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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas


que de manera altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su
tiempo a traducir, corregir y diseñar de fantásticos escritores.
Nuestra única intención es darlos a conocer a nivel
internacional y entre la gente de habla hispana, animando
siempre a los lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus
autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al


estar realizado por aficionados y amantes de la literatura
puede contener errores. Esperamos que disfrute de la lectura.
´
Sinopsis ............................................................................... 3

2
Capítulo 1 ............................................................................ 4
Capítulo 2 .......................................................................... 15
Capítulo 3 .......................................................................... 35
Capítulo 4 .......................................................................... 47
Epílogo ............................................................................... 58
Sobre la Autora .................................................................. 61
Próximo Libro ..................................................................... 62
Saga Southern Arcana........................................................ 63
Zola pasó años viajando por el mundo, estudiando con

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maestros de artes marciales sobrenaturales. Ahora, como la
única cambiaformas de leones en Nueva Orleans, disfruta de
la libertad de la política y del éxito en la gestión de su propio
negocio: entrenamiento en defensa personal para psíquicos,
lanzadores de hechizos y otros cambiaformas.

Solo un hombre sabe por qué se fue de casa a los


diecinueve: Walker Gravois. Estaba allí cuando su madre
Vidente, con la mente retorcida por la magia, exilió a Zola de
la manada. Más concretamente, se quedó atrás, destrozando
su joven corazón en el proceso.

Cuando aparece en su puerta después de diez años de


silencio, Zola no está ni cerca de estar lista para volver a
confiar. Pero con la vida de Walker en peligro, y la pasión entre
ellos ardiendo más que nunca, tendrá que elegir entre la
seguridad de la soledad y el riesgo de abrirse a los demás una
vez más.
Iba a llamar a la policía si no tenía cuidado.

Walker Gravois dejó caer su segundo cigarrillo, lo aplastó

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bajo su bota y volvió su atención a la amplia ventana al otro
lado del camino. La luz fluorescente se filtraba a través del
cristal, haciendo más para iluminar la calle estrecha que la
farola sobre su cabeza. Dentro del dojo, una mujer de piel color
chocolate bloqueó un puñetazo y luego se detuvo para corregir
la forma de su agresor.

No tenía que estar frente a él para que Walker la


reconociera. Zola. Cada línea de su cuerpo tiraba de recuerdos
que pensaba que había desterrado años atrás, y no pudo evitar
comparar a la mujer que tenía ante él con la que recordaba.

Entonces era más delgada, igual de fuerte pero no tan


curvilínea. El destello perverso de sus caderas atrajo su
mirada, y se lamió el labio inferior para aliviar el cosquilleo de
curiosidad.

Walker miró su reloj con una silenciosa maldición: las diez


y media. Había estado allí de pie cerca de una hora. En esta
parte del Quarter, alguien no tardaría mucho en llamar a la
policía sobre el pervertido merodeando fuera del dojo, viendo a
los estudiantes patear y arremeter con sus diminutas
camisetas y sujetadores deportivos de licra.
Desafortunadamente, las pulcras letras grabadas en la
ventana de vidrio que indicaban la hora de cierre como las
nueve en punto parecían más una guía que una regla.

Y necesitaba desesperadamente hablar con ella.

Apenas había comenzado a considerar la idea de


simplemente entrar cuando Zola se acercó al frente de la sala
y se volvió para dirigirse a sus estudiantes reunidos.
Claramente, ella se estaba preparando para despedirlos, así
que metió el tercer cigarrillo sin encender en el paquete y cruzó
la calle.

Hombre, Gravois, se dijo. Ella oirá lo que tienes que decir...

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o te pateará el trasero al otro lado del río. Lo peor era que no
tenía ni idea de cuál elegiría ella. Normalmente, no se
preocuparía, podría manejar cualquier furia que Zola desatara
sobre él, pero ahora tenía más en qué pensar que en sí mismo.

Así que dejaría que le gritara, que se librara de cualquier


vieja herida que la atormentara, y luego se aseguraría de que
lo escuchara.

Podría hacer esto.

Tenía que hacerlo.

La clase de la tarde había vuelto a durar mucho.

A Zola nunca le importaba. La noche del viernes estaba


reservada para su clase privada, la clase formada por niñas y
mujeres que caminaban entre los habitantes sobrenaturales
de Nueva Orleans como hijas, hermanas y esposas. Algunas
tenían poderes propios, como Sheila, una loba desgarbada y
de rostro dulce en la cúspide de la feminidad, todo brazos y
piernas y una fuerza incierta. Algunos eran psíquicos y
algunos eran lanzadores de hechizos, brujas y sacerdotisas
que retorcían la magia y leían la mente.

Algunos eran humanos y eran los más vulnerables de


todos.

El suave murmullo de voces femeninas flotó por el dojo


mientras los últimos estudiantes se demoraban en la calidez
del edificio, poniéndose al día con los últimos chismes o
haciendo planes para reunirse más adelante en la semana.

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Febrero había traído una ola de frío fuera de temporada, el tipo
de escalofrío que se instalaba en los huesos de Zola y que la
hacía añorar los desiertos implacables de su infancia.

El suelo crujió detrás de ella, y Zola levantó la vista desde


donde estaba reorganizando una pila de tarjetas de
movimientos, para ver el reflejo de Sheila. La adolescente tenía
una chaqueta abrochada hasta la barbilla y un gorro de punto
colocado sobre rizos en forma de sacacorchos, dejando solo su
rostro pálido al descubierto.

—¿Zola?

Parecía preocupada y Zola se tensó.

—¿Sí, Sheila? ¿Algún problema hay? —Incluso después de


todos estos años, el inglés no era algo natural. Las palabras
salían en un orden que siempre hacía reír a los demás, pero
había hablado demasiados idiomas en demasiados países para
preocuparse ahora.

Sheila estaba tan acostumbrada a las rarezas lingüísticas


de Zola que no parpadeó. Sin embargo, sí habló en su propio
dialecto casi indescifrable.
—Hay un tipo mironeando afuera. Quiero decir, está
caliente y todo eso, pero el acecho es bastante espeluznástico
y un poco perver.

Zola no necesitaba entender las palabras para descifrar su


significado. Se volvió y entrecerró los ojos a través de las
amplias ventanas, su visión obstaculizada por la oscuridad del
exterior y el resplandor de las luces del dojo. Incluso los
sentidos mejorados de un cambiaformas tenían sus límites.

—Quédate —murmuró, ya cruzando la habitación. El


suelo de madera estaba fresco bajo sus pies descalzos, pero lo
ignoró, al igual que ignoró el mordisco de aire helado contra

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sus brazos descubiertos mientras empujaba la puerta para
abrirla.

El aroma del Barrio Francés la golpeó con rapidez, un


centenar de olores que tardarían horas en desenredarse. El
más fuerte era el café de la tienda de al lado, rico y amargo,
socavado con la dulzura de las galletas recién horneadas.

Entonces el viento cambió y ella lo olió.

El shock la mantuvo congelada en su lugar, una estatua


de hielo que podría romperse en cualquier momento.
Cigarrillos. Cuero. León. Macho. Su colonia almizclada debería
haber cambiado en diez años. La forma en que calentó la
sangre en su corazón congelado debería haber cambiado.

Zola se volvió hacia las mujeres que se habían quedado en


silencio y la miraban ahora, cautelosas e inseguras. Abrió la
boca para tranquilizarlas y el francés llegó a su lengua, tan
fácilmente que casi se mordió la punta para evitar que las
palabras salieran.

Había susurrado sus palabras de amor en francés, bajo la


luna llena y diez mil estrellas.
Luchó por el inglés y salió entrecortado y abrupto.

—Es hora de marchar. Ir. Hora de irse. La semana que


viene, ¿los veré a todos?

Aparecieron miradas confusas, pero al final se fueron,


internándose en la noche oscura. Zola observó a la pequeña
Sheila hasta que reconoció a su hermano mayor, que levantó
una mano en señal de saludo. Zola lo saludó con un
asentimiento, luego se volvió abruptamente y regresó al
interior.

Su visitante la seguiría.

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La siguió, pero no tan rápido ni tan descaradamente como
lo habría hecho en su juventud. Zola tuvo tiempo de deslizar
sus pies en sus suaves pantunflas y ponerse una sudadera
sobre su camiseta ajustada antes de que Walker Gravois
regresara a su vida.

Su olor no había cambiado, pero él sí. Un recuerdo


nebuloso lo había declarado hermoso, con labios carnosos y
pómulos lo suficientemente afilados como para cortar, un
guerrero joven pintado con todos los colores de un día claro en
la sabana, piel dorada y ojos como el cielo. Pero el tiempo había
dejado su huella, había puesto tristeza en sus ojos y arrugas
en su rostro.

Los jeans y una chaqueta de cuero no podían ocultar su


fuerza, y el instinto se retorció dentro de ella, convirtió la visita
de un viejo conocido en algo más oscuro. Los leones
cambiaformas eran raros en los Estados Unidos, tan raros que
ella se había labrado su propio territorio que abarcaba la
mayor parte de Luisiana. Walker Gravois era un intruso, y tal
vez lo suficientemente letal como para expulsarla de su casa.

A veces, la historia se repetía.


Él no la saludó, simplemente dejó caer su bolsa y se apoyó
contra el pequeño mostrador cerca de la puerta donde ella se
encargaba del papeleo del negocio.

—Te ves bien, Zola.

Inglés. Rara vez le había oído hablar inglés, aunque era su


lengua materna. Responder de la misma manera revelaría su
dificultad con el idioma, una debilidad que se sentía
demasiado inestable para revelar. Entonces ella respondió en
francés, breve y al grano.

—¿Por qué estás aquí?

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Él siguió su ejemplo.

—Vine a verte. Tengo algunas noticias.

Su presencia la había distraído tan imprudentemente que


no había considerado lo que debía significar. Walker había sido
el más joven de los guardaespaldas de su madre, había
accedido a su círculo íntimo por algo más que los lazos de
lealtad que lo mantenían. Si él estaba aquí, solo...

—Ella está muerta.

Walker se metió las manos en los bolsillos.

—La mataron la semana pasada. Lo siento mucho.

Tal vez realmente era una mujer de hielo, con un corazón


congelado desde hacía mucho tiempo que estaba más allá de
derretirse, porque las palabras no producían nada más que un
suave pesar y un alivio culpable. Quizás sorpresa de que
hubiera tardado tanto… la locura que reclamaba a la mayoría
de los Videntes había comenzado a trabajar en la mente de
Tatienne una década antes, cuando había mirado a su única
hija y no había visto nada más que una rival.
El rostro de Walker reflejaba su culpa, pero no había nada
de alivio en ello.

