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Betty Neels - Una Chica Afortunada
Betty Neels - Una Chica Afortunada
Betty Neels
Argumento:
Afortunadamente, Francesca Bowen era una chica optimista que seguía
manteniendo su buen talante aunque la vida no estaba siendo precisamente
amable con ella. Había tenido que abandonar sus estudios de enfermería
para cuidar de su anciana tía Emma y la situación económica de la familia
empezaba a ser insostenible.
Cuando Lady Trumper puso un anuncio en el periódico solicitando una
persona de confianza, no buscaba exactamente una chica como Franny, y
sólo le dio el empleo ante la insistencia de su ahijado, el profesor Mar van
der Kettener. Desde aquel momento, Marc había ayudado a Francesca en
todo, pero que le propusiera matrimonio sólo por ayudar a su familia no era
algo que ella pudiera aceptar.
Betty Neels – Una chica afortunada
Capítulo 1
El antipático mayordomo que había abierto la puerta indicó a Franny que
esperase en un pequeño salón. El anuncio pedía una chica de confianza y el término
podía incluir desde limpiar platos a llevar la contabilidad doméstica o a cuidar de los
niños de vez en cuando, por ejemplo. Aunque aquello no era lo que Franny hubiera
elegido, necesitaba urgentemente cualquier trabajo o, mejor dicho, cualquier sueldo.
Cuando el mayordomo volvió, le dijo con frialdad que lo siguiera y, mientras
subían por la amplia escalera, Franny iba pensando que podía no aceptar el empleo si
no le gustaba, pero tuvo que desechar aquel pensamiento rápidamente; el sentido
común le decía que tendría que aceptar cualquier ofrecimiento.
—La joven —dijo el mayordomo, abriendo la doble puerta al final de la
escalera. Franny pasó a su lado, cohibida. Era de mediana estatura, delgada, con el
pelo castaño y facciones comunes, pero tenía un aire de elegante dignidad.
—Me llamo Francesa Bowen —dijo con claridad, acercándose a la mujer que
había en la habitación. Era una mujer con rostro altivo, de mediana edad y con el
cabello gris recogido en un moño.
—Parece muy joven —dijo, con aire de autoridad.
—Tengo veintitrés años, lady Trumper.
Lady Trumper no esperaba recibir una respuesta y pareció sorprendida.
—Ha estudiado dos años de enfermería —dijo, mirando unos papeles—. ¿Por
qué no terminó sus estudios?
—Tuve que dejarlos para cuidar de mi tía y mi hermano. Mi tía ha estado
enferma.
—Yo no necesito una enfermera.
—Ya me doy cuenta —dijo Franny alegremente—. Pero nunca se sabe, es algo
que siempre viene bien. También sé escribir a máquina, llevar la contabilidad, pasear
al perro, cuidar niños… pero no soy buena cocinera.
—Ya tengo cocinera, señorita Bowen. Y tampoco necesito una canguro. Me
temo que no es usted lo que busco —dijo, estirando la mano para tocar un timbre. La
puerta se abrió con tal rapidez que Franny pensó que el mayordomo tenía que haber
estado escuchando detrás de la puerta. El hombre la acompañó escaleras abajo,
mirándola con suficiencia y estaba a punto de abrir la puerta de la calle, cuando una
mujer con un mandil blanco entró corriendo en el vestíbulo.
—¡Señor Barker! ¡Señor Barker, venga inmediatamente, por favor! Elsie se ha
cortado y está sangrando muchísimo. Yo no sé qué hacer.
—Seguro que no es más que un rasguño —dijo el mayordomo con gran
dignidad, siguiendo a la mujer a través de una puerta y olvidándose de Franny, que
lo seguía sin pensar.
Pero no era un pequeño rasguño, sino un buen corte que sangraba con
profusión y nadie sabía qué hacer para cortar la hemorragia.
—Que alguien llame a una ambulancia enseguida. Necesito toallas limpias y
vendas, si las tienen —dijo Franny, cuando vio el panorama. La pobre Elsie estaba
pálida como la cera y Franny le sujetó el brazo, intentando parar la pérdida de
sangre. Unos segundos después, la señora Down volvió con las toallas—. ¿Puede
cubrir el corte y presionar con fuerza? Sólo hasta que llegue el médico. No es tan
malo como parece, no te preocupes —añadió, mirando a Elsie—. Lo mejor será que
cierres los ojos para no marearte.
El señor Barker salió en aquel momento de la cocina para llamar por teléfono.
Era un engreído y le molestaba la rapidez con la que Franny se había hecho cargo del
asunto, pero se sentía aliviado porque él no hubiera sabido qué hacer. Tenía el
auricular en la mano cuando sonó el timbre y, sin pensar, colgó el teléfono y fue a
abrir la puerta.
El hombre que entró era enormemente alto, de pelo claro que se iba volviendo
gris en las sienes y rasgos atractivos.
—¿Pasa algo, Baker? Parece nervioso —dijo afablemente.
—Es Elsie, señor —dijo Barker, tomando su abrigo—. Se ha cortado y estoy
llamando a una ambulancia.
—¿Está en la cocina? —preguntó el recién llegado—. Iré a echar un vistazo.
Cuando entró en la cocina, se encontró el siguiente panorama: Elsie, con el
brazo levantado, la señora Down, con una toalla empapada de sangre sobre el mismo
y una chica a la que no conocía ejerciendo presión con el aire tranquilo de alguien
que sabe lo que está haciendo.
—Ah, señor —dijo la señora Down cuando lo vio entrar.
—¿Es usted el médico? ¡Menos mal! Creo que se ha cortado una arteria.
—Sujétele el brazo hasta que pueda hacerle un torniquete —dijo el hombre,
abriendo su maletín—. Voy a parar la hemorragia, Elsie, pero tendrás que ir al
hospital para que te den unos puntos —añadió—. No te va a doler, te lo prometo.
—¿Llamo a una ambulancia, señor? —preguntó Barker.
—No hace falta. Yo la llevaré al hospital, pero alguien tendrá que venir
conmigo —dijo, mirando a Franny. Era una chica bastante vulgar, pero parecía
sensata—. ¿Puede venir usted?
—Sí, claro —contestó Franny, dándose cuenta de que el mayordomo ponía mala
cara.
Tardaron algún tiempo en parar la hemorragia e inyectarle un anestésico en el
brazo y Franny, que había estudiado enfermería, se dio cuenta de que el hombre era
un buen cirujano.
Cuando el brazo estuvo vendado y la señora Down le había puesto a Elsie un
abrigo sobre los hombros, salieron de la casa. El coche, que estaba aparcado en la
puerta era un Rolls-Royce y Franny pensó que hubiera sido un paseo delicioso si la
pobre Elsie no hubiera estado sentada a su lado gimiendo y llorando todo el tiempo.
Cuando llegaron a la entrada de Urgencias, el doctor salió del coche y entró en
el hospital, volviendo casi inmediatamente con un enfermero y una silla de ruedas.
Tras él, salieron otro joven médico y una enfermera, pendientes de las órdenes del
hombre que las había llevado allí. Por la forma de tratarlo, parecían sentir por él un
gran respeto, pensaba Franny mientras veía cómo se llevaban a Elsie. Entraron todos
y ella se quedó en la puerta, dubitativa.
Si el doctor hubiera querido que entrase con ellos, lo hubiera dicho. Pero Elsie
ya estaba en buenas manos y no tenía duda de que permanecería en el hospital
durante toda la noche, así que se dio la vuelta y se dirigió a la parada de autobús. Le
hubiera gustado charlar con el doctor, pero apenas habían intercambiado unas
palabras y dudaba de que la reconociera si volvían a encontrarse.
Franny llegó a la parada de autobús y se armó de paciencia para soportar el
largo camino hasta su casa, en aquella fría tarde de noviembre.
El profesor Marc van der Kettener salió del hospital media hora más tarde y, en
aquel momento, recordó a la joven que había ido con ellos. Volvió a entrar en el
hospital para buscarla, pero era obvio que se había marchado y lanzó una maldición
en voz baja por no haberse dado cuenta antes. Había sido una gran ayuda y no había
perdido el tiempo haciendo preguntas tontas, algo que él apreciaba mucho. ¿Por qué
estaría en casa de su madrina?, se preguntaba.
Cuando volvió a la casa, aseguró a Barker que Elsie estaba bien y que saldría
del hospital en un par de días y subió a ver a lady Trumper. Cuando entró, ella
ofreció la mejilla para que la besara.
—¿Qué es todo eso que me ha contado Barker? Esa chica tan tonta se ha
cortado…
—La gente se corta sin darse cuenta —dijo el profesor, sentándose frente a
ella—. Y, además, ha sido un buen corte. Durante una semana no podrá hacer nada
en la cocina.
—Qué pesadez. Supongo que Barker se habrá encargado de todo.
—Supongo que hizo lo que pudo pero, afortunadamente, había una chica que
se encargó de todo antes de que llegara yo. ¿Es una nueva criada?
—No lo sé. ¿Barker no sabía quién era?
—No le he preguntado, pero no me parece que fuera una criada —sonrió el
profesor.
—¿Cómo era? A lo mejor era la hermana de la señora Down.
—Joven, con una voz bonita, educada. Lo que no puedo recordar es su cara.
Vino conmigo al hospital y se marchó cuando entré con Elsie. Si se hubiera quedado,
la hubiera traído de vuelta.
Lady Trumper llamó al timbre y, cuando Barker entró le indicó que pasara.
Más tarde, cuando ya habían cenado, los tres estuvieron charlando sobre lo que
parecía un futuro muy agradable.
Exactamente a las diez de la mañana del lunes siguiente, Franny se presentaba
frente a lady Trumper, vestida con una blusa blanca, una falda de color azul marino
y una chaqueta del mismo color. Aquél no era un atuendo muy atractivo, pero lady
Trumper la miró con aprobación. Al menos, aquella chica no llevaba una falda por la
mitad del muslo y una de esas camisetas con dibujos.
—Su lugar de trabajo será la salita que se comunica con este salón —indicó lady
Trumper—. Allí está el correo. Puede abrirlo y mostrarme lo que sea de interés —
añadió con su habitual mal humor. Cuando lo hubo hecho, Franny volvió al salón—.
Los leeré y le daré instrucciones para contestar. Mientras tanto, vaya a Correos a
certificar una carta que hay sobre mi escritorio. Tome cinco libras del monedero y,
cuando vuelva, deje allí el cambio.
Cuando Franny volvió a la casa, empapada por la lluvia, lo hizo a través de la
puerta de servicio que daba a la cocina y en la que estaban Barker y la señora Down
discutiendo el menú del día siguiente.
—He entrado por aquí porque no quería manchar el suelo del vestíbulo —dijo
Franny—. ¿Puedo dejar aquí la gabardina?
—Claro. Y, a partir de ahora, por favor use siempre esta puerta —dijo Barker.
Cuando Franny salió, la señora Down se quedó unos segundos pensativa.
—No es de nuestra clase, ¿verdad, señor Barker? Parece muy simpática y
agradable, pero yo creo que ha visto días mejores.
—Es posible —dijo Barker—. Esperemos que recuerde su posición en esta casa.
Durante aquella semana, Franny había tenido que hacer gran variedad de tareas
que la mantenían ocupada todo el tiempo. Abría el correo, contestaba el teléfono,
hacía la contabilidad, incluso había preparado el almuerzo un día que la señora
Down tenía jaqueca. Desde luego, era una chica con recursos.
Al menos, pensaba Franny mientras volvía a casa el viernes por la tarde, no se
había aburrido. Tenía el sueldo de la semana en el bolso y dos días libres por delante;
si lo miraba por el lado bueno, podía considerarse una chica feliz. No le disgustaba
lady Trumper, aunque tampoco le caía especialmente bien pero, en cualquier caso,
trabajar para ella llevaba a su casa el sueldo que necesitaban.
A la semana siguiente, volvió a encontrarse con el médico que había tratado a
Elsie, cuya estancia en el hospital se había alargado debido a una infección. Lady
Trumper, aunque era rica, no era muy dada a gastar el dinero para los demás y tuvo
que ir hasta el hospital en autobús, aunque la vuelta la harían en taxi. Franny se
alegraba porque era uno de esos días grises y lluviosos.
Desde la parada de autobús hasta el hospital había un corto paseo, pero llegó
con el sombrero y la cara empapados y, cuando entró y se encontró con el profesor,
éste la reconoció inmediatamente.
Capítulo 2
El profesor miró a su madrina, cuya presión sanguínea parecía estar a niveles
peligrosos y después a Franny, compuesta y serena, obviamente a punto de
marcharse.
—¿Interrumpo? —preguntó él.
—No… sí —dijo lady Trumper—. Esta chica ha tenido la impertinencia de
criticar lo que le he dicho a una de mis criadas y la he despedido.
—Ah. Yo lo pensaría un poco, madrina. Éste es un país libre en el que todo el
mundo puede expresar sus opiniones sin ser enviado a prisión —dijo, volviéndose
hacia Franny—. ¿Ha sido usted deliberadamente grosera, señorita… señorita…?
—Bowen —dijo Franny, pensando que un hombre tan alto como aquél
necesitaría vivir en una casa enorme—. No, yo creo que no, pero tenía que decir lo
que he dicho —añadió—. Debería haberme mordido la lengua, pero sólo he
intentado explicar que Elsie no se cortó a propósito. Lady Trumper estaba siendo
muy dura con ella, aunque estoy segura de que no quería serlo. En cualquier caso,
me voy —dijo, empezando a recoger sus cosas. El profesor cruzó el salón y puso una
mano grande y fuerte sobre la suya.
—No, no lo haga. Estoy seguro de que lady Trumper comprende ahora que
usted habló con la mejor intención. ¿No es verdad? —preguntó, mirando a lady
Trumper.
—Bueno, sí, no sé…
—Y la señorita… —de nuevo había olvidado su nombre—¿entiendo que estás
contenta con sus servicios?
—Sí —contestó lady Trumper, un poco sin saber qué decir.
—En ese caso, no hay nada más que hablar. Elsie tenía un corte importante y ha
sido una pena que se le haya infectado. Estoy seguro de que hará todo lo posible para
no retrasar su recuperación.
Hablaba como un profesor, pensaba Franny con admiración. Y, además, tenía
un leve acento.
—Por esta vez lo dejaré pasar —dijo lady Trumper con arrogancia—. Pero debo
insistir, señorita Bowen, en que la próxima vez no diga lo que piensa. Me ha puesto
usted en un estado de nervios insoportable.
—Estoy seguro de que la señorita… Bowen tendrá en consideración tus nervios
la próxima vez. ¿No es verdad? —preguntó el profesor, sonriendo.
—Por supuesto. Tendré más cuidado —sonrió Franny.
—En ese caso, quizá la señorita Bowen pueda seguir haciendo lo que estaba
haciendo, mientras yo charlo un rato contigo —dijo él, mirando a su madrina.
Franny rezaba para que su tía se recuperara del todo y pensaba en cómo
solucionaría aquella situación. Tendría que quedarse con ella durante el día, así que
tendría que buscar un trabajo de noche…
Alguien se acercó a ella en ese momento, interrumpiendo sus pensamientos. Era
el profesor Van der Kettener, alto, fuerte y tranquilizador.
—Hola, profesor —dijo ella, con voz cansada.
Aquella chica parecía seguirle los pasos, pensaba el hombre. Como siempre, no
tenía buen aspecto, aunque era comprensible en sus circunstancias, pero lo miraba
con valentía y esperanza.
—Su tía está gravemente enferma —dijo el profesor, sentándose a su lado—.
Tiene una arteria coronaria taponada y la única solución es operar, pero antes hay
que hacerle muchas pruebas. Es una operación complicada pero, si todo va bien,
pronto volverá a hacer su vida normal. Yo mismo la operaré.
