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Gregorio Luri: "Estoy a favor de los deberes, consiguen que el niño

pobre alcance al rico"

El filósofo y pedagogo presenta 'La escuela no es un parque de


atracciones', una defensa del conocimiento poderoso frente a las
nuevas estrategias emocionales, exóticas y buenistas. 

En La escuela no es un parque de atracciones (Ariel), el filósofo y


pedagogo Gregorio Luri analiza la educación actual y anima a regresar a
una escuela donde el conocimiento valioso vuelva a ser el eje. Levanta
la ceja ante los sistemas modernos, ante las nuevas prácticas dulcísimas,
exóticas y sin garantías, en exceso basadas en la emotividad, en la
afección por el ocio y en la manga ancha para la derrota. Luri cree
que las cosas verdaderamente importantes de la vida cuestan
esfuerzo y que ahora se educa en la cultura del "hazlo fácil", en la de
"no pasa nada, no sufras si no llegas". Explica el experto que España
está en manos de un "monopolio ideológico" dispuesto a santificar las
escuelas idealistas e imposibles. 
"Una escuela sin convicciones y sin trayectoria no es una escuela",
señala, "aunque quizá pueda ser una entretenida guardería". La empatía
-tan alabada públicamente hoy- no le parece para tanto. "La hacemos
pasar por virtud, cuando con frecuencia es la manifestación buenista del
noble sentimiento de la compasión". Le interesa la dignidad. Cree que
nuestro fracaso es lingüístico.
Le preocupa que esté en juego la "dimensión republicana de la
educación común", es decir, apunta a una grieta: que se está educando
a individuos, no a ciudadanos conscientes de su papel de sujeto político,
conscientes de lo comunitario. Hablamos con Luri sobre la detección del
talento, la constancia necesaria para el deslumbramiento, la asunción
de la autoridad, el fenómeno de los niños activistas y en la sofisticación
de la figura del maestro. 
¿Cuáles son los principales problemas que observa en la escuela actual?
Ninguno de los que recoge la proyectada ley: hay problemas de fondo
que deberían ser estudiados con detenimiento y voluntad de consenso.
En primer lugar: cuidar la ciencia, la tecnología, las matemáticas…
Tenemos una población escolar con ansiedad matemática, es un vicio de
este país. Parece que en España se ve con cierta nobleza suspender
Matemáticas o Física, pero aprobar otras es una virtud. Hay que
desmontar ese prejuicio. Dos: se da una pérdida de peso de la escuela
en la formación de de los niños. Cuando yo era pequeño, había dos
mundos: la escuela y el trabajo.
Hoy el padre que lleva a su hijo a una escuela, ya sea pública o
concertada, da por supuesto que va a tener que apuntarlo a actividades
extraescolares o actividades de refuerzo: inglés, matemáticas, robótica…
la escuela ya no es suficiente en sí misma. Y es altamente preocupante
que el 25% de nuestros alumnos terminen la escolaridad obligatoria
siendo incapaces de leer un texto complejo. También son preocupantes
las diferencias hay desde Madrid para arriba a Madrid para abajo. Esa
diferencia no la disminuye ninguna de las leyes que hemos tenido. No sé
hasta qué punto las leyes tienen incidencia real en la práctica escolar.
¿Por qué parece que caminamos hacia el modelo del mínimo esfuerzo?
Es un fenómeno interesante: existe la sugestión de que las cosas
difíciles se pueden conseguir de manera fácil y no es así. Son las cosas
fáciles las que se pueden conseguir de manera fácil. Para escuchar
determinadas canciones te bastará con tener una radio y con eso te vas
moviendo, pero para escuchar las sinfonías de Mahler necesitas ser
educado en el sentido del gusto. Cuando has descubierto eso ves que tu
vida adquiere más profundidad. Cuando gozas de la gran literatura o de
la belleza de un teorema matemático. Esa chispa maravillosa de “ahora
caigo”. Cualquier cosa realmente relevante necesita del esfuerzo de la
comprensión y la concentración. La comprensión que viene detrás del
esfuerzo es un enorme placer intelectual. Pero estamos intentando
sustituir los “codos” por tecnologías nuevas que en realidad no nos
merecen ninguna garantía. Nada grave se conquista sin esfuerzo. Es
necesaria la memoria, tan denostada ahora. Sin memoria, no tenemos
interioridad.
