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La Cabra
Robert S. Zapata G.
EL LUGAR DE MI NIÑEZ
Esta frase explica mis impulsos por regresar a la montaña, donde se formó mi vida, mi
carácter y mi destino. Aquí me identifico con el verde exuberante de la vegetación
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milenaria, en aquel tiempo era inconmensurable, con viejos árboles barbudos, llenos de
musgos, líquenes y bromelias. En su piso había un mundo de organismos que luchan
por la vida; los rayos del sol cruzaban la jungla dibujando formas y pintando colores
diferentes de acuerdo al ángulo y a la hora del día, lo que le daba a la montaña, ese
aspecto mágico, que lo guardo como sublime recuerdo de mi vida. Las lianas o
bejucos, cargados de epífitas, que, como barbas de viejo, llenas de rocío se mueven
con la brisa y sirven para el paso veloz del Jizhm (variedad de ardilla muy pequeña);
ramas curvadas y retorcidas por los años y el peso del follaje, sirven de albergue a
amplia variedad de aves que en ellas anidan, como la pishasha o pava del monte. Aquí
hay cientos, quizá miles de hojas de diferentes formas, tamaños y colores, y también
miles de insectos que se camuflan perfectamente con su mimetismo.
Grandes beneficios otorga la naturaleza a los hombres. Ésta nos provee de árboles
maderables, usados para construir rústicas cabañas que albergan el cuerpo y la
esperanza del montañés, sus hojas sirven para cubrir la vivienda y resguardarlos de la
lluvia, del frío o del ardiente sol del mediodía, o simplemente éstas nos cubren para ser
cómplices de ilusiones, juramentos y confidencias; aquellos nos dan frutos abundantes
y sabrosos, sazonados por la limpia atmosfera de la selva; la vegetación de este lugar
nos regala sus hojas comestibles, tiernas y sabrosas que en la niñez sabían a manjar
mezcladas con un poco de sal en grano; las cuales conseguía en la cocina de mi vieja
casa. Estos frutos, son alimentos para las aves y mamíferos del entorno, quienes nos
despiertan cada mañana con su canto. Este verdor sirve para acariciar la vista y
endulzar el alma, para ser guarida, nido o criadero de tantas especies que viven aquí,
—tan exuberante hermosura me hace soñar con otros mundos.
He caminado durante dos horas y tengo el cuerpo húmedo por el sudor de un largo
caminar pendiente arriba en un soleado día. He pasado por huertos de naranjos,
plataneras y pastizales que prácticamente cubren a los bovinos que pastan en ellos, he
cruzado polvorientas planicies, así como fangosas hondonadas, y aquí estoy, en el
lugar que ahora está sombrío, nublado y lluvioso, pero que me ilumina el alma y me
transporta a otro mundo. Al mundo que conocí: puro, fresco, natural, igual que el cielo
en verano, azul, sin nubes, sin presagio de lluvia, cierro los ojos y puedo ver con la
claridad en mi recuerdo, la sencilla felicidad que produce la satisfacción de aquellas
necesidades, y con un espíritu blanco sin contaminaciones del tiempo ni del medio.
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JUAN LORENZO
—Hola —digo con alegría y énfasis, cuando en Joyo Bravo, llego a la casa de Juan
Lorenzo, un viejo amigo; su pequeña casita de madera y cade, me recuerda mis años
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mozos, la zona, la casa, el patio, sus alrededores, la música de la lluvia al caer en las
hojas de guineo, el croar de las ranas en invierno, se escucha y luego más bien son
una dulce melodía para dormir y se transforman en parte misma de la naturaleza. Todo
esto revive en mí, un concepto diferente de comportamiento humano, si lo comparo con
el de la ciudad de dónde vengo.
Lorenzo me recibe con cariño, por eso vuelvo; con la sonrisa sincera a flor de piel que
hace que me sienta y actúe como uno más de la familia. Lo sé, porque enseguida
cambiaron su habitual almuerzo, sustituyendo la sopa de frijoles, por una rica gallina
campesina, criada por ellos mismos. Todos allí continuaron con sus obligaciones
cotidianas; acelerando un poco el paso para tener tiempo pues por la tarde se
sentarían, conmigo alrededor del fogón para escuchar lo que tenía que decirles luego
de tantos años de ausencia. Mientras tanto, recorrí viejos caminos cargados de
recuerdos, tantos lugares que despertaban en mí el sueño de la juventud, el cansancio
de algunas jornadas o la satisfacción de acciones cumplidas, volví a encantarme con
los retorcidos árboles en los cuales practicaba la caza. Volví a ver la cascarilla que me
recuerda el paludismo, el café, el orito y los potreros donde muchachos retozábamos
igual que el ganado. Miré las partidas de puercos cebados listos para ir al mercado,
cada recodo tiene un recuerdo, una anécdota, una historia que es preciso haberla
vivido o conocer el medio para entenderla.
A las siete de la noche, todos nos congregamos alrededor de la lumbre que genera la
leña al consumirse en el fogón, mientras se asan las tortillas en un tiesto de barro y
alumbrados por candiles ubicados adecuadamente en los muchachos; (especie rústica
de altillos precisamente para ubicar los candiles); estábamos atentos para compartir
todo lo que había pasado durante mi ausencia y como siempre, agradable, hasta nos
tomamos unas copas de aguardiente; posteriormente uno a uno iban desfilando a
dormir hasta quedarnos Juan Lorenzo y Yo, tal como era mi propósito, para que me
contara su vida como habíamos acordado alguna vez.
A mediados del siglo XIX, apurados por la necesidad y la pobreza, con una agricultura
que no prometía mayor esperanza, gran cantidad de hombres y mujeres de la sierra de
bolivarense, especialmente de algunas parroquias del Cantón Chimbo, aprovechando
la enorme cantidad de tierra que disponía la Curia en las estribaciones occidentales de
la cordillera, bajaron a la montaña (selvas, bosques naturales de las estribaciones de
las cordilleras) a comprar sus lotes de terreno con la esperanza de una vida mejor,
unos tuvieron éxito, otros no; pero ese vasto territorio de bosques milenarios, donde
nadie aún había osado poner su pie, empezó a ser el escenario de la lucha por la
existencia de hombres; que con coraje pelearían su futuro, cada uno a su modo, uno
mejor que otro delimitó sus propiedades con linderos, naturales, como: un estero, o
algún accidente geográfico que delimite con claridad la propiedad.
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Yo nací en esta tierra, a inicios del siglo pasado —dijo— la verdad es que mi partida de
nacimiento no existe en ningún registro por más que he hecho buscar, pero en el año
1912 se logró encontrar mi Fe de Bautismo en el archivo parroquial, ahora ya tengo 90
años, el tiempo va encorvando mi columna, ha encanecido mi pelo y las arrugas de mi
piel apergaminada abundan, he bajado mi frente, haciendo que mire con frecuencia la
tierra, antes que al cielo y su esperanza; pues a lo mejor estoy próximo a irme de esta
tierra, porque de ella, Dios me engendró a través de mis padres. Para mirar al cielo, al
halcón debo hacer un gran esfuerzo, pero no importa, esas impresiones las llevo en el
corazón y no necesito verlos con los ojos físicos, porque todo lo hermoso lo tengo
fotografiado en mi alma y en cualquier momento, aun en la oscuridad de las noches, los
veo en mis sueños o en mis recuerdos, pues están tan claros y luminosos como
cuando los vi de verdad.
De mis primeros años no tengo mayor conciencia, recuerdo que entré a la escuela y
estudié hasta segundo grado, lo cual ya era un privilegio, pues mi padre (que era
hombre importante y de cultura, sabía leer y hacer la cuenta con facilidad, lo que lo
distinguía de la mayoría) y sus hijos debían salir a la escuela para el estudio. Lamento
no llegar sino hasta segundo grado, esto debido a la muerte de mis padres y la
necesidad de sobrevivir
Sin embargo, uno de mis más gratos recuerdos, que me dio la pauta de vida, y que me
permitió saber que ésta es de los que la enfrentan, lo tuve mientras asistía a mi
escuelita del pueblo, pero yo ni siquiera era del pueblo, era de la montaña y los niños
del pueblo encontraban en mí todas las condiciones para burlarse y reírse,
especialmente uno… aquel abusador que nunca falta y por ser el hijo del Teniente
Político se creía con derecho de fastidiar la vida de los más débiles y la verdad es que
le temía, se veía más alto, más fuerte y calculando mi fuerza sabía que podía
masacrarme fácilmente, sin embargo, yo no estaba sólo, éramos unos cinco
compañeros de la montaña y ellos me animaban a enfrentarlo; —párale nomás que no
es garijo (fuerte peleador) —me insistían. Tampoco el grandulón andaba sólo, tenía su
propio grupo de “guapos” y no solo que se nos reían en la cara sino, además, nos
tiraban del cabello, nos pegaban en la cabeza, quitaban nuestras canicas de juego y
por último nos exigían llevarlos guineos o naranjas, pues sabían que nuestros padres
traían el fruto de la montaña. No me van creer, pero en algunas ocasiones no asistía a
la escuela por temor y en ocasiones quería dejar definitivamente de asistir a clases,
hasta le había dicho a mi padre que yo era más útil en la finca y que para trabajar igual
que él, no me hacía falta estudiar, y por decir eso mi padre primero me aconsejó y
luego me dio tres latigazos.
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arrimaba al pilar de uno de los corredores de alguna casa, aguzaba la vista para
observar si llegaba mi padre. Entonces, apareció el abusador con cuatro de los amigos
y sin mediar palabra hicieron un círculo a mi alrededor y comenzó a tratar de tirarme
del pelo y quitarme mi fundita de cuadernos.
Claro que tenía temor, pero la situación ya no daba para evitar el conflicto, y pensé lo
que mi padre siempre me había aconsejado —evita cuanto puedas, pero si es inevitable
enfréntalo —decía. Por otra parte, mi capacidad de aguante ya se terminaba y me
acordé que cuando entre mis guijos (juegos) aplasté a un pachón (larva de un
Lepidóptero) mientras yo trataba de matarlo, la larva se defendía, esto me inspiró, así
que ahora se termina todo el problema; para fortuna mía asomaron dos de mis fieles
compañeros que me animaron a la pelea al verme asustado y arrinconado, así que
lancé mi fundita de libros y salté a la calle y con tal coraje le dije, —está es la última
tarde que abusas de nosotros y de hoy en adelante te voy a pelear aunque cada vez
me pegues, pero me cansé de correrte y de tenerte miedo.
No sé cuánto tiempo duró la pelea hasta que un señor de mayor edad logró separarnos
y calmarnos. Cada uno se palpaba las partes adoloridas y trataba de limpiarse el lodo,
lo que sé es que cuando ya se iba le grité, —se acabaron tus bravezas y en cada
ocasión que abuces de alguien, te la vas a ver conmigo —el grandulón sin decir nada
se alejó con sus compinches; yo hice igual y sacudiéndome el lodo, limpiándome la
saliva con sangre que tan bien me salía de la boca, me encaminé por la esquina más
cercana para ir a mi casa. Agachado, alzándome el pelo, ciento que alguien me abraza.
Era mi padre que lo primero que hizo fue apretarme colocando mi cabeza sobre su
pecho y dijo la frase que me ha formado en la vida, la cual recordaré hasta mi final. —
Valiente mijo —dijo. Inmediatamente, rodaron lágrimas sobre mi mejilla y me abracé
fuerte de su cintura. Luego, silenciosamente caminamos en la dirección que los dos
conocíamos.
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LA NIÑA
A partir de esa fecha debí compartir los trabajos, la casa y la comida, con mis dos
hermanos, pues lo importante era sobrevivir. Me acuerdo que a los diez años, ya
participaba según mi posibilidad física, en las obligaciones de la casa; cuidar gallinas,
alimentar a los cerdos, cambiar de amarra a las vacas. Los demás, a cocinar o en las
labores del campo. Los fines de semana eran diferentes, mis hermanos, se levantaban
antes del alba, adivinando la hora con el canto del gallo o la claridad de las estrellas y
ordeñaban un par de vacas flacas, cuya leche se vendía en el pueblo cercano que
estaba por lo menos a una hora de camino.
En cierta ocasión, mientras ellos iban por el ordeño, yo salí al potrero cercano en busca
de la yegua Mora que era mi compañera y una vez dispuesto todo en frágiles galones
de vidrio, me encaminé al pueblo con la orden de traer a cambio: sal, cebolla, pertrecho
para las escopetas y unas libras de harina. Al llegar a un pequeño estero, cerca del
poblado, lugar donde acostumbraba lavarme la cara y peinarme, bajé de la acémila, la
alforja que guardaba la leche, un par de quesos y unos huevos para la venta. Con todo
cuidado los puse a la orilla del camino, pues este era también el lugar donde dejaba mi
cabalgadura y desde aquí, cargaba los productos. No me percaté que atrás venían
varias personas a caballo y mientras amarro a mi yegua, el tropel de aquellos estropea
toda mi carga. Cuando quise evitar la desgracia, ya todo estaba consumado. No supe
ni siquiera que decir o como reclamar y lo único que hice fue gritar, tan fuerte como
pude, —carajo— lo cual causó carcajadas a los jinetes. Sin embargo, vi claramente que
en la última cabalgadura iba una niña de mechones rubios y blancos dientes, que al
reírse mostraba la candidez de la inocencia y compartía con los demás el júbilo de la
estupidez por la tristeza y desesperación de mi cara, —algún día tomaré desquite —
pensé para mis adentros.
La vida no traía nada nuevo; inviernos, veranos, lluvia, lodo y polvaredas, todo de
acuerdo a la estación. Lo único que hacía era seguir los impulsos de la naturaleza. La
vida se volvió monótona: trabajo, humedad, soledad. Mis hermanos se casaron, uno
construyó su rancho en otro lote de la finca y el otro se quedó en casa. Sentí que yo
sobraba y que era obstáculo para sus momentos de intimidad. Además, cada uno iba
pensando ya en su familia, recién formada, y en las obligaciones propias que eso
conlleva. ¡Yo ya quedaba en segundo plano!
Para tomar un descanso y huir de mi situación, salí a la sierra a pasar una semana
donde unos parientes. Allí, entendí que no se puede visitar por más de uno o dos días,
peor aun cuando la comida es suficiente sólo para los de casa. Sin embargo, la buena
voluntad de aquellos parientes me permitió pasar una semana pues el domingo
saldríamos todos al pueblo para la fiesta de San Pedro y San Pablo. La fiesta era muy
bonita, este año en especial había muchos priostes de aquellos que habían bajado a
vivir en la montaña y uno mejor que otro deseaba que se notara su progreso. Con mi
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mejor atuendo salí al pueblo el día indicado y mientras mis parientes hablaban con los
lugareños, yo quedé sólo parado en una esquina de la plaza, allí me enteré de la bonita
costumbre. Las personas que vienen de la montaña traían naranjas para regalar desde
las alforjas de sus cabalgaduras de los priostes, lanzaban a los parroquianos.
Al mirar distraído la costumbre de como los jóvenes y viejos saltan y corren por
alcanzar una fruta, una de ellas me golpeó con fuerza en la frente y me sacó de mi
abstracción. Vuelto en mí, me fijo en la persona que a propósito me lanzó la naranja
con intención de golpearme y no de regalar. Era la niña, aquella que años
atrás pisoteó con su montura mi mercancía de leche, quesos y huevos, arruinando la
venta, solo que hoy estaba convertida en una hermosa señorita, y mi reacción sin
pensar, fue exactamente la misma que hace años, —Carajo —grité— algún día tomaré
desquite y te llevaré a vivir conmigo.
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A los dieciocho años, más por soledad que por conciencia, me casé y debí tomar la
vida en serio, desde ahí sí puedo atestiguar lo que es pararse delante de los enormes
árboles de la montaña y tratar , con el hacha, de derrumbarlos para quitarle un espacio
para el cultivo. Al igual que los vecinos, flacos, mal comidos, parasitados, a lo mejor
con paludismo; roíamos poquito a poco entre dos o tres hacheros a esos enormes y
centenarios árboles de matapalo.
¡Oh, sabes cómo quiero a mi tierra! esta tierra que en poco tiempo se mezclará con
la tierra de mi cuerpo, cuando vuelva a ser los granos de arena de los cuales Dios me
levantó a través de la descendencia de Adán. Amo mucho la naturaleza pura, en ella
veo la presencia de Dios en su perfección y hermosura, y no logro entender las
debilidades y estupideces de los hombres. Los he visto egoístas, avaros, ladrones,
miserables, criminales, tramposos, mentirosos, abusivos, destructores de la obra
divina.
Te contaré cómo era, a mis quince años, mi conexión con la naturaleza. Estaba
regresando de la sierra a la montaña. Me levanté al primer canto del gallo, salí al patio
de la casita, miré en lo alto a la luna que alumbraba con claridad casi meridiana. Entré
en la cocina a preparar un desayuno para luego enjalmar a mi burro y tomar el agua de
panela con máchica y comenzar el viaje.
La madrugada estaba hermosa, clarita por el verano, que permitía ver toda la comarca.
La luna llena, brillante, radiante y preciosa, parecía que me acompañaba de acuerdo a
cada curva del camino. Un viento moderado, frio y penetrante me acompañaba y lo
sentía especialmente en mis orejas como alegre susurrar de un nuevo día. Arremangué
mi poncho, cargué el boyero a la espalda y por el viejo sendero tras los cabuyos,
siguiendo el seto de lecheros inicié el viaje, marcando en el polvo del suelo las huellas
de mis pies descalzos.
Escuché el viento en contacto con el trigal maduro, el lejano canto de algún gallo y el
tropel de mi asno. De esta manera, crucé prometedoras cosechas y subí del llano al
primer ramal de la cordillera. El esfuerzo del cuerpo evita sentir el frío de la noche y por
el amplio sendero seguí por una serie de lomas. Desde allí divisé que muchas casitas
del campo ya tenían prendidos sus candiles y hasta pude mirar las columnas de humo
de sus cocinas que avisaban que están asando sus tortillas para el desayuno. Los
demás campesinos igual que siempre madrugaban a sus faenas diarias.
