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LA HEREJÍA DE HORUS

HACIA EL EXILIO

AARON DEMBSKI-BOWDEN

Rabusa e Iceman

2
DRAMATIS PERSONAE

La Legión de los Puños Imperiales


NICANOR TULLUS Sargento de la 1ª compañía de los Puños Imperiales
SIGISMUND Capitán de la 1ª compañía de los Puños Imperiales

El Mechanicum de Marte
ARKHAN LAND Tecnoarqueólogo de Marte

El Mechanicum Obscurus de Marte


VORAX

Todo este trabajo se ha realizado sin ningún ánimo de lucro, por simples aficionados,
respetando en todo momento el material con copyright; si se difundiera por otros
motivos, no contaría con la aprobación de los creadores y sería denunciado.

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MARTE

<MARTE. EL PLANETA ROJO. UNA PLANTA INDUSTRIAL A ESCALA


PLANETARIA. NEXO DE TODO EL CONOCIMIENTO Y LOGROS DE
LA HUMANIDAD EN LA GALAXIA. HOGAR - POR UN TIEMPO. ESO
ERA MARTE. EL MARTE DE ANTES.>

El erudito se sienta encorvado en la cámara de hediondo acero y cuerpos


sangrantes, respirando los abrasados aromas de autómatas mutilados y carne
humana desgarrada. La criatura en su hombro no guarda parecido alguno a una
especie de simio detallada en los archivos de la Antigua Terra. Su nombre es Sapien.
El erudito mismo lo nombró cuando construyó la criatura a partir de pelaje
clonado en cubas y metales consagrados.
El psiber-mono (psyber-monkey en el original. Psiber, juego de palabras entre
psíquico, o sea, sensible a ser controlado por el erudito mentalmente y cyborg, o
sea, cibernético, nt) emite un preocupado gorjeo a su alrededor. El erudito no
siente tal inquietud, sólo disgustada irritación. Se mofa con desprecio del entorno
de éste osario, éste lugar de los arruinados y heridos, que es supuestamente su
salvación.
Las arqueadas paredes tiemblan a su alrededor. Fuera de la nave que asciende, el
cielo del Sagrado Marte está en llamas. Mucho más abajo, Nicanor ya estará
muerto. Destrozado, nada menos. El muy tonto.
Arkhan Land se acurruca como un asqueroso refugiado en medio de los otros
supervivientes, rezando al Omnissiah para que el hedor de sus cobardías y fracasos
no le contagien.
Sapien corretea hacia el otro hombro de Land. Gorjea de nuevo, el tono sin
palabras pero curiosamente inquisitivo.

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-Era un tonto- murmura el erudito, acariciando de modo distraído las placas
vertebrales similares a engranajes que forman la columna dorsal de la pequeña
criatura. -Marines Espaciales- resopla las palabras. -Todos son unos necios.
Pero incluso a sí mismo, esas palabras le suenan un poco huecas ésta vez.

Nicanor mira a los ojos de su asesino. Su propia sangre marca las bulbosas cúpulas
doradas de los actuadores visuales de la máquina de guerra, sangre que tosió en la
cara de la criatura justo después de que atravesara su pectoral con la
chisporroteante lanza motorizada. Lo mantiene en alto, empalado, sus botas apenas
arañan el polvo que forma el inútil, pero aún así invaluable, suelo marciano. Cada
arrastrar de los pies borra el regolito marrón-rojizo para revelar la tierra más
grisácea que hay debajo: un secreto del Planeta Rojo oculto a escasos centímetros
de la superficie, pero desconocido para la mayoría capaz de conjurar la imagen del
mundo en su imaginación.
La máquina se inclina más próxima, las cúpulas de sus ojos de insecto
inspeccionando la presa, registrando la cara de Nicanor y las marcas en su blindaje.
El guerrero moribundo oye el zumbido chasqueante de un canal de transmisión
abierto cuando su asesino descarga sus hallazgos a sus distantes amos.
Esto es presa. Lo sabe en los procesos de su simple consciencia de un modo
asesino.
Pero ésta es la presa equivocada.
Nicanor se traga el dolor. No se acobarda y se niega a dejar que lo consuma. El
dolor es sentido sólo por los vivos, y por lo tanto no es nada de lo que arrepentirse.
El dolor es vida, puede ser superado mientras el aliento resida en el cuerpo,
humano o transhumano. Morirá, lo sabe, pero no morirá de vergüenza. El honor lo
es todo.

