Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
cuentos
CON
SOLO
ESCUCHAR
Viajar, con un acompañante siempre es agradable,
no hay mucha gente que no disfrute el ir a otros
países o ciudades. Sin embargo hay formas de
viajar que no contemplamos, leer es una de ellas,
esta es poco valorada a veces, pero existe.
caí
tierra. Contaban de todo, como desaparecías al
contacto con el suelo, como a partir de allí la tierra te
absorbía o los humanos te ingerían.
Yo no sabía que creer, solo sabía que estaba muy
emocionado, por fin vería el mundo desde abajo y no
desde arriba. Y así fue la como la noche del 31 de
diciembre caí, al igual que todos mis compañeros.
Los primeros metros pasaron lentos, ¿eso era lo que
había estado esperando?, me desanime mucho y
empezó a entrame el pánico, ¿qué pasaría cuando me
estrellase?
Y así iba descendiendo, hasta que de repente la
oscuridad cedió y millones de lucecitas iluminaron el
cielo, eran de todos los colores y formaban cascadas,
estrellas; estaban en las calles, en las ventanas de las
casa. El viento seguía arrastrándome y me hacia
bailar entre las cortinas de luz, hasta que llegué a
una ventana. Quede posado en la repisa junto
montones de compañeros, “mira dentro” me dijeron
todos y así lo hice. Allí dentro estaban dos adultos y
tres niños cantando y bailando, llenos de gorros y
trompetillas; y el viento volvió a soplar, todos nos
elevamos y seguimos cayendo y en la caída volví a
llega a una ventana. Esta estaba abierta y podía oír
como hablaban las dos personas del interior.
Hablaban de un año más juntos, de lo agradecidos
que estaban y de cómo les gustaría que su hijo
estuviese allí, hasta que cerraron la ventana y la
corriente me empujo otra vez a mi descenso.
Llegué entonces a una casa poco iluminada con
ventanas cerradas sin apenas luz, únicamente
velitas. Me pareció extraño, tres niños se
acurrucaban alrededor de una mujer que perecía
cantarles.
El viento ya conocido volvió a elevarme y seguí mi
descenso. ¡3, 2, 1! oí gritar debajo de mí, en una plaza
llena de gente y vi como llegaba al fin de mi trayecto.
Y así fue que caí en la nariz de un chico, que se
acercó a una chica. Un chico con mirada feliz que le
dio un beso sonriendo mientras yo me fundía al calor
de su piel.
VOLAR
Abro la terraza, no cabe ni si quiera la silla entera. Pero allí la situo, el sol me baña, la música de los
pájaros suena. Algun coche pasa, cada mucho. La calle vacía. El río discurre a 10 metros insalvables.
Y así cierro los ojos y vuelo, a otros sitios. Vuelo a París hace cinco años, en un pequeño apartamento
enfrente del Sena, con mi familia a principios de septiembre. Hoy vamos al Louvre, así que hay que
desayunar contundente dicen mis padres. “Chicos, vais a ver la Mona Lisa, yo la vi por primera vez
cuando era mucho más mayor que vosotros. ¿Te acuerdas Fede?”.
Y ya no estamos allí, ya he volado. Y estoy en el Louvre, con mis dos padres, jóvenes, enamorados y
con los ojos brillantes. Cogidos de la mano. Mi madre con un mapa y mi padre con el audioguía.
“Cojela” me grita Jaime, estamos al lado del río de mi ciudad. Se me escapa de las manos. “Te he
dicho que no tan fuerte” digo sin girarme, yendo a por la pelota. Oigo pasos rápidos detrás de mi,
alguien corre en mi dirección y antes de poder apartarme me levanta del suelo. Y las palomas salen
volando.
Y aterrizan en Plaza Cataluña, donde me rio, con un calor inaguantable, mi mejor amiga me cuenta la
noche del dia anterior, nuestros helados se derriten. Y cada vez todo es más borroso.
El frío hace que me estremezca. Abro los ojos, ya callan los pájaros, el cielo ha oscurecido. Y a 10
metros el rio sigue fluyendo, sin que yo pueda alcanzarlo.
verdadero
vivir