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CLASE N° 2- ACTIVIDADES- PLANIFICACIÓN DE UN PROYECTO

ALUMNA: Sandra Arenas

Planificación de Proyecto

1.- CURSO AL QUE SE DESTINA: 3er. año

2.- PRODUCTO: Antología de Cuentos de Terror, escritos por los alumnos-as

3.- DESCRIPCIÓN DEL PRODUCTO: Luego del reconocimiento de las características de los
cuentos de terror y trabajados los diversos recursos utilizados, se realizara en pequeños grupos
una Antología de cuentos de terror escritos por los propios alumnos. Finalmente se llevara a
cabo la exposición de un “Café literario” de todas las producciones escritas ante sus
compañeros.

4.- FUNDAMENTACIÓN DE LA ELECCIÓN DEL PRODUCTO:

Se eligió la realización de una Antología de cuentos de terror porque este proyecto tiene por
objetivo promover la inserción de los alumnos en la comunidad de lectores. De esta forma, se
busca propiciar un espacio de intercambio que favorezca la escritura creativa y una
construcción genuina del sentido a partir de la interacción entre los lectores y los textos.

Además, debe tenerse en cuenta que la planeación, elaboración y revisión de los textos como
prácticas sociales de escritura exigen la reflexión sobre la variedad de recursos lingüísticos,
gráficos y organizativos que pondrán en práctica constantemente hasta lograr el producto
teniendo presente las condiciones de producción del mismo.

Finalmente, la exposición de las producciones escritas presentara a los alumnos la posibilidad


de frecuentación de diversos textos del mismo género, estilos y diversos temas.

Esto es lo que produce los aprendizajes, cuando el alumno puede observar y apropiarse de
determinado aspecto, estructura, selección léxica que ellos mismos tendrán que seleccionar.

En consecuencia, este proyecto garantiza que la elaboración, comprensión y evaluación sea


constante y privilegie la apropiación de los contenidos de manera reflexiva y –a su vez-
participando de experiencias sociales vinculadas a la literatura.

5.- ÁREAS QUE SE INTEGRAN: Literatura y Educación Artística

6.-EXPECTATIVAS DE LOGRO :

Eje de literatura:

• Leer y compartir la lectura de obras variadas. 

• Comentar y discutir con otros sobre sus interpretaciones. 

• Conocer a través de la lectura y el comentario a muchos autores de distintos géneros.

• Participen periódicamente de sesiones de comentario de  las obras seleccionadas por el


docente en las que:

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- aporten sus interpretaciones,

- comparen los autores, los géneros, las temáticas y otros  ejes de análisis pautados
previamente,  - hablen sobre sus experiencias de lectura de esas obras y  escuchen las de sus
compañeros.

Eje de estudio:
• Participar de proyectos de investigación  sobre temas de interés, con destinatarios  variados
(la escuela, la comunidad, otros  jóvenes, etc.) y a partir de propósitos compartidos.

Eje de formación ciudadana:


• Desarrollar prácticas del lenguaje oral formal con diversos propósitos, para distintos 
destinatarios (conocidos y desconocidos)  y utilizando una variedad de estrategias 
argumentativas, como por ejemplo: 
-discutir acerca de los posicionamientos res pecto de los temas leídos y comentados.

Todos los ejes:


• Reflexionen, al finalizar los distintos proyectos de lectura, escritura e intercambio oral,  sobre
los conocimientos alcanzados y sobre: 
- las estrategias de lectura;  
- la búsqueda de información;  
- la planificación y revisión de los textos escritos;  
- las exposiciones, los debates, los comentarios u otras prácticas del  lenguaje oral.

7.- PRÁCTICAS DEL LENGUAJE ESTABLECIENDO A QUÉ EJE PERTENECEN Y ENUNCIANDO LOS
ASPECTOS INVOLUCRADOS CORRESPONDIENTES A CADA PRÁCTICA.

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE A ENSEÑAR EN EL EJE DE LITERATURA:

-Formar parte de situaciones sociales de lectura 


Aspectos involucrados:
• Organizary participar de cafés literarios,  foros, presentación de libros, ferias del  libro,
congresos de literatura y otros  eventos sociales de lectura.

-Leer el corpus obligatorio seleccionado para el año. 

Aspectos involucrados:

• Leer de manera individual y grupal.

