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Los corredores de la universidad se encuentran deshabitados. No
suele suceder, especialmente cuando la semana recién comienza y
los exámenes están a la vuelta de la esquina, pero Law puede
aceptar que se siente magnífico no ser golpeado incontables
veces por las molestas mochilas de sus compañeros.
La fiesta de bienvenida fue hace casi tres semanas; Law no ha
visto a Luffy desde ese excepcional encuentro, sin embargo, no
se sorprende, ya que la facultad médica está ampliamente alejada
de los demás bloques educativos. Y, por más que desee olvidarlo,
no sabe cuál es la causa, pero en su fondo, Trafalgar no puede
dejar de pensar en él. Por mucho que desprecie el recuerdo, su
mente evoca automáticamente la próspera sonrisa de aquel chico
soñador.
—¿Qué sucede?
—¿Ya has pensado en lo que quieres ser cuando tu vida se acabe?
La impensada pregunta deja a Law completamente anonadado. «¿Aún
lo recuerda? ¿Después de casi un año?» el chico no puede evitar
repensar, observando a Luffy con los ojos abiertos de par en par.
Verazmente, el estudiante de medicina no sabe lo que quiere ser
o, innegablemente, lo que quiere hacer cuando su monótona vida se
acabe. Y, pese a no tener ni la menor idea de ello, su arriesgada
boca, al parecer, sí posee una: —Si tú serás el Rey de los
Piratas, entonces yo me convertiré en tu aliado.
Ante la réplica, Luffy decrece su mirada, y acecha a Law con los
ojos halagüeños, a punto de reventar en destellos.
—¿A-Aliado? ¿Quieres ser mi aliado? — el más joven libera,
pasmado.
Law asiente. —Sí, ya sabes. — se aclara la garganta y continúa. —
Ser pirata es difícil, especialmente cuando quieres ser el rey.
Necesitarás aliados para poder cumplir tu cometido; tu
tripulación no bastará, y es ahí donde yo entro. — Trafalgar
frota con delicadeza el puente de su nariz y deja salir un
respiro por sus fosas nasales. — Lo más seguro es que yo te pida
que seamos aliados, porque claramente si me lo pides tú, diré que
no. Y tú, como eres candoroso y seguramente serás un capitán
bienaventurado, no podrás negarte a mi solicitud.
Luffy retracta una risilla aniñada mientras contempla el semblante
fervoroso de Law.
—¿Está mal que...? — Luffy intenta formular un vocablo, pero su
lengua inicia a entumecerse. —¿Está mal que desee ser egoísta una
última vez y decida confesarte algo?
«Sí», Law piensa con un desmedido martirio, pero,
inequívocamente, su cabeza se desplaza de un costado a otro. —No.
Sin perder el tiempo, Luffy arrima su debilitado cuerpo,
aproximándose a Law hasta que sus manos son capaces de rozar la
piel contraria.
—No puedo describir el sentimiento que siento cuando estoy
contigo. Se siente exasperante, pero también se siente
adormecedor, como si estuviese soñando. — Monkey, levemente
ansioso, muerde sus labios, secos por el cambio relevante de
clima. — Mi corazón solloza de dolor, pero también lo hace de
gozo. N-No sé cómo decirlo... Y-Yo... — los labios anteriormente
rígidos comienzan, indeseadamente, a temblequear. — No puedo
expresarlo con exactitud, pero lo sé, yo lo sé.
«Sé que te amo»
Luffy se siente paralizador reconociendo finalmente el sentimiento
que nunca llegó a favorecerlo por completo. Sin embargo, al mismo
tiempo, también se siente liberador saberlo.
