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Introducción: relatos canónicos, grandes debates y post-positivismo

El ascenso de los países emergentes, especialmente los asiáticos, estaría dando lugar a
un sistema internacional multipolar que cuestiona la primacía de Estados Unidos. Esto
hace revisar las categorías y marcos interpretativos convencionales, provocando que
algunos incluso cuestionen el concepto de polaridad, pues la globalización y
transnacionalización han transformado el sistema internacional. Esto da paso a
numerosos debates, pero no es la primera vez. El primer gran debate de la disciplina
ocurre entre el realismo y el idealismo en los años 30 y 40 del siglo pasado. Y a este le
suceden uno entre tradicionalismo y cientifismo en los 50 y 60 y uno
interparadigmático en los 70 y parte de los 80.

El debate inter-paradigmático pone de relieve una problemática esencial: la


inexistencia de un postulado universal a partir del cual juzgar cada paradigma. Sin
embargo, las diferencias epistemológicas entre paradigmas hacen imposible el diálogo
y el supuesto de acumulación de conocimiento del positivismo. De modo que hay que
aceptar el pluralismo teórico en la disciplina.

En los años 80, el debate inter-paradigmático da lugar a la síntesis neo-neo al


producirse una convergencia entre realismo estructural y liberalismo. Con el realismo
estructural de Waltz queda atrás la argumentación sobre la maldad humana del
realismo clásico. Y el liberalismo, por su parte, asume los condicionantes estructurales
y el interés nacional como guías de referencia de los actores. Estos cambios dan paso
tanto al institucionalismo neoliberal como a la teoría neorrealista de la estabilidad
hegemónica, que pasan a centrarse en el estudio de la cooperación y los regímenes
internacionales.

Otro punto importante es la revolución post-positivista de las Ciencias Sociales a finales


de los 70 y en la década de los 80. El discurso de Robert Keohane como presidente de
la ISA establece que el principal eje de debate es entre racionalismo-como
fundamentación teórica tanto del neorrealismo como el neoliberalismo- y el
reflectivismo , que incluye tanto al constructivismo social emergente en esa época
como a la filosofía post-moderna (que dará lugar al poestructuralismo).

Hacia los años 90 los extremos siguen siendo fácilmente reconocibles, pero también se
aprecia un cierto “reapprochement” al aparecer posiciones intermedias más
matizadas. Se reconoce la relevancia de la historia, las instituciones y las normas a la
hora de constituir las preferencias e identidad de los actores, pero también se tiene en
cuenta una “modernidad reflexiva” que revisa y redefine en términos contemporáneos.

En el siglo XXI, hay varias líneas de tensión en cuanto a los fundamentos


epistemológicos de la teoría. La primera de estas gira en torno a los fundamentos
epistemológicos de la teoría, siguiendo la división entre positivismo y post-positivismo
y en particular al eje racionalismo-reflectivismo. Si bien las teorías dominantes siguen
ancladas en una fundamentación racionalista, a partir de los 2000 se aprecia un “giro
reflectivista” muy amplio. Esto se refleja en la pugna entre el fundacionalismo
epistemológico inherente a las teorías clásicas (los postulados pueden ser probados a
través de un procedimiento científico y objetivo) y el antifundacionalismo
epistemológico de las teorías constructivistas y críticas (ningún postulado puede ser
probado al no existir ningún parámetro neutral, universal u objetivo).

De aquí saldrían las teorías explicativas y constitutivas. Las primeras suelen ser
fundacionalistas y pretender dar un reflejo objetivo de la realidad social. Mientras que
las segundas suelen ser antifundacionalistas y más que buscar relaciones de causalidad
objetivables, tratan de explicar la naturaleza de las relaciones internacionales a partir
de las estructuras que las constituyen y condicionan. Hablan de la mutua interacción y
constitución entre la agencia y las estructuras sociales y dicen que teorizar la realidad
social es un acto reflexivo.

En el lado contrario, el de las teorías “mainstream” basadas en premisas racionalistas


se aprecia su desplazamiento hacia posiciones más moderadas y reflexivas,
reconociendo la importancia de de elementos como las instituciones y las normas,
como el realismo neoclásico. Por otro lado, en el terreno intermedio entre
epistemología reflectivista y racionalismo encaja la teoría crítica posmarxista, que
incorpora reflexión y premisas post-positivistas.

La segunda línea de tensión aborda la división entre teorías críticas y teorías que
funcionan para mantener el orden existente. Según Robert W. Cox, las teorías críticas
buscan desafiar el orden establecido, mientras que las teorías funcionales tratan de
resolver los problemas dentro de ese orden. Aquí entrarían corrientes como el
pensamiento decolonial y la teoría feminista de las Relaciones Internacionales.

En este apartado, se termina diferenciando las teorías críticas del posestructuralismo


porque a pesar de sus fundamentos comunes, tienen una profunda brecha normativa.

Por último, la tercera línea de tensión sería la generada por un pretendido


universalismo de carácter occidental contra la reivindicación de lo específico y
subalterno. Se argumenta que el conocimiento generado en esta disciplina está
arraigado en un contexto civilizacional particular, reflejando una hegemonía y
contribuyendo a su reproducción. En este contexto, podríamos mencionar la teoría
crítica poscolonial.

No obstante, dentro de esta crítica al etnocentrismo occidental también surgen teorías


que defienden un universalismo no occidental, como la EPI crítica o el cosmopolitismo
neokantiano, que plantean una redefinición de valores universales que tengan un
reconocimiento más amplio de la diversidad.

Para concluir, estas líneas de debate o tensión plantean la posibilidad de repolitizar la


disciplina y generar un conocimiento que contribuya a reconstruir el proyecto de
emancipación humana de la Ilustración dentro de una modernidad reflexiva.

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