En este trayecto, despuntaba el alba. La luz amarillenta de la luna iba cediendo paso a
la claridad del sol. Los gallos alborotaban el ambiente, las aves del campo iniciaban el
día. Yo conocía esas aves, las reconocía por su canto. Por esos cantos supe que entré
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Este relato es otro recuerdo horroroso de los curas, con sus sotanas, que por
conveniencia querían que el sistema colonial siguiera reinando. En aquella guerra,
cuando la victoria parecía sonreír a la fuerza de la libertad, el famoso cura Benavides,
de servicio en Guaranda, organizó un grupo de fieles adoctrinados para llevarlos,
anticipadamente, al cielo. Dando así, auxilio a los realistas que estaban de corrida; y
con su fanática embestida logran derrotar al general argentino y sus héroes que, en
inferioridad de número, no hicieron otra cosa que dar su corazón por las ideas.
Sigo mi camino, donde están las pequeñas grutas, donde los arrieros acostumbran a
dejar su limosna para las almas y en mi inconciencia y necesidad, iba escudriñando y
recogiendo la limosna para cubrir mis necesidades. Esto hacía hasta llegar al último
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sitio, que es una débil crucita, cobijada por un arco construido a la ligera, con ramas de
los setos cercanos. Miro como la velita que lo alumbra, pelea con el viento para no
dejar de alumbrar, recojo la limosna y ofrezco a las almas que alguna vez se los pagaré
con una misa.
Alrededor a las siete de la mañana, cuando el sol ya está alto en el horizonte, llego al
Pucará (Atalaya). Me preparo para el largo viaje de descenso desde el este, hasta las
tierras calientes del subtrópico, en las estribaciones de este ramal de cordillera
occidental. Pienso, sin ser preciso, que este lugar está sobre los 3.500 msnm. y mi
destino estará no más allá de los 250 msnm.
¡Que vista! en tiempo claro se podía mirar a kilómetros de distancia la inmensa cuenca
que formaba el rio. Desde su inicio en las alturas, hasta los llanos que parecían no
tener fin y se confundían en el horizonte. Ahora la vista era diferente, parecía un
gigantesco depósito de lana escarmenada que tentaba a lanzarse desde el pico mas
alto. Aunque la visión no es otra cosa que nubes no tan densas que van formándose
con la evaporación del agua abundante de la tierra y la vegetación, con el calor del sol
mañanero.
Igual que todos los demás arrieros, pongo mi poncho sobre la enjalma del asno, para
aligerar mi camino. Me aseguro que esté en buen estado la cincha, el pretal y la
retranca. El animal, que estaba acostumbrado a esta rutina, luego de recibir una
palmada en el anca, avanzó al trote camino abajo. Atrás iba yo, que por no conocer
otro sistema de vida, creía que eso era lo único tenía; de modo que con toda
conformidad y pensando en mis obligaciones iba esquivando las piedras del camino;
pero la naturaleza compensa y adapta a todos los seres vivos a vivir en su medio, esta
debe ser la razón por la que los viajeros, tienen mucho más fuerte la planta de los pies,
esto por la formación de un callo que le llama “talón rajado”, que se convierten en una
eficaz herramienta para enfrentar estos duros caminos.
El asno pasó al trote un cuartel. Este sitio, fue realmente vivienda de los Guardas de
Estanco (de allí su nombre) que supuestamente controlaban el contrabando de
aguardiente y de panela, pues eran de los Monopolios del Estado. En este lugar, en
una casa aledaña, fría y cubierta de paja de oso, vivía Don Polibio. Un viejo que, por su
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aspecto, de “Sacha Runa”; una especie de “Pie grande” de la zona. La descripción más
exacta sería de una persona; de mediana estura, porte cuadrado, cochino, la barba
crecida al igual que el cabello, despeinado, áspero por su falta de higiene y un tanto
jorobado. Al menos yo, nunca supe que alguien lo acompañara y tenía fama de robar,
especialmente a las mujeres que alguna vez viajaban solas. La gente decía que las
mataba y luego las freía para venderlas como chicharrón. Alguien me contó que alguna
vez encontró una falange en una porción que compró.
En fin, no era mi amigo, pero si mi conocido y nunca tuve cosa que reprocharle.
Compré en 40 centavos una cajetilla de cigarrillos, pues fumar era signo de estar
grande y eso aquí se aprendía muy rápido. El que compré era el mejor cigarrillo, venían
catorce unidades cuadradas de modo que para utilizarlos había que saber envolverlos.
Los que tenían dinero fumaban la marca “Full blanco”, pero con el “dorado’’ se debía
demostrar habilidad para envolverlos. Además, que los polvitos que sobraban se los
podía ir guardando en la misma fundita y después se los utilizaba envolviéndoles en
hojas de lima.
Tomé una cola de “Dn. Melqui” (diminutivo de Melquisidec) y seguí, al trote, el camino
hasta alcanzar a mi asno que se había adelantado. En Achín Corral (corral de azanes)
nos juntamos para seguir parejos y desde allí caminamos en compañía de otros
viajeros. Entre éstos, iba Sebastián, quien me comentó, que iba a sacar una “mula de
panela” para la cosecha, pues había que llevar provisiones de lo necesario para iniciar
otro trabajo. Como yo también deseaba panela, me convenció de que camináramos
juntos.
Pasamos al trote por una gran piedra a la que la llaman “Mama Rumi”. Algunos dicen
que allí ven a la Virgencita. Yo nunca vi nada, lo que si recuerdo es la gran cantidad de
crin de caballo o de cerda de la cola, que los viajeros dejaban para que sus animales
no se cansen en el camino.
Siguiendo el camino hacia tierra caliente, pasamos “Achín corral grande”, sitio donde
los viajeros se sentaban a comer sus viandas a la sombra de los enormes azanes.
Nosotros hicimos lo mismo y compartimos nuestro pan con otros andantes.
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Al fin llegamos a Naranja Pata, este era uno de mis puntos de referencia en el camino,
primero porque consideraba que era aproximadamente la mitad del camino para llegar
a mi destino. Otra razón por la cual tomaba este lugar como punto de referencia era
porque había una casa grande, de dos pisos, vieja y medio destruida, cuyo techo y
parte de la armazón, se venían al suelo. El aspecto y el tamaño de la construcción
indicaban que allí había vivido una familia con comodidades.
Linda casa, me gustaría una así pensé, en medio de la selva, en mi es muy natural que
me sienta atraído por el monte, soy parte de él; su construcción me agradó mucho,
pensé
que era la típica casa de un montañés, estaba plantada en un plan excavado en la
ladera,
su forma ovalada, de dimensiones no exageradas, aproximadamente de unos 10 por 7
metros; su techo se veía nuevo pues estaba muy fresco el cade, los pilares de asan
(especie de helechos gigantes),pues es madera incorruptible en la tierra y siempre se
los ponía dobles, el uno que llegaba hasta la altura que debía ser el piso y el otro hasta
la altura del techo. El lado de atrás de la casa, por el lado alto de la ladera, el techo casi
llegaba al suelo, mientras que por el otro estaba muy alto, lo que le permitía construir a
continuación, su melería. El piso era de latilla de pambil y firmemente asegurado; la
escalera, para acróbatas pues solo era un palo de balsa labrado de tal manera que al
colocarlo en forma inclinada quedan los escalones, y debajo de la casa quedaba
espacio para almacenar leña para la molienda. La casa no tenía divisiones, en la parte
opuesta a la meleria estaban las camas acondicionadas con puntalitos con orcón y
como plan del catre, una serie de palitos rectos de unos 2 cm. de diámetro; sobre
estos, tendido el petate de tallo de plátano y un poncho de lana como colchón, cuando
se deseaba un sitio más blando se acostumbrada a poner bajo el poncho, los costales
en los que se armaba la carga para los animales.
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Cuando regresamos del estero ya era tarde, además, la insistencia del dueño, hizo que
decidiéramos pasar la noche y para eso nos acomodamos.
Serían las nueve de la noche cuando ya regresamos con la presa y como de costumbre
en la casa, al escuchar el disparo, ya ponen agua a calentar para pelar al animal. De
modo que a eso de la medianoche y acompañado de uno que otro trago,
merendábamos otra ves papa china, estofado de guanta y café negro; luego de lo cual,
dormimos a placer, para terminar el viaje al siguiente día.
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ENFRENTANDO AL MUNDO
Juan Lorenzo a pesar de su edad mantenía una memoria firme que le permitía con toda
claridad relatar lo que el hizo con su vida. De cuando en cuando, tomando una copa de
su aguardiente, que a pesar de que ya le era dañino, lo seguía tomando porque decía
que gusta y que con eso o sin eso cualquier rato recibirá el llamado de Dios, siguió
contando:
—La vida nunca me fue fácil —expresó. Por eso es que fue bonita, porque me ha
permitido que cada día le gane una pequeña batalla en base al trabajo y al esfuerzo, lo
importante es tener razón para vivirla y fundamentalmente por quien. Yo para ese
tiempo aun estaba libre, pero en estas tierras y con la soledad, casi siempre se
adquiere compromiso demasiado rápido, de modo que en tres años más ya estaba
casado.
Al siguiente día terminamos el viaje y la vida siguió igual. Pronto estuve casado, con
ilusiones, esperanzas y buenos propósitos, la hija de mi vecino más próximo juro
compañía y fidelidad eterna y allí estábamos para enfrentarnos al mundo nuestro.
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—Pago doble con el giro —alguien gritó del otro lado del cercado. Miré un hambrón de
unos 45 años, desaliñado, con barba y cargado de su machetillo con guardamano que
es lo usual en ese medio. La saliva se le escurría por las comisuras de los labios, lo
que le daba un aspecto bestial.
Yo sabía lo que era “apuesta de gallero”. Al poco rato me ganó la apuesta. Lástima se
desequilibró mi presupuesto y ahora no sabría ni cómo explicar en mi casa, puesto que
todo era compartido, más aún con un proyecto de futuro familiar.
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—¿Que te pague?, estos es lo que te voy a dar —me dijo al momento que alzando su
arma se disponía a darme de planazos, de los cuales uno si me llegó a la espalda, pero
envolviendo el cabestro del boyero en su cuello le jalé fuera del redondel.
—Ahora si te voy a dar como a sayama para que no se te olvide —dijo, haciendo alarde
de poder y seguridad.
Aproveché para lanzarle a los ojos un puñado de tierra recogido velozmente del suelo y
mientras se limpiaba, agarro un palo de los cortados para leña y logro asestarle un
garrotazo en sus genitales que por un momento le hizo retorcer del dolor.
Estos segundos de duda aproveché y corriendo como más pude llegué donde estaba
mi caballo, zafé la amarra y lo monté prácticamente al vuelo, e hincándole los talones
en el Híjar hice que en veloz carrera me alejara del peligro. Se que intentó seguirme,
pero “Halcón” que así se llamaba mi animal me demostró porque pagué tanto por el,
era mi orgullo, el mejor caballo de la zona decía y claro era la envidia de tantos.
Me encuentro con José Manuel en el pueblo a la semana siguiente y me comenta
sobre mi despropósito del domingo anterior.
—No sabes con quien te metiste, es el hijo del Mocho Cadena, un animal que no
respeta ni a su madre cuando ésta borracho y se enfurece No sabes que tiene algunas
rayas en su machetillo, insistió, te va a seguir, te va a buscar, cuídate, insistió, es capaz
de ir hasta a tu casa —dijo.
Me preocupó el asunto. Mis tontas acciones no tienen por qué poner en peligro a los
míos y mientras al paso de mi caballo regresaba de la feria, me encuentro en el camino
con dos de sus compinches, miré que se armaron, sacaron los tres sus machetillos y
picaron sus bestias. Di vuelta con mi caballo que gracias al cielo saltando los cuatro
hilos de alambre de una cerca logramos alejarnos y ellos en persecución venían atrás
de mí. Yo sabía que no estaban jugando.
Yo tomo la carabina de cartucho, y me tiendo al pie de una mata de plátano que entre
otras cosas servía para templar el alambre de secar la ropa, en esta posición
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No puedo explicarte las expresiones de lado y lado y el deseo de volarle los sesos por
lo menos a uno, les retiramos sus machetillos con guardamano y les permitimos
levantarse.
—No sabes con quien te has metido —me dijo— si esta ves no es, la próxima no te
escapas, nadie hace algo en mi contra y vive ara contarlo.
Desde entonces, mis viajes a la sierra y a cualquier parte eran muy cuidadosos. Ya
sabía quién era, ya me había informado de sus acciones y sabía que debía cuidarme,
además por la insistencia de mi esposa. Pero tenía que salir a trabajar, a comprar la
comida, o a cualquier necesidad y no podía decidirme a vivir como liebre
escondiéndome siempre y decidí que si me toca morir será como sea y donde sea, de
modo que empecé a hacer mi vida igual que antes, solo que también empecé a llevar
un revolver y nunca salir sí no es en, “halcón”, el caballo que me había salvado la vida
dos veces.
En cierta ocasión me comentan que los guardas han cogido con contrabando a uno de
mus vecinos que solo vivía a una media hora de distancia, me preocupó lo ocurrido y
fui a saber que es lo que pasaba, sin saber que había sido el compadre de Flamaleon
Cadena, mi enemigo. El hijo del famoso Mocho Cadena, el de la pelea en la gallera,
aquel que llegó al, patio de mi casa y nunca andaba solo.
Con la velocidad que pude y aún sobre la presa le amarré a un árbol, tapándole la boca
con la misma bufanda que usaba, ajustándole de tal modo que no pueda emitir
sonidos. El otro, al mirar mi caballo sin jinete y que nadie le seguía vuelve por el mismo
La Cabra
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Confiado, al siguiente día fui a buscar mi caballo para algún menester y lo encontré
muerto, pues los bárbaros le atravesaron la panza con su machetillo, sabían que había
sido mi salvador y ahora era más fácil tomar venganza, mi mujer y yo lloramos la
muerte de halcón, —no se si volveré a tener otro como tu —le decía.
EMPRENDIENDO Y TRAGEDIA
Pasó un tiempo y hasta creí olvidado el problema. Maduraron mis cañas, construí mi
fabrica de panela y en el fondo de una quebrada instalé mí primitivo alambique y
empecé a destilar las noches y el día, haciendo panela. Dos trabajadores compartían
conmigo las tareas. Empecé a vender algo de aguardiente y todo parecía que iba
floreciendo en mi vida, hice algún dinero y la proximidad del nacimiento de mi hijo, más
lo bueno de mis cultivos, todo era felicidad y alegrías compartidas.
Me acuerdo, los primeros chorritos. Como estaba prometido, invité un par de amigos y
a medida de empezó a fluir el trago e íbamos tomándolo hasta embrutecer de la
intoxicación, pero palabra es palabra y se debe cumplir. Esta primera prueba sirvió
también para comprobar si el aparato estaba bien construido, pues a su gran tanque le
acondicionamos una cabezota de una caña gruesa y madura, a la que acoplamos el
brazo y la serpentina en un balde al cual caía un pequeño chorro de agua que lo
mantenía siempre fresca y servía para condensar el vapor que con el fuego sale del
tanque. Las fisuras que quedan, por mas pequeñas que sean, obviamente molestan,
pues el trabajo es con calor y a presión. Ventajosamente cualquier pequeño agujero o
rotura de la caña se cura cubriéndola de una masilla de harina de trigo y claras de
huevo, sobre eso un envuelto con tiras de tela y por fin amarrado con una buena piola
de cabuya, esta argamasa impide que salga la más mínima cantidad de vapor.
Con esta prueba cogimos todas las fallas que pudieron haber quedado, y la verdad es
que se requirió una revisión total. Desde la construcción de las cureñas, que las
hicimos de quiebrahacha (árbol de hasta 10 metros de altura, de hojas compuestas con
La Cabra
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Mi esposa creyó que era conveniente una pequeña fiesta por esta conquista, aunque
no teníamos permiso mas que para moler y hacer panela, pero esto era prácticamente
lo usual y todo el mundo también elaboraba el aguardiente que en realidad era lo que
económicamente justificaba tanto trabajo. Se mató un cerdito y lo comimos con yucas,
acompañados con guarapo fermentado, que casi no le pide favor a la chicha y cernido,
con un poco de limón, es realmente una delicia; este compuesto más un poquillo de
trago que empezamos a agregar a la bebida, nos causo intención y borrachos
nuevamente dormimos hasta recuperar el brío. Como era fin de semana no importaba y
bien valía el festejo que nos hacía mi esposa.
Como quince días, hicimos trago por las noches, todo bonito, yo entregaba ya traguito
a unos conocidos comerciantes, pero ese no era el negocio, ni ese mi fin. Deseaba
entregar a comerciantes de mas lejos, pero que pagan mas y para eso necesitaba un
caballo bueno de verdad, ¡como me hacía falta mi caballo Halcón! pero como me lo
mataron tendré que buscar otro con paciencia.
Mi vida siguió igual, aunque tomando todas las precauciones que me fueran posible,
tuve necesidad de transar un negocio de venta de cerdos cebados en el pueblo, pues
el dinero lo necesitaba de urgencia para salir a la sierra para el alumbramiento de mi
mujer. Pero como siempre los malos amigos que me encontraron y yo que me sentía
con unos pesitos al bolsillo, me convencieron y me fui de parranda. Esa y la próxima
noche, olvidándome de mi familia y de mis obligaciones, cosa que no era usual en mí.
No sé si fue la coincidencia, pero mis compañeros hacían lo posible para que lo pasara
bien. Luego supe que a propósito me entretuvieron, contratando incluso mujeres para
que no vuelva esa noche a mi casa y los guardas de Estanco caen en mi alambique
precisamente cuando yo no estuve y se llevan el aparato, el trapiche, rompen las tinas,
se llevan la yunta de bueyes, el trago guardado y todo lo que quisieron.
