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La Censura Onírica
Escuchen ustedes, entonces, este sueño. Fue registrado por una dama de nuestro círculo y
según nos informa proviene de una señora mayor, muy estimada, muy fina y culta. No se
emprendió ningún análisis de este sueño. Nuestra informante señala que para un psicoanalista no
requeriría de interpretación. La soñante misma tampoco lo interpretó, pero lo ha juzgado y
condenado como si supiera interpretarlo. En efecto, dijo sobre él: «¡Y chismes tan abominables y
tan estúpidos sueña una mujer de 50 años, que de día y de noche no piensa en otra cosa que en su
hijo!»
El sueño concuerda, por su discurrir continuado, con una fantasía diurna; presenta sólo
unas pocas rupturas, y muchas particularidades de su contenido habrían podido aclararse por
averiguación, lo cual, como dijimos, no se hizo. Pero lo llamativo e interesante para nosotros es
que el sueño muestra varias lagunas, no del recuerdo, sino del contenido. En tres lugares el
contenido está como borrado; los dichos en que se insertan estas lagunas son interrumpidos por
un murmullo. Puesto que no hemos emprendido ningún análisis, en rigor no tenemos derecho a
manifestar nada sobre el sentido del sueño. Sólo que se dan indicaciones de las que algo puede
inferirse, por ejemplo, en la expresión «servicios de amor»; y sobre todo, los fragmentos de dichos
que preceden inmediatamente al murmullo compelen a completamientos que no pueden menos
que saltar a la vista como unívocos. Si los remplazamos en esos lugares, obtenemos una fantasía
del siguiente contenido: la soñante está dispuesta, en cumplimiento de un deber patriótico, a
ofrecer su persona para la satisfacción de las necesidades de amor del personal militar, tanto de
los oficiales como de la tropa. Esto es, por cierto, en extremo chocante, un modelo de
desvergonzada fantasía libidinosa, pero ni siquiera en el sueño ocurre. Precisamente ahí donde la
trama exigiría esta confesión, en el sueño manifiesto hallamos un murmullo no nítido, algo se ha
perdido o fue sofocado.
Decimos que también los dichos oníricos omitidos, encubiertos por un murmullo, se
sacrificaron a una censura. Hablamos directamente de una censura onírica, a la que ha de
atribuirse una cuota de participación en la desfiguración onírica. Dondequiera que haya lagunas
dentro del sueño manifiesto, la censura onírica es la culpable. Tendríamos que dar un paso más y
reconocer una manifestación de la censura toda vez que un elemento onírico es recordado de
manera particularmente débil, imprecisa y dudosa, entre otros perfilados con mayor nitidez. Pero
sólo en raras oportunidades se manifiesta la censura tan desembozada, tan ingenua podría
decirse, como en el ejemplo del sueño de los «servicios de amor». Con frecuencia mucho mayor la
censura alcanza su cometido siguiendo el segundo tipo: la producción de atenuaciones,
aproximaciones, alusiones, en lugar de lo genuino.
Omisión, modificación, reagrupamiento del material son, por tanto, los efectos de la
censura onírica y los medios de la desfiguración del sueño. La censura onírica misma es la
causante o uno de los causantes de la desfiguración del sueño, cuyo estudio nos ocupa ahora. A la
modificación y el reordenamiento solemos también reunirlos bajo el título de «desplazamiento».
Tras estas observaciones sobre los efectos de la censura onírica, nos volvemos ahora a su
dinamismo. En efecto, ello ocurrió realmente. Recuerden que hicimos una sorprendente
experiencia cuando empezamos a emplear nuestra técnica de la asociación libre. Hubimos de
sentir que nuestros esfuerzos por alcanzar desde el elemento onírico el elemento inconsciente,
cuyo sustituto es aquel, chocaban con una resistencia. Esta resistencia, dijimos, puede ser de
diversa cuantía, unas veces enorme, y otras directamente desdeñable. En el último caso nos hacía
falta recorrer sólo unos pocos eslabones intermedios en nuestro trabajo interpretativo; pero
cuando ella es grande, tenemos que seguir paso a paso largas cadenas de asociación a partir del
elemento, somos llevados muy lejos de él y a lo largo de ese camino nos es forzoso vencer todas
las dificultades que se presentan como objeciones críticas contra la ocurrencia. A eso que en el
trabajo de interpretación nos sale al paso como resistencia, tenemos que apuntarlo ahora dentro
del trabajo del sueño como censura onírica.