¿Por qué somos tan paternalistas y tan condescendientes con los niños;
por qué no entendemos su educación sin el concepto “ocio”?
Eso es una gran enfermedad de la vida adulta. Nos permitimos creer
que el adulto es un niño degradado. Hemos mitificado la infancia como
la época ideal de capacidad creadora, de imaginación, de
descubrimiento… y es cierto que la infancia es una edad magnífica, pero
no es superior a ninguna otra edad de la vida. La grandeza de una etapa
es que te permite pasar a la siguiente con normalidad. Esa mitificación
de la adolescencia y de la infancia los ha convertido en sectores
comerciales de un peso enorme de consumo… “Si eres niño eres un
genio”… “Si no somos genios en nuestra edad adulta es que algún
maestro sin escrúpulos se interpuso en nuestro camino”… No.
Es un poco el efecto Matilda, ¿no? Sí que en el imaginario popular la
escuela queda como un rodillo de la excelencia y de la diferencia. Sí que
sentimos que hay talentos no desarrollados porque no se ha sabido
pulsar la tecla correcta.
Pues resulta que no. La grandeza de las personas reside en aceptar que
todos tenemos la misma dignidad, independientemente de lo que se
nos dé bien. A mi mujer le gustan los bailes de salón y yo soy un
desastre absoluto, ha tenido que aceptar que para eso no sirvo, pero
hago un bacalao al pil-pil maravilloso… cada uno tiene que saber dónde
está. Ni todos valemos para todo ni el hecho de no valer para una cosa
afecta a nuestra dignidad como personas. No la empequeñece. Hoy
sabemos que la memoria de trabajo (básicamente, la capacidad para
tener en la mente consciente la representación de un problema, ya sea
matemático, amoroso o del tipo que sea) es muy limitada. Podemos
tener en torno a siete elementos al mismo tiempo. La diferencia entre
una persona que sólo puede tener cinco presentes en la memoria de
trabajo y la que puede tener nueve es tan grande que viven en dos
mundos intelectuales distintos. ¿Cómo se puede compensar? Con la
memoria a largo término: con el lenguaje.
¿A favor o en contra de los deberes?
Siempre a favor de los buenos deberes. Los niños ricos siempre están
haciendo deberes: el niño rico hace deberes desde que sale de la
escuela cuando llega a casa y se encuentra con un lenguaje sofisticado,
cuando comenta el periódico, cuando su madre le dice “hoy viene a
cenar mi amiga arquitecta” y cuando en vacaciones se van a ver el
Louvre. O al teatro, o a la Ópera. Los culturalmente ricos siempre están
haciendo deberes. Por eso los pobres tienen que hacer buenos deberes:
para comenzar a alcanzar a los niños ricos. Los malos deberes son una
condena absurda. Si en una carrera, al niño que va atrás, en vez de
decirle que corra más le dices que no se preocupe, que llegue el
último… lo estás engañando. Porque si quiere pillar al resto tendrá que
esforzarse y correr un poco más. Es un hecho que los adultos tenemos
presente: cualquiera que analice su propia vida lo sabe. Conocemos a
personas que parecían limitadas en la escuela pero han sido insistentes
y han conseguido dejar a atrás a algunos que parecían muy brillantes
pero por las razones que sea se han ido quedando en los márgenes.
Es interesante eso que dice de que los deberes pueden ayudar a reducir
la distancia cultural entre un niño rico y un niño pobre.
La diferencia entre un niño rico y uno pobre puede ser de más de mil
palabras a la hora. Sin exagerar, los datos dicen que un niño rico que
entra a preescolar puede haber escuchado hasta 30 millones de
palabras más que otro. Una escuela que se proclama a sí misma como la
escuela de la equidad… ¿qué demonios de equidad nos está dando? No
es igualar los resultados para abajo. Hay que conseguir que los que
están atrás alcancen los mayores resultados posibles. Celáa, seguro que
con sus mejores intenciones, decía que hay que aprobar a un niño con
un cuatro y tal. Está engañando a otros y a ella misma en primer lugar,
porque a ese niño se le viene aprobando desde hace décadas. El
problema es los pocos niños que aceden a la sesión de evaluación con
todas aprobadas.
