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LA TARUMBA (A)1

Documento elaborado por el profesor Juan Carlos Pacheco, para servir de base de discusión y no como ilustración
de la gestión adecuada o inadecuada de una situación determinada.
Prohibida la reproducción total o parcial. Derechos reservados

Era una típica tarde nublada y oscura del largo invierno limeño. El gris del
pavimento y una suave garúa acompañaban a tres payasos en un arenal que les
había dado muchas alegrías y hoy parecía sugerirles que el juego había
terminado. Esta vez, ellos no eran los afortunados ganadores. En ese entonces
Fernando y Estela tenían respectivamente 23 y 26 años.

FERNANDO

Fernando Zevallos recordando los últimos acontecimientos, con no pocos


sobresaltos, se preguntaba si las decisiones que había tomado habían sido las
más adecuadas. Era un soñador empedernido, pero ¿hasta dónde le deberían
haber llevado sus sueños? ¿Es que debería haber sido más pragmático? ¿O es
que hubiera podido tener un mejor futuro si hubiera seguido su carrera artística
en la TV? ¿Habría perdido oportunidades? ¿Qué es, en definitiva, una
oportunidad?

Es el tercero de 6 hermanos, y cuando estaba entre los 7 y 8 años, murió su


padre. Él comenta: “Entonces yo entré, ahora me doy cuenta, en una depresión
muy grande, que si no hubiera sido por el circo, seguramente me hubiera
hundido. Yo no tenía las posibilidades económicas y mi familia tampoco las tenía;
el tema se puso mucho más difícil cuando murió mi padre. Yo encontré en el
circo mi felicidad”.

Vivía a una cuadra y media de una gran plaza, en las inmediaciones de las
avenidas Alfonso Ugarte y Quilca, en el Cercado de Lima. Muy cerca de su casa
se instalaban dos o tres circos por temporada, y desde muy niño se había
familiarizado con este ambiente: a diferencia de otros niños, Fernando era bien
conocido por los payasos, acróbatas y todos estos extraños personajes entre los
cuales se mezclaba, y se hizo muy pronto de un puesto informal de ayudante.

Fue creciendo con el circo, y aprendió ayudando, intentando, cayéndose y


alegrándose entre los payasos y acróbatas. A los diez años sabía que quería
trabajar en un circo. Aprendió a apreciar la belleza del espectáculo, supo que
hacer malabares requiere de persistencia, fortaleza, disciplina, coraje, tesón, y
mucho, mucho sacrificio.

Comprendió que parte del espectáculo era el vestuario, el cuidado de los atuendos, la
limpieza, el orden, la belleza espacial.

El colegio no era lo suyo, y su madre, muy preocupada, trató por todos los medios de
hacerle entrar en razón. ¡Fernando, trabajar en un circo sólo te llevará a la ruina! Pero
no logró nada. Cuando ya tenía dieciséis años, un mago colombiano, Ricardo Morán,
que le estaba enseñando el arte de la magia, fue a hablar seriamente con su mamá. Le
dijo que encontraba en su hijo habilidades extraordinarias para el circo, y le pidió
formalmente incluirle en el elenco, incorporarle al circo y llevarle con ellos. La madre se
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aterrorizó, vinieron a su imaginación las leyendas de circos de gitanos llevándose a los


niños, veía a su hijo en este trance. Lo que siguió fue una prohibición tajante de asomar
siquiera a la carpa de cualquier circo.

Con una inmensa frustración, Fernando escapó de su casa (a la casa de un primo), y


tomó la decisión unilateral de cambiar de colegio. Su madre, al corriente de la situación,
decía que era mejor tenerle cerca. En su nuevo colegio, descubrió que dentro de las
actividades extra curriculares se promovía el teatro. Le llamó la atención la
interpretación, tal vez porque era lo más cercano al circo. Orientó su vocación hacia el
teatro y años más tarde llegaría a trabajar con connotados directores peruanos como
Alberto Isola y Aurora Colina.