La Cabra
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No es culpa de nadie, decían, es cosa de Dios, él sabe como hace las cosas, la vida es
de él. Nada podría consolar mi amargura y llorando sobre el cadáver de mi amada me
dormí cansado y desesperado. Al siguiente día prácticamente tuvieron que arrancarme
de su lado para llevarle a su sepultura y la de mi hijo que no fue nada más de un hueco
cavado al pie de un guayacán que en adelante solo serviría para atormentar mi
recuerdo.
No decía nada, no podía decir nada, no lograba ordenar mis pensamientos, se me fue
la vida, la esperanza, las fuerzas para trabajar, se me acabó el mundo. Lo verde de mis
campos, la música del diostedé en los laureles, el vigor de mi cultivo de caña, el sol
esplendoroso del medio día, las orquídeas en los troncos viejos de los añosos árboles,
lo cristalino de las aguas. Nada me pareció igual, se cambió en tortura todo lo que me
parecía bello en la vida; para quien vivo, para quien trabajo, quien me espera cuando
estoy lejos, quien con sus arrullos me consuela en mis penas y en mis debilidades,
quien llora conmigo cuando la suerte me es adversa, a quién miro cuando en las
mañanas frías me despierte; las cosas materiales no importan y solo allí valoré que las
cosas del alma son superiores a la materia. Mi alma se quedó sola, mi corazón vacío,
sin fe, sin esperanza y sin futuro; como me dolía el alma, yo que le prometía amarla,
mas allá del sol, del horizonte y de la muerte.
La Cabra
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Porque así es la vida. Pasa por allí un buen hombre que me conoció cuando niño y fue
mi profesor, el guía que lo acompañaba le cuenta la desgracia de aquel que en esa
casa vivía, con lo cual el profesor se extraña y pide repetir mi nombre y presuroso
bajándose de la mula sube a la descuidada casa y tirado en el suelo me encuentra
como un animal, a lo mejor si el no llega, hubiera muerto y nadie hubiera sabido que se
me acabó la vida.
Los días pasaron y ellos no podían convertirse en mis enfermeros de por vida, así que
en una semana ya me dejaron con otro semblante, con la conciencia de que debo vivir
y si quiero vivir debo trabajar, pero de todos modos aun pasados un par de meses, la
relación que tenía con gente que antes eran mis amigos, era muy casual, me traían
comprando alimentos, alguna ropa, hasta que la oportunidad de mirarme en un espejo
me hizo entender que soy un hombre, y a los hombres no los vence el destino.
Mi espejo fue, el “gato blanco”, un pobre albino, abandonado, pobre, sin familia, del que
todos querían estar lejos a pesar que en su juventud sirvió a tantos domando sus
chúcaros para la montura o la carga, lo encontré en el camino cuando iba a buscar
plátano en el sembrío remontado que tenia, me dio lástima y en él me vi. y pensé que
eso no era justo, le llevé a mi casa y compartí con él lo poco que tenía, hasta que se
fue un día sin saber a donde, ni a que hora, y muy a mi pesar no logré el cambio que
en mi obró el profesor de mi infancia.
Empecé a criar gallinas, a limpiar un pequeño lote de terreno para sembrar maíz,
compré por allí un cochinillo, y traté de empezar a vivir de nuevo, pero por mas de dos
años prácticamente huía de la gente. Hubo vecinos que comenzaron a visitarme,
invitarme a sus casas y poco a poco iba insertándome nuevamente en la comunidad.
La Cabra
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REINICIO
Un día, sin saber siquiera la fecha, emprendí el camino a la sierra, con la esperanza de
encontrar compasión y entendimiento en algunos familiares que aun vivían; al pasar
por una casa grande en un viejo conocido con quien antes compartíamos penas y
alegrías, me di cuenta que festejaban al hombre por los gritos de “ Viva el Santo,” que
se escuchaba y cuando intenté internarme en la platanera para que no me divisen, ya
fue tarde, los perros me atacaron e hicieron alboroto a lo que los dueños salieron y me
encontraron asustado contra una mata de un plátano; fue José el que me encontró;
antes buen amigo y hoy mucho mejor, alejó a los perros y me estiro la mano.
—Hola Juan Lorenzo —dijo al tiempo que con enorme voluntad me abrazaba —es lo
mejor que me puede pasar en mi santo.
—No puedo verte así —dijo— y debes ponerte listo para enfrentar la vida, valiente
como siempre has sido.
La Cabra
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Yo solo puedo verlo a los ojos, aun incrédulo de su bondad, creí que yo estaba
apestoso, loco, como si tuviera alguna enfermedad contagiosa, para que los demás se
alejaran, pero José con sus palabras fue como el frescor del agua cuando te lanzas al
río después de un día de trabajo.
Sin decir nada, sin protestar me deje guiar por este amigo; los demás obviamente
también se extrañaron, me vieron viejo a pesar de mis 25 años, flaco, desalineado,
silencioso a diferencia del locuaz que fue anteriormente; pero me recibieron, me
hicieron sentir estimado, apreciado. Parecía que yo salía del infierno, no hablaba, no
sabia que decir y actuaba de acuerdo a las insinuaciones de cada uno de ellos, pareció
que la fiesta era para mi, todos me atendieron a pesar de mi silencio y volví a tomarme
unos tragos que en esta ocasión fueron pocos los suficientes para marearme, luego de
lo cual me acostaron en una cama y torpemente yo insistía en botarme de ella, quedé
en el piso y ellos salieron a continuar con su fiesta.
Se que fue a de madrugada cuando me levanté del piso y decidí alejarme de la casa
sin que ellos lo supieran, aun mi espíritu se negaba a darle alguna satisfacción a mi
cuerpo y a la necesidad imperiosa de compañía y comprensión. Cuando salgo al patio
polvoriento de verano, ya que también servía como parte del camino; lo sentí frío,
estaba sin zapatos, abierta y la camisa y mal amarrado el pantalón, y nuevamente José
me divisa desde el balcón y empieza a llamarme por mi nombre pidiéndome que no
abandone la casa, Yo casi no le oía, como autómata caminaba con andar inseguro, los
demás convidados no sabían que hacer si salir a llevarme por la fuerza o dejarme que
fuera para donde yo quisiera.
El embotamiento del trago, el frío de la madrugada, lo húmedo del polvo del camino, se
sumaban a la desesperación de mis recuerdos. Al mirar la imposibilidad de que yo
responda a sus llamados, puesto que estaba como autómata, Rosa la esposa de José
se acuerda que en una caja tienen guardado una vieja vitrola y los discos que los
guardas les encargaban para usarla en sus fiestas, y de entre todos los discos había
una canción que sabían que a mi me encantaba ya que parecía que encarnaba la lucha
de un hombre por ser hombre, y con cuyo silbo llegaba a mi casa, de donde quiera que
viniera.
Rápidamente, ella sacó el aparato y lo puso en el pasamano del balcón y mientras con
la una mano sostenía el aparato para que no cayera, con la otra puso el disco elegido y
la mágica música se dejó escuchar. Yo quedé inmóvil, petrificado, como electrocutado
por la música, la mía, la que siempre fue mi predilecta y que la silbaba cuando por la
montaña caminaba en la soledad, volvieron recuerdos, mi cerebro pareció recibir un
shock despertador, renovador.
“La Venada”, esa era una canción favorita y me transportó en mis recuerdos a tiempos
ya idos, pero mágicos y brillantes, y hoy, a ser consiente del lugar que estaba, porque
La Cabra
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Arreglé mi casa y me dispuse a vivir como persona, empecé nuevamente con las
siembras y convertí en pastizal el área de caña que había sembrado, nuevamente me
sonrío la vida, abundaba en mi finca, las gallinas, los chanchos y empecé con una
buena ganadería, aunque pequeña, mis animales eran lo mejor de la zona, me
visitaban tantos amigos y yo les favorecía cuanto podía.
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Me conocía mucha gente ahora por el negocio y los guardas de Estanco siempre
estaban tras mis talones, a quienes varias veces burlé por conocer el monte o por tener
un buen caballo. En cierta ocasión, cuando llevaba mi mercancía a la Esmeralda, para
entregar a los comerciantes que venían de la sierra; al pasar a eso de las 9 de noche
por el Mirador, observo que la casa donde vendían cigarrillos aun estaba con luz y
encamino a mi caballo en esa dirección.
No necesitaba amarrar a mi corcel para que me espere, tampoco él dejaba que nadie
que yo no fuera se le acercara. Así que medio encubierto con el poncho de aguas, el
zamarro y el sombrero, haciendo sonar las espuelas en el corredor, entro en el
aposento para pedir que se me venda cigarrillos y, sorpresa en un mesa jugando cartas
y tomando estaban cuatro guardas, pues a dos de ellos los reconocí; me miraron
extrañados y en un momento y poniendo las manos en las culatas de sus revólveres se
paran para dirigirse a mi. Salí al corriendo, y del altillo del corredor que toda casa en el
campo tiene, salté sobre halcón y le hundí las espuelas en el hijar para salir en carrera.
Estos eran osados y como me tenían jurado también, montaron en sus caballos y me
siguieron por donde creyeron que corría, por lo que me interné en el bosque y dejé que
pasaran, pero halcón estaba nervioso no podía estar quieto así que hizo sonar sus
ollares y me descubrieron; se abrieron por dos lados al grito de tírale, víralo si lo miras,
trataron de cercarme. Saqué el cuchillo y partí los capachos de trago que llevaba para
aliviar el peso y prácticamente saltando por encima de ellos, mi caballo se abrió paso y
en veloz huida corrimos por la carretera, que en aquel tiempo no era mas que una
trocha; iban a mis talones, de no ser por la noche y por lo sinuoso del camino me
habrían disparado con facilidad.
Estimé que no era lo apropiado seguir en la carrera. Por tanto, como el camino sigue
casi por la orilla del río, y éste como era invierno y había llovido todo el día, estaba
crecido, bravo y la corriente sonaba y lanzaba espuma al estrellarse contra enormes las
piedras del cause, aproveché mi conocimiento del sector y salté con todo equino en un
sitio que sabía que el río formaba un gran estanque. Anticipadamente, saqué los pies
La Cabra
27
de los estribos, de modo que cuando caí a la pos, cada uno fuimos por nuestro lado; un
poco adolorido por el golpe, agitado por las circunstancias, me ubiqué en la orilla, bajo
una gran mata de pasto elefante, con el cuerpo en el agua y prácticamente solo con la
cabeza libre para poder respirar. Halcón siguió agitándose en el agua tratando de salir
a la orilla y facilitando mi encubrimiento.
Los guardas no se atrevieron a saltar al río; vadearon la posa y siguieron los sonidos
del caballo que asustado logró salir del río y con la montura virada a la panza, se
desesperaba y en carrera trataba de librarse. Para la suerte mía alejó a mis
perseguidores. Cuando creí conveniente salí a la orilla no sin el cuidado debido; allí
pasé un par, horas entumecido, asta cuando consideré que podía salir completamente,
el poncho de aguas, el zamarro y el sombrero se fueron el agua, eso hallaron los
guardas y a lo mejor creyeron que yo también iba en la corriente.
Saqué mis cigarrillos, y estaban secos con la cajita de fósforos; la costumbre era que,
por el propio clima y el mismo trabajo, los llevábamos siempre bien cubiertos y
amarrados en una fundita de plástico. Me senté, fumé el tabaco y en vista de que todo
parecía en calma. Me dirigí a la casa de Sergio, un amigo de la escuela que vivía por
estos lados.
—Que mierda haces estas horas —dijo, y confiadamente bajó la escalera y apartó a
sus canes.
—Ven hermano —dijo —esta noche se han propuesto no dejarme dormir, hace no
mucho se van los guardas que andaban buscando a un contrabandista, pero jamás
imaginé que fueras tu. Quédate a dormir, pero por seguridad, si vuelven los que te
buscan te preparé la cama en la bodega, atrás de unos sacos de café seco que tengo.
Así lo hizo y para templar el ánimo nos tomamos un par de copas, pues el trago servía
para todo.
El siguiente día pasé en esa casa, no salí ni al patio, mi amigo se portó como tal, me
prestó su ropa, me dio cama y comida caliente, el quería que me quedara unos días,
pero como al siguiente día por la tarde vino un camión para llevar naranjas, y luego de
encontrar y ponerle a buen recaudo a halcón, salí al pueblo mas cercano donde ya
nadie podría cogerme, pues no tenía el famoso “cuerpo del delito” que era la prueba
para condenar a los contrabandistas.
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Como estas aventuras y sustos, tuve varios y la suerte o mis caballos me libraron, si
me perseguían. Yo también sabía con quienes deseaba tomar venganza de lo que
hicieron con mi familia y la oportunidad no se daba.
Para las fiestas del carnaval, muchos se arriesgaban y salían con su viaje de trago a la
sierra, porque el negocio en estas fechas era bueno y los guardas que sabían se
esmeraban en controlamos; claro, a nosotros los pequeños, porque los grandes con
quienes los guardas prácticamente trabajaban a medias, ellos arreaban sus recuas y
con la presencia y auxilio de los propios guardas llevaban el trago y hacían el dinero.
Yo sabía que eran fechas que para mi era preferible llevar el contrabando a la costa y
no salir a la sierra; pero el gusanillo de la costumbre y el deseo de encontrarme con
amigos para festejar estas fiestas, hizo que cargara solo 50 litros y en mi caballo halcón
y subiera para la sierra; nada de prisa. Me quedé a dormir en la travesía del Tambo
donde una familia me recibía con aprecio, y al siguiente día, ya entrada la tarde como
era la costumbre que imponía esta actividad. Emprendo otra vez la caminata en mi
caballo bien enjaezado y cerca de llegar al cuartel alguien me informa que no hace
mucho que los guardas llegaron ahí con un contrabandista y con todas las pruebas de
su delito. Serian las nueve de la noche; conversamos con un par mas de viajeros que
teníamos la misma carga y el mismo destino y como se nos comentó que el preso era
un pobre campesino conocido que como todos trataba de hacer algún dinero con su
trabajo, decidimos que iríamos en su ayuda.
Averiguamos con otros viajeros nocturnos que bajaban cuantos guardas eran, dónde le
tenían al preso y todo lo que pudimos, y estimamos que podría sernos de utilidad,
caminamos Igual que antes, aparentemente ignorando lo que pasaba, la finalidad era
que también nos tomen prisioneros para poder hacer algo por aquel hombre. Así fue, al
pasar la casita del cuartel salieron tres guardas con sus carabinas.
—Alto ahí o disparo —nos gritan nos hacen bajar de las monturas, ordenando que
cargáramos nuestros capachos de trago. Nos encerraron y luego amarraron, en un
cuarto trasero, y que como la casa estaba construida en una pendiente, la ventana
daba al corral que era prácticamente un piso mas abajo.
Nos dejaron el candil que alumbraba este aposento, ya que la sala principal se
alumbraba con una lámpara “Petromax”. Yo conocí a uno de ellos, pues alguien en una
ocasión me indicó que fue uno de los que asaltaron mi casa y mi fábrica y arruinaron mi
vida; tuve intenciones de matarlo, pero sabía que aún no era hora y esperé el tiempo
necesario.
Nosotros los montañeses no tenemos dificultad de desatarnos una amarra que nos
haga un guarda, es así que no pasó mucho tiempo que estábamos sueltos los tres,
mas el pobre hombre que cayera preso anteriormente. Nos contó sus tristezas, el llanto
de su mujer rogando a estos miserables que a cambio de una pequeña cantidad de
La Cabra
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dinero que tenían le dejaran en libertad a su esposo y juraban que jamás volverían
siquiera a pensar en hacer aguardiente, y ellos, muy fuertes, muy seguros, prepotentes,
con las armas en la mano contra este pobre montañés atemorizado, se jactaban de su
hombría, de su honradez para hacer cumplir la Ley.
Se sabían vencedores y tan crueles que ni el llanto triste de esa pobre mujer, mugrosa,
casi harapienta, flaca, parasitada, con hambre, con la desesperación de haber dejado a
sus pequeños críos en el monte, les imploraba, porque sabía que ahí terminaría su
esperanza, su finca, sus ilusiones y peor aun porque ella era quien empujara a su
marido a sembrar caña se hacer puro.
Me parecía que estaba viendo lo que no vi, parecía que el llanto y el relato de esta
mujer, era el de la mía y su muerte y mi dolor volvieron a mi mente por instantes.
Recordé los amargos días que pasé y con esfuerzo logré controlar mi impulso de ir a
matar a esos malvados. Con la precaución debida, aprovechando que los torpes
guardas creían que nos tenían seguros, abrimos la ventana trasera, la que da al patio y
bajamos. Llegamos donde se guardaba el aguardiente, la prueba del delito y cortando
los capachos dejamos que se fuera el líquido confundido con los orines y las eses de
las vacas que descansaban en el corral. Prendí fuego al alcohol regado y se hizo una
gran llama azulada, a esta lumbre corrieron los guardas a buscarnos en el cuarto y al
no encontrarnos, tomaron sus carabinas y nos buscaban con ansiedad. Llamaron a
otros guardas, pues estos no eran el total, sino que habían 5 más que en alguna parte
del camino esperaban a otro grupo de contrabandistas.
Los dos empezaron a bajar la escalera, mientras el otro desde lo alto trataba de
alumbrar el ambiente con la “Petromax”. Dejé que pase el primero y cuando el segundo
estuvo a mi alcance, le lancé tal garrotazo en la espalda que cayó de bruces al suelo, el
otro que intentó reaccionar tan bien recibió la misma medicina, y el tercero que estaba
arriba recibió un empujón de Reinelda, la señora del contrabandista y con todo lámpara
cayó al patio. El aparato se rompió, pero la iluminación fue mayor pues aquel infame
La Cabra
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Con esa luz miré que el primero trataba de alzar los brazos y le asesté tantos
garrotazos hasta estar seguro de haberle quebrado sus extremidades y que se quedara
quieto. Fui por el otro y reconocí en él, aquel que había estado en mi finca; la primera
intención fue matarlo, y la razón luchaba con mi deseo y al fin me impidió cometer el
crimen, pero le di tantos palos que creo no haberle dejado un hueso sano.