—Esa no es la única razón por la que vine.

Por supuesto que no. Los Videntes eran las criaturas más
poderosas que caminaban sobre la tierra; ¿cuándo había
llegado la muerte de uno sin dolor ni problemas para los que
quedaban entre los escombros de sus vidas destrozadas?

—Dime.

Cambió su peso de un pie al otro.

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—¿Hay algún lugar donde podamos hablar?

Podía llevarlo a la puerta de al lado, a la cafetería, pero


imaginaba que nada de lo que él tuviera que decir podría
decirse en presencia de humanos. Llevarlo a su casa era
demasiado confiado, demasiado íntimo, pero negarlo se sentía
como una cobardía.

El orgullo siempre había sido su locura.

—Ven arriba. Te prepararé un poco de café.

Walker había pensado que nada en la vida actual de Zola


podría sorprenderlo. Ella siempre había sido un espíritu libre,
y él tuvo que reconocer desde el principio de su búsqueda que
no tenía ni idea de dónde o cómo la encontraría, lo cual era
predecible a su manera. Pero lo único que no había visto venir
era que podría haber corrido de regreso a Nueva Orleans.
—No esperaba que estuvieras en Louisiana.

Nadie que no la conociera habría notado el pequeño


estremecimiento, la forma en que sus hombros se tensaron y
cuadraron, un gesto defensivo revelador.

—Nueva Orleans es un buen lugar para un gato. Los lobos


me ignoran.

—Lo sé. —Había crecido en el pantano, al sur de la


ciudad—. Supongo que todas las historias sobre mi antiguo
territorio lo hicieron sonar irresistible.

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La taza de café que había sacado del armario se estrelló
contra la encimera lo suficientemente fuerte como para
romperse, y ella siseó su frustración.

—No vine aquí por ti —dijo con rigidez mientras empujaba


la taza a un lado y tomaba otra—. Y el por qué estoy aquí es
irrelevante. ¿Por qué estás tú aquí?

Bastante fácil de responder, y aun así podría hacer que lo


echara de su apartamento.

—Necesito tu ayuda.

Zola no pareció sorprendida.

—Sí, los Videntes rara vez mueren silenciosamente.


¿Supongo que dejó un desastre?

Esa era una forma de decirlo.

—Tatienne tuvo problemas con un grupo de mercenarios


en Portugal. Fue malo.

—¿Qué tan malo?


—Lo suficientemente malo como para que nos sigan. —Lo
suficientemente malo como para matar a la mayor parte del
orgullo.

Se volvió lentamente, los ojos entrecerrados y el rostro


tenso.

—¿Por qué yo? ¿Por qué arrojarte a mi misericordia


cuando ninguno de ustedes tuvo ni una pizca de compasión en
su corazón cuando ella me echó? No soy una mártir, no para
ningún hombre. Ni siquiera para ti.

Sí, asumiría que a nadie le había importado, porque la

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verdad era un horror impensable, una que nunca le revelaría
si podía evitarlo.

—Me importaba, Zola. Tienes que saber que lo hizo.

—Quizás. —Ella se volvió de nuevo, le dio la espalda, esta


vez en una clara muestra de falta de respeto—. Quizás no lo
suficiente.

No había nada que decir, ni palabras tranquilizadoras que


ofrecer.

—El orgullo es mío, lo que queda de él, de todos modos, y


todo lo que quiero hacer es mantenerlos con vida. Mantenerlos
a salvo.

—¿Quieres trasladarlos aquí? —La incredulidad pintó las


palabras. Se giró para mirarlo y sus dedos se movieron hacia
su palma, una señal de advertencia de que su temperamento
ardía. Hace diez años ella lo habría hecho, habría formado un
puño y lo habría golpeado. Sus pasiones siempre habían
cabalgado cerca de la superficie, pero la madurez claramente
las había templado con moderación.
—Nueva Orleans es el lugar más seguro —le dijo con
calma—. Seguramente media docena de leones que solo
quieren mantenerse solos no se interpondrán en tu camino.

—Oh, ¿somos civilizados ahora? ¿Somos humanos? —


Abandonó el café que le había servido y caminó por el suelo de
madera para golpear la mesa junto a él con la mano. Luego se
inclinó hacia su espacio, llenando el aire con el furioso
chisporroteo de un desafío de cambiaformas—. No me
obligarán a salir de mi casa de nuevo.

Controlar su propia reacción le costó caro. Había pocas

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formas de reaccionar ante tal desafío, y todas terminaban en
violencia o sexo, ninguna de las cuales era una opción, no si
ambos querían mantener la cabeza recta.

—Soy el único que queda, Zola. El único que se mantuvo


al margen mientras Tatienne te echaba. Y yo... me iré tan
pronto como el resto del orgullo esté establecido.

Ella retrocedió, dejando solo el persistente aroma de su


piel.

—Me estás pidiendo que lo guíe.

Un escalofrío de irritación le hizo rechinar los dientes.

—Esas son tus opciones, Zola. Liderar o seguir. No puedes


quedarte sola en tu territorio para siempre.

—Yo no… —Mordió las palabras y se alejó de él, la energía


atada vibraba con cada paso—. No me has dicho lo suficiente.
¿Por qué tienes que venir aquí? ¿Por qué solo quedan media
docena de ustedes? Mi madre tenía más seguidores que todos
los leones de este país juntos.

La verdad era incómoda porque, quisiera o no, él había


sido parte de ella.
—Ella lo hizo, y ahora están todos muertos.

Llegó a la pared del fondo y giró, encontrándose con su


mirada a través del espacio que los separaba.

—¿Siguen siendo cazados?

—Sí. —Walker señaló el otro extremo del sofá—. Siéntate


y te lo explicaré todo.

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Zola hizo lo único que podía hacer. Se sentó.

Media docena de leones. En su apogeo, el orgullo de su

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madre había contado en los cuarenta, leones de todos los
continentes acudían en masa para arrodillarse a los pies de la
única Vidente león de la generación. Imaginar esa fuerza
reducida a solo un puñado, y todos extraños. Nadie que la
mirara vería a una chica vulnerable.

Quizás podría liderarlos después de todo. Si tenía que


hacerlo.

—¿Fue la locura de mi madre?

—No lo creo, no al principio. —Walker tomó un sorbo de


café—. Había muchas bocas que alimentar y el orgullo
necesitaba dinero. Tatienne dijo que los leones eran los
mejores guerreros, los más feroces, por lo que comenzó a
buscar peleas clandestinas.

Deporte sangriento. No era lo mismo que un desafío limpio,


no cuando las trampas mágicas eran comunes y la muerte
estaba casi garantizada para cualquiera que luchara el tiempo
suficiente. Era una locura, sin importar lo que afirmara
Walker.

Peor era saber qué habilidades de lucha habría


intercambiado primero.
—¿Luchaste?

—Sí. Cosas de artes marciales mixtas, pero solo


invitaciones para sobrenaturales. No soy un tramposo.
Algunos de los otros no eran tan exigentes.

Entonces habían muerto. Pero seguramente no tantos, tan


rápido.

—¿Y después de las peleas?

—Tu madre encontró otro tipo de tareas, trabajos de


mercenarios. —Walker la miró con los ojos tensos por la

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vergüenza—. Sobre todo, faenas de guardaespaldas o
recogidas, a veces intimidación. Ella envió a un par de los
chicos más nuevos una vez, por lo que estaba bastante seguro
de que sería un asesinato, pero ella sabía que era mejor no
decírmelo.

La moralidad se había escapado de las manos de su madre


junto con su cordura. A Zola se le hizo un nudo en el estómago
ante la pura desgracia. Injusto, quizás, pero difícilmente podría
ser considerada responsable de las acciones de la madre que
la había echado, aunque siempre había apreciado sus
recuerdos de una época anterior. De la mujer cuya mente no
había sido consumida por la magia, que había aliviado los
dolores infantiles de una hija y le había enseñado a ser fuerte
y feroz.

Pero la Tatienne que había conocido había muerto hacía


muchos años.

—¿Por qué te quedaste con ella?

No negó que quería irse.

—Cuando me di cuenta de lo lejos que estaba, no podía


abandonar a los demás.
—¿Hasta dónde llegó?

—Demasiado lejos. —Dejó su taza sobre la mesa con


estrépito—. Ella ya estaba bailando cerca del borde, y Portugal
fue la gota que colmó el vaso. Se las había arreglado para
mudarse al territorio de otro grupo, estaba robando sus
comisiones. Eso llamó su atención, pero lo que la retuvo fue
Tatienne.

Walker estaba lastimado. Su dolor le clavó ganchos en el


corazón, arrancó las costras de las heridas que había pensado
que habían sanado hacía mucho tiempo. Las palabras de amor

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no habían sido las únicas que susurraban en largas noches en
el desierto. Podía recordar con demasiada facilidad la forma en
que le dolía el pecho cuando su madre se enfrió, cómo Walker
la había tomado en sus brazos y la había consolado después
de cada discusión, cada pelea.

Todas menos la última, y eso se interpuso entre ellos, un


muro que no podía derribar. No era su lugar tocar su mejilla o
su cabello, darle ese regalo, ese conocimiento de pertenencia.
Todo lo que pudo hacer fue convencerlo de que terminara la
historia, aunque podía adivinar el final.

—¿La hicieron un objetivo porque era una Vidente?

—Se llaman a sí mismos los Herederos de Ma’at —


respondió—. Son mercenarios que trabajan en grupos básicos
de parejas: un cambiaformas y un lanzador de hechizos.
Entrenan juntos, viven juntos, lo que sea. Cada pareja se
considera una entidad. Un luchador. Se trata de equilibrio y
orden, y la naturaleza de Tatienne los ofendió.

El nombre tiró de un recuerdo, pero se le escapó antes de


que pudiera captarlo.
—Pero la han matado. Han matado a tantos. ¿Por qué
siguen cazándote?

—Porque aún no han saldado las cuentas. Nosotros... —


Walker se levantó y se dirigió al otro lado de la habitación—.
Matamos a más de ellos.

—¿Y buscan venganza?

—Ojo por ojo —murmuró lúgubremente—. Esa es su idea


de equilibrio. De Justicia. Tal vez no estén equivocados en
teoría, pero la gente que traje no tuvo nada que ver con lo que
pasó.