Fernando comenta: “Empecé a dedicar al teatro desde los 16 años y comencé ahí a
combinar las cosas de teatro con el circo. En ese proceso hice teatro para niños, teatro
para adultos, y empecé a viajar, primero por Latinoamérica y luego por Europa. Aprendí
mucho de teatro, de circo. En uno de mis últimos viajes, antes de definir lo que quería
hacer, llegué a Lima en 1982, y tuve una idea del circo‐teatro. Yo no había visto una
propuesta escénica similar en ninguna parte, ni acá ni afuera. No existía todavía. En
esas circunstancias conocí a Estela.”

ESTELA

Estela Paredes provenía de una familia empresaria arequipeña, y desde niña mostró
inclinaciones artísticas. Su afición principal nació en la única escuela de danza de su
ciudad natal, donde siguió estudios de danza que no dejó mientras en paralelo
terminaba el colegio. Sus padres pensaban que luego de haber conseguido alguna
formación en empresas, se hiciera cargo de los negocios de la familia.

Estela recuerda claramente: “Cuando salí del colegio quería ser bailarina, pero mis
padres no lo aceptaron, no me apoyaron. Entonces me enviaron a Estados Unidos. Fui
a regañadientes, y puse los medios para continuar con la danza y como lógicamente no
me gustaba tanto lo de la administración, dedicaba mucho tiempo al baile.”

Tenía ilusión de volver a Perú, que en los 80 pasaba por malas épocas, de hiperinflación
y terrorismo. Esta realidad no representó una dificultad para regresar, por el contrario,
sentía la responsabilidad de retribuir las oportunidades que le había dado su
país, y pensaba en todo lo que podía hacer para mejorar la situación de pobreza
de muchas personas de escasos recursos económicos. Reflexionaba en el arte,
como un lugar desde el cual se podría hacer mucho.

Apenas pude regresé y dije a mis padres: “Yo voy a dedicarme al arte, ya lo
tengo decidido.” A partir de entonces mi formación de teatro y danza la hice en
talleres, de manera autodidacta, que era el modo cómo nos formábamos para el
teatro. Hice mimo, y entré a un taller de Teatro muy importante en Lima, donde
conocí a Fernando.

Para Estela el arte no era solamente un espacio de creación estética, sino que
también creía que el arte debía contribuir e influir positivamente en el entorno en
el que operaba, y ahora quería hacer de esta definición teórica una realidad
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concreta, en el país que tanto había extrañado, al que había regresado, y en el


que pretendía quedarse.

UN PASO FURTIVO POR LA TV

Fernando pronto dio a conocer su talento para el arte escénico, y encontró la


posibilidad de trabajar en la televisión. En esa época sus ingresos como actor de
televisión le permitían tener los fondos suficientes para dedicarse a su verdadera
pasión, el circo. Una conocida actriz le increpó: “¡Fernando! mucha gente ya
quisiera tener el talento y la oportunidad que tienes tú de estar en la TV, y mira
lo que haces, dedicas tu tiempo al circo. ¿Quieres ser un payaso?¡Te vas a
arrepentir de esta decisión toda tu vida!” No le importó armar un entredicho en
los pasillos del canal, pues apreciaba mucho al joven actor. El resultado fue
contraproducente. Al oír la palabra payaso, lejos de hacerle reflexionar en
negativo, le puso al frente una realidad que había soñado desde muy niño, y
confirmó sus primeras intuiciones. Lo mío es el circo, le contestó, y tengo que
darle más tiempo.

NACE LA TARUMBA

“Estela acababa de entrar a un taller como estudiante, nos conocimos y nos


enamoramos; yo le contaba y la ilusionaba con la idea de fusionar el circo, teatro
y música y juntos fuimos creando esto” recuerda Fernando. “Junté un grupo de
gente, empecé por enseñarles las cosas de circo y teatro y fuimos probando
durante todo el año 1983 un espectáculo que lo presentamos en la calle y en los
barrios, que tenia teatro, circo, música, títeres y mimo. Comenzamos seis
entusiastas, de los cuales quedamos tres, o tres y medio, porque había una chica
que se fue al poco tiempo. Así decidimos firmar el sueño un 12 de febrero del
84.”

