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Martín Marco sube por Torrijos hasta Diego de León, lentamente, casi olvidadamente, y

baja por Príncipe de Vergara, por General Mola, hasta la plaza de Salamanca, con el
marqués de Salamanca en medio, vestido de levita y rodeado de un jardincillo verde y
cuidado con mimo. A Martín Marco le gustan los paseos solitarios, las largas, cansadas
caminatas por las calles anchas de la ciudad, por las mismas calles que de día, como por
un milagro, se llenan ‐rebosantes como las tazas de los desayunos honestos‐ con las
voces de los vendedores, los ingenuos y descocados cuplés de las criadas de servir, las
bocinas de los automóviles, los llantos de los niños: tiernos, violentos, urbanos lobeznos
amaestrados.
Martín Marco se sienta en un banco de madera y enciende una colilla que lleva
envuelta, con otras varias, en un sobre que tiene un membrete que dice: “Diputación
provincial de Madrid. Negociado de cédulas personales.”
Los bancos callejeros son como una antología de todos los sinsabores y de casi todas las
dichas: el viejo que descansa su asma, el cura que le su breviario, el mendigo que se
despoja, el albañil que almuerza mano a mano con su mujer, el tísico que se fatiga, el
loco de enormes ojos soñadores, el músico callejero que apoya su cornetín sobre las
rodillas, cada uno con su pequeñito o grande afán, van dejando sobre las tablas del
banco ese aroma cansado de las carnes que no llegan a entender del todo el misterio de
la circulación de la sangre. Y la muchacha que reposa las consecuencias de aquel hondo
quejido, y la señora que lee un largo novelón de amor, y la ciega que espera a que pasen
las horas, y la pequeña mecanógrafa que devora su bocadillo de butifarra y pan de
tercera, y la cancerosa que aguanta su dolor, y la tonta de boca entreabierta y dulce
babita colgando, y la vendedora de baratijas que apoya la bandeja sobre el regazo, y la
niña que lo que más le gusta es ver cómo mean los hombres...
El sobre de las colillas de Martín Marco salió de la casa de su hermana. El pobre, bien
mirado, es un sobre que ya no sirve para más que para llevar colillas, o clavos, o
bicarbonato. Hace ya varios meses que quitaron las cédulas personales. Ahora hablan de
dar unos carnets de identidad, con fotografía y hasta con las huellas dactilares, pero eso
lo más probable es que todavía vaya para largo. Las cosas del Estado marchan con
lentitud.

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