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Y solo seis sobrevivieron.

—¿Cuántas vidas exigen?

Se volvió y la miró a los ojos.

—Todas ellas. Todos nosotros.

Sus labios se separaron para dar voz a la protesta que


crecía dentro de ella, una provocada por el instinto y los
sentimientos antiguos, no por la lógica. Podrían haber pasado
años, pero recordó lo que era sentir la presión familiar de su
poder y saber que él era suyo.

Ella se protegió con la lógica.

—Seguramente serán cautelosos a la hora de perseguirte


a este país. El cónclave de los lobos puede que no siempre sea
eficiente, pero pueden ser despiadados contra los forasteros.

—Había esperado más —admitió—, pero no puedo confiar


en la voluntad de los Herederos de evitar enojar a los lobos.
Por lo que sé, les importa un carajo.

Había una forma de averiguarlo, y probablemente era la


razón por la que había acudido a ella en primer lugar.
—Quieres que llame a Alec Jacobson.

—Escuché que él es el que está a cargo por aquí.

—Él es el que está a cargo de los lobos. —Una distinción


que Alec no siempre entendía, pero que no tenía intención de
dejar que nadie lo olvidara.

Walker se rascó la nuca en un gesto familiar.

—Entonces él está a cargo, Zola. Los lobos gobiernan


Estados Unidos, ¿o lo has olvidado?

Hacía mucho que se había ido, el tiempo suficiente para

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que no supiera lo mezquinos que se habían vuelto los líderes
de los lobos.

—El Cónclave puede unirse contra un enemigo externo,


pero está debilitado. No son lo que eran. Mientras no los
enfrente, no intentarán gobernarme.

Él se encogió de hombros.

—Entonces te lo dejo a ti. Todo lo que me importa es hacer


rodar la pelota. Necesito asegurarme de que mi gente esté a
salvo.

—Llamaré a Alec Jacobson. —Una concesión, pero no tan


grande como la que estaba a punto de hacer—. Deberías
quedarte aquí esta noche.

Walker inclinó la cabeza hacia un lado.

—No tienes que hacer eso, Zola. Sé que no es… tengo un


lugar adonde ir. Estaré bien.

Ella no lo estaría. No podría cerrar los ojos para dormir,


sabiendo que él deambularía por la ciudad y podría
desaparecer antes de que hubiera descubierto la verdad. Antes
de que él le diera el cierre que se merecía, el bálsamo final para
el corazón que había roto hacía tanto tiempo.

—Quédate. Tenemos cosas que discutir. Me debes esto, a


cambio de mi ayuda.

Parte de la tensión desapareció de su postura.

—¿Estás segura?

Zola no pudo evitar sonreír.

—¿Segura de que me debes una? Sí.

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—Segura que realmente quieres que me quede.

Sí.

—Dormirás en el sofá.

Una lenta sonrisa curvó sus labios.

—No esperaba nada menos.

La sonrisa hablaba de una confianza perversa y un calor


persistente, evocando una reacción lo suficientemente fuerte
como para sacarla del sofá en busca de su teléfono. Llamar a
Alec le daría tiempo para recuperar el aliento, para encontrar
el equilibrio. Quizás era hora de engañarse a sí misma
haciéndose creer que había invitado a Walker a quedarse en
busca de un cierre cuando la verdad parecía mucho más
condenatoria.

Su corazón rebelde no intentaba cerrar el capítulo de su


vida dominado por Walker Gravois. Estaba intentando
empezar uno nuevo.
Walker se sentó detrás de la pequeña recepción del dojo y
respondió a otra consulta sobre horarios y tarifas de clases. El
teléfono había estado sonando sin parar durante toda la
mañana, dejando claro el éxito del negocio que Zola había
construido por sí misma.

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Pero ella necesitaba ayuda. Había un nivel completo entre
el estudio de la planta baja y su apartamento en el tercer piso,
una única habitación cavernosa donde los clientes se
ejercitaban o peleaban entre lecciones privadas. En este
momento, estaba vacío. Alguien podría estar ahí arriba
enseñando una segunda clase. Y si además tuviera a alguien
trabajando en el escritorio...

Ya basta, Gravois, se dijo con firmeza. Es asunto de ella,


no tuyo.

Un kiai particularmente entusiasta le devolvió la atención


al tatami, donde Zola llevaba en manada a una docena de
niños sobrenaturales. La mayoría se arrodilló en un círculo
irregular, moviéndose nerviosamente con la abundante energía
de la juventud, mientras una pequeña loba con coletas
saltarinas atravesaba taikyoku shodan tan rápido que parecía
un borrón en lugar de una kata.

Clases separadas para humanos y sobrenaturales, otra


cosa que complicaba su rejilla de programación.
Definitivamente necesitaba ayuda, y tenía que recordar que él
era la última persona que debía ofrecerla.
Zola murmuró alabanzas a la niña mientras corregía la
posición de sus brazos, luego la vio ejecutar algunos golpes
vigorosos.

—Mejor —dijo Zola, alzando la voz. Su mirada se encontró


con la de Walker al otro lado de la habitación y sonrió un
poco—. Arriba, todos ustedes. A lo largo de la pared del fondo.

Uno o dos de los niños gimieron, pero aun así formaron


una línea escalonada contra los espejos. Zola se movió para
pararse junto al escritorio y asintió.

—Sprints. Treinta. Niños, luego niñas, luego niños, luego

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niñas. ¡Vamos!

Los siete niños se dirigieron hacia la pared del fondo, los


cambiaformas superando al único niño que chispeó con magia
en lugar de poder salvaje. Zola le dio la espalda al espectáculo
y cambió al francés.

—Cancelé mis clases de la tarde. Cuando los pequeños se


hayan ido, podremos concentrarnos.

—Es un lugar agradable, Zola.

El orgullo brillaba en sus ojos.

—Sí. Mi lugar. Mi hogar.

Y había vuelto a tropezar con él. La culpa se apoderó de él


y tuvo que forzar una sonrisa. ¿Y si su participación iba más
allá de permitirle usar sus contactos? Si él hubiera traído su
pelea hasta ella...

Nunca sobreviviría si sus errores la lastimaban.

Ella leyó su confusión en la sonrisa falsa.

—No he estado nunca indefensa, incluso cuando era niña.


Lo que sea que venga, lo manejaré.
Debería haber sabido que no podría engañarla.

—No deberías tener que hacerlo. Esa parte es mía.

Una ceja oscura se arqueó hacia arriba.

—¿Crees que necesito tu protección?

Cuidado, Walker.

—Creo que es mi responsabilidad si te traigo mis


problemas.

—Solo si eres mejor que yo manejando ese problema. —

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Ella sonrió provocativa mientras sonaba el timbre de la puerta,
anunciando la llegada del primero de los padres que
regresaban para recuperar a sus hijos—. Quizás lo veamos
más tarde.

Definitivamente un desafío.

—¿Estás buscando pelear conmigo?

—Solo un combate amistoso. Estoy segura de que ambos


hemos aprendido nuevos trucos desde la última vez.

Tantas capas de significado, incluso si Walker estaba


bastante seguro de que ella había dicho las palabras
inocentemente.

—No puedo esperar —murmuró, bajando la mirada para


que ella no viera el conocimiento allí.

Zola se escabulló para reanudar la vigilancia de sus


discípulos, pasándolos de un lado a otro a medida que llegaban
más padres y tutores, hasta que el frente del dojo se llenó de
gente. Más de uno de los lobos le lanzó miradas de curiosidad,
pero nadie se le acercó, ni siquiera cuando Zola envió al último
de sus alumnos en estampida hacia la salida.
Cerró la puerta y giró el pestillo.

—Los niños son mis favoritos. Todavía no han aprendido a


tener miedo.

—Pero son conscientes. —Lo habían reconocido como


fuera de lugar.

—Nueva Orleans es menos peligrosa. Pero no es segura.

Otra cosa que no había cambiado en los años que había


estado fuera.

—Mi medio hermano todavía vive aquí. —Mejor sacar eso,

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dejarla pensar que había influido en su decisión de regresar,
incluso si no era cierto. Después de todo, no había arrastrado
su culo al restaurante de John después de la hora de cierre,
pidiendo ayuda.

No. Él había acudido a ella.

Pasó los dedos por el interruptor de la luz, dejando el dojo


iluminado solo por la luz rota que se filtraba a través de las
persianas de la ventana delantera.

—Sí, lo recuerdo. —Sus pasos la llevaron hacia las


escaleras, como si esperara que él la siguiera—. Disfruto de su
cocina.

Seguramente John habría dicho algo si Zola se hubiera


tomado la molestia de presentarse.

—¿Lo has conocido?

—Por supuesto. —Ella vaciló, luego se volvió mientras se


balanceaba en el primer escalón, poniendo sus ojos al nivel de
los de él—. Solo le dije que te había conocido durante mis viajes
y que te había considerado un amigo. Nunca indicó que sabía
lo contrario.
Porque su hermano nunca había sido un bastardo
entrometido, y era uno de los muchos errores de los que
Walker se arrepentía ahora.

—John es del tipo callado.

—Mmm. Algunos dicen lo mismo de mí. —Una sonrisa jugó


en las comisuras de sus labios—. Entonces. ¿Entrenamos?

Así que eso fue lo que la hizo tener tanta prisa por subir.
Walker asintió, encogiéndose de hombros y arqueando una
ceja.

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—Si crees que puedes manejarme.

La risa fue su única respuesta mientras giraba y se


lanzaba escaleras arriba. Tuvo que seguirla a la carrera, y
apenas esquivó un puñetazo cuando llegó a la sala abierta de
arriba.

Él dio vueltas fuera de su alcance, manteniendo una


mirada aguda en su centro de gravedad.

—Eso no fue del todo justo, cariño. Los golpes baratos


están por debajo de ti.

—No hay tal cosa. —Su peso descansaba ágilmente sobre


las puntas de sus pies, y se balanceó un poco, sonriendo—.
Nunca empieces una pelea que no tengas la intención de
terminar, ¿no?

—La regla cardinal —estuvo de acuerdo—. Pero sabes que


las peleas sucias exponen la debilidad.

—También las bromas amistosas. —Se lanzó hacia


adelante, una finta lo suficientemente obvia como para evitarla
fácilmente—. Juega conmigo, Walker.
Él se quitó los zapatos y se lanzó hacia ella de una vez. En
lugar de golpearla directamente, empujó sobre su hombro,
usando el impulso para hacerlos girar a ambos. Ella lo siguió,
fluyendo hacia el giro tan rápido que se dio la vuelta en un
círculo cerrado y casi golpeó su espalda.