Hecho nuestro trabajo y ayudando a que aquel hombre huyera con su esposa hacia no
se dónde, nos fuimos, dejando a todos apaleados, menos don Polibio que
admirablemente no se inmutó, no hizo nada por ayudar a los guardas ni a nosotros, le
dejamos igual que cuando le encontramos, sentado en un tronco a la enterada de la
puerta principal, con la mirada perdida en el piso, parecía un zombi o un sacharruna
perdido en el tiempo.
— No deben estar lejos de aquí esos hijueputas —dijo uno que parecía liderar el grupo
y empezaron a alumbrar con sus focos de pilas hasta donde podían. Nosotros los
divisamos, pero mantuvimos el silencio, hasta cuando decidieron regresar a su cuartel.
Sabía que esto no podía quedarse así, sabía que los guardas me buscarían porque de
hecho sabían quienes éramos los que de ellos nos burlamos, así que esa misma noche
cuando creímos conveniente , cada uno tomó la dirección que mas creyó adecuado y
nos alejamos lo mas que pudimos de aquel sitio; por mi cuenta enrumbé mi viaje largo
con dirección a Echandia, otra zona donde al aguardiente era también el principal
negocio de todos los finqueros prósperos, estaba lejos, muy lejos y cuando salió el sol
caminaba por los chaquiñanes y caminos no transitados mayormente para evitar el
encuentro con cualquiera. Al siguiente día llegué donde me encaminaba, pues tenía
amigos de la misma línea; pasé el río y llegué a la hacienda de don Galo, que a pesar
de que su fábrica era grande y trabajaba con la venia de los guardas, del cantonal y
hasta del Gerente de Estancos en Guaranda, no los quería por abusivos, prepotentes e
ignorantes, porque eran crueles con los débiles y a los que podían trataban de
explotarles en su beneficio y no para que se cumpliera la Ley.
La Cabra
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El hombre me recibió con gusto, le conté lo sucedido y me dio su en hora buena, pues
por falta de coordinación con los guardas nuevos que se nombraba de acuerdo al
partido político que gobernaba, perdió su último viaje de trago que iba a entregar al
“cura”, que era un contrabandista en grande, pues llevaba el trago en tanqueros y como
para transportar y despistar cualquier malicia se bestia de cura. Así le llamaban, pero el
que no lo conocía ignoraba que debajo de las polleras llevaba una carabina como las
que en películas se ve que usaba Al Capone, igualmente era cruel con cualquiera que
quiera impedir su trabajo.
—Ahora debían llegar dos guardas a mi fábrica para controlar mi producción y ya estoy
cansado de trabajar a medias con estos hijueputas. Vas a ver como me deshago de
ellos ahora mismo —dijo.
El río estaba crecido y peligroso por la correntada que choca contra las rocas; amarró
una cuerda a una de las cañas que servían de piso en el puente y nos pusimos a fumar
un cigarrillo sentados a la orilla del rio; en eso llegaron ya los esperados, no sabíamos
ni siquiera quienes eran, pero cuando estaban pasando el río, el hombre jaló la cuerda
y el puente se vino abajo con los dos hombres, hicimos el ademán de correr a
auxiliarles y sacamos al uno y al otro, lo rescataron al siguiente día ya inflado por los
golpes que le habían causado la muerte.
La vida no es fácil para nadie, a lo mejor deja su familia, sus hijos, por venir a trabajar,
pero su clase explotadora e ignorante hace que se cometan también barbaridades de
parte y parte.
REENCUENTROS
Pasaría un año para que yo vuelva con mi trabajo de contrabandear, este era ya un
medio de vida y era bueno porque dejaba dinero mas que cualquier otra actividad, así
que me gustaba como a muchos. Como los viajes se emprendían casi siempre a media
noche, dependiendo de la distancia donde toque entregar la carga, en cierta ocasión
salí para el que era mi pueblo, por cobrar deudas, sin aguardiente, sólo, montado en mi
La Cabra
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gavilán (nombre que tenia mi nuevo caballo por el anterior dueño a quien compré en
Babahoyo en la fiesta de las Mercedes). En la madrugada, cuando empezó recién a
clarear el día llego a Naranja pata, en cuya pequeña planicie estaba la casa vieja, y
porque así es el destino me apeo para orinar en la orilla y entre los montes le encuentro
a Flamaleon Cadena, herido en la pierna y roto un brazo. Me vio y se asustó al igual
que yo, pues era como encontrarse con una X (víbora muy peligrosa), pero le vi
sangrante e inmovilizado, así que me acerqué
Y llevando mi caballo cerca de él, como pude logré a subirle de barriga sobre la
montura, el hombre se quejaba del dolor pero no había que hacer, le llevé a su casa
que no estaba mas halla de una hora y media de camino.
Como a las 7 de la mañana, llegué a esa casa que nunca había conocido y al ladrido
de los perros salieron a recibirnos, una mujer madura, alta, fuerte en apariencia; un
hombre joven que después supe que era su hijo, y atrás, convertida en hermosa mujer
aquella chiquilla que me destrozara mi mercadería hacia ya años cuando llevaba
quesos, leche y huevos a vender. La misma que en la fiesta de San Pedro y San Pablo
me dio un naranjazo cuando alelado la miraba correr en su caballo.
—No se patrona, encontré al hombre medio muerto y le he traído para que le cuiden —
dije.
Ellos no me conocían, excepto la chica, así que bajamos al enfermo con cuidado, les
ayudé a bañarlo con agua caliente, cambiarle de ropa, ponerle trago en las heridas,
mientras la mujer hacía las demás curaciones. Con ellos almorcé y me quedé hasta la
tarde esperando a ver como reaccionaba Flamaleon y se cumplía el dicho de que
hierba mala nunca muere y a la tarde ya logramos hacerle sentar en el corredor de la
casa en un asiento que, acomodado de la mejor manera, le permitiera la mejor posición
posible, hasta esa hora ya vino el componedor de huesos, le entablilló el brazo, le
limpió las heridas y Flamaleon aunque adolorido, ya hablaba con alguna tranquilidad al
sentirse en su casa.
La Cabra
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Bajé del corredor zafé la amara de uno de sus caballos, el que me pareció mejor y
montando en el mío, tirando de la soga, tomé al camino. Revirando observé como
dejaba soltar una sonrisa y asintió con la cabeza; es a cambio del mío le dije y continué
la marcha.
Al virar la vuelta de la colina no lejana de la casa me encontré con Margarita, que así
se llamaba también por coincidencia la joven mujer. Se paró a la orilla del sendero para
permitirme el paso, alzando sus hermosos ojos verdes.
—Gracias —dijo.
Y sin inmutarme mayormente, le repetí la misma frase que le dije en las dos ocasiones
anteriores de nuestro encuentro.
—Algún día cobraré mis cuentas y te llevaré a vivir conmigo —dije y ella sonrió.
Justo a los ocho días de aquella escena, aproximadamente a las tres de la mañana,
alguien pasa por mi casa en el monte.
—Juan Lorenzo, Juan Lorenzo —me gritan con insistencia y me hacen levantar. No
supe quien era, pero cuando salí y alumbré con el foco de pilas y él con el suyo, vi que
se acercada a la escalera. Trajo consigo un capachito de trago de unos dos litros.
—Te manda Flamaleon, este es de lo mejor, el que hacemos sólo para nosotros, es
pata de gallina, y como sabía que pasaría por aquí, el mismo me encargó que te
entregue y que te invite a su casa cualquiera de estos días —dijo.
El día domingo dormí largamente y después del medio día decidí cumplir con mi
palabra, por la tarde fui a casa de Flamaleon, prácticamente había pasado el tiempo
que ellos me esperaban y ya almorzaron el banquete que habían preparado en
agradecimiento. De todas maneras como merienda me sirvió Marganta a la orden de su
madre; le repetí la misma frase conocida de siempre.
—Algun día te llevaré a vivir conmigo —le dije en un momento que los demás no
oyeran.
Ella rió y aproveché para ligeramente tomarle la mano cuando me servia un plato de
comida. La comida fue abundante y sabrosa, la conversación amena.
La Cabra
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—No se puede matar a muertos, pues estabas mas muerto que vivo —dije, y riendo
estruendosamente y me ofreció un trago.
—Casi entrego las herramientas, eran varios, no sé cuántos, pero cuando me percaté
ya me habían disparado en la pierna. La rotura del brazo es cuando al caer del caballo
quedo enredado en el estribo y el animal me arrastra y en su carrera me lanza contra
un tronco; pienso que ellos, no se ni quienes serán, ya que tengo tantos “amigos” que
quieren que muera. Creo que me ya me creyeron muerto y me dejaron. Buena la suerte
justamente tu me salvas la vida —concluyó.
Me contó de sus andanzas. Que no le teme ni al diablo, pero que sabe también que en
cualquier momento le pueden virar, como ya habían intentado.
—Hay que cuidarse, la vida es linda, pero tiene sus riesgos. Me llaman malo, ignorante,
cruel. No soy mas que el producto de este medio, sin escuela, sin nada, en el que si
quieres vivir tienes que pelear contra todo lo que se te presente y yo jamás me he
dejado de nadie ni le he corrido a la muerte. Me has gustado tu por alevoso, por no
temerme como todos, por que inteligentemente te has detenido, ya que de hombre a
hombre, o con el guardamano, no te paras frente a frente —dijo.
—No te confies, acuérdate que el sota gavilán le hace correr al halcón, y con el
machetillo o la bala cualquiera puede caer —le dije.
—No jodas. No te invité para pelear sino para agradecerte, pero nunca confíes en
nadie, aunque parezca angelito, y siempre cuídate de esos flacos, paliduchos,
amarillentos que te pueden tranquear, al no poder pararse frente a frente —dijo.
Tomamos bastante y me fue dado para dormir, una habitación del piso de arriba, bien
arregladita de acuerdo a nuestro medio, con buen petate y buenas colchas; cuando
quedé solo, abrí la ventana y me aseguré de la posibilidad de huir en caso de
necesidad.
Creo que el primero en despertarse y levantarse en la mañana fui yo. La llovizna era
persistente y el frío de la madrugada mas bien invitaban a continuar en la cama, pero
yo con esa observación del propio Flamaleon obviamente ya no tenía sueño.
La Cabra
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Flamaleon salió al corredor apoyado en un largo palo que en ves de bastón, mas bien
era un cayado, como los que usaban los apóstoles, y brincando en una pata llegó a
tronco y se sentó despacio y cuando me vio salir.
—Así es Flamaleon. Cualquier día uno puede morir aunque no lo haya pensado, creo
que yo ya he vivido y sí Dios quiere, ya no protestaría tanto —contesté.
—No digas eso, estas Joven, quien mas que yo para saber que la vida es dura. Que
hay que pelearla, pero por eso es linda, porque te da la oportunidad de demostrarte a ti
mismo que eres capas de abrirte paso a la fuerza contra todo lo que se te opone y a
punta de machete vas formando tu vida, tu nombre, tu presencia es este lado del
mundo —manifestó.
—No sabia que eras tan inteligente como para decir eso, sólo creí que confiabas en la
fuerza de tu brazo para destrozar lo que se te oponga, pero veo que no es así —le dije.
—Seré un hombre ignorante, sin cultura, sin el privilegio de haber entrado a la Escuela,
pero he aprendido a vivir en mi medio y hacerme respetar por las buenas o por las
malas y como cualquier ser humano, quiero, aprecio, tengo capacidad para agradecer
al que se lo merece, igualmente soy vengativo, cruel y malo si tu quieres, pero esa es
mi vida, este es mi medio y aquí mando Yo —dijo con firmeza.
—Eso no se borra, pero tampoco quiere decir que se te acabó la vida,” aprovecha para
sacarle el jugo, y satisfacer tus ambiciones”, cásate, forma tu hogar de nuevo, si es
posible en otra parte, la vida continúa —dijo Flamaleon.
En ese momento Margarita levantaba los platos de la mesa, y la miré a los ojos.
—Algún día te llevaré a vivir conmigo —le dije para que todos oyeran.
— Hey, hey, hey, a mi no se me mata con mi misma escopeta, ni mi hija esta en venta
—dijo.
Yo como si no le oyera; ella se sonrojó, pareció esbozar una sonrisa y sin decir nada se
alejó.
—Eres audaz y aprovechado, estoy seguro de que, si estuviera sano, no te hubieras
atrevido a decir eso —dijo Flamaleon.
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—Pero este dia es fiesta y no me vas a decir que vas a trabajar, acuérdate de Mamita
Virgen del Huayco, has olvido que es brava y castiga a los que no guardan su día —
dijo.
—Entonces quédate conmigo y contando cosas, nos tomamos algunos del bueno, aquí
tampoco trabajará nadie, de modo que puede ser un día agradable —dijo.
Bajé, puse la montura en gavilán y casi como zombi subí al caballo y me encaminé a mi
casa por el lodoso sendero del potrero, la mañana era como casi todas, con una
pequeña garúa que moja y escapa empapar hasta los huesos, casi se puede ver el
vapor de agua que sale, producto del agua de la llovizna y el calor del cuerpo, la
neblina, igual no permitía ver mas allá de 40 metros y el lodo del camino mas la
pendiente obliga a tener precauciones aun a lomo de un buen animal.
La Cabra
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LA VIDA CONTINUA
Conocí a muchos productores de trago que daban ganas de pagarles sin llevar el
aguardiente, se podía ver en sus esqueléticos cuerpos que ni siquiera tenían para
comer lo necesario y a fuerza de abstinencias, de enfermedades, de paludismo y de
dejar su vida en el cantero o en el trapiche, iban ignorantemente guardando algún
dinero que en ocasiones lo único que les servía era para su entierro cuando se les
acababa la vida.
Mientras ellos, los guardas, los he visto muchas veces, embotados de tanto tomar trago
La Cabra
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o terminar las pocas provisiones de los desgraciados que caían en sus garras y si
encontraban algún dinerito, se llevaban y para demostrar su eficiente trabajo, también
cargaban presos a estos indefensos trabajadores de la selva y cuando salían a sus
casas de repente los fines semana, había que darles una buena montura y una mula
para llevar como árbol de navidad, las panelas, las gallinas y cuanto hubiera de su
agrado.
Que pena, los niños, haraposos, flacos, hambrientos, parasitados, palúdicos, agotando
sus primeras fuerzas en ayudar a sus padres; sin escuelas, sin vacunas, sin que de
ellos se acuerden los patronatos de damas de la ciudad, ni los derechos humanos, ni
nadie; que rabia; y era de admiración la férrea voluntad de los montañeses para que a
pulso de su flaco brazo y comiendo limeños y papas6 chinas se aferraban a la esquiva
esperanza de mejores días.
Pensando en esto, salí de mis cavilaciones cuando me dijeron que yo estaba en la lista
de los que aquellos querían apresar y me buscaban no solo por el contrabando sino
porque conmigo tenían un asunto pendiente, que yo también sabia.
Fui uno de los primeros en llegar al recinto donde había fiesta, pues venía el cura del
pueblo cercano a dar primeras comuniones junto con la misa y los montañeses
empezaron a llegar, pues ésta era una de las pocas ocasiones para ver otra gente, me
senté a conversar con el hombre dueño de la única tienda y poco a poco, la plazoleta
se fue llenando de campesinos y muchos otros que no los conocía, a uno me pareció
que lo había visto en la bronca del Pucará, pero no me preocupé en lo absoluto y de
pronto estaba compartiendo con todos en el juego y después en la gallera, hasta que
después del medio día me encaminé rumbo a mi casa.
Al caminar por la montaña, sin tener la menor idea del peligro, alguien dispara y el
proyectil penetra en mi hombro izquierdo y por el susto y el impacto caigo al camino
lleno de lodo, donde rápidamente llegan dos hombre apuntándome con sus revólveres
y lanzando maldiciones.
La Cabra
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—Párate carajo, crees que en esta ocasión nos coges desprevenidos como la ocasión
anterior , ahora te mato por mañoso, por desgraciado, ahora me desquito lo de la otra
ocasión, meses pasé curándome los huesos rotos, dijo; pero tu no vas a tener que
sufrir esa molestia por que aquí mismo te meto dos plomos en la cabeza y te boto a la
quebrada ya me quitaron el revolver y el machetillo, además me amarraron las manos a
la espalda —vociferaba.
Mi gavilán había desaparecido; qué hacer, pensaba y antes de poder pensar en algún
modo de evitar la muerte ya que me propinaron golpes de puño y patadas hasta que
rodara por el lodo del camino.
Yo iba pensando en como cobrar venganza pero aprendí de Flamaleon que para atacar
uno no debe estar enojado, sino en sano juicio y con los cinco sentidos listos, que hay
que ser como tigre que aun siendo mas fuerte, caza a su presa y no se aventura a un
ataque sin sorpresa; eso es, pensé, voy a curarme, a estar tranquilo, a la final una
paliza como esa no era cosa del otro mundo y mi cuerpo aun joven lo soportaba sin
problema.
Un buen baño con agua caliente, lavarme las heridas con agua de matico y amarrarme
poniéndome tela de araña y un buen buche de trago era siempre el remedio. Esto me
dio descanso de casi dos meses, pero nada mas y en ese tiempo ya estaba listo para
mis labores, me agradó la preocupación de Margarita que encomendó me lo hicieran
saber como evolucionaban mis males.
La vida pasa y continúa la lucha por vivir y yo igual que los demás nos vamos
acostumbrando nuevamente la rutina, de sembrar cañas, de molerlas, de hacer
aguardiente y contrabandearlo, como yo, hay tantos otros, pues sabia que yo solo era
uno de los mas pequeños, pero era el que mas me movía, no así los dueños de las
fábricas grandes donde los mismos guardas compartían las ganancias de los
embarques de trago de contrabando.
