exclaman unos a otros: “Santo, santo, santo” (Isaías 6:3).
Y mientras más compartamos entre nosotros el Pan del Cielo, más lo tendremos.

Lewis dice que eso tomó a una comunidad para identificarla como a un individuo.
¿Cuánto más sería cierto esto de Jesucristo? Por lo general, los cristianos afirman que
desean tener una relación con Cristo, es decir, que quieren “conocerlo mejor”. Sin
embargo, usted no podrá hacerlo por sí solo, sino que deberá estar muy involucrado en
la Iglesia, dentro de la comunidad cristiana, con relaciones firmes de amor y
responsabilidad. Y sólo si es parte de una comunidad de creyentes que buscan parecerse
a Jesús, servirlo y amarlo, lo conocerá y crecerá en su semejanza.

La fiesta de Babette

La gran parábola del hijo pródigo vuelve a contar la historia de la Biblia y la historia de
la raza humana. Dentro de aquélla, Cristo enseña que las dos formas de vida más
comunes son, por igual, un callejón sin salida. Además, nos muestra de cuan solo en él,
en su persona y obra, hallarán los argumentos de nuestra vida una resolución y un final
feliz.
La apreciada historia escrita por Isak Dinesen, “La fiesta de Babette”, culmina asimismo
con una fiesta, enseñándonos al mismo tiempo sobre dos estilos de vida usuales que
resultan inadecuados y la realidad de una alternativa distinta.
La historia expresada por Dinesen es acerca de dos mujeres mayores, Martina y
Philippa, hijas de un pastor muy estricto que había fundado en su pueblo una pequeña
secta religiosa. Cuando crecieron, ambas mujeres se vieron tentadas a llevar una vida de
sensualidad. Una de ellas, Martina, era cortejada por un joven y apuesto teniente que
deseaba llevársela de allí; la otra, Philippa, era buscada por el director de la Opera de
París, quien se había fascinado por la pureza y claridad de su voz. Al final, ambas
mujeres se apartaron de la vida de placeres mundanos a fin de ayudar a su padre en su
misión; y después que éste muriera, siguieron presidiendo la estricta comunidad
religiosa y moral en un pequeño pueblo situado en la desolada costa de Jutlandia, al
oeste de Dinamarca.
Pero no le iba bien a la comunidad, pues la vida de las personas se volvió tan fría y
estéril como el húmedo, gris y ventoso tiempo de la región. De hecho, casi todos habían
tenido un altercado con otro en la ciudad, y muchos no se hablaban siquiera. Además, el
orgullo y los motivos de quejas se habían fomentado, y la amargura había aumentado
llegando a proporciones dolorosas. En términos absolutos, el pueblo era un lugar falto
de alegría.
Entonces Martina y Philippa recibieron en casa a Babette, una refugiada política, quien
vivió con ellas trabajando como empleada doméstica. Y al ganar inesperadamente la
lotería, Babette se ofreció para pagar y preparar una cena de aniversario en honor del
nacimiento del padre de ambas, resultando que ésta había sido una de las chefs más
famosas de París, y la comida que planeaba era una fiesta gourmet.
Llegó el día de la comida, y los invitados se presentaron. Y una mujer mayor que vivía
cerca del pueblo, la Señora Loewenholm, deseó honrar la memoria del pastor, y así fue
como invitó a su sobrino para que se uniera a ella en la cena. Dicho sobrino era nada