Se separó y la dejó venir hacia él, lista para precisar su


técnica. Ella no tenía una; tenía al menos una docena,
aprovechando elementos de varias artes marciales con tanta
rapidez y fluidez que apenas podía catalogarlos.

Había más que una pequeña influencia de la capoeira en

26
la forma en que se movía, especialmente cuando se agachaba
para evitar un golpe e inmediatamente contraatacaba
apoyando su peso en un brazo y lanzándole una meia lua
pulada. Sus piernas patearon en el aire, girando tan rápido que
casi se volvieron borrosas, y él apenas lo esquivó.

Walker logró ponerla sobre la alfombra, pero ella enganchó


sus pies debajo de sus piernas y lo tiró de inmediato. Aterrizó
con un ruido sordo en la colchoneta y ella saltó en otra ráfaga
de patadas.

Walker rodó y apartó los pies de debajo de ella. Ella volvió


a caer (casi) y él le pasó una pierna por encima y luchó con sus
muñecas contra la colchoneta sobre su cabeza.

—¿Deberíamos contarlo? —jadeó.

—No me someto —gruñó, pero algo más que ira entrelazó


las palabras. Deseo. Calor. Un calor reflejado en sus ojos, en
la forma en que su cuerpo se retorcía debajo de él, no tanto
probando como burlando—. Ha pasado demasiado tiempo
desde que luché por sobrevivir. Me estoy volviendo blanda.
Solo deseaba que fuera cierto, que hubiera llegado a un
punto, encontrado un lugar, donde pudiera permitirse el lujo
de soltarse un poco.

—Eres dura como las uñas y lo sabes, Zola. Soy más


fuerte, eso es todo. —Más fuerte pero estúpido, porque no pudo
evitar responder a la suave presión de su cuerpo.

—Soy más rápida. La velocidad debería equilibrar la


fuerza. —Su voz se redujo a un susurro ronco que lo invitó a
probar más que su fuerza—. También lo habría conseguido si
la leona no quisiera ser atrapada. Ella no tiene mi orgullo.

27
La sangre tronó en sus oídos cuando la memoria sensorial
lo alcanzó. La había tenido debajo de él así antes, una
situación mayoritariamente inocente que se había convertido
en una conciencia dolorosa en un latido del corazón. Ella lo
había besado esa vez, la torpeza del avance eclipsada por su
entusiasmo y por su propio deseo.

La memoria chocó con la adrenalina y la sensación de su


cuerpo contra el de él, y la polla de Walker se endureció. Él se
habría alejado, pero esa cálida invitación en sus ojos lo
mantuvo inmóvil. Sujeto.

El mundo dio un vuelco en una oleada de músculos


elegantes. Ella se movió rápido, girándolos en una maraña de
miembros que terminaron con ella a horcajadas sobre sus
caderas, con las manos plantadas a ambos lados de su cabeza.
Los ecos de ese mismo recuerdo se reflejaban en sus ojos, junto
con la cautela.

—Si quieres a esa chica inocente, no la encontrarás aquí.


Soy una mujer adulta.

No había querido desear a esa chica inocente más de lo


que deseaba complicar la vida de Zola al desearla ahora.
—Se quién eres.

—No, no es así. —Ella acarició la línea de su mandíbula y


volvió hacia su oreja, su mejilla suave contra su rostro. Su
aliento sopló cálido sobre el lóbulo de su oreja justo antes de
que sus labios rozaran su piel, un contacto eléctrico—. Si te
quedaras, podrías aprender. Todas las cosas que solías saber
y las cosas que nunca descubriste.

La cuestión más peligrosa de todas era cómo quería


responder Walker a la dulce tentación de su oferta. Él podría
quedarse. Tenía…

28
Ni idea de lo que iba a pasar, se recordó a sí mismo con
frialdad. Volvería a arriesgar su corazón si le prometía algo que
no podía cumplir, aunque a su cuerpo no le importara. La
anhelaba, desesperado por aumentar sus recuerdos con mil
cosas que nunca había sentido.

—Zola.

Ella le cerró los dientes en la garganta con un gruñido


ronroneante.

El calor lo atravesó y Walker la giró sin pensar. Sujetó sus


caderas con sus manos y casi le devolvió la caricia aguda e
instintiva. En cambio, su boca descendió sobre la de ella.

No sabía que iba a besarla hasta que lo hizo, su lengua


separó sus labios antes de deslizarse en su boca. Él era quien
más había echado de menos esto, pero en lugar de temblar
debajo de él como lo había hecho hacía ya años, le mordió la
punta de la lengua con un pequeño gruñido necesitado y lo
besó como si hubiera olvidado cómo hacer cualquier otra cosa,
dientes y lengua y manos desesperadas que lo agarraban,
acercándolo más.
Ya no se conocían, pero eso podría cambiar en un
momento. Un latido. Y sería muy fácil perderse en ella.

Walker apartó la boca de la de ella y luchó por controlarse


mientras jadeaba contra su hombro desnudo.

—Tenemos que parar esto.

—Alec estará aquí pronto —dijo, y podría haber sonado


más como un acuerdo si su cuerpo aún no estuviera caliente
y dócil bajo el de él.

Volvió a ponerse de rodillas y se frotó la cara con ambas

29
manos.

—¿Tienes hambre?

Un golpe fuerte sonó desde abajo antes de que pudiera


responder, y Zola suspiró y se alejó rodando.

—Ese será él.

Resentir la intrusión del otro hombre era ridículo,


especialmente porque él solo había venido a ayudar. Walker se
levantó, con el cuerpo todavía dolorosamente tenso.

—Más tarde, tenemos que hablar de esto.

—Ya veremos. —Se puso de pie en un elegante


movimiento, las manos alisando su ropa arrugada. Borrando
cualquier señal visible de que la había tocado, aunque tomaría
días para que su olor se desvaneciera de su piel.

Le agradó más de lo que debería.

Otro golpe impaciente sacudió la puerta principal. Walker


bajó las escaleras de dos en dos y las abrió para encontrar un
lobo alto e imponente con cabello oscuro, ojos oscuros y un
ceño oscuro que vaciló cuando respiró hondo.
La confusión apareció en sus ojos, luego inclinó la cabeza
y miró a Walker con obvia apreciación.

—Así que… escuché que eres el medio hermano de John.


No me di cuenta de que también estabas en tan buenos
términos con Zola.

Le tendió la mano.

—Empecemos de nuevo. Soy Walker Gravois.

—Alec Jacobson. —El lobo tenía un apretón de manos


firme, fuerte, pero no demasiado agresivo—. ¿Zola está aquí?

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—Piso de arriba. Bajará en un segundo.

—Ah. —Una pequeña sonrisa de complicidad—. ¿Puedo al


menos entrar? Tú y yo podemos hablar.

—Sí, seguro. —Walker cerró la puerta detrás de él y cerró


la persiana—. ¿Conseguiste llegar al consejo del Sureste?

—Los omití. —Alec se apoyó contra el escritorio—. En su


lugar, obtuve información secreta del Cónclave. Tu grupo, ¿los
Herederos? Ya solicitaron permiso al Cónclave para
extraditarte.

—No me sorprende. —Si había ido directamente a las


fuentes del Cónclave, tenía que estar más conectado de lo que
Walker se había imaginado—. ¿Qué pasa con el resto del
orgullo?

—Parecen concentrados en ti, por ahora. El Cónclave... —


La burla llenó la voz de Alec—. Bueno, ¿extraoficialmente?
Están haciendo girar sus ruedas. Algunos de ellos quieren
entregarte y el resto no quiere involucrarse en absoluto, porque
no es un asunto de lobos. En este momento, están buscando
una excusa para decir que no es asunto suyo.
Ya lo había pensado.

—Como si el orgullo perteneciera a otra persona. Alguien


que nunca se hubiera cruzado con los Herederos.

—Como si el orgullo perteneciera a Zola. —Alec asintió


brevemente—. Este es el trato, Gravois. El cónclave puede
ordenar que te entreguemos, pero saben que no lo haremos.
No si Zola no quiere que lo hagamos. Nueva Orleans está
prácticamente fuera de la red en este momento y el Cónclave
no está listo para forzar una confrontación. Pero no pueden
admitir exactamente ante tus Herederos que son tan

31
impotentes que no pueden entregarte. Entonces, si tienen una
razón para mantenerse al margen, como que Zola esté a cargo
y que tú eres uno de su gente ahora...

—Entonces se mantendrán al margen. —La mirada de


Walker se desvió hacia las escaleras—. Los Herederos vendrán
de todos modos. Al menos a por mí.

—¿Ella lo sabe?

—Le dije que no se iban a dar por vencidos. —Walker


cuadró los hombros y se volvió hacia Alec—. Protegí a Tatienne
cuando vinieron a por ella. Puede que estuviera loca, pero era
una de nosotros. Maté a algunos de ellos, y ahora los
Herederos tienen una cuenta personal que saldar conmigo.

Las escaleras crujieron detrás de él, y marcó el paso de


Zola fácilmente por el susurro de pies descalzos sobre madera
dura.

—Los escucho a ambos con bastante claridad —dijo


cuando llegó al nivel del suelo.

Alec respondió a su tono irritado con una sonrisa perezosa.


—Nunca pensé que no podrías. Solo pongo al día a tu
amigo en el terreno, cariño.

Se dirigió a ella con irritante familiaridad, pero fue la forma


en que Zola reaccionó ante la expresión de afecto lo que hizo
que Walker apretara los dientes. Ella miró a Alec, plana y dura.

—Compórtate.

El lobo enarcó ambas cejas en una clara expresión de ¿Qué


hice? Zola resopló y se volvió hacia Walker, hablando en
francés.

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—Te está poniendo a prueba. Prueba a todo el mundo.
Parece pensar que lo hace muy inteligente. —Miró a Alec y
volvió a su inglés con un profundo acento—. No tenemos
tiempo para jugar a tus juegos de lobos, Alexander Jacobson.

—Tú eres la que siempre me dice que los gatos juegan


mejor que los lobos.

—Sí, porque los gatos saben cuándo es apropiado jugar.

Alec levantó ambas manos.

—Le dije a tu hombre cómo van las cosas con el Cónclave.