—¿Puedo verla antes de irme a casa?
—Sí, claro. Venga conmigo.
—Cuántos problemas, hija. Lo siento —murmuró la anciana al verla entrar en la
habitación.
—Enseguida te pondrás bien, tía, no te preocupes. El profesor Van der Kettener
me lo ha dicho. Mañana te traeré lo que necesites —dijo, inclinándose para besarla.
Cuando salió, se encontró con el profesor, hablando con la enfermera.
—Son las cuatro de la mañana —dijo la mujer, mirando el reloj—. ¿Tiene a
alguien que pueda llevarla a casa?
—No se preocupe, tomaré el autobús nocturno. ¿Puedo volver mañana por la
tarde?
—Claro. ¿Tenemos su número de teléfono?
—No tengo teléfono. Llamaré yo alrededor de las ocho —dijo, dándose la
vuelta, pero el profesor la paró con mano firme.
—Yo la llevaré.
—Recuerde que vivo muy lejos —dijo Franny mientras salían—. Además,
seguro que está muy cansado. Puedo tomar un taxi…
—No diga tonterías. ¿Tiene dinero para un taxi?
—No.
—Pues entonces deje que la lleve sin rechistar. Vamos, entre —dijo, cuando
llegaron al coche. El profesor conducía sin hablar, pero el silencio no molestaba a
Franny, todo lo contrario. Estaba pensando en todo lo que tendría que hacer al día
siguiente, cuando el profesor interrumpió de nuevo sus pensamientos—. Cuando
llegue a casa, tome un vaso de leche caliente y váyase a dormir. Por la mañana podrá
pensar con más claridad. ¿Hay alguien en su casa ahora?
—Mi hermano. Es estudiante de medicina.
Capítulo 3
Franny estaba sentada al borde de la cama en la unidad de cuidados intensivos,
sujetando la mano de su tía. La anciana le hacía preguntas con una voz débil y
entrecortada que ella respondía alegremente, para que no notara su preocupación.
El profesor Van der Kettener había ido a visitarla aquella mañana, le estaba
diciendo la enfermera y la había encontrado mejor. Tenían que hacerle más pruebas,
pero si eran satisfactorias la operaría de inmediato.
—¿Y después? —preguntó Franny—. ¿Necesitará que alguien cuide de ella
durante todo el tiempo?
—Podrá volver a casa tres semanas después de la operación, pero necesitará
que alguien esté con ella todo el tiempo. ¿Puede hacerlo usted?
—Bueno, por el momento trabajo durante el día, pero buscaré un trabajo
nocturno. Mi hermano podría quedarse con ella por la noche.
—Eso parece un poco complicado. Quizá podamos encontrarle a su tía una
cama en un hospital para que no tenga que volver a casa.
—Se moriría —dijo Franny—. Además, es mi turno de hacer algo por ella —
añadió con firmeza—. No se preocupe, nos arreglaremos.
Aquella noche, mientras cenaban, Finn y ella hicieron planes para cuando su tía
volviera a casa.
—Yo me quedaré con lady Trumper hasta que encuentre un trabajo nocturno,
quizá en alguna residencia que esté cerca de aquí. El sueldo será más o menos el
mismo.
—Yo podría buscar trabajo… —empezó a decir Finn.
—No, cariño, no estamos tan desesperados.
Lo cual no era cierto del todo, pensaba Franny. Tenían facturas que pagar,
además del alquiler, pero era mejor no pensar en ello.
—Podríamos escribir a tío William —sugirió Finn.
—¿A él? Antes me moriría y tú también.
—Pero era el hermano de nuestra madre. No puede seguir enfadado porque se
casó con papá. Han pasado años, Franny…
—Sí, pero juró que no quería volver a ver a mamá en su vida y cuando tuvieron
el accidente ni siquiera nos llamó. Y recuerda lo mal que ha tratado a la tía porque
siguió en contacto con ellos.
—Pero tía Emma está enferma y estoy seguro de que querría ayudarla.
—Finn, no quiero saber nada de tío William, a menos que estemos
completamente desesperados. Es un hombre despreciable. Cuando tía Emma le
escribió diciendo que nuestros padres habían muerto, él le devolvió la carta hecha
pedazos. No te preocupes, Finn, todo va a salir bien.
Franny no le dijo que había pasado por el supermercado de camino a casa y
había aceptado un trabajo colocando productos en las estanterías de ocho a diez de la
noche.
Pasaron varios días hasta que la enfermera les dijo que su tía estaba preparada
para la operación.
—El profesor Van der Kettener será quien la opere, así que su tía tiene muchas
oportunidades de recuperarse completamente —sonrió la mujer—. Comprendo que
esté preocupada, pero anime esa cara.
—Estoy segura de que todo va a salir bien. ¿Cree que mi tía podrá pasar las
Navidades en casa?
—Quizá, pero eso debe decidirlo el profesor. La operará dentro de dos días y
estoy segura de que dejará instrucciones sobre lo que hay que hacer antes de que
vuelva a Holanda.
El día de la operación, Franny fue directamente al hospital desde la casa de lady
Trumper. Su tía estaba inconsciente y parecía muy frágil, rodeada de tubos y
aparatos.
Franny se sentó a su lado durante largo rato, sujetando su mano. Estaba
cansada y había dormido muy poco, pero deseaba quedarse todo el tiempo que fuera
posible. De vez en cuando, una enfermera entraba para comprobar la lectura de los
aparatos, sonriendo amablemente y sugiriendo que tomara una taza de té, pero
Franny negaba con la cabeza.
Diez minutos más tarde, el profesor entró en la habitación.
—Estoy muy satisfecho de la operación —le dijo como preámbulo—. No se
despertará en toda la noche, así que sugiero que se vaya a casa. Puede llamar mañana
por teléfono.
—Me gustaría saber cuánto tiempo tendrá que estar en el hospital y si
necesitará cuidados específicos cuando vuelva a casa.
—Podremos quitarle la respiración artificial en veinticuatro horas y tendrá que
estar aquí probablemente tres semanas, más tiempo del que estaría un paciente
joven, pero cuando vuelva a casa, podrá llevar una vida normal. No harán falta
cuidados específicos, pero puede arreglarse la visita de una enfermera una vez al día.
En cualquier caso, es conveniente que no se quede sola.
—Gracias por la explicación —dijo Franny—. Sé que está muy ocupado.
Después de eso, el profesor se despidió. Estaba muy ocupado, pero aún así
encontró tiempo para recordar la pálida cara de Franny. Demasiado pálida y
cansada, pensaba. Quizá él podría encontrara alguien que los ayudara cuando su tía
saliera del hospital. Era obvio que no tenían dinero para contratar a nadie.
Con aquellos pensamientos salió del hospital y, mientras se dirigía a casa, se
olvidó de la joven.
Tía Emma empezó a recuperarse poco a poco, como había previsto el profesor.
—Me ha dicho que seguramente podrá pasar las navidades en casa —le dijo la
enfermera una tarde.
Aquella noche, mientras colocaba las estanterías en el supermercado, Franny
tuvo tiempo de hacer planes. Seguiría trabajando allí hasta que su tía volviera a casa
y después buscaría un empleo nocturno en alguna residencia de la tercera edad.
Dormiría poco, pero lo importante era que su tía se encontrara atendida.
Durante aquellos días, lady Trumper la observaba con extrañeza y le aconsejó
un par de veces que durmiera más y no saliera de noche.
—Lo que haga por las noches es cosa suya, mientras eso no afecte a su trabajo
—le dijo un día—. Y no espere más de dos días de vacaciones en Navidad. Para mí,
son unos días de mucho ajetreo; hay que invitar a mucha gente y escribir montones
de cartas. Ah, por cierto, tiene que ir a mi modista para recoger un traje que he
encargado. Y dése prisa, porque tenemos muchas cosas que hacer.
Según se acercaba la Navidad, Franny estaba cada vez más ajetreada. Lady
Trumper se quejaba sobre todo lo que tenía que hacer, pero se encargaba de no
cansarse demasiado. Podía pasarse una mañana entera comprando regalos, pero era
Franny quien tenía que envolverlos. Y era Franny quien iba y venía de la oficina de
correos, quien escribía las cartas y abría la puerta cuando Barker y las criadas estaban
demasiado ocupados.
Mirándose al espejo una tarde, se dio cuenta de que nunca había tenido peor
aspecto.
El profesor, que entró en la habitación del hospital para echar un vistazo a su
paciente, seguramente debió pensar lo mismo. Cuando entró, su tía levantó la cabeza
y sonrió encantada.
—Profesor, qué alegría verlo. Creí que ya se había ido a Holanda.
—Me voy mañana por la mañana, pero antes quería hacerle una visita, señora
Blake. En un par de días volverá a casa, pero me gustaría verla en mi consulta
cuando vuelva. No deje que se canse mucho durante las Navidades —dijo, mirando a
Franny—. Me marcho dentro de media hora. Si quiere, puedo llevarla a casa.
—No, gracias, no es necesario —dijo Franny—. Puedo tomar el autobús y estoy
segura de que tiene muchas cosas que hacer antes de marcharse de viaje.
—Estaré en la entrada en media hora, Franny —dijo con firmeza el profesor
antes de estrechar la mano de tía Emma y salir de la habitación.
—Es un hombre muy amable —dijo la anciana—. En el hospital lo aprecia todo
el mundo. Nunca levanta la voz, pero todos lo obedecen sin rechistar. Un buen
hombre —añadió sonriente.
Franny pensó que lo mejor sería que estuviera en la entrada en media hora,
porque aquel hombre era capaz de enviar a alguien a buscarla. Además, la encantaba
viajar en aquel Rolls-Royce y, con un poco de suerte, tendría tiempo de tomar una
taza de té antes de ir al supermercado.
El coche estaba aparcado justo en la entrada y el profesor salió del interior para
abrirle la puerta.
—Gracias —dijo Franny alegremente—. Supongo que le hará ilusión volver a
casa —añadió. El profesor, a quien nada le hacía demasiada ilusión, simplemente
asintió con la cabeza—. La Navidad es una época preciosa —siguió Franny—.
Supongo que su familia lo estará esperando.
—No creo que mi familia sea de ningún interés para usted, señorita Bowen —
contestó el hombre con frialdad.
—Bueno, es que me gusta conocer cosas de la gente. ¿A usted no?
—Sólo en lo que se refiere a la salud.
—Qué aburrido. ¿No se cansa de ver pacientes?
—No son los pacientes los que me cansan.
—¿Se refiere a mí? Hablo demasiado, lo siento.
Durante el resto del camino no volvió a abrir la boca. Sólo cuando paró frente a
la casa, le dio las gracias por haberla llevado y le deseó feliz Navidad.
—¿No me va a pedir que entre a tomar una taza de café? —preguntó él,
dejándola sorprendida.
—Sí, claro. No se lo había pedido porque me parecía que estaba enfadado. Pero,
por favor, entre. Finn está en casa y es uno de sus fans.
—Creí que sólo los cantantes tenían fans.
—Pase, por favor —sonrió Franny—. Finn, ha venido el profesor a tomar café —
añadió, levantando la voz.
Aún tenía una hora antes de ir al supermercado y eso sería tiempo suficiente
porque no creía que el profesor fuera a quedarse tanto rato.
Pero se equivocaba. La hora había pasado y él seguía allí, explicándole a un
extasiado Finn las funciones del corazón. Y lo que era peor, no mostraba signo
alguno de querer marcharse. Desesperada, Franny se levantó, intentando buscar una
excusa.
—No, no se levante —dijo, cuando él lo hizo a su vez—. Tengo que salir, pero
usted puede quedarse todo el tiempo que quiera.
El profesor la miró sorprendido.
—Franny trabaja en el supermercado del barrio por las noches. Quería hacerlo
yo, pero ella insistió en que debía estudiar —dijo Finn, incómodo.
—¿Sigue trabajando para lady Trumper? —preguntó el profesor.
—Sí. No es un trabajo duro y me gusta estar ocupada —contestó ella—. Finn
preparará más café, así que no tiene por qué irse si no quiere.
—¿A qué hora vuelve? —Alrededor de las diez —dijo antes de marcharse.
Lady Trumper había accedido a darle la tarde libre después de poner muchas
pegas y Franny no tenía que volver al supermercado en varias horas, así que tomaron
el té hablando todos a la vez y después abrieron la cesta.
El contenido era una magnífica colección de extravagancias: té de todas clases,
en pequeñas latitas de metal, bolsitas de café capuchino, tarros de paté, salmón
ahumado, jamón, pollo, una caja de galletas, una caja de bombones, queso y una
botella de champán.
Franny lo colocó todo sobre la mesa y se sentó para admirarlo.
—Es como un sueño. ¿El resto de los pacientes no ganó nada?
—No lo sé, querida. Me quedé tan sorprendida que no se me ocurrió preguntar.
Casi ha valido la pena ir al hospital —rió su tía, encantada.
En Nochebuena, Franny fue a casa de lady Trumper como siempre y, a pesar de
la fría mañana y de la malhumorada gente del autobús, se sentía feliz. Su tía estaba
en casa de nuevo y parecía sentirse bien, a Finn le había ido bien en los exámenes y
tenían todo lo necesario para disfrutar de unas fiestas felices. Ni siquiera la seria cara
de Barker empañó su alegría.
Hubiera estado bien un poquito de espíritu navideño, pero estaba claro que, a
pesar de las guirnaldas que adornaban las lámparas y del árbol de Navidad que
habían colocado en el salón, lady Trumper no permitía que ese espíritu trascendiera
más allá de la decoración. Aquel día no parecía encontrar nada a su gusto y no
paraba de quejarse de las facturas que recibía por todos los regalos que había
comprado.
—Que esperen. Ya pagaré después de Navidad. Además, ¿para qué voy a pagar
antes? Estoy segura de que se lo gastan en vino.
Franny no podía callarse después de oír aquello.
—La verdad es que creo que debería pagar las facturas porque esa gente
necesita el dinero para vivir. La gente tiene que pagar el colegio de sus hijos, las
facturas del hospital y el alquiler de las casas en las que viven. Y estoy segura de que
se gastan en bebidas menos que usted y sus amigos, lady Trumper. Aquí hay una
factura por doce botellas de champán que mantendría a una familia entera durante
una semana.
Lady Trumper se había quedado sin respiración.
—Es usted una insolente —dijo, por fin—. Recoja sus cosas y márchese ahora
mismo. No sé por qué le hice caso a mi ahijado.
—Ya me imaginaba que diría eso —replicó Franny. Había perdido el trabajo,
pero le daba igual. Tenía que decir aquello—. He trabajado durante dos días y medio,
así que tiene que pagarme…
—No pienso pagarle ni un céntimo —interrumpió lady Trumper.
—Entonces tendré que denunciarla —razonó Franny.
—Tome lo que se le deba del escritorio —dijo lady Trumper después de unos
segundos, intentando conservar la calma.
Franny le dio las gracias, contó los billetes y se los mostró a la mujer.
—Espero que encuentre a alguien de su gusto —dijo Franny como despedida—.
Que tenga unas buenas navidades, lady Trumper.
En la cocina se despidió de todo el mundo y salió de la casa, dejándolos
atónitos.
No le diría a su tía y a su hermano que había perdido el trabajo hasta que
pasaran las navidades porque no había necesidad de preocuparlos. Estaba harta de
Lady Trumper y, además, tenía que buscar un trabajo nocturno, así que casi estaba
contenta.
Tendría que ir al supermercado más tarde, pero antes tomaría el té con su tía y
prepararía un pastel de riñones.
De repente, recordó al profesor. Si estaba casado, pensaba, en aquel momento
estaría rodeado de su familia y habría niños corriendo por todas partes. O quizá tenía
una prometida, con la que se sentaría a cenar en una casa muy elegante…
Aquello era exactamente lo que el profesor estaba naciendo. Como cada año,
había reunido a su familia y se sentaba al frente de la gran mesa de caoba, como
anfitrión de sus tres hermanas, sus maridos y un montón de niños. Estaba sentado,
escuchando la charla alegre de todos y participando en la conversación de vez en
cuando, mientras sus pensamientos seguían con Franny.
