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PER A LA MARIA NICOLAU

cuentos
CON
SOLO
ESCUCHAR
Viajar, con un acompañante siempre es agradable,
no hay mucha gente que no disfrute el ir a otros
países o ciudades. Sin embargo hay formas de
viajar que no contemplamos, leer es una de ellas,
esta es poco valorada a veces, pero existe.

Y hoy hablando con mi abuela me he dado cuenta


de otra forma, extraordinaria, completamente
gratuita, en la que el único coste es un poco de tu
tiempo.
Solo necesitas de una pregunta, ¿qué es lo que mas
disfrutabas de pequeña?, ¿cómo conociste al
abuelo?, ¿qué comíais habitualmente?, ¿qué hacíais
en verano?. Todo dependerá si quieres un viaje de
tipo gastronómico, mas relajado, romántico o
aventurero, ha escoger según gusto y el humor del
día. Y allí, ya, escuchas e imaginas, intentas situarte,
perderte en esos ojos que a veces brillan de ilusión
y en otros momentos de nostalgia.
La voz rota en determinados puntos del relato, que
marcan el amor y cariño por los que ya no están.
El ejercicio de deconstruir las actuales ciudades,
para edificar las de su época.
Sacar ordenadores, móviles, microondas, leds,
televisores. Para poner radios, las brasas para
cocinar, los cubos de agua para lavar la ropa.

Un autentico viaje, que es tanto espacial, como


temporal. Una experiencia única, una nueva cultura
de la que sabemos como se evolucionara.
Un viaje que te ayuda a entender de donde
venimos para saber a donde vamos.

Ah, como pequeño consejo, si además le añades


una tacita de café, infusión o té; parece que la
experiencia se potencia y ya, todo lo tuyo
desaparece para que todo sea lo suyo..
Por fin llego el día, el día de caer, el día de llegar a

caí
tierra. Contaban de todo, como desaparecías al
contacto con el suelo, como a partir de allí la tierra te
absorbía o los humanos te ingerían.
Yo no sabía que creer, solo sabía que estaba muy
emocionado, por fin vería el mundo desde abajo y no
desde arriba. Y así fue la como la noche del 31 de
diciembre caí, al igual que todos mis compañeros.
Los primeros metros pasaron lentos, ¿eso era lo que
había estado esperando?, me desanime mucho y
empezó a entrame el pánico, ¿qué pasaría cuando me
estrellase?
Y así iba descendiendo, hasta que de repente la
oscuridad cedió y millones de lucecitas iluminaron el
cielo, eran de todos los colores y formaban cascadas,
estrellas; estaban en las calles, en las ventanas de las
casa. El viento seguía arrastrándome y me hacia
bailar entre las cortinas de luz, hasta que llegué a
una ventana. Quede posado en la repisa junto
montones de compañeros, “mira dentro” me dijeron
todos y así lo hice. Allí dentro estaban dos adultos y
tres niños cantando y bailando, llenos de gorros y
trompetillas; y el viento volvió a soplar, todos nos
elevamos y seguimos cayendo y en la caída volví a
llega a una ventana. Esta estaba abierta y podía oír
como hablaban las dos personas del interior.
Hablaban de un año más juntos, de lo agradecidos
que estaban y de cómo les gustaría que su hijo
estuviese allí, hasta que cerraron la ventana y la
corriente me empujo otra vez a mi descenso.
Llegué entonces a una casa poco iluminada con
ventanas cerradas sin apenas luz, únicamente
velitas. Me pareció extraño, tres niños se
acurrucaban alrededor de una mujer que perecía
cantarles.
El viento ya conocido volvió a elevarme y seguí mi
descenso. ¡3, 2, 1! oí gritar debajo de mí, en una plaza
llena de gente y vi como llegaba al fin de mi trayecto.
Y así fue que caí en la nariz de un chico, que se
acercó a una chica. Un chico con mirada feliz que le
dio un beso sonriendo mientras yo me fundía al calor
de su piel.
VOLAR

Abro la terraza, no cabe ni si quiera la silla entera. Pero allí la situo, el sol me baña, la música de los
pájaros suena. Algun coche pasa, cada mucho. La calle vacía. El río discurre a 10 metros insalvables.

Todos encerrados en casa.