Si te haces cargo del orgullo, el Cónclave les dirá a los
Herederos que se vayan a la mierda, y diablos, incluso podrían
escuchar. Los lobos se las han arreglado para mantener en
secreto que ya no tienen el control de su mascota Vidente, por
lo que la mayor parte del mundo sobrenatural todavía tiembla
en sus botas.

Walker había oído hablar de Michelle Peyton, como todos


los demás. El hecho de que ella fuera la hija del lobo alfa la
había mantenido con vida cuando otros Videntes habían sido
asesinados.
—Será mejor que esperen que siga así, o se convertirá en
un objetivo. Los Herederos piensan que los Videntes son una
abominación, y solo tolerarán su existencia mientras estén
bajo control.

Alec se apartó del escritorio.

—No hay mucho más que contar. Ustedes dos necesitan


hablar. Si Zola quiere declararse líder, todo lo que tiene que
hacer es llamarme. Lo pasaré al Cónclave.

—Gracias. —Las palabras no salieron fácilmente. Tener


tan poco control sobre su eventual destino asustó muchísimo

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a Walker, y lo puso injustamente enojado—. Gracias, lo digo
en serio.

—Dame las gracias por no crear demasiados problemas.


Estamos entre crisis. —Merodeó hacia la puerta con una
arrogancia fácil que hizo que los dedos de Zola se apretaran
sobre el brazo de Walker—. Que tengan una buena tarde.

Cuando se fue, Zola dejó escapar un suspiro.

—No siempre me preocupo por él. Es útil cuando hay


problemas, pero los mismos rasgos que lo hacen útil lo
agravan.

Había vuelto a hablar en francés, y esta vez Walker la


siguió.

—Siempre y cuando haga las cosas, ¿no?

—Quizás. —Se apartó de él y cerró la puerta con llave,


luego cerró todas las persianas, bloqueando el sol de la tarde—
. Siempre se trata de poder con los lobos. Aceptar su ayuda es
reconocer su dominio. Él sabe que no haré tal cosa. Entonces
él juega sus juegos, y yo también debo jugar. Agotador.

—Parece que no es el único juego que quiere que juegues.


Los labios de Zola se curvaron en una sonrisa tensa y
divertida.

—Sí, un hecho que podría ser halagador si Alexander


Jacobson fuera capaz de mantener sus pantalones puestos. No
me interesa un hombre que se acuesta con una mujer diferente
cada noche.

Su declaración habría sido tranquilizadora, si él hubiera


estado celoso. Pero Walker no era estúpido, y los celos ciegos
no eran una opción cuando el olor de su piel permanecía en él
y el recuerdo de su cuerpo contra su excitación se agitaba

34
incluso ahora.

—No es un león. Eso me ayuda a no querer darle un


puñetazo en la cabeza.

Ella se rio, cálida y encantada.

—Créeme. La exposición prolongada hará que cualquiera


quiera pegarle. A menos que quieran acostarse con él. —Una
ceja oscura se arqueó—. ¿Quieres?

Fingió considerarlo.

—Tentador, pero pasaré.

La diversión brilló en sus ojos mientras inclinaba la cabeza


hacia las escaleras.

—No puedo cocinar tan bien como tu hermano, pero me


las arreglaré. Comamos... y hablemos.

Él dobló su mano alrededor de la de ella.

—Eso suena bien.


El almuerzo se convirtió en un desastre. Zola trató de
permanecer casual mientras el león y la mujer libraban una

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feroz batalla dentro de ella. Walker parecía estar dispuesto a
ceñirse a temas seguros, hablándole de los que permanecieron
en la manada mientras ella se movía por la cocina. Trató de
escuchar, pero su mirada se posó con demasiada frecuencia
en la fuerte línea de sus hombros o en la firme curva de sus
carnosos labios. El deseo se había asentado en un fuego lento,
uno que se encendía en los momentos más inoportunos.

Quemó su comida mientras imaginaba sus manos sobre


su piel, su boca en su garganta, su cuerpo duro entre sus
piernas. Incluso abandonar la comida y llevarlo a rastras a un
café local no ayudó. Con su futuro tan incierto, el león juzgó a
todas las mujeres que le sonreían como una amenaza, y los
hermosos ojos y los pómulos afilados de Walker atrajeron una
gran cantidad de aprecio femenino.

Compañero. Una palabra tan tonta, una con la que los


lobos estaban eternamente obsesionados. Su madre no había
permitido apareamientos formalizados entre la manada,
demasiado preocupada de que la lealtad a una pareja
reemplazara la lealtad que pensaba que se le debía.
Compañero. Una palabra tonta, pero que la atormentaba,
le hacía cosquillas en la mente y se movía bajo la piel hasta
que la crispación la tenía más tensa que el arco más fino.

Si no se llevaba a Walker a la cama pronto, podría ser la


muerte de su cordura.

Asumiendo que aceptara semejante invitación. Que él la


deseaba no estaba en duda. Había sentido una prueba de ese
hecho duro y caliente entre sus muslos en el suelo de la sala
de práctica, tan bien que podría haberse mecido contra él y
conducido a la felicidad sin su ayuda. Pero, oh, qué buena

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sería su ayuda...

Desafortunadamente, los asuntos solo podían esperar


hasta cierto punto. Zola se duchaba mientras Walker hacía
llamadas al lugar donde había escondido a su gente, algún
lugar de México donde una bruja realzaba los hechizos
entretejidos en un amuleto que la madre de Zola les había
dado. El último regalo de su mente fracturada, magia que
ocultaba su presencia a los Herederos.

Magia que no duraría para siempre. Zola se trenzó el


cabello y reunió su fuerza de voluntad. Habían pasado horas
preciosas dando vueltas. Acechando. Ninguno de los dos
estaba listo para comprometerse con la única conversación
que necesitaban tener.

Era hora de dejar de jugar.

Zola salió de su habitación y encontró a Walker en la sala


de estar estudiando las fotos enmarcadas en sus paredes.

—¿Estudiaste con DeSilva?

—Cuatro meses. —Su mirada vagó por el resto de la pared,


más de una docena de fotografías enmarcadas de ella con sus
muchos maestros, algunas de sus posesiones más preciadas.
Había perfeccionado su oficio bajo la dirección de los más
grandes maestros que le enseñaron, viajando de un país a otro
durante seis años después de que su madre la apartara de su
orgullo.

Dio un paso adelante y levantó la mano para rozar el marco


de una fotografía de ella de pie junto a un hombre que apenas
llegaba a su hombro.

—Estuve más tiempo en Okinawa. Con Nakamura. Es un


psíquico. Precognitivo. Solo unos segundos, pero eso es todo lo
que necesita. Lo he visto derribar a cambiaformas del doble de

37
su tamaño.

Walker se rio.

—No necesitas volumen cuando sabes lo que planea hacer


el tanque que viene hacia ti.

Su velocidad sobrenatural no había servido de nada contra


Nakamura, quien la había dejado con su parte justa de
humildad y un respeto saludable por los psíquicos y
lanzadores de hechizos.

—Solo llevo unos años en Nueva Orleans. Al principio, no


se sentía seguro instalarse en un solo lugar. No sabía si mi
madre cambiaría de opinión y vendría a por mí. O si sus
enemigos podrían hacerlo.

Él no discutió con eso.

—¿Disfrutaste de tus viajes?

Ella le dio la verdad, porque pronto le estaría exigiendo


mucho.

—No al principio. Era joven. Asustada. Pero mis maestros


me dieron confianza y crecí.
Su voz se endureció.

—Lo hiciste bien.

—Sí. Lo hice. —No había vuelta atrás ahora. Ella se giró


para mirarlo y se esforzó por mantener la voz tranquila—.
Tomaré a tu gente bajo mi protección. Volveré a formar el
orgullo. Pero, a cambio, me dirás la verdad.

Walker dio un paso atrás, un movimiento tan pequeño que


se preguntó si se dio cuenta de que lo había hecho. La retirada
nunca había estado en su naturaleza, como tampoco en la de
ella. Tampoco la cautela en su voz.

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—¿La verdad sobre qué?

Zola se preparó.

—¿Por qué dejaste que ella me echara? ¿Por qué no me


seguiste?

Vio el momento en que él decidió decírselo y supo que sería


la verdad. Sus ojos se ensombrecieron y suspiró.

—No pude detenerte y no pude seguirte. No sin ponerte en


peligro.

—¿Por mi madre?

—Por las órdenes de tu madre.

No se había dado cuenta de que la esperanza aún vivía


hasta que revoloteó débilmente en su pecho.

—¿Qué te habría hecho si me hubieras seguido?

—Tatienne dijo que, si alguno de nosotros iba contigo,


tendría que asumir que teníamos la intención de comenzar
nuestro propio orgullo. Un orgullo rival. —Él encontró su
mirada—. Ella te habría matado, Zola.
Zola cerró los ojos mientras el dolor aumentaba, trayendo
consigo la agudeza del recuerdo. Tatienne como una mujer
más joven, piel pálida bronceada por el sol implacable, su
cabello castaño rojizo veteado de oro. Zola había heredado el
color de su padre, chocolate y crepúsculo, pero su madre tenía
todos los colores de un atardecer en el desierto. El poder había
cantado en las venas de su madre, pero también el amor. Amor
por su hija, por su orgullo.

La Vidente del Cónclave estaba muy embarazada.


¿Perdería la dulce y pequeña Michelle Peyton la dulzura de su
naturaleza? ¿El hijo que llevaba bajo su corazón se volvería

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algún día para descubrir que su madre había desaparecido,
perdida por los estragos de un poder demasiado grande para
contenerlo en un solo cuerpo?

—Hey. —Walker la empujó hacia arriba con dedos suaves


debajo de la barbilla—. Sé que es horrible. Por eso me prometí
a mí mismo que no te haría esto.

Demasiado tarde, olió sal. Sus mejillas estaban mojadas


con lágrimas traidoras, revelando la profundidad de su
indefensa vulnerabilidad al único hombre que siempre había
tenido el poder de dejar su corazón desnudo.

Ella retrocedió, tropezando hacia atrás dos pasos antes de


volverse y quitarse toda evidencia de su lapsus de sus mejillas
con dos manos temblorosas.

—Ella me amó una vez. Nos amaba a todos. Cualquiera


que sea el monstruo en el que se haya convertido, lo que sea
que le hizo a la gente que había jurado proteger, no es culpa
nuestra. No es un juicio sobre nosotros. El poder de un Vidente
los consume.
—Eso es todo cierto. —Él acunó sus hombros, frotó su
mejilla reconfortante contra la parte superior de su cabeza—.
No significa que no pueda doler.