Habla de profesores que animan a sus alumnos a confundir “autoridad”
y “fascismo”. ¿Diría que la izquierda docente educa a chavales
anárquicos o demasiado emotivos?
Sí. Veamos: yo lo que creo es que un niño necesita contar con aliados
fuertes para combatir a los monstruos de debajo de la cama y de dentro
de los armarios. Se nos olvida, pero la infancia es una época de miedos:
la sombra, la puerta… de niños necesitamos aliados fuertes que nos
ayuden a combatir nuestros miedos. Y que nos ayuden a superar
nuestros límites. La autoridad es confianza. La autoridad no tiene nada
que ver con la disciplina carcelaria. El poder lo puedes tener ya se te
reconozca o no, la autoridad sólo existe si te la reconoce el otro. La
autoridad se gana.
Pienso que la izquierda española tiene la tendencia a evaluarse a sí
misma por la altura de sus intenciones y no por la de sus resultados, y
son intenciones maravillosas, no lo pongo en duda. Así como algunos
dicen “hay una voluntad de que seamos ignorantes”… no, eso me
parece una estupidez. Los gobernantes quieren hacer las cosas lo mejor
posible. Pero a la hora de enjuiciar qué es lo mejor miran sus
intenciones e ignoran sus resultados.
¿Están los adultos convirtiendo a los niños en activistas tempranos,
estilo Greta Thunberg?
Es una buena pregunta que daría para mucho. Nietzsche decía que las
auténticas revoluciones avanzan a pasos de paloma y son las que
realmente cambian las cosas y las mentalidades. Lo otro son
gesticulaciones. Entre los fenómenos nuevos y más singulares de
nuestra escuela es que estamos educando a los niños en el miedo al
futuro. Antes estábamos convencidos de que la escuela te abría
posibilidades de futuro. La propia izquierda lo creía: “Una escuela que
se abre es una cárcel que se cierra”, “la cultura os hará libres”… ahora
tenemos miedo al futuro y eso significa desconfianza hacia el
conocimiento. Eso me provoca gran inquietud porque es cierto que el
hombre es capaz de provocar grandes desastres pero también es capaz
de buscar grandes remedios. Si no creemos en nuestra propia capacidad
para salir de apuros nunca avanzaremos.
Ojalá los niños fueran activistas tempranos, pero realmente sólo son
pacientes prematuros. Ser activista quiere decir que tienes un plan, que
tienes confianza en una meta o en algo que puedes hacer. Pero lo que
hacen es sufrir por un futuro que les da miedo y recibir mensajes
negros… son pacientes… de pathos, de dolor. Viven un sufrimiento
temprano.
¿A favor o en contra del pin parental?
Me sorprende que se haya llegado a ese debate. ¿Por qué hay familias
que no se sienten bien acogidas en una escuela que se define a sí misma
como pública? Me da igual que piensen de manera contraria a mí. En
una sociedad democrática que se define como pluralista nos debemos
plantear si la escuela pública es inclusiva ya no sólo con los niños, sino
con las familias. Eso me preocupa. ¿Qué es lo que pasa para que algunas
familias impugnen contenidos de la escuela? No se trata de condenar,
sino de intentar comprender. Cuando yo iba a la escuela era
inconcebible que en mi casa se pusiese en cuestión lo que dijera el
maestro. Por otra parte, sé por experiencia personal que cuando en la
escuela el profesor está diciendo algo que va en contra de las
convicciones de una familia, el que se resiente en su prestigio es el
profesor. Por lo tanto… son temas complicados. No me gustan los
aspavientos. Creo en esas revoluciones que son pasos de paloma.
¿Cómo se puede sofisticar la figura del maestro?
Primero tendría que creer más en sí mismo. Es una profesión de
autoestima frágil. Un maestro eficiente sabe por qué hace lo que hace,
igual que un arquitecto o un periodista eficiente. Pero no están
realmente convencidos de que lo que hacen tiene un sentido y eso nos
lleva a la perplejidad.