Debe haber sido a inicios del mes de enero, pues recuerdo el recrudecimiento de las
lluvias torrenciales, al tiempo que se levantó la fiebre del robo de ganado por el cerro
de la Pólvora y no había semana que de un sitio u otro no se llevaran las reses
especialmente de los mas pobres, de los mas indefensos, de aquellos que no podían
La Cabra
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reclamar a nadie, y una semana por el Tambo, otra por Cumbilli, la siguiente por las
Tres Cruces, y por Naranja pata.
Los abigeos siempre rondaron en esa zona; al mismo tiempo los Guardas también en
gran numero vinieron he hicieron una verdadera campaña contra los que fabricaban
aguardiente, la verdad es que fue un periodo violento, con robos, crímenes,
contrabando, que incendió la montaña antes tranquila, aunque en sus rincones siempre
se fabricó el aguardiente por mas que fuera de los Monopolios del Estado.
FLAMALEON
Para mis viajes si estaba bueno, pues podía tomar otra vía y seguir el negocio con
tranquilidad y de verdad que, aunque poco, pero se ganaba. Lamentablemente empezó
ha conocerse los abusos de algunos guardas que jamás tuvieron rostro humano y en la
mayoría de sus funciones no perdían la oportunidad para explotar, para torturar, para
abusar y para dejar ver su falta de cultura y de humanidad, y a mi me consta como
abusaron de miserables montañeses, pobres hambrientos y abandonados que
elaboraban, el contrabando en quebradas casi imposibles de llegar, en alambiques tan
pequeños y primitivos que hacia ver la imaginación y habilidad para adecuar trastes y
con una producción tan rudimentaria y miserable que en ocasiones no les abastecía ni
siquiera para su borrachera, pero como era tiempo cercano al carnaval, había que
fabricar a como de lugar para llevar a la sierra y tomárselo con los amigos como
demostración de su “adelanto” en la finca.
Esos escasos litros que sirvieron para perder hasta su yunta de bueyes, los aparatos,
la salud y en ocasiones hasta la vida de los seres mas queridos; fueron aprovechados
por despiadados, ignorantes, sin conciencia que a mas de vidas, mataron ilusiones,
esperanzas y en especial la fe a la que se aferraban los pobres montañeses en su
inconsciente desafió al destino, yo los conozco, los conocí como eran; hombres y
mujeres enormemente valientes que como pequeñas hormigas peleaban con la selva y
a fuerza a través de las cañas, en gotas destiladas en rústicos alambiques le quitan a la
fuerza la sabia de la tierra para emborracharse bebiéndolo para calmar sus penas, para
expresar sus alegrías o para llorar la angustia, la desesperación de la pobreza, del
olvido. Pues, jamás nadie ha sabido que ellos existieron, que fueron sus flácidos,
pobres y enfermizos brazos, fortalecidos por la necesidad, los que golpe a golpe
tumbaron árboles gigantes y dominaron selvas; cuantas veces enfermos, llenos de
lombrices, tomando agua del estero o de los camellones, con paludismo, amarillos casi
color de la Cera. Pero aunque no lo vi deben haber tenido un corazón enorme para
amar a los suyos y entregar su vida entre los diluviales inviernos, endemoniados
caminos llenos de lodo y aguas podridas, viajes de noches y días enteros para cambiar
su venta de sogas de cabuya y atados de limeño o para sacar sus cerdos cebados con
orito y papa china y cambiarlo en la feria del lejano pueblo por harina, máchica, sal y
pertrecho; y esto cada semana o cada 15 días.
Si nadie los recuerda, no pasa nada, nunca pasó nada hasta ahora con la gente de la
montaña o de la selva, pero yo si los recuerdo y los veo claramente en mi recuerdo
La Cabra
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como su fibroso cuerpo sin grasa, bañado por la lluvia, embarrado del limo de la tierra,
perlándoles el sudor por la frente arrugada, junto con sus mujeres compartiendo
hambres, esfuerzos y esperanzas. Y para ellos, también vino la “Justicia” y la Ley”,
para castigarlos por fabricar 5 litros de trago en cada parada en remedos de
alambiques. remendados con trapos y una argamasa hecha de harina de trigo y clara
de huevos, producto de la necesidad e inteligencia de aquellos.
Pero acá, igual que en cualquier parte también hubieron hombres grandes, no por su
estatura, ni por su género, sino por el tamaño de su corazón que les empujaba a
acciones casi heroicas que ha dado lustre al macho de la especie por su enorme
capacidad para vivir y para servir: Igualmente llegaron viles, cobardes, embusteros,
envidiosos y aprovechadores, en cuya mira no estaba solamente, el dinero, la buena
vida a costa del pequeño fabricador de aguardiente, sino que también querían y se
aprovechaban de sus mujeres, de aquellas ninfas sin zapatos, salpicadas de lodo,
desgreñadas, por la pelea con la vaca para robarle su leche, por aquella que igual que
los hombres y con machete en mano corta los oritos para madurar en la talanquera
para alimento de cerdos y gallinas, por ella también que sabe desyerbar las cañas y
desbrozar los potreros.
Entre todas ellas, estaba a la vanguardia Margarita, la Hija de Flamaleon, que a mas de
estas virtudes, era hermosa, independiente, leal, valiente y con sus profundos ojos
verdes, enloquecía a mas de uno, pues tenia la mirada de la X, que paralizaba, o casi
fulminaba quien ella quería hacerlo.
Me acuerdo, con su desgreñado cabello casi rojo, mas bien que rubio y ensortijado,
que volaba al viento de la loma cuando jineteaba su caballo, oloroso igual que e
ambiente al amanecer, a rosas, a aurora, a monte verde y florecido; su cuerpo cubierto
por un vestido que mas parecía túnica y sin ser se alta costura permitía observar un
cuerpo hermoso, esbelto como los tambanes de la montaña, fuerte y hermoso como la
chonta, al mismo tiempo impresionante, como el guarro cuando vuela en busca del
pollito para comida de su hijo.
Quien no había puesto el ojo en esta mujer, pero era como la montaña, fuerte,
caprichosa, dominante, sencillamente hermosa y en muchas ocasiones cruel, pues
sabia aun en su inocencia que podía jugar con los hombres a su gusto. Y entre ellos
estaba el Cantonal, hombre soberbio, engreído con su posición que creía que lo había
conseguido todo y que por tanto podía ser suyo todo lo que encontrara en la montaña
que lo enviaron a custodiar para evitar el contrabando; y la había visto cuando en algún
fin de semana salía al recinto o al pueblo con su familia y quedó obsesionado por aquel
monumento de mujer al natural, sin pinturas, sin champú, ni nada con una belleza
natural como las flores del campo que no necesitan ninguna adición para ser
perfumadas y hermosas.
Aquel, con orgullo fatuo traído de la ciudad decía que lo que quería lo conseguía a
como diera lugar y quiso establecer sus dominios en esta parte de la tierra que la vida
La Cabra
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le dio la oportunidad; por eso es que abusó y ofreciendo protección a sus “amigos” hizo
todo para levantar una ola de robos en la zona y hasta que aparecieron algunos
bovinos en la propiedad de Flamaleon, quien debió tener todos los defectos, pero no
robaba, solo de defendía y había aprendido a ser fuerte en su medio y se hacia
respetar y hasta temer, sin embargo el lindero sus propiedades era sagrado, nada ni
nadie podía pasar, pues decía que todo lo que está dentro de sus linderos era suyo y lo
utilizaba como a bien tenía.
Es así como mientras en cierta ocasión, en una visita de el Cantonal a su casa, éste a
propósito le sugirió caminar por sus cañas y sus pastos y en un recodo del sendero,
allá abajo prácticamente en la quebrada estaba un novillo de unos 16 meses, hermoso,
gordo y bien comido, su color blanco y negro parecía brillaba a la luz del sol.
—Mira que allí se te salió de potrero ese lindo novillo y está como para comérselo —
dijo el Cantonal.
—Claro que está bonito y bien gordo, está listo para comérselo, pero ese no es mío, no
le conozco —le dice Leonel.
—No dices que aquí mandas tu y como es que se meten animales de otros dueños, a
tus pastizales —expresó el Cantonal que sabia lo que quería. Deseaba impresionar a
Flamaleon, a Margarita y a toda la familia, pues tenia varios intereses entre ellos, el que
se sienta su superioridad, su autoridad y con ello podía manejar o chantajear a su
antojo para satisfacer sus demás caprichos.
—Te dije que no lo he visto, pero aun si vino de cualquier lado y no fuera mío; mi ley
dice que todo lo que está dentro de mis linderos es mío y lo utilizo como me conviene.
A ver guambras, agarren ese chimbote, llévenlo a la casa y pélenlo, y que sea pronto
porque para la merienda quiero carne de novillo con papa china y café negro —dijo
Flamaleon.
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Con esta conversación caminaron y observaron sus bien llevados canteros de caña,
Verdes pastos con muchas reces. Su fábrica grande y bien armada, esa si era fábrica
para ganar dinero. De regreso atravesó el camino una bonita partida de cerdos
cebados, se veía que el hombre tenía sus trabajos en orden y qué su esfuerzo era
fructífero.
Una vez en la caza, mientras conversaban del progreso de la finca y lo difícil que es
levantarla, pues no era solamente de soplar y hacer botellas, allí estaba el esfuerzo de
toda la familia, allí estaba el fruto maduro del sacrificio permanente y eso era sagrado,
eso nadie lo tocaba y nada de lo que fuera de Flamaleon, y como su nombre, era un
León para defender lo suyo por pequeña cosa que fuera.
Este día lo disfrutaron comiendo y bebiendo hasta embrutecerse, se entendían; los dos
eran prepotentes, abusadores y creían que podían conseguir lo que quisieran,
abrazados ya por la tarde caminaban cantando entre la casa para buscar mas trago y
el fogón que habían hecho para azar la carne alineada por las mujeres que lo
preparaban.
Ya cerca del anochecer se quedaron dormidos abrazados, babeando, con los cabellos
alborotados y las ropas sucias de las revolcadas por el suelo. Así eran par de animales
que daban rienda suelta a sus instintos y a sus gustos; parecía que era lo normal y que
cada uno festejaba la oportunidad de compartir con el otro, pero no era así, cada uno
tenía sus intereses propios metidos entre ceja y ceja.
—Con este se me facilita sacar el contrabando y hacer dinero. Tiene que avisarme con
tiempo el movimiento de los guardas y mientras Yo podré trabajar con seguridad. Eso
mismo había dicho el Cantonal; “ te voy a dejar que hagas plata, no te preocupes por
los guardas, yo se por donde caminan para que los evites, y si es sacar la patente en
Guaranda, eso te arreglo Yo, a la final sacas el permiso por una cuadra y destilas hasta
las de tus vecinos, hermano hoy o nunca” —reflexionaba Flamaleon.
—Que bueno eres viejo, en mi casa vas a tener todo: cuarto y buena comida y cuando
quieras pegarte lo tragos, yo mismo te acompaño, vas a vivir como rey mientras estés
conmigo, si quieres gallina, gallina comerás, si quieres cerdos, tu mismo puedes elegir
de todos los que tengo, si quieres un novillo e invitar a tus jefes, hazlo que yo te doy
todo para que quedes bien y dures en el puesto, vamos a hacer una buena sociedad de
la cuál también tu saldrás con plata —le dijo Flamaleon, finalmente.
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—Así esta bien y como ves, yo no soy tonto lo que quiero es enseñarte el negocio y
comprarme también una finca por acá y ponerme a trabajar poniendo una fabrica hasta
mejor y mas grande que la tuya —le planteó el Cantonal.
Solo su corazón sabía que esa no era la verdadera razón de su apego a Flamaleon.
Claro que le gustaba el trago, claro que le gustaba la buena vida, pero mas le gustaba
Margarita y creía que conquistándola a ella, ya no tendría necesidad ni siquiera de
comprarse una finca, ni trabajar para tener una destilación. Con el amor que Flamaleon
tenia por su hija sabia que todo eso podría ser suyo.
Fueron a lo mejor unos meses de gran relación, Flamaleon contento ganando buen
dinero, la producción de la fábrica ya no cubrían los pedidos y tubo que comprar en
otras destilerías para completar la demanda. Ganó plata, claro que ganó plata; a veces
no entendía los disgustos de su mujer y de su hija para que mandara sacando al
Cantonal;
—No jodan, no ven que es quien me está dando la fortuna —les decía.
Le vieron pero ninguno se dio por enterado y mas bien alzando sus bazos siguieron
tomando la cerveza.
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Las cosas sucedieron tan rápido, que Juan Lorenzo no tubo tiempo ni siquiera de
reaccionar, le pasó por gentil y atento, y mientras se limpiaba el rostro, el Cantonal le
asestó un puñetazo en cara que prácticamente le envió a media calle. Que puñetazo, el
hombre quiso pararse como impulsado por un resorte, pero cuando logró enderezarse,
se llevó la mano a la cara y estaba sangrando, al tiempo que la cabeza le daba vueltas;
quiso lanzarse así sobre los hombres, ventajosamente su compañero le sostuvo y le
impidió que prácticamente fuera a suicidarse, porque de seguro le daban una paliza
hasta dejarlo medio muerto.
Flamaleon, sonriendo de buen gusto, pues era necesario estar siempre del lado de los
fuertes y el Cantonal le servía, mientras que Juan Lorenzo, que hacía, nada, en cambio
el Cantonal había notado cierta adoración de Margarita para este montañés y esto no le
agradaba, además con estos aviones demostraba su poder y su berrayuera para estar
a la par de Flamaleon.
Justo en ese instante llegan al lugar la mujer y la hija de Leonel, Margarita reconoce a
Juan Lorenzo y se acerca a auxiliarle. Pero baja el Cantonal y tomándolo del brazo le
impide.
—No vayas a ensuciarte hermosa mujer —le dijo. A lo que ella sacudiéndose insistió en
atender a Juan Lorenzo; se acercó también el padre y entre los dos la retiraron. Juan
Lorenzo vio desde los brazos de su amigo, como la llevaron y ella sin poder hacer ni
decir nada, en cambio ella iba revirando a ver como se alejaba el hombre de la nariz
rota.
Esa acción fue motivo para continuar bebiendo, un poco más en el pueblo y el resto en
la cantina del recinto. Cerca de la propiedad de Flamaleon, como siempre, tomaron
hasta revolcar juntos en el fango, pero eso les gustaba, esas borracheras eran parte de
su vida; para que el cantonal demostrara Flamaleon y a su hija, que era todo un
hombre cuando golpeó al Juan Lorenzo aparentemente si razón, pero él tenía sus
razones.
Cuando la noche empezó a caer decidieron que debían ir para su casa y con la ayuda
de alguien hicieron varios intentos de montar en sus caballos, hasta que lograron
mantenerse en sus cabalgaduras, pero nadie esperó que mas arriba, donde había un
pequeño estero que al cruzar, con el salto del equino, cae Flamaleon prácticamente en
el agua, se mojó, pero ese no era el problema, lo que pasa que en ese esfuerzo por
levantarse, entre risas aparentes y la dificultad que le ponía la borrachera, se le abrió
parte del pecho de la camisa y se dejó ver parte de una joya que el cantonal siempre
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por todo medio había deseado quitarle a Flamaleon y no sabia como y cuando, alguna
vez le había propuesto que le venda o de cualquier modo, y Flamaleon explicaba que
eso no podría hacerlo jamás.
Era un colgante muy grande, tenía la forma de una gran araña y en el centro tenía un
espacio con bisagra, que permitía poner y cargar una pequeña fotografía, estaba
colgado de una enorme cadena que muy fácilmente se podría calcular de 250 gramos
de oro, carajo un cuarto de kilo, que brillaba en el peludo pecho del montañés, siempre
explicó que esa cadena lo heredó de su madre y que jamás en vida lo enajenará a
nadie que no fuera de su familia, en esa joya llevaba la foto aunque corroída de su
madre y a insistencia se lo prometió alguna ves a Margarita que se lo obsequiará
cuando se case para que pusiera la foto de su primer nieto, pero al momento nadie
podía tenerlo.
El Cantonal que se esforzaba por ayudar a levantar al hombre se dio cuenta que en
ese forcejeo, de alguna manera se soltó el enganche de la joya y prácticamente se
resbaló al estero, sin pensar un segundo a manera de seguir tratando de levantar al
amigo, tomó la joya se guardó en un bolsillo del pantalón, asegurándose que quedaba
sin el menor peligro de perderse y sin que constituya ninguna duda por mas pequeña
que fuera, siguió de la misma manera y entre carcajadas, caídas y mas llegaron a la
casa donde cada quien se las arregló para pasar la noche.
Flamaleon durmió acostado tras de la puerta hasta donde avanzó, allí se quedó le
lanzaron una manta mas y allí amaneció, el Cantonal, lo primero que hizo aun en su
borrachera fue asegurar la joya que sin pensarlo se dio la oportunidad de robarle a
Flamaleon.
—Está bien, jamás creí que podría robarle —dijo el Cantonal.
La borrachera pasó y Flamaleon se dio cuenta de su pérdida y por mas que buscaba
no podía encontrarla, le daba vergüenza declarar a su familia, ya que todos deseaban
esa joya y a la Margarita ya se lo había ofrecido, pero jamás lo halló. Alguna vez dudó
de que el Cantonal que siempre vivía enamorado se lo hubiera robado por lo que
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El Cantonal en alguna ocasión se dio cuenta de que habían revuelto sus pertenencias
en toda su “ oficina”, pero no dio mayor importancia, no contó a nadie y sólo comentó
con Flamaleon lo que había observado y opinó que algún trabajador movió sus cosas,
a lo que el dueño de la finca contestó que podría ser pero que a él, no le constaba nada
y que además todos los que vivían en esa propiedad eran personas absolutamente
confiables, esta argucia convenció mas a Flamaleon que el Cantonal no tenía lo que
buscaba.
En cierta ocasión que viajaba para la sierra uno de los guardas a su cargo, se las
ingenió para entregarle en un paquetito, junto con una carta y dinero que envolvieron la
joya y camuflada de lo mejor y como encargo muy especial se lo envío a su mujer en la
capital de la provincia y desde allí y sin que sea notorio, va a la oficina con Flamaleon
abría el cajón de su mesa de modo descuidado, abría su maleta o lanzaba sus ropas,
lo que pretendía era demostrar que allí nunca se guardaba nada que fuera impropio, lo
que prácticamente dio por convencer al finquero que lo perdió en alguna parte y que
jamás lo recuperará.
