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El gran logro de Ignaz Semmelweis fue, a mediados del siglo XIX, descubrir el origen
infeccioso de la fiebre puerperal («fiebre del parto»), logrando controlar su aparición con
una simple medida de antisepsia, luchando con la oposición de sus colegas médicos que
no aceptaron sus observaciones que, por primera vez en la historia de la medicina,
estaban contrastadas con gran cantidad de datos estadísticos. Descubrió por primera vez
que la infección nosocomial de pacientes por las manos contaminadas del personal
sanitario era una de las formas comunes de diseminación de los agentes infecciosos.
Se calcula que hoy en día, la sepsis, las infecciones que desencadenan una reacción en
cadena en todo el cuerpo, generalmente producidas por bacterias y virus, ocasionan en el
mundo miles de muertes diarias.
Somos conscientes, y más hoy con la gran crisis sanitaria que la pandemia está
provocando a nivel mundial, de la importancia que tiene la higiene de las manos para el
control de las infecciones y su posible transmisión. Aun así, en nuestros días, el lavado
de manos es realizado con menor frecuencia de lo que debería ser hecho.
En la actualidad es difícil de entender, que un hecho tan rutinario como lavarse las
manos antes o después de realizar actividades consideradas de riesgo, causara en su día
tanta controversia y rechazo hacia la persona que lo planteó como una medida básica
para la atención de los enfermos. Ese fue el caso de Ignaz Semmelweis quien no sólo
descubrió que esta simple medida salvaba vidas, sino que por primera vez aplicó la
comprobación estadística a sus hallazgos.
Semmelweis, en el año 1847, propuso lavarse cuidadosamente las manos con una
solución de hipoclorito cálcico cuando él trabajaba en la Primera Clínica Obstétrica
(Clínica I) del Hospital General de Viena, donde la mortalidad entre las pacientes
hospitalizadas en la sala atendida por obstetras (Clínica I), era de tres a cinco veces más
alta que en la sala atendida por matronas (Clínica II).