Está en la página 1de 66

Introducción

Monkey D. Luffy es un chico que nació con una afección cerebral,


más comúnmente descrita como el trastorno del espectro autista
(TEA). En la actualidad, tras años de arduas visitas a consultas
hospitalarias y estancias en casa de su abuelo durante su niñez y
adolescencia, el joven tendrá que enfrentarse a su primer reto
como adulto: presentarse sin titubear a una sala universitaria
repleta de estudiantes. Ahí, conocerá a Trafalgar D. Water Law,
un serio aspirante a médico que no apetece otra cosa más que
graduarse de una vez y alejarse de las ingenuidades de sus
compañeros de clase.

Capitulo 1Los estrechos pasillos de la universidad siempre le


causaron un desdén inaudito, especialmente cuando estos están
repletos de estudiantes desatentos que no hacen más que chocar sus
bolsos cargados de termos hechos de acero inoxidable colmados de
alcohol, simulando el clásico café matutino que se vende a precio
común en las distintas cafeterías de todas las facultades del gran
edificio.
Por desgracia para Law, no solo los compañeros de su edad son un
contratiempo que afecta, en gran mayoría, su rendimiento como
estudiante preponderante, pues los alumnos más jóvenes que
recién se presentan en la universidad son una calamidad que
provoca que su sangre se cuaje dentro de sus venas. El pelinegro
es conocido por su poca paciencia a la hora de entablar
conversaciones con temáticas triviales; las detesta y no puede
evitar rechazarlas automáticamente. Claro, el chico puede
emprender como le plazca una charla a alguien más, pero eso no
significa que su simulada tolerancia se mantenga sosegada cuando
su orgullo como futuro médico se ve damnificado.
En suma, Trafalgar detesta una variedad exorbitante de tonterías
que se divisan de en la vasta edificación de educación superior,
pero lo que más aborrece son las asambleas generales que se
realizan con los nuevos estudiantes de facultades que no tienen
absolutamente nada que ver con la suya. Es decir, ¿de que sirven?
¿Cuál es el maldito propósito?
Law detenta que el único motivo que esta clase de asambleas es
hacerle perder el tiempo que bien podría disponerse para
completar una tarea o estudiar para una prueba escrita de
imprevisto. Pero, ya qué, el moreno también es conocido por su
repulsiva fortuna, así que esto puede considerarse algo no tan
infausto de sobrellevar. La gran sala está atestada de gente de
las varias facultades universitarias; desde psicología, arte,
políticas, idiomas extranjeros, tecnología, seguridad, deportes,
odontología, hasta medicina, la escuela directa de Law.
Honestamente al ojogris no tendría que hacérsele tan difícil
asistir a este tipo de reuniones que involucran a toda la
universidad, pero, al final, siempre acaban por malograrlo de la
peor manera. Tal vez le cueste admitirlo, pero Trafalgar, explota
de la forma más fructífera cada segundo del día; a veces no tiene
tiempo para realizar todas las comidas de la jornada e, incluso,
de ves en cuando, no duerme las horas necesarias por sacar
provechos de los escasos lapsos libres que tiene.
Hoy por ser día de un nuevo ciclo académico, puede que, el joven
lo deje ir con más facilidad, pero eso no rectifica el hecho de
que, en efecto, Law está perdiendo el tiempo. Saciado de
irritación, el moreno toma su puesto correspondiente en una de
las butacas más cercanas a la salida, esperando con ansias que
está tonta asamblea empiece para que culmine apresuradamente.
Finalmente, con cada minuto adyacente al siguiente, la sala acaba
por hechirse, rebosando con cuerpos de diferentes volúmenes todos
los asientos que se establecen dentro de ella.
Law suspira y cierra los ojos, intentando, aunque sea por un
momento, descansar su cansada vista de los reflectores
corpulentos de la luz.
Pocos segundos después y pese a su deseo de no querer mirar al
frente, Trafalgar Seve obligado a hacerlo cuando el chillido del
micrófono empieza a resonar por cada uno de sus tímpanos,
contusionándolos lentamente.
Con un chasquido aguzado de su lengua, el recién estudiante de
quinto año de medicina se endereza y abre los ojos con cautela,
topándose al fin con el escenario en marcha.
El grupo de nuevos alumnos se nota un tanto tenso, no demasiado
como para desvanecerse enfrente de una muchedumbre de
universitarios, pero tampoco para hacerlo en un campo de
abundante placidez.
Trafalgar rueda los ojos y apoya una de sus manos sobre su
barbilla, notando como cada uno de sus compañeros fija su vista
sobre los recién graduados del bachillerato, los cuales rondan
entre las edades diecisiete y dieciocho años.
Luego de unas palabras alusivas del decano universitario, la
ceremonia de bienvenida da comienzo, En términos simples, el acto
es bastante asequible; los nuevos estudiantes se presentan con su
nombre, edad, futura facultad y carrera de preferencia. Es
estúpido, si, pero al parecer es enadecedor para los profesores y
futuros profesionales, exceptuando a Law, por supuesto.
Todos comienzan a hablar en un orden establecido; los nervios se
reducen a una migaja y el ambiente se desenvuelve con menos
rigidez.
Por fin, cuando el saludo está por acabar, Law concluye que sólo
unos cuantos alumnos se establecerán en la facultad de medicina,
mientras que la mayoría eligió instaurarse en otras escuelas de
menor exigencia mecánica y abusos a la salud mental. Trafalgar
no los culpa, pues el mismo admite que su fuera capaz de
retroceder el tiempo, de seguro hubiera escogido no encerrarse
en la rama médica, y mucho menos en el tallo de las cirugías
generales.
Con una última exaltación salida de sus resecos labios, el moreno
ciñe su vista sobre el último aspirante universitario. Se trata
de un chico; estatura promedio, delgado, piel atezada bañada en
caudales de oro, cabello impregnado de oscuridad y ojos plagados
de brío. Se nota nervioso, tanto, que a lo lejos Law es capaz de
deslindar el juego ansioso que sus dedos han empezado a
desencadenar entre sí.
Pese a su disturbio, el muchacho da un paso desequilibrado hacia
adelante, posicionándose con rapidez frente al pardusco micrófono.
Con la inquietud palpable abre la boca, intentando soltar un
crédulo vocablo, pero para sorpresa de todos incluyendo a Law, el
chico no dice absolutamente nada. Pasan segundos que mutan a
tortuosos minutos; el último aspirante universitario sigue sin
presentarse y el público inicia a sacar entrenamiento en ello.
Los murmullos se vuelven bizarros y, luego de un tiempo, se
transforman en burlas silenciosas que no hacen más que incitar a
los demás a reírse de igual manera. A pesar de no ser tan
estridentes , el turbado muchacho logra despabilarse y escuchar
la desagradables mofas que ,claramente, van dirigidos hacia él.
Desalentado más que nunca, se separa del aparato de sonido y baja
del escenario de un brinco enérgico que hace que sus nudillos de
doblen.
Muerde los labios y aprieta los ojos, empezando a correr hacia la
salida de la gran sala universitaria.
Law le observa con el plante serio mientras se acerca cada vez
más a él. Cuando las carcajadas se vuelven las perspicaces, nota
que el chico tapa sus oídos con ambas manos, y cuando una luz le
estropea los ojos, los cierra sin pensarlos dos veces. Sin
embargo, lo que más le llama la atención es la motricidad del las
piernas del muchacho.
Corre con las puntas de los pies y con una velocidad ligera, como
su estuviese flotando entre las nubes del mismísimo cielo
veraniego.
Por un momento sus miradas se cruzan, y Trafalgar se da cuenta
que el brío que vió en esos ojos eclipsados es, ciertamente, de
una intrepidez descomunal. Finalmente cuando el avergonzado
muchacho consigue ausentarse de la gran sala, las risas se tornan
mervudas. Ante la imagen, el estudiante de medicina tuerce los
labios en una mueca y se pone de pie, retirando el polvo
imaginario de sus ropas. Se excusa de la habitación y empieza a
andar hacia la biblioteca.
Law suelta su tercer suspiro del día y acomoda su mochila oscura
de lona sobre su espalda, da un paso más e, inusitadamente, su
pie tropieza contra algo que obstruye el laminado del pasillo
— Mierda — se maldice a sí mismo, observando el objeto que casi
causa una caída no deseada.
El mendigo objeto se trata de un llavero de piratas, más
específicamente, de una calavera con un tonto sombrero de paja
sobre su cráneo.
Con una ceja arqueada, el moreno se inclina y toma entre sus
manos la diminuta pieza de metálica. Lamira fijamente y ultima
que se trata de algo indudablemente infantil.
Aún cuando lo abomina, el ojigris asegura el dinámico llavero
entre los bolsillos de su pantalón, preparado para llevarlo más
tarde a la sección de objetos perdidos. Por ahora se limitará a
ir a la biblioteca y prepararse mentalmente para su primera
lección matutina.
Tratando de mantener la compostura, Law inicia una ves más a
caminar, pero una mano sobre su hombro induce a que su
positivismo temporal se esfume de golpe. Airado, el azabache se
gira y mira por el rabillo del ojo a su nueva obstrucción.
—Oye, espera un momento. — un muchacho no mayor que él, le llama
con el aliento atascado en la garganta. — De casualidad, ¿no
has visto a Luffy por aquí?
_«¿Luffy?»_, Law piensa con la confusión en su máximo esplendor.
—Ya sabes. — comienza, empezando a recuperar el denuedo perdido .
— Nuevo estudiante, dieciocho años, pelo negro, piel bronceada,
1.74 metros de altura y 64 kilogramos de masa corporal. — desata
con agilidad. — Luffy. — concluye, mirándole con ansias.
El mayor pestañea y mira al chico de las pecas con la nariz
arrugada, deseando irse de una buena vez.
—Soy su hermano mayor, Ace. Curso el tercer año de artes
plásticas. — se presenta, para desdicha de Law.
—Necesito hallarlo inmediatamente, no me gusta que esté solo y
mucho menos después del bloque social que tuvo en la sala.
Trafalgar frotó su rostro y desvía la vista hacia el larguirucho
pasillo restante, meditando discretamente que el hermano menor de
Axe está lejos del paradero actual en el que ambos muchachos se
encuentran.
Mordisquea el interior de su mejilla y estudia al más bajo con los
ojos cansados.
—¿Que hay de su móvil? — Law cuestiona como si fuera la cosa más
metódica del universo. — Puedes llamarlo, de seguro te
corresponderá enseguida.
Ace niega con la cabeza
—Lo olvidó en casa. — explica. — A la mayoría puede parecerle
extraño, pero Luffy tiende a dejar de lado las cosas que no son
de su completo o interés.
Law toma una bocanada profunda de aire y la sobrepone hasta
saciar sus pulmones de oxígeno, exhala y mentaliza sus opciones
viables para zafarse de esta inusual situación.
«Menuda mierda», el moreno cavila, dándose cuenta de que
realmente no existe una forma poco notoria de escapar.
Desprevenidamente, una de sus manos viaja a su bolsillo derecho,
instalándose de lleno mientras palpa con las yemas de los dedos
el dichoso llavero pirata. el ojigris frunce el ceño y eleva el
rostro al obtener una insignificante revelación.
—Puede que sea una pregunta tonta, pero ¿a tu hermano le gustan
los piratas? — Law suelta súbitamente, viendo cómo los ojos de
Ace se iluminan de un tirón.
—¡Sí! ¡Los ama! — responde de inmediato. — Demonios, ¿como lo
supiste?
Law vacía su bolsilloy le muestra el llavero a Ace.
Inmediatamente, el muchacho abre los ojos como escudillas.
—Lo encontré de camino a la biblioteca.— el moreno esclarece. —
Tal vez puedas hallarlo allí. Fui capaz de apreciar que no es muy
ameno con las multitudes.
Ace asiente mientras acepta la diminuta calavera con el peculiar
sombrero de paja sobre sí. Guarda el pequeño llavero y mira a su
superior, esbozando, el el proceso, una sonrisa con los dientes de
fuera.
—Sí y tienes toda la razón. — Ace murmura, acariciándose el cuello
con morosidad. — Mi hermano es terrible cuando se trata de una
aglomeración excesiva de personas.
El silencio que se introduce a continuación es, en pocas
palabras, incómodo. Law se lleva ambas manos a los bolsillos del
pantalón de tela azulina, esperando otra reacción por parte del
chico que se asienta frente a a él, sin embargo, Ace no muestra
señales de querer seguir charlando, así que el estudiante de
medicina aprovecha ese ligero desliz para finalmente
escabullirse.
—De acuerdo Ace-ya. — Trafalgar se aclara la garganta. — Dejaré
que te reinas con tu hermano menor. — se gira, listo para
apresurar sus pisadas.
—A solas. — clarifica, antes de caer víctima de otra ronda de
palabras rebuscadas.
Sin voltearse para escuchar una réplica certera, Law se aleja de
Ace, dispuesto a rastrear un lugar en el que pueda asentarse
sin ser importunado por algo o indeseadamente, alguien más.

Al convertirse la biblioteca en un lugar completamente
inasequible para él, Trafalgar deduce visitar los jardines
traseros de la universidad.
Quizá la pradería no sea tan cómoda como son los sillones
afelpados de la sala de lectura de la biblioteca, pero sí es
amplia, perfecta para recostarse u calmar la zozobra previa a
una clase o evaluación de gran calibre.
Después de andar por una justa parte del camino, Law arriba a los
solitarios jardines. El ojigris entreabre los labios al darse
cuenta de que el pasto sigue igual de agraciado que el año
pasado, aceitunado y embellecido por las finas orquídeas de color
púrpura que le dan un toque de pigmento y sumblimidad al
emplazamiento.
Con disimulo, el moreno bosqueja una media sonrisa, empezando a
despojarse dea mochila que carga sobre sus hombros. El estudiante
está apunto de adecuarse entre la hierba baja cuando un crujido
porcedente de la parte posterior de su espalda le hace
sobresaltarse.
Prudente, Trafalgar se volverá, topándose con la figura azarada
del hermano menor de Ace. Law le mira sin emoción alguna, atento
a la espera de una expresión por parte del muchacho, no obstante,
como es de esperar no recibe ningún testimonio.

—Hola. — para horror del propio Law, él decide tomar la


iniciativa de la circunstancia.
Como reacción, el chico hiende los ojos y ladea la abeza con una
expresión propia de desconcierto. El ojigris no comprendr muy
bien el gesto, por lo que decide continuar.
—No tendré por qué concenirme. — habla. — Pero tu hermano mayor
está...
Sin dejarlo acabar, el más joven empieza a juguetear con sus manos
antes de desaparecer por el flanco izquierdo de los jardines,
corriendo como si estuviera siendo perseguido por una bestia
mortífera. Law se quedó pasmado contemplando a la nada. «Mocoso
maleducado», medita, desvía do la vista hacia la vereda que Luffy
optó por tomar. Inmediatamente, Trafalgar se aturde, pues se ha
percatado que el imbecil decidió encaminarse hacia la ruta de las
rosas de tonos burdeos las llantas con las espinas más gruesas y
filosas de toda la pradería.
EL sendero es muy conocido por todos. Ningún estudiante tiene
permitido ingresar ya que esa senda en particular está fabricada
para que los roedores provenientes de las alcantarillas se
mantengan alejados de la edificación universitaria.
Colérico, el moreno emplaza una vez masysu mochila y sigue el paso
al muchacho pretendiendo verle acertadamente h no lastimado por su
propia idiotez.
Cuando Law arriba, lo primero que nota es a Luffy, de cuclillas,
con con los siseos de dolor en marcha y las manos cerca de su
rostro. Así qué, cauteloso, da un paso más cerca, tratando de no
causarle pánico.
—Oye. — Trafalgar dialoga.
Esta vez Luffy sí atiende a la voz. El más bajo de gira y es ahí
cuando Law lo nota.
—Maldita sea.— masculla, elevando las cejas por igual.
El hermano menor de Ace presenta una herida eminente bajo el ojo
izquierdo. la espina sigue estando intercalada entre las capas
tostadas de piel, y el mayor lo discierne por las gruesas lágrimas
que se cuelan con la sangre que brota bajo el párpado de Luffy.
—Bien escucha. — Law intenta no causar pavor, pero la realidad es
totalmente enrevesada. — Te llevaré a la enfermería, ahí podrán
sacarte la espina y curarte como se debe. — exala y le mira con
exasperación. — Así que sígueme y...
—No quiero.
_«Ah, así que sí hablas»_, Law reflexiona con indignación.
—No fue una pregunta. — contraataca de regreso. — Fue una orden.
— testifica, observando a Luffy con enfado. — Claro, a no ser que
quieras quedarte con esa espina en el pómulo como tu primer
título universitario. Te aclaro que tú bienestar es de poca
relevancia para mí.
Monkey suelta un suspiro pesado, se erige y trata de no desatar
otro lamento congoja.
—Si mi bienestar es de poca relevancia para ti, ¿por qué me
seguiste hasta acá?
Law abre los ojos, alelado por la cuestión del nuevo estudiante
que, aparentes, no es tan idiota como disimula serlo. _«Joder,
qué buena pregunta»_
—Estas son rosas inmejorables, no quiera que las cascadas con tu
pie por accidente. — miente.
El chico le observa por unos segundos, tratando de encontrar
mendacidad en las palabras de Law.
Cuando no la detecta, Luffy vuelve a su cuchichear del dolor que
desata bajo su párpado izquierdo.
—N-No quiero volver. — el menor tartamudear, aligerando los ojos
— Ya humille a Ace y a mí mismolo suficiente. No me gusta verlo
preocupado por cada cosa que me sale mal.
La paciencia del estudiante de medicina comienza,
aseverativamente, a desvanecerse por un sendero inexistente. Es
consciente que no tiene el tiempo suficiente para departir sobre
los limitados problemas de alguien del todo irrelevante para él,
pero pese a verse insufrible durante cada milisegundos del día,
Las no es un antipático engorroso. De todos modos, el moreno
sería un maldito médico; trataría con gente mucho más credula en
el
futuro, así que consideraría esto lo una práctica previa a la
rutina real.
—Puedes charlar con él cuando estés curado. — expone, estrianfo
los labios. — No querrás verlo con los ojos llorosos, sangre en
el rostro y una espina traspasando bajo tu párpado, ¿o sí?
Luffy deniega, agitando si cabe, de un lado a otro mientras
otro par de lágrimas saladas deslizan por sus mejillas
bermellón. Law suelta un suspiro.
—Muy bien. — el moreno asiente, menos fastidiado. — Entonces
vamos.
Law retoma camino de regreso buscando la entrada de los jardines
para guiar al chico a la enfermería de la universidad. a o lejos,
la divisa, y no pierde otro segundo más para continuar. Escucha
pisadas disparejas desde atrás y, seguidamente siente como su
muñeca es retenida entre un agarre que desconoce.
Babélico, el ojigris mira a Luffy con el entrecejo plisado.
—¿Ahora qué sucede? — Trafalgar interroga, latoso.
Monkey inmoviliza su labio inferior entre el centrico de sus
dientes, procura do no atolondrarse de más.
—N-No quiero volver... Porfavor. — el chico susurra, aferrándose
con más fuerza de la muñeca del más alto. — Prefiero sangrar y
crepitar del dolor a causarle más deshonra a mi hermano mayor.
—Oye...
—Porfavor.
Law comprende que ser victima de los nervios frente al ojo
público puede resultar en tanteos poco deleitables, pero la
actitud de este chico es, en cierta parte exagerada. Es decir,
fracasar en un discurso es pusilánime, sin embargo, todos los
presentes que le vieron caer desprevenido probablemente ya hayan
olvidado el incidente. Por lo que, lamentarse consigo mismo luego
de lo sucedido ya no tendría sentido alguno.
Aún así sabiendo el contexto, el ojigris decide no comportarse de
forma perjudial.
—Siéntate. — Law expele.
—¿Q-Qué?
—Sientate. — repite. — Atenderé tu herida.
Luffy por primera vez luego del percance con su pómulo, alza la
vista y suelta la muñeca del moreno.
—¿Eres un doctor? — interpela, curioso.
Trafalgar resuella aire, deshaciendose de su mochila y buscando el
botiquín médico que siempre ampara para sus prácticas académicas.
—No... Bueno, aún no.
El chico junta los labios y su mirada se esclarece.
—Lo supuse. — Monkey parlotea, tomando asiento entre el pastizal
libre de espinas. — Los doctores que me atienden semanalmente en
el hospital visten uniformes de color cian, no azul marino como
el tuyo.
_«Con que vista semanalmente el hospital, ¿eh?»_ Law no puede
evitar discurrir detallado con caución la lesión que se instala
frente a su ojos.
Las curaciones de rozaduras leves nunca fueron un dilema para
el estudiante de medicina. En todo caso, cuando sea un cirujano
con certificación oficial, realizará cirugías de grosores
exorbitantes, así que este minúsculo accidente no tendría por qué
causarle contrariedad alguna.
—¿Cómo te llamas? — el menor objeta imprevisiblemente mientras
Law desinfecta la escocedura. — Yo me llamo Monkey D. Luffy, me
gustan los piratas, las canciones de piratas, las películas de
piratas, los tesoros de piratas y las leyendas de piratas.
También me gusta comer, especialmente carne. — hurga la nariz con
un dedo y luego junta las manos sobre su regazo. —¿Que te gusta a
ti?
Trafalgar pone los ojos en blanco, esforzándose grandemente por
no perder el poco temblor que aún sustenta dentro de sí.
—Me gusta el silencio. — argumenta, fulminando al menor con la
mirada.
Luffy pronuncia con una mueca decaída y acaba por desviar la
mirada hacia abajo.
—L-Lo siento, no acostumbro a mantener pláticas con la gente
porque siempre me apartan, asi que no sabía cómo empezar. — se
disculpa cambiando prontamente a un a un carácter demasiado
dócil.
— Sólo pretendía ser amigable por tu cortesía, perdóname.
Law exala y arrebuja la frente, siendo testigo de la increíble
candidez que este muchacho posee.
Coloca un poco de agua oxigenada sobre el algodón esterilizado y,
una vez más, suelta un respiro.
—Trafalgar D. Water Law.
—¿Eh?
—Ese es mi nombre. — Law asegura, ladeando la vista hacia las
pupilas negruzcas del menor.
El chico razga los ojos y, paulatinamente, una risueña sonrisa se
apropia de sus labios rebicundos.
—Encantado de conocerte, _Torao_ —Monkey admite, agrandando su
visaje.
Trafalgar arquea una ceja y le observa con resquemor. _«¿Quién
rayos es "Torao"?»_ cavila, negando con celeridad.
—Mi nombre no es "Torao". — Law se queja. — Soy Trafalgar.
—Trafalgar.
El mayor asiente dispuesto a recordarle su nombre acertadamente.
—D.
—D.
—Water.
—Water.
—Law. — el estudiante de medicina finaliza.
—Law.
Más satisfecho, el moreno afloja el cuello y forma una línea recta
con su boca.
—Trafalgar D. Water Law — Trafalgar remata, para que Luffy lo
evoque de mejor manera.
—¡Torao! — el chico exclama, alzando las manos al aire.
Law aprieta los ojos y enrosca el puño en una bola, totalmente
exhausto por el infantilismo de Monkey. Sin embargo, en lugar de
sermonearlo por su torpeza, el ojigris, inesperadamente, se
mantiene callado, agrandándose por los acordes empíreos que la
risa del chico más joven aviva dentro de sí.
•♡•
Capitulo 2
Los gélidos corredores del hospital nunca llegaron a contentarlo
de la mejor manera. A pesar de haber visto la luz de la vida por
primera vez una de las cadávericas habitaciones que traspasan
por los pasillos principales, Luffy nunca consiguió gustar de
ellos a profundidad.
El hospital es un lugar repleto de tristeza, con insuficiente
consuelo e infinita aflicción; los pasadizos se sienten
cargantes, los dormitorios se notan melancólicos y la gente pasa
desapercibida por el abismal decaimiento que guardan dentro de
sí. la muy esperada felicidad es escasa, pero es posible
divisarla cuando un paciente por fin abandona el edificio y es
autorizado para desatenderlo con un alta correspondiente hecha
por uno de los médicos.
Luffy envidia ese sentimiento. a veces siente dicha por ver a
alguien marcharse permanentemente, pero el chico no puede evitar
sentir, en ciertas ocasiones, celos por no encontrarse en la
misma situación. es verdad que el azabache ha pasado casi toda su
niñez y adolescencia dentro de estas paredes saturadas de
amargura y angustia, pero, aún así, El muchacho se niega a caer
ante los pies del quebranto.
Sonreír no se le hace difícil, especialmente cuando Ace, su
hermano mayor, y Garp, su abuelo, están junto a él. A pesar de
no contar con una vida habitual de un simple universitario,
Luffy sigue sin descartar las cosas que le hacen mirar hacia el
futuro; la comida es una de ellas, el chico lo disfruta en los
reducidos lapsos que tiene para gozarla cómo se debe. Aún cuando
los animosos fármacos que consume le hacen sentirse náuseabundo
e indispuesto, Monkey no se deja vencer y trata, como puede de
alimentarse como a él le gusta.
El doctor encargado de la administración de sus remedios vía
intravenosa,Marco, le dice que no trate de esforzarse a sí mismo,
pues coaccionar el cuerpo puede resultar en resultados nocivos
para su rendimiento. Sin embargo, como es costumbre inmediata,
Luffy desobedece. En ocasiones intenta resistirse y acepta que su
vida nunca será común y corriente como la mayoría de los chicos
de su edad, pero su mente tiene ciertos límites, y esos se
despedazan cuando la ansiedad hace de las suyas.
Es frustrante para todos, sí, pero esa frustración es
incomparable con el nivel de estrés que Luffy experimenta cada
día que transfiere al siguiente. Es un tormento, uno que se
prolonga cada vez que el chico empieza a mejorar y luego, sin
saberlo cómo, decae inesperadamente.
Sus ligeras pisadas resuenan por la vasta galería hospitalaria,
dirigiéndose, con un rumbo automático, a la unidad de cuidados
intensivos. Pese a estar destinado a su martirio semanal, Luffy
se siente entusiasmado. Tal vez por no ver la aguja que
frecuentemente perfora su piel cada semana, pero sí por ver Law
al siguiente día.
Puede sonar Infamante, pero el muchacho jamás ha tenido un amigo
real. La escuela es un territorio desconocido para él; la
educación que recibió en su infancia y nubilidad puede índole
doméstica, es decir, "escuela en casa". Además, las únicas
relaciones sociales que mantiene con constancia son caseras,
incluyendo únicamente a su abuelo, hermano mayor y médico
asignado.
Luffy les guarda un cariño descomunal, por supuesto, pero eso no
cambia el hecho de desear un amigo fuera de su círculo habitual.
Y es ahí donde Law entra en escena.
Law, o mejor dicho "Torao" por resolución del pequeño pelinegro,
es excepcional. Normalmente, las personas suelen burlarse por su
carente dote social y torpeza a la hora de entablar una ingenua
conversación, pero el moreno no lo hizo, al contrario, charlo
con Luffy de regreso e, inclusive, se presentó con nombre
completo, cosa que nadie hace con él.
Puede parecer una persona seria y desengañada casi todo el
tiempo, pero la realidad es que Law, por mucho que lo encubra, es
benévolo.
Luffy fue capaz de percibir ese diminuto resbalón, y ahora ya no
puede dejar de pensar en esa espléndida realidad.
—Te noto feliz. —Ace comenta a su lado, mirándole con ojos
indiscretos. — Más de lo usual. — agrega.
Monkey desasiste de sus pensamientos y observa a su hermano,
bosquejando una sonrisa infantil.
—Shishishi. — ríe. — Es porque lo estoy. — hay una pausa, pero
el mayor no dice nada — Creo que... — Luffy suspende sus
pisadas, bajando la mirada antes de elevarla con un robusto
centelleo en sus ojos. — Hice un amigo, Ace. Uno de verdad.
Ace sonríe y se acerca a u hermano posicionando una de sus palmas
sobre el cabello oscuro mientras lo despeina sin cesar. Esa acción
vasga para que los ánimos de Luffy se agranden.
—¿Sí? — cuestiona, regresabdo su vista al frente antes de retomar
su camino — Déjame adivinar. — posa un dedo bajo su mentón,
escudriñando hasta el más mínimo detalleen su cerebro. — Tiene
que ver con el incidente que tuviste con tu pómulo, ¿me equivoco?
Las mejillas de Luffy se encienden, mutando de su usual color
trigueño a uno carmesí, casi tanto como las rosas que encontró
hace algunos días en su nerviosa travesía por los jardines de la
universidad. Ace le mira con picardía, y no puede evitar abrazar
a su hermano por los hombros.
-Me alegro por ti, Luffy. — le felicita, - atribuyéndole amistosas
palmadas en la espalda. Y bien, ¿me dirás cuál es su nombre?
-Torao. - Luffy responde sin farfullar.
Ace se abstrae con el nombre brindado. Instintivamente, su mente
empieza a especular, tratando de hallar al propietario del claro
apelativo. Tal vez suene ridículo, pero Ace es razonablemente
desconfiado con la gente que trata de acercarse a su hermano
menor; ya ha sucedido varias veces que utilizan a Luffy con el
único motivo de hacerle sentir menesteroso consigo mismo y,
evidentemente, el chico de las pecas no volverá a dejar que algo
así suceda otra vez.
-De casualidad. — habla, esperando que no sea el caso. ¿Tu amigo
es...?
Las palabras de Ace mueren en su garganta cuando la puerta
correspondiente a la Unidad de Cuidados Intensivos se abre
repentinamente. De la álgida sala surge un médico, vistiendo el
típico uniforme cian con la bata blanquecina y un parche en el que
descansa su nombre; es rubio y alto, mucho más que Ace e,
incluso, Law.
Despojando sus manos de la bata, Marco alza la vista y se topa con
los dos hermanos. El doctor bosqueja una sonrisa y se ajusta los
lentes de lectura antes de empinar la mano en un saludo.
-Luffy, Ace. Han llegado temprano-yoi. - anuncia, dirigiéndose a
ambos. - Vamos, entren. Marco toma la puerta de la sala y les
concede el acceso.