Como estaban en el mes de enero, época de invierno y cerca la fiesta del carnaval, lo
mas grande y mejor de la provincia, había que aprovechar y sacar a la sierra la mayor
cantidad posible de aguardiente, era la época de mayor consumo y obviamente la
época de mayor ganancia, de modo que para eso se aprestaron tanto Flamaleon como
el Cantonal, pero por ser época de movimiento también están en alerta todos los
Cantonales y todos los guardas de la provincia por disposición del Señor Gerente
Provincial. Enero, y febrero era productivo para todos.
Pero Flamaleon y el Cantonal atan cucos viejos en el negocio y todo estaba asegurado,
el Cantonal era el que organizaba las batidas, los recorridos y las capturas, así la cosa
era fácil, por tanto, se apertrecharon de aguardiente y armaron el viaje, una recua de 8
mulas y cuatro caballos, las mulas para que carguen los 1.000 litros de aguardiente y
los caballos para los que debían viajar con la carga.
Esto era frecuente así que el día señalado, al igual que siempre lo aprovecharon para
revisar capachos, organizar la carga, revisar los aparejos de las mulas, asegurar los
arciones de las monturas, remendar las cinchas y todos o que era necesario para este
trabajo. De modo que primero se les ofrecía una gran merienda como se
acostumbraba, bateas de papa china y mucho estofado de carne a mas de unas pocas
copas de puro y cajetillas de cigarrillos que cada uno recibía para el viaje, algunos
afilaban sus guabas (guardamanos) revisaban que sus truenos (revólveres) están
funcionando bien y los ponían aceite y cuidadosamente los ponían en las fundas; se
aseguraban de llevar sus zamarros y ponchos de agua y todo estaba listo para el viaje.
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Cinco de la tarde se empezaba a enjalmar a las mulas, enjaezar a los caballos, los
mismos que todo el día habían pasado en los mejores pastos de la propiedad, de modo
que a las 5:30 los montañeses prácticos tenían cargadas a las mulas y todo listo, a esa
hora, uno de los de a caballo alaba con la gamarilla a una mula, generalmente
conocida, es la que hacia guía a las demás y una ves puestas en el camino
prácticamente la recua caminaba sola y los cuidadores debían observar y arreglar
cuando la carga iba mal, o cuando un animal se atrasaba, es decir que para gente que
conocía del trabajo esto no era nada nuevo. Flamaleon y el Cantonal generalmente no
participaban en este trabajo, pero en esta coacción por ser una buena carga fue
también el dueño y nada hacia presagiar que no fuera como siempre.
Por alguna razón de la vida Juan Lorenzo volvía de sus viajes y a nomás de las 2 de la
noche se encontraba comprando cigarrillos en la tienda del recinto cercano a la
propiedad de Flamaleon, pues estaba en el camino que Juan Lorenzo debía seguir
para llegar a su casa y allí del modo menos pensado y sin esperar jamás una cosa
igual, llega de prisa Margarita y lo encuentra. Le comenta que venía a rogarle que su
vecino lo acompañara para tratar de dar alcance a los que llevan el trago, pues un
guarda se enteró que en aquel camino de seguro encontraría la patrulla que venía de la
ciudad.
—No hay nadie mejor que tú, que el Diosito te ha puesto en mi camino para que me
acompañes —le dijo.
—Sabes que por ti haría cualquier cosa aunque sea el Cantonal a quine te meten pos
ojos —le dijo Juan Lorenzo.
Lo miró con enojo por esa aseveración y a los mejor en otra circunstancia se lo
mandaría al diablo pensó; pero la ocasión no era para eso y le dijo,” apresurémonos”,
los dos conocían la montaña, los dos sabían montar en sus caballos, conocían los
riegos y lo duro de la naturaleza; llovía, había lodo, el camino resbaladizo, pero todo
eso no era impedimento para ir detrás de su padre.
Flamaleon caminaba por lo menos dos kilómetros delante de los demás que venían con
la recua o sea, a mas o menos, unos 15 minutos, jamás tubo temor de la noche o de
alguien que pudiera hacerle daño ni nada, así que tranquilamente seguía su camino,
siempre agachado protegiéndose de la garúa y tratando de mantener su cigarrillo
prendido a pesar del clima.
El oído acostumbrado le permitió detectar que alguien venía en sentido contrario por lo
que se apeó del caballo, lo tomó corto por la rienda y se puso tras de los árboles de la
orilla del camino, y los dos montados pasaron sin percibir su presencia.
¡Guardas!, se dijo para si, los conozco, los puedo oler en el atre y por experiencia se
que estos van adelante y atrás viene la patrulla. Así que esperó unos minutos y regresó
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a compartir la noticia con los arrieros quienes sabían de sobra el salto y seña, de modo
que de donde creyó conveniente, sacó el cacho y en el silencio de la noche lo tocó de
acuerdo a su característica. Automáticamente los demás supieron y aprovechando un
pequeño chaquiñán escondieron a todos los animales, tres quedaron con la recua y
uno salió a la orilla de camino grande donde entre la maleza de acostó para evitar que
los guardas que pasaran lo percibieran; cuando creyeron que ya era oportuno salieron
todos y emprendieron el camino; en ese momento llegaron Margarita y Juan Lorenzo
con la noticia de que a lo mejor les encuentran los guardas; ya pasaron dos dijo uno de
ellos, pero Flamaleon va adelante y es necesario que el sepa que hay mas guardas en
el camino.
Alguna vez Juan Lorenzo corrió la experiencia en esa zona, de modo que conocía el
procedimiento y el lugar de modo que aprovechando la poca luz de la mañana y
ayudado con cerillos les hizo un mapa del sector y de donde los guardas tienen su
asentamiento, de mejor modo que pudo, una y otra vez explicó a los dos su plan para
evitar el problema y así fue.
En aquella casa donde los guardas hacían su base habían 12 empleados, todos con la
obligación de tomar acciones contra los contrabandistas, la casa era baja, de tapial y
teja y lo mas notorio era un corral muy grande de tres adobones, que daba mucha
seguridad a cualquiera que estuviera adentro. Tenía un portón grande entraba que
daba al camino grande, y atrás, una puerta mas pequeña que servía para sacar a los
animales al pastoreo o para cualquier cosa que fuera necesario.
Esa madrugada salieron una patrulla de 10 guardas armados hasta los dientes pues
sabían que era tiempo de caza y dos quedaron en aquella casa porque tampoco
podían abandonar lo que allí guardaban.
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a los arrieros y cuando fue conveniente salieron cinco de cada lado del camino a
distancia previamente planificada y les agarraron sin tiempo a decir nada.
Los arrieros hicieron el intento vano de huir aparentemente y todo pareció una captura
de lo mas exitosa y luego de quitarles las armas visibles les encaminaron con todo
hacia la casa que les servía de refugio y de reten. Los contrabandistas no dieron mayor
problema en este trayecto y se pusieron rebeldes solamente cuando prácticamente las
mulas ya estaban entrando al corral, allí empiezan a presentar resistencia los cuatro
arrieros mas Flamaleon que se quedó con ellos y cada uno prácticamente picó su
caballo y salieron despavoridos en todas las direcciones posibles: allí recapacitó el jefe
de los guardas y pensó, una captura así no podía ser tan fácil y que les dejaban las
mulas cargadas de trago pero que ellos querían huir, así que dio orden de serrar el
zaguán del corral y perseguir a los contrabandistas, por que de lo contrario hasta las
Autoridades se les reirían, que cogieron a las mulas pero a ninguna persona y lo que
interesan son los contrabandistas. Cada uno comenzó a perseguir al que mas parecía
poder agarrarlo, pero como conocían el campo no se dejaban, lo raro es que corrían y
no se alejaban mayormente sino que se mantenían a cierta distancia entreteniéndoles
a los guardas.
Los guardas al verlos también quisieron apresarlos a lo que ellos protestaron con que
razón y si entender nada el mismo jefe de ese grupo los llevó muy enojado a
encerrarlos en el sitio que en la casa estaba destinada para eso y. amarga sorpresa,
Encuentra a los dos empleados apaleados, amarrados y tapados la boca, alguien va y
los Suelta y mientras ellos quieren acusar a los dos jóvenes, el jefe los insulta
acusándoles de inútiles al dejar que desaparezcan todos los animales con la carga.
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Como ya capturaron a los dos primeros, los otros tres más Flamaleon facilitan su
captura y todos entran en el gran corral de la casa donde encuentran al jefe de los
guardas sentado en el umbral de una de las puertas, con la mano en la frente,
renegando la torpeza y acusando a los empleados de la estupidez de la cual él también
tiene parte.
—Oiga jefe y de qué se nos acusa a nosotros, por qué se nos asalta y se nos quiere
privar de la libertad cuando no tienen absolutamente pruebas de que somos
contrabandistas, tienen que tratar de justificar su presencia aquí cogiéndonos a
nosotros que no hemos hecho nada contra la Ley —dice Flamaleon.
—Cállese carajo que si por mi fuera los mato a todos, pero desgraciadamente la
estupidez de estos bolsones ha hecho que se pierdan todas las pruebas en contra de
ustedes y no pueda acusarlos. Por mi se van a mierda todos —dijo el Cantonal y con
gestos de furia caminó a recostarse en su catre. Los demás tampoco pudieron hacer
nada y se iban separando de los supuestos contrabandistas y quitándoles la amenaza
con sus armas.
—Alguna vez te llevaré a vivir conmigo —contestó, como siempre, Juan Lorenzo.
—Acaso Yo vine contigo, acuérdate que todavía tengo cuentas a mi favor, aun no me
olvido lo de la última ves en el pueblo —replicó Juan Lorenzo que montó en su gavilán
y a paso no demasiado rápido se encaminó hacia la misma montaña pero con otra
dirección
Margarita ya en la casa se sentó cerca de su padre a quien con todos lo defectos que
pudiera tener lo quería mucho.
—Que buen hombre es Juan Lorenzo —dice Margarita
El viejo sin inmutarse mucho, dejo oír algo así como un, aja, y no comentó más, pero
en el fondo el sabia que ese era un verraco inteligente que le había salvado de un
problema que ignoraba el cantonal o que el mismo lo mandó.
En esta temporada era usual y notoria la acción de los Guardas, pues por una parte los
contrabandistas y productores de trago hacían su negocio, y por otra ellos sabían de la
época y también custodiaban más con operativos mas frecuentes, parecía que
últimamente el Cantonal no funcionaba mucho, se había hecho muy blando o estaba
metido en alguna parte y no salía ha hacer los recorridos que debía.
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Lo que pasa que es que la vida en la propiedad de Flamaleon era muy cómoda y
especialmente placentera, él seguía haciendo favores con la finalidad de conseguir sus
intenciones con Margarita, cuantas veces le había ofrecido matrimonio, sacarla a vivir
en la ciudad. En cambio, a Flamaleon le demostraba con hechos que, si podía trabajar
en el campo, pues lo acompañaba con sus jornaleros y cuando había que meter el
hombro también lo hacía. ¡Buen hombre!, pensaba en ocasiones el viejo al verlo
cortando leña para los alambiques por ejemplo, o haciendo cargar a las mulas con el
trago que llevaban, en ocasiones le parecía que no seria mal negocio que se casara
con Margarita; pero la niña no lo quería y eso era notorio, muchas ocasiones peleó con
su padre por que no lo mandaba sacando de la propiedad, pues no soportaba sus
intenciones. —No le hagas caso, espera un poco. Aprovechemos esta oportunidad de
trabajar protegidos, luego se lo mandaremos al diablo —contestaba el viejo en cada
discusión.
En cierta ocasión, la niña estaba tan enojada que cuando regresó Flamaleon de un
viaje de trabajo, se le acercó.
—Tu sabes que yo soy hombre derecho, conmigo siempre será a la buena, con las
mejores intenciones, pero no puedo negar que me encantaría casarme con ella —le
dijo Cantonal.
—Ya estas viejo, para la niña y me admira que no tengas la suficiente inteligencia y la
sutileza para tratarla y te cuento que ya has tenido tu oportunidad. Por tanto, me vas
dejando de joder a mi niña, sabes perfectamente que en el mundo no hay nada que
quiera más y nada que yo no pueda hacer por asegurar la felicidad de hija. Camina
despacio y sobretodo camina derecho —le advierte Flamaleon.
Mientras tanto Juan Lorenzo debía cumplir con la entrega de 500 litros de aguardiente
a un cliente en la sierra. Cuando se habla de la sierra se refiere a muchos sitios
ubicados en la altura. Por tanto, la rutas y condiciones de viaje se las planea para cada
caso. Este era un buen cliente, nunca falló con la paga y se sabia, que adelantaba
dinero por aguardiente cuando sus proveedores eran serios y Juan Lorenzo no podía
darse el julo de perder un buen cliente. Es más, esperaba hacerse socio del trabajo que
aquel hombre hacia con el trago que él le vendía.
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De regreso a su casa, pasó por los finqueros que siempre le alquilaban las mulas, las
mismas que ya eran probadas para cargar el puro, todo como siempre, acordaron
hacer el viaje, es decir llevar sus animales y también servir de arrieros, este era un
trabajo que a menudo hacían, pues la paga era buena.
Contrató cuatro mulas y dos arrieros, ellos llevarían 480 litros, pues cada animal
cargaba 120 litros y mas los 70 que podría cargar en su gavilán, tenia suficiente para la
entrega y una pequeña venta adicional que también le habían solicitado, pues cerca de
la época de carnaval, todo el mundo quiere proveerse de aguardiente y como las
dificultades de transportarlo se incrementan por los lodaceros que provoca el invierno,
sumado a que los guardas intensifican la persecución. La mercancía sube de precio y
es época de ganar dinero.
Tubo durante la tarde, la oportunidad de conocer que los guardas están recorriendo
toda la zona y llevando presos a los que son y a los que no son contrabandistas.
Algunos porque tenían sus pequeñas destilaciones, otros porque en su casa mantenían
pequeñas cantidades de aguardiente que usualmente lo usaban como remedio para
curar heridas o para tomarlo con cascarilla y controlar el paludismo. Lo cierto es que
ellos también sabían que era época de hacer dinero; muchas veces la misma
ignorancia y sencillez de la gente hacían que mucha gente caiga presa. Cuando los
guardas llegaban a un alambique de contrabando era porque alguien lo había
denunciado, ya que siempre se camuflaban bien los aparatos. Lamentablemente, la
mala voluntad, la envidia, la autoridad, hacía que las personas denunciaran.
Entre los más conocidos de la zona y aparentemente amigos habían acordado tener un
sistema de comunicación que era el “cacho”. Cuando se sospechaba de peligro, así
habíamos evitado un par de atracos por parte de la autoridad, pues revestidos de
guardas, ellos eran quienes determinaban quienes producían y quienes no y acuérdese
que la aspiración de todo finquero en aquella época fue tener su destilación, algunas
ocasiones, ya en el camino, en viaje a la ciudad, les quitamos a los guardas, los
aparatos, la yunta, la paila, los prisioneros que ya se estaban cargando o atemorizando
para tranzar un buen negocio. Conocí guardas que sabían de la pobreza humana y del
sacrificio que significaba ese trabajo, a cambio de buen trato asta los animaban a
trabajar a los pequeñitos, a los pobres que se esforzaban por lograr una vida mejor.
Pero los hubo también inhumanos, a lo mejor fue la mayoría, por eso se ganaron
fácilmente el odio y la repulsión de toda la comunidad de la montaña. En mi caso, claro
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que me habían seguido y que me tenían bronca, pero yo les daba guerra y no me
dejaba ubicar o si me cogían peleaba para defenderme, pues estaba seguro que no
hacia nada malo, que estaba trabajando y que mi trabajo no era simple sino que exigía
gran esfuerzo y sacrificio.
Los tiempos fueron duros, amargos para algunos mas que para otros, unos pocos, los
que pueden comprar al guarda, se acomodaron y los pobres se hicieron mas pobres,
se endeudaron y perdieron hasta su esperanza.
Debidamente cargadas las bestias, del modo que estaba previsto, cuatro de mulas con
120 litros cada una y en mi gavilán 70 litros con lo que me permitía montarlo al menos
en los sitios menos malos del camino. Hasta iniciar el viaje, la noche ya iba cubriendo
la faz de la tierra, el graznido de las aves nocturnas por nosotros conocidas, se
escuchaba en el ambiente, los charcos de agua del camino reflejaban la poca luz que
atravesaba la montaña, mientras que en los sitios serrados la oscuridad era casi total,
Las mulas son animales que estaban acostumbradas a este trabajo, a mas su visión es
diferente y pueden ver en la noche; los arrieros nos ayudamos un poco con las
linternas de pilas, pero sin abusar para no acabar la carga o para no delatar la
presencia nuestra, de modo que las luces mas bien se asemejen a las de las
luciérnagas de la noche.
La travesía fue normal, como siempre se esperaba, caminos con fango hasta la rodilla,
partes donde el suelo es arcilloso y duro, en cambio se pone tan resbaladizo que puede
perderse la estabilidad y el equilibrio e ir a dar de bruces en el suelo; nos acompañó
una persistente llovizna cuyo frío no se siente mayormente por el calor que genera el
cuerpo al caminar y esa agua mas bien rueda por el rostro mezclándose con el sudor,
pero que poco a poco va saturando nuestras ropas y las sentimos mojadas, pesadas y
pegadas al cuerpo, cuando es posible puede verse incluso como el calor producido por
el esfuerzo de trepar lomas se evaporiza y se eleva un vapor que se confunde con el
que se respira. Este viaje no lo hace cualquiera, no es para cualquiera, lo hacen los
hombres jóvenes con energía y sobretodo con la predisposición de pelear si se
encuentra con los cazadores.