No eran ni el momento ni el sitio para pensar en ella, pero no podía quitarse a
aquella chica de la cabeza. Suponía que era por compasión; estaba atravesando
circunstancias difíciles y, sin embargo, mantenía una actitud alegre ante la vida que
no dejaba de admirarlo.
Su casa era tan diferente de la de ella que se sintió incómodo. El lujoso salón
tenía las paredes forradas de madera y techos altos. Había una chimenea en la
esquina y tres altas ventanas cubiertas con cortinas de terciopelo rojo frente a una
pared en la que había una larga mesa adornada con objetos de plata. El suelo era de
madera pulida, parcialmente cubierto con espesas alfombras haciendo juego con el
rojo de las cortinas.
La mesa brillaba con los adornos de cristal, plata y porcelana azul, con un
centro de flores. El candelabro que había sobre la mesa iluminaba a las diecisiete
personas que había sentadas a ella. Aquélla era una cena tradicional que la familia
respetaba cada año. Una cena muy diferente a la que celebrarían Franny y su familia.
—Marc, ¿las próximas navidades tendrás una esposa sentada a la mesa? —
bromeó la más joven de sus hermanas, Sutske, interrumpiendo sus pensamientos.
Era su hermana favorita y siempre metía las narices en su vida privada.
—Por ahora, no tengo planes de casarme, pero me han dicho que el amor viene
cuando uno menos lo espera —sonrió él—. Así que, cualquier día os puedo dar una
sorpresa.
Más tarde, cuando los niños se fueron a la cama, llegaron unos amigos para
compartir la fiesta y el profesor se olvidó de la joven. Sólo después, cuando todo el
mundo se había ido a la cama y él estaba sentado en su estudio, se encontró a sí
mismo preguntándose qué estaría haciendo Franny.
Capítulo 4
Gracias a la cesta, la cena de Nochebuena había sido estupenda y Franny hacía
planes mientras estaba en la cama. Estaba segura de que recibiría numerosas ofertas
de trabajo y de que todo volvería a ser como antes. Las alegres navidades que
estaban teniendo, a pesar de los pesares, le auguraban suerte en el futuro.
Pensó en el profesor varias veces durante los días siguientes, pero no permitió
que esos pensamientos la turbaran. Su tía no dejaba de hablar bien de él, pero ella
siempre intentaba recordarlo como lo había visto en el hospital: amable e impersonal,
un hombre que se comportaría de aquella misma manera con cientos de pacientes.
Aunque sabía que tenía otra cara; la había visto cada vez que había entrado en su
casa. Era una cara sorprendente y que le hubiera gustado conocer mejor, pero no
quería pensar en ello.
Mientras se iba a la cama al día siguiente, volvió a pensar en él. No creía que
volviera a verlo y, si lo hacía, sería en su consulta, cuando llevara a su tía a revisión.
No tendrían oportunidad de hablar y, además, él había mostrado varias veces
irritación por su parloteo, así que lo mejor sería que no volviera a verlo. Le pediría a
Finn que fuera él quien la llevara.
Cuando terminaron las navidades, se dispuso a buscar trabajo en el periódico.
Había varias residencias de ancianos y guarderías que ofrecían empleo para alguien
de sus características, pero la mayoría de ellas estaba demasiado lejos de su casa y
tardaría horas en llegar. Escribió a las que estaban más cerca y después le contó a su
tía lo que había ocurrido con lady Trumper.
—La verdad es que quería cambiar de empleo —dijo alegremente—. Y prefiero
que sea un trabajo nocturno. Cuando lady Trumper me despidió, casi me alegré
porque no quería tener que ser yo quien dijera que se iba.
—¿De verdad? —preguntó su tía, escéptica—. ¿No lo estarás haciendo por mí?
—¡Claro que no! —exclamó Franny de forma tan convincente que casi lo creyó
ella misma.
Recibió respuesta de tres de los anuncios. Los tres eran residencias de ancianos
y la más cercana estaba en Pimlico, a unas cuantas paradas de autobús de su casa. La
carta era vaga sobre lo que serían sus tareas y no mencionaba el salario, pero decía
que trabajaría cinco noches a la semana, desde las ocho de la tarde a las ocho de la
mañana del día siguiente y le sugerían que concertara una entrevista por teléfono. Al
menos podía ir y ver cómo era, pensaba Franny mientras se dirigía a la cabina.
A la mañana siguiente tomó el autobús para ir a la entrevista y, cuando llegó a
la residencia, se quedó un poco desilusionada. Alguna vez debió de haber sido una
hermosa casa, pero en aquel momento no tenía un aspecto demasiado alentador.
Una criada abrió la puerta y la llevó a un despacho en el que había una mujer
de unos treinta años, elegante y bien maquillada. Llevaba un moderno corte de pelo
con flequillo que hizo a Franny, con su moño, sentirse antigua.
La señora Wright, la enfermera de día, también era una mujer de mediana edad
y parecía agradable y profesional. Franny volvió a su casa, pensando que aquel
empleo era deprimente.
Aunque el trabajo no era duro, tenía que permanecer alerta durante toda la
noche y dos de esas noches estaba sola. Lavar y dar de cenar a dieciocho señoras no
era tarea fácil y lo hacía lo mejor que podía. Después, por las mañanas, volvía a su
casa cansada, preparaba el desayuno para su tía y comía algo ella misma. Cada día
menos, en realidad.
—Tienes que comer más —le dijo un día su tía, preocupada.
—No te preocupes, comeré cuando me levante —aseguró ella—. Ahora me voy
a la cama, pero despiértame si necesitas algo. Dejó a su tía sentada frente a la
chimenea, con su labor de punto y sus libros y se fue a dormir. Cuando sonó el
despertador, le pareció que acababa de poner la cabeza sobre la almohada, pero el
almuerzo con su hermano y su tía la reanimó y se dijo a sí misma que la vida era
estupenda.
Al final de la segunda semana se había acostumbrado a la rutina de forma
admirable. Durante sus días libres salía a comprar, limpiaba la casa, dormía de noche
y se sentaba frente al fuego para charlar con su tía y su hermano.
Cuando llegó el día de ir a la consulta con su tía, le pidió a su hermano que se
tomara una tarde libre para acompañarla. Se había dado cuenta de que era difícil
olvidar al profesor y volver a verlo sería una tontería. Así que dijo adiós a su
hermano y a su tía en la puerta y se fue a dormir.
La consulta del profesor estaba llena de gente, así que la tía Emma esperó
pacientemente su turno. Cuando le dijo a Finn que podía aprovechar la oportunidad
para charlar con el profesor, éste contestó:
—No creo que tenga tiempo para hablar conmigo, tía.
Pero el profesor sí tenía tiempo. Mientras examinaba a su tía, le preguntó si se
encontraba feliz de estar en su casa, si seguía sus instrucciones y si Franny había ido
con ella.
—No, me ha traído mi sobrino. Franny está en la cama.
—¿Está enferma? —preguntó el profesor.
—No, no. Es que trabaja de noche para estar conmigo durante el día.
—Creí que Franny trabajaba para lady Trumper —dijo el profesor.
—Me temo que lady Trumper la despidió.
—¿Y le gusta su nuevo trabajo?
—Pues, no sé, no cuenta muchas cosas. Yo creo que no le gusta mucho, pero ella
no dice nada.
—¿Está cerca de su casa?
—A unas paradas de autobús —contestó la anciana, encantada con la
conversación—. Está en Pimplico.
—Tenéis que pensarlo —dijo su tío cuando se levantaban para irse—. No podéis
seguir viviendo en estas condiciones y yo estoy dispuesto a ser generoso con
vosotros.
Con ese pomposo discurso salió, seguido de su mujer, hacia un antiguo coche
con chófer. Franny esperó hasta que el coche arrancó y después volvió con su tía.
—¿Qué le ha pasado a tu tío? Después de tantos años, venir a ofrecernos su
casa. ¿Tú qué crees, Franny? ¿Debemos aceptar su ofrecimiento?
—No lo sé, tía. ¿Tú quieres ir?
—No, cariño, la verdad es que no.
Cuatro días más tarde, cuando volvía a casa, Franny resbaló en la calle y se hizo
un esguince en el tobillo. El lechero, que pasaba por allí con su camioneta lo vio y la
llevó al hospital. El médico que la atendió le diagnosticó un simple esguince, pero le
dijo que no podría apoyar el pie durante, al menos, una semana y que tendría que
tener cuidado a partir de entonces. Era la pesadilla que Franny había estado
temiendo. Incluso tomando analgésicos, el dolor era muy fuerte y no podía caminar.
Finn era un gran apoyo cuando estaba en casa, pero a pesar de los esfuerzos de
Franny, su tía insistía en hacer cosas que no debería hacer en su estado. Fue un alivio,
unos días más tarde, cuando el médico le dijo que podía empezar a apoyar el pie.
Había llamado por teléfono a la residencia para decir que no podría ir a trabajar
durante un par de semanas pero, dos días más tarde, recibió una carta de la señora
Kemp diciendo que no podía conservar su puesto de trabajo. Adjunto a la carta,
estaba su salario de una semana.
—Bueno —dijo Franny—. Las cosas ya no pueden estar peor.
Parecía que, de nuevo, estaba equivocada. Acababa de dejar la carta sobre la
mesa de la cocina cuando alguien llamó a la puerta. Era el tío William.
Capítulo 5
El profesor, inmerso en su trabajo, se dio cuenta de que no podía apartar de su
mente la pálida cara de Franny. Debía volver a verla, se decía a sí mismo, para
convencerse de que no significaba nada para él. Su carácter, de natural adusto, se
había vuelto irritable y hasta el discreto Crisp le había preguntado si no estaría
trabajando demasiado.
—¿No debería tomarse unos días libres, señor? —le había sugerido.
—No sé, Crisp. Estoy dándole vueltas a la cabeza sobre algo…
Tuvo que interrumpir sus pensamientos porque recibió una llamada urgente de
Bruselas, donde un famoso político había sufrido un ataque al corazón y necesitaban
sus consejos y su experiencia. Estuvo allí durante una semana y después volvió a
Londres. Le hubiera gustado ver a Franny, pero no sabía qué podría decirle, así que
se enfrascó en su trabajo e intentó no volver a pensar en ella.
En la casa de Franny estaban ocurriendo muchas cosas. El tío William había
decidido encargarse de toda la familia y ella estaba demasiado cansada para negarse.
Su tía se sentía aliviada y, en su ingenuidad, pensaba que sus problemas habían
terminado. Y por una vez, estaba completamente decidida.
—Tú no puedes trabajar, ni cuidar de mí, Franny. Sabes perfectamente que, si
sigues apoyando peso en el pie, ese esguince no se curará nunca. Sé que no te gusta
tu tío y a mí tampoco, pero es de la familia y nos ha ofrecido un hogar. No tiene por
qué ser para siempre.
—No puedo abandonar a Finn. ¿Dónde irá si nos vamos de esta casa?
Para su sorpresa, Finn opinaba igual que su tía.
—Sé que a todos nos disgusta tío William, pero no podemos seguir así, Franny.
Incluso si yo dejara los estudios y buscara un trabajo, no podríamos sobrevivir y tú
no puedes seguir trabajando y cuidando de tía Emma al mismo tiempo —dijo,
mirándola con cariño.
—Pero, ¿tú que vas a hacer?
—Tengo dos compañeros que han alquilado un piso y están buscando un
tercero para compartir. No es mucho dinero y podré pagarlo si trabajo unas cuantas
horas al día en cualquier sitio.
—De eso nada —dijo la tía con firmeza—. Venderé los muebles y te daré el
dinero… como préstamo —añadió cuando vio que su sobrino iba a protestar—. Será
suficiente durante unos cuantos meses y después, puedes solicitar una beca. Así que,
a pesar de los deseos de Franny, tuvo que claudicar. Su tía creía que tío William
había cambiado y que las cosas iban a ser diferentes, pero ella no estaba tan segura.
No le gustaba su tío y no confiaba en él.
Su tía había hablado con la empresa de su difunto marido para decirles que
abandonaban la casa y se mudarían a Dorset la semana siguiente. Las pequeñas
facturas mensuales habían sido pagadas y Finn se fue a vivir al apartamento con el
dinero de los muebles. Las cosas iban a toda velocidad.
—No necesitaremos mucho dinero —había dicho su tía alegremente—. Yo
tengo mi pensión y estoy segura de que William te dará dinero para tus gastos —le
dijo a Franny.
Franny no dijo nada. Ya era suficientemente humillante tener que vivir de su
caridad como para aceptar dinero de aquel hombre por el que no sentía más que
antipatía.
—Escribiré al hospital para decirles que nos mudamos —le dijo a su tío—. Pero
tienes que entender que habrá que venir a Londres cada vez que tenga una cita.
—Dame el nombre del hospital y de ese médico y yo me encargaré de
informarles. No te preocupes, yo lo arreglaré todo. Hablaré con mi médico para que
pida el historial al hospital y así sabrá qué hay que hacer en caso de que tu tía sufra
una recaída.
Franny, sorprendida por su preocupación, le dio los datos. Deseaba en aquel
momento, como había deseado secretamente cada noche, volver a ver al profesor. El
deseo era tan fuerte que fue a la cabina de teléfono y llamó al hospital, pero cuando
preguntó por él, le dijeron que estaba en Bélgica.
—¿Es sobre alguno de sus pacientes? —le preguntaron.
—Sí, pero no es urgente. Gracias —dijo, antes de colgar y volver a casa. Quizá
había sido lo mejor porque no sabía qué podía haberle dicho. A él le daría igual
dónde viviera su tía porque no era más que una paciente. Sabía que tenía una casa y
alguien que cuidaba de ella y eso era todo. Quizá alguien le diría que se habían
cambiado de casa… Y entonces, ¿qué? ¿Realmente pensaba que él haría algo? Claro
que no.
El tío William vivía a unos kilómetros de Wimborne, en Dorset y, aunque
Franny nunca había estado allí, sabía algo sobre el lugar porque su madre se lo había
descrito muchas veces.
Después de casarse con su padre no había podido volver porque su tío William,
que había heredado el título y la casa, había dejado claro que sus hermanas ya no
eran bienvenidas allí.
Mientras hacía la maleta, Franny se preguntaba si su tío William habría
cambiado de verdad o sería sólo una fachada.
Se despidieron de Finn en la puerta de la casa que no volverían a ver y el chófer
de su tío, sin decir una palabra, arrancó a toda prisa.
Su tía estaba emocionada y Franny tuvo que persuadirla para que se reclinara
en el asiento y cerrara los ojos. Seguía teniendo un aspecto muy frágil y estaba
preocupada por ella, pero quizá en Dorset se recuperaría del todo. En fin, pensaba,
su vida iba a cambiar y esperaba que fuera para mejor.
La casa de tío William era una casa grande y antigua, al borde de Brinsleigh.
Cuando el coche llegaba a la entrada, su tía dijo:
—No pensaba que volvería a ver la casa de mis padres. Estoy tan feliz de que
vengamos a vivir aquí, Franny —suspiró—. Tengo muchos recuerdos felices.
Y algunos no tan felices, pensaba Franny sin decirlo.
Cuando salieron del coche, el chófer tomó sus maletas y una mujer las
acompañó dentro de la casa.
—Soy la señora Beck, el ama de llaves —dijo con fría amabilidad—. Las
acompañaré a sus habitaciones.
Si su tía había esperado una cálida bienvenida, se debió llevar una desilusión.
—¿Lady Meredith no está en casa? —preguntó con dignidad.