• Valorar el “patrimonio literario” de las distintas culturas.

-Relacionar los textos leídos con otros lenguajes artísticos.

Aspectos involucrados:

• Mirar
películas vinculadas con los textos  leídos por la época, la estética o la temática, y
comentarlas. 

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PRÁCTICAS DEL LENGUAJE A ENSEÑAR EN EL EJE DE ESTUDIO:
-Buscar y seleccionar información  con criterios acordados con los pares y/o el
docente.
Aspectos involucrados:
• Establecero identificar en asuntos conocidos  algunas problemáticas que
suponen la búsqueda  de mayor información para su resolución o mejor 
comprensión. 

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE A ENSEÑAR EN EL EJE DE FORMACIÓN CIUDADANA:


-Organizar y participar en debates sobre temas de interés general.
Aspectos involucrados:
• Utilizar
estrategias para fundamentar las propias  ideas: explicaciones, ejemplos,
comparaciones, afirmaciones generales.

8.- Recursos materiales: Pizarrón, libros de antologías, videos, celulares, internet.

9.- AGENTES: Profesora de Prácticas del Lenguaje, docente de Educación Artística y alumnos-
as.

10.- TIEMPO DE DURACIÓN EN NÚMERO DE CLASES Y MÓDULOS: ocho clases, es decir,


dieciséis módulos.

11.- ACCIONES PREVISTAS.

ACCIONES PREVISTAS

CLASE N°1

Inicio

La docente iniciará la clase preguntándoles a los alumnos-as qué significa para

ellos la palabra “terror” y qué situaciones les puede producir terror o miedo

intenso, tanto de la vida real como de las películas. Los alumnos expresarán

sus opiniones.

Desarrollo

Seguidamente, les indicará una URL para ver con sus celulares un corto de

terror en video de Youtube URL:

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https://www.youtube.com/watch?v=7QeJIo4jSJ8 Luego, la profesora les pedirá a algunos
alumnos que relaten en voz alta

la historia del corto y que expliquen cuál es la situación que provoca terror.

Luego, la docente les entregará fotocopias (o lo leen desde sus móviles) del cuento de Edgar
Allan Poe “El gato negro”.

- ANEXO N° 1

Realiza la lectura en voz alta, interrumpiéndola para hacer preguntas de comprensión. Les
preguntará a los estudiantes qué pueden predecir a partir del título, qué les sugiere, qué
interpretación hicieron del cuento. Los alumnos-as responderán.

A continuación, la profesora escribirá en el pizarrón la siguiente consigna:

- Hacer una lista con situaciones del cuento que les parecieron aterradoras.

Cierre

Los alumnos-as leen los ejemplos que seleccionaron y realizan comentarios.

CLASE N°2

Inicio

La profesora recordará el cuento leído en la clase anterior pidiendo que justifiquen por qué les
pareció que es un cuento de terror.

Desarrollo

Seguidamente, les entregará un texto explicativo sobre las características del

género de terror, los autores más destacados en el género y los distintos tipos

de terror. ANEXO N°2

Varios-as alumnos-as irán leyendo en voz alta el texto, el resto seguirán la

lectura en forma silenciosa. La profesora explicará los aspectos importantes y

entre todos realizarán un cuadro en el pizarrón con los conceptos principales

que caracterizan el género. El cuadro quedará, aproximadamente, de la

siguiente forma:

CARACTERISTICAS ELEMENTOS AUTORES TIPOS DE TERROR


EL Cuento de terror -personajes -Edgar Allan Poe -Cuentos de terror
es breve cuyo -narrador -Washington Irving con alegoría moral.
objetivo es provocar -tiempo - Bram Stoker -Cuentos de terror

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el escalofrío, la -ambiente - H. P. Lovecraft con metáfora
inquietud o el psicológica.
desasosiego en el -Cuentos de terror
lector. fantástico.
-Cuentos de terror
urbano.

Cierre

Los alumnos-as copian el cuadro en sus carpetas y lo consultarán en el momento de escribir


sus cuentos.

CLASE N°3

Inicio

La profesora les propondrá a los estudiantes el armado de una Antología

con los cuentos de terror escritos por ellos, la que será presentada en un café

literario. Les preguntará qué opinan acerca de esta propuesta.