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menos que el joven y apuesto teniente que había cortejado a Martina hace muchos años
atrás, siendo ahora un gran general.
Cuando el general llegaba en el coche, meditaba sobre el pasado, sintiendo que no había
encontrado la felicidad a pesar de todo su éxito mundano. Se acordaba de Martina y de
su seriedad espiritual, sorprendiéndose si hubiera él pasado por alto lo que realmente
importaba en la vida. Sin embargo, Martina y Philippa no habían logrado lo que
esperaban, pese a que siguieron la senda del servicio religioso.
Luego, se sentaron todos a la mesa y empezaron a comer, e inmediatamente quedaron
atónitos por la exquisita calidad y la perfecta preparación de la comida. Además, el
poderoso efecto de la fiesta comenzó a derribar las defensas de la gente. Bajo la
influencia de la maravillosa comida y bebida, uno por uno, antiguos enemigos
empezaron a enternecerse entre sí, comenzando a intercambiarse palabras y comentarios
tan dulces como la comida. Y además, se buscó y se concedió el perdón.
Por otra parte, dos mujeres que no se habían hablado por muchos años, se tocaron
afectuosamente la frente, diciéndose: “Que Dios te bendiga, Solveig” y “A ti también,
querida Anna”. Finalmente, Philippa se dispuso a cantar con su hermosa y pura voz,
escuchándola y oyéndola todos los presentes.
Luego, el general se levantó para hablar, y citó el Salmo 85: “El amor y la verdad se
encontrarán; se besarán la paz y la justicia”; y a continuación dijo que, durante la
comida, había llegado a darse cuenta de que, por alguna razón, pueden estar juntos la
alegría y la moralidad, y lo ético y lo sensual.
La escritora resuelve de manera precisa las líneas de esta historia: los habitantes de
aquel pueblo experimentan la sanidad comunitaria. Por otro lado, Babette también es
transformada. De hecho, se sentía como una extraña en el lugar, pero ahora se hallaba
en casa y no era ya una refugiada; e incluso, el general se va sin los recuerdos con los
que había llegado hasta allá.
Con todo, la historia no nos proporciona una respuesta clara a la interrogante que tan
bien formula.
Pero tanto la vida mundana de placeres sensuales como la vida religiosa de estrictez
ética fracasan en darle al corazón del hombre lo que está buscando. A esto, el gran
filósofo danés Søren Kierkegaard, quien influyera en Isak Dinesen, denominó a estas
vías como: “la estética y la ética”, mostrando en sus escritos que ninguna de estas
aproximaciones a la vida era la adecuada. Pero, ¿Cuál es la alternativa?
Bien, en la fiesta de Babette, las cenas poseen la momentánea experiencia mística, en
las cuales, estas dos cosas: la justicia y la verdad”, se encuentran. Dinesen está
profesando su creencia en que hay algo más allá de estas dos alternativas, algo que no es
ni el egoísmo de lo “estético” ni la severidad de lo “ético”, aunque no podía encontrar
una mejor manera de representar ese algo que una maravillosa comida, una gran fiesta.
Sin embargo, la parábola contada por Jesús responde a la cuestión que formula tan
hábilmente. El dice: “Yo soy el pan del cielo”. Además, nos dice que tanto la vía
sensual del hermano menor como la vía ética del hermano mayor son callejones sin
salida espirituales; también nos muestra que hay otra alternativa: a través de él. Y el
entrar a esa vía y el vivir una vida basada en la salvación que él da, nos llevará en
definitiva a la mejor fiesta de esa futura salvación al final de la historia.
En este capítulo, tenemos un anticipo de dicha salvación futura en todas las formas que
hemos resumido: en oración, en servicio a los demás, en los cambios que se efectúan en
nuestra naturaleza interna mediante el Evangelio, y a través de las relaciones sanadas
que Cristo nos puede dar hoy. Pero son solo un anticipo de lo que está por venir.

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6
Sobre este monte, el SEÑOR*Todopoderoso preparará para todos los pueblos un
banquete de manjares especiales, un banquete de vinos añejos, de manjares especiales y
de selectos vinos añejos. 7 Sobre este monte rasgará el velo que cubre a todos los
pueblos, el manto que envuelve a todas las naciones. 8 Devorará a la muerte para
siempre; el SEÑOR omnipotente enjugará las lágrimas de todo rostro, y quitará de toda
la tierra el oprobio de su pueblo. El SEÑOR mismo lo ha dicho. (Isaías 25:6-8).

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Reconocimientos
Agradezco nuevamente a Jill Lamar, David MacCormick y a Brian Tart, cuya habilidad
literaria y apoyo personal han permitido que se escribiera este libro. Como siempre,
gracias a Janice Worth y a Lynn Land, quienes hacen lo posible que estudie y escriba en
paz durante dos semanas cada verano. Y además, agradezco a la gente de la Iglesia
Presbiteriana “El Redentor”, quienes abrieron sus mentes y sus corazones al contra
intuitivo mensaje de este libro.
Hace años atrás, oí predicar al Dr. Ed. Clowney sobre la parábola del hijo pródigo, lo
cual cambió mi forma de pensar con respecto al cristianismo y de cómo transmitirlo.
Con el paso de los años, mientras iba conociéndolo, también aprendí de él que se podía
ser teológicamente profundo, absolutamente ortodoxo y, sin embargo, fielmente grato,
convirtiéndose aquello en una rara y valiosa combinación.
Y si tuviera que hacer una lista de todos los hombres y mujeres que me han aconsejado
y me han animado, así como han dado forma al ministerio que he desempeñado, llenaría
muchas páginas con ellos. No obstante, habría que incluir a: Barbara Boyd, Richard
Lovelace, Roger Nicole, Elisabeth Elliot, Kennedy Smartt, Harvice Conn, Jack Miller,
y como siempre, a mi esposa, Kathy.
A todos, mi más sincera gratitud.