—Llegará a la hora del almuerzo.
Franny, subiendo lentamente las escaleras con un brazo alrededor de su tía,
miró a la señora Becky se dio cuenta de que no deberían haber aceptado ir a vivir con
su tío. Pero eso era algo que debía guardar para sí misma por el momento.
Sus habitaciones estaban en el primer piso y tenían un baño compartido. La
habitación de su tía era acogedora; tenía una mecedora frente a la chimenea y una
estantería con libros al lado de la cama. Su propia habitación estaba amueblada con
sencillez y, en lugar de chimenea, tenía un radiador en la pared, una cama pequeña y
una mesita. Era limpia, pero fría, como la habitación de un hotel.
La señora Beck las dejó solas y el chófer entró con sus maletas.
—¿Puede pedir que le suban un café a mi tía, por favor? —preguntó Franny.
El chófer la miró sorprendido, murmuró algo y desapareció.
—Estás muy cansada tía, deberías tumbarte un rato —dijo, empezando a abrir
las maletas.
Estaba colocando las fotografías de su tía por la habitación cuando una joven
criada entró con una bandeja. Franny le preguntó su nombre.
—Jenny, señorita. También está Rose y el señor Cox, el mayordomo.
Cuando se marchó, Franny preguntó a su tía:
—¿La casa ha cambiado mucho, tía Emma? A mí me parece exactamente igual a
como la describía mamá.
—Los muebles son diferentes —contestó su tía, mirando alrededor—. Nuestras
habitaciones estaban en la parte delantera de la casa y teníamos unos preciosos
muebles antiguos. Esta habitación, si no recuerdo mal —añadió con una sonrisa
triste—, era la de nuestra niñera.
—Bueno, supongo que tienen cerradas algunas de las habitaciones —dijo
Franny—. Debe costar mucho dinero mantener una casa como ésta.
—Cuando murieron nuestros padres, tu tío heredó una gran cantidad de
dinero, además de esta casa y del título.
Franny pensó que deberían cambiar de tema y se acercó a la ventana.
—Sería una buena idea salir a dar un paseo después de comer —dijo, mirando
el jardín—. No sé por qué tía Editha no te ha dado una habitación en el piso de abajo.
En ese momento oyeron un gong, que indicaba que era la hora del almuerzo y
bajaron la escalera. En el vestíbulo las esperaba Cox, preparado para llevarlas al
comedor.
Aquello molestó a tía Emma que dijo, irritada:
—No somos invitadas. Yo he nacido y me he criado aquí, así que no tiene que
decirme cómo ir a ningún lado.
—Perdonad que no me levante, —dijo su tía Editha cuando entraron en el
comedor— pero estoy agotada después de una reunión con el consejo de la
parroquia. Espero que hayáis tenido un buen viaje. ¿Os han gustado las
habitaciones?
Las estaba tratando como si fueran una visita y no alguien de la familia,
pensaba Franny mientras ayudaba a su tía a sentarse a la mesa.
—Hemos tenido un buen viaje, tía Editha, pero ¿no sería posible que tía Emma
ocupara una habitación en el piso de abajo? Se cansa mucho bajando y subiendo
escaleras.
—Si no te gusta tu habitación, sólo tienes que decirlo —contestó su tía Editha,
mirando a Emma—. En fin, cuando llegue el buen tiempo consideraremos tu
petición. Queremos que te encuentres aquí lo mejor posible.
Franny no creyó una sola palabra, pero no dijo nada. Había sido un error decir
aquello nada más llegar.
—¿Dónde está tío William?
—Ha tenido que ir a Wimborne, pero volverá para la cena.
Después de comer, Franny volvió a acompañar a su tía a la habitación y la
ayudó a meterse en la cama. Colocó su ropa en el armario y después hizo lo mismo
en su habitación. Más tarde, se puso la gabardina y salió a dar un paseo, aunque
seguía cojeando. Tenía muchas cosas en qué pensar. La recepción había sido más
bien fría y su tía Editha había dejado claro que no era demasiado feliz de tenerlas allí.
Ni siquiera los criados parecían simpáticos y se preguntaba qué clase de bienvenida
recibirían de su tío William aquella noche.
—Ojalá no hubiéramos venido —dijo en voz alta—. Pero ¿qué otra cosa
podíamos hacer? Su tía necesitaba atenciones y cuidados y ella no tenía ni trabajo ni
dinero. Su tío William había llegado en un momento en el que había sido imposible
rechazar su generoso ofrecimiento.
La bienvenida de su tío fue un discurso en el que repitió varias veces que
debían estar agradecidas a su generosidad, que podían considerar aquella como su
casa para siempre y que su tía Emma recibiría todos los cuidados que necesitara.
—Y en cuanto a ti, Francesca, —dijo con aquel tono suyo tan apabullante—
estoy seguro de que podremos encontrar algo para mantenerte ocupada. He hablado
con el rector de la parroquia y me ha dicho que necesitan ayuda para las clases de
catecismo.
Mientras cenaban, apenas abrieron la boca porque era el tío William el que
llevaba toda la conversación. Hablaba sobre su casa, sobre los arreglos que había que
hacer y no escuchaba a nadie.
—¡Unos gastos enormes! Pero debo mantener esta casa a toda costa. Había
recortado todo lo posible para poder hacer la reforma, —dijo con tristeza— pero
ahora, tengo unos gastos extra…
—Nosotros no te hemos pedido nada —empezó a decir Franny—. Es muy
amable de tu parte habernos ofrecido tu casa, tío, pero en cuanto pueda volver a
trabajar, tía Emma y yo te libraremos de la carga que representamos. El tío William
se puso rojo de ira.
—Francesca, supongo que esa mala educación es el resultado de las malas
compañías.
—No quiero ser grosera, tío, sólo estoy diciendo la verdad. Supongo que tía
Editha y tú os alegraréis de saber que no tendréis que cargar con nosotras durante
toda la vida.
—Estoy sorprendido, Francesca. Tu ingratitud…
—No soy una desagradecida, tío. Aunque tampoco entiendo por qué no
quisiste ayudamos cuando nuestros padres murieron.
—Estoy atónito… —murmuró su tío.
—Como lo estuvimos nosotros entonces —dijo Franny—. Pero la verdad, tío, es
que trataste muy mal a mis padres —añadió. Después, hizo una pausa al ver la cara
de preocupación de su tía Emma—. Perdona, pero tenía que decírtelo.
Su tío William permaneció en silencio desde entonces y fue su tía Editha quien
intentó mantener la conversación con tía Emma, ignorando a Franny.
—El desayuno se sirve a las ocho y media —dijo su tía Editha después de cenar.
Una vez en la habitación, Franny ayudó a su tía a acostarse y después se sentó a
escribir una carta a su hermano. Quería que fuera una carta alegre y tardó algún
tiempo en hacerlo porque no quería preocuparlo contándole que las estaban tratando
como a las parientes pobres de una novela victoriana.
Se dio un baño para relajarse, pero los pensamientos que rondaban su cabeza
no hacían más que entristecerla, así que se puso a pensar en el profesor. ¿Dónde
estaría?, se preguntaba. Si volvieran a verse, quizá él ni siquiera la recordaría.
Se despertó en medio de la noche al oír un ruido Había dejado las puertas del
baño abiertas para poder oír a su tía en caso de que se encontrara mal y, al
levantarse, se hizo daño en el pie. Su tía estaba llorando.
Franny encendió la luz y se sentó al borde de la cama.
—Estás cansada, tía Emma —dijo bajito—. Por la mañana verás las cosas de otra
manera. No te preocupes, es que al principio las cosas son más difíciles, pero ya verás
como nos acostumbramos. Después de todo, hace tanto tiempo que no vemos a tío
William y a tía Editha que es como si no los conociéramos.
—No sé si confío en tu tío, Franny. Nunca nos ha querido y me preocupa que
haya insistido tanto en traernos aquí —dijo la anciana, preocupada.
Tenía razones para estar preocupada. Su hermano siempre había querido
vengarse de ellas por haber decidido hacer con su vida lo que querían y estaba
segura de que lo que quería era vengarse.
Franny empezó a hablar sobre las cosas que podían hacer allí para
tranquilizarla; podrían pasear juntas por el pueblo, hacer las compras y plantar flores
en el jardín.
—Sí, cariño, todo eso está muy bien, pero ¿y tú? Tienes que conocer gente de tu
edad y llevar tu propia vida. No puedes pasarte la vida rodeada de ancianos.
—Estoy segura de que el tío William encontrará algo para mí —dijo Franny,
besando a su tía en la mejilla—. Ahora duérmete y no te preocupes más. Todo saldrá
bien.
Pero no iba a ser así. Franny tardó un par de días en darse cuenta de que
realmente iban a tratarlas como a molestas parientes pobres.
—Lo mejor será que tu tía descanse todo lo que pueda —dijo su tío William—.
Puede bajar al salón a la hora de las comidas, pero sugiero que durante el resto del
día se quede en su habitación.
—Tía Emma necesita hacer un poco de ejercicio —protestó Franny—. Si
pudieras hacer que ocupara una de las habitaciones del piso de abajo, podría salir al
jardín sin tener que molestar a nadie. Además, ¿te importaría decirle a tu médico que
viniera a visitarla?
—No creo que sea necesario.
—Entonces tendré que ir yo a buscarlo.
—Desde luego que no. Yo me encargaré de ello. Está claro que no tienes nada
mejor que hacer que encontrar faltas en todo lo que hago. Veo que, lamentablemente,
te pareces más a tu padre que a tu madre.
—¿Cómo te atreves a hablar mal de mi padre? ¡Él era mejor persona que tú mil
veces!
Su tío había salido de la habitación después de aquello y, a la hora del almuerzo
seguía enfadado. Franny sabía que no la perdonaría tan fácilmente.
Dos días más tarde, Rose, la criada se fue de vacaciones y la tía Editha sugirió
que Franny podía ayudar a hacer alguna de las tareas de la casa.
—Estoy segura de que te alegrará tener algo que hacer —dijo su tía—. Sólo
algunas cosas pequeñas, como colocar las flores, poner la mesa o hacer los recados.
Pero no se quedó sólo en eso. Colocaba las flores, hacía los recados, pero
también abría la puerta cuando Cox no podía hacerlo, hacía las camas cuando Jenny
tenía trabajo en la cocina, ponía la lavadora, colgaba la ropa y, como parecía que
nadie más podía hacerlo, también se encargaba de la plancha.
—¿Cuándo va a volver Rose? —preguntó a su tía, mientras retiraba los platos
del desayuno una mañana.
—He recibido una carta ayer. Dice que su madre no se encuentra bien y que no
podrá volver durante algún tiempo. Afortunadamente, tú estás aquí, así que no
tengo que contratar a otra persona hasta que vuelva.
—Soy tu sobrina, tía Editha, no tu criada.
—Debo recordarte, Francesca, que tú y tu tía estáis aquí gracias a la
generosidad de tu tío. Si no estás satisfecha, puedes marcharte cuando quieras y
llevarte contigo a tu tía.
—¿Lo dices en serio?
—Desde luego.
Pero no tenían dónde ir y casi nada de dinero. Ni casa, ni muebles, ni amigos.
Era el mes de febrero y hacía mucho frío. Si hubiera estado sola, hubiera hecho las
maletas inmediatamente, pero su tía necesitaba calor, comida y cuidados y no tenía
más remedio que quedarse.
Tendrían que ir a Londres para el chequeo a la semana siguiente y entonces le
explicaría al profesor lo que estaba ocurriendo y le pediría que buscara una cama
para ella en un hospital. Eso la dejaría libre para buscar un trabajo y un sitio donde
vivir y, en cuanto pudiera, volverían a hacer su vida normal. Era un plan que no
sabía si podría llevar a cabo, pero era lo único que tenía por el momento.
Al día siguiente, se sentó con su tía en la habitación después de comer y se lo
explicó.
—La semana que viene tienes que ir a revisión y espero que el tío William nos
preste el coche. ¿Te han pagado la pensión?
—William se encargó de todo. Me dijo que firmara un papel dándole poderes.
—¿Y lo firmaste?
—Claro, querida. Ya sabes cómo es tu tío. Me dijo algo de que iba a abrir una
cuenta…
—Qué buena idea —dijo Franny rápidamente cuando vio la expresión
preocupada de su tía—. En fin, tengo que irme, es casi la hora del té.
—No te veo mucho —dijo su tía—. Espero que estés saliendo y conociendo
gente de tu edad.
—Cuando mejore el tiempo, saldremos al jardín —prometió Franny—. La
criada ha tenido que quedarse con su madre durante unos días, así que yo hago
algunas de las tareas de la casa. Pero enseguida volveré para tomar el té contigo.
—Tu tío William está intentando ser generoso, pero no pienso pasar el resto de
mi vida metida en esta habitación y creo que se están aprovechando un poco de ti,
Franny. Si pudiera hablar con William o con Editha, pero los veo tan poco y, cuando
lo hago, apenas puedo hablar. Claro que Editha lleva una vida tan ocupada, con sus
reuniones y la iglesia…
Franny le dio la razón. Sabía que su tía no podía pensar mal de nadie y no quiso
contradecirla.
Mientras hacía el té para las señoras que habían ido a jugar al bridge con su tía
Editha, Franny pensaba en el profesor, el único pensamiento que la hacía feliz.
El profesor estaba en su consulta, comprobando la lista de pacientes de la
semana. Al comprobar los nombres, vio el de Emma Blake y recordó a Franny.
—Veo que la señora Blake está citada para la semana que viene, pero no
encuentro su informe.
—¿No se lo han dicho? —preguntó su enfermera, sorprendida—. Alguien nos
llamó para decir que se iban a vivir fuera de Londres y que la atendería otro médico.
Dijo que era un familiar y que nos enviaría su dirección y el nombre del otro médico,
pero no hemos recibido nada.
—¿No tiene ni idea de dónde puede estar la señora Blake?
—Ni idea, señor.
El profesor tomó el teléfono y pidió el número de la residencia de Pimplico en
información. Cuando llamó, le dijeron que la señorita Bowen ya no trabajaba allí. El
profesor colgó el auricular, le deseó buenas tardes a la enfermera y salió de la clínica
con dirección a la calle Fish.
La casa estaba vacía y no había nadie en las casas vecinas a quien pudiera
preguntar, así que volvió a su coche.
Finn estaba en su habitación estudiando. Sus dos compañeros de piso estaban
preparándose para salir a cenar, pero él tenía que terminar un trabajo y, además, no
podía gastar dinero en ese tipo de cosas. Se llevaba bien con los otros chicos y no se
sorprendió cuando Josh llamó a la puerta de su cuarto, sin duda para intentar
convencerlo de nuevo de que saliera con ellos.
—Vete, Josh. Tengo que terminar esto antes de irme a la cama. Que lo paséis
bien.
Cuando se abrió la puerta, el profesor entró en su habitación y Finn se levantó,
sorprendido.
—Profesor. ¿Cómo ha sabido dónde estaba?
—He hecho algunas llamadas —sonrió el profesor—, ¿Dónde están tu tía y tu
hermana?
—Es una larga historia —contestó Finn, apartando unos libros de la silla.
—Tengo toda la tarde —contestó él, sentándose—. Cuéntamelo todo. Estoy un
poco preocupado por tu tía.
—Pero el tío William dijo…
—Empieza desde el principio —le interrumpió el profesor.
Capítulo 6
Franny estaba preocupada. No había llegado ninguna carta del hospital,
recordando la cita de su tía y cuando le preguntó a su tío William si podría llamar al
hospital, la contestó que lo haría él mismo.
—¿Y el médico que iba a venir a ver a tía Emma? —insistió Franny—. No se
encuentra bien.
—Estás exagerando las cosas, Francesca. He hablado con mi médico y le he
contado lo de la operación, así que él llamará si lo cree necesario.