Tres de la mañana y estábamos cerca del lugar, a no más de 10 minutos. Pido que los
arrieros con las mulas se queden en un claro del bosque mientras me dirijo al lugar de
la entrega para asegurarme que todo estaba normal. El hecho de estar en temporada
de Carnaval me hacía tomar todas las precauciones. Llegué al sitio convenido que es
un lugar donde llegan vehículos pequeños para este trabajo y una camioneta estaba
lista para transportarlo. Salió el chofer, tipo desconocido, y me da todas las referencias
de quien le envió, de cuántos litros debía transportar, cuándo debía ir por el dinero y
todo, afortunadamente, coincidía con lo pactado. Regresé donde mis compañeros y
con ellos me fui al sitio de descarga. Los capachos fueron puestos en la camioneta.
Además, se agregó un par de sacos de panela, unos de naranjas y algunas cargas de
leña, con lo que se completaba la carga para el vehículo y se camuflaba bien el
aguardiente.
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Cuando todo estaba listo, los arrieros recogían los cabos, arreglaban las enjalmas de
sus animales para regresar a su casa. Cuando todo pareció que estaba bien, encargué
mi gavilán y nos dispusimos al viaje con el puro; en ese momento cuando nadie de
nosotros podía ercer, salieron los guardas, de sus escondites, eran como 10 o 12, ni
siquiera los puede contar, pero nos sorprendieron y nos agarraron sin poder reaccionar
de ningún modo.
Esta era una de las mejores operaciones del Cantonal, su inteligencia y conocimiento
del movimiento de los aguardenteros le permitió preparar la operación y sorprendernos
tan bien; primero que alguien le sopló que esa era mi ruta para esa noche, pues el
sabía que yo siempre caminaba, pero en esta ocasión el sabía mi ruta y había puesto
todo su empeño porque a mi en especial me quería” y deseaba ponerme a la sombra,
de tal modo que con el mismo Gerente de Estancos, planearon y lo hicieron bien, por la
tarde y valiéndose de un soplón supieron para quien era el trago y sabían quien lo
trasportaba siempre desde ese lugar, Así que no tuvieron mas que sorprender al chofer
y luego ofrecerle una recompensa y como no quiso participar en esta pesquisa, le
amenazaron con ponerlo en la cárcel por no cooperar con la justicia y que incluso
podría perder su pequeña camioneta que es a que le servía para conseguir el pan de
su familia; eso no podría ser y el buen hombre decidió cooperar con la autoridad
haciendo y siguiendo el plan.
Mis arrieros, gente acostumbrada a estos menesteres, hombres que sabían en que
ambiente se encontraban, y sin necesidad de ninguna señal, sino por el mismo instinto
de conservación, de un brinco saltaron sobre una de sus acémilas y arriando a las
otras, al galope y prácticamente aún en la noche desaparecieron en la montaña, ellos
sabían que nadie los sigue en esas circunstancias, pues de lo contrario tienen muchas
alternativas para disuadir para que no los sigan. Pero, yo ya estaba listo para viajar,
sentado en la camioneta en medio del chofer y un guarda, cualquier intento de protesta
o de hacer algo para librarme sería torpe, empeoraría mi situación, así que
aparentemente muy tranquilo acepté la situación.
—Caíste como el mas cojudo, no pensé que fuera tan fácil agarrarte y hoy sabes que
estas en mis manos, aquí y ahora yo soy la Ley y tu suerte está en mis manos, puedo
perdonarte y liberarte, pero sabes que eso no va a ser, a lo mejor también hasta puedo
matarte o por lo menos quebrarte un par de costillas, total se sabrá que quisiste huir y
puede agarrarte para que te caiga el peso de la Ley —dijo el Cantonal acercándose a
la ventanilla del vehículo con una risa sarcástica.
—Cumple tu trabajo, pero el honrado de llevarme a que me Juzgue la Ley, o dime
cuanto vales y te pago y sigue haciendo de tu trabajo un negocio ilícito como lo has
hecho siempre y por mi no te preocupes que si salgo bien o me muero, eso no depende
de ti, sino que a lo mejor así estará escrito, pero acuérdate que a mi no me vences
fácil, acuérdate que hasta con el alma pelearé, pero jamás te pediré un favor o transaré
contigo por dinero, porque el que me gano, me lo gano con trabajo, con esfuerzo, con
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valor, no lo robo como tu, mediante la utilización de la patente que te da tu puesto —le
dije.
Aquel guarda que estaba a la ventana, con esta discusión no podía quedarse y se bajó
del vehículo del modo más ceremonioso que pudo. Apenas hubo posibilidad, el
Cantonal me tomó por la camisa y prácticamente me arrastró afuera, lanzándome al
piso de un puñete en la cara; me sentí solo, miré a todos los guardas que hacían un
redondel humano y con las primeras luces del alba se notaba que tenían diferentes
expresiones en su rostro.
La más común era de aquella que no les importa nada lo que suceda, así que el
Cantonal se abalanzó con puños y patadas sobre mi humanidad y se sintió fuerte,
dominante, dueño de la situación, mientras aun en cabeza yo no podía aclarar una
forma de comportamiento.
—Te voy a dar tu misma medicina, voy a darte una paliza de la que no te vas a olvidar
nunca —dice el cantonal.
Se vio grande y prepotente, seguro de que vía a darme lo que el dijo, para que nunca
me olvide. Yo supe que en ese momento el perdió la partida, a lo mejor si seguía
golpeándome con los puños, yo lo tenía perdido, pero con el machetillo, no, esa era mi
arma, yo había nacido con ella, con ella había vivido y me gustaba, pues sabía que era
mas efectiva incluso que el revolver que puede fallar el tiro, pero el machetillo no, ese si
se desea hiere o mata con seguridad.
Antes del “baile” había visto un montón de leña engarrotada lista para la venta, parte de
la cuál incluso pusieron en el vehículo y de un salto logré agarrar un palo por suerte a
mi gusto, de unos 4 centímetros de diámetro y de casi un metro de largo.
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Yo, no guardaba esperanza alguna, no tenía como negar una acción que estaba
prohibido y que me habían agarrado con todo mi cargamento.
A esto, Flamaleon manifestó enojo y se negó rotundamente. Sabía que cuando la niña
deseaba algo, lo conseguía. Él se enorgullecía de este comportamiento, pues decía
que en eso se le parecía a él porque siempre obtiene lo que quiere.
—Si no vas, espérame aquí o en el parque, porque yo voy a ver a una amigo que me a
sido muy útil no en una sino en varias ocasiones y es justo que por lo menos trate de
saber que puedo hacer por él —dijo la niña saliendo rumbo al juzgado.
Flamaleon era rudo, testarudo, acostumbrado a imponer su autoridad, pero sabía que
cuando la niña creía que estaba en lo correcto, nadie podía hacerle cambiar de idea,
así que mas bien por las buenas aunque a regañadientes decidió acompañarle, pues
allí mismo la niña ya le iba alzando la voz y no deseaba que una muchachita lo retara
delante de tantos amigos que por el trago y el dinero había hecho.
La mañana era triste y gris, caía una llovizna característica de la temporada, parecía
que la misma ciudad se levantaba con pereza este día y que nadie tenia prisa por lo
que pasaba en su interior. Juan Lorenzo estaba preocupado, no sabia que es lo que le
pasaría y lo peor era que nadie estaba dispuesto a ayudarle en este trance, no era
como él había hecho en ocasiones anteriores con los que pudo.
La sala de la Corte se iba completando con las Autoridades y con los que debían asistir
y a eso le encaminaban a Juan Lorenzo. El pensaba que era preferible que nadie se
enterara de su suerte a la final a nadie le interesaba, ni nadie haría algo por el.
El guardia de la puerta abrió la puerta y por allí pasaron con su custodio hasta que lo
dejó sentado en la silla que correspondía.
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decidió dirigir su mirada hacia los asistentes. Que sorpresa allí estaba Margarita, al
lado de su padre. Vaya pensó, en los que menos esperaba, no le agradó la idea de que
la niña la mirara en esas condiciones, pero que mas da, ya estaba hecho y si ellos no
toman la iniciativa, él tampoco hará nada por llamarles la atención. Era su propia
rebeldía que le hacia preferir recibir solo las consecuencias de sus culpas y no las
quería compartir con nadie.
La dama mas joven, de unos 35 años, se la veta hermosa, blanca, de gran estatura,
con un vestido de color ligeramente verde y cubierta por un abrigo blanco que la hacia
parecer aun mas bella, su pelo delicadamente cuidado y bien peinado. Dejaba ver los
rizos dorados en la tente, con un maquillaje de buen gusto y un gran colgante en el
cuello que sobresalía a cualquier otra prenda y era centro de las miradas de muchos
asistentes. No podía esconderse tampoco de su mirada y le pareció conocido de modo
que lo quedo mirado cada ves con mayor atención.
La niña, estornudó fuertemente para que todos la oyeran de modo que todos
regresaron a verla y en ese movimiento se descubrió casi la totalidad del colgante que
pendía de semejante cadena de oro alrededor del cuello de la dama y allí, Margarita y
Flamaleon descubrieron que era el colgante que la Madre de Flamaleon se lo obsequió
un día y por el que le hizo jurar que jamás se desprendería de ello a no ser para
obsequiar a la primera hija cuando se lo diera un nieto.
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La Policía logró calmar la niña que seguía insistiendo que la joya era suya y que
alguien de algún modo la robara, a Flamaleon también lo detuvieron y la joya fue
entregada al Juez, que casi ni se inmutó por los acontecimientos pero que le pareció
hermosa la joya que tenia en sus manos.
—Mujer, sabes en que te has metido, al tratar en acto tan audaz de robar la prenda a
esta dama —dijo el juez.
—Yo nunca robo y nunca robaré, pero reclamaré lo que me pertenece y esa joya es
mía, herencia de mi abuela a través de mi padre” y lo decía con tanta seguridad que
notaba la sencillez en sus palabras —dijo la joven.
—Esa prenda es mía, señor Juez. No sé como está en sus manos , pero puedo probar
que es mía. Mire que en la parte posterior y dice “ De Catalino para su mujer” —
expresó Flamaleon.
—Aquí no dice nada, pero da la impresión de que algo fue borrado —dijo el Juez.
—Entonces, busque en la tercera pata de la araña una seguridad que abre la cajita
donde esta el retrato de mi madre —le dijo la joven.
El Juez miró, dio la vuelta y no encontró nada, de modo que en principio decidió que
eso seria asunto de otro caso y trató de seguir con el juicio al que había asistido.
—Un momento Sr. Juez no es fácil encontrar la forma de abrir, Yo mismo no sabría si
mí madre no me hubiera enseñado cuando me la entregó, permítame que yo le
demuestre —dijo Flamaleon.
Ante la mirada de toda la sala, el magistrado hizo un gesto para que se acerque el
hombre, quien tomó la joya en sus manos, la miró.
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—Es mía —dijo y manipulando suavemente en la tercera pata de la araña abrió la cajita
y en efecto en su interior estaba una fotografía amarillenta que aun conservaba la
imagen de la medre de aquel hombre.
—Donde está la dama —dijo en voz alta el Juez y nadie contestó. Por segunda vez,
preguntó nuevamente y nadie contestó, su auxiliar le hizo saber que era la esposa del
Cantonal y que nadie sabia como y a donde se había ido.
—Tómala hija, es tuya, —dijo al Juez al tiempo que estirando la mano entregó la joya a
la niña; reclamó la presencia del cantonal y no tubo respuesta y dispuso que se lo
encuentre dondequiera que este.
—Deseo rogar a Ud. señor Juez que se sirva posponer el juzgamiento a Juan Lorenzo,
pues si es cierto que es un contrabandista como hay muchos, es necesario que le
permita la presencia de un abogado que le defienda —expresó, finalmente.
La valentía y sencillez que demostraba la niña en sus palabras, tuvieron eco y el Juez
aceptó posponer el acto porque era correcta la solicitud. Mientras tanto ella se acercó a
Juan Lorenzo.
—Tu tienes que cumplir tu promesa, y yo, ya no deseo esperarte mucho —dijo la niña
en voz alta.
Juan Lorenzo, tubo la oportunidad de conversar unos minutos con Flamaleon que
parecía estar enojado y no tener alternativa de que hacer porque a la niña se la veía
emocionada.
—Algún día te llevaré a vivir conmigo —le dice Juan Lorenzo, tomando las manos de la
niña. Luego, los dos jóvenes se abrazaron ante la mirada asombrada de todos.
Sin siquiera mirar el rostro de Flamaleon, fingiendo ignorarlo, Juan Lorenzo se acerca a
la niña.
—Yo sé que aquí, en esta ciudad está un amigo de mi infancia, que pasó hambres
igual a las mías y que por eso nos identificamos, se que a fuerza se hizo abogado y
aquí tiene su estudio, búscalo, se llama Juan como yo, sólo me acuerdo que es Juan
Manuel. Búscalo, encuéntralo y cuéntale mi caso y dile que tome el trabajo, tu sabes
que no soy de mucho dinero, pero dile a mi cuidador que venda mi mejor toro, que
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venda el barroso y si hace falta también al machacón y con ese dinero paga al abogado
y arregla mi lío —finalizó Juan Lorenzo.
Aquella misma tarde, se encontró con el amigo de Juan Lorenzo. Los mismos
empleados del Juzgado lo conocían que era un buen abogado, honrado y con enorme
capacidad de servicio, alguien de ellos acompañó a la niña y todas las cosas se
hicieron fáciles.
Juan Manuel la misma tarde visitó a Juan Lorenzo en la cárcel y diseñaron la estrategia
para solucionar el caso, en adelante el preso ya no estaba solo y lo que es más tenía
sobrada razón para buscar su libertad.
—Hoy nos vamos, no me importa viajar en noche, voy acompañada del mejor hombre
que conozco —contestó Margarita, apretujándose contra su padre como o hacía
cuando de verdad era pequeñita. Le conmovió al viejo ese comportamiento y tomaron
un vehículo hasta donde se podía y por la noche en un par de buenos mulares se
encaminaron a su tierra, a su montaña.
El camino era solitario, con lluvia, el frío inicial era fuerte, a lo que el padre sacándose
el enorme saco que tenia puesto, acomodó sobre los hombros de la niña que al paso
del equino seguía el camino de retorno.
Mientras tanto, en la ciudad, la esposa del Cantonal lanzó las ropas de éste a la calle y
le pidió que jamás volviera a donde ella pueda verle, que la acción que le había hecho
no, lo podrá olvidar ni con la muerte y ante tal realidad, este hombre acudió a casa de
unos amigos desde donde planeaba la venganza y prometió ante el Gerente de
Estancos que había sido victima de una cobarde acción de los montañeses y de su
mujer y que para; demostrarle, le entregaría al mismo Flamaleon preso con
contrabando.
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canteros de caña los alambiques, los amigos, el movimiento del trago de Flamaleon,
por tanto no le sería tan difícil y se propuso cumplir su venganza.
Su mujer, ya no le interesaba, nada quería, solo vivía para tomar revancha de todo lo
que le hicieron, la niña le negó sus pretensiones y los dos le culparon de ladrón y de no
ser por las acciones de eficiencia que había demostrado cogiendo contrabandistas y
armando negocios para todos, también lo hubieran despedido de su puesto, pero
también los amigos del partido, no le abandonaron y aquí estaba listo otra ves como
jaguar para consumar su venganza.
Visitó y recorrió la montaña, sin dejarse ver de Flamaleon o sus vecinos, pero entre
tantos montañeses unos amigos y otros no tan amigos, supo del movimiento de
Flamaleon y se propuso cogerlo en el mismo alambique con todo el puro destilado para
llevarlo preso y de ser posible arruinarle el trabajo de toda la vida del montañés.
Y la culpa lo tenía el mismo Flamaleon, que nunca quería que su familia lo fuera a
buscar donde se encontrara, los suyos creyeron que estaba bebiendo con sus amigos
como siempre lo hacia y jamás se imaginaron que ya estaba cerca de la sierra.
De modo que pronto fue a ser compañía de Juan Lorenzo en la cárcel; inicialmente el
joven le dio poca importancia a la presencia de Flamaleon, pero en el fondo sabía que
debía ayudarlo, de modo que antes de que sepan y lleguen sus familias de la montaña,
se pusieron de acuerdo con el abogado.
Juan Manuel, buen abogado y con $8.000 que hicieron de la venta de los dos toros de
Juan Lorenzo encontró la forma de transar el problema con las Autoridades, y a los
pocos días salieron libres los dos contrabandistas.
—Tengo una a mi favor. De este problema nos sacaron mis dos toros —dijo Juan
Lorenzo al viejo.
—Tu recibirás el pago por este favor. De algún modo pero te pagaré —dijo Flamaleon.
Parecía que este par tenían cierta afinidad en no ceder nunca nada a nadie, sin
embargo eran enormemente generosos con los débiles, con lo mas pobres, con los que
eran abusados por otros, como lo hacían los guardas, pero entre los dos no se
perdonaban nada.
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RECONCILIACIÓN
Pero la vida da las vueltas y por esas cosas del destino aceptan separadamente asistir
a un desafío de gallos en una comunidad lejana a la suya y se encuentran en la cancha
de gallos, Flamaleon, Juan Lorenzo, el Cantonal y varios guardas a mas de los muchos
montañeses que llenaban la gallera.
Serían las tres de la tarde, cuando ardía en gritos y apuestas toda esa comunidad que
no tema muchas oportunidades de esparcimiento y en aquella ocasión, el vértigo que
produce el temor de perder la apuesta y el deseo de ganarlo, el aguardiente y sobre
todo lo que Flamaleon tema guardado y jamás olvidaba esta allí, su venganza contra el
Cantonal, que no se le acercaba como antes que caminaban, comían y bebían juntos,
hoy estaban lejos, distantes, cada uno buscando su interés, el Cantonal de
desaparecer y el otro que poniéndose en la puerta le serraba la huida, hasta que a eso
de las 5 de la tarde la presión no soportó mas y lanzando insultos Flamaleon desafió al
cobarde del Cantonal quien sabia que en una ocasión como asa no le quedaba mas
que enfrentarlo y sacando su machetillo se lanzó a la cancha de los gallos.