Tatienne también lo había traicionado. Zola se reclinó y


dejó que su calidez y fuerza se enroscaran a su alrededor, junto
con la maravillosa pertenencia que provenía de estar con
alguien de su propia especie.

—¿Si hubiera sido tu elección? ¿Me habrías seguido?

Soltó un largo y lento suspiro que agitó su cabello y le hizo


cosquillas en la mejilla.

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—En un instante. Nada más podría haberme mantenido
alejado.

La verdad tenía olor. Una sensación. Amargo, a veces, pero


siempre sólido e implacable. La tensión que había vivido dentro
de ella durante una década se desató lentamente.

—Entonces está detrás de nosotros. Me gusta en quien me


he convertido. Tengo mi libertad.

Se puso rígido, solo un poco.

—Ojalá pudiera decir lo mismo.

Zola deslizó sus manos hacia arriba para cubrir las de él.

—El pasado es el pasado. Estás luchando para proteger a


tu gente. Me gusta en quién te has convertido.

—No lo harás si tengo que irme. —Sus manos se deslizaron


hacia abajo y se apretaron alrededor de su cintura—. Lo haría
para protegerte.

Esperaba que ella se sorprendiera. Quizás debería haber


estado, o indignada, o incluso enojada. Algunos cambiaformas
masculinos asfixiaban a sus parejas con una protección ciega
que llevaba un aura desagradable de chovinismo. Pero si
Walker tuviera prejuicios tan desagradables contra las
mujeres, no habría seguido voluntariamente a la madre de
Zola.

Zola le pasó una mano por el brazo y el hombro y le pasó


los dedos por la nuca.

—Yo haría lo mismo contigo. Protegemos a los que… —


‘Amamos’—… nos preocupamos. Por eso tomaré a tu gente
bajo mi cuidado. Llamaré al Cónclave esta noche y los
declararé mi orgullo, y la gente de Nueva Orleans me ayudará

41
a mantenerlos a salvo.

Un latido.

—¿Dónde encajo yo?

El calor de su cuerpo hizo que fuera tan fácil acercarse a


él, y difícil no frotarse contra él como un gato en celo.

—Puedes liderar conmigo, o puedes irte. No te chantajearé


para que te metas en mi cama manteniendo su seguridad sobre
tu cabeza.

Su risa vibró contra su piel, menos divertida que


asombrada.

—Eso es lo último que tendrías que hacer para meterme


en tu cama.

El instinto le susurró que él no haría el primer avance, así


que lo hizo ella, poniéndose de puntillas para acortar la
distancia entre ellos. Sus labios eran cálidos y firmes y sabían
a café amargo mezclado con canela de la masa que había
tenido de postre, y debajo de todo Walker. León. Masculino.

Mío.
Su espalda golpeó la pared y Walker se apretó más cerca,
levantándola un poco mientras se deslizaba entre sus muslos
y se aplastaba contra ella.

—No me detendré esta vez, cariño. No hasta que esté


dentro de ti.

Había tenido muchos hombres en su cama, en su cuerpo.


Pero nunca otro león. Nada podría haberla preparado para la
satisfacción que rugió desde lo más profundo de su interior,
arrasando la razón en una ola de hambre primigenia. Ella puso
ambas piernas alrededor de sus caderas, confiando en que él

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la sostendría mientras tiraba de su camisa.

Con sus caderas sosteniendo su peso, se inclinó hacia


atrás y tiró de su camiseta por encima de su cabeza.

—¿Estás segura?

Qué pregunta tan tonta. Ella respondió moviendo una


mano entre ellos hasta que sus dedos ahuecaron el duro peso
de su polla.

—Te lo dije. Ya no soy una chica inocente. ¿Puedes


seguirme el ritmo ahora?

Walker siseó en un suspiro y la mordió, la fuerte presión


de sus dientes en su mandíbula apenas llegó a ser salvaje.

—Pregúntame de nuevo más tarde, si todavía puedes


pensar.

El pensamiento ya libró una batalla desesperada. Ella


puso sus dedos alrededor del botón de sus jeans y se lo arrancó
en su prisa.

—Date prisa.
—No. —Él deslizó sus manos debajo de su trasero y la
levantó—. Primera puerta, ¿verdad?

Lo tomaría dentro de ella ahora y se regodearía en cada


estocada mientras la follaba contra la pared. Una peligrosa
alquimia de lujuria e instinto la volvió loca, y solo la promesa
de verlo retorcido entre sus sábanas hizo posible encontrar su
voz.

—Sí.

Le tomó solo unos pocos pasos llegar al dormitorio y a la


cama. La dejó caer sobre ella y deslizó la mano por debajo de

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su camisa, con los ojos encendidos.

—Te extrañé.

Dedos cálidos y callosos acariciaron su estómago. Ella se


arqueó ante el toque, los ojos se cerraron.

—Ya no necesitas extrañarme.

—No, no lo hago. —Él le palmeó el pecho a través de su


sujetador deportivo—. Quítate la ropa.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Su camiseta se rasgó


bajo sus dedos frenéticos. Dejó que el algodón se deslizara al
suelo y se quitó los pantalones con más cuidado.

Para cuando yacía en sujetador y ropa interior, Walker la


estaba mirando, con las manos apretadas a los costados.

—Esta es la primera vez —susurró—. Has sido mía


durante tanto tiempo que parece surrealista, pero esta es la
primera vez.

Su primera vez, y se sintió aliviada de que no fuera la


primera vez. A los quince, se había enamorado de un joven de
veintiuno. A los diecinueve años, temblaba bajo los cuidadosos
besos de un hombre que se había reprimido, demasiado
consciente de su inocencia.

A los treinta, era una mujer que sabía lo que quería, y lo


tomó, poniéndose de rodillas y deslizando las palmas de las
manos contra el increíble calor de su fuerte pecho.

—La primera vez. No es la última.

—No. —Él deslizó sus dedos por su cabello e inclinó su


cabeza hacia atrás—. ¿Qué te gusta?

Zola se rio y le arañó los brazos con las uñas, dejando que

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el poder aumentara en ella, el mejor tipo de desafío.

—Averígualo.

—Uh-huh. —Arqueó una ceja—. No estás desnuda todavía.

Sin el botón de sus jeans, fue fácil deslizar la cremallera


hacia abajo.

—Estoy distraída. Si es importante para ti, tal vez deberías


ayudar.

Él la sujetó por las muñecas con un agarre de hierro, y fue


solo entonces cuando ella se dio cuenta de lo tenue que era su
control.

—Si quieres que me tome mi tiempo —dijo con voz ronca—


, entonces tendrás que dejarme.

La locura hervía justo debajo de la superficie, y lo quería.


Lo necesitaba. Con las muñecas inmovilizadas, usó los dientes
para enfatizar su punto, mordiendo su hombro con un gruñido
bajo.

—Tómate tu tiempo más tarde. Ahora, follemos.


Walker se abalanzó sobre ella con un gruñido, como si
alguna correa que lo sujetaba se hubiera roto.

—Debería haber dicho eso. —La tela elástica de su sostén


cedió bajo sus manos.

Era demasiado rápido para saborearlo, pero ella no habría


sido capaz de apreciar la delicadeza con la sangre palpitando
en sus oídos y el hambre que empequeñecía la habitación con
su toque. Dedos callosos, rápidos y frenéticos hasta que
revelaba una debilidad arqueándose o con un grito ahogado,
luego tan intenso que la hacia jadear mientras jugaba con sus

45
pechos. Ella gimió cuando él agregó su boca, su lengua áspera
y sus dientes afilados.

Él jugueteó con su pulgar debajo del borde de sus bragas.


Un tirón suave y luego se las arrancó también, dejándola al
descubierto a su toque. No vaciló, simplemente meció la palma
de su mano contra ella y gimió cuando el placer la atravesó tan
caliente que gritó.

Si metía los dedos dentro de su cuerpo, se vendría y él la


tomaría y sería bueno, pero no sería lo que necesitaba.
Utilizando toda la fuerza de sus miembros temblorosos, se
liberó y rodó sobre su estómago, luego se puso de rodillas.

—Ahora.

Walker gruñó de placer, pero no volvió a tocarla hasta que


su piel desnuda rozó su trasero y la parte posterior de sus
muslos. Se inclinó sobre ella, con sus fuertes brazos apoyados
junto a los de ella, y le besó la parte de atrás del hombro.

—Ahora.

Se condujo dentro de ella, y el mundo cayó en picado en


una vertiginosa espiral que arrasó su cuerpo. En diez años de
carrera, ella nunca había pertenecido a ningún lugar tanto
como pertenecía aquí, debajo de él, a su alrededor.

Parte de él, como lo había sido desde el primer día que lo


amó.

Sus dedos se cerraron en puños en las mantas mientras


se balanceaba hacia atrás, llevándolo más profundo hasta que
el placer ganó un borde afilado que la atravesó, dejando todo
al descubierto. Ese borde cortó más profundamente cuando le
quitó el pelo de la nuca y la mordió, luego comenzó a moverse,
lento y fuerte.

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Perfecto.

Quería que durara para siempre, pero por supuesto que


no podía. Zola cerró los ojos y se deleitó con el empuje
resbaladizo de su polla, el calor de su piel, la flexión de sus
músculos. Demasiado pronto, estaba temblando.

Susurró una súplica oscura y tranquila.

—Córrete.

Ella lo hizo, con un gemido de impotencia que no ahogó el


dulce sonido de sus cuerpos chocando mientras ella caía en la
dicha. La mordió de nuevo, los brazos temblaron mientras sus
embestidas se aceleraban hasta que se puso rígido y la siguió
por el límite con un suspiro ahogado.

Su nombre.

Te amo. Las palabras resonaron en su mente, pero colapsó


en una maraña sudorosa y temblorosa de miembros sin darles
voz. Demasiado frágil. Demasiado viejo y demasiado nuevo. Así
que los empujó hacia abajo e ignoró el infeliz rugido del león.

Walker sería suyo muy pronto. Ella no lo dejaría ir por


segunda vez.
Walker se despertó con Zola sobre él, un sueño viviente
que lo había perseguido durante años. La tercera vez que se

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despertó y la tocó, ella se acercó a él tan fácilmente como la
primera, envolviendo sus piernas alrededor de sus caderas.

—Lento. —Más que una promesa susurrada para ella, era


un compromiso para él mismo. Ambos habían esperado tanto
tiempo y se merecían tenerse el uno al otro de todas las formas
imaginables.