La Unidad de Cuidados Intensivos es diversa. Desde quemaduras
severas e insuficiencias, hasta pacientes que acaban de pasar por
una compleja cirugía. En retrospectiva, esta colectividad no es
excesiva; la mayoría que la acostumbra se trata de gente que
ronda por la categoría de adultos de la tercera edad, pero
también hay recién nacidos, niños pequeños, adolescentes cruzando
por la pubertad y jóvenes como Luffy.
Cada paciente tiene una habitación asegurada. La estancia de
Luffy no es extensa, en realidad, se trata de una reducida, en la
que reposa una cama, un depósito de oxígeno, un medidor cardíaco,
una mesa de madera en la que yacen provisiones para exámenes de
sangre u orina y un sofá individual para las visitas. Es aburrida
y deprimente, pero al menos no es permanente.
Marco camina frente a los hermanos mientras rebusca entre sus
bolsillos la llave del dormitorio estipulado. Al hallarla, el
médico cruza por una ronda y acelera sus pisadas hasta que arriba
al destino deseado. El rubio desbloquea la puerta y se hace a un
lado, permitiendo que ambos muchachos se adentren a la fría
cámara hospitalaria.
-Adelante. dice, cortés como siempre.
Luffy es el primero en ingresar, dejando a su hermano tras su
espalda.
-Gracias, doc. — Ace musita con un asentimiento, buscando con los
ojos el sillón de tejido cobalto para poder tomar asiento.
El mayor cierra la puerta, indicándole a su paciente que se
tumbe en la cama. Monkey obedece; Marco le ayuda a quitarse los
zapatos y luego retrata su completa atención sobre el más joven.
-¿Cómo dormiste anoche, Luffy? - pregunta, enlazando la punta
del estetoscopio que lleva en el cuello sobre el pecho del
chico.
Luffy baja la mirada, apenado y, como lo es usualmente, retraído.
-Volví a mojar la cama.
Marco exhala, alejándose del muchacho y girándose hacia su hermano
mayor.
-Ace. - llama.
-Dime.
-En estas últimas ocasiones cuando Luffy duerme, ¿las
convulsiones se vuelven más corpulentas, o sólo los músculos se
tornan rígidos? Ace se endereza y junta las manos sobre su
regazo.
-Varía mucho. — responde. — A veces me despierto por el sonido del
colchón rechinando contra la cabecera, pero a veces su cuerpo
simplemente se entumece por completo y se me hace difícil moverlo.
-Comprendo-yoi. - Marco afirma con la cabeza, retornando la vista
a su paciente. Luffy, ¿tuviste sueño durante el transcurso de
toda la mañana acompañado de algún otro síntoma? ¿Dolor de cabeza
quizá?
El susodicho se encoge de hombros antes de responder: -Sí,
bostecé mucho y la cabeza me martillaba las sienes por cada
inhalación de aire.
El doctor se estremece, cerrando los ojos y masajeando el puente
de su nariz con evidente incertidumbre. Ace no puede soslayar,
de igual forma, su malestar.
-Doctor Piña. el menor habla, captando la atención de Marco.
-¿Sí, Luffy?
El chico observa el apático techo nacarado, pestañeando más
seguido por la molesta luz que irradia de él.
-Voy a morir, ¿no es cierto?
Ante la abrupta consulta, Ace le mira con los ojos rasos, a punto
de explotar en languidez.
-¡No digas tonterías de mal gusto, Luffy! - clama con la
excoriación en su punto mientras se pone de pie. — Ya te lo he
dicho, vivirás tu vida sin arrepentimientos. Serás libre. Ace
exhala, descendiendo el nivel de su incauto recelo. Además,
primero debo morir yo y, te lo aseguro, falta mucho para que eso
suceda. Te lo prometí con mi meñique. — aclara su garganta y
suspira. — ¿Quedó claro?
Desprevenidamente, una sonrisa se instala en los labios de Luffy,
marchitos por la temperatura tan impasible del hospital. Sin
embargo, eso es de poca importancia ahora, ya que sus ánimos han
sido restaurados a la perfección.
-¡Sí, Ace!
El doctor disimula una débil sonrisa, pero en su fondo, es
consciente que ese aniñado ensueño no persistirá por mucho
tiempo.

La tarde les recibe con la profunda claridad del sol contra sus
rostros. El aparcamiento, sorpresivamente, se encuentra vacío,
pero Ace lo agradece, pues no desea otra cosa más que llegar a
casa y dormir hasta las hora de la cena.
-Doctor Piña. - Luffy nombra a Marco, quien, de imprevisto, les
sigue sigiloso desde atrás.
-¿Sí?
Monkey aplaza sus pasos, girándose para mirar a su médico
asignado.
-Agradezco todo lo que has hecho por mí. suelta, sonriente y
agraciado mientras se lleva a la boca la golosina que Marco le
dio antes de abandonar la habitación de la Unidad de Cuidados
Intensivos. — ¡Ah, gracias también por el caramelo! ¡Sabe muy
rico!
Marco le mira alejarse con una risilla, una que, por más que lo
desee, no llega a tocar sus ojos. Ace le atiende con vacilación,
y no puede evitar más que llegar a casa y dormir hasta la hora de
la cena.
-Doctor Piña. - Luffy nombra a Marco, quien, de imprevisto, les
sigue sigiloso desde atrás.
-¿Sí?
Monkey aplaza sus pasos, girándose para mirar a su médico
asignado.
-Agradezco todo lo que has hecho por mí. - suelta, sonriente y
agraciado mientras se lleva a la boca la golosina que Marco le dio
antes de abandonar la habitación de la Unidad de Cuidados
Intensivos. — ¡Ah, gracias también por el caramelo! ¡Sabe muy
rico!
Marco le mira alejarse con una risilla, una que, por más que lo
desee, no llega a tocar sus ojos. Ace le atiende con vacilación,
y no puede evitar sentirse inquieto.
-Luffy, el auto ya está abierto. — el mayor de los hermanos
anuncia. Espérame adentro, me despediré del doc. antes de irnos.
Sin rechistar, el muchacho cumple con el pedido. Cuando por fin
se halla adentro, sin prestar sus oídos y atención a las cosas
exteriores al vehículo, Ace estudia a Marco.
-¿Cuánto tiempo, Marco? — demanda con franqueza.
El médico ladea la cabeza hacia un costado, correspondiendo a la
mirada inquisitiva del más joven. Suspira osadamente e inhala
con alboroto antes de hablar: -Lo suficiente para ser libre y
vivir sin arrepentimientos.

Law repudia un sinnúmero de cosas. Si no se encuentra abominando
la idiotez de las personas que atienden la universidad, entonces
se trata del clima mal asegurado de los noticieros, y si tampoco
es por eso, entonces debe ser por su maldito y exasperante
compañero de cuarto: Eustass Kid o, mejor dicho, un descerebrado
hijo de perra por resolución del propio Trafalgar.
Además de ser un estúpido cuya
mentalidad se basa únicamente
en cuántos polvos echa al día, Kid
posee un porte descortés que Law no
tolera.
-Oye, Trafalgar. — Kid habla desde el otro costado del sofá,
desviando la vista de su móvil para ver al moreno. bienvenida?
¿lrás a la fiesta de
Law le ignora, ajustando sus auriculares mientras continúa
leyendo el libro "El Siglo De Los Cirujanos".
El pelirrojo arquea una ceja ante la acción.
-¿Es en serio? - chista. — ¿Vas a ignorarme otra vez?
El ojigris rueda los ojos con impaciencia, cerrando el texto de
golpe y deshaciéndose de sus audífonos antes de marcar la página
con un separador.
-Ignorarte es lo único que me trae dicha cuando estás aquí. —
dice, notando cómo Kid esboza una sonrisa burlona.
-¿Lo ves? Por eso no tienes amigos.
Trafalgar arruga la nariz, desabrido.
-Créeme, no necesito amigos, Eustass-ya.
Kid conoce lo misántropo que es su compañero de cuarto, pero,
pese a eso, el chico trata de involucrarlo en los asuntos
comprometidos con el entretenimiento. No sabe por qué continúa
haciéndolo, sin embargo, Eustass es conocido por ser un tipo que
no se deja avasallar tan fácilmente.
-Vamos a la fiesta. - Kid insiste. Te divertirás y, ¿quién sabe?
Tal vez por fin uses el paquete que, por cierto, debe ser más
añejo que las momias egipcias.
Law le mira con aversión, una colmada de desesperación por
golpearle de lleno en la cara.
-Joder, eres asqueroso. el mayor sisea, poniéndose de pie. — Por
eso no tienes novia.
El de ojos ámbar le sigue el paso con el orgullo decadente, no
obstante, el muchacho todavía se niega a dar su brazo a torcer.
-De acuerdo, de acuerdo. Hagamos un trato. mansamente. 1=
ratifica, más Si vas a la fiesta, dejaré de molestarte por el
resto del semestre; es más, ni siquiera te darás cuenta de que
estamos en el mismo apartamento.
El estudiante de medicina chasquea la lengua, volteándose y
fulminando a Kid con la mirada.
-¿Por qué demonios quieres que vaya? Ya tienes suficientes amigos
con los cuales parlotear de lo muy idiotas que son. Law espeta. -
Además, tengo que estudiar para una prueba. Pues, a diferencia de
otros, yo sí quiero graduarme.
-¡Oh, por favor, no seas un aguafiestas! — Kid se queja. — La
temporada de pruebas empieza el mes siguiente. Deja de fingir. —
el chico resuella aire y mira a Law con el ceño fruncido
Diviértete un poco, Trafalgar. Si no te distraes de vez en
cuando, tu mente te matará antes de que tengas la oportunidad de
tomar tu tan esperado diploma. - Kid da un paso más cerca y junta
los labios en una línea. - ¿Ya viste tus ojeras? Pareces un
mapache decrépito, y uno bastante amargado.
El ojigris, por más que lo desestime, debe admitir que su
compañero de cuarto tiene razón. Sus ojeras nunca habían sido tan
prominentes; las horas incontables de estudio, sumada a sus
recién concluidas prácticas generales del año pasado lo han
dejado desecado por completo.
Mas, para su infortunio, el azabache no es ameno con las fiestas.
Law opina que se tratan de eventos poco productivos; llenas de
alcohol, narcóticos de índole desconocida, ruido por doquier y,
claro, gente.
-Sé que no comprendes a las personas, pero, ocasionalmente,
puedes relacionarte con ellas. — el pelirrojo suelta, sonriendo
sin malicia. Te gustará, lo prometo.
Law aprieta los ojos, más agotado que nunca por la plática en
marcha.
-No se trata de comprender a las personas. Trafalgar alega. -
Simplemente su presencia me desagrada.
Eustass exhala, rendido.
-¿Tomo eso como un "no" definitivo? - el menor objeta una última
vez, analizando a Law por el rabillo del ojo.
El moreno guarda silencio, reflexionando las posibilidades de
jamás ser molestado por Kid de nuevo; se oye encantador, y
Trafalgar no puede evitar repensarlo una y otra vez. Segundos
más tarde, el muchacho empina la mirada, atañendo los ojos
dorados de su compañero.
-Si asisto, ¿en verdad dejarás de molestarme por el resto del
semestre?
Luffy jamás había pisado un pie en una fiesta universitaria. Las
películas de adolescentes que solía ver junto a Ace han sido el
único acercamiento que ha tenido a esta clase de eventos, sin
embargo, hoy por hoy, eso está a punto de cambiar.
-Bien. - Ace suelta con determinación, observando el gran edificio
repleto de luces coloridas que relumbran desde adentro. — Espérame
aquí afuera, nos traeré bebidas y algo para merendar, ¿de acuerdo?
Luffy asiente, contemplando con asombro la inmensidad de colores
que sobresalen por los vidrios de las ventanas de la edificación.
«Es genial», cavila con una sonrisa jovial.
-No te muevas. el mayor advierte una vez más antes de desaparecer
por la entrada del ensordecedor lugar.
Totalmente a solas, Monkey curiosea los alrededores,
esperanzador a encontrar algo atrayente que capte aún más su
atención. El tiempo comienza a hacerse largo, pero, finalmente,
el chico descubre algo.
Una luciérnaga inicia a tiritar un destello amarillento mientras
se recuesta contra el pétalo de un tulipán. Luffy entreabre los
labios, fascinado por el espléndido bicho
de luz. Lentamente, el pelinegro se acerca, pero la luciérnaga,
sintiendo poco a poco la irrupción, vuela hacia un lateral
alejado del muchacho.
-N-No, ¡espera! — levanta la voz, en un vano intento de hacer que
el insecto deje de distanciarse de él. ¡Sólo quiero verte más de
cerca! ¡No te lastimaré, lo prometo!
Ajeno al mandato de su hermano mayor, Luffy emprende su propio
camino, comenzando a perseguir a la insurgente luciérnaga con las
puntas de los pies.
El muchacho cruza cada contorno del edificio, tratando de
alcanzar al pequeño insecto con sus manos desnudas. Hay un
momento en el que Luffy traspasa de forma brusca una
intersección, provocando que su equilibrio se reduzca a creces.
Mientras se desvanece, siente cómo su cuerpo colisiona contra una
superficie ajena a sus sentidos. Es suave, no tanto como una
almohada de plumas, pero sí lo suficiente para sostenerlo con
blandura.
Al encaramar la vista, Luffy se topa con una mirada grisácea. Y
a pesar de no gustar del color, este tipo de gris puede
convertirse en una peculiar excepción para el azabache.
-¡Ah, Torao! ¡Estás aquí! — el chico ríe, alineando sus brazos
sobre el blazer informal que Law viste para mirarle de mejor
manera. atrapaste. - Me
Para el propio espanto del moreno, sus manos no tienen ninguna
intención de alejarse del cuerpo de Monkey y, sin embargo, al
mismo tiempo, le maravilla que no lo hagan. Al contrario,
empiezan a contraerse aún más.
Pasado un intervalo considerable de tiempo, Trafalgar examina el
cándido rostro que tiene frente a él con ofuscación, intentando
discurrir en el accionar del menor. Pese a la obviedad del
momento y a la incuestionable impericia de Luffy, Law,
inconscientemente, apunta una sonrisa, una tan minúscula que
apenas es capaz de divisarse por el resplandor corpulento de la
luna.
-Te atrapé.
•♡•
Capitulo 3
—¡Era una estrella voladora!
—¿"Una estrella voladora"? — Law cuestiona, encorvando una ceja.
—¡Sí! Debiste verla, Torao. — Luffy se balancea de un lado a
otro, recordando su breve travesía tras la pequeña luciérnaga. —
Era preciosa y la luz que desprendía no era tan enérgica para mis
ojos. Era perfecta.
Law no sabe por qué se encuentra aquí, sentado sobre el
fastidioso pasto de una ligera colina cercana al salón de
fiestas. Se supone que iría a casa para tomar una ducha, dormir
unas cuantas horas y madrugar con el fin de preparar el
itinerario académico del día siguiente, sin embargo, en lugar de
cumplir las órdenes de su conciencia, el moreno yace con las
piernas enlazadas al lado de Luffy.
—Creo que estás diciendo el término mal. — el mayor contradice,
apoyando las palmas sobre la hierba que se asienta tras su
espalda. — ¿No estarás refiriéndote a una estrella fugaz?
Luffy se gira, deteniendo los movimientos dinamistas de sus manos.
—¿"Fugaz"? — suelta, liado. — ¿Qué es eso?
El ojigris suspira con la extrañeza resurtiendo en su mente. «¿En
serio no sabe lo que significa?» medita, rodando los ojos con
molestia.
—"Fugaz" es un término que se refiere a algo que dura poco tiempo.
— pese a sentirse tedioso, Law empieza a explanar el significado.
— Una estrella fugaz es una molécula diminuta proveniente del
espacio exterior. — vira su mirada hacia el cielo, oscuro y
luminoso al mismo tiempo. — Traspasa la atmósfera terrestre a una
velocidad inimaginable. Es por eso que se incinera y somos
capaces de verla con claridad. Además, puedes pedirle un deseo,
claro, si así lo apeteces. — exhala y se lleva una mano al cuello
antes de enderezarse. — Sin embargo, como dije antes, es pasajera
y de poca duración.
Desprevenidamente, un cargante silencio se apodera de ambos. Law
está agradecido por el hecho, pero, al mismo tiempo, no entiende
por qué Monkey no departe de regreso con algún vocablo
insignificante.
—Torao. — Luffy, después de algunos segundos, le llama.
«Ah, ya era hora», el mayor piensa.
—¿Sí?
—¿Las estrellas fugaces son libres?
Ante la inusitada pregunta, Law observa por el rabillo del ojo a
Luffy, sin saber qué replicar con certeza. El chico tiene su vista
ceñida en el cielo que gravita sobre ellos, sus ojos se notan
ilusionantes y su pueril sonrisa lo delata enseguida.
Es singular. Pues, si para Trafalgar las estrellas fugaces se
tratan de simples rocas luminosas, para Luffy acuerdan un
significado totalmente diferente ahora que sabe de su existencia.
—Torao. — Luffy le nombra de nuevo.
Esta vez, sintiéndose indiscreto, Law no puede evitar soslayar su
curiosa mirada hacia el pequeño azabache.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Ya lo has hecho. — el ojigris argumenta.
Luffy ríe, apretando los ojos y tumbándose de lleno sobre el
extendido pastizal de la reducida colina.
—Eres gracioso, me agradas. — dice, apoyando la cabeza sobre sus
manos.
Law le estudia con desconcierto desde su posición, ajeno a los
peculiares pensamientos del menor.
—De acuerdo, ¿qué es lo que querías preguntarme? — Trafalgar opta
por interrogar, dejando de lado que alguien, además de su padre,
le haya dicho "me agradas". — dice, apoyando la cabeza sobre sus
manos.
Law le estudia con desconcierto desde su posición, ajeno a los
peculiares pensamientos del menor.
—De acuerdo, ¿qué es lo que querías preguntarme? — Trafalgar
opta por interrogar, dejando de lado que alguien, además de su
padre, le haya dicho "me agradas".

Otro silencio les arremete, no obstante, esta vez, Law lo


repudia a leguas.
—¿Qué quieres ser cuando tu vida se acabe? — Monkey consulta de
imprevisto.
La pregunta deja totalmente pasmado a Law. ¿Acaso este ingenuo
muchacho cree en la vida después de la muerte? «Vaya imaginación
tan extensa», el moreno medita, frunciendo los labios.
Es decir, sí, Law es consciente que existe una cantidad
considerable de gente que es fiel seguidora de esa teoría, mas,
para Trafalgar esa suposición es un simple relato infantil. Aun
así, cuando se trata de una persona enteramente metódica con sus
principios naturalistas, el moreno responde: —Quiero ser...
Bueno, en realidad no tengo ni la menor idea.
El chico esboza una sonrisa cohibida antes de sentarse
convenientemente sobre la superficie verde del pasto.
—No te preocupes, Torao. — Luffy asegura. — Cuando veas una
estrella fugaz puedes pedirle lo que sea, ¿no? De seguro sabrás
la respuesta antes de que tu deseo se cumpla. — se gira hacia Law
y le dedica una mirada boyante. — Mientras tanto, puedes
preguntarme lo que yo quiero ser.
Law no dice nada por un instante. Verdaderamente, el ojigris
discurre que Luffy es alguien extravagante, característico y
especial. Debería irse y alejarse, pero no lo hace; por mucho que
especule la idea dentro de su mente, Trafalgar no consigue
ejecutarla con agilidad.
—¿Qué quieres ser cuando tu vida se acabe? — el moreno disputa,
dejando que sus ojos contemplen los rasgos contrarios.
Luffy cierra los ojos por un lapso prolongado, considerando, una y
otra vez, su muy aguardada contestación.
—Quiero ser un pirata. — replica.
Law bosqueja una media sonrisa. _«Por supuesto»_
—Más que eso. — el chico continúa. — Quiero ser un rey, uno que
zarpe los mares sin temor a lo desconocido, con una tripulación y
un tesoro por seguir. — sin previo aviso, el pelinegro se pone de
pie, tambaleándose con ligereza mientras se acerca al borde de la
colina. Law se ofusca. — Quiero ser fuerte, cumplir mis metas a
pesar de tener a la muerte cerca, dormir sin preocupaciones,
comer todo lo que quiera sin sentirme repulsivo y visitar un
sinfín de lugares nuevos. — Luffy se detiene en el vértice final,
extendiendo los brazos hacia sus costados mientras observa el
cielo despejado. — Sin embargo, lo que más anhelo es ser libre y
no tener limitaciones. — por un momento, Monkey cierra los ojos,
imaginándose su tan ansiado escenario en marcha. — Sin importar
lo difícil que sea conseguir ese objetivo, no me rendiré hasta
obtenerlo.
Por primera vez luego de ingresar a la universidad, Law está
boquiabierto por la interpretación de un propósito irrealizable.
Pues ver a alguien tan seguro de sí mismo por un incauto sueño de
la infancia es, seguramente, lo más asombroso que ha visto en su
vida.
No sólo eso, ya que Trafalgar debe admitir que, pese a su
insuficiente habilidad para relacionarse con otros, Luffy es un
ser que exterioriza sus emociones de una forma totalmente
parlanchina. Es interesante, y Law no puede evitar sentirse
atraído por esa crédula singularidad. «Qué chico tan raro»,
reflexiona, ablandando los ojos con la imagen del pequeño
azabache frente a él.


