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LA HEREJÍA DE HORUS

VALERIUS

GAV THORPE

Rodina

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DRAMATIS PERSONAE

Ejército Imperial de Therion


MARCUS VALERIUS Vicecésar del Ejército Imperial de Therion
ANTONIUS Prefecto de la Cohorte Therion y hermano de Marcus
PELON Asistente del Vicecésar
SEVERUS Tribuno del Capitol Imperialis
RERISIUS Operador de comunicaciones del Capitol Imperialis
CASIUS VAYONID Coronel del tanque Executioner

CON TODO MI AMOR Y CARIÑO EN MEMORIA DE SUSANA

Todo este trabajo se ha realizado sin ningún ánimo de lucro, por simples aficionados,
respetando en todo momento el material con copyright; si se difundiera por otros
motivos, no contaría con la aprobación de los creadores y sería denunciado.

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A bordo del puente de mando del Capitol Imperialis Despectivo (Contemptuous
en el original).
-Vicecésar, tenemos informes sobre múltiples contactos en los sectores tres a cinco-
dijo Severus.
Marco Valerius se dirigió hacia el tribuno al mando de los escaners del Despectivo.
El joven siguió hablando.
-Esto no es un simple despliegue para explorar el frente, señor- dijo Severus. -Es es
un avance a gran escala.
-Muéstramelo, Severus- dijo Macus Valerius.
El tribuno tecleó varias runas y redirigió las imágenes de sus pantallas a una parte
de la pantalla principal de la cubierta de mando del Capitol Imperialis. El esquema
mostraba una línea de colinas que corría hacia el sureste, y luego se volvían hacia el
norte, con un ancho rio corriendo a su lado. Los iconos de seguimiento que se
movían hacia el oeste, cruzando la cresta de la colina, parecían multiplicarse
mientras Marcus los observaba. Tres runas negras parpadearon entre todas las otras
rojas. Marcus mantuvo su voz tranquila, a pesar del repentino vuelco de su
corazón.
-Titanes- dijo Marcus Valerius. -¿De qué clase?
Severus miró a su compañero en el banco de comunicaciones. -¿Hay unidades de
reconocimiento en el área?
El otro oficial subalterno habló rápidamente por su comunicador y asintió.
Mirando en la pantalla, Marcus vio como un pelotón de la compañía de ingenieros
de la Cohorte Therion se separaba del grueso de la unidad y se movía hacia el
enemigo. Sus transportes de seis ruedas se movían ágilmente por las llanuras llenas
de hierba y en poco tiempo cubrieron la distancia que lo separaba.
-Está entrando un mensaje del General de Hierro (Iron General en el original),
Vicecésar.

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-Bien, Rerisius, páselo a mi enlace.
Marcus encontró el símbolo del otro Capital Imperialis al otro extremo de la línea
de la Cohorte Therion, a unos tres kilómetros de distancia. Se había detenido,
rodeado por los tanques y transportes de infantería que escotaban a esta fortaleza
móvil súper-pesada.
-Hermano,- por el vox sonó la voz de Antonius Valerius, -¿estás viendo lo mismo
que yo?
-Sí, Antonius,- respondió Marcus por el vox, -lo estoy viendo. ¿Por qué no estás
avanzando en formación?
-Es una ofensiva general, Marcus. Estamos justo delante, ¿y tú quieres avanzar?
-Sí seguimos avanzando- respondió Marcus, -cogeremos desprevenidos a sus
elementos de vanguardia cuando estén cruzando el rio. Ese es el mejor momento
para causarles daño.
-Señor, tenemos los informes de reconocimiento- le interrumpió Rerisius.
-Dame un momento, hermano… - Marcus dejo el vox y miró al oficial de
comunicaciones. -¿Sí?
-Los tres titanes de batalla- informó Rerisius, -son dos Reaver y un Warlord.
Una corriente de preocupados murmullos y de maldiciones susurradas corrió a lo
largo del puente mando. Marcus lanzó una severa mirada a los miembros de su
tripulación.
-¡Silencio en las filas!- gritó Marcus. -Somos soldados del Emperador, no plebeyos
chismosos. Atiendan sus deberes y esperen sus órdenes.
Volvió a mirar la pantalla y luego se movió hasta el mapa hololítico tridimensional.
-Severus, ¿cómo es el terreno cercano al rio? ¿Cuántos puntos de cruce hay en un
radio de cinco kilómetros?

