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Síntomas
Debido a que las bacterias causantes de la lepra se multiplican muy lentamente, los síntomas no
suelen comenzar hasta al menos un año después de que la persona se haya infectado, si bien lo
habitual es que aparezcan de 5 a 7 años más tarde y a menudo muchos años después. Los
signos y síntomas de la lepra dependen de la respuesta inmunológica del enfermo. El tipo de
lepra determina la predicción a largo plazo, las posibilidades de complicaciones y la necesidad de
un tratamiento con antibióticos.
En la lepra tuberculoide, aparece una erupción cutánea formada por una o varias zonas
blanquecinas y aplanadas. Estas áreas son insensibles al tacto porque las micobacterias han
dañado los nervios.
En la lepra lepromatosa, sobre la piel aparecen pequeños nódulos o erupciones cutáneas
sobreelevadas, de tamaño y forma variables. El vello del cuerpo, incluidas las cejas y las
pestañas, desaparece.
La lepra limítrofe (borderline) es una situación inestable que comparte rasgos de ambas formas.
En las personas con este tipo de lepra, su enfermedad tanto puede mejorar, en cuyo caso acaba
pareciéndose a la forma tuberculoide, como empeorar, en cuyo caso resulta más parecida a la
forma lepromatosa.
Durante el curso de la lepra no tratada o incluso en la que sí recibe tratamiento, pueden
producirse ciertas reacciones inmunológicas que en ocasiones producen fiebre e inflamación de
la piel, los nervios periféricos y con menos frecuencia de los ganglios linfáticos, las
articulaciones, los testículos, los riñones y los ojos. Dependiendo del tipo de reacción y de su
intensidad, el tratamiento con corticosteroides o talidomida puede resultar eficaz.
Mycobacterium leprae es la única bacteria que invade los nervios periféricos y casi todas sus
complicaciones son la consecuencia directa de esta invasión. El cerebro y la médula espinal no
resultan afectados. Debido a que la capacidad de sentir el tacto, el dolor, el frío y el calor
disminuyen, los enfermos con afectación de los nervios periféricos pueden quemarse, cortarse o
herirse sin darse cuenta. Además, la afectación de los nervios periféricos puede causar debilidad
muscular, lo que en ocasiones provoca que los dedos adopten forma de garra y se produzca el
llamado “pie caído”. Por todo ello, los leprosos pueden acabar desfigurados.
Los afectados por esta enfermedad también pueden tener úlceras en las plantas de los pies. El
daño que sufren los conductos nasales puede hacer que la nariz quede crónicamente
congestionada. En ciertos casos, las lesiones oculares producen ceguera. Los varones con lepra
lepromatosa pueden quedar impotentes e infértiles, porque la infección reduce tanto la cantidad
de testosterona como la de esperma producido por los testículos.
Diagnóstico
Ciertos síntomas, como las características erupciones cutáneas que no desaparecen, la pérdida
del sentido del tacto y deformidades particulares derivadas de la debilidad muscular, constituyen
las claves que permiten diagnosticar la lepra. El examen al microscopio de una muestra de tejido
infectado confirma el diagnóstico. Los análisis de sangre y los cultivos no resultan útiles para
establecer el diagnóstico.
Prevención y tratamiento
En el pasado, las deformaciones causadas por la lepra conducían al ostracismo y los enfermos
infectados solían ser aislados en instituciones y colonias. En algunos países, esta práctica
continúa siendo frecuente. A pesar de que el tratamiento precoz puede prevenir o corregir la
mayoría de las deformidades más importantes, las personas con lepra son propensas a sufrir
problemas psicológicos y sociales.
El aislamiento, no obstante, es innecesario. La lepra es contagiosa sólo en la forma lepromatosa
que no recibe tratamiento, e incluso en esos casos no se transmite fácilmente. Además, la
mayoría de las personas tiene una inmunidad natural frente a la lepra y sólo aquellos que viven
junto a un leproso durante mucho tiempo corren el riesgo de contraer la infección. Los médicos y
las enfermeras que tratan a los enfermos de lepra no parecen estar más expuestos que los
demás.
Los antibióticos pueden detener el avance de la lepra o incluso curarla. Debido a que algunas de
las micobacterias pueden ser resistentes a determinados antibióticos, el médico puede prescribir
más de un medicamento, en particular para los afectados de lepra lepromatosa. La dapsona, el
antibiótico más frecuentemente utilizado para tratar la lepra, tiene un precio relativamente
accesible y, por lo general, no tiene efectos secundarios; sólo en algunos casos produce
erupciones cutáneas de naturaleza alérgica y anemia. La rifampicina, que es más cara, es incluso
más fuerte que la dapsona; sus efectos colaterales más graves son la afección hepática y
síntomas similares a los de la gripe. Otros antibióticos que pueden ser administrados a los
leprosos incluyen clofacimina, etionamida, minociclina, claritromicina y ofloxacina.
El antibiótico debe continuarse durante mucho tiempo, porque las bacterias son difíciles de
erradicar. Dependiendo de la gravedad de la infección y de la opinión del médico, el tratamiento
puede continuarse por un período que oscila entre 6 meses y muchos años. Muchas personas
afectadas de lepra lepromatosa toman dapsona el resto de su vida.