Los corredores de la universidad se encuentran deshabitados. No
suele suceder, especialmente cuando la semana recién comienza y
los exámenes están a la vuelta de la esquina, pero Law puede
aceptar que se siente magnífico no ser golpeado incontables
veces por las molestas mochilas de sus compañeros.
La fiesta de bienvenida fue hace casi tres semanas; Law no ha
visto a Luffy desde ese excepcional encuentro, sin embargo, no
se sorprende, ya que la facultad médica está ampliamente alejada
de los demás bloques educativos. Y, por más que desee olvidarlo,
no sabe cuál es la causa, pero en su fondo, Trafalgar no puede
dejar de pensar en él. Por mucho que desprecie el recuerdo, su
mente evoca automáticamente la próspera sonrisa de aquel chico
soñador.

Es una sensación extraña, una que ni el propio Law es capaz


de transcribir con palabras razonadas. A pesar de eso, el
ojigris procura dejarla de lado.
Sus pisadas resuenan con firmeza por el pavimento, tarareando una
melodía con las suelas de sus zapatos. De pronto, los pasos se
agrandan, haciéndole saber a Law que alguien más está tras su
espalda.
—¡Oye, Trafalgar! — Kid iza la voz, provocando que Trafalgar
suspire con impaciencia.
El susodicho se gira, observando a su colega de cuarto con el
entrecejo plisado.
—¿Qué quieres, Eustass-ya? Tengo prisa. — Law objeta.
Kid inhala y exhala, tratando de recuperar el oxígeno desgastado
antes de pronunciar un vocablo: —Necesito pedirte un favor.
—No.
—Vamos, no seas cruel. — el pelirrojo se queja. — Ni siquiera te
lo he dicho propiamente.
Law chasquea la lengua, abatido.
—Exacto. — responde, neutral. — Te evito el trabajo de hacerlo.
Agradécelo.
El menor pone los ojos en blanco, analizando a Trafalgar con una
mirada desconcertada.
—Sólo necesito que me abras la puerta cuando llegue a casa.
Olvidé mis llaves en la alacena. — explica, pretendiendo
sincerarse. — Tengo práctica de fútbol; empieza en cinco minutos.
Además, hoy vendrá un técnico oficial; no puedo darme el lujo de
faltar.
El moreno desvía la mirada, negando con la cabeza mientras se
lleva ambas manos a la cadera. Kid puede ser un subnormal, pero
Law sabe que no es un indisciplinado. Pese a no apreciarlo, debe
darle, aunque sea, un poco de mérito.
—Está bien, ten. — el ojigris vacía sus bolsillos, extrayendo su
llave establecida y ofreciéndosela a Kid. — Tengo prácticas
sociales todo el día en el hospital, probablemente llegaré luego
de la cena, así que no podré recibirte. — desprende un suspiro,
masajeándose con aturdimiento el puente de la nariz. — Ni se te
ocurra perderla.
Los ojos de Eustass se plagan de fulgor mientras toma entre sus
manos la diminuta pieza metálica. No obstante, antes de poder
mostrar su gratitud, hay un asunto que quiere desenroscar.
—Espera, ¿tus prácticas no concluyeron el año pasado?
—Esas eran prácticas generales. — Law esclarece. — Esta vez
conviviré con un paciente determinado.
—Oh.
—Sí, oh.
El menor juega con sus manos, vacilante y con una mirada tunante.
—Bueno, ¿qué puedo decirte, Trafalgar? — Kid mofa con su usual
conducta. — No te encariñes.

El olor del hospital sigue siendo, para grima de Law, el mismo de
la última vez. Es un aroma estridente, capaz de adecentar las
fosas nasales de cualquiera, sin embargo, el muchacho, por más
que lo aborrezca, debe contenderlo.
La temperatura del edificio es desmesuradamente fría, y eso no
ayuda a que los ánimos damnificados del estudiante de medicina se
renueven, al contrario, hace que se deterioren aún más.
Cuando finalmente llega a la Unidad de Cuidados Intensivos,
Trafalgar toma un rumbo involuntario hacia la oficina de Marco,
el directivo principal de la sección hospitalaria. Al arribar
frente a la estación, el muchacho toca la puerta, esperando el
recibimiento acostumbrado.
Law envuelve su mano sobre el pomo de la puerta cuando el rubio
garantiza su entrada. Gira el gélido picaporte y se adentra a la
acotada sala. Marco lo acoge con una expresión afable.
—Bienvenido otra vez, Trafalgar. — saluda, proponiéndole al más
joven que tome asiento frente a su escritorio. — ¿Cómo has
estado? Law se encoge de hombros, impasible.
—He tenido mejores años universitarios, pero viviré.
El blondo asiente en una maniobra prudente. —Ya veo. — responde
con simpleza.
Con un suspiro, el doctor inicia a colocar un caudal de documentos
internistas: desde historiales médicos, pruebas de detección del
autismo, hasta muestras de distintos electroencefalogramas. Law
arquea una ceja.
—Muy bien, ¿qué te parece si empezamos a charlar acerca del
paciente que decidí asignarte temporalmente?
Trafalgar observa con detenimiento cada folio, empezando a tener
un mal presentimiento acumulándose en su pecho por cada letra
que logra avizorar.
—¿El paciente es autista con un diagnóstico imprevisible de
epilepsia? — el chico cuestiona, direccionando sus ojos al
frente.
Marco asiente con lentitud.
—Es correcto-yoi. — musita, extendiendo una lámina específica de
un electroencefalograma. — En esta prueba, el paciente estaba en
un estado hipnótico, es decir, dormido. Sin embargo, quiero que
le eches un vistazo a sus ondas cerebrales y me digas lo que
notas con cada una.
Law analiza el examen con detenimiento, estudiando cada
frecuencia y ciclo electromagnético sin dejarse engatusar por un
dictamen apresurado. No obstante, esta prueba es inaudita, y la
conclusión no toma mucho tiempo en ser pronunciada por los labios
del moreno:
—El paciente presenta una frecuencia alarmantemente alta en las
Ondas Alfa y Theta. Sobrepasa excesivamente su máxima limitación
cuando no debería ser así. — frunce el entrecejo antes de
continuar. — Esto es insólito, posee una reiteración mucho más
alta que las Ondas Beta o Gamma. — ansioso, el pelinegro separa
la mirada del pliego. — Marco-ya, este paciente...
El sonido frenético de la puerta saca a Law de su desasosiego
transitorio. Marco cierra los ojos y se endereza en el asiento de
cuero oscuro.
—Adelante.
Una enfermera accede con rapidez a la delimitada habitación,
tratando de recuperar el aliento extraviado.
—D-Doctor. — balbucea, histérica. — Luffy está teniendo
nuevamente una descarga anormal neuronal. — la mujer explica,
provocando que Marco se ponga de pie inmediatamente. — Se le
adjudicaron los primeros auxilios, pero la convulsión lleva más
de cien espasmos. La mención del simple nombre hace que un
escalofrío lúgubre atraviese un trayecto brusco por toda la
espina dorsal de Law; sus ojos se abren de golpe y su corazón,
normalmente flemático, empieza a bombear sangre con frenesí. «No,
no puede ser él», recapacita, tratando de darse a sí mismo osadía
interna.
Su mente inicia a crear tablados imaginarios, proyectando y
asegurando que este Luffy no es el mismo con el que conversó
íntegramente bajo el cielo de esa apolínea noche estrellada. Se
niega a reconocerlo y, probablemente, jamás lo haga.
Sin darse cuenta, sus propios pies cobran vida e inician,
desordenadamente, a moverse por sí solos por los inmensos
pasillos médicos. Sus oídos son su guía, encaminándolo,
expeditamente, hacia las voces bulliciosas que se escuchan cada
vez más cerca de su trayectoria.
Law se detiene frente a un dormitorio en particular; el ruido
que emana desde el interior es desmedido y el ojigris no puede
evitar abrir la puerta sin siquiera tocar antes.
Sus malditas dudas finalmente son saldadas con la escena frente a
él, y el temor vuelve a hacer de las suyas con su mente,
malograda por la figuración que, en efecto, es verdadera.
Trafalgar, completamente estremecido, se reintegra una última
vez a la oficina de Marco, recordando las detestables palabras
que estaba a punto de declarar antes de que la enfermera los
interrumpiera incautamente.
"Marco-ya, este paciente..."
El azabache se muerde los labios, extendiendo los ojos con fuerza
mientras sus palmas se cierran en un puño, revelando con claro
auge las verdosas venas que consuman su recorrido en los huesudos
nudillos de sus manos.
"... va a morir".
Capitulo 4:
Vivir es una preeminencia; un suceso poco universal que, en
ocasiones, es desvalorado por el resto del mundo. Por mucho que se
aluda, no cabe duda de que seguirá siendo algo indistinto para
algunos, pero milagroso para otros. Pues, en esta realidad, la
trascendencia que prevalece sobre la humanidad es la muerte; un
evento que, por más remoto que sea, es inevitable.
No existe tal cosa como la inmortalidad; Law es consciente de
ello, lo ha sido desde que dictaminó convertirse en un médico
cirujano. Aun así, siendo un fiable conocedor del asunto, el
ojigris no puede evitar sentirse atroz consigo mismo luego de
haber visto a Luffy.
Pese a verse involucrado en simulaciones operativas pasadas, Law
jamás había sido testigo de una crisis hospitalaria auténtica.
Presenciar las implacables contracciones que se alzaban por cada
encarnadura de piel bronceada fue enloquecedor, tanto, que
Trafalgar tuvo que verse obligado a abandonar la habitación para
procurar que su mente no sucumbiera ante la propia impresión del
episodio acechado.
Sus manos se asientan sobre su regazo, trepidantes y colmadas de
un sudor frío que no le deja serenarse en su totalidad. Law
resopla, esforzándose por mantener su respiración imperturbable
mientras su vista se desvía hacia el reloj que descansa contra
el pálido muro anverso a su figura.
La aguja indica que son pasadas las cinco de la tarde. El
azabache arribó a la oficina de Marco quince minutos antes de las
tres, significando que la arremetida de epilepsia ha durado un
poco más de dos horas. «Maldición», Trafalgar reniega en
silencio, frotándose el rostro con las palmas resbalosas.
Los segundos siguen su propia ruta, transfigurándose, poco a
poco, en condenados minutos que no hacen otra cosa más que
aumentar la agitación de Law. Al darse cuenta de que su inquietud
sigue siendo tenaz, el moreno elige cerrar los ojos, comenzando a
contar los números del uno al diez mientras los nervios lo
abandonan y el tiempo se torna exiguo.
Por fortuna para Law, su plan parece funcionar. El aliento
previamente extinguido comienza, paulatinamente, a moderarse y,
sin darse cuenta, la puerta de la oficina del directivo general
de la Unidad de Cuidados Intensivos se abre, mostrando a un Marco
completamente extenuado de pies a cabeza.
—Trafalgar. — el rubio masculla, acoplando los bordes del cuello
de su bata.
La reacción del aludido no es instantánea, sin embargo, su
cuerpo inicia a distenderse. Law pestañea con presteza,
atendiendo a Marco con los ojos despistados.
—Está estable. — como si pudiera leerle la mente, el doctor
responde a la duda más trascendental del azabache. — Perdona la
demora, pero el medicamento especial que ordené llegó hace una
hora, así que quise ponerlo a prueba de inmediato. — suspira y
acaba por limpiar los restos de sudor que se asientan en su
frente. — Por el momento, parece funcionar a la perfección, pero
aún me preocupa la caída de la noche.
Law reordena sus pensamientos adversos, alineando su espalda y
levantándose de la incómoda silla de madera.
—¿Sus ataques aparecen exclusivamente durante la noche? ¿Se trata
de una epilepsia nocturna? — el chico cuestiona, frunciendo el
entrecejo.
Marco ladea la cabeza, empezando a andar hacia su escritorio.
—El primer diagnóstico luego de la detección del autismo pregonó
que Luffy mostraba signos de una epilepsia nocturna leve con
crisis parciales. En ese tiempo, el chico tenía apenas ocho años
y la epilepsia era cien por ciento controlable con comprimidos
orales y una dosis medicinal vía intravenosa una vez al mes. —
explica, entrecerrando los ojos con desengaño. — Pero ahora su
epilepsia se ha vuelto hipermotora asociada al sueño, es decir,
que puede manifestarse mientras duerme sin importar la hora o la
condición soporífera de su cuerpo. — mira a Law, el cual inicia a
mostrar señas de angustia. — Para empeorar las cosas, su sistema
se volvió farmacorresistente y la epilepsia comenzó a migrar de
hemisferio a hemisferio, provocando que sus ataques se tornaran
generalizados con crisis tónico-clónicas. — aprieta los labios y
esconde las manos tras los saquillos de su bata. — Me vi obligado
a internarlo cuando su abuelo lo trajo a la sala de emergencias
hace una semana; sus labios estaban azulados y su respiración
era, apenas, ostensible.
Dedos esqueléticos se juntan al unísono, conformando una
empuñadura de carácter férreo que le hace mordisquearse el
interior de la mejilla. Law desvía la vista, discurriendo a
fondo todas las posibilidades que tiene Luffy para resistir y no
someterse ante el efecto que ambas afecciones cerebrales tienen
sobre su estado mental y físico.
—¿Crees que...? — Trafalgar duda, sopesando la situación con
meticulosidad. — ¿Crees que este nuevo medicamento representativo
le ayude a, no lo sé, mejorar?
Marco se encoge de hombros, retratando una mano bajo su barbilla.
—¿Te apetece escuchar una respuesta alentadora o una totalmente
realista?
Law asiente sin dudarlo. —Por favor. — solicita. — Sincérate con
la verdad.

—Luffy suele ser un poco tímido con los extraños. — la enfermera
comenta, guiando a Law hacia la habitación correspondiente del
pequeño pelinegro. — Pero cuando te toma confianza, es un muchacho
sumamente hablador. Si me lo preguntas, yo diría que es bastante
adorable.
Law finge interés en la plática superficial, intentado escuchar
cada instrucción que la asistente médica que yace a su lado le
señala, pero su ansia es más grande, y no le permite concentrarse
con claridad.
Sin mucho parloteo restante, la enfermera abandona a Trafalgar
justo enfrente de la puerta del dormitorio establecido, haciendo
que sus nervios comiencen a consternarse dentro de sí.
El nudo en su garganta reaparece, alborotando los ligeros
temblores que se instauran en el borde contrario de sus manos.
El
ojigris agita la cabeza, mentalizándose que esta visita se trata
de una simple pauta didáctica, no de una cortesía y mucho menos
una reunión de colegas.
Tratando de apaciguar su malestar y meditando una estrategia
diestra, Law estampa sus nudillos contra la superficie abúlica de
la puerta, abriéndola luego de estar unos segundos en completo
silencio. Brevemente, el mayor estudia la estrecha sala,
concluyendo que es una habitación reducida y aquietada,
acondicionada para un solo paciente.
Su vista se ciñe sobre el chico que reposa sobre el fastidioso
colchón de la camilla hospitalaria; su rostro está rotado hacia
la ventana que se afinca a un costado, contemplando las preciosas
cordilleras que le reverencian de regreso con sus escultóricos
matices aceitunados. De su antebrazo sobresale la herida de una
sonda, afilada y cargante, la cual se encargó de suministrar el
nervudo medicamento constituyente que Marco le ilustró hace
algunas horas.
Law no sabe por qué, pero un sentimiento atribulado se edifica en
su pecho con la imagen frente a sus ojos; «compasión», el
azabache concluye mentalmente. En definitiva, el estudiante de
medicina nunca había visto a Luffy tan cabizbajo; no lo
acostumbra y, figuradamente, no cree que será capaz de hacerlo.
Dejando de lado su tonto sentimentalismo, el moreno se aclara la
garganta, siendo el primero, para su conmoción, en pronunciar
palabra alguna: —Luffy-ya.
Law nota cómo los hombros del menor se tensan por el mero sonido
de su áspera voz, y tampoco deja de lado el presuroso engranaje
de sus manos mientras se gira hacia él con el semblante
extrañado.
—¿T-Torao...? — Luffy balbucea con un tono endeble.
El aludido asiente, adentrándose acabadamente al dormitorio y
cerrando la puerta tras de sí.
—Hola. — Trafalgar saluda involuntariamente, arrastrando, en el
proceso, la silla color cobalto que se reclina contra la pared
hacia el linde izquierdo de la cama de Luffy.

—¿Qué haces aquí? — Monkey cuestiona, conservando una entonación


silente. — ¿Por qué has venido aquí? — corrige prontamente,
frotándose los manifiestos ojos hinchados.
_«Ha estado llorando a solas»_, Law deduce mientras amolda su
cuerpo sobre el asiento aterciopelado.
—Vine a ejecutar mis prácticas sociales, tomando en
consideración que tendría que coexistir con un paciente en
particular. — explica. — Y, pues... al parecer me ha tocado
pasar el rato contigo por el resto del año.
Una perturbadora calma los envuelve en un mutismo inaguantable.
Despistadamente, el moreno repudia la acción, sin embargo,
tampoco se obliga a retomar la conversación. Es consciente que no
le atañe seguir hablando.
—Ya veo. — Luffy finalmente susurra, contemplando a Law con una
minúscula sonrisa en sus agostados labios. — Eso significa que
vendrás a verme seguido, ¿verdad?
Law, por un momento, se queda pasmado. Sus ojos no pueden dejar
de apreciar la insignificante sonrisa que logró despojar del
menor; le parece lenitivo.
—Sí, todos los días. — responde, encumbrando la mirada. — De
tres a ocho.
—¿Sin falta?
—Sin falta.
—¿Lo prometes?
—Lo... — el moreno titubea por un santiamén, valorando el peso de
la boba pregunta en las profundidades de su subconsciente.
"Si en realidad quieres que sea ferozmente honesto contigo, yo
afirmaría que a Luffy le restan, como máximo, siete meses".
La implacable respuesta de Marco resuena por todo el vórtice de su
cabeza, alborotando cada una de sus acepciones anímicas.
Distraídamente, su mandíbula se tensa, haciendo que sus dientes
rechinen entre sí.
_«No hagas falsas promesas»_, el mayor se reprende a sí mismo,
paralizando su lengua.
—¿Torao? — el menor masculla, alarmado por la inadvertida apatía.
— ¿T-Te encuentras bien?
—Y-Yo...
_«Cierra el pico, maldita sea»_, Law vuelve a sermonearse. «No lo
ilusiones con una mentira fantástica, y tampoco lo hagas tú»
Pese a ser alguien comprensible e imperturbable con este tipo de
cosas, parte del corazón de Law empieza, consternadamente, a
darle lucha de regreso a su colosal intelecto como futuro médico.
Sabe que no puede encadenarse emocionalmente con un paciente,
mucho menos comprometerse a algo que, ciertamente, no es franco.
Sin embargo, lastimosamente para el ojigris, en estas últimas
semanas su susceptibilidad ha dado un giro inesperado, uno que ni
siquiera él es capaz de dominar.
—Lo prometo. — Trafalgar concluye, sintiéndose insufrible consigo
mismo.
La antigua expresión de desconsuelo es reemplazada por una
infestada de entusiasmo que satura los ojos de Luffy con un
destello embriagador. Law lo nota enseguida, y no es capaz de
soslayar la línea encorvada que empieza a agrietarse por sus
labios.
Sin previo aviso y sin importarle lastimarse, Monkey priva cada
capa de tela que cubre su cuerpo, desde las albugíneas cobijas,
hasta la esponjosa frazada de algodón. Se pone de pie con un
brinco que provoca que las cejas del mayor se eleven
pertinentemente.
—E-Espera, ¿qué rayos haces? Deja de moverte tan bruscamente. —
Trafalgar advierte, enderezándose por completo de la butaca. — No
es bueno para ti, por favor, vuelve a...
Como es de esperar, Luffy hace caso omiso a la insinuación
convidada y, en lugar de volver a la cama, el chico se acerca a
Law. El estudiante de medicina no es juicioso a la hora de medir
el sondeo en movimiento, y tampoco lo es cuando observa con
pánico cómo el muchacho se aferra a su cuerpo mientras se alza de
puntillas, abrazándole por los hombros hasta conectar sus dedos
tras su nuca.
Law se queda estático; sus brazos se enemistan con el aire y se
mantienen rígidos contra los laterales de su figura. No sabe qué
hacer y tampoco lo que debería decir para que el pequeño pelinegro
se aparte de él. «Maldición, ¿acaso este chico no sabe lo que es
el espacio personal?» cavila, chasqueando la lengua con enfado.
—Oye...
—Gracias. — Luffy suelta en un murmullo fragmentado, encubriendo
su rostro en el agujero que conecta el cuello de Law con su
clavícula. — Eres un buen tipo, Torao.
_«No, no lo soy. Te mentí y tomé provecho de la situación para
hacerte ver más vulnerable»_, el moreno reconsidera, hiriéndose
el labio inferior. Mas, Trafalgar se contiene y no lo dice en voz
alta.
—¿Por qué me agradeces? — Law, luego de unos segundos, decide
objetar.
Para agobio del ojigris, Monkey lo aprieta con más fuerza y hunde
su nariz contra el extremo alto de su uniforme. — Mi abuelo solía
decirme que a veces las cosas más pequeñas son las que más
espacio ocupan en nuestros corazones. — rota la cabeza y esboza
una cálida sonrisa. — Tu promesa acaba de acaparar todo mi pecho
de dicha.
Pareciera que no estoy enfermo, y eso me gusta mucho.
Law traga duro. El nudo en su garganta resucita y ahora ya no
puede rebajarlo por más arduo que sean sus intentos. Así que,
sintiéndose desvalido, el más alto encorva la espalda y se
inclina hacia adelante, envolviendo como un remolino el frágil
cuerpo de Luffy. Sus fosas nasales se topan con el suave aroma
que emana del chico y, después de tanto tiempo, el olor a
hospital se difumina, siendo reemplazado por un aroma acogedor.
Por un escaso momento, Trafalgar se da la libertad de sonreír con
limitación. Pues, si de algo está completamente seguro, es que
Luffy no huele a muerte, sino que a vida.
Capitulo 5—Con que Torao, ¿eh? — Garp interpela con una sonrisa
sagaz. — Qué apelativo tan particular. — comenta. — ¿En serio ese
es su nombre?
Luffy engarza los dedos de sus manos, iniciando su manía
convencional cuando se siente nervioso y, en varias ocasiones,
avergonzado.
—Sí. — el chico responde, alejando la mirada de su abuelo. — Ese
es su nombre. — concluye con los ojos entornados.
El mayor observa a su nieto menor con diligencia, percatándose
que la tonalidad habitual de sus mejillas empieza a
distorsionarse, reformándose en un raso tinte sonrosado. Garp
amplía su mueca de júbilo.
—Dime, ¿ha sido un buen amigo contigo?— su abuelo, nuevamente,
disputa, provocando que el desconcierto de Luffy se expanda. — ¿Te
hace feliz?
Sin desmentirle absolutamente nada, el azabache niega con la
cabeza. Desliga sus manos, las cuales se adhieren contra su
pecho mientras atiende con sus oídos el desmedido palpitar de su
corazón.
—Abuelo. — el chico suelta en un murmuro discreto. — Torao no ha
sido un buen amigo. — dice, haciendo que las cejas de Garp se
estríen. — Y tampoco me hace feliz.
Garp resopla perezosamente, frotándose el rostro con desengaño.
No tendría que sorprenderle ni un ápice que su nieto siempre
resulte agraviado emocionalmente por la misma circunstancia; a
Luffy nunca se le dio bien hacer amigos, mucho menos mantenerlos
inalterados.
Por supuesto, no cabe duda que se trata de algo desolador para el
muchacho e, inclusive, para él mismo. Sin embargo, hay algo que no
termina por convencer a Garp en su totalidad.
Luffy no ha expresado ni una sola pizca de aversión hacia este
tal "Torao", al contrario, el chico se ha limitado, únicamente, a
describirlo con palabras entrañables. Así que, si ese hombre no
ha sido un buen amigo, ¿por qué su nieto lo aprecia tanto? «Debe
ser una maldita broma», Garp especula, frunciendo los labios.
—Luffy...
—Torao no ha sido un buen amigo y tampoco me hace feliz. — el
menor reincide, silenciando el alegato de su abuelo. — Porque
él, a pesar de poder irse, no lo hace. Torao siempre está
conmigo. — Luffy constriñe el inapetente pijama de rayas
azulinas, esquematizando una sonrisa decaída. — Y eso no lo hace
un buen amigo, lo convierte en algo mucho más grande que eso. —
su voz comienza a quebrantarse, provocando que sus labios
trepiden sigilosamente. — Lo convierte en un tesoro que prensa
mi corazón, no solo de felicidad, sino también de entusiasmo.
El peliblanco hiende paulatinamente los ojos, sobrecogido por la
declaración de Luffy. Su garganta inicia a contraerse y la atadura
que la ensancha le hace tragar con dificultad.
—Me hace sentir bien. — el más joven continúa. — Me hace sentir
valeroso. — sus pupilas se alargan, haciéndole delinear un gesto
próspero. — Me hace sentir plácido. — ríe con tacto, apretujando
con mucho más poderío su pecho encubierto. — Él...— Luffy frena
sus palabras, cavilando cuidadosamente el significado mientras
su corazón satura sus tímpanos de ventura al saber finalmente la
tan esperada respuesta. — Torao me hace sentir vivo.

