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Junia, la mujer apóstol

encarcelada por el evangelio


Lo que las Escrituras nos dicen sobre la
historia de esta «sobresaliente» mujer
judía.
Nijay K. Gupta 6/abril/2023

Hace aproximadamente una década, cuando mi familia


estaba de vacaciones en Roma, Italia, visitamos la Basílica
de San Pietro in Vincoli («San Pedro encadenado»),
donde los turistas y peregrinos cristianos acuden a ver la
famosa estatua de Moisés de Miguel Ángel y unas
cadenas de prisión que, según la tradición, pertenecieron
al apóstol Simón Pedro durante su encarcelamiento
(Hechos 12:3-19).
Sin embargo, no fueron solo los apóstoles varones
quienes fueron privilegiados con el regalo no deseado de
los grilletes. Pablo nos dice en Romanos 16:7 que
Andrónico y su esposa, Junia o Junias, ambos fueron
encarcelados por causa de Jesús: «Saluden a Andrónico
y a Junias, mis parientes y compañeros de prisiones,
quienes son muy estimados por los apóstoles y también
fueron antes de mí en Cristo» (Romanos 16:7, RV2015)
[La Reina Valera Antigua y otras traducciones hacen uso
del nombre «Junia»].

Dos elementos de este versículo han sido objeto de un


profundo escrutinio y un vigoroso debate: ¿Era Junia una
mujer? Y, ¿era ella realmente una «apóstol»?

Con respecto a la primera pregunta, durante un lapso de


varios cientos de años, las traducciones de la Biblia han
tratado a esta persona como hombre (con el nombre de
Junias, nótese la s), principalmente porque era
impensable que Pablo pudiera referirse a una mujer como
«apóstol». Pero los eruditos bíblicos han redescubierto su
identidad femenina en las últimas décadas por varias
razones, incluido el hecho de que Junia era un nombre
femenino popular en la época romana, mientras que no
hay registro alguno del nombre Junias.

Con respecto a la segunda pregunta, Pablo reconoce que


la pareja casada era judía como él y que siguieron a Jesús
antes que él. Como sabemos que Pablo llegó a creer en
Jesús poco después de la Resurrección (digamos,
alrededor del año 33 d. C.), Andrónico y Junia se
encontraban entre la «primera generación» de líderes
apostólicos cristianos.

De hecho, la mayoría de los primeros padres de la iglesia y


teólogos de los siglos segundo, tercero y cuarto dieron
por sentado dos hechos: que Junia era una mujer y que
Junia era una apóstol.

Como escribió el teólogo y predicador del siglo IV Juan


Crisóstomo: «Ser apóstol es algo grande. Pero para
sobresalir entre los apóstoles, ¡piensa en qué maravilloso
canto de alabanza es ese!… De hecho, cuán grande debe
haber sido la sabiduría de esta mujer que incluso fue
considerada digna del título de apóstol».

Orígenes, otro padre de la iglesia primitiva, se preguntaba


si esta pareja había formado parte de los 72 discípulos
enviados por el mismo Jesús (Lucas 10:1; apóstol significa
«uno que es enviado»).

Pero lo que a menudo se deja de lado en la discusión


sobre Junia es su encarcelamiento y lo que esto nos dice
sobre ella. La mención de Pablo de Junia y Andrónico en
Romanos es mucho más que un simple saludo a la
distancia. Pablo estaba destacando intencionalmente a
esta pareja casada, a quienes consideraba cristianos
modelo, de fe intrépida, y un ejemplo para la iglesia en
Roma.

La cultura romana promovía el ideal de una mujer


tranquila, obediente, encantadora y dulce, que permanece
en casa, trabaja la lana, atiende a los niños y cuida de su
hogar. Y aunque los primeros cristianos también creían en
un hogar cálido y estable, líderes como Pablo elogiaron
con entusiasmo a Junia y a su esposo, por su servicio y
sacrificio en la primera línea del ministerio evangélico.

Pablo también celebra a otra pareja casada, Priscila y


Aquila, líderes de iglesias que se reunían en casas y que
arriesgaron sus vidas por el evangelio; así como a Febe,
una diaconisa de la iglesia. También nombra y elogia a
Epeneto como el primer converso asiático. Pablo eleva a
estas y otras figuras por su fe valiente y, en algunos
casos, aplaude su fidelidad a pesar de su aprisionamiento.

Mirando las propias experiencias de Pablo, vemos que


reconoce numerosos encarcelamientos y menciona de
paso también la tortura (2 Corintios 6:5; 11:23). Las
prisiones eran algunos de los lugares más oscuros y feos
de la sociedad romana, así que, ¿cómo llegó ahí una mujer
como Junia?