—Pero es que es necesario. Es muy importante que esté bajo control médico
durante unos meses. ¿No le diste la carta de nuestro médico con los informes?
El tío William bajó el periódico y la miró con frialdad.
—Creo que tu falta de confianza en mí es imperdonable. Deja de inmiscuirte en
todo y ve a ayudar a tu tía.
—No me estoy inmiscuyendo en nada —insistió Franny—. Y ya estoy
ayudando no sólo a mi tía, sino a los criados. Dime, tío, ¿esperas que siga haciendo el
papel de criada en esta casa, sin cobrar un céntimo?
—Sí, Francesca —contestó él con sequedad—. Espero que lo sigas haciendo a
cambio del cuidado que tu tía recibe aquí. ¿Qué creías, que serías tratada como si
fueras mi hija? ¿Quieres ropa, dinero, vida social? —rió con maldad—. Será tu tía
quien sufra si te niegas a hacerlo.
En aquel momento lo comprendió todo.
Cuando fue al pueblo para hacer la compra, usó el poco dinero que tenía para
llamar a Finn, pero nadie contestó. Llamó al hospital, pero tuvo que quedarse
esperando hasta que la pusieron con el departamento que había pedido y siguió
esperando hasta que alguien tomó el teléfono y le preguntó qué deseaba. Pero en ese
momento, la llamada se cortó. No tenía más dinero.
Mientras volvía a casa de su tío, ni siquiera notaba la lluvia que empapaba su
pelo.
Su tío William había dejado claro lo que esperaba a cambio de tener a su tía en
casa: tendría que trabajar como criada y hacer lo que su tío dijera por el momento,
pero escribiría al hospital y haría todo lo posible para descubrir por qué su tía no
había recibido una carta recordándole su cita en la consulta del doctor Van der
Kettener.
A la mañana siguiente se levantó pronto porque su tía le había dicho que la
señora Beck iba a tomarse unos días libres.
—Estoy segura de que no te importará preparar los desayunos, Francesca. A las
ocho y media. Cuando llegó a la cocina. Cox ya estaba allí, gruñéndole a Jenny
mientras se preparaba unas tostadas.
—Este lugar es un lío desde que ustedes llegaron, señorita —dijo mientras la
observaba preparar los huevos con jamón—. Al señor le gustan los huevos muy
hechos, no creo que quiera comerse…
—Pues entonces que se los haga él mismo —interrumpió Franny—. Yo
desayunaré aquí para ganar tiempo.
Envió a Jenny con la bandeja para su tía, preparó el resto de los desayunos y se
sentó a tomar unas tostadas. Si pudiera salir de la casa durante una hora podría ir al
pueblo y enterarse de dónde vivía el médico, pensaba.
El mayordomo entró en la cocina con aire de triunfo y la bandeja del desayuno
en la mano.
—El señor dice que esto no es un desayuno y quiere verla en el comedor.
Franny terminó su té y, con el mandil de la señora Beck y el pelo sujeto en un
moño en lo alto de la cabeza, se dirigía al comedor cuando sonó el timbre.
Probablemente sería el cartero, pensaba mientras abría la puerta.
Pero quien entró en la casa fue el profesor, seguido de Finn.
Franny se quedó mirándolos, atónita. Aquello tenía que ser un milagro.
—Hola, Franny —dijo su hermano. Al verla con aquel aspecto desaliñado, el
profesor sintió una punzada en el corazón.
—No sabe cuánto me alegro de verlo, profesor. Estoy muy preocupada por mi
tía.
—¿Por qué lleva ese mandil?
—La cocinera está de vacaciones.
—Pareces una criada —dijo Finn, indignado.
—Porque lo soy. Si no ayudo en la casa, tía Emma pagaría las consecuencias.
—Me gustaría hablar con su tío. ¿Cómo se llama?
—Sir William Meredith. Está en el comedor, desayunando.
—Entonces vamos a quitarle el apetito —dijo el profesor, con tal rabia que
Franny dio un paso atrás.
Estaban cruzando el vestíbulo cuando se abrieron las puertas del comedor y su
tío William salió al pasillo.
—¿Quién ha llamado? —gritó—. Francesca, ven aquí —dijo, antes de ver al
profesor y a Finn—. ¿Qué hace aquí tu hermano? No pensará vivir también a mi
costa.
—No te preocupes por eso —dijo Finn—. Tío William, te presento al profesor
Marc Van der Kettener.
El tío William abrió la boca para hablar, pero el profesor no le dio oportunidad.
—Yo seré quien hable, sir William. Tengo entendido que ha ocultado
información sobre uno de mis pacientes. La señora Blake está bajo mi cuidado y tiene
que ser atendida por mí o en el hospital en el que fue operada. Parece que usted
llamó al hospital y dijo que informaría sobre su nueva dirección, pero no lo ha hecho
—dijo con dureza, volviéndose hacia Franny—. Y, en lo que se refiere a su sobrina,
por su aspecto, yo diría que la está usando como criada. Así que he decidido
llevarme a las dos conmigo.
—No puede hacer eso —dijo el tío William.
—¿No? ¿Ha hablado con su médico sobre la señora Blake? ¿Ha intentado llamar
al hospital?
—No había necesidad. Mi hermana se encuentra perfectamente…
—Eso es mentira —interrumpió Franny—. Te he pedido un montón de veces
que llamaras a tu médico y que me dejaras llamar al hospital y no lo has hecho. Eres
un monstruo.
—Ve por tu tía, Franny. Haz las maletas y… arréglate un poco —dijo. Después
se volvió hacia sir William que estaba rojo de ira—. Si le parece, podemos hablar en
algún sitio. Este es un asunto muy serio.
—Llévese a mi hermana si quiere, pero Francesca tiene que quedarse aquí. Es
mi sobrina y no tiene ningún derecho a llevársela.
—Me temo que sí. Vamos a casarnos.
Franny, que estaba subiendo las escaleras, estuvo a punto de lanzar una
exclamación al oír aquello.
—No digas nada. Deja que lo arregle el profesor —susurró Finn, empujándola
suavemente escaleras arriba.
—No lo ha dicho en serio, ¿verdad? —preguntó ella, antes de entrar en la
habitación de su tía.
—No lo sé. Es la primera noticia que tengo.
Cuando entraron en su habitación, la pobre anciana se emocionó hasta las
lágrimas al ver a su sobrino y estuvo completamente de acuerdo en marcharse de allí
inmediatamente. Franny hizo su maleta y después fue a su habitación para guardar
sus cosas. Se arregló el pelo en el cuarto de baño y, tomando su abrigo, volvió a la
habitación de su tía.
El profesor y su tía Editha también estaban allí.
—¿Preparada? —preguntó él, sonriente—. Finn, lleva las maletas. Yo llevaré a
la señora Blake hasta el coche. Supongo que querrás despedirte de tus tíos, Franny.
—Sí —dijo Franny—. Quiero decirles que no deseo volver a verlos nunca más.
—Eres una desagradecida —dijo su tía Editha—. Después de lo que hemos
hecho por vosotros… Me alegro de que os vayáis, no sois más que una molestia.
—Estupendo —replicó Franny, saliendo detrás de Finn.
Cuando salieron de la casa, Franny se sentía casi alegre, a pesar de las
circunstancias.
—Sube al asiento delantero —dijo el profesor—. Finn irá detrás con tu tía.
Quiero que me cuentes lo que ha pasado.
Si lo hubiera dicho con un tono más dulce o se hubiera vuelto a mirarla, Franny
se habría puesto a llorar y hubiera dejado que toda la infelicidad que sentía y que
había intentado disimular saliera a la superficie. Pero su voz sonaba fría y distante y
ella le contó lo que había ocurrido con el mismo tono que él había empleado y sin
mirarlo. Cuando terminó su relato, le dio las gracias amable, pero fríamente.
—Nunca podremos pagarle por lo que ha hecho —le dijo—. Pero se lo
agradecemos de corazón.
—Iremos directamente al hospital para que le hagan una revisión completa a la
señora Blake y después iremos a mi casa.
Cuando estaban llegando al hospital, el profesor llamó por teléfono para que
tuvieran preparada una camilla que, por supuesto, estaba frente a la puerta antes de
que ellos llegaran al hospital.
Franny esperó con Finn en el vestíbulo mientras ingresaban a su tía.
—Finn, llama a un taxi y dile que os lleve a la calle Wimpole —dijo el
profesor—. Crisp os está esperando y yo iré en cuanto pueda —añadió, poniendo en
la mano de Finn unos billetes.
—¿Dónde vamos? —preguntó Franny en el taxi—. ¿Y quién es Crisp?
—Es el mayordomo del profesor y su hombre de confianza. Anoche estuve
cenando en su casa y le conté lo que estaba pasando. Lo habéis pasado muy mal,
¿verdad?
—Sí, pero ya ha terminado —contestó ella, mirando por la ventanilla. El resto
del camino lo hicieron en silencio, preocupados los dos por el estado de su tía—. ¿Ya
hemos llegado?
Crisp los recibió en la puerta, con amabilidad.
—Señorita Bowen, ¿quiere refrescarse un poco después del viaje? —preguntó el
mayordomo. Cuando ella asintió, el hombre la acompañó hasta un elegante cuarto de
baño del que salió unos minutos más tarde. Su aspecto no había mejorado mucho,
pero incluso Finn se dio cuenta de que tenía mejor cara.
El profesor, que llegó media hora más tarde, pensaba lo mismo que Finn, pero
no lo dijo. Franny estaba demasiado delgada y demasiado pálida, pero seguía
teniendo aquella mirada animosa que lo dejaba admirado.
—¿Podemos hablar? —preguntó ella.
—Por supuesto. ¿Te importa si comemos primero? Finn y yo estamos muertos
de hambre y estoy seguro de que tú también.
—Sí, claro —contestó ella, poniéndose colorada—. Siento estar causándole
tantas molestias.
—Hablaremos durante el almuerzo.
—De acuerdo.
señora Willet. Es una persona muy agradable y espero que te caiga bien —añadió,
levantándose y dirigiéndose a la puerta—. Volveré alrededor de las ocho.
Después, se marchó y Franny se quedó allí sentada, pensando en el futuro que
aquel hombre la ofrecía. Sería un marido amable y considerado, de eso estaba segura,
siempre que ella no le exigiera nada. Y, como había decidido casarse, ella podría ser
tan buena esposa como cualquiera. Era un arreglo de conveniencia; un matrimonio
con alguien que no le desagradaba y que, en el futuro, podía convertirse en algo más
profundo. Y su tía estaría segura y cuidada…
Crisp entró, interrumpiendo sus pensamientos y la acompañó hasta su
habitación. Era amplia y luminosa, con dos ventanas que daban a un pequeño jardín
y tenía una cama de madera de nogal, dos sillones forrados de cretona rosa y una
estantería llena de libros. Era una habitación preciosa, pensaba Franny.
—Esa puerta lleva al cuarto de baño —indicó Crisp—. Si necesita ayuda, no
dude en llamarme.
Franny echó un vistazo al cuarto de baño: azulejos color crema, toallas rosas,
una concha llena de jabones, cremas, colonias y todo lo necesario para que una mujer
se sintiera cómoda. Debía preguntar al profesor si tenía hermanas o sobrinas…
Deshizo su maleta, se arregló un poco la cara y el pelo y volvió al salón.
Un poco más tarde, el profesor volvió con la señora Willett, una mujer de
mediana edad, agradable y simpática que, después de saludarla, se retiró un
momento a su habitación.
El profesor había vuelto a ver a su tía, que se encontraba perfectamente en el
hospital y eso tranquilizó a Franny. Siguieron charlando sobre cosas diferentes y,
cuando la señora Willett volvió al salón, Franny se sentía más cómoda.
Después de la cena, el profesor fue a su estudio y ella se sentó con la señora
Willett frente a la chimenea. La mujer era tan agradable que Franny se encontró
contándole la historia de su familia.
—Lo ha debido pasar fatal, querida, pero estoy segura de que, a partir de ahora,
le espera un futuro mucho más agradable —dijo la mujer, con simpatía—. El profesor
me ha dicho que van a casarse y estoy segura de que será un buen marido. Llevo
varios años trabajando para él y le aseguro que es un hombre maravilloso.
El profesor volvió al salón después de un rato.
—Necesitas descansar, Franny —le dijo—. Crisp te despertará por la mañana y
nos veremos en el desayuno.
—Espero que duermas bien —dijo ella, tuteándolo por primera vez.
Se dio un largo baño y después se metió en la cama. Alguien había dejado un
vaso de leche caliente sobre la mesita y se lo bebió, preguntándose por qué le sabía
tan rico, sin darse cuenta de que le habían puesto unas gotitas de brandy para
asegurarse de que dormía profundamente.
Los tres tomaron el desayuno juntos por la mañana y después la señora Willett
volvió a su habitación.
Capítulo 7
Su tía se había levantado de la cama y tenía muy buen aspecto.
—Marc acaba de venir a verme y me ha dicho que vais a casaros y que voy a
vivir con vosotros —dijo la anciana, con los ojos llenos de lágrimas—. No podía
creerlo, Franny.
—Yo tampoco —dijo Franny—. A mí también me ha pillado por sorpresa. Marc
me ha dicho que necesito ropa nueva, así que me voy a Harrods —añadió,
intentando cambiar de conversación.
—¿Serás feliz con Marc, hija? —preguntó, mirándola a los ojos—. Todo es tan
repentino. Ni siquiera sabía que estuviera enamorado de ti.
Franny se detuvo antes de decir que ella tampoco y se despidió con rapidez.
Dejaría que su tía disfrutara de sus sueños románticos.
Tomó un taxi hasta Harrods, le dio una buena propina al taxista y entró a través
de las elegantes puertas de cristal. Durante un rato, exploró el departamento de
moda y después se dirigió hacia una de las vendedoras.
—Me llamo Francesca Bowen. El profesor Van der Kettener tiene una cuenta en
estos almacenes y me ha dicho que cargue mis compras en ella. ¿Le importa
comprobarlo?
Sería horrible, pensaba Franny, si Marc hubiera olvidado llamar. Pero debería
haber sabido que no se olvidaría. La vendedora volvió, sonriente, y se portó con ella
de forma amistosa mientras hacía sus compras.
—¿Está buscando un traje en particular o todo un vestuario? —preguntó.
—Quiero algo para una boda sencilla, algo que también pueda ponerme
después. También necesitaré un sombrero, zapatos, guantes, un bolso y ropa para
ponerme a diario. Un vestido de tarde, una gabardina, zapatos, un traje de noche,
ropa interior y medias.
—¿Y un abrigo? —preguntó la vendedora, mirándola con sorpresa.
—Sí, un abrigo también.
—Venga conmigo, por favor.
Dos horas más tarde, Franny salía de los almacenes. Sus compras serían
enviadas a la calle Wimpole y lo único que llevaba en la mano era una bolsa llena de
cosméticos. No la convertirían en una belleza, pero disfrazarían un poco que no lo
era.
Tomó un taxi de vuelta a la calle Wimpole y, cuando llegaron las bolsas de
Harrods, subió a su habitación y se pasó una hora examinando la preciosa ropa que
había comprado. Se había gastado mucho dinero, pero él le había dicho que podía
gastar lo que quisiera y aquello valía la pena.
Volvió a probárselo todo otra vez. El vestido y la chaqueta que había comprado
para la boda eran de lanilla azul pálido y la chaqueta tenía un cuello de piel gris que
hacía juego con un sombrero de terciopelo. También había comprado un vestido de
lana verde y un cárdigan del mismo tono. Era un poco extravagante, pero cuando se
lo había probado se había dado cuenta de que, simplemente, tenía que comprarlo.
Había faldas y blusas del estilo sobrio que ella solía usar, un elegante vestido de
tarde y un montón de ropa interior de encaje. Le había pedido a la vendedora que
anotara todo lo que había comprado con su precio para mostrárselo a Marc y ella lo
había hecho, con una sonrisa divertida.