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La sangre cae de los apretados dientes de Nicanor cuando la máquina de guerra lo
sacude, tratando de desencajarlo de la dentada longitud de su extremidad-lanza. La
lanza se encuentra enterrada con profundidad en sus entrañas, apretada por hueso
reforzado y armadura, se niega a liberarse con facilidad. Siente que su bota
izquierda toca su pistola bolter caída, la ceramita chocando con un sonido metálico
seco contra el cuerpo de metal de la pistola con marcas de bajas provocadas.
Incluso si pudiera torcerse para alcanzarla sin romperse en dos, el arma está vacía.
A través de su enrojecida mirada, todavía ve las chamuscadas marcas de viruela en
la cabeza del robot, donde cada proyectil de bolter que disparó encontró su
objetivo.
La máquina de guerra baja su lanza, golpeando con fuerza al guerrero empalado
contra el polvoriento suelo y su pie con garras cruje sobre la inerte forma de
Nicanor para hacer palanca. Con una abrazadera y una llave inglesa de
articulaciones de maquinaria, la lanza se libera en una nueva dispensa de ceramita
ensangrentada y sangre enfriándose.
El destripamiento también arranca el último aliento de lo que queda del cuerpo de
Nicanor. Mira hacia arriba, sin fuerza y en silencio, y no ve nada en las implacables
cúpulas de los ojos del robot. No hay indicio de inteligencia o señal de quién
podría estar observándolo a través de la corriente retinal del autómata.
Su encanecida mirada se desliza hacia el cielo, deslizándose del caparazón
encorvado y reventado por balazos de su asesino mecánico. Allí, elevándose en el
cielo en guerra, se encuentra la silueta de la nave de transporte del erudito.
Sería poético decir que ese es el pensamiento final de Nicanor, y la victoria es su
última visión. Ninguno de los dos es verdad. Su pensamiento final es la ruina de su
peto, donde el símbolo del Raptor Imperialis se había mostrado tan orgulloso en
marfil sobre la placa dorada. Su última visión es la de Mondus Occulum, donde las
fundiciones subterráneas y las fábricas de proyectiles de bolter arden bajo la roca
marciana, y donde las últimas cañoneras de sus Hermanos surcan el cielo.
El polvo en el aire comienza a asentarse encima de su armadura, sobre su cuerpo
desgarrado, incluso en sus ojos cuando se contraen una última vez, pero fallan en
cerrarse.

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La máquina de guerra arroja una sombra sobre su cadáver mientras registra su
fallecimiento.

La tierra corre ante él, el aliento cortando desde su boca, esputos rociados con cada
zancada. Sus botas resuenan con un sonido metálico por la rampa de la banda, que
ya se levanta bajo su aterrado caminar. No mira hacia atrás, para no despedirse del
Marine Espacial, para no ser testigo de los últimos momentos del guerrero. El
martillazo de la pistola bolter de Nicanor al disparar es lo último que escucha Land
antes de que la escotilla se cierre de manera inexorable.
Allí, en la fresca oscuridad, se desploma sobre manos y rodillas, toda dignidad
abandonada. Manos que tiemblan arrastran las multilentes que enfocan los anteojos
de su rostro.
Seguro, piensa. Seguro.
Y por alguna razón, la idea parece casi una traición. Tal vez un hombre menor
podría considerarlo culpa. La queja de la conciencia de un alma débil, sabiendo que
Nicanor todavía está ahí fuera, vendiendo su vida para comprar la supervivencia de
Land.
Pero el pragmatismo ahoga cualquier patética agitación de moralidad. La
conciencia y la culpa son conceptos traídos a la existencia por aquellos demasiado
mansos para enfrentarse a sus fallos, buscando marcar sus vacilaciones como
virtudes.
Él tiene que sobrevivir. Ese es el comienzo y el final de ello. Importa infinitamente
más que un único legionario. Las propias acciones de Nicanor prueban la verdad de
ello.
-Ascensión- llegan los suaves tonos de un servidor por encima desde el vox para
toda la cámara. El transporte comienza su ascenso con una sacudida sin elegancia.

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Arkhan Land teje su camino a través de un apretado mar de formas lastimadas y
heridas, y se sienta con la espalda contra la pared de la cámara. Sapien emite un
graznido totalmente no simiesco cuando toma su lugar en el hombro de su amo.

