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Producto del estudio de la relación de los bajos ingresos con la energía, nace el concepto “pobreza

energética”.

Definición de pobreza energética: carencia de acceso a servicios energéticos adecuados

Bienestar y equidad social: servicios energéticos seguros, eficientes y de calidad.

Dependiendo del nivel de desarrollo que tenga el país, los que tienen menos ingresos padecen privaciones
energéticas elementales (menos desarrollados) y falta de confort (más desarrollados).

Países más desarrollados: falta de confort térmico en zonas frias.


Países menos desarrollados: pobreza de los servicios básicos (cocción, iluminación y transporte). Causas:
bajos ingresos y déficit de la infraestructura.

El 60% de los hogares de Argentina está conectado a redes de gas natural y lo utiliza para la cocción. El
restante 37% usa GLP (garrafas) y un 3% usa leñas (1 millón de personas).

El 98% tiene acceso a los servicios eléctricos pero 500.000 personas carecen de electricidad (áreas rurales
aisladas de difícil acceso y costoso tendido de redes).

Misiones, Formosa, Chaco y Corrientes no tienen redes de gas natural y son los que registran los niveles más
bajos de vida. Acá vale la pena preguntar: ¿no tienen servicios porque son pobres o son pobres porque no
tienen servicios?

Las garrafas sociales son una opción muy económica para esos hogares sin acceso a la red pero son
insuficientes (en cantidad y por logística) para cubrir las necesidades y terminan recurriendo a la leña
(esfuerzo físico y temporal en su obtención), carbón y/o kerosene, siendo estos últimos dos mucho más caros
a pesar de los menores ingresos de sus usuarios. Además, el consumo de estas últimas 3 fuentes trae
aparejado problemas respiratorios (contaminación) de los niños y mujeres especialmente ya que pasan más
tiempo en los hogares.

En las poblaciones dispersas y de bajos recursos, combinar energía renovable distribuida con electricidad de
red o gas licuado puede resultar una opción eficiente, económica y limpia. En la Argentina, para la región del
noreste que posee los menores índices de electrificación y aún no dispone de gas por red, estas posibilidades
podría maximizar la inclusión energética, posibilitar el desarrollo de actividades económicas y minimizar los
impactos ambientales.

La Unión Europea definió (Energy Poverty Handbook año 2016) a la pobreza energética como: "Un hogar
sufre de Pobreza Energética si para mantener satisfactoriamente una temperatura adecuada (régimen de
calefacción adecuada), requiere gastar más del 10% de sus ingresos totales en energía. Si es 20% del
ingreso lo requerido, entonces el hogar pasa a estar en situación de extrema pobreza. De acuerdo a
estándares de la OMS, un régimen de calefacción satisfactorio para un hogar es de 23 grados centígrados en
el living y 18 en otros ambientes (Energy Action Scotland, 2016)".

En ese documento, la UE manifiesta la preocupación por el aumento de pobreza energética de sus Estados
miembro en los últimos 10 años, potenciado exponencialmente por la guerra de Ucrania y la dependencia del
gas ruso.

Desarrollo de indicadores de pobreza energética en América Latina y el Caribe - CEPAL


Debe pensarse el concepto de “pobreza energética” más allá de la electrificación, ya que también se
evidencian múltiples formas de privación del acceso equitativo a energía de calidad.

La CEPAL considera al acceso equitativo a energía de calidad como una prioridad para el desarrollo
económico y humano de los países de la región. Lo analiza desde el impacto de la pobreza energética en la
salud, el bienestar, el empleo y la educación.

También une los conceptos de “pobreza energética” y “seguridad energética”, entendiéndose al primero de
estos como “la brecha en el acceso equitativo a energía de calidad que enfrentan los hogares, definiendo con
pertinencia territorial los estándares de acceso equitativo y calidad para satisfacer sus requerimientos
energéticos1.