Esa noche se encontraron en El Juanito, un bar típico de Barranco, Fernando y


Estela con otros amigos, cada cual con su sueño, y pensaron si podría mezclar
circo, música y teatro. Parecía una locura, pensaron en una palabra, Tarumba.
Tarumba es locura. En la usanza del castellano antiguo significa confundir a
alguien. Así nació La Tarumba, como una propuesta innovadora, inédita. Una
cerveza, un papel firmado, muchas ilusiones y un sueño fueron el comienzo de
La Tarumba. Tres payasos, con los bolsillos vacíos y queriendo dar algo a la
gente, crear un lugar al que pudieran acceder todos.

El circo no es argumentativo, es emocional. El teatro es profundo, de contenidos,


no es lúdico, vano, que sí puede ser el circo. El payaso no es el actor dramático,
¿Saldría algo de mezclar estos dos conceptos tan diferentes? Las críticas no se
dejaron esperar, y rápidamente encontraron eco entre las personas que se
dedicaban al circo o al teatro, esta mezcla les parecía insólita.
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Estela no quiso involucrarse desde el principio, decidió secundar a Fernando


pues prefería mantener su relación sentimental, y quería protegerla de las
inconveniencias propias de una idea hecha realidad; sin embargo, hizo de
soporte a las ideas, a la logística, y sobre todo ayudaba a poner las cosas en la
realidad, ¿le habrían servido las clases de empresa?

Estela comprendía y compartía la idea de que el arte no podría ser ajeno a la


idea de contribución social, de transformación positiva, de respuesta a las
necesidades de un país convulsionado por la violencia: necesitaba aportar,
actuar y transformar.

LA PIEDRA DE LA FELICIDAD

Ensayaron un primer espectáculo, que mezclaba teatro, circo, música y mimo; lo


estrenaron con música peruana, así empezó el recorrido. “La piedra de la
Felicidad” de un autor colombiano.

Era una obra humanista que trataba de un niño muy pobre y un príncipe que
tenía todas las comodidades. El príncipe, rodeado de cosas suntuosas, se
aburría y en cambio el niño pobre, con una sola piedra, era feliz y atesoraba esa
piedra. En un momento el príncipe logró hacerse de la piedra y se dio cuenta que
era una piedra común. Le dio una gran pataleta pues no comprendía cómo podía
hacer tan feliz a un niño un objeto de tan poco valor.

Fernando comenta: “Nuestro objetivo era llevar, porque eso lo hablábamos


mucho, un espectáculo a los barrios, y hacer talleres para niños. En esa época,
que pudiéramos llamar del teatro elemental, no se fijaba mucho en los vestuarios,
en la escenografía, en el uso del color, se daba más importancia a lo que se
decía, a los contenidos que presentaban. Y a nosotros sí nos interesaba que la
gente vea que también uno está yendo a un barrio, uno está haciendo una
propuesta de un tipo de teatro para los más pobres, pero no por eso uno se va a
permitir ir con la ropa sucia, descuidada, sin haber pensado en una idea plástica
total.”

Estela recuerda: “Levantábamos al aire libre un telón blanco con unos parches,
utilizábamos colores vivos, rojos, amarillos, naranjas, y eso llamaba mucho la
atención y nuestro vestuario era impecable. Llegábamos y lo lavábamos en la
noche y al día siguiente lo estábamos planchando antes de salir a la siguiente
función. Eso le gustó mucho a la gente. La seriedad, el profesionalismo. Se
sintieron bien atendidos, no con la idea de que acá vienen y nos traen cualquier
cosa. Esto también era contestatario, novedoso.”

1987: CÁLLATE DOMITILA

Sin capital, la calle tenía que ser el escenario. “¿Es que habré tomado una mala
decisión?” Se preguntaba Fernando, al ver la diferencia del set de TV y el polvo
de la calle; entre un cheque de fin de temporada de televisión y las monedas que
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caían al sombrero después de una función en un parque. Pero le reconfortaba la


alegría de los niños, se reafirmaba, lo suyo era el circo. ¿Hasta cuándo?

