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21 de abril

¿T E HE FA L L A DO ?
“Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre
que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados” (Marcos 11:25).

S iempre dije que África no era lo mío y que jamás iría. Pero Dios tenía planes diferentes.
Cuando me instalé en mi nuevo trabajo como decana asistente de niñas en la Academia
Adventista Maxwell en Kenia, sospeché que era cosa de él porque todo parecía conspirar
para hacerme crecer.
Una experiencia desagradable en particular me enseñó varias lecciones significativas.
Una noche, mientras caminaba por el pasillo del dormitorio, escuché las fuertes voces de
dos chicas que me criticaban con vehemencia. Yo me molestó tanto que abrí la puerta y
me quedé mirándolas. Se sentaron en silencio, mirando fríamente al suelo. Es posible que
se sintieran avergonzadas por haber sido descubiertas, pero definitivamente no lo lamen-
taron como para disculparse.
Recuerdo la conversación que tuve con Dios esa noche. “Lo que dijeron me dolió mu-
cho”, le dije. “Estoy haciendo todo lo posible para mostrarles tu amor, pero no importa lo
que haga, nunca es suficiente. ¿Realmente te he fallado a ti y a mi misión aquí?” Arrodilla-
da, sola en mi apartamento, sentí la respuesta tierna pero firme de Dios. “No importa lo
que piensen o digan de ti. Lo que importa es lo que yo pienso de ti, y te amo. Estoy orgu-
lloso de ti”. Un dulce consuelo se apoderó de mí y con él una fuerte impresión de liberar mi
rencor en forma de perdón.
Esa semana yo era responsable del culto escolar. Había preparado un tema para la
mañana siguiente, pero sentí que Dios quería que hablara sobre el perdón. Al final, ambas
jóvenes me buscaron para disculparse. Me conmovió su gesto y agradecí que la dirección
de Dios en mi vida hubiera tocado sus corazones.
Me fue difícil estar lejos de familiares y amigos, pero a través de esta experiencia y
otras, aprendí lo que significa depender de Jesús como mi Confortador y Consejero. Apren-
dí que todos somos pecadores con necesidad de gracia. Y el hecho de que Dios nos creó
como individuos únicos significa que nuestras diferencias pueden crear desafíos interper-
sonales. Pero la experiencia me ayudó a crecer en el manejo de estas fricciones de una
manera más cristiana.
Dios nos creó diferentes para permitirnos llegar a diferentes personas para él. Algunas
personas se inspirarán en mi vida; otros estarán más inspirados por la de otra persona.
Dios no me llamó a ser popular sino a ser fiel en amar a la gente. Al final, alabo a Dios por-
que no se trata de mí. Nunca lo fue y nunca lo será. Se trata de Jesús.

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