-¡Corre!- la voz de Nicanor, incluso debilitada, es un rugido sobre el viento. -


¡Corre, maldito sea!
Se da la vuelta con su bolter apretado contra su hombro, confiando en que la
arrogancia y el miedo del tecno-arqueólogo servirán incluso si la orden de Nicanor
falla. La máquina de guerra se desplaza brincando y se acerca más, dando tumbos,
saltando sobre las rocas grises pulidas por el viento que se extienden sobre la
superficie marciana como los desplomados círculos de piedras chamánicos de la
Vieja Tierra.
Y es la misma máquina. Lleva las cicatrices que Nicanor ya infligió a su blindaje
con bólter y bomba en el Complejo Mesatan. Esprinta hacia delante con patas
articuladas hacia atrás, sus extremidades sierra acelerando en el silencio de sus
vacíos cañones rotatorios.
El bólter de Nicanor ladra en vano. Los proyectiles explosivos impactan de lleno,
detonando contra la insectoide carcasa del acechador asesino, haciendo poco más
que sacudir la cabeza con sus bulbosos ojos dorados hacia un lado.
Sabe que no puede matarlo. Sabe que no necesita hacerlo. Sigismund no lo envió
aquí para matar a ésta cosa.
Deja caer el bólter en el instante en que su pantalla retinal le informa que su
cargador está vacío. Su espada de energía cobra vida encendiéndose, sujeta por
ambas manos, antes de que el bólter llegue al suelo.

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La máquina cazadora podría rodearlo si sus procesos cognitivos eligen hacerlo,
pero los sensores de amenaza parpadean con sugerencias de precaución. Ésta presa
lo ha frustrado ya una vez, y el tiempo es corto. La muerte debe ser ahora, o nunca
lo será.
Carga, las demasiado poco fiables piernas tintinean. Las articulaciones de los
miembros-lanza se agrupan, retrocediendo en sus alojamientos de pistón. Salta,
emitiendo un chillido de código de desecho a falta de un verdadero grito de batalla.
Nicanor se lanza a un lado, revolcándose en el polvo y la suciedad, desfigurando
aún más su dañada armadura al obstruir los orgullosos símbolos que han
permanecido sobre la ceramita durante más de tres décadas. Sus heridas lo vuelven
lento, más lento de lo que nunca ha sido. Cae de rodillas con una bruma de
desorientación de sentidos perdidos, empujando hacia arriba con la hoja.
Muerde. Muerde con profundidad, con el gruñido beso de un agravado campo de
energía acuchillando sistemas mecánicos sensibles. Las chispas vuelan en lugar de
una rociada de sangre. Siente que la máquina se dobla sobre él, su desbaratado
núcleo siendo forzado, la espada enterrada en la parte inferior de su articulación de
cadera amenazando con zambullir a la bestia mecánica en el suelo.
Debe vivir, recuerda en su mente Nicanor, saboreando la sangre en su boca. Y lo
hará.
Libera la hoja tirando de ella desde la lisiada máquina de guerra en un exaltado
silencio, estoico hasta el final, dejando el bramido de los gritos de guerra para los
guerreros de Legiones menores que requieren tal pompa. La espada se rompe con
un chasquido cerca de la empuñadura mientras la máquina gime y se tambalea hacia
atrás.
Nicanor se está alzando, girando, justo a tiempo para que la extremidad primaria
del acechador-asesino emita un retumbo de aplastante trueno mientras atraviesa el
plastrón del Marine Espacial. Rompe la carcasa reforzada de sus costillas
fusionadas, mata la fuerza motriz de su armadura de batalla Mark II mientras
alancea a través de la mochila de energía montada en la parte trasera de la armadura.
Aniquila sus dos corazones, dos de sus tres pulmones y la glándula progenoide en
su pecho.

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Tose sangre cuando la lisiada máquina lo arrastra hacia su rostro alienígena. Él
sonríe cuando oye la cacofonía del motor del transporte despegando.
-Vive- le dice a su asesino. Éstas serán sus últimas palabras. -Has fallado.