En la Unidad de Cuidados Intensivos, las semanas se hacen cada
vez más cortas y los días pasan desapercibidos. No existen
vestigios pasados, ni tampoco añoranzas futuras; es completamente
deprimente.
Law está acostumbrado a los ambientes enervantes. En completa
honestidad, el chico nunca fue de los que disfrutaban de la
cándida atmósfera que ofrecen los lugares boyantes, repletos de
gente y estallidos por doquier. A pesar de eso, también debe
admitir que pasar mucho tiempo en ciertas partes del hospital ha
hecho que se sienta más melancólico de lo usual, cosa que no es
común en alguien como él, sobre todo por su irrebatible dejadez.

No conoce muy bien el sentimiento, pues se trata de uno nuevo que


no le agrada del todo. Pese a eso, Trafalgar sí está
absolutamente seguro de algo: su pesadumbre se esfuma cuando pasa
el rato junto a Luffy.
El ojigris puede encontrarse en un mal estado por cualquier
razón sobrevenida, pero cuando recién conversa con Luffy, su
intranquilidad desaparece en un santiamén. Law no lo comprende,
mas no puede negar que la atrayente sensación que se acopla
entre las tapias de su caja torácica cuando mira a Monkey
carcajearse por alguna estupidez se trata, indiscutiblemente, de
una emoción radiante que alivia su abatimiento y le eleva el
ánimo automáticamente.
Es una odisea extemporánea, no obstante, el pelinegro no puede
negar que también corresponde a una andanza satisfactoria.
—Trafalgar. — Marco habla de imprevisto a su lado, ojeando los
documentos operacionales que sostiene.
Law se abstrae, e intenta ocultar su remoto raciocinio. — ¿Qué
sucede, Marco-ya? — pregunta, indiferente.
El rubio chasquea la lengua mientras inspecciona con más
disposición los gruesos folios que yacen entre sus dedos.
—Sé que es mucho pedir, especialmente luego de tu esmero
efectuado durante estas últimas semanas.
El menor suspira antes de rodar los ojos.
—¿Pero?
—Pero necesito que pases la noche en el hospital. — Marco
consolida, mirándole con modestia. — Acabo de recibir estas notas
médicas. — empina las ligeras láminas y suelta una exhalación. —
Tendré que llevar a cabo una cirugía, y eso monopolizará todo mi
itinerario nocturno de este día. — descamina la vista de Law y
observa con agotamiento su reloj de mano. — Eso significa que no
tendré tiempo para controlar a Luffy.
Trafalgar aplaza su caminata, haciendo que el doctor le siga el
paso. El muchacho se cruza de brazos y avizora a Marco con el
entrecejo plegado.
—No tengo ninguna queja al respecto. — Law asegura. — Sin
embargo, mañana tengo una evaluación importante de la cual no
puedo abstenerme.
El más alto ríe, rascándose la nuca con serenidad. —No te
preocupes por eso, Trafalgar. — asevera, esbozando una sonrisa
calmosa. — Hablaré con tus profesores; los convenceré y haré que
tu estadía de esta noche se convierta en una remuneración para
indemnizar la ausencia de mañana. Sólo necesito tu
consentimiento. El azabache eleva las cejas, contemplando la
propuesta en marcha.
—Seguro. — responde sin dudarlo.
Marco resopla, quitándose vertiginosamente un peso más de encima.
—Perfecto-yoi. — expresa, dándole a Law pequeñas palmadas en la
espalda como muestra de gratitud. — Muy bien, ya conoces el
procedimiento. — el blondo recita, mutando su gesto humorístico a
una mueca imperturbable. — Si Luffy llega a exteriorizar espasmos
nocturnos, hazle una cuantificación de la sintomatología. Mide la
frecuencia, intensidad, duración y topografía. — su ceño se
estría y junta los labios en una vírgula. — Si la convulsión
tiene una permanencia de más de cinco minutos, pide refuerzos.
Procuraré ser puntual, ¿está bien?
Law asiente sin rechistar de más. —Entendido.

—Ah, Trafalgar. — Kid lo recibe en la sala de estar con una
risilla. — Llegas más tarde que de costumbre, ¿tuviste una cita
acaso? — chista, reintegrando su atención hacia el videojuego de
su consola portátil.

El susodicho pasa inadvertido de las ocurrencias tan


melodramáticas de su compañero de pieza, y se encamina con
presteza a su dormitorio sin siquiera dirigirle la palabra.
Eustass arquea una ceja, y no puede evitar seguirlo desde atrás
con la incertidumbre en su punto más alto.
—Oye, ¿por qué tienes tanta prisa? No pensarás salir de
madrugada, ¿o sí? — Kid interpela, apoyando su hombro contra el
arcén de la puerta mientras observa a Law empacar un complemento
de ropa en su mochila. — ¿Acaso nos invadirán los
extraterrestres?
Law se queda en silencio, desatendiendo las dicciones anómalas de
Kid. Como es de esperar, el pelirrojo lo nota al instante.
—No, no te atrevas, Trafalgar. Ni se te ocurra ignorarme de
nuevo. — el menor se queja, señalándolo con su dedo índice. —
Pensé que ya habíamos dejado nuestras diferencias en el pasado.
¿Aún piensas que soy un idiota?
—Sí.
_«El cretino respondió sin dudarlo»_, Kid medita, estudiando a su
compañero con estupefacción.
—Oh, así que, en efecto. — Eustass rezonga. — El gato no te comió
la lengua todavía.
Súbitamente, Law empina la mirada, topándose con los ojos
indagadores de Kid. Suspira y retiene un insulto.
—Eustass-ya, ¿no te cansas de decir estupideces?
—No lo sé, Trafalgar. — el aludido replica con clara ironía. —
¿No te cansas de comportarte como un viejo senil?
El moreno se enconge de hombros, impasible. —Si te hace sentir
mejor, sí hay algo que me cansa.
—¿En serio? — Kid discrepa, entrecerrando los ojos. — ¿El qué?
—Invertir mi sentido de la vista para verte todos los días.
El jugador de fútbol le corresponde la mirada con una mueca
consternada, digna en ser descrita como un ademán trastornado de
un niño pequeño. Law, si lo quisiera, podría tomarle una
fotografía y guardarla en su memoria para toda la eternidad,
pero, claro, Trafalgar no es un imbécil rompebolas.
—Serás un...
Las palabras de Kid se ven interceptadas cuando el móvil de Law
inicia a ensordecer la completa extensión de la habitación
individual. Ofuscado por una llamada telefónica a semejantes
horas de la noche, el azabache extrae el pequeño aparato del
bolsillo derecho de su uniforme, verificando el nombre del
contacto. Para inquietud propia, se encuentra con un retrato que
le sienta mal.
«Es un número desconocido», el muchacho empieza a filosofar,
llegando a una conclusión inequívoca.
Con una mueca desabrida, el moreno cuelga el móvil, provocando
que la llamada fenezca ahí mismo sin dejar rastro alguno sobre el
misterioso emisor. Kid le observa con rareza, esperando una
explicación prudente, sin embargo, cuando no la recibe, el chico
escoge intervenir: —Al parecer. — Eustass habla, riendo
cáusticamente. — Tu cita noctívaga te recibirá con el pie
izquierdo, Trafalgar.

El mal presentimiento de Law incrementa cuando sus pies se
estatuyen frente a la recámara médica de Luffy. No sabe por qué,
pero su leve disturbio se engrosa por cada palpitación que su
corazón induce contra su tórax, y eso no le complace ni en lo más
mínimo.
Intentando deshacerse de su indisposición emocional, el ojigris
abre la puerta con suma discreción, procurando no despertar al
chico que yace dormido sobre el lioso colchón de la camilla
albar. Sin embargo, la primera preocupación de Law se multiplica
cuando nota que Luffy, indudablemente, no se halla en la cama,
sino en un vértice acotado de la habitación, sollozando a mares
por cada jadeo que sus pulmones atañen a través de su pecho.
El mayor se estanca, indemne, mientras examina con los ojos
abiertos de par en par cómo los brazos de Monkey cohabitan
abarrotados de arañazos, inundando de estrías rojizas su gentil
piel de oro. «Está teniendo una maldita crisis autista», Law
concluye pesarosamente, dando un cargante paso hacia adelante.
—Luffy-ya. — Trafalgar le llama meticulosamente, permaneciendo a
una distancia discreta para evitar agobiarlo de más.
Prestamente, el susodicho alza la mirada, escondida con previa
gesticulación entre los huesos escuálidos de sus rodillas. Sus
ojos están abotargados de gruesas lágrimas y sus labios,
usualmente asalmonados, se encuentran bañados de carmín por la
sangre que escurre de ellos. Law se estremece, y no puede evitar
sentirse execrable consigo mismo.
—N-No... — el chico, apenas, suelta. —N-No te acerques...
Los lloriqueos se vuelven más tenaces, provocando que el moreno,
por primera vez durante todo el plazo de su carrera técnica,
omita una orden directa.
—¿Por qué? — Law, en antítesis al pedido de Luffy, pregunta
mientras se aproxima a él.
Como es de esperar, el chico se espanta, limitándose a desviar la
mirada hacia un punto remoto. — T-Tú no... T-Tú no eres real.
—Sí lo soy. — el ojigris argumenta sin dudarlo. — Mírame a los
ojos.
Luffy agita violentamente la cabeza, transpirando con fuerza por
cada una de sus obstruidas fosas nasales.
—T-Tú estás muerto... N-No contestaste el teléfono. — lagrimea,
mordiéndose los ya mutilados labios. — H-Había mucho ruido y
tú... n-no te movías.
Law para en seco, aludiendo en su memoria el sonido de su móvil
y el curioso número desconocido al cual no correspondió. «Así
que era él llamándome con los datos que Marco-ya le dio. Debió
tener una pesadilla que lo hizo entrar en un colapso», el más
alto cavila, sintiendo remordimiento por haberle ignorado tan
insensiblemente.
—Luffy-ya. — Trafalgar insiste, posicionándose a un mísero paso
de distancia. — Por favor, mírame a los ojos.
Monkey cede, y se confiere a sí mismo el libre albedrío de mirar
al frente. — T-Torao... — gimotea, contemplándolo con el
suplicio palpable en sus iris cósmicos.
El aludido no tarda en asentir, y tampoco lo hace cuando sus manos
acaban recostándose sobre los pómulos azafranados del menor,
procurando limpiar todo rastro líquido que se origina de ellos.
—No llores, ¿de acuerdo? — Law solicita con la voz calmada. — Ese
no es el brillo que tanto me gusta ver todos los días cuando te
visito. Eres más fuerte que eso, lo tengo bastante claro. —
intenta bosquejar una sonrisa, pero lo único que logra moldear es
una hipérbole mal hecha. — Porque estoy aquí, junto a ti. —
vuelve a asegurar
Una vez más, los bordes inferiores de la boca de Luffy comienzan,
sin previo aviso, a temblequear. Por lo que, dejando las
escrupulosidades de lado, el chico no duda ni un disminuido
minuto en abalanzarse sobre Law, estrujándolo con sus brazos
malheridos mientras acordona la cadera contraria con sus
ingrávidas piernas.
—N-No quiero... — Monkey masculla contra su cuello.
—¿No quieres qué?
—No quiero que te vayas. — el menor finaliza, ahogando otro
lamento. — No quiero que me dejes solo.
Law entorna los ojos, consternándose en silencio por la
inofensiva súplica de Luffy. A pesar de sentirse destemplado, el
mayor gira el rostro, derrumbándolo contra las hileras eclipsadas
de cabello mientras intenta, con todo su auge restante, aplacar
el nudo ciclópeo que se fija en su garganta.
—No me iré. — Trafalgar susurra, acariciando la espalda del más
bajo con mimos confortadores. — Jamás lo haré.
_«Pero tú sí lo harás, ¿no es así, Luffy-ya?»_
Capitulo 6El sol centellea contra el cerúleo plano, dando a
pormenorizar las mullidas nubes albugíneas que sobrenadan por el
océano atmosférico. Hoy es un sábado soleado; los niños salen a
divertirse fuera de casa y las ancianas se acomodan en las bancas
astilladas para darles de comer migas de pan a las palomas
lugareñas.
A Luffy le gustan los sábados, especialmente los cálidos y
serenos. Las tomas de sol fuera del hospital suelen ser su
ansiolítico habitual; le sirven como distracción, una que, por
más que la rebata, le anima el espíritu sin falta.
En general, sus caminatas cortas por el parque central son
encaminadas por una enfermera o un ayudante médico de
preferencia, sin embargo, esta breve excursión se está
desenvolviendo de una forma totalmente distinta a la ordinaria.
Marco no acostumbra a realizar pequeñas actividades dinámicas
fuera del edificio hospitalario, mucho menos con pacientes
involucrados, pero hoy, por solicitud personal de Luffy, el
rubio, por primera vez, está escoltando apaciblemente a un
paciente a tomar el sol fuera de su habitación.
El doctor no comprende muy bien por qué el azabache le ha pedido
ser su acompañante, pues Luffy no suele ejecutar peticiones de
este calibre, no obstante, Marco cree saber la razón, y le asusta
no ser capaz de descifrar una respuesta certera que le
tranquilice por completo.
Las desequilibradas pisadas se mezclan con las alborotadoras
carcajadas de los críos que juguetean bajo el resplandor del
mediodía. Monkey los contempla desde lejos, y no puede evitar
bosquejar una sonrisa entristecida ante la escena que, desde
luego, jamás pudo gozar durante sus años escolares.
—Doctor Piña. — Luffy habla de imprevisto, deteniendo su
inestable deambulación por la despejada acera.
Marco le sigue la marcha de inmediato. El mayor se posiciona
frente a él con los ojos repletos de perplejidad, esperando una
dicción espontánea que no le cause tanta inquietud.
—Dime, Luffy.
El chico desvía su pesarosa vista, resbalándola paulatinamente
hasta situarla contra el pavimento del parque. —Voy a morir, ¿no
es cierto?
El blondo se maldice a sí mismo antes de, igualmente, bifurcar
sus ojos. «Mierda», piensa con desconsuelo, traspasando una mano
nerviosa por el flequillo alto de su cabello.
A Marco no tendría que sorprenderle en lo absoluto que su joven
paciente empiece a cuestionarse a sí mismo por su propia
enfermedad. En su fondo, el médico era consciente que, en algún
momento, Luffy lo acorralaría de nuevo con esta pregunta de mal
gusto. Mas, en estos momentos, Marco no puede darse el lujo de
engañarlo con una falacia rebuscada.
—Luffy...
—Por favor, dime la verdad. — el muchacho alza la mirada,
analizando a Marco con los labios palpitantes y los ojos
lacrimosos. — Prometo no enfurecerme contigo. Sé que no es tu
culpa. — como puede, el chico esquematiza un ligero visaje
jovial.
— Sea cual sea la respuesta... la única exasperación que tendré
será hacia mí mismo, pues sabré que no luché lo suficiente por
alcanzar mi libertad. Así que lo preguntaré una vez más, sin
embargo, esta vez lo haré más claramente. — Luffy junta las manos
y toma un respiro recóndito antes de continuar. — Estoy
muriendo,
¿no es cierto?
El más alto aprieta los puños bajo los bolsillos de su bata,
dándose, en el proceso, audacia para responder a la mísera
pregunta que ya no tendría que provocarle amargura.
—Sí. — Marco logra musitar, mordiéndose el interior de la mejilla.
— Estás muriendo.
Luffy consigue asentir mientras sus ojos se ciñen sobre el cielo
que cohabita encima. La bulliciosa luminosidad del sol le recibe
con una caricia abrasadora y la rozagante brisa del día le
envuelve el cuerpo de pies a cabeza. El chico ríe en silencio;
aún se siente vivo.

—Doctor Piña, ¿puedo pedirte un favor? — Monkey masculla una


última vez, entrecerrando los ojos. — La medicina para controlar
la epilepsia ha empezado nuevamente a aturdirme mentalmente y,
esta vez, no me gustaría olvidar la solicitud que tanto me urge
requerir.
Marco suspira, quebrantado. —¿En qué consiste tu encargo? Haré
todo lo posible para llevarlo a cabo de inmediato.
El pelinegro cierra los ojos y exhala con dificultad, tratando de
no desmoronarse por la decidida petición en curso.
—Para completar sus prácticas sociales, quiero que juntes a Torao
con otro paciente. No obstante, me gustaría que no supiera la
verdadera razón de su traslado. — dice, imperturbable, mientras
su andrajoso corazón le oprime las costillas sin misericordia
alguna.
— Y-Ya no... ya no deseo que venga a verme. Nunca más.