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-Laderas pronunciadas, algunos pantanos. Hay dos puentes lo suficientemente
grandes como para que pasen los titanes. Y otros tres puentes más pequeños,
adecuados para el cruce la infantería y los carros de combate.
-Muy bien- dijo Marcus. -Rerisius, da la señal para que se detenga la Cohorte.
Marcus golpeó ligeramente el comunicador que llevaba en su oído y siguió
hablando. -Antonius, nos mantendremos aquí durante unos minutos, mientras los
ingenieros completan el reconocimiento.
-¿Y entonces?- preguntó Antonius Valerius por el vox.
-Nos defenderemos o contraatacaremos, lo que parezca más prudente- respondió
Marcus.
-La prudencia sugiera una retirada, hermano.
Marcus reprimió una respuesta grosera. Tenía que considerar si su deseo de
combatir no nacía solo de una necesidad estratégica.
-Mantén la posición, Antonius- dijo por el vox. -Vamos a ver que podemos
adivinar de la voluntad imperial. Espera mis órdenes, Praefactor.
-Como ordenes- suspiró Antonius Valerius por el vox.
-Severus, quedas al mando- dijo Marcus mientras salía del puente de mando.

La puerta de acero chirrió al abrirla. Marcus entró en el depósito secundario que


había convertido en una pequeña capilla para el personal de mando. Una vez, las
paredes fuertemente blindadas, habían guardado proyectiles de reserva para el
cañón principal, pero ahora no había más que un altar hecho con una caja de células
de energía de fusil láser dada la vuelta y cubierta con una vieja bandera de Therion.
Sobre el desgastado bordado del paño había un libro, aún más desgastado. Sus mal
emparejadas páginas estaban atadas con alambre a través de unas delgadas cubiertas
hechas con el cartón de una simple caja de raciones.

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Marcus suspiró, se arrodilló ante el altar, posó respetuosamente una mano sobre el
Aquila de la bandera, el símbolo del Emperador y comenzó a orar.
-Dame fuerzas, oh Señor de la Humanidad, y guía mis pensamientos mientras yo
me postro ante ti y te dedico mis oraciones.
Marcus cogió el libro y leyó la inscripción de la cubierta, cuidadosamente copiada
por su propia mano. “Lectitio Divinitatus. Revelaciones del Dios-Emperador y la
verdadera naturaleza de su universo”.
La puerta del depósito se abrió ligeramente, alertándole de la presencia de un
extraño. Marcus cerró el libro y volvió la cabeza para ver entrar al tribuno Pelon,
su ayudante personal, que luego cerró suavemente la puerta tras él.
-Vicecésar, he oído que había dejado el puente de mando- dijo Pelon. -¿Puedo
ayudarle en algo?
-Reza conmigo, Pelon.
El tribuno se arrodilló junto a su señor e inclinó su frente hacia el paño de la
bandera.
-¿Por qué rezamos?- preguntó Pelon.
-Busco algo de orientación- respondió Marcus.
-¿Está pidiendo una visión, mi señor?
-Una pequeña revelación no estaría mal, pero… no logro ver nada. Y estoy a punto
de comprometer a todas nuestras fuerzas en una gran batalla.
-¿Y su experiencia como comandante no le indica nada, Vicecésar?- preguntó
Pelon. -¿Qué cree que debemos hacer? ¿Acaso eso no es también la sabiduría del
Emperador?
Marcus Valerius suspiró. -Mi instinto me dice que ataque. Debemos lanzarnos
contra el enemigo mientras intentan cruzar el río. Nos superan en número y en
poder de fuego, pero ellos no pueden desplegar toda su fuerza hasta que lo hayan
cruzado. Es imperativo que actuemos ahora. El Emperador nos ha traído hasta
aquí, en este momento, por esta razón. No puede ser una simple casualidad que
hayamos llegado a este mundo asediado, desafiando las defensas orbitales, para