Están casi en el lugar de aterrizaje cuando Arkhan Land se da cuenta de lo severo


de las heridas del Marine Espacial. La cojera del guerrero se convierte en un
tambaleo, su zancada es detenida mientras intenta quitarse el casco y respirar sin la
rejilla de filtración. Se libera para revelar un rostro oscuro con un típico tono de
piel ecuatorial Terrana, sangre bordeando dientes apretados. Es la primera vez que
Land ve los rasgos del guerrero. No hace ningún comentario sobre ello porque no
le importa.
Desde que emergió del complejo subterráneo, no ha habido señal de su
perseguidor. Por delante, a través del oxidado desierto, el módulo orbital de
aterrizaje se asienta con sus rampas de cuadrilla bajadas, aceptando evacuados y
material en un goteo de arrastre de pies y tropiezos.
No es la nave que Land hubiera elegido para sí mismo. Tampoco se asociaría con
los carroñeros y heces de la sociedad que ahora lo abordan, si tuviera otra opción.
Pero se dice que los mendigos no pueden elegir. Lo mismo se puede decir de los
refugiados.
Sin siquiera darse cuenta de que lo está haciendo, Land protege a Sapien del viento
que se está acumulando, sosteniendo al psiber-mono en los pliegues de su
magisterial túnica carmesí. Sapien acepta ese tratamiento, mostrando unas fauces
con colmillos que ningún simio natural ha tenido jamás. La expresión puede ser
posiblemente una sonrisa.
-Marine Espacial- lo llama Land sobre el viento.

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-Todo está bien- responde el imponente guerrero. Claramente, es mentira. Está
todo menos bien. Nicanor toca con una mano cubierta con un guantelete la
ceramita destrozada a su lado. Los dedos blindados salen rojos.
-Los tuyos no sangran tanto- lo acusa Land con perezosa vehemencia. -He leído
los datos fisiológicos yo mismo. En detalle.
-Sangramos tanto- responde el Puño Imperial -cuando estamos muriendo- hace un
gesto hacia la nave de evacuación segmentada que el viento en ascenso está
desgastando lentamente. -Sigue moviéndote, tecno-arqueólogo Land.
Pero Land no se mueve. Se ajusta los anteojos multilente sobre sus ojos, mirando
hacia atrás por donde llegaron. No por primera vez, desea estar armado. Su
colección de antigüedades cuenta con muchas armas de arqueotecnología, el
pináculo de su alijo es un arma personal deliciosamente hermosa con vibrantes
amortiguadores aurales, paletas magnéticas giratorias y la capacidad de disparar
proyectiles microatómicos. Pero, junto con muchas de sus posesiones, está en otra
parte. Una significativa parte de sus invaluables hallazgos están seguros y lo
esperan una vez que llegue al Anillo de Hierro que rodea Marte en un sagrado halo
de astilleros.
Aún así, ya está catalogando los innumerables preciosos objetos que se ha visto
obligado a abandonar en el planeta hoy.
Evacuación es una palabra tan sucia.
Sapien sisea en su cuna de túnicas. Land asiente como si el sonido tuviera algún
sentido, ajustando el alcance visual de sus anteojos con un chasqueante giro de un
dial lateral.
-Marine Espacial- dice, mirando por encima de la polvorienta llanura detrás de
ellos. -Algo se acerca desde el risco sur.
Los ha seguido a través del complejo, después de todo. Todos esos bizantinos giros
y vueltas, con la esperanza de poner distancia entre ellos y su enemigo, no han sido
más que serpenteantes desperdicios.

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El guerrero herido aprieta sus armas con más fuerza a medida que se gira. Land
escucha el chasquido de las lentes oculares de Nicanor al reiniciarse, cancelando su
vista ampliada.
Esto termina ahora, piensa Land. De una forma u otra, esto termina ahora.
-Ve a la nave- dice el Marine Espacial. Y cuando Land se mueve con un lento y
agotado trote en lugar de una carrera, el temperamento de Nicanor finalmente se
enciende. -¡Corre!- dice, su voz un crujido de hielo ártico al romperse. -¡Corre,
maldito seas!

Caminan a través de túneles de luz parpadeante, los sistemas de energía que


alimentan el Complejo Mesatan fallando uno a uno, cayendo ante el abandono o la
traición. Su paso es cantado con el sonido de sus pasos, el roto y cansado caminar
del tecno-arqueólogo, junto al propio paso desvaído del Puño.
Nicanor ya no disfraza su cojera. El fluido se escapa de donde la fulminante
tormenta de sólidas balas de ametralladora del robot embistió su blindaje. Es peor
en varias ubicaciones medias e inferiores laterales que no necesita que describa su
pantalla retinal. Puede sentir el rechinar del maltratado metal contra, y dentro, de la
carne herida, sin el agresivo tañir de advertencias de un lado a otro en la pantalla de
su visor.
Puede oler sus propias heridas, oler su cobriza apertura de una negativa a sanar con
la velocidad esperada. Esa no es una buena señal.
-Dijiste que había una nave- dice Arkhan Land sin mirar al guerrero.
-Una suborbital- confirma Nicanor.
-Ya, suena como un último suspiro grotesco para refugiados.
Y eso es exactamente lo que es, piensa Nicanor.