Law detenta un nivel bastante conveniente de inteligencia
emocional. El chico sabe cómo controlar sus emociones; no se le
hace difícil hacerlo. A pesar de transitar diariamente
situaciones
que le agobian mentalmente, Trafalgar es, por encima de sus
compañeros de clase, un ser sumamente lúcido a la realidad.
Es cierto que el moreno se irrita con más facilidad que el
resto, pero eso no significa que su cabreo por la vida sea
acompañado súbitamente por sus estallidos secretos de ira. Por
más que alguien lo hostigue, Law jamás se despeñará frente a
otro que no sea su propio reflejo en el espejo.
Pero, para desventura de Law, este día conoció lo que realmente
personaliza la furia. En efecto, el estudiante de medicina se
encuentra molesto, tanto, que sus venas traspasan las láminas
ligeras de piel que se recuestan por ambos costados de su sien.
Luffy, por lo común, lo hace sentir bien, feliz y próspero. Sin
embargo, esta vez Law se halla ultrajado por él, y eso, por más
que lo contenga, no puede dejarlo pasar con tanta
comprensibilidad.
La tensa y airada figura de Law se retrata frente a la puerta
del dormitorio correspondiente del pequeño pelinegro, deseando
con toda su voluntad restante que el chico, esperadamente,
responda a su duda más intrínseca.
Tocando seguidamente la madera centenaria con sus nudillos, Law
ingresa sin permiso alguno a la habitación de Luffy, observando al
joven que se establece sobre la sólida camilla con una mirada
enfadosa, aguardando, al mismo tiempo, un veredicto acertado por
parte suya.
Luffy, pese a estar enterado de la situación, no se gira, y eso
incita a que el martirio de Law incremente por cada pinchazo de
sangre que se acumula sigilosamente en cada una de sus abotargadas
arterias.
—¿Por qué? — el ojigris opta por cuestionar, cerrando la puerta
de un rígido golpe. — ¿Por qué mierda has decidido hacer esto sin
mi autorización?
Ante la esperada interrogante, Monkey por fin corresponde al
llamado, y mira a Law con un vistazo falsamente humorístico, a
punto de explotar en pizcas lóbregas de melancolía.
—No mereces esto, Torao. — el chico contesta, frotándose la nuca
con formidable inconveniente. — No tienes por qué seguir
resignándote con alguien así de... patético.
Law le estudia con la vacilación en su punto más alto, tratando de
encontrarle alguna clase de sentido racional al alegato del menor.
«¿Qué clase de disparates está prorrogando ahora?» el mayor
cavila, pestañeando con lentitud.
—¿De qué demonios hablas? — Trafalgar suelta, siendo incapaz de
esconder su evidente sospecha. — ¿Acaso ese "alguien" va
dirigido a ti?
Luffy empieza a sentirse amedrentado contra una pared invisible.
No sabe qué decir, tampoco qué hacer. Su mente está paralizada;
no solo por los efectos que el fuerte antiepiléptico tiene sobre
su sistema cognitivo, sino también por la presencia corpulenta de
Law.
Hace unos minutos el muchacho estaba seguro de su resolución,
pero ahora ha comenzado a dudar de sí mismo, y eso, por su parte,
es en lo absoluto indulgente.
—Hubo un tiempo en el que te dije que no me dejaras solo, pues
consideraba que la soledad dolía mucho más que todas las heridas
que me he hecho a causa de mis episodios de estrés. — Monkey baja
la mirada y la concentra sobre el simplón edredón de algodón. —
Si soy completamente honesto contigo, aún mantengo esa creencia.
— sonríe con celeridad antes de abrazarse a sí mismo; un vano
intento para confortarse. — A pesar de eso... no me apetece
seguir siendo egoísta.
El silencio se precipita dentro de la recámara hospitalaria,
arremetiendo a ambos jóvenes con su angustiosa presencia. Law
tiene la necesidad de hablar, pero las palabras que tan
repensadas tenía han caducado en su garganta, y ahora ya no sabe
cómo persistir con la plática.
—Torao. — Luffy musita con la voz despedazada. — Ya no quiero que
vengas a verme.
Los ojos grises de Law se abren manifiestamente, dando a tantear
el claro sobresalto que preludia de ellos. —Pero ¿qué rayos
dices?
—Ya no quiero que vengas a verme. — el más bajo repite,
tarascándose el interior de la mejilla con ímpetu.
«Cállate»
—Ni siquiera quiero que me dirijas la palabra, o tan siquiera que
me mires. — sus ojos se tornan frígidos mientras un suspiro
tembloroso es expulsado de sus áridos labios. — Es decir, mírame
una última vez, el antiepiléptico ha iniciado a afectar mi mente.
No tengo ni la menor idea de si tu lindo rostro es real o no.
«Joder, cállate. No sigas más»
—Porque yo, además de ser un patético que se limitó únicamente a
ilusionarse con una emoción inalcanzable...
«No, te lo ruego, no lo digas»
Luffy ladea la vista y se encuentra con la mirada abstraída de
Law. Como puede, el pequeño azabache delinea una sonrisa con los
dientes de fuera, causando que el histerismo que el moreno
resguarda se salga de control dentro de sí.
—... estoy muriendo.
El antiguo gesto de contento es reemplazado por una mueca
lánguida. Reservadamente, las fastidiosas lágrimas empiezan a
acumularse en el borde bajo de los ojos de Luffy, atestando sus
mejillas rubescentes de agua salada. Una temblorosa mano viaja
desprevenida hasta establecerse contra su rostro, procurando
encubrir su ingenuo declive sentimental.
Law mira a Luffy con la boca entreabierta, ajeno a la
introversión de su propia voz. Intenta despejar su garganta para
decir algo, aunque sea un vocablo insignificante. Sin embargo, su
fortuna se despedaza, y ahora ya no es capaz de expresar su
propio pesar con simples palabras.
—N-Nunca debí retenerte para que no te alejaras de mí. — Monkey
solloza, logrando acrecentar el nudo en su garganta. — Nunca
debí acercarme a ti para hacerme tu amigo. — sus quejidos se
tornan inflexibles, provocando que sus cuerdas vocales se
abulten. — Nunca debí amarte en secreto para sentirme libre
conmigo mismo.
Previstamente, el estancamiento se apodera, una vez más, del
cuerpo paralizado de Law. Por más que lo desee, sus
articulaciones se mantienen inmóviles y sus ojos no dejan de
observar con agitación la expresión tan desgarradora del menor.
Trafalgar jamás lo había visto así, asustado, intentando
aferrarse de algo para no perecer como una orquídea marchita en
medio del calamitoso desierto. No puede aceptar la imagen frente
a él, simplemente no es capaz de hacerlo; no cuando Luffy ha sido
el causante de su maldita ventura pasajera.
Monkey D. Luffy es un destello persistente que adorna el cielo y
trae consigo contento a sus espectadores. Más específicamente, es
una estrella fugaz, tan admirable y preciosa, pero, al mismo
tiempo, poco duradera. Es cruel, la vida es malditamente cruel.
Law lo sabe, y ahora ya no puede dejar de repudiar al destino por
arrebatarle de las manos a este único rayo deslumbrante de luz.
—L-Lo lamento... Lo lamento tanto, Torao. — el muchacho lagrimea,
empezando a respirar con aprieto. — L-Lamento tanto que hayas
tenido que experimentar la adversidad de haberme conocido.
Logrando finalmente su cometido de desplazarse a placer, Law no
pierde el tiempo y se encamina con pisadas discretas hacia la
cama de Luffy, recostando sus rodillas contra el borde de la fría
camilla cuando se asienta a su lado.
Intentando transmitirle un poco de calma, el moreno toma asiento
en un flanco cercano al cuerpo de Luffy. Extiende un brazo en su
dirección y no duda en abrazarlo con sincera devoción, colocando
su cabeza contra su hombro mientras se deleita acariciando las
hebras negruzcas de cabello que sobresalen por los márgenes
externos de ambas orejas. Monkey, en conjetura, se atolondra,
pero no se atreve a mover ni un solo músculo.
—Eres un idiota, Luffy-ya. Un completo idiota. — Law masculla,
apretujando ligeramente el cuerpo solapado del chico. — No me
iré, no importa lo que me digas o lo que me hagas hacer. Ya te lo
había dicho, ¿no?
El trabajoso silencio se apodera del menor, y Trafalgar toma la
oportunidad para continuar con su argumento: —Además. — dice,
esquematizando una débil sonrisa. — Si yo tengo tu corazón, lo
justo es que tú también tengas el mío.
Inacostumbrado, el más alto toma la mano libre de Luffy y,
seguidamente, la coloca sobre su exuberante pecho. Monkey abre
los ojos, alterado, y se gira hacia Law con la exaltación a flor
de piel.
—P-Pero...
—Por favor. — el ojigris susurra más serenamente. — Cuida bien de
él.
Luffy se traga sus palabras y guarda silencio sin rechistar. No
intenta aventurarse de más, no cuando Law le ha correspondido tan
abiertamente. Pese a sentirse sumamente culposo, el chico se
limita a embelesarse con las caricias ajenas, enlazando su
pequeña figura con la atlética del estudiante de medicina. Y es
que de algo está totalmente seguro; Monkey no puede negar su
evidente júbilo por no haber sido rechazado.
Law, por otra parte, acota su voz y encubre la piel de Luffy con
la suya propia, relajando sus tensas extremidades en el proceso.
Suelta un sosegado respiro y apoya su barbilla sobre el oscuro
pelo despeinado, regocijándose con su brillo y esencia.
Es oficial, y ahora que es consciente de ello, el temor del
moreno no puede ser soslayado.
Trafalgar D. Water Law no solo se enamoró de un muchacho aniñado,
sino también de una estrella fugaz, tan cercana, pero,
simultáneamente, demasiado aislada de su estropeado corazón de
piedra.
Capitulo 7El verano es una época del año que nunca llegó a
aficionarle de la mejor manera. Los meses que traspasan ese
tiempo se sienten difusos, casi como una eternidad recorriendo
las eras en un bucle transparente repleto de añoranza. El clima
se torna caluroso; el cielo se enemista con las nubes,
permitiendo que el sol prime su destello sobre las melancólicas
sombras y que la brisa fresca de junio corra dispersa por las
láminas verdosas de los árboles más altos.
En retrospectiva, ninguno de esos sucesos inherentes es lo que
causa un disgusto ingente para la perspectiva hastiada de Law,
pues lo que realmente le enfada es que en verano no puede poner
en marcha sus anticipos para avanzar en sus estudios.
Sí, Trafalgar es consciente que las vacaciones veraniegas son
necesarias, especialmente para él, un extenuante estudiante de
medicina que no hace otra cosa más que instruirse en la
fabricación de una estrategia certera que le haga graduarse con
prontitud. Pero, joder, es que esto es inaudito. Es decir, ¿por
qué no ha recibido su título aún? El chico es el mejor de su
clase e, inclusive, el más aplicado de la nueva generación de
médicos jóvenes recién egresados. Ya tendría que haberse marchado
para proclamarse oficialmente como un médico con un certificado
profesional, pero, ya qué, el maldito sistema educativo no
permite excepciones, ni siquiera para un listo muchacho que
sobrepasa el coeficiente intelectual de toda su facultad.
Generalmente, para dejar de lado sus pensamientos restrictivos
acerca de esa inaceptable cuestión durante las vacaciones, Law
suele estancarse en la biblioteca mientras devora libro
científico tras libro facultativo, pero este verano se ha
presentado de forma distinta para él.
Este verano no está solo. El moreno tiene un amigo, más que eso,
ahora posee una estrella, una que le llena el eclipsado pecho de
satisfacción cada vez que entra a la habitación hospitalaria y
sus ojos se topan con Luffy, el causante del impetuoso palpitar
que su corazón pone en marcha últimamente cuando le mira y, de
igual modo, en estos momentos que sus pies deambulan por los
larguiruchos pasillos de la Unidad de Cuidados Intensivos.
Law no sabe por qué se siente así; el ojigris nunca se ha
sentido de esta manera, tan próspero e inquieto al mismo tiempo.
Sin embargo, el suspicaz estudiante ahora tiene una respuesta
acertada, una que le causa un espanto descomunal.
Trafalgar D. Water Law, un tipo indiferente con los demás y
resentido con una completa fracción de la comunidad
universitaria, está enamorado hasta la raíz de alguien soñador
que nunca podrá amarle de regreso, o al menos no por mucho
tiempo. Menuda fortuna la que el destino le ha servido en bandeja
de plata.
Una total mierda.
Apartando su pernicioso subconsciente a un costado, Law toma un
prolongado respiro, intentando en vano que sus nervios,
comúnmente de acero, se aplaquen de una vez. Ahora que conoce sus
verdaderos sentimientos, le resulta más complicado ensimismarse
en sí mismo con alguna charla alentadora. «Maldita sea», el chico
discurre, agitando la cabeza con furor mientras cruza por una de
las copiosas galerías médicas.
Una semana antes del comienzo de las vacaciones, Marco le hizo
saber que Ace, el hermano mayor de Luffy, no estaría junto a él
durante el transcurso de esta estación, ya que el menor de los
muchachos, pendiente siempre del bienestar del chico de las
pecas, solicitó que su hermano asistiera al viaje anual que la
facultad de artes realiza para los estudiantes de tercer año
hacia el continente europeo, una oportunidad exclusiva que se le
ofrece a los alumnos para justipreciar los fundamentos de su
profesión futura. Claramente, Monkey no iba a dejar que sus
fastidiosas dolencias físicas y mentales le impidieran a su
hermano mayor aventurarse hacia una hazaña sin límites.
No otra vez.
Ace, sin rebozo alguno, se negó al principio a dejar solo a
Luffy, especialmente durante las vacaciones veraniegas, una época
compleja para toda la familia por los agotadores turnos en la
comisaría que a Garp le toca suplementar para adquirir más del
salario inédito. Sin embargo, pese a la obstinación de Ace, su
hermano menor no se detuvo, y continuó persistiendo, hasta que el
mayor, completamente exhausto de discutir, no tuvo otra opción
más que aceptar con docilidad la reclamación de Luffy.

Law, en cierta parte, comprende la intranquilidad de Ace. Es


decir, su hermano menor está muriendo; tal vez no sea tan patente
aún, pero el chico, poco a poco, está perdiendo sus funciones
cognitivas, y la tenue delgadez que se asoma por su cuerpo es
otra señal que no debe dejarse de lado, mucho menos cuando los
siete meses de acabamiento que Marco apuntaló están a punto de
perpetrarse.
Puede que sea un suceso poco frecuente en términos médicos, pero
el autismo y la epilepsia están concluyendo con la joven y
floreciente vida de un paciente, no solo de un paciente común,
sino que de Luffy, una estrella que siempre que Law la estudia,
se encuentra cada vez más cerca de transmutarse a una estrella
fugaz, espléndida y, desde luego, libre.
Trafalgar aguarda un suspiro pesado y se allana el despeinado
pelo que reposa contra su frente, esperando que la intrépida
ansiedad que ha empezado a colarse por su sistema comience,
rápidamente, a decrecer. Sus pisadas inician a aminorarse cuando
la muy conocida puerta de la habitación de Luffy se nota
estimable a la vista.
En un desesperado intento para no inducir un desprevenido ataque
de pánico, el moreno afloja escasamente el gollete de su suéter
grisáceo de cuello alto, inhalando y exhalando repetitivamente
hasta que siente que sus iracundos pulmones se lenifican contra
su caja torácica.
Finalmente, concluida su pequeña travesía, Law colisiona sus
nudillos contra la superficie diamantina de la puerta, abriéndola
sin siquiera esperar alguna advertencia por parte de Luffy.
Adentrándose con el semblante inexpresivo, Trafalgar se da
la libertad de expulsar una última exhalación antes de
erguir la espalda y subir la mirada.
—Lu...
Antes de que sus palabras se clarifiquen, el rostro de Law es
recibido con un golpe arrebatado que le hace dar un indiscreto
paso hacia atrás. Más asombrado que dolorido, el muchacho
abarata los ojos, topándose con la inusitada imagen de un balón
de fútbol sobre el sedimento de mármol. Law arquea una ceja
antes de pensar con molestia: «¿Un balón de fútbol? Pero ¿qué
mierda?»
—Oh, Dios, creo que lo maté. — una voz gruesa, que Law conoce a la
perfección, habla de imprevisto. — Trafalgar, ¿aún estás vivo?
Porque si lo estás, puedes irte al infierno por arruinar mi
perfecta demostración de habilidades deportivas.
«Maldito hijo de perra», Law cavila, frunciendo en demasía el
ceño.
Furioso, el ojigris alza nuevamente la vista, fulminando a
Eustass con una mueca encolerizada. Kid se limita a devolverle el
gesto con una sonrisa ladina y un movimiento de su mano.
—Eustass-ya, ¿qué demonios haces aquí? — Law cuestiona, juntando
las cejas al unísono.
Kid sopesa la pregunta, encogiéndose de hombros en el proceso: —
Como siempre, también es un placer verte cada día, Trafalgar. —
el pelirrojo contesta, acercándose a Law y dándole una palmada en
el hombro antes de recoger su preciado balón del piso. — ¿Quieres
unírteme? Estaba mostrándole al chiquitín cómo hacer una pirueta
con los ojos cerrados.
Desprevenidamente, Law recuerda que su propósito original era
venir a ver a Luffy, no a sermonear a Kid con prejuicios que, si
bien son perniciosos para él, también se los tiene bien
merecidos. Ojos grises se topan con pupilas obsidianas,
provocando que su corazón, previamente encalmado, comience a
contusionarle el pecho con violencia.
—¡Torao! — Luffy clama, alzando ambas manos al aire mientras
esboza una tierna sonrisa con los dientes de fuera. — Dentado es
muy agradable, por favor, no te molestes con él.
—¡Ja! ¿Lo ves ahora, Trafalgar? Soy un tipo "agradable". — Kid
recalca orgullosamente antes de caer en cuenta de su nuevo
sobrenombre. — Oye, infeliz, no vuelvas a llamarme así.

Monkey se echa a reír, mas su cara se reintegra aprisa cuando sus


ojos vuelven a encontrarse con los tétricos de Law.
—Por fin vienes, Torao. Te extrañé mucho.
"Mucho" puede ser un término exagerado, especialmente cuando Law
es consciente que visitó a Luffy hace apenas unas horas. No
obstante, el mayor no es nadie para contradecir a absolutamente
ninguna cosa que salga de los labios del pequeño pelinegro. Por
lo que, en lugar de tornarse altanero, el moreno sonríe con
calidez
antes de decir: —¿Sí? — suelta, olvidando por completo la
presencia de su compañero pelirrojo. — Yo también lo he hecho.
Inadvertidamente para todos, Kid arroja un silbido,
correspondiendo a las palabras de Law con una mirada
desvergonzada. Trafalgar inhala con presteza, tomando sin
cuidado alguno la mano de Eustass mientras estruja sus dedos con
un manifiesto furor.
—Discúlpame un momento, Luffy-ya. — Law sisea, girándose hacia
la puerta. — Necesito charlar un poco con Eustass-ya acerca de
algunos asuntos anticipados. — la mirada de Trafalgar se torna
amarga, haciendo que la garganta de Kid se seque sin rechistar.
— Regresaré enseguida.

—Dame una sola razón para no asesinarte en estos momentos. — Law
coacciona, cruzándose de brazos.
Kid junta los labios en una línea recta, balanceando su cabeza de
un lado a otro.
—Si me matas. — el pelirrojo inicia, levantando el dedo índice. —
No podré ser su chófer y llevarlos a ambos a la playa más
cercana. Law se queda en blanco, tanteando con la paciencia
resquebrajada el comentario recién hecho de su compañero. «¿Acaso
este sujeto enloqueció?» reflexiona, mordiéndose el interior de
la mejilla con fuerza más de la necesaria.
—Antes de que digas alguna estupidez como "joder, estás loco,
imbécil", déjame explicar la situación.
Trafalgar no dice nada y, voluntariamente, restringe sus próximas
reprimendas.
—Desde que compartimos apartamento, jamás te había visto sonreír
tan genuinamente como lo has hecho hoy. Te notas feliz junto a
ese chico. — Kid murmura, abriendo los ojos con determinación. —
Me di cuenta hace un mes. — explica, rascándose la nuca. —
Olvidaste su expediente médico en la mesa del comedor, y no pude
evitar echarle un vistazo. — Eustass observa a Trafalgar con el
suplicio escondido. — Decidí visitar el hospital hoy y mirarlo
con mis propios ojos; ahora entiendo por qué lo quieres tanto,
Trafalgar.
— el pelirrojo se alienta internamente antes de continuar. —
Conversé un poco con el encargado de la Unidad de Cuidados
Intensivos antes de entrar a su cuarto. Creo saber la razón y no
me gusta en lo absoluto, pero me dio su autorización para
sacarlo de aquí por un día entero.
Law asiente, más roto que el propio cristal de sus antiguas gafas
de lectura.
—No lo creas, Eustass-ya. — Law habla luego de unos segundos. —
Porque es la cruda realidad. Luffy-ya está muriendo; a lo mucho,
esta será la última vez que lo mires.
Kid se estanca y no puede evitar morderse el labio inferior con
clara frustración.
—Trafalgar, realmente lo...
—No. — el moreno interrumpe, izando una palma. — Por favor, no te
disculpes.
—Pero...
—Era inevitable, ¿de acuerdo? — el mayor lo silencia una vez más.
— Desde el principio de todo... su muerte prematura ya estaba
prescrita. — Trafalgar concluye, desviando su fatigante semblante
hacia el costado opuesto. — Lo irónico de esto... es que lo que
sí pudo ser evitado, no lo fue. — Law aprieta los ojos, un vano
intento para no retomar sus temores más intrínsecos. — Y ahora
tendré que lidiar con las consecuencias de mi propia endeblez.

Law repudia la playa.
El inaguantable sol quemando su piel, la sensación del pegajoso
bloqueador sobre cada cutícula, el sonido irritable de las
gaviotas voladoras, los críos pequeños construyendo castillos
deformes de arena, la sed que le causa el agua salada, y su
maldito traje de baño que, por cortesía de Kid, se trata de uno
desagradable que cuenta con diseños infantiles de osos polares
disfrutando de un cóctel con las gafas oscuras de sol puestas.
«Joder», Law maldice silenciosamente, observando el imperdonable
escenario en marcha.
Sin embargo, pese a su desprecio descomunal, Law no se queja
abiertamente, pues le basta atender el sorpresivo rostro de Luffy
mientras examina con evidente enternecimiento cada parte del
azulado océano.
—¿Te gusta mucho? — Law interroga, siguiendo precipitadamente la
mirada cautivadora del menor.
Monkey agranda su sonrisa y mira a Law por el rabillo del ojo.
—No, no solo me gusta. — Luffy susurra, esta vez contemplando
cumplidamente al moreno. — Es perfecto, hermoso e irreal. Lo amo.
— un silencio los inunda, pero eso no basta para que las palabras
de Luffy mueran totalmente en su garganta. — En realidad, se
parece mucho a lo que suelo pensar cada vez que mis ojos se abren
todas las mañanas.
Law no es capaz de resguardar su curiosidad, y ahora que están
solos, la oportunidad de preguntárselo se vuelve cada vez más
tentadora.
—¿Oh? Nunca creí escuchar eso saliendo de tu boca. — el ojigris
acaba musitando. — Entonces, ¿qué es lo que sueles pensar?
Sin temerle a lo desconocido, Luffy sujeta con el vigor que aún
le queda la mano de Law, enroscando sus dedos con los
larguiruchos del más alto. Empieza a correr, encaminando sus
pisadas y a Trafalgar hacia la orilla arenosa que conecta con la
longitud cerúlea del mar.
—En ti. — el chico suelta, ensanchando su júbilo transitorio. —
Siempre en ti.

Las tardes en la playa acostumbran a presentarse de manera
templada. Law lo agradece, especialmente en esta época repleta de
ardimiento e insuficiente frialdad.
El sol finalmente se esconde tras la sombra de la albugínea luna,
dando a relucir los ínfimos puntos de luz que decoran el manto
oscuro de la noche con su axiomático aspecto atractivo. Law
termina de pasar la compacta toalla rojiza por el cabello
desaliñado de Luffy, secando hasta la última gota sobrante de
agua que viaja por cada hebra de pelo azabache.
El ligero calor que la fogata emana es la única remembranza que
Law sostiene para darse disposición interior y no lanzarse como
una bestia salvaje para atacar los entreabiertos y descuidados
labios de Luffy. «Maldición, deja de imaginar tonterías de mal
gusto», el moreno se reprende a sí mismo, negando con la cabeza
antes de guardar la pieza de tela densa en una de las amplias
mochilas que Kid, amablemente, les dio.
—Torao. — Luffy habla frente a él, enderezando la mirada y
ampliándola hacia el cielo.
Law dobla ambas cejas y pestañea, irreflexivo.

—¿Qué sucede?
—¿Ya has pensado en lo que quieres ser cuando tu vida se acabe?
La impensada pregunta deja a Law completamente anonadado. «¿Aún
lo recuerda? ¿Después de casi un año?» el chico no puede evitar
repensar, observando a Luffy con los ojos abiertos de par en par.
Verazmente, el estudiante de medicina no sabe lo que quiere ser
o, innegablemente, lo que quiere hacer cuando su monótona vida se
acabe. Y, pese a no tener ni la menor idea de ello, su arriesgada
boca, al parecer, sí posee una: —Si tú serás el Rey de los
Piratas, entonces yo me convertiré en tu aliado.
Ante la réplica, Luffy decrece su mirada, y acecha a Law con los
ojos halagüeños, a punto de reventar en destellos.
—¿A-Aliado? ¿Quieres ser mi aliado? — el más joven libera,
pasmado.
Law asiente. —Sí, ya sabes. — se aclara la garganta y continúa. —
Ser pirata es difícil, especialmente cuando quieres ser el rey.
Necesitarás aliados para poder cumplir tu cometido; tu
tripulación no bastará, y es ahí donde yo entro. — Trafalgar
frota con delicadeza el puente de su nariz y deja salir un
respiro por sus fosas nasales. — Lo más seguro es que yo te pida
que seamos aliados, porque claramente si me lo pides tú, diré que
no. Y tú, como eres candoroso y seguramente serás un capitán
bienaventurado, no podrás negarte a mi solicitud.
Luffy retracta una risilla aniñada mientras contempla el semblante
fervoroso de Law.
—¿Está mal que...? — Luffy intenta formular un vocablo, pero su
lengua inicia a entumecerse. —¿Está mal que desee ser egoísta una
última vez y decida confesarte algo?
«Sí», Law piensa con un desmedido martirio, pero,
inequívocamente, su cabeza se desplaza de un costado a otro. —No.
Sin perder el tiempo, Luffy arrima su debilitado cuerpo,
aproximándose a Law hasta que sus manos son capaces de rozar la
piel contraria.
—No puedo describir el sentimiento que siento cuando estoy
contigo. Se siente exasperante, pero también se siente
adormecedor, como si estuviese soñando. — Monkey, levemente
ansioso, muerde sus labios, secos por el cambio relevante de
clima. — Mi corazón solloza de dolor, pero también lo hace de
gozo. N-No sé cómo decirlo... Y-Yo... — los labios anteriormente
rígidos comienzan, indeseadamente, a temblequear. — No puedo
expresarlo con exactitud, pero lo sé, yo lo sé.
«Sé que te amo»
Luffy se siente paralizador reconociendo finalmente el sentimiento
que nunca llegó a favorecerlo por completo. Sin embargo, al mismo
tiempo, también se siente liberador saberlo.
—Cuando estoy contigo... siento que estoy muriendo, pero también
me siento vivo. — sus susurros se tornan más confiados,
induciéndole, finalmente, a corresponderle a Law con la debida
consideración. — Encontrarte ha sido lo mejor que me ha pasado
en mucho tiempo. — temerariamente, Luffy extrae valor y sostiene
las manos asazmente gélidas del mayor. — Encontré un hogar en
ti, un lugar en el que pude entender perfectamente. — el chico
guía sus manos hacia su pecho, arrullándolas con adoración. — No
me siento moribundo cuando estoy tras tus puertas, tan
inexpresivas e impasibles. — Monkey se da la libertad de cerrar
los ojos, ponderando la gravitación de su contestación final
antes de abrirlos con un gesto enardecedor. — Mi corazón se
siente a salvo con tu valla pintada de negro envolviéndolo como
un lienzo.
«Te amo, te amo, te amo, te amo»
Esas dos palabras se oyen insólitas en su subconsciente. Es
satírico, porque también se oyen de maravilla.

—Te amo, Torao.