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aterrizar unos días antes de una gran incursión enemiga contra el flanco del avance
imperial. Aquí hay algo… una razón, un designio sagrado.
-Exactamente, Vicecésar- dijo Pelon.
Marcus dirigió una mirada inquisitiva a su compañero. -¿Acaso estoy comenzando
a tener dudas, Pelon?
Hizo un gesto hacia la Lectitio Divinitatus. -Quizás tú pienses que todo esto es una
mentira. Qué mis visiones no son un regalo de Él.
-En absoluto, Vicecésar- dijo Pelon. -Le juro por mi vida que yo soy uno de los
fieles.
Marcus pudo ver el conflicto en la expresión del joven tribuno.
-Pelon, me has servido bien durante muchos años. Háblame abiertamente, de un
creyente a otro.
-A nosotros… se nos ha concedido una maravillosa visión, Marcus, pero no
debemos abusar de ella. Su regalo es una bendición, puede estar seguro, pero no es
un transmisor de vox que se pueda encender o apagar, exigiendo que el Emperador
arroje su luz sobre la oscuridad por nuestro simple capricho.
Pelon cogió el libro sagrado y lo puso en manos de Marcus. -Señor, esta es la guía
que se nos entregó. Tiene que encontrar la fuerza y la sabiduría en sus páginas. No
podemos exigir respuestas.
Marcus miró a Pelon durante unos instantes en silencio, aturdido por tan
extraordinaria percepción.
-Gracias, Pelon - dijo Marcus. -Es cierto que el Emperador nos habla de muchas
formas. Tal vez, incluso haya dirigido tus palabras para entregarme su mensaje.
Pelon no pareció particularmente entusiasmado ante la idea de que la presencia
divina lo estuviera utilizando como su mensajero.
-Yo… tengo que realizar otros deberes, preparativos… - se excusó Pelon. -Con su
permiso, Vicecésar.

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Marcus asintió y Pelon salió rápidamente, dejándolo solo en la capilla.
La verdad era que un momento de debilidad le había llevado hasta allí en busca de
una confirmación de lo que ya conocía. Lord Corax, de la Guardia del Cuervo,
había enviado a la Cohorte Therion a las proximidades de Beta-Garmon por una
sola razón. A morir rápidamente en batalla. Eso era evidente para Marcus, pero, sin
duda, esto también era parte del plan del Emperador, ejecutado por la mano de su
hijo genético, el primarca. ¿Quién era Marcus Valerius para buscar otro camino,
otra salida, a causa de su mezquino miedo o de la ignorancia humana? Entregarían
sus vidas y herirían a Horus con su sacrificio.
Marcus suspiró. Inspirado por esa idea, se levantó, con el libro sagrado en su mano.
En efecto, sería un glorioso martirio.

Todos los ojos del personal del puente de mando se volvieron para mirar cuando
Marcus entró por la escotilla.
-Rerisius, quiero una transmisión a toda la Cohorte- dijo Marcus. El vox chirrió.
-Hermanos y hermanas de Therion. Hijos e hijas del Emperador. Hemos llegamos
al campo de batalla en un momento transcendental. Debemos tener el valor de
saber que actuamos en Su nombre, que vamos a cumplir Su voluntad y de que
luchamos en Sus batallas. El enemigo está frente a nosotros, y ataca con grandes
fuerzas, las necesarias para cambiar el rumbo de la guerra contra el Mundo Trono.
Unas sirenas de advertencia interrumpieron el discurso de Marcus.
-Mi señor, los titanes del enemigo nos han visto. Estamos detectando el bloqueo de
nuestros sensores- alertó Severus.
Marcus Valerius siguió hablando. -No habrá retirada. Lucharemos hasta nuestro
último aliento, la última bala y el último proyectil láser. Nuestra fe es nuestro
escudo. En el día de hoy, somos guerreros sagrados, recubiertos de la majestad
salvadora de Terra. Podíamos preguntarnos por qué, ¿por qué nos ha llamado el
Emperador para morir aquí? Eso no importa, lo que realmente solo importa es que
nos ha llamado. ¡Luchamos porque somos los únicos que podemos hacerles frente!
¡Luchamos porque somos el Ejército Imperial!