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-Los arreglos se hicieron con cualquiera que fueran los recursos que se hallaran
disponibles.
-¿Organizados por quién?- el tecno-arqueólogo, una sibilante forma de ondulante
túnica carmesí, irradia un aura de desaprobación. -¿Por ti?
-Primero por el Capitán Sigismund- responde Nicanor -y por el Fabricador
Locum Zagreus Kane.
Sin embargo y sin darse la vuelta, Nicanor nota la afectada sonrisa en el tono de
Land. -¿Ahora es el Fabricador General Zagreus Kane? Apuesto a que sí. El
Omnissiah nos preserve de esa castigadoramente aburrida criatura y su limitada
visión.
Nicanor echa hacia atrás una punzante mirada sudorosa hacia las parpadeantes
profundidades del corredor detrás. No ve nada. No hay nuevas campanas de
advertencia en su suministro retinal más allá del gritar de sus heridas. Su escáner
auspex permanece en silencio.
Corredor por corredor, se elevan a través del complejo. Nicanor siente que sus
extremidades se vuelven pesadas mientras su cuerpo asimila el aguijonazo
suprarrenal de los narcóticos medicinales inundando su sistema. La fuerza que le
otorgaron durante las últimas horas deserta de él en aumento, invitándolo a volver
a la fatigada quemadura de sus heridas.
-Nunca me había encontrado antes con uno de esos autómatas- dice Nicanor.
Arkhan Land vuelve sus agudas facciones hacia su compañero acorazado. La
diversión brilla en los entrecerrados ojos del erudito. -¿Un Marine Espacial con
una pasión por la charla ociosa? Vaya, vaya, vaya. Las sorpresas nunca cesan.
Nicanor se pone tenso. -Busco respuestas, no conversación.
Land lanza una desagradable sonrisa antes de volverse hacia el túnel por delante. El
psiber-mono en su hombro cruje de manera ruidosa sobre un lingote de acero.

-Es un Vorax- dice el tecno-arqueólogo con un tono malicioso. -Éste ha sido


modificado por un noble de la forja para satisfacer sus propios fines, no tengo
duda, pero el chasis es el de un autómata Vorax. Rara vez se ven ya, aunque se
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usaron en las huestes de la Gran Cruzada. Los liberamos en las ciudades forja
cuando la superpoblación se convierte en una preocupación. Se les encarga de vez
en cuando- agrega con un aire refinado -protocolos de asesinato. Pero sólo contra
objetivos de prioridad suficientemente alta.
Nicanor lee el orgullo en la voz del erudito. La arrogancia del hombre no conoce
límites.
-¿Quién te querría muerto, tecno-arqueólogo Land? ¿Los hombres y mujeres por
los que quisiste quedarte y enfrentarlos solo?
El hombre con túnica se rasca su coronilla sin pelo, sin razón alguna Nicanor
puede discernir que el psiber-mono imita el gesto, rascando su propia cabeza. -Has
hecho una pregunta de asombrosa ignorancia, Marine Espacial. Muchos de mis
coetáneos disfrutarían de la idea de que yo exhalara mi último aliento. No todos,
por supuesto. Pero suficientes. En ambos lados de ésta nueva guerra.
Nicanor gruñe por el dolor en su costado. Land lo toma como una pregunta.
-¿Y por qué, preguntas?- continúa el tecno-arqueólogo, aunque Nicanor no ha
preguntado tal cosa. -Porque soy Arkhan Land. Los celos los motivan. Celos
forjados en sus propias inseguridades. Sospecho que eso lo dice todo.
El Puño Imperial no dice nada. Ha visto a humanos no modificados hacer esto
antes, la propensión que incluso las almas demasiado confiadas tienen por miedo,
balbucean en momentos de coacción.
Cuando al final emergen a la dudosa luz del amanecer marciano, las llanuras
alcalinas de Zetek se extienden ante ellos.
Nicanor gesticula hacia una elevación en el paisaje. -La nave nos espera sobre esa
cresta.