Desarrollo

La profesora iniciará la clase entregando a los adolescentes varias antologías,

les pide que las exploren y que definan qué es para ellos una Antología.

Se llegará a la conclusión de que una antología es una recopilación de obras

seleccionadas que están relacionadas entre sí. La docente les pregunta qué tipos de

obras forman las antologías que entregó, por ejemplo: de cuentos policiales, de

cuentos realistas, de poesías, de ensayos, etc. Orienta la observación hacia los

elementos de la antología: el título, la ilustración de tapa, ilustraciones internas,

el índice, el prólogo, etc. Los estudiantes escribirán un cuadro con todos estos

conceptos sobre la Antología en el pizarrón, el cual quedará del siguiente

modo:

SECCION CONTENIDO ENCARGADO DE ESCRIBIRLO


Portada Contenido y diseño
Índice Elaboración y diseño
Presentación Breve presentación de la
antología.

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Prologo Breve explicación de cómo
está conformada la
antología.
Datos de los autores Incluye sus gustos literarios,
desde cuando escribe, que
tipos de cuento recomienda.

Una vez que se haya tratado el concepto de antología, la profesora les indicará

que van a hacer una Antología de cuentos de terror, con las historias que ellos

escribieron y que al finalizarla la presentarán en el Café Literario dedicado a

esa temática. Los alumnos-as darán sus opiniones y sugerencias. Acordarán

las etapas del proyecto, los tiempos de realización, las características que debe

tener la Antología y establecerán los modos y responsables de la ejecución.

Cierre

Escribirán en el pizarrón los acuerdos alcanzados. La docente les comunica

que la profesora de Educación Artística los va a asesorar sobre las ilustraciones de la Antología.

CLASE N° 4

Incio

La docente les explica que para llevar a cabo el Proyecto de escritura de cuentos de terror
tendrán que leer cuentos para saber cómo se redactan.

Desarrollo

A continuación, entregará fotocopias del cuento“La gallina degollada” de Horacio Quiroga.


ANEXO N°3

Varios alumnos-as realizarán la lectura oral y se interrumpirá para reflexionar

sobre algunas circunstancias.

La docente dictará ocho preguntas sobre distintas situaciones del cuento para

promover la interpretación de la historia narrada. El cuestionario será el

siguiente:

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1-“La gallina degollada” pertenece a un libro de cuentos de Horacio Quiroga titulado “Cuentos
de amor, de locura y de muerte” explica con tus propias palabras como aparecen estos tres
temas dentro del cuento.

2-¿Cómo es el vínculo del matrimonio antes del nacimiento de los cuatro “idiotas”?

3-¿Qué ocurre entre ambos luego de los cuatro nacimientos?

4-Según lo que pudiste entender, ¿Qué significa la llegada de Bertita para los padres?

5-¿Crees que los cuatro hermanos sentían el desafecto de sus padres? ¿Por qué?

6- Desde tu punto de vista, ¿Por qué crees que los chicos mataron a su hermanita?

7-¿Que se necesitaba para que los padres atendieran a sus hijos?

8-¿Por qué se podría decir que este relato es un cuento de terror? Justificar con ejemplos del
relato.

Cierre

Los estudiantes escribirán las respuestas en sus carpetas y una vez terminada la actividad las

leerán en voz alta para intercambiar las opiniones con sus compañeros.

CLASE N°5

Inicio

La docente les solicita a los adolescentes que busquen en sus celulares historias del
creepypasta.

Desarrollo

Escribe la consigna en el pizarrón:

- En parejas explorar las creepypastas, leer varias historias de terror y elegir una para
compartir con sus compañeros.

- Cada pareja les relatará la historia de terror elegida y les explicará qué situación les pareció
más terrorífica.

A partir de esta actividad, la docente les dice a los adolescentes que van a escribir en parejas
sus cuentos de terror para integrar la Antología de Cuentos de Terror escritos por los alumnos-
as.

La profesora escribirá en el pizarrón la consigna de escritura:

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- Redactar un cuento de terror que puede estar inspirado en el creepypasta seleccionado. El
cuento que vayan a escribir debe estar pensado para causar terror en el lector. Para lograrlo,
seguir estos pasos:

1ro.- Hacer un listado de seis o más temáticas de terror, por ejemplo:

- muertos vivos.

- pesadillas que se hacen realidad.