—Cuando estoy contigo... siento que estoy muriendo, pero también
me siento vivo. — sus susurros se tornan más confiados,
induciéndole, finalmente, a corresponderle a Law con la debida
consideración. — Encontrarte ha sido lo mejor que me ha pasado
en mucho tiempo. — temerariamente, Luffy extrae valor y sostiene
las manos asazmente gélidas del mayor. — Encontré un hogar en
ti, un lugar en el que pude entender perfectamente. — el chico
guía sus manos hacia su pecho, arrullándolas con adoración. — No
me siento moribundo cuando estoy tras tus puertas, tan
inexpresivas e impasibles. — Monkey se da la libertad de cerrar
los ojos, ponderando la gravitación de su contestación final
antes de abrirlos con un gesto enardecedor. — Mi corazón se
siente a salvo con tu valla pintada de negro envolviéndolo como
un lienzo.
«Te amo, te amo, te amo, te amo»
Esas dos palabras se oyen insólitas en su subconsciente. Es
satírico, porque también se oyen de maravilla.
—¿Sí?
—Y-Yo... Creo que...
Desprevenidamente, las mejillas de Monkey se tiñen de bermejo,
haciendo que la preocupación de Law se acreciente.
—Oye, ¿qué pasa? ¿Te sientes mal? — el mayor interroga, posando el
linde posterior de su mano sobre la frente de Luffy. — No tienes
fiebre.
El menor exhala con fuerza, sintiéndose tremendamente avergonzado.
Law encoge el semblante.
—Luffy-ya, no tienes nada que temer. — asegura, arrullando su
pómulo colorido. — Puedes decirme lo que sea. Vamos, ¿qué
sucede? Monkey, por segunda vez consecutiva, deja salir un
respiro agitado.
—P-Promete no dejarme...
—Pero ¿qué rayos...?
—¡P-Promételo!
Law junta ambas cejas, pero, aseverativamente, suspira a la vez
que asiente con su cabeza.
—De acuerdo, lo prometo.
El menor toma el valor suficiente para mirar a Law; sus labios
tiemblan, mas eso no permite que suelte sus retraídas inquietudes.
—M-Mojé la cama... — masculla, escondiendo el abochornado rostro
entre sus manos.
El silencio se hace palpable, provocando que el chico empiece a
arrepentirse de habérselo confesado. No obstante, segundos más
tarde, la inofensiva y cautelosa risa de Law satura cada rincón
de la reducida habitación.
—¿Eso es todo? — el ojigris pregunta, arrugando la nariz. —
Solías decírmelo cada vez que tenías una crisis epiléptica severa
y tus esfínteres se distendían inconscientemente. Ya estoy
acostumbrado, así que... mírame y no te sientas apenado por algo
tan estúpido. — lentamente, Law retira las palmas ajenas,
divisando las adorables mejillas ruborizadas y la ligera sonrisa
nerviosa que empieza a formarse en los labios contrarios. — Sí,
eso es, sonríeme. — suelta en un murmuro bajo, retirando los
mechones rebeldes de pelo que corren por las sienes de Luffy. —
Eso es todo lo que necesito para mantenerte inalterable en mi
mente.
El menor desparrama su sonrisa, y eso es suficiente para hacer
que el corazón de Law se aquiete como un felino domesticado.
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Esta tarde de otoño el sol centellea alto, cosa que, últimamente,
no es muy común en estos días donde la languidez se postra con
brío sobre el firmamento. Luffy, como es costumbre suya, observa
el paisaje exterior, deleitándose con las distintas escenas que
se presentan hermosamente frente a sus ojos.
Desprevenidamente, su vista se traslada hacia el otro lado,
tropezando con la imagen de Law mientras, como otro hábito, lee un
libro. Luffy delinea una sonrisa conmovida y no puede evitar
apreciarlo como suele hacerlo con las cordilleras que descansan
majestuosas fuera de su ventana.
Law parece notar la inculpada mirada contraria, ya que sus propios
ojos lo traicionan y se elevan hasta chocar contra ciénagas
trasnochadoras.
—¿Qué sucede? — el mayor curiosea, cerrando su libro de un toque.
— ¿Acaso tengo algo atascado en el rostro? — chista.
Monkey muerde sus labios, áridos e insalubremente deshidratados. —
No, simplemente pensaba.
Trafalgar parpadea, inquiriendo con sigilo los secretos
pensamientos del menor. Se inclina en su asiento y se cruza de
brazos con un respiro hondo.