¿Cree que habría que subir la nota de corte para entrar a la carrera?
En un Consejería (no te diré cuál), cuando la consejera llegó me pidió
consejo y sí: creo que como mínimo debería haber una nota de 7 en las
tres lenguas: la de la comunidad, el inglés y el castellano. Fue imposible
de realizar y el 7 se bajó al 6 porque los rectores de las universidades se
opusieron rotundamente. Con la educación no se debería jugar. Yo creo
que el maestro tiene que hablar mucho y hablar muy bien y desde el
primer día que entra a clase. ¿Cómo se consigue? Con buen dominio
lingüístico del castellano y del inglés. Los docentes tienen que ser tan
exigentes con su profesión como los médicos con la suya.
¿Cómo valora la inclusión de asignaturas de inteligencia sexoafectiva en
las escuelas? Ahora, con la alerta feminista y la preocupación por el
consumo de porno entre adolescentes (acceden a los 11 años de media,
por primera vez), son muchos los que reclaman asignaturas obligatorias
así… ¿Cree que eso competencia de la escuela?
Creo que a los niños hay que darle en la escuela lo que no les van a
proporcionar en ninguna parte más, y es conocimiento riguroso.
Matemáticas, Lengua, Historia, Física, Química, Arte… creo y estoy
convencido de que el conocimiento riguroso es en sí mismo un
fenomenal educador emocional. Establece el límite y el orden. Aquello
que ponía en la academia de Platón: “Que no entre aquí quien no sepa
Geometría”. Acostumbrarse al rigor te acostumbra a ser riguroso. El
conocimiento riguroso es lo fundamental, no la opinión o la ideología,
que hoy se presentan como si fueran ciencias indiscutibles. En la escuela
hay que aprender cualquier ciencia que sea indisociable de la
metodología científica, mientras que la ideología no necesita
metodología, sino un profeta que la predique.
Si estamos en una escuela plural y en una sociedad plural donde
aceptamos que nadie tiene derecho a decirme si tengo que tener una
religión o no, o cuál tener, ni cuáles tienen que ser mis gustos, ni a quién
tengo que votar, ni tan siquiera cuál es mi género, entonces, ¿cuál ha de
ser el papel de una escuela pública en una sociedad pluralista? Hay dos
posibilidades: una, que es la que ensaya Canadá, y es que se recojan
todas las perspectivas sociales dentro de la escuela y otra que
eduquemos en el conocimiento de las distintas posiciones y en la crítica
argumentada de las mismas. Todas las posiciones constitucionalente
legítimas, claro, aunque sean contrarias a veces a lo que podemos
pensar. Esa me parecería una alternativa mucho mejor que el
adoctrinamiento ideológico.
¿Qué le parece ese debate abierto de que las plazas por carreras
puedan adaptarse a las exigencias del mercado laboral? ¿Morirán la
filosofía y la literatura, las artes?
Ese debate me parece hacerse trampas al solitario, porque estamos
condenando a los alumnos a huir de las ciencias por miedo o por
capacitación. Ahora mismo no pueden elegir de verdad entre una cosa y
otra. La mayor parte de alumnos que eligen carreras humanísticas no lo
hacen porque tengan entusiasmo por el humanismo, sino porque temen
amargamente las Matemáticas o la Física. Si quieres que puedan llegar a
otras cosas, dales posibilidades de elegir, de tener una formación fuerte
que les permita elegir realmente. Un dato: para aclararnos con la
situación real de nuestra escuela no tenemos más que ir a las
Politécnicas o a las Ingenierías y preguntar de qué tipo de centros
proceden sus alumnos.
En el caso de la Politécnica de Barcelona, el 85% de alumnos vienen de
las escuelas concertadas y privadas. Me parece tan escandaloso. Tan
clasista. Estamos hablando de equidad al mismo tiempo que cerramos
puertas. Es una hipocresía enorme. Pensar que al niño pobre se le ayuda
con nuestra lástima y nuestra palmada en la espalda… es ridículo. Se le
ayuda con un sistema exigente y con todos los refuerzos que sean
necesarios. Declaración última y sentida: estoy agradecido a los
profesores que no sintieron nunca lástima de aquel niño de familia
pobre que era yo.

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