-locura en un personaje

-despersonalización

-vampiros

-la llorona

-demonios

2do.- Elegir la que les parezca más terrorífica la cual va a ser el centro del cuento que escriban.

3ro.- Decidir en qué persona puede estar narrado, en primera o en tercera persona.

4to.- Ponerle al cuento un título intrigante.

5to.- Incluir en el cuento alguna de las siguientes frases:

- El camino era oscuro y tenebroso

-El diablo susurro en mi oído.

-No me juzgues por ser silenciosa, nadie planea un asesinato en voz alta.

-Los monstruos son reales y los fantasmas también.

-Observa la oscuridad y veras lo que hay en ella.

-No te preocupes por la oscuridad en mi alma, pronto encontraras la tuya.

-Cuando no haya mas espacio en el infierno, los muertos caminaran por la tierra.

Los adolescentes se dedican a la tarea de escritura del cuento y la profesora

circula por los grupos para orientarlos y asesorarlos en la tarea, corrigiendo los

aspectos que pueden ir mejorando.

Cierre

Al finalizar la clase entregarán los borradores a la docente.

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CLASE N°6

Inicio

Iniciada la clase la profesora comentará algunos errores más generalizados en los cuentos
escritos por los estudiantes, si es necesario escribirá en el pizarrón algunos ejemplos y los
explicará.

Desarrollo

Los alumnos-as pasarán en limpio las escrituras teniendo en cuenta las

observaciones de la docente, quien los asistirá en la actividad de revisión.

Cierre

Para el cierre de la clase los autores leerán a sus compañeros los cuentos

escritos y recibirán de ellos comentarios evaluativos y sugerencias.

En las clases de Educación Artística ilustrarán los cuentos.

CLASE N°7

Inicio

Recordando lo tratado en la clase anterior sobre la Antología de Cuentos de Terror se dedicará


esta clase a su armado.

Desarrollo

La profesora propondrá un debate de ideas sobre la forma de realizar la Antología.

Se distribuirán en grupos de cuatro integrantes para hacerse cargo de las

siguientes tareas:

- Selección y ordenamiento de los cuentos que formarán parte de la Antología.

- Elaboración del Índice.

- Armado de la Antología a modo de libro.

- Configuración de la Tapa: título, ilustración, etc.

- Disposición de la Contratapa.

- Redacción del prólogo (mensaje para quien lea esta Antología).

- Breve referencia biográfica de los alumnos-as, autores de los cuentos.

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Los grupos asumen decisiones acerca de la tarea que van a realizar en esa clase.

Cierre

Se realiza la puesta en común de las actividades realizadas.

CLASE N°8

Inicio

Para la presentación de la Antología en el Café literario se ambientará el salón con figuras


propias de la temática de terror.

Desarrollo

Se presentará la Antología de Cuentos de terror elaborada en forma grupal.

Los alumnos-as se distribuirán en forma de U para escuchar la lectura de los cuentos escritos
por sus compañeros.

Cierre

Al finalizar esta actividad elegirán por votación el cuento más terrorífico.

La profesora les entregará una Encuesta con seis preguntas para evaluar los

resultados del Proyecto Antología de Cuentos de Terror

12.- EVALUACIÓN DEL PROYECTO:

a) Encuesta a los alumnos:

1-¿el material que ofreció la docente cubre todos los temas explicados?

2-Menciona cual es el tema que más te gusto.

3-¿Cuáles son los temas que eliminarías del Proyecto?

4-¿Pudiste despejar todas tus dudas?

5-¿Cómo consideras la organización del Proyecto?

6-¿Qué otro tema te gustaría trabajar en clases?

b) Lista de cotejo con criterios de evaluación del proceso, del producto y de los contenidos
curriculares involucrados

Criterios de evaluación Sí No Medianamente Observaciones

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¿Los alumnos-as se interesaron en
la realización de la antología?
¿Los alumnos tuvieron una
participación activa?

¿Se presentaron dificultades en la


realización y conformación en los
grupos de trabajo?

¿Pudieron seguir paso a paso el


avance del Proyecto?

¿Cumplieron de manera positiva la


realización de las actividades
propuestas?

13.- BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

Es imprescindible que en un Proyecto figuren las fuentes de información que

se utilizó para redactar y llevar a cabo la planificación, se requiere que este

enunciado bibliográfico sigan las normas APA para su enunciación.