Law se queda en silencio por un largo tiempo, mirando a Luffy a
los ojos. No existe el miedo en ellos, se notan intensos y el
único rasgo de sentimentalismo que preludia de ellos se trata
del frenesí. A pesar de eso, el mayor denota que los hombros del
pequeño azabache se han tornado tensos a causa de su reciente
revelación.
Esto duele.
No duele como un simple corte en su dedo, sino como una estaca
filosa que atraviesa su pecho, quejumbroso por no obtener lo que
siempre anheló como un atributo, sino como un castigo. Las
palabras de Luffy le cortan la piel, hacen que se desgarre hasta
dejarlo al descubierto. No existe tortura más grande que esta, y
ahora es tarde para que Law se escabulla de ella sin resultar
estrechamente herido.
Y, aun así, siendo consciente del corte filoso y mortal de la
estaca, Law permite que la fatídica arma lo decapite por
completo.
—Yo también te amo, Luffy-ya.
Cálidas palmas suben por su cuello para ahuecar su rostro, y Law
lo atrae más cerca. La total y larga línea de su cuerpo se oprime
contra la de Luffy, como lo hacía cuando compartían esos
ardorosos abrazos en el hospital.
—Inclina la cabeza. — Law murmura; su voz suave y ronca al
unísono, provocando que el corazón de Luffy se acelere.
Law permite que sus manos ajusten el ángulo de la mandíbula ajena
como a él le gusta, luego, el mayor se inclina, abanicando el
ligero olor a sal de su aliento sobre el rostro de Luffy. Sus
ojos bajan mientras se acerca aún más; charcos trasnochadores
revoloteando contra pestañas de ensueño. Finalmente, la punta de
sus narices se toca.
Luffy deja que sus ojos se cierren mientras la boca de Law
presiona cuidadosamente el céntrico de sus labios.
Inesperadamente para alguien que parece estar hecho con
rugosidad, los labios de Law son más suaves que cualquier otra
cosa que Luffy haya sentido con sus manos. Saben al océano, no a
la medicina que solía tomar o a los inapetentes alimentos del
hospital. A Luffy no le gusta el exceso de sal en sus comidas,
pero debajo de la chispa salera, está el dulce sabor de su piel.
La combinación debería ser extraña, pero no lo es, y cuando Law
se retira, Luffy lo rastrea con más rapidez, arrugando la tela de
la camisa oscura con sus dedos enroscados en un puño. Se siente
tremendamente abrumador e, incluso, completamente adictivo, y él,
Luffy, está dando vueltas, mareado, arrastrado por la impulsiva
marea del piélago.
Law es tan buen mentor que sólo le basta guiar a Luffy con nada
más que manos calmosas. Desliza sus labios juntos con más
presión ante el inocente empujón de Luffy; una mano suavemente
en el cabello de Monkey mientras la otra se mueve para aferrarse
de su cadera y tirar de él.
Luffy, sorpresivamente, imita la acción y sus manos se deslizan
alrededor de la cintura de Law. Sin el odioso pijama de rayas, el
chico se siente... más estrecho, pero también más libre, casi sin
ceder cuando se ha intentado forjar a sí mismo tan sólido como
una roca. No existe nada más que la delgada tela de su camisa
entre las manos y cuerpo de Law, así que cuando sus dedos se
deslizan, atrapan las crestas de los músculos y la textura de los
tatuajes más grandes, siguiendo el mapa que hacen sobre la piel
etérea del estudiante de medicina.
Cuando las manos de Luffy arriban a la cara de Law mientras se
enredan en su cabello, es exactamente la textura que ha imaginado
en sus sueños más íntimos, hebras como seda que se deslizan entre
sus dedos sin agarre o empuñadura. Sabe que es imposible, pero
quiere que Law esté más cerca, así que tira con más fuerza, y
esto hace que los dientes de Trafalgar se incrusten
inesperadamente sobre su labio inferior, provocando, en el
proceso, un pequeño pellizco. Se siente como bailar sobre las
estrellas; cada movimiento es de alguna manera familiar, pero
completamente novedoso. Es un torbellino de sensaciones que
levanta a Luffy del suelo y lo arrastra hasta el cielo. Law rodea
su cintura con un brazo hecho de hierro y lo sujeta con fuerza,
lo sujeta como si no pudiera acercarse lo suficiente, lo sujeta
como si quisiera atraer a Luffy hacia él para evitar que se vaya.
Pero cuando finalmente se separan para tomar aire, todo el rostro
de Luffy brilla. El muchacho tiene las mejillas y el cuello
espolvoreados de rosa, y sus labios están severamente hinchados y
un tanto nebulosos; en la luz tenue, son de un rojo encendido
como las rosas de los colosales jardines de la universidad. En
sus grandes ojos oscuros, Law puede ver reflejado el cielo que se
ensombrece rápidamente; negro con ligeros tintes redondos de
color blanco por la llegada de la noche estrellada.
Él está aquí, y aún está vivo. Sigue respirando contra la atezada
piel de Law sin limitarse ni un ápice.
Es hermoso, vivir es hermoso. Y ahora que lo sabe, no puede dejar
de lado su formidable alborozo por continuar haciéndolo junto a
Law.
Luffy ama a Law.
Y Law lo ama a él.
La muerte lo espera, lo escudriña como una presa indefensa, pero
a Luffy no le importa. Porque si morir significa que volverá a
toparse con Law, tal vez no como estudiantes, pero sí como
aliados predestinados, entonces, sólo entonces, puede que morir
también sea hermoso.
Capitulo 8—¿Por qué lloras, dulce niño? — el rubio cuestiona,
rotando su nublada vista del techo para mirar fijamente al
sollozante chiquillo pelinegro que se asienta a un costado de la
álgida y pálida habitación hospitalaria.
El chico, traspasando por una edad no más de diez años, alza la
mirada, tratando de deshacerse desesperadamente de las incautas
lágrimas que empiezan a escabullirse sin su consentimiento por el
borde abultado de ambas mejillas encarnadas. Law respira hondo,
frotándose el rostro con exasperación mientras examina a su
padre; el débil cuerpo que se esconde bajo las mantas de algodón
es irreconocible, la delgadez que sobresale de él es enfermiza, y
el azabache, por más que trate de no pensar en ello, es incapaz
de sostener sus gimoteos por mucho tiempo más.
—P-Papá... — lloriquea, mordiéndose los labios mientras intenta
contener su patética sensiblería. — La leucemia está matándote,
y todavía soy incapaz de entenderlo... ¿Cómo puedes mantener tu
tonta sonrisa intacta aun cuando sabes que morirás?
Corazón, en lugar de montar un semblante serio, agranda su
sonrisa, haciendo que Law agriete los ojos, abarrotados hasta la
médula de gruesas lágrimas saladas. El lioso sabor a sal se cuela
por su boca, sin embargo, Law hace caso omiso a ese
insignificante suceso y, en lugar de quejarse con alguna mueca de
disgusto, observa a su padre enderezarse con tremenda dificultad
a causa de los abultados cables enmarañados que lo conectan al
monitor de la máquina médica.
—Respóndeme algo, Law. — el mayor musita, entornando los ojos y
suavizando su expresión. —¿Por qué no habría de sonreír?
Como puede, el blondo extiende uno de sus brazos; las azuladas
venas que sobresalen de su blanca piel se hallan resquebrajadas
por todas las transfusiones que ha recibido a lo largo de su
estancia. Law, sin rechistar, se acerca.
—Mi preciado y lindo hijo está aquí, junto a mí. No tienes idea
lo feliz que me hace verte todos los días, convirtiéndote en
alguien sumamente valiente y bondadoso mientras creces. — Corazón
suelta una blanda carcajada cuando su hijo pequeño comienza a
trepar la cama del hospital, acurrucándose contra su figura
malograda cuando consigue llegar a la cima. El rubio lo acoge e
inicia a acariciar su cabello, untado por el color de la galaxia,
tan sedoso y raso al tacto. — Además, si alguna vez piensas en mí
en el futuro. — Rosinante besa castamente la frente de Law,
contentándose por el tierno abrazo en marcha. — Quiero que me
recuerdes sonriendo.
La afectuosa caricia se extiende por varios minutos. El sol
comienza a apaciguarse, provocando que la luna tome su lugar y
las estrellas brillen contra la lobreguez del cielo. Corazón
desciende la vista, contemplando a un durmiente y sereno Law
sobre su regazo. El rubio lo atrae más cerca, gravitando sus
descoloridos labios sobre la pequeña cabeza contraria mientras la
congratula
con otro beso. Las lágrimas no tardan en emerger, mas su sonrisa
no desaparece.
—Law... — Rosinante susurra con la voz ronca, a punto de rasgarse
en fisuras terminales. — Te amo.

Los exhaustos ojos de Law se abren con lentitud, permitiendo que
la sagaz luz del amanecer que se filtra por la ventana
contusione sus pupilas recién despabiladas.
Hace tiempo que el chico no sueña, especialmente con la última
memoria que su padre le otorgó antes de morir. Se siente impropio
para él, pero, al mismo tiempo, se siente bien retomar en su
mente la abrasadora sonrisa de Corazón.
Law aún lo tiene presente. El invierno en el que su padre murió
era excesivamente frío, repleto de desamparo y una pesadumbre
descomunal. Pero, pese a haber perdido a su único sustento
emocional, Trafalgar no lloró. Sus lágrimas se mantuvieron a
tope, pues, irónicamente, jamás fueron despachadas en ningún
momento.
Ahora que lo piensa, el ojigris no se ha echado a llorar desde la
última vez que presenció la hermosa sonrisa de su padre, es
decir, hace catorce años. A veces le resulta inimaginable que no
sea capaz de sollozar tan libremente, sin embargo, hoy que se ha
convertido en alguien vivamente inexpresivo, Law le da poca
importancia a su limitado y mezquino problema sentimental de la
infancia.

Con un bostezo en marcha, el moreno toma su móvil, notando cómo


la notificación de un mensaje de texto se asoma desprevenida por
la pantalla de bloqueo. Arqueando una ceja en el proceso, el
muchacho desbloquea el pequeño aparato, sintiéndose ansiado
cuando se da cuenta que el mensaje recibido le corresponde nada
más ni nada menos que a Marco.
Doctor Marco
Trafalgar, necesito que vengas de inmediato a la Unidad de
Cuidados Intensivos. Quiero que ponderes junto a mí algunos
causales. /Enviado a las 6:48 a.m./
Law se queda pasmado en su puesto mientras relee el acotado
anuncio, recapacitando, una y otra vez, la verdad detrás de los
misteriosos "causales" de los que Marco desea departir tan
temprano por la mañana. Antes de que sea capaz de llegar a un
veredicto y, sin ser consciente de ello, otro mensaje arriba a su
plantilla de notificaciones, provocando que el desconcierto de
Law se acreciente a leguas.
Doctor Marco
Es una emergencia que requiere de medidas extremadas. Por favor,
ven pronto. /Enviado a las 6:53 a.m./
El término "emergencia" hace que Law se enderece mientras se
frota la tensa nuca con la turbación en pleno curso.
Law
Voy en camino, pero ¿qué sucede? ¿De qué quieres hablar?
/Enviado a las 6:54 a.m./
El estudiante de medicina no sabe por qué, pero su piel comienza
a estremecerse, como si una sonda eléctrica estuviese zarandeando
su
sangre desde el interior de su cuerpo. Law inicia a tener un mal
presentimiento, y este se multiplica cuando Marco rebate a su
última contestación.
Doctor Marco
Se trata de Luffy. Su sintomatología empeoró. /Enviado a las 6:56
a.m./

Todo comenzó a ir en declive luego de la consumación del verano.
Law lo sabe con claridad. Las crisis autistas de Luffy
incrementaron en estos últimos meses; a veces se exteriorizan
como meltdowns—episodios que se caracterizan por tener reacciones
de frustración temporal o una sobreestimulación sensorial
abrumadora que deriva en una situación de colapso o pérdida de
control—. No obstante, para su infortunio, el chico también
presenta shutdowns— cambios en la conducta que hacen referencia a
la interiorización de sentimientos de ira y desengaño, provocando
que el paciente ingrese en un estado depresivo que le hace
parecer ausente frente a otros—. «Mierda, mierda, mierda», Law
medita con la garganta enlazada en una atadura.
Es algo desgraciado. Mirar a Luffy sufrir por su padecimiento se
trata de un suceso totalmente miserable. Law, sin embargo, no
puede hacer nada por más que lo intente. Y eso le frustra
demasiado.
Por si fuera poco, las irrupciones nocturnas de epilepsia se
acentuaron, y ahora se muestran con mucha más constancia, haciendo
que la actividad cerebral de Luffy se altere, superando, así, los
límites comunes de tolerancia psicofisiológica que se asientan en
cada parte de su encéfalo.
Los siete meses, precisamente, concluyeron hace algún tiempo. Law
no es capaz de conmemorarlo del todo, pues, en ese momento, el
chico se hallaba más pendiente del bienestar personal de Luffy
que de otro acontecimiento exiguo. Naturalmente, Trafalgar no
sintió confort cuando el supuesto lapso de vida del menor llegó a
su fin, al contrario, Law se sintió destrozado, sabiendo que esta
persistente enfermedad no sería, en lo absoluto, amena con el
pequeño pelinegro durante el transcurso de las próximas semanas.

Con el aliento escandalizado, Law aligera sus pisadas, corriendo


por los baldíos pasillos de la Unidad de Cuidados Intensivos.
Cuando por fin llega a la oficina de Marco, el moreno se da el
pertinente tiempo para recuperar el denuedo perdido, inhalando y
exhalando con lentitud para bambolear el oxígeno que entra y sale
de sus agotados pulmones.
Está a punto de chocar sus nudillos contra la superficie pétrea
de madera, pero la tenue ventilación que le atiborra el rostro es
más que suficiente para hacerle alzar la mirada. Ojos alarmados
de color gris se topan con ojos atribulados de tinte crepuscular.
Ace mira a Law con una expresión lánguida; Trafalgar nota cómo de
sus mejillas bermejas sobresalen algunos restos de lágrimas, y
tampoco deja de lado el trazo de sus cejas, curvadas y anexadas
en una hipérbole oprimida.
Tratando de ser cortés, Law lo saluda con un asentimiento, pero
antes de que el serio aspirante a médico sea capaz de
incorporarse en el interior de la acotada habitación, Ace
sostiene su antebrazo con una fuerza ciclópea que le hace mirarle
con incordio.
—Te lo advierto, Trafalgar Law. — el chico de las pecas sisea
mientras le observa con un plante escrupuloso. — Aléjate de mi
hermano menor antes de que sea demasiado tarde para ti.
Sin más que agregar, el mayor de los hermanos lo suelta,
emprendiendo un nuevo camino hacia la salida concerniente de la
Unidad de Cuidados Intensivos. Law, reservadamente, lo estudia
mientras se aleja, mas, por esta vez, su introversión se nota
frágil, y su boca acaba por traicionarlo.
—No me iré a ninguna parte, Ace-ya. — Law dice, más imperturbable
que de costumbre, provocando que el aludido suspenda sus pisadas.
— Si tu hermano menor fue capaz de dejar de lado su aversión
hacia sí mismo para amarme, entonces yo no dudaré en renunciar a
mi paz para apropiarme de su corazón. No importa que el tiempo no
esté a mi favor, y tampoco me compete su actual estado de salud.
— el muchacho toma aire, adecentando sus próximas palabras. — No
necesitas alejarme del borde final, pues yo ya me he lanzado y he
caído en el interior del acantilado.
Law no se percata, pero, desprevenidamente, los márgenes de los
labios de Ace se extienden en una sonrisa agrietada, tan trágica,
pero ufana al unísono. Luffy, en efecto, logró formar una alianza
con un amigo incomparable, y ahora que Ace lo sabe, pese a
encontrarse en el ojo del huracán, no puede evitar sentirse
campante.

Hoy es un día malo. Las gotas raudas de lluvia se deslizan por
el cristal de la ventana, haciendo que la tarde se presente
vestida de aflicción frente a sus carentes espectadores.
Law observa por milésima vez la figura inmóvil de Luffy,
esperando, aunque sea, una mísera señal de movimiento por su
parte. Sus shutdowns, normalmente, no suelen durar mucho tiempo,
pero este lleva más de tres horas, y la paciencia de Trafalgar
tiene ciertos límites establecidos, especialmente cuando la
situación abarca este tipo de ejemplares alarmantes.
El moreno suspira, acoplando su espalda contra la silla de
almohadillas añiles. Pasan segundos que alteran su persecución en
escabrosos minutos; Luffy sigue sin hablar o moverse. Finalmente,
cuando la hora de la cena arriba, el chico pestañea, rotando su
mirada hacia la bandeja alicaída de comida.
—T-Torao... — el menor masculla, entornando los ojos.
Law, sin dudar de más, se pone de pie mientras toma rumbo hacia
uno de los extremos de la camilla hospitalaria. Se acomoda en un
espacio libre y observa a Luffy con los labios fruncidos.
—¿Sí?
Monkey, nuevamente, fija su vista sobre los exactos y hastiados
alimentos adecuados para su cena habitual: un emparedado de pan de
leche, embadurnado con crema de frutilla. El chico exhala con
flaqueza.
—N-No tengo hambre. — suelta, entreabriendo la desecada boca en un
aro deforme. — Y-Yo solo... quiero dormir.
El ojigris agita la cabeza, expulsando un respiro a media palabra.
—Tienes que comer algo antes de dormir. Te has saltado la
merienda, no puedes seguir con el estómago vacío.
—P-Pero...
—Está bien, tengo una proposición para ti. — Law le interrumpe,
cercenando el emparedado en dos partes iguales. — Comeremos los
dos, juntos. — inhala con fuerza antes de colocar una de las
piezas de pan sobre la mano agitada de Luffy. — Si te comes tu
ración, te daré un beso. ¿Qué dices?
La tan esperada sonrisa de Luffy finalmente aparece, haciendo que
el corazón de Law de un salto hacia adelante, permitiendo que su
caja torácica se apiñe contra los desmesurados músculos del
pecho.
—¿En los labios? — Luffy cuestiona, empezando a avecinar el
méndigo emparedado hacia la arista descubierta de su boca.
—En los labios.
Con una última mirada de entusiasmo, Luffy se lleva el emparedado
a la boca, devorándolo de un solo y amojonado bocado. Law lo
contempla con una mueca jubilosa, mordisqueando con clara
aversión la pieza de hogaza que sostiene. Pese a odiar el pan,
Trafalgar le da poca importancia, ya que, si siempre será
recibido por esta escena, en la que Luffy le concede una inocua
sonrisa, entonces su inquina puede esperar.

Esa misma noche, la placidez conoce lo que realmente significa la
fatalidad.
Law mantiene los ojos cerrados, sentado en el canapé azul que
descansa al lado de la camilla del hospital mientras sostiene la
reducida mano de Luffy, escurriendo, suavemente, la tersa piel
contraria. El sueño le gana, y Trafalgar empieza a aflojar sus
extremidades, tensas más de lo usual.
De pronto, el ojigris siente un tirón en su mano, como si
estuviese siendo sacudida por algo. Abatido, Law abre los ojos,
topándose con una secuencia aterradora.
Los músculos de Luffy están contraídos mientras los violentos
temblores que azotan su cuerpo le hacen arquear su espalda de la
cama. Sus ojos, usualmente risueños, se hallan rígidos, sin vida o
recato propio. Law eleva las cejas ante la imagen.
—Maldita sea. — impreca, levantándose del incómodo reclinatorio.
Sin perder otro segundo más, Law despoja las sábanas que cubren
el cuerpo en movimiento de Luffy, procurando evitar que la tela
lo injurie o, en caso grave, lo asfixie hasta matarlo. A
continuación, el estudiante de medicina afloja, cuidadosamente,
los botones del pijama azulino de rayas, dejando el oliváceo
cuello ajeno completamente emancipado de cualquier peligro
adyacente.
Estudiando su reloj de mano, Law se da cuenta que el feroz espasmo
lleva más de cuatro minutos y, pese a tener que encontrarse en un
estado inatacable para este entonces, la maldita convulsión se
acelera, haciendo que Luffy, en contra de su voluntad, inicie a
morderse la lengua y poner los ojos en blanco.
—No. — Law musita con las manos vibrantes. — No, no, no...
Con el temor cascando su mente, Law toma el teléfono médico,
preparado para demandar una cantidad certera de refuerzos, sin
embargo, justamente cuando sus dedos rozan el primer pulsador, la
convulsión se detiene de golpe.
Azorado más que nunca, Trafalgar se aproxima hacia la cama,
viendo cómo el cuerpo de Luffy, indudablemente, se encuentra
almidonado sobre el gélido colchón. El chico no se mueve y no
emite sonido alguno, en realidad, pareciera como si...
«No, te lo ruego, no hoy»
Law, velozmente, se posiciona encima de su cuerpo, apoyando una
de sus orejas sobre el descubierto pecho de Luffy, esperando con
el auge sobrante escuchar sus tan codiciados latidos. Sin
embargo, el lozano palpitar del muchacho más joven nunca emerge
otra vez.
Monkey D. Luffy ha perdido su ritmo cardíaco.
«No me hagas esto, Luffy-ya. Joder, ¡no me hagas esto!»
Sin dar su brazo a torcer con tanta facilidad, Law acude a la
técnica más básica en aspectos internistas: la reanimación
cardiovascular.
Los golpes que el ojigris confiere sobre el pecho de Luffy son
todo menos sutiles. Lo golpea con un ánimo monumental, sin
desear dejarlo ir, no aún, no de esta forma tan degradante.
Después de un tiempo lacónico, los ojos del menor comienzan,
sorprendentemente, a blandirse, finalmente recuperando la
conciencia y el conocimiento, pero lo más importante, recuperando
la vida.
Law aplaza sus hendiduras cuando se da cuenta que la respiración
del chico empieza a reintegrarse, llenando sus vacíos pulmones de
aire.
Luffy estatuye la vista, mirando a Law con la confusión a flor de
piel. —¿T-Torao...?
Paulatinamente, a medida que el pequeño pelinegro recupera su
pensamiento restante, observa que las sábanas han sido retiradas
y, de igual manera, su pijama ha sido ablandado. Sobresaltado,
Monkey vuelve a soldar su mirada sobre Law, despavorido y, al
mismo tiempo, fatigado por su reciente trance.
—T-Torao. — repite, tragándose sus lágrimas. — Cuánto lo...
—No hables. — Law susurra, acariciando ambos bordes de su rostro.
— Tampoco te justifiques por algo así. No es tu culpa. — apoya lo
que resta de su cuerpo sobre la delgada camilla, abrazando a
Luffy, atrayéndolo hacia él hasta que ambas pieles se tocan. —
Solo... por favor...
Apenado por causarle pavor a Law, Luffy le devuelve la caricia,
encubriendo su cabeza en al agujero que aún persiste de la
almohada de plumas.
—Sonríeme.
Luego de eso, ninguno de los dos declara otra palabra más. No
obstante, Luffy obedece a la petición anterior y reclina la
mirada mientras se endereza. Contempla a Law desde arriba, y no
duda en sonreír con la autenticidad braceando por cada extremo de
su boca. Law, sintiendo la infamia apoderándose cada vez más de
su corazón, agradece silenciosamente el gesto, limitándose,
únicamente, a tatuar en su mente la hermosa vírgula encorvada de
aquellos labios azafranados.
En la oscuridad de aquel crepúsculo, relente y nostálgico, el
último recuerdo que perdura es el de esa sonrisa agraciada.
Capitulo 9Ser convocado de imprevisto nada más ni nada menos que
por el mismísimo directivo de su facultad no debería causarle
tanta grima interna, pero, aseverativamente para Trafalgar, sí
lo hace.
Law, desde el comienzo, siempre fue visto como un prodigio innato.
Durante el primer año de su carrera académica, el chico logró
alcanzar a los recién graduados de la época e, incluso, fue
conmemorado con el premio a la mejor distinción como alumno
honorífico pese a ser un crédulo novato de dieciocho años.
Hoy, a los veintitrés, es considerado un genio de la medicina.
Law tiene las bases memorizadas, cumple con las directrices
exactas de un médico profesional y, sobre todo, posee el
conocimiento necesario para ejecutar su trabajo. Es, por entero,
un tipo ilustrado de pies a cabeza.
Ahora que lo especula de mejor manera, Law no está preocupado por
la súbita convocación de una de las mayores autoridades
universitarias, no, ahora en su mente únicamente reina la
ansiedad por saber qué es lo que realmente le espera una vez sus
pies crucen las puertas ciclópeas que tiene frente a sus ojos,
tan solemnes y bañadas en astillas de roble puro.
El ojigris retiene un respiro áspero, pisoteando con premura el
alabastro del piso con la punta de sus zapatos. Su vista se ciñe
sobre la arista de la aguja del reloj que descansa contra la
encarnada pared, notando que los segundos se hacen más largos con
cada oscilación que sus músculos conciben bajo las capas
refinadas de ropa.
Prontamente, las voces silentes provenientes del interior de la
interminable oficina se tornan más animosas, provocando que Law
pestañee y se enderece del incómodo asiento de terciopelo
escarlata. La desmesurada puerta se abre, dando a relucir las
figuras autocráticas del director de su facultad y rector
universitario. Una vez más, el moreno reprocha un suspiro y su
porte se ciñe en una hilera rectilínea antes de inclinarse con
lentitud para recibirlos instruidamente.
—Buen día, señores. — Law saluda con reserva, acentuando sus manos
contra los laterales de sus muslos.
El decano suelta una risilla, indicándole a Law que puede
enderezarse. —Ya no es necesario que te inclines, jovencito. —
dice, acomodando de mejor forma el manuscrito que se filtra por
sus dedos. — O debería decir... colega.
Ante el desprevenido comentario, el chico desencorva la espalda
mientras su mirada se alza, estudiando a su directivo general con
los ojos entornados y una ceja alzada.
—¿"Colega"? — Law no puede evitar preguntar, sintiendo una
ligera estocada en su pecho. — ¿Qué quiere decir, señor?
El rector aclara su garganta, dirigiéndose al más joven con la
vista campante.
—Lo que escuchaste, joven. — murmura, acercándose al chico antes
de ofrecerle una ligera palmada en el hombro. — Hemos estado en
contacto con el doctor Marco; nos ha dicho y mostrado maravillas
de ti, especialmente de tu insuperable resiliencia en las
prácticas generales y sociales sobre tu futuro campo laboral.
Además, lo hemos estado pensando en conjunto con el consejo
estudiantil y la oficina de maestrías desde hace algún tiempo.
Law se queda estático, sin saber qué replicar o hacer ahora. «No
puede ser... Está pasando», es lo único que consigue cavilar antes
de, nuevamente, ser bombardeado por la retaguardia.
—Felicidades, doctor. — su decano congratula, ofreciéndole a Law
el tan esperado documento que ha anhelado durante toda su vida:
su título oficial. —Podrás iniciar tu especialidad en cirugía en
el transcurso de los próximos meses. Por el momento, limítate a
festejar por tu esfuerzo obrado durante estos últimos cinco años
y medio.
«Realmente está pasando»
Sus manos se tensan, empezando a liberar los molestos temblores
que tanto repudia cuando permite que su mente excarcele sus tan
sigilosos nervios. Trafalgar traga duro, dando un inseguro paso
al frente antes de rozar con las yemas de los dedos el folio
color crema. A la vez que analiza la fina letra que sobresale de
la abultada hoja de papel, sus pupilas se expanden y su boca se
siente seca. Parece ser un sueño, uno terriblemente realista, sin
embargo, Law sabe que no lo es, no cuando sus ojos empiezan a
aguadarse con un auge faraónico mientras contempla el magnífico
epígrafe de su nombre con la palabra "doctor" a un costado.

