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estoy seguro de acarrearme por ese celo la nota de impío, temerario, igno-rante y todos
los otros apodos que el espíritu de partido prodiga con tanta profusión.En aquel folleto mal escrito
y peor fundado, se ha insultado al buen jui-cio de la nación mexicana, haciéndole la acusación
temeraria de novelería;1
así es que la religión y el honor nacional exigen una vindicación solemne, y sólo debe
lamentarse que los hombres ilustrados permanezcan en ese quie-tismo criminal; ¿por qué callan
cuando en todas partes truena la tempestad que amenaza lo más sagrado que hay en la tierra?
¿Cuando las libertades públicas y privadas pueden ser presa de sus enemigos implacables?
¿Cuando se amenaza al pueblo y al siglo con hacerlo retroceder hasta aquellos días de barbarie y
opresión? ¿Cuando las clases privilegiadas todavía sacan desde su última trinchera una osada y
ponderosa mano?Después de que el pueblo ha conquistado, con una valentía que honraría los
anales de la Europa, sus libertades; después de que llevó una mano rme
odiosos colores: es pues, necesario quitar la piel que los oculta y dar el últi-mo grado de
evidencia a esta verdad: que sin tolerancia de cultos no puede
DE LA TOLERANCIA EN GENERAL
conocimiento de la debilidad humana; el que quiere inspirarla debe manifes-tar que sabe
descon ar de sus propias ideas y que ve las otras sin desprecio y sin disgusto.”3 El señor Portalis,
en un célebre discurso sobre la organiza-ción de los cultos presentado al cuerpo legislativo el 15
germinal del año X,
decía: “La tolerancia religiosa es un deber, una virtud del hombre hacia sus semejantes, y
en el derecho público, esta tolerancia es el respeto que guarda el gobierno a la conciencia de los
ciudadanos y a los objetos de su venera-ción y de su creencia”.4 Conocida por lo antes dicho la
verdadera idea de la tolerancia que reclamamos, se verá lo desatinado que es la formada por el