Pero queríamos indagar qué tendencias ejercen la censura, y contra cuáles se ejercen.
Ahora bien, esta pregunta, fundamental para comprender el sueño, y aun quizá para comprender
la vida humana, es de fácil respuesta sí abarcamos con la mirada la serie de los sueños que se ha
conseguido interpretar. Las tendencias que ejercen la censura son las que el soñante admite
despierto en su actividad judicativa y con las cuales se siente consustanciado. Si ustedes deciden
rechazar la interpretación correctamente realizada de un sueño propio, tengan la seguridad de
que lo hacen por los mismos motivos por los cuales se ejerció la censura onírica, se produjo la
desfiguración del sueño y se hizo necesaria la interpretación.
En cuanto a las tendencias contra las cuales se dirige la censura onírica, es preciso
describirlas primero desde el punto de vista de esta instancia misma. Entonces sólo puede decirse
que son de naturaleza enteramente repudiable, chocantes en el aspecto ético, estético o social,
cosas en las que ni siquiera se osa pensar o en que se piensa con repugnancia. Sobre todo, estos
deseos censurados y que en el sueño han alcanzado una expresión desfigurada son
exteriorizaciones de un egoísmo sin límites ni miramientos. Y, en verdad, el yo propio aparece en
todo sueño, y en todo sueño desempeña el papel principal, aunque sepa ocultarse muy bien en lo
que hace al contenido manifiesto.
Este «sacro egoísmo» del sueño no deja por cierto de relacionarse con la actitud que se
adopta para dormir, que consiste en el retiro del interés respecto de todo el mundo exterior. Ese
yo desembarazado de todo freno ético sabe también avenirse a todos los requerimientos del
anhelo sexual, aquellos que mucho tiempo ha merecieron el juicio adverso de nuestra educación
estética, y aquellos que contradicen todas las restricciones éticas. El ansia de placer —la libido,
como nosotros decimos— escoge sus objetos sin inhibición, y por cierto da preferencia a los
prohibidos.
Apetitos que creemos lejos de la naturaleza humana demuestran fuerza suficiente para
excitar sueños. También el odio se incuba sin frenos. Deseos de venganza y de muerte contra
personas allegadas, las más amadas en la vida, los padres, hermanos, el cónyuge, los propios hijos,
no son nada inhabitual. Estos deseos censurados parecen subir de un verdadero infierno; tras la
interpretación, en la vigilia, ninguna censura nos parece suficientemente dura contra ellos.
Pero no hagan ustedes reproche alguno al sueño por este contenido malo. No olviden que
él tiene la función inofensiva, y aun útil, de preservar de perturbación al dormir. Esa perversidad
no reside en la esencia del sueño. Saben ustedes, además, que ciertos sueños pueden reconocerse
como satisfacción de deseos legítimos y de urgentes necesidades corporales. Estos no tienen, es
verdad, ninguna desfiguración onírica; tampoco la necesitan, pues pueden desempeñar su función
sin ofender las tendencias éticas y estéticas del yo. Tengan presente también que la desfiguración
onírica es proporcional a dos factores. Por una parte, se vuelve tanto mayor cuanto peores sean
los deseos que han de censurarse, pero, por la otra, cuanto mayor sea la rigidez con que se
presenten las exigencias de la censura en ese momento. Una muchacha joven, educada con
severidad y melindrosa, desfigurará con inflexible censura mociones oníricas que, por ejemplo,
nosotros los médicos nos veríamos obligados a admitir como unos deseos permitidos,
inofensivamente libidinosos, y que la propia soñante, un decenio después, juzgará también así.