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Marcus se detuvo frente a la gran pantalla estratégica. Besó la portada de la Lectitio
Divinitatus.
-¡El Emperador está con nosotros! ¡Al ataque!
El chillido de las alarma de proximidad y de las sirenas de señalización unidos al
tronar de los cañones y constante destello del fuego más allá de las mirillas de
observación le impedían pensar.
Marcus se acercó al panel de interfax de sistemas del Magos Daedriax.
-Apague ese ruido- ordenó Marcus. -Nos están atacando un titan, cincuenta
tanques y tres compañías de legionarios. Creo que ya sabemos todos que estamos
en peligro.
Daedriax asintió y obedeció su petición. El lamento de las sirenas cesó, el repentino
silencio fue casi tan desorientador como lo habían sido las estridentes alarmas. De
nuevo se escuchó el gruñido de los motores, el sonido de los proyectiles de los
tanques y el rugido de las explosiones de la artillería.
Algo impactó contra los escudos de vacío, esparciendo chispas rojizas sobre las
mirillas de observación.
-Quiero que la Tercera y la Cuarta compañía blindadas se unan al General de
Hierro y se concentren sobre el Reaver superviviente. Que los pelotones de
infantería caven y preparen una posición fortificada en nuestro flanco derecho. La
artillería divisionaria debe moverse para bombardear el objetivo, apoyando nuestro
avance.
Veintitrés mil hombres y mujeres de Therion habían partido con el Vicecésar.
Habían perdido dos transportes durante el tránsito por la disformidad y habían
perdido más cuando llegaron al sistema. La falta de una escolta de naves de guerra
los había dejado vulnerables a las fragatas y a los destructores de los traidores. La
batalla orbital y el aterrizaje habían reducido su número sobre el planeta hasta casi
quince mil, junto a casi mil vehículos blindados y, alabado sea el Emperador, los
dos Capitol Imperialis.

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Hasta el momento, lo habían hecho bien. Dos de los titanes habían sido destruidos
mientras trataban de cruzar los puentes, mientras que el Despectivo y sus carros de
combate de apoyo lanzaban una lluvia mortal sobre los marines espaciales que
trataban de entablar batalla con la Cohorte Therion. Sin duda, los informes del
enemigo eran antiguos, los elementos principales de los Hijos de Horus habían
sacrificado velocidad a cambio de blindaje y poder de fuego. Y, sin embargo,
seguían estando mal equipados para lidiar contra los escudos y los cañones pesados
de los gigantescos vehículos de mando. Frente a esta inesperada resistencia, se
vieron obligados a retirar el Reaver mientras esperaban el apoyo de máquinas de
guerra más pesadas. Ahora, volvían detrás de Mastodons y Land Raider, a la
sombra del último de sus titanes, mientras sus tanques Predator disparaban desde
lejos contra las compañías de la Therion.
-Mantengan la presión- ordenó Marcus. -Es imperativo que no permitamos que el
enemigo gane impulso- siguió. Miró a Rerisius. -¿Hay alguna respuesta de nuestros
vecinos en la línea de batalla? ¿Alguien más está respondiendo al ataque?
-No hay noticias de los Salamandras ni de los regimientos Demytrian, Vice-
Caeseri- respondió Rerisius.
Un timbre en el comando vox llamó la atención de Marcus.
-¿Antonius?
-Hermano, estamos siendo rodeados- llamó Antonius Valerius por el vox. -
Necesito retirarme y concentrar el fuego sobre el titán restante.
-No, debes aguantar hasta el final- dijo Marcus. -Antonius, eres el ancla de todo
nuestro dispositivo. Si retrocedes, todos deberemos hacerlo. El titán es tu
prioridad, debes destruirlo. No hay más opciones.
Hubo un momento de vacilación por el vox. Marcus podía imaginarse las
preocupaciones que pasaban por la mente de su hermano y trató de detener
cualquier duda antes de que llegara a manifestarse.
-Antonius, ya hemos hablado de esto antes y ya dijimos todo lo que había que
decir. Podíamos haber desobedecido la orden de Corax y habernos escondido en
frío vacío. Pero decidimos no hacerlo. Llevamos el rojo, hermano, la sangre del
Emperador. No deshonraremos hoy a nuestros antepasados.