Allan Poe, E; “El extraño caso del señor Valdemar” en Cuentos de Terror;

Alfaguara; Mexico; 1997.

Allan Poe, E; “El gato negro”; en Cuentos Clasificados 1; Cántaro editores;

Buenos Aires; 1997.

Allan Poe, E; “Los asesinatos de la calle Morgue” en Narraciones

extraordinarias; Editorial Sol; Barcelona; 2000.

Cortázar, J; “Bruja” en Cuentos Clasificados T; Puerto de Palos S. A.; 1999.

Lovecraft, H; “El horror oculto”; en Cuentos Clasificados T; Puerto de Palos S.

A.; Buenos Aires; 1999.

Guy de Maupassant, “La mano”; en Cuentos de Terror; Terramar; Buenos

Aires, 2015

Jacobs, W; “La pata de mono” en Cuentos de Terror; Alfaguara; Mexico; 1997.

Lugones, L; “El escuerzo” en Cuentos de Terror; Editorial Estrada; 2014.

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Quiroga, H; El almohadón de plumas” en Cuentos de Terror; Alfaguara; México;

1997.

Quiroga, H; “La miel silvestre”; en Cuentos de Terror; Editorial Estrada; 2014.

Rodríguez, F. “Encuentros” en https://www.losmejorescuentos.com.

Recuperado el 20-10-21.

Stoker, B; “La casa del juez” en Cuentos de terror; Kapeluz; Buenos Aires;

2008.

https://ciudadseva.com/texto/la-gallina-degollada/

ANEXOS

ANEXO N°1

El gato negro
[Cuento - Texto completo.]

Edgar Allan Poe

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo
a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia.
Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y
quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto,
simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las
consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me
han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros
resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya
inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más
lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que
temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que
abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para
mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían
tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía
más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter
creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales
fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel
y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la

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retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que
llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y
la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al
observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme
los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso
perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de
una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era
no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos
los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera
seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada.
Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho
impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo)
mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio.
Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia
los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y
terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron
igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles
daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para
abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro
cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi
enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y
finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a
sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis
correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos,
pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se
apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi
alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por
la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un
cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y,
deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo
tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores
de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el
crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al
alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos
de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo
presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de
costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me
quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la
evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese

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sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e
irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a
este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la
perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las
facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del
hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que
cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No
hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen
sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo?
Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el
insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia
naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a
consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a
sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo
ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me
apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba
seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al
hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla
-si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más
misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de:
“¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba
ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un
sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese
momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el
desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero
dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas.
Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique
divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba
antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego,
cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido
frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran
atención y detalle. Las palabras “¡extraño!, ¡curioso!” y otras similares excitaron mi
curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un
bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez
verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado
por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había
ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la
multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar
al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme
en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi
crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y
el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el
extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante
muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi

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espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al
punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente
frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame,
reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que
constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado
mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha
negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande,
tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el
menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque
indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra
mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal
que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero
me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de
él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció
dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para
inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se
convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente
lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su
marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de
disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el
animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban
maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de
cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con
inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una
emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de
haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue
precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto
grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y
la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía
mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera
que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus
odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme
caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi
pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía
paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo
ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería
imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en
esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el
espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas

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quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la
atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía
la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará
que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida;
pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo
tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de
rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello
odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de
atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra…, ¡la imagen
del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de
la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una
bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de
producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios!
¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella
criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más
horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible
peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado
eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de
bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos,
los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta
convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi
pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los
repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa
donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la
empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta
la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta
entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado
instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su
trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me
zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a
mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la
tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como
de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos
cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los
pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si
no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara
de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa.
Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver
en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus
víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente
y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera
no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una

16
falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del
sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el
cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir
algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una
palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo
mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma
original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se
distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la
tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de
haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en
torno, triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”.
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al
final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí,
su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la
violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara
mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la
ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así,
por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí,
pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré
como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no
volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra
acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no
me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero,
naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió
a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable,
no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su
examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez,
bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía
tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al
otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de
aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a
marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en
deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar
doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber
disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de
paso, caballeros, esta casa está muy bien construida… (En mi frenético deseo de decir
alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una
casa de excelente construcción. Estas paredes… ¿ya se marchan ustedes, caballeros?…
tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que
llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de
la esposa de mi corazón.