Entre los muchos miles de textos griegos y romanos que


se preservan de la antigüedad, casi no tenemos registro
de mujeres en las prisiones romanas. Esas prisiones
fueron diseñadas para retener a presuntos infractores de
la ley acusados de delitos graves como asesinato y
traición. Por delitos menores, un hombre recibía una multa
o una paliza. Las mujeres, por su parte, con frecuencia
eran enviadas a casa y castigadas por su familia.
Para las muy pocas mujeres que fueron enviadas a
prisión, las condiciones eran horribles: hacinamiento, falta
de aire fresco, oscuridad y grilletes de metal pesados y
afilados que a menudo cortaban la piel. Además de eso,
los sonidos de tortura resonaban por los pasillos, y la
amenaza de la violencia sexual habría sido un temor
constante para las pocas mujeres encarceladas.

Roma usaba las prisiones como lugares de detención


hasta el juicio y la sentencia, pero sus prisiones eran
notoriamente brutales. Los presos no tenían derechos ni
protecciones como los que existen hoy en día. Muchos
murieron antes de ver a un juez; algunos incluso por su
propia mano.

Pero Pablo habla del encarcelamiento de Junia como una


insignia de honor, describiéndola a ella y a Andrónico
como compañeros de prisión. En este texto, utiliza un
término específico para prisionero: synaichmalōtos, que
técnicamente significa «prisionero de guerra» o «cautivo
de guerra». Dado que los cristianos no estaban
políticamente en guerra con Roma en un sentido literal,
este término es usado más bien en sentido metafórico.
Pablo está diciendo que estos cristianos están
encadenados a causa del evangelio, es decir, a causa de
su testimonio público acerca de Jesucristo.

Roma no era el verdadero enemigo en esta guerra: Pablo


tiende a enfocarse en el pecado, la muerte y Satanás
como los archienemigos del evangelio. Pablo entendió
tales encarcelamientos como una forma de guerra
espiritual. Pero, ¿por qué exactamente estaban Andrónico
y Junia en prisión en primer lugar? ¿De qué delitos fueron
acusados?

Dado el elogio de Pablo hacia ellos como héroes de la fe,


podemos suponer que no fue por algo como asesinato o
violencia. La opción más probable es que este dúo
apostólico haya sido detenido por provocar un disturbio
mientras predicaban el evangelio en un lugar público. Mi
mente va al incidente de Éfeso en Hechos, donde el
ministerio de Pablo provocó una revuelta. Un líder local
calmó a la multitud y les advirtió del riesgo de la
intervención romana (Hechos 19:21-41).

De la misma forma, me imagino a apóstoles como


Andrónico y Junia yendo de ciudad en ciudad, predicando
el evangelio en lugares públicos y privados, haciendo
milagros, liberando a los cautivos y enfrentando las
consecuencias de trastornar al mundo, como dice Hechos
17:6. Junto con esta pareja, Pablo también llamó a
Aristarco y Epafras «compañeros prisioneros de guerra»
(Colosenses 4:10; Filemón 1:23). Lo que todos comparten
es la insignia ilustre de ser prisioneros por causa del
evangelio de Jesucristo.

En sus famosas homilías bíblicas, Juan Crisóstomo


argumentó que las cartas de los apóstoles escritas
mientras estaban en prisión son más preciosas que las
que escribieron cuando estaban libres. Él escribe: «¡Ay!
¡Esos benditos lazos! ¡Oh! ¡Esas manos benditas que las
cadenas adornaron!». Y poco después dice que ningún
milagro de sanidad en las Escrituras se compara con la
gloria de esas cadenas.

¿Por qué tanta reverencia por los grilletes de metal de la


prisión?

Primero, los creyentes que están encarcelados por su fe


se ven obligados a pensar más profunda y claramente
sobre la vida y la muerte, y sobre la importancia de las
cosas eternas. Pero Filipenses 3:10 nos lleva aún más allá,
donde Pablo escribe: «Lo he perdido todo a fin de
conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó
en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar
a ser semejante a él en su muerte».

Los primeros líderes cristianos como Junia tuvieron el


privilegio distintivo de ser parte de esta comunión de
sufrimiento en sus encarcelamientos a causa del
evangelio. Aquellos que sufrieron tales degradaciones con
y por Jesús demostraron la potencia de su fe, la verdad
de su convicción y la amplitud de su amor por Cristo,
quien primero dio su vida por ellos.

Para Pablo, no había resultado más grande que una nueva


fe en el evangelio, ni señal más grande de perseverancia
que ser un prisionero encadenado a causa del evangelio.
Crisóstomo tenía razón: esas cadenas son preciosas, no
como reliquias sagradas, sino como evidencia de haber
contado y pagado el costo de obedecer la comisión de
dar testimonio público.

Nijay K. Gupta es profesor de Nuevo Testamento en


Northern Seminary y autor de Tell Her Story: How Women
Led, Taught, and Ministrated in the Early Church.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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