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-¿Realmente el Emperador está viendo como luchamos por él?- preguntó Antonius
por el vox. -Dímelo, Marcus. ¿Realmente es un dios?
-Lo es, Antonius. Él es nuestro señor y protector. Y a través de nuestras muertes
afirmará su dominio.
El Despectivo se estremeció bajo el impacto de la artillería enemiga y una nueva
alarma de advertencia señaló la sobrecarga del último generador del escudo de
vacío.
-Tengo que dirigir la batalla, Antonius. Muere bien y tu alma vivirá para siempre.
-Muere bien, Vicecésar- se despidió Antonius por el enlace vox.
No podía dedicar más tiempo a su familia, la Therion estaba inmersa en una
gigantesca batalla. Continuas ráfagas de proyectiles pesados caían sobre la Cohorte,
acompañados por una lluvia de misiles Whirlwind y el resplandor de los cañones
automáticos. Al norte, el titán Reaver libraba un duelo contra el General de Hierro,
con su tubo-láser arrancando los escudos de vacío del Capitol Imperialis, mientras
sus defensas eran golpeadas por los cañones y las baterías de armas láser. La punta
de lanza de los Hijos de Horus se deslizaba entre la Cohorte Therion, como una
hoja apuntando hacia su corazón. Tal vez contra el propio Marcus Valerius. El
temblor en la cubierta bajo sus pies, mientras continuaba la lluvia de proyectiles, se
perdió entre el incesante sonido de las explosiones y los impactos contra el casco.
Los transportes legionarios estaban por todas partes, descargando a centenares de
guerreros en el camino de la fortaleza móvil.
-¡Grupos de abordaje!- gritó Rerisius. -¡Hay atacantes en las rampas de acceso!
Pero los ojos de Marcus estaban fijos en el Reaver, cuando su reactor alcanzó su
masa crítica. La brillante llamarada que provocó la explosión también envolvió al
General de Hierro, lo que hizo que ambos combatientes murieran prácticamente
abrazados.
Severus miró a Marcus desde sus controles, con su rostro dividido por una amplia
sonrisa.
-Vicecésar, los Salamandras están en camino. Vienen para contener el ataque.

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Marcus asintió con la cabeza. Las fuerzas más próximas de la XVIII Legión estaban
todavía a unos veinte kilómetros de distancia. Demasiado lejos para detener la
inevitable muerte de la Cohorte Therion. Aun así, era bueno saber que había tenido
razón. El Emperador los había traído hasta aquí por una buena razón. Los
Salamandras y otros responderían, defenderían el flanco y mantendrían viva la
esperanza del resto de los leales.
-¡Múltiples partidas de abordaje! Vicecésar- avisó Rerisius. -Tenemos cientos de
enemigos ascendiendo nivel a nivel.
-¡Daedriax, ¿está todo listo?- preguntó Marcus.
El Magos asintió.
-¡Hazlo ya! ¡Sobrecarga el reactor!- ordenó Marcus, mientras escuchaba a lo lejos
los disparos y los gritos de su tripulación al ser asesinados.
Cuando comenzó la cuenta atrás, Marcus se arrodilló, rezando en silencio sobre la
cubierta del puesto de mando, con la Lectitio Divinitatus apretada contra su pecho.
Otros miembros de la tripulación siguieron su ejemplo. Escuchó el sonido apagado
de los bolter en el nivel inferior, Puños acorazados golpearon la puerta reforzada
del puente de mando, oyó el gruñido y el chirrido de una espada-sierra contra el
metal.
-¡Mi fe es mi escudo!- susurró Marcus.

Un vehículo acorazado se aproximó al campo de batalla.