Luego en el capítulo III analiza esta problemática desde las dimensiones de acceso, equidad y calidad

Satisfacer las necesidades básicas relacionadas con el acceso a la energía:


- resguardar la salud física y mental de las personas
- acceso a oportunidades de empleo y educación (oportunidad de los que están en las casas +
pandemia)
- regular la temperatura de los hogares entre 18 y 24 grados
- evitar los hogares fríos y húmedos ya que trae enfermedades psicológicas
- evitar que se calefaccione con leña, carbón y desechos dentro de las casas para evitar enfermedades
respiratorias
- refrigeración de alimentos para evitar el desarrollo de enfermedades (bacterias, hongos, moho, etc)

La pobreza energética es un fenómeno situado, es decir, varía en función de distintos contextos territoriales
(geográficos, climáticos, culturales y socioeconómicos), por lo que es crucial adaptar la definición tanto de las
necesidades como de los servicios energéticos en función de su pertinencia para las diversas realidades
territoriales

Pobreza y transición energética justa e inclusiva


Para asegurar su éxito: considerar la pobreza energética porque si no, no se comprenden las barreras
económicas y socioculturales al cambio tecnológico.

La transición no puede ser motivo de profundización de la desigualdad.

Una idea importante: mejorar los estándares de calidad de las viviendas para que se reduzca el consumo de
energía eléctrica (menos contaminación) y aumentar el confort térmico.

Es peligroso igualmente que se realice la transición hacia la eficiencia energética pero que por falta de buenas
condiciones preexistentes no tenga efectividad.

Pobreza energética y reproducción de otras desigualdades


Hay que partir de la base: la pobreza energética es un tipo de desigualdad.
Desigualdad socioeconómica: las personas de menores ingresos son quienes gastan más energía y menos
confort poseen. Los más pobres acceden menos a la energía eléctrica y utilizan biomasa y otros combustibles
sólidos.

Hablar de lo de GENERO + PENSAR LAS POLÍTICAS PÚBLICAS ENERGÉTICAS CON PERSPECTIVA DE


GENERO

1
Urquiza & Billi, 2020; Red de Pobreza Energética, 2019
Un hogar en situación de pobreza energética se sitúa en un contexto territorial que genera condiciones de
inseguridad en el acceso a energía (Urquiza & Billi, 2020), por lo que una mirada territorial es crucial para
comprender el acceso equitativo a energía de calidad en los hogares.

Seguridad energética: capacidad de un territorio para garantizar el acceso equitativo -en calidad y cantidad- a
servicios energéticos resilientes que permitan el desarrollo humano y económico sostenible de su población.
Primer estándar el acceso equitativo a partir de umbrales físicos, tecnológicos, económicos y jurídicos, antes
que el acceso a la energía de calidad

Un hogar se encuentra en situación de pobreza energética cuando no tiene acceso equitativo a servicios
energéticos de alta calidad (adecuados, confiables, no contaminantes y seguros) para cubrir sus necesidades
fundamentales y básicas (cocción, conservación de alimentos, iluminación, acceso al agua, control de
temperaturas y personas electrodependientes), que permitan sostener el desarrollo humano y económico de
sus miembros.

Cuatro umbrales mínimos de tolerancia que permiten distinguir la calidad del servicio energético:
1. la adecuación de las fuentes de energía y tecnologías para los usos esperados, aprovechando el
avance tecnológico hacia usos más eficientes;
2. la confiabilidad, disponibilidad y estabilidad del suministro energético;
3. la seguridad de fuentes de energía y tecnologías en su utilización para evitar accidentes;
4. la minimización de emisiones dañinas para la salud humana y los ecosistemas provocadas por el uso
de fuentes y tecnologías contaminantes.

Contrarrestar los problemas geográficos:

Disponer de infraestructura (eléctrica, caminos y vías de transporte): condicionante para acceso equitativo a
energía de calidad.

Inversiones energéticas se hacen en torno a los ambientes urbanos: se desechan las que deberían hacerse
en lugares de difícil acceso por “baja rentabilidad”.

Necesidad: pasar desde un enfoque centralizado de los sistemas energéticos a implementar de manera más
efectiva modelos descentralizados de acceso a la energía (Banal-Estañol et al., 2017), sobre todo
aprovechando las fuentes de energías renovables como la solar y eólica.

Argentina sufre 14,4 cortes anuales en promedio, pero la población solo ha estado 4,5 horas sin electricidad,
por lo tanto, a pesar de tener un sistema sensible a las interrupciones, la respuesta de reposición del
suministro pareciera ser rápida. Estamos cerca de Bélice (13,8) y Jamaica (10,7).

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