Tim Keller,

Junio del año 2008

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Notas
Introducción
1. El sermón ha sido publicado bajo el título “Compartiendo la bienvenida que dio el
padre”, en su volumen Preaching Christ from All of Scripture (Crossway, 2003). Por
tres años, impartí en conjunto con el Dr. Clowney un curso sobre predicación. Durante
el tiempo en el que compartí con él acerca de cómo había edificado yo sobre sus bases y
de lo que creía yo, se convirtieron en las implicaciones radicales de esta parábola dicha
por Jesús. El Dr. Clowney estuvo afirmándose muy bien en este material, el cual se
encuentra hoy en este libro.

2. He consultado muchos otros comentarios y estudios acerca del capítulo 15 del


Evangelio según San Lucas, aunque deseo reconocer que tengo una especial deuda a la
obra escrita por Kenneth E. Bailey, Finding the Lost Cultural Keys to Luke 15 (Ed.
Concordia, 1992) para muchas de las observaciones dentro de los antecedentes
históricos y culturales que empleo en este volumen.

Capítulo 1: La gente alrededor de Jesús

3. J.R.R. Tolkien, Las dos torres (Harper Collins, 2004), p.577.


4. Este diálogo se basa en una ilustración hecha de un sermón dado por Richard Lucas,
en la Iglesia Anglicana de St. Helen’s Bishopsgate, en Londres, Reino Unido.

Capítulo 3: Redefiniendo el pecado

5. El libreto de Witness, por Earl W. Wallace y William Kelley puede ser encontrado en
www.harrisonfordweb.com/Multimedia/witness.pdf (acceso permitido el 31 de
diciembre de 2007).
6. Flannery O’Connor, Wise Blood: A Novel (Farrar, Straus y Giraux, 1990), p.22.
7. El guión de la obra realizada por Peter Shaffer, Amadeus, puede encontrarse en http://
www.imsdb.com/scripts/Amadeus.html (acceso permitido el 30 de diciembre de 2007).
8. En Lucas capítulo 18, Jesús relata la parábola de un recaudador de impuestos (quien
colaboraba con las fuerzas romanas que ocupaban Israel) y de un fariseo. Este último es
muy recto moralmente pero muy autosuficiente, mientras que el recaudador de
impuestos es un fracasado moralmente pero está arrepentido. Jesús concluye: “Les digo
que éste, y no aquél, volvió a su casa*justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:14).
Compárense estas palabras con las dichas a los fariseos en Lucas 5:32: “No he venido a
llamar a justos sino a pecadores para que se*arrepientan”.

Capítulo 4: Redefiniendo la pérdida

9. Elisabeth Elliot: These Strange Ashes (Harper and Row, 1975), p.132.
10. Richard Lovelace: The Dynamics of Spiritual Life (Inter-Varsity, 1979), p.212 ff.

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Capítulo 6: Redefiniendo la esperanza

11. John Steinbeck: East of Eden (Viking, 1952), p.3.

John Knowles: A Separate Peace (Macmillan, 1959). P.45. Ambos son citados en las
obras de C. Plantinga: Engaging God’s World: A Christian Vision of Faith, Learning,
and Living (Eerdmans, 2002), p.3. Le debo mi pensamiento sobre la nostalgia espiritual
a todo el primer capítulo de la obra escrita por Plantinga.
12. C.S. Lewis: The Weight of Glory and Other Addresses (Simon and Schuster, 1996),
pp. 28-29, 35-36.

Capítulo 7: La fiesta del padre

13. W. Kimnach, K. Minkema, D. Sweeney, Eds: The Sermons of Jonathan Edwards: A


Reader (Yale, 1999), pp.127-128.
14. Martín Lutero: A Commentary on St. Paul’s Epistle to Galatians (James Clarke,
1953), p.101.
15. C.S. Lewis: Los cuatro amores (Harcourt, 1960), pp. 61-62.

Sobre el autor

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Timothy Keller nació y creció en Pennsylvania, y se educó en la Universidad de
Bucknell, en el Seminario Teológico Gordon Conwell, y en el Seminario Teológico de
Westminster. Empezó su ministerio pastoral en Hopewell, Virginia. Luego, en 1989,
empezó en Manhattan junto con su esposa, Kathy, y sus tres hijos, la Iglesia
Presbiteriana El Redentor. Actualmente, esta iglesia tiene casi seis mil asistentes en los
cinco servicios que se realizan, una serie de iglesias hijas, y está plantando iglesias en
grandes ciudades a través de todo el mundo.
.

[1] “Personajes del drama” en latín. N del T.

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