Más tarde, mientras tomaba el té frente a la chimenea, Crisp entró para decirle
que el profesor se iba a retrasar, pero que intentaría llegar para la hora de la cena.
Si llegaba muy tarde, pensaba Franny, estaría demasiado cansado para ver su
ropa y se sintió un poco desilusionada. Afortunadamente, la señora Willett llegó en
aquel momento para decirle que Marc había tenido que volver al hospital por una
emergencia y le había pedido que fuera a su casa para hacerle compañía.
—Se ha acordado de que iba a ir de compras y me ha pedido que venga porque
pensó que querría enseñárselo a alguien. ¿Sería aquélla una elegante manera de darle
a entender que él no tenía tiempo para aquellas niñerías? Franny no estaba segura,
pero le agradó tener alguien a quien enseñarle sus tesoros.
El profesor no volvió a la hora de la cena, así que cenaron solas. Esperaron un
rato por si él volvía, y después se dieron las buenas noches.
Franny estuvo despierta durante algún tiempo, pero al final se quedó dormida
y no pudo oír sus pasos a altas horas de la madrugada.
Por la mañana, lo vio a la hora del desayuno, vestido y arreglado para ir a
trabajar y con su tranquilo aspecto de siempre, aunque parecía un poco cansado.
Cuando la señora Willett se levantó de la mesa y los dejó solos, Franny le dio la
factura de Harrods.
—Les pedí que anotaran todo lo que compraba, para que tú supieras lo que me
había gastado. Me he comprado algunas cosas preciosas…
—Esto no es necesario —la interrumpió él—. Compra todo lo que quieras, no
tienes que molestarme con los detalles. Ya te dije que podías gastar lo que quisieras.
Franny tuvo que tragarse la desilusión antes de hablar.
—Supongo que estás cansado porque anoche dormiste pocas horas. Esta noche
tienes que intentar volver antes y descansar un poco.
—Cuando quiera consejos sobre mi forma de vida te los pediré, Franny —
replicó él.
—Perdona, no he querido meterme en tus asuntos —dijo ella.
—Será mejor que lo recuerdes para el futuro —replicó él, levantándose de la
mesa.
Un poco más tarde oyó que salía de la casa con la señora Willett y se quedó
sentada a la mesa hasta que Crisp entró para retirar los platos. En aquel momento,
tenía la impresión de que estaba cometiendo un error al haber aceptado casarse con
Marc. A pesar de sus dudas, cuando Crisp le preguntó si tendría que llevarla a algún
sitio aquella mañana, ella le contestó alegremente:
—Voy a volver a salir de compras, Crisp, pero iré en taxi y comeré fuera.
Cuando vuelva por la tarde, ¿estará usted aquí o debo llevarme una llave?
—Estaré aquí, señorita Bowen.
Franny se arregló mientras Crisp pedía un taxi y salió a seguir comprando ropa
para llenar el armario. Marc le había dicho que gastara lo que quisiera, así que buscó
a la amable vendedora del día anterior y empezó a mirar trajes. Eligió uno de color
tierra, una blusa de seda, zapatos de piel de tacón bajo y un bolso a juego. Se quitó la
ropa que llevaba y pidió que la enviaran a casa. Cuando salió de los almacenes, se
sentía un poco mejor. Almorzó en un pequeño café y después se fue de escaparates.
Se sentía un poco culpable por comprar todas aquellas cosas y no llevarle nada a su
tía, así que le compró una blusa preciosa y volvió al hospital para dársela. Cuando
saliera del hospital, la llevaría de compras, le dijo a la anciana que parecía aún más
alegre que por la mañana.
Mientras volvía en autobús a la calle Wimpole, Franny se decía a sí misma que
había sido un día encantador, a pesar de la desabrida contestación de Marc durante
el desayuno. Probablemente tenía mal carácter, pensaba, y aquello era algo con lo
que tendría que aprender a vivir.
El profesor estaba frente a la ventana de su consulta, esperando mientras su
enfermera preparaba a un paciente para la consulta. La calle estaba tranquila y casi
vacía de tráfico y gente.
De repente, vio a Franny caminando. Caminaba como si quisiera conquistar el
mundo, sonriendo. Parecía diferente, pensó, estudiando aquel elegante traje, los
zapatos y las bolsas que llevaba en la mano y pensó que se estaba convirtiendo en
una chica atractiva, muy diferente de la Franny que había conocido.
Más tarde, mientras conducía hasta el hospital pensaba que, cuando se dirigía
con Finn a Brinsleigh no había tenido intención de pedirle a Franny que se casara con
él. Lo intrigaba, lo divertía y aplaudía su valerosa actitud ante la vida, pero no había
pensado casarse con ella. Pero cuando la había visto, vestida de aquella manera y a
pesar de todo desafiante, lo había dicho y, por alguna extraña razón, no se
arrepentía.
Había estado enamorado alguna vez, como todo el mundo y siempre había
sabido que acabaría casándose, pero cuando él lo eligiera, sin prisas y con una mujer
conveniente. No estaba seguro de si Franny encajaría en su estilo de vida, pero
tampoco desluciría como su esposa. Podría haber vivido toda su vida en la calle Fish,
pero sus raíces eran más que respetables. Y, además, entre ellos había una relación de
respeto nada desdeñable.
Él seguiría con su trabajo y estaba seguro de que ella encontraría algo
interesante que hacer. Se encontrarían por las tardes y disfrutarían de la compañía
del otro y si él tenía trabajo, ella no se quejaría. El profesor, que no había tenido que
darle cuentas a nadie durante toda su vida, se sentía satisfecho. Se caían bien y, por
lo que a él se refería, eso era suficiente.
Más tarde volvió a su consulta para comprobar la lista de los pacientes del día
siguiente con la señora Willett, antes de que los dos subieran a su apartamento.
Franny se había cambiado de ropa y se había puesto un vestido gris muy
sencillo, al que había añadido un cinturón de piel que resaltaba su fina figura.
Además se había maquillado y peinado con esmero y tenía un aspecto bien diferente
del que había tenido días atrás.
Nunca podría pagar lo que Marc estaba haciendo por ella, pero haría todo lo
posible para ser la clase de esposa que él quería. Aunque, en realidad, no parecía
querer una esposa de verdad. Pensando sobre ello, decidió que su matrimonio podría
funcionar. No sería como otros matrimonios, pero haría todo lo posible para que
funcionase. Y, si para ello tenía que dejar de ser la Franny espontánea y charlatana, lo
haría.
Aquella tarde, Franny se metió de lleno en su nuevo papel, convirtiéndose en
una señorita agradable que no hacía intentos por empezar ninguna conversación y
que sólo contestaba amablemente cuando se dirigían a ella. El profesor, sorprendido
al principio por su nuevo y elegante aspecto, se quedó atónito y después pareció
divertido. Había pensado trabajar en su estudio después de la cena, pero aquel
cambio de Franny lo intrigaba, así que se quedó en el salón y esperó a que la señora
Willett diera las buenas noches.
Cuando ella hizo un intento de seguir a la señora Willett, él dijo:
—No, Franny. Quédate conmigo unos minutos y cuéntame por qué te has
vuelto tan extrañamente callada de repente. ¿Estás enfadada?
—¿Enfadada? No.
—¿Entonces qué ha ocurrido para que no hables como lo haces normalmente?
No has dicho prácticamente nada en toda la noche. ¿Puedo saber por qué?
—Deja que te explique —contestó ella—. Si voy a ser la clase de esposa que
deseas, tendré que dejar de hablar tanto, ¿no? Tú no quieres saber si he estado de
compras, ni cuánto he gastado ni cosas así. No quieres saber que la vendedora de
Harrods me ha contado que su hijo acaba de ser aceptado en el coro de la catedral, ni
que Crisp tiene un catarro, ni nada de eso. ¿Entiendes lo que digo?
—Sí, Franny —contestó él, intentando no sonreír—. Pero no quiero que
cambies. Quiero que sigas siendo como eres. Me gusta oírte hablar, aunque no
entiendo cómo puedes enterarte de cosas como ésa. Si puedes ignorar mi mal humor
y ser tú misma, serás el tipo de esposa que cualquier hombre desearía. Perdóname y
cuéntame todo lo quieras sobre tus compras.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Pues me he comprado un traje…
estupendo anfitrión y su hermano parecía estar muy alegre. Nadie habló de la boda,
hasta que la señora Willett se despidió y salió con Marc, que iba a llevarla a casa.
—La próxima vez que nos veamos será en su boda —dijo, besando a Franny en
la mejilla—. Les deseo a los dos toda la felicidad del mundo.
Cuando Marc volvió, su tía y su hermano se fueron a la cama y se quedaron
solos.
Quizá podrían hablar, pensaba ella, conocerse mejor. Pero el profesor no
parecía tener esa intención porque le sugirió que ella también se fuera a dormir.
—Tengo trabajo que hacer y debo terminarlo esta noche —le dijo—. Buenas
noches, Franny. Que duermas bien —añadió, rozando su mejilla con un dedo.
—Siempre duermo bien —dijo Franny con firmeza—. Buenas noches, Marc.
Tardó mucho tiempo en prepararse para irse a la cama, convencida de que no
podría dormir. Pero la cama era tan cómoda y suave y ella estaba tan cansada y, por
dentro, tan triste que se durmió casi enseguida. Su último pensamiento fue que era
una lástima que Marc no la quisiera.
Pero con la luz de la mañana, las dudas y el desaliento desaparecieron. Podía no
ser un matrimonio ideal, pero al menos amaba a Marc, lo cual era un buen comienzo.
Iban a casarse a las once y, después de un almuerzo ligero, saldrían para
Holanda. Finn y su tía ya habían salido hacia la iglesia cuando Franny volvió a su
habitación.
—¿Preparada? —sonrió él—. Estás muy elegante, Franny. ¿No te arrepentirás?
—Por supuesto que no —contestó ella, mirando a su atractivo futuro marido—.
Haré todo lo posible por ser una buena esposa, Marc. Te lo prometo.
—No tengo ninguna duda sobre eso, querida —dijo él, inclinándose y besando
su mano—. Estoy seguro de que seremos muy felices juntos. No era exactamente
como estar enamorados, pero tendría que valer por el momento.
—Estoy segura —sonrió ella, intentando que su voz no delatara sus
pensamientos.
Entró con él en el coche y se mantuvo en silencio durante el corto trayecto hasta
la diminuta iglesia, cuyas vidrieras daban color a las paredes grises. Había flores en
el altar y en el porche y Marc le dio un pequeño ramo de violetas y capullos de rosa
antes de entrar.
Mientras caminaba por el pasillo con él, empezó a estar convencida de que todo
iba a salir bien; la pequeña y tranquila iglesia le decía que no se estaba equivocando.
Mientras se dirigía al altar, vio a su tía, a su hermano, a Crisp y a la señora
Willett. También vio al sacerdote y oyó su voz pronunciando las palabras que había
oído tantas veces en las películas. Cuando Marc le puso el anillo en el dedo, se dio
cuenta de que era una mujer casada.
Nada de todo ello parecía real, pero sin duda lo recordaría siempre.
Capítulo 8
Cuando volvieron a casa, tomaron champán y un almuerzo ligero. Crisp había
preparado una sopa de berros, pollo relleno de foie y un sorbete de melocotón y la
mesa del comedor había sido decorada con un centro de flores. Cuando sirvió el café,
llevó también una tarta nupcial que había preparado sin decir nada.
Fue un almuerzo informal pero encantador y Franny se sentía rodeada de toda
la gente que quería. Después de tomar el café, Marc dijo:
—No quiero hacer un discurso, pero los dos queremos daros las gracias por
asistir a nuestra boda y acompañarnos en este pequeño banquete —dijo, sonriendo a
Franny.
—Espero que, cuando volvamos de Holanda, volvamos a comer juntos de
nuevo —dijo ella, antes de besar a su familia y al resto de la compañía—. Ha sido un
almuerzo delicioso —le dijo a Crisp—. Muchísimas gracias. Por favor, cuide de mi tía
hasta que volvamos.
—Tiene mi palabra, señora. La señorita Jenkins llegará enseguida y es una
enfermera muy competente. Franny entró en el coche sintiéndose un poco mareada
por el champán y Marc, sentándose frente al volante, empezó a hablar sobre cosas sin
importancia. En aquel momento, a solas con él, empezó a sentir un poco de pánico.
Ella lo amaba pero quizá él no la amara nunca.
—Deja de preocuparte, Franny —dijo el profesor para tranquilizarla—. Disfruta
de las cosas como vienen.
—Siento como si me hubiera caído rodando por al escalera —dijo Franny.
—Estoy seguro de que nuestro matrimonio va a salir bien —rió él. Después
empezó a hablarle sobre Holanda.
—¿Cómo es tu casa?
—Es una casa antigua. El pueblo en el que está queda apartado de la carretera
general, así que conserva todo su sabor antiguo.
—Suena bien —dijo ella. Esperaba que Marc siguiera hablando sobre su país,
pero no lo hizo. Le dijo que cruzarían el canal por Calais y que después cruzarían
Francia y Bélgica, pero no volvió a hablar sobre sí mismo.
El día era gris y amenazaba lluvia y, cuando llegaron a Dover, las aguas tenían
un aspecto helador, pero al menos no había oleaje.
Dentro del coche se estaba bien y el ferry que los llevó al otro lado se deslizaba
con suavidad.
—¿Siempre vienes por aquí? —le preguntó a Marc.
—Algunas veces tomo el ferry en Harwich.
—¿A qué hora llegaremos?
era grande y cálido, decorado en color crema y rosa y había absolutamente todo lo
que una chica podía desear, incluso una enorme bañera en la que Franny hubiera
deseado meterse inmediatamente.
Cuando Betke se marchó, Franny se arregló un poco y después, sintiéndose un
poco intimidada, bajó la escalera.
Marc la estaba esperando en el vestíbulo.
—No quería hacerte esperar —dijo ella.
—No, no. Ven a decirle hola a Biddy. Es un buen perro, pero se pone un poco
nervioso cada vez que llego a casa.
Yo también me pondría nerviosa, pensaba Franny.
El salón la dejó sin aliento. Tenía los techos muy altos y las paredes estaban
forradas de madera; las cortinas eran de un brocado azul que hacía juego con la tela
de los sofás y los sillones. En la chimenea chisporroteaba un buen fuego y todas las
lámparas estaban encendidas, lo que le daba un aire acogedor. Franny suspiró
encantada.
—Qué salón más precioso —dijo, mirando alrededor.
—¿Qué quieres tomar?
—Jerez seco, por favor.
Franny se sentó en uno de los sofás, pero si esperaba que Marc se sentara a su
lado, se llevó una decepción porque se sentó frente a ella, con Biddy a sus pies y le
hizo un resumen de todas las actividades que lo esperaban mientras estuviera en
Holanda.
El día siguiente lo tendría libre y podrían pasear por la casa y el pueblo, le dijo
él.
—Mis hermanas vendrán a conocerte el sábado. Están todas casadas y ya he
perdido la cuenta de los sobrinos que tengo.
—Oh —dijo Franny, preocupada. ¿Y si no les gustaba? ¿O si a ella no le
gustaban? Aunque no lo creía. Después de todo, eran la familia de Marc y ella estaba
enamorada de él—. ¿Y tus padres?
—Mi padre murió de un ataque al corazón hace dos años y mi madre unos
meses más tarde. Sufría una neumonía, pero la verdad es que no tenía deseos de
vivir. Estaban muy enamorados.
—Lo siento. ¿Tu padre también era cirujano?
—Sí y mi abuelo también. Mi hermana mayor también es médico en Leiden.
