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Relaxing cup in Madrid

Arturo Pérez-Reverte

Plaza del Callao, Madrid. Doce y media de la mañana. Tirado en el suelo sobre una
manta y cartones, junto a un cochecito de niño cargado de paquetes y chismes,
entorpeciendo el paso de la gente, un fulano barbudo, sucio, corpulento, está
quitándose pelotillas de entre los dedos de los pies descalzos. La postura es de lo más
relaxing cup de café con leche in Madrid, que diría la alcaldesa Ana Botella. Tiene una
pierna cruzada sobre otra -y quizá porque está tumbado al sol y hace calor- los
pantalones bajados hasta las ingles, mostrando unas carnes mugrientas e hirsutas y
unos calzoncillos de sospechosos tonos pardos. Al llegar a su altura, la peña se aparta
con precaución, creándole en torno una pequeña tierra de nadie, un glacis en el que se
ve un reguero de algo líquido que proviene del vivac callejero del fulano, ignoro si vino
de un tetrabrik que figura entre sus posesiones o alguna clase de líquido de origen más
personal y orgánico que, con tal de no levantarse, el individuo ha excretado
directamente desde su cómodo apostadero.

Caminando unos pasos delante de mí, dos policías municipales, hombre y mujer, pasan
ante la escena sin inmutarse, fijos los ojos en la lontananza, y se alejan entre la
multitud, en absoluto dispuestos a complicarse la existencia, a que el fulano se rebote
y les monte bronca, o a que quienes pasamos por allí -no sería la primera vez- los
llamemos esbirros fascistas por meterse con un indefenso mendigo en pleno ejercicio
de tal. En ese ámbito concreto, Madrid es una relaxing cup de hacer lo que te salga del
ciruelo, les han recordado esta mañana en el Ayuntamiento antes de mandarlos de
patrulla. Que así lo marcó con su estilo, en plan buen rollito y todos compadres, el ex
alcalde Ruiz-Gallardón. Y ellos, claro, cumplen. A ver si no. Como cumplen sus colegas
que miran al tendido, atentos a si un músico toca el violín sin pagar las tasas
municipales o un taxista pisa la continua, mientras en las aceras los peatones
zigzaguean entre muñones desnudos y perros drogados, y en los semáforos los coches
esquivan a viejecitas encorvadas y tipos sin afeitar, jóvenes y absolutamente sanos,
que limosnean en lenguas balcánicas, metiéndose entre los coches para que los
atropelles y te busques la ruina mientras a ellos, con la oportuna indemnización, les
solucionas la vida.

Porque oigan. Si quieren ustedes una relaxing cup de café con leche, con o sin juegos
olímpicos, no se pierdan bajo ningún concepto el centro de Madrid. Y no olviden una
cámara de fotos o el móvil con flash, porque en su pueblo no se lo van a creer si no
media testimonio gráfico del paisaje. ¿Imaginan el Barrio Latino o Saint Germain de
París, la Plaza Navona de Roma o lugares así, con este ambiente tan descuidado y
cutre? ¿A qué no? ¿A que se les funden los plomos de la fantasía? Pues ahí está el
detalle. El hecho diferencial. El relaxing cup de toda la puta vida. Y más ahora, que es el
turismo foráneo el que nos va a sacar del hoyo. Dicen. España, potencia turístico-
cultural y demás. Tela marinera. Ambiente de élite.
Les propongo una ocasión inolvidable. Gratis y por la cara. Un paseo por la Plaza
Mayor, según la hora, puede ser una experiencia casi gastronómica. Aromas, jugos,
decoración, paisanaje, ofrecen posibilidades de relaxing cup inolvidables. Y si además
te roban el bolso, ya ni te cuento. Todo eso, oído al parche, en el barrio emblemático
de Madrid. En el corazón turístico de una de las ciudades más sucias de Europa. A
partir de media tarde, lo de pisar cucarachas apenas llama la atención. Van y vienen,
pequeñas y rojizas, correteando entre la porquería acumulada en los rincones, las
papeleras repletas, los montones de envases y restos de comida. Pero lo mejor llega de
noche, cuando docenas de indigentes duermen bajo sus divertidos cartones y el
elegante turisteo de chanclas, calzoncillos, poca higiene y rastro de basura -no siempre
coinciden los factores, pero a menudo hay conexión lógica- se ha ido a sobar al hotel.
Cuando las calles tienen su castizo olor a orines y vómito habitual, y las ratas salen a
tomar el aire desde las alcantarillas y sótanos cercanos, echando partidas de mus bajo
la estatua de Felipe III y contándose sus cosas. Todo muy exportable, o sea. Muy
trendy. Cada vez que paso de noche por allí y me cruzo con uno de esos bichos,
actualizo para mi coleto un viejo chiste donde le dicen a Ana Botella. Oiga, señora
alcaldesa, he visto en la Plaza Mayor que una rata iba del brazo de un murciélago. Y
ella responde, sonriente, simpática, en plan relaxing cup of café con leche total. Oh, sí
Como novio el murciélago era feísimo, ¿verdad? Pero tenga en cuenta que es piloto.

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