En realidad, es difícil no sentirse insultado. Uno. Un único Marine Espacial.

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El Complejo Mesatan se abre y despliega ante ellos, a través de una serie de
chirriantes y zumbantes puertas giratorias semejantes a mamparos sellados al vacío,
una opción de diseño que Arkhan Land atribuye al escudo contra la radiación y la
contención de desastres en lugar de una consideración de seguridad. Dado lo que
está ocurriendo de un lado a otro de Marte, la locura envuelta de un modo tan
pobre en los harapos de la revolución, no está sorprendido de que el complejo haya
sido cerrado de manera automática.
-Nos siguen- dice el Marine Espacial en un momento dado.
Land, que no ha oído nada en absoluto, emite un gruñido cansado. El ritmo es
castigador. No tiene aumentos. Su garganta está en carne viva. Sus piernas arden.
El tecno-arqueólogo y su compañero se mueven rápidamente, sus botas haciendo
eco a través de las vacías columnatas. Es una decepción, sin duda. A pesar de usar el
complejo desierto como nada más que una avenida subterránea por conveniencia,
Land no puede evitar sentir una irritada melancolía por lo que está viendo. El vacío
le recuerda las ciudades-manto subterráneas que explora con tanto ahínco, donde
sus únicos compañeros en la Búsqueda del Conocimiento son los sistemas de
defensa esclavizados por las mazmorras de una era olvidada, y la serenidad de sus
propios pensamientos.
¿Conocerá de nuevo alguna vez aquella paz?
¿Y cuánto durará la energía allí en Mesatan? Sin los trabajadores esclavos del
complejo, las gárgolas de filtración de aire montadas en el interior de cada cámara
dejarán de respirar más pronto que tarde. Cualquier persona que todavía esté allí
dentro de unos pocos días probablemente expire por asfixia.
Y ese, reflexiona Land, sería un verdadero lugar sin sentido para morir.
Huyendo de sus propios coetáneos, nada menos. El Omnissiah tenga piedad, es
casi suficientemente enloquecedor como para ser divertido.
El Puño Imperial lidera el camino a través de un puente que se extiende sobre un
depósito de almacenamiento, donde miles de cajas y contenedores forman un
municipio abajo.

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Un único Marine Espacial...
Land toma aire para preguntarse por qué el Puño Imperial está solo, por qué se
consideró apropiado un mero guerrero solitario para defenderlo y escoltarlo...
cuando su perseguidor se da a conocer.
El Vorax ataca cuando se hallan a mitad de camino y no tienen adónde ir, su
desagradable y casi salvaje cognición sabe que difícilmente pueden saltar del alto
puente a la seguridad.
La primera señal de su presencia es cuando la pasarela vibra en sus vigas de soporte,
tanto Land como el Puño irrumpen en una carrera. El frenético paso de Land lo
lleva adelante en su huida, ni por un engañado segundo cree que la máquina está allí
para salvarlo, y el legionario de inmediato se vuelve por donde han venido.
El Puño Imperial es una mancha borrosa de rechinante armadura al tiempo que
pasa más allá de Land, mientras que el tecno-arqueólogo es una ondeante silueta de
austera túnica y aullidos de simio, estos últimos de Sapien en lugar del mismo
Land. Incluso mientras huye por su vida, Land siente un cosquilleo de vergüenza
aterrorizada por creer que han perdido a su perseguidor para siempre.
-Ponte detrás de mí- exige el Puño.
Land obedece sin pensar. El Vorax se inclina en su torpe e incómodamente graciosa
carrera, sus bulbosos sensores-domos encerrados en una fría y animal mirada. Sus
cañones rotatorios cobran vida girando, las extremidades-lanza retrayéndose en
algo parecido a un afán bestial, listas para lanzarse hacia delante.
El Puño Imperial permanece entre Land y el autómata. El Marine Espacial dispara
primero.
Land nunca había visto luchar antes a las Legiones Astartes. Fuera de grabaciones
visuales, nunca los vio con sus propios ojos. A pesar de todas las formas en las
cuales su trabajo ha ayudado, revolucionado puede no ser una palabra demasiado
fuerte en realidad, las armerías de las Legiones, los guerreros mismos y sus diversas
capacidades nunca le han interesado en particular, más allá del alcance del genio del
Omnissiah al crearlos. Estudió su fisiología en la medida en que fue capaz, pero
una gran parte de ella se hallaba sellada tras el edicto Imperial, y gran parte de
aquello a lo que podía acceder era insípida propaganda.

