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José Fernando Ramírez

DE LA LIBERTAD DE CULTOS Y DE SU INFLUENCIAEN LA MORAL Y EN LA POLÍTICAN

YA QUE nadie ha querido tomarse el trabajo de vindicar a la religión de los horrendos


ultrajes que se le in eren en la Disertación sobre la tolerancia de cultos, escrita por un eclesiástico
de Durango, yo tomaré su defensa, aunque

estoy seguro de acarrearme por ese celo la nota de impío, temerario, igno-rante y todos
los otros apodos que el espíritu de partido prodiga con tanta profusión.En aquel folleto mal escrito
y peor fundado, se ha insultado al buen jui-cio de la nación mexicana, haciéndole la acusación
temeraria de novelería;1

así es que la religión y el honor nacional exigen una vindicación solemne, y sólo debe
lamentarse que los hombres ilustrados permanezcan en ese quie-tismo criminal; ¿por qué callan
cuando en todas partes truena la tempestad que amenaza lo más sagrado que hay en la tierra?
¿Cuando las libertades públicas y privadas pueden ser presa de sus enemigos implacables?
¿Cuando se amenaza al pueblo y al siglo con hacerlo retroceder hasta aquellos días de barbarie y
opresión? ¿Cuando las clases privilegiadas todavía sacan desde su última trinchera una osada y
ponderosa mano?Después de que el pueblo ha conquistado, con una valentía que honraría los
anales de la Europa, sus libertades; después de que llevó una mano  rme

sobre el gótico edi cio que hacían respetable inveteradas preocupaciones,

después de que se ha puesto en el buen sendero, aparece el enemigo defen-diendo su


último y más importante puesto, disfrazándose, ya con las formas de enviado celestial, ya con las
de un sincero patriota quiere retener la más importante de todas las libertades, cual es la libertad
de conciencia, y para 1 Esta ofensiva y gratuita cali cación que por varias ocasiones se repite en el
mencionado

folleto, me obligará, aunque haciéndome una inexplicable violencia, a recargar este


escrito de citas en apoyo de mis opiniones, para que el señor eclesiástico se enseñe a aplicar con
más dis-cernimiento las voces, y no llame ideas noveleras a las que llevan tras sí una retaguardia
de muchos siglos.ネネ

138 FUNDACIÓN Y PRIMEROS EXPERIMENTOS CONSTITUCIONALEShacer triunfar una causa tan


injusta la des gura pintándola con los más

odiosos colores: es pues, necesario quitar la piel que los oculta y dar el últi-mo grado de
evidencia a esta verdad: que sin tolerancia de cultos no puede

haber paz, dicha y libertad en la nación mexicana.El supuesto eclesiástico de Durango ha


 ngídose una tolerancia a su modo para combatirla con éxito y llenar de ultrajes a sus adversarios:
él mis-mo, con una evidente ignorancia o mala fe asegura que en la idea de toleran-cia se incluye
la supresión de todo culto externo, el abandono de la religión que cada uno profese, la multitud de
los sacramentos y otra multitud de es-tupendas contradicciones, que se evidencian con sólo decir
“tolerancia de cultos”; el re namiento de su sistema se encuentra en este insulso apóstrofe,
“¡tolerantes! ¡Bien se conoce que lo sois, menos de la religión verdadera!” ¿Qué indica esto? No
ciertamente un espíritu  losó co de investigación, no

una oposición ilustrada; se quiere alarmar para que triunfe la preocupación y la


animalidad sobre el raciocinio. Pero como no hemos de discurrir sobre las ideas exageradas de
tolerancia que nos dan sus enemigos y sí sobre lo que ella es en realidad, entraremos en su
examen y en el de las diversas cuestio-nes que naturalmente se deducen de los principios que
sentemos.

DE LA TOLERANCIA EN GENERAL

Un teólogo (Bergier) y un hombre de estado (Portalis), ambos respetados en la Europa


por su gran saber, nos dan la verdadera idea de la tolerancia a que debe aspirar un pueblo culto y
que quiere ser feliz. “La tolerancia civil y polí-tica —dice el primero— es el permiso que concede el
gobierno a los sectarios de religiones diferentes para ejercer su culto con más o menos publicidad,
para celebrar asambleas particulares, nombrar pastores que los gobiernen y hacer reglamentos de
policía y disciplina, sin incurrir en pena alguna.”2 “El principio fundamental de la tolerancia  losó
ca —dice en otra parte— es el

conocimiento de la debilidad humana; el que quiere inspirarla debe manifes-tar que sabe
descon ar de sus propias ideas y que ve las otras sin desprecio y sin disgusto.”3 El señor Portalis,
en un célebre discurso sobre la organiza-ción de los cultos presentado al cuerpo legislativo el 15
germinal del año X,

decía: “La tolerancia religiosa es un deber, una virtud del hombre hacia sus semejantes, y
en el derecho público, esta tolerancia es el respeto que guarda el gobierno a la conciencia de los
ciudadanos y a los objetos de su venera-ción y de su creencia”.4 Conocida por lo antes dicho la
verdadera idea de la tolerancia que reclamamos, se verá lo desatinado que es la formada por el

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