Él mantuvo su promesa hasta que ella le mordió la oreja y


le susurró:

—Mío.

Entonces se perdió a sí mismo, alzándose de sus


profundidades. Mío. Más que una palabra, una afirmación que
coincidía con la forma en que su cuerpo le dio la bienvenida.
El placer lo abrumaba, pura satisfacción instintiva.

Culminación.

Pertenecía aquí, exactamente donde estaba.

Luego, lamió el sudor del hueco de su garganta y alisó su


cabello hacia atrás.

—¿Tienes clases mañana?


Una somnolienta sacudida de su cabeza mientras le
acariciaba la espalda.

—Nunca los domingos.

Uno de los cien pequeños detalles que no conocía, y


disfrutó de la oportunidad de aprender todo sobre ella.

—¿Solo nosotros, entonces?

—A menos que queramos empezar a hacer arreglos para


traer el orgullo a Nueva Orleans. —Sus dedos se deslizaron
hacia arriba para acariciar la parte posterior de su cuero

48
cabelludo—. Tengo dinero. Podemos encontrarles un lugar
para vivir.

El dinero era lo de menos.

—Yo también. El problema es cuánta burocracia implica


una medida como esta. Eso es parte de la razón por la que
quería la ayuda del consejo de los lobos.

Ella se rio entre dientes.

—No emigré... por la vía habitual. Hay un negocio próspero


en Nueva Orleans que se centra únicamente en hacer
desaparecer la burocracia.

—Y si son como todos los demás negocios prósperos como


ese en todo el mundo, no te acercas a ellos con un sobre de
dinero en efectivo.

—No —estuvo de acuerdo, la risa todavía burbujeaba en


su voz—. Envías a Alexander Jacobson. Lo hará, porque
recientemente acepté a una joven relacionada con él como
estudiante privada, y se siente muy agradecido.

Él se unió a su risa.

—Ya veo como es.


—Mmm. —Su mano se detuvo mientras bostezaba, luego
le acarició la barbilla con afecto somnoliento—. Descansa. Lo
necesitarás si volvemos a hacer esto en unas pocas horas.

—Te necesito más de lo que necesito dormir. —La besó en


la sien y salió de debajo de las mantas—. Vuelvo enseguida.

Walker recorrió el pasillo hacia el baño en la oscuridad.


Cuando se acercó a la puerta entreabierta, sintió un
hormigueo en la piel y se le erizó el vello de la nuca.

Algo estaba mal.

49
Aunque tenía buena vista, no estaba lo suficientemente
familiarizado con el apartamento de Zola como para notar algo
visiblemente fuera de lugar, y no escuchó nada. Ni una maldita
cosa para alimentar su indefinible sentido del mal.

Aun así, permaneció.

Encendió la luz del baño y se le heló la sangre. Una bolsa


de tela negra y sucia colgaba en el espejo de un hilo grueso.
Un gris-gris, tal vez, uno que Zola definitivamente no había
colocado.

La bolsa tintineó cuando la liberó de un tirón. Olió flores y


cobre, dos aromas que explotaron en su nariz cuando volcó la
bolsa sobre el mostrador. Cayeron pétalos de rosa y monedas
de un centavo, junto con una pequeña botella de whisky y una
pequeña moneda de diez centavos que pareció girar al ritmo de
su corazón palpitante antes de finalmente asentarse en las
baldosas resbaladizas.

Así, estaba de vuelta en el pantano, viendo a su madre


enterrar a otro bebé de cera bajo el borde elevado de su
destartalado porche. Siempre había susurrado palabras,
súplicas bajas y melifluas que se desvanecían en el aire
pesado, elevándose para mezclarse con el susurro del musgo
español en los árboles.

No era un gris-gris. Flores, nueve centavos, whisky y una


moneda de diez centavos. Todo lo que un trabajador de
santería necesitaría para comprar tierra de cementerio a los
difuntos.

Era un mensaje y una advertencia, todo envuelto en


fragmentos de su pasado. Los Herederos habían entrado
mientras dormían, o incluso mientras hacían el amor. Al
amparo de la magia, habían violado la seguridad y la santidad

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de la casa de Zola.

Y, sin embargo, no se había derramado sangre.

Walker barrió el contenido de la bolsa negra en la pequeña


papelera junto al tocador. Los Herederos no querían tener nada
que ver con Zola, ya fuera por sus conexiones o porque ella
había estado libre de culpa en los asuntos de Tatienne, pero la
lastimarían si tenían que hacerlo. Para llegar a él, derribarían
a cualquiera y cualquier cosa en su camino, y al diablo con lo
que el Cónclave tenía que decir al respecto.

Hizo una revisión superficial del apartamento, pero no


encontró nada. No esperaba hacerlo. No quedaba nadie,
caminando sigilosamente por las habitaciones al amparo de la
magia. No lo necesitaban.

Los Herederos habían cumplido su misión y habían dejado


su mensaje. Conocían a Walker, sabían lo que vivía en su
interior y hasta dónde llegaría para mantener a salvo a Zola.

Y él sabía dónde estarían esperando.


Walker estacionó su moto prestada al final del largo
camino de entrada. Alguien había golpeado el buzón oxidado y
colgaba precariamente de su poste de madera. Lo enderezó
antes de partir a pie hacia la casa, aunque no tenía ni idea de
por qué.

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Nadie vivía aquí y, a menos que su medio hermano se
cansara de la vida en la ciudad, nadie lo haría.

Habían pasado años desde la última vez que recorrió el


camino, en su mayoría de tierra. La hierba había crecido en
medio de la carretera, entre los surcos compactos, y el pesado
dosel de robles y cipreses en lo alto bloqueaba la luz de la luna.

El camino se iluminó y pudo ver la casa al final. Walker


apenas había dejado esa espesa capa de árboles cuando una
voz habló desde el porche hundido.

—Así que, vienes solo.

Walker estudió al hombre vestido con sencillez y se encogió


de hombros.

—Asumí que eso era lo que querías.

Unos pasos suaves hicieron crujir el porche y una mujer


apareció tras el hombro del hombre.

—Es más fácil no tener que lidiar con la Vidente, pero no


estábamos seguros de que la abandonaras.

Abandonar. La palabra lo irritaba, lo avergonzaba.


—Ella no tiene nada que ver con esto.

El hombre se rio, oxidado y plano.

—No, supongo que no. Alejarla de ti podría arreglar la


balanza, pero es más problemática de lo que vale... siempre y
cuando vengas con nosotros en silencio.

—Solo yo. —Walker cambió su peso, el instinto exigiendo


una pelea, aunque no habría una—. El resto del orgullo es de
ella ahora, y mi vida es tuya.

La grava crujió detrás de Walker, y los dos Herederos en el

52
porche se pusieron rígidos. La mujer inclinó la cabeza y miró
más allá de él.

—¿Ella lo sabe?

Maldita sea. Walker se volvió para encontrar a Zola de pie


allí, con los ojos entrecerrados.

—Pensé que podría haberme salido con la mía.

Ella arqueó ambas cejas, preguntando en silencio si él


realmente pensaba que podía, luego miró más allá de él hacia
sus enemigos.

—Sé lo que es mío. El orgullo es mío, al igual que Walker


Gravois. ¿Están aquí para desafiarme por ellos?

La mujer se detuvo en lo alto de los escalones del porche.

—Gravois viene con nosotros. Debe responder por lo que


ha hecho.

Zola avanzó hasta que se paró junto a su hombro, luego se


inclinó deliberadamente y cerró su mano alrededor de la suya.

—Él se queda. Tú te vas.


Ella era fuerte, hermosa. Desafiante.

Suya.

Walker le agarró la mano y la miró con dolor en el pecho.

—Ellos luchan como uno —susurró—, pero nosotros


también.

—Siempre. —Sus dedos se tensaron hasta que su agarre


rozó el dolor—. ¿Nos desafían, Herederos?

En respuesta, el hombre sacó una pistola y apuntó a la


cabeza de Walker, con el dedo ya apretando el gatillo.

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Walker soltó la mano de Zola y rodó por el suelo cuando la
magia surgió a través de la noche. Una patada a la madera
medio podrida derribó la esquina del porche, y el Heredero
tropezó y dejó caer su arma.

Se lanzó hacia él, pero Zola fue más rápida. Su primera


patada hizo que el arma se deslizara bajo el porche
quejumbroso, y la segunda le arrancó las piernas al hombre
por debajo de él, derramándolo sobre la hierba demasiado alta.
Un segundo después, la mujer, la cambiaformas, saltó de los
escalones desmoronados en un ataque de cuerpo entero.

Zola se sacudió y rodó, usando el propio impulso del


Heredero para arrojarla a un lado. Walker tomó a la mujer con
la guardia baja y llamó su atención. Como hija de una Vidente,
la resistencia natural de Zola a la magia la convirtió en una
mejor adversaria para el lanzador de hechizos.

Y aprovechó esa ventaja, poniéndose de pie justo cuando


el hombre apretó ambos puños y los levantó. La magia atravesó
el aire fresco, pinchando a lo largo de la piel de Walker, pero el
peso del poder salió de Zola mientras giraba de nuevo, a la
velocidad del rayo, y golpeaba la mandíbula del mago con su
talón.

Su gruñido de dolor hizo que su compañera se girara por


una fracción de segundo y Walker le golpeó la sien con el codo.
Ella se tambaleó y él la agarró por la garganta.

—¿Se van? —demandó él—. ¿Se irán y nunca volverán a


Nueva Orleans?

Ella respondió con un gruñido y una rodilla conduciendo


hacia su ingle cuando la magia se rompió de nuevo, esta vez
golpeándole. Su visión se volvió borrosa cuando el dolor y la

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magia se mezclaron, y arremetió, impulsado por el instinto.

La golpeó en la garganta con el canto de su mano. El


delicado hueso que protegía sus vías respiratorias se rompió y
ella cayó hacia atrás, ahogándose en busca de aire en fuertes
jadeos.

No le tomaría mucho tiempo recuperarse. Walker luchó


por concentrarse, por deshacerse del hechizo para que Zola no
pudiera luchar sola.

El fuerte estallido de los disparos resonó a su alrededor,


un segundo antes de que un cuerpo caliente se estrellara
contra él. El de Zola, por el olor y la sensación. Ella lo tiró al
suelo y los hizo rodar hasta que su cadera chocó contra el
extremo derrumbado del porche.