Law no es capaz de soslayar la ligera sonrisa de júbilo que


empieza a asomarse por sus labios. Su mente inicia a aventurarse
por el sendero de sus memorias más estimables, recordándose a sí
mismo como un crío mientras sostiene la cálida mano de su padre
en aquella banca de caoba suave, atendiendo el precioso atardecer
que se encubre por las altas cumbres escabrosas.
—Papá. — el chiquillo musita, apretando la aún voluminosa mano de
su padre.
Corazón parpadea, ladeando la vista y abaratándola hasta toparse
con su pequeño hijo. —¿Qué sucede, Law?
El pelinegro frunce sus labios, tragándose sus lágrimas antes de
contemplar al rubio con los ojos abiertos de par en par.
—Por favor. — implora, ajustando su diminuta figura contra el
cuerpo formidable que descansa a su lado. — Cuando sea mayor me
convertiré en un doctor, encontraré una cura para tu enfermedad y
podré salvarte. Así que, te lo ruego, papá. — el niño empieza a
sollozar en silencio, limpiándose las bermejas mejillas con la
gruesa manga de la bata hospitalaria de su padre. — Espérame un
poco más, sólo un poco más.
Rosinante suelta una reducida carcajada, atrayendo hacia su
regazo el ínfimo cuerpo de Law mientras lo elogia con un beso en
su frente.
—No necesito esperar, dulce niño. — el mayor consolida,
acariciando las tenues cadenas oscuras de cabello. —Ni un año, ni
dos, ni tres... Ni siquiera una tosca eternidad. — le abraza
estrechamente, acomodando su barbilla sobre la pequeña cabeza de
Law mientras lo mima con caricias paternales. — Porque tú me
traes consuelo cada vez que te veo y te escucho parlotear, me
traes alivio cuando me abrazas y me dices que me amas. — Corazón
limpia
las amotinadas lágrimas y mira a su hijo con los ojos
atiborrados de ternura. — Y, sobre todo, me traes la cura cada
vez que recuerdo que tú eres mi hijo.
Deshaciéndose de sus remembranzas pasadas, Law encumbra la vista
de la delicada lámina de papel, retornando paulatinamente a la
actualidad y reteniendo una áspera exhalación en su garganta.
Observa por unos segundos a las autoridades universitarias y,
pese a haber sido advertido con anterioridad, el chico se inclina
una última vez en son de genuina gratitud antes de erguirse y
girarse con rapidez hacia la libertina salida de la oficina del
directivo general de su ahora ex-facultad.

Normalmente, Law suele conmemorar sus logros personales con una
tenue visita a su restaurante favorito de bolas de arroz mientras
se deleita con los melodiosos acordes que el koto entona por cada
rincón del lugar, mas, en estos precisos instantes el único
propósito que prevalece en su cerebro es la infantil imagen de la
ridículamente inmensa sonrisa de Luffy.
Después de días sin verlo propiamente por cuestiones meramente
académicas, Law anhela volver a contemplar su rostro, agraciado y
animoso al mismo tiempo, a la vez que sus dientes sobresalen
entre los bordes sonrosados de su lozana sonrisa aniñada. No
necesita otra cosa en estos momentos; basta con un ligero gesto
sonrojado, una inocente caricia e, incluso, un destello de ojos
nocturnos para que Trafalgar D. Water Law sucumba ante su propia
bonanza.
El hospital se siente más frío de lo usual, pero el moreno le da
poca importancia a la irrelevante observación. El metal de las
suelas de sus mocasines oscuros estalla en soniquetes continuos
que ensordecen los amplios y vacíos pasillos blanquecinos; las
miradas curiosas de las enfermeras y asistentes médicos le
perforan el cráneo, pero, al igual que lo anterior, Law lo
desdeña sin pestañear ni un ápice. Su respiración se ensancha
contra su pecho y sus suspiros fatigosos delatan enseguida el
ansia que predomina sobre sí.
Cuando finalmente llega a la tan familiarizada habitación de
Luffy, el chico no se molesta en tocar la reducida puerta, sino
que la abre sin rechistar. Law se topa con la imagen de los ojos
atezados del menor mientras observa la ventanilla de su cuarto;
una escena que, al igual que todas, es demasiado nostálgica.

Law esboza una inusual sonrisa enternecida y no puede evitar


sentirse dichoso por la simple acción.
—Luffy-ya. — llama, extendiendo en el proceso su título
universitario con la alegría rebosando por su voz. — Finalmente
lo he conseguido. — alega, ampliando su mueca risueña. — Me he
graduado.
El aludido corresponde a su llamado, y como si fuese una
eventualidad fantasiosa, Luffy sonríe con calidez. —¿Sí? —
murmura, entornando los ojos lentamente. — M-Me alegro por ti,
en serio lo hago...
Hay algo extraño.
Law, pese a sentirse gratificado, no es capaz de dejar de lado
las notables pizcas de tristeza que se muestran cada vez más
nervudas por los bordes de las pupilas ajenas. No es común, en lo
absoluto.
—¿Qué sucede? — Trafalgar, siendo suspicaz, pregunta.
—¿E-Eh?
—¿Qué sucede? — repite, frunciendo el ceño y deshaciéndose de su
felicidad transitoria. — ¿Tienes sueño? ¿Necesitas ir al baño?
¿Tienes hambre? ¿Alguien te ha dicho algo? — Law suspira y con su
mano libre frota su nuca. — Dímelo, por favor.
La sonrisa de Luffy se esfuma automáticamente, y una mueca
de melancolía descomunal se asienta por el completo linaje
de su cara.
—Vaya, debes conocerme muy bien. — el chico susurra para sí
mismo, pero, para su infortunio, Law logra escucharlo. — Y-Yo...
— titubea, derrotado. — No mentí cuando te dije que estaba feliz
por ti, p-pero...
Trafalgar, tragándose su orgullo e inquietud, da un paso al
frente. —¿Pero? — le anima a continuar.
Monkey muerde con fuerza su labio inferior, intentando con todo el
auge restante mantener sus lágrimas indeseadas a tope.
—R-Realmente lo siento, pero... — pasa una cantidad considerable
de saliva por su garganta, tratando de no desmoronarse. — ¿Quién
eres?
Law abre los ojos paulatinamente, sopesando, una y otra vez, la
cuestión de mal gusto. Antes de que tenga la oportunidad de
afrontar la situación, Luffy lo interrumpe, y hace que sus miedos
más profundos se atiborren en su corazón, dañado por las próximas
palabras del pequeño pelinegro.
—N-No te recuerdo... — Luffy parpadea con rapidez, soportando la
vergüenza y las ganas de echarse a llorar. — N-No sé quién eres.

Era cuestión de tiempo para que su breve fantasía se cayera a
pedazos frente a sus pies.
El último escalón antes del final del camino en este tipo de
patologías siempre es la maldita demencia acompañada con amnesia
severa a causa del abuso de antiepilépticos de calibre
tempestuoso, Law siempre lo supo con el raciocinio intacto y
Marco se lo recordaba a diario. Sin embargo, ahora que lo tiene
justo al alcance de su mirada, haciéndole frente a la situación,
el chico no puede evitar sentirse dolido consigo mismo por haber
creído que tal vez, sólo tal vez, esta impasible enfermedad se
esfumaría por completo y dejaría al autismo libre de
persecuciones inoportunas. Law observa a Luffy con ojos
distantes, esperando, aunque sea, algún comentario indiferente
por parte suya. Han pasado algunas semanas desde que el chico le
confesó a Law que, en efecto, había perdido una parte primordial
de sus funciones cognitivas, no obstante, el moreno siempre se
mantuvo constante en sus visitas hospitalarias, pese a verse
lastimado la mayor parte del tiempo.
—D-Debes odiarme mucho. — el menor habla silenciosamente,
expulsando una risilla lúgubre en el proceso. — Que estés aquí,
no por obligación, sino por voluntad propia, tiene que ser
extremadamente difícil, ¿n-no?
—No, te equivocas. — Law replica sin dudarlo. — Al contrario,
Luffy-ya. — suspira y acomoda las trepidantes manos en su
regazo.
— Sabes, aún recuerdo el sentimiento que causaste en mí la primera
vez que entablamos una conversación real. — el ojigris ríe al
renombrar la pulcra añoranza. — Desde que comencé a visitarse
diariamente para completar mis prácticas sociales, supe desde el
principio que te encontré para perderte, y que te quise demasiado
para echarte de menos en la actualidad. Fue inevitable. — bosqueja
una sonrisa resquebrajada y observa a Luffy con los ojos cansados,
a punto de cerrarse por la nebulosidad que preludia de ellos. —
Nuestro encuentro fue tontamente inevitable y, trágicamente,
nuestra despedida también lo será.
Luffy baja la mirada, apesadumbrado por la pesada emoción que se
escabulle entre las capas más gruesas de su espíritu, severamente
agonizante. Law lo nota, pero no inquiere en demasía.
La breve plática se acaba ahí.

—Por favor, dímelo. — el chico suplica una mañana de invierno,
estriando los resecos labios.
—¿Qué?
—Tu nombre. — aclara, señalándolo acusatoriamente con el dedo
índice. — Dímelo.
Law arquea una ceja, notando que la curiosidad en la mirada de
Luffy es rematadamente auténtica.
—¿Por qué quieres saberlo? — el mayor interpela, calmoso y
terriblemente prudente.
Monkey se encoge de hombros, midiendo el diámetro de sus
siguientes vocablos. —Porque sé que me guardas cariño. —
contesta, irguiéndose con dificultad de la cama. — Yo... también
quiero. — suspira y consigue flaquear el nudo que se acopla
contra su tráquea. — A-Así que, te lo ruego... permíteme hacerlo
otra vez. — mira a Law, determinado y seguro de sí mismo como la
primera vez que cruzaron cumplidos verdaderos. — P-Permíteme
contemplarte, permíteme encontrarte.... permíteme amarte. Una y
otra vez, hasta que sea capaz de reclamarte, no como una
posesión, sino como un camino hacia nuestra libertad.
Law lo atiende desde lejos, rememorando lo ilusionista que Luffy
puede llegar a ser en esta clase de situaciones. Sonríe con
debilidad y se ajusta el despeinado cabello hacia atrás.
—Trafalgar. — empieza, sintiéndose ausente.
—T-Trafalgar.
—D.
—D.
—Water.
—W-Water.
—Law.
—L-Law.
Law desvía la vista por un momento, entorpeciendo a propósito su
intolerante ansiedad. Cuando por fin se atreve a retornar el
rostro, Luffy se mantiene en silencio, esperando el próspero
desenlace.
—Trafalgar D. Water Law. — Law concluye.
El menor cierra los ojos, grabando con tintura permanente el
apelativo brindado.
—T-Tu nombre es muy bonito... ¡N-No, no es cierto! ¡E-Es más que
eso! E-Es... extraordinario. — Luffy musita lo último,
perfilando un enclenque visaje mientras examina a Law con los
ojos ablandados. — Torao.

—Torao... — Luffy susurra con voz decaída mientras observa el
latoso techo de su pieza.
Law deja de concentrarse en su libro médico y alza la mirada,
dejando el pequeño escrito en la mesita de noche del costado
mientras se acerca a Luffy y toma asiento en el borde despejado
de su cama.

—¿Sí?
—Y-Yo... Creo que...
Desprevenidamente, las mejillas de Monkey se tiñen de bermejo,
haciendo que la preocupación de Law se acreciente.
—Oye, ¿qué pasa? ¿Te sientes mal? — el mayor interroga, posando el
linde posterior de su mano sobre la frente de Luffy. — No tienes
fiebre.
El menor exhala con fuerza, sintiéndose tremendamente avergonzado.
Law encoge el semblante.
—Luffy-ya, no tienes nada que temer. — asegura, arrullando su
pómulo colorido. — Puedes decirme lo que sea. Vamos, ¿qué
sucede? Monkey, por segunda vez consecutiva, deja salir un
respiro agitado.
—P-Promete no dejarme...
—Pero ¿qué rayos...?
—¡P-Promételo!
Law junta ambas cejas, pero, aseverativamente, suspira a la vez
que asiente con su cabeza.
—De acuerdo, lo prometo.
El menor toma el valor suficiente para mirar a Law; sus labios
tiemblan, mas eso no permite que suelte sus retraídas inquietudes.
—M-Mojé la cama... — masculla, escondiendo el abochornado rostro
entre sus manos.
El silencio se hace palpable, provocando que el chico empiece a
arrepentirse de habérselo confesado. No obstante, segundos más
tarde, la inofensiva y cautelosa risa de Law satura cada rincón
de la reducida habitación.
—¿Eso es todo? — el ojigris pregunta, arrugando la nariz. —
Solías decírmelo cada vez que tenías una crisis epiléptica severa
y tus esfínteres se distendían inconscientemente. Ya estoy
acostumbrado, así que... mírame y no te sientas apenado por algo
tan estúpido. — lentamente, Law retira las palmas ajenas,
divisando las adorables mejillas ruborizadas y la ligera sonrisa
nerviosa que empieza a formarse en los labios contrarios. — Sí,
eso es, sonríeme. — suelta en un murmuro bajo, retirando los
mechones rebeldes de pelo que corren por las sienes de Luffy. —
Eso es todo lo que necesito para mantenerte inalterable en mi
mente.
El menor desparrama su sonrisa, y eso es suficiente para hacer
que el corazón de Law se aquiete como un felino domesticado.

Esta tarde de otoño el sol centellea alto, cosa que, últimamente,
no es muy común en estos días donde la languidez se postra con
brío sobre el firmamento. Luffy, como es costumbre suya, observa
el paisaje exterior, deleitándose con las distintas escenas que
se presentan hermosamente frente a sus ojos.
Desprevenidamente, su vista se traslada hacia el otro lado,
tropezando con la imagen de Law mientras, como otro hábito, lee un
libro. Luffy delinea una sonrisa conmovida y no puede evitar
apreciarlo como suele hacerlo con las cordilleras que descansan
majestuosas fuera de su ventana.
Law parece notar la inculpada mirada contraria, ya que sus propios
ojos lo traicionan y se elevan hasta chocar contra ciénagas
trasnochadoras.
—¿Qué sucede? — el mayor curiosea, cerrando su libro de un toque.
— ¿Acaso tengo algo atascado en el rostro? — chista.
Monkey muerde sus labios, áridos e insalubremente deshidratados. —
No, simplemente pensaba.
Trafalgar parpadea, inquiriendo con sigilo los secretos
pensamientos del menor. Se inclina en su asiento y se cruza de
brazos con un respiro hondo.

—Ya veo. — sagazmente contesta, acoplando los pies. — ¿Te apetece


compartir?
Una vez más, Luffy ladea su atención efímeramente hacia las
montañas oliváceas del exterior antes de, otra vez, reintegrarse
a las pupilas de Law.
—N-Nunca fui bueno para pensar con presteza, sabes. — el muchacho
dice, reclinando el rostro. — Y, esta vez, deseaba pensar en algo
imborrable, que lograra hacerme olvidar mi realidad, y me hiciera
vivir una historia fantástica. — ríe, dejando a relucir los
repliegues de sus párpados. — Quise concentrarme en las cumbres
verdes de afuera, pero mis ojos se dirigieron a ti, y...
simplemente pensé que eras precioso.
Abstrayéndose en su totalidad, Law repiensa cada letra, palabra
y frase que la boca de Luffy formula. Se siente insólito,
especialmente cuando su respiración se obstruye y el palpitar de
su corazón empieza a cascarle cada arteria. Trafalgar intenta
recobrar la compostura y, casi al borde de su propio agobio,
corresponde como se debe.
—¿Pensaste que yo era...?
—Precioso. — el chico reitera, haciéndole saber a Law que no se
trata de ninguna crédula broma. — Sí, Torao, pienso que eres
precioso. — vuelve a asegurar, esta vez en tiempo presente. — Y
ahora sé que tendré que recordártelo la próxima vez que nos
conozcamos.
Law se mantiene quieto, ponderando con cuidado la última locución.
«"La próxima vez que nos conozcamos"», el moreno cavila,
haciendo que su labio inferior empiece a trepidar con violencia
a la vez que su piel se estremece sin oponerse en lo absoluto.
Nadie lo sabe aún, pero quizá la próxima vez que se conozcan
finalmente podrán gozar de la esencia del otro mientras se
recuestan bajo el mismo cielo.

La noche se presenta lóbrega sobre el manto estelar. Las horas
pasan y la madrugada exterioriza su turbada aparición. Law suelta
su quinto bostezo consecutivo; sus ojeras retumban bajo sus ojos
y el cansancio es palpable en todo su cuerpo. Desea dormir, pero
sabe que no puede hacerlo, no cuando Luffy tampoco es capaz de
cerrar un ojo a causa del insomnio crónico que la progresión del
autismo le ha causado a su sistema.
—Te notas cansado, Torao. — el muchacho más pequeño murmura,
apoyando la cabeza en el ancho hombro que se instala a su lado. —
Deberías dormir, aunque sea un poco.
Hay una pausa, una que se extiende hasta que los labios de Law
sueltan un soplido atosigado. —No, no quiero dejarte solo. — el
mayor protesta, cortando por completo la distancia entre ellos.
Los hombros de Luffy comienzan a vibrar por la tenue carcajada
que sus cuerdas vocales expelen de su garganta, tan seca y baldía
como un desierto.
—No me dejarás solo, Torao. Nunca lo harás. — Monkey susurra,
acurrucándose contra Law. — Porque estás aquí, junto a mí.
A medida que el sueño se apodera de él, Law intenta no dejarse
arrastrar por el tentativo revestimiento de la almohada de
plumas. Es complicado, pues sus pestañas empiezan a besar sus
pómulos sin ser lúcido a la acción hecha.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que nos volveremos a ver? — el
ojigris musita, recobrando la conciencia con una temática poco
substancial. — ¿Cómo lo haces? ¿Cómo logras ser tan seguro de ti
mismo pese a...?
—Torao. — Luffy intercepta, tomando su brazo y aferrándose con
debilidad de él. — Hace algún tiempo, no muy lejano, tuve un
sueño. — relata, escondiendo la mitad de su rostro contra la
clavícula del más alto. — Soñé con una tripulación, dos barcos,
un sombrero de paja, un tesoro y un aliado en particular. Fue
maravilloso. — su sonrisa inicia a dilatarse, provocando que sus
dientes se abran paso a través de su boca. — N-No lo recuerdo muy
bien, pero tuve que separarme de mi tripulación por algunos
años... Tenía que socorrer a alguien muy importante para mí. —
los ojos oscuros empiezan a nublarse, siendo víctimas de la
próxima tormenta. — Al final... fallé, y estuve a punto de morir
por mis heridas y una quemadura efectuada en el pecho, justo
aquí. — lentamente, conduce la mano de Law, colocándola con
sutileza en el medio de su esternón. — Pero alguien me salvó de
la muerte, cuando fácilmente también pudo asesinarme. — continúa,
inmovilizando su vacilación. — Sin saberlo con precisión, ese
alguien se convirtió en mi aliado, mi amigo... mi todo.
Luffy no logra contener el resto de su sentimentalismo camuflado.
Sus lágrimas caen como gotas de lluvia en plena tempestad, y Law
no es capaz de hacer otra cosa más que brindarle alivio a través
de sus caricias y besos efusivos. Un quejido ronco se escapa de
su garganta, seguido de una hilera de sollozos de cólera. El
dolor en su pecho se hace más prominente, haciendo que sus
pulmones se prensen con facilidad bajo su caja torácica.
—S-Si pudiera hacerlo... Si solo pudiera hacerlo. — gimotea,
abrazándose a Law con la última fuerza que le queda. — Te juro
que, si viera una estrella fugaz en estos momentos, no dudaría
ni un segundo en pedirle que no me alejara de tu lado.
Law, sin dejarse llevar por primera vez de la razón, aprieta la
mano contraria, tirando de ella hasta retratarla contra sus
labios.
—Aún no lo entiendes, Luffy-ya. — el moreno musita, entrecerrando
la vista con aprieto. — Tu brillo es tan colosal que puedo
sentirlo henchirse contra mis entrañas. Se siente tan mágico. —
Law cierra los ojos, empezando a respirar con dificultad. — No
necesitas pedirle un deseo a una estrella fugaz, porque tú eres
la estrella fugaz. — su voz se quiebra y sus manos se entumecen.
— La pregunta aquí no es ¿"por qué"? Sino ¿"cuándo"? — Law
fortalece el abrazo, y ahora sus rostros se hallan a pocos
milímetros de distancia. — Sabes que te veré de nuevo, así que,
respóndeme...
¿Cuándo volveré a verte?
Luffy aparta con lentitud su mano y la apoya sobre el pecho
cubierto de Law, su cabeza se acomoda contra la almohada y su
mirada se esclarece, provocando que la tranquilidad vuelva a
resurgir entre las corrientes turbulentas de la mente del moreno.
—Otro día. — confirma, besando castamente su nariz. — Por ahora,
duerme. Ya no quiero retenerte.
—Pero...
—Cuando despiertes, te recibiré con una sonrisa, de esas que
tanto te gustan. — el chico susurra, acomodándose entre la
calidez de las sábanas. — Eventualmente, te daré un beso y
sostendré tu mano todas las veces que quieras.
Sintiendo cada vez más a los brazos de Morfeo apoderarse de él,
Law se da la egoísta libertad de cerrar por completo los ojos,
empezando, paulatinamente, a perder el conocimiento mientras
asiente con la cabeza.
—¿Lo prometes? — el mayor alcanza a interpelar antes de que su
subconsciente sucumba.
Un crudo silencio es la única respuesta que consigue obtener, uno
que, sin ser escrupuloso del todo, prevalecerá con él por el
resto de su vida cuando sus ojos se abran por la mañana.
Capitulo 10Cuando Law despierta al día siguiente, lo primero que
se siente no es el habitual calor que tanto está acostumbrado, si
o frío, un detestable y pavoroso frío que se cuela por sus huesos
como si fuese una ventisca se invierno en medio del Everest. Las
abultadas sábanas, pese a ser de lana no son rival para
socorrerlo de la frigidez que lo paraliza contra el duro colchón
de la camilla del hospital. Poco a poco cuando si cuerpo logra
distenderse de su embotamiento, la frazada azulada se desliza por
sus hombros, acando con un ajuste en el vértice osudo de su
cadera.
Sus ojos empiezan a adecuarse a la turbulenta luz del sol que
consigue filtrarse por las oscuras cortinas de la habitación,
despertando sus sentidos y avivando, paulatinamente, su
razonamiento para examinar lo que tiene frente a él. Law analiza
absolutamente todo, desde el asiento de terciopelo, hasta la mesa
médica que descansa en el rincón final de la reducida pieza. Sus
pupilas negruzcas observan y su cerebro descomunal memoriza, sin
embargo, hay algo que Trafalgar no se atreve a reconocer, ni
siquiera con la mentalidad apropiada en curso. El moreno, a pesar
de ser lúcido a la situación actual, se niega rotundamente a
dirigir su vista a un costado, donde el cuerpo de Luffy se halla
tumbado, inmóvil y gélido al tacto. Y aunque desee con todo su
esfuerzo que esto se trate de un simple mal sueño, Law, en
efecto, sabe que no es así.
Con el corazón en la mano, Law se endereza por completo y sus pies
tocan el impasible piso antes de ponerse sus zapatos de cuero.
Frotándose los ojos más de lo necesario, el muchacho toma un
respiro profundo, llenando sus pulmones de aire y preparándose
mentalmente para no sucumbir ante su débil susceptibilidad.
Decisivo, el ojigris rota el rostro, observando lo que tanto
teme, y ni siquiera así, con su impasibilidad inquebrantable, Law
sabe cómo remediar el colosal dolor que, desprevenidamente, ataca
su pecho con un furor atroz.
Luffy yace con una sonrisa, una tan radiante que podría sosegar
la frialdad que se realza por su piel. Sus ojos aún se mantienen
abiertos, pero el brillo característico que jamás faltó en llenar
el corazón de Law, es inexistente. Ahora, en sus iris, reina el
color plomizo, tan opaco y carente de vida.
Law, atormentado más que nunca, se acerca al borde de la cama y
se inclina con un encorvamiento de su espalda. Antes de liderar
su mirada hacia el pequeño pelinegro, Law observa con un
sentimiento ficticio el medidor cardíaco que se tiende sobre la
cama. Su garganta se cierra cuando denota que la frecuencia
cardíaca es nula y que los latidos, anteriormente fogosos, hoy no
son más que restos de reliquias pasadas. No hay ni siquiera un
vestigio de pulso y, si en dado caso lo hubiera, Trafalgar
tendría por seguro que no sería más que su ingenua mente
jugándole bromas menoscabadas.
Alzando nuevamente la vista, Law contempla la estática expresión
contraria. Es pacífica, sin ningún indicio de preocupación o
dolor. Es, con simpleza, bobamente mansa. El moreno suelta un
tembloroso suspiro, apoyando ambas manos sobre el ángulo
descubierto del colchón, sosteniéndose con fuerza de él para no
desvanecerse ahí mismo. Audazmente, inicia a conmemorar los
momentos más boyantes que vivió estos dos últimos años,
renombrando la primera vez que conoció a Luffy, la primera vez
que supo que no tendría que guardarle cariño, la primera vez que
fue consciente que no sería capaz de admitir que no era lo
suficientemente fuerte como para alejarse de él, la primera vez
que compartieron un abrazo, la primera vez que acarició sus
labios con los suyos propios... Y tampoco dejó de lado las
segundas veces que hizo todo eso, hace, apenas, medio año.
Es ahí, luego de haberse prometido a sí mismo que no caería ante
su compasión, cuando Law se despeña como un ave sin alas. Sus
ojos empiezan a aguadarse, pero aquellas lágrimas sublevadas
nunca salen, no porque Law desee ser arrogante, sino porque no
logran ser expulsadas, ni siquiera con la imagen frente a él.
Inconscientemente, Trafalgar empieza a reprimirse, impidiendo que
sus sollozos partan y, que, en lugar de liberarse, se estanquen
en su garganta mientras su respiración se obstruye en sus
pulmones como un aguijón de punta mortífera.
No hay palabras o gestos para expresar su angustia. Le basta con
contemplar a Luffy para saber que su mundo se fue abajo, no por
primera vez, sino por segunda. El dolor es indescriptible,
forzudo y terriblemente desgarrador. Lo corta desde adentro como
un cristal recién creado, listo para hacerlo sangrar desde la
raíz más profunda que su corazón atesora. El quebranto de una
pérdida lo abruma, pero es más que suficiente para provocar que
su sensatez perezca automáticamente.
Tratando de redimirse, Law vuelve a alinearse, extendiendo
pausadamente su brazo y dirigiendo sus dedos índice y medio
hacia los párpados de Luffy. Mientras los baja, contemplando
cómo esos agraciados ojos empiezan a cerrarse, el muchacho se
siente desorientado. Law no quiere hacer otra cosa más que
lanzar un grito al aire, maldiciéndose a sí mismo por haber sido
un crédulo imbécil que llegó a pensar que podría contentarse con
el amor de un ser que, desde el comienzo de todo, estaba
destinado a alzarse sobre el cielo.
Sabe que debe notificar la muerte a los asistentes médicos y,
especialmente, a Marco, pero Law no quiere apartarse de Luffy. No
sin antes despedirse propiamente.
Con la cúspide de su espíritu más rota que un longevo jarrón de
vidrio, el moreno se da la compleja tarea de apretar el pulsador
de emergencia de la habitación hospitalaria, anunciando
automáticamente el despreciable deceso. Antes de que las nevadas
puertas de la pieza se abran, saturándose de enfermeras, Law
ladea el rostro, acoplando sus labios sobre la despejada frente
de Luffy. Inmediatamente, Law sisea en silencio; la delicada piel
se halla más fría que un glacial escandinavo, y ni siquiera la
combustión que su aliento despide es suficiente para alentar su
frívolo vacío.
Cuando las puertas finalmente se abren, Law baja la mirada al
ver, no a una enfermera, sino a Ace, destrozado y con los
lagrimales a punto de estallar en cataratas. Sin compartir saludo
alguno, el chico de las pecas corre hacia el cuerpo inamovible de
su hermano menor, chocando, en el proceso, su hombro con el de
Trafalgar.
—Luffy, no me hagas esto. — Ace suplica, arrodillándose en el
margen contrario de la cama médica. — Por favor, despierta,
hermanito.
Empieza a agitarlo con fuerza, soltando un jadeo cuando siente
que la usualmente templada piel se halla álgida y completamente
finada.
—¡D-Despierta, joder! — empina la voz, sacudiendo el cadáver con
fuerza más de la necesaria. — ¡Nunca más te pediré otra cosa,
pero, por favor...! — golpea el colchón con un auge ciclópeo
antes de musitar un roto: —No me dejes.
Sus ojos se nublan y las lágrimas caen como clavos sobre el
rostro de Luffy, inundándolo como un río en riesgo de sequía. La
cordura de Ace cae por un precipicio, uno tan insondable como el
agujero que yace en su pecho a la vez que sus sollozos se
transforman en gritos ensordecedores que plagan lo que resta de
la habitación con una tortura irreparable.
Law, empezando a sentirse contagiado una vez más por esa tortura,
se gira y abandona la pieza, empezando a caminar como un
desahuciado por los superficiales pasillos de la Unidad de
Cuidados Intensivos, haciendo que los alaridos de Ace, poco a
poco, inicien a hacerse cada vez más inaudibles.
A lo lejos, escucha pisadas aceleradas que, sin saberlo cómo, se
posicionan frente a sus pies. Azorado, el chico levanta la mirada
y sus ojos colisionan con los acongojados de Marco. Law exhala
con dificultad y, antes de que el rubio declare una palabra, el
ojigris se le adelanta: —El paciente falleció a causa de una
muerte súbita. — explica, manteniendo a tope su compostura. — No
fue traumática y no supuso ninguna clase de dolencia física. Sin
embargo, me inclino por el resultado final de la autopsia, así
que te recomiendo que reportes su muerte enseguida.
Transitando nuevamente sin decir de más, Law se escabulle, pero
Marco es más rápido para tomarlo del brazo.
—Trafalgar, te llevaré a casa. — dice, intentando ser impávido.
— No estás en condiciones en estos momentos para salir por tu
cuenta. Puede que tú no lo notes, pero te encuentras en un
estado contenido de shock emocional.

