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¡Ay, qué desgracia!

Inicio por el principio. Recuerda a escritores como Nabokov, Kafka, Gabito, por esa tela de
araña que tiende desde el primer párrafo. Coetzee lo logró, soy la mosca adherida a sus
hilos sedosos. Empieza la nada desgraciada tarea de leer. Leo esas primeras líneas con una
sonrisa cómplice.

Noto esa mano de cirujano, su escalpelo es la ironía, y la ironía es a su vez una fuerza capaz
de moverse entre los distintos niveles que hay dentro de la ficción que ha construido J.M.
Coetzee. La ironía se encuentra abundante en los discursos del narrador (estilo libre
indirecto, tiempo presente, tercera persona), en las palabras que David Lurie dice para otros
o guarda para sí; aparece también en lo que dicen personajes como Lucy, Rosalind y hasta
el pétreo Petrus. La ironía está presente no sólo en las palabras que se piensan y dicen o
callan, se encuentra de manera explícita y… utilizaré la palabra “subliminal”, en las
situaciones y en la naturaleza de los personajes. La vida es la más grande ironía. Dante
Alighieri tituló a su obra cumbre La comedia. Pasado el tiempo, se le agregó una palabra al
título y hoy se conoce más como La divina comedia. Con este libro Dante nos hace un
recorrido turístico por el Infierno, el Purgatorio y el Cielo; en sí no es un paseo por un
parque de diversiones. Dante usó la palabra comedia con connotaciones muy distintas a las
de hacernos reír; la ironía es que ahora el título es irónico. Espero no haberme equivocado
en estas doctas apreciaciones. Así, Desgracia es una novela irónica; el mismo título me
parece una amarga burla de todo lo que sucede en sus páginas.

Para ilustrar lo que he dicho, confieso que casi revienta mi pecho una carcajada cuando leí
esto, una frase cruel:

“¿Qué más dará que fuera en serio? Pasada cierta edad, todas las aventuras van en serio.
Igual que los ataques cardíacos.”

Es David, respondiendo a una pregunta que le hace un colega sobre sus intenciones con
Melanie. Ironía en mi risa, ironía en la misma forma en que David sorteó la situación.
No es menos irónico lo que le proponen sus colegas, después de haber sido David
denunciado por Melanie: que se someta a “un curso de aprendizaje de sensibilidad.” ¡Ja! ¡A
un hombre que imparte cursos de poesía!

He aquí otro momento jocoso, un diálogo entre David y Lucy. Rememorándolo, páginas
más adelante, me revolvió el estómago:

“—¿No te pone nerviosa vivir aquí sola?


Lucy se encoge de hombros.
—Bueno, están los perros. Los perros todavía significan lo que significan. Cuantos más
perros, mayor la disuasión. Y, en todo caso, si alguien decidiera asaltar la casa, no veo por
qué iban a estar mejor dos personas que una sola.
—Caramba, eso es muy filosófico.
—Sí. Cuando todo lo demás me falla, me pongo a filosofar.
—Pero al menos tendrás un arma.
—Tengo un fusil. Voy a enseñártelo. Se lo compré a un vecino. Nunca lo he usado, pero lo
tengo.
—Muy bien. Eso me gusta: una filósofa armada.”

La ironía es un arma eficaz para hacer crítica, para cuestionar. Valores, tradiciones y
consensos que se imponen sobre la conciencia. El individuo —utilizaré esta palabra que
David usa— emasculado por la conformidad. A su manera, David es un “antisocial”, o más
bien un asocial.

A partir de la ironía, se reflexiona sobre la vida, la reproducción, la vejez, la muerte. La


inmortalidad del alma, la naturaleza del alma o el alma en cada ser de la naturaleza, el Arte
y la paternidad-maternidad como vehículos para trascender la propia vida.

El final está a la altura del inicio: conmovedor hasta las lágrimas.


No es un final que cierre todas las situaciones. Deja abiertas las puertas en lo que concierne
al embarazo de Lucy, a las intenciones de Petrus y Pollux (¡qué nombrecito para ese
personaje!), la finalización de Byron en Italia, qué ha sido de Soraya o Melanie Isaacs…

Pero por encima de todo, es un final que deja a la vida seguir adelante, mientras la muerte
tomará lo que a ella le corresponda.

¡Así que esto es el arte! ¡Así es como funciona! ¡Qué extraño! ¡Qué fascinante! No sé si
hay algo digno de mención en todo esto.

Domingo José Bolívar Peralta

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