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Lo dejó así. Francamente, no le importaba.
La guerra, para Arkhan Land, siempre ha sido una noción de insoportable
aburrimiento.
La pasión de Land es cómo los redescubiertos secretos del pasado pueden iluminar
el futuro, en lugar de las tediosas brutalidades del presente. Los Marines Espaciales
son herramientas y cumplen su función con un aplomo no inspirado.
Éste es, sin embargo, un impresionante ejemplar del arte de la batalla. Abre con un
tremendo golpe de fuego de bólter, cada disparo impactando contra las placas de
blindaje del Vorax, ni un proyectil perdido o malgastado. Todo mientras retrocede,
manteniendo su masa entre la letal máquina y su objetivo, moviéndose de modo
nervioso y doblándose bajo las balas de sus cañones rotatorios y aún así rehusando
caer.
Vuelan chispas de la armadura del Puño Imperial. Chatarra de ceramita resuena con
estruendo en humeantes fragmentos en el portal de la pasarela. Está siendo
perforado. Ninguna otra palabra resume la destrucción infligida al imponente
guerrero. Está siendo perforado por los disparos.
Las balas zumban y pasan zumbando más allá de donde Land se encoge de miedo a
la sombra del guerrero. Azotan y se estrellan contra la barandilla de la pasarela, a
centímetros de donde permanece.
Aún así, el bólter retumba.
-Nicanor- dice Land. Es la primera y la última vez que pronunciará el nombre del
Puño Imperial.
Nicanor dispara con una mano, gruñendo mientras su sangre empaña el aire. Su
guantelete libre alcanza la bomba melta atada a su espalda.
-Corre- ordena el Marine Espacial, y saca el dispositivo.
-Eso no lo deten...
-Para el puente- Nicanor mantiene su hombrera blindada enfrentada al enemigo
que avanza y recarga, con su yelmo medio enmascarado detrás. -No para la
máquina. Corre.

17
Va a volar el pue...
Land corre.

-Eres el tecno-arqueólogo Arkhan Land- dice Nicanor.


No es una pregunta. El hombre al que se dirige es delgado de constitución, escaso
de cabello, usa unos anteojos visualizadores multilente de amplio espectro
levantados en lo alto de su frente, está vestido con la túnica en capas de un adepto
veterano sobre el más práctico mono de viaje y la áspera armadura de un marciano
mendicante, y se halla en la compañía de un ‘artificimian’, un psiber-mono, que
observa a Nicanor haciendo chasquear los ojos al tomar imágenes.
Además, los rasgos faciales del hombre se asemejan de manera exacta a los archivos
de imagen que Nicanor ha almacenado en su pantalla de retina. Es Arkhan Land de
un modo incuestionable.
Nicanor puede ver que el hombre tiene miedo, traicionado por un ritmo cardíaco
acelerado y el brillo del sudor en su entrecejo. Pero hay orgullo aquí; Arkhan Land
puede ser un no combatiente y temer por su vida, y de hecho, por toda su forma de
vida, pero se mantiene alto y desafiante incluso con un temblor en sus
extremidades.
Eso es bueno, piensa Nicanor de una manera desapasionadamente divertida. Es
bueno admirar a alguien por el que quizá tengas que morir.
-Lo soy- responde el humano de agudos ojos. -Y, me atrevo a preguntar, ¿de qué
lado estás, Marine Espacial?
Nicanor se pone rígido por el insulto de las palabras del hombre, aunque dadas las
circunstancias son bastante comprensibles. -Soy el sargento Nicanor Tullus de la
Séptima Legión.
Land se burla, rechazando la respuesta. -Eso no me dice nada más que tu nombre y
tu linaje, Marine Espacial.