Otra de mis hermanas es abogado y vive en La Haya y la pequeña vive en Friesland
y está casada con un veterinario. Somos una familia muy unida e intentamos vemos
lo más posible.
—¿Tú eres el mayor?
—Sí.
Moule entró en aquel momento para decirles que la cena ya estaba lista y
fueron juntos al comedor. El profesor recordó entonces la última cena familiar que
habían mantenido allí unos meses antes. Sutske había dicho que quizá la próxima
vez que se vieran, él sería un hombre casado.
Cenaron una deliciosa crema de calabacín y faisán al horno y lo regaron todo
con champán. Franny, un poco abrumada por el esplendor de la casa, comió sin dejar
de mirar alrededor. Tenía hambre y, aunque decían que los enamorados no tenían
apetito, aquello no se podía aplicar a su caso. Por el momento estaba disfrutando;
Marc podía ser un compañero espléndido cuando quería.
Tomaron café en el salón, charlando sobre temas generales, hasta que el
profesor observó que debía estar cansada y querría irse a dormir.
Estaba a punto de decir que no era así, pero la expresión de él le indicó que no
lo hiciera. No sabía si era impaciencia por librarse de ella, pero aún así dijo
alegremente:
—La verdad es que ha sido un día bastante ajetreado. ¿A qué hora es el
desayuno?
—A las ocho en punto. ¿O prefieres desayunar en la cama?
—¿En la cama? —exclamó, intentando recordar cuando había sido la última vez
que disfrutó de tal lujo—. No, gracias. Buenas noches, Marc —dijo, levantándose.
—Buenas noches, Franny. Que duermas bien —dijo él, abriendo la puerta del
salón.
—Tú también —replicó ella. Durante un segundo, creyó que la iba a besar, pero
no lo hizo. Se desvistió con rapidez y se metió en la bañera durante largo rato. Era el
sitio más conveniente para ella en aquel momento, porque podía llorar todo lo que
quisiera sin tener que secarse las lágrimas.
El profesor volvió al sillón. Tenía que admitir que había disfrutado del día.
Franny no le había hecho ninguna exigencia y, además, estaba muy atractiva con
aquel traje. Cuando se conocieran bien el uno al otro, estaba seguro de que se
llevarían perfectamente.
Le gustaba Franny, incluso la estaba tomando cariño. Pensaba en ella a menudo
y con placer. Había estado enamorado un par de veces, pero no recordaba que
ninguna de esas mujeres le hubiera gustado tanto como Franny. Era una persona que
siempre decía lo que pensaba y hablaba con la gente de una forma que hacía que le
ofrecieran su confianza. Como con Crisp, pensaba el profesor con una sonrisa. Él ni
siquiera había notado que estaba resfriado.
Se había enfrentado a su mala suerte en la vida y a aquel terrible tío suyo sin
desanimarse y lo mínimo que podía hacer por ella era casarse y darle un futuro
seguro. El profesor, que estaba acostumbrado a hacer exactamente lo que quería con
su vida, se quedó allí sentado planeando su futuro.
Franny, arreglada y sin sombra de lágrimas, bajó a desayunar alegre como
siempre. No podía hacer planes sobre su futuro porque cada día le deparaba cosas
diferentes, así que lo único que podía hacer era esperar que fuera lo mejor posible.
Cuando vio entrar a Marc por la puerta, vestido de modo informal, el corazón le dio
un vuelco y tuvo que pararse un momento en la escalera.
—Buenos días, Franny. ¿Has dormido bien? —sonrió él—. Hace un poco de
frío, pero podemos salir a dar un paseo después de desayunar.
Desayunaron en un pequeño salón al lado de su estudio, con la chimenea
encendida y una mesita cubierta con un mantel blanco y con tazas de porcelana.
Moule entró con el desayuno, lo dejó sobre la mesa y, cuando Marc le hizo un gesto,
salió de la habitación.
Franny deseaba estar con Marc, pero se encontraba nerviosa a su lado. El
hablaba tranquilamente sobre la casa, el pueblo y su familia y después siguió con
otros temas.
—Anoche llamé a tu tía y a Finn y les dije que tú llamarías por la mañana.
—Llamaré a las seis —dijo ella—. Las llamadas son más baratas a esa hora. ¿O
no tenéis ese servicio en Holanda?
Él la aseguró con una sonrisa que también existía ese servicio en Holanda, pero
que podía usar el teléfono cuando quisiera.
—Perdona. Estoy tan acostumbrada a tener que ahorrar dinero, que no lo
puedo evitar.
—Intenta acostumbrarte a no tener que hacerlo —sonrió el hombre. Después de
desayunar salieron a dar un paseo por el jardín que, incluso en aquella época del año,
era una delicia. Detrás de la casa había macizos de flores y una enorme explanada de
hierba, cubierta del rocío de la mañana. Siguieron caminando hasta una fuente y,
después de pasar al lado de los invernaderos, llegaron a los establos.
—¿Sabes montar? —preguntó él—. ¿No? Pues aquí tenemos una yegua muy
dócil que sería ideal si quieres aprender. Ven a verla. Se llama Beauty —dijo Marc,
ofreciendo al animal un pedazo de manzana. Después, le dio a Franny un trozo para
que se lo ofreciera ella y el animal lo comió de su mano.
—Es muy bonita. Y me encantaría aprender a montar.
—Estupendo. Éste es Thunder…
—Tiene un aspecto un poco apabullante.
—No, no. Tiene carácter, pero es un caballero —dijo él. El caballo recibió su
manzana con un relincho y siguieron recorriendo el establo—. Éste es Punch —
añadió, señalando un caballo altísimo.
—Es enorme. ¿Sirve para trabajar?
—Sí. Tenemos una granja a un kilómetro de aquí. Hace el mismo trabajo que un
tractor y es muy dócil —le explicó mientras salían del establo y seguían paseando por
la finca—. Éste es un atajo para llegar al pueblo, pero hay mucho barro —dijo,
mirando los zapatos de ella.
—No importa, estos zapatos son para caminar —sonrió ella—. Veo que te
encanta tu casa, Marc. ¿No te gustaría vivir aquí siempre?
—Sí, pero mi trabajo es lo más importante de todo para mí. Y eso hace que
tenga que marcharme. Pero tengo lo mejor de los dos mundos, ¿no te parece? Un
trabajo que me gusta y una casa estupenda.
—¿Sabes una cosa? No sé qué edad tienes.
—Treinta y ocho. Quince más que tú, Franny.
—Tú ya eras médico cuando yo estaba en el colegio. ¿Cuándo te especializaste
en cirugía coronaria?
—Hace diez años.
—¿Y nunca habías deseado casarte?
—Nunca había sentido esa necesidad.
—¿Por qué te has casado conmigo, Marc? ¿Sólo porque querías ayudarme?
—Sí. Pero quiero que sepas que nunca me arrepentiré, Franny.
—Podrías enamorarte…
—Si tuviera tiempo y ganas, pero la posibilidad es tan remota que no creo que
debas preocuparte —dijo, tomándola del brazo—. Vamos al pueblo y te presentaré al
vicario. Es amigo de mi familia hace tiempo.
El vicario era un hombre encantador con el que tomaron café, mientras
hablaban sobre la boda, sobre el pueblo y sus habitantes, a veces pidiéndola perdón y
hablando en holandés.
—Tiene que aprender holandés —le dijo el hombre.
Franny no había pensado en aquello hasta ese momento. Tendría que
aprenderlo, desde luego porque, cuando él se retirara, vivirían allí todo el tiempo. Y,
para entonces, pensaba ella, quizá él la amara.
Mientras cruzaban el pueblo de vuelta a casa, parecía que Marc conocía a cada
una de las personas con las que se cruzaban. Algunos hablaban inglés y le daban la
enhorabuena en su propio idioma, algo que ella agradecía enormemente.
Pasaron la tarde visitando la casa y Marc le explicó cosas sobre sus antepasados,
que aparecían retratados en los cuadros que cubrían las paredes. Los hombres de la
familia tenían todos gran parecido y las mujeres eran, se alegró al verlo, todas de baja
estatura y no muy bellas. El retrato de sus padres estaba colgado en el vestíbulo y
Franny se dio cuenta de que su padre era exactamente igual que Marc.
—Siento no haberlos conocido —dijo Franny, siguiendo a Marc por la escalera.
Había muchas habitaciones, grandes y pequeñas, algunas de cara a la galería, otras
en estrechos pasillos, pero todas estaban espléndidamente amuebladas—. Esta casa
debe dar mucho trabajo. ¿Cuánta gente trabaja aquí?
—Además de Betke y Moule hay dos personas más y creo que una mujer sube
del pueblo todos los días. Puedes preguntarle a Moule. Él es quien se encarga del
servicio.
Aquella noche le dijo que al día siguiente iría a La Haya y que podía
acompañarlo si quería.
—Estaré en el hospital todo el día —le dijo—. Pero estoy seguro de que
encontrarás cosas que hacer. Hay buenos museos y tiendas y podrás pasear por la
ciudad, pero tendremos que salir muy pronto.
—Me gustaría mucho acompañarte. ¿Estás seguro de que no te importa que
vaya?
—No, claro que no. Te dejaré en el centro y te escribiré una nota con el nombre
y la dirección del hospital. Te esperaré allí a las cinco.
Aquella mañana, Franny se puso el vestido verde y un pequeño sombrero de
felpa a juego. Ir de compras sería divertido y estaba segura de que habría muchas
cosas que ver. Entró en el coche al lado de Marc, preparada para disfrutar el día.
Tenía la dirección de su hospital en el bolso y podía comprar todo lo que quisiera.
Pero, cuando él la dejó en la zona centro de la ciudad, Franny se dio cuenta de
que no llevaba dinero. En el bolso sólo tenía un billete de diez libras y pensó por un
momento en ir al hospital para pedirle dinero, pero recordó que tenía trabajo y no le
gustaría que ella lo molestara. Su trabajo, se recordó a sí misma, era lo más
importante para él. En fin, tenía diez libras, así que las cambiaría en el banco y con
ello podría almorzar y tomar un taxi.
Después de ir al banco, caminó mirando escaparates. Eran tiendas muy
elegantes y vio varias cosas que le hubiera gustado comprar. Una hora más tarde
entró en una cafetería pequeña y agradable y se tomó un café tranquilamente
mientras planeaba lo que haría durante el día. Cuando la camarera le dio la factura
Franny pensó que debía de haber un error. ¿Cómo podía costar una taza de café más
de dos libras? Sorprendida, pagó con la moneda que había cambiado y añadió una
pequeña propina. Tendría que tomar un sandwich como almuerzo.
Al lado de la cafetería había muchas tiendas, así que pasó un rato en cada una
de ellas, mirando cosas que podría comprar al día siguiente. En la oficina de turismo
que estaba frente a la cafetería le habían dado un mapa y le habían recomendado el
museo Mauritshuis. A mediodía le dolían los pies y tenía hambre, pero ya había
aprendido la lección sobre los precios en Holanda, así que caminó un poco más hasta
que encontró un café lleno de gente. Encontró asiento en una de las mesas y se sentó
durante largo rato tomando un sandwich de queso y un café. Le hubiera gustado
tomar otra taza, pero si lo hacía no tendría suficiente para tomar un taxi.
En el museo hizo cola para comprar la entrada y cuando llegó a la ventanilla se
dio cuenta de que costaba casi todo el dinero que le quedaba. En fin, había tranvías,
pensó. Alguno de ellos la llevaría al hospital o al menos cerca de él. Se dijo a sí
misma que no debía preocuparse por ello y pasó unas cuantas horas disfrutando de
las maravillosas pinturas del museo. Cuando salía, le preguntó a uno de los porteros
qué tranvía podía llevarla cerca del hospital e, intentando recordar sus indicaciones,
salió a la calle.
Cuando fue a pagar, se dio cuenta de que no llevaba dinero suficiente y el
conductor le dijo algo en holandés que no entendió. Franny sacó el papel con la
Él se quedó mirando aquella cara tan alegre. Sabía que era una mujer que sabía
hacer frente a las dificultades, que tenía sentido común y no se ponía a llorar a las
primeras de cambio. La verdad, tenía que admitir Marc, era que cada le gustaba más
aquella chica.
Él fue al hospital a la mañana siguiente, pero volvió a casa a la hora del
almuerzo y después llevó a Franny a casa de su hermana Elsa, en La Haya. Elsa vivía
con su marido y tres niños pequeños en una preciosa casa antigua cerca del centro de
la ciudad. Su hermana les dio un caluroso abrazo cuando llegaron, mientras los niños
jugaban a su alrededor.
—Estamos encantados de que Marc se haya casado —le dijo a Franny—. Es un
hombre maravilloso, aunque me imagino que ya lo sabrás. Y le encantan los niños —
añadió—. Lo gracioso es que Sutske, mi hermana pequeña, dijo en Navidad que
esperaba que la próxima vez que nos viéramos mi hermano estuviera casado. ¡Y así
ha sido! —exclamó.
Elsa había sugerido que fueran de compras juntas al día siguiente, una
sugerencia genial que acabó en un día feliz. Franny, con dinero en el bolso, además
de un talonario de cheques, fue llevada de boutique en boutique y volvió con dos
nuevos vestidos, un par de zapatos y un precioso bolso de piel.
Tomaron el té en casa de Elsa y Marc fue a buscarla cuando terminó en el
hospital. Aunque se encerró de nuevo en su estudio después de cenar, Franny se
sentía feliz porque cada día lo conocía un poquito más.
Cuando llegó el sábado, se puso un vestido de terciopelo granate, sencillo y
elegante y, cuando bajó al salón, Marc la estaba esperando.
—Este anillo era de mi madre —dijo, colocándole en el dedo un anillo de zafiros
y diamantes—. Y esto, —añadió, abriendo un caja de terciopelo y sacando un collar
de perlas— es mi regalo de bodas —terminó, colocándoselo en el cuello e
inclinándose después para besarla en la mejilla—. Soy un marido espantoso. Debería
habértelo dado el día de la boda.
Era difícil encontrar una respuesta para aquello, así que Franny le dio las
gracias y se sintió aliviada cuando llegaron los invitados. Al principio, todos querían
hablar con ella al mismo tiempo, pero no le importaba; su bienvenida a la familia era
sincera y pronto empezó a disfrutar de la noche.
Cuando los invitados se marcharon, después de medianoche, los dos volvieron
al salón para charlar un rato.
—La próxima vez que volvamos iremos a visitar al resto de mi familia. Es una
pena que tenga tanto trabajo estos días.
—¿En el hospital?
—No, en Utrech y Rotterdam. No voy a pedirte que vengas conmigo porque
tendría que dejarte sola todo el día, así que es mejor que te quedes aquí.
Ella le aseguró que no le importaba lo más mínimo porque ésa era la respuesta
que él esperaba oír. Y, después de todo, no se aburrió en absoluto. Sacaba a pasear a
Biddy y charlaba con todo el mundo en el pueblo, hablaran inglés o no. El mejor
momento del día para Franny era cuando Marc la llamaba por las tardes.
Cuando volvió aquella noche, Franny le dio la bienvenida intentando disimular
su alegría. Volverían a Londres en dos días, le dijo él, y podrían hacer lo que
quisieran hasta entonces porque no tenía trabajo.
—Estaba deseando volver a casa para verte, Franny —dijo, besándola en la
mejilla cuando ella se levantó para irse a la cama.
—Eso es lo más bonito que me han dicho nunca —murmuró Franny.
A la mañana siguiente bajó a desayunar, sin haber pegado ojo. La vida era cada
día más maravillosa, pensaba.
Pero no aquella mañana. Sobre la mesa del comedor había una nota de Marc,
despidiéndose porque había tenido que ir urgentemente a Bruselas.
Aquella tarde llamó. Se quedaría en Bruselas un día más y después volvería a
casa para recogerla. Así que Franny volvió a dar más paseos por el pueblo. Se sentía
decepcionada, pero tenía que ser sensata y reconocer que la mujer de un médico tan
importante tenía que acostumbrarse a ese tipo de cosas.