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¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el
eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido,
sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció
rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como
inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo,
como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su
agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui
tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la
escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron
la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre
coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la
roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya
astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo.
¡Había emparedado al monstruo en la tumba!
FIN
Recuperado en: https://ciudadseva.com/texto/el-gato-negro/

ANEXO N°2

Género de terror

El cuento de terror (también conocido como cuento de horror o cuento de miedo),


considerado en sentido estricto, es toda aquella composición literaria breve, generalmente de
corte fantástico, cuyo principal objetivo parece ser provocar el escalofrío, la inquietud o el
desasosiego en el lector.

El cuento de terror tuvo su auge durante el siglo XVIII, los autores más importantes de la
época fueron Edgar Allan Poe y Washington Irving, quienes cultivaron el género, en especial
Poe, considerado maestro del género.

Otros autores que realizaron obras destacadas fueron Bram Stoker (con Drácula) y H. P.
Lovecraft, autor de una serie de espeluznantes relatos sobre terrores antiguos ocultos en el
fondo de la tierra. En general, los principales cuentos de terror pueden ser de los siguientes
tipos:

-Cuentos de terror con alegoría moral. La situación de miedo, suspenso o angustia conduce a
una suerte de moraleja, enseñanza o conclusión moral de algún tipo, operando como una
fábula o un cuento tradicional.

-Cuentos de terror con metáfora psicológica. La situación terrorífica es en realidad una alegoría
de un contenido psicológico o emocional que genera malestar al protagonista, quien puede o
no estar sufriendo de una enfermedad mental.

-Cuentos de terror fantástico. Se quiebran las leyes del universo para hacer aparecer
monstruos, criaturas o fenómenos aterradores e inexplicables.

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-Cuentos de terror urbano. Tienen lugar en las dinámicas de la ciudad: el crimen, las
persecuciones, la vida anónima, entre muchos otros ámbitos de la vida cotidiana urbana.

Recuperado en: https://humanidades.com/cuento-de-terror/#ixzz81eDT8KTG

ANEX0 N°3

La gallina degollada
[Cuento - Texto completo.]

Horacio Quiroga

Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del
matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y
volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba
paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos.
Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz
enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se
reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el
sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico.
Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la
lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un
sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las
piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se
notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres
meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y
mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos
enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de
un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas
posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de
matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta
que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones
terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó
con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las
enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la
inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado
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profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su
madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su
primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en
todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!… ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que…?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a
la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un
poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el
pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar,
sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven
maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació
éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los
dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el
segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban
malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada
ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e
inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de
redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y
punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión
por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus
almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun
sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta
de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro.
Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían
entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en
cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres
años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo
transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de
su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la
parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención
ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad
de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.

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Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la
insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos
—que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!… ¡No faltaba
más!… —murmuró.
—¿Qué no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería
decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir…
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones,
sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre
otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su
complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala
crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita
olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que
la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo
mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija
echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida.
Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al
menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado
habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel
fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se
contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual,
atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro
habíale forzado a crear.

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Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La
sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los
lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda
remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las
golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún
escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna
llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos
de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces…?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti… ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste?…
—¡Nada!
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a
tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que
querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha
muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos
tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al
médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón
picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló
instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había
desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han
amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto
infames fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las
emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada
largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una
palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron
a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la
sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había

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aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó
sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los
hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación… Rojo… rojo…
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón,
olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque,
naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más
irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a
pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a
sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había
traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos,
más inertes que nunca.
De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco
horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba
pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla
desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su
instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba
pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre
la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar
apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en
sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula
bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco.
La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse
del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos
clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse
del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando
los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la
cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la
vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.

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Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se
despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló
de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la
cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y
lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre,
oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como
la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la
cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.
 

Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917

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