18
-Soy leal al Emperador.
Ante eso, el tecno-arqueólogo exhala algo entre un suspiro de alivio y un resoplido
de irritación. -Confío en que estás aquí para "salvarme", entonces. Bueno, te
felicito por tus esfuerzos en localizarme pero esos esfuerzos han sido en vano. No
dejaré mi mundo natal. El Sagrado Marte arde con el paganismo, es verdad, pero es
mi hogar.
Nicanor esperaba esto. Dedica preciosos segundos a mirar alrededor del
laboratorio, buscando cualquier señal de armamento capaz de causarle daño. Parece
que hay muy poco de amenaza entre los casi sobrenaturales niveles de desorden.
Arkhan Land es aclamado como un genio, pero si su mente es tan desordenada
como el espacio en el que habita, entonces es ciertamente un genio caótico que
reside trás esas infelices características.
-Mis Hermanos están ayudando en la defensa y evacuación de la forja de Mondus
Occulum. Me asignaron...
Land ladra una risa, hablando sobre la declaración de Nicanor. -¡Oh, nobles
legionarios! Viniendo a salvar sus preciadas fundiciones de armaduras y saqueando
lo que pueden, antes de dejar que arda el Principal Mundo Forja, ¿eh?
-Me niego a discutir contigo, Tecno-arqueólogo Land. Una nave espera, escondida
en la tundra Zetek. Se aconseja sigilo y precaución, por tanto no tomarás naves
deslizadoras. Te dirigirás a Zetek a través del complejo de engranajes de Mesatan, y
abordarás el transporte. Desde allí serás llevado al Anillo de Hierro, y avanzarás
hacia Terra.
Land descubre sus dientes. No es una sonrisa, ésta vez. Ni siquiera una burlona. -
No puedo dejar mi trabajo sin atender, Marine Espacial.
El psiber-mono cuelga de una serie de barras dispuestas de un lado a otro del techo
del laboratorio. Parecen construidas de manera específica para ese propósito.
Mientras el guerrero y el erudito hablan, el artificimian se abre camino
balanceándose a través de la habitación y se deja caer para aterrizar sobre el
hombro de su amo.

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-Si te quedas aquí- dice Nicanor -existe la posibilidad de que seas ejecutado por el
enemigo. Los asesinos ya pueden estar en camino.
-El Omnissiah me protegerá- responde Land, haciendo de un modo piadoso y
sincero el Signo de la Rueda Dentada con sus nudillos enlazados.
-El propio Regente del Emperador envió a mi Legión aquí, Arkhan Land. Quizás
somos la protección de la que hablas y por la cual rezas.
-¿Filosofía meta-espiritual de un bruto revestido de ceramita? ¡Como si la rebelión
asolando éste mundo de un extremo a otro no fuera suficiente sorpresa para una
vida! No, bastardo terrano, no me voy.
Impasible a la resistencia del hombre, Nicanor lo intenta por última vez. -También
hay una posibilidad significativa de que si no eres ejecutado por las fuerzas
traidoras del Fabricador General, seas capturado por ellos.
Algo, alguna emoción que Nicanor es incapaz de leer, brilla en los ojos del erudito.
-Esa es una posibilidad distinta- se muestra de acuerdo.
-Y comprenderás- continúa el guerrero con una inhumana calma -que no se puede
permitir que tal evento tenga lugar.
-Ah- Land resopla con simple asco. -Sé demasiado, ¿eh? No puedo arriesgarme a
desertar. ¿Eso es todo?
Nicanor no dice nada. Saca su bolter y lo apunta a la cabeza de Arkhan Land.

-Debe vivir- dice Sigismund.


Nicanor escucha las palabras, palabras que en realidad son una orden. Su rostro
alzado, y el de cada guerrero presente, está bañado por la parpadeante luz del
hololito táctico. Las imágenes giran a través del aire sobre la mesa de proyección,
encerradas en un lento ballet de iluminación giratoria.

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Descenderán sobre el planeta en una hora. Ellos ya saben todo lo que hay que
saber. Únicamente queda asignar zonas de aterrizaje, elegir qué guerreros irán y a
donde.
Un lado de la pantalla de información se halla dedicado a datos relacionados con
Arkhan Land.
Arkhan Land. El explorador y erudito responsable de tantas expediciones a las
antiguas criptas de datos de la corteza y el manto de Marte. El hombre que trajo de
vuelta los comienzos de la tecnología antigravitatoria al naciente Imperio; el
hombre responsable de desenterrar y compartir los esquemas que condujeron a la
producción en masa de los Raiders y Speeders vistos ahora por miles entre las
Legiones.
Land-Raiders. Land-Speeders. Las máquinas de guerra incluso son nombradas por
él, ahora.
La severa y fría mirada del Primer Capitán de la Legión cae sobre Nicanor. Siente
la mirada de Sigismund antes de verla, y cuando se encuentra con los ojos de su
mariscal, no puede hacer otra cosa que asentir.
-Debe vivir- repite Sigismund.
Nicanor asiente una vez. -Y lo hará.

FIN DEL RELATO

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