Y así cierro los ojos y vuelo, a otros sitios. Vuelo a París hace cinco años, en un pequeño apartamento
enfrente del Sena, con mi familia a principios de septiembre. Hoy vamos al Louvre, así que hay que
desayunar contundente dicen mis padres. “Chicos, vais a ver la Mona Lisa, yo la vi por primera vez
cuando era mucho más mayor que vosotros. ¿Te acuerdas Fede?”.

Y ya no estamos allí, ya he volado. Y estoy en el Louvre, con mis dos padres, jóvenes, enamorados y
con los ojos brillantes. Cogidos de la mano. Mi madre con un mapa y mi padre con el audioguía.

“Cojela” me grita Jaime, estamos al lado del río de mi ciudad. Se me escapa de las manos. “Te he
dicho que no tan fuerte” digo sin girarme, yendo a por la pelota. Oigo pasos rápidos detrás de mi,
alguien corre en mi dirección y antes de poder apartarme me levanta del suelo. Y las palomas salen
volando.

Y aterrizan en Plaza Cataluña, donde me rio, con un calor inaguantable, mi mejor amiga me cuenta la
noche del dia anterior, nuestros helados se derriten. Y cada vez todo es más borroso.

El frío hace que me estremezca. Abro los ojos, ya callan los pájaros, el cielo ha oscurecido. Y a 10
metros el rio sigue fluyendo, sin que yo pueda alcanzarlo.
verdadero

vivir

Los momentos eternos.


Aquellos que acaban pero que contienen un pedazo de eternidad.
Como el sol que entra por la ventana a primera hora de un domingo.
O un paseo solo en un buen día. Las conversaciones hasta las tantas que
desvelan un pedacito de nuestra alma.
Un bombón con el café. Una siesta tras una comida de la abuela. La risa de un
ser querido. El piano a la luz tenue. El rio en su nacimiento. El llegar a la cima.
Conseguir un objetivo muy perseguido y bien merecido. Que te preparen un
buen desayuno. El abrazo tras meses de distancia.
El triunfo de los que quieres. Oír a los que toman las riendas de su vida. Que
te cuenten una pasión secreta. Las bromas que hacen que te duela la tripa.
Los días de frio en que brilla el sol. El primer baño del año. Conectar con una
persona.
Todos ellos, pequeños placeres que hacen feliz. Lo extraordinario de lo
ordinario. El verdadero vivr
Un Pedacito de Cielo
6:30 am. Hora de salida del sol. Ese era el objetivo. Ver el amanecer.
7:00 am. Me levante. Con una primera sensación de pereza, que al esclarecerse mi mente, se disipó,
consiguiendo que saliese de la cama, emocionada. Ibamos a ver la salida del sol.
Me duche y fui a la cocina, empecé a preparar el desayuno. Sin darme cuenta que ya era de dia, y si, si
estaban levantadas las persianas, pero mi emoción me cegaba.
7:30 am. Sono el timbre. Fui a abrir, era él. Lo abrace. “¿Laura, te has dado cuenta que ya ha no
llegamos?.”. Me gire a mirar por la ventana, me reí, como una niña. Como no iba a pasarnos algo así.
Estábamos gafados, gafados pero felices.
Le dije de desayunar tranquilamente, y luego hacer la caminata hasta el castillo. Ya que ahora no
teníamos prisa.
Prepare el café. Sus tostadas, solo con aceite, las mías untadas en tomate. Jamón york los dos, delante
del ibérico que todo el mundo prefiere, pero que en nuestro caso dejabamos a los demás, y no por
generosidad.
Esta vez no había bombón para acompañar el café, me había propuesto no tomarlo y él me acompañaba
en ese pequeño-gran reto.
La luz entraba por la ventana. Y parecía querer abarcar tanto como nuestra alegría.
8:30 am. Salimos de casa y deambulamos por las calles desiertas típicas de un domingo por la mañana.
Nosotros, quiosqueros y panaderos éramos los únicos despiertos en la ciudad durmiente. Y así riendo,
rasgando el silencio, subíamos las calles para llegar al destino.
9:00 am. Llegamos al castillo. Nos acercamos hasta la parte alta de la muralla, donde uno puede sentarse
a admirar la ciudad. Y nos sentamos, allí. El silencio se impuso, nos callamos yo apoyada en su pecho y
fue allí, admirando la ciudad, bañados por la luz dorada, que lo roce. Roce un pedacito de cielo.

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