Flamaleon sacó también su guardamano pero caminó hacia atrás, afuera de la gallera,
al patio que ofrecía gran espacio para la pelea; Juan Lorenzo cogiendo una botella de
trago de había sentado sobre una cerca de caña de donde podía dominar todo lo que
pasara en el patio, y miró como ese par de hombres se lanzaron uno contra el otro, con
deseo de destrozarse, los machetes echaban chispas al impacto entre las armas,
Flamaleon como era usual dejaba que la saliva espumosa se le escapara por los
carrillos de la boca y deseaba terminar el pleito lo mas pronto.
El otro sabia que peleaba entre la vida y la muerte y ponía todo nervio en la pelea, los
dos estaban dándose planazos y pequeñas cortaduras; pero Flamaleon se sentía
ganador, sabía que hasta podía jugar con el Cantonal, se lo veía sonriente y burlón
frente al otro que en su cara demostraba el temor y la desesperación por este trance.
De pronto el viejo tomó una posición que yo solo había visto una vez en Yatubi en una
pelea similar; se acuclilló y alzando el machetillo sobre su cabeza, apoyó la punta del
arma con la mano izquierda y cuando el Cantonal atacó, Flamaleon salto y embistió por
arriba de modo que del golpe voló el por aire el machete del Cantonal.
Flamaleon, lanzó una mueca de satisfacción y por fin se quitó el sobrero que jamás se
lo quitaba. Todos pudieron ver que le faltaba la oreja izquierda, producto de una de sus
tantas peleas y que era la razón para que lo llamaran “El Mocho”.
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El viejo lanzó también a un lado su arma y entró a golpear al Cantonal con sus
enormes manazas, el otro hombre hizo su parte, se defendió hasta donde pudo, pero el
vigor, y la venganza del viejo, de sobra que lo iban ganando, hasta que en el suelo
prácticamente montado enzima con saña golpeaba el rostro y la cabeza del desdichado
contra el suelo; por fin salieron se su asombro los demás compañeros del Cantonal y
entre todos le arrancaron de enzima al viejo impidiendo que lo mate.
El viejo se encaminó a una pequeña casita propia de la zona y que hacia de tienda
donde se expendían las cosas indispensable en esa tierra, se sentó en uno de los
escalones que había para subir al corredor y jadeante reposó de la pelea no sin que
antes grite maldiciones y amenazas para todos, parecía un tigre cuando por la fuerza
tiene que dejar a la presa recién casada.
—Bebe un trago Flamaleon —dije en voz muy baja mientras estiraba la botella en su
mano.
Sabiendo que era tiempo de regresar a casa, fui por los caballos y luego de montarnos
nos dirigimos a nuestros destinos, en el cruce del camino para que cada uno fuera por
el nuestro. Flamaleon me invita a su casa y dice
—Esta bien, vamos —agregué, con esa forma de pedir, no había posibilidad de que
alguien se te niegue.
—No creas que me hace falta con quien tomar, pero me gustaría contarte algo de mi
vida y que de algún modo explica mi comportamiento que no todos entienden y creen
que ay un ruin, salvaje, rústico y prepotente que no considera a los demás, y así es, a
lo mejor solo es desquite de cómo la vida me trató en la niñez —dice.
Como llegamos muy por la noche, no creímos que era conveniente despertar a la
familia y como ni siquiera los perros hicieron bulla, nos sentamos en la entrada de la
puerta de la construcción que el Cantonal tenia como su Oficina, y cuando ya habíamos
tomado un par de buenos tragos, el me dijo.
—Te acuerdas del medallón que he guardado siempre como reliquia de mi madre y que
solo era para continuar con la tradición de heredar de familia en familia —dijo.
—Claro que se, como no voy a saber con semejante propaganda que se hizo en el
juicio en mi contra y en plena sala de la corte —contesté.
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En cierta ocasión que había fiesta en la casa, mientras la familia cantaba y danzaba en
el piso de arriba, nosotros, los cuatro estábamos sentados en el umbral de la puerta de
la cocina y en eso, como si fuera una sombra vi a papá que a cierta distancia venía por
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el camino. —Miren, papá —dije a los demás que al momento clavaron la vista en la
dirección que yo les indicara, los cuatro, como borreguitos quedamos mirando la
dirección de la venida de nuestro padre, pero antes de que todos lo viéramos,
desapareció, pero yo si le vi bien, insistí a mis hermanos; mientras con la mirada
escudriñábamos el camino, mi padre había dado la vuelta por una pequeña huerta para
esquivar a la familia y ya apareció detrás de nosotros, había que ver la felicidad de
todos.
A nuestro alborozo bajaron mis tíos y mi abuela y nos encuentran con nuestro padre, le
recibieron con insultos y tomaron palos para atacarle; mi padre corrió y amarcó a mi
hermana la mas pequeñita, mis dos hermanos se aferraron a sus piernas y yo me puse
adelante con el objeto de evitar que garrotearan a quien nos fue a buscar y con gritos y
maldiciones, mi padre se defendía y nos defendía y poco a poco nos aproximamos al
camino grande y nos retiramos lentos al principio y luego a la carrera mientras se
escuchaban las maldiciones de mi abuela.
Nos llevó a la que era nuestra casa original y nosotros comíamos mas de lo que papa
podía conseguir, pues sus cuñados o sea nuestros tíos ni siquiera le dejaban trabajar
en paz y le perseguían para pegarle, tanto era el peligro que papá también empezó a
andar con escopeta cargada para defenderse. Un amigo le había aconsejado a mi
padre sobre lo peligroso de la situación y le ofreció que podría cederle una cuartito en
una casa que tenía en un pueblo lejos de allí y así lo hizo, pero lo que ganaba mi padre
no alcanzaba para comer y para sus borracheras, los vecinos nos regalaban algo de
comer o las ropitas viejas de sus hijos, y nosotros inocentes sin conciencia de la vida,
que solo la comprendo ahora cuando ya estoy viejo. Todo el mundo abusó de nosotros,
se burlaban, nos pegaban y junto con el hambre y la pobreza soportamos la soledad y
el abandono.
El dueño de aquella casa había tenido una propiedad muy grande en un sitio que por lo
pendiente que era lo llamaban “Torreloma” y allí le ofreció para que mi padre trabajara
a medias como era costumbre, que podía sembrar desde productos de la sierra, hasta
café, yuca, naranjillas y platanitos en la parte baja. Allí nos fuimos, allí conocimos a la
señora, una mujer bondadosa que por no tener hijos con su esposo puso el amor en
nosotros, pero la suerte no era para tanto y el patrón cedió a mi padre un lugar muy
lejos de allí, me acuerdo que tenía muchas vacas y cuando había quien ordeñe
disfrutábamos de la leche.
Mi padre no podía dejar el vicio de la bebida y desaparecía por días de nuestro lado,
nos dejaba explicando que como hemos de cocinar y comer, el se largaba no se a
donde.
Una vez cada semana debíamos caminar a otra casa mas arriba donde tenía cebando
unos 20 cerdos, era una casa cubierta con cade y el corral o chiquero estaba debajo de
la casa, cercado con grandes troncos por todos los lados, incluso por arriba, para que
el tigre no pueda comerse a la cerdos, me acuerdo que en los palos se podía ver las
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huellas de las garras del animal, el tigre decían; nos dejaron un ajechador, para separar
la harina que producían los gorgojos en el abundante maíz que tenía guardado, esa
harina con sus indicaciones la cocinábamos y poníamos en los bunques o comederos
de los cerdos y nos festejábamos inocentemente cuando los animales se quemaban el
hocico al meterlo en la comida caliente algo que nunca me olvido es la cantidad de
ardillas que llegaban a la casa, debe haber sido por el maíz almacenado en mazorca,
pero eran nuestra fiesta, nuestro pasatiempo y con ellas nos entreteníamos casi todos
los días, la inocencia de nosotros hizo que aceptáramos como que eso era todo lo que
había.
Cuando la patrona venía en ocasiones, nos traía ropita, comida y hasta alguna
muñequita de trapo para mis hermanas, yo ya estaba jovencito, a lo mejor unos 12
años y hacia mandados y era de confianza; la patrona tenía bellas cosas, bellas ropas,
bellos platos y tantas otras cosas, pero no tubo hijos, ella era la dueña de este
prendedor que a todos digo que era herencia de mi madre, falso; la señora lo cargaba
aquella ves en el monte cuando le mordió la culebra, y yo corrí a buscar auxilio y no lo
encontramos a tiempo, allá antes de morir la señora se sacó el colgante y me lo dio
indicándome que nunca me deshaga de el y que se lo pase a cualquiera de mis hijos
que me diera el primer nieto y así será.
No se porque te cuento, pero me dio la gana y lo hice, pero quiero que sepas que lo
poco que tengo me cuesta mi trabajo, sudores y sobre todo pelea ya que a mi nadie me
regaló, por tanto nadie me quita lo que he conseguido, aunque me cueste tener
enemigos, el dormir con un solo ojo y lo que es mas estar decidido a que éste dia a lo
mejor sea el último, porque se que hay algunos que me prefirieran muerto, pero
siempre estaré preparado. Por eso es que deseo asegurar la vida de mis hijos, a que
tengan el pan que a mi me faltó siempre y sobre todo que tengan la tranquilidad que a
mi me está costando la vida y entre todos mis hijos tu sabes cual es la niña de mis ojos
y por ella, matar uno mas no me será difícil.
Yo no supe que contestar, aquel ogro malo y cruel, era en definitiva humano también y
la vida se ensañó con el y en desquite quiere tomarse la revancha a su manera. Vi que
de aquellos ojos que en ocasiones parecían lanzar llamas de furia, en esta vez soltaron
un par de lagrimas de tristeza.
Cuando hubo tomado tanto y estuvo muy borracho como puede le arrastré hasta un
catre, lo subí y luego de taparle con una colcha, dejé que se duerma mientras yo me
retire antes de que nadie se levantara aun cuando ya amanecía el día.
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—Tengo un toro a mi cuenta y para que sepas era uno de los mejores que he tenido,
da gracias que ese animal habló muy bien con el juez y a tu favor, tanto así que nos
liberó —dije sin más.
—Esta bien hermano, tengo otra cuenta y eso no me pasa aun; te acuerdas la paliza
que me dio el cantonal en el pueblo, y con tu consentimiento; esa me la debes —le dije.
—Yo no tengo deudas con nadie y peor contigo y haz el favor de no arruinarme el resto
del día, confórmate como están las cosas y deja de joder —me dijo.
—No, del mismo modo que tu defiendes tus cosas, yo defiendo las mías, porque nadie
me lo ha regalado —le repliqué.
—Así que cualquier día voy a tu potrero, o mejor dicho cualquier rato iré muy por la
mañana, para cuando estén ordeñando y me traeré el toro que me corresponde —le
informé.
Pasó poco tiempo, en días anteriores tuve necesidad de dinero para solucionar
problemas de salud de la mujer de Manuel que era el hombre que siempre permaneció
en el trabajo sin averiguar condiciones o sin cobrar cuando yo no tenía dinero y le
prometí que al siguiente día iría por un toro para venderlo.
—Bienvenido, estás invitado a desayunar con nosotros, quiero que comas unas ricas
tortillitas de papa china que las hace mi mujer —dijo Flamaleon.
—Aquí no tienes nada y por favor no me compliques la vida, no se porque pero sólo a ti
es que no puedo meterte un tiro entre la cejas y acabar con los problemas, pero por
favor no me busques y pórtate bien y ven a desayunar —insistió.
Todos pusieron atención a la discusión; la mujer y los hijos sabían que era verdad
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incluso le habían sugerido que pagara la deuda y el no querían simplemente porque así
era el, no le daba la gana.
—Págale padre, con ese dinero saliste de la cárcel —dijo Margarita acercándose
lentamente.
—El dueño de esta propiedad soy yo, y por tanto mando yo y acabado el tema —
insistió, a lo que la niña hizo un ademán de enojo y se alejó unos pasos.
Juan Lorenzo, con toda la seguridad que da la razón se encaminó donde vio amarrado
un novillo muy bonito, que Flamaleon le tenía segregado para padrote, zafó la amarra y
empezó a caminar llevándoselo.
—A mi en mi casa no me jode nadie dijo y de un golpe hizo rodar al joven entre los
excrementos de las vacas, éste se paró como impulsado por una simbra y se enfrentó
al viejo, peleando y revolcando juntos entre las eses del ganado, hasta que entre todos
lograron separarlos.
—Sólo vengo a llevar lo que me pertenece, por que si robara hubiera venido por la
noche y habría ido al potero, pero no vengo a robarte a ti ni a nadie, pero mis derechos
también se respetan aquí dondequiera o cualquiera de los dos se muere —vociferó
Juan Lorenzo, quien sacudiéndose un poco de los que lo sostenían caminó, tomó
nuevamente la soga a la que estaba atado el toro y se encaminó para la salida.
Juan Lorenzo, caminó una corta distancia, ató al animal en una puntal de la cerca
regresó frente al viejo.
—Ahora si vas a llorar por lo que te quito, nunca vas a olvidar este día, que por otra
parte deseo que sea el mejor de los días de mi vida —insistió
—Llegó el día de cumplir mi promesa —le dijo y le estiró la mano a la niña mimada de
Flamaleon.
Ella, lentamente pasó su mirada por todos los presentes. No estaba preparada para
esta situación. De pronto pareció que se le encendieron las pupilas de sus hermosos
ojos verdes y estiró su mano a la del joven, y caminaron juntos a la salida del recinto.
Juan Lorenzo desató la amarra del toro y con la otra mano tomada de la mano de la
niña se alejaron por el camino que los llevara a su finca.
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En el patio, todos los presentes quedaron como hipnotizados por lo que estaba
ocurriendo, en algún rato, el viejo ogro trató de hacer un intento por detenerlos, pero su
mujer y sus hijos lo detuvieron. En el interior sabían bien que Juan Lorenzo era un
hombre digno de toda confianza y sobre todo respetaban la decisión de la niña, pues
nadie le empujo a que se fuera.
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FELICIDAD
En cierta ocasión, cuando ya habían pasado casi dos meses, en el valle, se celebraba
una fiesta. la de la candelaria, a lo que asistían casi todos los montañeses de la zona,
venia el cura de la parroquia cercana, se celebraban bautismos, confirmaciones
matrimonios y principalmente se bendecían el agua, las semillas, es decir se
aprovechaba al cura para todo lo que no se había podido realizar en todo el año.
A la curiosidad se acercaron ya que creyeron ver a alguien conocido, y mira, era Juan
Lorenzo y Margarita que salían casándose de la iglesia. toda la familia, menos el viejo
ogro saltaron de felicidad y se abrieron paso para abrasar a los novios, quienes
gratamente se sorprendieron y sonriendo agradecieron la presencia de la familia.
Finalmente mientras la novia repartía abrazos, sonrisas y besos a sus familias, Juan
Lorenzo se quedó solo en el portal de la iglesia, en ese momento se le acercó el viejo
gruñón.
—Cuídala, quiérela o tendrás que arreglártelas conmigo —dijo el viejo a Juan Lorenzo
al oído.
—Cualquier mal entendido , disgusto o resentimiento que haya habido entre nosotros,
se terminó este día y espero que dios los bendiga por siempre —siguió Flamaleon
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—Todo aclarado, todo tranzado, empecemos una nueva vida y esta es la oportunidad
para sentar bases firmes, dime si algo te debo o si alguna cuenta está pendiente para y
terminar hoy mismo —terminó.
—Claro que tengo una cuenta a mi favor, una sola, y si estás dispuesto te la cobraré
por todas y allí sí podremos empezar a vivir bien como tu dices —dijo Juan Lorenzo.
El viejo trastrabilló pero no cayó y se le vio que su violenta naturaleza estaba lista para
contra atacar, pero a lo mejor lo poco, o lo mucho que tenía de humano y de padre,
hizo que aguantara semejante golpe.
—A mano —dijo Juan Lorenzo y le estiró la mano para sellar el pacto, luego con un
abrazo, que fue bien apretado, porque incluso el viejo cambió su ceño de enojo, por
uno de satisfacción.
—Me gustas como yerno, sé que nadie osará nada contra mi niña ni tu mismo. Ella ha
sido lo mejor de mi vida y mi vida es muy poco para exponerla por ella —le dijo
Flamaleon al oído.
—Solo en eso nos parecemos. Nadie, jamás en la vida osará (mientras una lágrima de
felicidad se le escapaba de los ojos), nada contra nuestra niña. Es lo mejor que dios me
ha dado y estará guardada en mi corazón hasta mas allá del mar, del horizonte y de la
muerte.
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Se acercó y sacándose el colgante que el recibió una vez por regalo, lo puso en el
cuello de su hija.
—Te adelanto aunque aún no mes has dado un nieto —dijo sonriendo.
Rieron los jóvenes, abrazaron al viejo ogro y se alejaron sin prisa haciendo envidiar a
todos la felicidad que desbordaban. Y dios estuvo con ellos todo el tiempo.
Ante tal historia, que en parte me la sabía, no pude comentar nada a mi viejo amigo
que ya caminaba cerca de la raya como el decía, y la muerte no le preocupaba; la vida
le pagó con creses todo sus pesares.
Yo, cerré los ojos y en mi recuerdo vi claramente, la montaña amada, tan limpia,
bulliciosa y misteriosa como era, la miré como se veía cuando llovía y su sonido me
transportada a un mundo de sueños. la vi. como cuando estaba resplandeciente con el
sol del medio día, cuando la sombra de los centenarios árboles me refrescaron del
calor y cansancio del camino y supe una ves mas que los hombres son hombres donde
quiera que estén, sepan los demás o no que existen; pero en este mundo verde,
hermoso, enigmático se viven historias de esfuerzo, de trabajo, de amor y sacrificio con
la pureza natural de la selva, con olor a plantas, a sudor y a esperanza.
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