Cuando Marc llegó a casa por la tarde, Franny estaba preparada para
marcharse. Cenaron algo ligero, sacaron a Biddy a dar el último paseo mientras le
contaba cómo había ido la operación y después se despidieron de la casa.
El profesor no le había pedido disculpas por dejarla sola, pero ella no había
esperado que lo hiciera; era su trabajo y él le había dejado claro que su trabajo era lo
más importante en su vida. Al menos, pensaba ella, sabía que a él le gustaba volver a
casa para encontrarse con ella. No era un hombre muy expresivo, pero le gustaba
sentir su brazo alrededor de los hombros mientras paseaban.
Capítulo 9
Estaba lloviendo mientras conducían por carreteras inglesas. Habían tenido un
viaje tranquilo y llegarían a casa a media mañana, le dijo Marc.
—Seguro que tu tía se alegrará de verte.
Crisp los estaba esperando con una sonrisa en los labios.
—La señora Blake está esperándolos en el salón. ¿Necesitará el coche esta tarde,
señor?
—Sí, no hace falta que lo lleve al garaje. ¿Qué tal todo por aquí, Crisp?
—Sin problemas, señor. Las cartas están en su estudio y he anotado todas las
llamadas.
—Espléndido. Vamos a ver a tu tía…
—Queridos, qué alegría veros —exclamó la tía alegremente, abrazándose a
Franny—. ¿Lo habéis pasado bien en Holanda? Estoy deseando que me lo contéis
todo. Crisp ha sido estupendo conmigo y la enfermera es maravillosa. Finn ha venido
a verme…
Fue interrumpida por Crisp, que entró en el salón con la bandeja del té y
después de tomarlo Marc se ausentó, con la excusa del correo. Franny y su tía
subieron a la habitación y allí le contó todo sobre Holanda, sobre la preciosa casa de
Marc y su familia.
—¿Eres feliz, cariño? —preguntó su tía.
—Sí, lo soy. Marc es muy amable y considerado. Pero trabaja demasiado —
suspiró Franny.
—Es lógico. Pero no te preocupes, cuando tengáis hijos, las cosas cambiarán.
—Tienes razón —dijo Franny, intentando disimular su turbación—. Marc me ha
dicho que te lleve a Harrods para que compres todo lo que quieras. ¿Quieres que
vayamos mañana?
—¿A Harrods! Pero si esa tienda es carísima.
—No te preocupes por eso. Es idea suya.
Cuando volvieron a casa, Marc estaba como ausente. En Holanda le había
parecido que se acercaban un poco, que había una oportunidad de que fueran algo
más que amigos, pero ya no estaba segura.
Su tía le había dicho en el camino de vuelta en taxi que Marc era el hombre más
bueno que había conocido.
—Además de mi marido —le dijo—. Y siempre está pendiente de ti, cariño.
Si estar pendiente significaba darle dinero para sus compras, preguntarle
distraídamente qué tal le había ido el día y decirle que tenía buen aspecto, entonces sí
estaba pendiente.
Llevaban una semana en Londres cuando le dijo que aquella noche cenarían con
lady Trumper.
—No —dijo Franny sin pensar—. No quiero ir.
—Eres mi esposa, Francesca —replicó él—. Yo no me avergüenzo de ti, así que
¿por qué lo haces tú?
—No me avergüenzo en absoluto. Pero yo no le gusto a lady Trumper y ella no
me gusta a mí.
—Me temo que tendrás que ver y recibir a mucha gente que no te guste,
querida. Cenaremos con ella el jueves a las ocho. Y ponte algo bonito; cada día estás
más guapa, no sé si te lo he dicho.
Lo había dicho con una sonrisa y después se había marchado, dejándola tan
irritada que su tía y Crisp intercambiaron una mirada de sorpresa.
—¿Por qué estás enfadada, Franny? —preguntó su tía. Franny le contó la razón,
pero si había esperado que ella fuera comprensiva, se había equivocado—. Pero no
tienes por qué enfadarte. Esta es una oportunidad para que le demuestres que eres la
esposa perfecta para Marc. Después de todo, venimos de una familia muy antigua,
descendemos directamente de Guillermo III; mucho mejor familia que la suya, desde
luego —sonrió su tía—. ¿Quién era su marido? ¿Alguien a quien le dieron un título
por fabricar armas de guerra? Mañana iremos a comprar un vestido nuevo y te
presentarás en la fiesta como la esposa de Marc.
—¿De verdad crees que debo ir? No quiero que se sienta avergonzado.
—Eso es imposible, querida.
Volvieron a Harrods y las atendió la misma vendedora que, para entonces, casi
se había convertido en una amiga. Buscaban un vestido para una cena elegante y la
mujer les dijo que tenía exactamente lo que buscaban.
Sobre su brazo no parecía más que un pedazo de seda color ámbar, pero
cuando Franny se lo probó resultaba una belleza. Y le quedaba perfectamente. El
precio era una barbaridad, pero se recordó a sí misma que eso no era problema para
Marc.
Aquel vestido era más que bonito, era exquisito y realmente la transformaba en
una mujer que atraería las miradas.
La noche de la cena, él llegó a casa bastante tarde. Franny, sentada en el salón
con aquel vestido, se sintió decepcionada cuando él asomó la cabeza y no se fijó en su
aspecto.
—¿Ya estás preparada? Estupendo. Yo me cambiaré enseguida —dijo. Franny
estaba en el vestíbulo con el abrigo largo de terciopelo cuando él volvió—. ¿Lista? —
preguntó. Cuando ella asintió, la tomó del brazo y la acompañó hasta el coche.
No había mucho tráfico y la casa de su madrina estaba cerca. Barker abrió la
puerta y Franny lo saludó amablemente, dándole su abrigo. El profesor, quitándose
el suyo, se quedó mirándola como embobado.
¿Cómo no se había dado cuenta antes de que era guapa? Aquel vestido le daba
un aire tan sofisticado que nunca lo hubiera creído. De repente, hubiera deseado
tomarla en sus brazos y decírselo, pero no podía hacerlo delante de Barker. Franny,
con la barbilla levantada y caminando como si estuviera entre nubes, se dirigió hacia
el conocido salón de lady Trumper.
Todos los invitados se volvieron al verlos entrar y la anfitriona, vestida de seda
negra se dirigió hacia ellos.
—Ya conoces a mi mujer, Francesca —dijo, besándola en la mejilla. Franny la
saludó amablemente, como si jamás se hubieran visto antes. Le hubiera gustado
decirle muchas cosas, pero debía recordar que era la esposa de Marc.
Marc conocía a todos los invitados, que le daban la enhorabuena por su reciente
matrimonio y le decían lo encantadora que era su mujer. Mientras tanto, Franny
tomaba un poco de champán y contestaba a las preguntas de todo el mundo. Lady
Trumper la miraba a través de la habitación, mientras hablaba con Marc.
—¿Quién lo hubiera pensado?
—Desde luego —contestó Marc.
—No puedes estar enamorado de ella. Esa chica te ha tendido una trampa…
—Será mejor que haga como que no te he oído —interrumpió él en voz baja.
Después, se dio la vuelta, se dirigió hacia el grupo en el que estaba Franny y la tomó
del brazo.
—Tenemos que irnos, Franny.
—¿Qué ocurre?
—Tenemos que irnos —repitió.
Presentó sus excusas a los invitados, alegando que tenía que volver
urgentemente al hospital y se marcharon, dejando a todo el mundo boquiabierto.
Cuando llegaron al coche, Franny se mantuvo callada mientras Marc conducía
y después se atrevió a decir:
—¿Vas a ir directamente al hospital? Podría tomar un taxi allí.
—Vamos a casa.
—¿No será mi tía quien está enferma?
—Tu tía está perfectamente, Franny. Entraremos un momento para decirle una
cosa a Crisp y después nos iremos a cenar.
—No te entiendo. ¿No tenías que ver a un paciente?
—No.
—Entonces, ¿por qué nos hemos ido?
—No me gusta estar bajo el mismo techo de alguien que me insulta —contestó
él con frialdad.
—Me iré dentro de tres días, cuando termine con todos mis compromisos aquí
—le dijo.
—¿Estarás mucho tiempo fuera? —preguntó ella, intentando sonar
despreocupada.
—Unos diez días. —Marc, pero es un sitio tan inseguro —dijo ella, olvidando su
precaución—. ¿De verdad tienes que ir?
—Sí, es un compromiso que tengo hace tiempo —contestó—. No me pasará
nada, Franny.
—¿Quieres que vaya contigo?
—Me gustaría, pero prefiero que no lo hagas.
—Supongo que podrás llamarme por teléfono.
—Claro. ¿Me echarás de menos?
—Sí, claro que sí —contestó ella, apartando la mirada—. Todos te echaremos de
menos —añadió, sin poder evitar un ligero temblor en la voz.
—Mientras estoy fuera, me gustaría que hicieras una cosa. He comprado la
casita que hay detrás de la nuestra. He pensado que a tu tía le gustaría vivir allí, ¿no
crees? También sería un hogar para Finn, si lo desea. ¿Te importaría llevarla y
preguntarle qué le parece?
—Marc… eso es maravilloso. Volverá a tener su propio hogar, como ella quería
—dijo Franny, sorprendida.
—Dile que le ruego que acepte la casa porque la considero parte de mi familia.
Franny estaba muy contenta por su tía, pero se daba cuenta de que él volvía a
no incluirla en sus planes, como hacía casi siempre. Cualquier mujer se hubiera
quejado o hubiera empezado a hacer su maleta, repitiéndole que tuviera cuidado,
que no olvidara llamarla en cuanto llegara al hotel, pero ella no era ese tipo de mujer.
Crisp haría su maleta y él dejaría el número de teléfono sobre su escritorio y eso sería
todo.
La mañana del viaje, Franny lo encontró sentado en el comedor. Se sentó a su
lado, tomando el café que Crisp le ofrecía y comentó que iba a ser un día precioso.
Aquél era un comentario muy optimista, ya que apenas había salido el sol, pero
algo tenía que decir. Aunque lo que le hubiera gustado decirle era que volviera
pronto y que tuviera cuidado porque lo amaba y la idea de perderlo era insoportable,
pero no podía hacer eso.
—Qué pena que uno nunca pueda decir lo que piensa. Quiero decir, que el
tiempo que haga da completamente igual. Lo que importa son todas esas cosas que
no se dicen…
El profesor dejó la taza sobre el plato, dándose cuenta de repente de que todos
sus esfuerzos por no enamorarse de Franny habían sido en vano.
—Francesca… —murmuró.
Demasiado tarde. Crisp volvió a entrar en el comedor para decir que el coche
estaba esperando y el profesor debía darse prisa si quería llegar a tiempo al
aeropuerto.
Marc miró a Franny, con las mejillas coloradas y el pelo suelto y se dio cuenta
de que, en la vida, había otras cosas además del trabajo. Estaba el amor… aunque
lamentablemente no tenía tiempo de decírselo. Se levantó, la besó en los labios y se
marchó.
Franny se quedó atónita. Nunca la habían besado de aquella manera. Cuando
volviera, diez días más tarde, quizá volvería a besarla así, pensaba. Pero no debía
emocionarse, se dijo a sí misma; podía no haber sido más que un impulso.
Franny le dijo a su tía aquella mañana que Marc había comprado la casita de al
lado para ella y tuvo que intentar convencerla para que la aceptara.
—Ya le debemos demasiado, Franny. Ha hecho demasiado por nosotros.
—Entonces, ¿prefieres quedarte a vivir en nuestra casa?
—No, no. Aquí soy una invitada y no quiero molestar.
—Pero cuando te dije que podrías tener tu propia casa, pareciste encantada.
—Todavía estaba enferma, Franny. Pero tengo mi pensión y puedo pagarme
una habitación en cualquier parte.
Las dos se quedaron calladas, sabiendo que, por supuesto, aquello era una
tontería.
—Tía Emma, Marc se sentirá herido si no aceptas su oferta. Para él, eres un
miembro de la familia. Él te salvó la vida y ahora quiere que la disfrutes. ¿No te das
cuenta de que, si te vas a vivir lejos de aquí, estará preocupado por ti? Ahora somos
su familia y tenemos la obligación de hacer de su casa un hogar, no solamente un
sitio al que él va a comer y a dormir.
—Tienes razón. Estoy siendo una egoísta. Será un placer para mí vivir en mi
propia casa, tan cerca de vosotros —dijo su tía por fin.
—Estupendo —dijo Franny, abrazándola—. Entonces, vamos a verla —señaló,
animosa.
La casita era pequeña, pero preciosa. Marc le había dicho que podían decorarla
como quisieran y eso iba a ser una fiesta para aquella anciana que, durante los
últimos años de su vida, había tenido que vivir en unas circunstancias tan penosas.
—¿Puedo empezar ahora mismo?
—Dile a Crisp lo que quieres. Él llamará a los decoradores para que vengan a
hablar contigo.
—No lo puedo creer —dijo su tía—. Tengo que comprar de todo, papel pintado,
muebles, alfombras…
—Y cortinas —señaló Franny, alegre.
—Nunca pensé que sería tan feliz como lo soy ahora. Primero, la calle Fish,
después tu tío William y ahora… es como un sueño.
—Si tú eres feliz, Marc también lo será —dijo Franny.
A pesar de que estaba muy ocupada organizando la decoración de la casa de su
tía, los días pasaban con lentitud para Franny. El profesor había llamado desde Israel
para decir que había tenido un buen vuelo, que estaría en el hotel durante tres días y
después se iría a otra ciudad. Unos días más tarde había vuelto a llamar; las lecturas
estaban siendo un éxito y esperaba volver en cinco días.
Franny tachaba los días que pasaban en un calendario, como si fuera una niña.
Cuando llegó el último día, llamó al aeropuerto para comprobar que el vuelo
llegaba a la hora prevista, pero le dijeron que llevaba retraso debido a una huelga
imprevista y que no tenían ni idea de a qué hora podría aterrizar. A medianoche, aún
sin noticias, se metió en la cama preocupada a pesar de que Crisp le había prometido
que la despertaría en cuanto llegara el profesor. Pero cuando se despertó ya era de
día y salió corriendo al pasillo, donde se encontró con Crisp.
—¿Ha vuelto?
—Sí, señora, a las cuatro de la madrugada. Hay una nota para usted en la mesa
del comedor.
—Prometió despertarme, Crisp.
—El profesor me lo impidió, señora. Me dijo que no la despertara porque era
muy tarde.
—¿Dónde está?
—En el hospital. A las seis de la mañana recibió una llamada urgente.
—Pero si no ha podido dormir… debe de estar agotado.
—El profesor nunca está agotado, señora. Me dijo que había dormido en el
avión y tomó un buen desayuno.
—Crisp, es usted un tesoro, muchas gracias. ¿Le dijo a qué hora volvería?
—No, no lo dijo.
—Me gustaría llamarlo, pero supongo que estará muy ocupado, como siempre.
Franny tomó la nota que había sobre la mesa del comedor y subió a su
habitación para leerla. Simplemente decía que tenía que ir al hospital urgentemente y
que no sabía a qué hora volvería a casa. Volvió a leerla varias veces, intentando
encontrar algo de calidez en ella, pero sin éxito. Volvería a casa cuando terminase su
trabajo, se dijo a sí misma. Como siempre.
Pasó la mañana ayudando a su tía Emma a elegir la tela de las cortinas y charló
con Finn por teléfono. La vida era estupenda, le decía él y había conocido a una chica
maravillosa.
—Se lo he contado a Marc y me ha dicho que la llevara a vuestra casa una de
estas tardes. Te caerá muy bien, ya verás.
Fin
Escaneado por Jandra46-Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 81-81