-¿Órdenes, mi coronel?- preguntó el conductor.
La pregunta del conductor, seguida por el chirrido de las orugas al frenar, llamó la
atención del coronel Calsar Vayonid sobre todo lo que se veía delante de su tanque
Executioner. La carretera hacia la colina desaparecía unos metros más adelante. El
coronel del Ejército Imperial se soltó los arneses de seguridad y subió por la
escotilla superior de la torre para tener una mejor visión. Ante sus ojos tenía medio
kilómetro de devastación, un inmenso cráter alrededor del cual se apreciaban los
enredados restos de una fortaleza móvil Capitol Imperialis. La tierra estaba
totalmente destrozada por una inmensa explosión. Los bordes del cráter estaban
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llenos de los restos aún ardientes de los tanques de los traidores. Entre ellos estaban
esparcidos los restos de los milicianos renegados y vehículos acorazados con las
divisas y colores de los Hijos de Horus. Las carcasas abrasadas de dos titanes
estaban medio hundidas junto al rio, rodeadas por los restos dispersos de una gran
fuerza enemiga. No se veía a nadie vivo por las inmediaciones.
-Avancemos, lentamente- ordenó el coronel.
La columna los siguió, las orugas se deslizaron por el suelo quemado, una nube de
cenizas y polvo se unió a los gases de los escapes.
El vox siseó durante unos segundo, luego crepitó con la voz del teniente Vass.
-Debe haber más de un centenar de carcasas de blindados abrasadas por aquí. ¿Los
Salamandras hicieron esto?- preguntó el teniente.
-No- contestó el coronel Vayonid, -el eje de su contraataque estaba más al norte.
Calsar examinó el ennegrecido casco de un Land Raider mientras pasaban a su
lado. Estaba destrozado por impactos de grueso calibre.
-Creo que el Capitol Imperialis fue el responsable de esto- dijo Vayonid por el vox.
- ¿Él sólo? - le contestó el teniente Vass.
El coronel levantó sus magnoculares y miró más allá de las destrozadas placas de
blindaje reventadas y de la carcasa retorcida del inmenso carro de combate. Mucho
más allá seguía viendo restos destrozados y montones de cadáver carbonizados,
acumulándose hasta perderse a lo lejos.
-No lo creo- dijo Calsar. -Alguien contraatacó antes que los Salamandras.
-¿Entonces, quien fue?- preguntó Vass por el comunicador.
-No tengo ni idea- contestó Vayonid al teniente. -Hay muchos regimientos
reunidos en la zona de guerra Beta-Garmon. No creo que ni siquiera alguien del
Alto Mando lo sepa en estos momentos. Pero alguien se encargó de hacer frente a
los Hijos de Horus, a pesar del precio.
Por la posición de los abrasados vehículos de los traidores se veía claramente que la
fortaleza móvil había sido el objetivo del último asalto.

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-Los traidores nos hubieran vencido si no hubiera sido porque los retrasaron aquí.
Es una lástima que no podamos agradecérselo a nadie.
La columna se movía a la sombra de los enormes restos del gran vehículo de
mando, entre cuyos restos todavía ardían las llamas procedentes de las tuberías
rotas de combustible y gas. Algo llamó la atención de la mirada del coronel, los
jirones de una bandera roja y dorada. No se podía apreciar mucho de su diseño, ni
daba ninguna pista sobre la identidad de los soldados que la habían llevado a la
batalla.
Se escucharon a lo lejos unas sirenas.
-¡Contacto!- gritó el conductor.
El artillero de la cúpula movió su bólter pesado cuando algo se movió entre los
restos.
-¡Quieto! ¡No dispares!- gritó el coronel Vayonid.
Un hombre salió al descubierto tambaleándose, casi desnudo, sólo cubierto por los
restos hechos jirones de sus pantalones. Su piel estaba quemada, tenía cortes en el
pecho y en los brazos, donde había levantado sus manos para protegerse de una
explosión. Alzó su mirada hacia los tanques mientras levantaba un trozo de paño
rojo que llevaba en una de sus manos. Calsar trepó fuera de la torreta para verlo
más de cerca.
-¿Quién eres?- le preguntó Vayonid.
El desconocido miró a su alrededor.
-No… No lo sé… No logro recordarlo- dijo el hombre.
-¿A qué regimiento perteneces?
-Perdóname. Todo es un poco confuso… ¿Podrías hablarme en voz alta? Creo que
estoy algo sordo.
-¿Qué… ha pasado… aquí? - preguntó el coronel.
El desconocido se encogió de hombros.

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-Una batalla, eso creo. Eso… en realidad ahora ese no es el asunto. Tengo algo
importante que decirte.
El coronel contempló la devastación que se extendía en todas las direcciones.
-¿Cómo ha podido sobrevivir alguien a esto? - se sorprendió el coronel. -Es
increíble.
El hombre desconocido le entregó un fajo de páginas ligeramente atadas, con los
bordes quemados. Había algo escrito a mano en la cubierta hecha jirones, pero un
pulgar sucio y magullado tapaba las palabras.
-No, amigo mío- dijo Marcus Valerius. -Es un milagro.

FIN DEL RELATO

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