—Él tiene la pistola —susurró ella, con un soplo de sonido


en su oído—. Disparando desde debajo de lo que queda de las
escaleras.

—La otra viga de soporte. —El porche había estado


destartalado incluso en su juventud. Un golpe muy bien
colocado podría hacer que todo cayera sobre el Heredero
oculto.
—¿Puedes hacerlo si los distraigo?

Seguía viendo doble, pero asintió.

—Coge a la cambiante. Yo me ocuparé de este tipo.

Sus labios rozaron su mejilla en una caricia suave como


un susurro, y luego se fue en un remolino de pasos casi
silenciosos a través de la hierba indómita.

Se disparó un tiro en la noche, pero un segundo después


escuchó el gruñido de dolor de la Heredero cambiaformas
cuando Zola se abalanzó sobre ella, enredándose para que el

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mago no pudiera dispararle con claridad.

Mientras Zola forcejeaba con la cambiaformas, Walker se


acercó al borde del porche. Un disparo pasó silbando y maldijo.
Sin rodear la casa, no había forma de pasar a hurtadillas por
delante del lanzador bajo el porche.

Al diablo esto. Trepó por el lado derrumbado del porche, la


madera crujió bajo su peso. Otro fuerte disparo, éste
acompañado de una oleada de dolor en el brazo de Walker.

Le habían disparado y le importaba un comino. Él rugió su


ira y golpeó contra las tablas para cerrar su mano en el cabello
del hombre. Se las arregló para golpear a su adversario contra
la madera tres veces antes de que se derrumbara el porche.

—¿Walker? —La voz de Zola, teñida de preocupación—.


¿Estás bien?

Él cerró los dedos alrededor de la pistola y gimió mientras


rodaba en su espalda.

—De perlas. ¿Y tú?

Una pausa incierta, y ella le repitió la palabra en su inglés


con acento.
—Espero que eso signifique algo bueno.

—Significa que lo lograré.

Siguió el sonido de carne contra carne, un gruñido


ahogado y luego silencio.

—Ella está viva. Inconsciente, pero viva. Llamaré al


Cónclave. A los Herederos. Les ofreceré su vida a cambio de
que te perdonen. Una vida por una vida, ¿no?

Una vida por una vida. ¿Cómo podían los Herederos


negarse, cuando la derrota de la mujer significaba perder su

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vida?

—Creo que funcionará bien. —Debajo de él, las tablas


rotas se movieron y el lanzador de hechizos gimió—. Quizás
incluso dos veces.

Zola se levantó y cruzó el patio, la luz de la luna destellaba


en sus rasgos.

—¿Estás lastimado?

—Solo un rasguño. —Walker salió rodando del porche


aplastado y aterrizó de rodillas—. Sin embargo, mi chaqueta
está arruinada.

—Tonto. —Sus dedos se deslizaron por su cabello y


bajaron, ahuecando su cuello. Sus palabras derivaron hacia el
francés, bajo e íntimo—. Te amo demasiado como para
perderte por un orgullo obstinado. Pero si caes en otra trampa
sin mí a tu lado, yo misma te mataré.

—La cagué, pero nunca más. —Dejarla fue, sin duda, la


cosa más estúpida que había hecho en su vida. Zola no
necesitaba su protección. Ella solo lo necesitaba y él conocía el
sentimiento—. ¿Luchamos juntos?
—Como uno. Siempre. —Sus labios se apoderaron de los
de él en un beso desesperado y sin aliento, terminando casi
antes de que comenzara—. Y ahora llamamos a Alec Jacobson.
Tiene una jaula en su sótano para situaciones como esta. Me
temo que, si te quedas aquí, te darás cuenta de que suceden a
menudo.

No pudo evitar reír.

—Crecí por aquí. Conozco la disposición del terreno.

—Entonces sabes que nunca será aburrido.

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Vivir en una burbuja de plástico no sería aburrido
mientras Zola estuviera con él.

—¿Estás segura de que puedes perdonarme por


escabullirme?

Una pizca de risa burbujeó mientras buscaba un teléfono


en su bolsillo.

—Esta vez sí. Pero solo si te haces cargo de mi clase llena


de cambiaformas adolescentes varones. Quizás un
recordatorio semanal de las catastróficas consecuencias del
ego masculino te enseñe una lección valiosa.

Era mucho más de lo que se merecía, pero no había forma


de que desperdiciara la oportunidad de compensar las heridas
que le había infligido en el pasado, lo lejano y lo no tan lejano.

—Haz tu llamada, Zola. Cuanto más rápido saquemos a


estos dos de aquí, más rápido estaremos solos.

Lo más rápido que pudiera convencerla de que había


tomado la decisión correcta.
—... así que después de que los representantes de lo
Herederos llegaron a un acuerdo contigo, el Alfa los escoltó de
regreso a Nueva York en su jet. Recibí una llamada de él

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anoche para informarme de que se habían ido del país.

Zola hizo un ruido evasivo, solo la mitad de su atención


puesta en la voz de Alec que salía de su teléfono. Solo había
seis estudiantes en su grupo de adolescentes cambiantes,
todos varones, porque se negaba a enseñarles en una clase
mixta cuando sus hormonas los impulsaban a adoptar
posturas y acicalarse para llamar la atención de sus
compañeras de clase. Cualquier impulso que pudieran haber
tenido de luchar por su atención se había perdido en la primera
semana, dejando a un grupo de jóvenes moderadamente serios
en la cúspide de la hombría.

Lo suficientemente manejables, hasta que se enfrentaron


a un hombre cambiaformas en su mejor momento. Zola
escondió una sonrisa detrás de su mano mientras Walker
manejaba hábilmente otro desafío límite, con paciencia, pero
con firmeza, colocando al chico en su lugar sin dañar más su
ego.

Alec todavía estaba hablando, y Zola hizo un esfuerzo


consciente por volver a centrar su atención en la conversación
a tiempo para escuchar:
—... todo arreglado, entonces. El papeleo para el orgullo
debería estar listo en unos días. Si necesitas ayuda para cruzar
la frontera...

—Estaremos bien. —Teniendo en cuenta todos los


problemas en los que se metió por ella Alec Jacobson, deberle
demasiados favores podría resultar una situación incómoda—
Gracias.

Terminó la conversación justo cuando Walker terminó la


clase, enviando a los niños a la fresca noche de Nueva Orleans.
Cuando la puerta se cerró detrás del último, enarcó una ceja.

59
—¿Bien?

Él le dedicó una leve sonrisa mientras abría una botella de


agua.

—¿Bien qué?

—Nada. —Imposible no admirar su belleza, la piel dorada


cubierta de sudor, los músculos duros y esos ojos que ahora
había visto vidriosos por la pasión. Hacer el amor con él era
nuevo, pero amarlo era como recordar un movimiento tan
arraigado que era instintivo. Memoria muscular, notó una
parte divertida de ella mientras cruzaba la habitación para
deslizar sus brazos alrededor de él. El corazón es solo otro
músculo.

Walker entrelazó sus dedos a través de su cola de caballo


y la acercó más, inclinando su cabeza hacia arriba para un
beso lento, su boca abierta jugueteando con la de ella.
Caliente, perfecto, incluso antes de que separara los labios en
un gemido y se diera cuenta de que estaba decidido a besarla
hasta que quedarse sin aliento.

Lo que hizo que fuera aún más fácil agarrar su pierna con
su pie y tirarlos al suelo. Un momento después, sin
respiración, estaba sentada a horcajadas sobre su cintura con
las manos a cada lado de su cabeza. Y como el inglés era su
lengua materna, ignoró su timidez y su extraño acento y habló
con el corazón. Las palabras, en cualquier caso, eran bastante
simples.

—Te quiero.

—Yo también te amo. —Deslizó una mano a su cadera, la


otra alrededor de su espalda, acunándola cerca—. Por eso
somos más fuertes juntos.

—Y nunca debes olvidarlo —susurró, antes de inclinarse

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para besarlo de nuevo. Suave y lento, como si tuviera todo el
tiempo del mundo.

Porque lo tenía.
Érase una vez, Moira
Rogers era el seudónimo
principal de Bree & Donna.

61
Desde (principalmente) 2008 a
2012, escribieron docenas de
novelas y cuentos, que iban
desde lo sexy hasta lo erótico.
Hoy en día se centran
principalmente en escribir como
Kit Rocha.

Pero, ¿cómo se hace una


Moira Rogers? Tome a una ex estudiante de ciencias forenses
y enfermería obsesionada con el romance paranormal y
agregue una programadora de computadoras con una pasión
por la fantasía urbana descarnada. Agregue una pizca de
fantasía y mucha cafeína, y disfrute con un poco de chocolate
a la luz de la luna llena.

De día, Bree y Donna son mujeres de modales apacibles


que residen en el sur profundo. Por la noche, cuando sus
maridos e hijos duermen, combinan fuerzas para dar rienda
suelta al producto de su imaginación febril sobre las páginas
en blanco.
´
Abandonada por su padre
cambiaformas lobo y criada por su madre
psíquica humana, Carmen Mendoza no

62
puede negar que es diferente. Ella anhela
cosas de las que la mayoría de las mujeres
se alejan, y tiene un rastro de ex novios
que cambian de forma para demostrarlo.

Trabajando en una clínica para


criaturas sobrenaturales, ha escapado a la
atención de la familia obsesionada con el
legado de su padre. Hasta que necesiten
un peón en su apuesta por el poder. Atrapada por un hechizo
vicioso diseñado para despertar a su lobo interior, la única
esperanza de Carmen es confiar en el único hombre lo
suficientemente fuerte como para calmar sus instintos más
oscuros.

Alec Jacobson fue una vez el heredero aparente de la élite


gobernante de los lobos, hasta que se marchó para casarse con
la mujer que amaba. Ella lo pagó con su vida. Ahora vive como
un rebelde, un alfa oveja negra que protege a los residentes
sobrenaturales de Nueva Orleans del bárbaro sistema de
clases de los lobos. Lástima que no pueda protegerse de su
necesidad de Carmen.
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1.- Crux (2009)

2.- Crossroads (2009)

2,4.- A Peyton Family Christmas (2010)

2,5.- Zola's Pride (Historia corta dentro de la antología The


Mammoth Book of Paranormal Romance 2, 2010)

3.- Deadlock (2010)

3,5.- Two Weddings and One Near Funeral (2011)

4.- Cipher (2010)

5.- Impulse (2012)

6.- Enigma (2014)

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