En esos años un grupo terrorista sembraba la desesperanza en todo el país, y


para 1987 ya habían llevado la violencia a Lima, la capital, donde coches bomba
estallaban a diario y tres de cada cinco días se cortaba el suministro eléctrico por
causa del terror. En este contexto, los payasos parecían abrir una esperanza,
dando alegría a la gente, arrancando una sonrisa. Se aproximaban las
elecciones y encontraron el tema para construir. En medio del terror, apostar por
las elecciones era dar una salida dentro del sistema democrático, deseaban
generar conciencia y responsabilidad al momento de elegir, de votar: recuperar
el valor del voto, de la elección libre y la responsabilidad que acarrea. Votar por
un candidato u otro no era cosa de broma: así nació Cállate Domitila, el primer
espectáculo de La Tarumba, que tuvo más de mil puestas en escena, en la calle.

Domitila era una rana, y “Cállate Domitila” es una parodia de las elecciones,
donde diversos personajes se presentaban como candidatos: el militar, el
demagogo, el populista, todos ofreciendo cada cual más que el anterior, y en
medio estaba la rana que decía la verdad, y todo el mundo le callaba, era como
la voz de la conciencia.

El éxito que consiguieron fue tan bueno que se animaron a hacer giras en todo
el Perú, por los pueblos del interior, y posteriormente llevaron el espectáculo a
Argentina, Brasil y Colombia.

1989: 3 de Mayo.

En 1989, el terrorismo llegó al máximo nivel, junto con la hiperinflación. “En ese
momento, recuerda Estela, descubrimos 3 de Mayo, un asentamiento humano
limeño donde las condiciones físicas eran sumamente precarias, que estaba en
el más extraño litigio de tierras: dos distritos limítrofes se pasaban el
asentamiento, pues ninguno quería asumirlo: ¡cada alcalde decía que 3 de Mayo
pertenecía al otro distrito! Estaba

situado en una pequeña colina, un arenal sobre el cual habían construcciones


precarias; para acceder se tenía que venir de la pista, caminando.”

En este pequeño cerro, personas con muy pocos recursos se debatían entre la
desesperanza y la ilusión de conseguir algo mejor en sus vidas. Fuimos a 3 de
Mayo porque nadie quería ir. Propusimos armar talleres de teatro, circo, y darles
algo, una sonrisa.

No cobrábamos, luego de cada presentación pasábamos el sombrero o


conseguíamos algunos fondos de las ONGs, que nos contrataban para sus
campañas de difusión. En esa época nosotros realmente vivíamos de la gorra.
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El barrio nos recibió con mucho cariño y pasamos 3 años sin problemas, a nadie
le interesaba, ni a la izquierda, ni a los terroristas, y fuimos felices este tiempo.

1990: UPA LA ESPERANZA

El valor de muchos de ellos, la alegría de los niños en medio de la carencia nos


hizo esbozar Upa la Esperanza, que era lo único que podíamos dar los payasos.
Esperanza para construir un futuro mejor, con un mensaje sencillo, ¡sí es posible
hacer Upa (arriba) a la esperanza! En esta obra presentamos a una típica familia
del barrio 3 mayo, que comienza invadiendo un arenal, en situación precaria. El
papá realiza diversos oficios: ambulante, repara tv, radio, y la mamá hacía
malabares para que alcance el dinero, mientras que su hijo sacaba malas notas
en el colegio, con el consiguiente enojo de sus padres. El público era el barrio.

Estela comenta: “La violencia y el terrorismo prácticamente estaban en la capital.


Empezaron a aparecer en 3 de Mayo las pintas del movimiento terrorista,
nosotros seguíamos yendo, no tuvimos contacto directo con los terroristas pero
en un momento los dirigentes nos dijeron que habían llegado, que habían dicho
que tenían que cambiar las cosas, que ese grupo de teatro tenía que salir.”

Finalmente, un día llegamos a 3 de Mayo y nos esperaban a la entrada del


asentamiento, en la parte baja del cerro, un grupo de madres de familia con los
niños, y nos dijeron: “Por favor no regresen más porque los terroristas les están
esperando para decirles que no vuelvan, puede costarles la vida y sería una cosa
muy violenta.” De pronto, nos vimos realmente en la calle, surcaba por nuestra
mente una sola pregunta: ¿qué hacemos ahora? ¿Hemos aprendido a hacer
algo? ¿Tendíamos futuro en nuestra actividad? ¿Cómo comenzar de nuevo?
¿Dónde? ¿Con qué?

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Anexo 1

La Carcocha

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Anexo 2
Tres de Mayo

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Anexo 3
Upa la esperanza

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