Con un engullimiento, Law se separa del doctor y suelta una


carcajada, una que, por más que lo aborrezca, encierra todo el
calvario que mantiene en su interior.
—Marco-ya. — musita, mordiendo su labio inferior. — No te
retengas y haz tu trabajo como se debe. — advierte, estrujando su
brazo con debilidad. — Tranquiliza al hermano mayor del paciente,
revisa y, después, reporta el cadáver a los clínicos del
laboratorio. Estaré bien. — miente con descaro, apretando los
ojos con fuerza. — Así que no te preocupes por mí, por favor.
Esta vez, Marco no dice nada. No es capaz de hacerlo, no cuando
sabe que el alma de Law está, lentamente, incinerándose en lo
profundo de su cuerpo. Así que, con relucción, el mayor lo deja
partir mientras observa cómo los hombros de su joven colega
comienzan a vibrar inminentemente bajo las capas finas de ropa,
desolados por su reciente pérdida.

El camino de regreso al apartamento se siente como una
alucinación. Los altos edificios se notan distorsionados, y las
hojas cetrinas de los árboles parecen estar hechas de papel. Las
pisadas de Law son pesadas, atestadas de inapetencia por seguir
caminando entre las orillas de un sendero olvidado.
Cuando finalmente arriba a la puerta de color cobrizo, su mano es
incapaz de extraer la llave que se asienta en su bolsillo
derecho. Los nervios de sus extremidades temblequean a través de
sus músculos, y sus ojos comienzan a cubrirse con una capa de
tonalidad gris. Finalmente, logrando obtener la diminuta pieza de
metal, Law es interceptado por una ligera ventisca que le hace
tambalearse hacia atrás. Alzando la mirada, Trafalgar observa a
Kid con los sentidos despistados.
El pelirrojo se aparta y permite que su compañero se adentre a la
extensa sala, lo estudia por unos segundos antes de cerrar la
puerta con un golpe amortiguado. Law no comparte vocablo alguno y
comienza a encaminarse a su habitación individual, sin siquiera
corresponderle la mirada al menor. Eustass chasquea la lengua.
—Trafalgar, ya es suficiente. He recibido una llamada del
hospital. — el de ojos ámbar solicita, cruzándose de brazos. —No
puedes estar solo, no así. Necesitas...
—Detente. — Law intercepta, exhalando con celeridad. — Te lo
ruego, Eustass-ya, detente... Por favor.
Kid se queda atónito, divisando la espalda del azabache con los
ojos abiertos de par en par. Tal vez Law no esté llorando, pero
Eustass sí es capaz de acopiar el terrible dolor que se establece
en las roncas cuerdas vocales de su compañero de piso. Es pesado,
demasiado, incluso para alguien tan desabrido como él. Se trata
de una herida inmensa, una que no es visible, pero que duele más
que cualquier otra cosa de calibre monumental.
El pelirrojo es lo suficientemente listo para no entrometerse. No
cuando la llaga que atraviesa el corazón de Law es enteramente
incurable.

Los segundos se hacen minutos, y los minutos se convierten
en días. Días en los cuales Law no sabe qué hacer consigo
mismo. Reposar contra la almohada nunca se le hizo tan
sencillo como ahora, pues sus sueños se trasladan a Luffy,
uno que, en otro contexto, se nota contento, gentil,
apuesto, libre... vivo.
Law se endereza de la cama, restregándose el cansado rostro con
ambas manos. La tenue luz del sol que se cierne por la ventana le
hace saber que la mañana se ha ido y, en su lugar, la tarde ha
tomado su puesto. Su cuerpo sigue sintiéndose entumecido por las
afanosas horas de sueño, pero no le importa, ni siquiera un
ápice.

En un impulso de energía, el alto muchacho toma su móvil,


empezando a revisar los cortos correos de la extensa carpeta de
su e-mail. Desprevenidamente, el pequeño aparato inicia a
resonar, ensordeciendo los tímpanos de Law. Latoso, el chico
dirige su vista hacia la pantalla, percatándose que el nombre que
sobresale de ella no es nada más ni nada menos que el apelativo
de Luffy.
Trastocado más que nunca, Trafalgar no tarda mucho tiempo en
responder. Su corazón, previamente ausente, inicia a bombear
sangre con temeridad, esperando escuchar esa voz, esa espléndida
y magnífica voz.
—¿Luffy-ya? — Law pregunta, conmocionado, al mismo tiempo que su
oreja besa la oscura pantalla del teléfono.
El azabache es recibido por el silencio. Uno cruel, que le hace
reintegrarse de regreso a la maldita y pútrida realidad.
—Law. — una voz rajada, que no espera escuchar, habla. — Soy Ace.
Necesito hablar contigo... en persona. — aclara. — ¿Podemos
vernos en el café de la avenida universitaria? Es importante.
Law no reprocha en lo absoluto y, peculiarmente, su cuerpo deja de
estar entumecido.

El sosiego sigue siendo igual de rígido como la última vez que
cruzaron breves palabras entre sí. El único sonido que es
palpable es el de los murmullos de los meseros y las máquinas
cafetaleras. Ace toma un desvalido sorbo de su bebida,
excesivamente amarga, mientras Law lo mira de reojo, esperando,
aunque sea, un corto vocablo por su parte.
—Mi hermano menor te apreciaba mucho. — Ace rompe el silencio,
observando a Law con los ojos entristecidos. — Demasiado, diría
yo.
Ace pierde el enfoque de su vista mientras la desvía hacia las
enredaderas de las bellas orquídeas que yacen en el exterior del
minúsculo café. Suspira con un escalofrío.
—Yo... lo agradezco. — murmura, rascándose la nuca. — Fuiste el
primer... y último amigo de Luffy.
La remembranza de su pequeño hermano hace que su corazón se
estruje con violencia contra su caja torácica. Ace toma un arduo
respiro, intentando no exteriorizar sus endebles emociones.
—Sabes. — reincide, estudiando la ligera taza de cerámica. —
Cuando Luffy comenzó a perder progresivamente la memoria y a
decaer físicamente, me dijo que probablemente era un
eleuteromaníaco. — el chico ríe sin malicia, empezando a sentir
cómo sus fosas nasales se congestionan. — Al principio, no
entendí lo que quiso decirme con ese término, pero cuando lo vi
sonreír en su lecho de muerte, interpreté por completo sus
pensamientos.
Una lágrima consigue huir, pero Ace es más ágil y la limpia con
la manga de su chamarra oscura antes de que Law la divise. Tarda
unos segundos en volver en sí, sin embargo, logra hacerlo.
—Nunca le temió a la muerte, al contrario, siempre la esperó. No
como él deseaba, pero lo hizo. Inciertamente, la muerte, poco a
poco, se convirtió en su liberación. Era su culminación... Su
eleuteromanía. — un jadeo agitado es expulsado de su boca,
acompañado de un sollozo involuntario. — L-Lo siento... — se
excusa, retirando con prontitud todo rastro de blandura. — Él me
pidió que te diera esto.
Law traga saliva mientras observa el diminuto paquete que el
pelinegro sostiene entre sus manos. Es de un color rojo vivo, el
favorito de Luffy. Pasados unos instantes, Ace lo extiende en su
dirección.

—Mi hermanito quería que tú lo tuvieras y, pues.... la carta la


redactó antes de que su memoria se esfumara en su totalidad. —
susurra, tragándose otra ronda de lloriqueos reservados. — Como
su hermano mayor, te lo pido en su nombre. — la palma que
sostiene el paquete trepida ferozmente. — Por favor, acepta la
última voluntad de Monkey D. Luffy.
Trafalgar contempla el inocuo paquete. Levemente, siente cómo su
corazón se rompe en mil pedazos y, aunque se toma un efímero
tiempo en moldear sus pensamientos y reducir sus más decaídos
sentimientos, Law acepta el presente con un acotado asentimiento
de su cabeza.
—Gracias. — Law musita, acogiendo el bonito empaque entre sus
brazos mientras mira a Ace.
Distribuyen entre los dos un extraño lazo de entendimiento y
compañerismo mutuo. Pese a que ninguno dice nada por el resto de
la reunión y que sus despedidas se restringen a una simple y
cortés inclinación como marcha, ambos saben que sí pueden
cohabitar, ya que, entre Ace y Law, el dolor de una pérdida es
más que trascendental, es aflictivo, listo para asolar con su
anzuelo a la siguiente presa que se atreva a traspasar la andana
filosa de su senda de hierro.

Law solía repudiar la playa.
Siempre fue así, nadie podía cambiar esa manía tan privativa, ni
siquiera su padre cuando aún era un crío. Sin embargo, ese odio
cambió cuando compartió su primer beso frente al océano y bajo
el abrasador cielo estrellado de una noche de junio cualquiera.
En ese tiempo, Law se sintió tan amado, finalmente siendo
espectador del llamativo y bello resplandor de alguien más.
Hoy, en una noche donde reina la congoja, Law se recuesta bajo
ese mismo cielo estrellado, contemplando las lejanas olas espesas
del mar mientras ajusta su espalda contra la corteza suavizada de
una palmera. El paquete que sustenta entre sus manos se siente
pesado, cosa que no pasó cuando recién lo recibió. El chico
exhala y cierra los ojos, procurando regular su respiración de
óleo.
Siendo asazmente cuidadoso, Law empieza a rasgar el lienzo rojizo
del papel, notando cómo una caja de viga se asoma por las
aberturas emancipadas. Cuando finalmente la caja se halla
liberada, Law la examina por unos breves momentos antes de
abrirla con la curiosidad siendo su mayor contrincante.
Lo primero que encuentra es el infantil llavero pirata con el que
se tropezó el primer día de clases en su quinto año de
universidad cuando se dirigía ingenuamente a la biblioteca. Law
frunce los labios al recordar que esa pequeña pieza metálica casi
provoca que su pie tuviera un esguince severo. Momentáneamente,
luego de añorar la memoria, el moreno busca más a fondo,
topándose con un envoltorio de papel albino.
La carta está bien resguardada entre los delicados pliegues de un
listón de algodón. Despacio, Law la agrieta y la equilibra entre
el céntrico de sus dedos como si fuera un cristal, iniciando a
leer lo que probablemente se convertirá en su agridulce
perdición.
_Torao,_
_¿Cómo estás? ¿La estás pasando bien en tus pruebas finales?
Espero que sí. Aunque sé que te irá estupendo, porque tú eres
así... perfecto._
_Yo... pues, ¿cómo lo explico? No estoy muy bien. Apenas recuerdo
los días; poco a poco, siento que mi memoria está desapareciendo,
y estoy asustado, porque no quiero olvidarte. Tú siempre fuiste
la persona de la que me sentí tan insegura como, al mismo tiempo,
inquebrantablemente segura. Creo que esa fue la parte más
aterradora de enamorarme de ti. No sabía lo que debía hacer, pero
sabía exactamente por qué debía hacerlo._

_Cuando te conocí, me sentía terriblemente inseguro de mí mismo.


No estaba tratando de encontrarte, simplemente deseaba
encontrarme a mí mismo, pero cuando te ofreciste a atender mi
herida, hablaste conmigo sin apartarme y me dijiste tu nombre...
yo caí, porque supe que, al haberte encontrado, conseguí
encontrarme a mí mismo._
_La primera vez que te vi, no sentí miedo, simplemente sentí
curiosidad. Después de un tiempo, esa curiosidad se coló por mis
huesos y logró hacer una sutura en mi corazón. Fue inevitable,
sabes. Enamorarme de ti fue totalmente inevitable._
_Te amo tanto, espero que lo sepas. No puedo esperar a conocerte
otra vez. A mirarte de cerca cada mañana cuando despiertes. A
sostener tu mano y besar tus labios. A formar nuestra alianza...
A
vivir contigo por la infinitud que se me conceda. Simplemente no
puedo hacerlo; necesito tenerte. No me interesa ser egoísta. Un
rey es un rey._
_Sé que, por el momento, no podré quedarme contigo y tú tampoco
lo harás conmigo, pero pretendo hacerte compañía hasta que mi
cuerpo no pueda más. Pretendo quererte. Pretendo envolver tus
temores.
Pretendo besarte sin ninguna restricción. Pretendo hacer todo
eso, y más._
_Eres precioso, ¿te lo he dicho antes? Te veo y mueves mi mundo
desde la raíz. Es absolutamente increíble lo que provocas en mí.
En realidad, creo que aún no te lo cuento, pero cuando Dentado
nos llevó a la playa, dejé que tomaras la ventanilla porque te
notabas feliz viendo el paisaje, y yo estaba emocionado porque me
apetecía verte a ti. Eso para mí fue más que suficiente._
_Mi mayor deseo, bueno, mi segundo mayor deseo, además de
convertirme en el Rey de los Piratas, es volver a verte.
Contemplar tu rostro en el desayuno, almuerzo y cena. Apreciar
tus ademanes cuando te enfureces por algo. Ver aquella sonrisa
que, afortunadamente para mí, he logrado memorizar por el resto
de mi vida. No deseo otra cosa, no cuando puedo tenerte junto a
mí._
_Cuando muera, por favor, no llores. No mereces llorar por algo
así, tan... lamentable. Mi muerte no es merecedora de tus dulces
lágrimas, pero nuestro reencuentro sí lo es. Porque sé que cuando
vuelva a conocerte, mis ojos se sentirán cálidos, y mi corazón
explotará._
_No puedo hacerte prometerme que en este primer encuentro podrás
quedarte conmigo, pero ¿qué tal si, cuando nuestras vidas se
acaben, nos volvamos a ver? ¿Te quedarás conmigo? ¿En realidad te
convertirás en mi aliado?_
_Porque, Torao, yo puedo prometerte, desde el fondo de mi alma,
que yo sí lo haré._
_Por ahora, nos despedimos, pero eso no significa que no te
volveré a ver. Recuérdalo._
_Te amo mucho._
_Siempre tuyo, hoy, mañana y por toda la eternidad,_
_Luffy._
Las manos de Law se tornan rígidas mientras estruja la sencilla
lámina de papel. Sus ojos se cierran y se alzan hacia arriba,
sintiendo la brisa marítima golpearle el rostro por cada segundo
que se sumerge bajo las olas saladas.
Sintiéndose realizado y, al mismo tiempo, completamente mutilado,
Law abre los ojos y observa el cielo. Las estrellas relumbran el
edén y la luna, con su bella irradiación, las abraza desde atrás.
De pronto, un destello prolongado se iza como una bandera
colorida sobre el manto trasnochador. Las pupilas de Law se
dilatan, y su boca se seca al instante.

Es una estrella fugaz.


Trafalgar se pone de pie, empezando a seguir al diminuto ente de
luz como si su vida dependiera de ello. Tal vez nunca lo creyó,
pero ahora tiene un deseo por cumplir.
—¡Te lo imploro! — grita, desplomándose sobre la arena. —
¡Permíteme verte otra vez! — su garganta se siente excedida, pero
eso no es relevante ahora, no cuando está a punto de conocerlo
otra vez. — ¡Permíteme hacerlo! — eleva la voz, propiciándole un
golpe certero a la superficie desértica mientras aprecia el
cielo.
— ¡Luffy-ya!

Law despierta con el aliento entrecortado. Su cuerpo se siente
extenuado, como si hubiese corrido miles y miles de millas. Sus
ojos se abren por completo, y empiezan a investigar los
alrededores. Por la forma y escena, Law deduce que sigue
hallándose en la playa, lo que la diferencia de la escenografía
de la noche anterior es que, efectivamente, es de día.
Frotándose el rostro con molestia, Law se pone de pie. Antes de
que pueda dar un paso hacia adelante, su pie tropieza con un
objeto desconocido, provocando que su cuerpo inicie a
tambalearse sobre la arena.
—Mierda. — se maldice a sí mismo, dirigiendo su vista hacia la
pieza culpable.
El menesteroso objeto se trata de un tonto sombrero de paja. A
diferencia del llavero pirata, el sombrero es mucho más grande y,
por ende, más peligroso.
Con la confusión palpable en su expresión, Law se inclina y lo
toma entre su agarre. Empieza a examinarlo con los ojos
entornados. A lo lejos no se nota, pero el sombrero de paja está
decorado con un grueso listón rojo y, en su apéndice alta, posee
tres rasguños. Law arquea una ceja ante la imagen.
Cuando está a punto de volver a bajarlo, escucha pisadas
atolondradas, como si se trataran de sandalias escandalosas
trotando sobre rocas de adobe. Curioso, el muchacho ojigris se
gira hacia la fuente del sonido y, no puede evitarlo, pero sus
ojos empiezan a llenarse de lágrimas cuando denota quién en
realidad es el dueño de aquel escándalo.
—¡Oye! — el chico llama, elevando una mano y señalando el
inusitado sombrero de paja. — Ese es mi sombrero.
Law se queda estático, contemplando al muchacho más pequeño con
la boca árida y el corazón agónico. Cuando por fin están cara a
cara, Trafalgar ya no es capaz de soslayar sus dudas. —¿Luffy-ya?
— cuestiona, observando con dedicación al pelinegro.
El aludido abre los ojos, sorprendido.
—¿Me conoces? — suelta, rascándose la nuca antes de saltar,
estremecido. — ¡¿Eso significa que ya se ha hecho el anuncio?!
—¿A-Anuncio...?
Luffy asiente, bosquejando un visaje con los ojos cerrados.
—Shishishi, sí. — asegura, agrandando su sonrisa. — El anuncio
en el que yo, Monkey D. Luffy, me convertiré en el Rey de los
Piratas.
Sin ser capaz de evitarlo, Law se deja llevar por la petición de
Luffy. Sus lágrimas, tan desconocidas para él, inician a caer,
formando en su rostro un vendaval salífero. Monkey se preocupa.
—¡O-Oye! ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? — interroga, tratando de
hacerlo sentir mejor. — ¿Estás perdido? ¿Quieres regresar a casa?
_«Ya estoy en casa»_, Law cavila, sin dejar de contemplar a Luffy.
—Lloro porque estoy contento. — el mayor replica, limpiándose el
rostro con el linde contrario de su palma. — Creo que puede
resultarte familiar, ¿no es así?
La mirada de Luffy se suaviza y su boca se expande en una mueca
gozosa.
—¿Cómo te llamas? — el menor consulta, dando un paso al frente. —
Yo me llamo Monkey D. Luffy, pero, al parecer, ya me conoces,
¿eh? Law perfila una sonrisa y sus ojos, nuevamente, comienzan a
nublarse.
—Trafalgar. — el ahora doctor da inicio, mordiéndose los labios
con coacción.
—Trafalgar. — como es costumbre propia, Luffy le sigue la marcha.
—D.
—D.
—Water.
—Water.
—Law.
—Law.
Law asiente, y da fin a su alegato.
—Trafalgar D. Water Law.
Luffy se mantiene callado, ponderando el nombre, una y otra vez,
aceptándolo con un asentimiento y una sonrisa ladina cuando por
fin lo ha interpretado.
—Encantado de conocerte, Torao.

Esa misma noche, los ilusorios vestigios de aquella pareja de
amantes no muestra signos de tormento o supresión, lo que sugiere
que cuando llega el final de su trágica historia, es tan
diligente que ninguno de los dos sabe que, finalmente, llegarán a
encontrarse otra vez en un mundo donde la riqueza, fama y poder
serán los protagonistas de esta nueva aventura.
No está escrito aún, pero cabe figurar que sus últimos
pensamientos lúcidos no son de espanto o angustia, sino el uno
del otro. Pues, al final, aliado y rey logran reunirse.
El cielo brilla más que nunca durante el crepúsculo noctívago. Y
nadie lo sabe todavía, pero la enérgica estrella fugaz consigue,
por fin, iluminar la oscuridad del extenuante planeta desolado,
uno que no sabe amar, hasta que lo pierde todo.
Fin.

También podría gustarte